El Círculo de Tiza Caucasiano - Bertolt Brecht
El Círculo de Tiza Caucasiano - Bertolt Brecht
El Círculo de Tiza Caucasiano - Bertolt Brecht
Colaboradora: R. Berlau
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ÍNDICE
PERSONAJES ……………………………………………………………. 4
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PERSONAJES
4
EL POSADERO
EL CRIADO
CABO
SOLDADO «TARUGO»
UNA CAMPESINA y SU MARIDO
TRES COMERCIANTES
LAVRENTI VAJNADZE, hermanó Grushe
ANIKO, su mujer
SU SIRVIENTE
LA CAMPESINA, temporalmente suegra de Grushe
YUSUP, su hijo
HERMANO ANASTASIUS, monje
INVITADOS DE LA BODA
NIÑOS
AZDAK, el amanuense del pueblo
SHAUVA, policía
UN FUGITIVO, el Gran Duque
I EL SOBRINO del príncipe obeso
EL MÉDICO
EL INVÁLIDO
EL COJO
EL CHANTAJISTA
LUDOVIKA, la nuera del posadero
UNA CAMPESINA VIEJA Y POBRE
SU CUÑADO IRAKLI, bandido
TRES GRANDES PROPIETARIOS
ILO SHUBOLADZE y SANDRO LADZE, abogados
EL MATRIMONIO MUY ANCIANO
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LA DISPUTA POR EL VALLE
(Pausa)
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UN SOLDADO HERIDO DE LA IZQUIERDA. —Compañero, ya no tenemos tantas
aldeas ni tantas manos para trabajar, ni tanto tiempo.
LA JOVEN TRACTORISTA. —Todos los placeres deben racionarse, el tabaco está
racionado y el vino y la discusión también.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —(Suspirando). ¡Mueran los fascistas! Pero ahora
voy a ir al grano y a explicaros por qué queremos recuperar nuestro valle.
Hay muchísimas razones, pero empezaré por una de las más sencillas.
Nakine Abakidze, saca el queso. (UNA CAMPESINA de la derecha saca de un
gran cesto un queso de cabra gigantesco, envuelto en un paño. Aplausos y
risas). Sendos, compañeros, no os hagáis rogar.
UN CAMPESINO VIEJO DE IA IZQUIERDA. —(Receloso). ¿Eso es para influir en
nosotros?
EL VIEJO DE LA DERECHA. —(Entre risas). ¿Cómo podría influir en ti, Surab
ladrón de valle? Todo el mundo sabe que te quedarías con el queso y con el
valle también. (Risas). Lo único que te pido es una respuesta sincera: ¿te
gusta ese queso?
EL VIEJO DE LA IZQUIERDA. —La respuesta es que sí.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —Vaya. (Con amargura). Tenía que haberme
imaginado que no entiendes nada de quesos.
EL VIEJO DE LA IZQUIERDA. — ¿Por qué no? Si te lo digo es porque me gusta.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —Porque no puede gustarte. Porque no es como era
en otros tiempos. ¿Y por qué no? Porque a nuestras cabras no les gusta la
hierba nueva como les gustaba la vieja. El queso no es queso porque la
hierba no es hierba, eso es lo que pasa. Por favor conste en acta.
EL VIEJO DE IA IZQUIERDA. —Pues vuestro queso es estupendo.
El VIEJO DE LA DERECHA. —NO es estupendo, apenas medianejo. LOS nuevos
pastos no valen nada, digan lo que digan los jóvenes. Yo os digo que allí no
se puede vivir. Ni siquiera huele realmente a mañana por las mañanas.
(Algunos se ríen).
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EL EXPERTO. —No te enfades, aunque se rían; ellos te entienden. Compañeros,
¿por qué se quiere a la tierra que es de uno? Pues por eso, porque el pan sabe
mejor, el cielo está más alto, el aire más puro; las voces resuenan más fuerte
y el suelo resulta más fácil de andar. ¿No es cierto?
EL VIEJO DE LA DERECHA. —Este valle nos pertenece de siempre.
EL SOLDADO. —¿Qué quiere decir «de siempre»? A nadie le pertenece nada de
siempre. Cuando eras joven, ni siquiera te pertenecías a ti mismo, sino al
príncipe Kazbeki.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —De acuerdo con la Ley, el valle es nuestro.
LA JOVEN TRACTORISTA. —En cualquier caso, hay que revisar esas leyes para
saber si siguen siendo válidas.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —Por supuesto. Pero ¿acaso no importa qué clase de
árbol hay junto a la casa donde uno ha nacido? ¿Da lo mismo que clase de
vecinos se tienen? Queremos volver, aunque sea para teneros a vosotros,
ladrones de valles, junto a nuestro koljós. Y ahora os podéis reír otra vez si
queréis.
EL VIEJO DE LA IZQUIERDA. -(Riéndose). ¿Por qué no escuchas entonces
tranquilamente lo que tiene que decir con respecto al valle tu «vecina» Kato
Vajtang, nuestra agrónoma?
LA CAMPESINA DE LA DERECHA. —No hemos dicho, ni mucho menos, todo lo
que tenemos que decir sobre nuestro valle. Las casas no están todas
destruidas, y de la granja quedan al menos los cimientos.
EL. EXPERTO. —Tenéis derecho a la ayuda estatal... Tanto aquí como allá, ya lo
sabéis.
LA CAMPESINA DE LA DERECHA. —Compañero experto, no se trata de hacer un
cambalache. Yo no puedo quitarte la gorra y darte otra diciéndote que es
mejor. La otra podrá ser mejor, pero la tuya te gusta más.
LA JOVEN TRACTORISTA—Un pedazo de tierra no es como una gorra, no en
nuestro país, compañera.
EL EXPERTO. —No os peleéis. Es verdad, tenemos que considerar un pedazo de
tierra más bien como una herramienta con la que se puede hacer algo útil,
pero tenemos que reconocer también que se quiera a un pedazo de tierra
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determinado. Antes de continuar la discusión, propongo que vosotros, los
compañeros del koljós «Galinsk», nos expliquéis qué queréis hacer con el
valle en disputa.
EL VIEJO DE LA DERECHA. —De acuerdo.
EL VIEJO DE LA IZQUIERDA. —Sí, dejad que hable Kato.
EL EXPERTO. —¡Compañera agrónoma!
LA AGRÓNOMA DE LA IZQUIERDA. —(Se levanta; lleva uniforme militar).
Compañeros: el invierno pasado, cuando luchábamos como guerrilleros aquí
en las colinas, hablábamos de que, después de echar a los alemanes,
podríamos reconstruir nuestras plantaciones de frutales y hacerlas diez
veces mayores. Yo tracé el proyecto de una instalación de riego. Por medio
de un dique en el lago de la montaña se podrían regar 300 hectáreas de
suelo estéril. Nuestro koljós podría cultivar entonces no sólo fruta, sino
también viñas. Pero el proyecto sólo compensará si se puede incluir también
ese valle disputado del koljós «Galinsk». Aquí tenéis los cálculos. (Da al
EXPERTO un mapa).
EL VIEJO De LA DERECHA. —Escriban en el acta que nuestro koljós tiene la
intención de iniciar una nueva cría de caballos.
LA JOVEN TRACTORISTA. —Compañeros, ese proyecto fue hecho en aquellos días
y noches en que teníamos que vivir en las montañas, y a menudo no nos
quedaban ya balas para nuestros cuatro fusiles. Hasta con-seguir un lápiz
era difícil.
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LA CAMPESINA DE LA IZQUIERDA. —Nuestra idea era que nuestros soldados —
nuestros hombres y vuestros hombres— volvieran a una patria más fértil
todavía.
LA JOVEN TRACTORISTA— Como dijo el poeta Mayakovski, «¡la patria del pueblo
soviético debe ser también la patria de la razón!».
(Risas).
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LA CAMPESINA DE LA DERECHA. —Entonces ya podemos sentamos a comer.
Una vez que tenga los planos y pueda discutirlos, la cuestión estará resuelta.
Lo conozco. Y lo mismo pasa con el resto de los nuestros.
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LA CAMPESINA DE LA DERECHA. —Para mí es un gran honor conocerlo. Oí
hablar de sus canciones ya en la escuela.
EL CANTOR. —Esta vez se trata de una obra con canciones, y casi todo el koljós
participa. Hemos traído las antiguas máscaras.
LA CAMPESINA DE LA DERECHA. —¿Es una de esas leyendas antiguas?
EL CANTOR. —Una muy antigua. Se llama «El círculo de tiza» y procede de China.
Nosotros la representamos, evidentemente, en una versión modificada.
Yura, enseña las máscaras. Compañeros: es para nosotros un honor poder
entreteneros después de un debate difícil. Esperamos que encontréis que la
voz del antiguo poeta puede resonar también a la sombra de los tractores
soviéticos. Es posible que sea un error mezclar vinos distintos, pero la
sabiduría antigua y la nueva se mezclan espléndidamente. Bueno, espero que
nos daréis de comer a todos antes de que la representación comience. La
verdad es que eso ayuda.
VOCES. —Desde luego.
—Venid todos al Círculo.
EL EXPERTO. —¿Cuánto dura esa historia, Arkadi? Tengo que volver esta misma
noche a Tiflis.
EL CANTOR. —(Despreocupadamente). En realidad, son dos historias. Un par de
horas.
EL EXPERTO. —(Muy confidencialmente). ¿No podrías acortarla un poco?
EL CANTOR. —NO.
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2
EL NOBLE NIÑO
(EL CANTOR, sentado en el suelo delante de sus músicos, con una capa negra de
cuero de oveja sobre los hombros, hojea un gastado libreto de hojas sueltas).
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—Mi hermano es inocente, Vuestra Merced, un malentendido...
—¡Se me muere de hambre!
—Os rogamos que libréis a nuestro último hijo del servicio militar.
—Por favor, Vuestra Merced, el inspector de aguas ha sido sobornado.
EL PRINCIPE OBESO. —¡Qué día! Cuando ayer por la noche llovió, pensé: será
una fiesta triste. Pero esta mañana el cielo está despejado. Me gustan los
cielos despejados, Natela Abashvili, un corazón sencillo. Y el pequeño
Michel, todo un Gobernador, títiti. (Hace cosquillas al NIÑO). Felices
Pascuas, pequeño Michel, títiti.
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decidido por fin a empezar a construir el ala nueva del lado oriental. Todo
ese suburbio de chabolas miserables será derribado y sustituido por el
jardín.
EL PRÍNCIPE OBESO. -Qué buena noticia después de tantas malas. ¿Qué se sabe
de la guerra, hermano Gueorgui? (Ante el gesto de disgusto del
GOBERNADOR). ¿Una retirada estratégica, según he sabido? Bueno, siempre hay
esos pequeños reveses. A veces las cosas van mejor y a veces peor. Los azares
de la guerra. ¿No tiene mucha importancia, no?
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —iGueorgui, está tosiendo! ¿Lo has oído?
(Agresivamente, a los dos MÉDICOS, unos hombres majestuosos que están
al lado del cochecito). ¡Está tosiendo!
MÉDICO PRIMERO. —(Al MÉDICO SEGUNDO). ¿Me permite recordarle,
Mikadze, que yo era contrario a ese baño tibio? Un pequeño error en la
temperatura del agua, Excelencia.
MÉDICO SEGUNDO. —(También muy cortésmente). No me es posible estar de
acuerdo con usted, Mija Loladze: la temperatura del agua era la indicada por
nuestro querido y grande Mishiko Oboladze. Más bien alguna corriente de
aire durante la noche, Excelencia.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —ASÍ es como cuidan de él. Parece que tiene
fiebre, Gueorgui.
MÉDICO PRIMERO. —(Inclinándose sobre el niño). No hay razón para
inquietarse, excelencia. Con el agua del baño un poco más caliente, no verá a
ocurrir.
MÉDICO SEGUNDO. —(Lanzándole una mirada venenosa). No lo olvidaré mi
querido Mija Loladze. No hay razón para preocuparse, Excelencia.
EL PRÉCIPE OBESO. —¡Ay, ay, ay, ay, ay!, siempre lo digo: si el hígado me da
punzadas, 50 palos al médico en la planta de los pies. Y eso sólo porque
vivimos en una época blandengue; antes se decía sencillamente «¡que le
corten la cabeza!».
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —Vamos a la iglesia, probablemente es aire que
hace aquí.
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(El cortejo, compuesto por la familia y la servidumbre, dobla hacia el
portal de una iglesia. EL PR1NCIPE OBESO lo sigue. EL AYUDANTE sale
del cortejo y señala al JINETE).
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un ganso de quince libras que he engordado con maíz, me comeré las
plumas.
EL SOLDADO. —¡Un ganso regio! Se lo comerá el Gobernador mismo. ¿Así que la
señorita ha estado otra vez en el río?
GRUSHE. —Sí, en el corral.
EL SOLDADO. —yaya, en el corral, ahí abajo junto al río! ¿No habrá estado un poco
más arriba, entre los sauces?
GRUSHE. —Sólo voy a los sauces cuando lavo la ropa.
EL SOLDADO. —(Significativamente). Exacto.
GRUSHE. —¿Exacto qué?
El. SOLDADO. —(Guiñándole un ojo). Exacto eso.
GRUSHE. —¿Por qué no puedo lavar la ropa en los sauces?
EL SOLDADO. —(Riéndose con exageración). «¿Por qué no puedo lavar la ropa en
los sauces?». Eso sí que es bueno, muy bueno.
GRUSHE. —No comprendo al señor soldado. ¿Qué es lo que hay de bueno en eso?
EL SOLDADO. —(Astutamente). Si alguno supiera lo que alguno sabe, se quedaría
de piedra antes de que el día acabe.
GRUSHE. —NO sé qué podría saberse sobre esos sauces.
EL SOLDADO. — ¿Y si hubiera enfrente un matorral desde el que se pudiera ver
todo? ¡Todo lo que pasa cuando alguien «lava la ropa»!
GRUSHE. —Pero ¿qué pasa? ¿Por qué no dice el señor soldado lo que está
insinuando y acaba de una vez?
EL SOLDADO. —Pasa algo en lo que se puede ver algo.
GRUSHE. —No se referirá el señor soldado a que un día metí el pie en el agua,
porque otra cosa no ha pasado.
SOLDADO. —Y más cosas. El pie y más cosas.
GRUSHE. —¿Qué más cosas? Nada más que el pie.
EL SOLDADO. —E1 pie y un poquito más. (Se ríe con ganas).
GRUSHE. —(Furiosa). Simon Jajava, deberías avergonzarte. Meterte en un
matorral y esperar a que una, en un día de calor, meta la pierna en el agua.
¡Y seguramente con algún otro soldado! (Se va corriendo).
EL SOLDADO. —(Le grita). ¡No estaba con nadie!
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(Mientras EL CANTOR reanuda su relato, EL SOLDADO corre detrás de
GRUSHE).
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EL GOBERNADOR. —¡Ya has oído las «Felices Pascuas» del hermano Kazbeiki!
Todo eso está muy bien, pero, que yo sepa, en Nuja no llovió ayer noche.
¿Dónde estuvo el hermano 1Cazbeki?
EL AYUDANTE—Habrá que averiguarlo.
Er. GOBERNADOR. —Sí, enseguida, mañana.
(El cortejo dobla para entrar por el arco. EL JINETE, que entretanto ha
vuelto del palacio, va al encuentro del GOBERNADOR).
EL AYUDANTE. ¿Ebro qué pasa aquí? ¡Aparta esa pica, perro! (Furibundo, a la
guardia del palacio). ¡Desarmadlo! ¿No veis que se trata de un atentado
contra el Gobernador?
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(Los CORACEROS no obedecen la orden. Mino, al ayudante fría e
indiferentemente y observan también lo que sucede, sin participar. EL
AYUDANTE se abre paso hacia el palacio).
UNO DE LOS ARQUITECTOS. —¡Los príncipes! Ayer noche hubo en la capital una
reunión de los príncipes, que están contra el Gran Duque y sus
Gobernadores. Señores, será mejor que nos esfumemos.
(Salen deprisa).
¿Te gusta lo que tenías? Entre los maitines y el banquete de Pascua Vas allí de
donde no se regresa.
(Se lo llevan. La guardia del palacio lo sigue. Se oye el toque de alarma de
un cuerno. Ruido detrás del arco).
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Cuando se derrumba la casa de un grande
Mueren muchos pequeños.
Los que no comparten la felicidad de los poderosos
Comparten a menudo su desgracia. El carruaje que se despeña
Arrastra al abismo a los sudorosos animales de tiro.
Los SIRVIENTES. —(Sin orden ni concierto). ¡Las cestas del equipaje! ¡Todas al
tercer piso! Provisiones para cinco días.
—La señora se ha desmayado.
—Habrá que bajarla, tiene que irse.
—¿Y nosotros?
—A nosotros nos matarán como gallinas, eso es cosa sabida.
—Jesús, María y José, ¿qué va a pasar?
—Dicen que en la ciudad corre ya la sangre.
—Bobadas, sólo han invitado cortésmente al Gobernador a una reunión de
los príncipes, todo se arreglará amigablemente, lo sé de buena fuente.
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LOS SIRVIENTES. —Hay tiempo hasta el anochecer, antes no se emborracharán
los soldados.
—¿Se sabe si se han amotinado ya?
—La guardia del palacio se ha ido a caballo.
—¿Es que nadie sabe todavía qué ha pasado?
GRUSHE. —Meliva, el pescador, dice que en la capital han visto en el cielo un
cometa de cola roja, y eso significa desgracia.
LOS SIRVIENTES. —Parece que ayer se supo en la capital que la guerra de Persia
está totalmente perdida.
—Los príncipes han organizado una gran rebelión. Se dice que el Gran
Duque ha huido ya. Van a ejecutar a todos los Gobernadores.
—A los pequeños no les harán nada. Mi hermano está en los coraceros.
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SIMÓN. - La señora no me importa nada, pero me lo han ordenado y por eso me
voy.
GRUSHE. —De forma que el señor soldado es un cabeza dura, porque se pone en
peligro por nada, absolutamente nada. (Cuando la llaman desde el palacio).
He de ir al tercer patio y tengo prisa.
SIMON. —Si hay prisa no debemos pelearnos, porque para una buena pelea hace
falta tiempo. ¿Puedo preguntar si la señorita tiene todavía padres?
GRUSHE—NO. Solo ese hermano.
SIMÓN. —Como el tiempo apremia... La segunda pregunta sería: ¿Está la señorita
sana como un pez en el agua?
GRUSHE. —Tal vez un tirón en el hombro derecho a veces, pero por lo demás
fuerte para todo trabajo, nadie se ha quejado aún.
SIMON. —Eso es cosa sabida. Cuando un Domingo de Pascua hace falta alguien
que vaya a buscar el ganso, allí está ella. Tercera pregunta: ¿Es paciente la
señorita? ¿Se le antojan cerezas en invierno?
GRUSHE—Impaciente no, pero cuando se hace la guerra sin razón y no llegan
noticias, es mala cosa.
SIMÓN. —Alguna noticia llegará. (Desde el palacio llaman otro va a GRUSHE). Y,
para terminar, la pregunta principal...
GRUSHE. —Simón Jajava, como tengo que ir al tercer patio y corre mucha prisa, la
respuesta es ya que «sí».
SIMÓN. —(Muy desconcertado). Se dice: «Prisa se llama el viento que derriba el
andamiaje», pero se dice también: «Los ricos no tienen prisa». Yo soy de...
GRUSHE. —Kutsk...
SIMÓN. —¿De modo que la señorita se ha informado? Estoy sano, no tengo que
cuidar de nadie, gano diez piastras al mes y como habilitado veinte, y le pido
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GRUSHE. —Muchas gracias, Simón.
SIMÓN. —Sólo acompañaré a la señora hasta las tropas que han permanecido
fieles. Cuando acabe la guerra, volveré. Dos semanas o tres. Espero que a mi
prometida no le parezca el tiempo demasiado largo para mi regreso.
GRUSHE. —Simon Jajava, te esperaré.
Vete tranquilo al combate, soldado,
Al sangriento y duro combate
Del que no todos vuelven:
Cuando vuelvas yo estaré aquí.
Te esperaré bajo el olmo verde
Te esperaré bajo el olmo sin hojas
Esperaré hasta que el último vuelva
Y más tarde aún.
Cuando vuelvas del combate
No habrá botas a mi puerta
Ni cabeza a mi lado en la almohada
Y mis labios estarán sin besar.
Cuando tú vuelvas
Podrás decir que todo es igual que antes.
SIMÓN. —Gracias, Grushe Vajnadze. ¡Y hasta pronto!
(Se inclina profundamente ante ella. Ella se inclina igualmente profunda
ante él. Luego se marcha deprisa, atrás).
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EL AYUDANTE. —(Áspero). Engancha los jamelgos al coche grande, no estés ahí
parado, cerdo.
(Entra GRUSHE).
LA MUJER Da GOBERNADOR. —Te lo tomas con calma, ¿eh? Trae enseguida la
botella de agua caliente. (GRUSHE sale corriendo y vuelve luego con la
botella de agua caliente, y recibe órdenes mudas de LA MUJER DEL
GOBERNADOR. La mujer del Gobernador observa a una CAMARERA
JOVEN). ¡No desgarres la manga!
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LA JOVEN. —Señora, al vestido no le ha pasado nada.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —Porque me he dado cuenta. Hace ya tiempo
que no te quito la vista de encima. ¡No piensas más que en hacerle ojitos al
Ayudante! Te voy a matar, perra. (Le pega).
EL AYUDANTE. —(Vuelve). Le ruego que se apresure, Natela Abashvili. En la
ciudad están luchando. (Vuelve a salir).
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —(Suelta a la joven). ¡Dios Santo! ¿Creéis que
me harán algo a mí? ¿Por qué? (Todos guardan silencio. Ella empieza a
revolver en las cajas por sí misma). ¡Buscad la chaquetita de brocado!
¡Ayudad! ¿Qué hace Michel? ¿Duerme?
LA NIÑERA. —Sí, señora.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —Entonces, déjalo un momento ahí y tráeme las
botitas de tafilete del dormitorio, las necesito para el vestido verde. (LA
NIÑERA deja al niño y sale corriendo. A LA JOVEN). ¡No te quedes ahí parada, tú!
(LA JOVEN se escapa). Quédate aquí o haré que te azoten. (Pausa). Hay que ver
cómo está guardado todo esto, sin cuidado y sin entendimiento. Si no lo dice
una todo... En estos momentos se ve qué clase de sirvientes tiene una.
¡Masha! (Da una orden con un gesto). Devorar sí que sabéis hacerlo, pero de
gratitud nada. Lo tendré en cuenta.
EL AYUDANTE. —(Muy excitado). Natela, venga enseguida. El juez del Tribunal
Supremo, nuestro Ilo Orbeliani, acaba de ser ahorcado por los tejedores de
alfombras sublevados.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —¿Por qué? Tengo que llevarme el plateado,
costó mil piastras. Y ése de ahí y todas las pieles... ¿Dónde el de color vino?
EL AYUDANTE. —(Trata de arrancarla de allí) En los suburbios se han producido
motines. Tenemos que irnos enseguida. (UN CRIADO HUYE)
¿Dónde está el niño?
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —(Llama a la niñera). ¡Maro! ¡Prepara al niño!
¿Dónde te has metido?
EL AYUDANTE—(Saliendo). Probablemente tendremos que renunciar al coche y
cabalgar.
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(LA MUJER DEL GOBERNADOR revuelve en los vestidos, arroja algunos
al montón de los que hay que llevar, y los quita otra vez. Se oyen ruidos,
tambores. El cielo empieza a enrojecer).
LA NIÑERA. —¿Y el niño? (Corre hacia el niño, lo coge en brazos). Lo han dejado
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aquí esas bestias. (Se lo da a GRUSHE). Téngalo un momento. (Mintiendo).
Voy a buscar el coche. (Se marcha, siguiendo a LA MUJER DEL
GOBERNADOR).
GRUSHE. —¿Qué han hecho con el señor?
EL MOZO DE CUADRA. —(Hace gesto de cortar el cuello a alguien). ¡Fft!
LA MUJER GORDA. —(Al ver el gesto, tiene un ataque). ¡Aydiosaydiosaydiós!
¡Nuestro señor Gueorgui Abashvili! Como una rosa en los maitines, y
ahora... Sacadme de aquí. Todos estamos perdidos moriremos en pecado.
Como nuestro señor Gueorgui Abashvili.
I.A TERCERA MUJER. —(Tratando de convencerla). Cálmese, Nina. La sacarán de
aquí. Usted no ha hecho daño nunca a nadie.
LA MUJER GORDA. —(Mientras se la llevan). ¡Aydiosaydiós, deprisa, deprisa,
vámonos todos antes de que vengan, antes de que vengan!
LA TERCERA MUJER. —Nina se lo toma más a pecho que la señora. ¡Hasta el
llorar tienen que hacerlo otros por ella! (Descubre al niño que GRUSHE
sigue teniendo en brazos). ¡El niño! ¿Qué haces tú con él?
GRUSHE. —Se ha quedado aquí.
LA TERCERA MUJER. —¿Lo ha abandonado? ¡A Michel, al que no debía dar la
menor corriente de aire!
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LA TERCERA MUJER. —No te metas en eso.
LA COCINERA. —Andarán más tras él que tras la señora. Es el heredero Grushe, tú
eres una buena mujer, pero ya sabes que no eres una lumbrera. Te lo digo
yo, si el niño tuviera la lepra no sería peor. Trata de salvar tu pellejo.
(EL MOZO DE CUADRA ha vuelto con hatillos que reparte entre las
mujeres. Salvo GRUSHE, todos se disponen a partir).
GRUSHE. —Voy.
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dije a Gueorgui Abashvili: «Me gustan los cielos despejados», pero en
realidad me gusta más el rayo que cae de un cielo despejado, claro que sí. La
lástima es que se hayan llevado al mocoso, lo necesito con urgencia.
¡Buscadlo por toda Georgia! ¡Mil piastras!
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Sólo antes de marcharse,
Porque el peligro era demasiado grande y la ciudad estaba llena
De fuego y desolación.
31
3
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Es mi capitán.
(Aparece una choza de campesinos).
GRUSHE. —(Al NIÑO). Es mediodía, hora de comer. Y ahora nos vamos a quedar
impacientes sentaditos en la hierba, hasta que la buena de la Grushe consiga
una jarrita de leche. (Sienta al Niño en el suelo y llama a la puerta de la
cabaña; abre un viejo campesino). ¿Me podría dar una jarrita de leche y
quizás un pan de maíz, abuelo?
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Michel, que es el salario de media semana. La gente de aquí cree que hemos
ganado el dinero con el culo. Michel, Michel, menuda carga me he echado
contigo. (Mirando el abrazo de brocado en que está envuelto EL NIÑO). Un
abrigo de brocado de mil piastras y ni una piastra para leche. (Mira hacia
atrás). Ahí, por ejemplo, está ese coche de fugitivos ricos, tendríamos que
subir a él.
GRUSHE. —Ah, sin duda desean las señoras pasar también la noche aquí... ¡Es
horrible lo lleno que está todo y sin poder encontrar ningún vehículo! Mi
cochero se dio sencillamente la vuelta y he tenido que caminar nada menos
que media milla. ¡Descalza! Mis zapatos persas... ¡Ya conocéis los tacones!
Pero ¿por qué no atiende nadie aquí?
SEÑORA DE EDAD. —El posadero se hace esperar. Desde que han pasado esas
cosas en la capital, no hay educación en el país.
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EL POSADERO. —(Cortésmente). Comprendo, el polvo. Es recomendable viajar a
paso lento por nuestra carretera militar, siempre que no se tenga prisa.
SEÑORA DE EDAD. —Ponte el velo alrededor del cuello, querida. Las brisas del
anochecer parecen ser un tanto frescas por aquí.
EL POSADERO. —Vienen del vestisquero de Yanga-Tau, señoras.
GRUSHE. —Sí, tengo miedo de que mi hijo se resfríe.
SEÑORA DE EDAD. —¡Qué caravanserrallo más hermoso! ¿Entramos?
EL POSADERO. —Ah, ¿desean aposento las señoras? El caravanserrallo está lleno,
señoras, y los sirvientes se han ido. Estoy desolado, pe puedo aceptar a nadie
más, ni siquiera con recomendación...
SEÑORA JOVEN. —Pero no podemos pasar la noche aquí en la carretera.
SEÑORA DE EDAD. —(Seca). ¿Cuánto cuesta?
EL POSADERO. —Señoras, comprenderán ustedes que una casa así en estos
tiempos, cuando buscan refugio tantos fugitivos, sin duda muy respetables,
pero personas poco gratas para las autoridades, tiene que tener especial
cuidado. Por eso...
SEÑORA DE EDAD. —Mi querido señor, no somos fugitivas. Vamos a nuestra
residencia de verano en las montañas, eso es todo. Nunca se nos ocurriría
pedir hospitalidad si... si tanto la necesitáramos.
EL POSADERO. —(Inclinando la cabeza con aprobación). Indudablemente no. De
lo único que dudo es de que la diminuta habitación de que dispongo resulte
del agrado de las señoras. Tengo que cobrar sesenta piastras por persona.
¿Las señoras viajan juntas?
GRUSHE. —Hasta cierto punto. Yo también necesito cobijo.
SEÑORA JOVEN. —¡Sesenta piastras! Es una estafa.
EL POSADERO. —(Fríamente). No tengo intención de estafar a nadie, de forma
que... (Se vuelve para irse).
SEÑORA DE EDAD. —¿Por qué hablar de estafas? Vamos. (Entra, seguida del
CRIADO).
SEÑORA JOVEN. —(Desesperada). ¡Ciento ochenta piastras por una habitación!
(Mirando a GRUSHE). ¡Pero el niño no! ¿Qué pasará si se pone a llorar?
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EL POSADERO. —La habitación cuesta ciento ochenta, para dos o para tres
personas.
SEÑORA JOVEN. —(Cambiando de tono al oírlo, a GRUSHE). Por otra parte,
querida, me resulta imposible dejarla en la calle. Entre, por favor.
(Entran en el caravanserrallo. Al otro lado del escenario aparece por el
fondo EL CRIADO con algo de equipaje. Detrás de él la SEÑORA DE EDAD,
y luego la SEGUNDA SEÑORA y GRUSHE con el niño).
EL CRIADO. —Camas no hay. Ahí hay mantas y sacos. Tendrán que preparárselas
ustedes mismas. Podéis estar contentas de no estar en una fosa como tantas
otras. (Sale).
SEÑORA JOVEN. —¿Has oído? Voy a hablar con el posadero inmediatamente. Hay
que azotar a ese hombre.
SEÑORA DE EDAD. —¿Como a tu marido?
SEÑORA JOVEN. —Eres tan cruel. (Llora).
SEÑORA DE EDAD. —¿Cómo vamos a preparar algo que parezca una cama?
GRUSHE. —Y0 lo haré. (Deja al NIÑO en el suelo). Entre varios resulta más fácil
hacer las cosas. Ustedes tienen aún el coche. (Barriendo el suelo). Yo me vi
totalmente sorprendida: «Querida Anastasia Katarmovska —me dijo mi
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marido antes del almuerzo—, échate un rato, ya sabes con qué facilidad
tienes jaqueca». (Trae arrastrando los sacos y hace las camas; LAS
SEÑORAS, que han seguido con la vista su trabajo se miran). «Gueorgui —le
dije al Gobernador— con sesenta invitados no pue-do echarme: en los
sirvientes no se puede confiar y Michel Gueorguevich no come si no estoy
yo». (A MICHEL). Ya ves, Michel, todo se ha arreglado, ¡qué te decía yo! (Ve
de pronto que LAS SEÑORAS la miran de una forma extraña y cuchichean).
Bueno, así, por lo menos, no nos acostaremos en el santo suelo. He puesto
las mantas dobles.
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GRUSHE. —(Furiosa, a la SEÑORA DE EDAD). ¡No grite! ¿Es que no tiene
corazón?
SEÑORA JOVEN. —(A LA DE EDAD). ¡Ten cuidado, te hará daño, es peligrosa!
¡Socorro! ¡Asesina!
EL CRIADO. —(Entra). ¿Qué pasa aquí?
SEÑORA DE EDAD. —Esta mujer se ha introducido aquí, haciéndose pasar por
una señora. Probablemente es una ladrona.
SEÑORA JOVEN. —Y una ladrona peligrosa, además. Quería dejarnos tiesas. Hay
que llamar a la policía. Noto que me está entrando ya la jaqueca, ¡ay, Dios!
EL CRIADO—De momento, no hay policía. (A GRUSHE). Coge tus trastos
hermana, y desaparece.
GRUSHE. —(Coge rabiosa al niño). ¡Monstruas! ¡Clavarán vuestras cabezas en la
pared!
EL CRIADO. —(Empujándola afuera). Cierra el pico. Si no, vendrá el vendrá el
viejo, y ése no se anda con bromas.
(Ella desaparece).
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EL CANTOR. —Cuando Grushe Vajnadze fue hacia el norte
Fueron tras ella los coraceros del príncipe Kazbeki.
LOS MÚSICOS. —¿Cómo podrá, descalza, escapar de los coraceros?
¿De los perros sanguinarios, de los tramperos?
Hasta de noche le dan caza. Los perseguidores
No conocen la fatiga. Los carniceros
Duermen poco.
EL CABO. —Tarugo, nunca llegarás a nada. Por qué, porque no pones interés. El
superior lo nota en pequeñeces. Cuando le di lo suyo a la gorda antes de
ayer, tú agarraste al marido, como te había mandado, y le diste patadas en la
barriga, pero ¿lo hiciste con alegría como un buen recluta o sólo por
cumplir? Yo te estaba observando, tarugo. Tú eres aquí como un canuto o
una campana que toca, no te ascenderán a nada. (Siguen un trecho en
silencio). No creas que no me he dado cuenta de cómo, en todo momento,
demuestras estar en la oposición. Te prohíbo que cojees. Y lo haces sólo
porque vendí los pencos, porque nunca hubiera podido conseguir ese precio.
Al cojear me quieres dar a entender que no te gusta caminar a pie, te
conozco. No te servirá de nada, sólo te perjudicará. ¡Cantad!
LOS DOS CORACEROS. —(Cantan). A la guerra me voy con tristeza
Porque en casa dejé a mi belleza.
Mis amigos guardarán mi honor
Hasta que vuelva de la guerra vencedor.
EL CABO. —¡Más fuerte!
Los DOS CORACEROS. —Cuando esté en el cementerio reposando
Un puñado de tierra traerá ella llorando.
Y dirá: aquí están los pies que a mí vinieron
Y aquí los brazos que me sostuvieron.
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(Caminan otra vez un trecho en silencio).
EL CABO. —Un buen soldado hace las cosas con cuerpo y alma. Se deja hacer
pedazos por sus superiores. (Con los ojos vidriosos, mira cómo su cabo le
hace un gesto de aprobación). Es suficiente recompensa, no quiere nada
más. Pero en tu caso no hay aprobación y, de todas formas, reventarás.
Cristo, cómo se puede encontrar con semejantes subordinados al bastardo
del Gobernador, me gustaría saberlo.
(Siguen cantando).
EL CANTOR. —Cuando Grushe Vajnadze llegó al río Sirra
La huida le resultó demasiado, y el niño pesado.
LOS MÚSICOS. —En los maizales la aurora rosada
Para los que velan es sólo fría. El tintineo
Alegre de los cacharros de leche en la granja, de donde sale el humo
Suena amenazador para los fugitivos. La que lleva el niño
Siente su carga y poco más.
GRUSHE. —Ya te has mojado otra vez, y sabes que no tengo pañales Michel,
tenemos que separarnos. Estamos a suficiente distancia de la ciudad. No
tendrán tanto interés por ti, que eres una caquita, como para seguirte hasta
aquí. La mujer del campesino es amable, y sabe lo mismo que huele a leche.
De forma que adiós, Michel, quiero olvidar las patadas que me has dado en
la espalda durante toda la noche, para que caminara ligero, y tú olvida la
pobre ración, la intención era buena. Me hubiera gustado seguir teniéndote,
porque tienes la naricita tan pequeña, pero no puede ser. Te hubiera
enseñado tu primera liebre y... a no mojarte más, pero tengo que volver
porque también mi amado puede volver pronto, ¿y qué pasará si no me
encuentra? Eso no me lo puedes pedir, Michel.
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(Una CAMPESINA gorda lleva una jarra de leche hasta la puerta.
GRUSHE espera hasta que entre y luego se dirige cautelosamente a la casa.
Se desliza hasta la puerta y deja al niño en el suelo, en el umbral. Luego
espera, escondida detrás de un árbol, hasta que la mujer del campesino
vuelve a salir por la puerta y encuentra el bulto).
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(Ha recorrido sólo un pequeño trecho, cuando se encuentra a los dos
CORACEROS, que la amenazan con sus picas).
EL CABO. —Moza, estás ante las Fuerzas Armadas. ¿De dónde vienes? ¿llenes
relaciones prohibidas con el enemigo? ¿Dónde está? ¿Qué movimientos
realiza a tus espaldas? ¿Qué pasa con las colinas, qué pasa con los valles, qué
tal se sujetan las medias?
(GRUSHE se queda asustada).
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EL CANTOR. —¡Corred, amigos, los asesinos llegan! ¡Ayudad a los desvalidos,
desvalidos! Y entonces corrió.
(Se da la vuelta súbitamente y corre hacia el fondo, presa del miedo. Los
CORACEROS se miran y la siguen maldiciendo).
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GRUSHE. —Si se lo dices con firmeza...
LA CAMPESINA. —Nos quemarán el techo que tenemos sobre nuestras cabezas.
GRUSHE. —Por eso tienes que decirles que es tuyo. Se llama Michel. Eso no
hubiera debido decírtelo.
EL CABO. —Ahí está. ¿Qué os dije? Olfato. La olí. Tengo que preguntarte algo,
moza: ¿por qué huiste de mí? ¿Qué creíste que quería hacer contigo? Me
apuesto a que algo inmoral. ¡Confiesa!
GRUSHE. —(Mientras LA CAMPESINA no deja de hacer reverencias). Tenía la le-
che en el fuego. Y de repente me acordé.
EL CABO. —Pensé que había sido porque creías que te había mirado de una forma
deshonesta. Como si estuviera imaginándome algo entre los dos. Una
mirada sensual, ¿me entiendes?
GRUSHE. —De eso no me di cuenta.
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El CABO. —Pero hubiera podido ser, ¿no? Trenes que reconocerlo. Yo podría ser
muy bien un cerdo. Te voy a ser franco: podría imaginarme toda clase de cosas si
estuviéramos solos. (A LA CAMPESINA). ¿No tienes nada que hacer en el patio?
¿Dar de comer a las gallinas?
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EL CANTOR. —Y huyendo de los coraceros
Tras veintidós días de marcha
Al pie del ventisquero de Yanga-Tau
Grushe Vajnadze adoptó al niño.
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(Se ha levantado viento. Contra el ocaso se alza el puente del ventisquero.
Como se ha roto una de las cuerdas, el puente cuelga a medias sobre el
abismo. Unos COMERCIANTES —dos hombres y una mujer— están
indecisos ante el puente cuando GRUSFIE llega con el NIÑO. Sin embargo,
un hombre está tratando de pescar con una pértiga la cuerda que cuelga).
LA COMERCIANTE. _ ¡Tengo que! ¿Qué quiere decir tengo que? Yo tengo que ir al
otro lado porque tengo que comprar dos alfombras en Ab= que una mujer
tiene que vender porque su marido tuvo que morir, querida. Pero ¿puedo
hacer lo que tengo que hacer, lo puede ella? Andrey lleva ya dos horas
tratando de pescar esa cuerda y, cuando la pesque, me pregunto cómo la
ataremos.
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(LA COMERCIANTE esconde un saco tras una roca).
HOMBRE PRIMERO. —¿Por qué no lo has dicho antes? (A los otros). ¡Si la cogen
la harán picadillo!
HOMBRE SEGUNDO. —No puedes hacerlo. El precipicio tiene dos mil pies.
HOMBRE PRIMERO. —Aunque pescáramos la cuerda, no tendría sentido.
Podríamos sujetarla con las manos, pero entonces los coraceros podrían
pasar del mismo modo.
GRUSHE. —¡Apartaos!
(GRUSHE mira al abismo. Desde abajo llegan otra vez gritos de LOS
CORACEROS).
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GRUSHE. —Eso no quiero. No podemos separarnos. (Al NIÑO). Juntos o difuntos.
(Canta).
Hondo es el abismo, hijo
Frágil el puente.
Pero no elegimos, hijo
Nuestra corriente.
Seguirás el camino
Que te señale
Comerás el pan
Que te regale.
De cuatro bocados
Tú tendrás tres.
Si son o no grandes
Sabrás después.
Voy a intentarlo.
GRUSHE. —Os ruego que tiréis esa pértiga, porque si no, pescarán la cuerda y me
perseguirán.
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LA COMERCIANTE. —(Que se habla puesto de rodillas, rezando, enfadada). Pero
ha pecado.
(GRUSHE, al otro lado, se ríe y les muestra a los coraceros el niño. Sigue su
camino y el puente queda atrás. Viento).
Tu padre es un bandido
Tu madre una puta.
Se inclinan ante ti
Los hombres más honrados.
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4
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Aniko?
LA CUÑADA. —Aquí está todo muy tranquilo. Los de la dudad siempre nen que
hacer algo. (Llama, dirigiéndose a la puerta). Soso, Soso, no saques aún las
tortas del horno, ¿me oyes? ¿Dónde te has metido? (Sale sin dejar de
llamarlo).
LAVRENTI. —(En voz baja, deprisa). ¿llene padre? (Cuando ella niega cabeza). Me
lo había imaginado. Tendremos que inventar algo. muy beata.
LA CUÑADA. —(Volviendo). ¡Qué servicio! (A GRUSHE). ¿De modo que tienes un
niño?
GRUSHE. —Es mío. (Se derrumba. LAVRENTI la sostiene).
LA CUÑADA. —Jesús, María y José, tiene alguna enfermedad. ¿Qué vamos a
hacer?
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GRUSHE. —Es soldado.
LAVRENTI. —Pero tiene una granja de su padre, una pequeña.
LA CUÑADA. —¿N0 está en la guerra? ¿Y por qué no?
GRUSHE. —(Cansada). Está en la guerra.
LA CUÑADA. —Entonces, ¿para qué quieres ir a la granja?
LAVRENTI. —Cuando él vuelva de la guerra, volverá a su granja.
LA CUÑADA. —¿Pero te quieres ir ahora?
GRUSHE. —Sí, para esperarlo.
LA CUÑADA. —(Gritando estridentemente). ¡Soso, las tortas!
GRUSHE. —(Murmura febrilmente). Una granja. Soldado. Esperar. Siéntate, come.
LA CUÑADA. —Es la escarlatina.
GRUSHE. —(Sobresaltada). Sí, tiene una granja.
LAVRENTI. —Creo que es la debilidad, Aniko. ¿No vas a echar una ojeada a las
tortas, querida?
LA CUÑADA. ¿Ñero cuándo volverá si, como dicen, ha estallado otra guerra? (Sale
contoneándose sin dejar de llamar). Soso, ¿dónde te has metido? ¡Soso!
LAVRENTI. —(Se pone rápidamente en pie y se dirige hacia GRUSHE). Enseguida
tendrás una cama en la habitación. Ella es muy buena persona, pero sólo
después de comer.
GRUSHE. —(Tendiéndole al NIÑO). ¡Cógelo! (Él lo coge, mirando a su alrededor).
LAVRENTI—Pero no podréis quedaros mucho tiempo. Es muy beata, ¿sabes?
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(GRUSHE está en el cuarto de los trastos, ante un telar. Ella y EL NIÑO,
que se sienta en el suelo, están envueltos en mantas).
LAVRENTI. —¿Por qué estás ahí sentada envuelta como un cochero? ¿Es que hace
demasiado frío en esta habitación?
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LAVRENTI. —Si hiciera demasiado frío, no deberías estar aquí con el niño. Aniko
se haría reproches. (Pausa). Espero que el pope no te haya hecho
demasiadas preguntas sobre el niño...
GRUSHE. —Me ha preguntado, pero yo no le he dicho nada.
LAVRENTI. —Eso está bien. Quiero hablar contigo de Aniko. Es muy buena
persona, pero muy, muy sensible. Basta con que la gente hable de nada
especial sobre la granja para que se alarme. Es tan impresionable, ¿sabes?
Una vez, la vaquera tenía en la iglesia un agujero en la media, y desde
entonces mi querida Aniko lleva siempre dos pares de medias a la iglesia. Es
increíble, pero es su antigua familia. (Escucha). ¿Estás segura de que no hay
ratas aquí? Porque entonces no podrías quedarte. (Se oye un ruido como de
gotas en el tejado). ¿Qué es eso que gotea?
GRUSHE. —Debe de ser algún tonel que pierde.
LAVRENTL—Sí, debe de ser un tonel... Hace ya medio año que estás aquí, ¿no?
¿Qué te decía de Aniko? Naturalmente, no le he contado lo de los coraceros,
tiene el corazón débil. Por eso no sabe que no puedes buscar colocación y
por eso dijo eso ayer. (Vuelven a escuchar cómo caen las gotas de la nieve
derretida). ¿Puedes imaginarte que se preocupa por tu soldado? «¿Y si
vuelve y no la encuentra?», dice, y se queda despierta. «Antes de la
primavera no podrá volver», le digo yo. Es un alma de Dios. (Las gotas caen
más deprisa). ¿Cuándo crees que vendrá él, qué piensas? (GRUSHE guarda
silencio). ¿Piensas también que no antes de la primavera? (GRUSHE guarda
silencio). Ya veo que ni tú misma crees ya que volverá. (GRUSHE no dice
nada). Pero cuando llegue la primavera y la nieve se funda aquí y en los
senderos del paso, no podrás quedarte, porque entonces podrían venir a
buscarte, y porque la gente dice que es un hijo natural.
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LAVRENTI. —(Con vehemencia). Déjame que te diga lo que vamos a hacer.
Necesitas una colocación, dondequiera que vayas, y como tienes un niño
(Suspira) tienes que tener un marido, para que la gente no murmure. Por eso
me he informado con precaución sobre cómo podríamos conseguir un
marido para ti. Grushe, he encontrado uno. He hablado con una mujer que
tiene un hijo, al otro lado mismo de la montaña, en una pequeña granja, y
está de acuerdo.
GRUSHE. —Pero es que yo no puedo casarme con nadie, tengo que esperar a
Simon Jajava.
LAVRENTI. —Desde luego. Todo está pensado. No necesitas un hombre en tu cama
sino un hombre sobre el papel. Y he encontrado uno así. El hijo de la
campesina con la que me he puesto de acuerdo se está muriendo. ¿No es
magnífico? Está dando las boqueadas. Y todo será como habíamos dicho:
“¡Un marido del otro lado de las montañas!” Y cuando tú llegues, él exhalará
su último suspiro y serás viuda. ¿Qué te parece?
GRUSHE. —Podría necesitar un papel con sellos para Michel.
LAVRENTI. —Un sello lo es todo. Sin un sello, ni siquiera el Shah de Persia podría
decir que es el Shah. Y tendrás un refugio.
GRUSHE. ¿Y por qué hace eso la mujer?
LAVRENTI. —Por cuatrocientas piastras.
GRUSHE. --¿Y de dónde las has sacado?
LAVRENTI. —(Contrito). Es el dinero de la leche de Aniko.
GRUSHE. —Allí no nos conocerá nadie... Lo haré.
LAVRENTI. —(Sé levanta). Se lo haré saber enseguida a la campesina. (Sale
rápidamente).
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EL CANTOR. —El novio estaba en su lecho de muerte cuando la novia llegó. La
madre del novio esperaba ante la puerta y le dijo que se apresurara. La novia
traía un niño, el padrino lo escondió durante la boda.
(Una habitación partida por un tabique: de un lado hay una cama. Detrás
del mosquitero yace rígido un hombre muy enfermo. Por el lateral entra
corriendo LA SUEGRA, que arrastra de la mano a GRUSHE. Detrás de
ellos, LAVRENTI con el niño).
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cogido a Micra en brazos, dice que no con la cabeza). No se mueve en
absoluto. Ojalá que no hayamos llegado demasiado tarde. (Escucha. Por el
otro lado entran vecinos, que miran a su alrededor y se van colocando contra
la pared. Empiezan a murmurar oraciones en voz baja. Entra LA SUEGRA
con EL FRAILE).
LA SUEGRA. —(Después de mirar a su alrededor con sorpresa y enojo, al FRAILE).
Ahí los tenemos. (Hace una reverenda a los invitados). Por favor, tengan
paciencia unos minutos. La novia de mi hijo acaba de llegar de la ciudad, y se
va a celebrar una boda de urgencia. (Entra con EL FRAILE en el dormitorio).
Sabía que lo contarías por todas partes. (A GRUSHE). La ceremonia puede
celebrarse enseguida. Aquí están los papeles. Yo y el hermano de la novia...
(LAVRENTI trata de ocultarse en segundo plano, después de haberle vuelto
a quitar deprisa MICHEL a GRUSHE. LA SUEGRA le hace señas de que se lo
lleve). Yo y el hermano de la novia seremos los padrinos.
(GRUSHE hace una reverencia al fraile. Los dos se dirigen hacia la cama.
LA SUEGRA descorre el mosquitero. EL FRAILE empieza a recitar en latín
el texto litúrgico. Mientras tanto, la suegra hace señas continuamente a
LAVRENTI —que, para que el niño no llore, quiere que vea la ceremonia—,
a fin de que se lo lleve. Una vez, GRUSHE mira hacia el niño, y LAVRENTI
le hace señas con la manita del NIÑO).
EL FRAILE. —¿Estás dispuesta a ser para tu marido una esposa fiel, obediente y
buena, y a permanecer con él hasta que la muerte os separe?
GRUSHE. --(Mirando al niño). Sí.
EL FRAILE. —(Al MORIBUNDO). ¿Y estás dispuesto a ser para tu esposa un
esposo bueno y solícito, hasta que la muerte os separe? (Como EL
MORIBUNDO no responde, EL FRAILE repite su pregunta y mira luego a su
alrededor).
LA SUEGRA. —Naturalmente que lo está. ¿No has oído que ha dicho que sí. EL
FRAILE. —Está bien, declaramos celebrado el matrimonio, pero ¿qué pasa con la
extremaunción?
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LA SUEGRA. —De eso nada. El casamiento ha costado ya bastante. Ah tendré que
ocuparme de los invitados al duelo. (A LAVRENTI). ¿Habíamos quedado en
setecientas?
LAVRENTI. —Seiscientas. Y no quiero sentarme con los huéspedes ni, mucho
menos, conocer a nadie. Que te vaya bien, Grushe, y que sepas que cuando
mi hermana viuda venga a visitarme será «bienvenida» por mi mujer,
porque si no, me enfadaré. (Sale. Los invitados al duelo miran con
indiferencia mientras pasa por delante de ellos).
EL FRAILE—¿Y de quién es este niño, si puede saberse?
LA SUEGRA. —¿Qué niño? Yo no veo ningún niño. Ni tú tampoco. ¿Entendido?
Porque, si no, habré visto también muchas cosas que ocurren en la taberna.
Ahora ven.
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UN ALDEANO. —(Al que EL FRAILE ha alargado una botella que se ha sacado del
hábito). ¿Dice usted que hay un crío? ¿Dónde puede haberle pasad eso a
Yusup?
TERCERA MUJER. —En cualquier caso, ella ha tenido suerte al haberse casado
aún, estando él tan mal.
LA SUEGRA. —Ya están chismorreando, mientras devoran los pasteles del velorio,
y si él no se muere hoy, tendré que amasar otra vez mañana.
GRUSHE. —Y0 amasaré.
LA SUEGRA. —Cuando ayer noche pasaron los hombres a caballo y yo salí para ver
quiénes eran y volví a entrar, estaba ahí como muerto. Por eso os hice
llamar. No puede durar mucho. (Escucha).
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(Llevan las bandejas de pasteles a los huéspedes. EL MORIBUNDO se ha
incorporado detrás del mosquitero y saca la cabeza, mirándolas. Luego
vuelve a acostarse. EL FRAILE se ha sacado dos botellas del hábito y se las
ha alargado al CAMPESINO que se sienta a su lado. Han entrado tres
Músicos, a los que EL FRAILE ha saludado con la mano, sonriendo
maliciosamente).
LA SUEGRA. —(A Los MÚSICOS). ¿Qué hacéis aquí con esos instrumentos?
LOS MÚSICOS. —Aquí el hermano Anastasius (Señalando al Fraile) nos dijo que
había una boda.
LA SUEGRA. —¿Cómo, me cargas con otros tres? ¿No sabéis que ahí dentro hay un
moribundo?
EL FRAILE. —Es un trabajo atractivo para un artista. Podría ser una marcha alegre
con sordina o una marcha fúnebre con brío.
LA SUEGRA. —Tocad al menos, porque que comáis no hay quien lo evite.
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(LA SUEGRA expulsa al borracho. Se interrumpe la música. Los invitados
están desconcertados. Pausa).
LOS INVITADOS—(En voz alta). ¿Habéis oído que el Gran Duque ha vuelto?
—Pero si los príncipes están contra él...
—Oh, dicen que el Shah de Persia le ha prestado un gran ejército para que
pueda poner orden en Georgia.
—¿Cómo puede ser eso?
—¡El Shah de Persia es enemigo del Gran Duque!
—Pero también es enemigo del desorden.
—En cualquier caso, la guerra ha terminado.
UNA MUJER. —(A GRUSHE). ¿Te sientes mal? Eso es de la excitación por pobre
Yusup. Siéntate y descansa, querida.
(Se produce una larga pausa. GRUSHE se arrodilla como coger dulces. Sin
embargo, se saca de la blusa la cruz de pía una cadena, la besa y se pone a
rezar).
LA SUEGRA. —(Al ver que los invitados miran a GRUSHE en silencio). ¿Qué te
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pasa? ¿No te vas a ocupar de nuestros invitados? ¿Qué nos importan las
bobadas de la ciudad?
LOS INVITADOS. —(Volviendo a hablar en voz alta, ya que GRUSHE, con la frente
contra el suelo, se ha quedado inmóvil). Se les comprar a los soldados sillas
de montar persas, algunos las cambian por muletas.
—Los de arriba sólo pueden ganar la guerra en un bando, pero los soldados
la pierden en los dos.
—Por lo menos ha acabado la guerra. Ya es algo que no te llamen al servicio
militar. (EL CAMPESINO del lecho se ha incorporado. Escucha).
—Lo que necesitamos son dos semanas aún de buen tiempo. —Nuestros
perales no tienen casi peras este año.
LA SUEGRA. —(Ofreciendo pasteles). Tomad más pasteles. Sin cumplidos. Hay
más.
YUSUP. —¿Cuántos pasteles vas a meterles aún por el gaznate? ¿Te crees que tengo
un ganso que caga monedas de oro? (LA SUEGRA se vuelve y lo mira
espantado. Él asoma por detrás del mosquitero). ¿Dicen que ha terminado la
guerra?
LA PRIMERA MUJER. —(En la otra habitación, amablemente, a GRUSHE). ¿Es
que la joven tiene alguien en el frente?
EL HOMBRE. —Es una buena noticia saber que vuelven a casa, ¿eh?
YUSUP. —No me mires con esos ojos. ¿Dónde está la mujer que me has encajado
como esposa?
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(Todos se ponen de pie alarmados y las mujeres se precipitan hacia la
puerta. GRUSHE, todavía de rodillas, vuelve la cabeza y se queda mirando al
campesino).
YUSUP. —Un banquete de velatorio, eso es lo que os gustaría. Fuera, antes de que
os eche a estacazos. (LOS INVITADOS salen de la casa a toda prisa. Yusup
sombrío, a GRUSHE). Con esto no contabas, ¿eh?
EL CANTOR. —¡Oh confusión! ¡Una esposa se entera de que tiene marido! De día
está el niño. El marido de noche.
Su amado está en camino de noche y de día. Los dos esposos se observan. La
habitación es pequeña.
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GRUSHE. —Ese niño no es hijo del placer, si es eso lo que quiere decir el amo.
YUSUP. —(Se vuelve hacia ella con una sonrisa irónica). Pues no tienes mucho
aspecto de eso. (GRUSHE deja de frotarlo y retrocede. Entra LA SUEGRA).
Pues sí que me has encajado un bicho raro, esto es un pavi y no una mujer.
GRUSHE. — No.
GRUSHE. —No.
YUSUP. —Te ciscas en mí. Eres mi mujer y no lo eres. Cuando te acuestas es como
si no se acostara nadie, y sin embargo no puede acostarse acosta otra.
Cuando voy a los campos temprano estoy muerto de cansancio; cuando me
acuesto por las noches me mantengo despierto como un diablo. Dios te ha
dado un sexo y ¿qué haces tú? Mis tierras no dan lo suficiente para que
pueda pagarme una mujer en la ciudad, y además más tendría que hacer
todo el camino. Una mujer tiene que escardar el campo y abrirse de piernas,
eso es lo que dice nuestro calendario. ¿Me oyes?
YUSUP. —¡No quiere ciscarse en mí! ¡Echa! (LA SUEGRA le echa más agua). ¡Ay!
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EL CANTOR. —Cuando estaba junto al río, lavando la ropa
Veía la imagen de él en el agua, un rostro que palidecía
Al pasar las lunas.
Cuando me levantaba para retorcer la ropa
Oía la voz de él desde el sauce susurrante, y su voz era más débil
Con el paso de las lunas.
Subterfugios y suspiros aumentaban, las lágrimas y el sudor corrían.
Con el paso de las lunas creció el niño.
(Junto a un riachuelo está agachada GRUSHE, sumergiendo la ropa en el
agua. A cierta distancia hay unos niños. GRUSHE habla con MICHEL).
GRUSHE. —Puedes jugar con él, Michel, pero no dejes que te mangonee porque tú
seas más pequeño.
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LA CHICA. —(Grita a GRUSHE). No quiere jugar.
GRUSHE. —(Se ríe). Dicen que hijo de pez sabe nadar.
EL NIÑO MAYOR. —Puedes hacer de Príncipe, si sabes reírte.
EL NIÑO GORDO. —Yo soy el que mejor se ríe. Déjale que te corte una vez la
cabeza, luego se la cortas a él y luego yo.
(EL NIÑO mayor da a MICHEL de mala gana la espada de madera y se
arrodilla. EL GORDO se ha sentado, se da golpes en los muslos se ríe a
mandíbula batiente. LA CHICA llora muy fuerte. MICHEL balancea la
gran espada y corta cabezas, cayéndose al hacerlo).
GRUSHE. —¡Simon!
SIMON. ¿Eres Grushe Vajnazde?
GRUSHE. —¡Simon!
SIMON. —(Ceremonioso). Dios bendiga y dé salud a la señorita.
GRUSHE. —(Se pone de pie contenta y hace una profunda reverencia). Dios diga al
señor soldado. Y alabado sea porque ha vuelto sano y salvo.
SIMON. —Han encontrado peces mayores y por eso no se me han comido, dijo el
bacalao.
GRUSHE. —Valentía, dijo el pinche de cocina; suerte, dijo el héroe.
SIMON. —¿Y cómo están las cosas aquí? ¿Fue soportable el invierno y considerado
el vecino?
GRUSHE. —EI invierno fue un poco duro y el vecino como siempre, Simon.
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SIMON. —¿Y se puede saber si cierta persona sigue teniendo la costumbre de meter
los pies en el agua cuando lava la ropa?
GRUSHE. —La respuesta es que no, por culpa de los que miran en los matorrales.
SIMON. —La señorita habla de soldados. Pero aquí está un habilitado.
GRUSHE. —¿No quiere decir eso veinte piastras?
SIMON. —Y el alojamiento.
GRUSHE. —(Con lágrimas en los ojos). Detrás del cuartel, bajo las palmeras.
SIMON. —Allí exactamente. Veo que echaste una ojeada.
GRUSHE. —La eché.
SIMON. —Y que no te has olvidado. (GRUSHE dice que no con la cabeza).
Entonces, ¿sigue la puerta en sus goznes, como suele decirse? (GRUSHE lo
contempla en silencio y vuelve a decir que no con la cabeza). ¿Qué pasa?
¿Hay algo que no va bien?
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(GRUSHE lo mira desesperada, con el rostro lleno de lágrimas. SIMON
mira fijamente ante sí. Ha cogido un trozo de madera y se ha puesto a
tallarlo).
EL CANTOR. —Tantas palabras se dicen, tantas palabras se callan.
El soldado ha vuelto. De dónde ha vuelto no lo dice.
Escuchad lo que pensó y no dijo:
La batalla empezó al alba, fue sangrienta al mediodía.
El primero cayó delante, el segundo detrás, el tercero a mi lado.
Al primero lo pisé, al segundo lo dejé, al tercero lo atravesó el capitán.
Un hermano mío murió por el hierro, otro hermano murió por el humo.
Fuego salió de mi nuca, mis manos se helaron en los guantes,
los dedos de mis pies en las medias.
He comido brotes de arándano, he bebido caldo de arce,
he dormido en la piedra, en el agua.
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Tuve que desvivirme por lo que no era mío.
Un extraño.
Alguien tiene que ayudar
Porque el arbolito necesita su agua.
¡La ternera se pierde si el pastor se duerme
Y nadie escucha su vagido!
SIMON. —Devuélveme la cruz que te di. O, mejor, tírala al arroyo. (Se, vuelve para
irse).
GRUSHE. —Simon Jajava, no te vayas, ¡no es mío, no es mío! (Oye llamar a los
niños). ¿Qué os pasa, niños?
VOCES. —¡Hay soldados!
—¡Se llevan a Michel!
UN CORACERO. —¿Eres tú la Grushe? (Ella dice que sí con la cabeza). ¿Es tuyo
este niño?
GRUSHE. —Sí. (SIMON se va). ¡Simon!
EL CORACERO. —Tenemos orden judicial de llevar a la ciudad a ese niño hallado a
tu cuidado, porque se sospecha que sea Michel Abashvili hijo del
Gobernador Gueorgui Abashvili y de su mujer Natela Abashvili. Aquí está el
documento con los sellos. (Se llevan al NIÑO).
GRUSHE. —(Corre detrás, gritando). ¡Dejadlo, por favor, es mío!
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EL FUGITIVO. —Me persiguen. Ruego atención exclusiva, formulo propuesta.
AZDAK. —¿Que formulas una propuesta? ¡Es el colmo de la desvergüenza!
¡Formula una propuesta! El mordido se rasca hasta que le sangran los dedos
y la sanguijuela formula una propuesta. ¡Fuera he dicho!
EL. FUGITIVO. —Comprendo su punto de vista, convicción. Pago cien mil piastras
por noche, ¿de acuerdo?
AZDAK. —¿Qué te crees, que puedes comprarme? ¿Por cien mil piastras? Una finca
miserable. Pongamos ciento cincuenta mil. ¿Dónde están?
EL FUGITIVO. —Naturalmente, no las llevo encima. Serán enviadas, espero, no
desconfiar.
AZDAK. —Desconfiar muchísimo. ¡Fuera!
(EL FUGITIVO se levanta y trota hacia la puerta. Una voz desde afuera).
VOZ. —¡Azdak!
AZDAK. —(Grita). No estoy para nadie. (Va hacia la puerta). ¿Otra vez husmeando
por aquí, Shauva?
EL POLICÍA SHAUVA. —(Fuera, lleno de reproche). Otra vez has cazado una
liebre, Azdak. Me prometiste que no volvería a ocurrir.
AZDAK. —(Severo). No hables de lo que no entiendes, Shauva. La liebre es un
animal peligroso y dañino que se come las plantas, especialmente las
llamadas malas hierbas, y por eso debe ser exterminada.
SHAUVA. —Azdak, no seas tan cruel conmigo. Perderé mi puesto si no actúo contra
ti. Ya sé que tienes buen corazón.
AZDAK. —No tengo buen corazón. ¿Cuántas veces tengo que decirte que soy un
intelectual?
72
SHAUVA. —(Astutamente). Lo sé, Azdak. Eres un hombre superior, lo dices tú
mismo; por eso yo, cristiano e ignorante, te pregunto: si le roban una liebre
al Príncipe y yo soy policía, ¿qué debo hacer con el malhechor?
73
EL CANTOR. —Así dio Azdak al mendigo alojamiento aquella noche
Supo que era el Gran Duque en persona, el estrangulador.
Tuvo vergüenza, se denunció a sí mismo y ordenó al policía
Que lo llevan a Nuja, ante el tribunal, para ser juzgado.
(En el patio del juzgado hay TRES CORACEROS bebiendo. De una columna
cuelga un hombre con toga. Entra AZDAK, encadenado y arrastrando a
SHAUVA).
AZDAK. —(Grita). ¡He ayudado a huir al Gran Duque, el gran ladrón, el gran
estrangulador! ¡Pido que se me condene severamente en juicio público, en
nombre de la justicia!
EL PRIMER CORACERO. —¿Quién es ese tío tan raro?
SHAUVA. —Es nuestro amanuense Azdak.
AZDAK. —¡Soy el despreciable, el traidor, el infrascrito! Deja constancia, pies
planos, de que pido que se me lleve encadenado a la capital porque, por
error, di albergue al Gran Duque, o sea, al Gran Sin-vergüenza, como no
descubrí hasta luego, por este documento que encontré en mi cabaña. (LOS
CORACEROS estudian el documento. A SHAUVA). No saben leer. ¡Mirad, el
infrascrito se acusa a sí mismo! Deja constancia de que le he obligado a
caminar detrás de mí la mitad de la noche, para que todo se aclare.
SHAUVA. —Todo con amenazas, eso no está bien por tu parte, Azdak.
AZDAK. —Cierra el pico, Shauva, de esto no entiendes. Llega una nueva era que
caerá sobre ti con rayos y truenos, estás listo, los policías serán eliminados,
pfft. Todo será investigado, descubierto. Es mejor que uno mismo se
entregue, ¿por qué? Porque no se puede escapar del pueblo. Deja constancia
de cómo gritaba yo por la calle de los Zapateros. (Vuelve a hacerlo con
grandes ademanes, mirando de reojo a los comeros). «¡He dejado escapar al
Gran Sinvergüenza por ignorancia, hacedme pedazos, hermanos!». Para
adelantarme a todo.
74
SHAUVA. —Lo consolaron en la calle de los Matarifes y se partieron de risa en la de
los Zapateros, y eso fue todo.
AZDAK. —Pero con vosotros será distinto, lo sé, sois de hierro. Hermanos, ¿dónde
está el juez? Tiene que interrogarme...
EL PRIMER CORACERO. —(Señala al ahorcado). Ahí está el juez. Y deja de
llamamos hermanos, que esta noche tenemos el oído sensible.
AZDAK. —«¡Ahí está el juez!». Esa es una respuesta que nunca se habría oído en
Georgia. Ciudadanos, ¿dónde está Su Excelencia, el Señor Gobernador?
(Señala el patíbulo). Ahí está Su Excelencia, extranjero. ¿Dónde está el
recaudador superior de impuestos? ¿El preboste de reclutamiento? ¿El
patriarca? ¿El jefe de policía? Ahí, ahí, ahí, todos ahí. Hermanos, eso es lo
que esperaba de vosotros.
EL SEGUNDO CORACERO. —¡Alto ahí! ¿Qué esperabas de nosotros, pajarraco?
AZDAK. —Lo que pasó en Persia, hermanos, lo que pasó en Persia.
EL SEGUNDO CORACERO. —¿Y qué fue lo que pasó en Persia?
AZDAK. —Hace cuarenta años, ahorcados todos. Visires, recaudadores de
impuestos.
Mi abuelo, un hombre notable, lo vio. Durante tres días, por todas partes.
EL SEGUNDO CORACERO. —¿Y quién gobernó cuando colgaron al Visir?
AZDAK. —Un campesino.
EL SEGUNDO CORACERO. —¿Y quién mandaba el Ejército?
AZDAK. —Un soldado, un soldado.
EL SEGUNDO CORACERO. --¿Y quién pagaba los salarios?
AZDAK. —Un tintorero, un tintorero pagaba los salados.
EL SEGUNDO CORACERO. —¿No era tal vez un tejedor de alfombras?
EL PRIMER CORACERO. —¿Y por qué pasó todo eso, tú, persa?
AZDAK. —¿Qué por qué pasó todo eso? ¿Hace falta un motivo especial? ¿Por qué te
rascas tú, hermano? ¡La guerra! ¡Una guerra demasiado larga! ¡Y ninguna
justicia! Mi abuelo nos trajo una canción que decía cómo fueron allí las
cosas. Yo y mi amigo, el policía, os la cantaremos (A SHAUVA). Y agarra
fuerte la cuerda, porque viene a cuento.
(Canta. SHAINA lo tiene sujeto con la cuerda).
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¿Por qué no se desangran ya nuestros hijos, ni lloran nuestras hijas?
¿Por qué sólo corre la sangre de las reses en el matadero?
¿Por qué sólo lloran al amanecer los sauces del lago Urmi?
El gran rey quiere tener una nueva provincia, el campesino tiene que dar el
dinero de su leche.
Para conquistar el techo del mundo se derriban los techos de las cabañas.
Nuestros hombres se desplazan a los cuatro puntos cardinales para que los
de arriba puedan festejar en sus casas.
Los soldados se matan entre sí, los señores se saludan entre sí.
Muerden la moneda de los impuestos de la viuda, para ver si es auténtica.
Las espadas se quiebran.
La batalla se ha perdido, pero los yelmos están pagados.
¿Es así? ¿Es así?
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AZDAK. —Por eso no se desangran ya nuestros hijos ni lloran nuestras hijas. Por
eso sólo corre la sangre de las reses en el matadero. Y lloran sólo al
amanecer los sauces del lago Urmi.
EL PRIMER CORACERO. —(Tras una pausa). ¿Vas a cantar esa canción en la
ciudad?
AZDAK. —¿Qué hay de malo en ello?
EL PRIMER CORACERO. —¿Ves ese resplandor rojo de ahí? (AZDAK mira a su
alrededor. En el cielo se ve el resplandor del incendio). Eso es el suburbio.
Cuando el Príncipe Kazbeki hizo cortar la cabeza esa mañana al Gobernador
Abashvili, nuestros tejedores de alfombras se contagiaron también de la
«enfermedad persa» y se preguntaron si el Príncipe Kazbeki no comía
demasiados platos. Y este mediodía colgaron al juez municipal. Sin embargo,
nosotros, los machacamos a dos piastras por tejedor, ¿comprendes?
AZDAK. —(Tras una pausa). Comprendo. (Los mira con temor y se escurre hacia
un costado, sentándose luego en el suelo con la cabeza entre las manos).
EL PRIMER CORACERO. —(Después de haber bebido todos, al TERCERO).
Atención a lo que va a venir.
SHAUVA. —NO creo que sea realmente una persona, señores. Roba alguna gallina,
y de vez en cuando quizás una liebre.
EL SEGUNDO CORACERO. —(Se dirige hacia AZDAK). Has venido a pescar en río
revuelto, ¿eh?
AZDAK. —(Levanta la vista hacia él). No sé por qué he venido.
EL SEGUNDO CORACERO. —¿Eres uno de ésos que se solidarizan con los
tejedores? (AZDAK niega con la cabeza). ¿Y qué pasa con esa canción?
AZDAK. —La sé de mi abuelo. Un hombre tonto e ignorante.
EL SEGUNDO CORACERO. —ESO es. ¿Y qué pasa con el tintorero que pagaba los
salarios?
AZDAK. —Eso fue en Persia.
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EL PRIMER CORACERO. —¿Y con tu autoacusación de no haber ahorcado al Gran
Duque con tus propias manos?
(Nuevas risas).
EL PRÍNCIPE OBESO. —¿Qué motivo hay para reírse, amigos? Permitidme unas
palabras en serio. Los príncipes de Georgia derribaron en l mañana de ayer
al gobierno amante de la guerra del Gran Duque y eliminaron a sus
Gobernadores. Por desgracia, el Gran Duque pudo escapar. En esa hora
decisiva, nuestros tejedores, esos eternos revoltosos, se atrevieron a
organizar un levantamiento y ahorcaron a nuestro querido Ilo Orlieliani,
juez municipal estimado por todos. Ts, ts, ts. Amigos, necesitamos paz, paz,
paz en Georgia. ¡Y justicia! Aquí os traigo a mi querido Bizergan Kazbeki, mi
sobrino, un hombre dotado, que sería el nuevo juez. Y ahora digo: que el
pueblo decida.
El PRIMER CORACERO. —¿ESO quiere decir que vamos a elegir el juez?
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LOS CORACEROS. —(Entre sí). Están cagados porque todavía no han trincado al
Gran Duque.
—Eso se lo tenemos que agradecer a ese amanuense, que lo dejó escapar.
—Todavía no se sienten seguros, y de ahí esos «amigos» y «que el pueblo
decida».
—Ahora quieren incluso justicia para Georgia.
—Pero las prisas son las prisas, y aquí hay mucha prisa.
—Vamos a preguntarle al amanuense, que lo sabe todo sobre la justicia. Eh,
tunante...
AZDAK. —¿Es a mí?
EL PRIMER CORACERO. —(Continuando)... ¿querrías a ese sobrino por juez?
AZDAK. —¿Me preguntáis a mí? ¿No me estaréis preguntando a mí verdad?
EL SEGUNDO CORACERO. —¿Por qué no? ¡De lo que se trata es de reír
AZDAK. —Entiendo que queráis ponerlo a prueba. ¿Tengo razón? ¿No tendríais
algún criminal, alguno espabilado, para que el candidato demostrara lo que
sabe hacer?
EL TERCER CORACERO. —Vamos a ver. Tenemos a los dos médicos de la cerda
del Gobernador. Podemos utilizarlos.
AZDAK. —Alto ahí, eso no vale. No podéis utilizar verdaderos criminales hasta que
el juez haya sido nombrado. Puede ser un cabestro, pero hay que nombrarlo,
porque de otro modo se viola el Derecho, que es algo muy delicado, algo así
como el bazo, al que nunca hay que dar puñetazos, porque se puede producir
la muerte. Podéis colgar a esos dos y el Derecho no resultará nunca
lesionado, porque no habrá ningún juez. El Derecho hay que aplicarlo
siempre con toda seriedad, es tan tonto... Cuando, por ejemplo, uno condena
a una mujer que ha robado un pan de maíz para su hijo, y no lleva la toga
puesta o se rasca durante el juicio, de forma que deja al descubierto más de
un tercio, es decir, cuando se rasca el muslo, la sentencia es un escándalo y el
Derecho queda lesionado. Antes podrían dictar sentencia una toga y un
bonete de juez que un juez sin bonete ni toga. El Derecho desaparece en un
tris si no se tiene cuidado. No probaríais una jarra de vino dándosela a beber
a un perro, ¿por qué? Porque el vino habría desaparecido.
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EL PRIMER CORACERO. —Entonces, ¿qué propones, sabihondo?
AZDAK. —Yo haré de acusado. Y sé también de qué clase. (Les dice algo al oído).
EL PRIMER CORACERO. —¿Tú?
EL SOBRINO. —(A Los CORACEROS). ¿Queréis que me ocupe del caso? Tengo que
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decir que lo encuentro al menos un tanto insólito, quiero decir desde el
punto de vista del buen gusto.
EL PRIMER CORACERO. —Adelante.
EL PRÍNCIPE OBESO. —(Riéndose). Dale lo suyo, zorrillo.
EL SOBRINO. —Muy bien. El pueblo de Georgie contra el Gran Duque. ¿Tiene algo
que alegar, acusado?
AZDAK. —Muchísimas cosas. Naturalmente, he leído que la guerra se ha perdido.
En su momento, declaré la guerra por consejo de patriotas como el tío
Kazbeki. Pido que el tío Kazbeki comparezca como testigo. (Los
CORACEROS se ríen).
EL PRÍNCIPE OBESO. —(A LOS CRIADOS, campechano). ¿Qué tío, eh?
EL SOBRINO. —Rechazada la solicitud. Naturalmente, no puede ser acusado de
haber declarado una guerra, lo que todo gobernante hace de vez en cuando,
sino de haberla dirigido mal.
AZDAK. —Bobadas. No la dirigí en absoluto. Dejé que la dirigieran los príncipes. Y,
naturalmente, la echaron a perder.
EL SOBRINO. —¿Acaso niega haber tenido el mando supremo?
AZDAK. —De ningún modo. Siempre he tenido mando supremo. Ya al nacer,
bronca a la nodriza. Educado para soltar la caca en el retrete. Acostumbrado
a mandar. Siempre he ordenado a los funcionarios que robaran de mis
fondos. Oficiales apalean a culpables sólo cuando yo lo ordeno;
terratenientes duermen con mujeres de campesinos sólo cuando lo ordeno
estrictamente. Tío Kazbeki tiene barriga solo por orden mía.
LOS CORACEROS. —(Aplauden). Es estupendo. —¡Viva el Gran Duque!
EL PRÍNCIPE OBESO. —Zorrillo, ¡respóndele! Estoy contigo.
EL SOBRINO. —Le responderé y de acuerdo con la dignidad de este tribunal.
Acusado, respete la dignidad del tribunal.
AZDAK. —De acuerdo. Le ordeno continuar el interrogatorio.
EL SOBRINO. —A mí no tiene que ordenarme nada. ¿Afirma, pues, que sus
principios lo obligaron a declarar la guerra? ¿Cómo puede decir entonces
que fueron los principios los que echaron a perder la guerra?
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AZDAK. —No enviar suficiente gente, malversar dinero, llevar caballos enfermos,
borrachos en burdeles cuando los ataques. Solicito como testigo al tío Kazs.
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AZDAK. —Son, por tanto, vencedores. Guerra perdida sólo para Georgia, tal como
se nos presenta en el proceso.
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AZDAK. —Habida cuenta de los muchos casos, el tribunal conocerá hoy de dos
asuntos al mismo tiempo. Antes de empezar, un pequeño anuncio: ¡Recibo!
(Alarga la mano. Sólo EL CHANTAJISTA saca dinero y le da). Me reservo el
derecho de sancionar a una de las partes aquí presentes. (Mira al Inválido)
por desacato al tribunal. (Al MÉDICO). Tú eres médico, y tú (AL INVÁLIDO)
te has querellado contra él. ¿Tiene la culpa el médico de tu estado?
EL INVÁLIDO. —Sí señor. Me dio un ataque por su culpa.
AZDAK. —Eso sería negligencia profesional.
EL INVÁLIDO. —Más que negligencia. Le presté a ese hombre dinero para sus
estudios. Nunca me ha devuelto nada y, cuando supe que atendía a sus
pacientes gratuitamente, me dio un ataque.
AZDAK. —Con razón. (AL COJO). ¿Y tú qué haces aquí?
EL COJO. —Soy el paciente, Señoría.
AZDAK. —¿Te curó la pierna?
EL COJO. —No la que era. Tenía reúma en la izquierda, pero me operó la derecha,
y por eso cojeo ahora.
AZDAK. —¿Y eso fue gratis?
EL INVÁLIDO. —¡Una operación de quinientas piastras gratis! Por nada. Por un
«Dios se lo pague». ¡Y yo que le pagué a ese hombre los estudios! (AL
MÉDICO). ¿Te enseñaron en la Facultad a operar por nada?
EL MÉDICO. —Señoría, de hecho, es costumbre cobrar los honorarios antes de una
operación, porque el paciente, antes de ella, paga de mejor gana que
después, lo que es humanamente comprensible. En el presente caso, cuando
me puse a operar, creía que mi criado había recibido ya los honorarios. En
eso me engañé.
84
EL CHANTAJISTA. —Alto Tribunal, soy inocente. Sólo quise saber del
terrateniente en cuestión si realmente había violado a su sobrina. Él me
explicó muy amablemente que no, y me dio el dinero sólo para que mi tío
pudiera estudiar música.
AZDAK. —¡Ajá! (AL MÉDICO). Tú en cambio, doctor, no puedes alegar ninguna
circunstancia atenuante en tu descargo, ¿eh?
EL MÉDICO. —Todo lo más, que errar es humano.
AZDAK. —¿Y tú sabes que un buen médico tiene que tener conciencia de su
responsabilidad cuando se trata de asuntos de dinero? He oído hablar de un
médico que sacó por un dedo dislocado mil piastras, porque descubrió que
tenía algo que ver con la circulación, de lo que un mal médico quizá no se
hubiera dado cuenta, y que otra vez, mediante un tratamiento cuidadoso,
convirtió una vesícula biliar corriente en una mina de oro. No tienes
disculpa, doctor. El comerciante en granos Uxu hace que su hijo estudie
medicina para que aprenda el comercio, así de buenas son nuestras
facultades de medicina. ¿Cómo se llama ese terrateniente?
SHAUVA. —No desea ser nombrado.
AZDAK. —Dictaré sentencia. El Tribunal considera probado el chantaje, y a ti (Al
INVÁLIDO) se te condena a mil piastras de multa. Si tienes otro ataque, el
médico tendrá que tratarte y, en su caso, amputarte gratis lo que sea. (Al
Cojo). Tú recibirás como indemnización una botella de aguardiente. (Al
CHANTAJISTA). Tú tendrás que pagar la mitad de tus honorarios al fiscal,
para que el tribunal calle el nombre del terrateniente, y además se te
aconseja que estudies medicina, porque tienes cualidades para esa profesión.
Y a ti, médico, se te absuelve de tu imperdonable error profesional. ¡Los
siguientes casos!
EL CANTOR CON SUS MÚSICOS. —Ay, lo sensato no es barato y lo caro no es
descaro
Derecho es dar gato por liebre.
Por eso quiero un tercero que nos refrene y ordene
Lo que hace Azdak con fiebre.
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(De un caravanserrallo de la carretera militar sale AZDAK, seguido del
POSADERO, un anciano de larga barba. Detrás, EL CRIADO y SHAUVA
llevan la silla del juez. UN CORACERO se cuadra, con el estandarte de los
coraceros).
AZDAK. —Dejadla ahí. Aquí hay por lo menos brisa y un poco de aroma de los
limoneros de otro lado. Es bueno administrar justicia al aire libre. El viento
levanta las faldas y se ve lo que hay debajo. Shauva, hemos comido
demasiado. Estos viajes de inspección resultan cansados. (AL POSADERO).
¿Se trata de tu nuera?
EL POSADERO. —Señoría, se trata del honor familiar. Presento querella en
nombre de mi hijo, que está por negocios al otro lado de las montañas. Éste
es el criado que ha faltado y ésta de aquí es mi infortunada nuera.
86
LUDOVIKA. —(Como si recitase). Cuando entré en el establo para ver al nuevo
potrillo, él dijo inesperadamente: «Qué calor hace hoy» y me la mano en el
pecho izquierdo. Yo le dije: «No haga eso», pero él siguió tocándome
indecentemente, lo que provocó mi furia. Antes de que pudiera adivinar su
intención pecaminosa, se me acercó demasiado. Ya había ocurrido todo
cuando mi suegro entró y, por error comenzó a darme patadas.
EL POSADERO. —(Explicándolo). Poniéndome en el lugar de mi hijo.
AZDAK. —(Al criado). ¿Reconoces que empezaste tú?
EL CRIADO. —Sí, señor.
AZDAK. — Ludovika, ¿te gustan los dulces?
LUDOVIKA. —Sí, y las semillas de girasol.
AZDAK. —¿Te gusta estar mucho rato sentada en la tina de baño?
LUDOVIKA. —Media hora o cosa así.
AZDAK. —Señor fiscal, deja tu cuchillo ahí en el suelo. (SHAUVA lo hace).
LUDOVIKA, vete ahí y coge el cuchillo del fiscal.
AZDAK. —(La señala con el dedo). ¿Veis eso? ¿Cómo se menea? Queda descubierta
la parte culpable. La violación ha sido demostrada. Por comer demasiado,
especialmente dulces, por estar mucho tiempo en agua tibia, por tu pereza y
una piel demasiado suave, has violado a este pobre hombre. ¿Crees que
puedes andar por ahí con ese trasero y salir bien librada del tribunal? Se
trata de un ataque premeditado con arma peligrosa. Se te condena a
entregar al tribunal el caballito bayo que suele montar tu suegro poniéndose
en el lugar de su hijo, y a ir ahora conmigo al establo, a fin de que el tribunal
pueda inspeccionar el lugar de los hechos, Ludovika.
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EL CANTOR CON SUS MÚSICOS. —Cuando arriba disputaban, los de abajo no
pagaban
Cual relojes que marcasen su tictac.
Y las rutas retorcidas, con sus pesos y medidas
Recorría el juez del pobre, el juez Azdak.
(La silla de juez de AZDAK está en medio de una taberna. TRES GRANDES
PROPIETARIOS comparecen ante Azdak, a quien SHAUVA sirve vino. En
un rincón hay UNA VIEJA campesina. Bajo la puerta abierta y fuera, los
habitantes del pueblo como espectadores. UN CORACERO hace guardia
con el estandarte de los coraceros).
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Los GRANDES PROPIETARIOS. —Se trata de mi jamón, Señoría.
—Se trata de mi vaca, Señoría.
—Se trata de mi campo, Señoría.
AZDAK—Madrecita, ¿qué tienes que decir a eso?
LA VIEJA. —Señoría, hace cinco semanas llamaron de noche a mi puerta, hacia la
madrugada, y fuera había un hombre con barba y una vaca, que me dijo:
«Querida mujer, soy el milagroso San Banditus y, como tu hijo cayó en la
guerra, te traigo esta vaca como recuerdo. Cuídala bien.
Los GRANDES PROPIETARIOS. —¡El bandido Iraldi, Señoría!
—¡Su cuñado, Señoría! ¡El ladrón de ganado el incendiario!
—¡Habría que cortarle la cabeza!
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EL PRIMER GRAN PROPIETARIO. —Yo sé qué fue lo que les tocó.
AZDAK. —Está bien. Nos lo dirá más tarde. ¡Sigue!
LA VIEJA. —Señoría, el siguiente que se convirtió en buena persona gran
propietario Shuteff, un diablo, como todo el mundo sabe. San Banditus hizo
que me perdonase el arrendamiento del pequeño campo.
EL SEGUNDO GRAN PROPIETARIO. —Porque me mataron mis vacas en el campo
a cuchilladas.
LA VIEJA. —(A una señal de AZDAK). Y luego, una mañana entró el jamón volando
por la ventana. Me dio en los riñones y todavía cojeo, vea, Señoría. (Da unos
pasos. EL BANDIDO se ríe). Y yo os pregunto, Señoría: ¿cuándo ha ocurrido
que una pobre vieja reciba un jamón, si no es por un milagro?
90
furtivamente). Y tú, madrecita, y tú, hombre piadoso, vaciad una jarra de
vino con el fiscal y Azdak.
(La silla de AZDAK está otra vez en el patio del tribunal. AZDAK está
sentado en el suelo, remendándose un zapato y hablando con SHAUVA. Se
oyen ruidos fiera. Por detrás del muro llevan la cabeza del príncipe obeso
en una pica).
AZDAK. — Shauva, los días de tu servidumbre están contados, quizás incluso los
minutos. Te he sujetado el mayor tiempo posible con el freno de hierro de la
razón, que ha hecho sangrar tu boca, te he azotado con las razones de la
razón y te he maltratado con la lógica. Eres por naturaleza un hombre débil y
cuando se te arroja astutamente un argumento, tienes que devorarlo con
ansia, no te puedes contener. Por naturaleza, tienes que lamer la mano de
algún superior, pero pueden ser superiores muy distintos, y ahora vendrá tu
liberación y pronto podrás seguir otra vez tus impulsos, que son bajos, y tu
instinto infalible que te dice que tienes que plantar las gruesas suelas de tus
91
zapatos en el rostro de la gente. Porque los tiempos de la confusión y del
desorden han pasado, y no han venido los grandes tiempos descritos en la
canción del caos, que vamos a cantar otra vez, en recuerdo de esos tiempos
maravillosos; siéntate y no desentones. No tengas miedo, se puede cantar
muy bien y tiene un estribillo popular (Canta).
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siento siempre. (SHAUVA trae de la silla del juez el libro, que AZDAK abre).
Éste es el código, y yo lo he utilizado siempre, de eso eres testigo.
SHAUVA. —Sí, para sentarte encima.
AZDAK. —Lo mejor será que consulte ahora lo que me pueden hacer. El haber
hecho la vista gorda con los que no tienen nada me costará caro. He ayudado
a los pobres a ponerse en pie sobre sus delgadas piernas, y eso me lo
reprocharán por borracho; he mirado los bolsillos de los ricos y eso es falso
testimonio. Y no puedo esconderme en parte alguna, porque todos me
conocen, ya que he ayudado a todos.
SHAUVA. —Alguien llega.
AZDAK. —(Poniéndose en pie agitado, se dirige vacilando hacia la silla). Se acabó.
Pero no le daré a nadie el gusto de mostrar grandeza de alma. Te pido piedad
de rodillas, no te vayas ahora, se me cae la baba. Me da miedo morir.
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6
EL CÍRCULO DE TIZA
EL CANTOR. —Oíd ahora la historia del proceso del hijo del Gobernador Abashvili
Con la determinación de la madre verdadera Mediante la famosa prueba del círculo
de tiza.
GRUSHE. —Al principio pensaba que se lo devolvería, pero luego pensé que ella no
volvería.
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LA COCINERA. —Y una falda prestada también abriga, ¿no? (GRUSHE asiente).
Juraré lo que tú quieras, porque eres una persona decente. (Repite de
memoria). Lo tenía a mi cuidado, por cinco piastras, y Grushe lo recogió el
Domingo de Pascua por la noche, cuando se produjeron los disturbios. (Ve al
soldado JAJAVA, que se aproxima). Pero con Simón te has portado mal, he
hablado con él y no puede entenderlo.
GRUSHE. --(Que no lo ve). No puedo ocuparme ahora de ese hombre que no
quiere comprender.
LA COCINERA. —Ha comprendido que el niño no es tuyo, pero que estés casada y
no puedas ser libre hasta que la muerte te separe, eso no lo comprende.
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LA COCINERA. —Esperemos que no le haya pasado nada. Con otro tendrías menos
posibilidades que dientes tiene una gallina.
EL CORACERO. —(Que ha preguntado por el juez, le informa). Sólo hay dos viejas
y un niño. El juez se ha largado.
EL OTRO CORACERO. - ¡Seguid buscando!
LA COCINERA. —¿Era él? (GRUSHE asiente). Creo que cerrará el pico. Si no,
tendría que reconocer que persiguió al niño.
GRUSHE. —(Aliviada). Casi se me había olvidado ya que salvé al niño de
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LA MUJER DEL GOBERNADOR. —Pero si no he dicho nada, Ilo Shuboladze. Me
gusta el pueblo y su buen juicio, sencillo y recto, sólo es su olor que me da
dolor de cabeza.
EL SEGUNDO ABOGADO. —Apenas habrá espectadores. La mayor parte de la
población ha cerrado sus puertas a causa de los alborotos del suburbio.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —¿Es ésa?
EL PRIMER ABOGADO. —Le mego, señora Natela Abashvili, que se abstenga de
toda clase de invectivas hasta que estemos seguros de que el Gran Duque ha
nombrado al nuevo juez y nos hemos librado del actual juez en funciones,
que es posiblemente lo más innoble que se ha visto nunca con toga de juez. Y
las cosas parecen estarse ya moviendo, mire.
97
(Entre gritos de «¡Cógelo!» y «¡No lo quiero!», se arrojan unos a otros a
AZDAK, hasta que él se derrumba, y entonces lo levantan y lo colocan bajo
la horca).
EL JINETE CUBIERTO DE POLVO. —Alto ahí, aquí está el despacho del Gran
Duque sobre los nuevos nombramientos.
EL CABO. —(Ruge). ¡Silencio!
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EL CABO. —(Señalando a Los GRANDES PROPIETARIOS). ¡Que se los lleven! (Se
los llevan, entre reverencias incesantes). Cuidad de que Su Señoría no vuelva
a ser molestado. (Sale con EL JINETE CUBIERTO DE POLVO).
LA COCINERA. —(A SHAUVA). Ella ha aplaudido. Esperemos que la haya visto.
EL PRIMER ABOGADO. —Es una catástrofe.
AZDAK. —EI tribunal debe saber cuáles son los honorarios del abogado.
99
EL PRIMER ABOGADO. —(Asombrado). ¿Cómo dice? (AZDAK se frota
amigablemente índice y pulgar). ¡Ah! Quinientas piastras, Señoría, para
responder a la insólita pregunta del tribunal.
AZDAK. —¿Habéis oído? La pregunta es insólita. La hago porque lo escucharé de
forma muy distinta si sé que es usted bueno.
EL PRIMER ABOGADO. —(Se inclina). Gracias, Señoría. ¡Alto Tribunal! Los lazos
de sangre son los más fuertes. Madre e hijo, ¿existe alguna relación más
íntima? ¿Se puede arrebatar un hijo a su madre? ¡Alto tribunal! Hasta la
feroz tigresa, cuando le roban sus cachorros, vaga por los montes sin
descanso, convertida en una sombra. La Naturaleza misma...
AZDAK. —(Interrumpiéndolo, a GRUSHE). ¿Qué puedes responder a eso y a todo
lo que el señor abogado va a decir aún?
GRUSHE. —Que el niño es mío.
AZDAK. —¿Eso es todo? Espero que puedas probarlo. En cualquier caso, te exhorto
a que me digas por qué crees que debo darte el niño.
GRUSHE. —Yo lo crié a ciencia y a conciencia, y siempre encontré algo de comer
para él. La mayor parte del tiempo ha tenido un techo s su cabeza y he
sufrido por su causa toda clase de adversidades. Nunca tuve en cuenta mi
comodidad. He enseñado al niño a ser amable con todos y, desde el
principio, a trabajar en lo que pueda, porque todavía es pequeño.
EL PRIMER ABOGADO. —Señoría, resulta significativo que esa mujer no haga
valer ningún vínculo de sangre entre ella y el niño.
AZDAK. —El Tribunal toma nota de ello.
EL PRIMER ABOGADO. —Gracias, Señoría. Permitid que una madre agobiada,
que perdió ya a su esposo y que ahora teme también perder hijo, os dirija
unas palabras. Señora Natela Abashvili...
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EL SEGUNDO ABOGADO. —(Interrumpiéndola bruscamente). Es inaudito cómo
se trata a esta mujer. Se le prohíbe la entrada en el palacio de su marido, se
le niegan las rentas de sus bienes, se le dice fríamente que depende del
heredero, que no puede hacer nada sin el niño, ¡ni siquiera puede pagar a
sus abogados! (Al PRIMER ABOGADO, que, desesperado por el exabrupto,
le hace gestos frenéticos para que se calle). Mi querido Ilo Shuboladze, ¿por
qué no decir que, en definitiva, se trata de los bienes de los Abashvili?
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LA COCINERA. —El niño estaba a mi cuidado, Señoría, por cinco piastras.
SEGUNDO ABOGADO. —Ese hombre es el prometido de Grushe, Alto Tribunal, y
por ello su declaración no es digna de crédito.
AZDAK. —¿Eres tú quien se casó con ella en el pueblo?
SIMON. —NO, Señoría, ella se casó con un campesino.
AZDAK. —(Haciéndole señas a GRUSHE para que se acerque). ¿Por qué?
(Señalando a Simón). ¿No vale nada en la cama? Di la verdad.
GRUSHE. —A eso no hemos llegado. Me casé por el niño. Para que tuviera un techo
sobre su cabeza. (Señalando a SIMON). Él estaba en la guerra, Señoría.
AZDAK. —Y ahora él quiere volver contigo, ¿no?
SIMON. —Quisiera dejar constancia en acta de que...
GRUSHE. —(Furiosa). Ya no soy libre, Señoría.
AZDAK. —¿Y ese niño, según dices, procede de la prostitución? (GRUSHE no
responde). Te estoy haciendo una pregunta: ¿qué clase de niño es? ¿Un
andrajoso bastardo de la calle o un niño fino, de familia acomodada?
GRUSHE. —(Enfadada). Un niño corriente.
AZDAK—Quiero decir: ¿mostró pronto rasgos de refinamiento?
GRUSHE. —Mostró una nariz en medio de la cara.
AZDAK. —Mostró una nariz en medio de la cara. Eso lo considero como una
respuesta importante. Se dice de mí que, antes de dictar un fallo, salgo a oler
un ramo de rosas. Son recursos que hoy resultan necesarios. Ahora voy a
abreviar sin oír más mentiras vuestras (A GRUSHE), especialmente las
tuyas. Puedo imaginarme todo lo que vosotros (Al grupo de ABOGADOS)
habéis tramado para ciscaros en mí, os conozco. Sois unos farsantes.
GRUSHE. —(De pronto). ¡Ya lo creo que vais a abreviar, después de lo que habéis
recibido!
AZDAK. —Cierra el pico. ¿Acaso he recibido algo de ti?
GRUSHE. —(Aunque LA COCINERA trata de contenerla). Porque no tengo nada.
AZDAK. —Exactamente. De los muertos de hambre no recibo nada, porque si no,
me moriría de hambre. Queréis justicia, pero ¿estáis dispuestos a pagarla?
Cuando vais al carnicero sabéis que tendréis que pagar, pero al juez vais
como a un festín de duelo.
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SIMON. —(En voz alta). «Cuando vinieron a herrar el caballo, alargó la pata el
tábano».
AZDAK. _ (Aceptando de buena gana el desafío). «Vale más un tesoro en la letrina
que una piedra en el manantial».
SIMÓN. —«Hermoso día, ¿vamos a pescar?, dijo el pescador al gusano».
AZDAK. —«Soy mi propio dueño, dijo el criado cortándose una pierna.
SIMÓN. —«Os quiero como un padre, dijo el zar a los campesinos, y ordenó
decapitar al zarévich».
AZDAK. —«No hay peor enemigo de un necio que él mismo».
SIMON. —Pero «¡Un cuesco no tiene nariz!».
AZDAK. —Diez piastras de multa por utilizar lenguaje indecente ante el tribunal,
para que aprendas lo que es justicia.
GRUSHE. —Bonita justicia. A nosotros nos vuelves locos porque no sabemos
hablar tan finamente como ésa y sus abogados.
AZDAK. —Así es. Sois demasiado tontos. Y es justo que os den en la cresta.
GRUSHE. —¡Porque quieres darle el niño a ésa, que es demasiado fina para haber
sabido nunca cómo cambiarle los pañales! Tú sabes de justicia lo mismo que
yo, para que te enteres.
AZDAK. —En eso tienes algo de razón. Soy un hombre ignorante, ni siquiera llevo
unos calzoncillos largos debajo de la toga, mira. Todo se me va en comer y
beber, me eduqué en un convento. Por lo demás, te multo con diez piastras
por insulto al tribunal. Y además eres una persona totalmente tonta, que se
mete conmigo en lugar de hacerme ojitos y menear un poco el trasero para
conquistar mi benevolencia. Veinte piastras.
GRUSHE. —Aunque sean treinta, te voy a decir lo que pienso de tu justicia,
cebollón borracho. ¿Cómo puedes atreverte a hablar conmigo como si fueras
Isaías salido de la vidriera de la iglesia, como un señor? Cuando te sacaron
de tu madre, no estaba previsto que le darías en los dedos si robabas en
algún lado un platito de guisantes y ¿no te da vergüenza verme temblando
ante ti? Pero tú te has convertido en su criado, para que no les quiten las
casas que robaron. ¿Desde cuándo pertenecen las casas a las chinches? Sin
embargo, tú vigilas, por-que de otro modo no podrían arrastrar a nuestros
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hombres a la guerra, eres un vendido. (AZDAK se ha levantado. Está
radiante. Golpea en la mesa con su martillito, sin convicción, como para
imponer silencio, pero cuando continúan los improperios de GRUSHE, se
limita a llevar el compás). No siento el menor respeto por ti. No más que
ante un ladrón y un salteador con un cuchillo que hace lo que quiere. Puedes
quitarme al niño, cien contra uno, pero te voy a decir una cosa: para una
profesión como la tuya habría que elegir sólo a corruptores de menores y
usureros, como castigo, para que tuvieran que juzgar a sus semejantes, lo
que es peor que colgar de una horca.
AZDAK. —(Se sienta). Ahora son treinta, y no voy a pelearme más contigo como si
estuviéramos en una taberna, ¿adónde iría a parar mi dignidad de juez? He
perdido todo interés por tu caso. ¿Dónde están los dos que había que
divorciar? (A SHAUVA). Hazlos entrar. Suspendo esta vista por un cuarto de
hora.
EL PRIMER ABOGADO. —(Mientras sale SHAUVA). Si no alegamos nada más,
tenemos la sentencia en el saco, señora.
LA COCINERA. —(A GRUSHE). Te has puesto a mal con él. Ahora te quitará el
niño.
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hostilidad). He visto que te interesa la justicia. No creo que el niño sea tuyo,
pero, aunque fuera tuyo, mujer, ¿no querrías que fuera rico? Sólo tendrías
que decir que no es tuyo. E inmediatamente tendría un palacio y muchos
caballos en sus establos y muchos mendigos a su puerta, muchos soldados a
su servicio y muchos peticionarios en su corte, ¿no? ¿Qué me respondes?
¿No quieres que sea rico?
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GRUSHE. —No es cierto. No me han dado tiempo para ponerle su camisa buena.
LA MUJER DEL GOBERNADOR. —¡Estaba en una pocilga!
GRUSHE. —(Irritada). No soy una cerda, pero hay otras que sí lo son. ¿Dónde
dejaste a tu niño?
LA MUJER DEL. GOBERNADOR. —Te voy a dar lo que te mereces, ordinaria.
(Quiere precipitarse sobre GRUSHE, pero Los ABOGADOS la contienen).
¡Es una criminal! ¡Debe ser azotada inmediatamente!
EL SEGUNDO ABOGADO. —(Le tapa la boca). ¡Señora Natela Abashvili! Me había
prometido... Señoría, los nervios de la demandante...
AZODAK. —¡Demandante y demandada! El tribunal ha escuchado vuestro caso sin
conseguir determinar con claridad quién es la verdadera madre de este niño.
Yo, como juez, tengo el deber de buscar para él una madre. Haré una prueba.
Shauva, coge un trozo de tiza. Traza un círculo en el suelo. (SHAUVA traza
un círculo de tiza en el suelo). ¡Pon dentro al niño! (SHAUVA coloca a
MICHEL, que sonríe a GRUSHE, dentro del círculo). ¡Demandante y
demandada, colocaos junto al círculo, las dos! (LA MUJER DEL
GOBERNADOR y GRUSHE se colocan junto al círculo). Coged al niño de la
mano. La verdadera madre tendrá fuerza sacarlo del círculo por su lado.
(LA MUJER DEL GOBERNADOR saca al niño del círculo por su lado.
GRUSHE lo ha soltado, quedándose de pie atónita).
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GRUSHE. —No lo he sujetado bien. (Corre hacia AZDAK). Señoría, retiro lo que he
dicho contra vos, os pido perdón. Si pudiera conservarlo sólo hasta que él
supiera todas las palabras. Sólo sabe algunas.
AZDAK. —¡No trates de influir en el tribunal! Me apuesto cualquier cosa a que tú
misma no sabes más de veinte. Está bien, haré la prueba otra vez, para que
sea definitiva. (LAS DOS MUJERES se colocan de nuevo). ¡Tirad!
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GRUSHE. —Lo mejor será que esta noche salgamos ya de la ciudad, ¿Eh, Michel?
(Quiere poner al NIÑO sobre sus hombros. A SIMÓN). ¿Te gusta?
SIMÓN. —(Coge al NIÑO sobre sus propios hombros). Comunico respetuosamente
que me gusta.
GRUSHE—Y ahora te diré una cosa: lo recogí porque me prometí ese Domingo de
Pascua. De forma que es un hijo del amor. Michel, vamos a bailar.
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BIOGRAFÍA DE BERTOLT BRECHT
(Alemania, 1898-1956)
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En 1924, había empezado Brecht a estudiar el marxismo, y, desde 1928 hasta la
llegada de Hitler al poder, escribió y estrenó varios dramas didácticos musicales. La
ópera Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny (1927-1929), también con
música de Weill, volvía a criticar severamente el capitalismo. La preocupación por la
justicia fue un tema fundamental en su obra. Durante este periodo inicial de su
carrera, Brecht dirigía a los actores y empezó a desarrollar una teoría de técnica
dramática conocida como teatro épico.
Rechazando los métodos del teatro realista tradicional, prefería una forma narrativa
más libre en la que usaba mecanismos de distanciamiento tales como los apartes y
las máscaras para evitar que el espectador se identificara con los personajes de la
escena. Brecht consideraba esta técnica de alienación, la -distanciación-, como
esencial para el proceso de aprendizaje del público, dado que eso reducía su
respuesta emocional y, por el contrario, le obligaba a pensar. Ejemplos, que incluía
las obras La toma de medidas, La excepción y la regla, El que dice sí y el que dice no,
es la expresión más radical del propósito socialista de Brecht.
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del Este, ya que su pesimismo moral chocaba con el ideal soviético del socialismo
realista. A lo largo de su vida escribió también varias colecciones de poemas, que,
con sus obras de teatro, lo sitúan entre los más grandes autores alemanes. Murió el
14 de agosto de 1956 en Berlín.
Obras:
Fuente: https://www.epdlp.com/escritor.php?id=1497
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