Adios A Fontanarrosa

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 71

17:50 | jueves, 19 de julio de 2007

No te vayas, campeón

Podemos hablar de la temperatura, de la política y hasta del


fútbol. Hasta podemos hablar del gol en contra de Ayala en la
final de la Libertadores sin que se nos estruje el corazón, pero
hablar del Negro Fontanarrosa cuando recién se nos ha ido es
hoy algo muy difícil. Por eso no creo que de aquí salga "Nada
del otro mundo", sino solamente algunas ideas sueltas

Claudia Bonato

Es sencillo conmover y hacer llorar a quienes habitan países


plagados de conflictos y necesidades insatisfechas, por eso
tiene mucho más valor la tarea de quien en contra de todos
los pronósticos posibles, que auguran que las cosas pueden
empeorar, arremete a contrapelo con el humor y es capaz de
arrancarnos una sonrisa.

Los diarios y las radios del mundo no dejan de llamarnos para


pedir detalles y confirmaciones sobre su muerte, porque su
trabajo trascendió los límites de la ciudad y del país. Rosarino
y de Central (perdón, primos del parque), el Negro supo
romper las barreras y desafiar en el Congreso de la lengua las
arbitrariedades caprichosas del idioma.

Como de La mesa de los galanes no ha sido el primero en irse,


Cuando se lo cuente a los muchachos, tal vez nadie haga
comentarios lacrimógenos, ni augure catástrofe alguna a
causa de su muerte; lo más probable es que como hasta en el
último día de su vida, se dediquen a hablar de fútbol y de
mujeres ¿De qué otra cosa si no?

Te digo más, aunque todos sabíamos que esto sucedería de un


momento a otro, en la redacción de a ratos nos miramos
deseando que haya sido Nada más que un sueño.
Cómo no amar a alguien que te hace tan feliz, cómo no
querer, y extrañar de ahora en más, a quien nos ayudó a
convencernos (aunque ya lo sabíamos) de que El mundo ha
vivido equivocado y probablemente siga haciéndolo.

Uno nunca sabe cuánto tardará en borrarse nuestro nombre


de la mente de la gente cuando hayamos desaparecido, pero
sí entiende que cuando un artista se muere, su imagen se
esfuma y no alcanzan Los heraldos negros para expresarlo, ni
sumergirnos en Bahía desesperación para hallar consuelo.

Sólo nos queda la magia y la esperanza de que a lo mejor


desde arriba el Negro pueda mover los hilos, y la próxima vez
que Central juegue una copa (sí, sueño ¿y qué?) incline la
cancha y goleemos al Cruz Azul, como no pudimos aquella
noche del 2001, y pasemos a la final, y ganemos y demos la
vuelta y seamos felices.

Y entonces podrá cantar: "A mí no me interesa en que cancha


jugues / local o visitante, yo te voy a ver / ni la muerte nos va
a separar / desde el cielo te voy a alentar".

A los 62 años se fue Fontanarrosa,


ídolo y emblema de los rosarinos
La Casa Rosada decretó Día de Duelo de la Cultura Nacional.
Lo llora todo el país

Javier Felcaro / La Capital

Roberto Fontanarrosa, uno de los artistas más destacados y


queridos de la ciudad, murió ayer de un paro
cardiorrespiratorio a los 62 años. Al Negro le ganó el partido
una esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad contra la que
luchaba desde 2003.

Si bien el mal neurológico minó paulatinamente sus funciones


motrices, el humorista gráfico y escritor conservó su particular
lucidez hasta último momento. Su muerte se produjo a las 15,
en el Sanatorio Centro (Paraguay y San Luis), a donde había
ingresado una hora antes.

Un escueto comunicado firmado por el director médico, Carlos


Mackey, expresó que llegó al sanatorio “con un cuadro de
insuficiencia respiratoria severa y se le realizaron maniobras
de soporte habituales”, pese a lo cual murió.

El avance de la enfermedad lo obligó el año pasado a


movilizarse en silla de ruedas. Y fue internado varias veces en
estado crítico, llegando a necesitar asistencia respiratoria. En
los últimos días había retornado a su hogar, donde el
miércoles se reunió con integrantes de la mesa de los galanes.

Conmoción. Mientras toda la Argentina comenzaba a llorar su


partida, el intendente Miguel Lifschitz (“su obra monumental
se agigantará con el tiempo”, dijo) ofreció el Palacio de los
Leones para el velatorio, pero la segunda esposa y el hijo de
Fontanarrosa optaron por la cochería Bassi —Salta 3070— y el
no envío de ofrendas florales a cambio de la donación de su
valor a entidades benéficas.

Los restos del dibujante serán inhumados hoy, a las 11, en el


cementerio Parque de la Eternidad (Granadero Baigorria). La
Casa Rosada declaró “día de duelo de la cultura nacional” y el
gobierno santafesino adhirió por decreto a la manifestación de
dolor y pesar. La Municipalidad dispuso mantener la jornada la
bandera argentina a media asta en los edificios públicos y el
mástil mayor del Monumento.

Fontanarrosa nació en Rosario el 26 de noviembre de 1944 y,


pese a que en la escuela no fue buen alumno y dejó los
estudios tras repetir tercer año del secundario, su estilo irónico
y telúrico lo consagró.
Comenzó trabajando en publicidad y luego se volcó al dibujo
humorístico, emprendiendo una carrera ascendente y
cosechando aplausos del público, colegas y críticos, incluso del
resto del mundo. También mantuvo una fidelidad
inquebrantable con Rosario, de la que nunca se alejó.

Participó de distintos proyectos gráficos y culturales, como las


revistas Risario, Boom y La Cebra a Lunares, pero su obra
trascendió la ciudad: en el diario Clarín (y su semanario Viva)
publicó durante años tiras humorísticas. Además, colaboró con
los libretos del grupo Les Luthiers y sus relatos fueron llevados
al teatro y la televisión.

Sus personajes célebres fueron “Inodoro Pereyra, el Renegáu”,


un gaucho con dudas profundamente existenciales, y “Boogie,
el Aceitoso”, inspirado en “Harry el Sucio” de Clint Eastwood.
Aunque también publicó libros de cuentos y novelas, entre
ellos “Los trenes matan a los autos” y “El mundo ha vivido
equivocado”.

Al Negro lo caracterizó su fanatismo por la redonda y,


fundamentalmente, Rosario Central. El cuento “19 de
diciembre de 1971”, acerca de la histórica palomita de Aldo
Poy a Newell´s, es un clásico de la literatura futbolística. En la
actualidad, el equipo de Arroyito luce en su camiseta la
mascota creada especialmente por Fontanarrosa: “El Canaya”.

Entre las décadas del 70 y del 80, fue habitué del bar El Cairo
(Santa Fe y Sarmiento), donde los miércoles compartió
infinitas charlas con sus amigos de siempre. Ayer dejaron una
mesa y una silla vacía en su honor.

En noviembre de 2004 expuso en el III Congreso de la Lengua


Española, realizado en Rosario, sorprendiendo a los
académicos con su pedido de amnistía a las malas palabras.
“No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza, que
un pelotudo”, descerrajó.
El Senado de la Nación le entregó, el 26 de abril de 2006, la
mención de honor Domingo Sarmiento por su vasta trayectoria
y aportes culturales. Fue una de las tantas distinciones
recibidas en los últimos meses.

El 18 de enero pasado, Fontanarrosa anunció que dejaba de


dibujar por la pérdida del completo control de su mano
derecha. Sin embargo, siguió guionando sus personajes,
heredados por Crist y Oscar Salas, colegas y amigos.

Luego, el 12 de abril, unos 200 dibujantes de todo el mundo


homenajearon en internet al Negro y a su pasión por el fútbol
a través de un blog. Sábat, Nik, Sendra y Beas, entre otros,
aportaron ilustraciones.

Hasta en el lanzamiento de la candidatura presidencial de


Cristina Fernández se pidió ayer un minuto de silencio en
memoria de Fontanarrosa. Horas antes de morir, su editor,
Daniel Divinsky, había intercambiado mails con el escritor
sobre un libro de cuentos que quería publicar.

El mundo del fútbol también de luto


No sólo el mundo del dibujo y las letras sufren la partida de
Fontanarrosa. Es que, como fanático de Central y sobre todo
como quien supo amalgamar literatura y fútbol con maestría,
su muerte golpeó a los que compartieron charlas, partidos y
amistades en el ámbito deportivo.

“Nuestra amistad se forjó en las dos etapas que estuve en


Central, pero con el tiempo se acentuó. Lo que me quedó
marcado del Negro es que cuando volvía a Rosario, él siempre
estaba en el mismo lugar. Era una persona que vivía y sufría
por Central”, recordó el ex técnico canalla Miguel Angel Russo.
Entre los recuerdos, están los cumpleaños. “El Negro tenía por
costumbre regalarnos una caricatura de Inodoro Pereyra
dibujada en una servilleta o en un pedazo de mantel. Esas son
las cosas que me van a quedar para siempre”, recordó.
En su última visita a la ciudad, luego de ganar con Boca la
Copa Libertadores, Russo compartió el último café con el
Negro.

“Hablamos de Boca y de Central”, contó el técnico, quien


desde Arizona, Estados Unidos lo recordó ayer como “un tipo
de los que no se olvidan nunca”.

El periodista Juan José Panno compartió más de una vez esas


charlas sobre fútbol y literatura donde, según decía el Negro,
“se terminaba hablando sólo de fútbol”.

“Su muerte es un dolor tremendo. Uno sabía que era una


muerte anunciada, pero el impacto es tremendo”, confesó el
periodista, que vio por última vez a Fontanarrosa en la
Biblioteca Nacional. “Pese a las dificultades, arriba del
escenario se transformaba y lograba una charla llena de
gracia y profundidad”, contó.

Su colega de Clarín Horacio Pagani destacó esa “modestia de


los genios”. E insistió con que “siempre se empeñaba en
demostrar que era un tipo común y corriente, pero nosotros
sabíamos que era un talento”, insistió.

En tanto, Héctor Cardozo, también rosarino y periodista


deportivo, recordó que compartían “el gusto por el fútbol,
algunas coberturas y las cuadras del barrio”. Compañeros por
cuatro décadas, afirmó que “tenía el humor a flor de piel, de
esos que hacen las intervenciones justas e ingeniosas”.

Un cuadro que se venía agravando


No se fue gritando el gol de la victoria en un clásico, como en
“19 de diciembre de 1971” —el mejor cuento de fútbol—, pero
Roberto Fontanarrosa eligió morir como había vivido: reunido
con sus amigos.

Desde hace unos 40 días se había agravado su esclerosis


lateral amiotrófica, una enfermedad neurológica degenerativa,
con un cuadro de insuficiencia respiratoria por el que estuvo
internado en el Sanatorio Centro.

Junto a su médico, Daniel Jairala, el Negro decidió vivir con una


unidad de cuidados intensivos y de asistencia respiratoria en
su casa y rodeado de sus afectos. Es decir: familia y amigos.

El día anterior había cenado con sus más allegados (el


Colorado Vázquez, el Pitufo Fernández y el Negro Centurión,
entre otros) y ayer, a las 14, “sufrió un cuadro de insuficiencia
respiratoria severa por el cual un equipo de urgencias lo
trasladó al Sanatorio Centro, donde ingresó inconsciente y
falleció a las 15, pese a ser sometido a las maniobras de
soporte y de resucitación habituales”, resumió Carlos Mackey,
director médico del centro asistencial.

Cronología.

Fontanarrosa sufría de una enfermedad degenerativa de los


músculos desde el 2003, que había sobrellevado de la mejor
manera en los primeros tiempos.

Pero su cuadro se agravó en el último año por una parálisis


segmentaria que le dificultaba la respiración. “Tenía una
enfermedad crónica y es muy difícil determinar el momento en
el que puede producirse este desenlace”, explicó Mackey.

El Negro era en los últimos tiempos un paciente terminal, que


eligió encarar la recta final con la mejor calidad de vida
posible. “Fue a cumplir un trámite”, confió una fuente médica
a LaCapital.

Fontanarrosa nunca perdió el humor. Y, como supo afirmar, “el


cariño de la gente” fue su mejor “terapia”.

El Cairo rindió un simbólico homenaje a su


parroquiano más emblemático
Una mesa y una silla vacías, una taza de café y el retrato del
Negro; el recuerdo del bar

Claudio Gonález / La Capital

El local estaba repleto. En el fondo y sobre una plataforma, en


una mesa reposaba una taza de café, una silla vacía y un atril
con un retrato del Negro Fontanarrosa. Así, el mítico bar El
Cairo de Sarmiento y Santa Fe rindió homenaje ayer por la
tarde a su más distinguido parroquiano, a las pocas horas de
conocerse la triste noticia de su muerte.

Chiquito Reyes estaba acodado en la barra, y Luis Scime (El


Peruano) charlaba con Guillermo O´ Keeffe mientras
esperaban la llegada de otros amigos del Negro y habituales
compañeros de charlas en la mesa de los galanes.

El plasma reflejaba la noticia con la imagen de Fontanarrosa y


el personal atendía a los clientes con un crespón negro en el
pecho. José Emilio Capaccio (Sandro), el canillita de la esquina,
corría a buscar una foto que hizo ampliar de su amigo. “Es de
hace 10 años”, reseñó el quiosquero. El autor de Boogie el
Aceitoso aparece recostado sobre el poste de señalización de
la calle y, de fondo, la antigua fachada de El Cairo. La idea era
ponerla junto a la mesa vacía.

El lugar fue invadido por un murmullo respetuoso, pero nadie


pudo abstraerse de la tristeza por la pérdida de quien supo
cultivar la amistad con profunda sencillez. Es que ese fue el
tradicional reducto que durante treinta años albergó a las
interminables charlas de amigos encabezados por el Negro.

“Sabíamos que esto no tenía solución, pero siempre uno está a


la expectativa de que surja algo nuevo. Tata Dios lo quiso así”,
resumió Chiquito, quien prefirió recordarlo “sentado alrededor
de una mesa y hablando macanas”.

El Peruano y Reyes recordaron cuando cerró El Cairo antes de


la reforma. “Hicimos una tourné (recorrida) por todos los
boliches de la zona para ver dónde recalar. ¡Fuimos a cada
lugares!, hasta a La Bola de Nieve. En todos lados nos
invitaban algo”, reseñaron con una sonrisa.

Scime compartió la última mesa, el miércoles, en la casa del


Negro. “Se ponía muy contento y se entusiasmaba con las
charlas de siempre, fútbol, política... Si hasta hizo un
comentario del jugador uruguayo que trajo Central para
reforzar la delantera. «Tiene un metro noventa», lo elogió el
Colorado Vázquez. Pero el Negro disparó: Bueno, en algo lo
vamos a aprovechar, si no hace goles, lo ponemos en el
equipo de básquet”.

“Nunca vamos a saber si sufría. Nunca lo demostró; nos daba


ánimo a todos para que no nos quebráramos. Fue muy duro,
pero seguimos con la parodia de La Mesa. Se fue un amigo,
pero su espíritu va a seguir presente. Un grande que amaba
Rosario y nunca se quiso ir porque lo ataban El Cairo, Rosario
Central y sus amigos de siempre”, resumió O´Keefe en el
mítico bar.

La última mesa de los galanes


Laura Vilche / La Capital

La última mesa de los galanes fue el miércoles a la noche en


la casa del Negro. Hasta allí se llegaron los de siempre: el
Negro Centurión, el Pitufo Fernández, el Colorado Vázquez,
Chiquito Martorell, el Turco Galli, Jorge Brisaboa, Belmondo y
Luisito. Hacía tiempo que había dejado de ser en el bar El
Cairo, el lugar donde se fundó. Hasta hace más de un mes la
cita era en un bar cercano a su domicilio, pero cuando al
Negro, y a pesar de su silla de ruedas, le comenzó a resultar
imposible trasladarse, nadie dudó. Se prometieron instalarse
en su casa, una vez por semana, miércoles o jueves, según el
día que él estuviera mejor y para hablar lo de siempre: fútbol,
mujeres, política.
“Anoche (por el miércoles) compramos unos sándwiches y
tomamos algo. Hablar le costaba muchísimo, pero se sonreía
de las pavadas que decíamos. Por supuesto hablamos de
cómo perdimos la final de la Copa América con los brasileros”,
comentó ayer consternado el Pitufo, quien regresó de Buenos
Aires apenas se enteró de que su amigo había fallecido.

El Negro Centurión llamó al encuentro como “un anticipo del


Día del Amigo”. Y no se pudo explayar mucho más. Pidió
disculpas: “Entendeme —dijo— se me murió un amigo”.

Desde Retiro y desesperado por conseguir un pasaje para


volverse “inmediatamente” en micro a Rosario, LaCapital
también contactó ayer por la tarde al Chelo Molina, quien
lamentó no haber podido asistir a la última mesa y dijo sentir
en ese momento “un gran vacío”.

“Mañana (por hoy) será el peor Día del Amigo que pueda
vivir”, se lamentó Molina, quien conocía a Fontanarrosa desde
hacía 30 años, los mismos que tenía la mesa nacida en
Sarmiento y Córdoba. Era una cofradía masculina (por no decir
machista) donde imperaban chistes, anécdotas y análisis de
cómo arreglar el mundo. La conformaban también Postiglioni,
Manuel Martínez, Gustavo Soboleosky, Oscar Bisso y Pochi Mir.
Y se había hecho tan popular que hasta había dado pie a una
obra de teatro dirigida por Atilio Veronelli.

El velatorio congregó a una mezcla


milagrosa de futboleros y artistas
Hinchas de Central y referentes de la ciudad se unieron para
homenajearlo

Miguel Pisano / La Capital

El grupo de pibes entró despacito, como pidiendo permiso.


Franqueó la guardia de amigos y familiares y llegó hasta la
última sala donde cubrieron al Negro con una camiseta canalla
y un ramito de flores. Permanecieron un rato y se fueron como
llegaron, pero sin la azul y amarilla.

Fontanarrosa comenzó a ser velado a las 20 en una sala de


Pichincha por sus familiares más cercanos, entre quienes se
hallaban su mamá Rosita, su pareja Gabriela y su hijo Franco.

En la puerta, un grupo de muchachos de la Peña Negro


Fontanarrosa se destacaba por el colorido de sus buzos. “Justo
estábamos formando la peña. Le mandamos un mail y nos
autorizó, así que hicimos la bandera e íbamos a organizar una
cena”, confiaron.

“El Negro es todo, es Central, es el típico canalla. Tenía toda la


mística y era un tipo muy querido que donde iba decía que era
de Central. Era el único hincha canalla respetado y al que no
insultaban”, opinaron Rodrigo, Emiliano, Marcos, Sergio,
Victoria, el Pin y Guillermo, quienes desplegaron la gran
bandera con la imagen del Negro.

Coleccionista de amigos.

La profesora Marina Naranjo fue una de las primeras en llegar


y en ponerle palabras al dolor: “Ha sido un eximio hijo de la
ciudad, un defensor a ultranza y apasionado de éste, su lugar
en el mundo, un creador como pocos, con un sentido del
humor, una inteligencia y una sensibilidad con los que
coleccionó además amigos de todos los tiempos”.

Si a los muertos se los alaba más por miedo que por


costumbre, esta vez Naranjo sólo ofició de cronista: “Perdimos
algo nuestro y nos vamos a sentir un poco solos. Los hombres
además compartían con él esa pasión por el fútbol y la Mesa
de los Galanes, donde nunca nos dejaron sentar. Con amigos
ilustres como Serrat, pasó a ser un embajador de la ciudad. Y
si Rosario es conocida en el mundo, fue en gran parte por él,
sin que se lo haya propuesto. El pudo elegir quedarse y el
mundo de la cultura se asombraba de su terquedad por
defender su lugar”.
Enfundadas en buzos canallas y sentadas en una vidriera, las
adolescentes Gabriela Guliagnelli y Florencia Rovolon también
llegaron temprano “porque era un ídolo, una gran persona, un
ser que transmitía paz y alegría. La idea es estar acá porque el
Negro tenía un plus: era un orgullo, como rosarina y como
canalla”.

Muchachos, hombres y mujeres con buzos auriazules


esperaban un rato en la vereda y al rato subían, como lo
hicieron un padre con su pibe enfundado en un buzo de
Central. El duelo se extendía también a muchos rosarinos que
seguían trabajando, como Juan Carlos, un taxista de La Florida
al que su mujer, Claudia, llamó llorando a las cinco de la tarde
para avisarle.

La gente de Central era moneda corriente, como el dibujante


Javier Armentano y Mirta, de La Burbuja Canalla. En cambio, a
excepción de Naranjo y de Jack Benoliel, el mundo de la
cultura se tomaba su tiempo. En la madrugada esperaban el
arribo de su editor, Daniel Divinski, del Negro Caloi y de sus
compañeros y amigos Horacio Pagani y el Negro Cardozo, así
como de la Mesa de los Galanes, como el Colorado Vázquez, el
Pitufo Fernández y el Negro Centurión, entre otros como
Ferrari del Sel.

Y pasadas las 21 apareció el Kily González con un amigo. Entró


derecho a verlo y estampó su más triste autógrafo en la última
camiseta, que le dejaron los pibes de la filial Fontanarrosa.

Ielpi, Etcheverry, y los tiempos de Boom


El escritor Rafael Ielpi y el periodista Luis Etcheverry conocían
a Fontanarrosa desde finales de los años 60, cuando
compartían el staff de la contestataria y alternativa revista
Boom. En el caso de Ielpi, según recordó ayer cuando la
noticia de la muerte del Negro lo encontró en su despacho del
Centro Cultural Bernardino Rivadavia, no sólo los había unido
“lo profesional, sino también una relación personal de
momentos entrañables. Eramos muy introvertidos los dos, de
pocas palabras, pero cuando hacía falta nos llamábamos”,
detalló.

Al principio, Ielpi dijo no tener palabras, pero igual lo intentó.


“Lo siento mucho, humanamente, porque fuimos y seguiremos
siendo amigos. Me aparecen recuerdos de su casa en calle
Corrientes, luego en Alberdi. Teníamos una relación humana
particular. El tenía gran generosidad hacia mí y siempre decía
que gracias a Juan Martini (escritor) y yo se había dedicado a
la literatura. Me duele su pérdida por su talento casi
revolucionario en el humor gráfico y por ser un ser humano
entrañable”, indicó.

A la hora de pensar en su larga enfermedad, no pudo evitar el


enojo. “Quienes no vamos a la iglesia, decimos que es injusta
la vida, porque tuvo una enfermedad cruel”, afirmó. Pero
aseguró que “se lo recordará como el Negro, el que siempre se
quedó acá”.

Etcheverry, en tanto, pensó cuidadosamente cuáles serían sus


palabras. “Rosario se ha vuelto más chica. Roberto era un
artista enorme y un ser extraordinario, generoso en una
dimensión difícil de encontrarle parangón. En los duros últimos
años que le tocó vivir, nos dejó una inolvidable lección de
enorme coraje. Se portó como uno de esos héroes de Hugo
Prat (dibujante) que nos deslumbraban desde chicos”, dijo.

La revista Boom nació durante la dictadura de Onganía y


sobrevivió 22 números. La dirigió Ovidio Lagos Rueda y allí
trabajaron junto a Fontanarrosa, además de Ielpi y Etcheverry,
Juan Martini, Sven Segovia, Héctor Nicolás Zinny, Jorge Peteco
Laborde, Gustavo Gorosito, Ricardo Falcón, Mario López Dabat,
Raúl Bambi García, Carlos Saldi, José Ortuño y Raúl Hernán
Sala.

De luto.
La muerte de Fontanarrosa se recibió además con profundo
dolor en la Secretaría de Cultura municipal, pero la pena
estuvo teñida de ternura y de admiración. “La ciudad entera
tiene que despedir al Negro de manera especial, porque es
como despedirse de un espejo, del dibujo de uno mismo”, dijo
minutos después de enterarse del fallecimiento la titular del
área, Chiqui González. Su segundo, Juan José Giani, tampoco
dudó. “Su muerte sume en el luto a la cultura argentina”,
afirmó.

La noticia provocó una inmediata reacción de tristeza en toda


la ciudad, incluidos los ámbitos más directamente ligados con
la cultura.

“Fontanarrosa logró esa síntesis entre la excelencia y lo


popular que no todas las expresiones del arte logran”, sostuvo
Chiqui, convencida de que ese arraigo masivo de la obra y la
personalidad del Negro llevaría a los rosarinos a despedirlo de
una manera “especial”.

“Se va con el dibujo de la ciudad que somos —dijo—, un dibujo


suave, sensible, amistoso, sin la menor petulancia”, destacó.

Giani, en tanto, coincidió al ponderar la inusual capacidad de


Fontanarrosa para amalgamar excelencia y calidez.”.

“Se murió con el talento intacto”

Salas, quien junto a Crist mantiene vivos sus personajes, no


ocultó ayer su tristeza

“La mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo


que dicta la mente”. De esa manera, el Negro había anunciado
en enero que su enfermedad le había ganado una nueva
pulseada y que ya no podía seguir dibujando, al mismo tiempo
que inmortalizaba el último personaje de su diestra, El
Canaya. Sin embargo, desde ese momento y hasta ayer
mismo, ni sus tiras ni sus chistes diarios desaparecieron, sino
que quedaron en manos de quien el mismo Fontanarrosa
definió como “excelentes dibujantes” y también “amigos”. Son
los cordobeses Oscar Salas, quien se encargó de seguir
dándole vida a Inodoro Pereyra, y Cristóbal Reynoso —más
conocido como Crist— quien le prestó la derecha para
sostener los chistes que diariamente se publican en Clarín. “Se
murió con el genio y el talento intacto”, dijo a LaCapital desde
Córdoba Salas, recordando que sólo una semana atrás “mandó
el último guión y era fantástico”. En tanto, Crist, que formaba
parte de su círculo íntimo de amigos, se lamentó: “El decía
que se conformaba con un empate, pero perdió la final”.

En medio del dolor y a punto de viajar a Rosario para


“despedirse”, Crist rememoró ese vínculo con el Negro que
comenzó cuando la revista cordobesa Hortensia estaba por su
número 17. “A él le gustaba la desfachatez de la revista y lo
poco pretenciosa que era, porque él era igual. Y siempre me
decía no seas pretencioso Crist”.

Sin embargo, para su amigo fue “el tipo que jerarquizó a esta
profesión”, y agregó: “La llevó a dimensiones que nunca
habíamos imaginado. Si el Negro era como un cantante de
rock, donde aparecía la gente lo aplaudía”.

Un tipo previsor.

El anuncio de que su cuerpo ya no respondía como él quería y


que sus amigos deberían darle forma a las ideas de su mente
siempre lúcida, no fue improvisado. “Me avisó un año antes,
porque era un tipo muy previsor. Ya entonces me dijo que en
algún momento le iba a tener que hacer los dibujos. Primero
me tomó de sorpresa, pero así lo hicimos y no hacía falta
explicar nada porque yo sabía lo que él quería”, relató Crist.

El producto fue “un trabajo diferente”, pero aseguró que “su


pedido tenía sentido: éramos amigos y él sabía cómo
interpretaba yo sus trabajos”. Su último encuentro fue en
abril, cuando se realizó la entrega de los Premios Piluso
durante la Feria del Humor. “Con dificultades y todo, conmovió
al público con su lucidez habitual”.
Y esa lucidez se mantuvo hasta el final, apuntó también Salas.
“La semana pasada llegó el último guión y era fantástico.
Murió con el genio y el talento intacto”, aseguró el dibujante.
Pero ayer, junto al recuerdo de sus guiones y del trabajo
compartido, primaba el dolor. “Se siente una tristeza enorme
—dijo—, porque el Negro deja un hueco que nadie va a poder
llenar”.

Maestro.

Los herederos de sus personajes y sus chistes no fueron los


únicos conmovidos por su muerte. El humorista Fernando
Sendra aseguró que el Negro “revolucionó el humor” y le dio
“categoría de maestro”.

“Era un tipo que revolucionó el humor, que más allá de su


obra y todo, luchó estos años y no dejó de lado el humor, se
apoyó en eso”, dijo el creador de “Yo, Matías”, y agregó: “No
era un tipo al que miraba de igual a igual, era un dotado. No
conozco nada suyo que haya estado mal”.

Alfredo Sabat, por su parte, destacó la “inteligencia” de su


humor, pero también la forma en que llevaba sus ideas a la
historieta y a la literatura. “Me duele muchísimo. Crecí
rodeado de todo ese grupo de dibujantes donde estaba mi
padre Hermenegildo”, sostuvo, antes de agregar que el Negro
es “una gloria que no se discute, más allá de su sentido del
humor y de su dibujo. Lo que nos ha dado es un punto de vista
inteligente, con una profundidad que además de cualquier
etiqueta de lo que puede ser un humorista, no tiene que ver ni
con la ironía ni con ninguna categoría”.

El humorista Carlos Garaycochea, en tanto, destacó además la


humildad y aseguró: “En Rosario va a ser un mito y se lo ha
ganado”. Recordó que al Negro, quien había escrito el prólogo
de su último libro, lo unía “una amistad”. Y si bien afirmó que
este final “casi se lo estaba esperando porque era irreversible,
hasta esperábamos un milagro”.
“Hoy no es un día feliz”, dijo la Negra
Mercedes Sosa tampoco pudo ocultar el dolor que le produjo la
muerte de Fontanarrosa. “Es tremendo saber que no lo
tenemos más”, dijo apesadumbrada la cantante, quien
agregó: “Hoy no es un día feliz. Quiero que sepa que estoy
rogando que descanse en paz”.

La Negra recordó a Inodoro pero a la ahora de elegir una de


las creaciones del dibujante se quedó con Eulogia.

Insistió en que “era extraordinario el artista que acaba de


morir”, y agregó: “Se nos fue muy rápido. Es así, Dios nos da
todo pero también nos lo quita”.

Ciudad (De Rosario12) | Viernes, 20 de Julio de 2007

DESDE EL CAIRO
Por Roberto Fontanarrosa

enviado especial *

El revulsivo conflicto del Golfo Pérsico no podía dejar de tener


su correlato en el estratégico enclave de El Cairo. El dramático
proceso no sólo ha sido seguido paso a paso por nuestro
referente en Ankara, Carlos Mehmet Galli desde su publicación
El Vecino (El vecino Kuwaití, ahora) sino que la corriente de
pensamiento originada en la "Mesa de los Galanes" ha
propagado una teoría de solución que, no por simple, debe
descartarse. La propuesta salió a la luz desde el mismo
momento en que Saddam Hussein -según el reporte de un
informante de la citada mesa- procuró convencer a Antonio
"Nito" Vanrell de que abandone su oscuro ostracismo
costarricense y asuma la vicegobernación de la flamante
provincia anexada por Hussein. Por medio de tan sencillo
movimiento en el tablero político mundial, en breve lapso, el
otrora riquísimo emirato de Kuwait vería desaparecer sus
tesoros, configurando entonces una magra presa para el
sangriento tirano de Bagdad, a quien no le quedaría otro
recurso que ordenar el retorno de sus tropas de invasión.

La misteriosa enfermedad que reducía, día a día, la ya de por


si menoscabada figura de Simónn Bolivar, descripta
descarnadamente por Gabriel García Márquez en El general en
su laberinto parece haber atacado también al Pitufo Fernández
Nardi, el zar de la noche rosarina. Aunque parezca mentira, su
dimensión física disminuye en un centímetro cada dos
semanas. Para mayor sorpresa, así también crece,
inversamente, la atracción que ejerce sobre las mujeres. Días
atrás, una de ellas, a los efectos de llamar su atención, le
arrojó un pocillo de café abriéndole la ceja derecha. "Le
apunté al pecho", se disculpó la insensata que había olvidado
el problema que aqueja al titular del Barcelona.

* Reproduccion de su primera colaboración para este


diario. Publicada el viernes 28 de setiembre de 1990.

Era tan simple que nunca pasaba


inadvertido
Marcelo Castaños / La Capital

“Estoy jugando con ocho, pero todos me bancan. El otro día


hablé con Pedrito Marchetta, que también tuvo un problema
de salud, y le dije: «Pedro, dos líneas de cuatro y a tirarla para
arriba». Lo afirmó en enero, y lo repitió varias veces. El Negro
se tomó hasta último momento con humor, y sobre todo con
humor y matáforas futboleras, la vida y los problemas que lo
iban alejando de la tinta y el papel, sus herramientas y sus
armas.

Ayer el referí dio el pitazo final y Roberto Fontanarrosa se fue


con toda la gloria, el grito del Canaya, un “que lo parió” y una
lágrima de Eulogia. Todos lo estaban esperando, pero no por
eso el asombro dejó de ser generalizado. Es que hasta ayer
nomás todos seguían leyendo sus chistes, ya en los trazos de
Oscar Salas y Crist. O leyendo sus libros. ¿Cómo que no está
más?

Fontanarrosa falleció ayer a las 15, una hora después de


entrar a un sanatorio con una insuficiencia respiratoria severa.
Pero la venía peleando desde hacía por lo menos cuatro años,
perdiendo jugadores, reacomodándolos, cambiando de
tácticas para seguir jugándola.

Tenía 62 años. Fue un 26 de noviembre de 1944 cuando lo vio


nacer Rosario, la misma que lo despide. En sus biografías
siempre aparece como dato anecdótico la aparición, el mismo
año, de la revista Rico Tipo. De pibe se interesó por las
historietas, y después, de a poco, fue creando. Y pasaron los
años. Una secundaria trunca, algunos intentos de tiras que
conocerían el papel años más tarde, un trabajo de
publicitario...

La impronta de la ironía

En mayo del 68, con Francia convulsionada, hizo un dibujo de


un policía que blandía su garrote manchado de rojo. “No hay
ninguna duda, eran comunistas”. Fue el primer chiste gráfico
que se le conoció y marcaba ya todo un estilo de humor filoso,
irónico, a veces feroz. Fue la época de la revista Boom, un hito
en el periodismo rosarino que trascendió lejos las fronteras de
la ciudad. El Negro fue contratado por Ovidio Lagos Rueda —
director del medio y descendiente del fundador de La Capital—
para ilustrar las tapas, y terminó a cargo de la página de
humor. De aquella redacción se conoce una foto memorable,
donde el Negro, muy joven, aparece junto a Luis Etcheverry,
Sven Segovia, Rafael Ielpi, Carlos Saldi y Roberto Bevilacqua.

El interés por la literatura ya se había despertado antes y sería


seguramente la base de su producción posterior, también
matizada e inspirada en otra de sus pasiones: el fútbol.
Canallón empedernido, miembro de la Organización Canalla
Anti Leprosa (Ocal), vivió uno de los años más felices de su
vida en 1971, cuando Central salió campeón y Aldo Pedro Poy
hizo el célebre gol de palomita. El gusto por el fútbol siguió y
se reflejó en sus tiras y en su literatura, como en el gran
cuento “19 de noviembre de 1971”, fecha del gol histórico que
la Ocal festeja todos los años.

Consagración

A partir de los 70 su producción fue en crecimiento y lo instaló


entre los mejores humoristas contemporáneos. Para hablar de
esa trayectoria basta recordar sus trabajos en Hortensia, la
aparición y el éxito de Inodoro Pereyra el Renegáu (humor
telúrico, como él lo definía), Boogie el Aceitoso, un matón sin
códigos que les pegaba a los negros y a las mujeres, las
publicaciones en Mengano, Siete Días, Satiricón, la rosarina La
Cebra a Lunares, Humor Registrado, sus tomos humorísticos
sobre fútbol, sexo y política, y sus tiras Semblanzas Deportivas
y Sperman en la Fierro. Y después, lo que todos conocen y
disfrutaron: sus trabajos en Clarín, donde comenzó a publicar
a partir de 1973, sus libros (“Los trenes matan a los autos”, “El
mundo ha vivido equivocado”, “No sé si he sido claro”, “Nada
del otro mundo”, “Uno nunca sabe”, “El mayor de mis
defectos”, “La mesa de los galanes”, “Best Seller”, “El área
18” y la lista sigue). También colaboró con el célebre grupo Les
Luthiers.

Tenía muchos amigos, y de fierro. Quizás él haya sido uno de


los “atorrantes” que “se exhiben sin pudor, beben a morro, se
pasan las consignas por el forro y se mofan de cuestiones
importantes”, como escribió y cantó uno que lo venía a visitar
cada vez que pasaba por Rosario: el catalán Joan Manuel
Serrat.

De sus encuentros con sus compadres quedó también el mito


de la mesa de los galanes, una cita impostergable en El Cairo,
cuando el bar de la esquina de Sarmiento y Santa Fe era
reducto de intelectuales, universitarios eternos y
disconformes.

Muchos de sus trabajos fueron llevados al teatro, la televisión


y la animación.

En 2003, como una puñalada trapera, apareció una extraña


enfermedad. “El Negro anda mal, parece que es evolutiva” se
decía por lo bajo. “¿Pero lo va a joder a la hora de dibujar?”
era la pregunta. La triste respuesta vino con el tiempo.

Los homenajes

Y con el tiempo vinieron los reconocimientos. Uno detrás del


otro. Ya había sido declarado ciudadano ilustre de Rosario y
escritor distinguido de la provincia de Santa Fe. “Lo de ilustre
no me lo creo. Me siento muy bien pagado por trabajar en lo
que me gusta”, diría. En 2004 tuvo el premio Konex Diploma al
Mérito, en el 2006 el reconocimiento del Congreso de la
Nación, el premio a la trayectoria en Cartagena, Colombia, y
este año una gran dedicatoria de más de 200 artistas de
distintas partes del mundo, “Fontanarrosa con F, de fútbol”,
que lo caricaturizaron y hasta lo dibujaron con la camiseta de
Ñuls, aunque también dibujaron a Dios con la de Central.

En el medio hubo homenajes de todo tipo, incluso una fiesta


popular en la puerta de su casa organizada por la mesa de los
galanes.

Su participación en el III Congreso Internacional de la Lengua


Española fue memorable, y recorrió el mundo. Primero habló
de las malas palabras, se preguntó por qué eran malas (“¿les
pegan a las otras palabras?”, se preguntó con ironía), y se
refirió especialmente a los términos “pelotudo” y “mierda”,
convencido de que en el último caso el secreto estaba en la
fuerza de la “r”. Fue desopilante y les arrancó risas hasta a los
solemnes miembros de la Real Academia.
La enfermedad avanzaba, y el Negro hablaba de ella. “A veces
me pregunto qué me preocupaba antes”, dijo una vez, y pensó
en voz alta: “¿Que perdiera Central?”. Probablemente.

En febrero de este año presentó oficialmente el Canaya, un


dibujo de un hincha del club de Arroyito con los rasgos de la
pasión propios del fútbol y también de sus inconfundibles
trazos. Era el último dibujo. Y que haya sido nada menos que
el emblema de la camiseta de su club fue todo un broche, un
símbolo, un manifiesto.

Después, Oscar Salas y Crist siguieron haciendo sus dibujos, a


los que daba vida “gracias a esto de la informática”, decía
Fontanarrosa todavía con humor. Ya jugaba con varios menos,
y el partido se hacía cuesta arriba. Ayer lo internaron a las 14,
y a las 15 falleció.

Deja su obra entrañable, su humor precursor que ahora


seguramente muchos buscarán emular, las historias de sus
libros, y sobre todo una personalidad que de simple nunca
pasaba desapercibida.

Un escritor cómico

Decía que era aburrido, se asombraba de que quisieran


entrevistarlo porque aseguraba que no tenía nada interesante
para contar. Pero cuando se encendían los grabadores y las
cámaras, tenía una energía que eclipsaba a todo el que lo
rodeaba. Y además, tenía una virtud que conocen quienes
estudiaron periodismo: siempre daba notas. Se las daba a los
matutinos de circulación nacional y también a los pibes de las
revistas alternativas que se publicaban en la dictadura. Y el
trofeo era llevarse de aquella casa apacible de barrio Alberdi
un dibujo de Inodoro saludando al “medio de comunicación”
que lo entrevistaba.

Y no se la creía. En serio que no se la creía. Un día dijo algo


que podía resumir su forma de pensar, y que encabeza la
biografía que presenta en la web: “De mí se dirá posiblemente
que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me
interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro
al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando
alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu
libro”.

Bondad de las malas palabras


No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es
un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a
hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras.
¿Quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras
palabras? ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se
dejan de usar?

Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé


quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas
las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?

Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza,


que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras,
algunas de las malas palabras —no es que haga una defensa
quijotesca de las malas palabras—, me gustan, igual que las
palabras de uso natural.

Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas


malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un
mal hablado, que es una interesante definición. Como era un
tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba.
También se lo llamaba bocasucia, una palabra un poco antigua
pero que se puede seguir usando. Era otra época,
indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a
mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces
iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la
falta de la televisión que había que caer en esos juegos
ingenuos.
(...)Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo
soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé
que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender
para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las
denominadas malas palabras, que son irreemplazables: por
sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo
decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo.
Tonto puede incluir un problema de disminución neurológica,
realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo” –que
no sé si está en el Diccionario de Dudas– está en la letra “t”.
Analicémoslo. Anoten las maestras.

Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta


de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el
carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los
mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era
estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto
de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho”, que es
de una debilidad y de una hipocresía... Cuando algún periódico
dice “El senador Fulano de Tal envió a la m... a su par”, la
triste función de esos puntos suspensivos merecería también
una discusión en este congreso.

Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra


“mierda”, que también es irreemplazable, cuyo secreto está
en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en
eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en
la falta de posibilidad expresiva. Lo que yo pido es que
atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras.
Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos
una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje
porque las vamos a necesitar.

Así pensaba Fontanarrosa


"Esta distinción viene a saldar una deuda que yo tenía con
el gran educador sanjuanino, Sarmiento, porque fui un
pionero de la deserción escolar. Es más, durante mucho
tiempo estuve convencido de que ese gesto ceñudo,
severo, de Sarmiento, era porque estaba enojado conmigo
porque no terminé el secundario. No tengo la intención de
trascender, no soy un pedagogo ni un esclarecido, lo único
que quiero es hacer reír".

(Homenaje en el Senado de la Nación, 27 de abril de 2006)

"El cine es como una mitología moderna, porque suceden


charlas con amigos y se discuten, con fervor, personajes y
situaciones, que si uno da un paso atrás, percibe que se
habla todo el tiempo de algo irreal. Estamos discutiendo
de cine".

(Entrevista en Ñ, 20 de noviembre de 2004).

"Todas esas instituciones que son altamente pomposas —el


Ejército, la Iglesia, los círculos intelectuales—, se prestan.
Se prestan para cagarse de risa un rato. Realmente."

(Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005).

"Yo no voy a ir a un programa de entretenimiento a comer


una torta sin tocarla con la mano, esas boludeces. Iré
adonde pueda hablar de lo mío. Eso me parece totalmente
válido.

(Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005).

"Y sí... Ya no hay tanto tiempo para adelante. Y encima me


cae esto. Pero nosotros no somos tenistas, que a los
veinticuatro años ya no pueden jugar... El viejo (Alberto)
Breccia dibujó hasta tres días antes de morirse. Yo he
perdido fuerza del brazo derecho, entonces, ya te
entran... Estoy tratando de poner la mejor buena voluntad
y el mejor optimismo, y decirme que la vamos a pilotear.
"Vamo'' arriba", como dicen los uruguayos.
(Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005).
Se murió otro capo. Acompañemos en la tristeza
a la barra rosarina. Vaya en su homenaje este
fragmento de uno de su cuento "Una Noche
Inolvidable". En él, uno de los increíbles
personajes de costumbre en sus ficciones, es
nada menos que El Troesma.

Sergio López
[email protected]

....................................................................

Pero sin duda los detalles de esta anécdota memorable


estaban destinados a no agotarse tan fácilmente. El año
pasado, en ocasión de mi viaje a Estocolmo, con motivo de ir a
retirar el premio Nobel con que me galardonaron, tuvo lugar
una recepción de festejos en la Embajada Argentina.
No eran muchos los invitados, pero había un ambiente de
jolgorio ante la distinción que se me había concedido, a mi
juicio, inmerecidamente. De pronto se me acerca un hombre
no muy alto, semicalvo, con barba entrecana.

Usted no se acuerda de mí me dice.

Para serle sincero. . . me disculpo.

Yo soy Astor Piazzolla me dice. Es de imaginarse mi emoción


ante la presencia de tamaña figura de nuestra música y su
cordialidad en el saludo.

Por supuesto que lo conozco recuerdo que le dije. Pero no creo


que hayamos tenido oportunidad de vernos personalmente.

Se equivoca me dijo el gran maestro, que se hallaba


casualmente en la capital sueca brindando una serie de
recitales. ¿Se acuerda de una noche en que usted y unos
amigos llevaron un bandoneón a una gomería para
emparcharlo?

Mi asombro entonces no tuvo límites. Me quedé mirando a


Astor con la boca abierta, sin atinar a soltar su diestra que aún
estrechaba.

Yo era el pibe de la gomería me dijo.

¡Después dicen que el destino no suele manifestarse en


formas evidentes!

Y le digo más me dice Piazzolla sin darme respiro. El viejo, el


viejo a quien desperté para que les arreglara el bandoneón,
don Hipólito, era ni más ni menos que don Hipólito Yrigoyen. El
mismo que con el tiempo se convirtió en caudillo del
movimiento radical.

Aquello fue demasiado para mí. Estreché a Piazzolla en un


abrazo y ambos lloramos como niños.
...................................

Roberto Fontanarrosa - Biografía


"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo
sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición
que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy
por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice:
me cagué de risa con tu libro"
Roberto Fontanarrosa

1944:
Era domingo y el parto había sido normal, salvo por un detalle
el bebé resultó negro y canalla. El 26 de noviembre nace en
Rosario (Argentina) Roberto Fontanarrosa -El Negro- humorista
gráfico, escritor e hincha de Rosario Central. Ese mismo mes
aparece la revista "Rico Tipo", cuna de las osadas "Chicas de
Divito" y exponente de una década en que la historieta y el
humor gráfico argentino crecen y se consolidan.
En mi niñez fue todo normal, todo común, sin catástrofe, sin
privaciones terribles y sin acontecimientos sobresalientes. Mi
niñez no da ciertamente para escribir una novela angustiante.
Ni da tampoco para una historieta.

1954:
El pequeño Fontanarrosa se encuentra con su verdadero amor:
la pelota, Va a la cancha por primera vez a ver un partido
entre Rosario Central y Tigre. Si hubiera que ponerle la música
de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de
fútbol.

1957:
Fin de la escuela primaria: "Andá al industrial porque en la
industria está el futuro del país. Lo que se estudia ahí tiene
una aplicación", le recomienda el padre. "Que haga lo que le
guste, pero por si acaso que estudie inglés" , acota la madre al
verlo copiar insistentemente los dibujos de "Rayo Rojo" , "Puño
Fuerte", "El Tony" y "Misterix". Por esa época inicia el curso de
los "12 Famosos Artistas" que la Escuela Panamericana de Arte
dictaba por correspondencia.

1961:
Negado para las matemáticas, la física y la quimíca,
Fontanarrosa deja el secundario después de repetir tercer año.
No siento ninguna frustración por haber abandonado: al fin de
cuentas soy un precursor de la deserción escolar. De esos días,
el único recuerdo agradable que se conserva es el de los días
miércoles al mediodía que salía del colegio para comprar en el
kiosco "Hora Cero". La revista, fundada por Héctor Germán
Oesterheld, es considerada un hito de la historieta.

1962:
Se viste- por primera vez- de traje para viajar a Buenos Aires,
En busca de trabajo llega a editorial Columba, donde le
prometen un guión, pero la propuesta nunca se concreta y
Fontanarrosa se vuelve a Rosario.

1963:
Empieza a trabajar en la agencia de publicidad de Roberto
Reyna y le va bien , aún a su pesar. Trabajaba sin la menor
convicción. Es que siempre me pareció imposible que una
persona pueda comprar un vaso porque alguien se lo inculca
en un aviso.

1968:
El año del Mayo francés, del asesinato de Martin Luther King y
de la dictadura de Juan Carlos Onganía, Fontanarrosa publica
su primer chiste : un policía muestra su bastón manchado de
rojo-sangre dice " no hay ninguna duda, eran comunistas". EL
trabajo-que recuerda al "palito de abollar ideologías" de
Mafalda. Dibujado más o menos para la misma época- aparece
en la revista rosarina "Boom". La publicación había convocado
al dibujante para ilustrar las tapas serias en color ( cosa que
para mí era totalmente nueva, porque ya había crecido con
historietas blanco negro). A falta de alguien que hiciera la
página de humor, la dejan también en sus manos.

1971:
Año memorable para Rosario Central, que por primera vez,
sale campeón. Gol inolvidable el que hace Aldo Poy de
palomita, gracias al cual los leprosos de Newells quedan
eliminados en la semifinal. En homenaje a esa histórica
jornada, Fontanarrosa escribió el cuento "19 de septiembre de
1971", incluído en Nada del otro mundo, la compilación que
Ediciones de la Flor publicó en el 88.
En pleno auge de la era James Bond, Fontanarrosa crea una
parodia del agente secreto- 75 páginas dibujadas en tinta
china- , de la que sólo se publican capítulos en la revista
rosarina "Tinta". Boogie, el aceitoso , es el descendiente
directo de este personaje que reeditará la Universidad de
Rosario. También en "Tinta" aparece otro trabajo, hecho con
estilográfica : Tadea y sus hijos, una historieta "a la italiana"
donde todo lo que ocurre es terrible.

1972:
Surge en Córdoba la revista humorística " Hortensia", que
llega a tirar más de cien mil ejemplares por números . Dirigida
por Alberto Cognigni, colaboran en sus páginas Caloi, Brócoli,
Lolo Amengual, Crist, Ian, y el propio Fontanarrosa, entre otros.
Era una gran vidriera para muchos de nosotros. Aquí fue
donde ya me dejé de complejos y me lance a la historieta ,
copiando sin asco a (Hugo) Pratt.
"Hortensia" fue la madre de sus dos hijos Boogie el aceitoso e
Inodoro Pereyra, el renegau
A fines del 72 aparece también "Satiricón", donde el humorista
publica unas historietas basadas en cuentos de Borges, en
películas o en best-sellers famosos.
¿ Quié es Fontanarrosa? Preguntaba en su tapa el primer
volumen de humor gráfico de este artista de 28 años
publicado por Ediciones de la Flor. A partir de entonces, y con
ese sello, aparecieron tomos humorísticos suyos sobre casi
todos los temas : el fútbol, el sexo, el fútbol, la política, el sexo,
la cultura, el fútbol....

1973:
La nueva contratapa del diario "Clarín" es un signo del
fortalecimiento del género de la historieta y el humor 7gráfico
argentinos, que ya no necesitan de modelos ni de nombres
importados. Convocada por Caloi, se instala en el matutino
toda una banda de humoristas autóctonos : Viuti, Tabaré,
Altuna, Dobal, Ian, Rivero, Crist y - por supuesto- Fontanarrosa,
que allí continúa. Desde entonces, muchos lectores empiezan
a hojear el diario por la parte de atrás.

1974:
Nace la revista "Mengano", adonde emigran varios de los
integrantes de "Satiricón": Limura, Bróccoli, y Amengual, así
como Viuti y Fontanarrosa que trabajan simultáneamente en
las dos publicaciones. Para la mismo época el humorista
colabora también en otros proyectos tales como "Chaupinela"
y " La Cebra a Lunares "- Medio a la fuerza, a "Mengano" se
muda el renegau.
Es mismo año, Inodoro hace rancho aparte : Ediciones de la
Flor publica la primera compilación de sus aventuras, puntapié
de una serie que ya ha superado la veintena de volúmenes. A
Boogie le bastó una bazuca y una granada de trotyl para
conseguir -en buenos términos- que la editorial lanzará
también el título inicial de su colección, que ahora ya tiene
doce tomos.

1976:
Inodoro se instala junto a la Eulogia y el Mendieta en el diario
"Clarín". Luego de pasar por diferentes secciones se incorpora
a "Viva", rediseñada revista dominical del matutino.
Para entonces el bar "El Cairo", en Rosario, se había
transformado ya en el sitio de encuentro de la "mesa de los
galanes", después inmortalizada en uno de los libros del
humorista : una veintena de hombres se reúnen todas las
tardes y lo fantástico es que no se habla de nada importante,
es la insoportable levedad de la conversación.

1979:
Boogie toma por asalto las páginas del quincenario "Humor
Registrado". No se producen víctimas ni daños materiales. En
su larga y violenta vida, la historieta se publica también en el
semanario "La Maga" y en publicaciones mexicanas y
colombianas. He recibido muchas cartas en contra Boogie,
pero las más preocupantes eran las que me llegaron a favor.
Eran una cosa terrible, tipos felices porque por fin llegaba
alguien que les pegara a los negros y a las mujeres

1980:
Fontanarrosa. Comienza a colaborar en la elaboración de los
espectáculos de Les Luthiers. Los conocí personalmente
cuando presentaron "Mastropiero que nunca "en Rosario y se
quedaron en la ciudad una semana. En esa época querían
formar una grupo de apoyo que les tirara ideas, el grupo no se
formó pero yo empecé a trabajar con ellos.

1981:
Editorial Pomaire publica Best Seller , novela inicial de
Fontanarrosa. El mismo sello lanza, al año siguiente, El área
18, su secuela.

1982:
El mundo ha vivido equivocado sostiene Fontanarrosa en el
título del primer libro de cuentos, publicado por Ediciones de la
Flor. A él le siguen No sé si he sido claro, Nada del otro mundo,
Uno nunca sabe, El mayor de mis defectos y La mesa de los
galanes, entre otras compilaciones de relatos.

1984:
Aparece en el mercado "Fierro", una revista que promueve la
experimentación temática, narrativa y técnica de la historieta,
un género que - para entonces- ya ha perdido su ingenuidad
inicial. A sus páginas se incorpora, algunos años después, la
serie
Semblanzas deportivas creadas por Fontanarrosa así como las
aventuras de Sperman, un donante de esperma.

1985:
Ediciones de la Flor reedita Best Seller, un verdadero éxito de
ventas- tal como su nombre obliga - y también El área 18.
Aparece, además, una novela nuevecita , La Gansada.

1994:
Año mundial. El humorista es contratado por "Clarín" para
comentar los partidos jugados por la selección argentina en
los Estados Unidos. Hay que decirlo : en realidad, son narrados
por la Hermana Rosa, una mentalista que predice los
resultados. En 1994, además, recibe el Premio Konex.

1995:
Para cuando aparecen los cuentos La mesa de los galanes , los
galanes ya se habían mudado de mesa. Dejaron El Cairo para
instalarse en un nuevo bar, la Sede.

1998:
Inodoro Pereyra el renegau, cumple 25 años y los festeja con
usted en este volumen monumental.

Carta a los lectores*

Por Fontanarrosa

Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo


que dicta la mente. Por lo tanto e independientemente de que yo siga
intentando reanimarla, me veo en la necesidad de recurrir a alguno de los
muchos excelentes dibujantes y amigos que tengo para que pongan en
imágenes mis textos. En Viva, hay dos frentes a cubrir: el chiste unitario
quincenal y la página de Inodoro Pereyra, que se alternan. Hoy
presentamos, acá, en la página siguiente, la propuesta para el chiste
quincenal. Nadie mejor en este caso, a mi juicio, para graficar mis ideas,
que el Negro Crist. Porque lo conozco desde hace más de 30 años, porque
somos como hermanos y porque dibuja en blanco y negro o a color; mucho
pero mucho mejor que yo. Siempre admiré su virtuosismo y hoy me alegra
poder aprovecharme de él y lucirme de esa forma. Lo de Inodoro Pereyra
es más complejo. Pero creemos estar cerca de una solución a través de un
dibujante cercano a mi estilo. No digo igual, porque el intento de lograr un
clon limitaría muchísimo la creatividad del ilustrador. Vale este informe a
los lectores para que no se sorprendan al advertir que he mejorado
notablemente la calidad de mis trazos y mis colores.

Nos estamos viendo. Negro Fontanarrosa.

* Revista VIVA de Clarín 14/01/2007

Uno nunca sabe


de Roberto Fontanarrosa

Lo primero que le preguntó Mario apenas el Mochila se


sentó, fue "¿La conoces a esa mina?".
-- ¿Cuál?
-- La que saludastes recién.
Mochila giró apenas la cabeza hacia atrás.
-- ¿La flaca?
-- Sí.
-- Sí, la conozco. Es amiga de mi jermu.
-- Me emputece esa mina --dijo Mario en voz baja.
-- ¿Mi jermu?
-- No, boludo. La Flaca, la que saludastes.
-- Ah... ¡Mirá qué boludo que sos vos! A todo el mundo lo
enloquece la Flaca. ¡Qué te parece!
-- ¿Qué? --se alarmó Mario--. ¿Vos también estás jugado en
ese palo? ¿Te anotás ahí también?
-- No. Yo no. ¿No te digo que es amiga de mi jermu?
Estudiaban juntas en la Cultural. Tendría que ser muy loco
para tirarme en esa. Pero... te digo...
-- Que ganas no te faltan.
-- Ganas no me faltan....
Se quedaron en silencio. Mochila controlando las otras
mesas, viendo quién había. Mario tocándose cuidadosamente
los dientes de adelante con la uña del dedo pulgar de la mano
derecha.
-- Me tiene loco esa mina --repitió, como para sí mismo.
Como si el tema fuese demasiado íntimo como para
compartirlo y debatirlo en una mesa de cafe. Y asustado,
quizá, por haber ido tan lejos.
-- Está buena la Flaca --dijo Mochila, que la tenía sentada a
sus espaldas--. Y es una mina piola te cuento... Piola,
inteligente. Anda suelta, además...
-- Medio histérica debe ser...
-- Sí. Eso sí... Lógico... --Mochila seguía sin meterse
demasiado en la conversación, en tanto pasaba lista a los
presentes-- ¡Bah! --se animó de pronto, ya terminado el
control--. Como todas.
-- Esa jeta que tiene... --medio por sobre el hombro de
Mochila, Mario la espiaba--. Los ojos...
-- Y encarala, boludo... ¿qué esperas? --lo animó Mochila,
cruzándose de piernas, acomodándose en la silla para quedar
de espaldas a la calle Santa Fe, mirando al mostrador. Mario
hizo un gesto vago con la cabeza, negativo.
-- Está sola, boludo --apretó Mochila--. Andá... Si te quedas
esperando, por ahí aparece algun vago, o alguna amiga, y se
sienta con ella y cagaste.
Mario se encogió de hombros, mirando ahora hacia afuera,
como desentendiéndose del problema.
-- ¿No lo viste al Sobo? -preguntó, cambiando de tema.
Mochila negó con la cabeza--. Este boludo... --musitó Mario--.
Le tengo que pedir un certificado y justo hoy no aparece.
-- Oíme --Mochila se incorporó, clavándole la vista--. Andá y
sentate con ella, no seas otario... No te va a patear...
-- No la conozco --frunció la nariz, Mario.
-- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Cómo que no la conocés? Te
conoce de acá, pelotudo. Si acá nos junamos todos. No le
sabrás el nombre pero la...
-- ¿Cómo se llama?
Mochila frunció el ceño.
-- Ehhh... --pensó--. Marina, Marta, María... No sé, no sé...
Siempre la conocí por la Flaca.
-- Marta, Marta se llama --dijo Mario, que ya se había
informado.
-- Escuchame Mario... --Mochila se inclinó sobre la mesa
para darle privacidad a la propuesta--. Te la presento... Voy,
me siento en la mesa de ella y te la presento...
Mario se tiró hacia atrás y agitó las manos y la cabeza, casi
escandalizado.
-- ¡No! No, dejá. Ya está. Ya pasó. Ya fué.
-- No me cuesta nada, boludo.
-- Dejá, Mochila, dejá. Está bien.
Mochila se encogió de hombros.
-- Jodete --dijo. Y buscó a Moreyra con la vista--. ¡Negro! --
gritó--. ¿Estás vos acá?
-- Además... --Mario, pese a todo, no quería desprenderse
totalmente del tema y sabía que el lapso de privacidad con el
Mochila podía ser corto--. No da bola, Mochi. No da bola.
Mochila casi se enojó.
-- ¿Y cómo sabes que no da bola si nunca la encaraste?
-- Porque uno se da cuenta, Mochila. ¿Sabés cuanto hace
que la vengo mirando a esa mina? ¿Sabés cuanto hace? Dos
años. Debe hacer como dos años...
-- ¿Y?
-- ¡Nada! Nada de nada. Una mina si te quiere dar bola se
manda alguna señal, eso es sabido. Te mira una vez, aunque
sea. Te mantiene un poco la mirada. O te sonríe. Te tira un
cable.
-- No te engañes, no te engañes... Mirá que...
-- Sí... "La vida te da sorpresas".
-- La vida te da sorpresas...
-- Sí, pero acá es muy claro --se desalentó Mario--. ¿Viste
que hay... cómo decirte... hay un lapso de duración en una
mirada, en un cruce de miradas? Y después hay un plus, que
es un milésimo... un milésimo de segundo... un ápice... un
cícero... una infinitésima milésima de segundo en que se
prolonga esa mirada más de lo normal... Es cuando una mina
te mira y vos tenes un sensómetro, un sismógrafo, que
registra que esa mirada ha durado esa milésima de segundo
mas allá de lo necesario, y es lo que te está diciendo a las
claras que esa no es una mirada común, que esa mirada está
pidiendo otro cruce de comprobación, que te está diciendo
algo... --Mochila afirmaba con la cabeza, algo fastidiado--.
Bueno... --no se amilanó Mario--. Esa fracción supletoria de
mirada debería tener un nombre. Porque es una medida
patron... Es un exceso de intensidad... Debería haber algo
como el "miradómetro"... Una unidad de vision, de calentura...
-- Bueno, bueno... Cortala... Dejá de hablar pelotudeces... --
rogó Mochila--. ¿Y qué pasa? ¿Con esta mina no se dió nunca?
-- En la puta vida de Dios.
-- Ni te miró...
-- Ni me miró ni... --Mario había sacado un encendedor y
golpeteaba con él sobre el nerolite buscando la descripción
mas gráfica--. O me mira y no me ve. Esa es la cosa. Por ahí
me mira, pero lo que hace es solamente dirigir su vista hacia
mí. Pero la sensación que yo tengo es como que yo fuera
transparente. Que mira a traves mío. Que mira lo que está
detrás mío. Digamos, que la profundidad de campo de la
cámara de ella está situada seis metros detrás mío... Esa es la
sensación que tengo...
Mochila se rascó la cabeza.
-- ¡Mirá que sos antiguo! --dijo.
-- ¿Por qué? --se ofuscó Mario.
-- Andar fijándote en eso de las miradas y esas cosas... Eso
es del tiempo en que los pedos se tiraban con gomera.
-- ¿Y qué querés que haga? ¿Que vaya y le toque el culo?
-- No, boludo. No te digo eso...
-- ¿Cómo carajo hacés vos?
-- ¿Cómo hago? ¿Cómo hago yo? ¡Voy y me siento con ella!
Eso hago. Mirá que difícil. Y le empiezo a hablar de cualquier
cosa... No podés entrar en la histeria de las minas, querido...
Que te miro, que no te miro, que la profundidad de campo y
todas esas pelotudeces...
-- Es que... --Mario apoyó el mentón sobre sus manos
cruzadas y vaciló. Por momentos lo asaltaba la idea de que no
era un tema para hacer publico--. ¿Sabes qué pasa?... ¿Vos te
acordás de "El Eternauta"?
-- Sí, me acuerdo... Lo que no me acuerdo es quién
trabajaba...
-- ¿Cómo?
-- ¿Quién trabajaba?
-- No, boludo. No era una película. Era una historieta.
-- Ah, sí... "El Eternauta". Algo me acuerdo...
-- Esa que caía una nevada en Buenos Aires, una nevada
radioactiva y morían todos...
-- Algo. Algo me acuerdo --mintió el Mochila.
-- Bueno, en "El Eternauta", aparecían unos tipos de otro
planeta, que se llamaban los "Manos", que tenían...
-- Mejicanos. "Manito", se decían...
-- No, gil. No seas hijo de puta.
-- Ah, no. Esa era "Cisco Kid".
-- No te acordás de un sorete. Los Manos, que tenían una
mano derecha llena de dedos...
-- Como cualquiera --Mochila mostró su mano.
-- No, muchos mas. Como hasta acá --Mario tiró una línea
imaginaria desde la punta de sus propios dedos hasta el
codo--. Bueno, esos tipos dirigián a varias especies de bichos
extraterrestres que invadían la Tierra. Pero ellos, a su vez,
estaban controlados por otra especie superior. Entonces. estos
"Manos", que eran igual que nosotros salvo por esos dedos,
tenían insertada en el cuerpo una glándula, una glándula que
le llamaban "Glándula del Terror" y que les habían insertado
esos cosos que los dirigían a ellos. Y... ¿para qué les habían
insertado esa glándula? Porque los Manos, igual que los
humanos, al sentir temor segregaban una especie de
adrenalina y ésta, a su vez, activaba la glándula. Y entonces la
glándula dejaba escapar un veneno y el veneno los mataba en
minutos, nomás. ¿Me entendés? Si ellos se intentaban rebelar
contra la especie superior, sentían miedo y, ahí nomás,
cagaban la fruta. Linda idea, ¿no? Porque, además, había otra
cosa, fijate. Algunos de ellos habían intentado operarse para
sacarse de allí esa glándula pero, al operarse, sentían miedo, y
de nuevo la misma cosa, activaban la glándula, ésta largaba el
veneno, etc., etc., etc... Era ingenioso, ¿no? Piola como idea.
De... ¿cómo se llamaba?... Oesterheld.
Mochila se lo quedó mirando un instante, con expresión
confundida.
-- Y.... ¿Qué queres decir con todo esto? --preguntó--. ¿Ahora
me vas a salir con que vos tenés una de esas glándulas? ¿Me
vas a pedir guita para operarte?
-- No. No. No --Mario pegó con la punta de su dedo índice
sobre la mesa--. Yo tengo una glándula pero de la pelotudez.
Ese es el asunto. Una glándula de la pelotudez. Cuando a mí
una mina me gusta mucho, como ésta, Marta... me pongo
pelotudo. El mismo hecho de que la mina me guste mucho,
me paraliza. Me pone tan nervioso que me pongo hecho un
pelotudo, no sé lo que digo, hago boludeces... La glándula
segrega algo que me idiotiza. Después pienso en las cosas que
he dicho, o en las que debería haberle dicho y me quiero
morir. Las minas deben pensar que uno es un retardado total.
Y es precisamente porque me gustan demasiado. Es increíble.
Con las minas que no me gustan no me pasa nada. Ahí soy un
duque, soy Dean Martin. Jodo, soy ocurrente, hasta puedo ser
brillante. Al pedo. Porque a quien yo quiero gustar no es a los
escrachos.
-- Mario... Mario... --Mochila trató de ser comprensivo--. Yo sé
que esto pasa... Pero te puede pasar al principio, la primera
hora, la primera...
-- Década.
-- No seas pelotudo. Si vos...
-- Si yo me quedo solo con esta mina te juro que no me sale
una palabra. La glándula me...
-- Anda a la concha de tu madre vos y la glándula...
Se quedaron en silencio. Mochila miraba sin ver hacia la
caja registradora, pegaba repetidas veces con la suela del pie
derecho sobre el piso, fastidiado.
-- ¿Sabes qué le dijeron a Pelé cuando debutó en Suecia? --
preguntó de pronto. Mario negó con la cabeza, algo
desacomodado.
-- "Andate al medio campo y tocala corta." Eso le dijeron --
agregó el Mochila. Mario entrecerró un poco los ojos, como
buscando la metáfora--. O sea. Hasta que se te pasen los
nervios, no tratés de deslumbrar, no tratés de ser brillante, no
tratés de meter el pase de gol...
-- Pero él era negro, Mochila...
-- Es negro.
-- ¡Es que ni siquiera pretendo ser brillante! Me bastaría con
no ser tan imbécil...
-- Tocá corto.
-- Una teta le voy a tocar... --musitó Mario--. Además...
además, Mochila, comprendeme --se irguió de pronto como
para seguir hablando pero calló, prudente. El Pochi había
entrado por la puerta de Santa Fe y Sarmiento, pero se quedó
enganchado en la mesa de los fotógrafos. Mario retomó el
tema--. Yo creo que las cosas se tienen que dar naturalmente.
Vos vistes como es este boliche. Vos, por ejemplo, no conocés
a alguien. Pero, de pronto, por ahí, mañana, estás sentado en
la misma mesa con él. ¿Por qué? Porque te llama un amigo
común. Porque viene a tu mesa a charlar con un amigo tuyo.
Porque está en un grupo donde vos te acercás a preguntar
algo. Es así... Entonces eso es mas natural, menos forzado. Yo
me sentiría mucho más cómodo si se diera algo así con esta
mina...
-- Oíme Mario... Oíme... --Moreyra había pasado como una
ráfaga, dejando un cortado sobrante, al tanteo, enfrente de
Mochila--. Cuanto...
-- Porque... ¿viste como es este boliche? --arremetió Mario--.
Yo creo que el secreto de este boliche está en la proximidad de
las mesas. Están muy juntas. Ahí radica el éxito de este
boliche. Vos estás sentado en esta mesa y casi casi estás
escuchando la charla de los de la mesa de atrás. Y se tocan las
sillas, incluso --Mario se tiró hacia atrás sobre el respaldo y
sonrió, ejemplificando--. Vos estás en una mesa y por ahí girás
un poquito y ya te integras a la de al lado...
-- Un conventillo.
-- Un conventillo. Un día... --Mario se lanzó de golpe con el
torso hacia adelante, confidente--. Un día yo estaba sentado
en una mesa, y atrás, acá mismo, atrás, estaba la Flaca con
unas amigas --bajó la voz--. Si yo me inclinaba para atrás la
tocaba, con los hombros, o con la cabeza. La tocaba...
-- Mario... --insistió Mochila con los ojos entrecerrados--.
¿Cuanto hace que decís que la venís marcando a esta mina?
-- ¿A la flaca? Y... desde que la descubrí... Cuando era novia
del barba... No sé. Un año... Un año y medio...
-- Cuando era novia del barba... Vos te referís al Tito, al Tito
Aramayo.... Bueno, te cuento, eso fue hace más de tres años,
porque hace más de tres años que el Tito está en Porto Alegre.
Casi cuatro años hace, por lo menos.
-- Y... sí...
-- Y en esos cuatro años.. --Mochila enarcó las cejas y cerró
su mano derecha como si empuñara un cuchillo, señalando a
Mario--. Escuchame bien, en esos cuatro años, esa situación
que vos decís, que vos estás esperando, no se ha dado nunca.
Nunca hubo un amigo sentado en la mesa con ella, ni ningún
amigo te la trajo a la mesa con vos, ni se dió vuelta para
pedirte fuego, ni estaba en un grupo donde vos podías haberte
integrado... Nada...
-- Nada... es verdad... Nada.
-- ¿Y hasta cuando vas a esperar, Marito? --hirió de nuevo,
Mochila--. Vas a ser un viejo choto y vas a venir acá con un
bastón, con boina, con una cánula de suero puesta, para ver si
alguna vez se da la puta casualidad de que te podés sentar
con esa mina...
-- Y... --se encogió de hombros, Mario.
-- Oíme --Mochila giró la cabeza y pegó una rápida mirada
hacia la mesa de la Flaca que, sola, estaba anotando cosas en
una agenda--. Mirá, está sola. Al pedo. Voy, me siento con ella,
hablo con ella y después te llamo...
Mario se secó la transpiración de la nariz, meneó la cabeza,
pareció atacarlo la desesperación y estar a punto de ponerse a
llorar.
-- No, Mochila... No...
-- Yo puedo hacerlo, pelotudo --se enojó el Mochila--. Te digo
que soy amigo de ella. Lo he hecho un montón de veces. No va
a quedar como algo forzado o...
-- No, Mochila... Está llena de machos esa mina...
-- ¿Cuando? ¡Ahora está sola, pelotudo!
-- Ahora no. Pero... ¿Vos te creés que no la veo? La miro
constantemente, te digo. Todos los días con un macho nuevo.
Pendejos...
-- Mejor para vos, mejor para vos. Si anda todos los días con
un macho nuevo es que no anda con ninguno. Aparte, no te
engañés, Mario. No te engañés. Yo conocía una mina que
estaba buenísima. No podía ni caminar de buena que estaba.
Lindísima, además. Y esta mina, me decía --hará un par de
meses nomás, está casada ahora, tiene como cuatro hijos--
me decía que cuando ella era joven, había fines de semana
que se quedaba en casa como una boluda porque nadie la
llamaba para salir. Los tipos la veían tan linda, tan rebuena
estaba esa hija de puta, que todos pensaban lo mismo, eso
que vos pensás también, que estaba llena de machos. Que la
llamaban de todas partes del país para invitarla a salir, que
Rainiero de Mónaco le ponía un télex para salir de joda.
Entonces, no la llamaban. Y la pobre santa se quedaba como
una boluda los sábados a la noche viendo televisión con una
tía rechota que tenía...
-- Este no es el caso... Este no es el caso... --negó Mario.
Mochila volvió a darse vuelta, mirando sin discreción alguna
hacia la mesa de la Flaca.
-- Está sola, boludo. Está haciendo tiempo. Aprovechá ahora
--volvió a su postura anterior restregándose la cara con una
mano, casi con desesperación--. Decí que yo no puedo...Pero...
-- Además... Además... --buscó las palabras Mario--. No se
puede. Yo no puedo ir y encararla así a esta mina, en frío...
Hay convenciones. Hay convenciones que se juegan entre un
hombre y una mujer y que hay que respetar.
Mochila lo miraba con una expresión cada vez mas
atormentada.
-- Sí, claro --dijo Mario--. Vos sabés, y ella sabe, y vos sabés
que ella sabe que vos sabés, que si vas y la invitás a una mina
a tomar un café, en realidad lo que le estás proponiendo es ir
a cojer.
-- No es tan así.
-- Esa es la verdad. Esa es la realidad de las cosas. La
verdad de la milanesa. Pero vos no podés ir, acercarte a la
mesa y decirle "¿Vamos a cojer?". Porque aunque encierre el
mismo significado, no es lo mismo. Para una mina no es lo
mismo y tiene todo el derecho del mundo de mandarte a la
reputísima madre que te parió, Mochila, es la verdad. Puede
decirte "¿Usted por quién me ha tomado?" y hacerse la
ofendida y tiene toda la razón. Hay que guardar ciertas
normas de urbanidad. Vos dirás que es un hipocresía y todo
eso, pero...
-- Yo no digo que sea una hipocresía --expiró Mochila,
agotado.
-- ... vos tenés que dejarle una puerta abierta a la mina. No
podes encerrarla, no podes dejarla sin opciones. Fijate vos,
cuando yo anduve con la Zulema... --se entusiasmó Mario--.
Hay minas con las que vos tenés ya todo conversado, todo
claro, y no hay más que hablar. Cuando le decís de salir, te
tomás un tacho y te vas al mueble derecho viejo, porque
sabés que la mina no se va a descolgar con "¿Pero... adonde
vamos? ¿Adonde me llevas?".
-- "¿Qué son esas luces rojas?"
-- "¿Qué son esas luces rojas?" ¡Nada de eso! Pero, por
ejemplo, con Zulema, yo me las rebusqué para que me
prestaran un departamento. Entonces fuimos a cenar,
hablamos un rato y despues yo le pude decir "¿Querés venir a
mi departamento a tomar algo?", con lo que le estás dando a
la mina la opción de ir al departamento y después, si no le
gusta la mano, negarse. No sé... decir... "Se me hizo tarde" o...
"Vos me interpretastes mal"...
-- Oíme... Vos sos una antigualla... Si la mina acepta ir a tu
departamento es porque le gusta la mano y ya sabe como
viene la cosa... No son tan boludas, Mario... ¿O te crees que
somos nosotros los que atracamos?
-- De acuerdo, de acuerdo --se apuró Mario--. Pero vos le
estás dando la opción con el departamento. Si vos le tenés
que decir "¿Vamos a un mueble?" ¿Qué opción tiene la mina?
Vos le estás diciendo "vamos a cojer", lisa y llanamente. No le
das salida.

-- Si vos le decís "Vamos al departamento" también le estás


diciendo "Vamos a cojer", querido. ¿O con quién estás
saliendo? ¿Con Heidi?
-- Ya sé... Ya sé... --Mario se mordió los labios, transpirando--.
Pero no es lo mismo. Es una cuestión de elegancia. Si vos
invitás a una mina a un hotel, estás dando por sentado que
vos no tenías ninguna duda de que a esa mina te la ibas a
pirobar, que era fácil, que era una fija. Es una cuestión de...
dignidad, digamos...
Mochila meneaba la cabeza, negando.
-- Sos una antigualla --suspiró--. Un relicario...
-- Es difícil de explicar --insistió Mario--. Es como si vos vas a
un bodegón y el mozo ve que vos tenés tal pinta de pordiosero
que viene y, sin preguntarte nada, te pone en la mesa un
pingüino de vino tinto de la casa. ¿Qué te queda por hacer en
ese momento? Levantarte e irte, querido. Ese mozo te está
ofendiendo. Porque aunque vos seas un pordiosero y se vea a
la legua que no te podes bancar ni por puta un vino más o
menos pasable, el tipo tiene la obligación moral de alcanzarte
la lista de vinos y preguntarte "¿El señor tiene alguna
preferencia? ¿Desea algún vino gran reserva?". Entonces ahí
sí, vos podés devolverle la lista y decirle, tranquilo "No,
muchas gracias. Tráigame un pingüino con tinto de la casa"
porque la verdad es que no tenés ni un mango partido por la
mitad para elegir otra cosa... ¡Porque es un problema de
dignidad, mi viejo! ¡Te tienen que dar la oportunidad de elegir,
ese es el asunto! Pueblos enteros han ido a la guerra por eso...
-- ¿Porque vino el mozo y les sirvió un pingüino de...?
-- No. Por dignidad.
-- Oíme, Mario... --Mochila pareció animarse de repente--. Yo
me levanto y voy a la mesa de la mina y le hablo.
La expresión de Mario fue de pánico. Advertía un atisbo de
determinación inquebrantable en la voz del Mochila.
-- No, Mochi, no jodas --se enojó.
-- Voy, boludo. ¿No puedo ir, acaso? Todos los días hablo con
ella...
-- Vos tomás medio pingüino de tinto de la casa y te ponés a
hacer boludeces, Mochila... Dejame de joder... No me gusta
tanto despues de todo...
Mochila se puso de pie. Mario se tapó la cara con la mano.
Luego la destapó y habló mirando hacia otro lado. Transpiraba.
-- Dejáme de joder, Mochila. Sentate --rogó--. Yo no voy. Si
vos me llamas yo no voy. Me voy a la mierda. Me voy al baño.
Te juro que no voy...
-- Oíme, boludo --se agachó un tanto, Mochila--. Hoy puede
ser un dia histórico para vos. A veces las minas que menos
bola parece que te dan son las que más te vienen marcando,
al final de cuentas. No seas ingenuo. Las minas son muy
histéricas, y ésta es de las más histéricas que conozco...
-- Te juro que no voy, Mochila... Sentate, no seas boludo... No
me hagas pasar un mal rato...
-- Por lo menos te sacas la duda de encima, pelotudo. Si te
da pelota, perfecto. Si no te da pelota, bueno, al menos te
sacastes ese quilombo de la cabeza y ya no te andas
preocupando si anda con un macho, o con cuatro, o con cinco
mil...
-- Dejáme vivir con la ilusión, Mochila... De veras... Sentate...
Mochila giró sobre sus talones y enfiló hacia la mesa de la
Flaca. Mario, automáticamente, pivoteó sobre su silla primero
hacia la calle Santa Fe y luego en sentido contrario, hacia el
mostrador, como si estuviese sobre un sillón giratorio,
fingiendo mirar hacia el teléfono público, los baños y las
botellas expuestas sobre los estantes de vidrio. Se pasaba
repetidamente las yemas de los dedos sobre las cejas.
Mochila se dejó caer, despreocupado, sobre la silla vacía
enfrente de la Flaca y, al punto, ésta, sonriendo, cerró la
agenda y comenzaron a charlar. No dejo pasar mucho tiempo,
Mochila, y tras algunas preguntas livianas de rigor, encaró el
tema con la practicidad de un ejecutivo joven.
-- Che, Flaca... --casi anunció--. No mires ahora... ¿Vos lo
conocés al muchacho que está sentado conmigo, el de lentes?
Ella dió una pitada larga a su cigarrillo, lanzó algo de humo
por la nariz y dijo: "Sí, de acá. Del boliche".
-- Bueno. Está muerto por vos.
Marta miró al Mochila con expresión entre dura e
inquisidora.
-- ¿Ese pajero? --preguntó luego, casi airada. Mochila
asimiló, apenas, el golpe.
-- ¿Por qué, "pajero"?
-- Hace como mil años que se la pasa mirándome y jamás se
ha atrevido a decirme nada.
-- Lo que pasa es que... ehh... Es muy tímido...
-- ¡Por favor! --la Flaca sacudió la cabeza revoleando un
mechón de pelo-- ¡Es un pajero!
-- No, Flaca --Mochila estaba casi acostado sobre la mesa,
apoyando el brazo izquierdo desde la axila hasta el codo,
buscando buenas razones con cautela de minero--. Es muy
tímido... Te digo que es muy buen tipo... es un tipo
interesante...
Marta extendió su mano derecha y la apoyó en el antebrazo
de Mochila. Suavizó su tono y su mirada.
-- Mirá, Mochila, te agradezco. Pero estoy cansada de la
histeria de los tipos. Ya somos grandecitos. Ya no soy una
pendeja...
-- Pero lo parecés...
Marta estiró una sonrisa forzada.
-- Te agradezco --repitió.
Mochila se quedó mirando un rato hacia la esquina de
Sarmiento y Santa Fe. Como no encontró nuevos argumentos
para su propuesta, se levantó cansinamente, saludó a la Flaca
y se fue. Desandó cuatro pasos y volvió a su silla de la mesa
compartida con Mario. Este, demudado, había pedido una
medialuna de "La Nuria" y otro café, como para hacer algo.
-- Ehhhh... --vaciló Mochila, mirando perdidamente hacia el
baño.
-- ¿Qué...? ¿Qué pasó? --tragó saliva Mario, intuyendo, quizá,
lo peor.
-- Dice que está esperando al novio...
Mario mordió un nuevo pedazo de medialuna. Meneó la
cabeza.
-- Te dije... --dijo.
-- Qué cagada --musitó Mochila.
-- ¿Viste? --Mario parecía aliviado.
-- Pero, al menos, lo intentamos...
-- Te dije... --Mario se acomodó los lentes, mirando hacia la
calle, mientras apuraba el último bocado, limpiándose los
dedos con una servilleta.
-- Qué va a ser...
¿Será posible, este boludo del Sobo? --se quejó Mario--. Justo
hoy que lo necesito y no aparece...

Roberto Fontanarrosa
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Roberto Fontanarrosa, apodado El Negro Rosario, Argentina
(26 de noviembre de 1944- †19 de julio de 2007) Humorista
gráfico y escritor.

Su carrera comenzó como dibujante humorístico,


destacándose rápidamente por su calidad y por la rapidez y
seguridad con que ejecuta sus dibujos. Estas cualidades
hicieron que su producción gráfica fuera copiosa.

Se le conoce su gusto por el fútbol, deporte al cual le ha


dedicado varias de sus obras. El cuento "19 de diciembre de
1971" es un clásico de la literatura futbolística argentina.
Como buen "futbolero", siempre ha mostrado su simpatía por
el equipo al que sigue desde pequeño, en este caso Rosario
Central.[1]

En los años setenta y ochenta, se lo podía encontrar


tomándose un café en sus ratos libres en el bar El Cairo
(esquina de calles Santa Fe y Sarmiento), sentado a la
metafórica “mesa de los galanes”, escenario de muchos de
sus mejores cuentos. Desde los años noventa, la mesa se
mudó al bar La Sede.

Fue expositor en el III Congreso de la Lengua Española que se


desarrolló en Rosario (Argentina), el 20 de noviembre de 2004.
En el mismo dio la charla titulada “Sobre las malas palabras”.

En 2003 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica [2], por


lo que desde 2006 utiliza frecuentemente una silla de ruedas.
El 26 de abril del 2006, el Senado le entrega la Mención de
Honor Domingo Faustino Sarmiento, en reconocimiento a su
vasta trayectoria y aportes a la cultura argentina.

El 18 de enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar sus


historietas, debido a que ha perdido el completo control de su
mano derecha a causa de la enfermedad. Sin embargo aclaró
que continuará escribiendo guiones para sus personajes. [3].
Falleció el 19 de julio de 2007 en su ciudad natal, Rosario, a la
edad de 62 años, víctima de un paro cardiorrespiratorio
estando internado en un hospital debido a la enfermedad
degenerativa que lo afectaba.
Tabla de contenidos
[ocultar]

* ¿Quién es Fontanarrosa?
* Fontanarrisa
* Fontanarrosa y los médicos
* Fontanarrosa y la política
* Fontanarrosa y la pareja
* El sexo de Fontanarrosa
* El segundo sexo de Fontanarrosa
* Fontanarrosa contra la cultura
* El fútbol es sagrado
* Fontanarrosa de penal
* Fontanarrosa es Mundial (donde se recopilan las crónicas
periodísticas que realiza en ocasión del mundial de fútbol de
1994) y
* Fontanarrosa continuará.

Publicaciones de historietas [editar]

* Los clásicos según Fontanarrosa


* Semblanzas deportivas
* Sperman
* Inodoro Pereyra: su personaje más famoso, junto con
* Boogie, el aceitoso. Este último se publicó en diarios
uruguayos y colombianos . También se han publicado libros
con recopilaciones del personaje en Brasil e Italia.

Novelas [editar]

* Best Seller (las aventuras del mercenario sirio


homónimo)(1981)
* El área 18 (1982)
* La gansada (1985)
Libros de cuentos [editar]

* El mundo ha vivido equivocado (1982)


* No sé si he sido claro (1986)
* Nada del otro mundo (1987)
* El mayor de mis defectos (1990)
* Uno nunca sabe (1993)
* La mesa de los galanes (1995)
* Los trenes matan a los autos (1997)
* Una lección de vida (1998)
* Puro Fútbol (2000)
* Te digo más ... (2001)
* Usted no me lo va a creer (2003)
* El rey de la milonga (2005)

Obras [editar]

Muchos de sus cuentos fueron dramatizados y convertidos en


obras teatrales o televisivas. Se han escenificado más de cinco
versiones de Inodoro Pereyra, la última de ellas por el elenco
El Galpón, de Montevideo.

Roberto Fontanarrosa
"El mundo ha vivido equivocado"

Roberto Fontanarrosa nació en Rosario en 1944. Ha publicado hasta el momento Best Seller, El área 18 y La
Gansada (novelas). Los trenes matan a los autos, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de
mis defectos, El mundo ha vivido equivocado, Uno nunca sabe y La Mesa de los Galanes (cuentos). En
materia de humor gráfico, a las series de sus personajes Inodorfo Pereyra y Boogie el Aceitoso se suman El
fútbol es sagrado, Fontanarrosa de penal, Semblanzas deportivas, El sexo de Fontanarrosa. El segundo sexo
de Fontanarrosa, Fontanarrosa y los médicos, Los clásicos según Fontanarrosa, Sperman, Fontanarrisa,
¿Quién es Fontanarrosa?, Fontanarrosa y la pareja, Fontanarrosa y la política, Fontanarrosa continuará,
Fontanarrosa contra la cultura, Fontanarrosa y el fútbol, Fontanarrosa es Mundial y 20 años con Inodoro
Pereyra.

—¿Sabés cómo sería un día perfecto? —dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta de la nariz. Pipo meneó la
cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraído observando algo a través de los ventanales.
—Suponete... —enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose mecánicamente el bigote,
corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-...
que vos vas de viaje y llegás, ponele, a una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé...
Saint Thomas.

—¿Martinica es una isla? —preguntó Pipo, aún sin mirarlo, hurgando con el índice de su mano izquierda en
su dentadura.

—Sí. Creo que sí. Martinica. La isla de Martinica.

Pipo aprobó con la cabeza y se estiró un poco más en la silla, las piernas por debajo de la mesa, casi tocando
la pared.

—Llegás a la isla —prosiguió Hugo—... Solo ¿viste? Tenés que estar un día, ponele. Un par de días.
Entonces vas, llegás al hotel, un hotel de la gran puta, cinco estrellas, subís a la habitación, dejás las cosas y
bajás a la cafetería a tomar algo. Es de mañana, vos llegaste en un avión bien temprano, entonces es media
mañana. Bajás a tomar algo.

—Un jugo —aportó Pipo, bostezando, pero al parecer algo más interesado.

—Un jugo. Un jugo de tamarindo, de piña...

—De guayaba, de guayaba —corrigió Pipo.

—De guayaba, de esas frutas raras que tienen por ahí. Calor. Hace calor. Vos bajás, pantaloncito blanco
livianón. Camisita. Zapatillitas.

—Deportivo.

—Deportivo.

—Tipo tenis.

—No. No. Ojo, pantaloncito blanco pero largo ¿eh? No short. No.

Largo. Livianón. Bajás... Poca gente. Música suave. Cafetería amplia. Te sentás en una mesa y... se ve el mar
¿No? Se ve el mar. El hotel tiene su playa privada, como corresponde. Poca gente. Poca gente. No mucha
gente. No es temporada. Porque tampoco vos vas de turismo. Vos vas por laburo. Una cosa así.

—Claro. —Pipo aprobó con la cabeza y saludó con un dedo levantado al Chango que se iba con una rulienta.

—Entonces ahí —Hugo estiró las sílabas de esas palabras anunciando que se acercaba el meollo de la
cuestión—... a un par de mesas de la mesa tuya: una mina, sentadita. Desayunando.

—Sola —por primera vez Pipo mira a Hugo, frunciendo el entrecejo.

Hugo arruga la cara, dudando.

—Sola... o con un macho. Mejor con un macho ¿viste? Pero, la mina, te juna. Te marca. No alevosamente,
pero, registra. La mina, muy buena, alta rubia, ojos verdes, tipo Jacqueline Bisset.

—Me gusta.

—La mina, poca bola. Marca de vez en cuando, pero poca bola.

—Jacqueline Bisset no es rubia.


—¿No es rubia? ¿Qué es? Castaña.

—Sí, castaña, castañona.

—Bueno... Pero ésta es rubia. Remerita azul, pantaloncitos blancos. Cruzada de gambas, fumando. Hablando
con el tipo, recostada en el respaldo del silloncito. Esos silloncitos de caña.

—¿Silloncitos de caña? ¿En una cafetería? —dudó Pipo.

—Bueno, no —admitió Hugo—. Uno de esos comunes. O como éstos —giró un poco el torso y pegó dos
tincazos cortos contra el plástico de un respaldo—. Pero con apoyabrazos ¿me entendés? Porque la mina está
estirada, así, para atrás, medio alejada de la mesa. Mirando al tipo, cruzada de gambas. O sea, queda de
perfil a vos. Pero... ¿qué pasa?

—¿Qué pasa?

—La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo chamuya algunas boludeces y la mina hace así con la
cabeza —Hugo imita gesto de asentimiento— pero se nota que se hincha las pelotas.

—Y claro, loco...

—Entonces, entonces... —Hugo toca levemente el antebrazo de Pipo llamando su atención— Vos empezás a
hacerte el bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a junar a una mina y no podés dejar de mirarla?
¿Y que entrás a pensar: "Mamita, si te agarro"? Vos te empezás a hacer el bocho. Claro, te hacés el boludo...

—Porque está el macho.

—No. Pero el macho no calienta. Porque está de espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo por si la
mina mira. Cosa de que no vaya a ser cosa que mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le hagás
una inclinación de cabeza...

—O que se te esté cayendo un hilo de baba sobre la mesa.

—Claro, claro —se rió, definitivamente entusiasmado con su propio relato Hugo, haciendo gestos elocuentes
de refregarse la boca con el dorso de la mano y limpiar la mesa con una servilleta de papel—. No. No. Vos,
atento, atento, pero digno. Tipo Mitchum. Tipo Robert Mitchum.

—Bogart, loco. Vamos a los clásicos.

—Sí. Una cosa así. Fumando el hombre. Medio entrecerrados los ojuelos por el humo del faso. Un duro.

—Sí. A esa altura yo ya estaría duro.

—También. También. Pero con dignidad —sentenció Hugo—. Porque por ahí te tenés que levantar y tenés
que salir encorvado como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la mierda el encanto. Cagó el atraque.
No. Vos, en la tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima de las pajitas ésas de colores...

—Los sorbetes.

—Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que
balancea lentamente la piernita y a vos...

—A vos te corre un sudor helado desde la nuca...

—Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los glúteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste? como
los sapos. Que se les hincha la garganta.

—Lindo espectáculo para la mina si te mira.


—No pero eso te parece a vos desde adentro —Hugo golpea con uno de sus puños contra su pecho—. No.
Vos, un duque. Un duque. Y... ¿viste? ¿Viste cuando vos decís: "Viejo, si esta mina me da bola yo me muero.
Me caigo al piso redondo" Y que medio agradecés que la mina esté con un macho porque te saca de encima
el compromiso de tener que atracártela. Pero por otro lado vos decís: "¿Cómo carajo no me le voy a tirar, si
esta mina es un avión, un avión?" ¿Viste?

—Típico.

—Pero vos, claro, perdedor neto, también pensás: "Esta mina, ni en pedo me puede dar bola a mí". Porque
es una mina de ésas de James Bond, de ésas bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos, todo el
hotel es de las películas. Con piletas, piscinas, parques, palmeras, cocoteros, playa privada...

—Catamaranes.

—Surf, grones, confitería con pianista, negro también. Una cosa de locos. Entonces vos decís: "Esta mina no
me puede dar bola en la puta vida de Dios". Pero, pero...

—Al frente —indicó Pipo, con la mano.

—¡Al frente, sí señor! —se enardeció Hugo—. Al frente. Y por ahí, por ahí... el tipo se levanta.

—El tipo que está con la mina.

—El tipo que está con la mina se levanta y se pira. Le da un besito en la boca, corto, y se pira. A vos medio
se te estruja el corazón porque pensás: "si el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay duda".

Pipo meneó la cabeza, dudando.

—Porque uno siempre al principio tiene esa esperanza —prosiguió Hugo—, "Puede ser el hermano", piensa,
"un amigo" "o el tío", que sé yo...

—O una tía muy extraña que se viste de hombre.

—También.

—Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas —documentó un poco más su aporte Pipo.

—Claro. Claro. Pero cuando el tipo le zampa un beso en la trucha ya ahí medio que se te acaban las po-
sibilidades —Hugo se corta. Se queda pensando—. Aunque viste cómo son los yanquis. Se besan por
cualquier cosa —aclara—. Ahí viene una mina y te da un chupón y es cosa de todos los días.

—¿Sí?

—Sí. Bueno, bueno. La cuestión que la mina se ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y la
rubia está en la mesa, mirando el mar. Balanceando la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el
ataque. ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena, para colmo.

—¡Qué te parece!

—Claro, primero vos esperás. Te hacés el sota y esperás. Porque en una de esas vuelve el marido. O el tipo
ése que estaba con ella y es un quilombo. Entonces vos te quedás en el molde. Y te empieza a laburar el
marote de que si te vas y te sentás con ella. ¿Qué carajo le decís?

—Y además la mina habla en inglés.

—No sé. No sé. Eso no sé —vacila Hugo.


—¿La mina no es norteamericana?

—No sé. Porque vos no la escuchás. Vos la viste que está ahí chamuyando con el tipo pero no escuchás en
qué habla.

—Y... si habla en inglés te caga.

—Sí, sí —admite Hugo, turbado— pero esperá...

—Bah. Si habla en inglés, o en francés o en ruso, te caga.

—Pará, pará.

—Vos inglés no hablás, que yo sepa.

— ¡Pará, pará! —se enoja Hugo.

—Porque nosotros, acá, porque manejamos el verso, pero si te agarra una mina que no hable castellano...

—Oíme boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo de la mina? La mina puede ser francesa, por ejemplo, y
saber un poco de castellano.

—O española —simplifica Pipo—. La mina es española.

—¡No! Española no. Dejame de joder con las españolas.

—¿Por qué no?

—Las españolas son horribles. Tienen unos pelos así en las piernas.

—Sí, mirá la Cantudo.

—No, no —se empecina Hugo—, dejame de joder con la Cantudo. La mina es una francesa tipo, tipo...

— ¿Por qué no la Cantudo?

—Tipo... ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo golpetea con un dedo sobre el nerolite.

—Romy Schneider.

—No. No. Esta mina que canta...

—A mí dejame con la Cantudo y sabés...

—¡No rompás las bolas con la Cantudo! ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo señala con el dedo a Pipo, ya
cabrero— Mirá, el día que vos me vengas con tu día perfecto, muy bien, que la mina sea la Cantudo. Pero yo
te estoy contando mi día. Además esta mina es rubia.

—Bueno —aprueba Pipo, reacomodándose algo en la silla—. La próxima vez que me cuentes tu día per-
fecto, vos quedate con la rubia. Pero que la rubia esté con la Cantudo y salimos los cuatro. Así...

—Está bien, está bien —concede Hugo sin dejar de rebuscar en su memoria— ¡Françoise Hardy! ¡Françoise
Hardy! Un tipo así.

—Tampoco es del todo rubia.

—Bueno, pero de ese tipo. De cara medio angulosa. Jetona. Más rubia, eso sí. Y con esa voz así... profunda.
—Oíme —cortó Pipo—. Si no la escuchaste hablar. Decías...

—La mina es francesa —se embaló Hugo—. Pero habla castellano porque ha vivido un tiempo en Perú.
¿Viste que los franceses viajan mucho a Perú?

—¿Sí? —se interesa Pipo—. Se acomoda definitivamente erguido en la silla, gira y con un gesto pide otro
café a Molina, el morocho, que está descansando contra la barra, aprovechando la poca gente de las once de
la noche.

—Claro. Porque esta mina es una mina del jet-set. Una arqueóloga o algo así, que viaja por todo el mundo.

—Una cosmetóloga.

—O dirige una línea internacional de cosmética. Una línea suiza de cosmética —sopesa Hugo—. O diseña
moda. Habla varios idiomas. Y entonces habla castellano con un acento francés, arrastra las erres...

—Como el dueño del hotel donde para Patoruzú —ejemplifica Pipo.

—Eso. Y tiene una voz profunda. Medio áspera. Como Ornella Vanoni.

—Ajá, ajá. Me gusta —aprueba Pipo, dispuesto a colaborar mientras se echa algo hacia atrás para permitir
que Molina le deje, sin una palabra, un café, un vaso de agua, tire otros saquitos de azúcar junto al cenicero
y apriete un nuevo ticket bajo la pata del servilletero.

—La cuestión es que la mina se quedó sola en la mesa, fumando —recupera el hilo Hugo— y vos estás ahí,
haciendote el bocho, viendo cómo carajo hacés para atracártela. Para colmo todavía no sabés en qué carajo
habla esta mina. Entonces, entonces, empezás a junar las pilchas, los zapatos, la remera, los cigarrillos que
la mina tiene sobre la mesa para ver si dicen alguna marca, algún dato que te bata más o menos de dónde es
la mina. La mina llama al mozo. Paga su cuenta. Vos ahí parás la oreja para ver si agarrás en qué habla,
pero la mina habla en voz baja, como se habla en esos ambientes internacionales...

—Además la mina con esa voz profunda que tiene... —Pipo ha terminado de sacudir rítmicamente la bolsita
de azúcar y se dispone a arrancarle uno de los ángulos.

—Claro. Agarra un bolso que tiene sobre otro sillón y ahí... ahí... Primero... —se autointerrumpe Hugo—
cuando se para, ahí te das cuenta realmente de que la mina es un avión aerodinámico. De esas minas
elegantes, pero que están un vagón. De ésas flacas pero fibrosas, ésas que juegan al tenis y que vos les tocás
las gambas y son una madera. Entonces ahí, en tanto la mina se acomoda el bolso sobre el hombro y agarra
los puchos y el encendedor de arriba de la mesa...

—Los puchos son Gitanes —documenta Pipo.

—Claro. Los puchos son Gitanes y tiene ¿viste? atado a una de las manijas del bolso, un pañuelo de seda,
fucsia. Bueno, ahí, cuando la mina se levanta. Se da vuelta. Y te mira.

—¡Mierda!

—Te mira ¿viste? —Hugo está envarado sobre la silla, tenso. Una mano en el borde del asiento y la otra
sobre el borde de la mesa. Los ojos algo entrecerrados miran fijo en dirección a la ventana que da a calle
Sarmiento—. Te mira un momentito, pero un momentito largón. Ya no es la mirada de refilón... eh... la
mirada de rigor de cuando uno mira a una persona que entra o que se te sienta cerca. No. No. Una mirada ya
de interés. Profunda.

—Ahí te acabás.

—No. Vos... un hielo. Le mantenés la mirada. Serio. Sin un gesto. Como diciendo "¿Qué te pasa, cariño?".
Claro, por dentro se te arma tal quilombo en el mate, se te ponen en cortocircuito todos los cables. "Uy, la
puta que lo reparió, no puede ser", decís. "No puede ser. Dios querido". Pero le sostenés la mirada hasta que
la mina da media vuelta y se va para la playa con el bolso al hombro.

—Y... —se sonríe Hugo— ¿Viste cuando las minas se dan cuenta de que las están junando, entonces
caminan un poquito remarcando más el balanceo? —Hugo oscila sus propios hombros y el torso— ¿así? La
mina se va para la playa, despacito. Matadora. Claro. Vos estás paralizado en la silla, tenés la boca seca y si
te mandás un trago del jugo te parece que tragas papel picado. Cualquier cosa parece. Te zumban los oídos.

—Te sale sangre por la nariz.

—No. No. Porque ya te recuperaste. Ya te recuperaste —ataja Hugo—. Y ya empezás a sentir ¿viste? Esa
sensación, esa sensación, ese olfato, esa cosa... de la cacería. ¿No? Para colmo, para colmo —Hugo vuelve a
poner su mano sobre el antebrazo de Pipo para concentrar su atención.

—Ahá...

—Para colmo, la mina llega al ventanal, todo vidriado. Porque la parte de la cafetería que da al mar es puro
vidrio —asesora Hugo—. Entonces cuando la mina llega a la parte de la puerta donde ya sale a la parte de
playa, que hay una explanada y después está la arena, se para. Se para en la puerta, ¿viste? Como deslum-
brada por el sol. Y mira para todos lados. Busca algo adentro del bolso con un gesto como de fastidio...

—Los lentes negros.

—Algo así. Lo que pasa es que la mina está aburrida. Y en eso, antes de salir ya del todo, gira un poco. Y te
vuelve a mirar...

—Ahh... jajajá... —ríe nervioso Pipo.

—¿Viste cuando de golpe una mina te mira y vos no sabés...?

—Sí. Si te mira a vos o a alguien de atrás.

—Claro, claro, eso —se enfervoriza Hugo—. Que vos te das vuelta para ver si atrás no hay otro tipo, qué sé
yo. Como para asegurarte.

—Sí, sí —se vuelve a reír Pipo.

—Pero no. La mina te vuelve a mirar a vos. Ya no tan largo, pero...

—Está con vos.

—Está con vos.

—La mina siempre seria —casi pregunta Pipo.

—Ah, sí. Sí. Seria. Juna pero ni una sonrisa. Los ojitos nada más. No. No se regala. Digamos...

—Insinúa.

—Eso. Insinúa... Entonces, vos, llamás al mozo. ¿Viste? —se divierte Hugo. Hace voz afónica— "Mozo"...
No te sale ni la voz. Tenés la garganta seca. "Mozo". Firmás tu cuenta y ahí no más te mandás para la
habitación. A los pedos.

—A la habitación.

—Claro. Porque vos ya viste que la mina se fue para la playa. O sea, la tenés ubicada y un poco la seguridad
de que la mina se va a quedar ahí. Entonces vas a la habitación y te pones la malla, cazás una toalla. Una
revista...
—Ah. Eso sí. Imprescindible. Un libro...

—Sí. Sí, sí. Un libro, una revista, cualquier cosa, para llevar debajo del brazo y salís rajando para la playa
cosa de que no vaya a aparecer algún otro y te primeree. Bajás y te mandás a la playa. Como siempre pasa, la
primer ojeada que das, no la ves. Ahí te puteás, decís "¿Para qué mierda me fui arriba a cambiar?". Y te
desesperás. Pero por ahí la ves que viene caminando, entre alguna gente que hay, tomando una Coca Cola
que ha ido a comprar. La mina te ve pero se hace la sota. Se tira por ahí, en una lona. No, en una de esas
reposeras y se pone a tomar sol. Medio se apoliya.

—Ahí te cagó.

—No. Bueno. Al fin te la atracás —sintetiza Hugo.

—Ah no. ¡Qué piola! —se enerva Pipo—. Así cualquiera. Es como en esas películas donde un tipo dice "me
voy a atracar a esa mina" y después ya aparece con la mina, charlando lo más piola, encamado. Y no te dicen
cómo el tipo se la atracó. Que es la parte jodida.

—Bueno. Pará. Pará —contemporiza Hugo—. Vos te quedás vigilando. Ves por ejemplo que no hay ningún
peligro cercano. Ningún tipo, algún tiburonazo como vos que ande rondando. O hay algún tipo con su mujer
que vicha pero se tiene que quedar en el molde pero además vos viste cómo son estas cosas. Los yanquis, los
ingleses por ahí ven una mina que es una bestia increíble y no se les mueve un pelo. Ni se dan vuelta. No
dan bola. No son latinos. Entonces vos ves que no hay peligro cercano y planeás la cosa. Vos tenés una
situación privilegiada. Estás solo. Tenés tiempo. Tenés guita...

—No como acá.

—Claro. Además ahí no te juna nadie. No hay quemo posible. Entonces por ahí te vas un poco al mar, nadás,
hacés la plancha. Y cuando volvés ves que la mina está leyendo. En la reposera, pero leyendo. Entonces vos,
desde tu puesto de vigilancia, ni muy cerca ni muy lejos, te ponés también a leer. Por ahí te dan ganas,
¿viste? —Hugo busca las palabras—, de largar todo a la mierda, cazar un bote, alquilar un catamarán y
disfrutar un poco en lugar de andar sufriendo por una mina que por ahí... Pero claro, cuando la mirás y por
ahí la ves mover una piernita, sacudir un poco el pelo rubio se te queman todos los papeles. Te hacés el
bocho como un loco. Se te seca de nuevo la garganta.

—Venís muerto.

—Lógico. En eso la mina se levanta y se va para un barcito que hay en la playa, muy bacán. Ese es el mo-
mento, es el momento... Lo que vos me pedías que te explicara.

—Claro —parece que se disculpara Pipo— porque si no, es muy fácil...

—La mina va, se sienta en un taburete, debajo de esos quinchos, ¿viste?, como de paja, cónicos, pero grande,
porque ahí está el bar. Y vos vas y te sentás al lado. Ya sin hacerte tanto el boludo, ya, ya en la lucha. Y ahí
vas a los bifes. Le preguntás, por ejemplo "¿usted es norteamericana?" En un tono monocorde, casi digamos,
periodístico. Sin sonrisitas ni nada de eso. Ahí la mina te mira un momento, fijamente y es cuando...

—Te cagás en las patas —dictamina Pipo.

—¡Claro! ¡Claro! Porque ése es el momento crucial. Ahí se juega el destino del país. Si la mina se hace la
sota y mira para otro lado. O dice "sí" caza el vaso y se alza a la mierda, perdiste. Perdiste completamente.
Pero no. La mina te mira, dice: "Sí". "Sí ¿por qué?". Y se sonríe.

—¡Papito!

—¡Papito! ¡Vamos Argentina todavía! ¡Se viene abajo el estadio! —Hugo se sacude en la silla— ¿Viste esas
minas que son serias, que no se ríen ni de casualidad, pero que por ahí se sonríen y es como si tuvieran un
fluorescente en la boca? ¿Qué vos no sabés de dónde carajo sacan tantos dientes? Una cosa... —Hugo estira
la comisura de los labios con los dientes de arriba tocándose apretadamente con los de la fila inferior.

—Como la Farrah Fawcett.

—Sí. Que es una particularidad de las modelos —asesora Hugo— Están serias, de golpe le dicen "sonreí" y
¡plin! encienden una sonrisa de puta madre que no sabés de dónde la sacan... Bueno, la rubia te mira, te dice
"sí ¿por qué?" y...

—Te da el pie.

—Claro. Te da el pie, para colmo. Entonces vos decís "permiso", el barrio es el barrio, y te sentás en el
taburete de al lado y entrás al chamuyo... —Hugo lleva dos o tres veces el dedo índice de su mano derecha a
la boca y lo hace girar hacia adelante como quien desenrolla algo. Pipo hace un gesto escéptico.

—Muy facilongo lo veo —dice.

—Lo que pasa es que la mina está con vos. Está con vos. La mina ya tiene decidido que te va a dar bola. No
va a andar haciendo las boludeces de hacerse la estrecha o esas cosas. Es una mina que está en el gran
mundo internacional y sabe lo que quiere. La mina va a los bifes. No se regala pero va a los bifes. Si le gusta
un tipo le da pelota de entrada y a otra cosa.

—Eso es cierto. Esas minas son así.

—Entonces vos empezás el chamuyo. Ya tranquilo. Ya gozando la cosa porque sabés que la cosa viene bien,
ya estás en ganador y medio que ya te estás haciendo la croqueta pensando que te vas a llevar la rubia para la
pieza del hotel y esas cosas. Ya entrás a disfrutar, ahí, vos, ganador. Garpás los tragos, tirás unas rupias
sobre el mostrador al grone y te vas con la mina para las reposeras. La mina, claro, una bola bárbara. Y vos
ves que los tipos te junan como diciendo "hijo de puta, se levantó el avión ése". Pero vos, un duque, fumás, te
hacés el sota y la ves caminar a la rubia adelante tuyo, en la arena, ahí, el pantaloncito ajustado y pensás
"Dios querido ¡Y esta mina está conmigo!". Y bueno...

—Bueno —suspira Pipo, aflojando un poco la tensión. El peor momento ya ha pasado.

—En fin. Entonces escuchame como es la milonga. ¿No? La milonga del día perfecto. Al menos para mí.
Primero, ahí, en la playa, con la rubiona. Un poco de natación, el mar, las olas. Alquilás un catamarán, te
vas con la mina de recorrida. Y a eso de las seis, siete de la tarde, te mandás al bar y te das algún trago
largo...

—Un ron Barbados.

—Puede ser. Puede ser. Fijate, fijate... —gesticula, calculador, Hugo—. Me gustaría más un gin-tonic. Un
gin-tonic.

—Loco, eso pedilo en Mombasa, en algún boliche de ésos. Pero no te pidas un gin-tonic en un lugar así. Con
esa mina...

—Grave error. Grave error. ¿Qué tomaban los tipos que aparecen en la novela de Hemingway, de ésas en el
Caribe, Islas en el Golfo, por ejemplo?

—Bacardí.

—Bacardí ¡Y gin-tonic! Gin-tonic, mi amigo. Pero la cosa no es esa. No es que vos vayas a pedir tal o cual
trago. No. La cosa es que no te des con algún trago que te tire a la lona. Tenés que tomar algo que más o
menos sepas que te la aguantás. Algo que te achispe, que te ponga vivaracho pero que no te haga pelota.
Mirá si todavía que ya tenés la mina en casa te levantás un pedo que flameás o te descomponés y después
andás con diarrea, te cagás ahí en el lobby del hotel...
—Vomitás —se asqueó Pipo.

—Vomitás. Le vomitás las pilchas a la mina. Un asco. No. No. Por eso, por eso, pedís algo sobrio, que vos
sabés que te la aguantás y que te ponga ahí, en el umbral de la locura para acometer el acto... el acto... el
acto carnal. Además vos ves que el asunto viene sobrio. Sin espectacularidad. No te vas a pedir tampoco uno
de esos tragos que vienen adentro de un coco partido por la mitad, que adentro le meten flores, guirnaldas,
guindas, que lo tomás con pajita. Eso es para las películas de Doris Day que todos bailaban en bolas al lado
de la pileta...

—Doris Day. Qué antigüedad.

—No. Vos te pedís entonces un gin-tonic. La mina alguna otra cosa así. Ahí charlás un ratito. La mina muy
piola. Muy bien. Muy agradable. Simpática.

—Muy bien la mina —certificó Pipo, como asombrado.

—Sí. Sí. Una mina de unos 26, 27 años. No una pendeja. Casada. Bien en su matrimonio. Bien. Que sabe lo
que está haciendo. La mina quiere pasar bien esa noche, y a otra cosa.

—Claro.

—Claro. Ninguna complicación. No es de las que te va a hacer un quilombo al día siguiente ni nada de eso.
La mina sabe cómo son estas cosas.

—No. No se te va a venir a la Argentina tampoco.

—¡Nooo! ¡No! No es de ésas que agarran el teléfono y te dicen "Arribo a Fisherton mañana". Y se te arma
tal despelote. No nada de eso. Entonces...

—Entonces.

—Entonces, son como las siete, las ocho de la tarde —el relato de Hugo se hace moroso— Te vas con la
rubia a la habitación del hotel.

—¿A la tuya o a la de la mina?

—A cualquiera. Allá no es como acá que por ahí te agarra el conserje y no te deja entrar con la mina en la
pieza. Allá no hay problemas. Te vas con la mina a la habitación. No. Mejor le decís a la mina que vaya a su
habitación. Vos vas a la tuya y te das una buena ducha.

—Te sacás toda la arena.

—Claro, te sacás la arena. Los moluscos que te hayan quedado pegados. Y te vas a la pieza de ella. —Hugo
hace un pequeño silencio contenido. Y bueno. Ahí, viejo ¿para qué te cuento? —sigue—. Te echás veinte,
veinticinco polvos. Cualquier cosa.

—¿Veinticinco, che? —duda Pipo.

—Bueno... Dejame lugar para la fantasía. Bah... Te echás cinco, seis. De esas cosas que ya los dos últimos la
mina te tiene que hacer respiración boca a boca porque vos estás al borde del infarto...

—Sí. Que ya lo hacés de vicioso.

—Claro. Pero que te decís: "Hay un país detrás mío." No es joda.

—Muy lindo, che. Muy lindo —aprueba Pipo, que se ha vuelto a repantigar en la silla y manotea, distraído,
el paquete de cigarrillos.
—No. No —le llama la atención Hugo—. No. Ahora viene lo interesante. Porque yo te digo una cosa. Te
digo una cosa... eh... Pipo. Te digo una cosa Pipo: El mundo ha vivido equivocado. El mundo ha vivido
equivocado. Yo no sé por qué carajo en todas las películas el tipo, para atracarse la mina, primero la invita a
cenar. La lleva a morfar, a un lugar muy elegante, de esos con candelabros, con violinistas. Y morfan como
leones, pavo, pato, ciervo, le dan groso al champán mientras el tipo se la parla para encamarse con ella. Yo,
Pipo, yo, si hago eso... ¡me agarra un apoliyo! Un apoliyo me agarra, que la mina me tiene que llevar
después dormido a mi casa y tirarme ahí en el pasillo. O si no me apoliyo me agarra una pesadez, un dolor
de balero. Eructo.

—Y eso no colabora.

—No. Eso no colabora —Hugo se pega repetidamente con la punta de los dedos agrupados en la frente—.
¿A quién se le ocurre, a quién se le ocurre ir a encamarse después de haber morfado como un beduino? Es
como terminar de comer e ir a darte quince vueltas corriendo alrededor del Parque Urquiza. Hay que estar
loco.

—Sí. Es cierto.

—Por eso te digo. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé cómo hacían los galanes esos de cine que se
iban a encamar después de comer.

—Es la magia del cinematógrafo, Hugo. Hay que admitirlo.

—Pero en este día perfecto que te digo yo —puntualiza, orgulloso, Hugo— vos terminás de echarte los
quince polvos con la rubia, te levantás hecho un duque. Te pegás una flor de ducha, cosa de quitarte de
encima los residuos del pecado y ¿qué te pasa? Tenés un hambre de la puta madre que te parió. ¡Loco! No
comés desde el desayuno. Acordate que no comés desde el desayuno que picaste alguna boludez. Y después
no almorzaste porque un tipo que está de cacería no puede permitirse andar con sueño y hecho un pelotudo.
Entonces, entonces... imaginate bien, eh. Prestá atención. Te empilchás livianito, la mina también. Ya es de
noche, te has pasado cerca de tres horas cogiendo y la luna se ve sobre el mar. Está fresquito. No hay ese
calor puto que suele haber acá. Ahí refresca de noche. Vos abrís bien las puertas de vidrio que dan al
balconcito y desde abajo se escucha la música de una orquesta que es la que anima el bailongo que se hace
abajo, porque hay mesitas en los jardines, entre las palmeras y ahí los yankis cenan y esas cosas. Vos no. Vos
como un duque, pedís el morfi en la habitación. ¡Imaginate vos! —Hugo reclama más atención de parte de
Pipo— Vos ahí te sentís Gardel. Acabás de encamarte con una mina de novela. Estás en un lugar de puta
madre, tenés un hambre de lobo. Sabés que tenés todo el tiempo del mundo para comer tranquilo. La mina es
muy piola y agradable y no te hace nada, al contrario, te gratifica que ella se quede con vos después de la
sesión de encame. No es de esas minas que después de encamarte tenés unas ganas locas de decirle "nena, ha
sido un gusto haberte conocido; ahora vestite y tómatela que tengo un sueño que me muero y quiero apoliyar
cruzado en la cama grande". No. La mina es un encanto. Entonces te hacés traer un vino blanco helado, pero
bien helado de esos que te duelen acá —Hugo se señala entre las cejas— ¡Bien helado!

—¡Papito!

—Porque también tenés una sed que te morís. Te has pasado todo el día en la playa, bajo el sol. Y además
después de un enfrentamiento amoroso de ese tipo si no tenés a tiro un buen vino blanco pronto capaz que te
chupás hasta el bronceador.

—La crema Nivea.

—Y ahí te sentás con la rubia —Hugo se arrellana en su silla, hace ademán de apartar las cosas de la mesita
— y le entrás a dar a los mariscos, los langostinos, la langosta, algún cangrejo, con la salsita, el buen
pancito. Pero tranquilo, eh, tranquilo... sin apuro. Mirando el mar, escuchando el ruido del mar. Sos Pelé.
Sos Pelé.

—Alguna que otra cholga —aventura Pipo.


—Sí, señor. Alguna que otra cholga. Pulpo. Mucho pulpito. Y siempre vino ¿viste? Le das al blanco. Sin
apuro. Ahí es cuando entrás a charlar con la mina de cosas más domésticas. De la casa. De la familia. Cuan-
do ya no es necesario hacer ningún verso.

—Cuando ya te aflojás.

—Claro. Ese momento es hermoso. Entonces le contás de tu vieja. De tus amigos. Que tenés un perro. Que
de chico te meabas en la cama. La mina te cuenta de su granja en Kentucky. Que le gustan los helados de
jengibre. Pero ya tranquilo. Estás hecho. Estás hecho. Porque si vos morfás antes de encamarte —vuelve a la
carga Hugo—, por más que te sirvan el plato más sensacional y lo que más te gusta en la vida a vos no te
pasa un sorete por la garganta porque tenés el bocho puesto en la mina y en saber si te va a dar bola o no te
va a dar bola. Comés nervioso, para el culo, te queda el morfi acá. La mina te habla de cualquier cosa y vos
estás pensando "Mamita, si te agarro" y no sabés ni de qué mierda está hablando ella ni qué carajo le
contestás vos. Es así. ¿Es así o no es así?

—Es así.

—Entonces ahí, después de morfar como un asqueroso, después de bajarte con la rubia dos o tres tubos de
blanco, vos vas sintiendo que te entra a agarrar un apoliyo ¡pero un apoliyo! Sentís que se te bajan las
persianas.

—Ahí es cuando uno ya se entra a reír de cualquier pavada.

—¡Eso! ¡Claro! —se alboroza Hugo por el aporte de Pipo—, que te reís de cualquier cosa. Bueno, ahí, te vas
al sobre. Sabés, además, que podés al día siguiente dormir hasta cualquier hora porque vos te vas, ponele, a
la noche del día siguiente. Y te acostás con la rubia, ya sin ningún apetito de ningún tipo, sólo a disfrutar de
la catrera. Te vas hundiendo en el sueño. Te vas hundiendo. Está fresquito. Entra por la ventana la brisa del
mar. Oís el ruido del mar. Un poco la música de abajo...

Hugo se queda en silencio, mordisqueándose una uña. Casi no hay nadie en El Cairo. Pipo también se ha
quedado callado. Bosteza. Mira para calle Santa Fe. Hugo busca con la vista a Molina, que está charlando
con el adicionista. Levanta un dedo para llamarlo. Molina se acerca despacioso pegando al pasar con una
servilleta en las mesas vacías.

—Cobrame —dice Hugo.


Roberto Fontanarrosa: "Nunca tomé a la pareja
como un compromiso eterno"

Se separó después de 30 años. Dice que fue una experiencia


dolorosa, aunque no lo considera un fracaso. Ahora está de
nuevo en pareja.

Martes 27 de enero de 2004

Tiempo estimado de lectura 6'16''

Todo me hace pensar que cuando me siente a charlar con Fontanarrosa


voy a querer hacerme amiga. La cita, obviamente, es en un café.

A un hombre polifacético como vos, ¿cómo le gusta que lo


presenten?

Es difícil. En la tarjeta de embarque yo naturalmente pongo dibujante.


Si fuera necesario definir la cosa un poco más, creo que pondría
narrador. Me gusta contar cosas: a algunas las cuento a través del
dibujo, a otras a través del texto. Pero me parecería totalmente lógico
poner periodista: trabajé toda mi vida en los medios (N. de R.: publica
en Clarín desde el 73).

Podés poner muchas cosas y no mentís. Publicitario, por


ejemplo...

(Interrumpe) Padre, padre de familia. Lo que a mí más me ha


modificado, me ha cambiado, es la cuestión de la paternidad. Recién
cuando tenés hijos modificás la escala de valores. Por ahí suena
demasiado pretencioso, pero la obra propia —a medias— que uno puede
aportar a una sociedad es un hijo o una hija, una buena persona, más
que los libros y todas esas pelotudeces que hacemos. Por la
complejidad de la obra, del producto, ¿no? Una buena persona.

No lo había pensado. Me corre frío por la espalda al pensar que le


voy a aportar a la sociedad a una de mis hijas. No se las quiero
aportar.

(Risas) No, claro. Egoístamente yo hubiera querido que mi hijo se


hubiera quedado viviendo en el patio de mi casa, pero está viviendo en
Buenos Aires y yo vivo en Rosario. "Aportar a la sociedad", es excesivo,
pero dejar a un buen tipo, me parece más importante que dejar un
buen libro.

Franco, tu hijo, es un tipo muy buen mozo.

¿Qué te asombra? ¿De dónde viene tu asombro? (Risas). Mi viejo era un


tipo realmente pintón, al estilo de aquella época.

No lo decía para compararlo con vos, lo decía por lo del aporte.

Sí, he dejado algo estéticamente válido (risas).

Qué difícil esto de que viva en Buenos Aires, ¿no?


Es hijo único, yo fui padre cuando ya era grande. Ya tenía treinta
largos. Igual siempre viví con inquietud porque él decía que se quería ir
a los Estados Unidos. El hecho de que haya venido a Buenos Aires, es
mejor. Está cerca, muy cerca, comparado con Estados Unidos...

¿Alguna vez consideraste seriamente el hecho de mudarte de


Rosario?

Yo creo que en algún momento de la dictadura todos los argentinos


consideramos mudarnos por temor. Como yo soy muy aquerenciado,
creo que me daba más miedo irme que quedarme. Nunca lo pensé
seriamente, porque además hay otra cosa: el humorista no puede
trabajar en cualquier lado. ¿Cuánto tiempo me llevaría detectar los
temas comunes en España, por ejemplo? No es tan fácil, si uno quiere
hacer un humor ligado a la gente que lo rodea. Yo no soy de fácil
desarraigo. Nunca me fui de Rosario, en definitiva.

Si es que se pueden resumir en una respuesta, ¿qué variables


existen para que tires un chiste a la basura?

Es difícil que aborde un chiste sobre el cual tengo dudas. Es decir, que
lo haga y después lo tire: lo desecho antes de pasarlo a tinta. El
verdadero desafío es sobre qué hablo y cómo lo digo. No tengo
expectativas plásticas muy grandes, no soy un gran dibujante,
comparado con algunos colegas y amigos muy virtuosos. Uno trabaja
todos los días, pero hay dos o tres en los que tenés una mayor facilidad
personal, estás mejor predispuesto, la noticia ayuda, confluencia de
astros, de eso que no creíamos: Sagitario con Escorpio, el Año del
Mono, el calendario maya... (risas).

¿Cuánto tiempo libre necesitás para equilibrar las horas que le


dedicás al trabajo?

Defiendo a muerte el ocio no creativo, dejáme de romper las bolas con


el ocio creativo. Yo defiendo mucho el tiempo al pedo, tanto como el del
laburo. Aún intento jugar al fútbol, soy una cosa patética, pero el hecho
de hacer un juego, lo que sea, hace que ese tiempo no estés pensando
en el trabajo. Yo necesito algo que me limpie la cabeza. Habitualmente
trabajo siete horas y media, termino a eso de las seis. Ahí caigo en el
bar y estoy una hora y media boludeando con los amigos.

¿Hasta que te aburrís?

Hasta que me da hambre y me voy a cenar.

Si hay tiempo libre: ¿fútbol o libros?

Si hay que elegir: fútbol. Segundo lugar, lectura. Puede ser el diario.

En tercer lugar, ¿televisión?

No. Por ahí, entre medio, están los amigos, la pareja.

¿Cómo es el camino hacia los 60?

Uno se ha quedado pegado con palabras como sexagenario, que suena


espantoso. En mí hay, como en toda la gente de cierta edad, una
sensación de extrañeza. Hay recuerdos de infancia como muy, muy
cercanos. Y digo: ¿cómo es posible que vaya a cumplir 59 años? Me
tranquiliza pensar que he aprovechado el tiempo, que he hecho una
cosa que me gusta y que bien o mal tengo una producción detrás. Lo
único importante que uno advierte son problemas de tipo físico, que
ahora aparecen, pero hay que aprender a convivir con eso. Yo no he
resignado tantas cosas: bien o mal sigo yendo a jugar al fútbol con los
muchachos. Es como que todo sigue.

¿El número redondo te pega?

- No, nunca me pegó eso. Vamos a ver. Todavía estoy a tiempo del
soponcio. La gente de la edad de mi hijo me debe ver como a un tipo al
borde de la muerte...

Recuerdo un chiste tuyo sobre el paso de los años, "el señor


estaba viendo televisión..." ¿Cómo era?

- Sí, él le decía a su mujer: "cumplimos veinte años de casados, ¿falta


mucho...?" (risas). Había uno de Quino que era más cruel: estaban dos
viejitos y él le decía a ella: "Amalia, ¿nosotros qué éramos? ¿Esposos,
primos o hermanos? Era terrible (risas).

- Deprimente.

- Lo que pasa es que no existen legalmente contratos a eternidad.


Hasta devolvieron a Hong Kong y al Canal de Panamá (risas).

- Estuviste 30 años en pareja con la misma persona. Supongo


que imaginabas que era eterno.

- Uno no aborda las relaciones de pareja para terminarlas, pero yo no lo


tomé como un compromiso eterno. Nunca fue mi caso. La lógica indica
que hay cosas que empiezan y se terminan.

- Vos lo contás liviano, ¿fue fácil separarse después de tanto


tiempo?

- No, pero si estás mucho tiempo con una persona no lo podés


considerar un fracaso en lo absoluto. Pero el proceso de separación es
durísimo. No se lo deseo a nadie. Es muy duro, ineludiblemente tiene
que ser doloroso, es una mutilación.

- ¿El fútbol también te hace sufrir?

- No a este punto, pero yo digo: ¿cómo puedo ser tan pelotudo que no
puedo manejarlo? ¿Por qué estoy tan ansioso, nervioso y sufro tanto en
los partidos? Aparte del fútbol, no encuentro ninguna otra motivación
que me pueda hacer, de golpe, saltar y abrazar a un desconocido.
Cuando nació mi hijo no tuve esa reacción.

- ¿Seguís saltando y abrazándote por un gol de Central?

- Sí, dejáme de joder. Hacemos un gol y nos abrazamos como locos. Es


muy aglutinante con los amigos sufrir por lo mismo, alegrarse por lo
mismo, armar programas en torno a...

- Es realmente aburrido escuchar a un hombre hablar de fútbol.


- Yo lo entiendo perfectamente porque el programa es juntarse a ver los
mundiales, tres partidos, uno detrás de otro, los días de eliminatorias
también.
- Y en esos horarios raros, se juntan y gritan.

- Claro (risas). De afuera debe verse como la jaula de las locas.

- ¿Qué tiene tu compañera actual que no tenga otra?

- Es sencillo: me gusta.

- ¿Por su sentido del humor, su inteligencia, su intuición...?

- No, por ahí no. Porque hay otras personas que tienen exactamente
esas mismas cosas y no me gustan. Ella me gusta. Ese es un buen
resumen.

- ¿Y qué es lo primero que te gusta de una mujer?

- Hagamos la salvedad de que no hablo en mi nombre: hablo en


nombre de la humanidad (risas). Yo considero que lo primero es físico.
¿Por qué me atrae una mujer? Porque está buena, gráficamente,
visualmente...

- ¿Gráficamente? (risas)

Claro, porque laburo de eso ¿Viste que ahora es todo de "diseño".


Comida de diseño... bueno, "la mujer de diseño" (risas). Me parece
absolutamente lógico que, para mí, el primer punto de acercamiento
sea gráfico.
CONGRESO DE ROSARIO
III Congreso Internacional de la Lengua

Roberto Fontanarrosa
Escritor y humorista (Argentina)

Yo le decía, a veces, a mi hijo —refiriéndome a su vestimenta—, que si


él se toma su tiempo para la vestimenta y el peinado, en lo que más se
tiene que fijar es en su manera de hablar porque creo que es lo mejor
que lo muestra y que lo puede vestir y desvestir. Sigue teniendo
prestigio, afortunadamente, hablar bien.

Esta palabras estaban destinadas, originariamente a ser dichas por


Juan José Sáenz, lamentablemente, por razones de salud no lo puede
hacer, debido a eso, si se quiere lamentable circunstancia, me propuso
a mí estas palabras Víctor García de la Concha, de la presidencia del
congreso. Me propuso decir unas palabras y como la organización de
esto es tan precisa, tuvimos unas divergencias respecto a la duración
de este…, iba a decir speech pero creo que no es el ámbito adecuado
el discurso porque mi modelo de orador es Fidel Castro, y yo por
menos de 7 u 8 horas de discurso, ni siquiera me acerco a un
micrófono. Pero en consideración a que hay mucha gente del exterior
que querría estar con sus familias para estas fiestas vamos a hacer una
cosa más acotada.

De repente se terminó el Congreso. Tengo la sensación, aparte de que


es después de cuatro años —como los campeonatos de fútbol—, que
uno lo estaba esperando, porque surge una expectativa enorme, se
hablan de ello, se hacen conjeturas, etc. etc. se prepara, se trabaja
mucho y de repente, me veo intentando hacer unas palabras de cierre.
También supone que hay que sacar conclusiones. Primera conclusión,
muy simple: Concluyó el Congreso.

Hay una frase —siempre en los círculos literarios, las citas son
elegantes y quedan bien—, hay una frase que dice: «Unidad es el
equilibrio de las diversidades, uniformidad es la supresión de las
diversidades». Confieso que la uniformidad me inquieta un poco, los
latinoamericanos hemos tenido problemas con los uniformes. Nos
preguntábamos desde hace mucho tiempo aquí en Rosario con real y
legítima curiosidad: ¿Qué es un Congreso de la Lengua? ¿Para que
sirve un Congreso de la Lengua? Primero y elemental, para reunirnos
para estar acá.

Para Rosario, lo entiendo como rosarino, creo que es fundamental esta


confirmación de ser una especie de polo cultural y por que se han
hecho cosas, se ha trabajado mucho para esto y no lo digo solo a nivel
oficial; cualquier negocio, cualquier kiosco se ha interesado por
ponerse lindo, por embellecerse para recibir a los visitantes, no se ha
hecho cosmética y aunque uno esté aquí en un escenario, tampoco se
ha hecho escenografía, este teatro no es una instalación que hemos
preparado y que apenas termine el congreso lo tenemos que devolver a
una metrópoli importante, este teatro de acá, se quedará acá con aire
acondicionado y todo y lo disfrutaremos después y porque me consta
que las autoridades locales, han hecho contacto a muy alto nivel, y
cuando digo «a muy alto nivel» me refiero a muy alto nivel (y que esto
quede entre nosotros) para conseguir cuatro días de sol espectacular y
formidable. Posiblemente harán que, los invitados se lleven una idea
errónea de lo que es el clima de nuestra ciudad. También en palabras
más bellas, lo dijo en algún momento Agustín Goytisolo en un hermoso
poema que se llamaba «Palabras para Julia» y que cantó y musicalizó
extraordinariamente Paco Ibáñez; eran consejos que daba Agustín
Goytisolo a su hija y en un momento le dice: «No sé decirte nada más,
pero tú debes comprender que yo aún estoy en el camino». Y es mi
caso también.

Por último quisiera simplemente, recordar un versito muy corto que yo


escuchaba cuando era niño y adolescente, no es un verso que
pertenezcan al romancero español o que sea una de las piezas más
importantes de la literatura de esta lengua, pero yo se la escuchaba
decir como glosa a un cantante bastante popular de tango que se llama
Alberto Castillo y que antes de iniciar sus actuaciones radiales decía
algo más o menos así, que también me expresa: «Yo soy parte de mi
pueblo y le debo lo que soy; hablo con su mismo verbo; canto; canto
con su misma voz».

Muchas gracias.

la columna tecnológica

Fútbol y Ciencia
Roberto Fontanarrosa (Argentina)
Publicado en el libro El mayor de mis defectos,
Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1990.

¡Hasta siempre, señor árbitro!

Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15 de enero de


1988 al Duisburg Stadium de Oberhausen no pudieron dejar
de apreciar que entre los protagonistas del espectáculo había
significativas ausencias.

Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr 214 no alistara


entre sus filas a Hans "Caperucita" Gfrörer, o bien que entre
los fervorosos "barqueros" del Postfach no estuviese Fritz, "El
talabartero" Kiepenheuer. Lisa y llanamente, lo que brillaba
por su ausencia aquella tarde en el Duisburg Stadium era el
público, dado que, la "Effektivaterien Ballönem Helveticen"
había anunciado el match como una prueba piloto de un
nuevo sistema de "referato a distancia". Efectivamente, a
escasos cien metros del coqueto estadio de Oberhausen, los
concurrentes podían advertir una misteriosa construcción de
cemento, de forma tubular, que alcanzaba la respetable altura
de 75 metros. Esta torre no representaba ventaja alguna, y
más podía confundirse con un monumento moderno, o con
alguna reminiscencia emblemática de la majestuosidad nazi
que con lo que verdaderamente era: la central computarizada
de control desde donde se dirigía el encuentro. Los curiosos
asistentes al match tampoco podían adivinar que, bajo sus
pies, una intrincada maraña de cables, sensores electrónicos,
filamento inalámbricos y terminales computadorizadas, unían
el estadio propiamente dicho con la torre de referato.

Dentro de la torre, a una altura de 50 metros sobre el nivel


del piso, se encuentra la nave central, a la cual se accede
mediante el servicio de tres elevadores, uno para el árbitro y
los restantes para ambos jueces de línea. Quien entra allí, a
ese vasto recinto privado de luz natural y arrullado por el
permanente murmullo de los acondicionadores de aire, podrá
pensar que se halla en alguna de las centrales de control de
vuelo de la NASA, o bien que ha caído en el vientre mismo del
Nautilius, el legendario sumergible del capitán Nemo.

Cientoveintisiete pantallas de televisión, prolijamente


alineadas, emiten su mensaje, desde las paredes levemente
curvadas del salón. En frente de ellas, en medio de ellas, tres
hombres, tres profesionales del difícil arte del referato
futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo detalle de
cuanto ocurre sobre el campo de juego. Allí, alejados de la
gritería ensordecedora de la turbamulta, ajenos a la indudable
presión que configura el hostigamiento de los partidarios, los
colegiados pueden dirigir, asépticamente, el encuentro.

El sistema, costoso hasta el momento, simplifica


notablemente la tarea del árbitro y ha reducido en forma
sensible los disturbios en los campos de juego. El juez, fría su
mente, gozando del privilegio de beber su marca de cerveza
preferida en tanto vigila a los 22 jugadores, cuenta, entonces,
con la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos, que
complementan los suyos. En cuanto detecta una infracción,
oprime un botón y un silbato estridente se escucha a unos
cien metros más allá, en todo el estadio. Si la jugada no ha
sido clara o si la infracción es dudosa, el colegiado cuenta con
otro valioso recurso para calmar y convencer, en forma
palmaria, al bando que se considera perjudicado: con otro
simple botón desplegará sobre las dos inmensas pantallas
electrónicas colocadas en ambas cabeceras del estadio, la
escena repetida, con detención de imagen y ampliación de los
ángulos necesarios para refrendar con sólidas razones la
penalidad adoptada. Cualquiera podría suponer que esa
maniobra requeriría dos o tres minutos en concretarse, con el
consiguiente retraso y ruptura del ritmo del partido. Pero no es
así, ya que la memoria computarizada seleccionará entre los
centenares de enfoques de la misma acción, las cuatro o cinco
que considera más gráficas y contundentes, brindando al juez,
en una fracción de segundo, la posibilidad de poner frente al
público las que juzgue más válidas. Todo esto, sin que la
máxima autoridad del match sufra el reproche de los
jugadores ni sus estentóreos reclamos.

Más simple aun, para le nuevo sistema de referato, es


eliminar cuanta duda pueda presentarse respecto de balones
fuera de juego, balones ingresados o no tras la línea de la
portería o bien, incluso, ante la siempre controvertida "Ley del
Offside". Un sistema televisivo tipo "Fotochart" turfístico,
elimina cualquier clase de duda, ya que le ojo eléctrico que
patrulla la línea del último defensor captará, precisará y
denunciará a quien reciba el balón en posición prohibida. En
los casos de un discutido hand, por ejemplo, donde ni siquiera
la visión televisiva puede dictaminar en un ciento por ciento el
contacto del balón con la mano del defensor, también la
insospechable computación vendrá en auxilio del señor
árbitro, puesto que las pantallas mostrarán la acción,
agregando un luminoso pespunte verde. Nilo de coordenadas
y flechas indicatorias que avalan la posibilidad o la
imposibilidad, de que dicho contacto haya tenido lugar.

De cualquier manera, el revolucionario sistema, llamado


provisoriamente A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven) admite
también el encanto de la controversia. Nadie puede negar el
importante condimento que significa para el partidario del
fútbol la discusión en la oficina, durante toda la semana, sobre
si tal o cual fallo estuvo acertadamente tomado. Y no puede
tampoco, quitársele al aficionado común la posibilidad de
exorcizar sus frustraciones y represiones domésticas,
denostando la figura del colegiado. Así ha sido siempre y lo
seguirá siendo, aunque en menor medida con el nuevo
sistema, que también deja, sabiamente, resquicios para la
discusión.

En algunos casos, muy puntuales, el poder de decisión


quedará en manos del clásico y consabido criterio personal del
árbitro. Allí, como siempre la falibilidad humana seguirá
alimentando el intercambio de opiniones. Se dará, por
ejemplo, con la inefable "Ley de la ventaja". No habrá
computadora, entonces, que ayude a dictaminar a su referí si
tal o cual jugador cometió una infracción adrede o sin
quererlo, como tampoco contará el árbitro con ayuda
tecnológica para decidir si el delantero que se proyectaba solo
hacia el gol ha de caer definitivamente o podrá continuar con
su carrera, luego del golpe que intentara derribarlo. La misma
incógnita deberá enfrentar el colegiado cuando deba
determinar, sin respaldo científico alguno, cuándo una "mano"
dentro del área, es intencional o casual, ya que no hay
todavía, por fortuna, computadora alguna que esté conectada
con el cerebro mismo de los futbolistas. Se podrán repetir,
entonces, protestas o abucheos del público, pero ya nunca de
la magnitud de la ocurrida en torno al recordado árbitro
internacional belga, Henri Degrelle*.

Justamente en virtud de este suceso, la FIFA aceleró los


estudios y puesta en práctica del sistema A.U.P. De todos
modos, ese grado de controversia, ese resquicio de humana
posibilidad de error ha sido minuciosamente estudiado por los
sicólogos que trabajaron en el proyecto para no revestir al más
popular de los deportes de un halo tecnocrático que le reste
espontaneísmo y creatividad. Así será, entonces, que los
seguidores partidarios de los conjuntos podrán continuar
exteriorizando sus quejas como siempre, como en todas las
épocas, a pesar de que, también en ese orden, se han
detectado indicios inquietantes. En efecto, desde el 17 de
junio último, un adelanto significativo se puso de manifiesto en
el campo de la protesta partidaria, en ocasión de llevarse a
cabo el clásico encuentro entre el Benelux-Gotha de Mons y el
Astipalaia de Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado
sueco Gustavo Skelleftea, un proyectil misilístico del tipo M-L7,
versión soviética de segunda generación, impactó y redujo a
polvo la torre de control de referato. Se piensa que el proyectil
fue accionado por un fanático del Astipalaia, mediante un
propulsor personal, desde atrás del arco norte del estadio,
distante casi unos 250 metros de la sólida construcción
tubular, aún hoy hecha escombros. "Ellos también han
progresado mucho", sólo atinó a decir Gerd Walde, titular del
Consejo Arbitral Germano y propulsor del sistema A.U.P., a
título de conformista comentario.
* Referencia a los disturbios ocurridos en el match del 23 de
marzo de 1978, en oportunidad de enfrentarse el Maat-
Riebevs y el EDV-14/N y que finalizaron con la quema total de
la bella ciudad de Nachdruck.

También podría gustarte