Adios A Fontanarrosa
Adios A Fontanarrosa
Adios A Fontanarrosa
No te vayas, campeón
Claudia Bonato
Entre las décadas del 70 y del 80, fue habitué del bar El Cairo
(Santa Fe y Sarmiento), donde los miércoles compartió
infinitas charlas con sus amigos de siempre. Ayer dejaron una
mesa y una silla vacía en su honor.
Cronología.
“Mañana (por hoy) será el peor Día del Amigo que pueda
vivir”, se lamentó Molina, quien conocía a Fontanarrosa desde
hacía 30 años, los mismos que tenía la mesa nacida en
Sarmiento y Córdoba. Era una cofradía masculina (por no decir
machista) donde imperaban chistes, anécdotas y análisis de
cómo arreglar el mundo. La conformaban también Postiglioni,
Manuel Martínez, Gustavo Soboleosky, Oscar Bisso y Pochi Mir.
Y se había hecho tan popular que hasta había dado pie a una
obra de teatro dirigida por Atilio Veronelli.
Coleccionista de amigos.
De luto.
La muerte de Fontanarrosa se recibió además con profundo
dolor en la Secretaría de Cultura municipal, pero la pena
estuvo teñida de ternura y de admiración. “La ciudad entera
tiene que despedir al Negro de manera especial, porque es
como despedirse de un espejo, del dibujo de uno mismo”, dijo
minutos después de enterarse del fallecimiento la titular del
área, Chiqui González. Su segundo, Juan José Giani, tampoco
dudó. “Su muerte sume en el luto a la cultura argentina”,
afirmó.
Sin embargo, para su amigo fue “el tipo que jerarquizó a esta
profesión”, y agregó: “La llevó a dimensiones que nunca
habíamos imaginado. Si el Negro era como un cantante de
rock, donde aparecía la gente lo aplaudía”.
Un tipo previsor.
Maestro.
DESDE EL CAIRO
Por Roberto Fontanarrosa
enviado especial *
La impronta de la ironía
Consagración
Los homenajes
Un escritor cómico
Sergio López
[email protected]
....................................................................
1944:
Era domingo y el parto había sido normal, salvo por un detalle
el bebé resultó negro y canalla. El 26 de noviembre nace en
Rosario (Argentina) Roberto Fontanarrosa -El Negro- humorista
gráfico, escritor e hincha de Rosario Central. Ese mismo mes
aparece la revista "Rico Tipo", cuna de las osadas "Chicas de
Divito" y exponente de una década en que la historieta y el
humor gráfico argentino crecen y se consolidan.
En mi niñez fue todo normal, todo común, sin catástrofe, sin
privaciones terribles y sin acontecimientos sobresalientes. Mi
niñez no da ciertamente para escribir una novela angustiante.
Ni da tampoco para una historieta.
1954:
El pequeño Fontanarrosa se encuentra con su verdadero amor:
la pelota, Va a la cancha por primera vez a ver un partido
entre Rosario Central y Tigre. Si hubiera que ponerle la música
de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de
fútbol.
1957:
Fin de la escuela primaria: "Andá al industrial porque en la
industria está el futuro del país. Lo que se estudia ahí tiene
una aplicación", le recomienda el padre. "Que haga lo que le
guste, pero por si acaso que estudie inglés" , acota la madre al
verlo copiar insistentemente los dibujos de "Rayo Rojo" , "Puño
Fuerte", "El Tony" y "Misterix". Por esa época inicia el curso de
los "12 Famosos Artistas" que la Escuela Panamericana de Arte
dictaba por correspondencia.
1961:
Negado para las matemáticas, la física y la quimíca,
Fontanarrosa deja el secundario después de repetir tercer año.
No siento ninguna frustración por haber abandonado: al fin de
cuentas soy un precursor de la deserción escolar. De esos días,
el único recuerdo agradable que se conserva es el de los días
miércoles al mediodía que salía del colegio para comprar en el
kiosco "Hora Cero". La revista, fundada por Héctor Germán
Oesterheld, es considerada un hito de la historieta.
1962:
Se viste- por primera vez- de traje para viajar a Buenos Aires,
En busca de trabajo llega a editorial Columba, donde le
prometen un guión, pero la propuesta nunca se concreta y
Fontanarrosa se vuelve a Rosario.
1963:
Empieza a trabajar en la agencia de publicidad de Roberto
Reyna y le va bien , aún a su pesar. Trabajaba sin la menor
convicción. Es que siempre me pareció imposible que una
persona pueda comprar un vaso porque alguien se lo inculca
en un aviso.
1968:
El año del Mayo francés, del asesinato de Martin Luther King y
de la dictadura de Juan Carlos Onganía, Fontanarrosa publica
su primer chiste : un policía muestra su bastón manchado de
rojo-sangre dice " no hay ninguna duda, eran comunistas". EL
trabajo-que recuerda al "palito de abollar ideologías" de
Mafalda. Dibujado más o menos para la misma época- aparece
en la revista rosarina "Boom". La publicación había convocado
al dibujante para ilustrar las tapas serias en color ( cosa que
para mí era totalmente nueva, porque ya había crecido con
historietas blanco negro). A falta de alguien que hiciera la
página de humor, la dejan también en sus manos.
1971:
Año memorable para Rosario Central, que por primera vez,
sale campeón. Gol inolvidable el que hace Aldo Poy de
palomita, gracias al cual los leprosos de Newells quedan
eliminados en la semifinal. En homenaje a esa histórica
jornada, Fontanarrosa escribió el cuento "19 de septiembre de
1971", incluído en Nada del otro mundo, la compilación que
Ediciones de la Flor publicó en el 88.
En pleno auge de la era James Bond, Fontanarrosa crea una
parodia del agente secreto- 75 páginas dibujadas en tinta
china- , de la que sólo se publican capítulos en la revista
rosarina "Tinta". Boogie, el aceitoso , es el descendiente
directo de este personaje que reeditará la Universidad de
Rosario. También en "Tinta" aparece otro trabajo, hecho con
estilográfica : Tadea y sus hijos, una historieta "a la italiana"
donde todo lo que ocurre es terrible.
1972:
Surge en Córdoba la revista humorística " Hortensia", que
llega a tirar más de cien mil ejemplares por números . Dirigida
por Alberto Cognigni, colaboran en sus páginas Caloi, Brócoli,
Lolo Amengual, Crist, Ian, y el propio Fontanarrosa, entre otros.
Era una gran vidriera para muchos de nosotros. Aquí fue
donde ya me dejé de complejos y me lance a la historieta ,
copiando sin asco a (Hugo) Pratt.
"Hortensia" fue la madre de sus dos hijos Boogie el aceitoso e
Inodoro Pereyra, el renegau
A fines del 72 aparece también "Satiricón", donde el humorista
publica unas historietas basadas en cuentos de Borges, en
películas o en best-sellers famosos.
¿ Quié es Fontanarrosa? Preguntaba en su tapa el primer
volumen de humor gráfico de este artista de 28 años
publicado por Ediciones de la Flor. A partir de entonces, y con
ese sello, aparecieron tomos humorísticos suyos sobre casi
todos los temas : el fútbol, el sexo, el fútbol, la política, el sexo,
la cultura, el fútbol....
1973:
La nueva contratapa del diario "Clarín" es un signo del
fortalecimiento del género de la historieta y el humor 7gráfico
argentinos, que ya no necesitan de modelos ni de nombres
importados. Convocada por Caloi, se instala en el matutino
toda una banda de humoristas autóctonos : Viuti, Tabaré,
Altuna, Dobal, Ian, Rivero, Crist y - por supuesto- Fontanarrosa,
que allí continúa. Desde entonces, muchos lectores empiezan
a hojear el diario por la parte de atrás.
1974:
Nace la revista "Mengano", adonde emigran varios de los
integrantes de "Satiricón": Limura, Bróccoli, y Amengual, así
como Viuti y Fontanarrosa que trabajan simultáneamente en
las dos publicaciones. Para la mismo época el humorista
colabora también en otros proyectos tales como "Chaupinela"
y " La Cebra a Lunares "- Medio a la fuerza, a "Mengano" se
muda el renegau.
Es mismo año, Inodoro hace rancho aparte : Ediciones de la
Flor publica la primera compilación de sus aventuras, puntapié
de una serie que ya ha superado la veintena de volúmenes. A
Boogie le bastó una bazuca y una granada de trotyl para
conseguir -en buenos términos- que la editorial lanzará
también el título inicial de su colección, que ahora ya tiene
doce tomos.
1976:
Inodoro se instala junto a la Eulogia y el Mendieta en el diario
"Clarín". Luego de pasar por diferentes secciones se incorpora
a "Viva", rediseñada revista dominical del matutino.
Para entonces el bar "El Cairo", en Rosario, se había
transformado ya en el sitio de encuentro de la "mesa de los
galanes", después inmortalizada en uno de los libros del
humorista : una veintena de hombres se reúnen todas las
tardes y lo fantástico es que no se habla de nada importante,
es la insoportable levedad de la conversación.
1979:
Boogie toma por asalto las páginas del quincenario "Humor
Registrado". No se producen víctimas ni daños materiales. En
su larga y violenta vida, la historieta se publica también en el
semanario "La Maga" y en publicaciones mexicanas y
colombianas. He recibido muchas cartas en contra Boogie,
pero las más preocupantes eran las que me llegaron a favor.
Eran una cosa terrible, tipos felices porque por fin llegaba
alguien que les pegara a los negros y a las mujeres
1980:
Fontanarrosa. Comienza a colaborar en la elaboración de los
espectáculos de Les Luthiers. Los conocí personalmente
cuando presentaron "Mastropiero que nunca "en Rosario y se
quedaron en la ciudad una semana. En esa época querían
formar una grupo de apoyo que les tirara ideas, el grupo no se
formó pero yo empecé a trabajar con ellos.
1981:
Editorial Pomaire publica Best Seller , novela inicial de
Fontanarrosa. El mismo sello lanza, al año siguiente, El área
18, su secuela.
1982:
El mundo ha vivido equivocado sostiene Fontanarrosa en el
título del primer libro de cuentos, publicado por Ediciones de la
Flor. A él le siguen No sé si he sido claro, Nada del otro mundo,
Uno nunca sabe, El mayor de mis defectos y La mesa de los
galanes, entre otras compilaciones de relatos.
1984:
Aparece en el mercado "Fierro", una revista que promueve la
experimentación temática, narrativa y técnica de la historieta,
un género que - para entonces- ya ha perdido su ingenuidad
inicial. A sus páginas se incorpora, algunos años después, la
serie
Semblanzas deportivas creadas por Fontanarrosa así como las
aventuras de Sperman, un donante de esperma.
1985:
Ediciones de la Flor reedita Best Seller, un verdadero éxito de
ventas- tal como su nombre obliga - y también El área 18.
Aparece, además, una novela nuevecita , La Gansada.
1994:
Año mundial. El humorista es contratado por "Clarín" para
comentar los partidos jugados por la selección argentina en
los Estados Unidos. Hay que decirlo : en realidad, son narrados
por la Hermana Rosa, una mentalista que predice los
resultados. En 1994, además, recibe el Premio Konex.
1995:
Para cuando aparecen los cuentos La mesa de los galanes , los
galanes ya se habían mudado de mesa. Dejaron El Cairo para
instalarse en un nuevo bar, la Sede.
1998:
Inodoro Pereyra el renegau, cumple 25 años y los festeja con
usted en este volumen monumental.
Por Fontanarrosa
Roberto Fontanarrosa
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Roberto Fontanarrosa, apodado El Negro Rosario, Argentina
(26 de noviembre de 1944- †19 de julio de 2007) Humorista
gráfico y escritor.
* ¿Quién es Fontanarrosa?
* Fontanarrisa
* Fontanarrosa y los médicos
* Fontanarrosa y la política
* Fontanarrosa y la pareja
* El sexo de Fontanarrosa
* El segundo sexo de Fontanarrosa
* Fontanarrosa contra la cultura
* El fútbol es sagrado
* Fontanarrosa de penal
* Fontanarrosa es Mundial (donde se recopilan las crónicas
periodísticas que realiza en ocasión del mundial de fútbol de
1994) y
* Fontanarrosa continuará.
Novelas [editar]
Obras [editar]
Roberto Fontanarrosa
"El mundo ha vivido equivocado"
Roberto Fontanarrosa nació en Rosario en 1944. Ha publicado hasta el momento Best Seller, El área 18 y La
Gansada (novelas). Los trenes matan a los autos, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de
mis defectos, El mundo ha vivido equivocado, Uno nunca sabe y La Mesa de los Galanes (cuentos). En
materia de humor gráfico, a las series de sus personajes Inodorfo Pereyra y Boogie el Aceitoso se suman El
fútbol es sagrado, Fontanarrosa de penal, Semblanzas deportivas, El sexo de Fontanarrosa. El segundo sexo
de Fontanarrosa, Fontanarrosa y los médicos, Los clásicos según Fontanarrosa, Sperman, Fontanarrisa,
¿Quién es Fontanarrosa?, Fontanarrosa y la pareja, Fontanarrosa y la política, Fontanarrosa continuará,
Fontanarrosa contra la cultura, Fontanarrosa y el fútbol, Fontanarrosa es Mundial y 20 años con Inodoro
Pereyra.
—¿Sabés cómo sería un día perfecto? —dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta de la nariz. Pipo meneó la
cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraído observando algo a través de los ventanales.
—Suponete... —enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose mecánicamente el bigote,
corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-...
que vos vas de viaje y llegás, ponele, a una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé...
Saint Thomas.
—¿Martinica es una isla? —preguntó Pipo, aún sin mirarlo, hurgando con el índice de su mano izquierda en
su dentadura.
Pipo aprobó con la cabeza y se estiró un poco más en la silla, las piernas por debajo de la mesa, casi tocando
la pared.
—Llegás a la isla —prosiguió Hugo—... Solo ¿viste? Tenés que estar un día, ponele. Un par de días.
Entonces vas, llegás al hotel, un hotel de la gran puta, cinco estrellas, subís a la habitación, dejás las cosas y
bajás a la cafetería a tomar algo. Es de mañana, vos llegaste en un avión bien temprano, entonces es media
mañana. Bajás a tomar algo.
—Un jugo —aportó Pipo, bostezando, pero al parecer algo más interesado.
—De guayaba, de esas frutas raras que tienen por ahí. Calor. Hace calor. Vos bajás, pantaloncito blanco
livianón. Camisita. Zapatillitas.
—Deportivo.
—Deportivo.
—Tipo tenis.
—No. No. Ojo, pantaloncito blanco pero largo ¿eh? No short. No.
Largo. Livianón. Bajás... Poca gente. Música suave. Cafetería amplia. Te sentás en una mesa y... se ve el mar
¿No? Se ve el mar. El hotel tiene su playa privada, como corresponde. Poca gente. Poca gente. No mucha
gente. No es temporada. Porque tampoco vos vas de turismo. Vos vas por laburo. Una cosa así.
—Claro. —Pipo aprobó con la cabeza y saludó con un dedo levantado al Chango que se iba con una rulienta.
—Entonces ahí —Hugo estiró las sílabas de esas palabras anunciando que se acercaba el meollo de la
cuestión—... a un par de mesas de la mesa tuya: una mina, sentadita. Desayunando.
—Sola... o con un macho. Mejor con un macho ¿viste? Pero, la mina, te juna. Te marca. No alevosamente,
pero, registra. La mina, muy buena, alta rubia, ojos verdes, tipo Jacqueline Bisset.
—Me gusta.
—La mina, poca bola. Marca de vez en cuando, pero poca bola.
—Bueno... Pero ésta es rubia. Remerita azul, pantaloncitos blancos. Cruzada de gambas, fumando. Hablando
con el tipo, recostada en el respaldo del silloncito. Esos silloncitos de caña.
—Bueno, no —admitió Hugo—. Uno de esos comunes. O como éstos —giró un poco el torso y pegó dos
tincazos cortos contra el plástico de un respaldo—. Pero con apoyabrazos ¿me entendés? Porque la mina está
estirada, así, para atrás, medio alejada de la mesa. Mirando al tipo, cruzada de gambas. O sea, queda de
perfil a vos. Pero... ¿qué pasa?
—¿Qué pasa?
—La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo chamuya algunas boludeces y la mina hace así con la
cabeza —Hugo imita gesto de asentimiento— pero se nota que se hincha las pelotas.
—Y claro, loco...
—Entonces, entonces... —Hugo toca levemente el antebrazo de Pipo llamando su atención— Vos empezás a
hacerte el bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a junar a una mina y no podés dejar de mirarla?
¿Y que entrás a pensar: "Mamita, si te agarro"? Vos te empezás a hacer el bocho. Claro, te hacés el boludo...
—No. Pero el macho no calienta. Porque está de espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo por si la
mina mira. Cosa de que no vaya a ser cosa que mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le hagás
una inclinación de cabeza...
—Claro, claro —se rió, definitivamente entusiasmado con su propio relato Hugo, haciendo gestos elocuentes
de refregarse la boca con el dorso de la mano y limpiar la mesa con una servilleta de papel—. No. No. Vos,
atento, atento, pero digno. Tipo Mitchum. Tipo Robert Mitchum.
—Sí. Una cosa así. Fumando el hombre. Medio entrecerrados los ojuelos por el humo del faso. Un duro.
—También. También. Pero con dignidad —sentenció Hugo—. Porque por ahí te tenés que levantar y tenés
que salir encorvado como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la mierda el encanto. Cagó el atraque.
No. Vos, en la tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima de las pajitas ésas de colores...
—Los sorbetes.
—Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que
balancea lentamente la piernita y a vos...
—Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los glúteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste? como
los sapos. Que se les hincha la garganta.
—Típico.
—Pero vos, claro, perdedor neto, también pensás: "Esta mina, ni en pedo me puede dar bola a mí". Porque
es una mina de ésas de James Bond, de ésas bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos, todo el
hotel es de las películas. Con piletas, piscinas, parques, palmeras, cocoteros, playa privada...
—Catamaranes.
—Surf, grones, confitería con pianista, negro también. Una cosa de locos. Entonces vos decís: "Esta mina no
me puede dar bola en la puta vida de Dios". Pero, pero...
—¡Al frente, sí señor! —se enardeció Hugo—. Al frente. Y por ahí, por ahí... el tipo se levanta.
—El tipo que está con la mina se levanta y se pira. Le da un besito en la boca, corto, y se pira. A vos medio
se te estruja el corazón porque pensás: "si el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay duda".
—Porque uno siempre al principio tiene esa esperanza —prosiguió Hugo—, "Puede ser el hermano", piensa,
"un amigo" "o el tío", que sé yo...
—También.
—Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas —documentó un poco más su aporte Pipo.
—Claro. Claro. Pero cuando el tipo le zampa un beso en la trucha ya ahí medio que se te acaban las po-
sibilidades —Hugo se corta. Se queda pensando—. Aunque viste cómo son los yanquis. Se besan por
cualquier cosa —aclara—. Ahí viene una mina y te da un chupón y es cosa de todos los días.
—¿Sí?
—Sí. Bueno, bueno. La cuestión que la mina se ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y la
rubia está en la mesa, mirando el mar. Balanceando la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el
ataque. ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena, para colmo.
—¡Qué te parece!
—Claro, primero vos esperás. Te hacés el sota y esperás. Porque en una de esas vuelve el marido. O el tipo
ése que estaba con ella y es un quilombo. Entonces vos te quedás en el molde. Y te empieza a laburar el
marote de que si te vas y te sentás con ella. ¿Qué carajo le decís?
—No sé. Porque vos no la escuchás. Vos la viste que está ahí chamuyando con el tipo pero no escuchás en
qué habla.
—Pará, pará.
—Porque nosotros, acá, porque manejamos el verso, pero si te agarra una mina que no hable castellano...
—Oíme boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo de la mina? La mina puede ser francesa, por ejemplo, y
saber un poco de castellano.
—Las españolas son horribles. Tienen unos pelos así en las piernas.
—No, no —se empecina Hugo—, dejame de joder con la Cantudo. La mina es una francesa tipo, tipo...
—Tipo... ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo golpetea con un dedo sobre el nerolite.
—Romy Schneider.
—¡No rompás las bolas con la Cantudo! ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo señala con el dedo a Pipo, ya
cabrero— Mirá, el día que vos me vengas con tu día perfecto, muy bien, que la mina sea la Cantudo. Pero yo
te estoy contando mi día. Además esta mina es rubia.
—Bueno —aprueba Pipo, reacomodándose algo en la silla—. La próxima vez que me cuentes tu día per-
fecto, vos quedate con la rubia. Pero que la rubia esté con la Cantudo y salimos los cuatro. Así...
—Está bien, está bien —concede Hugo sin dejar de rebuscar en su memoria— ¡Françoise Hardy! ¡Françoise
Hardy! Un tipo así.
—Bueno, pero de ese tipo. De cara medio angulosa. Jetona. Más rubia, eso sí. Y con esa voz así... profunda.
—Oíme —cortó Pipo—. Si no la escuchaste hablar. Decías...
—La mina es francesa —se embaló Hugo—. Pero habla castellano porque ha vivido un tiempo en Perú.
¿Viste que los franceses viajan mucho a Perú?
—¿Sí? —se interesa Pipo—. Se acomoda definitivamente erguido en la silla, gira y con un gesto pide otro
café a Molina, el morocho, que está descansando contra la barra, aprovechando la poca gente de las once de
la noche.
—Claro. Porque esta mina es una mina del jet-set. Una arqueóloga o algo así, que viaja por todo el mundo.
—Una cosmetóloga.
—O dirige una línea internacional de cosmética. Una línea suiza de cosmética —sopesa Hugo—. O diseña
moda. Habla varios idiomas. Y entonces habla castellano con un acento francés, arrastra las erres...
—Eso. Y tiene una voz profunda. Medio áspera. Como Ornella Vanoni.
—Ajá, ajá. Me gusta —aprueba Pipo, dispuesto a colaborar mientras se echa algo hacia atrás para permitir
que Molina le deje, sin una palabra, un café, un vaso de agua, tire otros saquitos de azúcar junto al cenicero
y apriete un nuevo ticket bajo la pata del servilletero.
—La cuestión es que la mina se quedó sola en la mesa, fumando —recupera el hilo Hugo— y vos estás ahí,
haciendote el bocho, viendo cómo carajo hacés para atracártela. Para colmo todavía no sabés en qué carajo
habla esta mina. Entonces, entonces, empezás a junar las pilchas, los zapatos, la remera, los cigarrillos que
la mina tiene sobre la mesa para ver si dicen alguna marca, algún dato que te bata más o menos de dónde es
la mina. La mina llama al mozo. Paga su cuenta. Vos ahí parás la oreja para ver si agarrás en qué habla,
pero la mina habla en voz baja, como se habla en esos ambientes internacionales...
—Además la mina con esa voz profunda que tiene... —Pipo ha terminado de sacudir rítmicamente la bolsita
de azúcar y se dispone a arrancarle uno de los ángulos.
—Claro. Agarra un bolso que tiene sobre otro sillón y ahí... ahí... Primero... —se autointerrumpe Hugo—
cuando se para, ahí te das cuenta realmente de que la mina es un avión aerodinámico. De esas minas
elegantes, pero que están un vagón. De ésas flacas pero fibrosas, ésas que juegan al tenis y que vos les tocás
las gambas y son una madera. Entonces ahí, en tanto la mina se acomoda el bolso sobre el hombro y agarra
los puchos y el encendedor de arriba de la mesa...
—Claro. Los puchos son Gitanes y tiene ¿viste? atado a una de las manijas del bolso, un pañuelo de seda,
fucsia. Bueno, ahí, cuando la mina se levanta. Se da vuelta. Y te mira.
—¡Mierda!
—Te mira ¿viste? —Hugo está envarado sobre la silla, tenso. Una mano en el borde del asiento y la otra
sobre el borde de la mesa. Los ojos algo entrecerrados miran fijo en dirección a la ventana que da a calle
Sarmiento—. Te mira un momentito, pero un momentito largón. Ya no es la mirada de refilón... eh... la
mirada de rigor de cuando uno mira a una persona que entra o que se te sienta cerca. No. No. Una mirada ya
de interés. Profunda.
—Ahí te acabás.
—No. Vos... un hielo. Le mantenés la mirada. Serio. Sin un gesto. Como diciendo "¿Qué te pasa, cariño?".
Claro, por dentro se te arma tal quilombo en el mate, se te ponen en cortocircuito todos los cables. "Uy, la
puta que lo reparió, no puede ser", decís. "No puede ser. Dios querido". Pero le sostenés la mirada hasta que
la mina da media vuelta y se va para la playa con el bolso al hombro.
—Y... —se sonríe Hugo— ¿Viste cuando las minas se dan cuenta de que las están junando, entonces
caminan un poquito remarcando más el balanceo? —Hugo oscila sus propios hombros y el torso— ¿así? La
mina se va para la playa, despacito. Matadora. Claro. Vos estás paralizado en la silla, tenés la boca seca y si
te mandás un trago del jugo te parece que tragas papel picado. Cualquier cosa parece. Te zumban los oídos.
—No. No. Porque ya te recuperaste. Ya te recuperaste —ataja Hugo—. Y ya empezás a sentir ¿viste? Esa
sensación, esa sensación, ese olfato, esa cosa... de la cacería. ¿No? Para colmo, para colmo —Hugo vuelve a
poner su mano sobre el antebrazo de Pipo para concentrar su atención.
—Ahá...
—Para colmo, la mina llega al ventanal, todo vidriado. Porque la parte de la cafetería que da al mar es puro
vidrio —asesora Hugo—. Entonces cuando la mina llega a la parte de la puerta donde ya sale a la parte de
playa, que hay una explanada y después está la arena, se para. Se para en la puerta, ¿viste? Como deslum-
brada por el sol. Y mira para todos lados. Busca algo adentro del bolso con un gesto como de fastidio...
—Algo así. Lo que pasa es que la mina está aburrida. Y en eso, antes de salir ya del todo, gira un poco. Y te
vuelve a mirar...
—Claro, claro, eso —se enfervoriza Hugo—. Que vos te das vuelta para ver si atrás no hay otro tipo, qué sé
yo. Como para asegurarte.
—Ah, sí. Sí. Seria. Juna pero ni una sonrisa. Los ojitos nada más. No. No se regala. Digamos...
—Insinúa.
—Eso. Insinúa... Entonces, vos, llamás al mozo. ¿Viste? —se divierte Hugo. Hace voz afónica— "Mozo"...
No te sale ni la voz. Tenés la garganta seca. "Mozo". Firmás tu cuenta y ahí no más te mandás para la
habitación. A los pedos.
—A la habitación.
—Claro. Porque vos ya viste que la mina se fue para la playa. O sea, la tenés ubicada y un poco la seguridad
de que la mina se va a quedar ahí. Entonces vas a la habitación y te pones la malla, cazás una toalla. Una
revista...
—Ah. Eso sí. Imprescindible. Un libro...
—Sí. Sí, sí. Un libro, una revista, cualquier cosa, para llevar debajo del brazo y salís rajando para la playa
cosa de que no vaya a aparecer algún otro y te primeree. Bajás y te mandás a la playa. Como siempre pasa, la
primer ojeada que das, no la ves. Ahí te puteás, decís "¿Para qué mierda me fui arriba a cambiar?". Y te
desesperás. Pero por ahí la ves que viene caminando, entre alguna gente que hay, tomando una Coca Cola
que ha ido a comprar. La mina te ve pero se hace la sota. Se tira por ahí, en una lona. No, en una de esas
reposeras y se pone a tomar sol. Medio se apoliya.
—Ahí te cagó.
—Ah no. ¡Qué piola! —se enerva Pipo—. Así cualquiera. Es como en esas películas donde un tipo dice "me
voy a atracar a esa mina" y después ya aparece con la mina, charlando lo más piola, encamado. Y no te dicen
cómo el tipo se la atracó. Que es la parte jodida.
—Bueno. Pará. Pará —contemporiza Hugo—. Vos te quedás vigilando. Ves por ejemplo que no hay ningún
peligro cercano. Ningún tipo, algún tiburonazo como vos que ande rondando. O hay algún tipo con su mujer
que vicha pero se tiene que quedar en el molde pero además vos viste cómo son estas cosas. Los yanquis, los
ingleses por ahí ven una mina que es una bestia increíble y no se les mueve un pelo. Ni se dan vuelta. No
dan bola. No son latinos. Entonces vos ves que no hay peligro cercano y planeás la cosa. Vos tenés una
situación privilegiada. Estás solo. Tenés tiempo. Tenés guita...
—Claro. Además ahí no te juna nadie. No hay quemo posible. Entonces por ahí te vas un poco al mar, nadás,
hacés la plancha. Y cuando volvés ves que la mina está leyendo. En la reposera, pero leyendo. Entonces vos,
desde tu puesto de vigilancia, ni muy cerca ni muy lejos, te ponés también a leer. Por ahí te dan ganas,
¿viste? —Hugo busca las palabras—, de largar todo a la mierda, cazar un bote, alquilar un catamarán y
disfrutar un poco en lugar de andar sufriendo por una mina que por ahí... Pero claro, cuando la mirás y por
ahí la ves mover una piernita, sacudir un poco el pelo rubio se te queman todos los papeles. Te hacés el
bocho como un loco. Se te seca de nuevo la garganta.
—Venís muerto.
—Lógico. En eso la mina se levanta y se va para un barcito que hay en la playa, muy bacán. Ese es el mo-
mento, es el momento... Lo que vos me pedías que te explicara.
—La mina va, se sienta en un taburete, debajo de esos quinchos, ¿viste?, como de paja, cónicos, pero grande,
porque ahí está el bar. Y vos vas y te sentás al lado. Ya sin hacerte tanto el boludo, ya, ya en la lucha. Y ahí
vas a los bifes. Le preguntás, por ejemplo "¿usted es norteamericana?" En un tono monocorde, casi digamos,
periodístico. Sin sonrisitas ni nada de eso. Ahí la mina te mira un momento, fijamente y es cuando...
—¡Claro! ¡Claro! Porque ése es el momento crucial. Ahí se juega el destino del país. Si la mina se hace la
sota y mira para otro lado. O dice "sí" caza el vaso y se alza a la mierda, perdiste. Perdiste completamente.
Pero no. La mina te mira, dice: "Sí". "Sí ¿por qué?". Y se sonríe.
—¡Papito!
—¡Papito! ¡Vamos Argentina todavía! ¡Se viene abajo el estadio! —Hugo se sacude en la silla— ¿Viste esas
minas que son serias, que no se ríen ni de casualidad, pero que por ahí se sonríen y es como si tuvieran un
fluorescente en la boca? ¿Qué vos no sabés de dónde carajo sacan tantos dientes? Una cosa... —Hugo estira
la comisura de los labios con los dientes de arriba tocándose apretadamente con los de la fila inferior.
—Sí. Que es una particularidad de las modelos —asesora Hugo— Están serias, de golpe le dicen "sonreí" y
¡plin! encienden una sonrisa de puta madre que no sabés de dónde la sacan... Bueno, la rubia te mira, te dice
"sí ¿por qué?" y...
—Te da el pie.
—Claro. Te da el pie, para colmo. Entonces vos decís "permiso", el barrio es el barrio, y te sentás en el
taburete de al lado y entrás al chamuyo... —Hugo lleva dos o tres veces el dedo índice de su mano derecha a
la boca y lo hace girar hacia adelante como quien desenrolla algo. Pipo hace un gesto escéptico.
—Lo que pasa es que la mina está con vos. Está con vos. La mina ya tiene decidido que te va a dar bola. No
va a andar haciendo las boludeces de hacerse la estrecha o esas cosas. Es una mina que está en el gran
mundo internacional y sabe lo que quiere. La mina va a los bifes. No se regala pero va a los bifes. Si le gusta
un tipo le da pelota de entrada y a otra cosa.
—Entonces vos empezás el chamuyo. Ya tranquilo. Ya gozando la cosa porque sabés que la cosa viene bien,
ya estás en ganador y medio que ya te estás haciendo la croqueta pensando que te vas a llevar la rubia para la
pieza del hotel y esas cosas. Ya entrás a disfrutar, ahí, vos, ganador. Garpás los tragos, tirás unas rupias
sobre el mostrador al grone y te vas con la mina para las reposeras. La mina, claro, una bola bárbara. Y vos
ves que los tipos te junan como diciendo "hijo de puta, se levantó el avión ése". Pero vos, un duque, fumás, te
hacés el sota y la ves caminar a la rubia adelante tuyo, en la arena, ahí, el pantaloncito ajustado y pensás
"Dios querido ¡Y esta mina está conmigo!". Y bueno...
—En fin. Entonces escuchame como es la milonga. ¿No? La milonga del día perfecto. Al menos para mí.
Primero, ahí, en la playa, con la rubiona. Un poco de natación, el mar, las olas. Alquilás un catamarán, te
vas con la mina de recorrida. Y a eso de las seis, siete de la tarde, te mandás al bar y te das algún trago
largo...
—Puede ser. Puede ser. Fijate, fijate... —gesticula, calculador, Hugo—. Me gustaría más un gin-tonic. Un
gin-tonic.
—Loco, eso pedilo en Mombasa, en algún boliche de ésos. Pero no te pidas un gin-tonic en un lugar así. Con
esa mina...
—Grave error. Grave error. ¿Qué tomaban los tipos que aparecen en la novela de Hemingway, de ésas en el
Caribe, Islas en el Golfo, por ejemplo?
—Bacardí.
—Bacardí ¡Y gin-tonic! Gin-tonic, mi amigo. Pero la cosa no es esa. No es que vos vayas a pedir tal o cual
trago. No. La cosa es que no te des con algún trago que te tire a la lona. Tenés que tomar algo que más o
menos sepas que te la aguantás. Algo que te achispe, que te ponga vivaracho pero que no te haga pelota.
Mirá si todavía que ya tenés la mina en casa te levantás un pedo que flameás o te descomponés y después
andás con diarrea, te cagás ahí en el lobby del hotel...
—Vomitás —se asqueó Pipo.
—Vomitás. Le vomitás las pilchas a la mina. Un asco. No. No. Por eso, por eso, pedís algo sobrio, que vos
sabés que te la aguantás y que te ponga ahí, en el umbral de la locura para acometer el acto... el acto... el
acto carnal. Además vos ves que el asunto viene sobrio. Sin espectacularidad. No te vas a pedir tampoco uno
de esos tragos que vienen adentro de un coco partido por la mitad, que adentro le meten flores, guirnaldas,
guindas, que lo tomás con pajita. Eso es para las películas de Doris Day que todos bailaban en bolas al lado
de la pileta...
—No. Vos te pedís entonces un gin-tonic. La mina alguna otra cosa así. Ahí charlás un ratito. La mina muy
piola. Muy bien. Muy agradable. Simpática.
—Sí. Sí. Una mina de unos 26, 27 años. No una pendeja. Casada. Bien en su matrimonio. Bien. Que sabe lo
que está haciendo. La mina quiere pasar bien esa noche, y a otra cosa.
—Claro.
—Claro. Ninguna complicación. No es de las que te va a hacer un quilombo al día siguiente ni nada de eso.
La mina sabe cómo son estas cosas.
—¡Nooo! ¡No! No es de ésas que agarran el teléfono y te dicen "Arribo a Fisherton mañana". Y se te arma
tal despelote. No nada de eso. Entonces...
—Entonces.
—Entonces, son como las siete, las ocho de la tarde —el relato de Hugo se hace moroso— Te vas con la
rubia a la habitación del hotel.
—A cualquiera. Allá no es como acá que por ahí te agarra el conserje y no te deja entrar con la mina en la
pieza. Allá no hay problemas. Te vas con la mina a la habitación. No. Mejor le decís a la mina que vaya a su
habitación. Vos vas a la tuya y te das una buena ducha.
—Claro, te sacás la arena. Los moluscos que te hayan quedado pegados. Y te vas a la pieza de ella. —Hugo
hace un pequeño silencio contenido. Y bueno. Ahí, viejo ¿para qué te cuento? —sigue—. Te echás veinte,
veinticinco polvos. Cualquier cosa.
—Bueno... Dejame lugar para la fantasía. Bah... Te echás cinco, seis. De esas cosas que ya los dos últimos la
mina te tiene que hacer respiración boca a boca porque vos estás al borde del infarto...
—Muy lindo, che. Muy lindo —aprueba Pipo, que se ha vuelto a repantigar en la silla y manotea, distraído,
el paquete de cigarrillos.
—No. No —le llama la atención Hugo—. No. Ahora viene lo interesante. Porque yo te digo una cosa. Te
digo una cosa... eh... Pipo. Te digo una cosa Pipo: El mundo ha vivido equivocado. El mundo ha vivido
equivocado. Yo no sé por qué carajo en todas las películas el tipo, para atracarse la mina, primero la invita a
cenar. La lleva a morfar, a un lugar muy elegante, de esos con candelabros, con violinistas. Y morfan como
leones, pavo, pato, ciervo, le dan groso al champán mientras el tipo se la parla para encamarse con ella. Yo,
Pipo, yo, si hago eso... ¡me agarra un apoliyo! Un apoliyo me agarra, que la mina me tiene que llevar
después dormido a mi casa y tirarme ahí en el pasillo. O si no me apoliyo me agarra una pesadez, un dolor
de balero. Eructo.
—Y eso no colabora.
—No. Eso no colabora —Hugo se pega repetidamente con la punta de los dedos agrupados en la frente—.
¿A quién se le ocurre, a quién se le ocurre ir a encamarse después de haber morfado como un beduino? Es
como terminar de comer e ir a darte quince vueltas corriendo alrededor del Parque Urquiza. Hay que estar
loco.
—Sí. Es cierto.
—Por eso te digo. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé cómo hacían los galanes esos de cine que se
iban a encamar después de comer.
—Pero en este día perfecto que te digo yo —puntualiza, orgulloso, Hugo— vos terminás de echarte los
quince polvos con la rubia, te levantás hecho un duque. Te pegás una flor de ducha, cosa de quitarte de
encima los residuos del pecado y ¿qué te pasa? Tenés un hambre de la puta madre que te parió. ¡Loco! No
comés desde el desayuno. Acordate que no comés desde el desayuno que picaste alguna boludez. Y después
no almorzaste porque un tipo que está de cacería no puede permitirse andar con sueño y hecho un pelotudo.
Entonces, entonces... imaginate bien, eh. Prestá atención. Te empilchás livianito, la mina también. Ya es de
noche, te has pasado cerca de tres horas cogiendo y la luna se ve sobre el mar. Está fresquito. No hay ese
calor puto que suele haber acá. Ahí refresca de noche. Vos abrís bien las puertas de vidrio que dan al
balconcito y desde abajo se escucha la música de una orquesta que es la que anima el bailongo que se hace
abajo, porque hay mesitas en los jardines, entre las palmeras y ahí los yankis cenan y esas cosas. Vos no. Vos
como un duque, pedís el morfi en la habitación. ¡Imaginate vos! —Hugo reclama más atención de parte de
Pipo— Vos ahí te sentís Gardel. Acabás de encamarte con una mina de novela. Estás en un lugar de puta
madre, tenés un hambre de lobo. Sabés que tenés todo el tiempo del mundo para comer tranquilo. La mina es
muy piola y agradable y no te hace nada, al contrario, te gratifica que ella se quede con vos después de la
sesión de encame. No es de esas minas que después de encamarte tenés unas ganas locas de decirle "nena, ha
sido un gusto haberte conocido; ahora vestite y tómatela que tengo un sueño que me muero y quiero apoliyar
cruzado en la cama grande". No. La mina es un encanto. Entonces te hacés traer un vino blanco helado, pero
bien helado de esos que te duelen acá —Hugo se señala entre las cejas— ¡Bien helado!
—¡Papito!
—Porque también tenés una sed que te morís. Te has pasado todo el día en la playa, bajo el sol. Y además
después de un enfrentamiento amoroso de ese tipo si no tenés a tiro un buen vino blanco pronto capaz que te
chupás hasta el bronceador.
—Y ahí te sentás con la rubia —Hugo se arrellana en su silla, hace ademán de apartar las cosas de la mesita
— y le entrás a dar a los mariscos, los langostinos, la langosta, algún cangrejo, con la salsita, el buen
pancito. Pero tranquilo, eh, tranquilo... sin apuro. Mirando el mar, escuchando el ruido del mar. Sos Pelé.
Sos Pelé.
—Cuando ya te aflojás.
—Claro. Ese momento es hermoso. Entonces le contás de tu vieja. De tus amigos. Que tenés un perro. Que
de chico te meabas en la cama. La mina te cuenta de su granja en Kentucky. Que le gustan los helados de
jengibre. Pero ya tranquilo. Estás hecho. Estás hecho. Porque si vos morfás antes de encamarte —vuelve a la
carga Hugo—, por más que te sirvan el plato más sensacional y lo que más te gusta en la vida a vos no te
pasa un sorete por la garganta porque tenés el bocho puesto en la mina y en saber si te va a dar bola o no te
va a dar bola. Comés nervioso, para el culo, te queda el morfi acá. La mina te habla de cualquier cosa y vos
estás pensando "Mamita, si te agarro" y no sabés ni de qué mierda está hablando ella ni qué carajo le
contestás vos. Es así. ¿Es así o no es así?
—Es así.
—Entonces ahí, después de morfar como un asqueroso, después de bajarte con la rubia dos o tres tubos de
blanco, vos vas sintiendo que te entra a agarrar un apoliyo ¡pero un apoliyo! Sentís que se te bajan las
persianas.
—¡Eso! ¡Claro! —se alboroza Hugo por el aporte de Pipo—, que te reís de cualquier cosa. Bueno, ahí, te vas
al sobre. Sabés, además, que podés al día siguiente dormir hasta cualquier hora porque vos te vas, ponele, a
la noche del día siguiente. Y te acostás con la rubia, ya sin ningún apetito de ningún tipo, sólo a disfrutar de
la catrera. Te vas hundiendo en el sueño. Te vas hundiendo. Está fresquito. Entra por la ventana la brisa del
mar. Oís el ruido del mar. Un poco la música de abajo...
Hugo se queda en silencio, mordisqueándose una uña. Casi no hay nadie en El Cairo. Pipo también se ha
quedado callado. Bosteza. Mira para calle Santa Fe. Hugo busca con la vista a Molina, que está charlando
con el adicionista. Levanta un dedo para llamarlo. Molina se acerca despacioso pegando al pasar con una
servilleta en las mesas vacías.
Es difícil que aborde un chiste sobre el cual tengo dudas. Es decir, que
lo haga y después lo tire: lo desecho antes de pasarlo a tinta. El
verdadero desafío es sobre qué hablo y cómo lo digo. No tengo
expectativas plásticas muy grandes, no soy un gran dibujante,
comparado con algunos colegas y amigos muy virtuosos. Uno trabaja
todos los días, pero hay dos o tres en los que tenés una mayor facilidad
personal, estás mejor predispuesto, la noticia ayuda, confluencia de
astros, de eso que no creíamos: Sagitario con Escorpio, el Año del
Mono, el calendario maya... (risas).
Si hay que elegir: fútbol. Segundo lugar, lectura. Puede ser el diario.
- No, nunca me pegó eso. Vamos a ver. Todavía estoy a tiempo del
soponcio. La gente de la edad de mi hijo me debe ver como a un tipo al
borde de la muerte...
- Deprimente.
- No a este punto, pero yo digo: ¿cómo puedo ser tan pelotudo que no
puedo manejarlo? ¿Por qué estoy tan ansioso, nervioso y sufro tanto en
los partidos? Aparte del fútbol, no encuentro ninguna otra motivación
que me pueda hacer, de golpe, saltar y abrazar a un desconocido.
Cuando nació mi hijo no tuve esa reacción.
- Es sencillo: me gusta.
- No, por ahí no. Porque hay otras personas que tienen exactamente
esas mismas cosas y no me gustan. Ella me gusta. Ese es un buen
resumen.
- ¿Gráficamente? (risas)
Roberto Fontanarrosa
Escritor y humorista (Argentina)
Hay una frase —siempre en los círculos literarios, las citas son
elegantes y quedan bien—, hay una frase que dice: «Unidad es el
equilibrio de las diversidades, uniformidad es la supresión de las
diversidades». Confieso que la uniformidad me inquieta un poco, los
latinoamericanos hemos tenido problemas con los uniformes. Nos
preguntábamos desde hace mucho tiempo aquí en Rosario con real y
legítima curiosidad: ¿Qué es un Congreso de la Lengua? ¿Para que
sirve un Congreso de la Lengua? Primero y elemental, para reunirnos
para estar acá.
Muchas gracias.
la columna tecnológica
Fútbol y Ciencia
Roberto Fontanarrosa (Argentina)
Publicado en el libro El mayor de mis defectos,
Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1990.