Derechos Individuales Y Colectivos en El Nacionalismo: Juan Olabarría Agra

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DERECHOS INDIVIDUALES Y COLECTIVOS

EN EL NACIONALISMO

Juan Olabarría Agra


Universidad del País Vasco

La cultura política del occidente europeo en este fin de siglo es cla-


ramente una cultura demoliberal; puede decirse que las instituciones de-
mocráticas y los derechos individuales constituyen principios implícitos
y gozan de una legitimidad apenas discutida. El descrédito y el fracaso
de los regímenes comunistas ha reforzado el prestigio de los gobiernos
democráticos y de la doctrina que los sustenta.
Sin embargo la ideología demoliberal no se ha quedado sin com-
petidores, ya que, apenas el comunismo ha sido enterrado, cuando al-
gunos de sus sepultureros exhuman y desempolvan un viejo cadáver
que goza de excelente salud: el nacionalismo.
Quizá en la historia de las ideas, como en la del arte nos hayamos
quedado sin futuro y estemos condenados a llenar el tiempo restante
con reiteraciones periódicas del pasado; con reminiscencias arcaicas que
afloran al papel impreso como en un viejo palimpsesto. Así, las más
recientes doctrinas sobre la identidad colectiva o sobre la importancia
de las raíces culturales producen en el historiador de las ideas la sen-
sación de lo «déja vu»: son textos que ya se escribieron hace doscientos
años. Lo que evidentemente ha cambiado es el contexto; aunque el na-
cionalismo apareció para combatir las tendencias democráticas y libe-
rales, muy pocos de los líderes nacionalistas en Europa occidental se
declararían antidemocráticos. Y es que la cultura política actual es en
buena medida una cultura sincrética, una cultura que no quiere renun-
ciar ni a la lógica de la democracia ni a la lógica de la identidad, a
pesar de que históricamente casi siempre una y otra han servido de so-
porte a posiciones políticas irreconciliables. Quizá donde mejor se
muestre esta contraposición sea en el distinto concepto que el nacio-
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nalismo y el liberalismo han tenido y tienen sobre los derechos hu-


manos, ya que el primero insiste en los derechos colectivos y el segundo
en los derechos individuales. Es mérito de Andrés De BIas 1 y de John
Breuilly 2 el haber subrayado esta contradicción que tantas veces pasa
desapercibida, incluso a especialistas en el tema tan celebrados como
Ernest Gellner.
El propósito de este trabajo es reproducir, siquiera a grandes saltos,
las principales fases del itinerario ideológico nacionalista desde sus orí-
genes, centrándome en la contraposición derechos colectivos/derechos
individuales.

Los Orígenes. Herder y la reacción antiuniversalista

Hace ya muchos años que Friedrich Meinecke 3 describió el nacio-


nalismo cultural como una ideología reactiva frente a dos formas de
modernidad: la Ilustración o modernidad cultural y el liberalismo o mo-
dernidad política. En fechas mas recientes Isaiah Berlin 4 ha estudiado
los aspectos antiutópicos y antiuniversalistas de las ideologías de la
identidad, tal como fueron formuladas fundamentalmente por la con-
trailustración alemana. La antiutopía historicista iba dirigida sobre todo
contra el universalismo y el individualismo. Pero debe tenerse en cuenta
que en el siglo XVIII existían dos modelos universalistas netamente di-
ferenciados.
El universalismo cristiano era en primer lugar epistemológico y on-
tológico, ya que tanto el ser como la posibilidad de su conocimiento se
derivaban de la omnipotencia de un Dios creador. La razón y la reve-
lación, verdaderas explicaciones del mundo, son el efecto de una causa
perfecta y trascendente: Dios. Desde esta perspectiva sobrenatural, la
divinidad legisla con criterios de universalidad; el mundo no es más que
el producto de su sóla voluntad personal, y esa voluntad es una. El cris-
tianismo, acorde con la herencia iusnaturalista del mundo helenístico,
proclamaba a los hombres esencialmente iguales, capaces de razona-

1 Vid. en especial Nacionalismo e ideologías políticas contemporáneas, Madrid, Es-


pasa-Calpe, 1984.
2 Nacionalismo y Estado, Barcelona, Pomares-Corredor, 1990.
3 El historicismo y su génesis, Méjico, Madrid, Buenos Aires, F.C.E., 1983.
4 Contra la corriente. Ensayos sobre historia de las ideas, México, P.C.E. 1983.
Edición original de 1955. El fuste torcido de la Humanidad. Capítulos de historia de
las ideas. Barcelona, Península, 1992. Edición original de 1959.
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miento y de acción moral, miembros de una misma Humanitas, her-


manos en Cristo. Por esta razón la filosofía relativista que sirve de base
a los nacionalismos culturales encontraría en el universalismo critiano
un serio obstáculo.
Las posibilidades igualitarias del cristianismo no tenían por qué
plasmarse en realizaciones en este mundo, ya que, salvo en sus versio-
nes milenaristas. se trataba en realidad de una igualdad ante Dios, cuyo
carácter trascendente permitía el aplazamiento del ideal nivelador hasta
el más allá.
Por su parte, los ilustrados recogían el ideal universalista cristiano,
pero dándole un sentido inmanente. Inmanencia en el conocimiento, ya
que la razón universal tenía ahora por depositiarios a individuos (ra-
cionalismo cartesiano), que pretendían usar sus reglas sin acomodarse
a la revelación divina ni a las tradiciones humanas. Pero inmanencia
también en las finalidades perseguidas, por cuanto la igualdad que se
demandaba, basada en una antropología igualitaria, era la igualdad ante
la ley, una igualdad en el reino de este mundo. A medida que crecían
las dudas sobre el más allá, se fue generalizando el optimismo sobre
las posibilidades de perfeccionar indefinidamente el más acá; de tal ma-
nera que gran parte de los ilustrados compartían una misma fe en el
progreso, entendido como la posibilidad, abierta para todos los países,
de perfeccionarse siguiendo un único modelo racional de validez uni-
versal 5.
En el Siglo de la luces se estaba perfilando un proyecto de orden
social, que, asentándose en el racionalismo crítico, pretendía romper
con la tradición e instaurar un nuevo mundo de hombres libres e iguales
ante la ley. El sujeto de tales cambios sería la persona aislada, el in-
dividuo, ya que paralelamente al racionalismo se estaba desarrollando
una revolución cultural que colocaba al individuo, y no simplemente al
«hombre». en el centro del Universo.
Pero la Ilustración no tuvo un sentido único, ya que en su seno se de-
sarrollaron tendencias contrarias. La idea cosmopolita, racionalista e indivi-
dualista del progreso fue vivamente combatida por los nostálgicos de la co-
munidad primitiva (Rousseau) 6 y, sobre todo. por quienes empezaban a

5 Vid. MEEK, Ronald. Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría


de los cuatro estadios. Madrid, Siglo XXI. 1981.
6 Rousseau puede ser considerado como el fundador del individualismo romántico,

pero también como un partidario decidido de sumir al individuo en la colectividad (el


«reconocimiento del yo por los otros». la fiesta. la «transparencia») disolviendo lo pri-
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pensar en la nacionalidad como la única forma natural de agrupamiento hu-


mano: la escuela historicista alemana y en epecial su figura más represen-
tativa: Johan Gottfried Herder, rompían con una larga tradición universalista,
encarnada tanto en el ideal cristiano como en el progresismo ilustrado.
Herder, culminando las tendencias historicistas iniciadas con Vico,
rompió con los dos modelos universales. En su obra, y en especial en
su obra de madurez «Ideas sobre la Filosofía de la Historia de la Hu-
manidad» (escrita a partir de 1783) 7 esboza un visión del mundo que
prefigura ya en sus rasgos esenciales las tesis del «nacionalismo cul-
tural» o nacionalismo de la identidad.
En primer lugar sustituye la concepción trascendente del mundo por
otra de carácter inmanente y naturalista. La misma Providencia queda
sometida a las «leyes del mundo» 8. Como precursor del Romanticismo,
Herder comienza un proceso de deificación del mundo. Si la razón crí-
tica expulsaba del cielo a Dios, el sentimiento romántico poblaba la
tierra con nuevos espíritus deificados; el Dios que los ilustrados ex-
pulsaban por la puerta, los románticos lo introducían por la ventana,
pero ahora, como en el paganismo antiguo, se trataba de una gran va-
riedad de dioses que habían decidido habitar el mundo e instalar su
morada dentro de los seres sensibles. Frente a la visión mecánica y fría
de la ciencia, frente a la «jaula de hierro» de la racionalidad moderna,
el mundo quedaba encantado por una nueva magia politeísta, mientras
materia y espíritu quedaban indisolublemente entreverados en un «na-
turalismo místico». Tal como ha subrayado José L. Villacañas, se tra-
taba de «una concepción panteísta del mundo en la que se pretende
redotar a lo real de un carácter sagrado» 9.

vado en una publicidad comunitaria. Benjamín CONSTANT (La libertad de los antiguos
comparada con la de los modernos) desarrollará un ideal político basado en la preser-
vación de la libertad individual y de la privacidad, que, incorporado a la tradición de-
moliberal, contribuyó a descartar de ésta las tentaciones holistas de la democracia rous-
soniana.
7 «Idées sur la philosophie de l'histoire de l'humanité» par HERDER, oouvrage traduit
de l'allemand et précedé d'une introduction par Edgar Quinet, París, Lévrault, 1834,
3 t.
8 Vid... III, lib. XV, cap. V, p. 144..«El Dios que yo busco debe ser el mismo en
la historia que en la naturaleza; porque el hombre no es más que una pequeña parte del
todo; y su historia, como la historia de un insecto, está íntimamente unida a la trama
en que transcurren sus días. Por lo tanto es preciso que prevalezca un sistema de leyes
inherentes a la esencia misma de las cosas» (oo.)
9 VILLACAÑAS, José L., «Fichte y los orígenes del nacionalismo alemán moderno»,
Revista de Estudios Políticos (Nueva Epoca), n.O 72, abriHunio de 1991, pp. 129-172.
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En ruptura con el espiritualismo cristiano, la antropología de Herder


se basa en una causalidad arraigada en la diversidad de la naturaleza.
El carácter humano, su peculiaridad intelectual y moral están determi-
nados por la constitución física lO. Esta era única en la pareja originaria
del Génesis, pero la dispersión por el planeta y la consiguiente influen-
cia de los climas produjo variaciones físicas que comportaban cambios
morales e intelectuales. Estos cambios llegaron a hacerse irreversibles
y rigurosamente hereditarios, conformando, aunque en menor medida
que la lengua 11, la personalidad de las naciones.
Aún sin dejar de invocar un intenso sentimiento de solidaridad hu-
manitaria, Herder subraya el interés por la variedad de los grupos hu-
manos o «naciones culturales». Rompe, además, con el ideal mimético
que asignaba (en lo terrenal o en lo celestial) un modelo único de per-
fección para todos los hombres. En adelante el único modelo será la
«autenticidad», el ser fieles a la propia personalidad, tanto individual
como colectiva. Ningún país debe menospreciarse por no parecerse a
otro, juzgado como más perfecto, ya que no existe una vía única y uni-
versal en el desarrollo de las naciones.
Ahora bien, cuando Herder defiende la autenticidad y la originalidad
individual entiende que la personalidad del individuo se define por la
idiosincrasia del grupo étnico al que pertenece. El individuo queda así
subsumido en el grupo humano llamado nación, por 10 que el ideal ro-
mántico de «autenticidad individual», tiene en realidad un carácter ho-
lista.
El material de la política es el hombre. En la tradición aristotélica
y escolástica el hombre nunca era tomado en su individualidad, sino
como perteneciente desde su nacimiento a una serie de grupos concén-
tricos: familia, estamento o grupo de nacimiento, gremio, etc ... En las
nuevas teorías contractualistas el hombre era tomado como actor polí-
tico en su individualidad. En el nacionalismo romántico de Herder la
unidad política era la «etnia», o nación entendida como un conjunto de
hombres que participan de una personalidad común. De ahí que cuando
el nacionalismo cultural reivindique la libertad o el «derecho a la di-
ferencia», entienda siempre que el sujeto de esa libertad y ese derecho
no es el individuo, sino la nación, una colectividad que, en adelante

10 Vid. en especial los lib. VI Y VII.


il Para la lengua como forma colectiva de pensamiento vid. lib. IX. También apud
VILLACANAS, 133: «Una nación. un lenguaje. una forma de ser y pensar»( ... )«cada nación
habla según piensa y piensa según habla, pues no podemos pensar sin palabras».
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asume los rasgos de la personalidad individual. Si el material esencial


de la política no es el individuo, sino la nación, es lógico deducir que
a cada colectividad humana homogénea llamada nación debe corres-
ponderle su propio Estado 12, y no sólo para garantizar la independencia
respecto a otras naciones, sino también para que exista una fiel corres-
pondencia entre las instituciones políticas y la personalidad colectiva
tal como ésta se conserva en la tradición.
Es frecuente una interpretación de Herder en clave progresista. Se-
gún esta interpretación Herder, al reivindicar la originalidad, habría li-
brado a la cultura de una estéril y servil mímesis, mientras que, al re-
lativizar todas las culturas habría contribuido a la emancipación de los
llamados «pueblos inferiores» frente al imperialismo de la cultura fran-
cesa. Sin embargo, en la obra de un hombre que, como Herder, odiaba
las desigualdades aristocráticas y que alimentaba un sentimiento de so-
lidaridad universal, hay que señalar varias contradicciones que se de-
ducen de sus teorías étnicas. Así, en «Ideas» los pueblos germánicos y
los indoeuropeos en general (persas, hindúes, griegos) aparecen mejor
dotados de cualidades morales e intelectuales, en tanto que los negros
ocupan el lugar más bajo de la escala.
La humanidad, tal como aparece descrita en «Ideas», queda dividida
en grupos étnicos, llamados naciones, a los que se tomaba como uni-
dades políticas naturales, diferenciadas unas de otras por una persona-
lidad hereditaria; la variedad de grupos étnicos, por mucho que se rei-
vindique el ideal relativista de la originalidad cultural de cada pueblo,
se traduce en desigualdad racial 13 •

12 «El Estado más natural es una nación con un carácter distintivo. Nada nos parece
más contrario al fin de los gobiernos que el engrandecimiento desproporcionado de los
Estados y que la mezcla de razas y de naciones reunidas bajo un cetro único» (Idées,
lib. IX, cap. IV, p. 196, apud. Gregario de YURRE, Totalitarismo y egolatría, Madrid,
Aguilar, 1962, p. 39).
13 Vid. un típico ejemplo de la ambigüedad herderiana: «El negro tiene derecho a
tratar a sus salvajes opresores con los nombres deshonrosos de albinos y demonios
blancos...penetremos sin ningún sentido de orgullo en el lugar que le ha sido destina-
do...puesto que en semejante clima era imposible que el negro recibiese una más noble
impronta, lejos de despreciarle, sepamos compadecerle» (1. I, lib. VI, cap. V, p. 348.
Herder rechaza la jerarquización racista, aún cuando él mismo había contribuido a
su fundamentación: así, por ejemplo en 1. II, lib. VII, p. 8: «yo desaría que todas las
distinciones que se han establecido» ...«algunos, por ejemplo, han juzgado conveniente
emplear el término de razas.. .la palabra se refiere a una diferencia de origen que no
existe» (ibidem).
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 181

La segunda contradición estriba en que la autenticidad, que puede


ser percibida como un derecho del individuo a «ser él mismo», es, en
realidad, rigurosamente antiindividualista I~. Finalmente lo que se rei-
vindica en nombre de la fidelidad a la propia idiosincrasia colectiva no
es otra cosa que la tradición, pero una tradición que ha dejado de ser
universalista y trascendente para hacerse particularista e inmanente.

Revolución y contrarrevolución

A partir de 1789 Francia se convertía en el banco de pruebas de las


ideas revolucionarias; la abolición del Antiguo Régimen fue acompa-
ñada de una gran cantidad de formulacione teóricas. Dos de ellas, im-
presas en este mismo año, me parecen especialmente significativas:
¿Qué es el Tercer estado? del abate Siéyes y la «Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano».
El interés del primero radica sobre todo en la aparición del término
nación con un nuevo significado político y en la definición que se hace
de ella: «¿Qué es una nación? Un cuerpo de asociados que viven bajo
una ley común y representados por la misma legislatura» 15.
Llevar esta definición del papel a la realidad significaba quebrar las
bases sociales y políticas del Antiguo Regimen. Instaurar la igualdad
ante la leyera poner fin a los privilegios estamentales. Subsistía la de-
sigualdad económica, pero los estamentos sociales cerrados y heredi-
tarios habían desaparecido. La única jerarquía cuya necesidad social se
legitimaba era la «carrera abierta al mérito», carrera que sólo podía ga-
nar el individuo que demostrase su propia excelencia en la práctica, es
decir en competencia con otros individuos.

Por lo demás Herder compartía con muchos de sus contemporáneos (por ejemplo
con Montesquieu o con el conde de Boulainvil1iers) los prejuicios germanistas: «Todas
las naciones que viven en los bosques según las costumbres de sus antepasados son
fuertes, atrevidas...las que viven en países cultivados, privados de sombra y de frescor,
se degeneran poco a poco: el alma y el coraje habitan en el fondo de los bosques» (t.
I1, lib. VII, p. 54).
Para el antijudaísmo de Herder vid. lib. XII Y XVI.
14 En el contractualismo de Locke el hombre como individuo tiene derechos antes

de abandonar el estado de naturaleza. Por el contrario para Herder «el hombre aislado
no tiene ningún derecho natural propio» (apud. VIl.LAC.-\SAS. p. 135 j.
15 SJEYES. ¿Qué es el tercer estado". ~adrid, Aguilar. 1973. p. 13.
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La aplicación de este mismo principio de igualdad ante la ley im-


plicaba, además, la abolición de los privilegios territoriales, tan notorios
en el Antiguo Régimen, sobre todo en el terreno fiscal; implicaba por
lo tanto un proceso centralizador, al que sus enemigos tildaron ense-
guida con el mote inadecuado de <<jacobino» 16.
Por otra parte el modelo político implícito en la definición de Siéyes
es el modelo contractualista liberal: la nación es la suma de individuos
que deciden libremente dotarse de una autoridad común, llamada Es-
tado; por lo tanto la nación, como sujeto de la soberanía, debía estar
representada por un parlamento que reflejase su voluntad. La ruptura
con la monarquía tradicional del Antiguo Régimen era aún mayor por
el hecho de que Siéyes atribuyese a la nación, a la voluntad mayoritaria
de los ciudadanos, una capacidad constituyente ilimitada. Esta mayoría,
en virtud de su voluntad soberana podía dotar al país de un sistema de
gobierno que no dependiese de la tradición, sino de modelos de per-
fección universal inspirados en la razón.
La primera «Declaración de los derechos del hombre y del ciu-
dadano», muestra que, a pesar de la tendencia colectivista y rousso-
niana del paréntesis jacobino, la revolución se perfilaba -ya desde
1789 como liberal e individualista. La misma sociedad política apa-
rece subordinada a la defensa de la libertad de los individuos. Los
derechos allí defendidos son sobre todo derechos que garantizan la
propiedad individualista burguesa (una propiedad no vinculada ni
amortizada), y la libertad individual. La religión y las ideas dejan de
ser hereditarias y se convierten por derecho en libre opción de cada
individuo, que en adelante dispondrá de la posibilidad de elegir entre
una pluralidad de opciones. Esta tendencia al pluralismo, que libera
al individuo de toda adscripción ideológica, se verá reforzada cuando,
varios decenios después, se admita la legitimidad de los partidos po-
líticos en cuanto representantes de intereses e ideologías que no tie-
nen por qué ser unánimes. El derecho a disentir y a optar entre varias
ideologías o partidos venía así a coronar al individuo como como su-
jeto último de la soberanía. El nuevo pluralismo político puesto al
servicio de la libertad individual, implicaba no sólo la neutralidad
ideológica del Estado, sino la desaparición de los «organismos inter-

16 Es claro que Napoleón, cuyo célebre código civil encarna el principio jurídico
igualador y centralizador difícilmente podría ser llamado jacobino. Lo mismo puede
decirse del Directorio, que siendo una reacción política antijacobina no fue por ello
menos centralista.
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 183

medios» así como de algunas formas de representación política co-


munitaria características del Antiguo Régimen: gremial, estamental,
familiar. Individuos libres para escoger su propia opción entre una
pluralidad de partidos eran los nuevos sujetos de la política. El nuevo
hombre surgido de la revolución tenía muchos menos vínculos he-
reditarios y menos raíces que el antiguo; muchas veces podía elegir
en una serie de cuestiones que para sus antepasados estaban prede-
terminadas por el nacimiento.
Por otra parte la clase que lideraba y hegemonizaba el proceso, la
burguesía, estaba entrando en la modernidad económica aún antes de
iniciarse la revolución industrial, ya que ésta fue precedida por una
transformación individualista de las relaciones sociales 17 (contrato) y
de la propiedad (desvinculación, fin de las rentas feudales, desamorti-
zación).
Muchos de los que impugnaban la obra de la revolución francesa
comprendían muy bien que las transformaciones políticas que ésta había
llevado a cabo no eran más que el colofón de un largo proceso de mo-
dernización en todos los ámbitos. Antes de que la revolución aboliese
el absolutismo y los privilegios, una parte de la burguesía y de la no-
bleza habían ido transformando el mundo de las ideas y el de las cosas
hasta hacerlos poco habitables para los privilegiados: uno de los resul-
tados de esta transformación fue la creciente competitividad de unos
individuos que reclamaban derechos como tales, así como una sociedad
en la que el conflicto parecía suceder al consenso. A la clásica comu-
nidad orgánica, conjunto de individuos jerárquicamente estratificados,
obedientes a una legitimidad tradicionaL le sucedía un conjunto de in-
dividuos que competían entre sí sin resignarse a las situaciones here-
ditarias y que reclamaban igualdad de derechos. A la vieja lealtad per-
sonal en función del estatus nobiliario, le sucedía ahora la competencia
de poderes medidos en términos cuantificables de mera racionalidad
económica.
Por eso la reacción aristocrática y clerical contra la política revo-
lucionaria lo fue también contra la modernidad en su conjunto y en
especial contra el héroe de los nuevos tiempos: el individuo. Fue en-
tonces cuando el concepto romántico de nación comenzó a adquirir
cierta relevancia política.

17 Es significativo el estupor aristocrático de Tocqueville ante unas relaciones con

los criados que no descansaban ya en la fidelidad familar, sino en el contrato.


184 Juan Olabarría Agra

Empiristas políticos como Burke, tradicionalistas como José de


Maistre, historicistas románticos como Adam Müller o los hermanos
Schlegel, todos coinciden en elaborar una alternativa al concepto re-
volucionario de nación. Surge así la idea de la nación como una co-
munidad naturalmente diferenciada a la que debe corresponder un Es-
tado propio 18. La nación romántica, que tiene su antecedente en Herder,
asume los rasgos del individuo, tiene una personalidad propia, inde-
pendente de la voluntad de las personas que la forman. La nación se
define como un grupo humano diferenciado desde los orígenes, bien sea
por el designio de la Providencia o por la variedad de la naturaleza 19.
Esta idea de nación como diferencia colectiva no sólo excluye la so-
beranía contractualista entendida como suma de voluntades individua-
les 20, sino que suprime la misma individualidad personal. José de Mais-

18 La manera en que los contrarrevolucionarios definen a la nación es muy similar


tanto por lo que comprende como por lo que excluye: la soberanía como voluntad po-
lítica de los ciudadanos es sustituida por la identidad colectiva entendida como un des-
tino que debe ser obligatoriamente asumido como deber ineludible. La nación es an-
terior y superior a la suma de los individuos que la componen; por encima de los
avatares históricos o de la voluntad democrática de la mayoría está el destino de una
comunidad diferenciada desde el comienzo de los tiempos por la naturaleza (o por
Dios); el deber de ésta es conservar su diferencia, separándose de las otras comunidades
y respetando (en 10 cultural y en lo institucional) su propia tradición (entendida con
frecuencia como reminiscencia de una «edad de oro») o a su «constitución interna»,
rechazando las reformas como «extranjerizantes».
Para la definición de la identidad colectiva como un hecho «natural» y, por lo tanto,
como ineludible vid. entre otros: J. G. FreRlE, Discursos a la nación alemana. Barce-
lona, Altaya, 1995, pp. 65 y ss. (donde se vincula la identidad alemana con la perfección
originaria del pueblo primitivo, el «urvolk»). Jacques DRoz, Le Romantisme Politique
en Allemagne, París, Armand Colin, s.a. Comprende el estudio del nacionalismo ro-
mántico alemán en sus principales representantes: Adam Müller, los hermanos Schlegel,
Novalis, Goerres, Fichte entre otros.
19 Para la idea de que la nación no es un hecho humano, sino natural vid. DRoz, p.
25 Y ss.
20 «Porque, si el orden social viene de la naturaleza, no hay en absoluto contrato
social» (Joseph de MAISTRE. Etude sur la Souveraineté, cap. n, en O.e. Georg ülms
Verlag, Hildesheim, Zürich. New York, s. a., t. I, p. 319.
«La misma potencia que ha decretado el orden social y la soberanía ha decretado
también las diferentes modificaciones de la soberanía según el diferente carácter de las
naciones.» (ibid., p. 221)
«Las naciones tienen un alma general y una verdadera unidad moral que las cons-
tituye en cuanto tales. Esta unidad aparece anunciada sobre todo por la lengua». (Ibid.,
cap. IV, p. 325)
«De estos diferentes caracteres de las naciones nacen las diferentes modificaciones
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 185

tre proclamaba la desaparición del hombre universal; en adelante sólo


se hablaría de franceses. ingleses. rusos o persas. pero no del hombre
en abstracto. Esta nueva antropología no rechazaba la universalidad abs-
tracta para recuperar la personalidad de los individos, sino para negarla.
No se trataba sólo de impugnar la idea de que los ciudadanos tienen
derecho a autogobernase conforme a la voluntad de la mayoría; empi-
ristas, tradicionalistas o románticos, son conscientes de que la revolu-
ción no es más que la última de las consecuencias de un largo proceso
que, incluso por vías divergentes, había conducido a la emancipación
del individuo. Individualismo religioso con la Reforma, filosófico con
el racionalismo cartesiano, moral por la emancipación kantiana del su-
jeto ético, o por el simple principio del egoísmo individual que tanto
el liberalismo económico como el utilitarismo postulaban. Todo esto
había transformado una lógica del consenso conformista y de la ar-
monía en lógica del disenso, de la participación universal y de «la gue-
rra de todos contra todos». Para volver a tapar la caja de Pandora que
. había abierto la modernidad era preciso disolver al individuo en la co-
lectividad, pero no en la vieja colectivad universal de la hermandad en
Cristo, sino en colectividades culturalmente diferenciadas que sumiesen
al individuo en su comunidad aislándole del resto del mundo. La rup-
tura con el universalismo implicaba la proclamación de «verdades na-
cionales» por encima de cualquier objetividad y no sólo era una ruptura
con el universalismo cultural del Siglo de las luces. sino con todo tipo
de universalismo, incluido el cristiano 21.
Louis Dumont 22 ha subrayado por una parte el progreso del indi-
vidualismo en la historia moderna, por otra la reacción antiindividua-
lista del romanticismo político, que sustituye la personalidad individual
por una personalidad colectiva llamada nación.
Los nacionalistas románticos pensaron que no era posible luchar
contra la revolución sin entablar un proceso general contra el indivi-

de los gobiernos»(... )«De estos principios indiscutibles nace una consecuencia que no
lo es menos: el contrato social es una quimera...porque, si las formas de estos gobiernos
están prescrita, imperiosamente por la potencia (pusissance. palabra a la que de Maistre
asigna el sentido de potencia angélica o «poder intermedio» entre la divinidad y el
mundo) que ha dado a cada nación tal posición moral. física. moral, comercial, etc, ya
no puede hablar de pacto (subrayado por el autor). Cada modo de soberanía es el re-
sultado inmediato de la voluntad del creador»(. .. ) (lbid., cap. IV. pp. 328, 329).
21 El romanticismo político insistía en la necesidad de religiones nacionales.
22 DUMo:-.'T define a la nueva nación romántica como individuo colectivo. Ensayos

sobre el indh·idualismo. Madrid. Alianza. 1993.


186 Juan Olabarría Agra

dualismo. Este debía ser anulado en todos sus aspectos: negación del
individualismo político implícito en las ideas contractualistas, rechazo
de las formas de representación individual (<<numéricas~~) frente a la re-
presentación orgánica colectivista del Antiguo Régimen. Se trataba tam-
bién de negar los aspectos económicos y sociales del individualismo
triunfante. Frente a una sociedad móvil, de individuos competitivos, una
sociedad jerarquizada y estática cuyo modelo ideal es el Egipto antiguo
o, mejor aún, el código de Manú, que consagraba la sociedad de castas
en una India dominada por los arios 23.
Era una rebelión contra el individualismo económico y la compe-
tencia, contra el ascenso social de la burguesía, contra las nuevas for-
mas de riqueza inmobiliaria, a las que se contraponía la idealización de
los antiguos vínculos sociales. Se daba así desde el primer nacionalismo
un rasgo destinado a persistir hasta la actualidad en muchas de sus pos-
teriores versiones: la exaltación del mundo precapitalista y agrario fre-
cuentemente acompañada de esos ataques al capitalismo 24 que Marx
llamaría el «socialismo reaccionario» 25.
La usurpación del individuo por la personalidad colectiva fue tan
intensa que nada quedó a salvo. Si el egoísmo hedonista había desatado
ambiciones generalizadas, si era culpable de haber trocado la paz en
conflicto, el patriotismo, exaltando las pasiones altruistas, incitando al
individuo al sacrificio, a «hacer don de sí», volvería a transformar el
conflicto en paz.
Así, contra el individualismo hedonista el nacionalismo romántico
predicaba el sacrificio altruista 26 a la colectividad; contra la cultura
ilustrada y cosmopolita en la que el individuo elige según sus afinidades
personales, la cultura colectiva de raíz popular, el «Volksgeist»,la tra-
dición nacional o el prejuicio como reflejo de una sabiduría primitiva

23 Vid. DROZ. Ob. cit. pp. 19 Y 172. Y Léon POLIAKOV, Le Mythe Aryen, París, Cal-
man-Lévy, 1971.
24 Vid. DROZ, ob. cit., p. 77 Y ss.
25 Vid. Manifiesto del Partido Comunista y Manuscritos de 1844, ambas publicadas
recientemente eri un volumen titulado La cuestión judía y otros escritos, Planeta Agos~
tini, Barcelona, 1993. pp. 113 Y 271.
26 La necesidad del sacrificio individual a la colectividad es un tópico de toda la
literatura contrarrevolucionaria, tanto la nacionalista como la que no lo es (p.e. Luis de
Bonald). Lo mismo puede decirse de la formación del pensamiento sociológico (vid.
Robert A. N¡SBET, La formación del pensamiento sociológico, Buenos Aires, Amorrortu,
1990.)
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 187

y originaria 27. Pero sobre todo la reacción más profunda fue la que se
produjo en el terreno epistemológico.
Emancipada de la fe religiosa o sometida a ella, la razón había te-
nido un carácter universal en cuanto a sus reglas objetivas e individual
en cuanto al sujeto que la ejerce. Este individualismo del sujeto pen-
sante y este universalismo del pensamiento alcanzaron su cénit con la
filosofía cartesiana. Como ha señalado acertadamente Léon Brunsch-
wicg 28, «Descartes había proclamado lo que es efectivamente la base
del racionalismo moderno, la unidad de la sabiduría humana; no hay
más que una inteligencia, un método, una verdad».
Los ataques al universalismo racionalista, que habían comenzado
con el escepticismo empirista de Hume, se renovaban ahora con otros
métodos. Se postulaba una nueva epistemología, en la que el individuo
sólo podía percibir la realidad objetiva a través de categorías mentales
colectivas determinadas por el lenguaje. Esto tuvo dos efectos paralelos:
acabar con la universalidad de la razón y con la individualidad del su-
jeto pensante 29. El pensamiento así «nacionalizado», ni tenía al indi-

27 Vid. DROZ, p. 111 Y ss. Y 164. FICHTE, p. 65.


2K Le progres de la conscience dans la philosophie occidelltale. Paris, Alean. 1927.
t. n, p. 547. Tambien LEGROS Robert (Hegel entre Lumieres et Romalltisme) señala la
oposición entre la autonomía de la razón individual cartesiana y la vuelta a la natura-
lización originaria de los románticos. Frente a la perspectiva cartesiana para la que «nin-
guna adhesión es legítima. si no se construye a partir de la subjetividad reducida a puro
pensamiento». los románticos propugnaban la pertenencia del individuo a un sistema
de ideas colectivo. Para el romanticismo la "desnaturalización» del individuo, su «de-
sarraigo» de los orígenes representa no una emancipación. sino una deshumanización.
(V.V.A.A. La Rél'Olutioll Frl/lu;aise entre Lumieres et Romlllltisme, en Cahier de Phi-
losophie politique et juridique. 1989. n.O 16, Centre de Publications de ITniversité de
Caen.
Para la influencia del nacionalismo cultural y del romanticismo en el legitimismo
francés vid. V.V .A.A. Romantisme et Politique (1815-51). CoJloque de L.Ecole Normal
Superieure de Saint Cloud. París, Armand Colin, 1969.
19 Vid. Joseph de ~AISTRE. que opone la unidad racional y moral de la nación a la
del individuo: «La razón humana reducida a sus fuerzas individuales es perfectamente
nula, no sólamente para la creación. sino aún para la conservación de cualquier aso-
ciación religiosa o política, por que no produce más que disputas. y porque el hombre
para su comportamiento no necesita problemas, sino creencias. Su cuna debe estar ro-
deada de dogmas y cuando su razón despierte es preciso que encuentre sus opiniones
ya hechas. al menos en todo cuanto se relacione con su conducta» (oo.) «Todos los
pueblos conocidos han sido felices cuando han obedecido fielmente a esta razón na-
cional que no es otra cosa que la aniquilación de los dogmas individuales y el reino
188 Juan Olabarría Agra

viduo por sujeto, ni podía proclamarse universal en su validez. La len-


gua, esencia definidora de la pertenencia nacional, era también una epis-
temología colectiva, capaz de condicionar al individuo en su conoci-
miento del mundo y en su sistema de ideas y valores; la lengua confiere
entonces una personalidad colectiva que llega hasta lo más íntimo de
los individuos que la hablan 30.
El romanticismo político y el nacionalismo aparecían así como «la
otra cara de la modernidad», es decir como una reacción contra ella que
no se basase en la mera restauración de la cultura tradicional, sino en
la formulación de nuevos principios. Paradójicamente, estos enemigos
de la modernidad, no eran discípulos ortodoxos de la tradición y no
lo eran porque habían roto con el universalismo y con la trascendencia
del cristianismo 31, pero también por que sus teorías de la nacionalidad
quebraban el legitimismo dinástico y esta es la razón de que el nacio-
nalismo, perfectamente formulado en lo doctrinal desde la revolución
misma, tuviese un escaso valor en la práctica política contrarrevolucio-
naria 32.

absoluto de los dogmas nacionales, es decir de los prejuicios útiles» (Etude sur la Sou-
veraineté, en O.c., 1. 1, p. 375 Y ss.)
Para la negación de la razón individual en Bonald vid. KOYRE, Alexander: Etudes
d'histoire de la pensée philosophique, Paris, Gallimard,1971, p. 145 Y ss.
30 Para los grandes cambios en las concepciones lingüísticas de finales del XVII! son
útiles las obras siguientes: GENEITE, Gérard, Mymologiques. Voyage en Cratilie, Paris,
Seuil, 1976. OLENDER, Maurice, Les langues du Paradis, Galimard-Seuil, 1989. Eco,
Umberto, La búsqueda de la lengua perfecta, Barcelona, Crítica, Grijalbo-Mondadori,
1993.
Una cuestión decisiva en la ruptura con la universalidad fue el abandono del antiguo
mito de la «lengua perfecta» o lengua originaria creada por Dios e instrumento ideal
para el conocimiento de la verdad. Fue el relativista cultural Herder quien rompió con
el ideal lingüístico de la lengua perfecta. (Ensayo sobre el lenguaje humano, en Obra
Selecta, Madrid, Alfaguara, 1982, pp. 207-225) Fichte, de manera contradictoria puesto
que quiere insistir a la vez en la superioridad y en la peculiaridad alemanas, aún se
mantiene fiel al mito de la lengua originaria.
31 La tendencia a la divinización del mundo y de la naturaleza es evidente en mu-
chos nacionalistas románticos, entre otros Fichte y José de Maistre. Para de Maistre
vid. Robert TRIOMPHE, Joseph de Maistre. Etude sur la vie et sur la doctrine d'un ma-
terialiste mystique, Ginebra, Droz, 1968, p. 590.
32 Para la oposición de Mettemich a los nuevos nacionalistas románticos por razones
tanto dinásticas como religiosas vid DRoz, ob. dt. p. 31 Y ss. Fue, por ejemplo muy
significativo elabandono del panteísmo y la «conversión» religiosa de Adam Müller.
Fichte es uno de los nacionalistas que, por sus ambiguedades y contradiciones, más
dificilmente podía ser asimilado a la filosofía política de la Restauración. Por un lado
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 189

La época del nacionalismo liberal (1815-1870)

Durante el período que media entre la instauración del sistema de


Viena y la realización de la unidad nacional de Italia y Alemania, el
liberalismo pareció vivir en buena armonía con los principios de la na-
cionalidad. La causa de la unidad nacional alemana e italiana, enfren-
tada a los intereses dinásticos y a la represión absolutista de Mettemich,
tomó un cariz predominantemente liberal. Por otra parte las simpatías
de liberales franceses como Michelet o Quinet hacia las causas nacio-
nalistas, se explican por el contexto político y cultural. En lo político
el liberalismo occidental veía en la rebeldía nacionalista de la Europa
central y de Italia un aliado natural en la lucha contra el absolutismo,
al oponer el derecho de los pueblos al de los reyes. En lo cultural el
factor más importante fue la penetración del romanticismo historicista
en Francia, con su culto a la colectividad y su divinización panteística
de los pueblos entendidos como entidades naturales 33.

la divinización de la patria y el rechazo de todo idealismo trascendente se sostenían


sobre un panteísmo apenas disimulado. La «patria como portadora de eternidad» (p.
159) era un «más acá» al que la religión cristiana no podía rendir culto. (el cristianismo
era para Fichte, como lo había sido para Rousseau, un obstáculo para la solidaridad
comunitaria, solidaridad que no admitía «fugas del individuo» hacia una salvación en
el más allá). Además, consecuente con su definición de la nación alemana, Fichte re-
chaza el interés dinástico de los príncipes. Por otra parte. a pesar de haber definido la
nación como unidad espiritual y como fidelidad a la tradición. reivindica el pluralismo
ideológico, la libertad política de los individuos. y el fin de los privilegios. Durante
mucho tiempo el nacionalismo germánico mantendrá esta ambigüedad entre principios
liberales y reaccionarios. Un interesante testimonio del carácter pseudoprogresista de
las ligas estudiantiles y patrióticas de las guerras de liberación se encuentra en H. HEIl'E,
De I 'Allemaglle, Paris. Pluriel. 1981. Heine. discriminado por los prejuicios antisemitas
de los nacionalistas alemanes. siempre permaneció alerta frente al patriotismo y frente
al romanticismo de su propio país. Resulta de especial interés la alarma que siente el
autor ante el gran cambio cultural en las élites alemanas: el paso del cristianismo a una
filosofía inmanente de la naturaleza. a un paganismo que exalta la fuerza y las virtudes
guerreras (p. 153): «cuando la cruz, este talismán que la encadena. se rompa. entonces
se desbordará de nuevo la ferocidad de los antiguos combatientes».
3' Para Michelet vid. BE~ICHOL¡, PauL El tiempo de los profetas. Doctrinas de a épo-
ca romántica. F.C.E.. 1984. p. 466 Y ss. Michelet intentó mantener un equilibrio entre
la libertad y la plena conciencia de los individuos y la pertenencia <<naturalista y de-
terminista al magma nacional. En frase de B. Michelet "llegó a pensar que la naturaleza
era el dios del siglo XIX')'. Quizá una de sus obras donde mejor se muestran la contra-
dición entre libertad individual y deberes nacionales sea" El pueblo.». obra en la que
lo emocional ocupa un lugar preemiente frente a lo racional. en que la fusión de las
clases y los individuos en el todo de la nación resulta obsesiva.
190 Juan 01abarría Agra

Por su parte el movimiento nacional alemán estuvo hegemonizado


hasta el fracaso de 1848 por la corriente liberal 34. Más tarde el miedo
al radicalismo revolucionario y la admiración suscitada por las primeras
victorias prusianas inclinarán al nacionalismo hacia sus orígenes holis-
tas, tradicionalistas y autoritarios 35.
El movimiento nacional italiano asumió los principios delliberalis-
mo; sin embargo, si analizamos la doctrina nacionalista en dos de sus
líderes que militaron en las filas de la inquierda, el teórico Pasquale
Stanislao Mancini y el revolucionario Giuseppe Mazzini, vemos que el
contractualismo liberal está ausente de ella.
Para Pasquale Stanislao Mancini 36 la nación es un producto de la
Providencia y de la naturaleza 37, cuya formación no depende de la vo-
luntad contractual de los hombres (voluntad «artificial y política») La
naturaleza, divide a los hombres en grupos homogéneos cuya comu-
nidad de valores depende de la raza y, sobre todo, de la lengua, ver-
dadera comunidad moral 38. Los derechos que en 1789 se proclamaron
para las personas individuales, deben proclamarse para los individuos
colectivos que son las naciones 39. Así, el derecho de los pueblos a la
independencia no sería otra cosa que una transferencia legítima de la
autonomía individual kantiana 40 a las colectividades naturales, el re-

34 Vid. ABELLÁN, Joaquín, El liberalismo Alemán en el siglo XIX (1815-48), Madrid,

Centro de Estudios Constitucionales, 1987. Los liberales alemanes, sin embargo, en-
tienden la nación más como comunidad que como asociación de los individuos.
Para el progresivo alejamiento de las teorías contractualistas en el pensamiento ju-
rídico alemán a partir de 1848 vid. KLIPPEL, Diethelm, La polémique entre Jellinek et
Boutmy: une controverse scientifique ou un conflit de nationalismes, artículo publicado
en la Revue Fran¡;:aise d'Histoire des Idées Politiques, n.O 1, 1 semestre de 1995, p. 85
Y ss.
35 Vid. DROZ, Jacques, Europa: Restauración y revolución. (1815-48), Madrid, Siglo
XXI, 1981, p. 164 Y ss.
36 MANCINI,Pasquale Stanislao, Sobre la nacionalidad, Madrid, Tecnos, 1985.

37 ( .•• ) «la familia y la nación. Hijas ambas de la naturaleza y no del artificio» (...)
«ambas tienen el mismo sagrado origen, porque son igualmente revelaciones elocuen-
tísimas de los designios de la creación, de la constitución natural y necesaria de la
humanidad» (ibid., p. 25)
38 «la unidad de lenguaje manifiesta la unidad de la naturaleza moral de la nación
y crea sus ideas dominantes». (Ibid., p. 33.)
39 ¡bid., p. 16

40 «Puede aplicarse al principio de la nacionalidad lo que dijo Kant de a libertad,


que en el campo del derecho, por la igualdad de las personas jurídicas, aquella se limita
a sí misma en cada una de ellas. Y de ahí resulta esta fórmula de justicia: coexistencia
y armonía de la libertad de todos los hombres, que nosotros debemos traducir en esta
Derechos individuales y colecti\'Os en el nacionalismo 191

conocimiento de que a cada comunidad humana naturalmente diferen-


ciada (nación o etnia) debe corresponderle su propio Estado (<<etniar-
quía»)
Mancini reconoce la importancia del factor subjetivo o conciencia
nacional, pero considera que esta no es el resultado de una libre opción,
sino un deber ineludible de cuantos forman parte de la «nación natural»,
la conservación de la nacionalidad como un «deber jurídico», que no
puede depender de la «arbitraria voluntad de los individuos»:
«Pero, cuando el ejercicio de la libertad según una determinada
dirección se ve, además, como necesario para la vida misma de la
humanidad y para su fin, en el camino por el que las leyes inmutables
de su constitución la llaman, aquélla es más que un derecho para los
hombres libres, es un deber. Separarse de ese camino, dejar de con-
currir a la realización de ese fin, es perturbar el orden moral, cuya
observancia fue impuesta a la voluntades libres de los hom-
bres»( ... )«Estos vínculos jurídicos, que se generann necesaria y es-
pontaneamente del hecho de la nacionalidad, sin que sea causa efi-
ciente de ello artificio de pacto político alguno, tienen un doble modo
esencial de manifestación: la libre constitución interna de la nación y
su independiente autonomía respecto a las naciones extranjeras. La
unión de ambas es el estado naturalmente perfecto de una nación, su
etniarquía» 41.
Giuseppe Mazzini comparte con Mancini la misma idea de la na-
cionalidad como un ser designado por la Providencia 42 cuyos derechos
políticos no pueden ser la suma de los derechos individuales. En po-
lémica constante con el concepto individvidualista de los derechos hu-

otra: coexistencia y armonía de las nacionalidades libres de todos los pueblos» (Ibid.,
p. 59). «El derecho de nacionalidad no es más que la misma libertad del individuo,
ampliada al común desarrollo del agregado orgánico de individuos que forman las na-
ciones; la nacionalidad no es más que la manifestación colectiva de la libertad, siendo
tan santa y divina como la libertad misma». (ibid. p. 37).
Así pues. la idea de personalidad nacional no nace como sostiene Elie Kedouri, de
Kant, sino de la transferencia de la autonomía individual kantiana a la nación, trans-
ferencia que efectúa constantemente el nacionalismo romántico. Vid E. KEoouRI, Na-
cionalismo. Madrid. Centro de Estudios Constitucionales. 1985. p. 12 Y ss.
-11 ¡bid., p. 38.

-12 Para Mazzini la di vinidad se encarna en el destino de las naciones «<Dios se


encarna sucesivamente en la Humanidad» (Los deberes del hombre, p. 43). Como con-
secuencia de esta divinización panteísta de la nación el patriota se convierte en un «cre-
yente sin templo» (Pensamietos sobre la democracia en Europa (1846-52) en Scritti
Politici, vol. XXXIV. Imola, 1922, p. 104.
192 Juan 01abarría Agra

manos 43 Y más aún con el utilitarismo de Bentham, Mazzini rechaza


los principios individualistas de la revolución, cuyo origen atribuye
erróneamente a un Rousseau «descarriado por no sé qué fermento de
egoismo» 44.
El contrato social o el principio de soberanía nacional no tienen sen-
tido, si no son la expresión de unos deberes hacia el destino nacional
asumidos por los individudos, «un deber común a todos» 45.

Las cautelas del liberalismo


En la década de los setenta la tensión entre los principios de libertad
individual y libertad de los pueblos comenzó a hacerse evidente para
algunos de los intelectuales liberales que habían simpatizado con el
«principio de las nacionalidades», y que ahora se mostraban más bien
cautelosos respecto a las consecuencias políticas de su aplicación.
La crítica más conocida del nacionalismo cultural o étnico en nom-
bre de los principios liberales proviene del libro de Renan «¿Qué es
una nación?». La obra, dictada por el oportunismo polémico (la nece-
sidad de demostrar el carácter francés de A1sacia-Lorena), se ha con-
vertido en la definición clásica de la nación desde un punto de vista
liberal, a pesar de que, en realidad, su autor distase mucho en sus con-
vicciones de los principios que proclamaba 46. Frente al nacionalismo
cultural, que asignaba un estado a cada comunidad étnicamente dife-
reciada (por la raza o por la lengua), Renán, sin dar importancia a la
comunidad lingüística o racial, definía la nación como un producto de
los avatares históricos de un Estado, siempre que fuera libremente acep-
tado por sus habitantes. La autodeterminación no se reividicaba como
un derecho de las colectividades «diferentes», sino como la suma de las
voluntades individuales.

-13 ( ••• ) «Los tristes principios franceses» (...) «la libertad de creencias» (que) «rompe
con toda comunión de fe» (<<Los deberes del hombre», en «Scritti Politici», Imo1a,
1935, vol. LXIX, p. 11 Y ss.
44 «Sobre la revolución francesa de 1789» en Scritti Politici, Imola, 1941, vol.

XCIL, p. 242 Y ss.


45 Ibidem.
-16 En realidad Renan concedía una importancia esencial a la raza. Respecto al li-

beralismo, lo único que ocasionalmente le acercaba a sus principios era el miedo a «una
dictadura clerícal». Vid. DIGEON, Claude, La crise allemande de la pensée franfaise
(1870-1914). París, P.V.F., 1992, p. 186 Y ss. En realidad puede considerarse aRenan
como uno de los fundadores del «neotradicionalismo» francés. Vid. RENAN, E. La re-
forma intelectual y moral de Francia, Barcelona, Península, 1972.
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 193

Liberales ingleses como John Stuart Mili o Lord Acton, que habían
expresado su simpatía por el «principio de las nacionalidades», mani-
festaban ahora su alarma ante unos principios esencialistas de la co-
munidad nacional basada en razas, «identidades naturales» o en «cul-
turas homogéneas». Para Mili la absorción de diferentes etnias en un
Estado común, y la fusión cultural consiguiente representaban ventajas
frente al ideal etnicista -17 Para Lord Acton el nacionalismo de la iden-
tidad sacrificaba la libertad de los individuos a la de las naciones en-
tendidas como comunidades naturales y eternas: «el nacionalismo se
convirtió en una condena de todo Estado que incluyera diferentes razas
y constituyó finalmente la completa teoría según la cual el Estado y la
nación deben ser coextensivos».(...)
«la nación es aquí una unidad ideal fundada en la raza...controla los
derechos de los individuos y los deseos de los habitantes, absorbiendo
sus intereses en una unidad ficticia»( ...)«la teoría de la nacionalidad, por
lo tanto, es un paso retrógrado en la historia»(...)«la nacionalidad no
apunta ni a la libertad, ni a la prosperidad, sacrificadas a la necesidad
imperativa de convertir a la nación en el molde y la medida del Esta-
do» 48.

Del nacionalismo al fascismo (1890-1933)

Desde mediados de los setenta Europa experimenta grandes trans-


formaciones en su economía, en su política interior y en las relaciones
internacionales. La industrialización se intensificó a partir de la revo-
lución siderúrgica del acero y comenzó a extenderse hasta la periferia
de Europa, pero este crecimento fue acompañado de crisis de super-
producción (la «Gran Depresión» de 1873-98), y de malestar social tan-
to entre los sectores de las clases medias incapaces competir, como en-

·17 «La experiencia prueba que es posible a una sociedad fundirse en otra y cuando
esta nacionalidad era originariamente una porción inferior o atrasada de la especie hu-
mana, la absorción es muy ventajosa para ella. Nadie puede dudar que no sea más
ventajoso para un bretón o para un vasco de la Navarra francesa ser arrastrado a la
corriente de ideas y sentimientos de un pueblo altamente civilizado y culto...que vivir
adheridos a sus rocas. resto semisalvaje de tiempos pasados. girando sin cesar en su
estrecha órbita intelectual...Todo lo que tienda a mezclar las nacionalidades, a fundir
sus caracteres y sus cualidades en una unión común es un beneficio para la raza hu-
mana» (Del gobierno representativo, Madrid, Tecnos. 1965, p. 331).
48 Apud. KOHN, Hans, El nacionalismo, Buenos Aires. Paidós. 1966, p. 171.
194 Juan Olabarría Agra

tre el nuevo proletariado. Crisis de sectores tradicionales que veían la


desaparición de su viejo mundo (una de las obras del antisemita Dru-
mont se titula significativamente «El fin de un mundo»), urbanización
acelerada,aparición de grandes almacenes que arruinan al pequeño co-
merciante, migraciones, disolución de las costumbres tradicionales que
adscribían al individuo al lugar y a las condiciones de nacimiento, in-
cremento de la movilidad y de la incertidumbre social, generalización
de la enseñanza y consiguiente aumento de la competencia entre los
individuos. Por otra parte, una nueva conflictividad laboral se extiende
con la industria, mientras los partidos socialistas comienzan a hacer no-
tar su presencia. Entre tanto los sistemas liberales comienzan su evo-
lución hacia la democracia, de tal manera que la escena política tiene
cada vez más actores y se va haciendo más conflictiva.
Desde mediados de los ochenta comienzan a cristalizar partidos que
utilizan la idea de nación como el talismán que permita recuperar por
la vía autoritaria la tradición y la unidad espiritual, que la modernidad
política económica y social habían quebrantado. En una época de de-
mocratización creciente era lógico que los nuevos nacionalismos tuvie-
sen un componente populista e interclasista, acorde con su vocación de
partidos de masas.
Algunos ideólogos nacionalistas fueron más allá de la estrategia in-
terclasista y ensayaron una síntesis de nacionalismo verdadero y falso
socialismo. Esta ideología, que anticipaba el fascismo, y cuyo pionero
era Sorel, proponía una convergencia de nacionalistas y sindicalistas
revolucionarios en la que la solución a los problemas sociales apare-
ciese subordinada a la «emancipación nacional», es decir la utilización
de la capacidad movilizadora de un socialismo falso al servicio de un
nacionalismo verdadero.
Si, en los años anteriores a la Gran Guerra los teóricos del fascismo
eran generales sin soldados, la situación cambió radicalmente al día si-
guiente del armisticio. Las esperanzas suscitadas entre las masas du-
rante la guerra, la quiebra de la economía, la crisis de los partidos tra-
dicionales, la complacencia de las viejas élites, dispuestas a compartir
transitoriamente el poder político con tal de conservar el económico,
son algunos de los factores que pueden explicar la expansión fascista.
Zeev Sternhell ha subrayado la importancia que el nacionalismo tuvo
en la génesis del fascismo: ambos pueden considerare dos olas conse-
cutivas de la misma marea, de tal manera que el estallido de la segunda
solo puede explicarse sobre la base de la primera. Esto se hace más
evidente cuando comprobamos que nacionalismo y fascismo se nutrie-
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 195

ron de un medio cultural idéntico: la reacción antipositivista, la resu-


rrección del «viejo fondo romántico».
Desde finales de los ochenta comienza a esbozarse una tendencia
cultural contraria a los valores de la ilustración y de la modernidad 49:
contra la racionalidad irracionalismo vitalista 50; contra la objetividad
subjetividad extremada o percepción puramente fenoménica del mun-
do 51, contra el pensamiento consciente el inconsciente colectivo 52, con-
tra el naturalismo artístico simbolismo espiritualista 5\ contra el pro-
greso decadencia 54 o regreso a una edad de oro ruralizante 55, contra

49 Para la reacción antipositivista vid. entre otros STRmIBERG, Roland, Historia in-
telectual europea desde 1789, Madrid, Debate 1990, p. 259 Y ss. LUKACKS, G. El asalto
a la razón, Barcelona, Grijalbo. Para el irracionalismo alemán y sus conexiones polí-
ticas con el nacionalismo desde 1850 hasta los años 20 vid., STERN, Fritz, Politique et
désespoir. Les ressentiments contre la modernité dans l'Allemagne prehitlerienne. Pa-
ris, Armand Colin, 1990. Se encontrará una síntesis muy sugestiva de las tendencias
irracionalistas en Italia y Francia en las obras de Zeev STERNHELL: El nacimiento de la
ideología fascista. Madrid, Siglo XXI, 1994. La droite révolutionnaire. Les origines
fran(;aises dufascisme, 1885-1914, Seuil, 1984. En especial la introducción a Maurice
Barres et le nationalisme fran(;ais. París, Complexe, 1985.
50 En la estela de la gran ruptura con la racionalidad moderna que supuso la obra
de Dostoyewski habría que citar H. Bergson en Francia, M. de Unamuno en España,
G. Papini en Italia, Paul de Lagarde o Julius Langbehn mucho más inlfluyentes en
Alemania que el «demasiado aristocrático» Nietzsche, autores todos cuyo interés radica
en que cultivaron paralelamente el irracionalismo y el nacionalismo (Bergson no fue
un escritor nacionalista. pero desde SOREL hasta los futuristas ilatianos se inspiriaron en
su obra. vid. THIBAl'DET, A.. Bergson et le bergsonisme politiqueo Paris. 1922).
51 La coincidencia entre nacionalismo y subjetivismo irracionalista está ejemplifi-

cada por Barres (Le culte du moi) y por Unamuno (Vida de D. Quijote y Sancho).
52 Ya el romanticismo había exaltado las fuerzas incoscientes (vid. BEGUI', A. El
alma romántica." el sueiío, F.C.E.. 1993. El romántico Carus inspiró a Dostoyewski
(vid. FRA:-iK, Joseph. Dosto."ewski. La secuela de la liberación, 1860-1865). A finales
del siglo pasado tuvieron gran difusión las teorías sobre el inconsciente colectivo for-
muladas por E. Hartmann y Gustave Le Bon (Inspiradores directos de Freud y Jung).
53 Vid. MICHELI, Mario de. Las Vanguardias artísticas del siglo XX, Madrid, Alianza,
1985.
54 No es casual que la decadencia y la muerte se convirtiesen en tópicos literarios
de la «belle époque»: Marcel Proust, Gabriel D' Annunzio, Thomas Mann entre los
grandes; Barrés Y Maurras entre los menores. El nacionalista antisemita E. DRUMONT,
publicaba en 1889 «El fin de un mundo».
55 Salvo excepciones (el futurismo) los nacionalismos se asocian a la una nostalgia
del pasado deseosa de inmovilizar la historia. La «intrahistoria» de Paz en la Guerra es
un ejemplo de tiempo inmóvil. del deseo unamuniano de librarse de la muerte eterni-
zando el pasado.
196 Juan Olabarría Agra

las certezas científicas los mitos 56, contra la moral hedonista el com-
portamiento imprevisible ajeno al cálculo utilitario 57, contra el indivi-
duo aislado 58 el retorno a la comunidad primigenia.
Los hombres, aislados y extraviados en la modernidad, encontraban
la nación la unidad recobrada. Los nacionalistas de ámbito estatal, tanto
como los que reivindicaban la separación respecto a ese estado (Partido
Nacionalista Vasco, Cymru galés o Movimiento Bretón) compartían un
mismo concepto de nación, heredado del romanticismo: la nación es
una identidad colectiva, cuyo ser no depende ni de los avatares histó-
ricos ni de la voluntad de los hombres. Nacionalistas alemanes como
Paul de Lagarde o Julius Langbehn 59 italianos como Francesco Crispi 60
o franceses como Maurice Barres habían adoptado sin alterarlo el con-
cepto romántico y herderiano que otorgaba a la nación una personalidad
independiente de los individuos. Por lo tanto las personas reales tenían
que adoptar la personalidad atribuida por los nacionalistas a la nación.
Pertenecer a la nación significaba para un nacionalista participar de una
identidad común. Esta identidad podía estar constituida por la lengua,
por la raza o, por la ideología.
Asumiendo los principios del tradicionalismo político, los nacio-
nalistas proclamaron el carácter antinacional de las ideologías post-re-
volucionarias: el liberalismo, la democracia, el socialismo. Quien las
defendiera quedaba exluido espiritualmente de la comunidad nacional.
La religión se declaraba preceptiva, no por sus metas trascendentes, sino
como parte de la identidad nacional, y esto incluso por agnósticos tan
notorios como Charles Maurras 61.

56 En especial SOREL, A. Reflexiones sobre la violencia, Madrid, Alianza.


5? Así, la aceptación del sufrimiento tanto en la moral heróica de Nietzsche, como
en los personajes dostoyewskianos, inconcebibles, por ejemplo, en el contexto utilita-
rista de la narrativa francesa de su época.
58 El aislamiento del individuo en la gran ciudad, expresado como angustia (<<El
grito», de Munch) o como incomunicación (monólogo interior en la obra de V. Wolf
o J. Joyce) es uno de lugares comunes más frecuentados por el arte moderno.
59 STERN, Ob. cit., p. 33 Y ss.
60 CHABOD. Fererico, La idea de nación, F.C.E., 1987. p. 99.
61 En el nacionalismo finisecular confluyen dos corrientes culturales distintas; por
un lado la cultura de raíz tradicionalista y clerical, muy vinculada al mundo legitimista,
por el otro la de agnósticos, a menudo materialistas filosóficos, que venían a aliarse
con el tradicionalismo por odio al progreso y al mundo moderno. Es el caso de Maurras
en Francia o de Paúl de Lagarde en Alemania. De ahí las dificultades que el naciona-
lismo y el fascismo tendrán con las Iglesias. Por otra parte las tendencias panteístas
una cultura secularizada que había erigido un altar a la biología y al darwinismo eran
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 197

La lengua y la raza eran las dos formas de identidad colectiva a la


que los nacionalistas daban más importancia. Después del holocausto
nazi es inevitable considerar el racismo como la forma más radical y
peligrosa que el nacionalismo ha asumido históricamente. Pero, sin ne-
gar lo anterior, es preciso llevar la atención a otro aspecto, que diversos
historiadores han subrayado 62: tanto la lengua como la raza cumplen
en la lógica del nacionalismo la misma función que cumplían en los
románticos alemanes: la lucha contra el individuo y su integración en
un colectivo que lo asimila y le confiere personalidad.
La lucha contra la autonomía individual asume diversas formas: es
una lucha contra el kantismo en la medida en que Kant proclamaba la
autonomía moral del individuo 63. Pero es también un ataque al indi-
vidualismo racionalista y al individualismo social. Frente a la razón in-
dividual se proclama una «razón nacional» influida por la tradición his-
tórica por la lengua y por la herencia genética. Frente al individuo
socialmente emancipado se proclama la necesidad de una adscripción
familiar, territorial y hereditaria. Barrés denuncia al individuo sin raíces
por su pretensión de ascenso social y de autonomía intelectual como a
alguien que ha caído en una «abstración estéril», como un Anteo con-
denado a perecer desde que sus piés se han separado de la tierra. Es
preciso restaurar el inconsciente colectivo, ya que la razón no es más
que «una parte insignificante» de la psique 64.

incompatibles con cualquier religión trascendente. A medio camino entre el materialis-


mo y la trascendencia universal quedaban los proyectos de fundar un «cristianismo na-
ciona¡".
62 BRU-;SCHWICG. L. Le progres de la conscience dans la philosophie occidental. Pa-

riso Félix Alean, 1927. Brunschwicg subraya sobre todo el papel de la epistemología
colectivista en la lucha ideológica con el individualismo. tanto en Bonald «<he querido
hacer una filosofía del nosotros»). como en la tradición sociológica o en las teorías
deterministas.
STER:-iHELL (La droite ré\'Olutionnaire. p. 151 Y ss) interpreta el racismo como un
antiindividualismo extremado.
STER:-i (Politique et désespoir. p. II Y ss. 43 y SS) relaciona el nacionalismo de La-
garde y Langbehn con el deseo de recuperar la comunidad perdida.
63 Vid. MAl'RRAS «La enseñanza de una moral independiente es una perfecta qui-
mera...porque la moral independiente constituye un gran error filosófico al que el genio
de Kant prestó durante mucho tiempo su deplorable autoridad» (Apud ROl'DIEZ. Léon.
Charles Maurras jusqu'a l'Aetion Fra/ll;aise. Paris, André Bonne. 1957. p. 108). La
obra e Barres es en buena medida un ataque a la noción de individuo.
64 Sobre la «invención» del individuo por el humanismo griego Vid. BARRES. M. Du

sang de la I"olupte et de la mort. Paris. Plon. 1921, p. 241. En su novela Los desarri-
198 Juan Olabarría Agra

Las ideologías fascistas tuvieron como base un nacionalismo exa-


cerbado, que combinaron con un pseudo socialismo 65. Ahora bien, su
concepto de nación es una herencia fiel .del romanticismo. Si exceptúa
la idea de «nación proletaria», una invención atribuida al nacionalista
italiano Enrico Corradini 66, invención que obedecía al intento de pre-
sentarlas guerras como una forma de lucha de clases, el fascismo no
cambió los términos en que el nacionalismo había sido descrito por el
nacionalismo cultural o nacionalismo romántico. Para Benito Mussolini
«Donde los pueblos no viven en el marco de sus propias fronteras na-
turales constituidas por la lengua y la raza...no puede existir el clima
histórico necesario para el desarrollo normal del movimiento de clase»
(...) «nosotros no concebimos al Estado (encarnación jurídica de la na-
ción ) ni como una asociación de individuos ciudadanos, ni como un
semícontrato...nosotros la veríamos como la concreción de una perso-
nalidad histórica» 67.
Esta personalidad de la nación, ya sea racial, como en el caso de la
ideología nazi o cultural, es igualmente el lugar donde se abisma la
personalidad de los individuos concretos. Para Mussolini: «El fascismo,
es decir (...) la negación del individualismo democrático, del raciona-
lismo de la Ilustración, el fascismo es la afirmación de los principios
de la tradición...de sacrificio individual tendente hacia el ideal históri-

gados el profesor Bouteiller, el racionalista liberal, el profesor Bouteiller, aparece re-


tratado con todos sus pecados (partidario de la Tercera República, librepensador, am-
bicioso de origen humilde que no se ha resignado a su condición hereditaria y, sobre
todo, individuo autónomo: «es un producto pedagógico, un hijo de la razón, extraño a
nuestras costumbres tradicionales, locales o familiares: él mismo ha preferido, discutido
y decidido sus vínculos y costumbres» (Les dérracinés, Paris, Plon, 1922, p. 22).
Puede considerarse a LE BON como el más exitoso divulgador de las teorías de la
psicología racial. «No hay nada tan estable en una raza como el fondo hereditario de
su pensamiento» (La psicología de las multitudes, Buenos Aires, E.M.C.A., s.a., p. 22).
Parecidas teorías se encuentran en Lagarde, Langbhen o en Arthur Mi:iller Van Den
Bruck, que vinculan la psicología individual al volk.
65 «Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos, desspués
de haber vivido en los surcos de las trincheras, realizarán la síntesis de la antítesis:
clase y Nación» (MUSSOLINI, apud. STERNHELL, Ob. cit. p. 338).
66 Vid. STERNHELL, Z. El nacimiento de la ideología fascista. p. 246: «La lógica del
análisis de Corradini impone la transposición de la lucha antiburguesa del sindicalismo
revolucionario a la arena internacional.»
Para la polémica de los nacionalistas italianos contra la democracia vid. PERFETII,
Francesco, II movimento nazionalista in Italia (1903-1914), Bonaco editore, Roma,
1984.
67 Apud. STERNHELL, Ob. cit., pp. 313 y 354.
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 199

co...contrapuesto y en el extremo contrario, a la razón, la individualidad


abstracta y empírica de los hombres de la Ilustración, de los positivistas,
de los utilitaristas» 68.
Hitler, escandalizado por la existencia del Estado multiétnico de los
Habsburgo, buscó la adecuación del Estado a la comunidad étnica ger-
mana. En la estela del romanticismo político, rechazaba la idea con-
tractualista del Estado 69, a la vez que proclama frente a éste la primacía
de los «derechos humanos» 70. Sólo que la persona humana que detenta
tales derechos no es ningún individuo, sino una colectividad nacional
homogénea, racialmente definida, a la que debe correponder un Estado.
El Estado no es más que la expresión de la persona nacional germánica,
persona cuyo primer deber es la permanencia. Una vez que la nación
usurpa la personalidad del individuo, las paradojas se suceden en cas-
cada: «Si en la lucha por los derechos humanos, una raza sucumbe, es
porque no ha pesado en la balanza del destino lo suficiente como para
contituar subsistiendo en el mundo terrenal. Porque esto es lo que hace
la Providencia 71 al decretar la muerte del hombre que no se halla pre-
parado o es incapaz de bregar por su propia subsistencia» 72.

6K MUSSOLINI, apud. STERNHELL., p. 351. Para las relaciones entre el yo absoluto y el


sujeto particular en el fascismo Vid. Lo SCHIAVO, Aldo, La filosofía política de Giovani
Gentile, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1975, p. 156 Y ss.
69 ( ... )<<1os que contemplan el Estado como un conjunto más o menos voluntario de
individuos bajo una administración gubernativa». (Mi Lucha, Barcelona, Editors, s.a.,
p. 178). «El estado no constituye un conjunto de comerciantes allegados durante un
período determinado de tiempo con el exclusivo fin de llevar a cabo un propósito eco-
nómico: es la organización de una comunidad homogénea en su naturaleza y para cum-
plir el destino que le hubiere sido designado por la Providencia. Este, y sólo éste es el
objeto y significado del Estado». (ibid., p. 75).
En 1940 Hitler escribía: «nosotros, como arios, podemos por lo tanto imaginar que
un Estado es el organismo viviente de una nacionalidad que no sólo salvaguarda la
preservación de esa nacionalidad, sino que, por medio de un entrenamiento más intenso
de sus habilidades espirituales e ideales, lo conduzca al más alto grado de libertad»
(Apud. CONNOR. Wa1ker, Democracia, etnocracia y el Estado multinacional moderno:
paradojas y tensiones, en Sociología del Nacionalismo, Alfonso Pf:REZ AGOTE (ed.l, ser-
vicio editorial de la universidad del País Vasco, 2.° Congreso mundial vasco, 1989., pp.
111-130).
70 «Los derechos humanos son más sagrados que los derechos del estado». (Mi lu-
cha., p. 51)
71 Son significativos los deslizamientos semánticos: de derechos humanos a dere-
chos étnicos, y de Providencia a destino.
12 Ibidem.
200 Juan Olabarría Agra

Los nuevos nacionalismos

El contexto cultural de la postmodernidad


Los 25 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial han pasado
a la historia como una edad de oro sin precedentes en el desarrollo eco-
nómico y la generalización del bienestar en los E.E.D.D. y en todo el
occidente europeo. La política keynesiana, domesticando los ciclos de-
presivos, fue capaz de garantizar un crecimento intenso y constante;
este hecho, al amortiguar la lucha de clases, contribuyó más que nin-
guna otra cosa al mantenimiento de la paz social y a la estabilidad de
las democracias. El optimismo decimonónico del progreso se plasmaba
ahora en una palabra mágica: desarrollo. Y, para quienes no creían en
sus virtudes, siempre estaba a mano la esperanza en una utopía socia-
lista.
Pero desde los años 70 la economía keynesiana basada en la crea-
ción de una «demanda adicional» tuvo que ser abandonada y sustituida
por «políticas de oferta», con duros ajustes de plantilla e incertidumbre
en cuanto a los ritmos del crecimiento. Hemos entrado por tanto en una
época no de retroceso, pero sí de creciento lento, acompañado de crisis.
Las resistencias a la integración en la U.E., las críticas al mercado, la
tentación proteccionista o aislacionista, de cierta izquierda, son sínto-
mas de la crisis permanente en la que vivimos. La modernidad eco-
nómica siempre ha suscitado reaccciones antimodernas, rebeliones con-
tra la <<jaula de hierro», o contra la «razón instrumental». Pero si,
habiéndose hundido la utopía socialista, el futuro del capitalismo se nos
presenta además con tintes sombríos, entonces la rebelión antimoderna
llega al paroxismo: las lamentaciones contra la inhumanidad del «Sis-
tema» (siempre con mayúsculas) alcanzan su cenit. No es de extrañar,
por tanto, que el pesimismo cultural, el relativismo y postmodernismo
se instalasen entre nosotros 73.
Todo comenzó con una crisis epistemológica. Tal como suele ocu-
rrir en las épocas de pesimimismo cultural, el primero en pagar el pato
fue Descartes y su «racionalismo individualista». Pero nuestros estu-
diosos del conocimiento no se limitaron a denunciar el «racionalismo

73 Para la relación entre ciclos adversos y reacción antimoderna y neoITomántica


vid. WENER BRAND, Karl, Aspectos cíclicos de los nuevos movimientos sociales: fases
de crítica cultural y ciclos de mOl'ilización del nuevo radicalismo de clases medias, en
Los nuevos movimientos sociales, Russel J. DALTON y KUECHLER, Manfred (compilado-
res), Valencia, Edicions Alfons El Magnanim, 1992. pp. 45-69.
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 201

totalitario» de Descartes en la línea empirista trazada por Sir Karl Pop-


PER (<<la razón nunca acierta de una vez para siempre», axioma que por
otra parte los positivistas siempre aceptaron). A partir del relativismo
epistemológico, y puesto que el conocimiento objetivo no era posible,
hubo quien llegó a la conclusión de que el saber sólo es una convención
de la tribu, tan variado y plural como las etnias. Por otra parte, al no
existir una mente individual capaz de captar la «verdad», al no ser po-
sible la valoración objetiva de una cultura, el individuo debe resignarse
a pensar dentro de su propia tradición, renunciando así a la crítica 74.
De tal manera que la hermeneútica está volviendo a la tradición ro-
mántica que sitúa al sujeto del conocimiento dentro del contexto co-
nocido, con un talante de participación y «empatía».
La crisis epistemológica de los setenta fue reforzada en los ochenta
por una crisis de los valores de la modernidad: se empezó criticando la
seguridad dogmática en el advenimiento histórico del progreso, para
acabar condenando el progreso mismo como valor.
La posibilidad de una ética racional y universalista no dictada por
la cultura histórica ha sido impugnada por algunos de los filósofos post-
modernos que, en palabras de uno de sus críticos, [parecen restaurar]
«una especie de relativismo historicista» 75. La idea ilustrada de una his-
toria universal es quizá la más rebatida de todas las «ideas de la mo-
dernidad». Así, para G. Vattimo estamos ante «el problema de inventar
una humanidad capaz de existir en un mundo en el que la creencia en
una historia unitaria...ha sido sustituida por la perturbadora experiencia
de la multiplicación indefinida de los sistemas de valores y de los cri-
terios de legitimación» 76.

La «Europa de las etnias» y el «comu,!itarismo»


Con la derrota de los fascismos las doctrinas nacionalistas quedaron
desacreditadas por largo tiempo, pero, tímidamente a partir de los se-
senta y en plena expansión desde la década siguiente, el nacionalismo

74 Vid. SOLA, Luis. En tomo al problerrUl del relatil'ismo epistemológico: WINCH,

GADAMER, KUH~. FEYERABEND. RORTY. (Sistema, n." 108. mayo 1992).


Para Gadamer: «Frente a la razón ilustrada. que persigue la neutral objetividad en
su acceso a lo real, Gadamer reivindica el prejuicio».
75 Vid. Elneoconsen-adurismo de los postmodernos, José María MARDONES en Jor-

nadas sobre «Crisis de los ideales de la modernidad: la posmodernidad», Bilbao, 1989.


76 Las aventuras de la diferencia. Barcelona. Península, 1986, p. 13.
202 Juan Olabarría Agra

étnico ha ido encontrando una creciente aceptación social. La exigencia


de que cada etnia disponga de un Estado propio implica la modificación
de las fronteras y la partición de los Estados, en nombre del derecho
de autodeterminación de los pueblos.
La mayor parte de los antiguos regionalismos, originados en un me-
dio ideológico ultrarreaccionario y clerical, herederos de la vieja crítica
legitimista al «Estado jacobino» 77, comprometidos a menudo por su co-
laboracionismo durante la ocupación nazi, han renacido como el ave
Fénix. En este resurgimiento ha contribuido una cierta izquierda deseo-
sa de unir la cuestión nacional con la cuestión social; de ahí que se
generalizase en todos los movimientos separatistas o autonomistas el
concepto de «nación proletaria» o «colonialismo interior» 78. Así la
emancipación nacional aparecía como un capítulo indispensable de la
lucha de clases 79.
Los movimientos nacionalistas han intentado además renovarse ideoló-
gicamente mediante la incorporación de dos derechos que se presentan como
complementarios: el derecho de los pueblos a la «diferencia étnica» 80 y el

77 Para una descripción de los vínculos entre regionalismo ultraconservador y co-


laboración Vid. V.v.A.A. Régiones et régionalisme en France du XVIII siecle 1'1 nos jours
P.U.F. 1977.
Para las relaciones entre la extrema derecha maurrasiana y el Plaid Cymru galés,
así como para el «colaboracionismo» del movimiento flamenco vid. HOBSBAWM, E. J.
Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1991. p. 150 Y ss.
Para un crítica izquierdista del los movimientos étnicos en Francia vid. CHATELAIN,
Daniel et TAFANI, Pierre, Qu'est-ce qui fait courrir les autonomistes, Stock, 1976. De
especial interés es la crítica a un proyecto descentralizador de evidentes raíces contra-
revolucionarias y conectado con una derecha arcaizante y nostálgica o fascistizante (p.
53). En sus páginas podemos encontrar el testimonio de antiguos partidarios de Acción
Francesa apoyando «el derecho de los franceses a ser diferentes» y animandoles a que-
brar «un modelo jacobino» (¡el de l789!). p. 55.
A juicio de los autores cuando los automistas pretenden reconciliar la ideología de
la diferencia con la lucha de clases (de nuevo aparece en los textos la expresión «países
proletarios»), están realizando una mistificación que favorece a la burguesís más reac-
cionaria.
78 Vid. LAFONT, Robert, La revolución regionalista, Barcelona, Ariel, 1971. (primera
edición en francés de 1967).
79 Algunos de los más importantes ideólogos del nacionalismo étnico han realizado
a lo largo de de sus vidas un extraño «glissando doctrina!», así Fran¡;ois FONTAN tran-
sitando de «la Acción Francesa, al anarquismo, troskismo y a la «nueva izquierda»
(LAFONT, Robert, La revendication occitane, Paris, Flammarion, 1974, p. 268).
80 Para la adhesión de la extrema derecha a los «valores de la diferencia» vid. BE-
NOIST, Alain de, La nueva derecha, Barcelona, Planeta, 1982 (edición francesa de 1979).
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 203

derecho de los ciudadanos a establecer nuevos contratos políticos, rompiendo


los que existen (autodeterminación y formación de nuevos Estados).
La vulgata de los autonomismos de base étnica fue y sigue siendo
el libro de Guy Héraud, «L 'Europe des étnies» 81. En él basan sus re-
vindicaciones autodeterministas los modernos nacionalismos étnicos.
Héraud intenta mantener un equilibrio entre los derechos colectivos de
la nación y los derechos individuales de los ciudadanos. Interesa en es-
pecial analizar su concepto de nación y de autodeterminación.
La nación es para Héraud una identidad colectiva a la que llama
«etnia». Dado el desprestigio de la palabra raza, los nacionalistas em-
plearon la palabra etnia, ya que su interés no estaba en subrayar los
aspectos deterministas de la pertenencia a la nación, sino, fundamen-
talmente, los aspectos holistas. Con base racial 82 o con base cultural el
nacionalismo afirma ante todo las identidades colectivas, entendiendo
que la nación es un grupo natural, y prepolítico. La política, es decir la
voluntad de los habitantes expresado mediante el sufragio, no puede
sino corroborar el «hecho natural de la diferencia». Se supone que el
zócalo sobre el que se asientan los Estados debe ser una comunidad de
individuos parecidos entre sí y diferentes de los demás.
La personalidad de los individuos depende del grupo al que perte-
necen, de donde se sigue el interés por la «etno-psicología» 83. El factor
esencial de la identidad colectiva, «el santuario de los valores étnicos»
es la lengua, entendida no como medio de comunicación, sino como
verdadero molde mental para quienes la hablan 84. En rigor, dado que
los Estados deben tener su límite natural en las etnias, bastaría trazar
un mapa étnico para configurar los nuevos Estados, «Lo ideal sería des-
politizar las opciones étnicas...de manera que se ejerzan según un cri-
terio científico. Es la etnopsicología quien tiene la palabra» 85.

SI París. Presses d·Europe. 1963.


sz Si bien la etnia no aparece descrita en términos raciales. éstos tampoco se des-
cuidan. Así, el prologuista Alexandre MARC, tras lamentar. haciéndose eco de Bemanos,
los males de la modernidad capitalista «<desarraigo, masificación. proletarización. sis-
tema totalitario, el trust de los trust» y de acusar al «liberalismo desencarnado» presenta
la lucha política en términos que recuerdan la <<lucha de las razas» de Gumplovicz (HE-
RAUD, ob. cit., p. 9 Y ss.). Por otra parte Héraud concede mucha importancia a la herencia
genética (27 y ss) al R.H negativo de los vascos (p. 157) etc.
s, ¡bid.. p. 29 Y ss.
84 ¡bid.. p. 39.
85 ¡bid. p. 56.
204 Juan Olabarría Agra

Sin embargo, lo que transforma a la etnia en nación es la conciencia


que los individuos tienen de pertenecer a una identidad cultural deter-
minada. Y es ahí, en el paso de lo natural a lo político, donde se invoca
el derecho democrático a la autodeterminación: «como lo piensa Renan,
como lo exige la dignidad del hombre, la nacionalidad resulta de un
acto libre».
Por lo tanto se reivindica un derecho democrático y político de los
individuos en nombre de una ideología de la identidad que se define
como anti-individualista y pre-política. Esta ambigüedad corresponde al
doble sentido que para el autor tiene la palabra nación: un sentido na-
tural, «objetivo» o prepolítico y otro político y «subjetivo», que depen-
de de la voluntad de las personas expresada mediante el sufragio 86. Para
Héraud Bajo la apariencia de un derecho democrático de los individuos,
lo que realmente se reclama es un deber colectivo de los pueblos. Se
considera que el verdadero sujeto de los derechos políticos es la etnia
y no el individuo 87 (yen este sentido se ha llegado a poner en entre-
dicho la forma de representación democrática, basada en mayorías, voto
individual y pluralistmo en la elección 88). Los derechos del individuo
se transforman en deberes, sobre todo en el deber de preservar la iden-
tidad cultural de la etnia, amenazada de «alienación» lingüística o de-
mográfica. No se c;oncibe, por tanto, que los individuos utilicen el de-
recho de voto en el plebiscito de audeterminación para contradecir los
designios nacionales 89. Tal contradicción sólo podría explicarse por
«alguna causa malsana: relajación, cobardía, defecto de educación o
complejos inoculados por la etnia dominante» 90.
A fin de garantizar que la autodeterminación sea positiva, conviene
que los sujetos que la ejerzan se hayan identificado previamente con la
cultura étnica, para lo cual se debe excluir a los inmigrantes. Para Hé-

86 p. 57.
87 p. 85.
88 Las minorías étnicas no aceptan el voto mayoritario por considerarlo la expresión

de la «etnia dominante». Se trataría de sustituir la democracia individualista liberal por


una «etnodemocracia». Así, para Héraud, «aceptable en un medio homogéneo, la ley
de la mayoría en un medio [etnicamente] heterogéneo camufla la opresión», p. 88.
Para la «etnocracia» como concepto no individualista de la «democracia» vid. Wal-
ter CONNOR, Democracia, etnocracia y el estado multinacional moderno: paradojas y
tensiones, en Alfonso PÉREZ AGOTE (edit.), Sociología de! Nacionalismo, Universidad
del País Vasco, 1988. pp. 11-13l.
89 HERAUD, Ob. cit., p. 93.
90 [bid., p. 94.
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 205

raud el sujeto de la soberanía no es el pueblo. entendido como la to-


talidad de los habitantes: «La noción de pueblo. distinta de la nación,
se sitúa en el marco de una visión abstracta del mundo, un mundo no
dividido en naciones» 91. En consecuencia no se trata de que ejerzan el
derecho al sufragio todos los individuos que habitan un territorio. sino
aquellos de los que puede esperarse que hayan asimilado los ideales
étnicos. Por eso conviene (...) «reservar únicamente el carácter de par-
ticipante a los ciudadanos que pueden testimoniar sus vínculos con el
país, bien sea exigiendo un determinado nivel de asimilación o de forma
más simple, imponiendo un tiempo de residencia los suficientemente
amplio» 92. (al autor le parece aceptable que ese tiempo sea, por ejem-
plo, «tres generaciones») 93 No parece, por lo tanto, que la autodeter-
minación que se reivindica sea un derecho de los individuos, sino más
bien de unas supuestas comunides étnicas de tipo natural, cuya voluntad
de independencia deba ser corroborada por éstos.
Por otra parte, al otro lado del Atlántico viene desarrollándose una
polémica que cae de lleno en el terreno de las relaciones entre los de-
rechos individuales frente a los colectivos o, dicho de otra forma, entre
el concepto liberal del Estado-nación y el romántico de Nación-estado.
Me refiero a la discusión entre neo-contractualistas liberales y «co-
munitaristas» 94.
Los neocontractualistas, como R. Dworkin o J. Rawls, parten de una
antropología individualista, sobre la base del hombre emancipado que
ejerce la razón crítica sobre el contexto cultural en que vive. El Estado,
axiológicamente neutral, no tiene otro fin que el de garantizar, en tér-

91 Vid. HERAL·D. G., «Democracia y autodeterminación» en «Autodeterminación de

los pueblos. UII reto para Euskadi y para Europa» (V.V.A.A.), Bilbao, Herria Eliza
2.000, 1985, 2 t., l. p. 62 Y ss.
92 Ibid., p. 67.
93 Ibidem.
94 Vid. THIEBALI. Carlos, Los Lúnites de la Comunidad (las cdticas comunitaristas
y neoaristotélicas al programa moderno), Madrid. Centro de Estudios Constitucionales,
1992.
TAYLOR. Charles. El multiculturalismo v la política del reconocimiento, Méjico,
F.C.E., 1993.
La ética de la autenticidad, Barcelona. Paidós, 1994. (título original: The malaise
of modemity, 1991 l.
DWORKI:", R. Etica privada e igualitarismo político, Paidós, 1993.
RAWLS, J. Sobre las libertades, Paidós, 1994.
Teoría de la Justicia, Madrid. Alianza. 1994.
206 Juan Olabarría Agra

minos redistributivos, los derechos igualitarios de todos los ciudada-


nos 95.
Por el contrario, incluso comunitaristas «liberales», como Taylor,
vinculado al nacionalismo quebequés, critican al «hombre atomizado»
de la sociedad moderna y, partiendo de una antropología holista, pos-
tulan un tipo humano anclado en los valores distintivos y tradicionales
de su comunidad 96. El Estado, por lo tanto, no debe ser axiológica-
mente neutral, sino que debe orientarse a la protección de los valores
comunitarios. Así en el comunitarismo la igualdad no se pide para la
personas, sino para las culturas.
E! contraste entre iguales derechos individuales e iguales derechos
comunitarios se evidenció tras la adopción de la Carta Canadiense de
Derechos (1982). En tanto que los anglocanadienses entendían que es-
tos derechos se aplicaban a las personas, los francocanadienses enten-
dieron que eran derechos colectivos que su propio Estado autonómico
debía promover y, en consecuencia promulgaron leyes que restringían
la libertad lingüística y de enseñanza de los habitantes de su comuni-
dad 97.

Conclusión

Es frecuente leer que «el nacionalismo no es una ideología política»,


ya que la causa nacional ha sido históricamente secundada por los par-
tidos más diversos. Esta es una opinión difundida sobre todo entre cier-
tos sociólogos. Por el contrario, en los historiadores de las ideas es ya
un lugar común la distinción entre la nación de los ciudadanos, conjunto
de individuos con un mismo Estado que garantiza sus derechos, y la
nación cultural, conjunto de individuos con una identidad común en
busca de un Estado capaz de perpetuarla. La nación de los ciudadanos,
hija de la Revolución Francesa, implica una ideología demoliberal. La
nación cultural, hija de la contra-ilustración y de la contra-revolución,

95 «Las desigualdades sólo resultan tolerables, cuando éstas redundan en favor de


los menos "aventajados" en el reparto» (MUGUERZA, Javier, Desde la perplejidad, F.C.E.,
1990.
96 Taylor parte del concepto herderiano de «autenticidad», entendida como origi-
nalidad colectiva vinculada a la tradición.
97 La enseñanza en francés pasó a ser obligaroria para los frartcónos y los emigran-

tes, sin que las familias tuvieran opción respecto a qué tipo de escuela deseaban para
sus hijos. (TAYLOR, El multiculturalismo y la política del reconocimiento, p. 79 Y ss).
Derechos individuales y colectivos en el nacionalismo 207

encierra una ideología impregnada de valores tradicionales y antilibe-


rales a la que llamamos nacionalismo.
La nación de los ciudadanos no es la nación de los nacionalistas.
Declararse ciudadano español, vasco o francés, significa estar dispuesto
a asumir las obigaciones y reclamar los derechos propios de la ciuda-
danía en un Estado democrático: solidaridad para contribuir a la carga
fiscal, cumplimiento de la ley, participación política, igualdad jurídica.
La lealtad constitucional no supone en una nación de ciudadanos nin-
guna adhesión a valores específicos supuestamente atribuidos a la co-
munidad, ya que los valores o bien son universales o pertenecen a la
esfera de lo privado. En la nación de los ciudadanos la libertad es atri-
buto de las personas, no de las etnias.
Por el contrario, declararse nacionalista es mucho más que consi-
derarse ciudadano de un determinado país; es abrazar una serie de su-
puestos valores vinculados a la identidad colectiva y a la tradición, va-
lores cuya inserción en el marco de la doctrina demoliberal resulta más
que problemática.
Hemos podido observar también que los textos ideológicos se re-
piten machaconamente en épocas muy diferentes, sobre todo cada vez
que se da un contexto histórico modernizador. Quizá es la coincidencia
cronológica entre aparición del nacionalismo y proceso modernizador
lo que ha llevado a Gellner a atribuir al nacionalismo un papel activo
en la modernización. Indudablemente, durante el proceso descoloniza-
dor el nacionalismo ha tenido un importante papel en los intentos mo-
dernizadores del Tercer mundo. Pero, por lo que se refiere a Europa,
creo que la interpretación debe ser muy diferente. Nacionalismo de la
identidad y modernización coinciden casi siempre en el tiempo, pero
difieren en el significado. Frecuentemente ambos se dan en las mismas
fechas, pero la razón no es. como suponen los partidarios de la «teoría
modernizadora», que el nacionalismo ayude a la modernización; creo,
que, por el contrario, la verdadera causa de esta coincidencia está en el
hecho de que reacciona contra ella.
Pero, si los discursos se repiten a lo largo de la historia, es evidente
también que los contextos varían. Vivimos en una época de prestigio
indiscutido de la democracia y esto explica que la cultura política na-
cionalista sea una cultura sincrética, alimentada a la vez de valores de-
moliberales y de políticas comunitarias que los contradicen. Creo que
la coexistencia en las misma personas de dos ideologías que se contra-
ponen y que se rigen por lógicas opuestas, podría quedar ejemplificada
por una figura literaria medieval que está en el origen de la complejidad
208 Juan Olabarría Agra

psicológica de nuestra narrativa: la «psicomaquia» o «lucha del alma»


entre tendencias opuestas. En esta guerra civil que se desarrolla dentro
de algunas mentes, cuanto mayor es la pujanza de la etnias reclamando
sus derechos, menos espacio puede ocupar el individuo en demanda de
los suyos.
José De Maistre, atacando el concepto mismo de humanidad abs-
tracta, alegaba «haber visto franceses, alemanes o rusos, pero nunca
hombres» 98. Cabría replicar con Kolakowski 99 «si había visto a un
francés, un alemán, un ruso, o más bien a Dupont, Müller o Ivanov».
Las crisis económicas, la <<jaula de hierro del capitalismo», pueden
llevarnos a desear formas de organización política y social premodernas
y tribales, pero en ese caso debemos saber ya que lo que estamos ha-
ciendo no es cambiar la historia, sino volver a empezarla.

98 «Considerations sur la France, en O.c., vol. 1, p. 74.


99 Apud. MUGERZA, Javier, Desde la perplejidad, p. 374.

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