Las 5 Trampas Del Amor
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Índice
Dedicatoria
Citas
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14. CÓMO ESCAPAR DE LAS TRAMPAS DEL AMOR: LA RENUNCIA AL MIMETISMO DESDE LA
CONSCIENCIA
Reconocer que el objeto del amor romántico es una ficción creada por el mimetismo desde la consciencia
Renunciar a la ficción romántica de seguir convirtiendo las piedras en panes
Renunciar a la loca carrera romántica en pos de nuevos triángulos amorosos
Renunciar a la fascinación romántica por el obstáculo
Renunciar al narcisismo y a la seducción para enganchar a los demás
Renunciar al masoquismo y a «adorar para ser adorados» por el otro
Cómo el trauma infantil configura narcisistas y codependientes
Superar la seducción del amor zero y la promesa satánica de redención
Salir del balancín infernal de las relaciones sube-baja típicas del dios-adoradoR
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Si me quieres, te quiero.
Si me amas, te amo.
Si me olvidas, te olvido,
que a todo hago.
COPLILLA POPULAR CASTELLANA
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¿Por qué al amor parece ser tan complicado? La respuesta radica en que ignoramos las
leyes principales que rigen el funcionamiento del deseo humano y ello lo pagamos muy
caro.
Confundir deseo y amor es un problema esencial que la especie humana aún no
sabe discernir en materia de relaciones.
El amor puede iniciarse y suele iniciarse desde el deseo pero no es equivalente al
deseo. El deseo produce todo tipo de dinámicas extrañas que, si no se controlan,
dominan y pervierten el modo en que funciona en la mente humana.
La confusión habitual del amor con la pasión y el sufrimiento procede de esta
causa. Las numerosas trampas amorosas en las que la mayoría de las parejas caen,
fracasando en aquello que más felicidad puede causar en un ser humano como es obtener
una sana relación amorosa, proceden de las leyes que rigen el deseo.
El antropólogo francés René Girard, recientemente fallecido, verdadero genio del
análisis del funcionamiento de las relaciones humanas y de la violencia, fue a lo largo de
su vida analizando los mitos y la literatura universal y descubrió y describió, desde la
década de los años sesenta del siglo pasado, cómo funciona el deseo en el ser humano.
Las claves del funcionamiento psicológico del deseo aportadas por Girard durante
los últimos sesenta años son formidables y nos permiten explicar de un modo admirable
cómo, en el ser humano, todo aquello que es importante funciona desde las dinámicas
del deseo.
El deseo y sus dinámicas imitativas o miméticas son la clave de bóveda de todo el
sistema relacional humano y de todos los problemas amorosos y nos permiten explicar el
enloquecimiento afectivo relacional que caracteriza nuestra época actual.
Pero comprender de verdad el deseo humano requiere captar la esencia de su
proceso dinámico y continuo de imitación y de emulación y cómo este está anclado en el
funcionamiento cerebral de una parte de nuestro cerebro denominado tercer cerebro,
cerebro mimético o sistema espejo.
A partir de 1996, los neurólogos italianos Giacomo Rizzolatti y Vittorio Gallese de
la Universidad de Parma descubrieron, utilizando escáneres cerebrales PET scan y el
IRM, los correlatos neuronales del funcionamiento del mimetismo del deseo humano y
su base en el funcionamiento fascinante de un tipo de neuronas premotoras,
denominadas neuronas espejo.
Estas neuronas espejo entran en resonancia con las del otro al que tenemos delante
y reflejan y reflectan su actividad, generando un tipo de simulación interna o simulación
incorporada. Dicho de otro modo y según Gallese, «los mismos circuitos neuronales que
intervienen en el control de la acción humana y en la experiencia en primera persona de
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las emociones y de las sensaciones están activos también en nosotros cuando somos
testigos de esas mismas acciones, emociones y sensaciones en otras personas».1
Estos descubrimientos más recientes dieron la razón y confirmaron las intuiciones
del genial Girard casi cuarenta años después de sus primeras formulaciones en 1962.2
Las 5 trampas del amor es un libro que desarrolla estos descubrimientos
neurológicos esenciales para la especie humana, aplicados a la comprensión psicológica
de las relaciones amorosas de un modo que nunca hasta ahora había sido explicado al
gran público.
No pretende ser un libro técnico ni erudito sino práctico, fácil de leer y orientado al
común de los mortales.
Al leer sus revelaciones vas a entrar con seguridad en un tipo de trance personal, y
vas a poder integrar por fin las vivencias y experiencias de tu historia afectiva personal.
Podrás verificar con sorpresa cómo funciona en la práctica una y mil veces el mecanismo
trivial que explica todos los líos amorosos en los que has podido andar metido a lo largo
de tu vida.
Comprobarás la inexorable manifestación de las leyes del deseo mimético
(imitativo) en tus relaciones en general y más concretamente en tus relaciones amorosas
pasadas y presentes.
Podrás ser notario de cuántas veces a lo largo de tu vida lo que aquí se narra y
explica te ha ocurrido a ti, o a personas cercanas a ti.
Los capítulos de este libro describen los casos más paradigmáticos de
entrampamiento relacional explicados a la luz de leyes universales y básicas del
funcionamiento humano del fenómeno amoroso. Estas trampas del amor romántico, de
no ser sorteadas, convierten las relaciones de pareja en un infierno en la tierra.
Mi experiencia como psicólogo es que, cuando se les explica a las víctimas de los
enmarañamientos amorosos el funcionamiento trivial y mimético del enamoramiento
humano, llegan a un gran insight psicológico y pueden por fin comenzar a salir de un
tipo de encantamiento o trance doloroso que les ha llevado a la repetición de relaciones
difíciles y traumáticas a lo largo de toda su vida anterior.
El conocimiento que ofrece Las 5 trampas del amor rinde tributo y deriva total y
completamente de la teoría mimética de quien considero mi maestro, René Girard, al que
quiero rendir un homenaje póstumo a un año justo de su fallecimiento. Su trabajo y su
teoría mimética se han convertido en fundamentales para mí, desde que descubrí
esta«teoría psicológica del todo».
Desde entonces, sus ideas penetran mis investigaciones científicas y mis libros
sobre el origen y las manifestaciones del acoso, el mobbing, el bullying, la violencia y las
relaciones amorosas tóxicas.
En mi práctica como psicólogo clínico son miles los pacientes que se han visto
beneficiados, gracias al conocimiento aplicado de la psicología girardiana, y se han visto
por fin liberados de las ataduras que les vinculaban a todo tipo de locuras de amor de
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A partir de la Edad Media, con el desarrollo del mito del amor cortés propagado en
Europa por la acción de los trovadores provenzales y las novelas de caballerías, y sobre
todo a partir de la propaganda intensa del romanticismo, la humanidad ha sufrido la
mayor de las estafas científicas y antropológicas, siendo conducida a tomar las ficciones
del amor romántico como realidades nacidas de algún tipo de fondo individual
misterioso.
Solamente los grandes novelistas han mostrado el verdadero carácter del amor,
basado no en el objeto de amor romántico, sino desde la explicación de las dinámicas
imitativas del deseo.
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acelerando el aprendizaje antes de siquiera tener que llegar a practicar esas nuevas
habilidades.
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Buscamos en nuestro interior los recursos para esa imposible autonomía metafísica,
y nos encontramos con la frustración que procede de la vacuidad y de la falta de
identidad.
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NO SOMOS NADIE
En el fondo, no somos nada, y eso nos aterra y amenaza de tal manera que salimos en
franca y desesperada huida hacia delante y hacia afuera, en un vano intento de encontrar
modelos válidos que creemos poseen esa autonomía del ser, para intentar «ser ellos»,
siendo «como ellos».
Ser ellos significa ser «como ellos». Poseer lo que ellos poseen, parecer lo que ellos
parecen y lo que es mucho más peligroso: desear lo mismo que ellos desean.
Nos convertimos en imitadores inconscientes, no por mala fe o por algún tipo de
déficit actitudinal, sino por la acción automática de los procesos de «simulación
incorporada» que nacen de nuestras neuronas espejo.
La imitación de otros no es facultativa. No procede de la libérrima decisión de un
neocórtex cerebral, sede del libre albedrío, sino que tiene una naturaleza automática y
neurológica.
Al convertirlos en nuestros modelos, los transformamos en nuestros dioses. Primero
los adoramos. Después los querremos sacrificar o quitarlos de en medio cuando se
conviertan en rivales por la dinámica propia del mismo proceso mimético que vamos a
describir.
Para un niño, sus modelos son dioses: papá, mamá, el hermanito mayor…
Para un adulto, el problema se convierte en serio, pues dotarse de un modelo
significa un gran riesgo de que, deseando lo que nuestro modelo desea, este se convierta
en un rival o en un obstáculo.
Modelo e imitador se encuentran deseando las mismas cosas, sin darse excesiva
cuenta del carácter trivial y automático del proceso neuronal que les lleva a ello.
Las leyes del mimetismo explican la mayoría de las patologías del amor y del
enamoramiento tal y como vamos a ver en las páginas siguientes.
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Por ello, todo modelo es tomado a modo de «ídolo», como alguien digno de
asombro, respeto, adoración y emulación.
Se trata de ser como él adoptando su vestimenta, sus ideas, su look, pero sobre todo,
copiando y pegando sus deseos.
Esta carencia existencial cada cual la estima como exclusiva, por eso, cada uno se
cree solo en el infierno narcisista de una vivencia de su inadecuación profunda.
La huida hacia afuera, en pos de lo que nos falta, intentando encontrarlo en los otros
es siempre una locura quijotesca que requiere de una conversión antes de que se
convierta en una catástrofe relacional genial.
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− La incapacidad de valorar.
− La incapacidad de elegir.
− La incapacidad de actuar.
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Todo cuanto el modelo valora, cree, opina o parece, se intenta convertir en propio.
Afirmando un deseo de originalidad, genuinidad e individualidad, cada cual es
prisionero inconsciente de este mecanismo y se vuelve un ser de segunda mano.
Aunque este proceso es universal y mecánico, nadie lo particulariza como propio
pues no se tiene recuerdo ni memoria del proceso automático y mecánico de simulación
incorporada (embodied simulation) activado por las neuronas espejo.
Todo imitador reivindica ante el mundo entero y en buena fe la anterioridad de su
deseo y su genialidad respecto al modelo del que lo ha copiado sin darse cuenta.
La actuación automática del sistema de neuronas espejo garantiza que todo el
proceso imitativo se active en plena inconsciencia y que las protestas de genialidad y
anterioridad por las elecciones, preferencias y deseos que surgen de todo ello (en
realidad copiados de nuestros modelos) se vivan como surgidos del propio fondo de un
YO misterioso.
El autorrelato que hacemos de esta vivencia es tan sincero como falso.
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Si el deseo no nace del objeto de deseo, nadie desea nada ni a nadie si no es por
medio de otro que, sin saberlo, es el mediador de nuestro deseo o modelo de imitación.
Si nuestras elecciones amorosas no dependen del objeto de deseo sino de un sujeto
(el modelo que nos hace desear el objeto que él mismo desea o que creemos o
postulamos que desea), eso tiene importantes consecuencias en materia de amores.
Nuestro modelo designa sin darse cuenta lo que es deseable para nosotros al desearlo él
mismo. Nosotros imitamos, sin percatarnos, el deseo de nuestro modelo, lo cual nos
lleva a creer erróneamente que hemos deseado el mismo objeto que él, antes que él (yo
lo vi primero).
Con este conocimiento amanece la verdad relacional que narran los grandes
escritores de todos los tiempos y queda denunciada la mentira romántica de nuestras
elecciones amorosas.
Nuestras relaciones amorosas son determinadas, no desde un romántico YO con
todas sus funciones y preferencias internas, sino desde la imitación o proceso mecánico
de copiado y pegado de un deseo ajeno original que permanece oculto detrás de toda la
tramoya de nuestras racionalizaciones y negaciones. Dicho de otro modo, nos
emparejamos amorosamente con personas que nos han sido designadas como dignas de
nuestro amor por otras personas que han sido, sin saberlo nosotros, nuestros modelos de
deseo.
Aunque te parezca duro de aceptar y humillante, esa es la pura verdad psicológica.
El deseo de un tercero que funciona, sin que lo sepamos, como nuestro modelo es el
que forja las relaciones humanas en general y más especialmente las relaciones
amorosas.
Un proceso mecánico y trivial es responsable de que nos guste alguien y de que nos
enamoremos de esta persona y no de aquella otra. No nuestra personalidad, ni nuestras
afinidades, ni nuestros gustos o preferencias, ni tampoco el karma o el destino.
Este libro pretende ayudarte a salir del atolladero emocional y afectivo que este
proceso induce en los seres humanos y liberarte del encadenamiento subsiguiente a todo
tipo de amores locos y trampas del enamoramiento romántico.
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El hecho de que hasta un modelo de la ficción pueda servir de atractor para el deseo
humano revela la naturaleza eminentemente atributiva del proceso de imitar el deseo del
otro.
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Esa atribución que energiza todo el proceso de desear lo que otro desea tiene
siempre como «mantra»: «El modelo es la persona que a mí me gustaría ser».
Cada uno de nosotros adoptamos los deseos del modelo A para poder devenir el
tipo de «ser» que el modelo es percibido ser, asumiendo que A es «suficientemente
bueno», cuando no «el mejor» o «el único» en cuanto a determinada categoría, tipo o
clase.
La triple modalidad explicativa de esta genérica atribución consiste en que cada uno
se dice a sí mismo que A es el tipo de persona que a mí me gustaría ser, porque A es X,
conoce Y o posee Z; siendo X, Y y Z características, actitudes, conocimientos o
propiedades del ser de un tipo o clase estimada por nosotros como superior.
X, Y y Z no son más que instancias de una infinita gama de atribuciones que se
presentan cada día ante nuestros ojos y que son capaces de suscitar el proceso mimético
de desear lo mismo que el modelo B:
− La belleza.
− El éxito social.
− La elevada posición social.
− La pasión.
− La evidencia de bienestar individual (felicidad, riqueza, salud, goce, disfrute
personal).
− El talento.
− El éxito profesional.
− La alegría.
− El buen humor.
− La admiración de otros.
− La fama o popularidad.
− La creatividad…
Estos elementos nos hacen creer en una diferencia radical o una distancia esencial
del modelo. La diferencia o distancia percibida con el modelo B genera una tensión
psicológica que opera como una sugestión que carga el sistema psíquico de A para la
imitación.
Cada sujeto postula que, siquiera inicialmente, se encuentra en otro nivel más bajo
o subordinado respecto al modelo B, pues no posee dichas características que hacen
interesante desear lo que él desea.
El imitador A también postula que, en general, los demás potenciales modelos no
las poseen en el mismo grado que las posee el modelo B.
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En todos los casos, detrás del deseo mimético encontramos la fútil intención de
convertirnos en otro, o de «ser algo» que otro al que juzgamos estimable imaginamos
que es.
El proceso del deseo mimético constituye una «enfermedad» ontológica del ser
humano. La desviación de una necesidad de trascendencia y su perversión en formas
cada vez más bajas siempre abocan a la adoración de los ídolos en que hemos convertido
a nuestros modelos.
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En realidad, esta segunda fuente no es más que una derivada de la primera. Dicho
de otro modo, la forma que tenemos de juzgar el carácter de alguien como modelo está
completamente imbuida de la presión mimética colectiva. Nos guiamos como seres
imitativos y gregarios de los juicios colectivos de los demás tomados como un todo.
De explotar esta realidad psicológica a diferentes niveles se encargan en nuestra
época la propaganda, la publicidad y el marketing.
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Es imprescindible comprender cómo funciona el deseo amoroso y cómo este sigue una
serie de leyes que explican los fenómenos de pareja más variopintos y destructivos como
son los celos, la rivalidad, la envidia, los triángulos amorosos, el donjuanismo, la
violencia doméstica o el apego al perpetrador.
A diferencia de una necesidad humana, un deseo nunca queda satisfecho por su
alcance o consecución. Cubrir una necesidad termina con esa necesidad. Sin embargo,
alcanzar un objeto de deseo solamente conduce a la insatisfacción y a la reorientación de
ese deseo sobre otro objeto en una dinámica interminable y destructiva para el ser
humano.
Por eso, el proceso amoroso de desear no tiene fin, a no ser que medie una decisión
del neocórtex frontal, es decir de la voluntad humana.
Las leyes del deseo y las consecuencias terribles de ignorarlas en las relaciones
amorosas se describen a continuación:
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Todo deseo humano es prestado (copiado) por parte del que (generalmente ignorándolo)
se convierte en modelo. La observación atenta nos permite rastrear quiénes, en el pasado,
fueron los modelos que nos designaron nuestros objetos amorosos, deseándolos ellos
primero.
La propaganda romántica nos lleva a creer en la mentira de que deseamos desde un
fondo personal o individual que nos hace originales o genuinos (nuestro yo) o por las
características intrínsecas de belleza, estética, glamur o atractividad del objeto amoroso.
Nada más lejos de la realidad. Somos seres de segunda mano, especialmente en la
materia de elecciones sentimentales, y somos llevados a desear a aquellos que son real o
supuestamente deseados por otros como objetos de su amor.
Consecuencia: la base triangular de todo deseo amoroso es la fuente de todo el
sufrimiento inefable de los «amores locos». Resulta esencial reconocer mis triángulos
amorosos como origen y base de mis deseos si deseo vivir en la verdad y aplicar la
sabiduría interior mis relaciones.
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Es frecuente que se conviertan en modelos aquellos que conviven más cerca física o
emocionalmente de nosotros: nuestros padres, hermanos, profesores, amigos, colegas del
trabajo o parejas. De ahí que nuestros modelos suelan ser los seres humanos más
cercanos a nuestra vida. La confluencia de los deseos entre modelo e imitador es por lo
tanto algo esperable y no algo excepcional. Pensamos, sentimos, opinamos y deseamos
cosas parecidas a las personas con las que interaccionamos más.
No siempre identificamos el origen del deseo en nuestro modelo, por lo que
solemos tener la sensación de que hemos deseado algo o a alguien por alguna de sus
características intrínsecas de la persona o por una preferencia interna que nace de nuestra
personalidad o nuestros gustos.
Consecuencias: el carácter mimético del deseo es potencialmente conflictivo. El
riesgo de entrar en colisión con nuestros modelos es elevado, toda vez que la copia del
deseo por un determinado objeto lo convierte en objetivo para dos individuos que desean
lo mismo al mismo tiempo. Las dinámicas rivalitarias y conflictivas aguardan
habitualmente a quien imita y a su modelo en el momento que alguno de los dos o ambos
a la vez deciden reservarse el objeto de deseo para ellos mismos en exclusiva. De ahí que
sean proverbiales los odios y las broncas de los que antes eran mejores amigos o parejas.
Dos que comparten vida, aficiones, gustos y pasan tiempo juntos, es muy probable que
entren en rivalidad por desear objetos exclusivos que no pueden ser compartidos. Más
adelante veremos la tragedia de que te guste la novia de tu mejor amigo o la nueva pareja
de tu prima.
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El deseo humano es tanto más intenso cuantos más modelos confluyen y desean ese
objeto a la vez. La belleza o la escasez de los bienes o las tendencias de la moda no solo
están en el ojo de quien mira, sino sobre todo en la suma del número de modelos que
desean lo mismo. Hay que anotar que la escasez del objeto de deseo no es la que
incrementa la intensidad del deseo, sino que, de modo contrario, es la convergencia de
muchos modelos sobre el objeto la que determina la escasez de ese objeto. Por eso, en
economía, jamás la escasez de un bien se refiere a una cantidad dada o discreta del
propio bien, sino a la demanda real por el mismo. El petróleo no es un bien cotizado
porque haya mucho o poco, sino porque hay muchos que pelean por él.
Lo mismo le ocurre a la chica a la que todos los chicos desean. Ella es la más
intensamente deseada, por el mismo hecho de que muchos la desean. «Al que tiene se le
dará y al que no tiene se le quita hasta lo poco que tiene…».
Consecuencias: el deseo amoroso es tanto más intenso como sean la dificultad, el
obstáculo o los esfuerzos que son necesarios efectuar real o implícitamente para
alcanzarlo.
La disonancia cognitiva explica por qué muchas personas se esfuerzan con denuedo
una y otra vez en contratar psicológicamente su fracaso y su derrota amorosa
entrampándose en sucesivas relaciones imposibles, conflictivas o incluso traumáticas.
Cuanto mayores sean las dificultades por alcanzar a la persona que creo que me
gusta, más grande será mi deseo.
De ahí que los quijotes amorosos, lo mismo que el original cervantino, siempre
están buscando quien más y mejor los vapulee, ignore o vilipendie.
La consecuencia más terrible de esta «locura quijotesca» es que el deseo más
intenso nace de la persecución del objeto amoroso más imposible. Esto es destructivo y
la explicación del mal denominado «masoquismo amoroso». Muchas personas quedan
prendidas y prendadas de deseos intensos por los objetos amorosos más imposibles,
precisamente por eso, porque son imposibles, entablando relaciones afectivas con
personas emocionalmente indisponibles, narcisistas extremos, mujeres fatales, bad boys,
y psicópatas integrados.
Estos masocas se encuentran seducidos por el atractor extraño de relaciones sin
paracaídas, impulsivas o sin futuro. Se enganchan a las más perjudiciales, dañinas o
perversas (las famosas liasons dangereuses). Sus relaciones les hacen sufrir tanto porque
quedan encadenados a la lógica perversa del deseo. Ignoran que su loca carrera les dirige
de forma certera hacia su destrucción.
La repetición compulsiva de este esquema a lo largo de una vida les lleva a
confundir el amor con el maltrato, y la pasión con el menosprecio y las broncas
permanentes, quedando ofuscados por el carácter tormentoso o dificultoso de sus
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relaciones, tanto más deseables cuanto más dolorosas. Siguen aquellos viejos refranes de
«Amores reñidos son los más queridos» y «Quien bien te quiere te hará llorar».
Los casos más extremos de locura amorosa la presentan aquellos que terminan
confundiendo cualquier obstáculo con un objeto de deseo amoroso, es decir las
mesalinas y los donjuanes. Para estos, basta que un objeto amoroso potencial sea
prohibido, peligroso o imposible para que lo conviertan en objetivo de sus conquistas.
A ellos les dedico un capítulo especial de este libro.
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Siendo el deseo siempre mimético, la imitación del imitador sobre el modelo puede y
suele revertirse produciéndose un doble vínculo en el que el imitador se transforma en el
modelo y el modelo se transforma en el imitador.
Entonces, ambos son a la vez modelos e imitadores mutuos originándose todo tipo
de escalamientos miméticos tanto positivos como negativos. El más terrible ejemplo de
estos escalamientos es el que causa los casos de violencia doméstica con frecuente
resultado de muerte.
La convivencia de una pareja es por antonomasia la situación de mayor riesgo de
doble vínculo mimético debido al hecho de que quienes conviven y comparten la propia
vida juntos tienen más probabilidades de convertirse en modelos mutuos.
El doble vínculo mimético por el que cada uno se convierte al mismo tiempo en
imitador y modelo para el otro puede convertir una relación de pareja en un melifluo
paraíso o, por el contrario, en un infierno en la tierra.
La mutua imitación de gestos delicados, caricias, cuidados o piropos puede
transformarse en una mutua imitación de insultos, reproches, menosprecio, indiferencia
o violencia.
Consecuencias: el doble vínculo produce alternativamente escalamientos de afecto
o escalamientos de violencia. La reciprocidad positiva puede quedar sustituida por la
reciprocidad negativa. Será cuestión de ver y detectar el mecanismo mimético que
genera este riesgo y elegir voluntaria y racionalmente el primer caso.
Otro de los efectos del doble vínculo a evitar será el problema de la envidia dentro
de la pareja, que es una causa de ruptura más frecuente de lo que se piensa. Las parejas
amorosas se encuentran en riesgo de competir y rivalizar por todo tipo de deseos que
pueden terminar copiándose mutuamente: el afecto de los hijos, el éxito profesional en
sus carreras o trabajos, la popularidad, la valoración o el aprecio de las amistades
comunes... Este tipo de rivalidad o competitividad interna a la pareja genera como
subproducto la envidia que horada y socava muy secretamente las relaciones a un nivel
poco conocido.
Se busca en todo tipo de ideologías la causa de las desavenencias de pareja
olvidando significativamente que esta rivalidad entre hombres y mujeres (en total
escalamiento) es la responsable de la mayoría de los casos exacerbados de violencia
verbal y física en el ámbito doméstico.
Un caso específico del mimetismo relacional lo podemos ver en el drama habitual
en el que uno de los miembros de la pareja o incluso ambos rivalizan con los miembros
de la familia de origen del otro. Los chistes de suegras y nueras retratan este drama
relacional de las querellas sin fin que proceden de competir por el cariño, el tiempo o la
atención preferente del otro miembro de la pareja.
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Uno de los efectos más increíbles del mimetismo y de la violencia exacerbada que este
genera entre las parejas cuando se convierten en mutuos imitadores es la desaparición
del objeto de deseo a medida que avanza el litigio.
De modo paradójico, la violencia doméstica entre rivales conyugales termina
haciendo desaparecer los objetos de la contienda, que pasan a un segundo plano.
Cualquiera que sea la pelea: la custodia de los niños, quién se queda con el coche, la
casa, cómo se reparte el dinero de la herencia de, o quién se queda con el perro, etc., el
problema termina siendo el mismo.
La exasperación de la rivalidad mutua está estructuralmente abocada al fracaso
sistemático de todo intento mediador o toda negociación. Llegados a este punto todos los
intentos mediadores son tan bienintencionados como imposibles. Ningún abogado
divorcista puede dudarlo.
A partir de un determinado momento, la rivalidad ya no versa sobre el objeto del
litigio, sino sobre el otro miembro de la pareja, tomado este no como objeto, sino como
objetivo al que hay que ganar, vencer, someter o sojuzgar a toda costa.
La importancia original del objeto como elemento de conflicto sobre el que se
apoyaba la rivalidad va a difuminarse progresivamente a medida que avanza la mutua
imitación en el resentimiento y el odio mutuo y va a acabar desapareciendo del conflicto.
Ya no se trata de disputarle al rival un objeto determinado, sino de abatirlo y aniquilarlo
como persona. Sin objeto por el que pelear solamente queda la reciprocidad negativa al
desnudo y vemos la paulatina transformación del otro en «objetivo a batir».
Por ello esta rivalidad mimética entre las parejas culmina con frecuencia en un
maelstrom violento, insoluble desde ninguna mediación. No hay posible mediación a
partir del momento en el que ya no hay objeto a compartir o a repartir puesto que ya el
objetivo de cada uno de los rivales es abatir, someter o incluso eliminar al otro.
La violencia devuelve a las claras la realidad esencial de la rivalidad y de su base en
el mimetismo del deseo. Nos revela la carencia de objeto real en lo profundo de todo
deseo y su carácter emulativo o copiativo. No es el objeto disputado lo primario en los
conflictos y en la violencia entre parejas, sino el mimetismo, es decir la imitación mutua
en el deseo por algo.
Consecuencias: si bien es verdad que la violencia puede irrumpir en los conflictos
de pareja antes de que el objeto de litigio se haya desvanecido en el horizonte, lo cierto
es que la reciprocidad violenta confirma la desaparición de los objetos en las contiendas
conyugales de todo tipo.
En todas las guerras domésticas, el objeto de la querella termina
desmaterializándose ante nuestros ojos. Ya no se pelea por esta o aquella cuestión. En
los divorcios, llegados este punto, no importan ya ni la custodia de los niños, ni la casa
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común, ni nada. En ese momento, la pelea solo sirve para destruir y aniquilar al otro
miembro de la pareja, transformado en un adversario. Debido a su propio mimetismo, los
antagonistas quedan mutuamente fascinados, creyendo en la maldad intrínseca de otro y
pierden de vista el objeto.
De ahí en adelante, el objetivo es el otro. El objeto de deseo es así reemplazado por
el sujeto que es el otro tomado ya como un adversario a batir.
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buena fe, ambos contendientes en la pareja aducen que «fue el otro el que empezó».
La naturaleza mimética de la violencia conyugal explica que sea imposible asignar
un origen o descubrir al responsable primero de ella. Cada uno de los miembros de la
pareja envuelto en el conflicto cree absoluta y sinceramente en los mitos de la única
responsabilidad de su adversario y de su carácter provocador o iniciador de todo el
conflicto. Dicho de otro modo, el culpable es siempre el otro miembro de esa pareja.
Siempre es el contrario el que empieza los conflictos conyugales. Cualquier terapeuta de
pareja puede confirmar este aserto.
Al no identificar el mimetismo como origen y causa del propio proceso conflictivo
resulta imposible poner coto a sus resultados. Los debates interminables sobre quién
provocó el conflicto, quién es su iniciador, responsable o culpable, conducen a una
fabricación variadísima de versiones míticas de las causas de la violencia entre parejas
(instinto de agresión, ideología machista, pulsión, desviación de la libido, posesividad,
etc.) y a la de chivos expiatorios que deben cargar con toda la culpa.
La generación de estos chivos expiatorios es una ilusión óptica que nos deja
tranquilos pero que no resuelve nada en materia de violencia doméstica.
En nuestro mundo moderno, ya sabemos que los chivos expiatorios son inocentes
de todos los cargos que se les imputan. Por eso ya no funciona el mecanismo sacrificial y
por eso ya no es posible resolver de un modo duradero los problemas de violencia
mediante un castigo o sacrificio que antaño se mostraba efectivo.
Recurrir a linchar chivos expiatorios ya no es eficaz para contener la violencia
producto del mimetismo.
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CONCLUSIONES
La única posibilidad de escapar al conflicto y a su derivación en la violencia nuestra de
cada día en materia de relaciones de pareja radica en advertir y constatar en nosotros
nuestro carácter mimético y por tanto reconocer que la causa auténtica de estos
fenómenos que nadie se explica no es otra que la reciprocidad y el escalamiento hostil a
que pueden conducir nuestras neuronas espejo si no hay un control neocortical racional
que ponga coto a estos mecanismos desde la razón y la consciencia de su
funcionamiento. ¿Cómo hacerlo?
Se trata de manera práctica y concreta de observar las múltiples maneras en que
participamos a diario y sin saberlo en ese juego mecánico y desconocido e inconsciente
en nuestras relaciones amorosas.
Este juego, si se desconoce, puede costarnos muy caro y conducirnos a convertirnos
en sus víctimas y a producir otras víctimas. Vivir de espaldas a esta verdad y en plena
ceguera obliga a crear las mitologías de la culpabilización del otro y a exonerarnos al
mismo tiempo de nuestra participación en todo el proceso.
La salida de este callejón exige una transformación personal de cada miembro de la
pareja mediante el conocimiento aplicado del funcionamiento interno de la mímesis
conflictiva. En este sentido, es recomendable abordar la lectura de los siguientes
capítulos a modo de un proceso de conversión personal o metanoia.
La dificultad que impide la metanoia en un ser humano, en relación a su conflicto
de pareja y a la violencia que la amenaza permanentemente, radica en especial en nuestra
creencia romántica y en la fuga hacia delante en el proceso de convertirnos en alguien, es
decir, el narcisismo.
Ese narcisismo conduce a la vanidad y a creer en el mito romántico universalmente
aceptado de que somos «algo» o debiéramos serlo (alguien peculiar, diferente,
autónomo, genuino, original, creativo, etc.). Y en esta mentira está la semilla de todo el
mal relacional que se observa en las relaciones de pareja.
La tozuda y humillante realidad es que somos seres de segunda mano y que nuestro
deseo «desea» sin nuestro permiso y sin nuestra voluntad consciente, quedando a merced
de todo tipo de amores locos.
Aceptar que terminamos rivalizando, desplegando la violencia recíproca o el
resentimiento, es la primera verdad a asimilar en materia de conflictividad de pareja.
Los triángulos amorosos de todo tipo, las celotipias, las dependencias patológicas,
la violencia verbal o física o el crimen son solamente variaciones sobre el mismo tema:
la mutua imitación y la reciprocidad correspondiente que esta genera.
Nuestro narcisismo o falta de genuina autoestima nos impide aceptar esta verdad o
revelación técnica de que somos esclavos de los deseos de otros, y prefiere dotarse de
pseudoexplicaciones que chivoexpiatorizan a otros pero que no permiten salir del
problema.
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EL TRIÁNGULO AMOROSO
Y SU MECANISMO PSICOLÓGICO
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Hay quien dice que los celos son la manifestación del verdadero amor. Para nada es así.
Los celos, la rivalidad y la envidia son el resultado natural que produce la lógica del
deseo amoroso debido a su naturaleza triangular y mimética.
Deseamos lo que vemos desear a nuestro modelo. Y esto es un problema siempre
que el objeto de deseo no puede ser compartido.
La transformación del modelo en obstáculo es lo que genera la rivalidad, la envidia,
el resentimiento y finalmente la violencia. La mutua imitación o reciprocidad puede
pasar de ser positiva (amor-amor) a la reciprocidad negativa (odio-odio). La tragedia de
la trascendencia desviada o idolatría relacional lleva a convertir al otro en un dios al que
adorar (imitar). Su calificativo como algo negativo no procede de un esquema
apriorístico moral o ético sino de su evidente consecuencia destructiva para las
relaciones amorosas.
Desde el momento en que alguien es modelo para mis deseos, voy a tener que entrar
en conflicto con él y él conmigo de una forma que me dirige a la rivalidad y violencia.
El carácter mimético del deseo nos revela que la apropiación de un objeto amoroso
o sexual no se produce per se o por características del propio objeto amado, sino
mediante la copia del deseo de otro ser humano por ese mismo objeto que es anterior.
Esto es la fuente inagotable de los conflictos amorosos entre seres humanos.
Al desear lo que el otro desea, el sujeto A transforma a su modelo B en un rival, en
un verdadero obstáculo que le cierra el camino, al mismo tiempo al poco de haberlo
seleccionado como modelo. A clona o imita el deseo de B por el objeto amoroso C (que
supuestamente le atribuía desear). La adquisición o posesión del objeto es percibida por
el narcisismo de A como una forma de llegar al ser de B, alcanzar su nivel, categoría, en
definitiva a su estatus como «ser» superior:
1. Refuerzo del deseo por el objeto y resistencia de B.Al notar el deseo de A por el
objeto C, el modelo se transforma en imitador de su imitador. B refuerza su
deseo por el objeto C por el mero hecho de que A muestra interés en él. Con ello
nace el doble vínculo, es decir, dos partes que se imitan recíprocamente en
cuanto a sus deseos. El deseo de ambos A y B por C redobla en intensidad.
a. El modelo B refuerza su deseo por el objeto C, deseo que quizás había
desaparecido o incluso nunca había existido en absoluto, pero había sido
presupuesto por A como real.
2. Rivalidad mutua por el objeto
a. Ambos contendientes inician una guerra por la consecución exclusiva del
objeto.
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Juan y Antonio son amigos desde la infancia y suelen quedar juntos para salir. Desde siempre Antonio tiene
más la iniciativa y parece ser el líder informal del grupo de amigos en el que ambos se mueven para salir.
Juan parece ser un poco más tímido para ligar y se muestra más retraído que Antonio a la hora de entrar
a las chicas en un ambiente festivo un sábado por la noche.
El sábado pasado, al entrar en la discoteca, Antonio mira a una chica que está en un grupo creyendo
reconocer en ella a una antigua compañera de clase de su colegio. A pesar de que echa un vistazo rápido al
grupo de amigas y vuelve su mirada inmediatamente hacia sus amigos que están en la barra con él, esto no
pasa desapercibido para Juan. A Juan le resulta evidente que Antonio muestra un interés especial por esa chica
y lo confirma cuando ve que aprovecha una incursión al baño para pasar por su lado y entablar conversación
con ella.
Al ver a Antonio charlando con la chica, Juan no puede sino sentir curiosidad y acercarse. La
conversación va sobre los viejos tiempos, los profesores y las anécdotas de cuando Antonio y María, que así se
llama, coincidieron en aquel colegio.
Juan se acerca y pide ser presentado a María, a lo que Antonio accede, no sin sentir repentinamente una
cierta incomodidad por esa intrusión de Juan en esa conversación.
Aunque Antonio conoce a María desde hace años y nunca le gustó ni realizó ningún intento de salir con
ella, sin saber por qué le apetece resultar ocurrente y comienza a desplegar frente a María una actitud de
galanteo o flirteo que Juan observa con incomodidad.
La noche transcurre en la discoteca entre la divertida charla de Antonio, quien despliega todas sus
capacidades de encantamiento y seducción habituales, y los torpes intentos de Juan de caerle bien a María.
El resultado se salda cuando Antonio al cabo de un rato aparta a María a un reservado de la discoteca y a
los pocos minutos se marcha con ella agarrada a su brazo. Al salir, Juan no puede sino sentir malestar por lo
que está presenciando. Se siente traicionado por su amigo.
Juan se siente miserable y furioso con Antonio por haberle levantado a la chica que le gustaba justo
cuando él se estaba aproximando a ella. Su amigo debería haberse apartado. Al fin y al cabo, nunca le había
interesado salir con María…
Ya no le importa la chica, pero le queda un resentimiento contra Antonio por haberle fastidiado el plan de
la noche.
Antonio, una vez fuera de la discoteca y constatado su triunfo sobre los torpes intentos de Juan por
ligarse a la chica, descubre que, en el fondo, no le gusta María y la despide en la esquina marchándose a casa
acto seguido. Aun así, al día siguiente, envía al grupo de WhatsApp de sus amigos un mensaje dando a
entender lo bien que se lo ha pasado con ella la noche anterior…
En los siguientes días y semanas Juan y Antonio ya no se llaman ni se ven.
Están enfadados. La relación se enfría y nunca más vuelven a quedar.
Una amistad de toda la vida ha quedado rota para siempre.
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película y que luego pasa y deja espacio al conflicto y la violencia. Al amor hay que
darle soporte y es imprescindible trabajarlo día a día.
El film narra de forma magistral el efecto que produce el mito del romanticismo en
las parejas que olvidan significativamente que el amor es necesario regarlo y cultivarlo
cada día. El sentimiento de enamoramiento inicial da paso a la banalidad y al olvido de
la atención y el cuidado del otro, intermediando para todo esto decisivamente la
ambición, los agobios de la vida, el egoísmo y el narcisismo de cada uno.
Las asimetrías y los malentendidos mutuamente correspondidos y
sobrecompensados hacen el resto, condenando a las parejas al resentimiento mutuo, tal y
como lo experimentan ambos protagonistas en la película.
El antagonismo aparece en Oliver en forma de indiferencia, pasotismo y
menosprecio, y en Bárbara en forma de un rencor, y de un antagonismo creciente que
termina explotando en la escena en la que ella le pide el divorcio porque ya no puede
aguantarle más.
A lo largo de varios episodios de la película, podemos constatar la ceguera de
ambos contendientes respecto a todo su conflicto y nos damos cuenta de que ninguno de
los dos es consciente de sus causas. Avanzan gradualmente hacia una certera catástrofe
sin percatarse del proceso que les está llevando primero a la ruptura afectiva y después a
la destrucción efectiva.
«¿Pero ¿qué rayos te pasa?». Esta pregunta formulada recurrentemente por Oliver
en varias escenas muestra esta desazón y la falta de luz interior para ver lo que está
socavando su relación.
El comentario del abogado (Danny de Vito) actuando como narrador es elocuente y
refleja el grado de ceguera mimética habitual en las parejas en estos procesos: «Cuando
llevas con una mujer un tiempo, llega un momento en el que le haces esa pregunta, si no
la contesta, hay bronca, y si hay bronca, te llegan los golpes por donde menos te lo
esperas».
La casa en la que ambos deben convivir durante el proceso de divorcio es el
territorio común donde se representa la tragedia de la pareja, cuyo antagonismo creciente
se materializa en incidentes que se van incrementando en una escalada sin fin que
empieza con pequeñas jugarretas hasta graves agresiones que desembocan en último
término en la muerte de los dos.
La casa es el principal objeto de litigio que les enfrenta en el divorcio y que termina
quedando destruida y reducida a ruinas por los actos de violencia. El objeto, así, tal y
como predicen las leyes miméticas, desaparece del conflicto como elemento central y
solamente quedan la rivalidad y el antagonismo que condena a ambos finalmente a la
mutua imitación y a la muerte.
El resultado es la muerte de ambos cónyuges a causa de las agresiones que se
infligen uno a otro. Una destrucción mutua asegurada.
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rosario de la aurora».
Las más habituales son las rivalidades que tienen que ver con la competitividad
entre los miembros de la antigua familia de origen y uno de los miembros de la nueva
pareja y que son tema de algunos refranes populares: «Suegra, cuñada y yerno, la
antesala del infierno», «Una suegra y una nuera no caben en una pradera», etc.
Uno de los temas más habituales que nutre la rivalidad entre parejas ya desavenidas
es el de la custodia o el control físico o psicológico de la propia prole. De ello
hablaremos en el siguiente capítulo.
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Un día acudieron al rey dos prostitutas. Se presentaron ante él y una dijo: «Majestad, esta mujer y yo
vivíamos en una misma casa. Yo di a luz, estando ella en casa y tres días después ella también dio a luz.
Estábamos nosotras solas, no había nadie con nosotras en casa, solo estábamos nosotras dos. Una noche
murió el hijo de esta mujer, porque ella se durmió encima de él. Entonces ella se levantó a medianoche, y
mientras yo estaba dormida, tomó a mi hijo de mi lado y lo acostó a su lado y luego puso junto a mí a su hijo
muerto. Cuando me levanté por la mañana para dar el pecho a mi hijo, vi que estaba muerto, pero a la luz del
día lo observé y descubrí que ese no era el hijo que yo había dado a luz». Entonces la otra mujer replicó:
«No; mi hijo es el vivo y el tuyo es el muerto». Pero la primera insistía: «No, tu hijo es el muerto y el mío el
vivo». Y se pusieron a discutir delante del rey. El rey entonces dijo: «Una dice: “Mi hijo es este que está
vivo y el tuyo es el muerto”. Y la otra replica: “No, tu hijo es el muerto y el mío el vivo”». Y añadió:
«Traedme una espada». Y le llevaron una espada y el rey ordenó: «Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad
a la una y la otra mitad a la otra». Entonces la madre del niño vivo, profundamente angustiada por su hijo,
suplicó al rey: «¡Majestad! dadle a ella el niño vivo, y no lo matéis». La otra en cambio decía: «Ni a mí ni a
ti; partidlo». Entonces el rey sentenció: «Dad a aquella el hijo vivo, y no lo matéis, porque ella es su madre».
Al enterarse de la sentencia que había dictado el rey, todo Israel sintió respeto por él, pues comprendieron
que estaba dotado de una sabiduría excepcional para hacer justicia (1 Reyes, 3, 16-28).
La primera mujer acepta el sacrificio del niño, y admite que se cometa el crimen,
mientras que la otra, a la que podríamos denominar la «buena» mujer, se niega en
redondo a semejante cosa.
Esta es la situación demasiado habitual en la que los hijos se convierten en la
moneda de cambio o, dicho de otro modo, en el objeto de la rivalidad de ambos
contendientes en relaciones ya transidas e infectadas de violencia autodestructiva.
La única verdadera razón por la que se pelean finalmente por esos hijos es esa
rivalidad realimentada.
Lo que fundamenta el valor del objeto en que se convierte la pugna por los hijos es
solamente el hecho de que el otro los quiere acaparar para sí mismo. Esto suele ser muy
complicado de aceptar por los que se embarcan en estas guerras…
El problema es que, al no tener fin esa rivalidad, el objeto siempre termina
desapareciendo como prioridad e incluso queda sacrificado al enfrentamiento de ambos
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antagonistas.
Muchas parejas que alcanzan el nivel irreversible de la violencia mutua y del
antagonismo a ultranza suplantan como elemento unificador el amor por el conflicto y el
odio. Su unión es tan certera como antes lo fue en el enamoramiento, solo que esta vez
se basa en el odio.
Los objetos que nutren esa unión son más bien irrelevantes, aunque las
racionalizaciones neocorticales pueden llevar a percibir que son importantísimos o
incluso esenciales.
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PEPE Y VANESA:
UNA VERSIÓN MODERNA DEL JUICIO DE SALOMÓN
Pepe y Vanesa se están divorciando. Aunque todo ha sido relativamente tranquilo en el proceso de
desencuentro de la pareja, el problema surge en este momento previo del divorcio legal a la hora de ver quién
se queda con la custodia de los niños.
Se trata de Pablo y Antonio, dos hermanos de ocho y once años que fueron adoptados en un orfanato
bielorruso cuando eran bebés.
El juez ha decretado que se haga un informe de aptitud para ver si es posible acceder o no a la pretensión
de cada uno de quedarse en exclusiva con la guardia y custodia de ambos niños.
Mientras llega el momento de hacer esa evaluación psicológica, Pepe y Vanesa están intentando «ganarse
a los niños», indisponiéndolos contra el otro cónyuge.
Los niños no entienden nada y están cada vez más nerviosos. Lloran por todo y se despiertan por la
noche con pesadillas. Han perdido el ritmo en clase y sus profesores y tutores han alertado a los padres de
cambios en su rendimiento escolar y en su comportamiento que les preocupan.
Pablo ha comenzado a chuparse el dedo y a orinarse en la cama, mientras que Antonio ha empezado a
mostrar actitudes hostiles en el colegio contra otros compañeros, con pequeñas agresiones que son cada vez
más frecuentes.
La situación que identifican en la consulta los psicólogos consiste en que estos niños muy pequeños están
en el medio de la guerra por su custodia. Sus padres están constantemente agobiándolos para lograr obtener
ventajas en detrimento del otro miembro de la pareja en plena ruptura ante la situación judicial que se avecina.
En el transcurso de la pugna los niños se muestran cada vez más alterados.
Los dos creen que es el otro el que ha de ceder y no están dispuestos a llegar a ningún acuerdo.
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El tiempo pasa y los niños son evaluados por el equipo de psicólogos escolares que establece que esa
situación es nociva en grado sumo para los menores y amenaza con comprometer severamente su desarrollo.
Al acudir a la consulta, el pequeño Antonio, de once años, refiere que sueña frecuentemente con muertos
y aclara al psicólogo que «le gustaría estar muerto para no tener que estar en casa cuando mamá y papá
discuten por nosotros».
A pesar de las advertencias de los psicólogos, el equipo de mediadores del juzgado no consigue que los
padres se pongan de acuerdo y que detengan las hostilidades por el bien de los propios menores.
La situación se prolonga durante meses. Un día, Vanesa descubre una carta redactada por su hijo Antonio
en la que se despide de su familia. Horrorizada, lee en ella que está pensando en quitarse la vida.
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Las trampas del amor loco en las que puedes caer son variadas y no se excluyen
mutuamente. Puedes atravesar varias de ellas a lo largo de tu vida amorosa y es frecuente
que lo hayas hecho, pues las relaciones de pareja son como un baile en el que cada uno
se acomoda al estilo del otro.
Quizás no hayas sido tú, sino tu partner, el que haya incurrido en alguna de estas
trapas. La información que te va a proporcionar este test es fundamental a la hora de
descubrir el modo en que nuestros cerebros miméticos tienden a configurar sin nuestra
consciencia las relaciones amorosas.
El test está basado en los trabajos de René Girard y tiene en cuenta los desarrollos y
conclusiones más recientes de Gallese y Rizzolatti sobre cómo funcionan las neuronas
espejo.
No tiene la rigurosidad científica que podríamos exigirle a una herramienta
psicométrica, sino que debe usarse más a modo de brújula de orientación para
reflexionar acerca de los patrones amorosos que uno sigue sin darse cuenta.
El test es autocorregible y puedes obtener al final una puntuación que te va a indicar
las tendencias más marcadas que tienes como pareja amorosa.
En cada cuestión planteada intenta ser sincero contigo mismo a la hora de responder
las preguntas.
Al terminar, puedes irte directamente al capítulo que corresponde con la trampa en
la que caes más habitualmente.
Las tendencias que se derivan de los resultados no marcan un tipo de personalidad,
sino más bien un patrón de comportamiento en las relaciones amorosas, es decir una
compulsión de repetición, que puedes haber adquirido por efecto del aprendizaje y la
imitación de modelos. Estos resultados marcan un viejo y mal hábito de actuación que
puede ser modificado y corregido desde la autoconsciencia.
Si tomas consciencia de estos malos hábitos desde el neocórtex mediante tu cerebro
racional, puedes verte libre de estos patrones que comprometen tu búsqueda del
verdadero amor.
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Para cada una de estas cuestiones, lee la pregunta atentamente y piensa cuál de sus
alternativas te refleja. Indícalo seleccionando aquella respuesta de las que se plantean en
cada ítem que mejor te define.
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a. Tiene que ser algo muy romántico y especial. No puedo esperar al día
siguiente para contarles a mis amistades lo sucedido.
b. Me mantendré firme dándole caña, y manejando mis armas para seducir y
hacer que lo desee más que yo, creando mucha tensión sexual.
c. Atacaré cuando menos lo espere, al asalto y robándole el beso.
d. Utilizaré mi gran pasión sexual irresistible desde el principio, de modo que si
no sigue el juego la/lo descartaré.
e. Le dejaré al otro tomar esa iniciativa.
f. Iremos sin prisa tomándonos el tiempo necesario. Las prisas son siempre
malas consejeras.
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a. Llamo a toda la cuadrilla para ver qué plan podemos hacer todos/as juntos/as.
b. Me gusta algún lugar de moda donde haya ambiente y podamos ser vistos y
reconocidos como pareja.
c. Busco realizar alguna competición deportiva: una carrera de bicicletas, ir de
senderismo, o subir alguna montaña.
d. Contrato algún pack en un hotel de superlujo de Marbella con «todo
incluido».
e. Hago planes en torno a lo que le gusta hacer a mi pareja. Todo lo que a ella le
pueda apetecer.
f. No me gusta precipitar las cosas. Prefiero esperar un par de meses a que
nuestra relación madure.
a. Preparo una atmósfera romántica para dos, con mantel, luz de velas y una
botella de vino.
b. Voy a preparar algo inolvidable que sea el primer paso para seducirla.
c. Voy a ensayar algo nuevo, algún plato que nunca he preparado.
d. Champán, caviar y marisco. Todo encargado para que me lo traigan a casa ya
preparado, por supuesto.
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10. Hoy es el gran día de tu vida. Te casas con tu pareja. ¿Cómo te sientes?
11. Tu pareja está atravesando una crisis profunda, ¿qué haces para resolverla?
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a. Al otro lado de la cama. Una historia de dos amigos que se pelean por el amor
de la misma mujer.
b. Las amistades peligrosas. Una tórrida historia de celos, traiciones y pasiones
de dos rombos.
c. La conquista del Oeste. Una historia de consecución de amores digna de un
vaquero.
d. La historia más grande jamás contada. Esa es mi vida y yo su protagonista.
e. El amor perjudica seriamente la salud. La historia de un hombre destrozado y
echado a perder por los caprichos de su pareja.
f. Cuando un hombre ama a una mujer. Una historia de amor construida sobre el
conocimiento mutuo paulatino.
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16. Si tuvieras que elegir un refrán que describa tus relaciones de pareja, ¿cuál de
estos sería?
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19. ¿Qué tipo de coche prefieres tener para salir con tu pareja?
20. Tu pareja te llama un domingo por la tarde porque quiere salir a dar una
vuelta contigo, ¿qué plan le propones?
a. Llamo a la pandilla para ver que hacen ellos/ellas y salir todos juntos.
b. Muevo mis influencias para poder cenar en el restaurante de moda del centro
en el que casi no se puede reservar mesa.
c. Le propongo alguna actividad deportiva: irnos a patinar, a correr o al
gimnasio.
d. Me disculpo porque ya tenía planificada toda mi jornada haciendo cosas en
casa. Quizás podríamos quedar mañana cuando no esté ocupado/a y salir.
e. Dejo a un lado mis planes y doy el domingo por perdido adaptándome a lo
que ella quiere hacer, y me aseguro de que pase un magnífico domingo
haciendo lo que a ella le gusta.
f. Cualquier plan que hagamos juntos será bueno porque lo esencial es
compartirlo juntos.
21. Después de tomar unas cuantas copas en la discoteca, notas que alguien te tira
los tejos y flirtea contigo reclamando tu atención, ¿qué es lo que haces?
a. Le digo que no, gracias. Estoy pasando una noche de marcha con mis
amigos/as.
b. Hago un guiño a mis amigos/as para que se percaten de lo que pasa. Cuando
se dan cuenta, avanzo y entro en conversación bajo su mirada.
c. Lo siento, pero he estado intentando bailar con otra persona toda la noche.
d. ¿Quieres bailar? ¡Será si yo quiero bailar contigo, baby…!
e. Por supuesto que bailaría con ella/él: me sentiría fatal si le rompo el corazón a
esa persona.
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22. Tu pareja te dice que quiere quedar y tú sospechas que es porque quiere
cortar contigo, ¿cómo reaccionas a eso?
23. Un/a compañero/a del trabajo lleva mucho tiempo tirándote los trastos para
intentar salir contigo. Por fin encaras la situación. ¿Cuál es tu actitud?
a. Le explico que es un/a buen/a amigo/a, y que es mejor que nos mantengamos
así.
b. Monto una escenita para decirle que no. Le dejo claro ante todo el mundo y
solemnemente que yo no salgo con cualquiera tan fácilmente.
c. Aunque la empresa prohíbe salir con compañeros/as de trabajo, quedo
inmediatamente con él/ella.
d. Ni pensarlo. Con todo lo que hay en el mercado, prefiero no rebajarme y salir
con alguien de mi categoría y nivel.
e. Me sentiría mal si le rechazo. Saldré con él/ella para no contrariarle/a.
f. Soy firme con él aunque comprensivo. Si se da la oportunidad, le haré ver que
no es bueno andar por ahí picoteando y pillando cacho con los/las «compis»
de la ofi.
24. Lo tienes ya más que confirmado, cada vez que sales con tu pareja, ella flirtea
con gente de alrededor, ¿cómo manejas esto?
a. No pasa nada. Lo hace con mis amigos/as cercanos/as. Es solo para hacer unas
risas…
b. No puedo soportarlo, pero eso me confirma que mi elección es la correcta…
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26. ¿Qué tipo de esfuerzo es más característico en ti para alcanzar salir con una
pareja?
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30. Cuando estás en pareja, ¿cuál suele ser vuestra crisis habitual más frecuente?
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CLAVE DE CORRECCIÓN
La suma de cada una de las letras A, B, C, D y E denota un patrón característico de entrampamiento amoroso.
Las respuestas F marcan un tipo de amor racional que escapa de las trampas habituales del amor romántico.
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PRIMERA TRAMPA:
EL ROBANOVIAS
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Y, sin embargo, el triángulo del deseo mimético que se establece en estos casos no
puede ser más trivial o mecánico. Recordemos el equema ya visto en página 47:
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David y Joseba son los mejores amigos. Estudian en la universidad la misma carrera. Siempre se les ve juntos
por el campus. Ambos viven en la misma localidad del Corredor del Henares. Están en el mismo curso y
asisten a las mismas clases. Van y vienen en el mismo coche a la facultad todos los días porque viven en el
mismo barrio.
Durante la semana pasan muchas horas haciendo cosas juntos. Salen también los fines de semana.
Sienten pasión por los juegos de ordenador y durante los fines de semana organizan liguillas por la noche que
duran muchas horas. David y Joseba son inseparables.
Desde el curso pasado, Joseba sale con la chica que trabaja en la biblioteca de la facultad como becaria,
Desirée. Eso hace que los tres pasen juntos mucho tiempo.
El caso es que David desde hace una temporada nota como que empieza a gustarle Desirée. Cuando se
interroga por este sentimiento de atracción fatal por la novia de su amigo, cree descubrir e incluso recordar que
Desirée ya le gustaba desde el primer curso de facultad.
Siente un dilema interior. Por un lado, es muy amigo de Joseba, pero por otro no puede disimular que le
gusta la novia de su mejor amigo, Desirée.
No pasa mucho tiempo antes de que David comience a flirtear con Desirée en el bar de la facultad o en
cualquier ocasión que se preste, lo cual es evidente para Joseba, que se siente traicionado por su amigo del
alma.
Ahora la amistad entre ambos se ha roto.
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De una extraña manera que muy pocos humanos comprenden, los deseos de un
amigo son reflejados por las neuronas espejo del otro amigo, creando una tensión
psicológica que no existía previamente en la relación.
Esa tensión le compulsiona a terminar reflejando su deseo, deseando lo que desea,
deseando a la propia pareja del amigo, con la sincera sensación de que está
románticamente enamorado de esa persona.
Esta situación se produce en otras relaciones cercanas, y no solo en una relación de
amistad.
Podemos encontrar el patrón robanovias/robamaridos en la relación entre
hermanos, entre compañeros de trabajo o entre familiares.
Basta con que alguno de estos se convierta para nosotros en un modelo de
identificación, para que surja el peligro de terminar deseando la pareja de nuestro
modelo, creyendo haber caído enamorados.
Descubrir que a uno le ocurre algo así no suele ser motivo de orgullo, pero
aceptarlo y comprenderlo es la base de la sabiduría que puede evitar una catástrofe
anunciada.
No es algo que el nuevo enamorado haya expresamente buscado, y por ello la
sensación de enamoramiento que experimenta resulta para este muy real. Es una
vivencia impuesta, casi compulsiva… una pasión romántica.
Esa copia del deseo del otro se convierte en pasión amorosa, debido a las leyes del
mimetismo, pues desde el momento en que su amigo olfatea el enamoramiento, le cierra
el paso y entra en una guerra para preservar su objeto amoroso por ella. Esa oposición no
hace sino exacerbar el deseo, pues, como hemos visto, la oposición, el obstáculo o la
dificultad incrementan la sensación subjetiva de enamoramiento (en realidad, el deseo).
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Si he de decir la verdad, siento que Desirée es perfecta para mí. Nadie la ve como yo la veo.
Ella es divina, pero Joseba no le hace ni puto caso.
Él no la entiende ni la valora como ella se merece.
Solo está pendiente de él mismo.
Ella a veces me parece triste y desconsolada.
Me rompe el corazón ver cómo él pasa de ella.
Creo que Desirée se merece algo mejor. Alguien como yo, que sepa quererla y valorarla por lo que ella
verdaderamente vale.
Si el «capullo» de Joseba no es capaz de saber lo que tiene delante y no la trata mejor, creo que no voy a
poder contenerme y «tirarle los tejos».
Sinceramente, creo que ella se merece a alguien mejor. Yo resulto infinitamente mejor para ella que
Joseba.
Yo sí que siento hacia ella un verdadero y genuino amor y creo que tengo derecho a intentarlo y ser feliz
y hacerla feliz.
Estoy coladito y rendidamente enamorado de este ser tan maravilloso. Mis intenciones son sinceras.
Jamás he sentido un amor más puro y romántico…
Lo que este buey enamorado ignora es que sus sinceras consideraciones sobre su
amor pasional por la novia de su amigo están distorsionadas y son falsas. La verdad es
que se ha convertido en el títere del mecanismo mimético trivial que siempre consigue
transformar la realidad en una ficción romántica.
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Un triángulo amoroso de este tipo queda consolidado como una fuente de conflicto
y dolor para todos. Ese dolor puede llegar a ser tan adictivo para muchas personas que
nunca llegan a desear a nadie, si no experimentan esa rivalidad que da paso el
sentimiento romántico de la pasión amorosa.
La necesidad de dar una explicación racional a lo que uno siente o experimenta
emocionalmente es un potente modificador de la percepción de la verdad y de la
realidad. La psicología denomina a este proceso racionalización.
Usamos las racionalizaciones para ocultarnos la verdad aparentando una lógica que
al final nos saca de la realidad y nos lleva a vivir una ficción. Aplicamos un tipo de
pensamiento-plastilina para ajustarlo y encajarlo todo, bajo una apariencia de lógica,
sentido común y coherencia.
En este proceso la inteligencia general del sujeto (neocórtex) es suplantada. Queda
secuestrada y sometida como esclava al servicio del propio mimetismo y de las
emociones (pasión amorosa) que este produce como secuelas (sistema límbico).
Es nuestro mecanismo mimético basado en la red neuronal en espejo el que hace
nacer todo tipo de ficciones románticas en forma de sentimientos, pasiones, creencias
míticas, y que informan los diarios personales, las cartas de amor y la mayoría de los
guiones de novelas y películas románticas de nuestro tiempo.
Millones de personas en todo el mundo prefieren vivir dentro de estas ficciones
románticas en lugar de relacionarse sanamente con la realidad y aceptar que son víctimas
del espejismo mimético.
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Este enamoramiento supuesto nada tiene que ver con las cualidades maravillosas
que tu mente cree percibir en la persona deseada, habitualmente engalanada y
sobrevalorada por las atribuciones posteriores en forma de características fabulosas y
míticas de belleza, bondad, sex appeal, etc., que crea subordinadamente tu neocórtex
para explicarse lo que sientes.
Dichas atribuciones son generadas muy rápidamente por la parte pensante de tu
mente, que se encarga de adobarte con racionalizaciones ese enamoramiento que
experimentas, buscando entenderlo, justificarlo y convertirlo en aceptable mediante la
razón.
La historia que crea la mente racional respecto a que mi amigo no es la persona
adecuada para ella, mientras que YO sí lo soy no es más que otro artefacto. Esa
justificación moralizante nace del sistema espejo reflejándose y rebotando sobre tu
córtex racional, generando excusas y justificaciones para eludir la vergüenza, la culpa y
el resentimiento contra ti mismo por lo que sientes por la novia de tu mejor amigo.
Todo contribuye al olvido de la verdad última del mimetismo: la noción romántica
exige relegar al fondo de la memoria el modo en que has caído en el deseo de lo que tu
amigo desea, y te has convertido en un ser de segunda mano, en una copia del deseo de
tu modelo y mediador.
El masoquista empeño en alcanzar nuestro mal y destruir nuestras relaciones con
amigos íntimos nace de un antiguo condicionamiento presente en la especie humana que
también nos ha procurado muy buenas cosas. Ese condicionamiento que, desde
pequeños, nos ha llevado a haber aprendido de los demás que lo que es deseable desear
no es negativo per se. Pasamos de desear lo que desean nuestros padres, profesores y
maestros a desear lo que desean nuestros amigos, especialmente los más íntimos. Ello es
esperable, natural y sano, a condición de no confundir la realidad y la ficción y de no
entrar en rivalidad y en guerra con el otro.
La comprensible atracción (copia del deseo) por la novia de mi mejor amigo, por el
novio de mi hermana o por la pareja de alguien que resulta de algún modo modélico, no
tendría por qué pasar a mayores, si cada uno viviera en la consciencia y en verdad y
aplicara su inteligencia general al proceso.
El gobierno o control de la mente consciente y el ejercicio de su brazo armado, la
voluntad, permite a la persona afectada por el tirón mimético del robanovias combatir
esa sensación o impulso urgente de desear a aquella otra persona que desea su amigo,
desde la comprensión de lo que es bueno para ella y para su amigo, y salir de la ilusión
de creer que está románticamente enamorado de ella.
El modo ideal de librarse de este tipo de riesgo es siempre no llegar a incurrir en él.
No llegar a desear la mujer del prójimo es un mandamiento de la ley divina, pero es
además el único modo de evitar devastadoras consecuencias para todos.
Comprender que lo que nos jugamos es mucho resulta imprescindible: la rivalidad,
el resentimiento, el escalamiento del antagonismo y la violencia, son los efectos
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identificación (mi amigo), ha permanecido oculto para mí en toda la secuencia del patrón
robanovias y me ha llevado a imitar su deseo por su pareja, deseándola yo a mi vez.
Esa consciencia requiere salir del sistema de representación anclado en el
mimetismo y en las neuronas espejo y ver «desde fuera» todo el proceso que me afecta.
Caer en la cuenta de que mi amigo ha sido el modelo oculto de mi deseo por su
novia es reconocer la verdad técnica de cómo opera el mimetismo en mí, y poder volver
a aterrizar en la realidad, despertando del sueño de la ficción en la que el mimetismo se
tiende a instalar y consolidar.
Esta realidad puede resultar dura inicialmente, pero a largo plazo es lo único sano y
curativo.
«UNA DE DOS»
LUIS EDUARDO AUTE
Una de dos,
o me llevo a esa mujer
o entre los tres nos organizamos,
si puede ser.
(…).
(…).
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SEGUNDA TRAMPA:
EL CURIOSO IMPERTINENTE
O ETERNO MARIDO
Acabamos por desear que el ser amado sea infiel, para que podamos perseguirlo de nuevo, y experimentar
«el amor en sí».
DENIS DE ROUGEMONT
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Se trata de una novela corta incluida en El Quijote. Una historia de locura mimética amorosa dentro de otra
historia de locura mimética como es la de don Quijote.
Anselmo acaba de casarse con la hermosa y joven Camila. La boda se ha efectuado a iniciativa de
Lotario, que es el mejor amigo del feliz esposo.
Algún tiempo después de la boda, Anselmo le pide a Lotario un curioso encargo. Le suplica que le «tire
los tejos» y que seduzca a su mujer, para poner a prueba su fidelidad a él. Lotario se niega, indignado, pero
Anselmo vuelve a la carga y presiona a su amigo de mil maneras, contándole el carácter obsesivo de su deseo.
Lotario se resiste y le da largas durante un tiempo, pero al final finge aceptar para calmar a Anselmo.
Este prepara unos encuentros a solas entre los dos jóvenes. Se va de viaje y vuelve repentinamente, pero
le reprocha a Lotario que no se tome su encargo en serio, pues él quiere comprobar la fidelidad de su esposa.
La insistencia en su petición delirante hace que, finalmente, Lotario acceda y se termine enamorando de
Camila y esta de él. Lo que consigue Anselmo con su petición estrambótica es echar a Lotario y Camila en
brazos uno del otro. Al saber que ha sido engañado al mismo tiempo por su mujer y por su mejor amigo,
Anselmo se suicida.
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Todos y cada uno de nosotros solemos recibir ciertas dosis del deseo de los demás desde
la infancia. Ser el rey de la casa y tener el aprecio incondicional de padres y familiares
de nuestro entorno nos ayuda a creer que hay algo en nosotros digno de ser amado,
protegido y valorado. Por alguna extraña razón, esto le falta a todo «eterno marido» o
«curioso impertinente». En la infancia del que se va a convertir en un eterno cornudo
algo falló.
Quién no ha tenido una abuelita, para la que éramos su «tesorito», su «niño precioso
que está para comérselo», su «más bonito que un San Luis».
Sin embargo, para los curiosos impertinentes, esto faltó o al menos eso sienten
ellos. Por alguna razón, se perdieron estos cariños y mimos. De aquellos barros derivan
estos lodos amorosos. Algo falló y no pudieron recibir su dosis de «eres mi príncipe»,
«eres mi princesa».
Quizás el niño no tuvo tiempo de ser pequeño y objeto de atenciones y cuidados y,
al tenerse que hacer mayor muy rápidamente, quedó anclado en una necesidad obsesiva
de recibir adulación y cumplidos, más propia de un infante que de un adulto.
Lo cierto es que debido a ello, el curioso impertinente se comporta de una extraña
manera. No habiendo aprendido a desearse y aceptarse a causa de esos déficits
tempranos en su desarrollo en el cuidado y afecto incondicional parental, no ha podido
construir una imagen positiva de sí mismo.
No cree que sea merecedor de buenas cosas. En lo profundo sospecha que es un
fraude para los demás… No sabe quién es, ni puede quererse a sí mismo… No conoce
qué es lo que puede transformarle en deseable a ojos de los demás.
Ante ese déficit y esa ignorancia aplica el funcionamiento del mimetismo.
Como todos los demás narcisistas, intenta desearse (quererse a sí mismo) a partir
del deseo de los demás. Puesto que no encuentra nada en su interior que le pueda
granjear los méritos suficientes para ser deseado (querido) por el resto, va a intentar
convertirse en alguien deseado por las personas de su entorno a partir de su pareja
amorosa. Se trata de un deseo de ser deseado de los demás.
Lo intentará alcanzar mediante la ostentación de objetos físicos (lujosos, valiosos,
únicos) que desencadenen envidia o mediante la exhibición de una relación con alguien
que funcione como la cola de un pavo real, es decir como un objeto con el que
adornarse.
En su fuero interno no cree en su propio valor de amabilidad (cualidades o rasgos
que le hacen digno de ser amado). Puesto que duda de que merezca el amor de nadie y
no tiene fe en sí mismo ni en sus cualidades, se va a aplicar a compensar esos
sentimientos de malestar e inadecuación mediante varias estrategias:
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Que ningún lector piense que esto solo lo hacen los machos alfa con sus «hembras-
bandera». Muchas mujeres hacen exactamente lo mismo exhibiendo a sus fascinantes
parejas masculinas.
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Y, sin embargo, ¡ay…! la catástrofe avanza sin que el curioso impertinente la vea venir.
Presumir de pareja ante los amigos, especialmente los más cercanos, resulta
siempre una actividad de alto riesgo, tal y como nos han enseñado las más grandes obras
de la literatura universal.
Eso es precisamente lo que precipitan estos «eternos maridos».
Pisan el acelerador sin saberlo hacia su propia ruina sentimental y amorosa y al
mismo tiempo hacia la ruptura de las relaciones con su entorno de amistades. Nada le
gusta más al curioso impertinente que escuchar a sus fascinados amigos expresar
comentarios elogiosos hacia su pareja y llenos de envidia hacia él como los siguientes:
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Con el tiempo, el eterno marido verá confirmadas sus propias sospechas acerca del
carácter inestable del vínculo con su amada, al ser engañado primero y abandonado
después por ella, tal y como ocurre en la novela cervantina alojada dentro del texto del
Quijote, cuyo título es El curioso impertinente.
Es un impenitente imprudente (o curioso impertinente) al que el riesgo en el que
pretende jugar acaba por transformase en un siniestro total, ganándose a pulso el
convertirse en un cornudo.
Si no comprende el funcionamiento mimético del deseo, repetirá una y otra vez a lo
largo de su vida los errores que le llevan fatalmente a los mismos resultados. Profecías
que siempre se autocumplen que serán después racionalizadas por el neocórtex en forma
de su recurrente mala suerte, el carácter traidor de las amistades, la maldad de la
especie humana, o la ductilidad de las mujeres….
Y es que, sin duda, su actitud con su pareja y con su entorno informa a todo el
mundo del carácter débil y frágil de su psicología y de la inestabilidad básica de ese
vínculo.
Es como si el curioso impertinente llevara escrito en su frente algo así: «Soy un
perdedor nato. Necesito que me apoyes con tu admiración y tu envidia porque de lo
contrario no seré capaz de salir adelante. A pesar de todo, lo cierto es que muy pronto te
darás cuenta de que en el fondo soy un capullo y no merezco nada bueno en la vida,
menos aún la pareja que ahora tengo. A decir verdad, temo que tú o bien otros me la
arrebaten».
Este pensamiento, por muy recóndito y escondido que se encuentre en la mente del
curioso impertinente, se termina manifestando en el exterior y hace estragos en sus
relaciones con los demás y pasa a ser muy pronto una profecía que se verá autocumplida.
La psicología advierte contra el peligro del llamado efecto Pigmalión o profecía
autocumplida que consiste en crear con nuestra actitud una respuesta simétrica en los
demás.
El fenómeno archicomprobado una y otra vez experimentalmente de que los demás
leen de forma inexorable nuestra actitud mental interna hacia nosotros y hacia ellos, y
tienden a copiarla con su propia actitud y conducta que resulta simétrica. Las neuronas
espejo del otro «adivinan» esa actitud y la replican.
Así es cómo los demás se hacen una imagen muy aproximada de la poca valía de
este «eterno marido» y, a través de su interacción con él, le confirman tarde o temprano
todo lo que tan despreciativamente opina de sí mismo.
Muy pronto, los ataques de celos, las paranoias, las recurrentes exigencias y las
pruebas de fidelidad, así como los intentos de poseer y restringir los movimientos de su
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pareja hacen el resto, induciendo a esta a intentar eludir el cerco mental o físico en que le
encierra el celoso.
También esta profecía se autocumplirá y se materializará en la famosa infidelidad
que termina adornando la cabeza del celoso marido, convirtiéndole al mismo tiempo en
el celoso cornudo.
El curioso impertinente, a falta de una comprensión cabal de lo que le ocurrió, se
transformará en alguien que repetirá de forma recurrente el mismo patrón de
comportamiento en cada una de sus relaciones amorosas.
Con el tiempo y la insistencia en cometer los viejos errores, en lugar de hacerle
escarmentar, aprender y madurar, le hará abonarse al viejo adagio de que «todas las
mujeres son infieles o de que todos los hombres son unos cerdos» y maldecirá su
recurrente mala suerte en materia de amores, acusando al destino y clamando
desconsoladamente al cielo y preguntándose como la popular copla que cantaba Imperio
Argentina, «El día que nací yo, ¿qué planeta reinaría?».
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1. Necesita usar el deseo de los demás por su pareja (real o ficticio) como forma de
reforzar su deseo por esta. Cuanto más envidiado es, más crece su deseo por su
pareja puesto que el mercado mimético funciona también a la inversa; el precio
del pibón con el que sale es tanto más elevado como el número de personas que
lo desean, es decir, envidian.
2. Pasa del «necesito que me enviden para valorarme», al satánico «necesito que
otros deseen a mi pareja para desearla yo mismo». El deseo de los demás le
confirma al siempre inseguro curioso impertinente que esa es la pareja que
merece de verdad la pena. De ese modo, su propia pasión por su pareja necesita
ser mantenida mediante un combustible mimético: el deseo fascinado de los
demás. Necesita siempre de más y mejores competidores para que crezca el valor
del objeto (su pareja), y por lo tanto, el propio valor psicológico como individuo.
3. Desarrolla una actitud paranoide y celosa. En ese pecado va la penitencia
incluida, puesto que, al mismo tiempo que despeja las dudas sobre si su pareja es
«deseable», ofreciéndola al deseo ajeno, vacila respecto a su propia valía
personal como partner en una relación de pareja cada vez más amenazada y
precaria, debido a que a su alrededor se acumula un número creciente de
posibles competidores
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Resulta muy interesante el análisis del proceso mimético en el caso del eterno marido
por el hecho de que se corresponde con la posición generalizada de una buena parte de
los individuos en una sociedad narcisista como la actual.
El narcisismo en psicología se refiere al hecho primordial de una ausencia de
genuina autoestima que conduce a quien la sufre a una conducta externa que intenta
compensar esa carencia, mediante una actitud en las relaciones diametralmente opuesta.
El término narcisismo procede de un mito griego. El mito de Narciso habla de un
personaje que se enamoró de su propia imagen reflejada en las aguas de un estanque y
cuyo destino fue consumirse en un deseo insatisfecho de sí mismo, ahogándose en el
mismo estanque que le reflejaba.
Para un narcisista el resto del mundo no existe, si no es en su condición de espejo
de sí mismo. Se obliga a buscar a los demás para poder reconocerse y persigue en ellos
un tipo de valoración que le falta en lo más profundo de su ser.
La configuración temprana de la personalidad narcisista puede explicarse desde la
psicología clínica sobre la base de una carencia emocional temprana producida por
madres psicológicamente tóxicas, emocionalmente frías o indiferentes que experimentan
una agresividad encubierta hacia su hijo o hija.
La megalomanía propia del narcisista obedece a sus profundos sentimientos de
inadecuación, inseguridad, miedo, privación y rabia.
La sensación que proyectan de ser únicos, importantes y diferentes a los demás no
es más que una compensación exterior. Explica por qué los narcisistas buscan a la
desesperada en los demás su propio reflejo (espejo). Pretenden encontrar en la mirada
del otro algo que les confirme la mentira en la que se desenvuelven. Algo que les
permita vivir de esta sobrevaloración ficticia. La tragedia para un «narciso» es que nunca
resulta suficiente. Como el adicto, siempre necesita una dosis suplementaria «para estar
bien».
Así, aunque el narcisista aparece como alguien «que va sobrado» de autoestima
debido a su aparente arrogancia, prepotencia y seguridad en sí mismo, no hay nada más
lejos de la realidad.
No es extraño por tanto que muchas personas sufran hoy día en nuestra sociedad el
patrón tóxico propio del curioso impertinente o eterno marido en sus relaciones
amorosas.
La necesidad de superar el vacío existencial mediante la transformación en un
«dios» para los demás explica que muchos sean perfectamente capaces de vivir en esa
ficción, convirtiendo todas las relaciones en la fuente de una gratificación especular
característica del narcisismo.
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Los demás son convertidos en meros espejos que devuelven al narcisista supuestas
miradas fascinadas que le suministran a diario su dosis de heteroestima.
El narcisista vive necesitando ser el objeto de esas miradas y de la admiración de
los que le rodean. Y en caso de no ser el objeto de esas miradas, es capaz de todo con tal
de suscitarlas, incluso de sacrificar su propia relación de pareja.
De ahí precisamente procede el principal peligro en sus relaciones afectivas y el
surgimiento del patrón tóxico del curioso impertinente. En que no dudará en inmolar en
el «altar de su ego herido» a su propia pareja, exponiéndola repetidamente a las miradas
fascinadas y envidiosas de los otros.
Algo así como: «Contemplad esta persona tan maravillosa y a su maravilloso y no
menos fabuloso propietario». En este sentido, vive a su pareja como un mero objeto de
adorno, que habla de él. Lo mismo que un reloj caro y un lujoso automóvil nos dan
pistas sobre la calidad de su dueño, su pareja no deja de ser y sentirse como ese objeto,
usado para mayor gloria y loor de su propietario.
Hay que hacer oídos sordos a sus protestas de que todos se fijan en él, todos le
imitan, todos desean copiarle, todos desean a su pareja. Todo forma parte de esa tramoya
social de la que tiende a rodearse el narcisista. No son más que falsas alegaciones que
esconden una muy oculta satisfacción interior. El narcisista se sonríe cuando se ve
envidiado por los demás por la fantástica y exuberante pareja que exhibe.
Por eso terminan siendo víctimas de su propia representación teatral. Los que viven
inicialmente con la sensación de que todos les envidian, y admiran, no tardan en creer en
la ficción de una confabulación universal en la que todos parecen empeñados en
perjudicarle, atacando su felicidad en las relaciones de pareja que mantiene.
Lo que le preocupará más a uno de estos narcisos, cuando es abandonado por su
pareja, es lo que este proceso significa socialmente, esto es, la desmejora exterior, para
su imagen y por lo tanto para su cotización.
Así expresaba su desazón uno de estos narcisistas, heridos en su orgullo, cuando su
pareja lo deja: «Lo que más me duele no es que me dejes, sino que me reemplaces».
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TERCERA TRAMPA:
LA MISIÓN IMPOSIBLE,
DONJUANES Y MESALINAS
El obstáculo más grave es el que se prefiere por encima de todo, pues es el más adecuado para aumentar la
pasión.
DENIS DE ROUGEMONT
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Por eso los afectados por este patrón sienten que solo les enamoran, atraen o
seducen ciertos tipos de «objetos imposibles». Son los únicos que para ellos merecen la
pena. Para estos héroes empedernidos, un NO significa ADELANTE, y un SÍ significa
STOP. GAME OVER.
Esos «objetos imposibles» o difíciles de amar obsesionan, encantan, y llegan a
pervertir el deseo de una persona por una única y exclusiva razón: porque son, o
aparecen para ellos, como objetos imposibles de alcanzar.
Quien dice objeto, dice objetivo.
De ahí que la misión de alcanzar objetos imposibles sea siempre una «misión
imposible» porque sencillamente no es posible lograr el objetivo.
Este patrón enloquecedor convierte la vida de muchas personas en un verdadero
infierno. Cuanto más dificultoso, complicado, inaccesible es el objetivo, el adversario, la
prueba o el riesgo, mayor va a ser la atracción que experimenta aquel al que su misión
imposible convierte en un «superhéroe».
Solo el carácter imposible de la misión de conquistar, tener, apropiarse del amor de
esa persona, la transforma ante sus ojos en un objeto (objetivo) deseable, adorable o
amable.
La paradoja está servida, pues únicamente la derrota confirma que el objetivo
amoroso era deseable. Y de modo contrario, la conquista del objetivo conlleva una
sensación de derrota pues demuestra que no era el verdadero objetivo a ser alcanzado.
Si la razón por la que a estas personas les gusta X es tan solo que X tiene el estatus
de «objeto inalcanzable», tan pronto como dicho objeto pierde dicho estatus mítico deja
de interesarles, pues ya pierde su calidad de deseable.
Así ocurre en la realidad.
Tan pronto la necesidad de realizar un duro esfuerzo o de superar el obstáculo
desaparece se acaba la misión imposible, y el objetivo, ahora ya accesible, vencido y
conquistado ya no importa. Desaparece de su área de interés tan rápida y repentinamente
como antes se le manifestó su deseo o interés por él.
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Cada año vemos en las cumbres del Himalaya cómo algunos pagan con sus vidas el
efecto de la absurda compulsión de buscar siempre aquel objetivo que más y mejor nos
destruirá.
El amante conquistador de las cumbres del amor, en pos de la aventura de coronar
el monte del alma de su «inalcanzable amada» es el doble exacto de aquellos montañeros
que sienten cada año la «llamada de las cumbres». Siempre más y mejor. Más cumbres y
más altas.
La cumbre alcanzada no significa nada para todos los escaladores miméticos.
«Prueba superada» y «cumbre alcanzada» suelen significar nueva y humillante
decepción y nuevo deseo por superar lo ya alcanzado, fijándose otro tipo de objetivo.
Nada más culminar, pierden todo interés por el pico. El triunfo suscita la duda sobre si
esa elección era la correcta pues, finalmente, «lo han podido hacer». Si han podido
superar esta montaña, ello prueba que este objetivo no era suficientemente difícil. Estaba
mal elegido. Si, por el contrario, la montaña puede con ellos, entonces esa será la señal
de que el objetivo SÍ merecía la pena. Una verdadera locura, propia de masoquistas.
Buscan en algo de veras imposible de alcanzar el siguiente objetivo a batir. La
próxima montaña que, por ser la más difícil, será el objetivo verdaderamente interesante.
A este objetivo dedicará todos sus esfuerzos y su vida entera (de forma obsesiva).
Todo con tal de conseguir llegar a la cumbre y vencerlo. Una obsesión que lleva la
semilla de su autodestrucción.
Esta tendencia a la propia humillación no es masoquismo, sino el efecto de un
mecanismo reflector de las neuronas espejo, que confunden «lo que no se puede», con lo
que «verdaderamente merece la pena».
El amor al riesgo, querer vivir al límite, flirtear con el peligro, la sed de aventuras
locas y románticas, el siempre más allá, la voluntad de superación, el deseo de
trascender los límites, de atravesar fronteras «hasta el infinito y más allá», de batir todos
los récords…, no son más que las expresiones sociales del mismo mecanismo mimético
de búsqueda de la misión imposible.
Una locura social tan extensa y aceptable como seguro y claro es su destino fatal.
De victoria en victoria, hasta la derrota final.
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Todos los educadores saben que hay dos modos de conseguir que un niño haga algo:
También saben que la segunda vía tiene muchas más probabilidades de ser efectiva
que la primera, pues las sugestiones negativas tienen más fuerza que las positivas.
Cualquier buen hipnotizador también lo sabe. Es más fácil sugerir cosas de forma
negativa que positiva.
Si le dices a un paciente: «Imagina un elefante rosa», es probable que te diga que le
cuesta hacerlo. No obstante, al decirle: «No quiero que pienses en un elefante rosa», es
casi seguro que el paciente lo esté visualizando ya desde ese momento.
Todos hemos comprobado las enormes dificultades cuando queremos hacer «de
celestina» y presentar a esa amiga, soltera y sin posibilidades, a ese amigo nuestro,
también sin muchas posibilidades, que le va como anillo al dedo. Qué bien estarían
juntos… y sin embargo… ¡Maldición! Cuantos más esfuerzos hacemos todos, desde
todos lados para emparejarlos, peores son los resultados.
Por el contrario, es mucho más fácil venderle la «burra coja» si se le dice a ese
mismo amigo acerca del carácter inaccesible e imposible de esa misma chica. De cómo
todos los que intentan salir con ella salen desairados. Las sugestiones indirectas hechas
al oído del potencial conquistador del tipo: «No creo que puedas conseguirlo, pues es
una tía fuera de serie» tienen todas las papeletas para lograr el efecto contrario,
incendiando el deseo del soltero amigo. Lo mismo ocurre si se hace lo mismo con la
amiga. Y si, además, ambos creen en el carácter inaccesible del otro (aunque no del todo
inaccesible), pues se producirá el chispazo.
Estas son algunas de las sugestiones negativas más fascinantes para el que cae en el
virus de la misión imposible:
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convertirán en dioses, sino que se verán expulsados del paraíso, abocados a un eterno
retorno.
El juego de repetir una y otra vez el mecanismo mimético de buscar la falsa
trascendencia del ser a través de superar objetos y misiones imposibles significa entrar
en el mundo del pan ganado con el sudor de la frente, de la ambición, de la necesidad del
engaño, la simulación y la seducción y la violencia como catarsis final.
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¿Tiendes a intentar seducir y salir con personas solo para, una vez conseguido el
objetivo, dejar caer la relación rápidamente?
¿Vives tus conquistas amorosas como un escalador que anota las montañas que ya
ha superado?
¿Eres coleccionista de examantes despechados a los que, una vez conquistados,
dejaste aparcados en las cunetas del amor?
¿Te sientes atraído por todo tipo de relaciones imposibles?
¿Eres una persona que va de flor en flor sin rematar con ninguna relación amorosa
estable?
Uno de los personajes más clásicos de la literatura es Don Juan, de quien se dice
que «a los palacios subía y a las aldeas bajaba», sin más objetivo que seducir a mujeres
que pertenecían a otros.
Para el Don Juan, las mujeres, lo mismo que para su correlato femenino, la
Mesalina, las personas a las que seduce, no son más que objetos de una larga colección.
Su actitud revela un voraz y frenético deseo de seducir, asediar, someter,
amancebar, poseer y finalmente abandonar y dejar tiradas a sus presas. Amar el
obstáculo solo hasta que deja de serlo es el núcleo central del proyecto de conquista que
motiva a todos los donjuanes y las mesalinas de todos los tiempos. Ese deseo, ya lo
sabemos, no viene dictado por el amor verdadero sino por el más rabioso mimetismo,
enervado y exacerbado ya solo por prohibiciones, vetos o tabúes, reales o presuntos que
a los donjuanes les energizan.
Los estragos que provocan este tipo de personas en nuestra sociedad actual son
inenarrables, pues pueden ser cientos o incluso miles los incautos que caen en las redes
de uno solo de estos donjuanes o mesalinas a lo largo de su vida. Mi libro anterior Amor
Zero está dedicado a las víctimas de todas estas personalidades destructivas.
El otro es considerado como un mero objeto que debe ser consumido antes de que
otro (el rival real o potencial) se abalance y les prive de él. Se trata de arrebatar el objeto
al contrario, presuponiendo que eso es lo que va a resultar valorable.
De nuevo el artefacto mimético está en marcha.
Para un donjuán o una mesalina el otro no es un compañero humano en la pareja,
sino un mero objeto de satisfacción.
Puesto que el otro es cosificado como presa, una vez consumida la presa, se puede
descartar fríamente y tirar a la basura sus despojos.
Donjuanes y mesalinas están ojo avizor para detectar dónde se encuentran
potenciales affaires a base de descubrir los elementos obstaculizadores o los rivales que
les señalan los posibles objetivos. Cada objetivo debe ser tomado y destruido para
desposeer de él al rival.
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El rival suele ser habitualmente alguien real con el que se cruzan, y la presa, su
pareja.
El rival puede existir solo en la imaginación del donjuán o la mesalina o ser una
mera prohibición. Entonces, cada objeto que pasa al lado de ellos, puede ser considerado
como un posible objetivo, pues sugiere la existencia virtual de un rival a batir en forma
de transgresión. Van a por todo lo que se mueve.
Don Juan se lo pasa en grande seduciendo a las novias y a las mujeres de sus
amigos, mientras Mesalina se divierte arrebatando a los novios o maridos de sus amigas
y conocidas.
Los donjuanes buscan, asedian y enamoran a las mujeres de otros, prometiéndoles
el oro y el moro. Las seducen y embelesan con cantos de sirena, protestas de amor, etc.,
usando cualquier tipo de lenguaje romántico en verso o en prosa para «tocar» y «hundir»
el barco que ha resultado ser su objetivo.
Las mesalinas, tras seducirlos sexualmente, someten, subyugan y humillan a los
hombres, que, fascinados, suelen caer derrotados, presos de una súbita y poderosa pasión
sexual y amorosa que los consume.
Mediante todo tipo de estratagemas, incluida una extraña facultad hipnótica que
suelen tener, tienen a gala dominar y «hacer bailar» al son de la música que ellos quieren
a sus nuevos amantes que quedan así prendados y enamorados…
Sus historias de conquista revelan que vencer a las demás rivales es a la postre lo
único que les importa.
Sus dependientes y sumisas víctimas son abandonadas después de usadas, y
despreciadas olímpicamente como material ya utilizado o desecho de amoríos.
Lo hacen con total frialdad y sin ningún sentimiento de culpa.
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Juegan con sus víctimas como el gato con el ratón, antes de, finalmente,
descartarlas, despreciarlas y dejarlas destruidas, desesperadas.
Don Juan y Mesalina son arrastrados por el mimetismo a un único objetivo: derrotar
a sus rivales y triunfar de ellos. Para vencerles es imprescindible arrebatarles su preciado
objeto.
Una vez arrebatado, este ya no tiene ningún valor.
Se tira y punto.
Y por ello, el objeto suele quedar destrozado.
Don Juan y Mesalina viven en un mundo ficticio en el que solo perciben rivales y
presas. Tan solo hay presas a las han de poder depredar y desposeer de sus legítimos
propietarios. Nunca desean por sí mismo al objetivo amoroso y por eso nunca hay amor
real detrás de esos supuestos flechazos. La persona a la que seducen les sirve para dejar
derrotado y vencido a su anterior pareja o pretendiente.
Sin embargo, en el pecado llevan incluida la penitencia, pues poseer a todas las
mujeres o a todos los hombres de sus rivales equivale a no poseer a ninguno en verdad.
El donjuanismo y el mesalinismo son proyectos abocados a la frustración amorosa y
al vacío.
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Para ellos no puede existir nunca una verdadera relación de pareja. No pueden dar
nada ni aún menos recibir.
Sus parejas son víctimas de reposición rápida. Pura carnaza con las que satisfacen
un apetito insaciable por vencer a siempre más y mejores rivales. De ahí que los
donjuanes y mesalinas terminen en un purgatorio o incluso en un infierno en vida de
nunca terminar de rematar la consecución de su objetivo por la lógica infernal del deseo
mimético.
Con nada ni con nadie pueden aplacar esa sed de lo imposible y de lo inalcanzable,
pues para ellos, el proceso de beber acarrea más y mayor experiencia de nueva sed.
Ningún teólogo objetaría definir esta experiencia como un verdadero infierno en el
sentido más literal de la palabra. A este infierno en el que estos demonios viven,
arrastran a sus víctimas haciéndoles experimentar lo que yo he denominado el AMOR
ZERO.
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CUARTA TRAMPA:
LA COQUETA O EL CHICO MALO
(BAD BOY)
El truco de toda coqueta para provocar el deseo de otro es mantenerlo ignorante de su intento de suscitarlo.
RENÉ GIRARD
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Para convertirse en objeto del deseo del otro necesita un modelo. En este caso, el
modelo va a ser él mismo. Deseándose a sí mismos, los chicos malos y las coquetas
utilizan un tipo de sugestión negativa que ya hemos visto, funciona especialmente bien
en la especie humana.
De ese modo, podrán suscitar la imitación y, por lo tanto, la copia de ese deseo de sí
mismos en los otros.
Dicha sugestión va a ser la de negarse a sí mismos. Aparentar una «total ausencia
de deseo por el deseo de los demás». Se mostrarán como personas indiferentes al deseo
de los otros, precisamente, para mejor suscitar ese deseo.
Las formas que adopta la coquetería tanto femenina como masculina varían mucho.
Van desde la ostentación y pública exhibición de lo más excéntrico y vanguardista
en su forma de vestir, hasta la adopción de ideologías o filosofías extrañas que puedan
epatar y dejar fascinados a los que ellos consideran su público, es decir, los otros.
El otro es siempre un fascinado espectador de las estrategias que despliega la
coqueta. Alguien que muerde fácilmente el anzuelo de dar crédito a esa especial cualidad
que la hace tan diferente al resto de los mortales.
Dicha cualidad convierte a la coqueta en un objeto deseable, casi divino, por el que
hay que luchar y que hay que intentar poseer cueste lo que cueste.
Las coquetas lo saben bien y por eso fingen un aparente desapego que castiga y
pone los dientes largos al ingenuo pretendiente que se desespera bajo los efectos del
mimetismo. Ignora que no es más que una pura estrategia destinada a poner a su servicio
las leyes del mimetismo y la máquina de desear.
La estrategia de la coqueta sigue un patrón muy clásico que consiste en:
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Nos suelen querer convencer de que no siguen ninguna moda, ninguna tendencia o
forma preestablecida en su forma de vestirse, cortarse el pelo o dejarse la barba.
En el nivel más superficial su aspecto y su discurso verbal proclaman al mundo
entero algo así como:
Todos estos discursos están al servicio de ocultar al mundo entero la más cruda
verdad acerca de sí mismos.
Su pretensión de autonomía y de originalidad debida a no necesitar el deseo del
deseo de los demás se viene muy pronto abajo cuando descubrimos que en el nivel más
profundo de la coqueta se esconde más bien lo siguiente:
Las estrategias que la coqueta ordena para alcanzar sus objetivos demuestran que la
verdad última es que es igual a los demás en su deseo del deseo de otros.
No son menos víctimas del deseo del deseo de los demás, sino que este deseo del
deseo permanece ocultado por su estrategia social: la simulación de indiferencia y
autonomía.
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Y es que las coquetas e indiferentes no hacen nada que pase desapercibido a los
demás. Necesitan que estos sepan de su indiferencia. Que conozcan que no los necesitan.
Que se enteren de que son tan independientes que no precisan del deseo de ninguno de
ellos.
Los coquetos e indiferentes simulan huir de la ley del deseo mimético, sin embargo
son, más que nadie, esclavos de ella. Cuanto más pretenden escapar al deseo del deseo
de los demás más esclavos se vuelven de estos.
Debido a que conocen mejor que nadie cómo funciona la loca máquina de desear, la
usan a su favor descaradamente y con enorme disimulo para elevar su cotización.
Puesto que saben que todos imitan a alguien, las coquetas y los bad boys simulan no
necesitar ni imitar a nadie. Viven en el eterno postureo de aparentar ser rebeldes,
autónomos e independientes, para convencernos de que no desean el deseo de nadie.
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Hay que aclarar que un bad boy o chico malo no es más que una coqueta bajo el
disfraz de tipo duro e inasequible. Sigue el mismo patrón de buscar epatar y obnubilar al
otro por su carácter indómito e inconformista. Pero son las mismas estrategias miméticas
las que le guían: colocarse como objeto imposible o inasequible ante el otro.
Coquetas y chicos malos saben que aparecer ante los demás como seres
independientes e indiferentes es el mejor modo de lograr encandilarlos y seducirlos.
Bajo el maquillaje de esta actitud fría, indiferente y distante, se encuentra al final la
verdad de los seres más dependientes y «de segunda mano» que quepa imaginar.
Su secreta y oculta ambición es siempre ser vistos y mirados (admirados) por todos
los demás, fascinados por ese plus de autonomía que aparentan tener.
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Al igual que don Quijote, es arremetiendo contra los pacíficos molinos de viento,
como terminamos convencidos de que son auténticos gigantes los que nos derrotan.
La mutua mirada fascinada de los que creen míticamente en la autonomía e
independencia del Yo del otro asegura la pervivencia de la locura colectiva de una
sociedad en la que todos están continuamente intentando, desde la envidia y el
resentimiento, convertirse en el otro.
La coqueta es la que mejor lo ha entendido y elige conducir los deseos de los
demás. Antes que ser conducida ella misma por deseos ajenos intenta someter a los
demás a su ley, haciendo que los demás la deseen. Incapaz de valorarse en verdad, toda
coqueta debe saber simular que dispone de una extraordinaria y formidable estima de sí
misma, que sea susceptible de atraer el deseo de los otros. Para eso debe desplegar un
verdadero dominio y control de sí misma y de su deseo. Su estrategia requiere la
contención y ascesis de su propio deseo.
Nunca puede dejarse llevar de su deseo.
Su indiferencia, el repliegue interior, la disimulación de deseos que posee hacen
nacer la pasión en los demás y fomenta que estos se sometan a su ley.
Y, sin embargo, la coqueta, a pesar de su aparente indiferencia, sabe que todo lo
que logra procede de la extraordinaria manipulación del deseo del otro que consigue su
estrategia, y no de su intrínseca capacidad de ser amada por quien ella es.
Por ello, se desprecia a sí misma y desprecia aún más a aquellos amantes que una y
otra vez caen embelesados por sus finas maneras y refinados fingimientos.
Su aparente autoestima que le garantiza el éxito en la manipulación de los demás,
convirtiéndolos en dóciles amantes, termina aumentando un sordo resentimiento y
desprecio por sí misma que crece con el tiempo.
Su estrategia de éxito aparente le conduce al fracaso.
Yolanda tiene solo veinte años. A pesar de que no es de las más bellas o agraciadas, lo cierto es que tiene un
enorme encanto que atrae las miradas de los chicos.
Es la reina de todas las fiestas y reuniones sociales. Los hace bailar al son de su música. Su felicidad,
apertura y sensación de «ir sobrada» cautivan a todos los posibles pretendientes, que la ven como un ser
inalcanzable.
En la cotización social de las chicas populares, ella es el valor más alto.
Y es que, en su fuero interno es consciente de que ningún tío puede resistirse a ella. Sabe lo que tiene que
hacer cuando decide que uno de ellos caerá en la red de su fascinante encanto.
Conoce todos los trucos para conseguirlo, como dice ella.
Sobre todo el que resulta infalible: dedicar todo su desdén, ignorancia supina e indiferencia a la persona
que ella elige cada vez como diana.
Ángel es el pobre incauto que ha sido elegido hace poco. Como las demás víctimas depredadas por
Yolanda, Ángel también pasa por varias etapas. Primero, siente extrañeza y desazón al verse relegado,
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ignorado y desairado a cada paso por ella. Se siente confuso, pues no ha hecho nada para merecer tamaños
desprecios.
Yolanda habla con todos menos con él, se ríe con lo que cuentan sus amigos, mientras que cuando él
habla mira a otro sitio aparentando aburrirse soberanamente. Varias veces ha comprobado que Yolanda
bosteza tan pronto él toma la palabra.
Entonces crece la curiosidad de Ángel por Yolanda, una chica en la que apenas había reparado nunca y
que, ahora, de repente le distingue a él con el «látigo de su indiferencia».
Ángel se pregunta el porqué de ese desdén y desinterés. Su curiosidad crece y le lleva a acercarse a ella
para intentar saber el motivo que le lleva a portarse así con él.
Desea conocer por qué es maltratado.
Su curiosidad se transforma en enfado y resentimiento contra ella.
Sin embargo, cada vez que intenta establecer contacto con Yolanda por mail, teléfono o en persona,
recibe un jarro de agua fría. Una mala cara, una mala contestación o simplemente el pasotismo y la
indiferencia hacia él.
Ella nunca le contesta a sus requerimientos.
En Ángel crece la sospecha de que la mala actitud de Yolanda hacia él es algo que nace de su propia
incapacidad para merecerla como amiga.
Durante innumerables noches se obsesiona pensando si ella es buena o mala persona.
Aunque Yolanda nunca le había gustado, se sorprende a sí mismo imaginándose saliendo con ella como
pareja. La ve en un pedestal de divinidad al que él, pobre mortal, no puede acceder.
Al cabo de un tiempo, se siente enamorado de Yolanda. La sensación de enamoramiento crece en la
misma medida en que ella le sigue dando cada vez más «caña», negándose a contestar a sus mensajes, verle o
hablar con él.
Al cabo de pocas semanas, sus amigos y su familia creen que Ángel ha perdido el juicio. Ya no duerme
por las noches, dándole vueltas en su mente al tema de su amor por Yolanda.
Ha «cortado» con la chica que era hasta ahora su novia porque todo este tema le ha trastornado mucho.
Ya no le interesa nada ni nadie excepto la fatal Yolanda que sigue sin hacerle ni caso.
Ha abandonado incluso su trabajo porque dice que ya no está motivado.
Finalmente, al cabo de mucho pensarlo y de hablarlo con su más íntimo amigo, se decide a declarar su
amor a Yolanda en persona e intentar dar un paso definitivo para que ella le acepte como pareja.
Yolanda se ríe de todo esto.
Para ella no es más que un juego.
Ángel nunca le ha interesado sino como un cobaya más en su laboratorio. Le sirve para demostrarse a sí
misma que puede conseguir a cualquier tipo que ella se proponga.
No es el primero que ha caído en sus redes. Ni será el último. Jugará a este juego con Ángel durante un
tiempo más, mientras a ella le divierta o convenga, le cuenta a la única amiga que tiene, su psicóloga clínica.
Después ya verá lo que hace con él.
Lo más probable es que, después de usado, del modo que ella vea conveniente para sus intereses, lo
mismo que a los demás hombres-kleenex (así los llama Yolanda), deje tirado en la cuneta a Ángel.
Ángel pasará a ser un juguete roto más del capricho de la fatal Yolanda. Ha enloquecido por lo que él
cree ser una pasión amorosa pura y está perdidamente desesperado por la posible pérdida de ese ser único y
divino que le ha tenido y mantenido en vilo tantos meses, para después soltarlo.
Analizando con su psicóloga lo que siente al hacer esto, Yolanda dice que tiene una sensación de
inmenso poder y control sobre la vida de los tíos que caen en ese juego, y que experimenta al mismo tiempo un
enorme desprecio por ellos.
Al profundizar con su terapeuta en estas experiencias con los hombres a los que consigue tan fácilmente,
Yolanda reconoce que ninguna de estas relaciones le ha producido nunca una verdadera felicidad. Todo lo más
cierta satisfacción para su ego.
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Dice que sabe cómo conseguir «cualquier fruta en ese mercado barato que son los tíos que ella sabe
manipular». Añade que lograr a cualquier tío no depende más que de saber cómo administrar bien los tiempos
y tocar las teclas adecuadas.
Le confiesa a la psicóloga su truco: «Mi método secreto es darles caña y que nunca sepan de mi interés
por ellos. Todo lo demás es pan comido».
Sin embargo, a pesar de dominar la técnica de la seducción desde la manipulación, Yolanda dice que no
se valora mucho a sí misma. Siente que verse obligada a recurrir a esos trucos y a manipular así a los hombres
para que estén con ella es un síntoma indudable de su escaso valor real como mujer. Dice a su psicóloga que,
con el tiempo, los innumerables éxitos que ha cosechado con los hombres, arrastrándolos en pos de sí le han
sembrado la duda y que ya no aguanta más este tipo de vida. Desea lo que nunca ha tenido en verdad: una
relación de amor auténtico pero siente que no sabe cómo conseguirla.
Al final, Yolanda también está experimentando en su vida la misma desesperación que las incautas
víctimas de su capacidad de manipulación. Cuantos más éxitos consigue, menos tiende a valorar lo conseguido
y a sí misma.
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QUINTA TRAMPA:
EL PAGAFANTAS O MÁRTIR DEL AMOR
Solo hay un objeto cuyo valor el masoquista se considera capaz de estimar: este objeto es él mismo y su
valor es nulo.
RENÉ GIRARD
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Su dependencia, aun así, no resulta evidente para ellos y suelen encubrirla con un
autoengaño permanente.
Su enorme corazón, unido a su formidable capacidad para intuir lo que el otro
necesita e inmediatamente proveer a ello, así como su infinita tolerancia a la frustración
(de ver una y otra vez que sus parejas pasan de ellos o los ignoran), les llevan con
frecuencia a considerarse a sí mismos como una especie de «mártires del amor».
Mártires de un amor asimétrico sin reciprocidad alguna.
Resulta patético escuchar en la consulta las racionalizaciones o falsas teorías que
utilizan los pagafantas para sobrevivir a su recurrente experiencia de ser una y otra vez
olvidados e ignorados y ninguneados por sus parejas.
Puesto que no hay gratificación alguna para ellos salvo en subvenir a las
necesidades de los otros, los pagafantas racionalizan que «quieren tanto a sus parejas»
que dejan de existir como seres humanos, renunciando a esperar nada de ellas. Su
dedicación aparenta ser un amor inconmensurable.
Han dejado de ser voluntariamente seres humanos con sus propias necesidades y se
encuentran «al servicio de».
Abdican de su derecho a la felicidad que consiste en esperar ser amados por el otro.
Se conforman con el sucedáneo de «ser necesitado».
Una vez más, el mecanismo que opera en los pagafantas no es otro que el
mimetismo.
En algún momento de su existencia, y por diferentes razones tiraron la toalla
respecto a la posibilidad de ser felices en el amor y de obtener gratificación de sus
parejas. Por ello cambiaron su estatus al de «objeto al servicio del otro». Sus propias
necesidades, anhelos, deseos o sueños no cuentan. Tan solo se valoran los que
proporcionan la felicidad al otro.
La satisfacción de las necesidades del otro es el modo de satisfacer las propias. «Su
felicidad es mi felicidad», te dicen.
Un pagafantas o un alma mater son, por tanto, unos perfectos complementos para
todos aquellos ególatras que desean disponer de un sirviente o esclavo gratis.
En su actitud de servir, ayudar y ser usado a fondo perdido por sus parejas no
suelen recibir la respuesta recíproca. Cometen el error fundamental de esperar que su
pareja les imite en su deseo de ayudar y servir a las necesidades del otro. Albergan la
secreta esperanza de que algún día sus desvelos y sacrificios obtendrán la recompensa de
ser imitados. Intentan rendir al otro a golpe de harakiris. Y claro está, eso no funciona.
¿Falla aquí la teoría mimética? ¿Cómo es que sus parejas no les imitan? ¿Teniendo
un modelo de bondad y servicio a imitar tan cerca, como es que sus parejas jamás
sucumben y comienzan a ser tan amables y considerados como sus pagafantas?
La explicación procede de la propia teoría mimética.
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necesitar también del deseo de los demás) resulta muy evidente y visible para cualquiera
en el pagafantas. Se le ve claramente el plumero.
Y en eso reside precisamente el craso error del pagafantas. Un error estratégico que
paga también de un modo mimético.
Ponerse como un objeto «al servicio de» otros le granjea una caída tal en la
cotización bursátil de las relaciones que nadie en su sano juicio querría aceptar un
partner así, a no ser… para servirse y aprovecharse de él.
La mayoría de los seres humanos normales pasan de los pagafantas, a no ser que
los necesiten.
De ahí el destino trágico de algunos pagafantas que terminan en relaciones de largo
plazo como proveedores infinitos del cuidado de los demás a todos los niveles.
Lo que espera a uno de estos pagafantas matriculado es atraer sobre sí a todo tipo
de partners que van desde los más insensibles, indiferentes y pasotas, hasta los más
oportunistas, parásitos o incluso psicópatas. No es extraño que muchos psicópatas
escojan como pareja de largo plazo a un pagafantas o un alma mater.
La astuta estrategia de la coqueta producía, tal y como se vio, un efecto de
fascinación, atrayendo a incautos admiradores y pretendientes.
Pero la estúpida estrategia del pagafantas al ponerse a la altura de una alfombra y
ser pisoteado por el otro (para, de este modo, atraerlo), le pone a tiro de las peores
parejas que imaginarse pueda. Nadie ama a un felpudo. Nadie se enamora de una muleta.
Se usa y punto.
Las consultas de los psicólogos están llenas de este tipo de personas, devastadas por
años de sufrimiento a manos de una interminable secuencia de relaciones tóxicas con la
peor gentuza, a la que «sin saber cómo» una y otra vez han terminado atrayendo sobre sí
mismas.
Cuando por fin le explicas a un pagafantas el verdadero origen de sus males, no
pueden evitar un cabreo consigo mismos por haberse equivocado durante tanto tiempo
en su estrategia en asuntos amorosos.
Un pagafantas no elige jamás a su pareja.
No tiene derecho a ello.
Se siente afortunado de ser elegido por otros. Estará encantado de que alguien le
elija sin siquiera plantearse si esa otra persona pueda llegar a convenirle.
Es el otro el que tomará el objeto pagafántico o no según su conveniencia y su
personal interés o servicio. Serán así innumerables los hombres y mujeres sin moral ni
escrúpulos que incorporan a un pagafantas en sus vidas. Adoptar un pagafantas es
siempre interesante para poderlo exprimir y explotar económica, afectiva y sexualmente
durante años o incluso durante toda una vida. Tener un dispensador de atención,
servicios y cuidados a modo de chófer, cajero automático, mecánico, enfermera,
cocinera, cuidadora 24 horas, 7 días a la semana es siempre muy interesante.
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Muchas son las mujeres que repiten un patrón alma mater de abuso emocional y de
maltrato en sus relaciones con varones tóxicos, pero también ocurre al revés.
También hay mujeres que calculan y entienden ser siempre una buena apuesta
tomar como objeto a su servicio a un pobre varón pagafantas al que primero pueden usar
a modo de semental para fabricar unos hijos y después utilizar como esclavo económico
doméstico del que vivir parasitariamente durante el resto de su vida, con o sin divorcio
por medio.
Vemos a muchos de estos varones pagafantas de mediana edad, reducidos a la
impotencia psicológica total, preguntándose en total confusión qué han hecho mal o en
qué se han equivocado. Suelen nutrir nuestras consultas muchos de ellos, que, confusos y
desesperados, se muestran incapaces de entender el origen de un recurrente sufrimiento
que les acompaña de pareja en pareja.
El problema principal de un pagafantas es que no entiende la diferencia entre la
necesidad de ser amado y la necesidad de ser útil. Para él, ambas cosas son lo mismo.
Esta confusión le lleva a aguantar lo inaguantable. Le conduce a realizar todo tipo de
sacrificios y renuncias a favor del otro. Terminan identificando amor y sufrimiento.
Racionalizan que «Quien bien te quiere te hará llorar».
A lo largo de innumerables relaciones fracasadas no conocen más que sinsabores y
desplantes a manos de partners que los ningunean, ignoran, humillan y se ríen de ellos,
para finalmente descartarlos.
Al cabo del tiempo, creen que el amor consiste en sufrir unilateralmente por el otro.
Les falta entender algo esencial. Y es que el verdadero amor de pareja exige la
reciprocidad. En una relación de pareja se trata de dar y recibir amor. Dar sin límites y
sin reciprocidad es algo equivocado siempre. El amor verdadero no es una ciega entrega
y un servicio autosacrificial con el que un pagafantas se inmola cada día en el altar
ardiente de los deseos y caprichos de su cada vez más egoísta e insensible pareja.
El problema es que un pagafantas no espera la reciprocidad. Ni siquiera imagina
que tenga derecho a ser tratado en correspondencia por parte de su pareja. De ahí que
siente que siempre debe pagar la ronda (de ahí procede el nombre paga-fantas). En
realidad, siempre paga todas las rondas.
Sus necesidades están supeditadas y quedan subordinadas a las de su pareja. Su
dinero, su tiempo, su atención y dedicación son bienes universalmente disponibles para
la pareja del pagafantas.
Con tal de sentirse útiles o necesitados, pueden llegar a darlo «todo y más»,
quedando vacíos y repletados energéticamente.
La insensata determinación de proseguir en esa actitud suicida y continuar con las
más tóxicas parejas, por mucho que estas los exploten sin piedad a todos los niveles,
tiene su causa en la insensata creencia que alberga todo buen pagafantas de que todo
amor verdadero implica sacrificio y dolor.
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La falta de autoestima de los pagafantas les conduce a nunca jamás decir NO a los
demás. No saben sufrir o tolerar la tensión que supone poner límites al otro. El temor a
perder la relación debido a su tremenda dependencia emocional de los demás les lleva a
un pacto implícito por el que se someten voluntariamente a todo lo que el otro desee.
Si dicen «No» o restringen su capacidad de dar, el otro podría mandarles a la porra
y cortar una relación que ellos necesitan mantener imperiosamente.
Solamente se puede uno proteger y poner a los demás límites en caso de tener algo
que valorar o proteger. Y por eso la pobre autoestima del pagafantas le arrastra a no ser
capaz de protegerse del egoísmo de los demás.
Convierten su incapacidad en un modo de ser con el que se identifican totalmente.
Hacen de ella una especie de virtud, engañándose respecto al verdadero motivo de su
comportamiento.
El amor al otro exige también poner límites a su natural egoísmo y decir «No» en
algunas ocasiones a sus pretensiones y deseos. En la educación decir «No» a los niños
resulta esencial. El aprendizaje de patrones de realismo y respeto al otro en los niños
requiere no permitirles todo.
Lo mismo que en la educación la ausencia de límites es una fábrica segura de
actitudes y patrones psicopáticos en un niño, en la relación de pareja la ausencia de
límites conduce al abuso y la instrumentalización del otro.
La actitud central del pagafantas: «Por favor, déjame ayudarte» es errónea si no hay
nadie al otro lado que valore esa generosidad o entrega. Para dar algo a alguien, es
necesario que esa persona esté dispuesta mediante una actitud de recibir.
El pagafantas quiere comprar su derecho a existir y a ser amado con su actitud de
servicio y de generosidad. No obstante, dicha generosidad encubre un muy sutil contrato
de compraventa.
Si el acto de amor es un intento de comprar el amor del otro, su destinatario lo nota
y tiende a aprovecharse del error estratégico del pagafantas, haciéndole pagar cada vez
más por menos.
De ahí que cada vez los pagafantas se esfuercen más y obtengan menos.
Johnny es un pagafantas. Es consciente de ello. Lo siente. Y para él no es algo malo, salvo cuando el maltrato
de su pareja actual llega demasiado lejos. Es un buenazo y todos lo saben.
En su familia de origen jamás pintó nada. A diferencia de otros hermanos, en su casa nunca hubo dinero
ni interés para que él hubiera podido estudiar. Desde pequeño se acostumbró a no pedir y a no molestar con sus
necesidades. Empezó pronto a trabajar y descubrió que en el trabajo todos se aprovechaban de su bondad
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natural. Nunca aprendió a decir «No» a la gente. Eso le llevaba a dejarse pisar por todos. Siempre que algo
salía mal, todos le echaban la culpa.
Siente que en todos sus trabajos hasta la fecha se ha convertido más tarde o más temprano en un chivo
expiatorio contra el que todos cargan.
Su pareja actual es una mujer fría y desalmada que le trata a patadas. Es directiva de marketing de una
gran empresa multinacional, en la que está muy bien considerada. Gana mucho más dinero que Johnny y se lo
«restriega» por la nariz a cada instante.
Lo que él piensa, cree u opina no cuenta para ella en esa relación. Él es un mero esclavo a su servicio. Lo
usa para todo lo que quiere. Actúa como su chófer particular a su capricho. Le limpia. Le hace la comida. Le
cuida sus animales y plantas cuando ella viaja. Ella lo exige todo y le abronca por todo. Nada de lo que hace
Johnny es de su agrado.
El maltrato es la tónica habitual en la relación. Ella grita y avasalla verbalmente a Johnny a cada instante.
Él nunca replica. Solo calla y aguanta el chaparrón.
Ha llegado a agredir físicamente a Johnny en varias ocasiones. Sus ataques de rabia y violencia son cada
vez más frecuentes.
La única vía de escape para él es la bebida y el tabaco. Fuma mucho y bebe cada vez más alcohol. Y lo
hace a escondidas pues ella no se lo permite. Cada vez que le pilla bebiendo o fumando le echa una bronca
monumental. Él aprovecha cada instante, incluso cuando baja la basura para tomar un par de cubatas y echar
unos pitillos rápidos en el bar de la esquina.
Por todo ello, la salud de Johnny se va deteriorando. Su médico le dice que debe dejar el alcohol, el
tabaco y la relación que mantiene con esa mujer maltratadora.
Sin embargo, Johnny siente que no es posible hacerlo. Nota que ella le quiere pues… ¡le necesita tanto!
Ella no sabría vivir sin su ayuda.
Cuanto más sufre, más cree que vale su relación con ella.
Recientemente ella ha llegado a decirle con desprecio que no sabe cómo librarse de él. «Solo me queda
saber cómo voy a librarme de ti».
Johnny sonríe y calla. En cuanto puede, limpia la cocina y baja la basura…
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La necesidad de consonancia cognitiva es, según el psicólogo Leo Festinger, uno de los
reguladores básicos de la motivación y de la conducta humana.
La Teoría de la Disonancia Cognitiva (TDC) establece que todo ser humano busca
obtener una visión de la realidad y de sí mismo consistentes. La TDC postula que si
existen contradicciones entre diferentes cogniciones, ideas o percepciones (en especial
las que el propio sujeto tiene sobre sí mismo, su propia ética, su responsabilidad o su
moralidad), se producirá un fuerte malestar y una tensión psicológica que las personas
trataremos imperiosamente de reducir.
Restringir ese malestar emocional requiere disminuir o eliminar las percepciones
disonantes, llegando incluso a negar su existencia.
La necesidad de consistencia cognitiva supone una formidable tensión para el
individuo y le obliga a desarrollar mecanismos reguladores esenciales para la
supervivencia del yo, sobre todo mecanismos de negación y de distorsión de la realidad.
Cuanto más usado y abusado es un pagafantas, más crece la disonancia cognitiva
con la idea de lo que debería ser una relación en la que la reciprocidad en el amor resulta
algo esencial.
Para resolver ese malestar, en lugar de cuestionar si esa relación merece la pena, la
tendencia a la consonancia cognitiva conduce al pagafantas a perseverar en su error.
Descartará cualquier pensamiento crítico, propio o ajeno, respecto a la toxicidad de su
relación. Pensará que todo lo que lleva sufrido en esa relación le hace que merezca más
la pena continuar con ella pues todo eso no es más que «verdadero amor».
Años de sufrimientos procedentes de la utilización, el ninguneo o directamente el
maltrato serán ignorados y reinterpretados por el pagafantas como una señal inequívoca
del interés o necesidad que proceden del amor de su tóxica pareja.
Esto explica que al cabo de los años las posibilidades de que el pagafantas escape a
su tóxica relación son menores que al principio. Lo más probable es siempre que sea
finalmente abandonado una vez que ya no le sirva más a su pareja para sus fines.
El ciclo tenderá a repetirse toda vez que el pagafantas solo percibe el amor en
aquellos que le usan como objeto.
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a la búsqueda de nuevo «señor al que servir». Estará disponible para cualquiera que lo
quiera tomar a su servicio, usándolo y explotándolo como objeto.
No será extraño que vuelva a encontrar a las más pérfidas y egoístas chicas como
partners de ese baile relacional macabro. El paso del tiempo y la repetición de la misma
experiencia una y otra vez con muchas chicas le llevan a la convicción de que él no vale
gran cosa y que la única relación que puede tener con una chica interesante es la de
convertirse en fiel criado para todo o en un sirviente complaciente.
Si nada lo impide, el pagafantas junior terminará enfangándose en relaciones
tóxicas con los peores ejemplares de toda la fauna de las pérfidas y mujeres fatales de
todo tipo.
Tendrá suerte si al menos no resulta ser una psicópata.
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Quizás lo más humillante de todo el mensaje que contiene este libro es descubrir la
mentira del enfoque romántico del amor.
La mentira del amor y el enamoramiento romántico nos invade por todos lados y es
muy difícil salir de sus trampas e ilusiones.
Repasemos las cosas que han quedado claras acerca del funcionamiento del amor
romántico.
Para empezar, debes aceptar que tu enamoramiento romántico no tiene
fundamentación en ningún objeto amoroso que per se pueda suscitar en ti dicho
sentimiento. Ese sentimiento es un auténtico fake o artefacto mimético creado por el
proceso de copiado y pegado del deseo de otro al que has tomado inadvertidamente
como modelo.
La intensidad de ese deseo que tú crees enamoramiento no es por lo tanto ningún
criterio de autenticidad de un verdadero amor sino más bien la prueba de un
funcionamiento automático e inconsciente que no has controlado ni decidido
conscientemente. De ahí la urgencia de retomar el control y la consciencia.
Aun así, tus neuronas espejo actúan sin tu permiso, emitiendo hacia arriba en
dirección al córtex cerebral todo tipo de racionalizaciones que te llevan a las atribuciones
de belleza, estética, bondad, atractivo con las que adornan al objeto de tu deseo.
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Lo que tomas por causas de tu enamoramiento no son cualidades intrínsecas del ser
del objeto de tu amor, sino que la percepción de esas cualidades son secundarias a la
copia del deseo de tu modelo.
No estás enamorado por causa de sus cualidades, sino que percibes sus cualidades
debido a que estás enamorado.
Ya sé que esta inversión de causa y efecto es muy humillante. Sin embargo, es la
verdad científica que arroja la teoría mimética de Girard aplicada a la locura romántica
que nos invade.
Tu enamoramiento es tanto más intenso como el objeto es ficticio o inexistente, por
eso se dice que el amor es ciego. No es que sea ciego el sujeto enamorado, es que el
mimetismo le convierte en ciego. Lo que es invisible es el mimetismo que arma el
enamoramiento y crea los diferentes objetos de deseo.
A tu enamoramiento no suele corresponder la existencia de un verdadero objeto
amoroso con rasgos, aptitudes o características que sean amables per se, sino la
presencia oculta de un modelo o de un rival (real o presunto), cuyo deseo por el objeto
(real o presunto) arma el tuyo de un modo automático.
Abandonar esta esperanza romántica suele ser muy costoso porque preferimos la
mentira romántica a la verdad de la realidad que nos devuelve tanto la ciencia mimética
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como los relatos de los verdaderos maestros de la literatura universal que están de
acuerdo y coinciden en lo esencial de estos procesos.
No es una renuncia real al objeto del enamoramiento romántico lo que se exige,
sino la aceptación de la verdad de su radical y absoluta falta de esencia.
La transubstanciación de una persona común en el objeto de tu enamoramiento no
es el resultado de la magia o del misterio del amor romántico, sino que procede de la
transformación mimética y satánica de piedras en panes, que genera la ambición de su
posesión como objeto amado.
Lo que convierte a una vulgar piedra en un suculento pan no es otra cosa que el
deseo de otro sobre esa piedra. Esa piedra no es preciosa más que si otro la desea.
Solamente la mirada fascinada de don Quijote puede transformar a la labradora
manchega Aldonza Lorenzo en la maravillosa dama Dulcinea del Toboso.
Esta transmutación milagrosa no es el resultado de un proceso esotérico o
cabalístico sino del mecanismo trivial del mimetismo que nace del intento de trascender
o llegar a ser, de un modo desviado, a base de poseer objetos amorosos que nos harán
felices a partir del momento en que los poseamos.
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Solo la ficción del deseo permite transformar psicológicamente una dura piedra en un
pan suculento.
Aceptar la ficción de convertir a humanos del común en objetos amorosos de
elevada cotización, tiene siempre enormes costes en términos de rivalidad y violencia.
Un objeto amoroso no puede ser poseído en plenitud sin desposeer a otros de su
goce y disfrute. De ahí que el plan romántico de poseer el objeto amoroso conlleve una
exclusión y una violencia en su propia esencia.
No puedo poseer algo sin temer que me sea arrebatado.
El programa del mefistofélico tentador mimético para convertirnos en «alguien»
pasa por la trascendencia idolátrica de apropiarnos del amor de otros, tomados estos
como si fueran cosas.
La apropiación de cosas, bienes, objetos es la que nos proporciona, ante nosotros
mismos pero sobre todo ante los demás, la sensación de «ser alguien».
La propuesta del tentador romántico es la de convertir las piedras del desierto en
panes.
El deseo de «llegar a ser» se transforma aquí en un deseo de «acumular», consumir,
poseer, comprar, almacenar o coleccionar cosas. Las cosas poseídas devuelven a su
poseedor, supuestamente, una entidad superior. Así se invierte la lógica y la realidad: es
la cosa poseída la que cualifica aquí al sujeto poseedor.
En materia de amor romántico, el otro opera como una cosa que, siendo poseída por
mí, va a permitirme llegar a ser «alguien» o trascender.
Sin embargo, aquí entra en funcionamiento de nuevo la naturaleza mimética del
deseo, pues ¿qué objetos amorosos desearemos poseer? No sabemos qué objetos
amorosos deberíamos elegir y ante el vacío interior nuestro mimetismo se activa. Serán
entonces los objetos amorosos más deseados por los demás los que llamarán nuestra
atención como preferentes. Serán más preferentes los objetos que resulten deseados en
mayor medida por nuestros modelos.
Los publicistas conocen ambos mecanismos muy bien y los explotan. Pretenden
convencernos de que modelos notorios, relevantes, famosos, inteligentes, bellos, etc.,
esto es, personas con la autonomía del ser que nosotros anhelamos, desean determinados
objetos o bienes.
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También quieren persuadirnos del carácter masivo de la demanda por cierto bien o
servicio para cualificarlo: se denomina a esto la moda.
El intento de trascender idolátricamente nuestro no-ser y nuestra vacuidad interior
convierte el mundo en una contienda de todos contra todos en la que cada uno se
encuentra deseando a personas que otros o incluso muchos otros desean ya y que
transforman la relación interpersonal con ellos en conflictiva y competitiva.
Lo que se produce es una convergencia simultánea del deseo de muchos sobre los
mismos objetos amorosos.
La convergencia simultánea configura la experiencia de escasez en la economía y
explica la inevitable e inherente competitividad y la rivalidad entre los pretendientes que
buscan la conquista del mismo objetivo amoroso.
Tanto mayor y cruenta es la guerra romántica cuanto mayor sea el número de
enamorados que se imiten unos a otros simultáneamente en el proceso de intentar
apropiarse del mismo objeto.
Se incrementa la intensidad del deseo amoroso sobre el mismo objeto deseado a la
vez por muchos, funcionando entonces mutuamente todos para todos como modelos.
Debido a este proceso repetido y clonado miméticamente, los bienes económicos
devienen escasos y por eso surge el mercado. Pero no hay mercado regulador de las
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contiendas amorosas que siempre se saldan al mismo tiempo con intensas pasiones y con
frustraciones y violencias de todo tipo servidas para todos.
Los mayores expertos en el marketing amoroso son los que saben crear «una
necesidad» en el mercado del deseo, es decir los que concitan sobre sí mismos real o
supuestamente los deseos de los demás.
Quien utiliza este «marketing del amor» trata de suscitar de manera masiva una
fuerte atracción de tipo mimético, sobre todo con una «reacción inicial» que dispare
primordialmente todo el proceso. Se trata de generar un polo de atracción que haga que
muchos imiten el deseo por el bien de consumo que son ellos mismos.
Cuanto mayor sea la oleada de preferencia sobre sí mismo, más se realimenta la
percepción de su valor. Las piedras corrientes se vuelven panes. No hay ninguna duda de
que detrás del más arrogante narcisista se oculta siempre un verdadero pedrusco
berroqueño.
Esta verdad humillante y fundamental de desear los objetos amorosos solo porque
los demás desean nos puede llevar a querer activar ese mismo mecanismo a la inversa en
los demás para que nos conviertan en objetos de deseo.
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Tal como el tentador sugiere, podríamos pensar que la mágica multiplicación de los
bienes en el mercado resolvería los problemas del mundo.
Si convertimos muchas piedras (materias primas) en panes, el problema quedaría
aparentemente resuelto.
Cada oveja con su pareja… Cada uno tendría posibilidad de elegir una pareja entre
la multitud de posibilidades. «Hay muchos peces en el mar».
Sin embargo, esta ingenua pretensión está abocada al fracaso.
Desde el momento en que el deseo mimético se agota con el alcance u obtención
del objeto, ninguna relación amorosa romántica que nazca del mecanismo mimético
puede resultar duradera. En su nacimiento lleva la semilla de su propia destrucción.
El tedio, el aburrimiento y la acedía esperan a la vuelta de la esquina a todo aquel
que ha triunfado consiguiendo por fin su romántico objetivo amoroso.
Algunos intentan reavivar el fuego de su deseo por un objeto romántico, ya incapaz
de suscitarles ninguna pasión, a base de encontrar supuestos rivales o producir la envidia
en otros como es el caso del eterno marido de Dostoievski o del curioso impertinente de
Cervantes.
Otros creen que el amor se ha terminado porque acabó la pasión de intentar alcanzar
el objeto, y parten entonces en una quijotesca cruzada a la búsqueda de nuevos
horizontes y conquistas del deseo romántico.
La tentación es obvia: se trata de buscar siempre más y mejores piedras del deseo
que convertir en panes.
Necesitan volverse a enamorar y volver a experimentar la rivalidad y la
competitividad que hagan nacer la pasión y el sufrimiento que confunden con el amor.
No es la escasez de recursos la que nos obliga a rivalizar, sino al revés. La rivalidad
por los objetos que «otros desean» es la que nos conduce tanto a la escasez, como a la
acumulación. Ambos fenómenos no son contradictorios, sino dos caras del mismo efecto
mimético.
Nuestra tendencia mutua a imitar los deseos de los demás y a rivalizar con ellos por
los mismos bienes cuando los anhelan construye la escasez amorosa que denominamos
angustia amorosa, limerencia o enamoramiento romántico.
Con ello, el proceso de consumir siempre nuevos objetos amorosos termina
hastiando y transformándose en un infierno y en una historia de nunca acabar la
búsqueda de esas experiencias. La rotación amorosa se vuelve así infinita. La
promiscuidad sexual no es la causa, sino el efecto del proceso romántico en su
exacerbación.
Con ella llega la diversificación de objetos, cada vez más exclusivos, o más
genuinos, más raros o más aberrantes en forma de todo tipo de perversiones del deseo
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Llevándole el diablo a un monte altísimo, le mostró todos los reinos del mundo con todo su poder y su gloria
y le dijo:
—Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero. Te daré todo esto si te postras ante mí y te sometes a mí.
EVANGELIO DE MATEO 4, 8
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Todo niño maltratado o abandonado tuvo que adaptarse a unos progenitores tóxicos
y tuvo que «forzar la vista» para sobrevivir a esa convivencia sin tener que cuestionarles
ni poder salir corriendo de allí. Necesitó generar una «ilusión de amor» para poder
sobrevivir a un infierno psicológico y emocional para el que no estaba preparado, pues
los niños desde el momento del nacimiento esperan amor y acogida incondicional de las
familias en las que aterrizan.
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Si eres uno de esos niños, ya adulto, debes saber que ahora ya no necesitas seguir con
esta compulsión de hacer lo que sea para ser amado. No precisas llevar más esa carga y
puedes liberarte a ti mismo de la misión imposible de reparar lo que te hicieron.
Ya no es posible reparar nada.
El daño está hecho.
Ni fuiste amado, ni protegido, ni cuidado.
Esa es la verdad.
Pero ya no necesitas mantener la ilusión de haberlo sido para sobrevivir
emocionalmente.
Puedes renunciar a la ceguera y romper con el patrón compulsivo.
El niño olvidado, abusado o maltratado en la infancia vive en el hoy adulto y le
hace temer ser castigado si no obtiene el reconocimiento por su capacidad de seducir a
sus padres (narcisismo) o si se defiende contra sus injusticias y el abuso que sufre por
parte de quien le seduce (codependencia).
El trauma (escándalo) infantil conduce en la adultez a una doble salida en falso en
forma de narcisismo o de codependencia. Ambas alternativas condenan a consecuencias
desastrosas en sus relaciones amorosas a quienes ya sufrieron anteriormente infancias
horribles.
La experiencia del desamor y la desatención puede haberte convertido bien en un
narcisista, bien en un codependiente en tus relaciones de pareja.
Si estás en el primer caso, tu narcisismo consiste en creer en la ilusión de poder ser
amado mediante la seducción del otro tomado como objeto. Debes saber que el
verdadero amor no es algo que se merece a base de esforzarse por fascinar al otro. No se
te exige fascinar a los demás para superar el desamor de tu infancia.
Si te has convertido en un codependiente, sientes terror a perder el amor de otros
por tu propia culpa. Vives con la ansiedad de que no seas nunca imputable del desamor
de los demás. Debes dejar de pagar precios psicológicos en forma de cuidar de los demás
para que te necesiten.
Has de olvidarte de estar aterrorizado por la idea de que no fuiste amado debido a
que no eras merecedor de ese amor y debes recordar que todo ser humano merece amor y
cuidados incondicionales en su infancia.
La conversión del adulto llega cuando es capaz de darse cuenta de que ya no
necesita seguir estos patrones de origen infantil.
La verdad pasa por aceptar finalmente no defenderse de la sanación de ese desamor
y reconocer desde la paz interior que, en efecto, en su pasado no existió amor alguno. La
paz es alcanzada cuando acepta por fin que ningún esfuerzo del mundo podrá cambiar
nunca lo que le ocurrió siendo niño.
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10
. Se acostumbraron a vivir en la incertidumbre, la inseguridad, el caos y el vaivén
emocional constante.
11
. Se aclimataron al castigo físico, al chantaje emocional, a la manipulación
mediante la culpa y la vergüenza.
12
. Se vieron forzados a parentizar a sus propios progenitores, convirtiéndose en sus
cuidadores o salvadores, y no pudieron hacer valer sus necesidades como niños.
Cualquier potencial pareja que se presente revestido de príncipe azul muñido de una
promesa de redención o rescate respecto a estas dolorosas experiencias lo tiene muy fácil
con los denominados «niños perdidos».
La pérdida de la propia infancia en procesos de trauma intrafamiliar crónico
convierte la adultez de los niños maltratados y abandonados en una segunda parte aún
más duradera de sus padecimientos.
Esa falsa promesa de redención de sus padecimientos por parte de todo tipo de
personalidades psicopáticas viola el alma de estos seres humanos, que arrastran así una
vida de penurias y un calvario personal y emocional repetitivo.
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Para escapar a este eterno retorno doloroso hay que renunciar a la promesa siempre
satánica del mimetismo que promete la salvación a aquellos que se postren de rodillas
ante los perpetradores más psicopáticos y abusivos.
Si no se comprende el origen de todo este enmarañamiento en relaciones tóxicas, la
culpabilidad se internaliza y aumenta el daño y la vergüenza, siendo cada vez más
probable aceptar y acomodarse a nuevas situaciones de abuso y maltrato emocional, al
creerse merecedores de ellas.
La imantación o «apego al perpetrador» radica en el funcionamiento de un deseo
mimético que configura tanto la docilidad de los esclavos más sumisos como la de los
seres humanos más maltratados.
La pasión que genera este magnetismo entre el adorador y el dios adorado no tiene
nada que ver con la comprensión mutua, el respeto o el cariño del uno con el otro.
La enorme distancia que parece separar al dios del adorador-esclavo no es en
realidad tal. La distancia dios-esclavo es infinitesimalmente pequeña puesto que el dios
depende de su esclavo tan completamente como su esclavo depende de él.
De hecho, el origen común de estas dos patologías del deseo en el escándalo
mimético que sufrieron en su infancia a manos de padres indisponibles y disfuncionales
explica que, en una relación entre un dios y un adorador, estos papeles sean
intercambiables.
En cualquier momento los roles de estas relaciones pueden revertirse y el esclavo se
vuelve dios y el dios se vuelve su esclavo. Estas relaciones intercambiables generan un
tipo de balancín infernal, muy conocido por muchas parejas que pasan del más
apasionado éxtasis a la más abismal paranoia.
La alteración psicológica y la alienación que este proceso produce en los dos
amantes no depende de ninguna circunstancia exterior a ellos, sino de un rebote
constante del proceso mimético que se instala satánicamente en medio de ellos
convirtiéndolos secuencialmente ora en dios, ora en esclavo. Los satanes que necesitan
maltratar víctimas para mantener su idolátrica adoración pasan a convertirse en sumisos
adoradores tan pronto ven cómo se les escapa su anterior esclavo. Este proceso
paranoide desgasta y agota la energía mental y psíquica de parejas que quedan exhaustas
y destruidas.
Es necesario protagonizar una transformación personal y psicológica formidable
para renunciar para siempre al trance mimético que puede llevar a cualquier pareja a
convertir su relación amorosa en un balancín infernal en el que se intercambian a toda
velocidad los roles entre dios satánico y adorador masoquista. Una verdadera metanoia o
conversión psicológica y espiritual que conduce a la curación del romanticismo y a la
construcción del verdadero amor.
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La mayoría de los conflictos más radicales y violentos entre parejas nacen de la mutua
imitación a que el funcionamiento automático de las neuronas espejo y el mimetismo les
condena.
Los pequeños malentendidos, las tontas minucias, los fallos en la comunicación,
etc. corren el riesgo de generar grandes brechas en la pareja amorosa más firmemente
asentada, a no ser que medie la acción deliberada de la voluntad. Esta acción es de tipo
neocortical.
No se puede esperar desde el sistema mimético de las neuronas espejo otra cosa
más que el automatismo en la imitación mutua que conduce a un escalamiento del
antagonismo.
De este escalamiento proceden asimismo los correlativos sentimientos de ira y
venganza que experimenta el cerebro emocional. Esos sentimientos completan la
imitación con un creciente proceso de intención hacia el otro.
Las parejas que se eligen desde el amor verdadero aplican, por el contrario, sus
cerebros racionales a desactivar un riesgo de escalamiento violento del que son muy
conscientes.
Esta elección de «no llevar las cuentas» no es el resultado de la mutua imitación,
sino que rompe su mismo proceso sin final desde su propio inicio. Estas parejas se
centran en no dar crédito al antagonismo y en el perdón de las defecciones del otro, no
porque les «apetezca» o porque lo sientan como una emoción, sino porque lo eligen
como una opción desde su libre albedrío.
El perdón mutuo libera a las parejas de la compulsiva imitación mutua, causa del
inefable cataclismo violento doméstico actual. Se trata de una reciprocidad positiva
activada desde la mente pensante racional que acaba con los automatismos imitativos
violentos.
Si me niego a imitar a mi pareja en sus fallos en materia de sinergia, estoy cortando
de raíz la posibilidad de un escalamiento violento.
De ahí que el perdón del otro no sea nunca una medida que pueda esperar basarse
en la emoción o del sentimiento. Por el contrario es el modo por el que las parejas más
sensatas y prevenidas evitan deliberada y racionalmente terminar destruyéndose
mutuamente.
Desobedecer a las neuronas espejo y someterlas al dictado de la racionalidad y la
voluntad nada más es factible desde el neocórtex prefrontal, por ser la zona más
evolucionada de todo el cerebro que domina jerarquizadamente a las estructuras más
antiguas que son miméticas y emocionales:
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Los que apuestan por el amor verdadero no entran en el juego del triángulo amoroso
mimético, ni buscan ponerse como objetos del deseo de otros. No necesitan pavonearse
ni presumir de sus características para atraer la atención y el deseo de otros.
Renuncian a poner al otro los dientes largos o manipularlos desde el mimetismo
salvaje.
No buscan cambiar al otro para ajustarlo egoístamente a sus conveniencias, sino
que le dejan existir y ser él mismo. Lo aceptan incondicionalmente sin manipularlo para
que sea o se comporte de un modo determinado en su beneficio. Lo dejan ser libre.
No se dejan llevar por su miedo a perder al otro dejándose explotar o usar
sumisamente. Y por ello son capaces de decir las cosas con asertividad y de transmitir lo
que les gusta y lo que esperan del otro, sin encadenarse como perrillos falderos.
Construyen su propia felicidad en la pareja, haciendo por el otro las cosas más
fastidiosas, por el solo hecho de que lo aman, y no acumulan deudas ni resentimiento por
ello. Ni llevan cuenta del bien que hacen, ni llevan cuenta del mal que puedan recibir.
No se cuelgan psicológicamente del otro haciendo depender su felicidad o
seguridad psicológica de que el otro nunca les abandone. Por ello no temen «fastidiarlo
todo» ni cometer errores que causen que sean abandonados por el otro. Son capaces de
arriesgarse y acometer cosas sin miedo por el amor al otro.
No se dejan llevar por los avatares del sentimiento, sino que prefieren la segura
brújula de la voluntad consciente. Disfrutan de las emociones propias del amor, sin
convertirlas en una droga a la que engancharse.
Aceptan mostrar al otro vulnerabilidad y quedar de ese modo expuestos a su posible
acción, sin confundir el verdadero amor con el sufrimiento sistemático y el maltrato. Por
eso no aceptan el maltrato ni ser usados o abusados en nombre de la relación de pareja.
Saben dónde están los límites y cuándo ha llegado el momento de decir a una pareja
abusiva «hasta luego»…
Utilizan su mente racional para elegir desde la voluntad lo bueno y lo verdadero.
Eso les lleva a ser sinceros, francos y honestos con sus parejas.
Entienden que la comunicación en la pareja solo puede darse desde la verdad y
desde el respeto al otro, nunca desde la disimulación y las apariencias.
Son valientes para poder perdonar y no dejarse llevar del resentimiento.
Comprenden racionalmente que el ciclo de la venganza y la retaliación no conduce más
que a la mutua destrucción. Saben que aceptar entablar esas guerras significa hundirse en
una violencia y odio que mata toda felicidad. Ganar implica perder la propia alma.
Conocen que el único modo de no alcanzar esa locura es no iniciar su descenso
hacia ella. Por esto, su renuncia no supone la resignación al mal sino su asfixia.
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Perdonar y aceptar perder esas batallas, significa el coraje de apostar por una
relación que se base en el amor verdadero.
Quien apuesta por estas opciones desde su razón y su voluntad se encuentra que sus
relaciones amorosas no tardan en mejorar y alcanzar cotas cada vez mayores de alegría,
disfrute y felicidad.
Donde otros apuestan por darse caña mutuamente para obtener pasiones amorosas
de todo tipo, estos ángeles custodios descubren la delicadeza y exquisitez del verdadero
amor.
Donde otros pugnan durante vidas enteras de desesperación por obtener migajas de
felicidad de sus «amores locos», estos descubren paradójicamente que cuanto más se
entregan y más dan en la relación, más reciben de ella.
Han descubierto el secreto del verdadero amor en el sentido de que al que tiene se
le dará, y al que no tiene se le quitará hasta aquello poco que tenía.
Saben que buscar aprisionar el amor en una caja conduce a perder al otro y el amor
del otro y que el verdadero amor solo puede darse en la plena libertad y el desapego
emocional respecto al otro.
Por eso se dedican a dar en lugar de pretender obtener amor de los demás. Se
centran en regalar, más que en mendigar amor. Deciden dejar al otro la libertad de
corresponder o no a su amor antes que manipularlo para que «entre por el aro».
Ser libre y dejar al otro ser libre para corresponderte o no es la base de una relación
de amor madura y no dependiente. Esta decisión es la que da vida a la pareja y
realimenta un ciclo de buen rollo creciente entre los dos.
Estos amantes son los seres más evolucionados de este mundo, porque suelen elegir
libremente el amor verdadero de forma racional desde la zona más inteligente de su
cerebro: el neocórtex prefrontal.
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Epílogo
Cuando desaparecen todos los obstáculos entre las parejas humanas, llega el momento
más crítico, el momento en que ya no queda obstáculo ni rival alguno que pueda
amenazar la relación.
Y ese va a suponer el mayor obstáculo de todos para la relación amorosa.
Cuando se llega a este extremo, entre el amante y amado no se levanta ningún muro
más que el que crea entre ellos su propia pasión amorosa, originada, encendida y
alimentada por el obstáculo o los rivales.
La pasión de tipo romántico que es inyectada desde pequeños en todos nosotros y
que nos lleva a confundir el amor verdadero con la alteración y alienación emocional es
el muro que, si no estamos atentos, tendemos a levantar en nuestras relaciones amorosas
una vez que estas se consolidan.
Querer recuperar o mantener esa alteración y alienación propias de la pasión
transforma la relación amorosa de pareja en un sinfín de sufrimientos.
Todos los grandes escritores descubrieron con pasmo que, en el fondo, todos los
dramas amorosos y las pasiones que relatan en sus novelas carecen de objeto real. Los
dramas amorosos más apasionados carecen por lo tanto de realidad y nacen del empeño
que tienen sus protagonistas en hacer de sus relaciones romances novelísticos.
Entre los seres humanos que quieren amarse se alza tan solo un tipo de obstáculo
ficticio que estos se empeñan en levantar con vistas a alcanzar el subidón de los
sentimientos pasionales.
Estos subidones se vuelven muy adictivos y se terminan confundiendo con el paso
del tiempo con el verdadero amor.
En esa loca carrera por colocar más y mejor el obstáculo que nos saca de quicio,
muchos han tirado ya la toalla y se han resignado a no encontrar nunca el verdadero
amor.
Otros, ya muy traumatizados por repetidas experiencias alienantes de los amores
más locos, han llegado a perder de modo cínico la misma esperanza de que tal amor
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Bibliografía
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—, Por si acaso te acosan: 100 cosas que debes saber para salir del acoso psicológico
en el trabajo, Códice, Buenos Aires, 2013. (Existe versión e-book kindle en
Amazon).
—, La evaluación psicológica del mobbing, SB, Buenos Aires, 2015.
—, Amor Zero. Cómo sobrevivir a los amores con psicópatas, La Esfera de los Libros,
Madrid, 2016. (Existe versión e-book kindle en Amazon).
—, Tratamiento EMDR del mobbing y el bullying, EOS Psicología, Madrid, 2016.
(Existe versión e-book kindle de Amazon).
—, Cómo prevenir el acoso escolar: implantación de protocolos antibullying en los
centros escolares, CEU, Madrid, 2016. (Existe versión e-book kindle de Amazon).
ROUGEMONT, D., L’amour et l’ Occident, Flammarion, París, 2005.
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El Instituto Iñaki Piñuel tiene sede en Madrid (España) y está presente a través de sus
profesionales asociados también en México, Costa Rica, Argentina, Colombia y
Uruguay.
Este equipo de psicólogos dirigidos por el profesor doctor Iñaki Piñuel ofrece
tratamiento psicológico especializado para las víctimas de Amor Zero con trastornos de
estrés postraumático utilizando un enfoque bimodal con base en la técnica EMDR y la
psicoterapia cognitivo-conductual.
Se trata del primer equipo especializado desde hace veinte años en el tratamiento de
las víctimas de psicópatas integrados, en relaciones de pareja (Amor Zero), en el trabajo
(mobbing o acoso psicológico laboral) y bullying (acoso escolar).
Contacto:
E-mail: [email protected]
www.inakipinuel.com
www.acosopsicológico.com
www.acosoescolar.com
www.amorzero.com
www.5trampasdelamor.com
Es un grupo en Facebook creado por el doctor Iñaki Piñuel dedicado a la ayuda mutua
para víctimas de psicópatas integrados en relaciones de pareja. Se trata de un espacio
para compartir experiencias, textos personales o comentarios desde el respeto y la
intención de ayudar a otros sobre experiencias con psicópatas en relaciones de pareja
(Amor Zero).
Es necesario solicitar la adscripción al grupo y ser dado de alta por los
administradores por ser un grupo cerrado.
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Notas
1 Es lo que denomina Gallese una simulación incorporada (dentro del cuerpo). Véase S. R. Garrels (ed.),
Mimesis and Science, Michigan State University Press, East Leasing, 2011, cap. 5.
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2 Véanse las obras Mentira romántica y verdad novelesca (Anagrama, Barcelona, 1985) y La violencia y
lo sagrado (Anagrama, Barcelona, 2006) del mismo autor.
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser
realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
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Índice
Dedicatoria 5
Citas 6
1. POR FIN UN LIBRO ME CUENTA QUÉ ES EL AMOR 7
Los amores locos en el siglo XXI 8
¿Por qué es tan difícil obtener, mantener y sostener una relación de pareja? 10
2. ¡SOCORRO, NECESITO AMOR…! 13
Las raíces de nuestra crisis amorosa: el deseo de los demás 14
La sociedad narcisista de individuos solipsistas 16
¿Pero qué demonios es el amor? 17
3. LAS TRAMPAS DEL AMOR ROMÁNTICO Y LA MENTIRA
18
DEL ENAMORAMIENTO
Doctor, ya no estoy enamorado de mi pareja 19
Pero ¿para qué sirve estar enamorado? 20
El colocón del enamoramiento puede ser adictivo 21
¿Qué hace que nos enamoremos? La mentira romántica 22
La máquina de copiar deseos 23
El mito del YO: tú no existes 25
Socorro, no sé qué tengo que desear 26
No somos nadie 28
Un ingrediente clave en la catástrofe amorosa actual: el narcisismo 29
Cómo elegimos a nuestros modelos sin saberlo 31
La envidia, por fin explicada 33
Un proceso de ida y vuelta: sugestión e imitación 35
La propaganda, la publicidad y el marketing fabrican nuestros modelos de
39
imitación
4. CÓMO FUNCIONA EL AMOR: LAS 7 LEYES DEL DESEO
40
AMOROSO
Primera ley. Tu deseo no es espontáneo ni original, sino copiado de otro 41
Segunda ley. Tu deseo depende de un modelo, seas o no consciente de ello 42
Tercera ley. Tu deseo se refuerza si encuentra oposición o dificultad y se debilita
43
y desaparece tras su consecución
Cuarta ley. La mutua imitación entre tu pareja y tú crea el doble vínculo
45
mimético o reciprocidad
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