AGRADANDO COMPLETAMENTE - Luis Inostroza Jara

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AGRADANDO COMPLETAMENTE

Así podrán portarse como deben hacerlo los que son del Señor, haciendo siempre
lo que a él le agrada, dando frutos de toda clase de buenas obras y creciendo en
el conocimiento de Dios. (Colosenses 1, 10)

Como personas cristianas es normal que nos preguntemos ¿Estoy agradando a


Dios? Y, generalmente, nos respondemos según nuestra opinión o lo que opinan
las personas cristianas con los cuales nos relacionamos. Sin embargo, ni usted, ni
yo, ni nadie puede respondernos esa pregunta según nuestro parecer, porque es
Dios el que nos ha enseñado en su Palabra escrita, la Biblia, las formas de serle
agradable.

En lo personal, en mi infancia y adolescencia viví pensando que, con vivir una vida
de comunión e intimidad con Dios por medio de la oración, los cánticos de
alabanzas y la asistencia a las reuniones de la iglesia era suficiente para serle un
hijo agradable. Además, lo que escuchaba de otros hermanos y hermanas en la
fe, por sus predicaciones o conversaciones, confirmaban mi forma de pensar en
cuanto a la vida grata para Dios. Por lo tanto, crecí amando al Señor, en una
relación muy personal con Él.

En ocasiones, para saber si uno mismo u otras personas cristianas estaban


llevando una vida agradable ante Dios bastaba con preguntarnos ¿Cómo está tu
relación personal con Dios? Y si cumplíamos con practicar los medios de gracia,
como orar, leer la Biblia, asistir a la iglesia y ayunar, podíamos responder esa
pregunta con satisfacción. Nos formamos en un cristianismo que nos enseñó a
potenciar la relación directa e individual con nuestro Jesucristo. Incluso, cuando
evangelizamos a otras personas, la meta era que tenían que aceptar y conocer al
Señor Jesús como su Señor y Salvador personal. Es decir, de la misma forma
como nosotros le conocimos.

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Llevar una vida de comunión directa y personal con Jesucristo no está mal. Es una
vida de gozo para nosotros y nosotras, y una vida que el Señor desea que
experimentemos. Lo que está mal es pensar que tener una vida de amor personal
con Él es suficiente para serle agradable, porque “Jesucristo nos ha dado este
mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. (1 Juan 4, 21)

En nuestras relaciones personales nos agrada que nuestras amistades y


familiares nos demuestren su amor de forma individual y exclusiva. Hasta
podemos ponernos celosos o celosas si eso no ocurre con frecuencia. Pero Dios
no es así. A Él no le gusta recibir amor de forma individual y exclusiva, y tampoco
se pone celoso porque amemos a los demás. Todo lo contrario, nos ha ordenado
a que le amamos a Él y, al mismo tiempo, amemos a nuestro prójimo como a
nosotros mismos (Mateo 22, 37-39).

De esta manera, nuestra religión cristiana ya no se trata de una relación personal,


sino que de una relación social con Dios y con nuestros semejantes. No se trata
de una experiencia directa e individual con Él, sino de una experiencia comunitaria
de amor, demostrado hacia arriba y hacia el lado. Porque así su Palabra lo ha
enseñado, que nuestras manos deben ser levantadas en adoración hacia el cielo,
pero al mismo tiempo, deben extenderse hacia la tierra, para ayudar, sostener y
acariciar al hermano y hermana.

Colosenses 1, 10 dice que no es suficiente con crecer en el conocimiento de Dios


para serle agradable. En otras palabras, no basta con conocer a Dios por medio
de una relación personal con Jesucristo para ser grato ante su vista. La Palabra
del Señor nos lleva más allá, nos lleva a “los frutos de toda clase de buenas
obras”. Por amor a Dios usamos los distintos medios de gracia para disfrutar de su
presencia y amistad, pero con las obras de misericordia demostramos el amor
hacia las demás personas, en especial aquellas que están pasando por distintos
tipos de necesidades. Por consiguiente, el Señor quiere que nuestras oraciones,
estudios bíblicos y asistencia a los cultos, sean complementados perfectamente

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con la visita a los enfermos, con el compartir alimentos con los que tienen hambre,
con consolar y acompañar a los tristes, y con el socorrer a nuestros semejantes.

En Jeremías 9, 24-23, el Señor dice:

«Que no se enorgullezca el sabio de ser sabio,


ni el poderoso de su poder,
ni el rico de su riqueza.
Si alguien se quiere enorgullecer,
que se enorgullezca de conocerme
de saber que yo soy el Señor,
que actúo en la tierra con amor, justicia y rectitud,
pues eso es lo que a mí me agrada.
Yo, el Señor, lo afirmo.»

Otra vez nuestro Dios nos enseña lo mismo. Nos dice que su agrado no está en
nuestras sabiduría, estudios o títulos profesionales. Tampoco está en nuestro
poder, contactos e influencia secular, ni en nuestras riquezas, ahorros, bienes o
herencias materiales. Su agrado está en que le conozcamos. Colosenses 1, 10 lo
dice de otra manera, como “crecer en el conocimiento de Dios”. Pero no como un
Dios personal, o de relaciones individuales y solo espirituales, porque el “amor, la
justicia y la rectitud” (v. 23) son valores y acciones que solamente se pueden llevar
a cabo en la realidad y en relación de los unos para con los otros.

Nadie puede decir que conoce al Dios de amor si no lo demuestra con sus buenas
obras. Por eso el apóstol Pablo dijo: “Ustedes, como hijos amados de Dios,
procuren imitarlo. Traten a todos con amor, de la misma manera que Cristo nos
amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios”
(Efesios 5, 1-2). En otras palabras, Dios quiere que nos gocemos de conocerle, y
que este gozo sea más grande que cualquier otro gozo terrenal o secular, como la
sabiduría, el poder y la riqueza. Pero ha precisado que le conozcamos como un

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Dios de amor, justicia y rectitud, para que seamos como Él y demostremos esos
valores en nuestra realidad y con las personas que nos rodean en el espacio y el
tiempo que ocupe nuestras vidas.

Sin embargo, no todos los cristianos y cristianas saben la importancia que tiene
este tema. Incluso, los propios discípulos de Cristo fueron indiferentes al respecto.
Ellos pensaron que con enseñar la Palabra de Dios para que otros le conozcan y
llevar una religión solamente espiritual era suficiente. En Marcos 6, 30-44 se narra
que, en una ocasión, Jesús llegó a un lugar junto a sus discípulos y una multitud
de personas les esperaban para oírles. Cuando se acercaba la noche, los
discípulos les dijeron a Jesús: “Ya es tarde, y éste es un lugar solitario. Despide a
la gente, para que vayan por los campos y las aldeas de alrededor y se compren
algo de comer” (v. 35 y 36). Estas declaraciones dejan al descubierto el tipo de
religión que ellos profesaban, una religión netamente espiritual, que deja de lado
las necesidades materiales de las personas. Es como si los discípulos dijeran:
“Señor, ya cumplimos con nuestra misión, ya enseñamos a la gente tu Palabra, así
que es mejor que se retiren para que se las arreglen en buscar comida”.

Pero, para sorpresa de ellos, Jesús les dijo: “Denles ustedes de comer” (v. 37).
Con esta respuesta del Señor, hemos de aprender que la misión de la iglesia no
se limita sola y exclusivamente a satisfacer las necesidades espirituales de la
gente. Nuestra misión como cristiandad va más allá, porque incluye, además, las
necesidades materiales de aquellos que padecen de necesidades físicas. De esta
manera, la predicación de la Palabra de Dios debe ser demostrada claramente con
acciones de amor para la gente de nuestro contexto espacial y temporal, es decir,
para las personas que nos rodean.

Los discípulos de Jesús sabían perfectamente cuál era la necesidad física que sus
oyentes padecían. En este sentido, no la ignoraban, pero fueron indiferentes a
ella. Sabían que las personas tenían hambre, pero no les importó, porque
consideraban que satisfacer esa necesidad material, no era parte del ministerio o

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servicio encomendado. Pensaban que el sólo hecho de estar en la presencia de
Jesús y predicar su Palabra era suficiente. Sin embargo, Cristo los confrontó y
deshizo sus maneras de pensar. Finalmente, los discípulos comprendieron que
satisfacer las necesidades espirituales y materiales van juntas de la mano.

La carta de Santiago 2, 14-17 ilustra estos aprendizajes de otra manera:

Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo
demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a un hermano o a
una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes
les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran», pero no
les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? Así pasa con la fe: por sí sola,
es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta.

Esta porción bíblica nuevamente nos enseña a no ser indiferentes con las
necesidades materiales de las personas en la profesión de nuestra religión
cristiana. Porque la verdadera “religión pura y sin mancha delante de Dios el
Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no
mancharse con la maldad del mundo” (Santiago 1, 27). Es decir, la experiencia de
conocer y amar a Dios, nunca dejará de lado las carencias materiales de nuestro
prójimo y prójima. Todo lo contrario, la vida en Cristo nos insta a simpatizar con el
dolor ajeno y las necesidades humanas.

Por lo tanto, nuestras vivencias con Dios no pasan solo por los medios de gracia,
sino que también, por las obras de misericordias. No se trata de una comunión
personal con el Señor, sino que de una relación social que incluye a los demás.
No se trata de vivir la fe exclusivamente desde las experiencias espirituales, sino
que, además, satisface los problemas materiales y necesidades físicas de
nuestros semejantes. En otras palabras, la religión cristiana se vive en sociedad,
nunca desde el individualismo.

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Al principio mencioné que como cristianos y cristianas es normal que nos
preguntemos ¿Estoy agradando a Dios? y su respuesta es clara y sencilla de
comprender. A Él le agrada que le alabemos con nuestros labios, pero también
con nuestro compartir con los necesitados (Hebreos 13, 15-16). Le agrada que le
conozcamos o que crezcamos en su conocimiento, junto con los frutos de
nuestras obras de amor hacia los demás (Colosenses 1, 10). Ahora, el desafío es
que, con la ayuda del Espíritu Santo, no le agrademos a medias, sino que
completamente.

Oremos

Padre amado, gracias por la oportunidad de conocerte como un Dios de amor y


justicia, para que te imitemos y seamos amorosos/as y justos/as con las personas
que necesitan de nuestra ayuda. Revélate cada día a nuestras vidas, para
alabarte con emoción, pero también revela a nuestros corazones el dolor y las
necesidades de nuestros semejantes. Puedes usar nuestras vidas y bienes para
poder ayudarles. Te agradecemos y pedimos todo esto en el nombre de Jesús.
Amén.

Preguntas para después de leer:

1) ¿Qué significa tener una relación social o comunitaria con Dios?

2) ¿Para qué el Señor quiere que le conozcamos como un Dios de amor?

3) ¿La misión de la iglesia consiste solo en satisfacer las necesidades espirituales


de las personas? ¿Por qué?

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4) ¿Cómo podemos ser hijos/as agradables para Dios?

RELACIÓN SOCIAL CON DIOS

Considera una relación con Dios y el prójimo/a, por medio de las obras de
piedad y de misericordia

Medios de gracia Obras de misericordia

“obras de piedad” “Buenas obras”

Lectura de la Biblia Entregar ropa

Oración Dar de comer

Canto de alabanzas Consolar personas tristes

Asistir a cultos Atender enfermos/as

Ayuno Hospedar

Retiro espiritual Cuidar ancianos/as

Asistir a estudios bíblicos Etcétera

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