La Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial
ePub r1.0
Titivillus 23.05.2019
Título original: The second world war. A people’s history
Joanna Bourke, 2001
Traducción: Víctor Pozanco
Nadie ha dicho que matar sea fácil. Sin embargo, la guerra depende de gran
número de personas dispuestas a matar a otras tantas. En la edad
contemporánea, la Segunda Guerra Mundial llevó esta exigencia militar a
unos límites sin precedentes. La devastación fue tal que hubo que
recomponer el mapa del mundo. Economías enteras se desplomaron y los
daños psicológicos de la masiva aniquilación humana fueron incalculables.
Para muchas personas el peso de los estragos materiales y psicológicos fue
difícil de soportar. Como farfulló un joven soldado americano de infantería
después de clavarle una y otra vez la bayoneta a un hombre hasta matarlo:
«Me sentí mal… Mi padre me enseñó que no había que matar».
A nadie se le ocultaba la dureza inmisericorde de los combates. Los
ejecutores —la mayoría jóvenes, pero también viejos, mujeres y niños— rara
vez se libraban del pánico, el asco y la desesperación de unos actos de
brutalidad grotesca. El escritor William Manchester recordaba que, después
de matar a un soldado japonés en el Pacífico, clamó «Lo siento» y empezó a
sollozar, antes de vomitar y de orinarse en su uniforme. También las víctimas
eran de todas las edades, sexos, clases sociales y nacionalidades. Algunos
fueron verdugos antes de convertirse en víctimas. El terror fue un factor
omnipresente en aquella guerra. Las campañas militares, la estrategia y los
«daños colaterales» son aspectos importantes de la guerra. Herir y matar se
hallan en el corazón del conflicto militar. La guerra implica matar: los
múltiples medios para lograrlo nunca quedaron tan claramente evidenciados
como durante la Segunda Guerra Mundial.
«Guerra total»
Imaginen el panorama: la estepa, todo helado, con temperaturas de hasta 20 y 30 grados bajo
cero, montañas de nieve… Los soldados alemanes yacían en el suelo y los tanques alemanes
pasaban por encima de estos soldados, incapaces de levantarse para clamar que eran compatriotas.
Y en mi fuero interno me dije: «¡Ah, si nuestros compatriotas nos viesen! ¡Ah, si viesen morir a su
hijos de esa manera!»[1].
Relatos de guerra
Inevitablemente, no es ésta una historia fácil ni agradable de contar. Es
legítimo preguntarse incluso por qué necesitamos que se nos cuente otra
historia, y además breve, sobre la Segunda Guerra Mundial. Es imposible no
comprender a aquellos comentaristas que insisten en que es «imposible»
hablar de ciertos aspectos de la guerra. Aducen que el solo hecho de escribir
acerca de los horrores del Holocausto nos implica subsidiariamente en los
horrores que se perpetraron. A estos comentaristas les preocupa que los
intentos de «explicar» las barbaridades que se cometieron conviertan sus
actos en «comprensibles» y, por lo tanto, «perdonables». El Holocausto es, y
debería ser, literalmente inenarrable. El psicoanalista y exprisionero en el
campo de Dachau Bruno Bettelheim lo expresó sucintamente: «Hay actos tan
viles que lo mejor que podemos hacer es rechazarlos y evitarlos, no tratar de
comprenderlos».
A aquellos comentaristas que creen que el Holocausto es literalmente
«inenarrable» ningún argumento los hará cambiar de opinión, pero no puedo
adherirme a su silencio. Está claro que tanto las víctimas como los verdugos
sienten la necesidad de contar su historia, de comunicar lo que ocurrió, de
buscar un porqué y tratar de encontrarle algún sentido a su caótica vivencia
en el Holocausto. En la actualidad existe una razón aún más acuciante para
hablar y escribir de aquellos acontecimientos: vive entre nosotros una nueva
generación que apenas sabe nada de aquella guerra. Corremos el riesgo de
«olvidar». A medida que mueren los supervivientes, su memoria queda
rebasada por las historias que cuentan los vencedores y quienes (y eso es lo
más inquietante) «niegan» el Holocausto, que constituyen grupos poderosos
con propósitos políticos claramente identificados con la extrema derecha.
También acecha la amenaza de interpretar «la guerra» como una de tantas
historias de batallas y estrategias que diluya su horror. La satanización de la
guerra en algunas historias militares es peligrosa. Las matanzas masivas se
convierten en aséptico recuento de cadáveres. La anónima enumeración de
millones de hombres, mujeres y niños, muertos o heridos; las apabullantes
estadísticas sobre la destrucción de las ciudades, y la irrelevante relación de
los distintos potenciales armamentísticos pueden distanciarnos de las
víctimas. Un similar proceso de deshumanización fue el que propició muchas
de las atrocidades que tuvieron lugar durante el conflicto. Cuando Stalin dijo
que «la muerte de una sola persona es una tragedia, un millón de muertos es
una estadística», llamaba la atención sobre una aterradora posibilidad.
Merece la pena transcribir las palabras, acaso apócrifas, del historiador Simon
Dubnov, poco antes de morir a manos de un policía lituano durante la
destrucción del gueto de Riga: «La gente de bien no debe olvidar. La gente de
bien debe contar su historia[2]». Si este libro peca de omitir muchas de las
complejidades estratégicas y avances tecnológicos, al objeto de dejar que
quienes participaron en el conflicto nos contasen sus experiencias, confío en
que me excusen. Convendremos en que sería ridículo pretender que las
personas que aparecen en este libro son «representativas», «características» o
«corrientes». Se trata de personas de diferente nacionalidad, sexo, clase
social, edad e ideas políticas, pero contribuyen a que recordemos a algunas de
las personas en las que la guerra se cebó. Confío en que este libro sirva de
estímulo a los lectores para seguir con otras lecturas y elegir entre la ingente
cantidad de obras, escritas desde diferentes perspectivas, que abundan en los
estantes de librerías y bibliotecas.
Capítulo 2
La declaración de guerra en Europa
Apenas veinte años después de que los ríos de sangre que fluyeron de la
Primera Guerra Mundial se hubieron estancado, las potencias europeas se
embarcaron en otra carnicería. En 1918, la población de todas las naciones
participantes proclamaban el lema húngaro nem, nem, shoa! («¡No, no, nunca
más!»). Los poetas y los novelistas estuvieron en la vanguardia de este
movimiento. Después de la Primera Guerra Mundial, los políticos, los líderes
religiosos y los pacifistas de todas las naciones en guerra que intervinieron en
el conflicto insistieron una y otra vez en la necesidad de escarmentar tras la
carnicería de 1914 a 1918. El pacifista francés Edouard Herriot, en un
discurso pronunciado el 1 de febrero de 1925 para recaudar fondos para un
monumento a la paz, dijo: «Nosotros los pacifistas somos quienes hemos
sacado más lecciones de la guerra[1]».
Pero la carnicería volvería a empezar, y la experiencia práctica de este
conflicto le asestaría un cruel golpe a los elevados ideales de los contrarios a
la guerra en todo el mundo. ¿Cómo pudo ocurrir algo semejante?
Exigir las fronteras de 1914 es una insensatez política de tal magnitud y consecuencias que se
me antoja un delito… Las fronteras de 1914 no significaban nada para la nación alemana… Los
nacionalsocialistas debemos ceñirnos sin vacilar a nuestro objetivo de política exterior, que consiste
en garantizarle, a la nación alemana, la tierra y el espacio a los que tiene derecho en este mundo[3].
Acerca del pacto con los rusos, Hitler dijo que no se proponía modificar en absoluto su política
antibolchevique; que para combatir a Satán había que recurrir a todos los demonios, que todos los
medios estaban justificados para tratar con los soviéticos, incluso un pacto como éste. Fue un
ejemplo típico de su idea de la Realpolitik[4].
Política de apaciguamiento
¿Era inevitable una «guerra mundial» pese a las frustraciones que produjo el
tratado de Versalles, a la personalidad de Hitler, a los imperativos ideológicos
y a las ambiciones territoriales de las naciones del Eje? No, afirman algunos
historiadores, que acusan a los políticos británicos y franceses de no haber
sabido detener el rearme alemán y de haber adoptado una política de
apaciguamiento. El dedo acusador señala a los «culpables»: los británicos
Neville Chamberlain, jefe del gobierno, y sus ministros, sir Samuel Hoare y
lord Halifax, titular de Exteriores (los tres conservadores); Pierre Laval,
ministro francés de Asuntos Exteriores y jefe de gobierno de 1934 a 1936, y
Georges Bonnet, ministro francés de Asuntos Exteriores de 1938 a 1939.
Por entonces, los argumentos que aducían los apaciguadores podían ser
convincentes. Ningún político expresó sus criterios mejor que Chamberlain,
el más despreciado de todos los apaciguadores británicos. En 1938 explicó
sus motivos en un lenguaje que todavía hoy puede suscitar polémica.
Recordaba a la nación la guerra que había concluido hacía apenas veinte
años:
Cuando pienso en aquellos terribles cuatro años y en los siete millones de jóvenes que murieron
en la flor de la vida, en los trece millones que fueron vejados y mutilados, en el dolor y el
sufrimiento de los padres, los hijos y las hijas, en los familiares y amigos de aquellos que murieron,
y en los heridos, me siento inclinado a repetir que la guerra…, aunque un bando termine por
considerarse vencedor, no tiene vencedores, sólo perdedores. Y estas ideas son las que me han
inclinado a pensar que mi principal obligación es hacer cuanto pueda para evitar una reedición de la
Gran Guerra en Europa[5].
Hitler ha invadido Polonia. Hemos oído la mala noticia por la radio, minutos después de ver dos
aeroplanos que volaban en círculo… Todos nos hemos quedado boquiabiertos… El abuelo ha
apagado la radio y ha mirado nuestras caras angustiadas. Se ha arrodillado ante una imagen de
Jesucristo y ha empezado a rezar en voz alta. Y hemos repetido con él: «Padre nuestro que estás en
los Cielos, santificado sea tu nombre…»[6].
Lo recordaba por haberlo visto en los noticiarios, bajando de su aeroplano al llegar de Múnich
agitando un papel y prometiendo «tiempos de paz». Pero ahora parecía un cordero que no paraba
de balar. Hablaba de notas enviadas sin obtener respuesta. Lamentaba que ahora el Reino Unido y
Alemania estuviesen en estado de guerra. Parecía realmente dolido, como si Hitler fuese un
inquilino moroso que prometiese pagar… Inmediatamente se oyeron las sirenas. No sabíamos qué
hacer. Yo no podía estar quieto ni un momento. Fui a mi dormitorio y pensé en rezar, por primera
vez en mucho tiempo. Aunque no parecía que pudiese servir de mucho contra los bombarderos
alemanes[7].
Aplastamiento de Polonia
una calma absoluta. Los hombres partían en silencio. No hubo marchas militares ni himnos. No
hubo gritos de «¡A Berlín!» ni de «¡Muera Hitler!» equiparables a los gritos de «¡A Berlín!» y
«¡Muera el Kaiser!» de 1914. No hubo llantos histéricos de las madres, de las hermanas y de los
hijos. El autocontrol, el callado coraje, fue tan insólito, tan inusual en la naturaleza humana, que
casi parecía irreal[4].
La batalla de Inglaterra
Recuerdo haber corrido a casa, E. tiraba de mí y gritaba. Parecía que el cielo fuese a venirse
abajo. De pronto me vi de bruces, justo detrás de la puerta de la cocina. Fue como si las olas me
zarandeasen, como si estuviese bañándome en alta mar. Recuerdo haberme aferrado al suelo, a la
alfombra, para evitar salir despedida. Aún tengo el olor de la alfombra en la nariz y los gritos de la
señora R. resuenan en mis oídos. Pero no la veía. Se había ido la luz y todo era polvo, ni siquiera
me pregunté si E. estaba bien… No pensé en él[6].
La ocupación
No soy valiente. Sólo tengo convicciones acerca de algunas cosas y cuando empezaron a
torturarme no voy a decir que me pareciese divertido. Me dije que acabaría por desmoronarme.
Aunque en tu fuero interno te digas que no, sabes que físicamente acabarás por desmoronarte. Pero
me decía que si podía soportarlo un minuto más sería un minuto más de vida, en lugar de
preguntarme qué me iban a hacer durante la media hora siguiente. Porque después de arrancarme
las uñas de los pies iban a arrancarme las de las manos. Pero se detuvieron porque entró el
comandante y les gritó: «¡Basta!». Y entonces empezaron a quemarme la espalda. Por supuesto
podían hacerme otras muchas cosas. Pero si acepto que no será por mi voluntad, me matarán. Me
matarán físicamente pero eso será todo. No ganarán nada. ¿Qué sentido tiene? Tendrán un cadáver,
que no les servirá para nada. Pero a mí no me tendrán[10].
Fue Churchill quien acuñó la frase «la batalla del Atlántico» y, al igual
que muchas de su frases más impactantes, ha sido recogida así en los libros
de historia. Pero «la batalla del Atlántico» fue más una catástrofe que una
descripción exacta. Ni fue una batalla ni sucedió en el Atlántico
exclusivamente. Fue una campaña que se prolongó durante toda la guerra,
aunque el período más importante fue el comprendido entre septiembre de
1939 y mayo de 1943. Fue de naturaleza global y se desarrolló desde el
Caribe al Pacífico, desde el cabo de Buena Esperanza al mar de Barents.
Aunque la idea más generalizada es que fue una campaña dominada por la
guerra submarina, los llamados «submarinos» no eran tales, sino sumergibles,
en la más pura acepción del término. Las fuerzas navales tendrían que
aguardar hasta los años cincuenta, hasta que la invención de auténticos
submarinos permitió contar con naves que operaban con la misma eficacia
dentro y fuera del agua. Sin embargo, una cosa es innegable: la batalla del
Atlántico fue una lucha contra la furia de los elementos de la naturaleza tanto
como una guerra entre la máquina y el hombre.
«Manadas de lobos»
El control de las rutas oceánicas era tan necesario para los aliados como para
las potencias del Eje. Los líderes alemanes eran perfectamente conscientes de
que mantener expeditas las vías de comunicación y las rutas comerciales era
crucial para la economía británica. Sin ellas, los aliados se arriesgaban a la
derrota por estrangulación de su vías de abastecimiento. Los aliados también
se esforzaban al máximo por mantener el bloqueo de las potencias del Eje. Y
aunque en este capítulo nos centremos en las naciones del Eje europeo, las
rutas marítimas eran también vitales para Japón. Como veremos más adelante
en otro capítulo, el continuado dominio de Estados Unidos de las rutas
marítimas entre Japón y las posesiones japonesas en el sudeste asiático fue
devastador para la economía japonesa. En 1942, el 40% del petróleo de los
campos petrolíferos ocupados por los japoneses conseguía llegar a Japón.
Pero al cabo de dos años sólo llegaba el 5%. Y no llegó ningún petróleo a las
costas japonesas en 1945. Al verse privada de petróleo, la economía de
guerra japonesa se desmoronó.
Superficialmente, parecía que los aliados tuviesen ventaja sobre las
potencias del Eje en los mares ya que, históricamente, poseían una
indiscutible superioridad en poderío naval. Sin embargo, la pequeña pero
moderna flota alemana y sus submarinos no era una amenaza desdeñable.
Además, la caída de Francia y de Noruega proporcionó a Alemania una
ventaja al poder disponer de bases en ambos países. Como consecuencia de
ello, los submarinos alemanes fueron inicialmente muy eficaces. Bajo el
mando del almirante Karl Dönitz, operaban como «manadas de lobos». Al
avistar un convoy, el submarino comunicaba su posición por radio al cuartel
general de la base terrestre que, a su vez, la transmitía a otros submarinos.
Una vez que varios submarinos se reunían en una «manada» emergían
(porque esto aumentaba su velocidad sustancialmente), atacaban a los barcos
con torpedos y se retiraban rápidamente. La única solución que tenían los
aliados para evitarlo era aumentar la escolta naval y aérea, además de tratar
de destruir tantos submarinos como les fuese posible a lo largo de la travesía,
atacándolos con cargas de profundidad (es decir, cargas explosivas de 150
kilogramos embutidas en el interior de pesados bidones y lanzadas al mar).
Las cargas de profundidad actuaban destruyendo directamente los
submarinos u obligándolos a salir a la superficie, donde podían ser atacados
con más facilidad. Además de estos agresivos medios de afrontar la amenaza
alemana en los mares, los aliados también reaccionaron defensivamente
racionalizando las importaciones y aumentando la producción de barcos.
Aunque los submarinos alemanes siguieron en acción hasta el final de la
guerra, los aliados tuvieron ventaja a partir de 1943 debido a su superior
material y a sus modernos servicios de inteligencia. La figura 3 ilustra la
recobrada confianza de americanos y británicos. No cabe duda de que la
información de los servicios de inteligencia fue clave para eludir a los
submarinos.
The Battle of the Atlantic
Efectos de la campaña
Está claro que aquélla fue una campaña muy dura para todos, especialmente
para los marineros. La guerra naval era muy distinta a la guerra en tierra. Para
los marineros esta clase de guerra era un conflicto mucho más distanciado e
impersonal. Pero, aunque rara vez se llegaba a ver al enemigo, no fue una
guerra precisamente incruenta. Las tripulaciones sabían que habían logrado
acabar con un enemigo por los «siniestros restos que flotaban en el agua»,
después de un ataque. Como un comandante comentó descarnadamente
mientras inspeccionaba las aguas tras uno de esos ataques: «No sé lo que es,
pero, según el cirujano, son restos humanos».
Además, la guerra en los mares aterrorizaba tanto como los bombardeos.
En el Atlántico norte, las tempestades y el hielo fueron enemigos más
temibles que los submarinos alemanes, sobre todo durante los terroríficos
inviernos de 1941 y 1942. Las bajas temperaturas provocaron que no más del
50% de la tripulación de los barcos hundidos lograran sobrevivir. El pánico
de las tripulaciones de los mercantes de los barcos de guerra, al porfiar por
llegar a los botes salvavidas, y la claustrofobia que soportaron las
tripulaciones de los submarinos alemanes, aguardando al estallido de las
cargas de profundidad, fueron inenarrables. Geoffrey Drummond, un joven
de 19 años destinado a la marina de guerra británica, recordaba la aterradora
experiencia que vivieron él y sus camaradas para tratar de salvarse y de salvar
a otros:
Creo que lo que de manera más indeleble ha quedado en mi memoria son los gritos de los
tripulantes entre los restos del naufragio después de que un barco fuese torpedeado. El rifirrafe para
lograr subir a los botes salvavidas sin que aún hubiesen terminado de bajarlos, y luego mientras los
equilibraban y se alejaban del propio barco escuchando lo que podríamos llamar «el silencio del
mar» con el contrapunto de las voces humanas. ¿Dónde están? ¿A qué distancia? Porque en
aquellos tiempos muchos no llevaban salvavidas luminosos y muchos otros ni siquiera llevaban
salvavidas. Aún oigo los gritos. Aún veo la sobrecogedora aparición de hombres en el agua.
Procurabas auparlos al bote, volvías a tu barco, los hacías subir a bordo lo más rápidamente posible
y dabas media vuelta hacia el lugar del naufragio para rescatar a otro grupo[2].
La resistencia china
¡Hombres, mujeres y niños! Escuchad lo que tenemos que decir. ¿Habéis visto esas cosas que
vuelan todos los días por encima de vuestras cabezas? Esas cosas se llaman aeroplanos. Y sentados
en su interior van los demonios del mar oriental, los demonios japoneses. Hablan una lengua
extranjera, viven en el mar oriental y vuelan con sus aeroplanos hasta aquí. ¿Sabéis qué han venido
a hacer? Han venido a matar a todos nuestros hombres y a nuestras mujeres con pistolas y
cuchillos, y a violar a nuestras esposas y a nuestras hijas[1].
Exhortaciones como ésta proliferaban firmadas por todos los partidos
políticos y especialmente por el Partido Comunista Chino, dirigido por Mao
Zedong, y por el Kuomintang, el Partido Nacionalista, dirigido por Chiang
Kai-shek. Estos dos partidos eran enemigos encarnizados, pero en 1937
Chiang se vio obligado a abandonar su lucha contra los comunistas al objeto
de centrar su atención en derrotar a los japoneses. Ambos partidos
convinieron una tregua y formaron un frente unido que, pese a su fragilidad,
fue crucial para la guerra y, a la postre, para la suerte de la propia China.
Comunistas y nacionalistas movilizaron a la población china para
combatir contra la poderosa maquinaria militar japonesa. Mao utilizó todas
sus dotes de persuasión para convencer a los chinos de que el único medio de
derrotar a los japoneses era con la guerra de guerrillas. Advirtió que, aunque
a la larga el ejercito japonés debería ser atacado frontalmente, hacerlo
prematuramente tendría consecuencias devastadoras. La guerrilla hizo que la
mayor parte del potencial del ejército expedicionario japonés tuviese que ser
empleada en la protección de las comunicaciones por ferrocarril, y en
operaciones de «limpieza» de los dispersos grupos de guerrilleros. La figura
5 muestra los daños que los campesinos resistentes podían causar. La guerra
de desgaste resultó ser una estrategia eficaz. Y, a mediados de 1939, los
japoneses se vieron obligados a cubrir un frente desmesuradamente amplio.
Sin embargo, en los primeros años de la guerra, un gran número de chinos
colaboró con los japoneses y con los gobiernos-títere. Un campesino dijo sin
rodeos: «Aunque los soldados sean japoneses, nosotros sólo tenemos que
recoger la cosecha y pagar impuestos para vivir en paz como gente
corriente[2]». Pero en 1938 la resistencia china se había generalizado,
especialmente entre los comunistas. ¿Qué condujo a este cambio?
Los historiadores se muestran divididos respecto a explicar el éxito de los
comunistas chinos para conseguir el apoyo de la población. Algunos aducen
que la eficacia con que los comunistas chinos dirigían la resistencia a los
japoneses los hizo populares. Especialmente a partir de 1941, las guerrillas
comunistas lograron numerosas victorias contra los japoneses. Y la brutalidad
japonesa provocó que los campesinos se alegrasen de estas victorias
comunistas. Porque el terror fue un elemento básico de la política japonesa en
China. El jefe de un regimiento japonés alardeaba en estos términos:
«Nuestra política es incendiar las viviendas de nuestros enemigos a medida
que avanzamos. Basta echar un vistazo para saber dónde están nuestras
unidades[3]». Los civiles chinos que no murieron a manos de los japoneses
(en algunas zonas murió el 40% de la población) fueron obligados a trabajar
como esclavos y, los jóvenes, a servir en el ejército de algunos de los
gobiernos-títere. Millones de refugiados huyeron a las zonas controladas por
el Partido Comunista, con lo que aumentó la presión sobre los recursos de
alimentos en estas zonas (en 1941, el Octavo Ejército Comunista, acantonado
al norte, tenía que alimentar a 44 millones de personas).
FIGURA 5. Milicianos y campesinos chinos destruyendo una vía férrea para obstaculizar a los
japoneses en el norte de China, 1941.
Atrocidades
Mientras nos las tirábamos nos parecían humanas, pero cuando las matábamos sólo nos
parecían cerdas. No nos avergonzábamos. No sentíamos culpabilidad. De no ser así no hubiésemos
podido hacerlo. Cuando entrábamos en un pueblo, lo primero que hacíamos era robar comida,
luego agarrábamos a las mujeres y las violábamos. Después matábamos a todos los hombres,
mujeres y niños, para asegurarnos de que no huyesen y delatasen nuestra posición a los chinos. De
lo contrario, no hubiésemos podido dormir por la noche[8].
El tipo sabía que todo se había terminado para él y no se resistió. Pero cuando agarré el
escalpelo empezó a gritar. Lo abrí en canal desde el pecho al estómago. Daba unos gritos
espantosos y tenía la cara contorsionada de puro dolor. Hacía unos ruidos indescriptibles,
espeluznantes. Pero no tardó en dejar de chillar[9].
No eran animales, pero los supervivientes del ferrocarril de Birmania no parecían hombres.
Tenían los pies descarnados por el bambú, después de trabajar descalzos durante meses. También
tenían descarnadas las pantorrillas, como si balas explosivas se las hubiesen desgarrado y
ennegrecido. Tenían llagas por todas partes… La cabeza era casi una calavera… los dientes
largos… Los ojos, hundidos en las cuencas, apenas brillaban. Y tenían el pelo apelmazado, sin
vida. No llevaban más indumentaria que una tela de percal de color marrón rojizo, arrugado a la
altura del estómago y caído por detrás tan verticalmente que parecía que no tuviesen nalgas[12].
Guerra civil
La invasión de China duró ocho años, lo que equivale a decir que fue más
larga que la que soportaron otros países durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero la guerra en China no terminó en 1945. Al igual que ocurrió en Europa
la «guerra mundial» fue también una guerra civil. Con Japón fuera del
conflicto, la enconada lucha entre los comunistas de Mao y las nacionalistas
del general Chiang Kai-shek se reanudó con renovados bríos y concentración.
Esto se veía venir como algo inevitable desde mucho antes del fin de la
guerra con Japón. Una batalla encarnizada y brutal entre el Nueva Cuarto
Ejército Comunista y el Kuomintang en enero de 1941 marcó su permanente
hostilidad. Al término de la guerra contra Japón, ambos bandos dirigieron su
lucha contra «el enemigo interior». Los comunistas consiguieron la victoria
en 1949, cuando Mao proclamó la fundación de la República Popular China
desde la puerta de la Paz Celestial, en Pekín.
La victoria de Mao se debió a muchos factores. Los nacionalistas pagaron
el precio de la galopante inflación, de la corrupción, de las enormes
desigualdades de riqueza y de la represión política en las zonas que
controlaban. Los nacionalistas eran considerados hipócritas y corruptos,
cundía el rumor de que, mientras la inflación asolaba el país, la esposa del
general Chiang Kai-shek se hacía traer muebles de maderas nobles a través de
la «Joroba». Los nacionalistas también tuvieron el inconveniente de un mal
liderazgo militar. El propio Chiang Kai-shek reconoció que sus generales
«combatían atolondradamente[13]». En cambio, Mao desplegó con eficacia a
sus grupos guerrilleros y supo movilizar al pueblo. La guerra de guerrillas
(llamada por los comunistas chinos «guerra de gorriones») fue crucial, pero,
incluso cuando el Ejército de Liberación Popular luchó frontalmente contra
las tropas nacionalistas, sus tácticas, basadas en la movilidad de la infantería
ligera, se impusieron con claridad. A mediados de 1948, el ejército comunista
era superior en número y en eficacia al de los nacionalistas. Los comunistas
contaron con la ayuda de los soviéticos que, después de controlar Manchuria,
se dirigieron a China nororiental y pusieron a su disposición el arsenal
procedente de la rendición japonesa. Esta ayuda, desaprobada por los aliados,
fue decisiva para el resultado de la guerra civil. Una vez terminado el
conflicto, Mao tendría que afrontar la ingente tarea de transformar «la vieja
China en la nueva China». Nadie se lo envidió. Era un empeño largo y difícil.
Capítulo 6
La guerra en el sudeste asiático y en el Pacífico
En el resto del escenario bélico de Asia, los japoneses tuvieron que hacer
frente a enemigos de muy distintos países: filipinos, malayos, habitantes de
las islas Salomón, australianos, neozelandeses y británicos. Para todos los que
intervinieron, las campañas del sudeste asiático y del Pacífico fueron de
carácter imperialista. Estados Unidos, el Reino Unido, los Países Bajos y
Francia habían colonizado gran parte de la región y no estaban dispuestos a
renunciar a sus colonias sin lucha. Ni siquiera Estados Unidos, que ya había
iniciado el proceso descolonización en Filipinas, quiso permitir que le
arrebatasen el territorio por la fuerza. Los japoneses aseguraban que su guerra
era una guerra de liberación. Pero a nadie se le ocultaba que la ocupación de
estos países era básica para sus ambiciones expansionistas. Japón tenía una
extensión geográfica menor que California y una población de 74 millones de
habitantes que alimentar; y la guerra en China había resultado mucho más
cara de lo esperado. Japón necesitaba los recursos de otras naciones asiáticas
para sostenerse. La retórica liberacionista japonesa unida a los imperativos
económicos se fundieron nítidamente en el lema «Asia para los asiáticos
dentro de la esfera de Coprosperidad de la Gran Asia», aunque en palabras
del primer ministro japonés, el general Tojo Hideki, Japón estuviese
destinado a ser «el núcleo y la base desde la que todos los estados y pueblos
de la Gran Asia podrían encontrar su lugar en el mundo[1]». La prosperidad
mutua era el objetivo, pero bajo la dirección de los «superiores» japoneses.
FIGURA 8. Prisioneros de guerra americanos con las manos atadas a la espalda, justo antes de
empezar la «marcha de la muerte» desde Bataan, en abril de 1942.
FIGURA 9. Prisioneros de guerra japoneses capturados en Bataan, conducidos con los ojos
vendados al cuartel general para ser interrogados.
Colaboración y resistencia
Para muchos países del sudeste asiático la ocupación militar japonesa no fue
sino otra forma de régimen colonial. En los primeros tiempos de la
ocupación, los japoneses intentaron ganarse a la población de los países que
invadían. El ideal del Plan de Coprosperidad del Gran Este Asiático, que
implicaba cooperación política y económica, recibió un gran impulso
retórico, y la reeducación cultural llevada a cabo con vigor a través de la
radio, el teatro, las exposiciones, la prensa, la música y el cine. En un intento
de conseguir apoyos frente a los aliados occidentales, en noviembre de 1943
Japón albergó la Conferencia del Gran Este Asiático, a la que asistieron
representantes de Filipinas, Birmania y Siam, y en la que «los elevados
objetivos de Japón en su lucha moral contra los angloamericanos» fueron
proclamados a bombo y platillo. El general Tojo fustigó la hipocresía de las
naciones imperialistas occidentales y prometió la «autonomía y la
independencia» de las naciones pertenecientes al «Gran Este Asiático», y el
resurgimiento espiritual. Como dijo Jim Kotaro, poeta japonés y destacado
dirigente del aparato de propaganda en Malasia: «Es una misión caída del
cielo para la raza yamato guiar a la población indígena[4]».
Por lo menos inicialmente, los japoneses fueron bien recibidos como
«compatriotas» asiáticos por la población de muchas de las naciones que
conquistaban. Como dijo el primer ministro de Birmania, Ba Maw, los
birmanos «se habían convencido de que su viejo país sería grande otra vez y
de que el budismo recobraría su pasado esplendor[5]». Por el mismo tenor, un
filipino recordaba que los ocupantes
trataron de conservar algunas de nuestras libertades, como la de culto religioso, ocio y educación
superior. Parecía que deseaban la amistad con la nación. Pero no tardamos en vernos convertidos en
vasallos de su ideología… de «rejuvenecimiento moral», en depender de su liderazgo en Asia,
adoctrinados con los ideales de una «zona de coprosperidad» y con el lema «Asia para los
asiáticos[6]».
Puede que aún conserve el trozo de papel en el que la reina Guillermina de los Países Bajos
escribió que sentía lo ocurrido. Nunca me he molestado en buscarlo porque todo es aún muy
doloroso. Cuando lo recibimos, mucho después, caí al fin en la cuenta de que mi padre había
muerto. Recuerdo que lloré y que me golpeé la cabeza contra la pared de pura aflicción. No quiero
saber cómo murió mi padre. ¿Lo fusilaron con los ojos vendados? ¿Arrodillado con las manos
atadas a la espalda, decapitado y enterrado en la misma tumba que le obligaron a cavar? He
esperado a mi padre durante toda mi vida… Durante la mayor parte de los últimos cincuenta años
ningún 29 de enero, aniversario de su ejecución, he podido contener el llanto[10].
Un sargento japonés iba repartiendo culatazos. Estaba borracho y parecía querer demostrarnos
que era él quien mandaba. Luego cogió un trozo de alambre y le ató los muslos a la chica, que
gritaba a pleno pulmón. Le clavó la bayoneta entre los pechos y la abrió en canal delante del todo el
mundo. Un americano y yo optamos por seguir adelante temblando al pensar lo que pudiera
hacernos a nosotros. Crímenes como aquél y la decapitación de nuestros camaradas fueron una
constante a lo largo de toda la marcha. El camino quedó sembrado de cadáveres. Yo no estaba
preparado para presenciar tales brutalidades. El único modo de soportarlo era tratar de evadirse
pensando que era una pesadilla; que cualquier día despertarías y comprobarías que nada de aquello
había ocurrido[11].
Éste no fue más que uno de los miles de casos que se produjeron durante
la ocupación japonesa de Filipinas. Y la situación empeoró tras el
desembarco de los aliados. Durante la retirada hacia el norte, los japoneses se
entregaron a una orgía de atrocidades. Las mujeres, incluso las monjas,
fueron violadas. Lanzaban bebés al aire y los ensartaban en las bayonetas. Y
llevaron a cabo ejecuciones en masa por decapitación. La «masacre de
Manila», como dio en conocerse, fue una de las más atroces del siglo.
La indignación provocada por el imperio del terror fue fácilmente
capitalizada por los movimientos de resistencia que surgieron en muchas
zonas del sudeste asiático, que llevaron a cabo todo tipo de actos subversivos:
sabotajes, ataques a los soldados japoneses y espionaje. Estos movimientos
eran de carácter muy diverso, tanto política como étnicamente. Por ejemplo,
el Ejército Antijaponés del Pueblo Malayo era un movimiento revolucionario
dominado por los chinos, mientras que el Partido Nacionalista era un grupo
de resistencia nacionalista conservador. Algunos aceptaron ayuda de los
aliados, especialmente del SOE (conocido en Tailandia con el nombre en
clave de Fuerza 136) y del OSS. Otros rechazaron la ayuda del los
excolonizadores occidentales. En 1945, incluso las unidades entrenadas por
los japoneses en Birmania y Java se sublevaron. En otras palabras, al final de
la guerra, «los ejércitos de la independencia» actuaban para liberar a sus
países del yugo de sus opresores, al margen de que fuesen occidentales o
asiáticos.
Esto es una advertencia. Australia es el último bastión aliado entre la costa oeste de América y
Japón. Si Australia sucumbe, todo el continente americano quedará expuesto a la invasión. Algunos
creen que los japoneses pasarán de largo de Australia y que serán interceptados y destruidos en las
Indias. Pero les aseguro que salvar Australia será equivalente a salvar a Occidente y a Estados
Unidos. Sin embargo, sea como fuere, si Australia llegase a ser invadida, luchará hasta el último
hombre y aplicará la política de tierra quemada[12].
Todos los clanes… que en otros tiempos fueron bravos, corajudos y fuertes parecieron
convertirse en bebés que acabasen de salir del útero de su madre. El desembarco de los japoneses,
el estruendo de los cañones y ver sus barcos los aterrorizó. No podían ni correr, de puro pánico.
Fue el mayor desastre que se recordaba[13].
Estuvo lloviendo sin parar durante más de seis meses. Se nos oxidaban las armas. El hierro se
oxidaba. Las heridas no cicatrizaban. Marchar bajo la lluvia es horrible. Las gotas de lluvia
rezumaban desde mi casco y se mezclaban en la boca con el sudor. Resbalabas continuamente. Te
levantabas, caías de bruces y vuelta a empezar. Parecíamos un ejército de muñecos de barro. Era
interminable, avanzar pesadamente por la senda embarrada, siguiendo los pasos del que iba delante.
Nueva Guinea era un lugar fantasmagórico. Decían que Birmania era un infierno. Pero de Nueva
Guinea no regresaba nadie vivo[14].
A la postre, como en todas las campañas del Pacífico, la batalla naval fue
crucial. La batalla del mar del Coral, que tuvo lugar entre el 4 y el 8 de mayo
de 1942, evitó que los japoneses se apoderasen de Port Moresby. Fue la
primera batalla naval librada exclusivamente con la aviación y sin que los
barcos de ambos bandos llegaran a avistarse. Aunque los americanos
perdieron un portaaviones, evitaron que los japoneses se apoderasen de
Nueva Guinea. Los americanos tuvieron la ventaja de la utilización de la
«Ultra», que les permitió descifrar los códigos japoneses y, por lo tanto,
localizarlos, y rodear su flanco. También aprendieron la lección de que los
portaaviones eran más vitales para la victoria en las batallas navales que los
destructores.
Para los japoneses, la batalla de Midway siguió a la humillante derrota del
mar del Coral. Midway era importante para los japoneses porque podía
proporcionarles una base desde la que amenazar a Hawái. También en este
caso, la batalla de Midway, que tuvo lugar el primero de junio de 1942, la
ganaron los americanos gracias a los servicios de inteligencia cuya máquina
descodificadora «Ultra» le permitió preparar la invasión de la isla. Cuatro
portaaviones japoneses fueron hundidos y sólo uno americano. Midway fue la
primera derrota decisiva para los japoneses en la guerra del Pacífico. Después
de Midway, los japoneses se batieron a la defensiva y sus ímpetus se
moderaron. A partir de entonces, se vieron obligados a evacuar una isla tras
otra.
Un archipiélago que los japoneses tenían gran empeño en conservar era el
de las Salomón, sobre todo Bougainville, Choiseul, Nueva Georgia y
Guadalcanal. Para los japoneses este archipiélago era importante porque les
permitiría castigar las comunicaciones entre Australia, Nueva Zelanda y
Estados Unidos. Por otro lado, estas mismas islas podían aportar a los aliados
sendos puntos de apoyo hacia islas enemigas en el archipiélago de las
Carolinas. Todos les concedían gran importancia como bases aeronavales.
El 7 de agosto de 1942, 10 000 soldados americanos desembarcaron en
Guadalcanal, rodearon la isla y empezó una sangrienta batalla, en la que los
estadounidenses contaron con la ayuda de la Fuerza Defensiva de las
Salomón (popularmente conocida con «Los Scouts de los Mares del Sur»).
Fue una batalla encarnizada y endurecida por las ideas racistas de ambos
bandos. Algunos de los hombres que combatieron allí habían luchado contra
los alemanes, y, en la comparación que hacían entre las dos potencias, los
japoneses salían mucho peor parados. Un marine que luchó en Guadalcanal
dijo lo siguiente:
Los alemanes son seres humanos como nosotros. Luchar contra ellos es una especie de
competición de atletismo, enfrentarse a alguien que sabes que lo hace bien. Los alemanes son un
pueblo equivocado pero, por lo menos, reaccionan como hombres. Pero los japoneses son como
animales. Contra ellos has de aprender una nueva serie de reacciones físicas. Has de acostumbrarte
a su terquedad animal y a su tenacidad. Se mueven por la selva como si se hubiesen criado allí y, al
igual que ocurre con mucho animales, no los ves hasta que te los encuentras muertos[15].
Todos nos escondimos en fosas que excavamos. El que no se ocultaba, desaparecía. Pero vivir
allí dentro era horrible. Pasábamos hambre y sed. Pero nadie podía salir. Si lo hacías, desaparecías.
Teníamos que orinar y defecar allí, y hacerlo a veces profanando la cara de uno de nuestros
muertos. Y cuando los soldados americanos llegaron no se portaron bien. Se asomaron a las fosas
con sus armas y miraron hacia el interior. Teníamos tanto miedo que estábamos apretujados en un
rincón como gatitos. Y entonces gritaron y nos lanzaron una granada de mano. Al estallar, todo el
refugio quedó destrozado. Los fragmentos de tierra nos golpearon y la mitad de nosotros murió[18].
Fueron unas enardecidas palabras a las que el dictador italiano hizo oídos
sordos.
La invasión de Yugoslavia
Al avanzar la ocupación, pasábamos cada vez más hambre porque, desde el principio, nos
quitaron todos los alimentos. Se apoderaron de todos nuestros suministros. El primer invierno fue
trágico. La gente moría de hambre. No teníamos leña para calentar nuestras casas ni nada que
comer. Los nazis se llevaron todos los alimentos de los pueblos, y los consumían ellos o los
enviaban fuera del país. En Atenas, donde no había campos de cultivo ni huertos, fue donde lo
pasamos peor. Allí vimos los primeros muertos, pero no a causa de los disparos sino de hambre.
Sin embargo, el segundo año las cosas cambiaron. Hubo grandes manifestaciones organizadas por
el EAM y… también empezamos desde los primeros meses a hacer pintadas… La misión de los
más jóvenes era transportar varias cosas… Muchas veces yo llevaba armas en la cartera del
colegio[3].
Queridísima Dolly:
Si no escribo más a menudo es porque estos terribles días son para mí un constante dolor… Me
digo que a lo mejor recibes esta carta poco antes de que nazca el niño. Amor mío, las cosas han
mejorado un poco para mí. Parece cosa del demonio, porque termina uno por endurecerse ante la
visión y el olor de los campos de batalla. Pero en mi fuero interno una voz repite: «Esto es
antinatural, no es parte de la vida». Y la conciencia te devuelve a la realidad del milagro de estar
vivo. ¿Tendré paz alguna vez? Quisiera ser siempre el de antes para ti, Dolly, pero noto que algo
cambia en mi interior a medida que pasan los días. Se te revuelven las entrañas al ver toda esta
porquería… Amor mío, abrázame fuerte esta noche. Nunca te he necesitado tanto. Te quiero[7].
La guerra contra Rusia será de tal naturaleza que no podrá ser librada de un modo caballeroso.
Se trata de un choque de ideologías y de diferencias raciales, y deberá ser conducida con una
dureza sin precedentes, implacable e inmisericorde… Los soldados alemanes culpables de infringir
las leyes internacionales… serán excusados. Rusia no participó en la Convención de La Haya [que
aprobó las leyes por las que debía regirse la guerra] y, por lo tanto, no tiene derechos a este
respecto.
La «Operación Barbarossa»
Para Hitler era axiomático que la expansión de Alemania tenía que producirse
hacia el este, si quería ver realizado su sueño de convertirse en una
superpotencia «aria». Creía que la rapidez en la acción era imprescindible
para evitar lo que consideraba una grave amenaza, es decir, que las
«infrahumanas» razas eslavas llegasen a superar en número a los «arios».
Desde el principio, la guerra contra la Unión Soviética tuvo por objeto
exterminar al «bolchevismo judío». Además, la industria y la expansión
alemanas necesitaban la mano de obra y los recursos de aquélla extensa
región. Ése fue ciertamente el principal objetivo de Hitler al lanzarse a la
conquista de Noruega y de Francia en 1940. La amenaza del oeste tenía que
ser neutralizada antes de poder empezar la conquista del este. Este plan se vio
sin embargo abortado al negarse Churchill a negociar la paz con Alemania
después de la caída de Francia en 1940.
La «Operación Barbarossa» se lanzó a las tres de la madrugada del 22 de
junio de 1941. Abrió un frente de 2000 kilómetros de longitud en el que
combatieron 140 divisiones con un total de tres millones y medio de
hombres. Las tropas alemanas se abrieron en abanico, hacia Leningrado,
Moscú y Kiev y pillaron a Stalin desprevenido. No creía que los alemanes
llegasen a atacar, por lo menos en aquellos momentos. Pero, una vez que
Stalin no tuvo más remedio que reconocer su error, su reacción fue
fulminante. El 3 de julio de 1941 llamó a su pueblo a «combatir sin piedad»
en la «gran guerra patriótica». Fue una guerra total sin precedentes, con el
concurso de todos los efectivos humanos y económicos. Incluso las mujeres
fueron movilizadas, y 80 000 de ellas se integraron en unidades de combate
del ejército soviético.
La guerra no empezó bien para Stalin. A lo largo de 1941, el ejército
alemán barrió el territorio soviético. Pero, a medida que se retiraban, las
tropas soviéticas pusieron en práctica la táctica de «tierra quemada»,
destruyendo las casas, los depósitos de combustible y las fincas. En los
frentes, el Ejército Rojo sufrió una carnicería y los millones de soldados
soviéticos que cayeron prisioneros fueron tratados con suma brutalidad. No
eran considerados «compañeros de armas» sino «inútiles bocas que
alimentar». Los mataban sobre el terreno y, quienes sobrevivían, morían de
hambre, a causa de extenuantes trabajos forzosos o víctimas de enfermedades
mortales como el tifus. Entre tres y cuatro millones de prisioneros soviéticos
murieron en cautividad, es decir, un 60%, casi el doble, porcentualmente, de
los prisioneros de guerra británicos y americanos que murieron.
FIGURA 12. «Duelo por Kerch, 1942»: en memoria de una masacre nazi de civiles en Kerch,
Ucrania.
Estas derrotas fueron muy amargas para los alemanes. Pero lo peor estaba
por llegar. En las vastas llanuras de Rusia central los alemanes lanzaron la
«Operación Ciudadela», conocida también como «la batalla de Kursk». Hitler
tenía especial interés en conseguir la victoria en Kursk, porque le permitiría
destruir dos frentes rusos en una sola batalla. También creyó que era un
momento favorable para atacar. Los aliados no habían invadido Francia,
como él creyó que harían, y esto le permitió disponer de algunas tropas de
reserva. Además, estaba convencido de que sus unidades de panzers eran
superiores a los tanques rusos. Para el ejército alemán, la «Operación
Ciudadela» era una oportunidad de desquitarse de las humillantes derrotas en
Moscú (1941) y Stalingrado (1942). La batalla duró cincuenta días, desde el 5
de julio al 23 de agosto de 1943, y en ella se utilizaron más tanques,
morteros, cañones y aviones que en cualquier otra de la Segunda Guerra
Mundial. Participó un tercio de todas las divisiones que los alemanes tenían
destacadas en el frente oriental. Fue un ataque en tenaza, con dos cuñas
alemanas que partieron de Oriol-Kursk y Belgorod-Járkov, enviadas para
conquistar las lomas de Kursk, un área de 65 000 kilómetros cuadrados que
seguía en poder de las tropas soviéticas. También en esta ocasión los
alemanes habían aventurado una rápida victoria que, al no producirse, les
dejó mal preparados para una batalla de desgaste. En Kursk, el Ejército Rojo
demostró su superior movilidad. Mientras que los alemanes dependían del
ferrocarril para el transporte de sus divisiones, los rusos pudieron trasladar a
sus tropas con flotas de camiones. La utilización de las carreteras dio a los
rusos mayor velocidad y flexibilidad. El Ejército Rojo pudo asimismo
sustituir los tanques perdidos en la lucha con mucha mayor rapidez que los
alemanes. A la postre, Hitler ordenó interrumpir la campaña, aterrado por las
noticias de que los aliados habían desembarcado en Sicilia y de que Italia se
disponía a abandonar la guerra. Además, Alemania necesitaba
desesperadamente sus tropas en el Mediterráneo.
La derrota de los alemanes en Kursk fue aplastante. Los colocó a la
defensiva, dio la iniciativa a los soviéticos y resquebrajó la moral alemana. A
partir de entonces, los militares alemanes tuvieron la premonición de que la
derrota era inevitable. En palabras del capitán general Heinz Guderian, jefe
de la junta de Jefes de Estado Mayor entre 1944 y 1945: «Innecesario es decir
que los rusos explotaron a fondo su victoria. Ya no habría más períodos de
calma en el frente oriental. En adelante, el dominio del enemigo fue
incontestable[4]». El subteniente de 21 años Eugenio Corti fue uno de los
30 000 italianos que luchó junto a los alemanes en el frente oriental. Después
de la derrota, dedicó un libro de memorias a su camaradas muertos:
Para quienes compartieron aquellos días conmigo,
que lucharon y sufrieron conmigo,
que tan desesperadamente confiaron
y que al final yacieron muertos
en las interminables carreteras de la estepa[5].
La victoria soviética
La resistencia
Puede que más decisivo aún para la derrota de los nazis fuese que Hitler
subestimó la capacidad de resistencia del estado y del pueblo soviéticos. Las
tropas rusas demostraron una enorme fortaleza y capacidad de sufrimiento.
También fue decisiva la resistencia de los partisanos. El ejército alemán
estaba mal preparado para afrontar los ataques de la guerrilla, y lo único que
hacían, en represalia por las bajas que sufrían, era cebarse en la población
civil. La «Orden Barbarossa» del 13 de mayo de 1941 ordenaba a los
soldados disparar sobre cualquiera que opusiera resistencia. De ahí que,
durante el terrible otoño de 1941, en sólo un mes la 707.a división de
infantería matase a más de 10 000 supuestos partisanos. Pero aún fue peor el
16 de septiembre de aquel mismo año, cuando Wilhelm Keitel, comandante
en jefe de las fuerzas alemanas desde 1938 a 1945, y el general a través de
quien Hitler condujo la guerra, ordenó la matanza de entre 50 a 100
comunistas por cada alemán que muriese abatido por un partisano.
El movimiento partisano se desarrolló con lentitud. Buena parte de la
población de las zonas ocupadas por los alemanes recordaba la
colectivización forzosa de la agricultura bajo los comunistas, y el asesinato de
sus líderes culturales. Al principio, muchos recibieron bien a los invasores
alemanes, por creer que podían librarlos de Stalin. Pero no tardaron en
desilusionarse. La enorme brutalidad de las patrullas de asesinos de las SS
propició el surgimiento de los partisanos. Como el Ministerio de Propaganda
alemán se vio obligado a reconocer en una informe, la actitud de la población
de las zonas ocupadas era: «Si me quedo con los alemanes, los bolcheviques
me matarán cuando vengan. Y si los bolcheviques no vienen, me matarán los
alemanes tarde o temprano. De modo que quedarme con los alemanes
significa la muerte cierta, mientras que unirme a los partisanos lo más
probable es que sea la salvación[6]».
A principios de 1942, 150 000 partisanos luchaban activamente contra los
ocupantes alemanes. Al cabo de dos años eran más de 250 000 los hombres y
mujeres que combatían con los partisanos. Hombres y mujeres tendían
emboscadas a los militares nazis, saboteaban las comunicaciones y los
transportes, y les hacían la vida imposible a los alemanes, a base de un acoso
constante. Sus acciones fueron especialmente eficaces porque distraían a los
alemanes de otras actividades. Se calcula que el ejército alemán se vio
obligado a dedicar el 10% de sus efectivos a combatir a los partisanos.
Ina Konstantinova fue una rusa que combatió como partisana desde los 16
años. Oyó por radio el anuncio que hizo Viacheslav Molotov, ministro
soviético de Exteriores, de que la Unión Soviética había sido atacada. Lo
recordaba en una anotación de su diario, el 22 de junio de 1941:
Ayer mismo todo estaba en paz y tranquilo y hoy… ¡Dios mío! A mediodía hemos oído el
discurso de Molotov por radio: «Alemania está bombardeando nuestro país, y ya han caído bombas
alemanas en Kiev, Zhitamir y otras ciudades de Ucrania. El país está en peligro». No puedo
describir mi estado de ánimo al oír su discurso. Me he puesto tan nerviosa que parecía que me fuese
a estallar el corazón. El país se está movilizando. ¿Voy a poder seguir aquí tranquilamente? ¡No!
He de hacer algo para ser útil a mi patria, lo mejor que sepa, porque la patria nos necesita.
¡Debemos vencer[7]!
Venganza
Una víctima
Puede que las palabras de una de las víctimas sirvan para reflejar el carácter
inconcebible del Holocausto. Ignoramos cómo se llamaba aquella mujer. Sólo
sabemos que murió en el gueto de Tarnopol junto a medio millón de judíos
de la región de Galitzia. Sus cartas fueron encontradas en mayo de 1943 entre
un montón de ropa de la que despojaron a un grupo de víctimas. Éstas son sus
cartas:
7 de abril 1943. Antes de abandonar este mundo, quiero dejaros unas líneas a vosotros, mis
seres queridos. Cuando algún día os llegue esta carta, ni yo ni ninguno de nosotros estaremos aquí.
Nuestro fin está cercano. Lo notamos, lo sabemos. Igual que los inocentes e indefensos judíos que
ya han sido ejecutados, estamos todos condenados a muerte. En un futuro cercano nos tocará a
nosotros, como un pequeño recordatorio de los asesinatos en masa. No hay medio de que podamos
escapar a esta horrible y siniestra muerte. Ya al principio, en junio de 1941, mataron a unos 5000
hombres, entre ellos a mi esposo. Al cabo de seis semanas, tras cinco días de búsqueda entre los
cadáveres, encontré su cuerpo. Desde ese día la vida se ha terminado para mí. Ni siquiera en mis
sueños infantiles pude soñar un compañero mejor ni más fiel. Sólo dos años y dos meses de
felicidad me han sido concedidos. ¿Y ahora? Cansada de tanto buscar entre los cadáveres, una se
«alegra» de haber encontrado también el suyo. ¿Puede expresarse con palabras tormento
semejante?
26 de abril 1943. Sigo con vida y quiero describiros lo ocurrido desde el día 7 hasta hoy. Por lo
visto nos va a tocar a todos pronto el turno. Quieren deshacerse de todos los judíos de Galitzia. Se
proponen que el 1 de mayo no quede nadie en el gueto. Durante los últimos días han matados a
miles. El lugar de la cita está en nuestro campo. Aquí seleccionan a las víctimas. En Petrikov
proceden de este modo: le desnudan delante de la fosa, te obligan a arrodillarte y a aguardar el tiro
en la nuca. Los otros siguen en la fila. Eligen a los primeros en ser ejecutados de manera que en las
fosas se aproveche bien el espacio y prevalezca el orden. El procedimiento no dura mucho. Al cabo
de media hora, las ropas de los ejecutados vuelven al campo. Después de estos actos el consejo de
los judíos recibió una factura de 30 000 zlotys para el pago de las balas utilizadas. ¿Por qué no
podemos gritar? ¿Por qué no podemos defendernos? ¿Cómo podemos ver correr tanta sangre
inocente sin decir nada, sin hacer nada y aguardar a la misma muerte? ¿Estamos condenados a
sucumbir de este modo tan miserable, tan despiadado? ¿Creéis que queremos morir así, de esta
manera? ¡No! ¡No! A pesar de todo lo que hemos pasado. El instinto de conservación se ha hecho
ahora más intenso, la voluntad de vivir, más fuerte, cuando más cercana está la muerte. Todo esto
es inconcebible[1].
El nazismo
¿Cómo pudo ocurrir aquello? La persecución de los judíos no empezó con la
guerra sino que se remontaba a varios siglos atrás. A finales de los años
noventa del siglo XIX, el antisemitismo fue más racial que religioso. Fue un
ingrediente básico de la ideología nazi. Los nazis se convirtieron en el
principal partido político en 1932, al obtener el 37% de los votos, lo máximo
que consiguieron en unas elecciones libres. El antisemitismo no fue la
principal razón de la victoria nazi. Los nazis se presentaron como el partido
que estaba en mejores condiciones para lograr la estabilidad política y la
prosperidad económica durante un período de prolongada crisis. Sin
embargo, el antisemitismo era algo corriente en la sociedad alemana. Los
judíos eran vistos por muchos como la encarnación de todos los valores
antialemanes. El nacionalsocialismo explotó esta generalizada creencia.
Rudolf Hess, vicepresidente del Partido Nazi hasta su espectacular rendición
a los británicos en mayo de 1941, dijo que el nacionalsocialismo era
«biología aplicada». Según esta «disciplina», la «raza aria» era superior. A
los judíos les achacaban todos los males de Alemania, incluyendo la derrota
en la Primera Guerra Mundial, y la llamada «bolchevización» de la vida
cultural alemana. En la película El eterno judío, de 1940, los nazis
comparaban a los judíos con las ratas y los parásitos, que propagaban
enfermedades y el desorden dondequiera que fuesen.
A partir de 1933, al convertirse Hitler en el jefe del Estado y líder del
partido único, se adoptaron medidas contra los judíos, los gitanos, los
homosexuales, los deficientes mentales, los disminuidos físicos y otros
«indeseables». En 1933 se aprobó una ley que ordenaba la esterilización de
todo aquel que padeciese enfermedades supuestamente hereditarias
(incluyendo el alcoholismo y la «debilidad moral»). Bajo el III Reich, unas
400 000 personas fueron esterilizadas por ley. Dos años después, esta ley se
amplió para el aborto obligatorio en casos de embarazo de mujeres que
sufriesen enfermedades congénitas. Otra ley excluyó a los judíos del ejercicio
de profesiones liberales y del funcionariado. En 1935 se dictaron las Leyes de
Núremberg, que privaban a los judíos alemanes de la nacionalidad alemana y
se declaraban ilegales los matrimonios y las relaciones sexuales entre judíos y
alemanes no judíos. En total, el III Reich dictó 400 leyes antijudías.
La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 tuvo lugar uno de los hechos
más graves y significativos de la campaña antisemita: la Kristallnacht, o
«Noche de los Cristales Rotos». Fue un pogromo en toda regla, durante el
que los nazis detuvieron a 20 000 judíos y los enviaron a campos de
concentración por un breve período. Muchos judíos fueron asesinados, sus
hogares y sus negocios fueron destruidos y más de mil sinagogas fueron
arrasadas. Después de la noche de los Cristales Rotos, las restantes empresas
judías fueron rápidamente «arianizadas» o liquidadas.
Ante este panorama no es de extrañar que la mitad de la población judía
de Alemania emigrase antes de la guerra. Pero el comienzo de las
hostilidades agravó la situación dramáticamente, en parte porque el III Reich
había conquistado Polonia y tenía a su merced a los dos millones de judíos
que vivían allí. Si la primera fase del Holocausto se caracterizó por
discriminaciones a gran escala y por el aislamiento, en la segunda se trazaron
los planes para la deportación a «reservas judías» en los territorios de la
conquistada Polonia, en Madagascar (un plan que nunca llegó a realizarse) y
en la Unión Soviética. Esta «solución territorial» tenía por objeto el
exterminio de la población judía europea después de la guerra. Ya desde la
invasión de Polonia, en septiembre de 1939, muchos miles de judíos polacos
fueron asesinados o confinados a guetos superpoblados e insalubres. En junio
de 1941, las SS siguieron al ejército alemán a territorio soviético y,
sistemáticamente, mataron a centenares de miles de hombres, mujeres y niños
judíos.
La «solución final»
No sé si no podía o no quería seguir a sus compañeros, porque se caía una y otra vez y se
quedaba en el suelo sin moverse. Yo tenía que levantarlo y tirar de él. De modo que cuando llegué
al lugar de la ejecución mis compañeros ya habían matado a sus judíos. Al ver a sus compañeros
muertos, el anciano se tiró al suelo y se quedó allí quieto. Lo apunté con mi fusil y le disparé a la
cabeza por detrás. Pero como yo estaba muy descompuesto por el cruel trato que recibieron los
judíos al ser evacuados de la ciudad, y estaba muy nervioso, disparé demasiado alto y, en lugar de
acertarle en la nuca, le levanté la tapa de los sesos, de tal manera que se le salió el cerebro, y partes
del cráneo le dieron al sargento Steinmetz en la cara. Esto me dio pretexto para, de vuelta al
camión, hablar con el sargento y pedirle que me relevase del servicio. Me sentí realmente enfermo,
incapaz de seguir[2].
En vista de que algunos soldados, como Zorn, tenían dificultades para
cometer estos asesinatos cara a cara, los nazis empezaron a experimentar con
gas. A partir de diciembre de 1941 utilizaron camiones gasificadores, en cuyo
interior mataban hasta sesenta personas de una vez, envenenadas con
monóxido de carbono. Un testigo presencial lo recordaba en estos términos:
Llegaban al patio de la prisión y los hombres, mujeres y niños judíos tenían que subir a los
camiones directamente desde sus celdas. Recuerdo perfectamente cómo eran los camiones. Tenían
juntas metálicas y un enrejado de madera a modo de jaula. El humo del tubo de escape era
canalizado al interior. Todavía hoy me parece oír los golpes y los gritos de los judíos que
imploraban que los dejasen salir[3].
Yo miraba con ansiedad hacia el otro lado de la verja que me impedía salir de aquel recinto, que
era un puro clamor de desesperación. Cerca de mí, en varios camiones, había centenares de
hombres, mujeres y niños desnudos. Y aunque no habían llegado allí en el mismo transporte que
yo, supe que eran gitanos de Silesia, porque oí y entendí sus rezos en caló. Imploraban a Dios (en
vano) que, por lo menos, salvara la vida a sus hijos. Yo tenía sólo catorce años por entonces y
ahora me doy cuenta de que no acababa de entender lo que presenciaba. Pero intuí que algo
inconcebible iba a pasar. Nos apremiaron para que nos pusiésemos en fila, y a los que se rezagaban
los hacían avanzar a porrazos. Un oficial de las SS señaló a un grupo de chimeneas que parecían
apuntar al cielo como dedos amenazadores y nos gritó: «¡Por ahí vais a salir de Auschwitz!»[4].
La letra de una canción gitana expresa este sentimiento: «No nos hicieron
pasar por la puerta, nos sacaron por las chimeneas».
Además de estos campos de la muerte, hubo campos de concentración
destinados a destrozar a los prisioneros física y psicológicamente. Los
principales fueron Belsen, Dachau y Buchenwald. Muchos de los internos
eran comunistas alemanes y otros disidentes del régimen. Finalmente, hubo
muchos campos de trabajo forzoso, como Mittelbau-Dora, en Alemania,
donde se construyeron los cohetes V2. Miles de esclavos murieron en
aquellos campos a causa del trabajo extenuante y de las pésimas condiciones
de subsistencia. El mapa 3 muestra el emplazamiento de los principales
campos de trabajo, concentración y exterminio. Algunos campos fueron
utilizados para experimentar con seres humanos. Se realizaron pruebas de
armas biológicas, de esterilización, manipulación genética y trasplante de
órganos. Las mujeres gitanas fueron uno de los objetivos principales de los
programas de esterilización en masa. La señora W. fue enviada al bloque
gitano de Auschwitz. Posteriormente recordó lo siguiente:
Decían que habían esterilizado a todas las gitanas para que no tuviesen más descendencia. Y se
lo hicieron a todas, desde los doce años a los cuarenta y cinco. Nunca lo olvidaré. Sin anestesia, sin
nada. Una vez esterilizadas, las subían a carretillas y las devolvían al bloque. ¡Niñas de doce
años[5]!
Mi madre no les dio la oportunidad. Siempre me decía: «Si vienen los de las SS no abras los
ojos y baja la cabeza». Mi madre tenía los ojos muy azules y yo los tengo verdes. Y a ellos ésos les
habrían interesado mucho. ¿Cómo era posible que una mujer gitana tuviese los ojos verdes? Y mi
madre insistía: «Desvía la mirada. Que no te vean los ojos. Eso es lo mejor que puedes hacer». Y
gracias a eso no me ocurrió nada. De no ser por eso, no estaría aquí[6].
Stojka tuvo suerte. Por los menos siete mil personas fueron utilizadas
para experimentos en contra de su voluntad. En total, los campos de
exterminio, de concentración y de prisioneros de guerra de soviéticos, así
como los campos de trabajo forzoso, fueron los que más muertes produjeron
en toda la guerra. Doce millones de personas murieron tras las alambradas y,
entre ellas, seis millones de judíos.
MAPA 3. Emplazamiento de los principales campos de concentración y exterminio.
Los perpetradores
¿Cómo pudo una de las naciones más civilizadas de Europa occidental
dedicarse al deliberado exterminio de los judíos? Algunos lo achacan a un
plan de Hitler y de otros altos cargos nazis. Lo cierto es que Hitler se
proponía eliminar a los judíos y la guerra le proporcionó la ocasión ideal para
llevar a cabo su plan. Otros historiadores creen que el Holocausto surgió
como reacción espontánea a las frustraciones y reveses en el frente oriental,
que fue «el resultado de una radicalización no intencional dentro del caótico
estado nazi». Un tercer criterio ve el exterminio de los judíos como parte de
un gigantesco plan de reordenamiento racial de Europa oriental, donde los
nazis se proponían exterminar a treinta millones de eslavos. La escasez de
alimentos y de suministros aceleró el proceso, y los judíos habrían sido
exterminados para «hacerles sitio» a los nuevos «colonizadores». En realidad,
estos tres criterios no son excluyentes. Hitler marcó la pauta con su virulento
antisemitismo, pero la aplicación práctica quedó a cargo de sus subordinados,
cuyos actos fueron a menudo impulsados por las circunstancias y sólo
gradualmente se convirtieron en un programa de aniquilación sistemática.
Hitler y los líderes nazis no actuaron solos. Uno de los más
descorazonadores resultados de las recientes investigaciones ha sido
comprobar la generalizada complicidad popular en el asesinato de los judíos
y de otros grupos. El Holocausto no hubiera sido posible sin una amplia red
de perpetradores y cómplices. La complicidad en los asesinatos se produjo en
todos los sectores sociales. Por ejemplo, las propiedades de los judíos
deportados o muertos eran a menudo entregadas a vecinos no judíos. La
«coerción» no puede ser utilizada como una excusa. No es aventurado
afirmar que no se mató a nadie por negarse a asesinar judíos. Además, la idea
de que la población veía el exterminio como algo «burocrático», «anónimo»,
como algo «mecánico», ya no es sostenible. La naturaleza de muchos casos
de asesinatos en masa, en la que los perpetradores ejecutaban a las víctimas
cara a cara, está fuera de toda duda. Miles de personas demostraron ser
capaces no sólo de matar a los demás, sino de hacerlo del modo más sádico
delante de testigos.
Los perpetradores procedían de todas las clases sociales y grupos
religiosos, sin excluir a las mujeres. Aunque fuesen un pequeño porcentaje de
los verdugos de los campos, el estado nazi movilizó el apoyo de las mujeres a
gran escala. Las mujeres boicoteaban las tiendas de los judíos y alentaban a
sus hijos a unirse a las Juventudes Hitlerianas. Algunas alemanas se sintieron
atraídas hacia el nazismo por su enfoque tradicional de los roles de los sexos;
otras, por fervor nacionalista, ideología racista y anticomunismo. Se crearon
organizaciones populares para canalizar el apoyo de las mujeres, como el
NSF o el NS-Frauenschaft (Grupo de Mujeres Nazis). Está claro que la
mayoría de las mujeres alemanas (y de los hombres) sabían lo que estaba
sucediendo con los judíos, pero en su mayoría se mostraron indiferentes a su
suerte.
También es importante señalar que no todos los perpetradores fueron
alemanes. Croatas, ucranianos (véase figura 17), estonios, letones, rumanos y
lituanos se mostraron muy activos en las matanzas. En muchos países,
pelotones de la policía local fueron responsables de la aniquilación de
comunidades enteras de judíos. Por ejemplo, el Sonderkommando lituano y el
12.o Kommando Auxiliar asesinaron a decenas de miles y, en países como
Lituania, los fascistas empezaron a atacar a los judíos antes de la ocupación
nazi. En estos países casi todos los judíos fueron aniquilados durante la
guerra y, la mayoría, murieron a manos de personas que los conocían
personalmente.
La cuestión que ha provocado los debates más encendidos es: «¿Por qué
les resultó tan fácil a muchas personas matar judíos?». La lista de factores
que permitieron que el genocidio se llevase a cabo es muy discutida, pero
incluye aspectos tales como el arraigado antisemitismo, la creencia de que
«obedecer órdenes» era obrar bien, el deseo de ceñirse a las normas del
grupo, la «burocratización» del proceso de exterminio, que facilitaba el
distanciamiento, y una insidiosa brutalización en la que matar una vez hacía
más fácil volver a matar. Una de las explicaciones más polémicas se refiere a
consideraciones ideológicas. Para algunos historiadores, el Holocausto fue
consecuencia del antisemitismo.
El general de las SS Erich von dem Bach-Zelewski hubiese estado de
acuerdo. Decía que «si durante años, durante décadas, se predica que los
eslavos son una raza inferior, y que los judíos no son seres humanos, lo
lógico es que se produzca el estallido que se produjo». De acuerdo con esta
interpretación, se culpa a toda la nación alemana, consumida por un intenso
temor y odio a los judíos y dispuesta a actuar de acuerdo con esos
sentimientos.
La resistencia judía
La resistencia por la fuerza es irrelevante. Podemos abatir a uno o dos alemanes pero luego es
todo el gueto el que paga las consecuencias. A los alemanes les basta una ametralladora pesada
para acabar con un barrio entero del gueto, y bastarían dos o tres aviones para arrasar por completo
el gueto. La resistencia armada no sirve de nada. Pueden escapar dos o tres, pero luego lo pagan
decenas de ellos[8].
Liberación de los campos
Las tropas soviéticas fueron las primeras en llegar a los campos. En julio de
1944, el Ejército Rojo entró en Majdanek. Las noticias sobre las atrocidades
que encontraron se difundieron por radio a todo el mundo. Uno de los
primeros periodistas que informó sobre el campo fue Roman Karmen. Y lo
hizo en estos términos:
En el curso de mis viajes a los territorios liberados, no he visto nada más abominable que lo que
he visto en Majdanek, cerca de Lublin, el notorio Vernichtungslager de Hitler, donde más de medio
millón de hombres, mujeres y niños europeos han sido masacrados. No es un campo de
concentración sino una gigantesca planta de exterminio.
Bombardeo de Alemania
El mes pasado mi hijo Ted ganó sus galones en Randolph Field. Ahora está realizando un
cursillo de bombardeo y espera ir dentro de poco al frente. Dígame usted a ver: ¿se ha convertido
mi hijo en lo que nuestros enemigos llaman «Verdugos del Aire»? ¿Se espera de él que mate a
hombres, mujeres y niños; que destruya iglesias y templos, que sea un matarife en lugar de un
soldado? Recuerdo perfectamente cuando usted, Frank Lahm y Rommy Milling ganaron sus
galones. Todos pensamos que había nacido un nuevo día marcado por la caballerosidad, el valor y
la hombría. ¿Qué significan ahora los galones de las Fuerzas Aéreas? ¿No habrá perdido mi hijo
algo más al ganar esos galones? Contéstemelo, por favor[2].
A las seis de la madrugada empezó un fuerte fuego artillero que duró cosa de una hora. Los
pocos alemanes que quedaban en el pueblo huyeron rápidamente en sus motos. Luego, hacia las
siete y media, oímos gritar a un vecino: «¡Son los ingleses! ¡Son los ingleses!…». A las once, la
mayoría de las casas del pueblo, la nuestra incluida, habían sido dañadas por la artillería, y casi
todos los animales que estaban en el campo habían muerto. Había un fuerte olor a pólvora y un
ensordecedor ruido de la artillería, los tanques y los camiones militares que llegaban con más
soldados… Fue una hermosa visión[5].
La derrota de Alemania
A finales de 1944, gran parte de la Francia ocupada había sido liberada, y los
aliados estaban convencidos de que la guerra llegaba a su término. A finales
de diciembre de 1944, el general Montgomery comentó: «Alemania está en la
actualidad luchando a la defensiva en todos los frentes. Su situación es tal
que ya no está en condiciones de lanzar operaciones ofensivas de gran
envergadura».
Pero estaba muy equivocado. En menos de 24 horas, los alemanes se
lanzaron a lo que se conoce como la batalla de las Ardenas. Sería la
contraofensiva final de Hitler en el noroeste europeo, y un intento
desesperado de dividir a las fuerzas aliadas en dos ejércitos, y de recuperar
Amberes (un puerto que era un punto de apoyo vital para los aliados).
Pillados por sorpresa, y con los hombres mal equipados para afrontar el
gélido tiempo, los americanos y los británicos tuvieron muchas dificultades al
principio, perjudicados por disensiones internas en la cúpula militar. Porque
los jefes militares americanos y británicos se inclinaban por estrategias muy
distintas. Los aliados tardaron cinco meses en rechazar el avance alemán. La
batalla de las Ardenas no fue sólo la más larga en el frente occidental, pues
duró desde mediados de diciembre de 1944 hasta enero de 1945. Fue la
última gran apuesta de Hitler. Los aliados vencieron porque poseían mejor
armamento, sobre todo tanques. La clave estuvo en la movilidad. En sólo
cuatro días, los americanos pudieron multiplicar por dos sus efectivos de
infantería en las Ardenas, y triplicar sus blindados. Aunque fue la mayor
victoria de Estados Unidos en Europa durante la guerra, las bajas fueron muy
elevadas por ambos bandos. En total murieron 20 000 hombres y 160 000
resultaron heridos o fueron hechos prisioneros.
La derrota fue un duro golpe para los alemanes. La moral de las tropas
quedó bajo mínimos. Los alemanes tuvieron que utilizar fuerzas de reserva
que pensaban emplear contra los soviéticos, y eso facilitó a la URSS
consolidar su victoria en el frente oriental. Un general alemán escribió en su
diario, el 16 de enero de 1945: «Hace cuatro semanas empezó nuestro ataque.
¡Qué rápidamente ha cambiado todo! Ahora no parece quedar ya
esperanza[7]».
En cierta ocasión, Hitler llamó desdeñosamente a los americanos «los
italianos de la alianza occidental», pero la realidad demostró que estaba
equivocado.
El Día de la Victoria
El Día de la Victoria fue cuando me percaté de toda la magnitud de la destrucción causada por
la guerra, del hecho de haberme quedado huérfano. Incluso actualmente, el Día de la Victoria sobre
la Alemania nazi, en lugar de hacer que se me represente como tal triunfo… [sic] me evoca el
momento en que, de muchacho, comprendí el pleno significado de la destrucción… [sic] y,
realmente, el Día de la Victoria ha quedado grabado en mi memoria así… no como un día de
celebración[9].
Capítulo 11
Hiroshima
MAPA 4. Porcentaje de las ciudades japonesas destruidas por los ataques aéreos aliados.
La bomba atómica
Oí un leve ruido de motores de avión al acercarme al río… Y entonces ocurrió. No se oyó nada.
Noté algo muy extraño. Muy intenso. Noté colores. No era calor. No se podía decir que fuese
amarillo pero tampoco azul. En aquel momento pensé que yo sería la única en morir. Y me dije:
«Adiós, mamá». Dicen que soporté temperaturas de siete mil grados centígrados… Nadie de los
que estaba allí parecía un ser humano. Hasta aquel momento creía que eran bombas incendiarias lo
que habían lanzado. Todo el mundo estaba estupefacto. Todos parecían haber perdido la facultad
del habla. Nadie podía gritar de dolor aunque estuviesen envueltos en llamas. Nadie gritaba que se
abrasaba. Mis ropas ardían y también mi piel. Toda hecha jirones. Me había hecho trenzas pero
ahora mi pelo parecía la melena de un león. Había personas, que apenas respiraban, que intentaban
volver a colocarse los intestinos que se les habían salido. Personas con las piernas arrancadas de
cuajo. Decapitadas. O con la cara quemada e hinchada de tal manera que resultaban irreconocibles.
Lo que yo vi fue un verdadero infierno[2].
Muchos de los heridos que seguían en pie se habían quedado ciegos, con
las pupilas, los iris y las córneas quemados. Vomitaban sangre y pus. Los
brazos y las espaldas eran una pura llaga. Y lo más terrorífico era que tenían
que ocuparse de los cuerpos abrasados de sus familiares, vecinos y
compañeros de trabajo. No había precedentes para semejante acto de guerra,
que rebasaba todos los límites de la capacidad destructiva de la tecnología
conocida hasta entonces.
La bomba mató a unas 140 000 personas en el acto. Esta cifra no incluye
a quienes murieron días, meses o años después, ni tampoco a los «bebés-
pica» (palabra japonesa que significa «flash»), que luego nacieron con
malformaciones debido a la exposición del útero a la radiación. No todos los
muertos fueron japoneses. Había prisioneros de guerra americanos en la
ciudad en el momento de estallar la bomba. Los prisioneros de guerra que
sobrevivieron a la explosión fueron linchados en las calles, inmediatamente
después, por la multitud enfurecida que los apaleó hasta la muerte, mientras
la policía militar lo observaba. También murieron decenas de miles de
obreros coreanos, que trabajaban prácticamente como esclavos en la ciudad.
Sus gritos de socorro fueron ignorados por los japoneses.
Tras el lanzamiento de las bombas, el gobierno japonés aconsejó a la
población que vistiese prendas de color blanco en lugar de oscuras, dando a
entender que esa sencilla medida los protegería en el caso de un nuevo
ataque. Por lo demás, guardaron un extraño silencio acerca de la magnitud de
la destrucción. Este silencio se mantuvo hasta 1952. Las fuerzas de ocupación
americanas prohibieron los comentarios sobre los bombardeos, y ordenaron
la destrucción de todas las fotografías. La información acerca de la
devastación nuclear no hubiese predispuesto a Japón a abrazar la democracia
y el liberalismo que las fuerzas de ocupación americanas ensalzaban.
Irónicamente, el gobierno de Tokio se enteró de la tragedia de Hiroshima
a través de Washington. En una nota de prensa dirigida a la población
americana, alardeaba de haberse gastado dos mil millones de dólares en la
«mayor apuesta científica de la historia. Y la hemos ganado». La nota
concluía con estas siniestras palabras: «Ahora estamos preparados para
arrasar más rápida y completamente toda empresa productiva que Japón tenga
en cualquier ciudad… Si no aceptan de inmediato nuestras condiciones,
pueden esperar la lluvia más devastadora de la historia».
Y mientras los líderes japoneses debatían la conveniencia de rendirse, y
en qué condiciones, los americanos volvieron a actuar. El 9 de agosto de
1945, el B-29 «Bock’s Car», lanzó la segunda bomba, de plutonio, sobre
Nagasaki. William Laurence formaba parte de la tripulación de uno de los
aviones de apoyo cuando Nagasaki fue bombardeada. Al ver la explosión de
la bomba, que los americanos bautizaron con el nombre de «Fat Man», pensó
en la elemental belleza de la explosión en lugar de en el sufrimiento que
estaba causando. Lo expresó en estos términos:
Atónitos, lo vimos [el fuego] surgir como un meteorito que procediese de la tierra en lugar de
llegar del espacio, convirtiéndose en algo cada vez más vivo al ascender hacia el cielo a través de
las nubles blancas. Era algo vivo, como un ser de una nueva especie, que nacía ante nuestros ojos
incrédulos… Luego… lo vimos brotar de un hongo gigantesco que se elevó hasta unos 15 000
metros. La parte superior del hongo, que parecía más viva que el talo, producía un siseo y un
hervor en un enfurecido mar de espuma blanca… A medida que el hongo flotaba en el azul,
cambiaba de forma adoptando la de una flor de gigantescos pétalos, de cremosa textura blanca y
rosado interior, que se curvaba hacia abajo.
Deberá eliminar de manera definitiva la autoridad e influencia de aquellos que han engañado y
desorientado al pueblo japonés, incitándolo a la aventura de conquistar el mundo… No nos
proponemos que los japoneses sean esclavizados como raza ni destruidos como nación, pero toda la
severidad de la justicia deberá recaer sobre todos los criminales de guerra.
Controversia
Desplazamientos
Mientras la gente atestaba las calles de Londres y de Nueva York bebiendo
champán y gastando el dinero en todo lujo que pudiesen pagar, el fin de la
guerra en otros países europeos fue aprovechado para renovar las existencias
de alimentos y agua, y para conseguir cobijo. A partir de 1945, el estruendo
de la artillería fue sustituido por los callados sufrimientos de millones de
personas desplazadas, soldados y desertores que trataban de regresar a su
«patria», dondequiera que ésta estuviese ahora. La palabra más definitoria de
la inmediata posguerra fue «desplazamiento». Muchos no tenían adonde ir.
En Alemania, dos quintas partes de la población estaban en movimiento,
mientras que en el conjunto de Europa 50 millones de personas habían sido
expulsadas de sus hogares por la guerra.
La magnitud de la desmovilización fue enorme. En el Lejano Oriente, por
ejemplo, había 2,2 millones de soldados japoneses en China y en Manchuria,
sin incluir a las tropas de los gobiernos-títere ni a 1,7 millones de civiles
japoneses. Los soldados y estos civiles tenían que volver a sus hogares o
reintegrarse a sus comunidades de origen. Pero hubo otro tipo de personas
desplazadas: las 160 000 mujeres, coreanas, filipinas, chinas, taiwanesas,
indonesias, holandesas y japonesas, obligadas a servir como esclavas
sexuales durante la guerra. Las incesantes violaciones habían infligido un
terrible trauma y ahora se encontraban con el rechazo y la exclusión de sus
comunidades al regresar a sus hogares. Yi Yongsuk, una de las esclavas
sexuales coreanas, describió así el regreso a su patria:
Yo no quería regresar, pero tuve que subir a bordo, porque el gobierno había ordenado que
todas las coreanas volviesen a su país. El barco estaba atestado de esclavas sexuales. A mí no me
quedaba familia ni tenía hogar adonde ir. Y me sería imposible encontrar marido. Pensé que lo
mejor era ahogarme, pero no tuve valor para lanzarme por la borda[2].
Hwang Kuen Soo experimentó algo parecido. Recordaba que las habían
tratado «peor que a cerdas, peor que a perras». Dijo que «le habían
destrozado la vida», que estaba emocionalmente rota y que jamás podría
casarse: «Pensar en los hombres y verlos me produce náuseas. No busco
ninguna compensación. ¿Para qué sirve el dinero? Quiero que se sepa la
verdad», insistía[3].
No todos los repatriados lo fueron voluntariamente. Millones de personas
habían quedado desplazadas al huir de los ejércitos de los distintos bandos,
pero especialmente del Ejército Rojo en Europa oriental y central. En la
conferencia de Yalta de febrero de 1945, el Reino Unido, Estados Unidos y la
URSS convinieron en repatriar a todos los soldados y civiles aliados después
de la guerra. La repatriación forzosa de muchas de estas personas a la URSS
después de la guerra se convirtió en una terrible odisea. El 82% de las
personas desplazadas no querían «volver a casa». Muchos judíos desplazados
decían cosas como «mi patria es Palestina» o «Polonia está empapada de
sangre judía. ¿Por qué voy a considerar Polonia mi patria?». El hecho de que
muchos de los repatriados forzosos hubiesen sido prisioneros de guerra o
trabajadores forzosos (no hay que olvidar que, al final de la guerra, un tercio
de la mano de obra alemana estaba formada por extranjeros y sólo un
pequeño porcentaje eran voluntarios) no fue tenido en cuenta por los aliados.
La repatriación significaba castigo. Los ucranianos, los rusos y los
bielorrusos fueron los que se mostraron más reacios a la repatriación porque
temían la persecución (en la mayoría de los casos, justificadamente). El temor
a lo que les aguardaba «en casa» aumentaba cuanto más al este fuesen a
enviarlos. Miles prefirieron suicidarse antes que ser repatriados.
Once millones de personas de etnia alemana fueron brutalmente
expulsadas del este de Europa, o huyeron temerosas del castigo por los
crímenes del nazismo. Un número desconocido de personas, aunque sin duda
del orden de centenares de miles, fueron asesinadas, o murieron, a lo largo
del camino.
Encontrar a familiares, amigos y seres queridos fue una odisea para las
personas desplazadas. Trece millones de niños se quedaron huérfanos.
Muchos de ellos no conocían otra vida más que la guerra. Fueron «niños sin
infancia». ¿Quién iba a cuidarlos? En Europa, los refugiados pegaban
fotografías con los nombres de sus seres queridos por todas partes. Las
emisoras de radio difundían los nombres de los niños perdidos y los de
aquellos que buscaban a sus padres. En Múnich, una pared de un colegio,
atestada de anotaciones de personas desplazadas, se dio en llamar el «Muro
de las Lamentaciones».
De todos los supervivientes, los que estuvieron en campos de exterminio
o de trabajo eran los que estaban en condiciones más lamentables. Muchos se
hallaban en tal estado de desnutrición que el estómago no les admitía la
comida, y tuvieron que ser alimentados por vía intravenosa. Su sentido de
desplazamiento era brutal. Por ejemplo, la húngara Miriam Steiner estuvo
deportada en Auschwitz y en Ravensbrück. Fue «liberada» por el Ejército
Rojo mientras iba en una de las «marchas de la muerte» hacia Alemania. A la
postre logró instalarse en un pequeño apartamento con su madre. Lo
recordaba así:
Mi madre estaba más amargada que mi padre. Creo que él era de los que lo encajaba casi todo.
Se habría conformado con tener un buen empleo en una panadería. Ella, en cambio, pensaba que
todo era injusto. Había perdido su casa, y todo lo que tenía. Estaba espiritualmente rota. Compraba
cosas compulsivamente y las escondía. Ya no volvió a ser tan cordial con los demás como antes,
porque creo que temía que fuesen confidentes del FBI[5].
Estaba sola en aquellos momentos, acabándome de vestir para ir a la ciudad. Llegó el telegrama
y, como de costumbre, alcancé las gafas, preguntándome si serían buenas o malas noticias. Me dije
que serían buenas… ¿Puedes imaginarte cómo me sentí? «Lamentamos informarle de que…, etc.».
Tengo el corazón destrozado. La idea de no volver a verlo jamás se me hace insoportable. Me
siento como si la mitad de mi mundo hubiese desaparecido. Ya sé que no debería decirlo pero
ningún hijo ha podido ser más amado. No es necesario que te diga cómo me siento. Temo que a ti
también se te destroce el corazón, y estamos tan indefensas, tan impotentes… Sola, en mi cama
puedo desahogarme y llorar por él[6].
Economías destruidas
En el resto del mundo, la guerra devastó las economías. La URSS perdió una
tercera parte de su riqueza nacional durante la guerra. La campaña en el
frente oriental destruyó 70 000 pueblos y 1700 ciudades soviéticas. Ucrania
fue la república soviética que más tiempo estuvo en manos de los nazis.
Cuando los alemanes se marcharon en 1944, el 42% de todas las ciudades
ucranianas habían sido devastadas, así como un elevado porcentaje de los
pueblos. Según los cálculos, el coste real de la guerra para Ucrania fue de un
trillón doscientos mil millones de rublos (a los precios de 1941). No parece
que ningún otro país europeo sufriese tan enormes pérdidas.
Polonia quedó destrozada. La derrota de los alemanes en 1945 condujo a
la derrota del gobierno polaco en el exilio y a la del estado polaco en la
sombra. La subsiguiente dominación de la URSS fue muy mal recibida. El
gobierno polaco puso en marcha un programa de reconstrucción planificada
de carácter socialista. Las grandes industrias fueron nacionalizadas, así como
la banca y el sistema de transporte. La tierra fue redistribuida entre los
campesinos. Ligada a la reestructuración económica estuvo la necesidad de
afrontar los masivos movimientos de población, ya que 116 000 kilómetros
cuadrados de territorio polaco habían sido cedidos a las repúblicas soviéticas
de Lituania, Bielorrusia y Ucrania en virtud de los acuerdos aliados de Yalta
y del acuerdo polaco-soviético del 16 de agosto de 1945. Por otro lado,
Danzig y casi 65 000 kilómetros cuadrados de territorio alemán fueron
cedidos a Polonia en virtud del acuerdo de Potsdam del 20 de agosto de 1945.
Estos cambios provocaron masivos movimientos de población y plantearon al
gobierno polaco un reto formidable de integración económica. Los judíos
polacos que regresaron fueron quienes más sufrieron. Por lo general, no
fueron bien recibidos. Con frecuencia se produjeron actos de violencia, como
en julio de 1946, cuando 42 judíos supervivientes de Kielce murieron a
manos de una multitud enfurecida.
También Francia sufrió mucho. Un 20% de los hogares franceses habían
sido destruidos. Y, más concretamente, Francia había dejado de ser una
potencia mundial y sus relaciones con las colonias resultaron muy dañadas.
Cuando Francia fue ocupada, sus territorios coloniales tuvieron una serie de
opciones. Algunos se desmarcaron y apoyaron al movimiento «Francia
Libre» del general De Gaulle. Otros, sin embargo, permanecieron leales al
gobierno de Vichy. Entre estos últimos, el más importante fue Indochina, que
permitió que aviones que partieron de sus islas hundiesen a los destructores
británicos «Prince of Wales» y «Repulse» en diciembre de 1941. Después de
la guerra, Francia fue ayudada para restablecer su imperio colonial, lo que
provocó sangrientos conflictos en Camboya, Laos, Siria, Madagascar, Túnez,
Vietnam y Argelia.
En Alemania, el 40% de las viviendas habían sido destruidas o seriamente
dañadas por la guerra. Existía una generalizada escasez de alimentos, y
millones de alemanes estaban sin hogar. Pero su principal problema era
digerir el período nazi. ¿Cómo podían compensar algo tan espantoso como el
Holocausto? En 1945, Alemania tuvo que partir de cero. Además, la suerte
del país no estaba en sus propias manos. La Unión Soviética, el Reino Unido,
Francia y Estados Unidos se quedaron con distintas zonas del país (y cada
uno con sus propios objetivos). Los británicos y los estadounidenses querían
reeducar al pueblo para imbuirlo de los valores de la democracia. Francia
deseaba anexionarse parte de Alemania; la Unión Soviética quería imponer
un estado marxista. Sólo estaban de acuerdo en una cosa: el
nacionalsocialismo debía ser purgado a fondo. Como antes hemos visto, en
1949, franceses, británicos y estadounidenses se unieron para formar la
República Federal Alemana mientras que la zona soviética se convirtió en la
República Democrática Alemana. Sin embargo, las tropas aliadas (tanto en el
este como en el oeste) siguieron ocupando el país hasta la reunificación de
1990.
En Japón, la transición a una sociedad democrática e individualista
después de la guerra no fue nada fácil, y provocó gran confusión e
inseguridad. En agosto de 1945, medio millón de soldados americanos
ocuparon el país y se dispusieron a construir la economía y la sociedad de
acuerdo a sus ideas de desmilitarización y democratización. La ocupación
duró hasta 1952, pero no logró alterar seriamente la oligarquía japonesa que,
según creían los americanos, era crucial en el contexto de la Guerra Fría por
el temor a la Unión Soviética y al comunismo. Japón siguió siendo un país
conservador y anticomunista, que se benefició de estar al lado de los
americanos en la Guerra Fría. La economía japonesa se recuperó rápidamente
y en los años cincuenta el llamado «milagro económico» japonés estaba ya
muy avanzado.
A pesar del proceso de democratización, en Japón las actitudes racistas
hacia los asiáticos no se extinguieron. Un estudio americano sobre los
japoneses residentes en Pekín a finales de 1945 reveló que el 86% creía que
los japoneses eran superiores a otras naciones del Lejano Oriente. Estas
actitudes permitieron a los japoneses ignorar el modo en que trataron a otros
pueblos asiáticos durante la guerra. También ignoraron a quienes padecían las
secuelas de la radiación de las bombas atómicas, a quienes la sociedad
japonesa dejó en el ostracismo y que hasta 1952, tuvieron que depender de
los recursos de la asistencia social municipal para su tratamiento y atención
médica. Sus heridas físicas y psicológicas eran como una maldición o un
estigma, entre otras cosas porque el hecho de que las alteraciones de la
radiación se transmitiesen a los hijos los convertía en malos candidatos para
el matrimonio.
En Japón, lo único positivo de la guerra fue el surgimiento del
movimiento por la paz heiwa undo en 1949, que se vio estimulado no sólo
por el debate general sobre lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, sino
también por los temores de la Guerra Fría (¿cuándo empezaría la Tercera
Guerra Mundial?). En el Parque de la Paz, en Hiroshima, se alza un
monumento en cuya base está grabado un poema de Sankichi Toge, titulado
«Preludio»:
Para que mientras existan seres humanos,
un mundo de seres humanos,
nos traigan la paz,
una paz inquebrantable[7].
Los desafueros que tratamos de condenar y castigar han sido tan calculados, tan malévolos y
tan devastadores que la civilización no puede tolerar que sean ignorados, porque no podría
sobrevivir si se repitiesen. Que cuatro grandes naciones, exultantes por la victoria y afectadas por
las heridas, detengan la mano de la venganza y voluntariamente sometan a sus enemigos cautivos al
juicio de la ley es uno de los más significativos tributos que el poder haya rendido jamás a la
razón[8].
Cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, en todo o en parte, un
grupo nacional, racial, étnico o religioso, como matar a miembros de ese grupo, causar grave daño
físico a los miembros del grupo, infligir deliberadamente al grupo condiciones de vida calculadas
para provocar su destrucción física total o parcial, imponer medidas que eviten los nacimientos
dentro del grupo, trasladar por la fuerza a los niños del grupo a otro grupo.
El legado de la guerra
La Segunda Guerra Mundial sigue siendo crucial para explicar gran parte de
la violencia del siglo XXI. El fascismo croata de tiempos de guerra siguió
siendo utilizado en los años noventa del siglo XX para justificar la violencia
serbia. La cuestión del papel de Suiza en proteger el oro nazi continúa
provocando debates. El hecho de que Japón no haya presentado excusas por
las atrocidades cometidas con americanos, australianos, holandeses y chinos
(prisioneros de guerra) acecha a la conciencia de la nación. El pasado nazi
alemán no puede ser olvidado nunca. «Colaboracionismo» es una palabra que
horroriza a los corazones de innumerables familias de todo el mundo. La
batalla por la legitimidad o ilegitimidad de las dos bombas nucleares lanzadas
continúa, revivida con especial intensidad en 1995 cuando el Instituto
Smithsonian organizó la exposición del «Enola Gay» para conmemorar el
50.o aniversario del lanzamiento de la bomba.
Al término de la guerra, centenares de millones de personas se vieron
obligadas a buscar entre las cenizas de sus vidas destrozadas. Los seres
queridos habían muerto o «desaparecido» para siempre. Los supervivientes
tuvieron que intentar reconstruir sus vidas. Sus hogares habían sido
destruidos y sus empleos ya no existían. Además, hubo millones de heridos.
Sus cicatrices fueron un recordatorio de lo que habían pasado. Otros sufrieron
otra clase de heridas, invisibles. El trauma psicológico permanecería con ellos
durante semanas, meses, años o incluso décadas. Los supervivientes del
Holocausto ansiaban, sin duda, «olvidarlo todo» pero, a menudo, se vieron
atormentados por el llamado «sentimiento de culpabilidad del superviviente».
(«¿Por qué yo he sobrevivido y otros no?»), la ansiedad y las pesadillas. El
Holocausto condujo a muchos teólogos a poner en tela de juicio la idea del
Dios omnipotente. ¿Cómo pudo Dios permitir que su pueblo elegido sufriese
de esa manera? ¿Pudo la voz de Dios ser oída a lo largo de la catástrofe? La
cuestión del «cómo» y del «por qué» permanece con nosotros. La pregunta
que nos legó la guerra sigue aún con nosotros: ¿después de la orgía de
matanzas, después de quebrantar los fundamentos éticos de nuestra sociedad,
qué queda para la cultura moderna?
Capítulo 13
Memoria de la guerra
Nunca hemos hablado de estas cosas. Se habría convertido en un tema constante, y teníamos
que seguir con nuestras vidas. Olvidar no era posible, porque el recuerdo acechaba de continuo,
pero comentarlo… habría sido demasiado. Sólo seis de nosotros seguíamos con vida de una familia
de 76 miembros. No se puede expresar esto con palabras, porque perder a un ser querido es una
cosa pero tener que preguntarme si echo más de menos a mi hija, a mi madre o a todos ellos… En
aquellos años de 1945 y 1946 sólo pensábamos en encontrar comida y sobrevivir. Si era correcto o
no, no lo sé, pero teníamos que vivir y emocionalmente no podía estar una más destrozada… Lo
siento pero no puedo seguir hablando de esto. ¿Qué clase de educación le voy a dar a mi hijo? ¿Qué
voy a enseñarle contra mi voluntad? ¿La venganza o el temor[2]?
Invitamos a los ciudadanos de Harburg y a los visitantes de esta ciudad a añadir aquí sus
nombres a los nuestros. Al hacerlo así nos comprometemos a permanecer vigilantes. A medida que
más y más nombres cubran esta columna de 12 metros de altura, será gradualmente hundida en el
suelo. Un día habrá desaparecido por completo y el lugar del monumento de Harburg contra el
fascismo quedará vacío. Al final, sólo nosotros podemos alzarnos contra la injusticia[4].
1931
Septiembre Japón invade Manchuria.
1932
Enero Pacto de no Agresión entre Finlandia y la Unión
Soviética.
Julio Los nazis obtienen el 37% de los votos en unas
elecciones alemanas parcialmente amañadas.
Noviembre Los nazis obtienen el 33% de los votos en las elecciones
alemanas.
1933
Enero Hitler es nombrado canciller de Alemania.
Marzo Los nazis obtienen el 44% de los votos en las elecciones
alemanas. La Ley de Plenos Poderes otorga a Hitler
poderes dictatoriales.
Septiembre Se firma el Pacto de no Agresión entre Italia y la Unión
Soviética.
1934
Agosto Hitler asume poderes presidenciales después de la
muerte del presidente Hindenburg. Asume el título de
Führer.
1935
Septiembre Se aprueban las leyes de Núremberg.
Octubre Italia invade Abisinia.
1936
Julio Empieza la guerra civil española.
Noviembre Alemania y Japón firman el Pacto Anticomintern.
1937
Julio Invasión japonesa de China a gran escala.
Agosto Pacto de no Agresión entre China y la Unión Soviética.
Noviembre Italia se une a Alemania y Japón en el Pacto
Anticomintern.
1938
Marzo Anschluss alemán (anexión de Austria).
Septiembre/Octubre Crisis de Múnich y anexiones alemanas de los Sudetes
en Checoslovaquia.
Noviembre La «Noche de los Cristales Rotos».
1939
Marzo Alemania desmantela Checoslovaquia.
Abril Fin de la guerra civil española. Italia invade Albania.
Mayo Alemania e Italia firman el Pacto de Acero.
Agosto Firma del Pacto de no Agresión Nazi-Soviético.
Septiembre Alemania invade Polonia. El Reino Unido, Francia,
Australia, Nueva Zelanda y Canadá le declaran la guerra
a Alemania. La Unión Soviética invade Polonia oriental.
Octubre Primeras batidas de las «manadas de lobos».
Noviembre La URSS invade Finlandia.
1940
Marzo Fin de la guerra Finlandia-Unión Soviética.
Abril Los alemanes irrumpen en Dinamarca e invaden
Noruega. Himmler ordena el establecimiento del campo
de concentración de Auschwitz.
Mayo Churchill sustituye a Chamberlain como primer
ministro británico. Holanda se rinde a los alemanes. Las
tropas aliadas son evacuadas de Dunkerque.
Junio Rendición de Noruega. Italia entra en la guerra; declara
la guerra al Reino Unido y a Francia y firma un
armisticio con Alemania. Las fuerzas soviéticas ocupan
Lituania. Las fuerzas soviéticas ocupan Letonia y
Estonia. Rendición de Francia. Charles de Gaulle, líder
de los franceses libres.
Julio Pétain obtiene poderes dictatoriales en Francia. Empieza
la batalla de Inglaterra.
Agosto Las fuerzas italianas invaden la Somalia británica. La
URSS se anexiona los estados bálticos.
Septiembre Los italianos atacan Egipto. Japón firma el Pacto
Tripartito (con Alemania e Italia). Alemania se anexiona
Luxemburgo.
Octubre Italia ataca Grecia. Las fuerzas británicas desembarcan
en Creta.
Noviembre Hungría, Rumania y Eslovaquia firman el Pacto
Tripartito.
Diciembre Los italianos, derrotados en el norte de África, piden
ayuda a los alemanes.
1941
Enero Primera batalla de Tobruk.
Febrero Rommel llega a Trípoli.
Marzo Bulgaria, y acto seguido Yugoslavia, firman el Pacto
Tripartito. Las tropas aliadas desembarcan en Grecia.
Roosevelt firma la «Lend-Lease» Bill. Himmler ordena
la construcción del campo de concentración de Birkenau
(Auschwitz II).
Abril Los alemanes atacan con éxito a Yugoslavia y a Grecia.
Empieza el sitio de Tobruk. Fuerzas húngaras invaden
Yugoslavia. Los alemanes toman Belgrado. Rendición
de Grecia. Las fuerzas británicas evacuan Grecia rumbo
a Creta.
Mayo Los alemanes desembarcan en Creta. Las fuerzas
británicas evacuan Creta.
Junio «Operación Barbarossa»: Alemania invade la Unión
Soviética. Finlandia le declara la guerra a la URSS.
Hungría le declara la guerra a la URSS. Las brigadas de
asesinos de las SS inician matanzas indiscriminadas de
judíos en los países ocupados de Europa oriental.
Julio El Reino Unido y la URSS firman un tratado de ayuda
mutua.
Septiembre Las fuerzas alemanas rodean Leningrado. Los alemanes
toman Kiev. Los alemanes realizan con los prisioneros
de guerra soviéticos en Auschwitz los primeros
experimentos de aniquilación en cámaras de gas.
Octubre Fuerzas alemanas atacan Moscú. La «Lend-Lease» Act
se extiende a la URSS.
Noviembre Kursk cae en manos de los alemanes. Bombardeo de
Berlín. Yalta cae en manos alemanas.
Diciembre Los japoneses atacan Pearl Harbor. Los japoneses
atacan Filipinas, Malasia y Tailandia. Estados Unidos y
los aliados le declaran la guerra a Japón. Alemania,
Italia, Rumania, Hungría y Bulgaria declaran la guerra a
Estados Unidos. Japón invade Birmania. Llega al campo
de exterminio de Chelmno el primer transporte de
judíos.
1942
Enero Se firma la Declaración de las Naciones Unidas. Los
japoneses invaden Borneo, Guayana Holandesa, Nueva
Guinea y las islas Salomón. Conferencia de Wannsee.
Febrero Singapur se rinde a los japoneses. Batalla del mar de
Java.
Marzo Los japoneses invaden Java. Empieza la construcción
del campo de exterminio de Sobibor. Empiezan las
matanzas en el campo de exterminio de Belzec.
Empiezan las matanzas de judíos en la cámara de gas
del campo de Belzec, y luego en los de Treblinka,
Auschwitz y otros campos.
Abril Ataque aéreo de Doolittle sobre Tokio. Hitler asume
todos los poderes en Alemania.
Mayo Batalla de Jarkov. El Reino Unido invade Madagascar.
Batalla del mar del Coral. Tropas británicas se retiran
hacia la India a través de Birmania. Bombardeo de
Colonia por parte de la RAF
Junio Los japoneses conquistan Filipinas. Batalla de Midway.
Los japoneses desembarcan en las Aleutianas. Rommel
irrumpe en Egipto.
Julio Primera batalla de El Alamein. Empieza la construcción
del campo de exterminio de Treblinka.
Agosto Estados Unidos desembarca en Guadalcanal. Batalla de
la isla de Sav. Bombardeo de Dieppe.
Septiembre Fuerzas alemanas entran en Stalingrado. Dönitz
promulga la Ley Laconia.
Octubre Feroces combates en Stalingrado. Segunda batalla de El
Alamein.
Noviembre Desembarco aliado en el noroeste de África. Los
alemanes ocupan la Francia de Vichy. Los soviéticos
rodean Stalingrado.
1943
Enero Churchill y Roosevelt se reúnen en Casablanca. Los
aliados entran en Trípoli. Empieza la resistencia armada
en el gueto de Varsovia.
Febrero Los japoneses empiezan a evacuar Guadalcanal. Tropas
británicas entran en Túnez. Los alemanes se rinden en
Stalingrado.
Marzo Batalla del mar de Bismarck.
Mayo La RAF empieza el bombardeo de la cuenca del Rhur.
Rommel deja el norte de África por enfermedad.
Fuerzas del Eje se rinden en Túnez. Fracasa el
levantamiento en el gueto de Varsovia. Ofensiva
alemana en Yugoslavia.
Junio Fundación del Comité Francés de Liberación Nacional.
Bombardeo de Dusseldorf y Colonia.
Julio Empieza la batalla de Kursk. Los aliados invaden
Sicilia. Los aliados bombardean Hamburgo. Caída de
Mussolini. Badoglio forma un nuevo gobierno italiano.
Septiembre Fuerzas alemanas ocupan Roma. Italia se rinde a los
aliados. Finlandia firma un armisticio con los aliados.
Octubre Italia le declara la guerra a Alemania.
Noviembre Los soviéticos toman Kiev. La RAF bombardea Berlín.
Empieza la conferencia de Teherán.
Diciembre Bombardeo de Berlín.
1944
Enero Tropas soviéticas entran en Estonia. Liberación de
Leningrado.
Febrero Fuerzas aéreas aliadas bombardean Monte Casino.
Marzo Los soviéticos entran en Rumania. Los alemanes
ocupan Hungría. Bombardeo de Núremberg.
Abril De Gaulle asume el mando de todas las fuerzas de la
Francia libre. Los soviéticos toman Odesa.
Mayo Los soviéticos toman Sebastopol.
Junio Liberación de Roma.
Julio Desembarco aliado en Normandía. Fuerzas soviéticas
atacan Finlandia. Los soviéticos atacan Minsk, Pinsk,
Lublin y Kvov. Saipán liberada.
1945
Enero Varsovia cae en manos de los soviéticos. Fuerzas
soviéticas liberan Auschwitz.
Febrero Empieza la conferencia de Yalta entre Churchill,
Roosevelt y Stalin. Tropas estadounidenses
desembarcan en Iwo Jima. Los aliados lanzan un
bombardeo con bombas incendiarias en Tokio y Dresde.
Marzo Bombardeo aliado de Tokio.
Abril Tropas americanas desembarcan en Okinawa. Muere el
presidente Roosevelt y es sustituido por Truman. El
Ejército Rojo ataca Berlín. Liberación de los campos de
Belsen, Buchenwald y Dachau. Liberación de Parma y
Verona. Las tropas alemanas en Italia se rinden. Pétain
es detenido. Mussolini, muerto a manos de los
partisanos. Hitler se suicida.
Mayo Los australianos toman Nueva Guinea. Caída de Berlín.
Rendición de todas las fuerzas alemanas.
Junio Los australianos recuperan Borneo.
Julio Pruebas atómicas en Los Álamos. La declaración de
Potsdam exige la rendición de los japoneses. El primer
ministro británico Churchill es sustituido por Attlee.
Agosto Lanzamiento de sendas bombas atómicas en Hiroshima
y Nagasaki. Acuerdos de Potsdam.
Septiembre Rendición de Japón.
Noviembre Empiezan los Juicios de Núremberg.
1948
Mayo Fundación del Estado de Israel.
Bibliografía complementaria
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JOANNA BOURKE es catedrática de Historia en el Birkbeck College de
Londres. Es autora de libros sobre la historia irlandesa, la historia de las
clases trabajadoras británicas y las guerras del siglo XX. Su anterior libro, An
intimate History of Killing (1999), ganó el Premio Fraenkel de Historia
Contemporánea y el Premio Wolfson de Historia.
Notas
[1]
Laurence Rees, War of the Century: When Hitler Fought Stalin, Londres,
BBC Worldwide, 1999, pág. 182. <<
[2]A. Wieviorka, «From Survivor to Witness: Voices From the Shoah», en
Jay Winter y Emmanuel Sivan, War and Remembrance in the Twentieth
Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pág. 125. <<
[1]
Norman Ingram, The Politics of Dissent: Pacifism in France 1919-1939,
Oxford, Clarendon Press, 1991, pág. 3. <<
[2]
A. J. P. Taylor, The Origins of the Second World War, Harmondsworth,
Penguin, 1979, pág. 9. <<
[3]
Joachim Remak, The Origins of the Second World War, Englewood Cliffs,
Nueva Jersey, Prentice Hall, 1976, pág. 23. <<
[4] Randall L. Schweller, Deadly Imbalances: Tripolarity and Hitler’s
Strategy of World Conquest, Nueva York, Columbia University Press, 1998,
pág. 139. <<
[5]
Arthur Bryant (comp.), In Search of Peace: Speeches (1937-1938) by the
Honourable Neville Chamberlain, M. P, Londres, Hutchinson and Co., 1939,
pág. 238. <<
[6]
Laurel Holliday, Children’s Wartime Diaries: Secret Writings From the
Holocaust and World War II, Londres, Piatkus, 1995, pág. 3. <<
[7]
Robert Westall, Children of the Blitz: Memories of Wartime Childhood,
Harmondsworth, Viking, 1985, pág. 31-32. <<
[8]
Bernard C. Nalty, Pearl Harbor and the Pacific War, Nueva York,
Smithmark, 1991, pág. 20. <<
[9]Ben-Ami Shillony, Politics and Culture in Wartime Japan, Oxford,
Charendon Press, 1981, pág. 115. <<
[10]
Haruko Taya Cook y Theodore Cook, Japan at War: An Oral History,
Nueva York, New Press, 1992, pág. 77. <<
[1]Richard C. Lukas, «The Polish Experience during the Holocaust», en
Michael Berenbawm (comp.), A Mosaic of Victims: Non-Jews Persecuted
and Murdered by the Nazis, Nueva York, New York University Press, 1990,
pág. 89. <<
[2]Alexander B. Rossino, «Destructive Impulses: German Soldiers and the
Conquest of Poland», Holocaust and Genocide Studies, vol. 11, n.o 3,
invierno de 1997, pág. 355. <<
[3]Sybil Milton, «Non-Jewish Children in the Camps», en Berenbawm
(comp.), op. cit., pág. 151. <<
[4]Robert J. Young, France and The Origins of the Second World War,
Basingstoke, Macmillan Press, 1996, pág. 128. <<
[5]Denise Levertov, Collected Earlier Poems 1940-1960, Nueva York, New
Directions Books, 1957, pág. 3. <<
[6]
Robert Westall, Children of the Blitz: Memories of Wartime Childbood,
Harmondsworth, Viking, 1985, págs. 116-117. <<
[7]Louise Willmot, «The Channel Islands», en Bob Moore (comp.),
Resistance in Western Europe, Oxford, Berg, 2000, pág. 78. <<
[8]Martin Kitchen, Nazi Germany at War, Londres, Longman, 1995, pág.
237. <<
[9]
Harry Stone, Writing in the Shadow: Resistance Publications in Occupied
Europe, Londres, Frank Cass, 1996, pág. 11. <<
[10]
Kate Johnson, (comp.), The Special Operations Executive, Londres,
Imperial War Museum, 1998, págs. 199-200. <<
[1]Donald Macintyre, The Battle of the Atlantic, Londres, B. T. Batsford,
1961, pág. 12. <<
[2]
Chris Howard Bailey, The Battle of the Atlantic: The Corvettes and Their
Crew: An Oral History, Stroud, Alan Sutton Publishing, 1994, pág. 74. <<
[1] John Israel, Student Nationalism in China, 1927-1937, Stanford,
California, Stanford University Press, 1966, pág. 135. <<
[2]
Dagfinn Gatu, Toward Revolution: War, Social Chango and the Chinese
Communist Party in North China 1931-1945, Estocolmo, Stockholm
University Press, 1983, pág. 91. <<
[3] Ibíd., pág. 61. <<
[4] Ibíd., pág. 7. <<
[5]
David Smurthwaite (comp.), The Forgotten War: The British Army in the
Far East 1941-1945, Londres, National Army Museum, 1992, pág. 59. <<
[6]Louise Young, Japan’s Total Empire: Manchuria and the Culture of
Wartime Imperialism, Berkeley, University of California Press, 1998, pág.
96. <<
[7] http://www.aiipowmia.com/731/731holocaust.html. <<
[8]David Andrew Schmidt, Ianfu: The Comfort Women of the Japanese
Imperial Army of the Pacific War. Broken Silence, Lampeter, Edwin Mellen
Press, 2000, pág. 87. <<
[9] http://www.aiipowmia.com/731/73lholocaust.html. <<
[10]George Hicks, Japan’s War Memories: Amnesia or Concealment?,
Aldershot, Ashgate, 1995, pág. 15. <<
[11]Trevor Ling, Buddhism, Imperialism and the War: Burma and Thailand
in Modem History, Londres, George Allen and Unwin, 1979, pág. 100. <<
[12]
Van Waterford, Prisoners of the Japanese in World War II, Jefferson,
Nueva Jersey, McFarland, 1994, pág. 3. <<
[13]Lloyd E. Eastman, Seeds of Destruction: Nationalist China in War and
Revolution, 1937-1949, Stanford, California, Stanford University Press, 1984,
pág. 204. <<
[1]
I. C. B. Dear (comp.), The Oxford Companion to The Second World War,
Oxford, Oxford University Press, 1995, pág. 501. <<
[2]Mark P. Parillo, «Burma and South Asia 1941-1945», en E. Lloyd Lee
(comp.), World War II in Asia and the Pacific and the War’s Aftermath with
General Themes, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 1998, pág. 90. <<
[3]Masanobu Tsuji, Singapur 1941-42: The Japanese Versión of Malaya
Campaign of World War II, Oxford, Oxford University Press, 1988, pág. 280.
<<
[4]Yogi Akashi, «Japanese Cultural Policy in Malaya and Singapore,
1942-1945», en Grant K. Goodman (comp.), Japanese Cultural Policies in
Southeast Asia during World War2, Basingstoke, Macmillan, 1991, pág. 126.
<<
[5]
Trevor Ling, Buddhism, Imperialism and War: Burma and Thailand in
Modera History, Londres, George Allen and Unwin, 1979, pág. 100. <<
[6]Fernando J. Manalac, Manila: Memories of World War II, Quezón City,
Giraffe Books, 1995, pág. 31. <<
[7]
Christopher Thome, The Issue of the War: States, Societies and the Far
East Conflict of 1941-1945, Londres, Hamilton, 1985, pág. 155. <<
[8] Ibíd. <<
[9]Shigeru Sato, «Japanese Occupation: Resistance and Collaboration in
Asia», en E. Lloyd Lee (comp.), World War II in Asia and the Pacific and the
War’s Aftermath with General Themes, Westport, Connecticut, Greenwood
Press, 1998, pág. 122. <<
[10] Jan A. Krancher, The Defining Years of the Dutch East Indies, 1942-1949
, Jefferson, Nueva Jersey, McFarland, 1996, pág. 218. <<
[11]
Ralph Levenberg, «Nothing has Prepared Me for this Kind of Brutality»,
en R. T. King (comp.), War Stories: Veterans Remember WWII, Reno,
Nevada, University of Nevada Press, 1995, pág. 61. <<
[12]Bernard A. Millot, The Battle of Coral Sea, Londres, Allan, 1974, pág.
20. <<
[13]
Lamont Lindstrom y Geofffey M. White, Island Encounters: Black and
White Memories of the Pacific War, Washington, Smithsonian Institute Press,
1990, pág. 55. <<
[14]
Ogawa Masatsugu, «The “Green Desert” of New Guinea», en Karuko
Taya Cook y Theodore Cook (comps.), Japan at War: An Oral History,
Nueva York, New Press, 1992, pág. 269. <<
[15]
Craig M. Cameron, American Samurai: Myth, Imagination and the
Conduct of Battle in the First Marine Division, 1941-1951, Cambridge,
Cambridge University Press, 1994, pág. 115. <<
[16]
George Feifer, Tennozan: The Battle of Okinawa and The Atomic Bomb,
Nueva York, Ticknor and Fields, 1992, pág. 552. <<
[17] Cameron, op. cit., pág. 1. <<
[18] Lindstrom y White, op. cit., pág. 69. <<
[1]
Martin Gilbert, The Churchill papers, vol. II, Never Surrender: May 1940-
December 1940, Londres, Heinemann, 1994, pág. 50. <<
[2]
Menachem Shelah, «Genocide and Satellite Croada during the Second
World War», en Michael Berenbawin (comp.), A Mosaic of Victims:
Non-Jews Persecuted and Murdered by the Nazis, Nueva York, New York
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[3]
Janet Hart, New Voices in the Nation: Women and the Greek Resistance
1941-1964, Londres, Cornell University Press, 1996, pág. 167-168. <<
[4]Mark Mazower, Inside Hitler’s Greece: The Experience of Occupation
1941-1944, New Haven, Yale University Press, 1993, pág. 257. <<
[5]Gary A. Yarrington (comp.), World War II: Personal Accounts: Pearl
Harbor to VJ Day, Austin Texas, Lyndon B. Johnson Foundation, 1992, pág.
135. <<
[6]
S. W. Mitcham, Rommel’s Desert War: The Life and Death of the Africa
Korps, Nueva York, Stein and Day, 1992, pág. 183. <<
[7] Yarrington (comp.), op. cit., pág. 203. <<
[8]John Strawson, The Italian Campaign, Londres, Seeker and Warburg,
1987, pág. 209. <<
[1]
Michael Burleigh (comp.), Confronting the Nazi Past: New Debates on
Modem German History, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996, pág. 132. <<
[2]
Cathy Porter y Mark Jones, Moscow in the World War II, Londres, Chatto
and Windus, 1987, pág. 95. <<
[3] http://motlc.wiesenthal.com. <<
[4]Robin Cross, Citadel: The Battle of Kursk, Londres, Michael O’Hara,
1993, pág. 252. <<
[5]
Eugenio Corti, Few Returned: Twenty-Eight Days on the Russian Front,
Winter 1942-1943, Columbia, University of Missouri Press, 1997. <<
[6] Robert W. Thurston y Bernd Bonwetsch (comps.), The People’s War:
Responses to World War II in the Soviet Union, Urbana, Illinois, University
of Illinois Press, 2000, pág. 20. <<
[7]
Laurel Holliday, Children’s Wartime diaries: Secret Writings from the
Holocaust and World War II, Londres, Piatkus, 1995, pág. 251. <<
[8]Jan T. Gross, Revolution from Abroad: The Soviet Conquest of Poland’s
Western Ukraine and Western Belorussia, Princeton, Princeton University
Press, 1988, pág. 35. <<
[9]Alexander Solzhenitsyn, Prussian Nights: A Narrative Poem, Londres,
Fontana, 1978, pág. 41. <<
[10]Martín Gilbert, The Day the War Ended, Londres, Harper Collins
Publishers, 1995, pág. 324. <<
[1]
Dick De Mildt, In the Name of the People: Perpetrators of Genocide in the
Reflection of Their Post-War Prosecution in West Germany, La Haya,
Martinus Nijoff Publishers, 1996, págs. 1-2. <<
[2]Christopher R. Browning, Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101
and the Final Solution in Poland, Nueva York, Harper Perennial, 1993, págs.
66-67. <<
[3]Wolfgang Benz, The Holocaust: A German Historian Examines the
Genocide, Nueva York, Columbia University Press, 1999, pág. 10. <<
[4]Betty Alt y Silvia Folts, Weeping Violins: The Gypsy Tragedy in Europe,
Kirsville, Montana, Thomas Jefferson University Press, 1996, pág. 55. <<
[5]Karola Fings, Herbert Heusss y Frank Sparing, From «Race Science» to
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of Hertfordshire, 1997, págs. 91-95 (trad. cast.: De la «ciencia de las razas»
a los campos de exterminio, Madrid, Presencia Gitana, 1999). <<
[6] Ibíd., pág. 105. <<
[7]
Gay Block y Malka Drucker, Rescuers: Portraits of Moral Courage in the
Holocaust, Nueva York, Holmes and Meir, 1992, pág. 159. <<
[8]Rab Bennett, Under the Shadow of the Swastika: The Moral Dilemmas of
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[1]
James Parton, Air Force Spoken Here: General Ira Eakerand the
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[2] Conrad C. Crane, Bombs, Cities and Civilians: American Airpower
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1993, pág. 28. <<
[3]
Norman Longmate, The Bombers: The RAF Offensive against Germany
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[4] Ibíd., pág. 343. <<
[5]
Russell Miller, Nothing Less than Victory: The Oral History of D-Day,
Londres, Penguin, 1993, págs. 376-377. <<
[6] Ibíd., pág. 235. <<
[7]Danny S. Parker, Battle of the Bulge: Hitler’s Ardennes Offensive,
1944-1945, Londres, Greenhill, 1991, pág. 297. <<
[8]
Ulrike Jordan, Conditions of Surrender: Britons and Germans Witness the
End of the War, Londres, I. B. Tauris, 1997, págs. 106-107. <<
[9]Yehudit Kleiman y Nina Springer-Aharoni, The Anguish of Liberation:
Testimonies from 1945, Jerusalén, Yad Vashem, 1995, pág. 40. <<
[1]Conrad Crane, Bombs, Cities, and Civilians: American Airpower Strategy
in World War II, Lawrence, Kansas, University Press of Kansas, 1993, pág.
135. <<
[2]
Haruko Taya Cook y Theodore Cook, Japan at War: An Oral History,
Nueva York, New Press, 1992, págs. 384-385. <<
[3]Desmond Fennell, Uncertain Dawn: Hiroshima and the Beginning of
Post-Western Civilization, Dublín, Sanas Press, 1996, pág. 2. <<
[4]Conrad C. Crane, «The Air War against Japan and the End of the War in
the Pacific», en Lloyd E. Lee (comp.), World War II in Asia and the Pacific
and the War’s Aftermath with General Themes, Westport, Connecticut,
Greenwood Press, 1998, pág. 107. <<
[5] Fennell, op. cit., pág. 2. <<
[1]
Ulrike Jordan, Conditions of Surrender: Britons and Germans Witness the
End of the War, Londres, I. B. Tauris, 1997, pág. 139. <<
[2]Yi Yongsuk, «I Will No Longer Harbour Resentment», en Keith Howard
(comp.), True Stories of Korean Comfort Women, Londres, Cassell, 1995,
pág. 56. <<
[3]David Andrew Schmidt, Ianfu: The Comfort Women of the Japanese
Imperial Army of the Pacific War. Broken Silence, Lampeter, Edwin Meller
Press, 2000, págs. 128-129. <<
[4]Yehudit Kleiman y Nina Springer-Aharoni, The Anguish of Liberations:
Testimonies from 1945, Jerusalén, Yad Vashem, 1995, pág. 47. <<
[5]
Timothy J. Holian, The German-Americans and World War II: An Ethnic
Experience, Nueva York, Peter Lang, 1996, pág. 160. <<
[6] Damousi, The Labour of Loss: Mourning, Memory and Wartime
Bearevement in Australia, Cambridge, Cambridge University Press, 1999,
pág. 126. <<
[7]
John W. Dower, «The Bombed: Hiroshima and Nagasaki in Japanese
Memory», en Michael J. Hogan (comp.), Hiroshima in History and Memory,
Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pág. 131. <<
[8]Howard Ball, Prosecuting War Crimes and Genocide: The Twentieth
Century Experience, Lawrence, Kansas, University Press of Kansas, 1999,
pág. 55. <<
[9]Stephen Harper, Miracle of Deliverance: The Case for the Bombing off
Hiroshima and Nagasaki, Londres, Sidgwick and Jackson, 1985, pág. 200.
<<
[1]Catherine Merridale, «War, Death and Remembrance in Soviet Russia»,
en Jay Winter y Emmanuel Sivan (comps.), War and Remembrance in the
Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, págs. 78-
79. <<
[2]
Julia Szilagyi, Istvan Cseme, Katalin Peto y Gyorgy Szoke, «The Second
and Third Generation of Holocaust Survivors and their Descendants», en
Randolph L. Braham (comp.), Studies on the Holocaust in Hungary, Boulder,
Colorado, City University of New York, 1990, pág. 250. <<
[3]Ruth Ben-Ghiat, «Liberation: The Italian Cinema and the Flight from the
Past», en Italy and America: Italian, American and Italian Experiences of the
Liberation of the Italian Mezzogiomo, Nápoles, La Città del Sole, 1997, pág.
455. <<
[4]
James E. Young, The Texture of Memory: Holocaust Memorials and
Meaning, New Haven, Yale University Press, 1993, pág. 30. <<