Díaz Videla - Florentino González. Prensa y Democracia Colomniana en El Siglo XIX
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Díaz Videla - Florentino González. Prensa y Democracia Colomniana en El Siglo XIX
INTRODUCCIÓN
Existe una marcada amnesia ante un grupo de pensadores modernos del país
colombiano que fueron protagonistas de su época en el siglo XIX. Por algu-
na razón han quedado bajo la sombra del mito fundacional, o por fuera de
él. Aun cuando acompañaron con la reflexión y también en la lucha política
abierta, las propuestas y las convulsiones constitutivas de la formación inicial
de la república.
Será tema de otros trabajos averiguar las causas de la condena al olvido,
en esta ocasión mencionaré a cuatro de ellos y me ocuparé de uno en especial.
Estos hombres fueron:
Juan García del Río.
Manuel María Madiedo.
Santiago Pérez Triana; y
Florentino González.
Este último hombre publicista, ideólogo del liberalismo clásico, fue ade-
más tratadista del derecho, la administración pública, la economía y las rela-
ciones internacionales. Pero sobre todo fue un periodista que encontró en el
recurso de la prensa un ámbito multiplicador de la visión de mundo que se
hizo visible desde la independencia. Aún hoy, a casi doscientos años de esos
hechos, aquella visión no se acomoda en la percepción colectiva. Y probable-
mente nunca lo haga tal como se concibió en su variante ilustrada de la que
González fue tributario.
Aunque no es mi propósito hacer exégesis del personaje sino realizar una
descripción sencilla de su pensamiento y su época, es -creo- importante re-
ferir un aparte del escrito del mexicano Omar Guerrero sobre la dimensión
continental del trabajo de González.
Fue (González) un hombre típico del siglo XIX, como lo fue el alemán
Alejandro Con Humboldt, el francés Alexis de Tocqueville y el mexicano
Luis de la Rosa. Hombre culto, personaje de la vida política, personalidad
nacional, hábil periodista, González representa el modo de vivir de aquellos
a quienes interesaba la política de la época como una cuestión de fe pública y
vocación existencial. Liberal como muchos hombres ilustrados de entonces,
confiaba en la iniciativa social para sufragar sus necesidades, pero creía en
la solidez de las instituciones gubernamentales para responder a las motiva-
ciones públicas, o como él las llama: Los intereses sociales. En una era de
emergencia vigorosa de la publicidad, en el sentido del ensanchamiento de lo
público, utiliza la pluma para comunicar, para enseñar, para polemizar, para
defenderse y para pelear. Weber decía que la esencia de la política es pelear;
Florentino González peleaba con el arma que desde entonces, es el florete de
la publicidad moderna. (1994,11).
Su actividad periodística conocida se inició en 1827 en el periódico “EL
Conductor” que dirigía Vicente Azuero, órgano que exponía las ideas del grupo
liberal cercano a Santander y opuesto a Simón Bolívar. En esas publicaciones ya
aparecía como un abierto contradictor del Libertador por vía de editoriales que
rechazaban la posibilidad de un ejército permanente que sostuviese cualquier
tentación dictatorial. En esas notas estaba presente en potencia el joven cons-
pirador septembrino, refractario a una preeminencia militar en el Estado. Idea
esta última que sostuvo a lo largo de su vida. Decía González en la edición del
“El Conductor” del 8 de agosto de 1827:
“...es una desgracia para los pueblos que los soldados se acostumbren a obedecer a un sólo
hombre, y es mayor este mal cuando el hombre que los manda es hipócrita y bajo las
apariencias del bien público encubre sus perniciosas miras “(Delgado, 1981,3).
Desde aquellas notas virulentas contra el Libertador-presidente, realiza-
das cuando el periodista González tenía 22 años, hasta sus últimos escritos en
Buenos Aires, poco antes de su muerte, ocurrida en 1875, fue un militante del
proyecto modernizante y de la idea de democracia implícita en ese sistema.
Sus criterios sobre la construcción de una sociedad civil, transformación
económica y organización del Estado republicano, se desplegaron en edito-
riales, artículos y ensayos cuyas lógicas básicas a realizar se han prolongado
en el tiempo.
Su rechazo a lo que llama “quimera de las ideas innatas” (44) y la inmedia-
ta apuesta por la experiencia sensible como fuente del conocimiento cierto,
explica la militancia de González en lo que debe llamarse fundamentalismo
liberal, el que compartió con el grupo de Azuero. Militancia expresada en la
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CAMBIAR LA SUBJETIVIDAD
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Utilitarismo proscrito
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DEMAGOGOS Y SERVILES
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“El error más perjudicial en que pueden haber incurrido los hombres que, en las naciones
de raza española. han tenido el encargo de fundar instituciones políticas capaces de
asegurar las libertades y derechos de los individuos y del cuerpo social a que pertenecen y
cuyo conjunto sea apto para dar al gobierno el carácter real y verdadero de republicano, es
el creer que esas instituciones y ese gobierno deben y pueden amoldarse a las tradiciones
latinas, que han formado las costumbres de los pueblos sobre las cuales han ejercido
influencia la legislación romana codificada por Justiniano, y por el orden papal... las
instituciones políticas deben ser conformes a las costumbres de los pueblos en donde se
tratan de establecer, y siendo las costumbres y las tradiciones bajo su influencia la negación
de todo lo que puede servir de base a las instituciones libres, tratando de conformar éstas
con las teorías y tradiciones latinas, es claro que emprendían una tarea de resultado práctico
imposible para lograr el fin que se proponían. El olmo no produce peras y las tradiciones y
teorías latinas no pueden ser la madre de las instituciones libres ni la base sobre la que repose
una organización republicana. Las tradiciones latinas pueden resumirse en dos capítulos:
en política, abdicación del poder individual de los miembros de la comunidad y del poder
social de ésta en un César, llámese emperador o rey; y en religión, abdicación de la razón
humana en un papa.” (Delgado, 1984, p.383-384).
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UN SUJETO COMPLEJO
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Seria necesario esperar muchas décadas, hasta bien entrado el siglo XX,
para que ese pueblo moderno comenzase a aparecer con la industrialización y
urbanización. Ese proceso no concluido, lento y difícil, hace visible un hom-
bre complejo que es, al mismo tiempo mimético- adaptativo, constitutivo-
dogmático y creativo-develador.
Es importante recapitular: el proyecto liberal ortodoxo americano,
como la ilustración europea, fue absoluto unilateral y sin concesiones; por
ello, excluyó la realidad ambigua del mestizaje. La verdad de la razón sólo
podía ser única, universal y necesaria, y fue preciso vaciar la noción de Dios
de su sentido trascendental para llenar de sentido la primacía de la razón, el
progreso y la ciencia
En esa inversión de sentido, al positivizar la idea de razón y progreso, esta
se transformó en un fundamentalismo secular que exigía demonios para la gue-
rra santa. Y allí estaban, en el estigma bárbaro de la cultura mestiza, en su com-
plejidad racial, en su ambigua forma de resistir a veces adaptativa, mimética y
en otros momentos abierta, bárbara.
La idea de barbarie fue asumida por estos hombres como contraria al im-
perio de la razón. Tanto la fe religiosa, la percepción intuitiva, las creencias,
los mitos y leyendas que aseguraban la homogeneidad de las organizaciones
tribales, étnicas o regionales, constituían la visión de mundo condenable.
Un cierto sentido trascendental de la vida y la muerte estaba ligado a la
cosmovisión rechazada. Por eso significó barbarie la respuesta violenta de los
sectores afectados por la inserción del nuevo modelo de vida. La violencia
ejercida por los excluidos era barbarie, la contraparte podía ejercerla bárbara-
mente en nombre de la civilización.
Con ese bagaje ideológico asumió González el compromiso personal de
activar las transformaciones. La obsesión modernizante -su demonio perso-
nal- lo acompañó desde Bogotá hasta Buenos Aires, en donde otros hombres
igualmente endemoniados habían tenido mejor fortuna con el proyecto de
desterrar al demonio bárbaro del pasado.
González llegó a Buenos Aires después de vivir ocho años en Chile y
tras la muerte en Valparaíso de su esposa, Bernardina Ibáñez. En ese lapso
produjo “El Código de Enjuiciamiento Civil” de ese país al que se considera
complementario del trabajo realizado por Andrés Bello. Cuando González
se instala en la Argentina en 1869, lo hace como invitado de la Universidad
de Buenos Aires para fundar la cátedra de Derecho Constitucional. Fruto
de su labor universitaria fue el libro “Lecciones de Derecho Constitucional”.
Texto que fue durante mucho tiempo básico para esa disciplina, en varios
países de la región.
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de que la civilización europea penetre a ilustrar a los argentinos sobre sus verdaderos
intereses. Montevideo, entre tanto es humillada y su importancia decrece, veinte mil
habitantes ilustrados proscritos por el gaucho salvaje vagan en país extranjero, los
salvajes federalistas gritan: mueran los salvajes unitarios. Rosas para probar que es tan
salvaje como ellos adopta este lema para encabezar sus actos oficiales” (Delgado, p. 105).
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González, no podía ser tan fuerte como para serlo también políticamente.
Un criterio básico que era diametralmente opuesto al de Bolívar en relación
con los pilares que articularían la nación y la sociedad moderna. Diferente
también al concepto de “ejércitos fundacionales”, que en Chile, Brasil y Ar-
gentina cumplieron roles determinantes en el aseguramiento geopolítico del
patrimonio nacional y la generación de un imaginario unificador, a través de
la presencia del Estado en los más apartados sitios de los territorios nacionales.
Claro está que a diferencia de lo ocurrido en América Latina, la idea de
González evitaba una mayor injerencia del poder militar en los asuntos civi-
les. La actitud refractaria en Colombia a un eventual ejército preeminente
había sido reforzada por la experiencia de la dictadura bolivariana y su conti-
nuidad en la presidencia de Rafael Urdaneta.
El segundo soporte en el esquema ideológico de González configuraba
la apertura plena de la potencialidad social, antítesis de la rigidez que se bus-
caba romper, mediante una secularización total. En una introducción a la
obra intelectual del personaje histórico aquí tratado, Oscar Delgado recoge
el contenido central sobre este punto:
“El ethos de la sociedad debe prescindir de los valores religiosos y actuar conforme al
criterio de racionalidad. Libertad individual absoluta para profesar cualquier religión.
Independencia absoluta entre el Estado y la Iglesia. Esta no debe participar en ningún caso
en asuntos públicos ni como institución social, ni a través de sus agentes.” (Delgado, PX).
La descripción anterior sobre el pensamiento de González recoge uno de
los ejes de su criterio militante frente a la Iglesia y la relación de éstas con la
sociedad, visión que como contrapartida, fue muy flexible en su vida privada.
Esa militancia le llevó a decir en sus artículos periodísticos y en el Senado
que: “Es un error creer que los gobiernos pueden proteger la religión. (El
Neo-granadino. No 242/45, marzo-abril de 1853).
Por último, la exigencia de aperturas lleva a considerar un punto cen-
tral del modelo, sustentado en la idea del libre cambio o libertad absoluta
de comercio interno y externo. La propuesta iba acompañada de otras li-
bertades: la de industria y abolición de monopolios estatales o privados,
con garantías a la propiedad privada. Todo esto se reforzaba con la aboli-
ción de la esclavitud, la cual, además de su contenido humanista asimilaba
la necesidad de ampliar el mercado interno con el aporte de una mano de
obra asalariada.
Todo lo expuesto se fundamenta en el concepto de soberanía del indivi-
duo, opuesto al criterio socialista utópico de la soberanía popular. Se despla-
zaba así la idea de “comunidad”, con su carga de imaginario premoderno, y se
apuntaba a la idea de conformar una persona que por su voluntad constitu-
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yese una sociedad civil. Tal visión se articulaba además con el recurso de una
“necesaria libertad absoluta de palabra, reunión e imprenta”. El estado de-
bía tener una conformación que permitiese el desarrollo de las anteriores
propuestas. Para ello la administración, debía organizarse bajo un sistema
federal, con un gobierno central de burocracia reducida. La autoridad local
-el municipio- tenía una gran autonomía frente a otros poderes del Estado.
Con esas bases perfiló el autor de los “Elementos de Ciencia Administrativa”
un sistema de regulación pública que, con interrupciones y sobresaltos, aún
pervive y se perfecciona en Colombia: central en su gobierno, descentrali-
zado en lo administrativo.
Para que no pase desapercibido es conveniente resaltar que lo anterior
no es un simple criterio administrativo, es sobre todo un matiz anticipatorio
-en más de cien años- del ideal social de unidad en la diversidad. Además,
el criterio organizativo federalista intentaba debilitar el poder presidencial.
Federalizar le ponía barreras a un presidente omnímodo y evitaba el retorno
enmascarado del símbolo regio. Símbolo que parecían guardar con nostalgia,
en su inconsciente colectivo, los sectores de población marginados del pro-
ceso. Justamente aquellos sectores que después la ideología llamaría “popula-
res”. La federalización soslayaba la nostalgia de un rey-presidente, pero en la
fragmentación derivada le abrió espacio al rey local: los caudillos regionales.
También derivó en el refuerzo de costumbres políticas como el gamonalismo
y el clientelismo político.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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