Guatemala Del Siglo XX

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GUATEMALA DEL SIGLO XX

El 20 de octubre de 1944, se dio un movimiento que marco la historia de Guatemala


conocido como la "Revolución de 1944", “Revolución del 20 de octubre” o “Revolución
del 44”, dicho movimiento fue el responsable de derrocar al régimen dictatorial del general
Jorge Ubico, quien duro 14 años en el ejercicio del poder.

Fue un conflicto bélico librado en Guatemala entre 1960 y 1996 dentro del marco de la
Guerra Fría entre el bloque capitalista de los Estados Unidos y el bloque comunista de la
Unión Soviética, que causó un gran impacto en este país americano en términos
económicos y políticos y que agudizó la polarización de la sociedad guatemalteca. En 1962
se crea el primer grupo guerrillero del país, el Movimiento Revolucionario 13 de
Noviembre, estuvo activo en el país hasta su disolución en 1971.

El 18 de octubre de 1967 Miguel Angel Asturias le concede a Guatemala, la gloria de ser


conocida universalmente en el mundo de las letras. Hace 39 años, en Oslo, el Rey de
Noruega, hizo entrega a Miguel Angel Asturias del Premio Nobel, por sus logros literarios
vivos, fuertemente arraigados en los rasgos nacionales y las tradiciones de los pueblos
indígenas de América Latina.

En la madrugada del 4 de febrero de 1976, Guatemala despertó sobresaltada por un fuerte


sismo. Eran las 3:03:33 horas. La fase de destrucción duró solamente 49 segundos, y la
intensidad fue de 7.6° en la escala de Richter, aproximadamente la energía equivalente a la
explosión de 2 mil toneladas de dinamita.

Los Acuerdos de Paz son una docena de acuerdos que fueron suscritos por el Gobierno de
la República de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca -URNG-,
entre 1991 y 1996, para alcanzar soluciones pacíficas a los principales problemas que
generó el Conflicto Armado Interno
GUATEMALA DEL SIGLO XXI
Una mirada al siglo XXI
No debemos hacer conjeturas sobre el futuro sin plantarnos correctamente en el presente,
que es desde donde lo miramos. Conocer las fuerzas sociales en movimiento es tan
importante como descubrir lo nuevo que surge. Muchos de los problemas de la sociedad
guatemalteca se originaron en el atraso político, en la debilidad del Estado, que debe
modificarse, ya que es allí donde parecen concentrarse los otros problemas.
Dadas las raíces autoritarias de este país y su historia de elecciones sin democracia, es
importante subrayar los efectos que tuvieron, en el escenario de los últimos veinticinco
años, las elecciones sin fraude y la participación de la población. La celebración de
votaciones competitivas, libres y honestas no fomentó suficientemente la organización de
los partidos políticos. El sistema adolece de una falta de definición, en forma permanente,
de los actores políticos, a la vez que no delimita los escenarios de la disputa de los
diferentes intereses sociales, ideológicos y culturales existentes.
Las elecciones continuarán en el futuro, pero en su organización y desarrollo los electores
deberán transformarse en ciudadanos plenos por el ejercicio de los derechos sociales,
económicos y culturales. Hay tendencias en esa dirección, que pueden fortalecer las
instituciones del sistema político y estabilizar la democracia. El resultado deseado será la
reconstrucción del Estado, para que surja un Estado democrático de derecho con poder
administrativo y moderno, eje del cambio social y representativo de la multietnicidad
nacional.
Las relaciones entre democracia y mercado pueden ser positivas, y una economía próspera
activará la vida política. El modelo primario exportador está en crisis. Diferentes trabajos
prospectivos, pero realistas, formulados por instituciones y especialistas, subrayan la
importancia de crear o fortalecer en el futuro inmediato un nuevo modelo apoyado en los
siguientes cuatro nuevos motores de desarrollo:
• transformar las conocidas y extensas zonas agrícolas de vocación forestal en un dinámico
sector de exportación de pulpa para hacer papel, madera y sus derivados;
• modernizar los accesos y servicios de los numerosos lugares turísticos en funcionamiento
y ampliar el turismo para nuevas regiones de atracción, mejorando y modernizando la
oferta actual;
• nacionalizar y ampliar la industria de la maquila a nuevos productos susceptibles de tener
“vínculos” con la materia prima nacional, garantizando así un mayor valor agregado;
• fortalecer la producción agrícola de los productos susceptibles de transformarse
industrialmente, o sea, de promover una agroindustria básica nacional.
La entrada de divisas, bajo la forma de remesas familiares, seguirá aumentando, y es
probable que los envíos sean abaratados y asegurados; puede tener éxito el proyecto de
organizar redes de servicio que permitan que las remesas también tengan una finalidad
productiva. El monto al que arribaron ya lo merece, puesto que hasta ahora esos millones
de dólares van a las manos de la población pobre, que los utiliza para el consumo inmediato
y para solucionar los problemas de supervivencia familiar. Es necesario darles una finalidad
productiva en beneficio de los mismos destinatarios.
Contrariamente a los intereses de las organizaciones sociales y sin estudios técnicos como
era deseable, el Congreso de la República aprobó bajo fuerte presión, el 14 de marzo de
2005, el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Posteriormente surgió un
debate acerca de una agenda complementaria que podría corregir los aspectos negativos
que el tratado produjera en la sociedad guatemalteca. El futuro prevé una dependencia más
acentuada del mercado del Norte, mayor influencia política de los Estados Unidos, así
como efectos negativos de la globalización en la soberanía nacional, en el crecimiento de
las desigualdades y en la pobreza. La vinculación entre los países de Centroamérica
aumentará, con mayores intercambios sociales, culturales y políticos y menos en el sector
económico.
A partir de los acuerdos de paz se ha ido generando, dentro de círculos cada vez más
amplios, el reconocimiento de que Guatemala es una sociedad multicultural y pluriétnica.
En los próximos años, dicho reconocimiento tendrá que ser puesto en práctica. Un desafío
mayúsculo será crear un medio social inclusivo y solidario, lograr la plena incorporación de
la población indígena, su participación, pero respetando al mismo tiempo las diferencias
culturales, incluso el idioma y su derecho consuetudinario, sus costumbres y su imaginario
religioso e intelectual. El camino es arduo, y el comienzo del siglo XXI reveló los
poderosos obstáculos a vencer: las prácticas de discriminación y racismo, arraigadas en el
comportamiento del mestizo o del blanco, o sea, de los no indígenas. Y terminar con las
precarias condiciones de vida y con el atraso socioeconómico en el que viven los indígenas
hace más de quinientos años.
Un aspecto estructural para resolverse en este milenio es el relativo a la pobreza, que
destruye la existencia de más de la mitad de la población. Junto a éste se encuentra otro
problema, igualmente grave, que es el de las múltiples desigualdades, que hacen difícil –o
tienen efectos negativos– la aplicación de los proyectos de desarrollo y de lucha contra la
pobreza. Existen varios programas para tratar de atenuar los peores efectos de la pobreza.
En especial, las Metas del Milenio, a las cuales Guatemala adhirió, y que proponen reducir
a la mitad (entre 1990 y 2015) el número de personas en situación de pobreza extrema, o
sea, aquellas cuya renta personal diaria es inferior a US$ 1. Además, enfrentar algunos
efectos de la pobreza para alcanzar, en este mismo período, la enseñanza fundamental
universal y reducir la mortalidad infantil en dos terceras partes. Se trata de una mirada
optimista para el futuro, porque lo importante es la voluntad de alcanzar dichas metas.
Otto Pérez Molina, durante su asunción en enero de 2012 (Surizar/Creative Commons)
El sistema político es débil y el Estado lo es aún más. En consecuencia, deben sobreponerse
a los efectos negativos del conflicto armado, especialmente en la administración de justicia
y de policía y en la transformación del Ejército en una fuerza técnica bajo control civil. La
población todavía espera el castigo de los responsables de los bárbaros crímenes cometidos
por los militares y por los civiles. La impunidad generalizada deberá acabar, ya que la
democracia tiene relaciones con la justicia, y, si ésta se vincula al narcotráfico, es previsible
que el país siga siendo un creciente depósito y ruta de drogas hacia los Estados Unidos, lo
que implica un aumento del lavado de narcodólares. Eso tendrá efectos no sólo en el
crecimiento del consumo interno, sino también en la corrupción política.
Esta sociedad será más moderna en su cúpula y más atrasada en las bases sociales,
conviviendo sin mayores problemas con una elite moderna, culta y cosmopolita, con masas
sometidas a una gran miseria intelectual y material. Es difícil predecir cuánta pobreza podrá
soportar esta democracia política, que se mantendrá sin profundizarse. Es probable que,
como ocurrió en 1871, 1921 y 1944, surjan fuerzas progresistas que modifiquen ese futuro
sombrío y que se repita la alianza de la clase media con un empresariado moderno, a su vez
apoyados por el indispensable movimiento indígena progresista. Esta sociedad cambia a
grandes saltos y se expresa en profundas crisis y cataclismos sociales. La sociedad del
futuro será menos desigual, aunque con pobreza, se acentuará su condición multiétnica, y el
Estado democrático moderno deberá reflejar esa importante condición nacional.
(actualización) 2005 - 2015
por Fernanda Gdynia Morotti
De 2005 a 2015, Guatemala tuvo elecciones democráticas. En ese período se eligieron tres
gobiernos de partidos distintos que tenían perfiles y proyectos propios. Sin embargo,
ninguno de ellos avanzó en la lucha contra los problemas que la población considera más
urgentes: la violencia y la impunidad. Las estadísticas impresionan. En 2013, el número de
asesinatos por semana llegó a 101 casos, según datos de la Policía Nacional Civil; en ese
mismo año el total de homicidios alcanzó los 5.253 casos registrados, lo que convierte a
Guatemala en uno de los países más violentos de América Latina.
En lo que respecta a la impunidad, resultado de decisiones jurídicas permeadas por
presiones políticas y económicas, un caso emblemático es el juicio al dictador Efrain Ríos
Montt, quien gobernó el país entre 1982 y 1983 gracias a un golpe militar apoyado por los
Estados Unidos. Fue llevado al tribunal en mayo de 2013 y sentenciado a ochenta años de
prisión por crímenes contra la humanidad. Sin embargo, diez días después la pena terminó
siendo anulada por la Corte Constitucional guatemalteca. En 2015 el general continuaba
libre.
Hay que agregar que la violencia guarda una relación directa con la pobreza. Y, una vez
más, si bien en la última década se registró una leve mejoría, los números son alarmantes.
Con un Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 0,581, Guatemala ocupa el 133° lugar entre
las 186 naciones que participaron del levantamiento en 2013. Más de la mitad de los
guatemaltecos vive por debajo de la línea de pobreza y el 15% en condiciones de pobreza
extrema. Además, la desnutrición y las condiciones de salud precaria, entre otros factores,
explican la tasa de mortalidad de 32 casos en un año cada mil nacimientos (Unicef, 2012).
La población tenía la esperanza de un gobierno de realizaciones populares, pero la perdió
con la elección del socialdemócrata Álvaro Colom, que conquistó la presidencia en 2007
luego de un proceso tumultuoso. Ese año, cincuenta políticos y activistas ligados al futuro
presidente terminaron asesinados. Y al año siguiente, Rodrigo Rosenberg, uno de los
principales opositores de Colom, también fue asesinado. Unos meses antes, Rosenberg
había grabado un video con un informe que vaticinaba su propia muerte y hacía responsable
al presidente. En esta situación, a Colom se lo amenazó con la destitución y el crimen pasó
a ser investigado por la Comisión Internacional contra la Impunidad, organismo ligado a las
Naciones Unidas. La Comisión llegó a la conclusión de que el mismo Rosenberg había
encargado su propio asesinato para desestabilizar al gobierno. Y en la práctica fue así, pues
Colón gobernó todo el tiempo bajo sospecha.
Poco después, en 2012, con el apoyo de los medios de comunicación y de los Estados
Unidos, el general Otto Pérez Molina conquistó la presidencia en las urnas. Aunque estaba
acusado por la Corte Internacional de los Derechos Humanos de perpetrar masacres en la
población indígena y de estar involucrado en la muerte del obispo Juan Gerardi, ocurrida en
1998, Molina venció en las elecciones prometiendo mano dura para combatir el crimen. Del
discurso a la práctica, el esfuerzo del gobierno se focaliza en las áreas más peligrosas de la
capital, como el barrio de El Mezquital y sus alrededores, la llamada Zona Roja. En ese
lugar el foco es la prisión de narcotraficantes, con una fuerte presencia policial.
Apenas comenzado el mandato, el presidente promulgó leyes con la intención de dar
transparencia a la gestión gubernamental y lanzó un paquete fiscal con el objetivo de atraer
inversiones extranjeras. Desde 2010, por otra parte, el PBI viene creciendo un promedio de
3% al año, pero los índices de pobreza y desnutrición crónica (43% de la población infantil
con menos de 5 años sufren este problema) se mantienen iguales. La situación es
especialmente delicada en el campo, donde no llegan los servicios básicos de salud ni de
educación. Ante esta situación, Molina prometió reducir la desnutrición infantil un 10%
antes de concluir su gestión. Se anunciaron y pusieron en marcha varios proyectos de
asistencia social. Y el más importante de ellos está dirigido a fortalecer la economía rural
por medio de la agricultura familiar, ofreciendo a los campesinos las condiciones para que
desarrollen cultivos de subsistencia. Sin embargo, los montos de las inversiones fueron
bajos, y el oficialismo justifica la escasa efectividad del proyecto en los problemas
administrativos, las auditorias y los obstáculos para distribuir el dinero.

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