El Primer Cuento de Juan Rulfo

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“Nos han dado la tierra”: El primer cuento de Juan Rulfo

Luis Alberto López Soto1

Las grandes obras literarias poseen la cualidad de conjugarse de manera doble: por un lado, son
un testimonio histórico y espacial. Atienden lo inmediato, sea esto lo regional o lo nacional.
Encarnan y discurren acerca de temas, personajes y situaciones específicas. En suma,
representan artísticamente la realidad concreta. Por otro lado, también aspiran a funcionar
como signos de un nivel más abstracto de realidad, o sea, la mental, la de los mitos, las
alegorías, aquello que tiene implicaciones más bien universales o atemporales. Así, pues, por un
lado, son un documento y, por otro, son un símbolo.
Tal es el caso de la obra de uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo
XX: Juan Rulfo (1917-1986), quien fue narrador y guionista, si bien también incursionó en la
fotografía. Es ampliamente conocido su libro de cuentos El llano en llamas (1953), su novela
Pedro Páramo (1955) y poco menos conocido su relato El gallo de oro (1980). En términos
generales, se puede decir que los temas de la literatura rulfiana son la vida campesina, el México
postrevolucionario y, sobre todo, la figura cultural del cacique (ese macho que dirige el poder
económico y político de los campesinos), cuyos orígenes se remontan a la mezcla de la raíz
prehispánica y la Colonia, la cual se encarnó en la llamada encomienda española, como puede
leerse en las palabras del propio Rulfo:
Pedro Páramo es un cacique. Eso ni quien se lo quite. Estos sujetos aparecieron
en nuestro continente desde la época de la conquista con el nombre de
encomenderos, y ni las Leyes de Indias ni el fin del coloniaje, ni aun las
revoluciones, lograron extirpar esa mala yerba. Aún en nuestros días, los hay
que son dueños hasta de países enteros; pero concretándonos a México, el
cacicazgo existía como forma de gobierno siglos antes del descubrimiento de
América, de tal suerte que los conquistadores españoles solo "echaron raspa",
es decir, les fue fácil desplazar al cacique indio para tomar ellos su lugar. Así
nació la encomienda y más tarde la hacienda con su secuela de latifundismo o
monopolio de la tierra. Esa es la realidad, sin tapujos ni metáforas ni nada de
sueños. Pedro Páramo es un cacique de los que abundan todavía en nuestros
países: hombres que adquieren poder mediante la acumulación de bienes y
estos, a su vez, les otorgan un grado muy alto de impunidad para someter al
prójimo e imponer sus propias leyes. No hay en ello, pues, ninguna metáfora, si

1Luis Alberto López Soto es licenciado en Literaturas Hispánicas, Maestro en Literatura Hispanoamericana y
doctor en Humanidades. Actualmente es profesor-investigador del Departamento de Letras y Lingüística de la
Universidad de Sonora y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de Conahcyt.
acaso cierta metamorfosis que los convierte, por asociación, en consorcios o en
sociedades anónimas al servicio de determinados intereses. En otras palabras,
son los representantes del antiguo coloniaje al que aún estamos sometidos.
(p. 68)

De algún modo implícito, Rulfo alude a la crítica que habría de realizar el recientemente
fallecido Adolfo Gilly (1928-2023) en su obra La revolución interrumpida (1971), la cual es un
análisis del desarrollo de los gobiernos postrevolucionarios que, olvidándose de la lucha del
campesinado o repartición agraria, se convierten en una pequeñoburguesía. Asimismo, al
respecto Carlos Fuentes afirma: “Ha habido una pugna necia en torno a la novela de Rulfo,
una dicotomía que insiste en juzgarla solo bajo la especie poética o solo bajo la especie
política” (20). Rodney Williamson, por su parte, se pregunta: ¿Mera oralidad o interpolación de
la escritura? Una valoración cuidadosa y sensata al respecto tendría que incorporar en un
análisis estos dos elementos compositivos” (p. 371). Un poco en este sentido, el crítico literario
Javier González Alonso dice que Rulfo sería un “provinciano universalista” (p. 55)
Al considerar estas afirmaciones, es innegable que, aunado al aspecto social y político,
en la obra de Rulfo se hallan representados, a partir de ciertas formas discursivas –es decir,
estéticas, literarias, poéticas—, temas como la soledad, la desesperanza ante la vida y, sobre
todo, la muerte. Como ejemplo de tales temas se halla el cuento que encabeza El llano en llamas
y que es el primero del libro en publicarse: “Nos han dado la tierra”, visto a la luz por primera
vez en julio de 1945 en la revista Pan. Dicho cuento desarrolla la siguiente trama: además de un
personaje llamado “el delegado”, Melitón, Faustino, Esteban y el narrador personaje van en
pos de la tierra que, una vez que se ha instalado en el poder un gobierno emanado de la
Revolución, les han otorgado. La promesa de que “la tierra es de quien la trabaja” tiene su
analogía en el tema bíblico de la tierra prometida, donde, según el Éxodo, el dios Jehová libera de
la esclavitud egipcia el pueblo israelita, quienes caminan durante cuarenta años a través del
desierto hasta llegar a la de la tierra de la que “fluye leche y miel” (Capítulo 3, versículo 17). La
analogía se halla así: Egipto es a la tierra prometida lo que el porfiriato (o latifundio) es a la
tierra fértil. El narrador afirma que inicialmente eran más de veinte hombres, pero ya solo
quedan ellos cuatro. Es una visión cuaternaria (Nahu Campa, que en lengua náhuatl significa
“cuatro caminos”). Estos han pasado de ser cuatro hombres revolucionarios y armados a ser
tan solo hombres campesinos. Ya desojados de sus armas, han dejado de ser revolucionarios; y
al carecer de una tierra, ya no son tampoco campesinos: son solo hombres a secas, pues, para
su decepción y ante el autoritarismo del llamado “delegado”, se dan cuenta de que, en realidad,
les han dado el llano, hecho que significa el calor y, sobre todo, infertilidad, al destino histórico
de sufrir intensamente la ausencia de lluvia, vegetación o vida animal.
“Nos han dado la tierra” inicia con las siguientes palabras del narrador: “Después de
tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una sombra, ni una raíz de
nada, se oye ladrar los perros” (p. 37). A partir de esta premisa desoladora, el ladrido de los
perros representa la esperanza de vida, la posibilidad de un hábitat, en este caso, un pueblo
dónde alojarse y poner fin a la agonía de un peregrinaje de “llanura rajada de grietas y de
arroyos secos”( ), como dice en un parte el narrador. Esa esperanza de vida parece asomarse
cuando leemos:
Faustino dice:
–Puede que llueva.
Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa
por encima de nuestras cabezas.
Y pensamos: “Puede que sí”. (p. 37)

La afirmación de levantar la cara tiene ciertas implicaciones simbólicas, pues conlleva la idea de
que “lo de arriba” es lo divino, el símbolo del maná que cae del cielo. Así, “lo de abajo” (eco de
la novela de la Revolución Los de abajo de Mariano Azuela) puede entenderse como un llano
físico, literal, telúrico, pero es, ante todo, un llano metafísico, un mero páramo (como el
apellido del cacique de la novela de Rulfo). La lógica binaria de arriba-abajo es, pues, una
directriz de una visión de mundo de connotaciones antropológicas (o bien, universales), como
han documentado los estudios de Jesús Abad Navarro y Daniel Avechuco. O más bien,
universales. Así, si el llano es sed y muerte, la lluvia es, entonces, agua y vida; lo real e
indeseado frente a lo ideal y deseado; lo despoblado a lo poblado; lo fértil frente a lo fecundo.
En el interciso de esta serie de oposiciones, entre la muerte y la vida, se halla la esperanza, la
cual a veces se presente como una ilusión que se va diluyendo, como puede observarse en el
siguiente fragmento:

Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una
plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y
las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el
cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene
del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota
caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed. (p. 38)

El resultado de esto no es sino una fatal desesperanza y, en suma, la representación de toda


una condición existencial. En este sentido, “Nos han dado la tierra” la función social o política
se conjunta a una visión poética que entraña una visión tan mexicana como universal, es decir,
vital. Esta crítica política de Rulfo no es una mera crítica antigobiernista, pues hay en el tono
del cuento un grado de estoicismo que no puede reducirse a la mera denuncia:

– Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el


arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría
que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es
positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
–Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que
tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.
–Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada
contra el Centro. Todo es contra el Llano… No se puede contra lo que
no se puede. Eso es lo que hemos dicho… Espérenos usted para
explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos…
Pero él no nos quiso oír. (p. 40)

Ante esto, es notable el final “infeliz” con que el cuento de Rulfo formula su planteamiento. El
cuento termina con la frase “La tierra que nos han dado está allá arriba” (p. 42), es decir, el
texto connota la idea de que no hay esperanza aquí abajo, sino allá arriba, lo cual resulta en una
franca ironía. Todo el llano es, en la obra de Juan Rulfo, un espacio mental desolador. El llano,
que más tarde arderá precisamente en el cuento “El llano en llamas” que le da título a todo el
libro, figura en “Nos han dado la tierra” como una visión desesperanzadora cuya atmósfera
deviene desconcertante, apabulla el sol apesadumbrador. El llano es un páramo tanto literal
como espiritual producto de un largo caminar en la búsqueda o el premio por la lucha de la
vida misma. En este sentido, “Nos han dado la tierra” sería el retrato rulfiano de la lucha de
aquellos a quienes no les hizo justicia la Revolución, pero también el manifiesto simbólico de
una lucha trascendente que alcanza, en tanto que gran obra literaria, tintes significativamente
universales.

Bibliografía

Fuentes, Carlos. “Mugido, muerte y misterio: el mito de Rulfo”. Revista Iberoamericana. vo. 58.
no. 116-117, 1981, pp. 11-23.

González Alonso, Javier. “Sísifo campesino: ‘Nos han dado la tierra’. Hispanofilia. no. 111,
1994, pp. 53-70.

Jiménez de Báez, Yvette, Juan Rulfo, del páramo a la esperanza. Una lectura crítica de su obra. Fondo
de Cultura Económica, 1990.
Navarro Gálvez, Jesús, Avechuco, Daniel. “Filosofía natural y mito en ‘Nos han dado la tierra’
y ‘¡Diles que no me maten!’, de Juan Rulfo”. Connotas. Revista de crítica y teoría literarias,
no. 10, 2008, pp. 135-149.

Perus, Francoise. “Camino de la vida: ¿Nos han dado la tierra’ de Juan Rulfo’. Revista
Ibeoamericana. vol. 9, 2003, pp. 577-595.

Rulfo, Juan. El llano en llamas. Edición de Carlos Blanco Aguinaga. Cátedra, 2003.

---------------. “Pedro Páramo, cacique”. Letras Libres. no. 98, 2000, pp. 68.
Williamson, Rodney. “Ritmo del habla y ritmo narrativo en El llano en llamas”. Revista
Canadiense de Estudios Hispánicos. vol. 22, no. 2, 1998, pp. 371-380.

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