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7.

Estructura molecular

La teoría de los tipos

Berzelius hizo suya la idea de que los radicales podían ser las unidades a partir
de las cuales se construyesen las moléculas orgánicas. Creía que las moléculas
orgánicas estaban formadas de radicales, igual que las moléculas inorgánicas estaban
formadas de átomos individuales, y llegó a pensar que los radicales eran casi tan
indivisibles e inmutables como los propios átomos.
Berzelius mantuvo que la fuerza que une a los átomos en una molécula
inorgánica o en un radical orgánico era de naturaleza eléctrica (lo que finalmente
acabaría siendo cierto). Cada molécula, pues, debía contener una parte positiva y una
parte negativa, ya que sólo existía atracción entre los elementos de cargas opuestas.
Para las sustancias inorgánicas simples como el cloruro sódico, este concepto de
positivo y negativo demostró finalmente concordar con los hechos (véase pág. 212).
Para que esto se cumpliese en las sustancias orgánicas, Berzelius tuvo que insistir en
que los radicales consistían en carbono e hidrógeno solamente, siendo el carbono
negativo y el hidrógeno positivo. Por tanto, mantuvo que el radical benzoílo
(C7H50) no contenía ni podía contener oxígeno, lo que se contradecía con los
estudios realizados sobre este radical. Berzelius estaba seguro también de que era
imposible sustituir un elemento negativo por otro positivo sin cambiar drásticamente las
propiedades del compuesto.
Rápidamente se demostró que estaba equivocado en esta última afirmación.
Dumas (véase pág. 108) era un entusiasta defensor de Berzelius, pero uno de los
alumnos de Dumas, Auguste Laurent (1807-53), consiguió sustituir por átomos de cloro
algunos de los átomos de hidrógeno existentes en la molécula de alcohol etílico. Este
experimento asestó el golpe mortal a la teoría de Berzelius, ya que el cloro se
consideraba negativo y el hidrógeno positivo, y sin embargo se podía sustituir el uno
por el otro sin que cambiasen de forma drástica las propiedades del compuesto.
Además, en este compuesto clorado el carbono debía estar unido directamente al
cloro y, si ambos eran átomos negativos, ¿cómo era ello posible? Las cargas eléctricas
negativas se repelían entre sí. Siguiendo el mismo razonamiento, ¿cómo podían unirse
dos átomos de cloro para formar una molécula de cloro? Estas cuestiones no se
clarificaron hasta un siglo más tarde, como veremos en las págs. 228-29).
Berzelius, testarudo y extremadamente conservador en sus últimos años, rehusó
cambiar sus ideas. Al enterarse del informe de Laurent, atacó fieramente los nuevos
hallazgos. El mismo Dumas, en 1839, había sustituido cloro en el lugar ocupado por tres
átomos de hidrógeno en el ácido acético. No obstante, ante la oposición de Berzelius,
Dumas se retractó cobardemente y no reconoció el trabajo de Laurent.
Pero Laurent se mantuvo firme y continuó acumulando pruebas en el sentido de
que los radicales no eran tan indestructibles, tan estables, como Berzelius creía, y de que
no se debía sobreestimar la cuestión de lo positivo y lo negativo. La ira de Berzelius
alejó a Laurent de los laboratorios más famosos, y, mientras Berzelius vivió, su versión
de la teoría de los radicales siguió existiendo por la sola fuerza de su personalidad. A la
muerte de Berzelius en 1848, su teoría murió y la de Laurent ganó popularidad.
Laurent dejó por completo de insistir en las fuerzas eléctricas. Creía que una
molécula orgánica tenía un núcleo (que podía ser un solo átomo) al que se enlazaban los
diferentes radicales. Las moléculas orgánicas podían agruparse así en familias o tipos
(de ahí el nombre de teoría de los tipos). Todos los miembros de un tipo tendrían un
núcleo idéntico al cual podía unirse cualquiera de una serie de radicales semejantes; y
dentro de los radicales existían muchas posibilidades de variación.

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Un determinado tipo molecular podía incluso extenderse al reino de lo
inorgánico.
Por ejemplo, la molécula de agua (H20) podía considerarse formada por un
átomo central de oxígeno (el núcleo) al que estaban unidos dos átomos de hidrógeno. Si
se sustituye un átomo de hidrógeno por los distintos radicales de una serie, se formará
un tipo de compuesto que incluirá entre sus miembros al agua, así como a diversas
moléculas orgánicas.
Si un átomo de hidrógeno se sustituye por un grupo metilo (CH3) o un grupo
etilo (C2H5), se tendría CH3OH (alcohol metílico) y C2H5OH (alcohol etílico),
respectivamente. Muchos otros alcoholes podrían construirse del mismo modo. Y en
realidad los alcoholes no sólo tienen muchas semejanzas entre sí, sino que, como clase,
manifiestan también ciertas semejanzas con el agua. Los alcoholes más simples, como
el alcohol metílico y el etílico, se mezclan con el agua en cualquier proporción. El metal
sodio reacciona con los alcoholes del mismo modo que con el agua, aunque más
lentamente, etc.
Entre los años 1850 y 1852, el químico inglés Alexander William Williamson
(1824-1904) demostró que la familia de compuestos orgánicos llamada éteres podía
también formarse según el «tipo agua». En este caso los dos hidrógenos del agua eran
sustituidos por radicales orgánicos. El éter común, que comenzaba entonces a utilizarse
como anestésico, tiene ambos hidrógenos reemplazados por grupos etilo, de manera que
su fórmula es C2H50 C2H5.
Antes de esto, en 1848, el químico francés Charles Adolphfe Wurtz (1817-84)
había estudiado un grupo de compuestos relacionados con el amoniaco y que recibieron
el nombre de aminas. Demostró que pertenecían a un tipo con un núcleo de nitrógeno.
En el amoniaco, un átomo de nitrógeno estaba unido a tres átomos de hidrógeno. En las
aminas, uno o más de estos hidrógenos estaban reemplazados por radicales orgánicos.
La teoría de los tipos ganó popularidad debido a que podía usarse para organizar
el número cada vez mayor de compuestos orgánicos que se estaban estudiando. El
químico ruso-germano Friedrich Konrad Beilstein (1838-1906) publicó en 1880 un
vasto compendio de compuestos orgánicos y utilizó la teoría de los tipos de Laurent
para organizar dichos compuestos dentro de un orden racional.
No obstante, la teoría, tal como surgió del trabajo de Laurent, era incompleta.
Todavía utilizaba los radicales como unidades y, más que resolver la cuestión de la
estructura molecular, la evadía. Para resolverla correctamente había que enfrentarse a la
pregunta: ¿cuál es la disposición atómica real dentro de los mismos radicales?

Valencia

La teoría de los tipos impresionó a algunos químicos por el hecho de que el


átomo de oxígeno se combinaba siempre con otros dos átomos o radicales. Podía
combinarse con dos átomos de hidrógeno para formar agua, con un átomo de hidrógeno
y un radical orgánico para formar un éter. Pero en cualquier caso el átomo de oxígeno se
unía a dos entidades.
De manera similar, el átomo de nitrógeno siempre se combinaba con tres átomos
o radicales. Kolbe (véase página 103) y otros químicos empezaron a escribir fórmulas
para los compuestos orgánicos en las que se daba por supuesta tal constancia en el
número de enlaces del oxígeno o del nitrógeno.
El hecho fue generalizado por el químico inglés Edward Frankland (1825-99), el
primero en interesarse por los compuestos organo-metálicos, en los cuales agrupaciones
orgánicas se enlazan a átomos de metales como el cinc1. Aquí estaba muy claro que
cada átomo metálico podía enlazarse sólo a determinado número de grupos orgánicos y

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que este número variaba para los diferentes metales. Los átomos de cinc, por ejemplo,
se combinaban exactamente con dos agrupaciones orgánicas.
En 1852 Frankland propuso lo que después llegaría a conocerse como teoría de
la valencia (de la palabra latina que significa «poder»): cada átomo tiene un poder de
combinación fijo. Por ejemplo, en condiciones normales, un átomo de hidrógeno
solamente se combinará con otro átomo. Esto es también cierto para el sodio, cloro,
plata, bromo y potasio. Todos ellos tienen una valencia de 1.
Los átomos de oxígeno pueden combinarse con dos átomos diferentes, igual que
los de calcio, azufre, magnesio y bario. Todos estos elementos tienen una valencia de 2.
El nitrógeno, fósforo, aluminio y oro tienen una valencia de 3. El hierro puede tener una
valencia de 2 ó de 3, y así sucesivamente. A la larga, la cuestión de la valencia reveló
que no era ni mucho menos tan simple como parecía en un principio, pero incluso esta
versión simplificada de la teoría encerraba ya un valor inestimable.
Entre otras cosas, el concepto de valencia ayudó a clarificar la diferencia entre
peso atómico (véase pág. 85) y peso equivalente (véase pág. 99) de un elemento.
Todavía a mediados del siglo xix, muchos químicos confundían ambos conceptos.
Experimentalmente se puede demostrar que una parte de hidrógeno se combina
con 35,5 partes de cloro, puesto que un átomo de hidrógeno se une a un átomo de cloro
para formar cloruro de hidrógeno, y el átomo de cloro es 35,5 veces más pesado que el
de hidrógeno. Es decir, el cloro tiene un peso atómico de 35,5. Pero una parte de
hidrógeno no se combinará con todos los elementos en proporción a sus pesos atómicos.
Por ejemplo, el oxígeno tiene un peso atómico de 16, pero cada átomo de oxígeno se
une a dos átomos de hidrógeno, al tener el oxígeno una valencia de 2. Por lo tanto, 16
partes de oxígeno se combinan con 2 partes de hidrógeno. El peso equivalente del
oxígeno es la cantidad de oxígeno que se combina con una parte de hidrógeno, es decir,
16/2 u 8.
Del mismo modo, el átomo de nitrógeno, con un peso atómico de 14 y una
valencia de 3, se combina con tres átomos de hidrógeno. El peso equivalente del
nitrógeno es, en consecuencia, 14/3, o aproximadamente 4,7.
En general, el peso equivalente de un átomo será igual a su peso atómico
dividido por su valencia.
Por otra parte, la segunda ley de la electrólisis de Faraday (véase pág. 99)
establece que el peso de metal liberado por una cantidad determinada de corriente
eléctrica es proporcional al peso equivalente de dicho metal. Esto significa que una
cantidad determinada de corriente eléctrica liberará como mucho sólo la mitad en peso
de un metal de valencia 2 frente a un metal de valencia 1 de igual peso atómico.
La situación puede explicarse suponiendo que es preciso «un átomo de
electricidad» (véase pág. 99) para transportar un átomo univalente, mientras que hacen
falta dos para un átomo bivalente. Sin embargo, esta conexión entre valencia y «átomos
de electricidad» no fue reconocida del todo hasta medio siglo después (véase págs. 228).

Fórmulas estructurales

Kekulé (del que ya se habló en la pág. 106) aplicó la noción de valencia con
especial interés a la estructura de las moléculas orgánicas. Empezó con la sugerencia de
que el carbono tiene una valencia de 4, y procedió en 1858 a elaborar sobre esta base la
estructura de las moléculas orgánicas más simples, así como la de los radicales. La
representación gráfica de este concepto se debe al químico escocés Archibald Scott
Couper (1831-1892), quien sugirió representar esas fuerzas combinadas entre átomos
(enlaces, como se las llama normalmente) en forma de pequeños trazos. De esta manera,
las moléculas orgánicas podían construirse como verdaderas estructuras de «mecano».

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