LITURGIA
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CURSO DE LITURGIA
CONTENIDO
CAPITULO 1: EL AÑO LITÚRGICO
CAPITULO 1
EL AÑO LITÚRGICO
El ritmo semanal con el domingo como día central es el primer eslabón de la cadena del
Año litúrgico. Con el tiempo, un domingo destacó sobre los demás: fue el domingo de
Pascua. En rigor, todos los domingos del año son domingos pascuales, pascua semanal. La
Iglesia desde el Siglo V ha impuesto la obligación de santificar el día del Señor, día que
comienza en las Vísperas, o sea, en la tarde anterior (sábado) siguiendo la costumbre judía
de contar los días. También las solemnidades comienzan en la Víspera. Por este motivo la
misa vespertina del sábado "vale" para cumplir el precepto dominical porque en rigor ya es
domingo.
El domingo pascual, núcleo del Año litúrgico, quedó fijado por el Concilio
de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al
primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que
sigue a la primera luna llena que haya después del 22 de marzo. Por este motivo, la
Pascua de Resurrección es fiesta variable, ya que depende de la luna y necesariamente
deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de
cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual
(cincuenta días posteriores) y el tiempo cuaresmal (cuarenta días atrás) además de las
solemnidades que dependen de la fecha de Pentecostés (Santísima Trinidad, Corpus Christi,
Sagrado Corazón).
El Año Litúrgico puede decirse que se compone de tiempos “fuertes” (Adviento, Navidad,
Cuaresma y Pascua) en los cuales se celebra un misterio concreto de la historia de la
Salvación y otro tiempo llamado Tiempo Ordinario en el cual no se celebra ningún aspecto
concreto sino más bien el mismo misterio de Cristo en su plenitud, especialmente en los
domingos. Este Tiempo Ordinario transcurre partido y dura treinta y tres o treinta y cuatro
semanas.
TIEMPO DE ADVIENTO: El año litúrgico comienza en las vísperas del primer domingo
de Adviento, que es siempre el domingo más cercano al día 30 de noviembre, festividad de
San Andrés. Dura cuatro semanas con sus respectivos domingos.
SEMANA SANTA: Es la semana que abarca desde el Domingo de Ramos en la Pasión del
Señor hasta la Vigilia Pascual del Sábado Santo. Incluye al Triduo Pascual, que comienza
con la Misa vespertina en la Cena del Señor, del Jueves Santo y se prolonga viernes, sábado
Santo y el Domingo de Resurrección. Triduo del Señor muerto, enterrado y resucitado. Es
un error muy extendido hoy día seguir llamando Domingo de Pasión al domingo anterior al
de Ramos (V de Cuaresma) cuando hoy día el domingo de Pasión es el mismo del de
Ramos ya que se denomina Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Octava de Pascua: son los ocho días posteriores y deben considerarse como un solo día
festivo. Termina en las Vísperas del II Domingo de Pascua.
El Domingo de Pentecostés, que se celebra a los cincuenta días de Pascua, es el colofón del
ciclo pascual, no debe pues considerarse como una nueva Pascua.
Los días que no son domingos de cualquier tiempo se llaman ferias. Según la costumbre
latina, el lunes recibe el nombre de "feria segunda" y así sucesivamente hasta la feria sexta
(viernes).
El sábado tiene su nombre propio heredado de los judíos (Sabbat que significa descanso).
El domingo, el día del Señor. Ese día fue el de la resurrección de Cristo. Así nos lo cuentan
los evangelistas (Mateo 28.1-7; Marcos 16. 1-8; Lucas 24.1-12; Juan 20. 1-10). Es también
ese día el elegido por Jesús Resucitado para aparecerse a sus discípulos en el camino de
Emaús y en el Cenáculo. También al domingo se la ha llamado el “octavo día” por los
Padres de la Iglesia, haciendo referencia al tiempo nuevo que abre la resurrección y en otro
sentido se le ha llamado el “tercer día” si se mira desde la perspectiva de la Cruz. De los
simbolismos expuestos considerarlo como primer día de la semana será el más importante.
Terminamos con las palabras que la Constitución Litúrgica del Vaticano II (S.C.) nos dice
sobre el año litúrgico:
"La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días
determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana en el día
que llaman del Señor, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra, junto con
su santa pasión, en la solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla
todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión,
Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando
así los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos
de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para
que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación.
En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera
con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo
indisoluble a la obra salvífica de su Hijo... Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual
el recuerdo de los mártires y de los demás santos que, llegado a la perfección por la
multiforme gracia de Dios, y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta
alabanza de Dios en el cielo e interceden por nosotros" (SC. 102, 103, 104).
Siglas empleadas:
CDC: Código de Derecho Canónico
NUALC: Normas Universales para el Año Litúrgico.
SC.: Sacrosanctum Concilium
CAPITULO 2
SOLEMNIDADES: Días que por ser considerados muy importantes por la Iglesia se
equiparan a domingos (pascua semanal) y comienzan a celebrarse, por lo tanto, en las
vísperas. Son catorce: Maternidad de María, Epifanía, San José, Anunciación, San Juan
Bautista, Santos Pedro y Pablo, Asunción, Todos los Santos, Inmaculada, Navidad,
Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón y Cristo Rey. Estas solemnidades tienen todo
propio como las lecturas, prefacio, oraciones, etc. La solemnidad por excelencia es el
domingo de Pascua, en que celebramos la Resurrección.
FIESTAS: Hoy día son veinticinco. Son días litúrgicos de menor rango que las
solemnidades y se celebran dentro del día natural, salvo que se traten de fiestas del Señor
que caigan en domingo, teniendo entonces primeras Vísperas. Citaremos las fiestas de los
distintos Apóstoles, el Bautismo de Jesús, Sagrada Familia y otras.
Algunas solemnidades tienen octava, como Navidad y Pascua, aunque la octava de Pascua
excluye totalmente otras celebraciones, cosa que no pasa en Navidad, que admite en su
octava las fiestas de San Esteban, San Juan Evangelista, Los Santos Inocentes, Sagrada
Familia y María, Madre de Dios. La octava de Pentecostés está suprimida.
Este cambio no fue bien entendido en ocasiones, como sucedió con la reducción de las
llamadas fiestas de precepto, que son celebraciones que la Iglesia considera muy
importantes y por eso las equipara a un domingo, interpretando el pueblo que la Iglesia se
pliega al poder civil al trasladar fiestas muy tradicionales al domingo si es que caían en días
laborables tales como Corpus o la Ascensión.
El CDC en su Canon 1246.1 nos relaciona los días de precepto, a saber: los domingos y
además los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Corpus Christi, Santa María Madre de
Dios, Inmaculada, Asunción, San José, santos Apóstoles Pedro y Pablo y Todos los Santos.
En el siguiente punto se autoriza a la Conferencia Episcopal a trasladar algunas de esas
solemnidades a domingo. La reforma del Derecho Canónico prevé que la calificación de
precepto sólo sea unitaria para Navidad y para una solemnidad de la Virgen y que cada
Conferencia Episcopal determinará, en cada lugar, que otras fiestas además de las citadas
serán de precepto.
Las solemnidades del Señor pasadas a domingo se celebran como día propio (Corpus y
Ascensión), quedando la Epifanía en su fecha. El motivo es que el pueblo de Dios no debe
dejar de celebrar estas fechas y la legislación laboral (que en muchos países no las
consideraba fiestas de descanso) impedía o dificultaba su celebración, que además tiene en
el domingo su día más señalado.
CAPITULO 3
BLANCO: Simboliza pureza y tiempo de júbilo. Es usado en los momentos principales del
calendario litúrgico; Navidad y Pascua. También se usa en fiestas dedicadas a la Virgen o
Santos no Martirizados, así como en la festividad de Todos los Santos o Cristo Rey.
NEGRO: Simboliza duelo y tristeza, se utiliza para misa de difuntos y para Miércoles de
Ceniza, ha caído en desuso en favor del morado.
AZUL: Simboliza pureza y la virginidad. Se utiliza para las fiestas de la Virgen María,
especialmente para la Inmaculada Concepción.
DORADO: Simboliza triunfo y júbilo, se utiliza en las grandes fiestas en especial en las
misas del Domingo de Resurrección.
CAPITULO 4
PREEMINENCIA DE LOS DÍAS LITÚRGICOS
Dentro del calendario litúrgico existe un orden de precedencia, de importancia. Esta tabla
es la siguiente:
CAPITULO 5
ELEMENTOS NATURALES DE LA LITÚRGIA
La Iglesia, cantora de la naturaleza y de su Creador y amante del simbolismo, debía
aprovechar para su liturgia algunos de esos elementos como signos eficaces de valores
sobrenaturales y salvíficos. El mismo Cristo los usó y les comunicó virtudes secretas en
orden a la vida sobrenatural. Por ejemplo: el agua en el perdón, la saliva en el ciego, el
hálito en el cenáculo, etc. Jesús explotó su simbolismo en sus discursos y parábolas: la luz,
sal, vid, grano de mostaza, etc.
LUZ: De todas las obras de la creación, la luz parece ser la más excelente. Con ella
empezó Dios a adornar el mundo. Es la más hermosa de las creaturas naturales y de ella
beben la belleza todas las demás. En la Vigilia Pascual se nos da la clave. La
Iglesia bendice la luz sacándola del nuevo fuego y la introduce a la iglesia con el cirio
pascual. La luz, por tanto, representa y rinde tributo a Jesucristo, “Luz del mundo”,
símbolo de la presencia divina y de fiesta.
FUEGO: Es de los elementos más misteriosos y terribles, al mismo tiempo. Sin él, apenas
se podría vivir. Es fuerza que quema y alumbra, mata y vivifica, destruye y purifica. La
Iglesia utiliza constantemente el fuego para sus ritos:
Con el fuego anuncia la resurrección de Cristo, el Sábado Santo en la noche de la Vigilia
Pascual.
SALIVA: Jesús la usó para curar a un sordomudo y al ciego de nacimiento. Los santos
Padres la consideraban como símbolo de la sabiduría; la liturgia la ha usado tan sólo en el
Bautismo, mojando en ella la nariz y oídos del bautizado. Así reproducía el gesto de Jesús
al curar. De esta manera, esos órganos están ya habilitados para oír con gusto la Palabra de
Dios y aspirar el perfume de la santidad. Dada la sensibilidad de los tiempos modernos, el
nuevo ritual del bautismo suprimió el uso de la saliva.
AIRE: El soplo del Creador infundió vida al hombre. Y el de Jesús resucitado comunicó a
los apóstoles el Espíritu Santo. En el rito bautismal, ha figurado el soplo como signo de
expulsión de Satanás, del alma del bautizado.
Óleo de los enfermos: vehículo para la gracia divina, y para la salud del cuerpo y del alma.
CIRIO: Se usa para el alumbrado propiamente litúrgico, es decir, para las Misas y demás
sacramentos y sacramentales. La vela encendida sirve para simbolizar a Cristo-Luz del
mundo y significar la fe y la oración de los fieles en presencia del Señor.
PAN Y VINO: Son la base del alimento corporal del hombre. Simbolizan, al convertirse
en verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, que la Eucaristía es alimento indispensable de
todos los cristianos. Son los signos del sacrificio de su cuerpo y sangre como manjar
espiritual del alma. El pan, hecho de muchos granos, y el vino, de muchos racimos, son
símbolo de la unión íntima entre los cristianos. Simbolizan también la unidad de la
Iglesia y de los cristianos con Cristo y entre sí, pues compartir el mismo pan y el mismo
vino son signos de fraternidad, amistad y unidad.
SAL: que sazona y preserva, se dejó optativo en la fórmula ritual de la bendición del agua
lustral como remedio para poner en fuga los demonios y ahuyentar enfermedades. También
se usó en el bautismo, colocando unos granitos sobre la boca del bautizado.
CENIZA: Es símbolo de la caducidad de la vida y de todo lo material, y, por lo mismo,
símbolo del dolor, de la penitencia, del arrepentimiento, de una gran aflicción. La
Iglesia nos la pone el día del miércoles de ceniza “en señal de la humildad cristiana y como
prenda del perdón que se espera”.
INCIENSO: Nuestra vida se tiene que quemar en honor a Dios, dando suave aroma. En
las solemnidades se inciensa el altar y los santos, la cruz y el Santísimo Sacramento en
señal de respeto y veneración. Se inciensa al sacerdote como representante de Dios, y a los
fieles para recordarles que, como pueblo santo y sacerdotal, son con celebrantes y no sólo
espectadores. Además, purifica el templo y nos eleva a Dios.
FLORES: Las flores naturales que adornan el altar y los santos significan fiesta, alegría,
exultación piadosa. En tiempo de cuaresma, tiempo fuerte de penitencia y austeridad,
aunque se pueden poner algunas plantas, no debe haber, sin embargo, flores en las Iglesias,
exceptuando el tercer domingo de cuaresma, domingo del “Laetare”, y las solemnidades y
fiestas que caen en cuaresma.
CRUZ: Como árbol de vida y victoria pascual, se adorará en los Oficios del Viernes
Santo. Además preside la Eucaristía y encabeza las procesiones.
CAPITULO 6
OBJETOS LITURGICOS
CRUZ PROCESIONAL: Signo de nuestra Redención, del Sacrificio de Cristo y de su
victoria sobre la muerte. Precede toda procesión, y se inciensa por ser signo de Salvación.
ACETRE: Caldero de agua bendita que se usa para las aspersiones litúrgicas. El agua se
recoge del acetre y se dispersa con el hisopo.
CÁLIZ: Copa, vasija donde se bebe. Recipiente en forma de copa con ancha apertura.
En la Liturgia cristiana, el cáliz es el vaso sagrado por excelencia, indispensable para la
Misa ya que debe contener el vino que se convierte en la Sangre Preciosísima de Cristo. Su
forma, materia y estilo han variado mucho en el curso de la historia. Los cálices solían ser
de oro y tenían a veces un valor extraordinario. Debe ser preferiblemente de metales
preciosos. El pie o soporte puede ser de otra materia. El Cáliz debe consagrarse exclusiva y
definitivamente para el uso sagrado en la Santa Misa.
COPÓN: Vaso con tapa en que se conservan las Sagradas Hostias, para poder llevarlas a
los enfermos y emplearla en las ceremonias de culto. En la actualidad los copones suelen
ser de menos estatura que los cálices para distinguirlos de estos.
CORPORAL: Pieza cuadrada de tela sobre la que descansa la Eucaristía. Sobre ella se
pone la patena y el cáliz durante la Misa. Antiguamente la Sagrada Hostia descansaba
directamente sobre el corporal desde el ofertorio hasta la fracción. También se pone debajo
de la custodia durante la Exposición del Santísimo. Debe de ser de lino o cáñamo y no de
otro tejido. No debe llevar bordado más que una pequeña cruz. Para guardarlo debe
doblarse en nueve cuadrados iguales.
GREMIAL: Paño cuadrado que se ciñe el obispo durante ceremonias litúrgicas, por
ejemplo en el lavatorio de los pies dela Misa del Jueves Santo. El gremial de seda y encaje
para las misas pontificas ya no se usa. Uno de lino u otro material puede utilizarse.
HIJUELA: Paño blanco que se coloca sobre la patena (paño circular), o sobre el cáliz
(paño cuadrado).
HISOPO: Utensilio con que se esparce el agua bendita, consistente en un mango que lleva
en su extremo un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada para sostener el
agua. Se usa con el acetre.
PATENA: Plato redondo donde se pone la Sagrada Hostia. Debe ser de metal precioso
como el cáliz y también debe ser consagrado exclusiva y definitivamente para el uso en la
Santa Misa.
PÍXIDE: Cajita más pequeña que el copón donde se lleva la Eucaristía a los enfermos.
HUMERAL: Paño que cubre los hombros del ministro cuando lleva el Santísimo
Sacramento en procesión o cuando da la bendición con El.
VIRIL: Pieza redonda, tradicionalmente de cristal transparente con borde de oro o dorado,
en que se pone la Sagrada Hostia para sostenerla en la Custodia.
LAMPARA DEL SANTÍSIMO: Lámpara de aceite, cera o electricidad que arde junto al
Sagrario donde está la Eucaristía, y sirve para indicar la presencia del Señor.
CIRIO PASCUAL: Gran vela que se bendice en la Vigilia Pascual, símbolo de Cristo
Resucitado. Se enciende en las Misas del tiempo Pascual y algunas otras celebraciones
(bautismo, confirmación, primera comunión, funeral).
CAPITULO 7
LOS GESTOS LITURGICOS
No podemos vivir sin gestos y actitudes corporales. Ellos expresan, provocan o dan realce
a lo que pensamos y sentimos: el abrazo, el beso, el apretón de manos, las lágrimas, el
silencio,...y todos estos gestos surgen "naturalmente", al compás de nuestros pensamientos
y emociones.
El hombre, participa y "crea" la liturgia. Por eso, la liturgia contiene muchos gestos y
actitudes con los que intentamos expresar exterior y corporalmente nuestros sentimientos
hacia Dios. Los gestos litúrgicos más importantes son: la señal de la cruz; las unciones; la
imposición de la ceniza; los ojos elevados al cielo; ciertos gestos relacionados con las
manos: manos juntas y plegadas sobre el pecho; manos que se golpean el pecho; manos
elevadas y extendidas; manos que dan y reciben la paz; manos dispuestas para recibir el
Cuerpo del Señor.
La Iglesia insiste en la necesidad de renovar, actualizar, "entroncar" los gestos con cada
cultura, para que las palabras y gestos sean más "significativos" para la mentalidad del
hombre moderno e incluso para cada región y comunidad. La liturgia consta de una parte
inmutable por ser de institución divina (la fórmula de la consagración por ejemplo), y de
otras partes sujetas a cambio, que pueden y aún, deben ir cambiando, como lo ilustra la
historia de la Iglesia.
"Por esta razón, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor
claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda
comprender fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y
comunitaria" (SC 21).
Este deseo de la Iglesia es por demás coherente: la repetición constante de los ritos,
realizados generalmente sin conocer su significado, produce un inevitable desgaste y llegan
a "no decir nada". La liturgia no es un teatro. La tarea de renovación litúrgica exige
reflexión, creatividad y participación. Mientras tanto es necesario conocer el significado de
los gestos y ejecutarlos con espontaneidad y convicción, haciendo de ellos auténtica
expresión de nuestros sentimientos religiosos. Los gestos más utilizados son:
GOLPES DE PECHO CON LA MANO: Es una de las señales más expresivas de dolor y
contrición de corazón, en un pecador. Se hace en la confesión, al momento de decir el acto
de contrición. Lo hacemos en el momento del “Yo confieso” de la santa misa. Así, con ese
gesto humilde, aplacamos y agradamos mejor a Dios y expresamos más sentidamente
nuestra compunción ante los demás hermanos. Los golpes deben ser hechos con suavidad.
CANTAR: El que canta ora dos veces, decía San Agustín. El canto es el afecto del
corazón hecho música.
CAPITULO 8
Las posturas corporales que el Misal Romano indica (OGMR 43) son las que resumimos a
continuación:
Todas las oraciones deben oírse de pie como actitud de respeto y buena disposición. Esta
generalizada la costumbre (errónea) de oír sentados la oración sobre las ofrendas.
SENTADOS: Significa la confianza de estar con los amigos, con paz y tranquilidad.
Estamos en casa, cuando estamos en el templo. Sentados podemos hablar con intimidad y
largamente con el Señor que está ahí presente. También uno se sienta para escuchar y
aprender cuando un maestro habla. Estaremos sentados:
DE RODILLAS: Sólo ante Dios debemos doblar nuestra rodilla. Al ponernos de rodillas
significa que nos reconocemos pecadores ante Él. La genuflexión ante el Santísimo es un
saludo reverencial de fe, en homenaje de reconocimiento al Señor Jesús. Debemos hacerlo
en forma pausada y recogida. Estaremos solamente durante la Consagración, aunque por
razones de edad, incomodidad del lugar o aglomeración que lo impida se podrá estar
respetuosamente de pie.
POSTRADOS: Se usa en ciertos momentos escasos, en que el alma cristiana se siente más
indigna de dirigirse a Dios, cargada de responsabilidades, o en un luto universal como el
del Viernes Santo por la muerte de Jesús, o cuando la pena y desconsuelo son tan inmensos
que no se ve solución. Por ejemplo: el futuro sacerdote, cuando se postra el día de su
ordenación sacerdotal; o algunas monjas, el día en que entran al convento o hacen su
profesión religiosa, se postran en el suelo, indicando no tanto el abatimiento, sino la
necesidad de protección de Dios y la impotencia personal. Es signo de humildad y
penitencia.
Fuera de las posturas propias de la Misa hay otras posturas que pasamos a relacionar. Se
pueden adoptar dos clases de posturas corporales: la inclinación y la genuflexión:
CAPITULO 9
“La «creatividad» no puede ser una categoría auténtica en la realidad litúrgica. Por lo
demás, este término ha crecido en el ámbito de la cosmovisión marxista. «Creatividad»
significa que, en un mundo privado de sentido, al que se ha llegado por una evolución
ciega, el hombre crea finalmente un mundo nuevo y mejor, partiendo de sus propias
fuerzas. En las modernas teorías del arte se alude con ello a una forma nihilista de
creación: el arte no debe imitar nada; la creatividad artística es el libre gobierno del
hombre, que no se ata a ninguna norma ni a finalidad alguna, y que tampoco puede
someterse a ninguna pregunta por el sentido. Puede que en estas visiones se perciba un
clamor de libertad que, en un mundo dominado por la técnica, se convierte en un grito de
socorro. El arte, así concebido, aparece como el último reducto de la libertad. El arte
tiene que ver con la libertad, eso es cierto. Pero la libertad así concebida está vacía: no
libera, sino que deja que aparezca la desesperación como la última palabra de la
existencia humana. Este tipo de creatividad no puede tener cabida en la liturgia. La
liturgia no vive de las «genialidades» de cualquier individuo o de cualquier comisión”
Pese a lo anterior no debe pensarse que en la liturgia todo está cerrado y los ministros
deben limitarse a una mera repetición mecánica de los ritos, oraciones y rúbricas. Liturgia
no es sinónimo de rigidez aunque no admite la arbitrariedad. Precisamente la no
arbitrariedad es una de las características de la liturgia: se sustrae a la intervención del
individuo ya que en la liturgia y mediante ella se entra en contacto con algo superior
(Revelación) y se crea una comunión universal que supera las iglesias locales. El Misal es
sumamente rico y variado en oraciones, prefacios, misas, como para que pueda decirse que
no hay una gran variedad de textos para escoger, dependiendo lógicamente del calendario
litúrgico y otras circunstancias. En este aspecto es donde hay que encajar la creatividad
litúrgica, escogiendo dentro de la variedad y no inventando lo que no existe. La mejor
pastoral que puede hacerse consiste en una buena liturgia, no debe existir esa excusa tan
recurrida de lo pastoral para justificar una liturgia mal hecha.
"La participación es un término que viene del latín participatio (tomar parte) y es sinónimo
de intervención, adhesión, asistencia". En efecto, hoy día la palabra es usada
frecuentemente y todo el mundo pide, en cualquier ámbito de la vida, participar. Para los
cristianos, el fundamento de la participación está en el Bautismo, ya que todo bautizado
está revestido de la dignidad sacerdotal. Se ha interpretado la participación pensando en
que consiste en la intervención del mayor número de personas posibles durante el mayor
tiempo posible. ¡Craso error¡ No se trata de multiplicar vana y artificialmente las acciones
a realizar pensando que con eso se aumenta la participación ya que la auténtica
participación consiste el dar paso a la acción de Dios.
En la SC cuando este principio de participación toma cuerpo como algo esencial. Es toda la
asamblea litúrgica la que está implicada en la acción litúrgica, pero cada uno de sus
miembros intervienen de modo distinto "según la diversidad de órdenes, funciones y
participación actual" (SC 26). La diferencia entre la participación de los ministros
ordenados y los laicos no sólo es de grado sino también esencial.
CAPITULO 10
CONCEPTO DE LITURGIA
La palabra Liturgia viene del griego (leitourgia) y quiere decir servicio público,
generalmente ofrecido por un individuo a la comunidad. Hoy se usa para designar todo el
conjunto de la oración pública de la Iglesia y de la celebración sacramental.
Los signos sensibles realizan la santificación de los hombres en lo que quieren decir. Por
ejemplo, el agua en el Bautismo significa y realiza la purificación y es principio de vida, el
pan en la Eucaristía alimenta el espíritu del hombre.
En la acción litúrgica, Cristo y los cristianos, que forman el Cuerpo Místico, ejercen el
culto público.
Es la acción sagrada por excelencia, que ninguna oración o acción humana puede igualar
por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un grupo.
CAPITULO 11
LA LITURGIA Y EL CULTO
“La verdadera formación litúrgica no puede consistir en el aprendizaje y ensayo de las
actividades exteriores, sino en el acercamiento a la actio esencial, que constituye la
liturgia, en el acercamiento al poder transformador de Dios que, a través del
acontecimiento litúrgico, quiere transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Claro que,
en este sentido, la formación litúrgica actual de los sacerdotes y de los laicos tiene un
déficit que causa tristeza. Queda mucho por hacer”. BENEDICTO XVI.
Para la Iglesia, la liturgia es el culto oficial y público que se tributa a Dios, según definió
Pío XII. La renovación litúrgica producida en los últimos años culminó en el Vaticano II,
con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia "Sacrosantum Concilium" (SC) promulgada
por Pablo VI justo cuatrocientos años después de la clausura del Concilio de Trento (4 de
diciembre de 1963) devolviéndose a la liturgia su sentido de celebración del misterio
pascual. Para la Iglesia posterior al Vaticano II la liturgia es "el ejercicio del sacerdocio de
Cristo" (SC 7). Se llaman litúrgicas aquellas celebraciones que la Iglesia considera como
suyas y están contenidas en sus libros oficiales y se realizan por la comunidad y los
ministros señalados para cada caso como la Eucaristía, los sacramentos en general, la
Liturgia de las Horas y los sacramentales. Posteriormente a la SC han ido publicándose
otros documentos que aclaran aspectos y la desarrollan, así como advierten de abusos y
prácticas no aconsejables.
En definitiva, la liturgia de la cual forma parte el culto no es más que la historia de los
acontecimientos salvíficos y el ejercicio del sacerdocio de Cristo. En ningún caso debe
considerarse la liturgia ni como la parte externa y sensible del culto divino ni como un
conjunto de leyes y preceptos que reglamentan los ritos sagrados.
Solamente son actos litúrgicos las celebraciones que expresan el misterio de Cristo y la
naturaleza sacramental de la Iglesia; todo lo demás son actos de piedad.
Desde que en 1570 Pío V impuso la unificación de los libros litúrgicos, en todo Occidente
sólo subsisten algunos casos muy contados de liturgias locales: la mozárabe de Toledo
(también llamado rito hispano, propia de España) la ambrosiana de Milán y la lionesa de
Lyón. Tras el Vaticano II, la Iglesia quiere de nuevo "conservar y fomentar, con igual
honor, otros ritos legítimos" (SC 4) rompiendo la hegemonía de siglos de la liturgia
romana sobre las locales. Los ejemplos actuales más espectaculares de liturgias no-
romanas nos llevan a pueblos africanos.
CAPITULO 12
EL MISAL ROMANO: (MR 1971 y posterior edición de 2002) Está compuesto por dos
libros: El Misal y el Leccionario que a su vez está recogido en varios tomos.
EL MISAL (libro de altar): Nos presenta la teología de la misa, la articulación del rito, la
función de cada uno de los ministros y de la asamblea, las normas para una correcta
celebración y las posibilidades de adaptación.
Resumiendo podemos decir que el Misal es el libro oficial para celebrar la Eucaristía y que
contiene las oraciones y los cantos que dirigimos a Dios (oración colecta, sobre las
ofrendas, prefacios, plegarias eucarísticas y poscomunión) además del llamado “Ordinario
de la Misa” o sea, lo que es común a todas las misas (saludos, acto penitencial, Gloria,
Credo, bendiciones, etc.).
EL ORACIONAL: Es el libro de la oración de los fieles, que se reza después del Credo y
donde elevamos nuestras peticiones por la Iglesia, por el mundo y nuestras necesidades
particulares.
EL CALENDARIO LITÚRGICO
EL MARTIROLOGIO
Al inicio de la Iglesia sólo se usaban el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al desarrollarse
las ceremonias litúrgicas también se hizo necesario el desarrollo de los libros para una
riqueza litúrgica. Así nació el Canon dela Misa, con los primitivos dípticos para recordar
las intenciones y nombres recomendados de la comunidad cristiana.
Actualmente, para la celebración de la Misa sólo son necesarios algunos de estos: el Misal
Romano, que consta del Misal propiamente.
CAPITULO 13
La música sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la gloria de Dios y la
santificación de los fieles. La música sagrada aumenta el decoro y esplendor de las
solemnidades litúrgicas. “La música sacra –dirá el papa Juan Pablo II-es un medio
privilegiado para facilitar una participación activa de los fieles en la acción sagrada”.
La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de San Pío X se
celebraban muchas misas con orquestra, algunas muy célebres, que se convertían a menudo
en un gran concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la finalidad
profunda de la música litúrgica, la gloria de Dios. Amenazaba la irrupción del virtuosismo,
la vanidad de la propia habilidad, que ya no está al servicio del todo, sino que quiere
ponerse en un primer plano.
Todo esto hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse, se
llegara, en muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico, recordando de
nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir al concilio de Trento, que
estableció la norma según la cual en la música litúrgica era prioritario el predominio de la
palabra, limitando así el uso de los instrumentos.
Hoy, ¿qué música sagrada permite la Iglesia?: Se permiten el canto gregoriano, la polifonía
sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y el canto sagrado popular,
litúrgico y religioso.
Nos contesta el Concilio Vaticano II: “En el culto divino se pueden admitir otros
instrumentos, a juicio y con consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial
competente, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la
dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles” (Sacrosanto
Concilio, n. 120).
Principios que ofrece el Papa para la música dentro de las celebraciones litúrgicas
católicas:
“Ante todo es necesario subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe tener
como punto de referencia la santidad”.
“No puede haber música destinada a las celebraciones de los ritos sagrados que no sea
primero verdadero arte”. Sin embargo, “esta cualidad no es suficiente” advierte el Santo
Padre. “La música litúrgica debe en efecto responder a sus requisitos específicos: la plena
adhesión a los textos que presenta, la consonancia con el tiempo y el momento litúrgico a
la que está destinada, la adecuada correspondencia con los ritos y gestos que propone”.
En general, señala el papa, el aspecto musical de las celebraciones litúrgicas “no puede ser
dejado a la improvisación, ni al arbitrio de los individuos, sino que debe ser confiado a una
bien concertada dirección en respeto a las normas y competencias, como fruto significativo
de una adecuada formación litúrgica”. Por ello, en el campo litúrgico, el Papa señala “la
urgencia de promover una sólida formación tanto de los pastores como de los fieles
laicos”.
El papa Benedicto XVI enumera otros criterios sobre la música sagrada, que son
importantes destacar:
CAPITULO 14
PILA BAUTISMAL: Los antiguos baptisterios han quedado hoy reducidos a una pila de
piedra o de mármol, más o menos grande y artística. Hoy se tiende a emplazarlas en el
presbiterio. A todo buen cristiano debe inspirar agradecida devoción la pila, donde fue
espiritualmente regenerado y hecho hijo adoptivo de Dios y miembro de la comunidad
eclesial.
PÚLPITO: Estaba adosado al muro o en alguno de los pilares de la nave o del presbiterio.
Hoy lo suplen los ambones o simples atriles de la sede presbiteral con su micrófono. Desde
el púlpito se predicaban los sermones, la voz llegaba fuerte a la gente y el sacerdote podía
ver a todos desde el mismo.
AMBÓN: Es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios, hacia el cual se dirige
espontáneamente la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra. El Misal señala:
“Conviene que en general este sitio sea un ambón estable, no un atril portátil”. En la
introducción al Leccionario especifica: “un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada
disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y al
mismo tiempo recuerde con claridad a los fieles que en la misa se prepara la doble mesa
de la Palabra y del Cuerpo de Cristo”. Se usa sólo para proclamar las lecturas, cantar o leer
el salmo responsorial y el pregón pascual, hacer la homilía y la oración de los fieles. No
debe usarse para el guía ni para el cantor o director de coro.
LAS ALCANCÍAS: destinadas a recoger las limosnas de los fieles, para el culto, la
caridad de los necesitados, o necesidades de la parroquia, para las vocaciones. Dichas
alcancías sirven para fomentar la caridad y la generosidad de todos.
LOS BANCOS: Para sentarnos y escuchar la Palabra de Dios, pasar un rato de meditación
íntima con el Señor.
LAS LÁMPARAS: Las velas se encienden para los actos litúrgicos. Siempre queda
encendida una lámpara, la del sagrario. Ella es fiel centinela que asiste día y noche, en
nombre del pueblo cristiano, al Divino solitario del sagrario, Jesús. Esa lamparita da fe de
la presencia real de Jesús sacramentado. Simboliza también nuestra vida que debe ir
consumiéndose al servicio de Dios, en el silencio de nuestra entrega generosa y abnegada.
Nuestro canto litúrgico es participación del canto y la oración de la gran liturgia, que
abarca toda la creación. Así vencemos el subjetivismo y el individualismo, que llevaría al
virtuosismo y a la vanidad.
CAPITULO 15
LA NAVE: Se denomina nave a la parte central del templo, destinada a la asamblea que
celebra la liturgia bajo la presidencia del ministro que representa a Cristo. No hay
manifestación más transparente de la Iglesia que esta: la reunión de los bautizados para la
celebración de la Misa. Este espacio va desde la puerta de entrada hasta el espacio del
presbiterio. Es un gran espacio, signo de una comunidad amplia, abierta que tiene su
fundamento no en sí misma sino en Cristo muerto y resucitado.
LAS CAPILLAS LATERALES: Son como otras tantas pequeñas Iglesias dentro de la
principal. Responden al deseo de dar culto a Santos locales y universales de mayor
devoción
CRIPTA: Los primeros cristianos la usaban como sepulcro para sus santos mártires y para
sitio de reunión en el día del aniversario de su martirio. Con el tiempo, cada cripta
sepulcral se convirtió en una pequeña capilla sobre la que se erigieron luego otras iglesias
superiores, haciendo coincidir los altares de ambas.
CAPITULO 16
EL ALTAR
Representa a Cristo y es la mesa de su sacrificio y del banquete celestial, para quienes
caminamos hacia la eternidad. Es el corazón del templo. Por eso se lo besa, se lo inciensa.
Tiene que ser de piedra o mármol, al principio el altar era de madera, pero más tarde se
prefirió que fuera de piedra que simboliza a Cristo como roca viva. ¡Es Cristo visible! Ya
desde el Antiguo Testamento se construían altares para los sacrificios a Yahvé. Tiene que
ser alto, grande.
EL MANTEL: pues es banquete lo que se celebra sobre el altar. En esa “mesa” Dios
Padre nos servirá a su Hijo Jesús, como Cordero inmaculado, para alimento del alma.
También son objeto de culto las crismeras, las vinajeras y el vasito de las abluciones; el
incensario con la naveta, la campana o campanilla, las bandejas, el acetre con agua bendita
para las bendiciones y aspersiones; lleva dentro un hisopo.
CAPITULO 17
EL TEMPLO
El templo “es el edificio en el que se reúne la comunidad cristiana para escuchar la
Palabra de Dios, para orar unida, para recibir los Sacramentos y celebrar la Eucaristía”.
Está consagrado para el culto a Dios. Es verdad que Dios está presente en todas partes,
pero quiere tener un lugar visible de su presencia en este mundo. Y esto es el templo, la
casa de Dios, que más comúnmente llamamos “Iglesia”. Por eso, siempre que vemos una
Iglesia, nos acordamos de que Dios está presente en el mundo y hacemos la señal de la
cruz.
Al inicio, los primeros cristianos daban culto a Dios en casas particulares. Lo requería la
discreción y la prudencia, pues los emperadores romanos impedían todo culto público. Fue
Constantino en año 313 d.C. el que permitió el culto público y lo revistió de solemnidad y
magnificencia. Y fue él, el que mandó construir las basílicas, que eran edificios muy
grandes, en un inicio dedicadas al rey o emperador, y después ofrecidas a Dios, el Rey de
reyes.
En un templo la cabecera es donde está el retablo mayor y los pies del templo son la
entrada principal. El ábside, la cabecera del templo litúrgicamente orientada debe mirar al
punto por donde sale el sol. Así Cristo es el sol naciente que trae la luz y la salvación al
mundo. Si los judíos orientan sus sinagogas mirando al Templo de Jerusalén y los
musulmanes sus mezquitas mirando hacia la Meca, así los cristianos hemos tenido la
costumbre considerada como tradición apostólica desde tiempos de la Iglesia antigua de
mirar mientras oramos hacia el oriente, de tal manera que el pueblo e incluso hasta hace
poco el sacerdote convergían sus miradas en esa dirección. Cristo está simbolizado por el
sol naciente que volverá en el último amanecer de la historia.
Los templos tienen fundamentalmente dos lugares bien definidos: la nave, donde está el
pueblo participante de la Asamblea y el presbiterio, sitio donde se sitúan los ministros para
la celebración. El elemento más importante del presbiterio y centro del
espacio celebrativo es el altar, punto de referencia y principio de unidad, centro de toda la
liturgia eucarística.
El altar es la mesa del Señor. Así pues es ara y mesa a la vez. Debe ser fijo, estar
consagrado y se dedica a Dios. El altar se recubre con un mantel y sobre él o cerca debe
haber un crucifijo y dos candeleros al menos. También en el presbiterio se sitúa el ambón,
lugar para la celebración de la palabra y la sede, lugar donde se sienta el presbítero que
preside la Eucaristía.
Se recomienda que el sagrario ocupe una capilla lateral dentro de la iglesia para que el
Sacramento pueda ser adorado fuera de la Misa aunque a veces por falta de espacio el
sagrario se encuentre en el mismo presbiterio.
Un elemento al que hoy día no parece prestársele ninguna importancia es la orientación del
templo, que siempre ha sido en la tradición cristiana mirando al oriente (oriens significa
oriente y orientarse es dirigirse al oriente, al este).
Otros se construyen de forma cuadrada. Símbolo del Norte, Sur, Este y Oeste, es decir una
iglesia para todas las naciones.
También se construyen de forma octogonal que simboliza los ocho días desde el
nacimiento de Jesús hasta el día de su circuncisión.
Durante siglos se han ido construyendo diversos tipos de templos dedicados a Dios:
BASÍLICA: la basílicas mayores son siete y están en Roma; las menores, por todo el
mundo, y ha sido el papa quien ha querido honrarlas con ese título.
CAPILLAS
LA INCENSACIÓN
El rito de incensación expresa reverencia y oración. La materia que se coloca en el
incensario debe ser incienso puro o en caso de agregarle alguna sustancia se debe procurar
que la cantidad de incienso sea mucho mayor.
CAPITULO 19
El Presidente y los demás ministros de la celebración son los únicos que se revisten de
modo simbólico para su ministerio. En los primeros siglos del cristianismo no parece que
los ministros se revistieran de modo especial, salvo las vestiduras romanas propias de los
días festivos. Con el tiempo, al dejar de usarse estas vestiduras para el uso civil se
mantuvieron para los actos de culto y de esas vestiduras derivan las actuales.
Vestiduras del diácono:
DALMÁTICA: Del latín “dalmatica vestis”, túnica o vestidura de Dalmacia. Vestido
litúrgico en forma de túnica hasta las rodillas, con mangas amplias, que usan los diáconos
sobre el alba y la estola. Los primeros cristianos la tomaron de los romanos y éstos, del
pueblo de los dálmatas (hoy países balcánicos). La vestían las personas de dignidad.
ALBA: Del latín “alba”, blanca. Es una vestidura litúrgica común a todos los ministros. Es
una túnica talar blanca de mangas largas que cubre todo el cuerpo y se reviste sobre el
vestido común. El sacerdote representa con esa alba la pureza que el hombre recibe por los
méritos del misterio pascual de Cristo. También significa la penitencia y la pureza de
corazón que debe llevar el sacerdote al altar.
ROQUETE: Del latín “Rochetum”, especie de alba corta, hasta la altura de las rodillas,
que se usa sobre la sotana o el hábito religioso. También se llama sobrepelliz. Puede ser
usada por el sacerdote o el diácono para exponer el Santísimo, para una celebración de
Bautismo o para un matrimonio.
CÍNGULO: Del latín “cingulum”, cinturón. Es cuerda o cordón con la que se ajusta el
alba a la altura de la cintura. Aunque su uso es simplemente utilitario, sin embargo,
podríamos ver que con el cíngulo el sacerdote ata a la pureza del alba a todo el mundo, a
los fieles y los lleva al altar para ofrecerlos en la celebración.
ESTOLA: Del griego “stolé”, vestido. Es prenda de tela alrededor del cuello del sacerdote,
usada para las celebraciones litúrgicas. La usan los obispos y presbíteros, colgando del
cuello hacia delante; y los diáconos, desde un hombro hasta la cintura atravesando en
diagonal la espalda y el pecho. Es símbolo de los poderes sagrados que recibe el sacerdote,
como pastor que lleva a sus ovejas sobre sus hombros, como maestro que enseña a sus
discípulos; como guía que conduce a las almas hacia la vida eterna.
CASULLA: Del latín “casula”, cabaña. Vestimenta litúrgica amplia y abierta por los
costados para la celebración de la Misa. Se usa sobre el alba y la estola. Confeccionada en
tela, tiene la forma de una capa cerrada por delante o poncho. Cambia su color según la
celebración y el tiempo litúrgico. Simboliza la caridad que cubre todos los pecados.
ÍNFULAS: Cintas que cuelgan detrás de la mitra. Significan que el ministro debe poseer la
ciencia del Antiguo y del Nuevo Testamento.
ANILLO: Del latín “anellus”, anillo. Insignia propia de los obispos. Simboliza su
desposorio con la Iglesia local o diócesis. También pueden usarlo algunos abades y
abadesas. El anillo que se impone al obispo significa que contrae sagradas nupcias con la
Iglesia. El anillo recuerda también la necesidad de ser sólido “eslabón” en la cadena de la
sucesión que le une a los Apóstoles.
BÁCULO: Del latín “baculum”, bastón. Insignia litúrgica propia del obispo como pastor
de la comunidad; lo recibe el día de su ordenación y lo usa cuando preside una celebración
en su diócesis. Simboliza que es buen pastor de las ovejas, que apacienta, instruye, guarda
y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor.
SOLIDEO: Del latín “solus”, solo, y “Deo”, a Dios. Gorro de tela en forma de casquillo
que usan los obispos, cubre la coronilla y se descubre ante el Santísimo, en la
Consagración y en la Adoración de la Cruz del Viernes Santo. Si son obispos, el color del
solideo es violeta; si son cardenales, es rojo, y el Papa lo usa de color blanco. Simboliza la
protección de Dios y la dedicación a Dios.
PECTORAL: Del latín “pectus”, pecho. Es cruz de metal, madera, marfil que llevan los
obispos sobre el pecho, como insignia de su cargo y dignidad. En la celebración de la Misa
pueden llevarla sobre la casulla. El día de la ordenación episcopal toma y aceptan sobre sus
espaldas, de un modo más comprometido, la cruz de Cristo, que no faltará en su ministerio
episcopal.
CAPELO: Sobrero muy aparatoso con borlas rojas, usado por los Cardenales.
HUMERAL: O paño de hombros, especie de rebozo que se pone en la espalda para portar
el Santísimo sin tocarlo con la mano.
PALIO EPISCOPAL: Especie de estola de color blanca salpicada de cruces usado por los
Arzobispos a modo de escapulario.
En definitiva, las vestiduras sagradas tienen una función pedagógica: distinguen a las
diversas categorías de ministros identificándolos, contribuyen al decoro y a la estética de la
celebración y con los colores litúrgicos ayudan a entender el misterio que celebramos.
Con respecto a los colores de las vestiduras (sotana) de los clérigos: el blanco es el color
propio del Papa, el rojo de los Cardenales, el morado para los Obispos y el negro para los
Presbíteros. Las estolas van a juego con el color litúrgico del día. Para administrar el
sacramento de la reconciliación se debe usar estola morada (penitencial).
CAPITULO 20
LAS PROCESIONES
La procesión es una expresión cultual de carácter universal en la cual la piedad popular y la
liturgia establecen una relación muy peculiar. Las procesiones son manifestaciones de la fe
y piedad populares con grandes connotaciones culturales y que despiertan el sentimiento
religioso de los fieles, tal como las define el Directorio sobre la piedad popular y la
liturgia.
CAPITULO 21
Acto seguido comienza la procesión de entrada por este orden: turiferario, cruz alzada con
dos portadores de ciriales a ambos lados, siguen los demás ministros y el diácono (si lo
hay), que porta el Evangeliario en alto. Si no hay diácono puede portarlo un acólito o un
lector instituido, siguen los concelebrantes siempre de dos en dos y el presidente sólo.
Cierra la procesión el maestro de ceremonias y los ministros del libro, mitra y báculo (si
preside el obispo). Los concelebrantes y ministros, cuando van caminando en procesión o
están de pie deben tener ante el pecho las palmas extendidas y juntas, el pulgar de la mano
derecha sobre el pulgar de la izquierda formando una cruz.
En la preparación del altar uno de los acólitos lleva el cáliz y la patena con las formas y los
corporales que extiende sobre el altar. Otro lleva las vinajeras presentando primero la del
vino con la mano derecha y retirándola con la izquierda procurando ofrecer el asa al
sacerdote. Igual hace con la del agua. Estas tareas también las pueden hacer otras personas
que expresamente queden encargadas de ayudar a preparar la mesa.
En el Ofertorio para la incensación de las ofrendas se procede como antes dijimos en lo
referente a añadir incienso. En este momento de la Misa se inciensa por parte del
Presidente las ofrendas, al altar, la Cruz y finalmente el acólito inciensa al Presidente y al
pueblo. Se debe hacer inclinación profunda de cabeza antes y después de incensiar, ya sea
a personas o imágenes. Al llegar al Sanctus los portadores de los ciriales se dirigen en
procesión al pie del presbiterio. Allí permanecen con los ciriales en alto hasta que
termine la Plegaria eucarística con el Amen conclusivo de la doxología final para marchar
de nuevo a sus puestos. El turiferario se sitúa de rodillas ante el altar para incensiar, con
tres golpes dobles, al Pan y al Vino consagrados en el momento de mostrarlos el Presidente
a la Asamblea.
En la comunión pueden ayudar a los celebrantes a repartirla, portando las bandejas. Los
acólitos comulgan antes, si van a hacerlo. Acaba la comunión presentan las bandejas para
ser purificadas, sirven el agua para limpiar el cáliz y retiran el cáliz, los corporales y la
patena. Antes de la bendición se levantan los ciriales y así permanecerán hasta que
acabada la Misa se inicie la procesión de salida de manera similar a la de entrada. Es
importante señalar que los acólitos que sirven al presidente lo hacen siempre de frente,
procurando no darle nunca la espalda.
Es muy importante señalar, en todos los momentos, que los acólitos no deben establecer
una barrera entre el presbiterio y el pueblo, de manera que impidan la visión y la correcta
participación de los fieles en la Eucaristía, debiendo situarse siempre en lugares discretos y
que no entorpezcan. De igual forma deben mantener siempre una compostura seria, acorde
con la importancia de la función que están realizando. Debe existir siempre un lugar para
dejar los ciriales al objeto de que no los sostengan durante toda la Misa y los porten en los
momentos indicados. El lugar adecuado de los acólitos cuando no cumplen ninguna
función concreta es delante de sus asientos, sentados o en pie, según el momento lo
requiera.
Terminamos recordando los momentos en los que el Misal Romano autoriza el uso del
incienso durante la Misa:
o En la procesión de entrada.
o Al comienzo de la misa para incensar el altar, la Cruz y la imagen
solemnemente expuesta.
o En la procesión y proclamación del Evangelio.
o Durante el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, al sacerdote y a la
asamblea.
o Tras la consagración, al mostrar elevando el sacerdote el cáliz y la sagrada
forma.
El que inciensa sostiene con la mano izquierda las cadenas por su parte superior a la altura
del pecho y con la derecha por la parte inferior, cerca del incensario y lo sostiene de
manera cómoda de manera que pueda moverlo con soltura. De igual forma recordamos que
los ciriales deben mantenerse en alto durante la lectura del Evangelio, durante la
Plegaria eucarística y en la bendición final.
Los golpes del incensario siempre serán dobles, pudiendo hacerse golpes dobles o triples.
Con dos golpes dobles se inciensa a las imágenes de la Virgen o santos. Con dos golpes
triples se inciensa a la Cruz, al Santísimo, al sacerdote y al pueblo.
CAPITULO 22
EL ADVIENTO
Las cuatro semanas anteriores a la solemnidad de Navidad forman el tiempo de Adviento
que es la preparación para la llegada del Salvador, dando con el primer domingo de
Adviento comienzo un nuevo año litúrgico, que terminó el domingo anterior con la
festividad de Cristo Rey (en el rito oriental-bizantino el año litúrgico comienza con la
fiesta de la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre).
Las normas litúrgicas universales dicen que el Adviento "comienza con las primeras
Vísperas del primer domingo de Adviento (el 30 de noviembre o domingo más cercano) y
acaba antes de las primeras Vísperas de Navidad". Contiene siempre cuatro domingos que
se estructuran en dos partes bien definidas: hasta el 16 de diciembre y del 17 al 24 de
diciembre. Fue el papa San Gregorio Magno quien la estructura en cuatro semanas.
La semana que precede a la Navidad tiene un sentido propio y distinto al resto del
Adviento pues la llegada del Señor es inminente. Aquí las memorias de los santos son
siempre libres, se puede cantar diariamente el Aleluya, poner más luces en el altar, usar
vestiduras más lujosas, dar la bendición con la fórmula solemne de bendición de Adviento.
Se debe notar que el tiempo es más alegre.
Las lecturas de Adviento se nuclean en las ferias en torno al profeta Isaías y las evangélicas
en los pasajes que narran al Precursor y los preparativos del Nacimiento. Los domingos se
leen las epístolas de Pablo, Santiago y hebreos.
Resumiendo pues diremos que el Adviento es un tiempo de relativa austeridad, ya que a
quien espera siempre le falta algo. Por eso se emplean algunos signos de austeridad como
las vestiduras moradas o la omisión del Gloria.
CAPITULO 23
LA CUARESMA
Cuarenta días antes del Domingo de Ramos empieza el tiempo de Cuaresma, que la
Iglesia instituye para prepararnos a celebrar los misterios de la Pasión. Desde fines del S. II
ya existe en la Iglesia un período de preparación a la Pascua, observado con días de ayuno
y penitencia.
Este ayuno de cuarenta días se observaba desde la sexta semana antes de Pascua, pero
habiendo por medio seis domingos (días siempre festivos y nunca penitenciales) y para
completar el número simbólico de cuarenta días de penitencia (cuarenta años fue la
peregrinación del pueblo de Israel en el desierto, cuarenta horas permaneció Jesús muerto,
cuarenta días duró el diluvio, cuarenta días estuvo Moisés en el Sinaí) se amplió al
miércoles anterior.
Abarca pues desde el Miércoles de Ceniza hasta el Triduo pascual. El computo matemático
total en la actualidad suma cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles de Ceniza y el
Jueves Santo. Dentro de la Cuaresma entran las siguientes fiestas:
Resumiendo pues, en Cuaresma se debe buscar la mayor austeridad posible como tiempo
penitencial propio tanto en el exorno de los altares como en los demás
elementos celebrativos, suprimiendo flores y cánticos. En la antigua liturgia hispánica, en
este tiempo se cubría el altar con un paño de saco. Se omite siempre el "Aleluya" y está
mandado suprimir los adornos y las flores, excepto el domingo IV llamado de Laetare por
su Introito (ese domingo se pueden usar ornamentos rosas), omitiéndose los domingos el
"Gloria". Es tiempo adecuado para realizar celebraciones comunitarias de la Penitencia. El
ayuno está limitado al Miércoles de Ceniza y al Viernes Santo, y la abstinencia de carne
los días anteriores y a todos los viernes del año, no sólo los cuaresmales, ya que el CDC no
hace distinción alguna entre unos viernes u otros (CDC 1.250 y siguientes). No obstante, el
ayuno y la abstinencia pueden ser sustituidos por otra práctica penitencial como obras de
caridad o de piedad, limosnas, lecturas de las Sagradas Escrituras. (Artículo 13.2 del
Decreto general sobre Normas Complementarias al Nuevo Código de Derecho Canónico
de 26/11/83).
CAPITULO 24
SEMANA SANTA
Si se puede hablar a lo largo del Año litúrgico de un tiempo de gran riqueza litúrgica ese
tiempo es sin duda la Semana Santa. Domingo de Ramos, Oficios del Jueves y Viernes
Santos y la Vigilia Pascual son momentos cumbres del año litúrgico.
La actual Liturgia de la Semana Santa se inicia a partir de los años 1951 y 1955 siendo
papa Pío XII que reforma primero la Vigila Pascual y posteriormente toda la Semana
Santa. El Concilio Vaticano II, en la Sacrosantum Concilium la culmina con la posterior
publicación del Misal romano de 1969. Ya quedaron atrás el uso del Tenebrario para
iluminar tenuemente el templo e ir apagando todas sus velas excepto una en el suprimido
Oficio de Tinieblas y en el cual los fieles tocaban sus carracas, o el enorme desarrollo de
los llamados “monumentos”, arquitecturas efímeras para albergar la reserva del Santísimo
que hoy sigue su costumbre pero de forma más discreta.
Hasta las reformas citadas se consideraba al Sábado Santo como día de Gloria (sábado de
Gloria) ya que la Vigilia pascual se celebraba por la mañana.
Comienza la Semana Santa con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (que ese es
su actual nombre aunque errónea e indebidamente se le siga llamado Domingo de Pasión al
anterior al de Ramos). El Domingo de Ramos, en todas las Misas, es obligatorio hacer
conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén, que puede realizarse con una
procesión, con entrada solemne o con entrada simple, según las circunstancias de cada
momento y lugar.
Las palmas y los ramos, que son signos populares de victoria, manifiestan que la muerte
en la Cruz es signo de victoria. Los fieles han de tener los ramos en las manos antes de la
celebración ya que la distribución de los ramos ha sido suprimida. Ese día los celebrantes
usan el color rojo que apunta a la muerte del Mártir y a su posterior Victoria uniendo así la
Entrada de Jesús con su muerte y resurrección.
El Triduo Pascual, que comienza con la Misa de la cena del Señor y termina en la Vigilia
Pascual, es el ápice de la Liturgia que estallará en la celebración del domingo pascual.
El Triduo Pascual comienza con la misa vespertina del Jueves Santo en la Cena del Señor
(dando por finalizado el período cuaresmal precedente) tiene como característico el rito del
Lavatorio de los pies tras la Liturgia de la Palabra y la reserva del Santísimo para la
comunión del día siguiente ya que el Viernes Santo no se celebra la Misa ni se consagra.
Al final de la Misa se omite el rito de despedida y la bendición y se hace el traslado del
Santísimo Sacramento. Se despoja el Altar sin ninguna ceremonia y si es posible se retiran
las cruces de la iglesia o en su defecto se velan.
El Viernes Santo, primer día del Triduo Pascual, Pascua de Cristo crucificado es un
día alitúrgico puesto que es un día en que la Iglesia no celebra la Eucaristía (al igual que el
Sábado Santo) aunque si se reparte el Cuerpo de Cristo (novedad introducida con la
reforma), se lee la Pasión de Jesús según el evangelio de Juan, a ser posible dialogada, y se
hace la adoración de la Cruz. La oración de los fieles tiene ese día una especial
importancia. El color litúrgico que corresponde es el rojo.
En la Vigilia Pascual, que comienza con la Liturgia del Lucernario, bendición del fuego y
posterior Pregón pascual prosigue con la Liturgia de la Palabra con nueve lecturas
incluyendo los salmos, en las cuales al acabar las pertenecientes al Antiguo Testamento se
canta el Gloria, se encienden las luces del templo que hasta ese momento ha permanecido a
oscuras y se adorna el Altar con luces y flores para seguir con la Liturgia bautismal en la
que se pueden bautizar a los catecúmenos y renovar las promesas bautismales. En la
procesión hacia el baptisterio se entonan las letanías de los santos. Terminada la
Liturgia bautismal se continúa con la liturgia eucarística en la forma acostumbrada. Las
vestiduras son blancas.
Como normas litúrgicas hay que tener en cuenta que durante el Triduo pascual no se tocan
campanas (suena la popular matraca), el Altar permanece despojado sin Cruz ni mantel
desde la terminación de la Misa en la Cena del Señor del Jueves Santo y sin flores o muy
escasas y el Sagrario permanece abierto y vacío. No suena la música y el coro, si
interviene, lo hace "a capella".
Desde el final de la Misa vespertina del Jueves Santo hasta la medianoche se considera
reserva solemne. El Viernes Santo se da el culto habitual a la reserva eucarística y tras los
Oficios se debe retirar la reserva de la veneración de los fieles y colocarla en un lugar
privado. También se hace genuflexión a la Cruz desde los Oficios del Viernes Santo
hasta la Vigilia pascual.
Desde estas líneas invitamos a todos los católicos a participar en los actos litúrgicos de la
Semana Santa, cada uno en su parroquia respectiva, Iglesia Penitencial o en la catedral.
Ningún cristiano debe perder la ocasión de participar en los actos litúrgicos de esos días
pues no hay mejor manera de celebrar el Misterio de nuestra salvación. Y al salir de los
Oficios ¡A ver Cofradías
CAPITULO 25
LA VIGILIA PASCUAL
Es la celebración central de todo el año litúrgico, ocurre al caer el sol del Sábado Santo.
Lo llamamos "vigilia", por la actitud de espera que debe tener el cristiano, según la
invitación del evangelio: "Tengan la ropa puesta y mantengan encendidas sus lámparas.
Estén como hombres que esperan que su patrón regrese de un casamiento para abrirle la
puerta. Dichosos los siervos que el Señor a venir, encuentre despiertos…" (Lc 12, 35-37)
Para todo cristiano este velar adquiere el valor simbólico de la espera de la venida del
Señor. Así la Vigilia Pascual se convierte en programa de vida: estar siempre alertas y
preparados para nuestro encuentro final con el Señor.
CAPITULO 26
EL TIEMPO PASCUAL
Con el domingo de Pascua, domingo sobre el que gira todo el año litúrgico del cual es su
raíz, se comienza uno de los tiempos litúrgicos fuertes: el tiempo pascual cuya
característica es la alegría. Abarca los cincuenta días posteriores a Pascua de Resurrección
(cincuentena pascual), incluyendo el domingo pascual, y se distinguen tres períodos:
OCTAVA DE PASCUA: Son los ocho días posteriores y deben considerarse como un
solo día festivo. Termina en las Vísperas del II Domingo de Pascua también llamado
domingo “inalbis” porque era cuando los catecúmenos que se habían bautizado en la
Vigila pascual deponían las vestiduras blancas que había llevado toda la octava.
En la cincuentena pascual, que debe considerarse como una única solemnidad, debe
siempre haber signos festivos en el altar y en la iglesia (flores, luces, música). El cirio
pascual debe encenderse a diario, para subrayar la unidad de la cincuentena pascual y
vuelve el Gloria. En las lecturas, durante la cincuentena se omiten las del Antiguo
Testamento, para dar a entender que estamos en un tiempo nuevo, leyéndose los Hechos de
los Apóstoles, Apocalipsis, Cartas de san Juan y san Pedro. En las evangélicas se lee el de
San Juan y las apariciones del Resucitado según el evangelista del año.
La cincuentena pascual es el tiempo fuerte por excelencia del año litúrgico y la alegría
debe ser la nota dominante. Es tiempo de frecuentar los sacramentos y de llevar la
Eucaristía procesionalmente a los enfermos. El Código de derecho canónico obliga a
comulgar al menos una vez al año y este precepto debe cumplirse en tiempo pascual, salvo
que por causa justa se haga en otro tiempo (CDC 920). También es precepto confesar los
pecados graves al menos una vez al año, aunque no necesariamente en tiempo pascual. Las
vestiduras de los ministros son blancas.
CAPITULO 27
EL TIEMPO ORDINARIO
El tiempo del Año litúrgico que no tiene un carácter propio (Adviento Navidad, Cuaresma
y Pascua) recibe el nombre de Tiempo ordinario, que abarca 33 ó 34 semanas. En este
tiempo no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo.
Para los cristianos cada día tiene un sentido cristológico: la mañana trae el recuerdo de la
Resurrección, la hora de tercia recuerda al Espíritu Santo, la hora de sexta la Ascensión, la
de nona la Crucifixión y muerte del Señor, la de vísperas la Cena y la noche la espera
escatológica del Señor. Antes de la reforma litúrgica, el Tiempo Ordinario recibía su
significado casi exclusivamente del Santoral, habiéndose recuperado actualmente la visión
global del misterio salvífico. Según la costumbre latina, el lunes recibe el nombre de "feria
segunda" y así sucesivamente hasta la feria sexta (viernes). El sábado tiene su nombre
propio heredado de los judíos (Sabbat = descanso).
En el T.O. la Iglesia celebra en la semana del 18 al 25 de enero el Octavario por la unidad
de los cristianos, coincidiendo con la fiesta dela Conversión de San Pablo que se celebra el
25 de enero, y en octubre Preces para después de la cosecha, Témporas de acción de
gracias y de petición en el 5 de octubre. El penúltimo domingo de octubre se celebra el
Domund (Día de la propagación de la Fe).
CAPITULO 28
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR: El 25 de marzo (nueve meses antes del parto, que
será el 25 de diciembre) es hoy solemnidad del Señor habiendo sido antes fiesta de la
Virgen, pero con una gran contenido mariano. La Iglesia ha celebrado este misterio en
Adviento, fijándolo posteriormente, por razones cronológicas, nueve meses antes del
Nacimiento y así se celebra ya desde fines del S. VII. Actualmente la solemnidad se llama
Anunciación del Señor. El contenido de esta fiesta hace referencia al momento de la
concepción divina de Jesús en el seno de María.
CRISTO REY: También la celebramos como solemnidad del Señor en el último domingo
del tiempo ordinario y como conclusión del año litúrgico. Esta solemnidad la instituyó Pío
XI en 1925 mediante la Encíclica “Quas primas” para afirmar en nuestra sociedad
secularizada la soberanía de Cristo y tuvo sus detractores entre círculos liturgistas por
considerarla superflua ya que a Cristo se le honra como rey del Universo a lo largo de todo
el año litúrgico.
Dos fiestas tienen relación con la Cruz de Cristo.
LA INVENCIÓN DE LA CRUZ: Se celebraba el 3 de mayo, y recuerda el hallazgo de la
Santa Cruz por la madre del emperador Constantino, Santa Elena, en Jerusalén allá por el
año 326. De dicha Cruz se llevó la mitad a Roma y dejó la otra mitad en Jerusalén. Esta
fiesta fue suprimida por Juan XXIII en la reforma litúrgica, aunque algunas Cofradías la
siguen celebrando, por tradición. La palabra invención hay que tomarla aquí en su sentido
etimológico más estricto (del latín inventare=encontrar).
Fiestas suprimidas han sido la del Dulce Nombre de Jesús, hoy celebrada como memoria
libre el 3 de enero y la de su Preciosísima Sangre, antes el 1 de julio.
CAPITULO 29
La Pureza de María era especialmente defendida por los franciscanos, siguiendo las
enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por los dominicos que seguían la enseñanza
de Santo Tomás en el sentido de que sólo Cristo había estado libre del pecado original y
que la Virgen fue purificada en el momento de su Concepción. Si Cristo redimió a todos
los hombres (redención universal) también redimió a María y si Ella no tuvo pecado
original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Este razonamiento tomista implicaba que para
que la redención fuese universal debía abarcar a toda la Humanidad incluyendo a la
Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el llamado “pecado
original” que todos los humanos por el hecho se serlo traemos al mundo. El dogma hay que
entenderlo como un privilegio especial concedido a su Madre: Cristo impidió que tuviese
pecado pero ese hecho la Virgen se lo debe a Él luego Ella fue también redimida, aunque
de otra forma que el resto de los mortales.
Esta creencia ya se venía aceptando desde el S. VI, muy relacionada con la fiesta
de la Dormición celebrada desde muy antiguo en las iglesias orientales. Desde el S. VI se
celebraba una fiesta en Jerusalén que pasa a Occidente con el nombre dela Dormición de
Santa María.
CAPITULO 30
CLASES DE CULTO
La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos: el de LATRÍA o de
adoración, el de DULÍA o de veneración, y el de HIPERDULÍA (veneración llevada al
extremo).
El CULTO DE DULIA (veneración): Es el propio debido a los santos, personas que por
su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como
ejemplo a seguir subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito San José se le considera el
primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. San José es proclamado
patrono universal de la Iglesia por Pío IX en 1870. Sin duda que en los orígenes del culto a
los santos está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos
su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio.
Las celebraciones de santos que la Iglesia considera como muy importantes son la de San
José, ya citada, la del Bautista, la de Todos los Santos (solemnidad al igual que la anterior)
y la de los Apóstoles Pedro y Pablo, por ser la base del fundamento apostólico de nuestra
fe. La celebración de San José Obrero ha quedado como memoria libre para las
asociaciones cristianas de trabajadores.
Hoy en día, y aunque "la teología progresista sea reticente a la veneración de los santos
porque distrae la adoración a Dios" (Carlos Ros: Santos del Pueblo), vivimos en una época
de cierto ascenso en el culto a los santos, que tuvo su cenit en la Edad Media, sin lugar a
dudas. El Vaticano II determinó, en lo referente al culto a los santos, lo siguiente: “Para
que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre las fiestas que conmemoran los misterios
propios de la salvación, debe dejarse la celebración de muchas de éstas a las Iglesias
particulares, naciones o familias religiosas, extendiéndose a toda la Iglesia sólo aquellas
que recuerdan a santos de importancia realmente universal” (SC.111). Para seleccionar a
estos santos de importancia universal se han tenido en cuenta a los Doctores de la Iglesia, a
Pontífices romanos, Mártires romanos y no romanos y a santos no mártires.
Fue el Pontífice Pablo VI quien, en la Marialis Cultus ha reformado las fiestas dedicadas
a la Virgen pasando a considerar como fiestas del Señor tanto la Anunciación como la
Presentación (Candelaria), mudando en cambio la fiesta de la Circuncisión del Señor en la
de la Maternidad divina de María y suprimiendo algunas memorias menores
o devocionales.
Esta reforma de Pablo VI (que fue tachada de "antimariana" por sectores conservadores) y
el enriquecimiento que supone la nueva colección de las Misas de Santa María Virgen
(Decreto de 15 de agosto de 1986) con su correspondiente leccionario de 1987 que
contiene hasta 46 formularios de misas podemos considerarlo como la aportación de un
Papa mariano por excelencia como fue Juan Pablo II, que deja el culto a la Virgen en la
actualidad perfectamente establecido y en su justo lugar.
CAPITULO 31
La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento debe ser un acto comunitario que
contemple la celebración de la Palabra de Dios y el silencio individual contemplativo y
meditativo. La exposición eucarística ayuda a reconocer en ella la maravillosa presencia de
Cristo y nos invita a la unión más íntima con él, que adquiere su culmen en la comunión
sacramental. La exposición puede hacerse con el copón o en la custodia, sobre el altar o en
un ostensorio. Se le debe venerar con genuflexión de la rodilla derecha.
Durante el tiempo que dure la exposición, se podrán decir oraciones, cantos y lecturas, de
manera que se concentren en una profunda oración. Nunca el Santísimo deberá estar
expuesto sin vigilancia suficiente ni sin presencia de fieles. Se deben aprovechar las
lecturas de la sagrada Escritura o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio
del misterio eucarístico. Es también conveniente que los fieles respondan a la palabra de
Dios cantando. Se necesita que se guarde piadoso silencio en momentos oportunos. Ante el
Santísimo Sacramento expuesto por largo tiempo, se puede celebrar también alguna parte,
especialmente las horas más importantes de la Liturgia de las Horas; por medio de esta
recitación se prolonga a las distintas horas del día la alabanza y la acción de gracias que se
tributan a Dios en la celebración de la Misa, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y
por Cristo al Padre, en nombre de todo el mundo.
Una vez dicha, el sacerdote o el diácono se coloca el humeral, hace genuflexión, toma la
custodia o el copón y traza con el Sacramento la señal de la Cruz sobre el pueblo. A
continuación se suelen recitar las alabanzas de desagravio. Concluida la bendición, el
mismo sacerdote que impartió la bendición u otro sacerdote o diácono, reserva el
Sacramento en el tabernáculo, y hace genuflexión, en tanto que el pueblo sí parece
oportuno, puede hacer alguna aclamación. Finalmente el ministro. Se enciende en las
Misas del tiempo Pascual y algunas otras celebraciones (bautismo, confirmación, primera
comunión, funeral).
Queda prohibido expresamente celebrar la Misa durante la Exposición, que la puede hacer
el sacerdote, un diácono e incluso un acólito instituido o persona autorizada aunque estos
últimos no pueden en ningún caso impartir la bendición, reservada al presbítero o diácono.
Si la exposición del Santísimo Sacramento se prolonga durante uno o varios días, debe
interrumpirse durante la celebración de la misa, a no ser que se celebre en una capilla o
espacio separado del lugar de la exposición y permanezcan en adoración por lo menos
algunos fieles.
CAPITULO 32
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
El esquema de la celebración eucarística tiene, como Asamblea y reunión que es, un
esquema similar al de una reunión de amigos que recibe un anfitrión: se recibe a los que
llegan, se habla y escucha, se come en común y se despide al terminar. Así hizo Jesús en la
Última Cena ya que reunió a los Apóstoles (rito de apertura), les habló (Palabra),
pronunció la bendición, les dio de comer y beber (eucaristía) y salieron hacia el monte de
los Olivos (conclusión).
LOS RITOS INICIALES: Sirven para recibir a los fieles y son la apertura. Sus objetivos
son los de ayudar a formar y sentirse como comunidad y preparar a los fieles a oír y
celebrar dignamente la Eucaristía. Estos ritos iniciales son los siguientes:
Monición Inicial: Tiene por objeto explicar e implicar a todos en la celebración. Debe ser
breve, incisa y preparada.
Acto penitencial: Todos somos pecadores y debemos pedir perdón. Este acto a su vez
consta de varias partes:
Monición
Silencio
Confesión general
Absolución (que perdona los pecados leves del día).
El Kyrie: "Señor, ten piedad". No es penitencial sino que tiene sentido de aclamación a
Cristo y petición de misericordia.
El himno Gloria: No fue compuesto para la Misa. Entró en la Eucaristía para la fiesta de
Navidad y es un himno trinitario de alabanza.
El anuncio de la Palabra:
Homilía
Los silencios
La plegaria universal o de los fieles. Se llama universal porque se suplica por las
necesidades de todos los hombres. Debe poder ser asumida por todo el pueblo cristiano y al
menos cuatro de las peticiones deben ser:
La procesión de los dones (deben llevarse dones que se queden para el servicio o exorno
del altar o bien que sean para los pobres y necesitados)
La oración sobre las ofrendas, que se rubrica por el pueblo con un Amen.
Plegaria eucarística: Es el ápice de toda la celebración OGMR 30). En esta parte se llega
a la máxima plenitud de expresión la acción de gracias y la alabanza. Se la ha llamado de
diversas formas: plegaria eucarística, canon, anáfora. Es una oración de bendición que
consta de los siguientes elementos:
La anamnesis o memorial
La obligación
Las intercesiones
La doxología final
El rito de comunión: Forma una unidad con la plegaria eucarística, con un esquema
lineal. Consta de las siguientes partes:
El padrenuestro
La paz (algunos liturgistas opinan que debería hacerse junto con el acto penitencial como
signo de reconciliación que es)
El altar debe estar cubierto con un mantel blanco digno y sobre él o cerca se colocan dos
candeleros con velas encendidas. Puede haber flores (salvo en Cuaresma) aunque el
criterio es que la ornamentación del altar sea siempre moderada y que no se impida su
visión por el pueblo. Además debe haber una Cruz con la imagen de Cristo, o bien sobre el
Altar o en un lugar cercano y visible. También se debe seguir el criterio de que sólo debe
haber sobre el Altar los objetos que se vayan a utilizar en ese momento, debiendo retirarse
cuando no se necesiten.
El Misal es el libro que se necesita para celebrar y contiene las oraciones de la Misa y las
partes comunes, con sus distintos formularios. Se coloca sobre un atril o sobre un cojín. En
el ambón estará el Leccionario, con las lecturas del día. También puede estar el libro de la
Oración de los fieles.
En la credencia debe estar el cáliz cubierto con un velo, (palia), patena con hostia,
corporal, purificador, vinajeras con vino y agua, jarrita con agua, aguamanil y toalla
pequeña, platillo de comunión y la llave del sagrario.
El pan a consagrar debe ser de trigo y hecho recientemente. No se pueden usar cereales
distintos del trigo. Sería un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.
Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que
dispongan de los instrumentos adecuados. Las fracciones del pan eucarístico deben ser
repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben
usar sobre todo hostias pequeñas.
El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla
de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe
admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.
CAPITULO 34
Las características que debe cumplir la música litúrgica o ritual como últimamente se la
llama deben ser: santidad, bondad de formas y universalidad.
No obstante lo anteriormente dicho, el canto del coro debe tener un principio rector: que no
excluya nunca el canto del pueblo, ya que los fieles no vamos a la Asamblea para oír
conciertos que otros interpretan sino a participar. No se debe confiar al coro el canto de
todo el “propio” y todo el “ordinario” de la Misa excluyendo al pueblo de la participación
activa. Hay partes de la Misa que siempre deberían ser cantadas: me refiero a la antífona de
respuesta al Salmo y el propio Salmo así como el Sanctus. Recitar el salmo equivale a
recitar un villancico en vez de cantarlo.
Los principales documentos sobre la música litúrgica que el S. XX nos ha dejado son
varios. Podemos citar:
Para terminar podemos citar también las orientaciones que sobre música litúrgica nos da el
Misal Romano (OGMR), el Orden de las Lecturas de la Misa (OLM), la Ordenación
General de la Liturgia de las Horas (OGLH), el Ceremonial de los Obispos y la
Instrucción sobre La Liturgia romana y la Inculturación (25-1-1994) así como el Cantoral
Litúrgico Nacional, que recoge los principales cantos de la Misa para los diferentes
tiempos litúrgicos y otros temas.
CAPITULO 35
Acabar las lecturas diciendo “Es palabra de Dios” en vez de “Palabra de Dios” (también el
sacerdote lo hace a veces).
Los lectores deben omitir la frase “Primera o Segunda Lectura” y pasar directamente a
decir de quién está tomada la Lectura sin más. De igual modo no debe decirse
“salmo responsorial” sino pasar directamente a la lectura de los salmos.
Omitir la reverencia o hacérsela al sacerdote en vez de al altar cuando suben a realizar
alguna lectura o para la Oración de los fieles.
Permanecer sentados durante la oración sobre las ofrendas. Es el momento más importante
de esa parte de la Misa y todas las oraciones de la Misa se deben oír y responder de pie,
que es la actitud propia del orante y del pueblo en marcha y dispuesto. La costumbre de oír
sentados esta oración está generalizada y es de difícil desarraigo.
Recitar junto con el sacerdote la doxología final que cierra la Plegaria eucarística (Por
Cristo, con Cristo, etc.). El pueblo debe limitarse a responder AMEN como rúbrica y
asentimiento de todo lo anterior. No es un AMEN corriente sino un AMEN de
compromiso, de afirmación, que ratifica por el pueblo lo sucedido en el altar.
Leer la Oración de los Fieles desde el Ambón. El Ambón está reservado a la Palabra de
Dios y ni la homilía ni la Oración de los Fieles es Palabra de Dios. No obstante se puede
hacer desde allí siempre que no haya otro lugar adecuado ya que aunque no es su sitio
preferente tampoco la OGMR lo excluye taxativamente (OGMR 309).
Dar golpes triples con el incensario ya que siempre deben ser dobles. Esto es extensible al
sacerdote cuando usa el incensario.
Para finalizar diremos que en la procesión de las ofrendas se deberían llevar al altar sólo
objetos que sean donaciones para el servicio del mismo o regalos para los pobres (por
ejemplo el resultado de la cuestación hecha entre los fieles o flores) aunque se ha puesto de
moda llevar al altar todo tipo de objetos, lo cual puede justificarse pastoralmente pero sin
abusos. Lo primero que debe llevarse siempre es el Pan y el Vino.
Lavar los vasos sagrados (ablución) después de la comunión en el altar. Debe hacerse o
bien al acabar la Misa o discretamente en la credencia. La ablución no tiene ningún valor
litúrgico y por eso se prefiere fuera del altar ni es preciso que la haga el Presidente, más
bien es competencia de diáconos o acólitos. Debe hacerse sólo con agua.
No mirar hacia el ambón cuando se está proclamando el Evangelio por el diácono o bien
por otro concelebrante diferente del Presidente. Todos los que permanecen en el altar
deben girarse ligeramente y mirar al Ambón mientras se proclama el Evangelio. El
protagonismo está en ese momento en la Palabra.
Disponer el altar lleno con los objetos precisos para la celebración eucarística para “tenerlo
todo a mano” por comodidad (vinajeras, cáliz, misal, patena, etc.). El altar debe
permanecer lo más escueto posible y colocar sobre él los objetos según se vayan
necesitando, retirándolos cuando dejan de usarse. A veces cuesta distinguir al sacerdote
tras la cantidad de objetos allí depositados, a los que a veces se suman floreros con ramos
de flores y velas en candelabros.
CAPITULO 36
Sobre la condiciones para recibirla recordamos que el ayuno eucarístico sigue vigente:
“Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía ha de abstenerse de tomar cualquier alimento
y bebida al menos una hora antes de la sagrada comunión, a excepción del agua y las
medicinas” (CDC nº 919). Se exceptúa a los ancianos, a los enfermos y a quienes los
cuidan así como al sacerdote que oficie dos o tres Eucaristías en el mismo día, debiendo
guardar el ayuno sólo para la primera Eucaristía. Además, no pueden recibirla los
excomulgados ni los que tengan conciencia de hallarse en pecado grave. Si concurre
motivo grave y no se tiene posibilidad de confesarse sacramentalmente se puede recibir la
comunión, estando obligado a confesar cuanto antes se pueda (CDC 916). Sobre repetir la
comunión está permitido recibirla una segunda vez en el mismo día, siempre dentro de la
celebración eucarística en la que se participe (CDC 917). También los fieles pueden recibir
la comunión fuera de la Misa, siempre que lo pidan por causa justa aunque lo
recomendable es recibirla siempre dentro de la celebración eucarística.
Sobre la forma de recibirla por parte de los fieles depende de si se hace bajo una o las dos
especies. En cualquier caso es preciso aclarar que bajo una cualquiera de las dos especies
está Cristo entero. Los frutos de la comunión no se incrementan por comulgar bajo las dos
especies.
El Misal establece: “El sacerdote toma la patena o el copón, y se aproxima a los que van a
comulgar, quienes de ordinario se acercan procesionalmente. No está permitido a los fieles
tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos que se lo pasen
entre sí de mano en mano. Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la
Conferencia episcopal. Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el
Sacramento, la debida reverencia, establecida por las mismas normas” (OGMR 160). Se
refiere a inclinación de cabeza. Lo fieles pueden recibir la comunión en la boca o en la
mano. Si lo hacen en la mano deben colocar la mano izquierda sobre la derecha para
recibir la Hostia en la mano izquierda y cogerla con la derecha para llevarla a la boca.
Debe consumirse íntegramente delante del sacerdote y no irse con la Hostia en la mano. El
sacerdote dirá: “El cuerpo de Cristo” respondiendo con un Amen.
Bajo las dos especies, además de los religiosos, la pueden recibir los fieles según el criterio
de su sacerdote que lo considere pastoralmente oportuno.
Si es bajo las dos especies no está permitido que los fieles reciban primero la Hostia en la
mano y luego la mojen ellos mismos en el cáliz. “Si la comunión se hace por intención, el
que va a comulgar, sosteniendo la patena bajo la boca, se acerca el sacerdote, que tiene el
cáliz y a su lado al ministro que sostiene el recipiente con las partículas consagradas. El
sacerdote toma una Hostia, la moja parcialmente en el cáliz y, mostrándola dice: “El
Cuerpo y la Sangre de Cristo”; el comulgante responde: “Amen”, recibiéndola en la boca
de mano del sacerdote el Sacramento, y luego se retira”. (OGMR 287). Si es bebiendo
del cáliz, primero se tomará la Hostia y posteriormente el sacerdote ofrecerá el cáliz para
beber de él.