Semprun, Jose Bullon de Mendoza, Alfonso-El Ejercito Realista en La Independencia Americana
Semprun, Jose Bullon de Mendoza, Alfonso-El Ejercito Realista en La Independencia Americana
Semprun, Jose Bullon de Mendoza, Alfonso-El Ejercito Realista en La Independencia Americana
Bullón deMendoza
COLECCIONES
M APFRE
r> c*v.
A partir de 1809, con el colapso que para
España suponen la invasión de las tropas
napoleónicas y el conflicto subsiguiente, la
eferv escencia in d e p e n d e n tista tom a en
H ispanoam érica el cam ino de las armas. El
ejército se escinde, alzándose buena parte
del m ism o contra la Corona y enfrentándo
se al sector de los que se m antienen leales
al rey. Las guerras continuarán hasta bien
entrada la tercera década del siglo XIX; a
pesar del relativo socorro que suponen al
gunas expediciones de refuerzo enviadas
desde la Península, el ejército colonial rea
lista acaba descom poniéndose y es derrota
do, dando paso a una nueva etapa en la
historia de la Am érica de habla hispana. Ni
los últim os y num antinos intentos de resis
tencia ni las tentativas de restauración ten
drán otro valor efectivo que el puram ente
testim onial. Con este m agnífico trabajo, los
autores continúan la infrecuente línea de
estudios acerca de los m ilitares que defen
dieron la causa del rey durante la guerra de
independencia americana.
EL EJÉRCITO REALISTA EN LA
INDEPENDENCIA AMERICANA
Director coordinador: José Andrés-Gallego
Director de Colección: Miguel Alonso Baquer
Diseño de cubierta: José Crespo
EL EJERCITO
REALISTA EN LA
INDEPENDENCIA
AMERICANA
EDITORIAL
MAPFRE
Los autores agradecen la colaboración
de Pedro Pablo Peña, Gloria Núñez
y José Antonio Vargas-Zúñiga.
ÍNDICE
Prólogo .................................................................................................................. 13
Capítulo I. El ejército en España y A m é r ic a ........................................... 15
Organización ............................................................................................. 15
Grados ......................................................................................................... 18
Ordenanzas ................................................................................................ 22
Caballería .................. 26
Infantería .................................................................................................... 29
Artillería ..................................................................................................... 33
Táctica ......................................................................................................... 35
El ejército de América .............................................................................. 41
Historia .................................................................................................. 41
Organización ......................................................................................... 43
Fortificaciones ........................................................................................ 47
Otros ejércitos coloniales ........................................................................ 50
Capítulo II. (1809-1815) ................................................................................ 55
Resumen histórico ..................................................................................... 55
Estrategia .................................................................................................... 68
El ejército realista ...................................................................................... 77
Nueva España ........................................................................................ 77
Venezuela ............................................................................................... 83
Las fuerzas de Boves ............................................................................ 86
Nueva Granada ..................................................................................... 92
Perú. El ejército de línea ..................................................................... 96
Chile .......................................................................................................... 103
Río de la Plata .......................................................................................... 105
10 Indice
O rganización
El ejército español en los momentos iniciales de la guerra de In
dependencia y, por tanto, pocos meses antes de los primeros estallidos
revolucionarios en América, es el fruto del proceso de reformas del
mismo que se produce a lo largo del siglo xviii partiendo, como se
sabe, prácticamente de la nada (el ejército español en 1700, como, por
otra parte, tantas otras instituciones del Estado se encontraba en uno
de sus momentos de mayor decadencia) b Este proceso consigue orga
nizar unas fuerzas armadas parangonables a las de cualquier potencia
europea de segundo orden en lo militar y las reformas se prolongan a
lo largo de los primeros años del siglo xix dirigidas por el generalísimo
Godoy, que reorganiza, entre otros, el sistema de reclutamiento y la
enseñanza militar y crea el Cuerpo de Ingenieros como arma indepen
diente 12.
La base de la organización administrativa de las fuerzas de infan
tería, caballería y artillería es el regimiento, considerado igualmente
—aunque algunos tratadistas discutan o nieguen este carácter— como
1 Una visión general del ejército español en el siglo xviii puede verse en M. Her
nández Sánchez Barba y M. Alonso Baquer, Historia social de las fuerzas armadas españo
las, Madrid, 1986, tomo I.
2 Sobre las reformas militares de Godoy puede verse M.a D. Herrero, «El Estado
Mayor de Godoy y los intentos de reforma en el ejército de Carlos IV. La Ordenanza
general de 1802», en Repercusiones de la Revolución Francesa en España, Madrid, 1990,
pp. 493-499.
16 E l ejército realista en la Independencia americana
3 Los historiales de los diversos regimientos españoles han sido publicados por el
conde de Cleonard y, en fecha más reciente, por el Servicio Histórico Militar.
4 Véase el capítulo correspondiente de J. Albí y L. Stampa, Campañas de la Caba
llería española en el siglo xix, Madrid, 1985.
E l ejército en España y Am érica 17
se olvidará que estas unidades son en su mayor parte improvisadas, con
reclutas de nula preparación militar, y que deben enfrentarse con las
fuerzas del imperio francés, fogueadas en 20 años de campañas en Eu
ropa. Lógicamente adolecen de los efectos inherentes a aquella condi
ción, lo que veremos tendrá consecuencias serias para el nivel cualita
tivo general de las fuerzas armadas españolas en esa época y otras
posteriores5.
En 1810 se dispone que los regimientos de línea agrupen tres ba
tallones a seis compañías. Dos años más tarde se reducen en cambio a
un solo batallón por cada regimiento, con ocho compañías cada uno.
Terminada la guerra, se organiza nuevamente el regimiento de línea a
tres batallones y también a ocho compañías, mientras se inicia un pro
ceso de reducción de las fuerzas armadas que se prolongará durante los
años siguientes. En 1818 los batallones por regimiento de línea pasan
a ser dos.
En cuanto a la caballería, sus regimientos se organizan a lo largo
de esta época con cuatro escuadrones cada uno, con unos 120 hom
bres por escuadrón como efectivos de plantilla, es decir, tres compa
ñías de 40 hombres.
En cualquier caso, el nivel cualitativo del ejército español al inicio
de la guerra de la Independencia, con ser mejor que el improvisado
posteriormente, deja bastante que desear en comparación con los prin
cipales de Europa. No debe extrañarnos esta circunstancia. En defini
tiva, el ejército español no había participado prácticamente en ninguna
de las guerras europeas a partir del tratado de Basilea y no ha podido,
por tanto, adquirir la experiencia de prusianos o de austríacos. Y cuan
do tiene ocasión de hacerlo, lo hace en una situación general de crisis
y de total quiebra del Estado con las consecuencias fáciles de com
prender.
Es, sin embargo, cierto, como señala acertadamente Albí, que el pa
pel del ejército español en la lucha contra la invasión francesa se ha
valorado más justamente en la historiografía más reciente. Efectivamen
te, en la anterior su papel era considerado como muy secundario cuan
do no con abierto desprecio. A veces por la sobrevaloración de las gue
rrillas y fuerzas irregulares (¡El pueblo en armas!). Otras por fuentes de
5 Ch. J. Esdaile, The Spanish army in the Peninsular War, Manchester, 1988.
18 E l ejército realista en la Independencia americana
G rados
Los grados en el escalafón de fuerzas terrestres, con escasas dife
rencias entre los diferentes tipos de éstas, son los siguientes: como
mandos subalternos, cabos y sargentos, procedentes de las clases de
tropa cuya misión consistía en estar constantemente con ella mante
niendo la disciplina, llevando a cabo misiones como mandar pelotones
para guardias y actividades subalternas en general6. Hasta el comienzo
de la época que nos referimos, es el grado máximo al que se puede
acceder procedente de las clases de tropa. A partir del inicio de la gue
O rdenanzas
Las ordenanzas que regían la organización, táctica, principios mo
rales, etc., del ejército español en la época son, como es sabido, las de
Carlos III de 1768 que, por otra parte, estarán igualmente en vigor en
los ejércitos independentistas durante y aun después de la contienda.
Siguiendo al general Gárate Córdoba, dichas ordenanzas se conserva
rán de mayor a menor grado de fidelidad en los ejércitos del Salvador,
Perú, Argentina, Chile, Colombia...8
En definitiva, los principios de la táctica de campaña establecidos
por dichas ordenanzas —en la parte dedicada a este aspecto— son los
de Federico de Prusia, reformados posteriormente por las innovaciones
introducidas por las guerras de la Revolución y el imperio francés y
puestas en práctica con mayor o menor fortuna en la guerra de Inde
pendencia de España. Por supuesto, no hace falta aclarar que estas or
denanzas rigen en las fuerzas regulares. En las irregulares de cualquier
bando es obvio que se aplican de forma muy «matizada», sin que, ha
bida cuenta del tipo de guerra que estas fuerzas van a practicar, la apli
cación «liberal» de los principios de aquélla redundase en modo algu
no en líneas generales en contra de la eficacia de su actividad bélica.
Por el contrario, como veremos, la regularización de la guerra y de las
fuerzas combatientes tendrá en ocasiones resultados negativos en rela
ción con las tropas de aquel carácter.
Las medidas disciplinarias del momento para las fuerzas en cam
paña son lógicamente severas, si bien su aplicación no siempre es todo
lo oportuna y eficaz que cabría esperar, sin tener en cuenta que en
ciertas circunstancias políticas y estratégicas se llega a veces a situacio
nes en que la disciplina ya no puede mantenerse ni con los más seve
ros castigos. Así vemos que delitos como el de sedición, que en cir
cunstancias normales hubiera sido castigado de forma draconiana, en
multitud de ocasiones no es reprimido o lo es con extraordinaria leni
dad. Lo mismo cabe decir de la deserción, castigada, en campaña con
la pena de muerte, pena que de hecho se aplica en numerosas ocasio
nes, aunque no en todas, ni muchísimo menos: en cualquier caso, es
frecuentísima la fórmula en algún comunicado militar o parte de algu-
C aballería
Importantes diferencias se observan en la organización y ultiliza-
ción de la caballería en la contienda americana y en la Europa de la
época. Las causas son fáciles de comprender. Como es natural, entre
las fuerzas enviadas como refuerzo desde la Península figuran pocas
unidades montadas en relación al total de las tropas expedicionarias;
en cuanto a la caballería autóctona basta recordar simplemente las con
diciones geográficas en la zona en la que va a tener lugar la contienda
para comprender la existencia de una fuerte tradición de fuerzas mon
tadas de características especiales (fronteras de México, del sur de Chile
y Río de la Plata, etc.) y la existencia de diversos grupos de población
muy vinculados al caballo como medio de transporte por dichas con
diciones geográficas: llaneros de Venezuela, indios semi-nómadas del
norte de Nueva España, huasos chilenos, gauchos argentinos, etc., lo
que hará que al tomar parte en la lucha en uno u otro bando aporten
sus peculiares formas de utilización de la caballería.
En la Europa de aquellos años la caballería se organiza en regi
mientos, normalmente de cuatro o cinco escuadrones cada uno, y se
divide en pesada o de línea y ligera. La primera, empleada como fuerza
de ruptura en las batallas, comprende los coraceros y lanceros, fuerzas
estas últimas que conocen un período de expansión a raíz de los éxitos
de los jinetes polacos en las campañas de Napoleón. A la caballería de
línea se asimilan los dragones, tropas proyectadas en principio para
combatir a pie o a caballo según las circunstancias y equipadas al efec
to. La caballería ligera está formada por los húsares, cazadores y che-
vaux-legers y es utilizada para descubiertas, exploración, mantenimiento
de las líneas de comunicación y, en el combate, como cobertura de la
caballería pesada.
La primera diferencia que encontramos, pues, en la caballería tal
como se emplea en la contienda americana es que la clasificación entre
pesada y ligera pasa a ser puramente académica. Todas las unidades de
caballería son utilizadas con la finalidad de una u otra sin diferencia
alguna y el mantenimiento de los nombres de las unidades, como las
E l ejército en España y Am érica 27
de húsares o dragones, es puramente simbólico. Por lo demás, en Amé
rica raramente actúan regimientos de caballería como tales. La unidad
básica es el escuadrón, que se agrupa con otros llegado el caso. Nor
malmente está dividido en tres compañías de unos 40 hombres cada
uno. Los insurgentes usualmente llegan a los 50 hombres por com
pañía.
El armamento tradicional de la caballería son pistolas, sable recto
para la caballería pesada y curvo para la ligera. Los dragones utilizan
un mosquetón algo más corto que la infantería con el mismo sistema
de disparo y prestaciones similares. Y, por supuesto, las unidades de
lanceros utilizan la lanza, que en la contienda americana alcanzará una
gran difusión hasta el punto de que a las fuerzas de caballería se las
computa como «lanzas» en lugar de como «sables». Aquélla mide de
dos a tres metros y bien manejada puede ser un arma de ruptura eficaz
especialmente en los primeros momentos del choque. Después en
cambio puede romperse y, en cualquier caso, ya no ofrecerá las mis
mas ventajas. Igualmente, es menos útil en cierto tipo de terreno, bos
ques, etc., pero, como antes dijimos, será utilizadísima por ambos ban
dos en toda la guerra y después durante la guerra carlista en España,
en que igualmente se identifica a ese arma con los combatientes mon
tados.
Por lo demás, en América combaten numerosos cuerpos de fuer
zas a caballo formados por combatientes irregulares. Los más impor
tantes son los llaneros de Venezuela, que en un primer momento for
man la base del ejército realista de Boves en 1813 y 1814 y
posteriormente pasan en buen número a la insurrección al mando de
Páez, y en el sur los gauchos del norte argentino, que constituirán en
cierta época el núcleo central de las fuerzas que al mando de Güemes
defenderán la frontera contra las invasiones realistas desde el Alto Perú.
Cabría también mencionar a las fuerzas «presidíales» del norte de
México, que mantenían con sus auxiliares indígenas la defensa del te
rritorio contra la acción de los «indios bárbaros» de los territorios de
Texas y Nuevo México.
Por todo ello se puede imaginar fácilmente que la acción de la
caballería en América responde sólo parcialmente a los criterios regla
mentarios y a los principios que rigen su utilización en las contiendas
europeas.
28 E l ejército realista en la Independencia americana
Infantería
El arma de la infantería de ambos ejércitos en la contienda ame
ricana, como en todos las demás de la época, es el fusil de chispa. El
modelo usualmente utilizado por el ejército español es el de 1777-1780
de un metro cuarenta de longitud, cuatro kilos de peso, mecanismo de
disparo por chispa, producida por un pedernal, y un alcance eficaz
de 200 metros, aunque el alcance máximo es mucho mayor. Este fusil,
de diversos modelos, es empleado como arma básica para el combate
a distancia por la infantería. Cada soldado además lleva una bayoneta,
normalmente triangular, de unos 47 centímetros de longitud, que, ca
lada sobre el fusil, es empleada en los combates cuerpo a cuerpo, dan
do así a aquél la utilidad de una pica.
Para el combate a distancia el fusil lanza un proyectil esférico de
plomo de unos 18 milímetros de calibre, aproximadamente, con muy
escasa precisión. Es efectivamente casi imposible acertar un blanco de
reducidas proporciones aun a corta distancia. Por otra parte, debido a
fallos en el sistema de disparo, aproximadamente en un diez por cien
to de los casos no llega a producirse éste y en caso de lluvia la pro
porción de fallos es aún mayor.
Por ello, se impone la táctica de hacer fuego por descargas cerra
das, es decir, simultáneas de todos los componentes de una determi
nada unidad o sección de la misma. La maniobra de carga del fusil se
lleva a cabo en once tiempos, que en la modalidad de carga apresurada
A rtillería
La artillería se divide fundamentalmente en artillería de sitio y de
campaña. Aquélla, formada por cañones de gran calibre, morteros,
obuses..., se emplea para abrir brechas en las fortificaciones de las pla
zas objeto de ataque. Naturalmente no necesitaba una gran movilidad
ni tampoco una rápida cadencia de tiro. La clasificación de este tipo
de piezas se hace por calibres, es decir, por el diámetro de la boca de
las mismas y, en el caso de los obuses, por el tipo de proyectil que
lanzan.
Los calibres son muy variados y pueden alcanzar las quince pul
gadas, aunque en América no abundan las piezas de gran calibre. Por
otra parte, el tren de sitio realista enviado con la expedición Morillo
se pierde casi por completo al volar el navio San Pedro de Alcántara en
el que se le transporta.
Las piezas de la artillería de campaña se clasifican normalmente
por el peso de la bala que lanzan. Así hay piezas de cuatro, seis, ocho
y doce según el peso en libras de aquéllas. Las piezas de cuatro se con
sideran ligeras, las de ocho y doce pesadas. Las de ocho tienen un tubo
de alrededor de dos metros de longitud y un calibre de alrededor de
106 milímetros. Las de cuatro tienen la ventaja de su superior cadencia
de tiro, pudiendo realizar tres disparos por minuto. Las demás sólo
pueden realizar uno o dos disparos.
La Ordenanza de 1802 establece tres cadencias de tiro: fuego pau
sado —un disparo cada tres minutos—, fuego vivo —un disparo por mi
nuto— y fuego «a todo tirar», hasta el máximo posible con cada pieza.
El alcance de las piezas de aquellos tipos es de varios miles de metros,
pero el tiro con un mínimo de eficacia sólo se puede hacer a menos
de mil metros y, en caso de utilizar metralla, el alcance se reduce a
400-600. Ésta suele ser de dos tipos: el primero en el que el cartucho,
un cilindro de metal, contiene 42 balines de plomo, y el segundo en
34 E l ejército realista en la Independencia americana
T áctica
De la descripción de las armas, organización y táctica de los ejér
citos hasta el momento descritas puede inducirse el desarrollo de lo
que llamaríamos la batalla tipo, aclarando inmediatamente que muchas
veces las circunstancias hacen que el desarrollo real de la batalla his
tórica sea completamente diferente del que vamos a describir. Fue Na
poleón el que dijo que no existía un orden natural de batalla. Efecti
vamente, una batalla tipo no se da en unas lagunas heladas como
Eylau, en las faldas de un volcán como el Pichincha, en un terreno tan
abrupto como Ayacucho, y, sin embargo, estas batallas tuvieron lugar,
tal vez porque en los que en ella participaron «se empeñaron en librar
las en lugares de todo punto inadecuados para ello», como se quejaba
un jefe británico refiriéndose a los rebeldes norteamericanos y sus para
él odiosas costumbres bélicas.
Por vía de ejemplo diseñemos un encuentro que pueda servirnos
para hacernos una idea general de los que tienen lugar en la contienda
americana y otras contemporáneas, al menos aquellos en que no se lle
ven a cabo originalidades de ningún tipo y en el que tampoco se den
circunstancias topográficas poco frecuentes (un río entre ambos ejérci
36 E l ejército realista en la Independencia americana
en lugar de, como estaba previsto, sobre unos cañones turcos que es
taban siendo capturados por el enemigo.
Por último, cabría recordar la errática conducta de todo un cuerpo
francés, el de Drouet d’Erlon durante la campaña de Waterloo, que
evidentemente por órdenes malinterpretadas se las arregló para no estar
presente en las batallas de Ligny y Quatre Bras.
En la contienda a que nos referimos se producen lógicamente mu
chísimos ejemplos de esta situación. Por poner uno, el de un momen
to decisivo de la batalla de Vilcapugio, en la que parece ser, según nu
merosas versiones, que coincidió fortuitamente el inicio de una carga
de la caballería realista del comandante Castro con el toque de llamada
de uno de los batallones argentinos, lo que hizo que éste se retirara y
arrastrase a otras fuerzas de su bando con resultados desastrosos para
los insurgentes12.
Decíamos antes que la interpretación equivocada de unas órdenes
o simplemente la no recepción de las mismas no siempre tiene conse
cuencias negativas, y es frecuente que la iniciativa de un jefe que actúa
sin o incluso contra las órdenes recibidas tenga un resultado favorable.
Este fenómeno estaba incluso previsto en las normas de acceso a la
Orden de María Teresa en el ejército austríaco, que se concedía, entre
otros, a aquel jefe del ejército que, sin o contra órdenes recibidas, ob
tenía algún éxito de importancia; no hace falta aclarar que si fracasaba
en estas circunstancias era fusilado.
En cualquier caso, sea de quien sea la victoria en un encuentro,
sus causas-efectos son ante todo morales. Ya hemos visto cómo aquélla
se suele producir por la retirada de las fuerzas atacadas antes de que se
llegue al choque definitivo. En cuanto a las consecuencias principales
de la derrota, son las tácticas o estratégicas del abandono del campo
de batalla y zonas próximas, a veces hasta una gran distancia del mis
mo. En cuanto a las bajas se producen en su mayor parte en la explo
tación del éxito, en la fase final de la batalla o inmediatamente des
pués, y la mayor parte de éstas son prisioneros, e incluso en ocasiones
todo el ejército vencido se acoge a capitulación. En la batalla propia
mente dicha las bajas del vencido no son normalmente demasiado su
periores a las del vencedor y no es infrecuente que sean similares. Ya
ésta, los llamados aproches, para evitar el fuego enemigo hasta un pun
to intermedio entre la primera trinchera y las fortificaciones. Aquí se
practica una segunda trinchera paralela y en la misma o junto a ella se
establecen las baterías de la artillería de sitio, que, protegidas por for
tificaciones de fortuna y por fuerzas de infantería contra posibles sali
das de la guarnición sitiada, inician un bombardeo que puede durar
días, semanas o incluso meses con objeto de silenciar la artillería de
ese sector de la plaza y abrir una brecha en sus fortificaciones. Mien
tras tanto, con el mismo procedimiento antes descrito de trincheras en
zig-zag, los sitiadores se aproximan hasta prácticamente las primeras
fortificaciones enemigas, donde nuevamente trazan una trinchera, la
tercera paralela, por tanto. En ella se sitúan fuerzas escogidas de las
tropas atacantes que a lo largo de los días siguientes, mediante ataques
protegidos por explosión de minas y golpes de mano, se apoderan de
las primeras obras de fortificación y tratan de rellenar el foso con res
tos de ellas en el punto inmediato a la brecha que ya ha abierto para
este momento el bombardeo artillero de los sitiadores.
Debe aclararse que, según las costumbres de la época, incluso en
guerras civiles como la que nos ocupa, hasta este momento las fuerzas
sitiadas, tras haber resistido cierto tiempo, normalmente en condicio
nes muy difíciles, pueden capitular con los sitiadores consiguiendo
condiciones más o menos favorables para la entrega de la plaza. Otra
cosa es si prolongan la resistencia más allá de abierta la primera bre
cha. A partir de ese momento, si la ciudad resiste y tenía que ser to-
E l ejército en España y América 41
mada por asalto, se considera que las fuerzas vencedoras están en su
derecho a saquearla y no dar cuartel a la guarnición. No vamos a re
cordar aquí tantos casos producidos en España durante la guerra de
Independencia: Ciudad Rodrigo, Badajoz, San Sebastián..., aunque,
como ya hemos apuntado, éstos son casos relativamente raros y lo más
habitual es que tras una defensa más o menos prolongada, las plazas
capitulen. Si no lo hacen, son tomadas al asalto. Las fuerzas atacantes,
partiendo de la trinchera más próxima a la brecha, tratan de arrollar
sus eventuales obras de defensa y penetran en la ciudad generalmente
a costa de buen número de bajas.
E l ejército de A mérica
Historia
Para la defensa de las posesiones americanas de España se siguie
ron diferentes sistemas desde la época de la conquista hasta la contien
da que nos ocupa 13. El primero, empleado en la época inmediatamen
te posterior al descubrimiento, es el de la hueste, de origen medieval,
constituida por las fuerzas organizadas por un encomendero, que reci
be de la Corona una patente para gobernar o colonizar un determina
do territorio, corriendo él con la organización de la fuerza militar ne
cesaria para ello. El profesor Demetrio Ramos ha señalado la diferencia
entre ésta y la hueste feudal de Castilla de los últimos tiempos de la
Edad Media y su relación más próxima con la organización de la Ma
rina. Básicamente la diferencia fundamental es el carácter voluntario de
los miembros de dicha hueste, no ligados al encomendero con ningu
na relación previa de vasallaje feudal o por su adscripción a un deter
minado municipio y gremio.
Este sistema defensivo es sustituido, terminada la fase de la Con
quista y aparte del transitorio y rápidamente desaparecido de las plazas
y guarniciones territoriales a cargo de fuerzas organizadas por enco
menderos, por el de fuerzas de la Corona para la defensa de los terri
torios así adquiridos. Las primeras son las compañías presidíales, desti
Organización
Del pequeño resumen histórico que antecede se deducen los tipos
de fuerzas que defienden las posesiones españolas al comienzo de la
contienda independentista y, por tanto, las que formarán los primeros
contingentes que se enfrenten a los insurgentes. Son, como hemos vis
to, de cuatro categorías, cinco si queremos ser exhaustivos.
a) Las unidades del Ejército de Refuerzo, es decir, las unidades ex
pedicionarias enviadas desde la Península. En el momento de iniciarse
la contienda no se encuentra en el continente ninguna fuerza terrestre
de ese tipo. Sin embargo, desde pocos meses después del inicio de los
movimientos revolucionarios de importancia, comenzarán a llegar uni
dades de refuerzo peninsulares, con las limitaciones, sobre todo en los
primeros meses, debidas fundamentalmente a la situación creada en la
Península por la invasión napoleónica.
b) Las unidades veteranas o fijas adscritas al servicio en Ultramar,
a las que aludimos también con el nombre de Ejército de Dotación.
Relativamente muy poco numerosas, dada la gran extensión del
territorio a que están adscritas, no hay gran diferencia ni cualitativa ni
cuantitativa en relación con la etapa anterior a finales del siglo xvm,
en que fueron creadas la mayor parte de las unidades de este tipo. Un
caso especial lo representan las organizadas en Buenos Aires para la
defensa del Río de la Plata contra las invasiones inglesas. Aparte de
éstas, al comienzo de las guerras producidas por la Revolución francesa
y hasta el comienzo de la revolución hispanoamericana, sólo se crea
un regimiento de dos batallones para la defensa de la isla de Chiloé
en el virreinato del Perú. Ya iniciada la guerra y en el marco del es
fuerzo bélico realista, se crean unidades asimiladas a veteranas en el
Perú, se elevan a este tipo unidades de milicia y se aumentan los efec
tivos de otras preexistentes 15.
puede ser cierto en algunos casos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que muchos de
esos castigos no se debían a una mala conducta militar propiamente dicha, y, por tanto,
el haber sido impuestos a un oficial no implica necesariamente su incompetencia desde
aquel punto de vista. Un ejemplo de lo que antecede es el caso del coronel Figueroa, de
los Dragones de la Frontera en Chile, destino al que se le envió por su conducta con
personas del sexo opuesto, conducta que siguió observando en aquel reino, hasta que
fracasada una tentativa de derribar a la Junta revolucionaria, organizada por él, fue fusi
lado en 1811.
E l ejército en España y Am érica 45
En cualquier caso, las unidades de milicia provinciales, además de
las misiones bélicas en que participan en mayor o menor medida, tie
nen la importante utilidad de ser empleadas como centros de recluta
miento y selección de los futuros componentes de fuerzas veteranas,
así como para el reemplazo de bajas, la creación de unidades nuevas
—asimiladas a aquéllas— e incluso, como veremos, la de unidades «pe
ninsulares» creadas en América sobre la base de una pequeña fracción
—tipo compañía— de las realmente expedicionarias y completadas con
fuerzas americanas.
Al comienzo de las insurrecciones americanas existen, en muchos
casos sólo sobre el papel, alrededor de 100 regimientos de infantería
de milicia, unas 140 compañías independientes y cerca de 90 cuerpos
de caballería, la mitad de dragones. Más adelante veremos con más de
talle cuáles de estas unidades tienen más valor militar y pueden ser em
pleadas en alguna misión bélica. Un hecho que en algunas zonas de
América tuvo cierta importancia en la contienda es la ubicación inicial,
en tiempo de paz, de las unidades de milicia, que, por ello, pudieron
actuar a veces decisivamente en los primeros momentos del alzamien
to, determinando en ocasiones la suerte de ciudades o territorios de
importancia.
De todas formas la adscripción inicial a un bando o a otro de
estas unidades obedece generalmente a razones complejas, de las que
apuntaremos alguna al referirnos a los aspectos «ideológicos» del con
flicto.
Sí puede, por el contrario, afirmarse desde ahora que, sin la leal
tad a la causa realista de buen número de unidades de milicia, como
sabemos casi absolutamente americanas, en los primeros meses o inclu
so años de la guerra, los diversos movimientos revolucionarios hubie
ran podido triunfar sin oposición alguna en todo el continente aun si
se hubiese dado el caso de que las muy escasas unidades veteranas o
fijas, por otra parte también formadas en buena proporción por ame
ricanos, no hubieran secundado los alzamientos independentistas, cosa
que como veremos no siempre ocurrió 16.
d) La siguiente categoría de fuerzas americanas es la de las milicias
urbanas o no regladas. Se trata de unidades locales destinadas al servi
Fortificaciones
Mención especial en este capítulo sobre la defensa de la América
española merece la fortificación de plazas y puntos estratégicos del he
misferio, algunos de los cuales jugarán un papel importante en la con
tienda independentista como lo habían jugado anteriormente en los
conflictos con Inglaterra y Francia.
El desarrollo de la artillería a lo largo de los siglos xv y xvi hace
que pronto las fortificaciones medievales queden obsoletas por la po
sibilidad de abrir rápidamente brecha en ellas, lo que motiva que, a
partir de fines del siglo xvi y principios del xvn, aparezca en diferentes
países de Europa una escuela de ingenieros militares que idea nuevos
sistemas de fortificación acordes con las nuevas necesidades. En Ho
landa Coehorn, en Francia Vauban y en España, Fernández de Medra-
no sistematizan los principios con los que se construyen a lo largo de
esos siglos las fortalezas que defenderían las ciudades fronterizas o cos
teras de Europa o de las posesiones europeas en otros continentes. La
fortificación alcanza pronto la categoría de un auténtico arte y todavía
en nuestros días quedan muchas muestras de las obras producidas por
sus artífices.
El desarrollo de los sistemas de fortificación hace que, como es
sabido, las principales acciones de las guerras europea de la época estén
constituidas por sitios y ataques, dándose casos como el del general
inglés Marlborough, que, durante diez campañas en la guerra de Suce
sión de España, participó en sólo cuatro batallas y sostuvo cerca de
treinta sitios.17
R esumen histórico
Entre el proceso que conduce a la Independencia de las posesio
nes españolas en la América continental y la lucha en la Península
contra la invasión napoleónica, existe una concatenación tan estrecha,
cronológica y de causa-efecto, que resulta difícil mencionar uno de los
acontecimientos sin hacer referencia al otro.
Conocidas son las circunstancias que condujeron a la invasión
francesa de España en 1808: aspiraciones de Napoleón de unir la Pe
nínsula a su sistema continental más allá de la más o menos estrecha
alianza que existía entre España y el Imperio francés, creciente inter
vención en los asuntos internos de España (juego entre Godoy y el
partido fernandino), necesidades o pretextos estratégicos para la lucha
con Inglaterra con la ocupación y satelización de Portugal, aliado tra
dicional de aquélla, todo lo cual pone en dificilísima situación al go
bierno español de aquel momento. La ocupación disfrazada de parte
del territorio peninsular por los ejércitos franceses a partir del invierno
de 1807 a 1808 y la actividad de los enemigos del primer ministro Go
doy conducen al motín de Aranjuez, la abdicación del rey Carlos IV y
la reacción de Napoleón, que decide acelerar el proceso de su interven
ción en España. Sabido es cómo se lleva a cabo la entrevista de Bayo
na y la forzada cesión de la Corona española a Napoleón, el cual a su
vez la adjudica a su hermano José, hasta aquel momento rey de Ná-
poles. A esto siguen casi inmediatamente alzamientos en todas las pro
vincias españolas, que triunfan en los puntos no ocupados por las fuer
zas francesas, sorprendidas por la amplitud de un movimiento que
56 E l ejército realista en la Independencia americana
L IM IT E S R E A L E S D E LD O M IN IO E S P A Ñ O L
Z O N A S D E A C T I,V ID A D G U E R R I L L E R A
I N D E P E N D E N T I S T A .(M e 1 iic o , A l t o P e r ú )
Ú LT IM O S T E R R IT O R IO S R E A L IS T A S
( EN C A D A A R E A )
Z O N A S D E R E A C C I O 'N R E A U S T A
L O S L L A N O S t 8 t 3 - H 4 , M E R ID IO N
N E O G R A N A D IN O , E T C .
62 E l ejército realista en la Independencia americana
E strategia
En el capítulo anterior hemos visto el desarrollo de los movimien
tos revolucionarios iniciales en la América española y cómo, vencidos
los que podemos llamar «prehistóricos» (tentativas de Miranda, alza
mientos de Quito y el Alto Perú), a lo largo de 1810 el movimiento
insurreccional alcanza proporciones gigantescas: alzamientos en prácti
camente todo el virreinato de Nueva Granada, Buenos Aires y Chile,
que triunfan casi sin resistencia, e insurrección indigenista en México,
que en poco tiempo se extiende como mancha de aceite por las zonas
medias de la Nueva España. Así pues, a finales de 1810 la situación
estratégica de las fuerzas que responden a la Corona española es la si
guiente: en América del Norte y Central, conservan firmemente las
Antillas, la capitanía general de Guatemala y algunas de las zonas poco
pobladas y de escasa importancia del norte del virreinato de Nueva Es
paña. En las zonas central y del sur de este virreinato, las fuerzas in
surreccionales ocupan, aunque no de forma continua, un amplio terri
torio que se extiende progresivamente. Las fuerzas del Rey controlan
6 Para los partidos durante la «Patria Vieja» ver S. Collier, Ideas and politics of chi-
lean independence, Cambridge, 1968, pp. 82 y ss.
70 E l ejército realista en la Independencia americana
sobre todo contra el Alto Perú, que ocupan fácilmente, teniendo como
objetivo último, que no podrán alcanzar, la Ciudad de los Reyes, Lima,
cuya caída conllevaría seguramente la de toda la Suramérica realista.
Vemos que la estrategia seguida por los insurrectos de Buenos Aires es
correcta, procurando anexionar a su dominio las zonas periféricas del
antiguo virreinato (Montevideo y el Paraguay) y dirigiendo el esfuerzo
principal contra el Alto Perú donde cabe esperar un ambiente favora
ble a la insurrección y que pertenece, en el momento de la insurrec
ción de mayo, a la misma entidad administrativa. El proseguir la ope
ración hacia Lima mientras se crea posible, como creen los gobernantes
revolucionarios y el «comisario político» de la expedición, Castelli (cé
lebre se hizo su frase poco antes de la batalla de Guaqui: «quiera Dios
o no lo quiera venceré a Goyeneche»), es un objetivo que plantea gra
ves problemas logísticos, pero se cuenta con que la presencia de fuer
zas insurrectas en el territorio peruano encontrará todo tipo de facili
dades por razones políticas en la lucha contra las aterradas autoridades
de Lima.
Por lo que respecta a Chile, no tiene los medios ni militares ni
navales para siquiera colaborar en operaciones ofensivas fuera de su te
rritorio, ni lo permiten sus circunstancias políticas internas.
A las fuerzas realistas del Perú se les ofrecen varias alternativas es
tratégicas. Una, claro está, la meramente defensiva en las fronteras de
Guayaquil y del Desaguadero (el desierto de Atacama hace que no
exista posibilidad de contacto con los insurgentes de Chile). Sin em
bargo, la debilidad de la insurrección de Quito aconseja, sin duda al
guna, la ofensiva contra ella, antes de que pueda establecer contacto
con las zonas rebeldes de Nueva Granada. En el Alto Perú, supuesta la
derrota —como de hecho ocurrió— de las fuerzas de Buenos Aires, una
estrategia de desarrollo fácil y poco costoso consiste en la reconquista,
al menos del territorio del Altiplano. Más dudosa, dadas las escasas
fuerzas militares disponibles, los problemas logísticos y el riesgo de
operar con las espaldas no aseguradas por la posibilidad de nuevas re
voluciones en el Alto Perú, es la conveniencia de invadir el Tucumán
e, incluso, pensando a lo grande, emprender la marcha sobre Buenos
Aires. Abascal se muestra remiso a estas últimas alternativas en 1811-
1812, pero las peticiones de Vigodet desde Montevideo en ese sentido
—que obviamente aliviarían su situación e incluso le ofrecerían posibi
lidades ofensivas en caso de que las fuerzas de Lima obtuviesen éxitos
(1809-1815) 73
de importancia en su campaña—, y la creencia, cierta aunque algo de
senfocada, del virrey de que Buenos Aires es la casa madre de la revo
lución suramericana, la nueva Babilonia rebelde, cuya reducción ten
dría unas consecuencias obviamente decisivas en el desarrollo de la
guerra, hace que la operación se intente cada vez que las derrotas de
un ejército bonaerense en el Alto Perú lo permiten. No debe olvidarse,
por otra parte, el atractivo que esta región ejerce sobre los «doctores de
Chuquisaca» encumbrados al poder en Buenos Aires, que, por otra
parte, la consideran naturalmente perteneciente al área de influencia del
naciente Estado rioplatense.
Otra posible alternativa de las fuerzas de Lima es la de intentar
desde los primeros momentos la reconquista de Chile. Pero el costo
de una expedición naval de gran envergadura es como mínimo tan
grande como el de una caída en fuerza sobre el Tucumán y Córdoba.
Además, un observador clarividente como Abascal puede valorar ade
cuadamente la conveniencia de dejar que la situación interna chilena
se vaya pudriendo y, pasado algún tiempo, dar el golpe de gracia, como
de hecho se hará a partir de 1813 con la expedición Pareja. Por último,
abandonando total o parcialmente las alternativas antes mencionadas,
las fuerzas limeñas pueden dedicar su esfuerzo principal al norte, sobre
los insurrectos de Santa Fe, con la ayuda de las fuerzas leales de Pasto
y Popayán. Sin embargo, todo aconseja lo contrario: una actividad de
fensiva en el sur de Nueva Granada y el esfuerzo principal sobre los
rebeldes bonaerenses, con gran diferencia los de más posibilidades mi
litares, estratégicas y económicas de todo el continente. Parece obvio
que la victoria total sobre Buenos Aires tendría unos efectos mucho
más decisivos que la toma de Santa Fe o Cúcuta.
Tal vez estos comentarios sobre la estrategia de ambos conten
dientes en esta fase de la lucha puedan parecer excesivamente confor
mistas, pero entendemos que aquélla es la que las circunstancias geo
gráficas, militares y políticas aconsejan como más eficaz que sus
alternativas.
En las otras áreas de América del Sur la estrategia ofrece menos
posibilidades. La escasa fuerza de ambos contendientes en Venezuela
durante la primera fase de la contienda no permite la planificación de
operaciones de importancia, hasta la llegada de un pequeño refuerzo
74 E l ejército realista en la Independencia americana
E l ejército realista
Nueva España
Como hemos visto, la revolución de México comienza en sep
tiembre de 1810 con el «grito de Dolores» y la insurrección que pren
de con violencia en amplias zonas de la Tierra Caliente amenazando
seriamente el poder virreinal. Éste, en el momento del inicio de las
hostilidades, cuenta con las siguientes fuerzas militares: como tropas
de infantería veterana, además de la simbólica unidad de alabarderos
de la guardia virreinal, los regimientos de la Corona, Nueva España,
México y Puebla, el batallón fijo de Veracruz y algunas compañías
independientes situadas en los puertos más importantes (Acapulco,
San Blas...). Existen, además, tres regimientos de dragones: España,
México y el Carmen, formados cada uno por cuatro escuadrones. Las
milicias provinciales cuentan con las siguientes unidades: regimientos
de infantería de México, Tlaxcala, Puebla, Tres Villas, Toluca, Celaya
y Valladolid, todos ellos a dos batallones de cinco compañías, con
una plantilla teórica de 1.250 hombres en tiempo de guerra; batallo
nes de infantería de Guanajuato, Oajaca y Guadalajara y dos compa
ñías independientes.
La caballería de las milicias disciplinadas está formada por los re
gimientos (a cuatro escuadrones cada uno) de Santiago, Príncipe, Pue
bla, San Luis, San Carlos, Reina, Nueva Galicia, Michoacán y Lanceros
de Veracruz.
Unas llamadas Compañías fijas de Blancos y Pardos se encuentran
agrupadas en nueve «divisiones», de cinco a ocho compañías cada una.
Por último, el virreinato completa su defensa con unas formaciones pe
culiares, los llamados Cuerpos fijos de la Frontera, en número de tres,
14 Entre las fuerzas virreinales mencionadas hemos incluido solamente a las que se
encuentran en los territorios de la Nueva España propiamente dicha en los que tuvo
lugar la contienda. En zonas pertenecientes al virreinato, al menos jurídicamente, pero
con total independencia del mismo en la práctica, se encuentran las fuerzas de Yucatán
y Centroamérica —capitanía general de Guatemala—, formadas por dos batallones vete
ranos, ocho de milicias disciplinadas, media docena de escuadrones de dragones del mis
mo tipo y alguna compañía independiente, unidades todas ellas muy por debajo de sus
efectivos de ordenanza. Las de ambas Floridas, guarnecidas por el Regimiento de Luisia-
na, con dos batallones. Y por último los de las Antillas, Cuba, Santo Domingo (recobra
da tras un alzamiento contra los franceses en el año 1809) y Puerto Rico; respectivamen-
(1809-1815) 79
A las fuerzas rebeldes se les han ido sumando 15, a veces tras ha
berles ofrecido alguna resistencia, gran parte o la totalidad de los regi
mientos de milicia provincial de Dragones de la Reina —sublevado por
los oficiales criollos Allende y Aldama—, el batallón de Guanajuato, el
regimiento de Valladolid, los regimientos de Tres Villas y Celaya, otros
tres regimientos de Dragones de milicia provincial y algunos de las
fuerzas de los cuerpos de frontera. Sin embargo, debe hacerse la mati-
zación de que estas unidades, una vez integradas en el ejército insur
gente, formado en su abrumadora mayoría por masas de indígenas sin
instrucción militar, al poco tiempo se asimilan a éstas, relajándose la
disciplina y perdiéndose en gran parte la organización y eficacia que
cabría esperar de fuerzas militares regulares.
Por su parte, las fuerzas realistas, una vez sufrida la merma en
sus efectivos a que hemos aludido, se aprestan en cualquier caso con
decisión a la lucha contra los insurgentes. Gozan, en general, del apo
yo, a diferencia de otros puntos de América, de las clases altas e ilus
tradas del virreinato, dado el carácter acusadamente indigenista de la
insurrección. Apoyo que durará durante toda la contienda y que, in
cluso, en el momento de la Independencia dará a ésta un carácter pe
culiar.
Las fuerzas realistas se agrupan en formaciones que irán comba
tiendo a la insurrección donde ésta se va extendiendo de una forma
un tanto anárquica.
En enero de 1811, una columna realista al mando del brigadier
Calleja derrota a las huestes de Hidalgo en el puente de Calderón, tras
lo cual la situación experimenta una importante mejoría. Las fuerzas
realistas obtienen éxitos en el norte y, en marzo de 1811, el estado
mayor de la revolución es hecho prisionero en Chihuahua siendo poco
tiempo después ejecutados Hidalgo, Aldama, Allende y otros. Sin em-
te, dos regimientos veteranos, cinco batallones de milicias de infantería y dos de milicias
de caballería; unidades de milicias (poco organizadas) y un batallón veterano, otro de
milicias de infantería y otro de caballería.
Todas estas fuerzas no tuvieron apenas participación en la contienda y su papel fue,
por tanto, simplemente disuasorio, si bien en el caso de Centroamérica debieron repri
mir, con toda facilidad por otra parte, algún pequeño alboroto o conato de insurrección.
15 Albí, op. cit., pp. 71-72.
El ejército realista en la Independencia americana
oo
o
(1809-1815) 81
bargo, la bandera de la insurrección ha sido recogida en el sur por el
cura Morelos, que consigue algunos éxitos y domina, aunque de forma
discontinua, ciertas regiones en la parte meridional y occidental del vi
rreinato.
Las fuerzas realistas que, como acabamos de ver, han conseguido
un respiro tras la derrota de Hidalgo, tratan de reclutar nuevas tropas
para sustituir a las que pasaron a la insurrección. Para ello, se eleva a
regimiento al Batallón fijo de Veracruz, en el cual serviría como oficial
Antonio López de Santa Anna, e igualmente al batallón de milicia pro
vincial de Guanajuato, reorganizado tras la derrota de Hidalgo. Asimis
mo, se crean tres batallones de infantería ligera y se despliega el bata
llón auxiliar de la isla de Santo Domingo con nueve compañías,
asimilado a tropas veteranas. Creado para guarnecer dicha isla tras su
recuperación en 1809, fue enviado a México tras la gravedad de la si
tuación en el virreinato. Por otra parte, la experiencia bélica que van
adquiriendo en una lucha tan dura las demás unidades de milicias dis
ciplinadas hace que éstas alcancen pronto una calidad comparable a la
de aquéllas.
En cuanto a las milicias urbanas, como antes mencionamos, dadas
las características de guerra irregular que toma la contienda en muchas
zonas del virreinato, pueden actuar como unidades combatientes refor
zando las unidades de choque para servicios auxiliares o relevándolas
de misiones como vigilancia de ciudades o líneas de comunicación.
Para ello son combinadas con unidades de las milicias disciplinadas y
agrupadas en «brigadas» en número de diez, adscritas a la actuacción
en diferentes zonas del virreinato. Además, se crean nuevas unidades.
Entre ellas, el Cuerpo de Patriotas de Fernando VII con tres batallo
nes de cinco compañías en México y, el regimiento de infantería de Vo
luntarios de Fernando VII, a 10 compañías en Veracruz. Por último,
las cinco «divisiones» de Compañías de Pardos del sur son elevadas a
siete.
Ya en 1813, se crean tres nuevas unidades de caballería: los Dra
gones del Rey, los Fieles de Potosí y los de Moneada, que se distin
guirán en las campañas posteriores, así como tres batallones de infan
tería ligera: Zacatecas, Provisional del Sur y Fernando VIL Además, se
movilizan milicias locales que actuarán a modo de policía rural con
tra las partidas menores de guerrilleros insurgentes. Las fuerzas realis
82 E l ejército realista en la Independencia americana
tas en Nueva España, contando las tropas de todos estos tipos, llegan
a alcanzar un número bastante elevado por comparación con otros
territorios de América. Entre los mandos de estas fuerzas figuran di
versos oficiales que tendrán papeles importantes en el México inde
pendiente: Santa Anna, Filísola, Urrea, Arista, Gómez Pedraza, Bus-
tamante, Cos.
Por otra parte, a partir de 1811 comienzan a llegar unidades pe
ninsulares de refuerzo. Ya aludimos al criterio con que aquéllas son
enviadas a las diferentes áreas en conflicto. Entre 1811 y 1813, llegarán
al virreinato, al que acceden por el puerto de Veracruz, un total de
ocho regimientos peninsulares con un total de siete a ocho mil hom
bres. Dichas unidades son las siguientes: batallón del Primero Ameri
cano; Tercer Batallón de Asturias (está unidad inmediatamente después
de su llegada a Nueva España perdió en combate prácticamente el to
tal de los efectivos, resultando 215 muertos y 370 prisioneros en poder
de los insurgentes; posteriormente, se reorganizó, como era frecuente
en todas las poblaciones americanas, con personal de recluta local,
americanos o españoles allí residentes aunque se les seguirá consideran
do como unidad peninsular a todos los efectos); Segundo Batallón de
Tiradores de Castilla; Batallón de Lobera; Tercer Batallón de Zamora;
Batallón de Fernando VII; Primer Batallón de Extremadura y Batallón
de Saboya.
A todo esto, insurgentes y realistas prosiguen con gran actividad
sus operaciones a lo largo de los años siguientes. El nuevo jefe supre
mo de aquéllos, Morelos, trata por un lado de organizar un ejército
digno de tal nombre y por otro, de dar a la lucha una apariencia más
moderada (no por ello menos radical en sus objetivos) que su antece
sor, con lo cual ganará el apoyo, o la no hostilidad, de ciertas catego
rías de la población. Los realistas toman Cuautla tras un largo asedio
(mayo de 1812) y al año siguiente Morelos ocupa Acapulco pero fra
casa ante Valladolid (hoy Morelia). En 1814, las fuerzas realistas obtie
nen éxitos en todos los sectores, recuperan Oajaca y Acapulco, y en
1815 es derrotado el mismo Morelos, siendo poco después capturado
y ejecutado, lo que marca el inicio de una nueva fase, que durará hasta
1821, en el desarrollo de la contienda en Nueva España.
(1809-1815) 83
Venezuela
En la Capitanía General de Venezuela, como resultado directo de
la ocupación de Andalucía por las fuerzas de Soult, se constituye una
Junta que destituye al capitán general Emparán y que se impone sin
apenas resistencia en gran parte del territorio: Cumaná, Mérida, la isla
Margarita, que será uno de los bastiones rebeldes en casi toda la con
tienda, etc. Los realistas, tras las primeras semanas en que se clarifican
algunas posiciones, dominan en la Guayana y la región próxima a la
bahía de Maracaibo, esta ciudad y Coro, que será la principal base rea
lista en esta primera fase de la contienda. Por otra parte, el alzamiento
de Caracas encuentra muy poco eco popular y ningún entusiasmo, y
muchas regiones, como por ejemplo Los Llanos, de donde saldrá la
formidable reacción realista de 1813-1814, lo siguen de una forma pa
siva sin participar en la revolución.
En cualquier caso, las fuerzas con que inicialmente cuentan am
bos bandos son muy exiguas. Como fuerzas veteranas, los realistas
cuentan con cuatro compañías de infantería en Maracaibo y tres en
Guayana. Posteriormente, se les unirá un fracción del Batallón de Ca
racas. De milicias provinciales tienen, el batallón de Blancos de Valen
cia con nueve compañías, cuatro compañías en Guayana, un batallón
con nueve compañías (cinco de Blancos, cuatro de Pardos) en Mara
caibo y un batallón de Pardos en Valencia.
Por su parte, los independentistas organizarán desde el primer mo
mento un pequeño ejército al mando del marqués de Toro, para tratar
de imponerse a las provincias «rebeldes» (a la supremacía de Caracas).
Para ello, contarán con las fuerzas veteranas y de milicias existentes en
las zonas en que triunfó el movimiento de abril y con los voluntarios
que puedan allegar. Son aquéllas, como tropas veteranas, un batallón
incompleto en Caracas, tres compañías en Cumaná y uno en la isla
Margarita. De milicias, los batallones de Blancos de Caracas y Aragua,
la caballería de Caracas y Cumaná (tres escuadrones) once compañías
de infantería y dos de caballería de esta última ciudad y los batallones
de Pardos de Caracas y Aragua.
Con estos elementos, el marqués de Toro se entrega a unas pe
queñas operaciones contra Coro y Valencia, sin éxito alguno. Poco
después, llega a Venezuela el «precursor» Francisco de Miranda que,
tras la proclamación de la Independencia en julio de 1811, se hace car
84 E l ejército realista en la Independencia americana
go del mando del ejército con el que logra tomar Valencia. Pero la
debilidad de ambos bandos y el escaso entusiasmo que despierta la «re
pública boba», en manos de la aristocracia caraqueña, hace que las
operaciones militares tengan un tono menor y se llegue a una situa
ción de tablas que será rota cuando en marzo de 1812 el capitán de
fragata Monteverde, llegado de Puerto Rico con un exiguo refuerzo
para los realistas de Coro y Maracaibo, inicie la reconquista de los te
rritorios en poder de los republicanos.
Cuenta para ello con tan escasos elementos como 130 hombres
de infantería de marina, unos 400 de las fuerzas veteranas de Maracai
bo y otras, que antes enumeramos, y hasta un millar de milicianos en
tre ellos urbanos de Coro y otras poblaciones 16.
Pero aun así, conseguirá fácilmente vencer a las fuerzas insurgen
tes que en gran parte se pasarán a sus banderas. Caen una tras otra las
ciudades en poder de los republicanos, se sublevan los esclavos de la
región de Barlovento y un grave terremoto destruye Caracas, lo que se
considera como castigo divino: «en Jueves Santo (la insurrección de
1810) la hicieron, en Jueves Santo la pagaron». Una insurrección en
Puerto Cabello y la capitulación de Miranda ponen fin a la campaña.
C uerpos O f ic ia l e s C ir u j a n o s P lazas T o t a l id a d
i6 Publicado por J. I. Zabala: Resumen de la campaña..., Cádiz, 1813, con una intención
algo polémica, para resaltar la participación de fuerzas locales en la campaña, cuyo peso
llevó, aun dado su escaso número, la unidad de infantería de marina.
(1809-1815) 85
Algunos oficiales insurgentes, entre ellos Bolívar, detienen a su general
y lo entregan a Monteverde el cual lo envía a España donde será en
carcelado en Cádiz hasta su muerte, varios años después.
Sin embargo, Monteverde, que asume las funciones de capitán ge
neral, lleva a cabo una, acaso, excesivamente dura represión, lo que
posiblemente le enajena a algunos sectores de la población hasta en
tonces próximos a la causa realista o neutrales, favoreciendo el reco
mienzo de la guerra en 1813, dirigida esta vez por Bolívar, que lleva a
cabo su «campaña admirable» partiendo desde la Nueva Granada in
surrecta.
Para entonces las fuerzas realistas en la capitanía general están for
madas por antiguas unidades veteranas y de milicias disciplinadas de la
provincia que han sido reorganizadas por Monteverde, aunque sus
efectivos no están completos ni mucho menos; a ellas hay que añadir
las unidades llamadas de Voluntarios de Fernando VII, creadas tras la
derrota de la primera insurrección y que defenderán Caracas contra
Bolívar, y dos unidades formadas en la zona de la provincia que per
maneció fiel durante la primera insurgencia, bautizadas con los nom
bres de Sagunto y Numancia (no deben ser confundidas con otras uni
dades realistas que tuvieron el mismo nombre). Por último, en
septiembre de 1813 las fuerzas realistas recibirán el primer refuerzo en
número apreciable procedente de la Península (ya hemos visto cómo
antes había llegado el pequeñísimo aunque muy eficaz refuerzo de la
infantería de marina de Monteverde); se trata del tercer batallón del
Regimiento de Granada, formado por un total de unos 1.000 hombres,
que llegan a Puerto Cabello en septiembre de ese año y que entran
inmediatamente en combate contra las tropas de Bolívar. Sin embargo,
y como veremos, no serán estas fuerzas peninsulares o regulares las que
acabarán con la segunda república venezolana.
Antes de que comience la reacción dirigida por Boves con las
fuerzas reclutadas en Los. Llanos, las tropas regulares realistas han sido
derrotadas por Bolívar y sus generales en repetidos encuentros, hacién
dolas refugiarse en contadas fortalezas de la costa. En las zonas domi
nadas por las fuerzas rebeldes, éstas practican la «guerra a muerte» pro
clamada por Bolívar al inicio de su campaña, llevando a cabo matanzas
indiscriminadas y atrocidades de todo tipo tanto contra los peninsula
res como contra los venezolanos partidarios de la causa realista. Por
ejemplo, en febrero de 1814 tiene lugar la ejecución, por orden de
86 E l ejército realista en la Independencia americana
18 L. Bermúdez de Castro, Boves, el león de Los Llanos, pp. 82 y ss., Valdivielso, José
Tomás Boves, pp. 58 y ss.; 112.
19 T. Pérez Tenreiro, Boves, primera lanza del rey, p. 92.
20 J. E. Casariego, Reivindicación del mariscal asturiano Boves, 1982.
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l GUAYANA
'. A n g o s t u r a
BATALLAS
A L Z A M IE N T O S P O S T E R IO R E S A LO S A N T E R IO R E S
ZO N A EN D IS P U T A 1 8 1 1 -1 5 , 1 8 1 9 -2 1
L IM IT E S D EL D O M IN IO E S P A Ñ O L 1 8 0 9
L IN E A D E L A R M IS T IC IO D E 1 8 2 0
FRENTE EN A B R I L D E 1 8 2 1 ( F in d o l A r m is t ic io )
C A M B tÑ A D E M O N TEVER D E 1812
R U T A D E L A E X P E D I C I O 'N M O R IL L O Y C A M P A Ñ A
D E N U E V A G R A N A D A . 1 8 1 5 -1 6
C A M P A Ñ A S DE B O LIV A R
----------------- ► CAM PAÑA A D M IR A B L E 1813
CAMPAÑA DE 1817
CAM PAÑA DE 1818
----------------- ► CAM PAÑA DE 1819
33 CAM PAÑA
U L T IM A C A M P A Ñ A
(1809-1815) 91
inverosímil, ya que, según los censos de población de Venezuela, ésta
tenía 767.000 habitantes en 1812 y 637.000 en 1825 21, terminado el
proceso emancipador. En cualquier caso, el número de víctimas de la
contienda fue muy elevado y, entre ellas, no hay que olvidar las cau
sadas por los insurgentes en los diversos períodos de guerra a muerte a
que se entregaron.
Por lo demás, Boves, desde su victoria sobre los insurgentes en el
verano de 1814 hasta su muerte en diciembre de este año, actuó en
Venezuela como el auténtico capitán general ignorando en todo al ti
tular y estableciendo un régimen de «democracia directa» dirigido con
tra la hasta entonces clase dirigente.
Fuera como fuere, tras la ocupación de Caracas, las fuerzas realis
tas vencen a las de Bolívar en Aragua, toman Cumaná, hacen huir ha
cia Nueva Granada a los jefes insurgentes y derrotan a los últimos res
tos de su ejército en la batalla de Urica. Desgraciadamente para la causa
realista, Boves muere de una lanzada en esa batalla siendo sucedido
por su lugarteniente, el canario Morales, que continuará la guerra hasta
el final en 1823, pero sin el mismo carisma ni capacidad de su jefe.
Los llaneros en gran parte y por causas diversas, irán abandonan
do la causa realista y en 1816-1817 van pasando a engrosar las filas de
los insurgentes, donde un nuevo jefe, José Antonio Páez, los conduci
rá. Este cambio de bando, tan importante para la guerra en la zona, se
debe a varias causas: la desaparición del líder, la regularización de la
guerra tras la llegada, pocas semanas después, de la expedición de Mo
rillo (que en su afán pacificador inicial llegó a prohibir toda forma de
homenaje postumo a Boves), con lo cual la guerra pierde para los lla
neros gran parte de los atractivos que había tenido hasta entonces: bo
tín, ascensos rápidos, dominio sin control alguno de las zonas con
quistadas o posibilidad de tomar represalias a voluntad. Por otra parte,
como es más o menos lógico desde el punto de vista de los mandos
del ejército regular, no se cumplieron las promesas de Boves a sus
hombres de convalidar los grados ganados en el campo de batalla.
Todo ello favorece el cambio de bando antes mencionado, con conse
cuencias negativas para la causa realista. En cualquier caso, la figura del
«León de Los Llanos» es una de las más originales producidas por la
Nueva Granada
En el virreinato de Nueva Granada, básicamente la actual Repú
blica de Colombia, el alzamiento triunfa sin apenas resistencia en la
capital, Santa Fe, y es seguido inmediatamente por las principales ciu
dades del país a excepción de Santa Marta en el norte y Pasto y Po-
payán en el sur, firmemente controladas por los realistas y que, sobre
todo las tres primeras, constituirán sendos baluartes de resistencia a la
insurgencia a lo largo de todo el período. Igualmente, los realistas lo
gran controlar el istmo de Panamá perteneciente al virreinato. En su
capital y en Santa Marta fija su sede el virrey español mientras dura la
rebeldía de la capital. A lo largo de los cuatro años siguientes, hasta la
llegada de la expedición restauradora de Morillo, tienen lugar luchas
indecisas entre insurgentes y realistas; afortunadamente para éstos, los
independentistas se dividen rápidamente en federales y unitarios, como
ocurrirá, por otra parte, en otras zonas de América en diferentes mo
mentos, con la particularidad de que aquí la escisión es casi inmediata
y las hostilidades entre ellos, por otra parte igualmente enfrentados a
los realistas, intermitentes a lo largo del período que nos ocupa, co
nocido en la historia colombiana como la «patria boba».
(1809-1815) 93
No debe olvidarse que, como en otros puntos de América, la in
surrección no es al menos teóricamente independentista y pretende
acatar al rey. Esto, a muchos efectos y para muchos de sus dirigentes,
no es tal vez sino un pretexto y una ficción meramente jurídica. Sin
embargo, en determinados momentos de la contienda tiene alguna vir
tualidad, al permitir que, al menos en teoría, se llegue a ciertas treguas
o acuerdos con las fuerzas realistas. A ello ayuda evidentemente el que
el establecimiento de la Junta insurrecta se llevara a cabo en la más
absoluta calma sin resistencia alguna por parte de la autoridad vi
rreinal.
Lógicamente, dadas las circunstancias antedichas, los insurrectos
contarán de forma completamente natural con las unidades veteranas
o de milicias provinciales y urbanas situadas en las zonas en que triun
fan inicialmente, mientras que lo propio ocurrirá con los realistas. Am
bos bandos inmediatamente, dado lo exiguo de aquéllas, tratarán de
organizar nuevas fuerzas en base a las preexistentes y con una estruc
tura similar, siguiendo el modelo de las unidades de milicia. Las fuer
zas realistas en el norte, contarán, como veremos, con el refuerzo de
algunas escasas fuerzas peninsulares llegadas al cabo de varios años de
comenzada la lucha y en el sur, zona de Pasto y Popayán, una vez
reducida la segunda revolución de Quito con algunas, muy escasas por
otra parte, unidades de fuerzas locales de esta Audiencia y algunas ve
teranas del virreinato del Perú.
Las tropas en Nueva Granada, antes de iniciarse los primeros al
zamientos, eran éstas: como fuerza veterana, además de la simbólica de
la guardia de alabarderos y de caballería del virrey (que por cierto, sub
sistirá bajo la situación insurreccional), el Regimiento de Cartagena con
dos batallones, un batallón en Panamá con ocho compañías y el lla
mado Batallón Auxiliar, con cinco, en Santa Fe. Además, hay una
compañía en Popayán y otras unidades menores en la costa de Pana
má. Como fuerzas de milicias disciplinadas, un regimiento en Carta
gena con dos batallones, un batallón en Panamá con 800 hombres,
otro en Santa Marta con nueve compañías, los Cazadores de Río Ha
cha (dos compañías de infantería y dos de caballería), y otro batallón
en Portobelo. También hay dos batallones de Pardos (mestizos) con
nueve compañías cada uno, en Cartagena y Panamá, y dos escuadrones
de dragones.
94 E l ejército realista en la Independencia americana
a los insurgentes a enviar contra aquél la mayor parte de sus poco nu
merosas fuerzas disponibles. Por parte realista, las unidades que man
tienen el frente son con escasas diferencias las ya mencionadas, alguna
(muy poco numerosa) fuerza veterana del regimiento real de Lima,
unidades de milicia de Quito, Cuenca, Guayaquil, etc., y locales de
Popayán y Pasto. Además actúan las guerrillas y fuerzas irregulares de
los indómitos pastusos.
En el sector norte del virreinato en poder de los realistas (zona de
Santa Marta y Río Hacha) actúan ya desde 1811 unidades expedicio
narias peninsulares. En noviembre de ese año llega el segundo batallón
del Regimiento de Albuera que participa en la lucha contra los inde-
pendentistas y en la recuperación de esa ciudad tras su efímera ocupa
ción por las fuerzas insurgentes de Cartagena. Al mando de Bolívar,
huido de Venezuela tras su derrota ante Boves, éstas logran la victoria
frente a las de Cundinamarca (Bogotá), lo cual facilitará la unificación
bajo una sola bandera de los insurgentes del virreinato (diciembre
de 1814).
Sin embargo, pocas semanas después llega a Tierra Firme la expe
dición destinada a su conquista, mandada por el general Morillo, con
el que se inicia una nueva fase en la historia de la contienda en la
zona.
Río de la Plata
Montevideo y las ciudades próximas en la costa norte del Río de
la Plata constituyen la única zona del virreinato de Buenos Aires en
que la actividad realista puede sostenerse desde el inicio de la revolu
ción de mayo de 1810. Efectivamente, triunfante la revolución en Bue
nos Aires, derrotado y fusilado Liniers en Córdoba28, insurreccionadas
Mendoza, Tucumán y Salta, y ocupado el Alto Perú tras la derrota de
Nieto y Córdoba en Suipacha, la causa realista solamente se sostiene
en el Paraguay, que rechaza una expedición bonaerense dirigida por
Belgrano para proclamar poco después la Independencia, y en Monte
video, ya bastión españolista desde los tumultos del año anterior en
contra del partido criollo de Liniers, triunfante en Buenos Aires.
Dominada fácilmente una tentativa de motín en algunas unidades
del ejército, los realistas controlarán Montevideo durante los cuatro
años siguientes en lucha intermitente con los patriotas, a su vez divi
didos en varios bandos, fundamentalmente bonaerenses y federalistas.
Además, diversas intervenciones portuguesas desde el Brasil terminarán
de complicar el panorama político-militar del estuario del Plata en
aquellos años.
Las fuerzas realistas inicialmente destinadas en Montevideo están
formadas por unidades de milicias: el batallón de infantería de volun
tarios de Montevideo con nueve compañías y una plantilla de 700
hombres, el regimiento de caballería a cuatro escuadrones, y el de la
Colonia a dos. A estas fuerzas se suman algunas veteranas formadas
por destacamentos del Regimiento Fijo de Buenos Aires, situadas en la
zona y algunas fracciones del de dragones de la capital porteña. Tam
bién participan en la defensa de la plaza, en algunos momentos, frac
ciones de unidades de las milicias del interior del virreinato que, por
una u otra razón, no siguen a los revolucionarios y se refugian en la
plaza realista. Entre ellas, figuran los voluntarios de Entre Ríos, llega
dos en marzo de 1811 al mando del teniente coronel Urquiza, uno de
cuyos componentes no es otro que el posteriormente célebre Francisco
Ramírez 29, caudillo de las luchas contra Buenos Aires. Igualmente, cabe
mencionar las unidades de milicia urbana de Montevideo a las cuales
están asimiladas las anteriormente citadas, dado que las características
de guerra en esa zona (casi siempre defensa de la plaza), les permitirán
actuar como fuerzas combatientes. También actuarán en tierra en mul
titud de ocasiones las fuerzas de marina de la flotilla que opera desde
el apostadero de Montevideo.
Todas estas tropas sostendrán la campaña a partir de 1811 en que,
a la llegada del nuevo virrey Elío, que ya estuvo al frente de la plaza
donde fue uno de los líderes del partido peninsular opuesto a Liniers,
se inicia una actividad militar hasta entonces evitada por compromisos
tácitos entre las autoridades de las dos ciudades ribereñas del Plata. Por
otra parte, en esa fecha se inician igualmente las actividades insurgen
tes de Artigas, apoyado en un principio por Buenos Aires pero que no
tardará en enfrentarse con dicha metrópoli.
Elío consigue la colaboración del gobierno portugués exilado en
Brasil por la invasión napoleónica y, con el apoyo de un ejército lusi
tano, obliga a los insurgentes de Buenos Aires a aceptar un armisticio
en octubre de 1811 que implica la evacuación del territorio por bonae
renses y portugueses. Artigas y los suyos, no incluidos en él, llevan a
cabo «el éxodo del pueblo oriental», que no será el último que tenga
lugar a lo largo de la contienda. Poco después, Elío es sustituido como
capitán general por Vigodet, que reinicia la guerra contra Buenos Aires
y procede a una reorganización de sus fuerzas al tiempo que solicita
importantes refuerzos a la Regencia. Esto hace que, a medida que va
yan llegando, la guarnición de la Banda Oriental adquiera un carácter
predominantemente peninsular, a diferencia, como hemos visto, de casi
todas las demás zonas del hemisferio.
Ya en 1811 llegan unos pequeños contingentes de Voluntarios de
Madrid, a los que Vigodet refuerza con personal procedente de las mi
licias urbanas y locales de Montevideo y zonas adyacentes, a las que
antes aludíamos, alcanzando así efectivos de unos 450 hombres.
Expediciones de refuerzo
30 El país queda en poder del dictador Gaspar Rodríguez de Francia —un Robes-
pierre sin Termidor—, que tendrá la habilidad de mantenerlo aislado de las contiendas
argentinas de la época, lo cual permitirá la consolidación de la Independencia y la nacio
nalidad paraguayas, que podrán sobrevivir a la terrible guerra de la Triple Alianza de
1864 a 1870.
110 E l ejército realista en la Independencia americana
tallón con aquellos efectivos, parece obvio que es una cifra muy exa
gerada.
Para Veracruz, pasan en 1811 y 1812, según Cleonard, y todos en
1811, según la Comisión de Reemplazos, los batallones primero y se
gundo americanos, con unos efectivos de unos 1.200 hombres (1.700
según la Comisión de Reemplazos); a Puerto Rico pasan dos compa
ñías con unos efectivos de algo más de 200 hombres.
Un batallón de Asturias es enviado a Veracruz. Otro batallón del
mismo regimiento y los batallones de Fernando VII y Lobera con un
total de 2.400 hombres, según la Comisión de Reemplazos, llegan a
esa ciudad de Nueva España en 1812, y en otra expedición el mismo
año, llega el segundo batallón de Tiradores de Castilla. Por último, en
junio de ese año, parte con el mismo destino un batallón del Regi
miento de Zamora y algunos efectivos de artillería, con un total de
unos 1.200 hombres.
Parten, igualmente el mismo año, los batallones primero y segun
do de Albuera. El primero, con destino a Montevideo con unos efec
tivos de 600 hombres, si bien el naufragio del transporte en que viaja
ban hizo que se perdieran más de 400. El segundo es destinado a Santa
Marta, en la costa de Nueva Granada, bastión realista en la región.
Por último, algunas fuerzas pasan a Maracaibo y una compañía
denominada de Voluntarios de Madrid a Montevideo. Según Cleo
nard, los efectivos de ésta superan los 400 hombres pero esta cifra, con
seguridad, es muy exagerada y, desde luego, la de 100 que establece la
Comisión de Remplazos debe estar más próxima a la realidad. En
aquella cifra, probablemente deben incluirse refuerzos locales para esta
unidad.
No deben olvidarse los primeros refuerzos llegados a la América
continental. Se trata de los 120 soldados de infantería de Marina que
llegan a Coro con Monteverde, aunque estas fuerzas parten de Puerto
Rico, no de la Península. Su actuación, como vimos, resulta decisiva
en la lucha contra la «república boba» de Caracas.
Ya en 1813, llegan a Montevideo el Tercer Batallón Americano y
el Batallón Provincial de Lorca, además de fuerzas de artillería y un
escuadrón de granaderos a caballo, con unos efectivos totales de 3.400
hombres, según la Comisión de Reemplazos (cifra seguramente exa
gerada ya que las plantillas completas de estas unidades no pasan
de 2.000).
(1809-1815) 113
Un batallón de Saboya y otro de Extremadura llega a Veracruz y
el Tercer Batallón de Granada, con efectivos reforzados hasta unos
1.200 ó 1.400 hombres, a Puerto Cabello. Además, pasarán dos com
pañías a Santa Marta.
En diciembre de ese año parten con destino a Lima, donde llega
rán en mayo de 1814, el Batallón de Talavera, del que nos ocuparemos
ampliamente, y unidades de artillería.
El historial y las actividades de estas unidades en tierras america
nas será objeto de mención cuando nos refiramos a las fuerzas realistas
en cada zona pero antes parece necesario hacer algunas observaciones
sobre ellas y las circunstancias que establecieron su destino.
Como se supondrá, la mayor parte de las unidades expediciona
rias pertenecen al ejército metropolitano que, en su época, combate a
la invasión francesa; por tanto, muchos de sus miembros, aunque en
diferente proporción, tienen la experiencia bélica adquirida en los cam
pos de batalla de la Península en lucha nada menos que con los ejér
citos napoleónicos.
No debemos, sin embargo, sacar de este hecho conclusiones apre
suradas. Los ejércitos españoles que combaten contra los franceses, de
rrotados o dispersos los que lo hicieron en los momentos iniciales, son
sobre todo fuerzas improvisadas a toda prisa, con mandos de escasa o
nula formación militar y con un elenco de altos jefes raramente com
petentes. Esto no solamente no les quita mérito alguno sino que, a
nuestro juicio, se lo aumenta, ya que sabido es cómo combatieron va
lerosa y tenazmente, reagrupándose rápidamente para volver a la lucha
tras sufrir alguna derrota, a diferencia de otros ejércitos europeos de la
época, y resistiendo con energía incomparable cuando no se trataba de
combatir en campo abierto y, por tanto, maniobrar con eficacia, es de
cir, en la defensa de plazas y aun de ciudades abiertas como Zaragoza.
Por tanto, la experiencia militar adquirida por estos combatientes
está, como mínimo, sujeta a ciertas matizaciones. Por otra parte, el tipo
de guerra en que van a participar es en muchos momentos y lugares
tan diferente del que tuvo lugar en la Península que la experiencia
adquirida en ésta resulta difícilmente extrapolable e, incluso, en algu
nos casos contraproducente.
No hay que olvidar que la motivación de los combatientes es di
ferente en una y otra contienda. Para decirlo gráficamente no es lo
mismo la motivación de un aragonés defendiendo el Pilar contra los
114 E l ejército realista en la Independencia americana
33 Algunas de estas fuerzas, todavía realistas, participaron a las órdenes del general
Nieto en la represión del movimiento revolucionario en el Alto Perú en 1809, organiza
das en tres «divisiones», con Dragones, alguna fuerza veterana del Fijo de Buenos Aires
y compañías de marina, patricios, arribeños, montañeses, andaluces, etc.
124 E l ejército realista en la Independencia americana
Resumen histórico
El segundo período netamente diferenciado en el desarrolllo de la
contienda independentista en América es el que va desde 1814 a 1820;
es decir, desde el final de la guerra de Independencia hasta la revolu
ción liberal, iniciada precisamente por una parte del ejército expedicio
nario destinado a operar contra los insurgentes americanos. Dicha eta
pa es la conocida en toda Europa como la Restauración, es decir, como
la época en la que, caído Napoleón y derrotada al menos formalmente
la revolución iniciada en 1789, se recompone el mapa de Europa en el
Congreso de Viena y se restauran en mayor o menor medida las mo
narquías absolutas, repúblicas aristocráticas y otros regímenes anteriores
al inicio de la Revolución francesa que, a su vez, forman la Santa
Alianza destinada a mantener el orden político en la Europa nueva
mente reorganizada.
En España, donde la guerra llamada de Independencia da fin en
abril de 1814 con la abdicación de Napoleón, y sin que se consiga
ventaja alguna como consecuencia del importante papel jugado en esa
contienda, la llegada del rey Fernando VII de su destierro en Valengay
ocasiona poco después el pronunciamiento del general Elío en Valen
cia y la vuelta al régimen absoluto. Las Cortes son disueltas y sus de
cretos declarados nulos y como si no hubieran tenido lugar. Se resta
blece la Inquisición y la Compañía de Jesús y se establece la censura
de prensa. Los políticos liberales son perseguidos, encarcelados o de
portados o bien deben exilarse. Sin embargo, no por ello cesan en su
empeño de establecer en España un régimen constitucional basado en
128 E l ejército realista en la Independencia americana
los principios de las Cortes de Cádiz. Para ello, desde los primeros me
ses de la nueva situación absolutista comienza una sucesión de cons
piraciones civiles y militares con la finalidad de provocar un pronun
ciamiento del sector liberal de la oficialidad del ejército; varias de ellas
fracasan y son duramente reprimidas: así, las de Mina, Porlier, Ricart,
Lacy, Vidal (quien pretende la restauración de Carlos IV como monar
ca constitucional), cuyos jefes son detenidos y ejecutados cuando no
logran escapar al extranjero.
Sin embargo, el descontento en algún sector de la población
—burguesía ilustrada, oficialidad del ejército, etc.— crece sensiblemente.
Por fin, en enero de 1820 se inicia en Cabezas de San Juan, provincia
de Cádiz, la sublevación, al principio poco importante pero que, com
batida con escasa eficacia, acaba por imponer al Rey la proclamación
de la Constitución de Cádiz (marzo de 1820), con lo cual se inicia un
período decisivo en el proceso de Independencia de las posesiones
americanas.
En México, la contienda en este período continúa con los carac
teres de guerra irregular de la anterior. Partidas guerrilleras, cada vez
menos numerosas y más dispersas, con un total de unos 6.000 a 8.000
combatientes, son perseguidas por las fuerzas realistas que, por otra
parte, dadas las características de ese tipo de guerra, deben emplear gran
número de hombres.
A lo largo del período de 1815-1820, la actividad de los insurgen
tes va decayendo, algunos jefes se rinden, otros se acogen a indultos
—posibles en esta época—, otras unidades se disuelven y, en 1818, cae
el último resto del gobierno revolucionario. Hacia 1818-1819 apenas
quedan en el sur algunas partidas mandadas por Guadalupe Victoria,
Guerrero —ambos futuros presidentes de la República— y otros de me
nos importancia.
En 1817 había ocurrido un hecho significativo desde varios pun
tos de vista: la expedición en apoyo de los insurgentes organizada en
Europa y dirigida por Javier Mina, ex guerrillero en Navarra durante la
guerra de Independencia (sobrino de Espoz y Mina) y que, por su
ideología liberal, no duda en pasar a América a combatir el absolutis
mo de Fernando VIL La expedición desembarca en el Soto de la Ma
rina y consigue algunos éxitos iniciales, pero atacada por fuerzas realis
tas bajo el mando de Arredondo, es vencida y su jefe hecho prisionero,
tras lo cual es fusilado.
(1815-1820) 129
Cabría mencionar, por último, la expedición en 1819 del filibus
tero Long, formada, mayoritariamente, por norteamericanos con el
propósito de apoderarse de Texas, que ocupa Nacogdoches, término
del viejo «camino comanche» L La expedición es vencida con facilidad.
Pero ya para entonces, México se alejaba de Dios y se acercaba a los
Estados Unidos. En 1836-1845, éstos conseguirán su propósito de ex
tender sobre gran parte del territorio de Nueva España el «destino ma
nifiesto», que, por otra parte, ya se había hecho sentir en 1819 en La
Florida, ocupada por el general norteamericano Jackson, que dirigía una
campaña contra los seminólas, indígenas del interior de dicha penín
sula.
En cuanto a la América Central y las Antillas, no conocen apenas
actividad revolucionaria a lo largo de este período.
Dejamos la sucinta relación de los acontecimientos bélicos en Ve
nezuela y Nueva Granada en el capítulo anterior en el momento en
que llega a sus costas la expedición de fuerzas peninsulares del general
Morillo, que constituye un punto de inflexión en el desarrollo de la
contienda en esa zona.
La política de Morillo y demás autoridades realistas es inicialmen
te de clemencia con los rebeldes que se someten. Pacificada totalmente
Venezuela, la expedición parte para Nueva Granada reforzada por las
fuerzas de Morales donde, en agosto de 1815, pone sitio a Cartagena
que capitula el 7 de diciembre tras un mortífero asedio, a lo cual sigue
una severa represión.
Posteriormente las fuerzas expedicionarias avanzan sobre diversos
puntos de la zona insurgente derrotando a los rebeldes, apoderándose
de Santa Fe en mayo de 1816 y poniendo fin al régimen de la «patria
boba». A ello sigue una dura represión contra los insurgentes, que pue-1
E strategia
Del pequeño resumen histórico del capítulo anterior, podemos in
ducir cuál es la situación estratégica al comienzo de la segunda fase de
la contienda, cuyos puntos de inflexión son prácticamente simultáneos
en las principales áreas: derrota de Morelos en México, llegada de la
expedición de Morillo a Venezuela y Nueva Granada, fracaso de la ter
cera expedición argentina al Alto Perú y fin de la lucha en Chile y
Montevideo por las derrotas insurgente y realista respectivamente,
acontecimientos todos ellos producidos entre junio de 1814 (capitula
ción de Montevideo) y noviembre de 1815 (captura de Morelos y de
rrota bonaerense en Viluma).
La situación estratégica de la América española es, pues, la si
guiente: en el virreinato de Nueva España, la insurrección, formidable
durante los primeros años, está en franco proceso de retirada. Vencidos
sus principales ejércitos, perdidas las ciudades y posiciones estratégicas
importantes que llegaron a ocupar en los tiempos iniciales de la insu
rrección, repuestas de su sorpresa y temores iniciales las autoridades
realistas, que han organizado unos contingentes armados de varios ti
pos, tropas veteranas y peninsulares, milicias disciplinadas y fuerzas lo
cales de gran eficacia en ese tipo de guerra, los insurgentes se ven obli
gados, cada vez más, a llevar a cabo una guerra de guerrillas. Pronto,
por otra parte, comenzarán a desaparecer paulatinamente, mientras
muchos de sus jefes son capturados o se acogen a indulto. En una pa
4 Para las guerras civiles argentinas, entre otros, véase Memorias postumas del General
Paz, Buenos Aires, 1912 (2 vols.).
134 E l ejército realista en la Independencia americana
5 V. Lecuna, Crónica de las Guerras de Bolívar, voi. II, pp. 100 y ss.; 266-268.
(1815-1820) 137
tes tienen la de intentar —¡por cuarta vez!— su viejo sueño de llegar a
Lima por La Paz y Cuzco. Para ello, en los primeros tiempos de esta
etapa, contarían con el apoyo que les puedan dar los insurrectos alto-
peruanos de las «republiquetas». Sin embargo, emprender una vez más
lo que tantas otras acabó en fracaso y teniendo en contra en este mo
mento el que gran parte del territorio argentino está en poder de frac
ciones enfrentadas, es poco aconsejable. Más indicada es, en cambio,
la operación que prepara San Martín: cruzar los Andes y ocupar rápi
damente Chile para, desde allí, operar contra el Perú realista. Esta ope
ración requiere una preparación minuciosa, a la que se dedica el que
será su comandante en jefe y, también, que el frente norte esté cubier
to contra las posibles incursiones de fuerzas realistas del Alto Perú, a
lo que se aplica abnegadamente el general Güemes.
Por su parte, los realistas tienen, a su vez, diversas posibilidades.
Ocupado Chile pueden, una vez reducidas las guerrillas altoperuanas,
o bien invadir el norte argentino operando como otras veces sobre Sal
ta, Tucumán y Córdoba para caer sobre Buenos Aires, o bien —previa,
por supuesto, una preparación minuciosa, como la que San Martín lle
va a efecto—, cruzar los Andes desde Chile y marchar sobre Mendoza
y Córdoba. Existe, de hecho, un proyecto realista en ese sentido. Por
lo demás, las dos posibilidades pueden combinarse en diferentes pro
porciones dividiendo el peso de la operación entre ambos ejércitos,
Chile y el Alto Perú 6.
Perdido Chile nuevamente, se presentan dos alternativas a los rea
listas. Una, la que de hecho intentarán y que terminará en la batalla
de Maipú: reforzar a las tropas realistas en esa región e intentar su re
conquista y el restablecimiento de la situación de 1815-1816. Otra,
abandonar Chile a su suerte y, como propone La Serna en contra de
la opinión de Pezuela que prevalecerá, intentar con medios importan
tes la operación sobre Tucumán, cuyo desarrollo en caso de tener éxito
obligaría, entre otras cosas, a la vuelta a suelo argentino del ejército de
San Martín. No debe olvidarse, en cualquier caso, al enjuiciar la estra
tegia seguida por Pezuela, que, en la época a que nos referimos, se pre-
peraba «para enseguida» una gran expedición en la Península que, des
tinada al Rio de la Plata alteraría de manera radical la situación
6 Para el proyecto realista sobre los Andes, ver Albí, op. cit., p. 181.
138 E l ejército realista en la Independencia americana
E l ejército realista
Nueva España
En Nueva España, el período que estudiamos se extiende desde la
derrota y ejecución de Morelos, en diciembre de 1815, hasta los pri
meros meses de 1820, en que la revolución de Riego hace replantear
radicalmente el sentido de la contienda. La insurrección, al menos en
su fase de lucha organizada, ha recibido un fortísimo golpe con la de
rrota del generalísimo revolucionario y, a partir de entonces, toma un
carácter de lucha de guerrillas, por otra parte de intensidad decreciente.
No por ello las fuerzas realistas reducen la presión sobre sus oponentes
ni cesa el esfuerzo para organizar a las tropas que las combaten.
Durante esta etapa, el peso de la lucha lo llevan unidades ameri
canas organizadas en el mismo territorio y, aunque numéricamente
mucho menos importantes, las unidades peninsulares que han llegado
como refuerzo en años anteriores y otras que llegan a lo largo del pe
ríodo. Esto último confirma la importancia que tiene el virreinato a los
ojos de Madrid, dado que continúa el envío de refuerzos cuando la
insurrección, si no vencida, puede considerarse al menos perfectamente
controlada.
A comienzos del período que nos ocupa, las fuerzas virreinales es
tán formadas por cinco regimientos y un batallón de infantería vetera
na y nueve batallones de infantería expedicionaria —Saboya, posterior
mente de la Reina, Castilla, Asturias, posteriormente Mallorca (formado
en esta época casi totalmente por tropas autóctonas); Extremadura, Pri
mero Americano, posteriormente denominado Murcia; Lobera, poste
riormente Infante don Carlos; Fernando VII, y el batallón de infantería
ligera de voluntarios de Navarra—, dos regimientos y dos compañías o
escuadrones de dragones veteranos, trece regimientos de infantería de
milicia provincial, a dos batallones cada uno, y tres batallones de in
fantería ligera, también de milicia. La caballería de la milicia provincial
está formada por once regimientos de dragones y otros tres cuerpos
(1815-1820) 139
independientes. Ya señalamos cómo, después de tantos años de guerra,
las tropas de la milicia provincial en poco se diferencian, en calidad,
de las veteranas o peninsulares. Además, participan en la campaña las
unidades de milicia urbana agrupadas con las provinciales en las diez
brigadas a que antes hicimos referencia.
Estas fuerzas, relativamente numerosas en su conjunto y superio
res a las de cualquier otra región del continente bajo control realista,
no lo son tanto si se considera el tipo de guerra que deben llevar a
cabo, es decir, combatir a las numerosas partidas y bandas de guerrille
ros que actúan en un territorio extensísimo, prácticamente los límites
de la actual República de México que, por necesidades de la campaña,
tiene que estar cubierto por numerosas guarniciones y que, además,
debe atender a la vigilancia de la frontera norte contra las incursiones
de filibusteros norteamericanos.
Por otra parte, continúa el envío de unidades peninsulares al vi
rreinato: en abril de 1815 sale de Cádiz con destino a Veracruz el Re
gimiento de Ordenes Militares, con dos batallones y un total de 1.300
hombres, y el Batallón de Voluntarios de Navarra con 800; este último
recibe el nombre de Barcelona ya durante la campaña, aunque siga co
nociéndosele de forma oficiosa, y a veces en documentos, con su nom
bre inicial, lo que puede inducir a confusiones. En enero de 1817 sale
de Cádiz con el mismo destino que los anteriores el Regimiento de
Zaragoza, con dos batallones y 1.600 hombres.
Todas estas unidades, como es habitual a lo largo de la contienda,
una vez en suelo americano, reponen bajas, completan efectivos con
reclutas locales, a veces españoles allí residentes, pero muchas otras con
personal americano; por ello, al cabo de cierto tiempo incluso las uni
dades peninsulares tienen una buena proporción de elementos autóc
tonos, como la inmensa mayoría de las unidades veteranas y de mili
cias ya existentes en el virreinato.
Estas son las fuerzas con que las autoridades realistas cuentan para
llevar a cabo la batalla contra los restos del ejército insurgente. En otro
lugar se ha hecho un sucinto relato de las incidencias de la misma, en
la cual a las fuerzas insurgentes se unen por poco tiempo —serán rápi
damente derrotadas— los componentes de la expedición de Mina, for
mada en gran parte por españoles enemigos del absolutismo de Fer
nando VII y que llevarán a cabo una campaña de cierta importancia
en varias zonas del centro de México.
140 E l ejército realista en la Independencia americana
Venezuela
Tras la partida del grueso de la expedición de Morillo para Nueva
Granada y de alguna de las unidades de dicha expedición para otros
puntos de América y terminada la pacificación, como sabemos sólo
temporalmente, de toda Venezuela, quedan en esta capitanía general
tres batallones de los que formaban parte del ejército pacificador:
Unión, Castilla y Barbastro, además de tres escuadrones de la Unión y
uno de Húsares de Fernando VII. Además quedan en ella la mayor
parte de las unidades veteranas y de milicias provinciales adscritas a la
misma. Estas tropas, por esos días, en el marco de la regularización
general del aparato bélico, proceso que se incrementa extraordinaria
mente por la llegada del importante contingente peninsular, van sien
do reorganizadas, si bien no como unidades de línea. Por el contrario,
muchas de las fuerzas más o menos irregulares creadas antes por Boves
y que ya tuvimos ocasión de mencionar, parten para Nueva Granada
al mando de su segundo, el canario Morales, donde participarán en las
campañas que culminarán con la toma de Cartagena y la liquidación
de la «patria boba».
Sin embargo, la pacificación de Venezuela es sólo aparente y tem
poral. La tenacidad de Bolívar, exilado nuevamente tras la derrota in
surgente en Nueva Granada, donde se encontraba desde que fue ven
cido por Boves y refugiado en Haití, bajo la protección del presidente
negro Petion (que controla una parte de dicha isla enfrentado al «rey»
Cristophe), organiza con otros exilados la vuelta a su país para
142 E l ejército realista en la Independencia americana
Nueva Granada
En junio de 1815, la expedición Morillo llega a Santa Marta,
como ya sabemos, base realista en el norte de Nueva Granada, desde
donde marcha a Cartagena de Indias, plaza formidablemente fortifica
da a la que pone sitio en agosto del mismo año y logra rendir en di
ciembre.
Perú
El ejército realista en el Perú recibirá, a principio de 1814, el re
fuerzo de la primera unidad de procedencia peninsular: el segundo Ba
tallón de Talavera que, tras una breve permanencia en el Perú, sale para
Chile en julio del mismo año, participando en la última fase de la
campaña de Osorio y distinguiéndose tanto en la misma como en las
tareas de ocupación y represión, que llevará a cabo durante los meses
siguientes antes de su regreso al Perú en 1815. Aquí sólo permanecerá
unos meses en operaciones en el Altiplano, marchando a Chile en
1816, donde le encontraremos durante la campaña de San Martín al
año siguiente. Por lo demás, en el marco de la organización de fuerzas
veteranas llevada a cabo por Abascal y Pezuela a que antes aludíamos,
con algunas tropas «extraídas» del batallón, se organiza otro, tercero de
Talavera 9, completándolo con fuerzas reclutadas en el virreinato y en
la isla de Chiloé que formarán su práctica totalidad. Ya en 1817, tras
la nueva campaña de Chile contra San Martín, el vencido de Chaca-
buco, coronel Maroto, organiza a partir de dos compañías de esa uni
dad que quedaron de guarnición en Cuzco un tercer Batallón de Ta
lavera, que tomará parte en las campañas del Perú en los años
siguientes.
En septiembre de 1815 se incorpora al ejército realista del Perú el
Batallón de Extremadura, enviado por Morillo, que en julio de 1816
Chile
Reconquistado Chile en 1814, en la campaña dirigida por el bri
gadier Osorio, éste regresa al Perú y es sustituido en el mando de la
provincia por el general Francisco Marcó del Pont, que extrema el ri
gor de las medidas represivas y que tendrá un comportamiento poco
lucido frente a la expedición argentina en 1817.
Mientras tanto, de las fuerzas realistas regresan al Perú en los me
ses siguientes el Batallón de Talavera, el de Chiloé y el de Cazadores
de Chile, estos dos últimos formados por chilenos. Los demás quedan
en Chile como auténticas fuerzas de ocupación, lo que no facilita su
tarea. Casi todos los autores coinciden en señalar los errores de este
tipo cometidos por los jefes realistas en Chile y en otros puntos de
América, especialmente en la represión contra los relativamente ino
centes «regímenes bobos» (Juntas de Quito, Caracas, Nueva Grana
da...), lo que normalmente tendrá efectos contrarios a los buscados, al
conseguir el paso a la insurgencia de personas o grupos sociales hasta
entonces indiferentes o, incluso, de opiniones realistas.
Se distingue especialmente en la represión, con las tareas que hoy
corresponderían a una policía política —unidad de contrainsurgencia—
150 E l ejército realista en la Independencia americana
Expediciones de refuerzo
A lo largo de esta segunda etapa de la contienda, continúa con
altibajos la política de refuerzo de los defensores de la causa realista en
América. Como hemos visto, al comienzo del período las perspectivas
realistas son relativamente buenas, pero en Madrid se comprende bien
que con las fuerzas existentes en Ultramar no se podrá dar un final
victorioso al conflicto, ya que no se ha conseguido la pacificación de
Venezuela ni la ocupación de Buenos Aires, y las fuerzas disponibles
están ya adscritas a sus propios teatros de actuación pudiendo, con sus
propios medios, muy difícilmente llevar a cabo ofensivas decisivas con
tra los santuarios insurgentes.
Ya en abril de 1815, parte para América, con destino a Veracruz,
el Regimiento de Órdenes Militares y el batallón de infantería ligera
de Navarra, con unos efectivos de casi 3.000 hombres. Pocos días más
tarde sale para Panamá otro batallón, el primero de Voluntarios de Ca
taluña, con 400. Su destino a la estratégica zona del istmo le permitiría
ser desplegado a continuación en cualquiera de los importantes teatros
(1815-1820) 155
de operaciones próximos: Venezuela, México, Nueva Granada o Perú.
Este último virreinato es el destino de otro batallón con unos 1.300
hombres, el primero de Extremadura, que llega a las costas americanas
con la expedición de Morillo. Por otra parte, cuando llegue al campo
de batalla en el Alto Perú, su presencia será temporalmente innecesaria
por la reciente derrota de la tercera expedición argentina en la batalla
de Viluma.
En diciembre del mismo año sale de Cádiz otro batallón, el de
Gerona, con unos 700 hombres, según Cleonard, y casi 1.500, según
la Comisión de Reemplazos. Probablemente, en esta cifra, demasiado
alta, se incluye a personal de otras unidades que salen con ese destino
en febrero del año siguiente: dos batallones del Regimiento del Infante
don Carlos. El batallón de Gerona se incorpora a las fuerzas realistas
en el Alto Perú, vía Panamá, como es usual en esta fase de la contien
da. Efectivamente, esta ruta, más incómoda que la directa marítima do
blando el cabo de Hornos, tiene la ventaja de ser más segura, según
tendremos posteriormente ocasión de ver. La misma sigue el Regimien
to del Infante don Carlos que ha sido organizado sobre un batallón de
Cantabria. También parten para el Nuevo Mundo dos batallones del
Regimiento de Granada con unos 1.900 hombres, según la Junta de
Reemplazos (algo menos según Cleonard), que, vía La Habana, rinden
viaje en Puerto Rico y Venezuela, respectivamente, tras haber salido de
Cádiz en abril de 1816.
A pesar de las dificultades de toda clase ya apuntadas, España hace
un gran esfuerzo para la restauración del orden en sus posesiones ame
ricanas. En la Junta Militar de Indias, que debe dirigir la estrategia ge
neral y el envío de refuerzos al Nuevo Continente, se encuentran va
rios generales distinguidos en la guerra contra la invasión napoleónica
o con experiencia en la contienda americana: Castaños, Ballesteros,
Blake, Venegas, ex virrey de México; y Goyeneche, al que hemos visto
como general en jefe de las fuerzas realistas en el Alto Perú. Más tarde,
se incorpora Alava, marino que durante la guerra de independencia ha
actuado como oficial de enlace español con Wellington y que ha te
nido el raro privilegio de asistir a las dos grandes batallas de tierra y
mar: Trafalgar y Waterloo.
Por otra parte, continúa sin pausa la reunión en España de fuerzas
para su envío a América y en 1817 sale para Nueva España el Regi
miento de Zaragoza, con dos batallones y unos 1.700 hombres, según
156 E l ejército realista en la Independencia americana
15 Para los voluntarios extranjeros, ver A. Hasbrouck, Foreign legionaries in the libe
ration of Spanish South America, Nueva York, 1938 (reedición, 1969).
16 E. Heredia, Planes españoles pp. 358-361.
(1815-1820) 163
contrario, el segundo grupo de fuerzas argentinas constituido por el
ejército de los Andes bajo el mando de San Martín tiene un papel de
cisivo en el desarrollo de la contienda. Ya mencionamos la labor de
organización de aquel jefe en su gobierno de Mendoza. Así al comien
zo de la expedición a Chile, en el verano (austral) de 1817, según el
estado de fuerzas del 31 de diciembre de 1816, su ejército está forma
do por los batallones primero de cazadores, séptimo, octavo y undéci
mo de infantería, batallón de artillería, con 240 hombres y el regimien
to de granaderos a caballo con 750. En total, 3.800 hombres entre los
que figuran oficiales y voluntarios chilenos 17. Estas serán las fuerzas
que combatirán en las campañas de Chile y que ya, en un período
posterior, participarán en las del Perú y el Ecuador.
Por último, el que podríamos llamar ejército defensivo es el que
dirige el general Güemes en el norte argentino, en los límites con los
territorios realistas del Alto Perú. Estas tropas, cuyo importante y des
proporcionado papel dada la modestia de sus medios ha sido ya co
mentado, están formadas en su práctica totalidad por combatientes
irregulares, especialmente gauchos que combaten a caballo, por lo de
más, como las fuerzas de otras provincias argentinas de la época. Éstas
tienen su base en Salta, donde Güemes es gobernador, y combaten las
tentativas realistas sobre la zona. En épocas de mayor tranquilidad del
frente, se entregan a combates de pequeñas patrullas con la caballería
realista, a cuyo mando está un oficial, Marquiegui, oriundo precisa
mente de aquella región. Durante algún tiempo, actúa igualmente por
parte insurgente el llamado «Regimiento peruano», especie de milicia
privada mandada por don Juan José Fernández Campero, autotitulado
marqués de Yavi, auténtico señor feudal de la región que es hecho pri
sionero por los realistas en noviembre de 1816 18, muere en el cauti
verio.
Vencidas las fuerzas realistas del norte de Chile en Chacabuco, a
principios de 1817, y ocupadas por los insurgentes Santiago y Valpa
Resumen histórico
En capítulos anteriores hemos mencionado cómo a partir de 1818
se preparaba una segunda gran expedición pacificadora a Ultramar y
cómo su destino probable sería los territorios del Río de la Plata. Por
dificultades administrativas de toda índole y la falta de medios de
transporte, las fuerzas permanecían ya desde largo tiempo acantonadas
en las proximidades de Cádiz esperando el momento de embarcar. Así
las cosas, en enero de 1820 estalla en alguna de las unidades un pro
nunciamiento de carácter liberal a cuya preparación no han sido ajenos
agentes de los rebeldes hispanoamericanos que actúan con base en Gi-
braltar, que, jugando con el avance de las ideas liberales y con la re
nuencia de las tropas a embarcar para participar en la contienda ame
ricana, consiguen al poco tiempo el triunfo no sin pasar por momentos
difíciles (en realidad, el movimiento triunfa más que por su actividad
por la pasividad de las fuerzas gubernamentales). El Rey acepta la nue
va proclamación de la Constitución de 1812 y rápidamente se instaura
un régimen liberal gobernado por los autores de aquélla en las Cortes
de Cádiz. Sin embargo, ya desde sus primeros momentos aparece la
división entre ellos: moderados y exaltados se enfrentan con violencia
durante los años siguientes lo que, sumado a la actividad de los parti
darios del absolutismo y la política hostil al nuevo régimen de las po
tencias de la Santa Alianza, acabará dando al traste con él.
Mientras tanto, los gobiernos que se suceden sobre la base de las
Cortes elegidas en julio de 1820 llevan a cabo las consabidas reformas,
como la supresión de la Compañía de Jesús y de la Inquisición. Se
166 E l ejército realista en la Independencia americana
intenta, como ya sabemos, dar fin por medios políticos de todo tipo a
la rebelión americana. Tentativa ésta condenada al fracaso, que muy
difícilmente hubiera resultado ocho o diez años antes pero que, en el
punto a que se ha llegado en el desarrollo de la lucha independentista,
no pasa de ser el fruto de una ilusión sin base real alguna.
En cuanto al poder legal, durante los dos primeros años del pro
ceso revolucionario suele estar en manos de políticos moderados (Ar-
güelles, Martínez de la Rosa), pero, por un fenómeno muy frecuente
en situaciones revolucionarias similares (Francia 1789-1792, Rusia tras
la revolución de febrero de 1917, Portugal de 1974-1975), el poder real
o importantísimas parcelas del mismo está en manos de organizacio
nes, legales o no, que controlan la calle y ejercen una creciente coac
ción moral contra los políticos en el gobierno: sociedades secretas, pa
trióticas y la milicia nacional (casi toda ella bajo el mando del partido
exaltado), instrumento de alzamientos de signo cada vez más radical.
Todo ello configura la situación que estalla en el verano de 1822. En
julio de ese año tiene lugar el pronunciamiento de la Guardia Real,
que suele ser considerado absolutista aunque, tal vez, su objetivo ini
cial no fuera otro que restablecer el orden bajo una situación modera
da. Tras su fracaso, el poder real queda en manos del sector más exal
tado apoyado por la oficialidad radicalizada del ejército dirigida por el
general Evaristo San Miguel. Esto provoca la aparición, o mejor dicho
la extensión, de un poderoso movimiento guerrillero de carácter realis
ta cuya expresión política será la Regencia de Urgel, que las fuerzas
gubernamentales serán impotentes de dominar. Por lo demás, las mo
narquías absolutistas de Europa, temerosas de la extensión de la revo
lución española a otros puntos del continente (de hecho en 1820 se
han producido movimientos similares en Portugal y Nápoles), deciden
en el Congreso de Verona (octubre de 1822) la invasión de España para
poner fin al sistema liberal. En abril de 1823 las tropas francesas, al
mando del duque de Angulema, «los Cien mil Hijos de San Luis», in
vaden España y, con el apoyo activo de las fuerzas realistas y la pasi
vidad de la práctica totalidad de la nación, ocupan con muy escasa
resistencia el territorio español, mientras en Portugal por aquellos días
se produce una reacción absolutista. En octubre de 1823 Fernando VII
recobra la plenitud de sus poderes \ 1
1 Para una historia del período 1820-1823, ver, entre otros, Historia general de Es
paña y América, tomo XI, Madrid, 1981.
(1820-1824) 167
Sigue a esto la segunda restauración que ya se prolongará hasta la
muerte del Rey en 1833 y el comienzo de la guerra carlista. Se lleva a
cabo una fuerte represión contra los revolucionarios y se restaura el
poder absoluto pero, sin embargo, esta vez la política gubernamental
será en general más moderada, por así decirlo, que en la etapa de la
primera Restauración, en una línea más o menos próxima a la de cier
tos regímenes «ilustrados» de Europa, lo cual hará que en poco tiempo
el sector ultrarrealista vaya pasando a la oposición. Todo ello, contan
do con la presencia de las tropas francesas, que durará aún varios años
más. Esta será la situación política de la Península que presidirá los
últimos tiempos de la contienda americana y las tentativas de recon
quista a que más tarde tendremos ocasión de referirnos.
No hace falta ponderar la importancia decisiva que el proceso re
volucionario de la metrópoli tendrá en el capítulo final de la contienda
americana. Desde las razones puramente militares (supresión de envíos
de refuerzos para las fuerzas realistas) hasta las políticas (independen
cias e insurrecciones en cascada de 1820-1821), e ideológicas (la Cons
titución española y otros aspectos doctrinales del liberalismo penin
sular será empleada como referencia en múltiples ocasiones por los
insurrectos americanos durante y después de su guerra de indepen
dencia).
En ninguno de los territorios americanos, aún bajo soberanía es
pañola, se dejan sentir tan decisivamente los efectos de la revolución
liberal como en la Nueva España. Como vimos en anteriores capítulos,
desde un punto de vista estrictamente militar, la guerra contra los in
surgentes en esa región está prácticamente decidida a favor del bando
realista, mientras que el elemento criollo no ha mostrado ninguna in
clinación revolucionaria, en parte por el carácter que ha tenido la in
surrección en sus primeros momentos. Sin embargo, el hecho de la de
rrota militar de las fuerzas rebeldes no es tan favorable a la causa
realista como pudiera parecer, ya que permite desde ese momento el
proyecto de un movimiento independentista de las clases altas del vi
rreinato, similar a las producidas en América del Sur, que antes, en
plena guerra con la insurrección indígena, hubiera sido impensable.
Así las cosas, triunfa en España la revolución liberal; los elemen
tos realistas de México, el ejército, la iglesia, las clases acomodadas, in
cluso los peninsulares, temen con razón que las nuevas autoridades de
Madrid inicien un proceso democratizador y revolucionario en el vi
168 E l ejército realista en la Independencia americana
der) por parte de los Estados Unidos, hace que la presencia española
se prolongue en las Grandes Antillas que, por otra parte, en los pri
meros años siguientes serán base para las operaciones o tentativa de
reconquista de los territorios perdidos en la América continental.
En cuanto a Santo Domingo —nos referimos a la parte española
de la isla—, donde como vimos en capítulos anteriores no existía ape
nas guarnición más que fuerzas de milicias locales, proclama su Inde
pendencia en noviembre de 1821 y anuncia su adhesión a Gran Co
lombia para protegerse contra un posible ataque del vecino Estado
negro de Haití, que, efectivamente, invade su territorio en febrero de
1822 ocupándolo por entero y anexionándolo, situación que se pro
longará hasta 1844, en que una insurrección conseguirá la separación
de la actual República Dominicana.
En la América del Sur también se dejan sentir con fuerza las con
secuencias de la revolución liberal española. Habíamos dejado, en el
capítulo correspondiente, el desarrollo de la contienda en el momento
en que al norte los realistas conservan gran parte de Venezuela y zonas
de la costa del Caribe, y el Meridión de Nueva Granada, tras la pérdi
da de la capital de ésta en 1819. Mientras, en la costa del Pacífico, el
Perú con sus apéndices de Quito y el Alto Perú se apresta a la resisten
cia contra la expedición independentista de San Martín, que espera el
momento favorable para zarpar en dirección a las costas del virreinato.
En Nueva Granada prosigue la guerra entre las fuerzas realistas de
Sámano, que han perdido varias de sus bases en el norte (Santa Marta,
Barranquilla) y las independentistas de Santander. Al sur, el jefe realista
Basilio García dirige la campaña de los fieles pastusos que cierran el
paso a los insurgentes en aquella dirección. Como consecuencia de la
implantación del régimen liberal en España se producen deserciones
importantes entre las fuerzas realistas, sobre todo oficiales de origen
americano, y por la política de pacificación preconizada por Madrid,
Morillo y Bolívar acuerdan (noviembre de 1820) un armisticio, que
dura hasta abril del año siguiente. Tal armisticio apenas se seguirá.
Además, permitirá que ambos bandos se preparen cómodamente para
el momento de la reanudación de la lucha. Las tentativas de llegar a
un acuerdo de carácter político que ponga fin a la lucha, fracasan por
el rechazo de los insurgentes de ninguna solución que no parta del
reconocimiento de su independencia. Esta es reafirmada por los insu
rrectos en forma de república unitaria en el congreso de Cúcuta (junio
(1820-1824) 171
de 1821), mientras se reanuda la guerra tras el fin del armisticio. En
octubre de 1821 cae la plaza de Cartagena en poder de los insurgentes
y al mes siguiente Panamá se adhiere a la república, lo que supone, en
la práctica, el final de la presencia realista en la costa del Caribe. En el
sur, Bolívar, que el año anterior ha derrotado a los realistas de Vene
zuela y Sucre, dirige una campaña contra Pasto y Quito. Aquél derrota
a Basilio García en Bomboná (abril de 1822) y éste, que ha desembar
cado en la plaza de Guayaquil sublevada contra la autoridad realista
en octubre de 1820, avanza hacia Quito y derrota a Aymerich en la
batalla del Pichincha. Tras ello las tropas realistas capitulan en la re
gión, incluyendo Pasto, y quedando, por tanto, todo el territorio de la
Gran Colombia en poder de los insurgentes. Sin embargo, los realistas
de Pasto prosiguen su resistencia, en forma de lucha de guerrillas, y
tienen lugar varias insurrecciones (1823-1824), lo que obliga a los in-
dependentistas a nuevas campañas llevando a cabo duras represalias. El
coronel de origen indio Agualongo se mantiene en la lucha guerrillera
hasta 1824, en que es capturado y ejecutado, aunque la lucha se pro
longa durante mucho tiempo después.
No se producen en este área (actuales repúblicas de Colombia y
el Ecuador) tentativas serias de reconquista realista. Por lo demás, como
es sabido, el proyecto de Bolívar de un Estado unitario que compren
diese estos territorios y su país natal fracasa plenamente. En 1830, tras
su apartamiento del poder, se consuma formalmente la separación de
los tres núcleos principales de la gran Colombia: Venezuela, Nueva
Granada, que en 1861 tomará el nombre de Colombia y que incluye
Panamá (que perderá en 1903 a consecuencia de un golpe del big stick
de Theodore Roosevelt), y, por último, la República del Ecuador, bajo
la presidencia del general Flores, que años más tarde proyectará, sin
éxito, una restauración monárquica en la persona de algún príncipe de
la casa reinante en España 3.
En la capitanía general de Venezuela, entre tanto, da fin la lucha
con la derrota de las fuerzas realistas. Vuelto Bolívar a ella, tras su
campaña de 1819 en Nueva Granada, prosigue sus operaciones contra
Morillo sin que ninguno de los bandos obtenga triunfo decisivo algu
no hasta que el armisticio antes mencionado, interrumpa por unos me
E strategia
Nuevamente en 1820 y 1821 asistimos, a lo largo y ancho del te
rritorio todavía en poder de las fuerzas realistas, a una cascada de de
sastres, debidos, en primer lugar, a razones políticas y a continuación,
en algunos casos, a derrotas militares causadas o propiciadas por aqué
llas, y a un avance tanto territorial como psicológico y moral de las
fuerzas independentistas, similar, en muchos aspectos, a los producidos
en los primeros meses de la revolución de 1810 y 1811. Aun en las
diferencias que se aprecian en una dirección y otra, muchas de ellas lo
son a favor de la causa independentista. Así, por ejemplo, los insurgen
tes de este momento no son los muchas veces desorientados respecto
a los objetivos y medios para conseguirlos, que triunfaban en tantos
casos por la sorpresa para que la situación volviera a su cauce en cuan
to se establecía con claridad el alcance de lo acaecido y que instaura
ban «regímenes bobos» con líderes a menudo incapaces o poco a la
altura de las circunstancias. O bien se trataba en algunos casos de mo
176 E l ejército realista en la Independencia americana
8 V. Torata, op. cit., tomo I, pp. 33 y ss. Es ésta una idea recurrente en todo el
resto de la obra.
(1820-1824) 181
Por último, en Tierra Firme, zona donde las fuerzas realistas su
fren igualmente las consecuencias de la situación política —alzamiento
de ciudades, deserción de tropas, armisticios netamente favorables a los
insurgentes—, las posibilidades de éstas son claramente las mismas: de
fensa elástica del territorio mientras se pueda, y resistencia en las plazas
de la costa a continuación. Lo primero, no puede llevarse a cabo efi
cazmente debido al genio militar de Bolívar que, con la rapidez del
rayo, abate sus fuerzas sobre todos los puntos de la capitanía general
sin dar tiempo a sus adversarios de llevar a cabo maniobra alguna efi
caz, aunque, durante los primeros momentos de la campaña, éstos tie
nen la posibilidad, al menos teórica, de, actuando con rapidez desde
posiciones centrales, tratar de derrotar por separado a las diversas for
maciones patriotas. Tras la derrota de Carabobo, poco más pueden ha
cer que resistir en Puerto Cabello y, no obstante, aprovechando la au
sencia de los más importantes ejércitos rebeldes, se pudieron realizar, o
al menos intentar, unas operaciones de reconquista, que consiguieron,
antes del fracaso final, debido fundamentalmente a la derrota naval de
Maracaibo unos resultados casi inimaginables pocos meses antes.
Por lo que respecta a la estrategia de las fuerzas rebeldes, la reali
dad es que, dadas todas las coordenadas militares, políticas y econó
micas de la situación en 1820 y 1821, la alternativa más conveniente
para sus fines es la que de hecho llevan a cabo: dominio de la Costa
Firme, donde se encuentra un ejército realista que podría todavía llevar
a cabo operaciones de envergadura si sus adversarios se trasladan en
proporción importante a otro teatro de operaciones; reducción a con
tinuación del foco realista de Pasto y Quito, y refuerzo posterior a los
ejércitos insurgentes que operan en el Perú, que, mientras tanto, sin
haber vencido al grueso del ejército realista en la zona, se han apode
rado de importantes áreas de ésta. Alternativamente, se pueden dejar
las operaciones contra el enclave de Quito para después, terminada la
campaña del Perú, todo ello aprovechando las ventajas derivadas de las
circunstancias políticas en que se debaten sus adversarios desde el pro
nunciamiento de Maracaibo hasta la crisis La Serna-Olañeta.
Debe recordarse, en cualquier caso, que también los insurgentes
conocen dificultades importantes de aquel carácter. Recuérdense las que
se producen con ocasión de la campaña del Perú, debido a rivalidades
«políticas-nacionales», y que, sobre causarles importantes contratiem
pos, por ejemplo la recuperación de la plaza de El Callao por los rea
182 E l ejército realista en la Independencia americana
9 T. Anna, La caída del gobierno real en Méjico, citado por Albí, op. cit., pp. 301
y ss.
186 E l ejército realista en la Independencia americana
E l ejército realista
Nueva España
La primera dificultad, en una aproximación al ejército realista en
el virreinato de Nueva España en el período que nos ocupa, es decir,
hasta la proclamación de la República de México, con la instauración
y caída del Imperio, es precisamente su definición, o en otras palabras,
a quién se considera «ejercito realista». Es evidente cuáles son las fuer
zas que podríamos llamar «insurgentes históricas»: en aquel momento,
unas escasas guerrillas que languidecen en diversas partes del territorio,
sobre todo en el sur. Sin embargo, respecto a las fuerzas que se pro
nuncian con Iturbide en apoyo del plan de Iguala y las no demasiado
numerosas que se oponen a ellas, la calificación es más difícil. Efecti
vamente, al menos en un primer momento, estas fuerzas combaten por
la conservación en México de todos y cada uno de los elementos que
han confirmado la ideología y la motivación de la causa realista hasta
aquel momento, incluyendo la persona y dinastía 10 a la que en prin
cipio se reservaba el trono del virreinato; todos los principios, claro
está, menos el de la unión con la metrópoli, pero aun éste si no se
mantiene es precisamente porque se considera que la metrópoli no res
ponde a los demás.
Por otra parte, las fuerzas que se oponen con más decisión al pro
nunciamiento iturbidista, tras las primeras semanas en que se van de
cantando posiciones, están formadas en su mayoría por peninsulares,
en gran parte adictos a la causa liberal de la metrópoli. Es decir, que
10 Ver entre otros W. Robertson, Iturbide of Mexico, Nueva York, 1968, pp. 52
(1820-1824) 187
si estuvieran en ésta, su deber sería combatir precisamente a los «realis
tas». Tantas paradojas en una: realistas rebeldes y «realistas» —en el sen
tido de defensores de la metrópoli— que no son realistas hacen que,
repetimos, sea difícil definir más o menos categóricamente a los parti
dos que intervienen en esta fase de la contienda.
Al comienzo de los acontecimientos que culminarían, en definiti
va, con la pérdida por España de los territorios continentales al norte
del istmo, es decir, en el momento del triunfo de la revolución gadi
tana, las fuerzas virreinales todavía indiscutiblemente realistas están for
madas por diez unidades expedicionarias, los regimientos de Zaragoza
y Órdenes Militares, a dos batallones cada uno, y los regimientos, en
realidad batallones, de Fernando VII, Mallorca, infante don Carlos, ter
cer batallón de Zamora, tercer batallón de Murcia, que así vimos con
el nombre de Primero Americano, primer batallón de Extremadura,
Voluntarios de Castilla —cuyo coronel Francisco Hevia será uno de los
que resistan con más decisión al pronunciamiento trigarante hasta su
muerte en acción—y el llamado Batallón ligero de Barcelona, cuya de
nominación inicial en el virreinato fue el de Voluntarios de Navarra.
Además, hay tres compañías de tropas de marina. El resto de los efec
tivos de fuerzas virreinales, tanto de infantería y dragones veteranos del
país, milicia provincial de infantería y caballería y casi todos los cuer
pos de la milicia urbana, son con muy pocas variantes los mismos que
existían al comienzo del período anterior. La única adición importante
a aquellas fuerzas son las unidades expedicionarias llegadas entre 1815
y 1817. Naturalmente, las unidades de procedencia peninsular, al cabo
de varios años de permanencia en el virreinato y de su intervención en
operaciones militares, han experimentado las bajas correspondientes
entre sus componentes, en combate, por enfermedad, deserción, paso
a destinos no propiamente militares, o a unidades locales, veteranas o
de milicia. Por tanto, sus efectivos iniciales han sufrido mermas muy
importantes; recuérdese, por ejemplo, aunque no sea, por otra parte,
más que un caso especial, el del Regimiento, en realidad un sólo ba
tallón, de Asturias, que fue capturado casi íntegramente a poco de su
desembarco e inicio de operaciones y reorganizado localmente con el
nombre de Mallorca. Ahora bien, como es lógico y al no recibirse de
la Península personal específico para el reemplazo de bajas, éste se lle
va a cabo en las unidades inicialmente expedicionarias con nativos del
país o españoles allí residentes, que éstos, en su mayor parte, tras lar-
188 E l ejército realista en la Independencia americana
Venezuela
Al comienzo de la etapa de que nos ocupamos, las fuerzas realis
tas en la capitanía general de Venezuela, según los datos oficiales del
marqués de las Amarillas referentes a las primeras semanas de 1820,
están formadas por unos 5.800 hombres de tropas expedicionarias y
6.000 veteranos del país. Sin embargo, ya sabemos cómo en la primera
cifra se establece la fuerza total de las unidades, que por esta época
están formadas, mayoritariamente, por personal reclutado en la propia
capitanía general con americanos o a veces españoles allí residentes. El
proceso de americanización del ejército ha sido aquí, como en todo el
continente, muy acusado. Igualmente la regularización de las fuerzas
ha alcanzado un nivel muy alto. Las unidades de milicia, que en otras
zonas de América siguen actuando, aquí puede decirse que en esta
época existen sólo sobre el papel (sólo se tiene en cuenta a dos de los
batallones de este tipo), como las unidades de infantería veterana con
que se contaba en la capitanía general al inicio de los acontecimientos.
También han desaparecido algunas de las unidades del ejército de Bo-
ves, absorbidas por otras o disueltas a lo largo del proceso que comen
tamos.
Estas son las fuerzas que mantendrán la campaña de 1820 contra
las de Bolívar hasta el armisticio de noviembre de ese año, tras las en
(1820-1824) 193
trevistas entre el jefe venezolano y Morillo. Como ya se ha apuntado,
las consecuencias del armisticio son claramente negativas para las fuer
zas realistas, aunque su aceptación sea inevitable y responda a las lí
neas generales de la política del nuevo gobierno español. Durante el
mismo, sin mencionar el aspecto de desmoralización general, se pierde
la plaza de Maracaibo, y las fuerzas insurgentes pueden preparar con
toda tranquilidad la campaña inmediata acumulando aprovisionamien
tos y desplegando convenientemente sus fuerzas, entre otros puntos en
Barinas, a pesar de la prohibición expresa 14 de hacerlo, así establecida
en los términos del armisticio. Ello les permitirá iniciar la campaña en
las mejores condiciones. Los realistas, por el contrario, no reciben re
fuerzo alguno y, al verse obligados a mantenerse a la ofensiva, dejan
toda la iniciativa a sus oponentes.
En el momento del fin del armisticio, denunciado por Bolívar en
marzo de 1821, y del comienzo de la campaña que en tan poco tiem
po terminará con la presencia realista en la mayor parte de la capitanía
general, las fuerzas de este bando están desplegadas de la siguiente for
ma: en Calabozo, la división de vanguardia al mando de Morales con
los regimientos de caballería, todos formados por llaneros y con unos
400 hombres cada uno, del Rey, Húsares y Guías, éste al mando de
Narciso López, oficial venezolano de curiosa trayectoria posterior; ba
tallón de infantería de Burgos con 600 hombres, y 200 hombres de los
Campos Volantes de caballería.
En San Carlos e inmediaciones se encuentra la primera división al
mando del comandante en jefe La Torre, formada por los batallones
de infantería de Barlovento (500 hombres) primero de Valen^ay (800),
del Infante (300), Hostalrich (500) y el Regimiento de Barbastro; en
Ortiz, la segunda división mandada por Calzada y formada solamente
por el segundo Batallón del Rey y en Araure, la tercera división (Tello)
con los batallones de infantería del Príncipe y segundo de Valengay,
con unos 600 hombres cada uno.
En Cumaná, sitiada desde antes del comienzo de la campaña en
el extremo oriental del dispositivo realista, la guarnición está formada
por la cuarta división, mandada por Caturla y constituida por diversos
Perú
Al ejército realista del Perú corresponderá escribir las últimas pá
ginas de la contienda de la Independencia americana, como le vimos
escribir las primeras, al reprimir los alzamientos de Quito y La Paz, ya
en 1809. Efectivamente, perdido Chile, independiente pronto México,
reducidas las fuerzas en Nueva Granada y Costa Firme a unas peque
ñas zonas de los Andes y de la costa del Caribe, el último territorio de
importancia en poder de los realistas es precisamente el del Perú don
de, como vimos, no se ha producido ningún movimiento independen-
tista serio, a excepción del efímero de Cuzco en 1814, pronto aplasta
do por las fuerzas virreinales. Bien es verdad que al comienzo del
período al que nos referimos se nota ya en algunos sectores de la po
blación, a veces en las clases bajas o en otros grupos sociales, desde
luego muy minoritarios, una actitud hacia la causa realista diferente de
la que había imperado desde los primeros momentos, lo que se tradu
ce en la aparición, todavía tímida y muy limitada, de algunos movi
mientos de oposición armada, guerrillas y montoneras. Todo esto, en
el momento en que la revolución de Riego en España hace replantear,
aquí como en todo el Continente, el sentido de la lucha desde la óp
tica realista, con las consecuencias que luego analizaremos.
Sin mencionar para nada estos aspectos políticos e ideológicos, en
el Perú en 1820 se produce un hecho capital desde el punto de vista
militar: el desembarco de la expedición libertadora procedente de Chi
le y dirigida por San Martín, que lógicamente tendrá unas consecuen
cias decisivas en el desarrollo de las operaciones en esa región.
206 E l ejército realista en la Independencia americana
G uayaq
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BATALLAS
Ú L T IM A O F E N S IV A R E A L I S T A
( O c t u b r e - D ic ie m b r e 1 8 2 4 )
C A M P A Ñ A R E A L IS T A DE A B R IL 1 8 2 2
O F E N S IV A S D E C A N T E R A C S O B R E
L IM A Y E L C A L L A O
A C T IV ID A D D E G U E R R I L L A S R E A L I S T A S
(1 8 2 1 -1 8 2 5 )
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o c e a n o ic r : i i n ' ' S a n t a C r u z d e la S i e r r a 1821
\ 1822
Cochabamba WARNES IN S U R R E C C IO N E S . 1 8 2 0 - 1 8 2 4
L IM IT E S D E L T E R R IT O R IO B A JO C O N
El ejército realista en la Independencia americana
Oruro
T R O L D E O L A Ñ E T A ( p r in c ip io s d e 18 2 4 )
C A M PAÑ A DE ALVAR AD O
t C A M P A Ñ A D E S T A .C R U Z ( J u n - S e p 1 8 2 3 )
E X P E D IC IO N D E S. M A R T IN . ( 9 - 1 8 2 0 ) |
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PA C / Ft IN S U R R E C C IO N D E C U Z C 0 .1 8 1 4
(1820-1824) 211
expedición al mando de Canterac recupera temporalmente la capital, si
bien en la marcha y contramarcha pierde, entre bajas en combate, de
sertores y rezagados, casi la mitad de sus componentes. A continua
ción, el ejército realista, establecido en la zona de Cuzco, inicia una
meritoria labor de reorganización con recursos meramente locales, que
conseguirá buenos resultados en pocos meses, labor ésta que se ha he
cho muy necesaria porque, desde el desembarco de San Martín, por
unas y otras razones, las pérdidas de las fuerzas realistas han sido cuan
tiosas: según los datos que proporciona el general Valdés, en su refu
tación al manifiesto de Pezuela, en el momento del pronunciamiento
de Aznapuquio (enero de 1821) de los 23.000 con que se contaba en
el invierno austral anterior, sólo quedan menos de 15.000; los otros
8.000 se han perdido con las derrotas de la división O’Reilly en Pasco
(1.000 hombres), las deserciones de Guayaquil, Trujillo y el batallón de
Numancia (mas de 3.000), la virtual disolución de la división Ricafort
(1.000), guarniciones menores capturadas o vencidas por las fuerzas de
San Martín y bajas en combate, deserciones aisladas y otras causas.
Por el contrario, las fuerzas independentistas, que contaban con
4.500 hombres al llegar en la fecha antedicha, han tenido más de 6.000
altas entre reclutas e incorporaciones, además de los numerosos guerri
lleros levantados en armas a su favor. Bien es verdad, como sabemos,
aunque Valdés no lo mencione, que parte de estas fuerzas están adscri
tas al frente de Quito abierto tras la sublevación independentista de
Guayaquil. En esta ciudad, como es sabido, tiene lugar al año siguiente
la entrevista entre Bolívar y San Martín, en la que éste cede el mando,
renuncia a su cargo de «Protector del Perú» y se retira de la actividad
política y militar sin que, naturalmente, por eso disminuya la actividad
de los jefes insurgentes que le suceden y que pronto recibirán la ayuda
de las fuerzas colombianas y del mismo Bolívar, que asumirá la jefa
tura suprema de la operación no sin que ello cause a los insurgentes
graves dificultades de carácter político.
A principios de 1823, una campaña en el sur del Perú de las fuer
zas insurgentes fracasa por las derrotas que los generales Valdés y Can
terac les infligen en Torata y Moquegua. Las fuerzas realistas en Torata
están formadas por los batallones de Gerona y del Centro, éste al man
do de Espartero, dos escuadrones de caballería y dos piezas de artille
ría; en Moquegua tienen, además, el refuerzo de los batallones de Bur
gos y Cantabria y tres escuadrones de caballería.
212 E l ejército realista en la Independencia americana
que Valdés tiene que dar por terminada, de hecho, la campaña después
de derrotar repetidas veces a Olañeta, expulsándole de Potosí. Olañeta
conserva el mando del ejército y territorio del Alto Perú. Mientras, sus
oponentes han perdido la oportunidad de combatir a Bolívar en un
momento óptimo —algunos jefes realistas eran partidarios de iniciar la
campaña contra aquél aún sin contar con las fuerzas empeñadas contra
Olañeta— y Bolívar inicia una ofensiva de gran envergadura, para lo
que cuenta con un ejército reforzado por importantes contingentes lle
gados de Colombia en su ayuda.
En agosto, Bolívar derrota a Canterac en Junín, donde éste pierde
gran parte de su caballería por una utilización imprudente de la mis
ma, después de haber conseguido un éxito inicial de importancia, y se
retira a Cuzco perdiendo en la larga y precipitada —y probablemente
injustificada— marcha buena parte de los componentes de su ejército
entre desertores y rezagados. Esta derrota es la que obliga a suspender
la campaña contra Olañeta y a proceder a una reorganización del ejér
cito para participar en la que será la campaña final de la guerra hispa
noamericana.
Para entonces, la situación de las armas realistas, como se com
prenderá, no es tan halagüeña como al principio del año: el ejército
del norte, desmoralizado por la derrota de Junín y mermado por las
bajas que antes mencionamos; el del sur, agotado por la dura lucha
contra Olañeta, las pérdidas sufridas en esta lucha, que se ve obligado
a reemplazar por reclutas hechos sobre la marcha o con prisioneros del
ejército de aquél, y las marchas extenuantes que ha tenido que llevar a
cabo. En cualquier caso, las fuerzas virreinales cuentan en este momen
to con la organización siguiente: en el ejército del norte, los batallones
primero del Infante, primero del Imperial Alejandro, los de Burgos,
Centro, Cantabria, Castro, Guías, Victoria y segundo del Cuzco, y ca
ballería formada por los escuadrones de Dragones de Perú y de la
Unión, de San Carlos y Húsares.
El del sur cuenta con los dos batallones de Gerona (a los que su
jefe califica de poco más que de guerrillas uniformadas), segundo del
Imperial Alejandro, primero del Cuzco, segundo de Fernando VII y es
cuadrón de granaderos de la guardia.
Las fuerzas totales, según algunos autores, son 13.000 hombres con
16 piezas de artillería, cifra demasiado elevada y que con seguridad in
cluye al total de las mismas, sumando personal no combatiente, guar-
(1820-1824) 215
iliciones, etc. El general Valdés da para finales de noviembre, tras un
mes de campaña, un total de 7.000 hombres, de ellos unos 2.000 de
caballería. Dicha diferencia de cifras se debe, probablemente, a la gran
cantidad de desertores producidos durante las marchas.
Por lo demás, las fuerzas independentistas no se encuentran en
mejor posición. Derrotadas en varios encuentros, con importantes con
tingentes de reclutas sin instrucción alguna, fuertes bajas debidas igual
mente a deserciones y teniendo en su contra a los indígenas de la re
gión alzados a favor de la causa realista, se encuentran en la necesidad
de jugarse a una batalla el resultado de la campaña.
Y, efectivamente, tiene lugar la batalla de Ayacucho. En ella resul
ta vencido el ejército realista, pero no es a eso a lo que querríamos
aludir en este momento.
Como es sabido, desde siempre, desde los tiempos más antiguos,
cuando un ejército es vencido se suele buscar la explicación, por sus
componentes o adeptos, en la traición. Resulta a veces patético ver los
esfuerzos de personas como las aludidas buscando a través de barrocos
razonamientos la posibilidad de esa traición en cualquier derrota, in
cluso en aquéllas en que los vencidos lo son en condiciones honrosí
simas o bien son aplastados por una superioridad abrumadora del ene
migo. Esto no quiere decir que no exista la traición, y más cuando una
causa lleva las de perder cuando aquélla se produce. Estas reflexiones
vienen la hilo de que, naturalmente, toda una escuela histórica sostiene
la tesis de la traición de Ayacucho, es decir, que el desarrollo de la
batalla y la capitulación que le siguió fueron pactadas antes de librarse
al combate.
No entraremos en la polémica al respecto, ni a favor ni en contra
de dicha interpretación, entre otras cosas porque el objeto de esta obra
no es propiamente el desarrollo de la campaña y sus vicisitudes sino,
fundamentalmente, el estudio de uno de los participantes en la misma.
No dejaremos de notar, sin embargo, cómo el ejército realista plantea
la batalla en una difícil situación táctica, en la que el terreno juega un
papel completamente a su contra (la caballería, por ejemplo, no puede
llegar a entrar en combate, la coordinación de las fuerzas es casi im
posible) y recordaremos las otras circunstancias, negativas casi todas,
en que se encuentra respecto a reclutas, moral...
La interpretación del general Valdés es sencilla: la batalla se pierde
por la cobardía de los soldados. Por lo demás, la división a su mando,
216 E l ejército realista en la Independencia americana
con las mejores tropas del ejército realista, arrolla a su oponente, la del
general peruano La Mar. Las divisiones Monet y Villalobos, en cam
bio, son derrotadas; el virrey La Serna, herido, es hecho prisionero y,
cuando las fuerzas realistas tratan de replegarse y algunos oficiales in
tentan reunir a las unidades para retirarse en orden y poder continuar
la lucha, las tropas se niegan en redondo 25. Ante ello, los generales
realistas negocian la capitulación.
Ya se ha aludido a las honrosas condiciones que Sucre concede a
sus oponentes: repatriación de los peninsulares o americanos que lo
deseen e ingreso en el ejército americano con los mismos grados de los
jefes y oficiales realistas que decidan permanecer en el Nuevo Mundo.
Generosas condiciones, no todas respetadas posteriormente por Bolí
var. En cualquier caso, regresan a España unos 750 componentes del
último ejército realista en el hemisferio, contando jefes, oficiales y unos
350 soldados, entre ellos algunos americanos.
Se dijo, y es una interpretación parcialmente válida, que no es ne
cesario creer obligatoriamente en la traición. Aun sin tener en cuenta
las razones militares que motivan la capitulación tras la derrota, aqué
lla se debe al hecho de que, habiendo perdido gran parte de su ejérci
to, los generales del Perú se encuentran cogidos entre dos fuegos: el de
Olañeta que no les daría cuartel, y el de Sucre del que pueden conse
guir la capitulación que deseen. Es ésta una razón que aducen los se
guidores de la escuela antes aludida, aunque parece claro que la argu
mentación pierde, al menos, gran parte de su validez cuando se alude
a ella en el momento anterior a la batalla, es decir, cuando, por difícil
que fuera su situación, era perfectamente posible para el ejército realis
ta derrotar al de Sucre.
Otra cosa es que, aún en caso de vencer en aquella batalla y aun
en toda la campaña, la causa realista estaba perdida, al menos mientras
estuviera abandonada a sus propias fuerzas, en el continente surameri-
cano. Es éste, en cualquier caso, un asunto que puede resultar propio
para especulaciones de todo tipo. En esta campaña da fin virtualmente
a la contienda de Independencia hispanoamericana. Aún durarían por
algún tiempo algunos rescoldos de la misma a los que tendremos más
tarde ocasión de referirnos.
27 Plazas Olarte, Historia extensa de Colombia, vol. XVIII, tomo 3, p. 125 y ss.
220 E l ejército realista en la Independencia americana
Ú ltimas resistencias
8 Ver, por ejemplo, J. de Presas, Memoria sobre el estado de Nueva España en Agosto
de 1823, Madrid, 1824.
Ecos de N um ancia 235
realidad, otras no pasan de desiderata o bien son conspiraciones o ac
ciones de poca importancia. Así, por ejemplo, la de Aviraneta en Mé
xico en 1827.
En alguno de dichos planes se preconiza de forma poco realista
una acción general sobre todos los territorios insurgentes. En otros se
establece cuidadosamente una estrategia que incluye acciones decididas
sobre ciertas zonas, abandono a su suerte de otras e incluso el reco
nocimiento de la independencia de alguna de ellas o bien su cesión a
alguna potencia europea, a cambio de su ayuda para la acción sobre
los demás territorios.
Por vía de ejemplo, podríamos detallar alguno de los planes que
parecen menos descabellados, si bien todos ellos adolecen de un fallo
importante como lo es el presupuesto de medios necesarios, muy por
encima de las posibilidades de la España del momento.
Así, el general Valdés, al que vimos distinguirse en las campañas
del Perú, tras su regreso a España, planifica una importante operación
de reconquista en la América del Sur. Se trataría de desembarcar un
ejército de 20.000 hombres en el Río de la Plata (se comprende desde
este momento por qué el plan no se puso en práctica), que reduciría a
las Provincias Unidas, cruzaría los Andes con quince mil y, desde allí,
una vez ocupado Chile, desembarcaría en el Perú. Se trata, por tanto,
de una repetición casi milimétrica del plan de San Martín, ejecutado
en 1817-1820.
Otro plan interesante es el Pascual Churruca 9, oficial del ejército
de Costa Firme, donde en cierta época mandó el primer batallón de
Valengay, que sugiere una estrategia bastante completa para la actua
ción en la América ex española; desde preparar a la opinión pública
peninsular para concienciarla sobre la conveniencia de dicha acción de
reconquista y la creación de unidades militares con esa finalidad espe
cífica hasta un orden de prelación de territorios renunciables si las cir
cunstancias no permiten la recuperación de todos ellos: Buenos Aires,
Venezuela, que debería, llegado el caso, ser cedida a otra potencia eu
ropea por temor a la anarquía racial en ese país, Chile «delicioso país»
que podría ser enajenado a otra potencia europea, a excepción de In
glaterra y Francia, Santa Fe (Nueva Granada) para cuya recuperación
1 Por vía de ejemplo, recordemos que el viaje de una fragata rápida de Cádiz al
Caribe podía durar más de un mes. Si el viajera hasta El Callao, doblando el cabo de
Hornos, maniobra difícil y arriesgada en los meses de verano y mucho más en los de
invierno, el viaje podía durar de 100 a 120 días. Ya dentro del Nuevo Continente El
Callao podía estar a 15 días de navegación de Valparaíso y 60 de Acapulco y Río de
Janeiro.
248 E l ejército realista en la Independencia americana
4 En este momento la flota rebelde estaba formada por el navio San Martín, las
fragatas Lautaro y O’Higgins (ex antigua María Isabel), cuatro bergantines (pronto cinco
con el Potrillo) y una corbeta, la Chacabuco.
La realista estaba formada por las fragatas Venganza, Esmeralda y Prueba, tres corbe
tas y cuatro bergantines como unidades principales.
L a marina realista 255
Como vimos en capítulos precedentes, la revolución de Riego y
el establecimiento del régimen constitucional en España en los prime
ros meses de 1820 tiene una influencia decisiva en el desarrollo de la
contienda en América. Sin mencionar el hecho puramente militar de
que la expedición destinada a combatir el Río de la Plata no dejase las
costas de España, las consecuencias políticas por el cambio en las ac
titudes de tantos mandos y autoridades, hasta aquel momento realistas
pero que como resultado de las revoluciones inician un acercamiento
a las posiciones —o a ciertas posiciones— independentistas, son defini
tivas. Independencia de México y América Central, revolución en Gua
yaquil, armisticio en Nueva Granada con la inmediata pérdida de Car
tagena, desembarco de la expedición libertadora en el Perú, etc., todo
ello hace que la situación de las fuerzas realistas, hasta entonces relati
vamente holgada, aun tras la pérdida de la iniciativa en 1817-1818, se
vuelva punto menos que desesperada.
En noviembre de 1820 parte de Cádiz con destino al Caribe una
división naval al mando del capitán de fragata Laborde, nombrado co
mandante del apostadero de Puerto Cabello. Con las fuerzas que lleva
y con las que allí se encuentran, se constituye una flotilla formada por
una fragata, un bergantín, una goleta y varias unidades menores, con
las que combate desde su llegada a los corsarios insurgentes. Perdida a
lo largo de 1821, tras la batalla de Carabobo, la mayor parte del terri
torio de Costa Firme, las fuerzas realistas se acogen a la fortaleza de
Puerto Cabello, en cuya defensa participa la flotilla de Laborde, a pesar
del estado lamentable en que se encuentran las unidades que la com
ponen. Nombrado Morales para sustituir a La Torre como jefe de las
fuerzas realistas en Venezuela y deseoso de recuperar la provincia de
Maracaibo, inicia con rápido éxito las operaciones eficazmente apoya
do por la flotilla, que en poco tiempo dispersa a los corsarios que ope
raban en la laguna o bahía que toma el nombre de aquella ciudad. En
mayo de 1823 obtiene una victoria sobre la insurgente del comodoro
Danells, sucesor de Brion, que se ve obligada a levantar el bloqueo de
Puerto Cabello. Inmediatamente, parte la flotilla española, para prestar
apoyo a las fuerzas de Morales, hacia la bahía de Maracaibo donde
tiene lugar el encuentro con las fuerzas navales insurgentes del almi
rante Padilla, formadas por tres bergantines, siete goletas y otras uni
dades menores, con un total de cerca de 100 cañones, con tripulacio
nes extranjeras reforzadas por tropas del ejército de tierra. La flotilla
256 E l ejército realista en la Independencia americana
2 Ver, T. Pérez Tenreiro, Los sucesos militares de Coro, 1821 y 1822, Caracas, 1972.
Guerrillas 267
1826-1829 formarán entre las fuerzas que sostendrán la campaña de
restauración del coronel Arizabalo a la que hemos dedicado unas pá
ginas. Por su parte, numerosos indígenas de la región de Coro resisten
todavía en la última fecha, y los republicanos les hacen una guerra de
exterminio.
En la mayor parte del territorio de Nueva Granada no hay activi
dad guerrillera realista apreciable ni en los tiempos de la «patria boba»,
de 1810 a la reconquista de Morillo, ni tras la batalla de Boyacá y la
ocupación del territorio por las fuerzas independentistas. En el norte,
en la zona realista de Santa Marta, fuerzas dispersas después de las pér
didas en 1813 y 1820 —la primera vez con carácter temporal— de esa
ciudad actúan en la zona, donde encuentran la colaboración de los in
dios guajiros e incluso, a principios de 1823, pueden llevar a cabo una
recuperación, muy efímera es verdad, de Santa Marta.
En el sur de Nueva Granada, por el contrario, la firmeza de las
convicciones realistas de los habitantes de la región de Pasto posibilita
la aparición de todo tipo de guerrillas y unidades irregulares que pres
tarán gran apoyo a las fuerzas del Rey en el sector durante las campa
ñas contra Caicedo y Nariño y, posteriormente, tras la ocupación de
la zona por las fuerzas de la Gran Colombia, como consecuencia de la
capitulación en 1822 de las fuerzas realistas regulares en esa región y
Quito. Ya se ha mencionado la tenacidad con que los pastusos, dirigi
dos por Benito Boves y Agustín Agualongo, mantienen la lucha en for
ma de guerrillas y alzamientos populares contra las fuerzas revolucio
narias, a pesar de las duras medidas de represión que éstas llevan a
cabo.
En el Alto Perú, donde la insurrección tiene un carácter indigenis
ta similar al de México, no se da tampoco la aparición de fuerzas irre
gulares o de guerrilla de carácter realista y sí el caso contrario, como
ya hemos visto a lo largo de capítulos precedentes.
Tampoco hay guerrillas realistas en el resto del virreinato de Bue
nos Aires, aunque aquí las fuerzas insurgentes tienen los graves proble
mas internos descritos, que llegan a anular virtualmente la capacidad
militar de esta región a lo largo de amplios períodos, consiguiendo en
la práctica un resultado para la causa de sus opositores similar al de si
aquéllas hubieran actuado con la máxima eficacia.
Por el contrario, en Chile, la actividad de las guerrillas realistas es
bastante extensa. Ya en tiempos de la «Patria Vieja» vimos cómo las
268 E l ejército realista en la Independencia americana
bases realistas del valle de Jauja o de la plaza sitiada, en esta época con
poca energía, de El Callao. Esta situación se prolongará hasta la capi
tulación de Ayacucho a la que se acogen muchos de sus jefes y com
batientes. No así numerosos indígenas, que proseguirán la lucha contra
las fuerzas republicanas durante mucho tiempo después de terminada
la guerra regular.
No hace falta ponderar el perjuicio material y, sobre todo, la frus
tración moral que produce en los esforzados combatientes por la liber
tad del Continente el que los habitantes —¡descendientes de los incas
y araucanos!— apoyen decididamente a sus opresores. Es éste un fenó
meno que, por otra parte, se da con mucha, casi diríamos excesiva,
frecuencia en numerosas luchas de liberación en que los «libertadores»
en cuestión deben combatir, en primer lugar, a aquéllos a los que pre
tenden liberar.
¿Qué podría decirse de las guerrillas desde un punto de vista es
tratégico? Parece obvia la importancia, en el marco general de una con
tienda, de la actividad en la retaguardia enemiga de unas fuerzas de ese
carácter, tanto mejor si cuentan con mandos capacitados y actúan con
arreglo a un plan general adecuadamente coordinado. No parece que
fuera necesario encomiar la importancia de esta forma de combate a
los jefes del esfuerzo bélico realista, que acababan de salir de una gue
rra como la llamada de Independencia española en la que tan impor
tante —a veces magnificado— papel habían jugado los combatientes
irregulares. Y que, en última instancia, habían conocido en sus propias
carnes los efectos de la actividad de las montoneras y guerrillas en al
gunos puntos del hemisferio americano. Ahora bien, sería demasiado
esperar que una actividad bélica de este tipo, con carácter exclusivo, a
lo que queda reducida la realista tras la derrota en los campos de ba
talla regulares en 1820-1824, pueda lograr la decisión, ni siquiera resul
tados estratégicos importantes. Otra cosa sería en el caso de que se
coordinase con la actividad de los ejércitos regulares al servicio de la
causa del rey. Pero obsérvese que, en general, éstos se mantienen casi
hasta los últimos momentos en las zonas en que por las circunstancias
apuntadas cabría esperar una mayor actividad guerrillera a su favor, y
que, al perder el control de dichas zonas, se ven en muy poco tiempo
en la necesidad de dar por terminada su actividad en el territorio con
tinental.
Guerrillas 271
Además, una campaña de guerrillas necesita, desde siempre, dos
condiciones fundamentales: una es el apoyo de la población de la zona
en la que actúa o, al menos, en un sector importante de ella y que,
como ya hemos visto, se daba en varia medida en diferentes zonas del
continente. La segunda es un territorio próximo, a ser posible adyacen
te, bajo su control o bajo el de un poder que permita su utilización en
el que poder reorganizarse y aprovisionarse, a modo de «santuario». En
cierto modo, éste fue el caso de la isla de Chiloé para las guerrillas de
Chile, o lo hubieran sido, con los inconvenientes fáciles de adivinar,
las Antillas españolas para las fuerzas de guerrilla en Venezuela. Ahora
bien, para esto, perdidos los puntos de apoyo en la Costa Firme, Puer
to Cabello, Maracaibo, etc., hubiera sido necesaria la apertura de una
«línea Fernando VII» entre las islas y el Continente a cargo de las fuer
zas navales, que muy difícilmente hubieran logrado mantener perma
nentemente un nivel aceptable de eficacia y que, en definitiva, sea por
la causa que fuere, entre otras, por la debilidad de las fuerzas navales
disponibles, no se pudo establecer. Evidentemente, resulta fácil llegar a
la conclusión de que se podía haber hecho más de lo que se hizo en
esta contienda y en cualquier otra o simplemente, en cualquier activi
dad del tipo que sea, y, en este sentido, tal vez en la época en que
quedaban en el Continente territorios de cierta importancia bajo con
trol realista, adyacentes a zonas de actividad guerrillera favorable a su
causa (sur del Perú, Puerto Cabello...), los mandos regulares del ejército
del Rey pudieron haber potenciado en mayor medida la actividad de
ésta.
A partir de estas coordenadas parece claro que un movimiento
guerrillero realista, aunque adquiriese relativa extensión y aunque lo
grase mantenerse por años en la lucha, muy difícilmente podría, como
de hecho ocurrió, conseguir resultados apreciables.
En cualquier caso, ahí queda el ejemplo de su actividad que en
tantos aspectos es, por sí misma, un rotundo mentís a tantas interpre
taciones históricas sobre los principales aspectos de la contienda, y un
hecho que sin duda habrá constituido una sorpresa para más de un
lector español y americano.
Capítulo VIII
CORAZONES Y MENTES
Motivaciones ideológicas
2 Como muchos lectores sabrán, existen importantes sectores sociales donde cua
lidades como la lealtad se consideran muy poco convenientes.
280 E l ejército realista en la Independencia americana
mente éste o, con mayor razón, cuando creen que la metrópoli en re
volución puede favorecer una independencia de aquel carácter, sin ex
cesivos problemas de conciencia, pasan al bando independentista, bien
es verdad que mateniendo ciertos sutiles matices en cuanto al carácter
que deberá tener en su aspecto económico y social la nueva situación
independiente. Valga el repetido ejemplo y salvemos las diferencias en
tre ambas situaciones, distintas y distantes, de la Independencia de Sur-
áfrica o Rodesia, ya en nuestro siglo 3.
Pasemos a examinar ahora las motivaciones colectivas que tienen
un carácter fundamentalmente «geográfico»; es decir, de los habitantes
de una zona que, en general, adoptan determinada actitud ante el de
sarrollo de la contienda sin tener en cuenta otras consideraciones o ha
ciéndolas pasar a un segundo plano. Parece obvio cuáles son de los
combatientes realistas los que ven su adscripción más fundamental
mente hecha en función de ese carácter geográfico: los españoles pe
ninsulares. Si bien de éstos habría que hacer la división de los habi
tualmente residentes en la Península —caso de los componentes de las
tropas expedicionarias—y los residentes en las posesiones de la Corona
en ultramar.
Antes de continuar, hay que hacer la aclaración de que esta mo
tivación geográfica, como todas las demás de este tipo, tiene un carác
ter aún más relativo que el de las restantes que estamos examinando.
Como hemos visto a lo largo de estas páginas, parece claro que de las
fuerzas peninsulares que pasan a Ultramar e incluso de los españoles
allí residentes, la adscripción en principio, y así lo entienden amigos y
enemigos, es la de servir a la causa realista, que se identifica, con los
matices a que ya aludimos, con la de la metrópoli. Pero no se piense
que dicha adscripción es automática, ni mucho menos monolítica.
También está condicionada por tantas motivaciones de carácter ideo
lógico o social de los componentes de dichos contingentes militares o
5 V. Alan Burns, History of the West indies, Londres, 1965, 2.a ed. p. 255 ss.
Capítulo IX
RECAPITULACIÓN
España 1
N ueva G ranada
Perú-C hile
1809 Éste y los próximos años el Perú, regido por el virrey Abascal, se cons
tituye en el bastión realista en Sudamérica. Fracasan varias conspiracio
nes y tentativas de escasa importancia.
1810 Junio: Junta en Santiago de Chile.
302 E l ejército realista en la Independencia americana
1 Entre ellos, su hermano Vicente, escritor; sus hijos Adolfo y Arturo, presidentes
de la República; Manuel Vicente, geógrafo y político; su hermana Margarita y, más re
cientemente, el general Hugo Ballivian, brazo ejecutor del «mamertazo» (1952).
Biografías 309
aquélla a las órdenes de Calleja. Combate posteriormente contra las gue
rrillas independentistas alcanzando el grado de coronel y se adhiere, como
tantos otros jefes realistas, al plan de Iguala (1821). Partidario de Iturbide,
interviene a continuación en la política mexicana en las filas del partido
conservador. Derriba a Guerrero (1829) y alcanza la presidencia de la re
pública en 1837 tras la renuncia del general Santa Anna, debida a su de
rrota frente a los insurgentes téjanos. Derribado en 1841, se retira de la
vida pública.
Juan Manuel Cagigal. Militar destinado desde algunos años antes a Venezuela,
en 1811 se pone a la cabeza de las fuerzas de Coro para la lucha contra
los insurrectos de Caracas en combinación con las fuerzas de Monteverde.
Sustituye a éste en 1813 y dirige nominalmente la lucha contra Bolívar,
aunque la dirección real y el peso de la campaña esté a cargo de Boves y
de su sucesor Morales. Tras la llegada de Morillo (1815), regresa a España
y en 1819 es nombrado capitán general de Cuba, cargo que conserva has
ta poco después de la revolución liberal de 1820.
Félix Calleja. Peninsular, brigadier en el ejército de Nueva España, combate a
la rebelión de Hidalgo desde los primeros momentos, llevando a cabo una
activa campaña y una severa represión y derrota a los independentistas en
la batalla del puente de Calderón, tras lo cual dirige con eficacia la cam
paña contra las guerrillas que continuarán la lucha en varias zonas del vi
rreinato. Es nombrado virrey en sustitución de Venegas en 1813, cargo
que conserva hasta 1816, período en el cual derrota a Morelos y reduce la
insurgencia a una lucha de guerrillas dispersas. Vuelto a España, se opone
a la revolución de 1820 y permanece en retiro hasta su muerte en 1828.
José de Canterac (1786-1835). De origen francés, emigrado de su país por la
revolución, toma parte en la lucha contra la invasión napoleónica alcan
zando el grado de brigadier. Acompaña a Morillo en la expedición a Ve
nezuela y después es trasladado al Alto Perú, donde combate a las guerri
llas independentistas y lleva a cabo algunas efímeras expediciones contra
el territorio argentino. Participa en la destitución de Pezuela y asume el
mando del ejército de Lima. Como tal, lleva a cabo diversas campañas
contra los insurgentes obteniendo la victoria de Moquegua. Derrotado en
Junín y Ayacucho, negocia los términos de la capitulación. Tras su regreso
a España, desempeña algunos destinos importantes, entre ellos el de capi
tán general de Castilla la Nueva siendo muerto por los sublevados de la
Milicia Nacional en enero de 1835.
Leandro Castilla. Nacido en Chile en 1790, hermano de Ramón, como oficial
del Regimiento de Concepción toma parte en la contienda desde sus co
310 E l ejército realista en la Independencia americana
ques hasta enero de 1826 en que, atacado por fuerzas muy superiores, se
ve obligado a capitular. Ya en España, sufre alguna persecución durante la
guerra carlista por ser considerado absolutista, aunque posteriormente as
ciende a mariscal de campo.
Juan Ramírez Orozco. Nacido en Badajoz en 1764, participa en la campaña
contra la rebelión de Tupac Amaru en el Perú. Desempeña varios cargos
militares y de gobierno en aquel virreinato y en 1809, como coronel, se
cunda a Goyeneche en la extinción de la primera sublevación del Alto
Perú y en las campañas siguientes contra las expediciones de Buenos Aires,
tomando parte en las batallas de Guaqui, Vilcapugio, Ayohuma y Viluma,
entre otras, y en la reducción de la sublevación de Cuzco en 1814, que
reprime con dureza. Teniente general, presidente en 1817 de la audiencia
de Quito, en 1820 regresa nuevamente al Perú y, tras la destitución del
virrey Pezuela, resigna el mando y vuelve a España.
José Ramón Rodil (1789-1853). Inicia su actividad militar en el Batallón Uni
versitario de Santiago en la lucha contra la invasión napoleónica. Finali
zada ésta, es enviado al Perú con el grado de capitán y destinado al bata
llón de Arequipa, a cuyo mando participa en la campaña de Chile en 1818
y posteriormente en la del Perú. En 1824 se hace cargo del mando de la
plaza de El Callao tras el pronunciamiento de la misma por la causa rea
lista y dirige la numantina resistencia que seguirá hasta 1826, en que se ve
obligado a capitular. Ya en España, manda el ejército que invade Portugal
en 1834 para expulsar a don Carlos y, durante algún tiempo, el ejército
del norte contra los carlistas. Ministro de la Guerra (1836), fracasa en su
campaña contra la expedición de Gómez. Primer ministro al final de la
regencia de Espartero, aunque a veces enfrentado con éste, se retira de la
política tras la caída de su régimen en 1843.
Juan de Sámano (1753-1821). Militar, desempeña diversos puestos en las gober
naciones de Nueva Granada alcanzando en 1809 el grado de coronel.
Opuesto a la causa independentista en aquel virreinato, participa en las
campañas contra Quito y otras zonas del sur de la actual República de
Colombia. Gobernador de Bogotá en 1816, capitán general en 1817, re
prime severamente las actividades de los patriotas y asume el cargo de vi
rrey en 1818, siendo sorprendido por la expedición de Bolívar y obligado
a retirarse a Cartagena, donde es destituido por un motín que obliga a
promulgar la Constitución de Cádiz, tras lo cual se retira a Panamá, últi
mo vestigio del virreinato a su cargo, donde muere poco antes de que se
produzca en esa región el movimiento independentista que la anexionará
a la Gran Colombia.
Biografías 323
Antonio López de Santa Anna (1794-1876). Nacido en Jalapa, en una familia
noble, ingresa en 1810 como cadete en el Regimiento Fijo de Veracruz y
como tal participa a las órdenes de Arredondo en las campañas contra los
insurgentes; entre ellas en la primera de Texas y en la lucha contra las
guerrillas independentistas, desplegando gran valor y recursos. Capitán en
1816, en 1821 como tantos otros oficiales realistas, se adhiere al Plan de
Iguala y participa en la campaña del ejército trigarante contra las fuerzas
aún leales a España. A partir de la Independencia de México interviene
activamente en la política llegando durante mucho tiempo a ser el autén
tico deus ex m achina de revoluciones y cambios de gobierno hasta 1855,
normalmente al servicio de las idea e intereses del partido conservador.
Alterna presidencias reales o de fa d o (a veces gobierna a través de diversos
personeros) con épocas de exilio en el exterior o de retiro en su hacienda
de Manga de Clavo, próxima a Veracruz. Ya general, es uno de los diri
gentes del movimiento que ocasiona la caída de Iturbide (1823). Derrota
a la expedición española de Barradas en 1829, por lo que se convierte en
el «héroe de Tampico». Presidente en 1833 y de fa d o hasta 1836, dirige
como general en jefe la guerra contra los insurgentes texanos (1836); toma
la fortaleza de El Alamo y derrota repetidas veces a aquéllos, pero se deja
sorprender con una pequeña división de su ejército en San Jacinto (abril
de 1836) y es derrotado y hecho prisionero, tras lo cual el ejército mexi
cano se retira al río Grande. Puesto en libertad por los colonos (teleguia
dos por el presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson), sale de su
retiro para dirigir la defensa de Veracruz contra los franceses, en la «guerra
de los pasteles», en la cual pierde una pierna. Continúa la alternancia del
poder con otros generales hasta la guerra con los Estados Unidos (1846)
en la cual, como general en jefe, es derrotado por los generales Taylor en
Buenavista y Scott en la campaña que culmina con la ocupación norte
americana de México, tras lo cual se exila algún tiempo a Jamaica. Vuelto
a México en 1853, dictador con el tratamiento de Alteza Serenísima, go
bierna hasta 1855. Durante esta presidencia se lleva a cabo la Gadsden
Purchase, venta a los Estados Unidos de los territorios de la Mesilla, entre
los ríos Grande y Colorado. Derribado en 1855 por la revolución liberal
que culminará en el proceso de la Reforma, se exila a Cuba, y su influen
cia decrece progresivamente a pesar de alguna intervención durante la ocu
pación francesa y el segundo imperio, tras lo cual regresa a México y mue
re en 1876. Sin contar las veces que lo hizo indirectamente, ocupó la
presidencia de la República en siete ocasiones6.
G uerra en la Península
N ueva España
Para la guerra en Venezuela, desde una óptica realista, existe, entre otras
obras, la de J. I. de Zabala, Cádiz, 1813, sobre la primera revolución de Cara
cas y la represión de la misma por las fuerzas de Monteverde partidas de Coro.
Como fuentes documentales existen la recopilación de Rodríguez Villa, E l
teniente general don Pablo M orillo, Madrid, 1908-1910, en cuatro volúmenes, el
primero con un estudio biográfico y los demás con documentos sobre la ex
pedición pacificadora y su campaña en Nueva Granada y Venezuela.
Igualmente existen la colección de documentos del conde de Cartagena
en la Real Academia de la Historia, catalogados por R. Contreras, Madrid,
1989, y los 28 volúmenes del Archivo del General O ’Leary, ayudante de Bolí
var, 1879-1884.
Sobre el mando de Morillo en Venezuela existe la obra recientemente pu
blicada de S. K. Stoan Pablo M orillo in Venezuela, Columbus, 1974, con abun
dantes datos sobre dicha campaña, aspectos económicos de la misma, etc.
El volumen XVIII (tres tomos) de la H istoria extensa de Colombia, Bogotá,
1967, incluye una historia muy detallada sobre las campañas en las tres repú
blicas sucesoras del virreinato de Nueva Granada, por tanto las campañas de
Bolívar, Nariño, etc. También aporta datos de interés sobre las fuerzas realistas
Bibliogafía 331
alguno de los capítulos de la obra L. Duarte Level Cuadro m ilitar de Venezuela,
Madrid, 1917.
Sobre Boves y sus fuerzas pueden consultarse las biografías del jefe realista
de L. Bermúdez de Castro, Boves, el león de los Llanos, Madrid 1931, y también
en cierto modo réplica a aquélla, la del militar venezolano T. Pérez Tenreiro,
Boves, prim era lanza del rey, Caracas, 1969, éste un estudio militar y político:
dedica buena parte del mismo a demostrar cómo Boves no fue el primer de
mócrata de Venezuela. Concluye que por el contrario fue la primera lanza del
Rey. Véase también Valdivieso Montanaro, José Tomás Boves, Caracas 1955.
En relación con este jefe realista, recalcando los aspectos de revolución
social del movimiento por él dirigido, véase J. Uslar Pietri, H istoria de la rebelión
popular de 1814, Caracas, 1962, y por supuesto teniendo en cuenta su carácter
de novela, Las lanzas coloradas, de A. Uslar Pietri. Incidentalmente recordemos
que esta familia venezolana, Uslar, desciende de un oficial alemán que, des
pués de servir en la Rings Germán Legión del ejército británico y tomar parte
en la guerra de la Península, pasó a América, donde combatió con las fuerzas
de Bolívar.
Por último, una obra que sin aportar propiamente datos históricos preci
sos es ilustrativa sobre varios extremos es la que resume la polémica sobre el
historiador asturiano J. E. Casariego y el ministro de Venezuela en España
(1940) Caraciolo Parra Pérez.
Sobre la guerra en el virreinato de Nueva Granada con especial atención
a los aspectos políticos existe la obra «clásica» desde el lado insurgente de J. M.
Restrepo H istoria de la revolución en la república de Colombia, Besançon, 1858.
Para la lucha en el sur de Nueva Granada en la época de la «patria boba»,
véase el estudio del coronel colombiano C. Riaño, E l teniente general don A n to
nio N a riñ o , Bogotá, 1963. Contiene datos sobre las fuerzas realistas en el sec
tor, fundamentalmente formadas por las milicias de Pasto.
Sobre las últimas campañas en las diferentes zonas del virreinato neogra-
nadino, pueden consultarse, entre otras, L a batalla de Boyacá en los archivos es
pañoles, Bogotá 1969, recopilación de documentos; P. N. Arcaya, H istoria de la
Guerra de Independencia en Coro y Paraguana, Caracas, 1974, con interesantes
datos sobre las campañas en esa provincia realista de Costa Firme, en 1812 y
tras la campaña de Carabobo, incluyendo la actividad guerrillera contra las
fuerzas republicanas; A. Santana, L a cam paña de Carabobo, Caracas, 1920, obra
de carácter «oficial» venezolana, publicada con ocasión del centenario de dicha
campaña; C. Riaño, L a cam paña libertadora de 1819, Bogotá, 1919, sobre las
campañas de Bolívar y Santander que culminaron en la batalla de Boyacá. So
bre la misma campaña, véase también J. Núcete Sardi, L a C am paña libertadora
de 1819, Caracas, 1969. Ambas obras, obviamente desde la óptica republicana,
ofrecen datos sobre las tropas realistas con órdenes de batalla, estados de fuerza
332 E l ejército realista en la Independencia americana
Sobre la contienda en este área del continente existen las fuentes docu
mentales Partes oficiales de la guerra de Independencia (argentina), publicados por
el Archivo General de la Nación, Buenos Aires, 1902. El A rchivo de D on Ber
nardo de O ’Higgins, Santiago, 1964, 27 tomos y los D ocum entos del archivo de
San M a rtín , 12 vols., Buenos Aires, 1910-1911, entre los que se encuentran nu
merosas comunicaciones, partes y otros datos de los efectivos con que se en
frentó el Libertador en sus campañas en Chile y Perú.
Bibliogafía 333
Asimismo, existe la Colección de documentos sobre la guerra de Independencia,
publicada por el Comando en Jefe del Ejército, Bueno Aires, 1963, con nu
merosos documentos realistas sobre las campañas en el Alto Perú.
Un clásico en la contienda en esa zona lo constituyen las obras del gene
ral y político argentino B. Mitre H istoria de San M a rtín e H istoria de Belgrano,
que, reunidas, cubren los principales frentes en que aquella se desarrolló para
la República Argentina, Chile y el Alto Perú. No hace falta señalar la orienta
ción ideológica del vencedor de Pavón y caudillo en la guerra contra el Para
guay.
Sobre diferentes aspectos de la lucha en frentes argentinos y altoperuanos
aportan interesantes datos, órdenes de batalla, etc., las dos obras del militar
argentino de E. A. Bidondo, Coronel Ju a n Guillermo de M arquiegui, al que tantas
veces hemos mencionado al frente de la caballería realista en el Altiplano, y L a
expedición de auxilio a las provincias interiores, Buenos Aires, 1987.
Sobre el ejército argentino inmediatamente anterior a la revolución de
mayo y posterior, existe la Reseña histórica y orgánica del ejército argentino, I, pu
blicado por el Comando en jefe del Ejército, Buenos Aires, 1972.
Para el ejército chileno y las expediciones realistas contra la «Patria Vieja»
pueden consultarse la H istoria del ejército chileno, II, publicado por el Comando
en Jefe del Ejército, Santiago, 1980 y la obra, de menor interés, de R. Oña
H istoria del ejército chileno.
Las campañas de ese país se complementan con los estudios de A. Lara,
L a batalla de Chacabuco,Santiago, 1918, y F. J. Díaz, L a batalla de M a ip ú , San
tiago, 1946. Véase también la obra de Vicuña Mackenna, L a guerra a muerte,
sobre la campaña de Benavides en el sur del país tras la batalla de Maipú; por
su parte, F. Campos Harriet, Los defensores del rey, Santiago, 1958, contiene nu
merosas biografías de jefes realistas que participaron en las campañas en ese
país.
Sobre la lucha en el otro extremo de la zona, la plaza de Montevideo, se
encuentra el estudio de interés local de A. Fernández. Francisco R am írez, Mon
tevideo, 1977, que trata del futuro caudillo entrerriano y de las milicias entre-
rrianas en Montevideo.
Un interés anecdótico sobre la situación en la «retaguardia» durante las
campañas de Chile de 1817 y 1818 tiene el D iario de un jo ven norteamericano,
de J. E. Coffin, Buenos Aires, 1968.
M arina
C am pañas de la escuadra chilena en M éjico, Buenos Aires, 1971, que cuenta con
un apéndice con datos sobre el historal de las unidades navales empleadas en
conflicto. Una interesante obra de memorias es la de R. Longeville Vowell,
C am pañas y cruceros en el océano Pacífico, Buenos Aires, 1968.
Por último, debe recordarse que en la M em oria de Gobierno, de Pezuela, ya
mencionada, se alude con detalle a las campañas navales en el Pacífico en su
época de permanencia en el cargo del virrey del Perú. También se encuentra
algún dato de interés en la H istoria m arítim a del Perú, vol. V, Lima, 1977.
Sobre un aspecto secundario de la lucha en el mar durante la contienda
existe J. R. Fortique, E l corso venezolano, Maracaibo, 1968, y la obra de Winkler
Bealer Corsarios de Buenos A ires, Buenos Aires, 1937.
En la bibliografía que antecede no hemos mencionado las numerosas bio
grafías de jefes militares españoles o americanos que en algún momento de sus
carreras figuraron en el ejército realista: Espartero, Morillo —existe una docu
mentada biografía del historiador de origen húngaro Andrés Revesz—, Balli-
vian, Santa Cruz, Castilla, en las cuales se encontrarían lógicamente importan
tes datos. Aunque, por supuesto, normalmente algo sesgados. Sabido es el
síndrome del biógrafo de presentar a su personaje a la mejor luz posible. Luz
tantas veces condicionada por la personal adscripción del biógrafo, el tiempo,
lugar en que se escribe la obra en cuestión...
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Abascal, 25, 65-68, 71-73, 96-98, 100, Benavides, 153, 154, 173, 178, 204, 219,
108, 116, 125, 147, 151, 250, 280. 263, 268.
Agualongo, Agustín, 171, 202, 203. Beresford, 57.
Agüero, Riva, 212, 269. Bermúdez de Castro, 89, 219.
Allende, 79. Bessiéres, 56.
Alaix, 19, 21. Blake, 115.
Álava, 155. Blanco Encalada, 232.
Albí, Julio, 13, 17, 218. Bolívar, 59, 76, 85, 86, 88, 91, 92, 94,
Aldama, 79. 96, 119-122, 130, 134-136, 142, 143,
Alvear, 107, 234. 145-147, 156, 161, 162, 170-172, 174,
Álvarez, Thomas, 274. 177, 181, 182, 192-196, 201-203, 211-
Amarillas, marqués de, 111, 190-192, 214, 218-221, 241, 252, 263, 265,
198, 206. 266, 269, 274.
Agualongo, Agustín, 267. Boves, Benito, 267.
Angulema, duque de, 166. Boves, José Tomás, 23, 27, 34, 71, 85-89,
Angulo (hermanos), 67. 91, 92, 96, 119, 121, 133, 135, 141,
Antoátegui, 219. 142, 161, 172, 184, 192, 195, 202,
Apodaca de México, 25. 266, 285, 291.
Argüelles, 166. Brion, 252, 255.
Arismendi, 118. Brown, Guillermo, 64, 107, 249, 253.
Arista, 82. Bustamante, José de, 62, 82.
Arizabalo, 172, 236, 240-242, 257, 267. Cagigal, 88.
Arredondo (coronel), 98, 128. Cachabuco, 105.
Artigas, 64, 106, 107, 117, 131, 234. Caicedo, 94, 95, 267.
Aviraneta, 235. Calvino, 274.
Aymerich, 171. Calzada, 146, 193.
Aznapuquio, 174, 211. Calleja (general), 25, 62, 70, 79, 159.
Azurduy, Juana, 164. Campbell, 102.
Balarce, 65. Campo Elias, 88.
Ballesteros, 115. Canterac, 175, 209, 211, 214.
Barradas, Isidro, 169, 191, 217, 236, 238, Caparroz, 269.
239, 257, 292. Cárdenas, 207.
Barreiro, 76, 130, 146. Carlos (infante don), 116, 187.
Belgrano, 64, 65, 99, 105, 108. Carlos III, 22.
338 E l ejército realista en la Independencia americana
Carlos IV, 55, 128. Goyeneche, 25, 65, 72, 97-99, 102, 125,
Carrera, José Manuel, 66, 104. 155.
Carrera (hermanos), 104, 114, 124, 234. Guadalupe Victoria, 128, 160, 168, 237.
Castaños, 116, 155. Güemes, 27, 28, 131, 135, 137, 163.
Castelli, 63, 65, 72, 75, 76, 98, 108. Guerrero, Vicente, 128, 160, 168, 238.
Castilla (hermanos), 274. Guía Calderón, 89.
Castrillón, 189. Hevia, Francisco, 187.
Castro (comandante realista), 38, 207, Hidalgo, 34, 62, 70, 79, 119, 265, 276.
208, 214, 228. Inchauspe, 266.
Caturla, 193. Isasi, Arnaldo de, 287.
Centeno, 240. Iturbe, 167, 169, 186, 226, 237, 265.
Cerveriz, Javier de, 236. Iturrigaray, 62, 265.
Cismeros, José, 240. Jomeini, 274.
Cleonard, 107, 111, 112, 118, 155, 156, José I, rey, 55, 57.
192. Junín, 28.
Congreve, 247. Junot (general), 56.
Cochrane, 149, 154, 231, 254, 257, 258. La Bisbal, 116, 118, 159.
Coehorn, 47. La Mar, 114, 174, 216.
Concha, 108. La Serna, 25, 137, 148, 156, 174, 175,
Coppinger, 227. 181, 209, 213, 216, 223, 269.
Córdoba, Gárate, 22, 98, 105, 108. La Torre (general), 25, 116, 177, 193,
Cos, 82. 196, 255, 266.
Cristophe, 141. Laborde, 169, 227, 240, 241, 255, 257.
Cromwell, 37. Lacy, 128.
Cruz Mourgeón, 202. Lafite, Jean, 249.
Churruca, Pascual, 235. Lafayette, 162.
Dávila, 225, 226. Lafitte, 161.
Danells, 255. Langdale, Marmaduke, 37.
Elio, Javier, 63, 64, 106, 127. Lannes (mariscal), 56.
Emparán, 83. Lanza, 132, 164.
Espartero, 19, 21, 116, 185. Larrain, 66.
Espoz y Mina, 128. Leiva, 121.
Federico de Prusia, 22. Lemaur, 226, 227.
Fernández Campero, Juan José, 163. Lenin, 274.
Fernández, Félix, 160, 237. Liniers, 25, 63, 75, 98, 105, 106, 108.
Fernández de Medrado, 47. López de “Santa Ana”, Antonio, 81, 82,
Fernando VII, 25, 81, 85, 112, 116, 127, 169, 226, 237, 238, 239, 257.
128, 138, 139, 141, 143, 157, 166, López, Narciso, 193, 197.
168, 183, 187, 188, 233, 234, 292. López, Rafael, 89.
Figueroa, 103. López Rayón, 160.
Filísola, 82, 169, 189. McKenna, 124.
Flores, 171. Marcó de Pont, Francisco, 149.
Francia, 173. Machado, Manuel, 89.
Freire (gobernador), 52, 173. Maquiavelo, Nicolás, 273.
Gainza, 66, 104, 268. María Luisa (princesa austríaca), 236.
García, Basilio, 170, 171, 201, 202. María Teresa (Orden de), 38.
García Camba, 209, 259. Marquiegui, Guillermo de, 213.
Godoy, 14, 55. Marlborough, 47.
Goldstone Fucker, 162. Marcó, 151.
Gómez Pedraza, Manuel, 82, 238. Maroto, 131, 147, 151, 206.
Indice onomástico 339
Marmont, 57. Petión, 141.
Marquiegui, 28. Pezuela, Joaquín de la, 65, 97, 99, 102,
Martínez de la Rosa, 166. 105, 137, 147, 151, 154, 156-158,
Massena (mariscal), 57. 174, 180, 206, 208, 209, 211, 213.
Mier, 160. Piar, 142.
Mina, Javier, 128, 139, 160, 252, 285. Pico, Juan Manuel, 205, 219, 262, 268.
Miranda, 58, 277. Piérola, 98.
Miranda, Francisco de, 58, 83, 84. Pío Tristán, Juan, 224.
Monet, 227. Porlier, 128.
Monteverde, 58, 59, 84-87, 112, 115, Porter, David, 256, 257.
120, 209, 236, 248. Pumacagua, 67, 98.
Montherlant, Henri de, 290. Quintanilla, 230, 232, 258.
Morales, 88, 91, 119, 129, 141, 172, 197, Ramírez, Francisco, 106, 131.
200, 255, 266. Ramírez Orozco, 67, 97.
Morelos, 21, 62, 81, 82, 120, 132, 138, Ramos, Demetrio, 41.
160, 193, 265, 276. Ricart, 128.
Morillo, Pablo, 19, 21, 25, 33, 39, 91, 92, Ricafort, 116, 207.
95, 96, 111, 115, 116, 118, 129, 130, Riego, 130, 138, 188, 200, 205, 255, 281,
132, 133, 135, 136, 141, 142-145, 291.
147, 148, 155, 157, 159-161, 170-172, Riva Agüero, 182.
191, 193, 198, 201, 209, 251, 267. Rochambeau, 162.
Mortier (mariscal), 56. Rodil, 206, 227-229, 258, 259.
Murat, 28. Rodríguez de Arias, 248.
Murilla, Pedro, 67, 151. Rodríguez, Gaspar, 64.
Nariño, 121, 267. Rodríguez, Manuel, 124, 262.
Napoleón, 26, 55-58, 107, 116 127. Romarate, Francisco, 249.
Navajas, 269. Rondeau, 107.
Ney (mariscal), 56. Roosevelt, 171.
Nieto, 98, 105, 108. Roque, Gurueta, 228.
Novella, 188. Rosas, 173.
O’Oconnor, 225. Rosilly (almirante), 56.
O’Donoju, 169, 189, 226. Salóm, 203.
O’Donnell, 118. Sámano, 130, 146.
O’Higgins, 104, 124, 151, 153, 158, 173, San Martín, José, 65, 66, 104, 105, 114,
232, 253. 131, 134, 136, 137, 147, 150, 151,
Ocampo, 108. 156, 158, 163, 170, 173, 174, 177,
Olañeta, Casimiro, 99, 100, 174, 179,
181, 207, 212-214, 216, 224, 225, 178, 182, 202, 205, 207, 208, 211,
232, 285, 292. 219, 220, 235, 253, 258, 269.
Ordóñez, 151. San Miguel, Evaristo, 166.
Osorio, 131, 147, 148, 151, 153, 156, Santa Cruz, 114, 212.
164, 276. Sánchez, Basilio, 240.
Osorno, 160. Sánchez, Francisco, 153, 158.
Páez, José Antonio, 27, 91, 130, 142, Santander, 122, 146, 147, 161, 170, 219.
172, 197, 219, 240, 241. Selva Alegre, 67, 125
Padilla, José, 132, 164, 252, 255. Senosiaín, 173, 205, 267.
Palafox, 116. Servando Teresa de Mier, 226.
Pardo de Cela, 269. Sevilla, Rafael, 117.
Pareja, 124, 259, 268. Sims, Harold, 236, 237.
Pérez Tenreiro, 89. Smith, Ian, 168.
340 E l ejército realista en la Independencia americana
Sucre, 94, 171, 195, 202, 203, 212, 216, Urdaneta, 219.
225. Urrea, 82.
Soult (mariscal), 56, 83. Valdés, Jerónimo, 25, 148, 184, 208, 209,
Tacón, 25. 211-215, 235.
Terán, 160, 239. Vauban, 47.
Toro (marqués de), 58. Venegas, 25, 155.
Torre, Miguel de la, 172, 191, 240. Vigodet, 72, 106, 250.
Torre Tagle (marqués de), 182, 209. Víctor (mariscal), 56.
Torrente, Mariano, 237, 238. Vidal, 128.
Warnes, 132, 164.
Torres Vedras, 57. Wellington, 57, 155.
Tounens, 268. Weygand, 162.
Tristán, 102. Winfiel, Scott, 278.
Tupac Amaru, 66, 283. Zavala, Lorenzo, 238.
Urquiza, 106. Zitacuaro, 160.
ÍNDICE TOPONÍMICO
AMÉRICA 92
IN DIOS D E AMÉRICA
MAR Y AM ÉRICA
IDIO M A E IBEROAM ÉRICA
LENGUAS Y LITERATURAS IN D ÍG EN A S
IGLESIA CATÓLICA EN EL NUEVO M UNDO
REALIDADES AM ERICANAS
CIUDADES D E IBEROAM ÉRICA
PORTUGAL Y EL M UNDO
LAS ESPAÑAS Y AMÉRICA
RELACIONES EN TR E ESPAÑA Y AM ÉRICA
ESPAÑA Y ESTADOS UNIDOS
ARMAS Y AM ÉRICA
IN D EPEN D EN C IA D E IBEROAM ÉRICA
EUROPA Y AM ÉRICA
AM ÉRICA, CRISOL
SEFARAD
AL-ANDALUS
EL MAGREB
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres de Mateu Cromo Artes Gráficas, S. A.
en el mes de agosto de 1992.
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El libro El ejército realista en la indepen
dencia americana, de José Semprún y Al
fonso Bullón de Mendoza, forma parte de
la Colección «Armas y América», dirigida
por el General Miguel Alonso Baquer, Se
cretario Permanente del Instituto de Estu
dios Estratégicos del CESEDEN, Madrid.
9788471005182 'll
EDITORIAL
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