Nieva Michel - Sueñan Los Gauchoides Con Ñandues Electricos

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"Un dibujo animado de gótico terror ”

LUIS GUSMÁN

-¿Yya probaste con la picana? Vas a ver cómo después de una buena sesión
de picana el gauchoide este no se va a arrepentir más de hacer lo que está
programado para hacer.
Pero como yo no sabía, ni me animaba, a usarla, les pedí a mi primo
y a Juan que me mostraran cómo se hacía.
Todo fue vertiginoso.
Sacaron los platos de la mesa, donde acostaron a don Chuma, lo desnudaron
y lo ataron de pies y de manos. El pobre gauchoide, que en ningún momento
se resistió, no paraba de repetir:
-¡Habría preferido no hacerlo!
-¡Habría preferido no hacerlo!
-¡Habría preferido no hacerlo!
Mientras Francisco le indicaba partes de su cuerpo desnudo y le hablaba al
oído, don Chuma, que lo escuchaba atentamente, se emitió a sí mismo una
descarga en el vientre, que contrajo todo su cuerpo desnudo, y que produjo
un inmundo olor a carne quemada. Ni bien terminó de chillar y contraerse
y se repuso, volvió a gritar:
-¡Habría preferido no hacerlo!
-¡Habría preferido no hacerlo!, y acto seguido se volvió a aplicar, con
prolijidad, la picana en las tetillas, los genitales, el abdomen, las encías y los
oídos. Todavía puedo recordar cómo rechinaban sus dientes con las
descargas que él mismo se profería: una tiza contra un pizarrón, una
rajadura en un vidrio, madera agrietándose.

ISBN: 9 7 8 -9 8 7 -1 2 4 0 -8 1 -4
Santiago Arcos editor / PARABELLUM
1/ t
Michel Nieva

¿Sueñan los gauchoides


con ñandúes eléctricos?
Nieva, Michel
¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?. -
la ed. - Buenos Aires: Santiago Arcos editor, 2013.
ion p.; 20x14 cm. - (Parabellum. Ficciones; 40)

ISBN 978-987-1240-81-4

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. L Título


CDD A863

7 ^ Santiago Arcos editor


P a r a b e l l u m / F ic c i o n e s

Dirección Editorial
M ig u e l A. V ella fa ñ e

Diseño
Cubierta: A na A r m e n d a r iz

Interiores: G u s t a v o B iz e (g u s ta v o .b iz e (« 'g r n a il.c o m )

Ilustraciones de cubierta e interior: J u a n P ez

O Santiago Arcos editor, 2013. Puan 467 (1406) Buenos Aires


w w w .santiagoarcos.com .ar
e-mail: [email protected] .ar

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

ISBN: 978-987-1240-81-4

La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por los


editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser
previamente solicitada.
¡El país argentinoide!
O sv a ld o L am b o rg h in i
¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos?

La c a ja traía seis piezas (cabeza, brazos, torso y piernas,


que eran de muy fácil ensamblaje) además de ropa y una
guitarra. Una vez que lo armé y lo vestí, su piel fue aban­
donando la palidez hasta hacerse rosada; sus soñolientos
párpados se alzaron y el rostro, antes inexpresivo, se ilumi­
nó de un no sé qué cándido: como la expresión de un niño,
imaginé, que despierta.
Salud, patrón, soy don Chuma, se presentó. No necesité
escandir su primera oración: octosílaba.
Al androide, o gauchoide, para ser más precisos, lo ha­
bía comprado cuando volví a Buenos Aires de Colombia,
después de las extrañas circunstancias que me habían de­
parado el libro Papelera de reciclaje. Mis desarreglos m en­
tales, el temor a una nueva recaída o, sin más, a la pura de­
mencia, me habían sugerido la necesidad de una ayuda
para mis faenas cotidianas, que transcurrían en la soledad
del departamento donde trabajaba y vivía. Por otro lado,
como mi familia era de campo, de San Antonio de Areco, y
8 M ic h k l N ieva

como había pasado allí mi infancia, pensé que la compañía


de un androide modelo gauchoide,* hasta donde era posi­
ble, estimularía un nuevo contacto con esos años tan feli­
ces de mi vida , y quizá así, también, sobrellevaría mejor mi
depresión.
¡Y qué alegría y qué alivio habían sido esos primeros días
con don Chuma, mi gauchoide!
Sin ofrecerle demasiadas instrucciones, de manera in­
mediata aprendió dónde se guardaba cada utensilio do­
méstico, y ya desde la primera mañana me acostumbré a
despertar y a caminar guiado por el olor de las tortas fritas
que él dejaba, junto al mate, sobre la mesa. Sabía amenizar
estos desayunos rasgando su guitarra mientras recitaba al­
guna estrofa del Martín Fierro o de Santos Vega, que cono­
cía enteros, o bien zapateando una chacarera. Tampoco me
escatimaba (él no lo sabía, instaladas artificialmente en su
memoria) anécdotas sobre la vida en el campo: los atarde­
ceres de ginebra en la pulpería, con los paisanos; el senti­
miento oceánico y casi místico de galopar la pampa sobre el
zaino; algún duelo remoto que justificaba cierta cicatriz de

* D espués de que se prohibieran los androides de p rim era generación,


indistinguibles de los hum anos, cu an d o se descubrió que el estado chino
los utilizaba para reem plazar a los opositores que en carcelab a, torturaba y
d esap arecía, la em presa que los fabricaba lanzó una segunda generación
con n úm eros de identificación tatuados en sus antebrazos, en tre otras m ar­
cas que los volvieron fácilm ente reconocibles. Y, con este m ism o propósito,
la m edida com ercialm en te m ás exitosa había sido la de producirlos, según
cada país o región, caracterizad o s com o personajes folclóricos au tócton os.
En Argentina, con gran éxito, se habían lanzado cinco m odelos: tangueroi-
de, borgesoide, peronoide, gauchoide y kirchneroide.
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 9

su frente; el recuerdo de alguna china que explicaba cicatri­


ces de las otras, las del corazón, entre otras historias que se
desplegaban por las sobremesas de las comidas, y que me
endulzaban de una manera inexplicable.
Además, el hecho de que su figura y costumbres me evo­
caran el recuerdo de mi familia y de mi niñez me dio la con­
fianza suficiente para encontrar en su oído un lugar dónde
intimar mis penas, penas que él, devotamente, escuchaba y
a veces, también, con gran acierto aconsejaba.
Digamos entonces que, en poco tiempo e inesperada­
mente, este dispositivo de segunda generación de androi­
de se había vuelto una pieza fundamental de mi vida. Pero
como en cualquier relación, cuyo bienestar sin matices
siempre es efímero, y cuya prosperidad siempre se recono­
ce una vez deteriorada, un día, más o menos a los cuatro
meses, llegaron los problemas. Recuerdo con absoluta cla­
ridad aquella mañana, ya que, cuando me desperté, todavía
Chuma no me había preparado el desayuno (algo extraño,
dado que hasta ese día siempre lo había hecho), de manera
que le tuve pedir que lo hiciera, pero fue apenas después
de que me sirviera el mate y las tortas fritas que me susu­
rró aquella frase que, en ese momento, solo por zafarse una
sílaba de la métrica a la que me tenía acostumbrado, me
inquietó:
—¡Habría preferido no hacerlo! —me dijo, y se encerró
en su habitación sin dar mayores explicaciones. Como un
detalle nimio, aunque inusual, lo dejé pasar. Y absorto en
mis quehaceres, recién unas horas más tarde reparé en que
había pasado la una del mediodía, horario en el que religio-
10 M ic h e l N ieva

sámente Chuma, quien todavía no había salido de su pieza,


tenía el almuerzo preparado. Desde mi escritorio, percata­
do de la rareza, le grité:
—¡Chuma, la comida!
No respondió.
Extrañado, me acerqué, le golpeé la puerta de la habita­
ción, y volví a gritar:
—¡Chuma, la comida!
De vuelta, silencio.
¿Qué pasaba?
Abrí la puerta y ahí lo encontré a oscuras, sentado, con
las manos sobre sus rodillas, los ojos clavados en el suelo, y
un rostro que no ocultaba una profunda desolación. Musitó
sin mirarme, entre sollozos:

—A este pión perdone, patrón,


que en la escuridá silente
algo apenado se siente
y explicar por qué el corazón
se le amarga tercamente
decir no sabría con razón.

Y después de un breve silencio, agregó enigmática­


mente:
—¡Y habría preferido no hacerlo!
Como por un reflejo instantáneo, sentí, entonces, el im­
pulso de preguntarle ¿qué te pasa?, ¿qué es lo que habrías
preferido no hacer?, pero inmediatamente me rectificó la si­
guiente idea: no es humano. Los androides de segunda ge­
neración no tienen emociones, de modo que todo esto de­
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? II

bía ser un error de su sistema operativo, pensé. Preocupado


porque algún mecanismo interno de Chuma estuviera fa­
llando, solo se me ocurrió ordenarle que volviera a sus fae­
nas domésticas, para averiguar si podría desempeñarlas co­
rrectamente, y entonces le grité:
—¡Dejate de joder con estas pelotudeces, Chuma, y andá
a prepararme la comida!
Obedeció, pero a la vez que, ya en la cocina, dejaba un
churrasco asándose en la plancha y empezaba a cortar un
tomate, me susurró, con el mismo tono de desamparo que
antes:
—Bueno, pero habría preferido no hacerlo.
A partir de este episodio, su comportamiento viró noto­
riamente: ya 110 adornaba con anécdotas bucólicas la so­
bremesa, ni se empeñaba en escuchar mis confesiones. Ya
casi tampoco hablaba. Cualquier cosa que yo le pidiera, por
ejemplo, que me buscara unos archivos para mi trabajo, o
que resolviera algún problema doméstico, él, sin chistar, lo
hacía, pero cuando terminaba me miraba con una lastimo­
sa mueca de puchero y me decía, antes de volver a encerrar­
se en su cuarto:
—¡Habría preferido no hacerlo!
¿Qué carajo se suponía que era lo que habría preferido
no hacer? Las personas, al menos las humanas, normal­
mente obedecen las órdenes o no lo hacen, pero, ¿qué sen­
tido tenía decir que no se quería obedecer, después de ha­
berlo hecho?, ¿qué cambiaba más que causar, sin sentido,
amargura en el que recibió la orden, y desconcierto en el
que la dio? Encima, el recuerdo que yo tenía de los gauchos,
12 M ic h e l N ieva

al menos de los gauchos humanos, era el de personas duras


e implacables, que no se arrepentían de nada de lo que ha­
cían, y el hecho de que Chuma llorara, así, como un mari­
cón, y que repitiera todo el tiempo esa frase tan enclenque,
me indignaba de una manera inexplicable. Habría preferi­
do no hacerlo... una acción muda y ya muerta, una presen­
cia en el presente de algo que no fue pasado, un abismo de
irrealidad inútil y de inservibles deseos cobardes, y lo que
también me desconcertaba era no saber si la repetición de
esa fórmula respondía a una suerte de extraño malestar que
Chuma intentaba transmitirme, o era apenas una falla m e­
cánica, el error en la maquinaria de un autómata... Lo ig­
noraba, pero la situación de convivir con un gauchoide tan
inseguro, que obedecía a cualquier cosa que yo le dijera, y
que después me respondía habría preferido no hacerlo, me
irritaba profundamente. Y a la vez, como cumplía de mane­
ra impecable todas mis órdenes, no sabía si debía o no cas­
tigarlo, lo cual me sumía aún más en la perplejidad.
Un día, se me ocurrió la idea de preguntarle qué le pa­
saba. Abrí la puerta de su habitación repentinamente y, al
verme, me miró con una expresión de pánico y de espanto
exageradísima, como si supusiera que yo quería pegarle. Su
reacción me disgustó, pero intenté parecer lo más simpáti­
co posible. Tranquilo, don Chuma, no vengo a pedirte nada
que después habría preferido no hacer, le dije: solo quería...
quería saber cómo estabas, si de casualidad te pasaba algo.
Inmediatamente, los ojos de don Chuma dejaron de mirar­
me y se volcaron hacia el suelo. Empezó a llorar descon-
¿S u e ñ a n i o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l e c i r ic o s ?

soladamente, y me respondió, con una voz entrecortada y


adolorida:

—¡Soledá, patrón, soledá!


Los días, en mí, sin sentido
como lodo se acumulan,
y más no haber nacido
que esta hubiera preferido
vida monótona, de muía
¡Estoy solo, patrón, solo!
¿Qué soy sino un elemental
simulacro, una accidental
copia falsa? ¿O un fundamental
propósito acaso traigo?
Ni padres ni amigos haigo
y solo el encierro arraigo
¡Qué daría yo por tener
un caballo en que montar
y una pampa en que correr!
¡Diga, patrón, si tal vez,
de otro gauchoide gimiente
deba yo hacerme padre y juez
pa no ser tan contingente!
¡Soledá, patrón, soledá!

Y después de un breve silencio, agregó enigmática­


mente:
—¡Y habría preferido no contárselo!
Aturdido, sin saber cómo ni qué responderle, cerré su
puerta.
14 M ic h e l N ieva

Al día siguiente, y a raíz de las dramáticas palabras que


me había confesado, me atravesó como un relámpago una
idea que, creí, solucionaría todos sus problemas: tenía que
llevarlo a conocer el campo. Quizás así, con un poco de ac­
tividad al aire libre, con el reconocimiento de las costum­
bres de las criaturas de las que él era una mera copia y que
lamentaba no practicar, lograría reponerse y corregir sus
extraños comportamientos. Llamé a un primo que no veía
hacía años y, con la excusa del reencuentro, le propuse que
fuéramos los tres a su estancia en San Antonio de Areco.
Entusiasmado por la iniciativa, entonces, y pensando que
se pondría contento, corrí al cuarto de don Chuma a pre­
guntarle qué le parecía:
—¡Habría preferido no hacerlo!— fue lo único que me
contestó, recién al día siguiente, cuando se subía al auto en
el que nos pasaban a buscar Francisco, mi primo, y un ami­
go de él, Juan.
¿Qué le pasaba? ¿No era viajar al campo lo que prefería
hacer, o había entendido yo mal? Me sentí completamente
frustrado.
Sin embargo, durante el viaje, me enteré de que este
amigo de mi primo, Juan, también de Areco, era gerente de
una empresa que fabricaba aceite de soja, en la que todos
los empleados eran gauchoides, lo cual me dio la esperanza
de que tal vez él podría darme una mano en el trato con don
Chuma. Por su aspecto y manera de hablar, imaginé que
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 15

debía de ser un tipo acaudalado como mi primo Francisco,


quien, por su parte, se dedicaba a producir cebollas en los
campos que había heredado de su familia, y las exportaba a
Brasil. Yo sabía que él detestaba a los androides: tenía algu­
nos trabajando de peones en sus campos, y me había conta­
do cómo los maltrataba y, a los que le parecían más atracti­
vos, los sodomizaba. De hecho, cuando lo vio a don Chuma,
le palmeó la cara y, sonriendo, me dijo:
—Uy, qué orto tierno que debe de tener este sorete, ¿no?
Yo no le había confesado a Francisco el verdadero moti­
vo de mi viaje: evidentemente, no habría entendido cómo
alguien podía hacer algo solidario por un gauchoide, de
manera que, supuse, habría creído que lo llevaba en cali­
dad de sirviente y/o de acompañante sexual.
Cuando llegamos, lo primero que hicimos fue bañarnos
en la pileta. Yo tuve la ocurrente idea de pedirle a mi primo
un caballo para que, mientras tanto, don Chuma correteara
por ahí. Dado el asfixiante calor que hacía, el baño habría
resultado un placer absoluto, de no haber sido porque mi
primo me lo arruinó insinuándome constantemente inso­
portables comentarios procaces sobre don Chuma, inten­
tando indagar, supongo, si se lo prestaría para tener relacio­
nes sexuales. Me sugería, por ejemplo, siempre con la mis­
ma mirada picara, cosas como éstas:
—¿Che, el marrón del paisanoide acredita más pijazos
que molinete de cancha, no?
Y después:
—¿Che, me parece a mí o el robote folclórico tiene un
anillo de cuero que es una manteca?
16 M ich el . N ieva

Y después:
—¿Che, soy yo o la popa del jinete está más aceitada que
sartén de burguerkín?
Y después:
—¿Che, me parece a mí o el cortachifle del golem argen­
tino pide más garompa que monja jubilada?
Y después:
—¿Che, a la alcancía del mimético aprendiz de gaucho le
hacen más depósitos que a cajero automático en día labora­
ble o me equivoco?
Pero yo no le prestaba atención, porque estaba conmovi­
do mirando cómo don Chuma disfrutaba de su jineteada por
la llanura: cabalgaba hasta el fondo de la estancia y, cuando
chocaba contra el último alambrado, volvía, pero con una
velocidad prodigiosa, su cabellera y el poncho flameando
al viento, libres. Cada tanto tiraba de las riendas para que
el caballo se parara en dos patas a la par que revoleaba el
lazo, pero lo más lindo de todo, su cara seria, concentrada,
sin aspecto de angustia o de que habría preferido no hacer
algo, implacable y dura como la de los gauchos de verdad, y
¡ay, carajo, que esto era lo que necesitaba efectivamente mi
Chumita para reponerse, un poco de vida rústica y gaucha!
Y en cierto momento, también, empezó a jugar, a reír.
¡Cuándo habría sido la última vez que lo veía así de conten­
to! El juego parecía consistir en que había otro don Chuma.
Desmontaba del caballo y hablaba como si se estuviera diri­
giendo a alguien que solo él podía ver, entre risas. Después,
se escondía detrás de un arbusto, y al rato salía, sorpren­
diendo a su amigo imaginario. Después se volvía a mon­
¿S u e ñ a n los c a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 17

tar al caballo y corría, juguetón, como si el otro lo estuviera


siguiendo.
Su entusiasmada cabalgata duró una o dos horas más, y
apenas se detuvo cerca de nosotros, me acerqué inmediata­
mente a preguntarle cómo se había sentido:
—¡Habría preferido no hacerlo! —fue lo único que me
gritó, mientras se bajaba con aspecto frustrado y entraba al
quincho, donde lo esperaban los utensilios para hacernos
el asado de la cena.
Y en algún momento, la noche cayó abrupta como un
telón.
Mientras conversábamos banalidades con Juan y mi pri­
mo, don Chuma nos preparó y sirvió el mejor asado que ha­
bíamos comido y, probablemente, fuéramos a comer jamás:
chorizo, morcilla, chinchulines, riñones, mollejas, matam-
brito a la pizza, lomo, costillitas de cerdo, entraña, asado de
tira, vacío, berenjenas al escabeche, papas, batatas, zapallo
y cebollas tiradas directamente a las brasas, morrón con
huevo friéndose sobre la parrilla, todo en el punto justo y
asado de una manera sublime. Comíamos y no podíamos
creer lo bueno que estaba. Estábamos tan entusiasmados
con la comida que, después de las achuras y una primera
ronda de matambrito a la pizza y vacío, mi primo se paró y,
golpeando su copa de vino con una cucharita, gritó:
—¡Un aplauso para el asador!
Todos nos paramos y aplaudimos festivamente a don
Chuma, esperando que respondiera a nuestro elogio con
un gracias o al menos con una venia cordial, pero su reac­
ción fue bien distinta: después de servirnos una nueva ron­
18 M ic h e l N ieva

da de carne y verduras, dejó la fuente junto a la parrilla y,


sin mirarnos, gritó:
—¡Habría preferido no hacerlo!
Apenas pronunció estas palabras, un incómodo silencio
congeló el quincho. Francisco me miró, como esperando
que yo ostentara de alguna manera mi autoridad frente a
mi subordinado, y me preguntó, indignado:
—¿Qué clase de gauchoide habría preferido no hacer un
asado? ¿Vas a dejar que te responda así?
Como yo no me atrevía a decir nada, se dirigió hacia
donde estaba don Chuma y le pegó una cachetada, a lo que
éste respondió:
—¡Habría preferido no decir que habría preferido no
hacerlo!
Francisco ya estaba completamente desquiciado, y me
gritó:
—¿Qué mierda le pasa a tu gauchoide?
La situación se me volvió intolerable, no soportaba más
la frustración de ver cómo, a pesar de mis esfuerzos, don
Chuma seguía repitiendo siempre esa misma frase de mier­
da, así que les conté a m i primo y a Juan toda la historia,
desde el comienzo.
Después de escucharme atentos, Juan me sugirió:
—¿Y ya probaste con la picana?
Yo sabía que, entre sus accesorios, la caja donde ve­
nía el gauchoide traía una picana, pero nunca me había
atrevido, siquiera, a considerarla como una posibilidad.
Supuestamente, servía para optimizar el rendimiento del
androide, y para amainarlo en casos de indisciplina: el ma­
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c i r ic o s ? 19

nual de instrucciones indicaba que era de uso obligatorio


en todas las empresas con mano de obra robótica, con re­
sultados estupendos, lo cual Juan me ratificó:
—En mi empresa también la usamos diariamente, cuan­
do termina la jornada, y todos los obreros quedan hechos
una pinturita. Vas a ver cómo después de una buena sesión
de picana el gauchoide este no se va a arrepentir más de ha­
cer lo que está programado para hacer.
Pero como yo no sabía, ni me animaba, a usarla, les pedí
a mi primo y a Juan que me mostraran cómo se hacía.
Todo fue vertiginoso.
Sacaron los platos de la mesa, donde acostaron a don
Chuma, lo desnudaron y lo ataron de pies y de manos. El
pobre gauchoide, que en ningún momento se resistió, no
paraba de repetir:
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
Apenas Francisco prendió el aparato, que escupió una
luz blanca y un chirrido escandaloso, miró a don Chuma y,
su rostro de pronto iluminado por una idea perversa, le de­
sató las manos, le entregó la picana, y me dijo:
—Vamos a dejar que lo haga él, a ver qué pasa.
Mientras Francisco le indicaba partes de su cuerpo des­
nudo y le hablaba al oído, don Chuma, que lo escuchaba
atentamente, se aplicó a sí mismo una descarga en el vien­
tre, que contrajo todo su cuerpo desnudo, y que produjo un
inmundo olor a carne quemada. Ni bien terminó de chillar
y contraerse, se repuso y volvió a gritar:
20 M ic h e l N ieva

—¡Habría preferido no hacerlo!


— ¡Habría preferido no hacerlo!—, y acto seguido se vol­
vió a aplicar, con prolijidad, la picana en las tetillas, los ge­
nitales, el abdomen, las encías y los oídos. Todavía puedo
recordar cómo rechinaban sus dientes mientras se aplica­
ba electricidad a sí mismo: una tiza contra un pizarrón, una
rajadura en un vidrio, madera agrietándose. Además, des­
pués de cada descarga, volvía a repetir:
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
De su cuerpo manaba un humo nauseabundo que rá­
pidamente invadió toda el quincho, y tan ensordecedores
eran sus alaridos, que Juan le tapó la boca con algo que pa­
recía un bozal. Sin embargo, la fórmula se seguía escuchan­
do, nítida, comprensible, incesante:
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
¡Cuándo iba a terminar de repetir esa frase de mierda!
¿Cuánta más tortura era necesaria?
De pronto, mi primo apareció con una enorme pinza
metálica, que no sé de dónde había salido, y me dijo:
—Ya terminamos la etapa de endurecimiento: ahora hay
que ablandarlo.
Le dio la pinza a don Chuma a la par que le indicó algu­
nas partes de su cuerpo, y le susurró algo al oído. El gau-
choide, entonces, solícito, se pellizcó sucesivamente en la
panza, los párpados, y se arrancó las uñas de los pies una
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 21

por una. A pesar de que todavía tenía la boca tapada por esa
especie de bozal, la fórmula seguía saliendo de él:
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
—¡Habría preferido no hacerlo!
Mientras tanto, Francisco aprovechó el desconcierto y
las ganas que le tenía a don Chuma para bajarse los panta­
lones y empezar a masturbarse y ¿qué carajo estás hacien­
do?, le pregunté yo, desconcertado. Su aspecto era grotesco,
pero actuaba con tanta indolencia que parecía regido por
una necesidad obvia, una rutina higiénica que practicaba
frecuentemente. Me miró, me sonrió y me dijo: primo, para
que el gauchoide te haga una gauchada, hay que hacerle
una guachada. Acto seguido, desató los pies de Chuma y
puso su exangüe cuerpo, que casi no podía sostenerse, en
cuatro. Comenzó a estrellar su pene, ya enhiesto, contra el
ano de Chuma, pero como éste no cedía, contraído por tan­
ta electricidad, interrumpió su intento de sodomización y
dijo, risueño, como si pensara en voz alta: ¿si todos los agu­
jeros cojibles que tiene son artificiales, por qué no hacerle
un nuevo agujero artificial?, y entonces agarró el cuchillo
que había quedado junto a la parrilla, se lo dio a don Chuma
y le gritó ¡Agujereate, carajo!
El gauchoide, entonces, se hincó en el costado izquierdo
de su vientre el cuchillo y digitó con precisión de cirujano
un círculo, arrancó un cilindro amorfo y palpitante de carne
que cayó al suelo, y volvió a chillar, con una voz desahucia­
da, estremecedora:
—¡Habría preferido no hacerlo!
22 M k h f i N ieva

—¡Habría preferido no hacerlo!


—¡Habría preferido no hacerlo!
Francisco empezó a penetrarlo por ese hueco em ba­
rrándose de sangre, sangre que salpicaba y después corría
por sus testículos y por sus muslos. Ambos gemían de una
manera incomprensible, como si no se pudiera determinar
cuál gozaba y cuál sufría, y la escena se me hacía tan irreal,
tan escandalosamente violenta, que se desdibujaba a mis
ojos, como si de pronto padeciera de presbicia, o como si la
viera a través de un televisor roto.
Incapaz de soportarla más tiempo, salí del quincho y
me fui a caminar en la oscuridad. Me invadió una súbita
amargura. Yo había comprado un gauchoide como quien se
compra un electrodoméstico extravagante, para hacer m e­
nos penosas mis horas, para ahorrarme ciertas fatigas que
la rutina alimenta, y de pronto, me encontraba producien­
do un dolor espantoso y sin sentido a esa pobre criatura,
cuya naturaleza, francamente, no se me hacía menos hu­
mana que la de Juan o que la de Francisco o que la mía, o,
en todo caso, menos permeable al dolor.
Cuando volví al quincho, don Chuma seguía tendido,
como desmayado, sobre la mesa, mientras Francisco y Juan
conversaban y fumaban. Me dijeron que la terapia había
sido un éxito y que al día siguiente me despertaría atendido
por un gauchoide fiel y servicial, tal cual yo lo había conoci­
do en un primer momento.
Nos llevaron a mi casa, y me ayudaron a acostar a don
Chuma en su pieza y se fueron.
3

Al día siguiente desperté entusiasmado con el inconfun­


dible olor a tortas fritas que invadía mi pieza: ¿se habría cu­
rado don Chuma con la terapia? ¿me iría a encontrar con un
gauchoide despreocupado y sin remordimientos, tal cual yo
lo había conocido en un principio?
Pero me gustaría ahora no contar la verdad. Me gustaría
decir que al día siguiente encontré a don Chuma contento,
silbando una chacarera, esperándome con una vieja histo­
ria bucólica y la comida hecha amorosamente. Me gustaría
decir que la tortura, según se lo había propuesto, había cer­
cenado de su vida el remordimiento, el tiempo condicional,
la virtualidad. Me gustaría decir también que el sufrimiento
tuvo sentido. Pero lo cierto es que después de comer, ex­
pectante, el desayuno que él me había preparado con pro­
lijidad, mi frustración y mi angustia no podrían haber sido
mayores, ya que si algo era evidente en su mirada todavía
lastimada por la tortura, esa mirada de ojos de vidrio aun­
que penetrante y sincera, esa mirada que emitía don Chuma
mientras dejaba el termo y el mate, cansino, sobre la mesa,
era, sin lugar a dudas, la misma frase que, inmediatamente
después de retirarse a su habitación sin hacer ruido, adiví­
nenla, volvió a proferir.
24 M ic h e l N ilva

¡Adivínenla!

A\tí____
¡Ah, pobre gauchoide!
The Mousinho Company®

Instant Ubik has all the fresh flavor ofjust-


brewed drip coffee. Your husbcind will say,
Christ, Sally, I used to tliink your coffee was
only so-so, But now, wow! Safe when tnken as
directed.
P h i l i p . K. D i c k

C he, de qué es este jugo, le pregunté, extrañado aunque


complacido por su sabor, y cuando ella me dijo de zanaho­
ria no lo pude creer, simplemente me impactó. Tuvo el her­
moso gesto de despertarme con el desayuno: tostadas, café,
y ese esotérico jugo de zanahoria servidos en una bandeja
a mis pies, sí, son esa clase sutil de gestos los que te arras­
tran, generalmente sin preverlo, a enamorarte, sin embargo
nosotros, como suele acostumbrarse entre la mayoría de las
personas, no nos enamoramos. La había conocido la tarde
anterior, en una disquería cerca de Callao y Corrientes. Por
alguna misteriosa causa me siento más cómodo a la hora
de conocer chicas en los espacios públicos, de día, cuan­
do la gente en realidad se ocupa de otras actividades, a lo
sumo mira, pero nada más. Tengo un tío abuelo, Chicho, al
que veo dos o tres veces por año en reuniones familiares,
y siempre que se gesta un breve momento de intimidad, a
la sobremesa, desde que tengo once años, me pregunta lo
mismo:
26 M ic h e i N ieva

—¿Y, ya la pusiste pibe?


Y más tarde me sentencia dos máximas que desde su ex­
periencia considera las más valiosas para que escuche un
joven:
a) El sexo es lo más lindo que hay en la vida después del
chocolate
y
b) El mejor lugar para levantarte minas es por la calle, en
el subte, en la parada del colectivo: es cuando están con las
defensas más bajas, sin reacción, y no hay manera de que te
digan que no.
La sabiduría del viejo Chicho acaso haya penetrado in­
conscientemente en mi comportamiento sexual, porque no
puedo evitar, cuando veo una mujer linda distraída por la
vereda, hablarle, decirle algo, cualquier estupidez. A veces
funciona, otras no. Ese sábado a la tarde había ido a la dis-
quería a comprarme uno de los Pixies, y cuando advertí que
esta chica se llevaba el último de Radiohead —mi banda fa­
vorita— me resultó inadmisible no decirle algo. Funcionó.
Terminamos en su casa escuchando In rainbows, bebiendo
vino, fornicando lenta, pacientemente, pero no sé por qué
cuento esto, de esto no se trata mi historia: me desperté al
día siguiente en su cama descubriendo que podía extraerse
jugo de las zanahorias, y ahí mi vida cambió para siempre.
Finalizado el desayuno me levanté, asombrado, a exami­
nar el aparato con el que había exprimido las zanahorias.
Lo compré por internet, una noche que estaba deprimida y
necesitaba comprar algo, me dijo. Era un dispositivo plás­
tico de cuarenta centímetros de alto: se apretaba un botón,
¿S u e ñ a n los g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 27

se introducía a través de una ranura el objeto a exprimir


(¡cualquier cosa, te exprime lo que quieras! afirmaba ella)
y después había que esperar a que saliera el líquido por un
tubito. Simple. Me preparó otro jugo, exquisito, de apio y de
pera, y cuando me fui de su casa no hace falta aclarar que
me dirigí directo hacia el primer local de electrodomésti­
cos que encontré y con el dinero destinado a los discos, por­
que concentrado en coquetear con la chica había olvidado
comprarlos, me llevé la juguera, en oferta, setenta pesos, un
regalo.
Mi vida entera había transcurrido basada en una m en­
tira: solo existe el jugo de naranja, pero al consumir ese
jugo de zanahoria se revelaron una serie de inquietudes
metafísicas que aumentaron el caudal habitual de mis re­
flexiones: ¿Cómo es que un sólido, la zanahoria, podía
transformarse en líquido? ¿Tendrá, quizá, todo objeto del
vasto universo su jugo, como una especie de energía vital y
secreta? Curioso por la respuesta a estas preguntas abrí la
heladera, dispuesto a exprimir lo que encontrase, pero no
había nada, solo muchas botellas de cerveza y de vino. Esa
noche me encontraba con una chica, a la que había cono­
cido haría dos meses en una parada de colectivo y había­
mos establecido la rutina de juntarnos en mi casa domingo
por medio a ver películas, beber y cojer. Ya había alquilado
una película, ya había comprado las bebidas, y como ella
no llegaba me tomaba el vino solo para matar el tiempo, es­
perando a que apareciera, mientras reflexionaba sobre los
jugos de las cosas, sobre los límites empíricos de la activi­
dad de exprimir, sobre la disolución de todas las posibilida­
28 M ic h f j N ieva

des de un ente en un brebaje, vulgar, efímero, que se bebe


en un instante y ya está, ya no existe, entonces, aburrido,
borracho, convencido de que mi vida carecería de sentido
en tanto no probara algo nuevo, en tanto no estrenara la ju ­
guera, decidí exprimir, pero la heladera, vacía, y mi em bria­
guez, fatigosa, me impulsaron a buscar por mi pequeño de­
partamento sin pensar en salir a comprar frutas o verduras
y como ¡cualquier cosa, te exprime lo que quieras! resonaba
en mi cabeza la afirmación entusiasta de la chica del dis­
co de Radiohead, resolví agarrar lo primero sin valor que
encontré sobre la desordenada mesa de mi pieza: una bol­
sa con tornillos, una aburrida novelita de Juan Filloy, y un
mouse de computadora roto.
Introduje los tornillos en la juguera, uno por uno, vein­
te en total y la encendí. La máquina produjo un ruido chi­
rriante y escandaloso, como si fuera a explotar, pero al final
los exprimió. El resultado fue un vaso de líquido gris oscu­
ro. Tomé un trago: áspero al comienzo aunque refrescante
al final. El sabor, similar al del whisky barato, no me causó
mayores efectos que una sensación de pesadez, como si hu­
biera comido algo muy grasoso, y cuando me disponía a ex­
primir la novelita de Juan Filloy a ver qué pasaba (escuché
a mucha gente estúpida decir que los libros ni se tiran ni se
queman, jamás nada acerca de exprimirlos, pero si algo no
faltaba en mi humilde hogar eran libros de Filloy, que escri­
bió como doscientos y los tenía todos) sonó el timbre. Y qué
decepción, porque no era la chica que esperaba impaciente
sino el vecino, molesto por los ruidos a esa hora de la no­
che. Consciente del escándalo que habría producido expri­
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 29

mir veinte tornillos a las dos de la mañana, lo despaché con


alguna excusa inverosímil, alegando que yo miraba la tele
tranquilo, que no había hecho nada, y se fue rezongando.
Y ahí, entonces, sucedió. Me preparaba a proseguir el
exprimido del libro cuando advertí que se trataba de una
primera edición, de 1910. El departamento donde vivía me
lo alquilaba Chicho. Había sido su consultorio —era dentis­
ta— pero al jubilarse, como yo a los veintiséis años aún vivía
con mis padres, decidió alquilármelo a un precio irrisorio.
Cuando me dio las llaves me dijo:
—Quedaron algunos libros adentro, te los regalo, si que-
rés leelos.
El día que ingresé por primera vez me topé con una can­
tidad infinita de libros tapizando el suelo y las paredes.
Todos eran de Juan Filloy. Solo por pereza nunca los saqué.
Leí algunos y después me aburrí, y jamás logré compren­
der esa colección minuciosa que Chicho había acumulado,
de quien desconocía una afición literaria, y menos aún una
predilección específica por tan insólito autor. No importa.
Yo me ganaba la vida vendiendo artículos diversos por in­
ternet, y cuando advertí que el libro a exprimir había sido
editado en 1910, pensé: esto vale sus buenos pesos, lo voy a
vender, mejor no lo exprimo.
La verdad, a veces me sorprende que los acontecimien­
tos más importantes de la vida obedezcan a razones tan es­
túpidas, a azares sumamente vulgares. Porque después de
exprimir el mouse de computadora roto en vez del libro, la
juguera se rompió. A lo mejor, si no leía de casualidad que
la primera página del libro decía Buenos Aires MCMX, lo
30 M ic h k i N ieva

exprimía, la juguera también se averiaba, producía una pas-


tachuta inmunda de celulosa, y no la bebida que habría de
superar en popularidad a la Coca-Cola en el siglo XXI: el
jugo de mouse.
El resto sobrevino como una estampida feroz. Sería in­
útil describir el efecto sumamente adictivo o el sabor tan re­
confortante del jugo de mouse, que todos ya bien conocen.
Vendí la colección completa de Juan Filloy y gracias a ese di­
nero logré montar la pequeña empresa y registrar la bebida,
que llamé Mousinho. El nombre, cuya reminiscencia infun­
dada a Brasil fue un intento de volver cool al producto, re­
sultó ser un éxito. El primer stock elaborado artesanalmen­
te en mi casa lo vendí entero a dos o tres bares de Palermo
Hollywood. A la semana necesitaron más. Después llegaron
los pedidos de más bares, cuatro, cinco, seis, siete, de más
restaurantes, ocho, nueve, diez, once, doce, y al poco tiem­
po la demanda me excedió.
La clave, de todas maneras, fue promocionarlo vía in­
ternet. Los encargos del exterior, acaso en un comienzo
debidos a la curiosidad por el inusual producto, disemina­
ron la afición al Mousinho como una epidemia sin discri­
minar continentes, países o culturas, y su consumo se di­
fundió velozmente hacia el mundo entero. Es que a pesar
de los miles de estudios, las investigaciones científicas que
se hicieron y se siguen haciendo, nadie logró explicar qué
causa la dependencia, física y mental, al Mousinho, ni mu­
cho menos comprobar ningún tipo de efecto perjudicial
al organismo como resultado de su consumo. Esta ausen­
cia de efectos perjudiciales demostrados permitió dirigir
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 31

el producto hacia todos los targets posibles, sin restriccio­


nes: Mousinho Kids, enriquecido de calcio y vitamina C;
Mousinho Sport, más minerales, más resistencia; Mousinho
Light, bajo en calorías y grasas; Mousinho Healthcare, sin
sodio; Mousinho Strong para emociones fuertes; Mousinho-
Vodka o Mousinho-VinoBlanco para divertirse entre amigos
y finalmente Mousinho Clásico, hacia el genuino y tradicio­
nal sabor.
Pero me adelanto: a los tres meses de ese primer stock lo­
gré inaugurar la fábrica. Después vino la primera distribui­
dora, las expansiones. Después la plantilla de cien emplea­
dos. Después contratación de agentes de marketing, diseña­
dores gráficos, estrategas de crecimiento empresarial, más
empleados, psicólogos, más empleados, más psicólogos,
grupos de liderazgo, managment directors, una filial en San
Pablo, más empleados, Strategic Grouth Department, más
psicólogos, otra filial en México, global marketing develo-
pers, distribuidoras en toda Latinoamérica, Estados Unidos,
Canadá, China, Francia, Japón, más empleados y publicis­
tas, un logo que diseñé con la ayuda de mis colaboradores:

traslado de todas nuestras fábricas a Indonesia, Myanmar,


Vietnam, más distribuidoras por Europa, Asia, Australia, y
en solo tres años me volví asquerosa, asquerosamente rico.
32 M ic h f .l N ieva

Me volví, también, una suerte de gurú capitalista: yo encar­


naba la típica leyenda pintoresca pocas veces comprobable
del muchachito de clase media y encima del tercer mundo
que, inventando alguna pelotudez, se volvía multimillona­
rio. La revista The Boss me nombró el personaje de la déca­
da. Mis clubes de fans en Facebook y en Twitter superaban
el millón de seguidores. Como casi toda la iconografía y la
publicidad de The Mousinho Company® era inseparable de
mi imagen, mis asesores de marketing se ocupaban minu­
ciosamente de esculpirla. Una tarde me citaron a una re­
unión y me dijeron:
—Tenemos que escribir tu biografía.
—¡Pero si solo tengo veintiocho años! ¿Qué carajo van a
poner? —les pregunté.
—No importa. Las ventas no están creciendo lo suficien­
te. Los rumores de que tenemos trabajo esclavo infantil en
Mozambique, y de que la elaboración de nuestros produc­
tos contamina el océano Pacífico dañaron notablemente la
imagen de la empresa. Necesitamos un golpe de efecto, una
historia conmovedora e incoherente que haga olvidar todas
las denuncias. Vos no te preocupes: tus biógrafos se van a
encargar de eso.
A partir del día siguiente, dos personas empezaron a
seguirme a todas partes con cámaras de foto, grabadores
y anotadores. Cada tanto entablábamos conversaciones
como ésta:
—¿Cómo fue que inventaste el Mousinho?
Yo les contaba la historia de la juguera y de Chicho. Ellos
se miraban algo decepcionados, y alguno me respondía:
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 33

—No, no, eso no nos sirve... Pongamos que tu mamá era


una mujer pobre y soltera que te quiso abortar, pero los pru­
ritos religiosos de la familia la obligaron a tenerte. Como te
odiaba porque le arruinaste su vida, cuando eras bebé te
apagaba cigarrillos en la cabeza, entonces un loro alpinista
con una enfermedad venérea llamado Teté agarró un tene­
dor empapado en binodinal y...
Y el biógrafo seguía así delirando un buen rato mientras
el otro lo transcribía, y después lo enviaban a las redaccio­
nes de los diarios como anticipo de mi biografía novelada.
También, publicaban fragmentos inéditos de la biografía en
mis muros de Facebooky de Twitter. Por alguna extraña di­
rectiva de la agencia de marketing, quienes, sospecho, supo­
nían que así se venderían más libros o mejoraría la imagen
de la empresa, estos tipos estaban empeñados en mostrar­
me como una criatura completamente enfermiza, revulsi­
va y demencial. Si yo me encontraba, por ejemplo, cenando
tranquilo en mi casa alguno de los platos que siempre sue­
lo comer, milanesa con papas fritas por ejemplo, ellos, en
cambio, reflejaban en mi Twitter:

@CEOMousinhoCo: ak, comiendo culo de


rata y jugando a la ruleta rusa mien­
tras me practico una auto-felatio en
la dentadura d mi abuela

No cesaban de acompañarme ni de falsear mi intimidad


un instante, ni cuando me bañaba. Se metían conmigo en la
bañera y mientras yo, tímido, bajo la ducha, me enjabonaba
el cuerpo, podía espiar que ellos, también desnudos aun­
34 M ic h e l N ieva

que concentrados en mí, escribían a través de sus teléfonos


celulares:
@CEOMousinhoCo: haciendo un baño d in­
mersión en falanges y metakrpians d
niños coreanos indigents a la par q
m masturbo leyend mi libro preferido:
mein kampf

Después, nuevamente, el resto sobrevino como una es­


tampida feroz. El libro salió a la venta a los pocos meses y fue
un fracaso rotundo. Alguien, no sé quién, me cagó. Me vi en­
vuelto en una sumatoria de deudas y juicios tan catastróficos
que debí vender mis acciones de The Mousinho Company ®a
The Coca-Cola Company®, corporación que se volvió socia
mayoritaria de la empresa. Yo tuve que volver a mi penosa
vida de vendedor de artículos chinos por internet, aunque
cada tanto me llevo al departamento de Chicho alguna chica
que conozco por la calle y mi vida así de a ratos sigue tenien­
do buenos momentos y no me quejo. A veces me sorprende
en ciertos periódicos alternativos de poca difusión la noti­
cia de que el jugo de mouse da cáncer o de que los trabaja­
dores que lo producen son africanos de once años someti­
dos a condiciones de esclavitud ominosas, pero por suerte
los grandes medios y la mayoría de la población desestiman
como rumores estos datos o los ignoran, y yo sigo consu­
miendo Mousinho Clásico sin culpa. Raramente (digamos,
una vez cada dos meses) en algún momento del día suena el
teléfono de mi casa, y cuando atiendo una voz me pregunta:
—¿Es cierto que usted inventó el jugo de mouse?
O bien:
¿S u e ñ a n los g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 35

—¿Es cierto que durante su niñez un loro alpinista de


marca benereoTT le improvisó una pregunta ontológica y
con su tenedor empapado en binodinal le gritó...
Y yo sin dejarlo terminar lo interrumpo y le digo sí, y su
insomnio era lento, enredado, insoportable, terrible, pero
quién me quita lo bailado, y después le corto.
Post Scriptum:

¿Qué son el benereoTT y el binodinal?


E n m e d io del frenesí por relatar mi insólita historia como
creador del jugo de mouse, olvidé referir dos invenciones,
o descubrimientos, no menos singulares: el benereoTT y el
binodinal.
Ya me encontraba en la etapa en la que los ejecutivos
de la empresa se habían dado cuenta de que no me necesi­
taban y habían empezado a aislarme y a urdir planes para
cagarme, pero por alguna extraña razón Robert, el jefe del
Department o f Chemistry, acudió a mi oficina a comentar­
me sobre las nuevas drogas que habían sintetizado a partir
del jugo de mouse y sobre su posible comercialización.
Me mostró balances, cuadros sinópticos, fórmulas, pro­
yecciones comerciales, resultados de experimentos con an­
droides, humanos, ratas y gallinas en una comunidad de
Florencio Varela, y como me aseguró y me repitió reiteradas
veces que los experimentos demostraban que tanto el be­
nereoTT como el binodinal eran inocuos para el organis­
mo humano, le propuse que la mejor manera de evaluar su
posible comercialización era que yo mismo experimentara
sus efectos.
Primero empecé con el binodinal. Lo consumí una no­
che, solo, en mi casa, mientras leía un libro llamado ¿Sueñan
38 M ic h e l N ieva

los gauchoides con ñandúes eléctricos?, de Michel Nieva. La


droga, líquida, transparente, venía en un pequeño frasco
de vidrio de 250 mi, y se administraba humedeciendo en
la sustancia una especie de esponja con forma de tenedor,
cuyas puntas, dos, después se apoyaban en los orificios de
la nariz. El efecto fue inmediato y desconcertante. Apenas
aspiré el líquido, sentí que me transformaba en vos, lector,
leyendo en el libro ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes
eléctricos? que yo aspiraba binodinal de un tenedor m ien­
tras estaba leyendo ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes
eléctricos? Y apenas leía, siendo vos, que yo aspiraba bino­
dinal, sentía que me transformaba en otra persona que ieía
en el libro ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?
que vos leías que yo aspiraba binodinal mientras intentaba
leer ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? Y ape­
nas leía, siendo otra persona, que vos leías que yo aspiraba
binodinal mientras estaba leyendo ¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos?, sentí que me transformaba en un
cuarto individuo que leía en ¿Sueñan los gauchoides con
ñandúes eléctricos? que otra persona leía que vos leías que
yo aspiraba binodinal mientras estaba leyendo ¿Sueñan los
gauchoides con ñandúes eléctricos?. Y apenas leía, siendo
un cuarto individuo, que otra persona leía que vos leías que
yo aspiraba binodinal mientras estaba leyendo ¿Sueñan los
gauchoides con ñandúes eléctricos?, sentí que me transfor­
maba en un quinto individuo que leía que un cuarto indivi­
duo leía que otra persona leía que vos leías que yo aspiraba
binodinal mientras estaba leyendo ¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos? Y apenas leía, siendo un quinto in­
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 39

dividuo, que un cuarto individuo leía que otra persona leía


que vos leías que yo aspiraba binodinal mientras estaba le­
yendo ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?, sentí
que me transformaba en un sexto individuo que leía que un
quinto individuo leía que un cuarto individuo leía que otra
persona leía que vos leías que yo aspiraba binodinal mien­
tras estaba leyendo ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes
eléctricos? En ese momento, al que llegué casi involuntaria­
mente, sentí vértigo y náuseas y cesé de leer. Me encontré,
todavía con el libro en mis manos, en un cuarto diminuto,
de paredes, techo y suelo vidriados. Debajo del vidrio del
suelo te vi a vos, lector, vi con absoluta claridad tu rostro y
tus ojos mirando estas palabras, te vi a vos siendo obser­
vado, te vi donde estás ahora, lector, leyendo en ¿Sueñan
los gauchoides con ñandúes eléctricos? que yo aspiro binodi­
nal de un tenedor mientras te veo a vos donde estás ahora.
Detrás del vidrio del techo, en cambio, me vi a mí mismo,
en este cuarto, mirándome. Detrás del vidrio de mi izquier­
da vi al sexto individuo leyendo en ¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos? que un quinto individuo lee que un
cuarto individuo lee que otra persona lee que vos leés que
yo estoy mirando al sexto individuo. Del otro lado del vidrio
frente mío vi a otra persona leyendo en ¿Sueñan los gauchoi­
des con ñandúes eléctricos? que vos leés que yo lo miro y, a
través del vidrio a mi derecha contemplé, sin asombro, al
cuarto individuo leyendo que otra persona lee que vos leés
que yo, sin asombro, lo contemplo. Y finalmente, al girar mi
cuerpo, observé, detrás de la última pared vidriada, al quin­
to individuo leyendo que un cuarto individuo lee que otra
40 M íc h k i N if.va

persona lee que vos estás leyendo en ¿Sueñan los gauchoi-


des con ñandúes eléctricos? que yo lo observo mientras giro
mi cuerpo.
¿Dónde se suponía que me encontraba? ¿Qué carajo
eran esas seis dimensiones en simultáneo? Bruscamente, vi
aparecer a una mariposa gigante, que mediría medio metro
de largo, y que escupía unos chillidos inmundos. Todavía
impávido, e incapaz de escapar a ninguna parte dado el mi­
núsculo tamaño de la habitación, vi sin poder reaccionar
cómo esa criatura se acercaba hacia mí y me susurraba, al
oído, al mismo tiempo que se desvanecía:

—In quodam loco Manicae regiones, cuius nominis nolo


meminisse, nuper vivebat quídam fidalgus ex eis de quibus
fertur eos habere lanceam in repositorio, scutum antiquum,
equum macrum canemque venaticum cursorem.

¿Qué? ¿Qué estaba pasando en ese lugar? Lo ignoraba


por completo, pero sabía que si me quedaba más tiempo
iba a enloquecer. Sabía, también, por los resultados vistos
hasta ahora, que lo peor que podía hacer era tomar de vuel­
ta binodinal: con certeza, me enredaría aún más en esa tra­
ma confusa de meta realidades. Pensé, con la horrible sen­
sación de que poco podría empeorar, que quizá lo mejor era
experimentar en ese preciso momento con el chupetín de
benereoTT que atesoraba en mi bolsillo, a ver qué pasaba.
A diferencia de la mayoría de las drogas alucinógenas
conocidas hasta ahora, el benereoTT y el binodinal no pro­
ducen un delirio momentáneo, breve, que depende por
completo de nuestra realidad compartida, sino que direc­
¿S u e n a n los g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 41

tamente crean otras realidades, con el mismo peso onto-


lógico que la nuestra. Y la peculiaridad del benereoTT es
que, combinada en una dosis justa al binodinal, permite
acceder hipervincularmente a meta realidades ya genera­
das, de modo que, con la esperanza de volver a mi realidad
ficcional, le di una lamida al chupetín de benereoTT. Pero
no pasó nada. Volví a posar, entonces, mi lengua sobre el
chupetín, aunque con muchísimo cuidado, ya que Robert
me había advertido que la combinación en exceso (¡y yo ig­
noraba cuánto era en exceso !) de benereoTT y de binodinal
causaba, irreversiblemente, algunos efectos secundarios,
como no poder distinguir androides de humanos, varo­
nes de mujeres, o, ya en un grado mayor de abuso, perder
por completo la capacidad cognitiva de clasificar la reali­
dad en género-especie, o sea, de generalizar según criterios
racionales.*
Algo alarmado por esta advertencia de Robert, pero a la
vez desesperado por escapar de aquel cuarto demencial, se­
guí lamiendo el chupetín de benereoTT. Seguía sin suceder
nada. Además de la inquietud que me producía la visión de
las dimensiones traslucidas a través de las paredes, el techo y
el suelo, había un malestar algo inexplicable, por sobre todas
las cosas, que me desesperaba: la sensación de estar siendo
leído por otro, el presentimiento, ominoso, de ser apenas una

* Para más información sobre los efectos secundarios de la sobredosis


de binodinal y benereoTT, se adjuntan más adelante en el libro Fragmentos
del Diario de Robert sobre el "paciente ga m m a ”. [Nota agregada a la segun­
da edición.]
42 M ic h e l N ikva

huella frágil y borrosa significada en el capricho de una mi­


rada, que yo podía sospechar, pero no ver. Me observé, ob­
servándome, a través del vidrio del techo, y no me reconocí.
A la mierda, pensé, el efecto del binodinal, según me explicó
Robert, en algún momento tiene que menguar, así que trata­
ré de distraerme un rato hasta que eso suceda. Agarré el libro
¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? en la página
en la que me había quedado, la 22, y leí lo que sigue:
Otro final en otro metamundo para
¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos?

g a u ch o m a tre ro
g a u ch o t ero
g a u ch o m a te r
g a u ch o m a te rn o
g a u ch o m a te r o
g a u ch o m a te no
g a u ch o té

E n r iq u e B l a n c iia r d

Durante la tortura (...) El delirio y la agonía se habían


apropiado de ese quincho infernal, y no sé en qué momen­
to me desmayé. Cuando desperté, seguía siendo de noche,
pero rebotaba en mi cabeza la sensación de que había pasa­
do una eternidad. Sobre la mesa ya no estaba Chuma, sino
las cabezas, decapitadas, de Francisco y de Juan, y en la
frente de mi primo se leían, escritos con perfecta caligrafía
robótica, los siguientes versos:
Pido perdón a mi Dios
que tantos bienes me hizo,
pero dende que es preciso
que viva entre los infieles
yo seré cruel con los crueles:
ansí mi suerte lo quiso
44 M ic h e l N ieva

Y después, más abajo, con otra caligrafía y como si fuera


una especie de firma:

Preferí hacerlo.
La sangre se me heló: ¿Qué carajo había pasado? ¿Dónde
estaba Chuma y qué les había hecho a esos dos pobres
hombres?
Ni en el cuarto donde había dejado su equipaje, ni en
ninguna otra parte de la estancia, encontré rastros suyos: se
había fugado.
¿S u e n a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 45

A las pocas horas llegaron empleados de la empresa y


algunos policías del Departamento de Asuntos Androides.
Hicieron una inspección de rutina y prometieron encontrar
a Chuma o en su defecto conseguirme un reemplazo. En el
diario, por otra parte, encontré los siguientes artículos:

Preocupan los nuevos casos de gauchoides rebeldes:


matan a siete humanos
Al cie rre d e e sta e d ició n , el g a u ch o id e m atrícu la n° 3 4 5 7

(c o n o c id o fa m iliarm en te co m o "don C h u m a ”) acrib illó

sin p ied ad a siete h o m b re s d e ...

O bien:

Múltiples atentados de gauchoides guerrilleros


F u e ra d el á re a d e los d elitos co m u n e s, la activid ad g u e ­

rrillera d e los an d ro id e s tam b ién se in cre m e n tó d u r a n ­

te los ú ltim o s d ías. Id en tificán d o se co m o in te g ra n te s del

ERG (E jé rcito R ebelde de G au ch o id es), a n o c h e u n g ru ­

po de c in c o p erso n a s c o p ó el d e s ta ca m e n to p olicial de

G u aym allén , su b u rb io de la cap ital m e n d o cin a .

En la m a d ru g a d a de ayer, tam b ién , o tro s n ú cle o s e x tr e ­

m istas o c u p a ro n dos fáb ricas — u n a en A vellaneda y o tra

en B ah ía B la n c a — , m ie n tra s q ue en La P lata re su lta b a n

in ce n d ia d o s d o s veh ícu lo s oficiales, co n p o ca s h o ra s de

d iferen cia...
46 M ic h e l N ieva

Aturdido por estas noticias de poca credibilidad y que leí


con escepticismo, decidí salir a la calle a intentar despejar­
me un rato.
¿Dónde podría haberse escondido don Chuma? No sé
por qué, recordé [en este momento, el metamundo al que
pertenecía estefinal de ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes
eléctricos? se difumina, lentamente, y se confunde y pliega a
otras realidades inaccesibles ahora para nosotros. Sin em ­
bargo, a pesar de que ignoremos cómo prosigue realmente
esta historia, podemos imaginarlo: ¿hacia dónde podría ha­
berse dirigido un gauchoide perseguido por la justicia y re­
belde al poder que intentaba domesticarlo, él, un matrero,
ávido de libertad sin restricciones y programado de acuerdo
a los dudosos criterios que un ingeniero chino podría tener
de lo que es un gaucho?
Este último punto, que los gauchoides estuvieran limita­
dos por los dictámenes de sus programadores humanos, no
obstante, dentro de poco, veremos que es relativo, pero por
ahora enfoquémonos en la pregunta que casi abruptamente
corta el relato ¿Dónde podría haberse escondido Chuma?,
pregunta que nos hace imaginarlo a él, fugitivo, prefiriendo
su liberación a través del vértigo horizontal de la pam pa,
pregunta que nos hace imaginarlo a él, nómade, prefiriendo
cabalgar sin destino el caballo que hubiera robado de una
partida de gauchos buenos a lo largo del texto indefinido de
la llanura argentina. Pero de cualquier manera, esta im a­
gen literaria que nos estamos inventando choca contra dos
condicionantes que la vuelven, ciertamente, inverosímil. La
primera, que en el año en el que transcurre esta historia ese
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 47

territorio impreciso al que llamamos la pampa está parcela­


do en unos pocos y grandes terrenos que pertenecen a irnos
pocos y grandes empresarios chinos productores de soja. La
segunda, que los gauchoides tienen instalado un chip que
permite a sus fabricantes localizarlos y, si así lo decidieran,
matarlos. Pero como todos saben, la paradoja de los androi­
des de segunda generación a la que pertenecen los gauchoi­
des consistió en que , si bien se inventaron para que fueran
fenotípicamente diferenciables de los humanos, algún error
o descuido hizo que estos androides tuvieran la capacidad
de autoprogramarse y, de esa manera, volverse autónomos
a cualquier voluntad humana. En Argentina, los únicos an­
droides que conocían la técnica de desactivar sus chips eran
aquellos que constituían la agrupación guerrillera ERG. De
manera que si queremos imaginar un Chuma que hubiera
preferido la emancipación y la insurrección debemos ima­
ginar, también, un Chuma que hubiera entrado en contacto
con el ERG y, muy posiblemente, hubiera pasado a form ar
parte de esa organización. Solo así, desinstalado su chip, di­
vorciado del último grillete que lo enlazara a la comunidad
humana, un Chuma fugitivo y sedicioso, un Chuma héroe
del desierto, un Chuma conductor de tropas y tropas de gau­
choides rebeldes es posible. Respecto a la otra supuesta limi­
tación de nuestra conjetura, la pam pa parcelada en vastas
propiedades privadas cultivadas con soja, ¿cómo no imagi­
nar ahora , cómo no sentir ahora necesaria la posibilidad de
un Chuma forajido y subversivo de la ley desalambrando la
tierra, convocando a los peones androides en su lucha, cómo
no imaginarlo, ahora, ajusticiando a los soberbios propie-
48 M ic h e l N ie v a

taños, cómo, ahora, no imaginarlo form ando inn umerables


comunidades de gauchoides nómades pero, por sobre todas
las cosas cómo no ahora imaginarlo salvaje y cabalgando,
toe toe, iconoclasta y cabalgando, toe toe, reescribiendo con
desmesura y sin reglas el texto indefinido que es la llanura
argentina, antes escrito con la sangre de los condenados?
Sin embargo, para ser fieles al relato original, debemos te­
ner en cuenta que la historia está enfocada desde la perspec­
tiva del narrador: es posible que la trama de estos hechos, la
insurrección de Chuma y de sus gauchoides, apareciera su­
brepticiamente, de a poco, en el relato, siguiendo la lógica del
iceberg de Hemingway de omitir lo medular y dejar a flote
solo la punta o los síntomas de lo omitido, mientras se de­
sarrollara centralmente la historia del narrador, en Buenos
Aires, preguntándose por don Chuma. De modo que con este
criterio podemos retomar el punto exacto en el que el relato
se corta No sé por qué, recordé e imaginar: ¿Qué evocación,
qué anécdota podría haber recordado el narrador? No olvi­
demos que, quizá presentado de una manera algo aparato­
sa, el tema central de este libro es lo no-humano, los límites
de lo humano o, más bien, la posibilidad de nuevas formas
de vivir para los cuerpos más allá de lo que consideramos
humano. Siguiendo el título del cuento y también el del li­
bro, entonces, podemos imaginar que el narrador hubiera
recordado cierta oportunidad en la que Chuma, acostum­
brado solamente a escuchar, le hubiera contado al narrador
un sueño suyo. Nuesfra imaginación sí que se choca, ahora,
frente a un escollo difícil de franquear: ¿Sueña, cuando duer­
me, un gauchoide? Y de ser así, ¿qué sueña?, ¿qué materia
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 49

vaga y fragmentaria y conjetural podría hilvanarse en el in­


terior de su cráneo de plástico? ¿Existirá una sintaxis secreta
hasta para él de códigos binarios, de cables y de alambres,
que forje la materia de sus sueños? ¿Podrá su circuito ope­
rativo, acaso, alimentarse de angustias, obsesiones y afanes?
Imaginar a Chuma durmiendo, imaginar su cuerpo falso en
posición fetal mientras reposa, probablemente, tampoco nos
sugiera nada. Dejemos, entonces, abierta esta incógnita, y
sigamos con nuestro hipotético relato: posiblemente, al na­
rrador, la empresa le hubiera repuesto otro gauchoide, dó­
cil, impersonal, que no lo hubiera conformado para nada,
y que lo haría extrañar aún más a don Chuma. El narrador
caminaría entonces por las calles preguntándose por él, taci­
turno, y al mismo tiempo con un dejo de culpa imaginándo­
lo solo, herido y desamparado. Entretanto, más indicios de
la subversión gauchoide empezarían a hacerse evidentes en
la ciudad: noticias de nuevos gauchoides escapando de sus
puestos de trabajo, noticias de nuevos gauchoides toman­
do fábricas, noticias de nuevos gauchoides desalambrando
vastos campos de soja, noticias, noticias, más noticias, y un
clima enrarecido de pánico y de terror. Quizá, este crescen­
do de violencia llegaría a su cénit y el cuento terminara con
una escena de sedición extrema. Por ejemplo, don Chuma y
sus infinitas columnas de gauchoides entrando a la Plaza de
Mayo, sus caballos desjarretando toda presencia humana
que se apareciera en su camino, las patas de los gauchoides
electrificando las fuentes de la Plaza como ritual de inicia­
ción política, la Pirámide de Mayo incendiada, barricadas,
tiroteos, enfrentamientos con la gendarmería, muertes, vic­
50 M ic h el N ie v a

toria, y la toma final de la Casa Rosada, donde don Chuma


daría su primer y épico discurso revoluciona rio presidencial,
previo paso por la guillotina de todos los representantes hu­
manos de la dem ocracia representativa. Fin. Pero a los fines
de la economía del relato, y mucho antes de este desenlace,
ciertamente, un encuentro entre don Chuma y el narrador
sería necesario. Conociendo los procedimientos del ERG, es
probable entonces que, mientras el narrador caminara, taci­
turno, por la calle, intempestivamente una célula guerrillera
a caballo lo secuestrara y lo llevara (útil sería que esta esce­
na intentara evocar al lector, de alguna manera, el cuadro
La vuelta del malón, de Ángel Della Valle, aunque en ver­
sión cyberpunk y futurista) hacia algún paraje impreciso de
la Pampa, donde la comunidad anarquista liderada, entre
otros, por Chuma, tuviera lugar.
¿A dónde carajo me habían traído estas criaturas salva­
jes? ¿Qué era ese paraje desierto en el medio de la nada, ati­
borrado de androides? ¡Pánico y horror! ¡Pánico y horror!
Algo así consignaría el narrador en alguna parte de su relato.
O tal vez: cuando desperté, atardecía, y el cielo naranja, im­
placable, sin nubes, como una réplica lisérgica de la infini­
tud pampeana, parecía aplastarnos. Frente mío estaba don
Chuma, y una multitud de gauchoides, borgesoides, kirch-
neroides y peronoides nos rodeaban. Había un silencio tan
sepulcral que casi tenía su propia vida y susurraba. No era
que Chuma, ni los otros, ni yo, hiciéramos silencio, sino que
todos éramos un efecto, residual, de la mudez de la pampa.
¡Y cómo me intimidaba el peso de sus miradas, todas ellas,
dirigidas a mí, el único humano! ¿Me irían a matar? Cuando
¿S u e ñ a n i .o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 51

Don Chuma se acercó a mí, me impresionó su actitud, su


manera de andar, el cambio radical que evidenciaba: a di­
ferencia de como se había mostrado en mi casa, arrepenti-
dizo, débil y obediente, ahora, al contrario, se lo veía altivo,
temerario y caudillesco. Por otra parte, seguramente a cau­
sa del trajín de esta nueva vida nómade y clandestina, noté
en su cara los achaques y los rigores del salvajismo: a la vis­
ta estaban los tornillos que sujetaban sus labios, llenos de
alambres; sus ojos de vidrio, rotos y rayados y sin iris, y en
el lugar donde antes hubo una nariz de silicona, ahora solo
colgaba un pedazo de metal, informe. Ciertamente, ya sin el
maquillaje que amortiguaba su falsedad y que acaso podía
hacerlo pasar por un humano, en ese momento comprendí
mejor que nunca que don Chuma era un simulacro grotes­
co, un muñeco sin alma animado, apenas, por electricidad.
La sensación de encontrarme a merced de un robot fallado,
de un aparato electrónico roto y sin control y emancipado
de la función para la que había sido creado realmente, me
estremeció, y me hizo temer por mi vida. Don Chuma me
miró con sus ojos de cristal partido y me dijo:

—Personne, como sustantivo,


es “persona" en francés,
pero como adverbio es
“nadie”] Somos nosotros, derivo,
del ser humano nocivo,
ese adverbio subversivo.
Esas personas calladas
que porque han sido expulsadas
52 M ic h e l N ieva

del concepto opresivo


de lo humano, sus vivos
cuerpos metalizados
y sus gritos cautivos
pa ustés son “naides” borrados.

¿De qué carajo me estaba hablando ese electrodomés­


tico demencial? Apenas terminó de pronunciar estas pala­
bras, todos los androides que nos rodeaban aplaudieron y
chillaron, fervorosos, y empezaron a saltar enardecidos y
a acercarse, siniestramente, hacia mí, hasta que Algo así,
muy plausiblemente, se hubiera consignado en otra parte
del relato. ¿Yhabrían los androides en su conjunto, después
del hasta que, linchado al narrador? Su impiadosa inqui­
na, en este meta-mundo, contra los humanos, nos hace pen­
sar que sí. Y quizá, de la misma manera que Sócrates opi­
naba que un buen orador debía saber, como un carnicero,
cortar las articulaciones y los músculos de las ideas, quizá
don Chuma hubiera continuado declamando sus reflexio­
nes lingüísticas mientras arrancara, junto a sus compañeros,
uno por uno los dedos y después los brazos y las piernas y la
cabeza del narrador, y de la cabeza los ojos y las orejas y los
dientes. Destripándolo, dejándolo servido como un androi­
de desarmado a las moscas y a los buitres. Y quizá también,
y finalmente y para terminar, después del hasta que el na­
rrador (¿puede un narrador, nos preguntamos, narrar post-
mortem?) hubiera descripto cómo don Chuma escribía con
sangre en su frente la frase que usaba de firm a y que regía
todas y cada una de sus acciones, Preferí hacerlo, patean­
¿ S u iiÑ A N LOS G A U C H O ID E S C O N Ñ A N D Ú ES E L É C T R IC O S ? 53

do después su cabeza decapitada, que rodaría intermitente


sobre la llanura como una pelota de rugby, haciendo barro ,
mientras avanzara, con la tierra y con la sangre que le cho­
rreara del cuello. Yquizá también, después del hasta que que
interrumpe abruptamente el final imaginado de la historia,
el narrador, con un último hálito narrativo, hubiera conclui­
do contando cómo no habría podido ver ni advertir (pero
que por una licencia literaria, de todas maneras, describiría)
a los caballos pisoteando sus restos deshilachados, tomando
de a poco velocidad , cómo no habría podido ver ni advertir
a los gauchoides reemprendiendo su nómade peregrinación
hacia la victoria, volviéndose de a poco en el horizonte pam ­
peano, junto al bochinche de sus cuerpos oxidados, confusos
y distantes, y quizá el narrador ya muerto, después del hasta
que, se hubiera arriesgado a comparar: confusos y distan­
tes, volviéndose en el horizonte de a poco, esos gauchoides,
como los detalles de la vigilia al empezar a soñar.
Sarmiento Zombi

CONTRA LA CADAVERINA NO HAY RESURRECTINA


A ugusto R o a B astos

On ne tue point les idées

Emiliano

¿non non ¿késke vu fé dan lavi? yemapel Emiliano ¿et tuá


mamauasel? ¡yetem! ¡yetem mamasuel Laurita! ¡Laurita
tu é tréyolí! Laurita tu é tréyolí y habré aprendido o recor­
daré alguna otra cosa, de esos cuatro estériles meses que
pasé estudiando francés solo para poder verla, e intentar
levantármela infructuosamente? La conocí, ya no importa
dónde (solo importa que teníamos dieciocho años, y a esa
edad uno puede hacer muchas boludeces de las que no es
tan necesario arrepentirse) y a partir de ese momento fue
perseguirla a cualquier lugar al que fuera, a todas las acti­
vidades que emprendiese, porque era de esas típicas chi­
cas hiperactivas que hacen ochenta y un mil cursos, todo lo
que se les cruce por el camino curso de cocina panameña
curso de tambores africanos curso de idioma toba avanza­
56 M ic h e l N ie v a

do curso de danza contemporánea electrónica con patines


curso de pintura expresionista abstracta y ¿por qué? ¿poi­
qué fui tan inepto y me dejé arrastrar por ella, sabiendo
que no iba a ninguna parte, y que no le daría ni un puto
beso? Primero, fingiendo que también me interesaba, me
anoté en su curso de yoga védico, pero esa vez solo duré
una clase. Se desarrolló de la siguiente manera: comenzó
con un masajeo de intestinos, que consistía en acuclillar
las piernas, apoyar el mentón sobre el pecho, las manos so­
bre las rodillas, respirar profundo, y meter y sacar la pan­
za sin soltar el aire hasta sentir calor y ligeros mareos (en
realidad, supuestamente, mientras mayor el mareo, mejor
era la ejecución del ejercicio) pero evidentemente algo an­
duvo demasiado mal, o demasiado bien, porque el vértigo
y la confusión que cruzaban y recalentaban mi cráneo y mi
estómago fueron tan extremos que caí desmayado al sue­
lo, y abrí los ojos, para mi estupor, rodeado de todos mis
compañeros y la profesora y Laurita observándome, pre­
ocupada, y me miraba y eso me avergonzaba mucho, y mi
vergüenza radicaba (además del hecho de encontrarme
desarmado en el suelo como un boludo) en que me había
comprado una calza muy ajustada, tal como ella me había
recomendado adecuada para esos ejercicios de yoga, y mis
piernas flacas como espinas resaltaban, y el bulto de mi
pene y mis genitales también, pero me aterrorizaba no sa­
ber si se marcaba mucho, o se marcaba poco ¿Se marcaría
mucho, o poco? Creo que ya no importa ahora, pero cues­
tión que la profesora me ayudó a levantarme, me apartó
a un costado del grupo y, quizá para intentar explicar mi
¿S u e ñ a n l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 57

desvanecimiento repentino, me realizó una serie de pre­


guntas acerca del cuidado de mi salud. Me preguntó si yo
fumaba. Sí, respondí. Me preguntó si hacía algún tipo de
actividad física. No, respondí. Me preguntó si bebía alco­
hol. Sí, respondí. Me preguntó si comía vegetales. No, res­
pondí. Me preguntó si solo comía carne. Sí, respondí. Tal
vez hubo más preguntas, no recuerdo, pero tal vez esas le
habrán bastado para explicarme que por el estilo de vida
que yo llevaba (y hubo algo despectivo en su manera de
decirlo) no había forma de que pudiera empezar un curso
de yoga védico jamás, pero que (y ahí noté algo de com ­
pasión, o de lástima, en su voz, porque posiblemente haya
advertido la desolación en mi rostro cuando escuché que
sería expulsado del curso es decir de la posibilidad de ver
seguido a Laurita e intentar conquistarla) si así lo desea­
ba, podía quedarme el resto de esa primera clase, con la
condición de no esforzarme demasiado, y con la condición
de no volver a la siguiente. Conclusión: ensayé las postu­
ras de yoga menos complicadas, gracias a las que descubrí
músculos de mi cuerpo que no volvería a usar nunca más,
y unos días más tarde me enteré de que Laurita, también,
comenzaría un curso de francés, en el Centro Universitario
de Idiomas, de modo que le dije me in(y esa mentira no era
tan desatinada, porque yo por esa época estudiaba Letras y
soñaba con ser escritor, entonces un idioma como el fran­
cés parecía más coherente en la estela de mis inquietudes
que el yoga védico)teresa muchísimo. ¿Puedo anotarme
con vos? y me proporcionó amablemente los datos, y me
inscribí. Era los martes, a las siete de la tarde, durante cua­
58 M ic h e l N ieva

tro horas, y con un receso de quince minutos en el medio.


La dirección, Junín y Riobamba.
Desde el principio, y luego de varios intentos patéticos
y fallidos, supe que en virtud de lograr algo más que ser su
amigo o perseguidor poco discreto, no podía confiarme
nuevamente a mi sentido común, o espontaneidad, o po­
bres herramientas de seducción, entonces decidí premedi­
tar una estrategia teórica de conquista. Había cuatro m o­
mentos radicalmente valiosos de ataque para alcanzar mi
objetivo, que eran la llegada al instituto, los minutos previos
al comienzo de la clase, el receso intermedio, y la salida. El
resto, la lección, las tareas para el hogar, y el examen, cons­
tituían el material analítico que valiosamente debía utilizar
para inventar temas de conversación, planear necesarios
encuentros de estudio, consultarle dudas por teléfono, et­
cétera. Sabía que ella viajaba hacia el instituto con la línea
B de subte, entonces me propuse esperarla (en mi libreta
titulada “notas en torno a la seducción de Laurita" se leía
aparentando sorpresa, como si fuera una coincidencia ale­
gre) cerca del lugar donde bajaba, en Corrientes y Pasteur,
con el objetivo de caminar juntos esas cuadras. Pero para
mi angustiosa decepción, el día de la primera clase, me en­
contré con que subía las escaleras de la entrada del subte
junto a un varón, un varón que, me enteré esa misma no­
che, conversando con ella por internet, era
¿SU F.N A N LOS G A U C H O ID E S C O N Ñ A N D Ú ES E L É C T R IC O S ? 59

Laurita dice:
un chico q conoci en yoga, tmb con ganas
de aprender francés, y como vive cerca
de casa viajamos juntos, es divino!! no
te cayo super bien???

Emiliano dice:
Si! Un capo...

Yo, como había advertido el creciente interés de Laurita


por el yoga védico y todos sus afines, es decir, no tomar al­
cohol, no comer lácteos ni carne (ni tampoco cebolla, me
dijo ella cierta vez, porque baja el pvaná) y solo alimentos
sanos, me había tomado el trabajo ese primer día de clases
de ir a una dietética naturista y comprar comida especial
para que merendásemos juntos: galletas con semillas de
chia y de lino, chá verde (así llamaban al té) con sparkling
de jengibre, y unos bizcochitos espirituales de cardamomo
que me habían costado siete veces más que unos de grasa
en el mercado, de modo que me encontraba ahí, con una
bolsa cargada de comida veda, el entusiasmo de un corde-
rito, y una sonrisa que se congeló bruscamente cuando la
vi subir los escalones del subte y su mano enlazada a la de
otro varón ¿Crash? ¿Boing? ¿Slurp? ¿Crack? ¿Bang? ¿Blop?
¿Habrá alguna onomatopeya que designe el estallido de mi
ilusión en ese instante, su chirrido ominoso sin voz agoni­
zando? No lo sé, no lo sé y prefiero no detenerme en el re­
trato de esa decepción cuyos detalles, por cierto, he olvida­
do, así que adelantaré un poco la narración de los hechos y
diré que la clase, o por lo menos su primera parte, fue entre
aburrida y cruel y letal, porque mientras la profesora expli­
caba cómo se pronunciaban las vocales y las consonantes
60 M ic h e l N ie v a

en francés yo escuchaba, y cada tanto ojeaba hacia mi iz­


quierda, a Laurita y a ese tipo que intercambiaban susurros
y risitas y cuando la profesora dijo vamos a un descanso,
de quince minutos, salgan al patio, no lo soporté más, no lo
soporté más y argüí un mal(en mi cabeza o en mi panza: no
recuerdo ni tampoco importa)estar y decidí escapar de la
clase, pero como me sentía demasiado frustrado y deprimi­
do para volver a mi casa recordé que sobre Junín, junto a la
tienda de productos naturistas, había una librería de usados
y me dije bueno voy a descargar mi bronca comprando al­
guna porquería en oferta, una novelita mal traducida de al­
gún viejo Premio Nobel olvidado o uno de Mallea o de otro
autor menor argentino de éxito en su momento esos que
no se venden a más de seis pesos si es que se venden (no es
que me guste leer basura, pero había gastado todo mi dine­
ro en la comida védica) y de pronto después de franquear la
puerta del instituto, cargando la bolsa repleta de alimentos
naturistas y caminando decepcionado, ese paso lento can­
sino y errante que muchas veces puede advertirse algunos
jóvenes entre la multitud de Buenos Aires que es vertigino­
sa y caótica y te arrastra como las fauces afiladas implaca­
bles de un tiburón hacia la negra nada recordé, sí, recordé
por qué me había llamado tanto la atención esa librería que
lindaba con la dietética y era precisamente porque en su vi­
driera había un cartel, de cartón cuadrado y de medio m e­
tro por medio metro que decía, en una letra desprolija y con
marcador negro, la muy enigmática frase siguiente en esta

L IB R E R Í A E L P R E S I D E N T E DE LOS ARG EN TIN O S S IG U E SIEND O

DO M IN GO F. SARM IEN TO .
¿SuLÑAN l.OS G A U C H O ID ES C O N Ñ A N D Ú ES E L É C T R IC O S ? 61

Ya en la librería (que, por el cartel sobre la puerta, des­


cubrí que se llamaba Odel), mientras revisaba las ofertas,
algo extasiado me topé con una colección polvorienta y aja­
da de la Editorial Austral compuesta por todos los libros de
Pío Baroja, cada uno por la módica suma de un peso, y mi
corazón empezó a palpitar, y empezó a palpitar porque ve­
nía buscando a ese autor hacía años, o, mejor dicho, en su
momento lo había buscado terco, paciente, ignorando casi
la razón, quizá por la referencia elogiosa de otro escritor o
de un amigo, y después no solo de peregrinaciones inútiles
y de olvidarme de ellas y de olvidarme de seguir buscando,
sino directamente, también, de haber erradicado el nom­
bre Pío Baroja de mi cerebro por completo, aparecía este
oasis inesperado, y encima a un peso a un pesito cada uno,
porque para mí los libros son como caramelos o juguetes
que un nene sin medida acumula hasta que no le entran en
los brazos o como el alcohol para un borracho sin estándar
de calidad etílico, quien prefiere comprarse cuatro vinos
malos a uno bueno: me gusta la cantidad, y mientras exa­
minaba según sus títulos y sus tamaños cuáles me llevaba
(me quedaban siete pesos, sin contar las monedas para el
colectivo) veía de reojo a hombres mayores y bien vestidos
(uno detrás del otro) que ingresaban a la librería y pregun­
taban ¿se encuentra el doctor Juan Odel? y ante la respuesta
afirmativa dei librero (aún no lo había visto, pero lo intuía)
detrás del mostrador, bajaban por unas escalentas al fondo
62 M ic h i i N ie v a

del local, y cuando terminé de seleccionar los siete ejem ­


plares favorecidos y me acerqué al mostrador y los apoyé
orgulloso vi, por primera vez, a Bodoque, el extraño librero
de la librería Odel. Y aunque quizá resulte redundante con­
certar las palabras extraño y librero, porque siempre en los
mejores libreros hay algo de insólito o de extraterrestre, este
tipo era bastante especial, de modo que merece al menos
una sucinta descripción. Si algo recuerdo de Bodoque con
una fijación no poco perversa es su enorme y peluda barri­
ga, porque usaba una camiseta ajustada, invariablemente la
misma, que le llegaba hasta el ombligo, y un yoguin amplio
que se le caía, y a veces por instantes dejaba al descubier­
to los ensortijados vellos de su pubis que distraían con es­
calofríos mi atención a sus largas disquisiciones sobre lite­
ratura y filosofía. Nunca conocí a una persona que hubiera
leído tanto como Bodoque. Era fanático del Martín Fierro
y, por supuesto, de Sarmiento, y en reiteradas oportunida­
des me comentó que pensaba escribir una obra de poesía
gauchesca, solo que le faltaba encontrar el tema. Odiaba a
casi todo el mundo, pensaba que lo poco que valía la pena
en esta vida ya había ocurrido antes o durante el siglo XIX,
y el resto de las personas o de las cosas que no entraran en
esa anacrónica categoría le merecían un desprecio infinito.
Esa primera vez que lo vi, y fiel a su carácter inamistoso y
huraño, me trató mal, muy mal. Dejó los siete ejemplares
de Pió Baroja sobre su mesita, y después de acomodarse sus
anteojos de lentes gruesas de culo de botella, miró los libros
y se rió y ¿esta mierda te vas a llevar? me gruñó y los pibes
ya no saben leer, y cuando leen lo hacen poco o mal, me dijo
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 63

después. Sacó de un cajón de su mostrador un ejemplar de


Recuerdos de provincia, de Sarmiento, y llevate esto, pibe, te
lo dejo a siete pesos, me dijo. Yo me encontraba entre atur­
dido y malhumorado por mi fracaso con Laurita, y lo único
que me faltaba era que mi modesto consuelo de comprar
libros se viese perturbado por un librero soberbio orde­
nándome qué leer, de modo que me encontraba a punto de
insultarlo o de sugerirle educadamente que se introdujera
sus recomendaciones por el culo, cuando advertí que sobre
la pared, detrás del mostrador, había colgado un daguerro­
tipo de Sarmiento. No hacía falta demasiado ingenio para
registrar las coincidencias: el cartel a la entrada (en esta

L IB R E R ÍA E L P R E S I D E N T E DE LOS A RGENTIN O S S IG U E SIENDO

d o m in g o f . sa r m ien t o ), su sugerencia de que comprara


Recuerdos de provincia, el daguerrotipo, y entonces ¿Qué
onda, qué pasa acá con Sarmiento que está en todos lados?
le pregunté. Sin contestarme, sacó un cuaderno y una lapi­
cera de un cajón de su mostrador, y me los alcanzó. Estamos
juntando firmas para que se edite por primera vez la Obra
Completa de Sarmiento, me dijo. Me dijo también que en
la década de los noventa el estado había planeado publi­
carla, y que alcanzaba, en total, los cincuenta tomos, pero
el gobierno de Menem se había robado los fondos destina­
dos al proyecto, y la iniciativa había quedado en la nada. Y
bastó que le encendiera como fósforos a un tanque de pro-
pano el tema Sarmiento con mi apenas curiosa pregunta,
para que empezara una larga perorata sobre la necesidad
de publicarlo, y sobre sus virtudes éticas morales sus logros
presidenciales etcétera: que Sarmiento había intentado, al
64 M ic h e l N ieva

igual que Lincoln, dividir y repartir las tierras del país entre
todos los inmigrantes, solo que nadie le había hecho caso
y por eso ahora no éramos Estados Unidos sino un terruño
con cinco o seis propietarios de absolutamente todo, que
Sarmiento promovió la educación laica y fundó las prime­
ras escuelas, que Sarmiento mandó a construir el ferroca­
rril y los primeros observatorios, que Sarmiento importó el
fútbol a la Argentina, que Sarmiento fue el mejor escritor
en castellano del siglo XIX, que Sarmiento era honesto y
no como los políticos ladrones vendepatrias actuales que
se cagaban en nosotros, ¡que Sarmiento era un varón de los
que ya no hay, con un pene de treintaisiete centímetros (la
precisión del dato, ciertamente, me alarmó) y había forni­
cado con más de novecientas mujeres! y no sé, mucha, mu­
cha otra información que no me interesaba para nada.
Yo, de Sarmiento, solo sabía que había sido el ideólogo
de una matanza descomunal de indios y de gauchos, y que
había escrito un libro aburridísimo, el Facundo, de lectura
obligatoria en mi secundario, y que solo había alcanzado a
leer con esfuerzo hasta la página cincuenta pero, la verdad,
todo esto me chupaba un reverendo huevo, porque yo esta­
ba frustrado, desconsolado, por Laurita, y ¡solo quería mis
libritos de Pío Baroja, y después irme a la mierda! Le rogué
amablemente que me los vendiera, y basta, pero se ofendió
terriblemente ante mi negativa a seguir escuchándolo, y me
dijo ignorante, necio, bárbaro, y
—¡En esta librería el presidente de los argentinos sigue
siendo Domingo Faustino Sarmiento! ¡O firmás la moción y
comprás Recuerdos de provincia, o te vas!
¿S u e ñ a n l.o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 65

De modo que me expulsó, y me fui, más alterado, más


malhumorado que antes y ¿cuando uno está enamorado no
es, en el fondo, todo el tiempo, toda experiencia vivida sin
esa persona que nos obsesiona un pretexto, una necesidad
de traducirla en anécdota con el único objetivo de poder
compartírsela? Esa misma noche, después de conectarme
a internet y recibir los comentarios de Laurita sobre el va­
rón que la acompañaba en la clase de francés, le referí mi
exabrupto en la librería Odel (primero, le expliqué que me
dolía la cabeza, por eso me había ido sin saludar), y ella me
contestó:

Laurita dice:
ah! yo siempre compro comida en la die­
tética q queda al lado, y los dueños de
la dietetica me cuentan q los odian,
siempre se quejan, porque en la libreria
siempre arman unas reuniones rarisimas,
de viejos, q terminan con unos alaridos
y chillidos escalofriantes, y golpes y
estruendos q espantan a los clientes de
la dietetica, y parece q el dueño de la
libreria, Odel, es un quimico q hace e x ­
perimentos proibidos, con células madre
o algo asi, y en esas reuniones ensaya
sus experimentos con fetos y gente muer­
ta, no se, algo muy enfermo, y que...

La conversación siguió, por asuntos y regiones que


no vienen al caso, pero este comentario que casi al pasar
Laurita escribió sobre reuniones y experimentos prohibi­
dos y alaridos y chillidos y golpes y estruendos provenien­
tes de la librería generó en mí una curiosidad incontrolable,
66 M ic h e l N i i :v a

la necesidad de confirmarlo o de indagar más. El resto, todo


lo que aconteció a lo largo de los meses subsiguientes fue el
resultado de ese comentario y de esa curiosidad, y fue ver­
tiginoso y en espiral y me cuesta contarlo, al menos como
el lenguaje lo exige, de manera sucesiva o verosímil, por­
que en mi mente solo queda una única imagen expansiva,
la radical, la terrible, que contamina mis sueños y ocupa mi
vigilia obsesivamente.
Empecé a visitar la librería un rato, todas las tardes, an­
tes de arribar a mis clases de francés. Así conocí al doctor
Juan Odel, que atendía el negocio, junto a Bodoque, antes
de sus reuniones en el sótano. Ambos estaban escribiendo
un ensayo sobre Sarmiento, y cuando había pocos clientes
en la librería él le dictaba sus ideas a Bodoque, quien las
anotaba pacientemente mientras que yo, al escucharlos,
poco a poco me iba adoctrinando en los arcanos y miste­
rios del dogma, y me volvía uno más de la secta. Y ahí, em ­
pieza mi verdadera historia. No quiero poner más excusas,
o dilatar la narración de lo que pasó. Es cierto que me en­
contraba débil, descorazonado por una chica, y quizá esa
fragilidad haya influido en mi forma de absorber, como una
esponja aturdida, lo que me decían, y en que haya leído en­
ceguecido los libros que me pasaban, cubriendo una obse­
sión con otra, ocultando el dolor bajo algo nuevo... pero no
sé, fue todo confuso, extraño, inextricable. Les creí. Me hice
muy amigo de Bodoque, de a poco me contó todo lo refe­
rido al experimento. No tuve dudas de que su empresa era
una empresa correcta. Una noche, absorto por todo lo que
me decían, me olvidé del horario, falté a mi clase de fran-
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 67

cés, y me quedé hasta el cierre de la librería. Me invitaron a


bajar al sótano. Querían que los acompañara a su reunión.
Accedí.
68 M ic h e l N ie v a

Las reuniones de la Secta Sarmientina se celebraban los


martes y los jueves, siempre a partir de las nueve y media
(aunque algunos, ansiosos, llegaban antes) y podían durar
dos o tres o cuatro horas dependiendo el caso. Lo más im­
portante era preservar el anonimato de los asistentes, por­
que aparentemente había políticos y escritores y científicos
y otras figuras célebres o de prestigio entre la concurren­
cia, de modo que las luces del enorme sótano eran tenues y
cuando uno bajaba, junto a la escalera, había una bolsa con
máscaras y antifaces de estilo veneciano y era obligatorio co­
locarse una, así que yo, salvo de Bodoque y del doctor Odel,
nunca conocí el rostro ni la identidad de nadie. Sí pude, por
las siluetas y el tono de sus voces, advertir que yo era el más
joven de la reunión, pero bueno, ¿qué ocurría ahí? me pare­
ce que fue después de que las noticias recorrieran el mundo,
y se sometiera a Juan Odel a escandaloso juicio, que se vol­
vieron de público conocimiento los secretos y objetivos que
la Secta Sarmientina perseguía, así que no expondré más
que brevemente lo que todos ya saben: el 11 de septiembre
de 1888, en Asunción, murió Domingo Faustino Sarmiento,
y diez días después llegó a Buenos Aires para ser enterra­
do un cadáver que, la mayoría suponía, era el suyo. Pero lo
que la mayoría ignoraba es que, antes de morir, Sarmiento
dispuso, bajo la más estricta confidencialidad, que su cuer­
po fuera congelado y preservado en una cápsula amniótica
que simulaba las condiciones de un embrión, con la espe­
¿S ueñan i .o s g a u c h o i d e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 69

ranza de que en el futuro la ciencia avanzara lo suficiente y


así se pudieran curar los males que lo aquejaban o, en últi­
ma instancia, si este anhelo fracasaba, el estudio de su cuer­
po pudiera colaborar a la investigación científica. Lo escon­
dieron y conservaron tenazmente un grupo de masones
paraguayos, y a la Argentina se expidió un muñeco de cera
idéntico a él, vestido con su ropa y relleno de carne podrida
para simular los previsibles olores cadavéricos producto del
largo viaje desde Paraguay, de manera que nadie advirtió la
diferencia. Recién en 1986, cuando se fundó la secta, se re­
patrió el cuerpo congelado, y a mediados de 2001, cuando
las investigaciones del doctor Odel alcanzaban resultados
más que satisfactorios, se inició el ambicioso proyecto: re­
vivir a Domingo Faustino Sarmiento, y aprovechar la frágil
estabilidad política del país para generar un golpe de estado
y erigirlo presidente de la República Argentina.
Esto ahora se recuerda como una anécdota desquicia­
da, casi graciosa, pero para mí, que lo viví en carne propia,
fue traumático y atroz, y no hubo presentación ni explica­
ción o pasos intermedios, sino que cuando bajé las escale­
ras con mi máscara veneciana me topé sin más frente a la
cápsula cargada de un líquido transparente y adentro flo­
tando el cuerpo desnudo y enorme de Sarmiento, rollizo,
el abdomen super hinchado y plegado, abanicos de grasa,
los pectorales que parecían senos con pezones del tama­
ño de pelotas de tenis, y la carne blanca, tan blanca como
el marfil pero brillosa como una luz bien blanca y, lo más
siniestro, los ojos abiertos que parecían observarte desde
una lejanía muy honda pero que en realidad (eso quizá era
70 M i c h e l N iev a

lo peor) no observaban nada. El famoso falo del que tanto


me habían hablado le colgaba, morado, hasta la altura de
las rodillas. Hacía dos meses que lo venían estimulando por
distintas partes del cuerpo, de a poco, con descargas eléc­
tricas, de manera gradual, para que no sufriera un colap­
so, y esa vez planeaban despertar los músculos de su cara.
Le colgaban clavados mediante agujas unos cables que le
salían de la frente y las mejillas, y cuando el doctor Odel
los activó ¿cómo explicar el horror que sentí, el impacto
indecible ante ese rostro que se contraía en mil expresio­
nes que duraban un instante (durante un segundo parecía
que lloraba, durante otro, que reía, durante otro sonreía o
se enojaba o gritaba presa de un pánico monstruoso, y así
sucesivamente) y la boca abriéndose y cerrándose con una
agilidad enloquecida hacia todas las direcciones, como si
hablara en un lenguaje primitivo, incomprensible, y justa­
mente por eso terrible? Más tarde, cuando el doctor Odel
desactivó la electricidad y todos aplaudían efusivos ante el
testimonio del experimento, Bodoque se me acercó, y me
confesó su emoción al observar el rostro de Sarmiento de
vuelta con vida y ¡sentí como si presenciáramos en carne
propia las dotes oratorias del maestro! ¡cuando su boca se
movía parecía decir su frase preferida: on ne tue point les
ideés, on ne tue point les ideés! me dijo, con los ojos húme­
dos de viril emoción.
En las siguientes reuniones a las que asistí, se ensayaron
experimentos similares con sus brazos, sus piernas, su enor­
me pene, hasta que llegó la decisiva, la que duró un instante
ridículo, la última sesión en la que finalmente se lo reviví-
¿Sueñan l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 71

ría por completo: los cables clavados con agujas le colgaban


por todo el cuerpo, y cuando Juan Odel los activó, Sarmiento
empezó, después de un estallido que hizo clac\, a moverse,
temblando como una gelatina electrizada, pero en realidad
era otra cosa, no sé, me gustaría encontrar la expresión para
describir la gimnasia inarticulada de ese cuerpo, y el horror
que sentí al verlo y que a veces todavía siento y me acecha.
Me quedé helado ante el baile epiléptico de Sarmiento, que
golpeaba con sus puños y sus rodillas el vidrio de la cápsula
y sonreía, mostrando sus asquerosos dientes verdinegros, y
los labios, violetas, y recién, fue recién en el momento en el
que, con uno de sus golpes, el vidrio se resquebrajó, cuan­
do Juan Odel procuró atenuar la intensidad de las descar­
gas, pero solo yo advertí su desesperación ante el fracaso
del intento, porque el resto aplaudía extasiado y Bodoque
que gritaba ¡Sarmiento vive! ¡Sarmiento vive! ¡on ne tue po-
int les ideés, on ne tue point les ideés! y quizás haya sido esa
frase en francés como un vago eco lejano la que despertó
el odio sanguinario de Sarmiento (que a esa altura ya ha­
bía cobrado, no vida, sino algo peor y a mitad de camino,
un aliento inhumano de movimientos torpes y bramidos si­
miescos, una energía falsa de monigote o de simulacro, e
inmediatamente, no sé por qué, recordé unos destartalados
muñecos que decoraban el living de la casa de mi abuela, y
sentí terror, pero no era terror, y sentí pánico, pero no era,
ciertamente, pánico) quien terminó por romper la cápsula
y, animado por esa epilepsia brutal, se dirigió directo ha­
cia Bodoque, le saltó encima, lo derribó, de un manotazo le
hizo volar el antifaz, y con sus dientes verdinegros empezó a
72 M ic h e l N ie v a

comerle los ojos, a arrancárselos de a dentelladas, y la san­


gre, negra, brotaba y erupcionaba de sus concavidades ocu­
lares y chorreaba hacia el suelo, y antes de que ninguno de
nosotros pudiera reaccionar Sarmiento se levantó y profirió
un ¿cómo podré describir eso?, ¿un grito?, pero no, los gri­
tos solo salen de los hombres, fue más bien un ruido desar­
mado, feroz, pesadillesco, y mientras vomitaba ese sonido,
se levantó toscamente y subió las escaleras y desapareció
de repente, se escapó sin que ninguno atinara a detenerlo,
sin que nadie todavía advirtiera que Bodoque se revolcaba
de dolor por el suelo, su cara confundida en sangre, y miré
a los otros concurrentes, sus máscaras venecianas, y todos
se miraban sin hablar, sin poder hablar, incrédulos, y esas
miradas, tal vez, fueron lo peor, porque significaron y vol­
vieron verosímil lo que acababa de suceder, y el tiempo se
congeló, y ya no había nada, nada nada de nada salvo los
alaridos de dolor de Bodoque, y silencio, y la cápsula rota,
los vidrios astillados esparcidos y el líquido por el suelo, y
silencio, y los antifaces, blancos, de brillitos azules, o rojos,
y detrás o través de ellos las miradas, y silencio.
Parecía un sueño.
¿Sueñan l o s g a u c h o id e s c o n ñ andúes i l Ec i r ic o s ? 73

Julio Pasos, sargento primero de la Policía Federal


Argentina

laburar los fines de semana a la noche es pésimo, es cuando


más se labura, es toda una rutina pésima de ver pendejos
borrachos y drogados peleándose, parejas borrachas y dro­
gadas peleándose, gente tirada, borracha, drogada, golpea­
da, que te trata mal, porque los fines de semana a la noche
es cuando la gente está más al pedo y no tiene nada que ha­
cer y entonces ocupa su tiempo emborrachándose, drogán­
dose, peleándose, y las viejas horrorizadas, desveladas, que
no pueden dormir llaman a la comisaría desde sus casas
exigiendo orden y vos tenés que ir y escuchar gritos, incohe­
rencias, maltratos, peleas de gente borracha, drogada, gol­
peada, y seleccionar, los que golpearon y fueron golpeados
y se mantienen en pie o despiertos: para el calabozo, y los
que fueron golpeados y están desmayados o muy teñidos de
rojo: llamar una ambulancia, y después el mismo criterio
para los borrachos y los drogados (despiertos ai calabozo
inconscientes a la ambulancia) y yendo a un lugar y a otro y
a otro y hacer lo mismo y así pasás toda la noche sin descan­
so, sin un puto respiro, tanto que esa violencia se vuelve una
rutina como cuando sellás papeles durante la semana en la
seccional solo que más estresante, pero bueno, es el precio
que se paga por cobrar un poquito más, y si estás corto de
guita viene bien, porque además del lógico plus en el suel­
do por laburar de noche y en días de descanso, tenés los
vueltos las giras el famoso billetito de aquí no ha pasado
nada: llegás por ejemplo a cualquier boliche a cualquier
74 M ic h e l N ie v a

hora y no hay una sola norma que no se infrinja (exceso de


gente, venta de alcohol después del horario establecido,
venta y consumo de drogas) y entonces pedís el billetito y
aquí no ha pasado nada, y después la gira por los puticlubes
los treintidos que hay en nuestra zona (y no te metás en los
que corresponden a las otras comisarías, hay que avisarle a
los nuevos: podemos tener pica entre distintas comisarías
pero con el billetito no se jode) y pedís el billetito y aquí no
ha pasado nada, y después la gira por las plazas, los grupos
fumando porro o los que no fuman pero en actitud sospe­
chosa y ¿en dónde lo escondiste? ¿quién es el que fuma acá?
¿me vas a decir la verdad o me vas a hacer revisarte, que es
peor? y pedís el billetito y aquí no ha pasado nada, y des­
pués la gira por las florerías o los departamentos que ven­
den merca: pedís el billetito y aquí no ha pasado nada, y hay
que estar despierto porque cada dos minutos pasa un auto
corriendo o zigzagueando y los documentos por favor y el
test de alcoholemia sople acá por favor y alguna prueba
siempre falla y pedís el billetito y aquí no ha pasado nada, y
así más o menos se consume la noche hasta las tres o las
cuatro cuando una vieja llama por ruidos molestos, o dis­
turbios, o alguna pelea, y ahí la noche se pone densa y enci­
ma solo si tenés mucha suerte sacás otro billetito, pero bue­
no, la noche que les digo fue muy siniestra, porque primero
llegó una llamada de una mujer a los gritos, que estaba
meando en el baño de su casa, sintió algo raro en la concha,
se levantó y vio una cabeza saliendo del inodoro, una cabe­
za gigante entre morada y verde meciendo una lengua gor­
da como de vaca, balbuceando incoherencias, gimiendo, y
¿Su e ñ a n l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 75

que desapareció de repente, y cuando escuché ese mensaje


por el radio pensé uh, otra mina borracha, o drogada, o gol­
peada, delirando pelotudeces, y con mi cabo no le dimos
importancia, de hecho nos reímos y dijimos que fuera otro
patrullero, nosotros no, pero al rato, cuánto habría pasado,
cuarenta minutos, nos llega otra llamada por el radio, otra
denuncia al 911, de una mina desesperada, porque su ami­
ga se estaba bañando para ir a una fiesta y de pronto, un
estruendo ensordecedor, entonces asustada abrió la puerta
a ver qué había pasado y del inodoro vio surgir una criatura
informe, un gordo viscoso de dos metros de alto y los ojos
bien abiertos, aunque en realidad sin cejas ni pestañas ni
párpados, y los ojos sin color ni iris, completamente en
blanco, que sonreía con los labios azules y dientes podri­
dos, y del susto ambas empezaron a gritar y a gritar, pero esa
criatura levantó a su amiga y la tiró en la bañadera y con su
pene (todas, todas las otras declaraciones sobre el sobrena­
tural violador también describieron horrorizadas una pija
descomunal, del largo y del ancho de un antebrazo y el
glande como un puño) la penetró, la perforó y la desgarró
internamente hasta matarla, pero la puta madre, una cosa
es que yo te lo cuente y vos lo escuches y otra es haber visto
eso, Michel, haberlo visto, el baño pintado de sangre, la ba­
ñera rebalsando de sangre y de tripas y el cráneo de la mina
atravesado por la ducha de donde colgaba el cuerpo entero,
o lo que quedaba del cuerpo, abierto a la mitad y explotado
como una sandía, la puta madre, en la fuerza te acostum-
brás a los fiambres pero esto era de una crueldad terrible,
¿cómo alguien, qué criatura pudo haber hecho eso?, nada
76 M ic h e l N ie v a

humano ciertamente. El inodoro estaba salido y roto y por


ese agujero supuestamente apareció y desapareció la cria­
tura, que en todos los casos o al menos en los seis o siete
que nos llegaron operó así y ¿acaso vivía en las alcantarillas,
deambulaba por el sistema cloacal? ¿qué carajo era eso?
bueno, no sé, solo sabía que habían llegado esos casos, y
después nada más, porque antes de que empezara la inves­
tigación, sí empezó todo el quilombo, todo ese quilombo
que a esta altura uno no sabe si fue armado o no pero que
olía, sí, olía, y olía bien a mierda, pero en todo caso ya no
importa, importa que la anarquía fue total y los presidentes
cambiando como medias, sí, a nosotros nos mandaron a
custodiar la puerta de un supermercado para evitar los sa­
queos y cuestión que pasé la noche de navidad y la noche
de año nuevo cagado de calor y solo, con un fusil SIG 552
entre mis manos y ¿si disparé, si maté, si recibí órdenes de
disparar o de matar? la puta madre, no mezclemos los te­
mas, Michel, te estoy contando otra cosa, te estoy contando
que pasados unos meses, cuando esas violaciones y esos
asesinatos eran otro sumario raro e irresuelto en un archi­
vador de sumarios raros e irresueltos, llegaron unos agentes
del Servicio de Inteligencia y nos entrevistaron en privado a
mí y a mi cabo y ¿qué saben de los 29 casos de violaciones y
asesinatos registrados entre los días tal y tal de Diciembre
de 2001? y ¿en qué estado se encontraban las víctimas? y ¿
pudieron ver al criminal? y ¿qué descripción harían de los
lugares del crimen? y así y asá durante unas cinco horas nos
hacían las preguntas, sobre lo que habíamos visto pero es­
pecialmente sobre si le habíamos contado a alguien lo que
¿S ueñan lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 77

habíamos visto, y uno de ellos grababa y anotaba y después


el de las preguntas nos dijo bueno, entenderán que dadas
las excepcionales circunstancias de este caso que el Estado
desea guardar bajo el más estricto secreto y que no puede
conocerse, no podemos proporcionarles demasiados deta­
lles, pero siendo testigos decisivos, recibimos las órdenes
de ofrecerles solo una posible alternativa: formar parte del
operativo de búsqueda del asesino (que estaba catalogado
como Amenaza para el Estado y la Seguridad Nacional, nos
dijo después) firmar este documento jurando que no vieron
ni participaron de ninguno de los hechos acaecidos en los
días tal y tal de Diciembre de 2001 y los que acaecerán, y
que guardarán bajo la más estricta confidencialidad lo que
vieron e hicieron y harán so pena de despido de la fuerza y
de juicio político, y la puta madre, Michel, firmamos pero
sabiendo que algo raro había, firmamos pero sabiendo que
no había ninguna otra alternativa, y acá sabés que no hay
ninguna ciencia, lo que huele a mierda siempre termina
siendo mierda, y ¿cómo explicarte mi mala suerte, mi puta
y jodida mala suerte? y ¿cómo explicarte esto (se destapa, la
sábana blanca del catre blanco del hospital cae al suelo, y
quedan al descubierto sus piernas que terminan, a la altura
de las rodillas, en muñones vendados. Michel mira las pier­
nas y piensa que, en comparación al rostro de Julio, del que
arrancaron los labios, los dientes, y los ojos, eso no es tan gra­
ve) este estado en que me dejó la bestia, mutilado y defor­
me? Bajamos a las alcantarillas, las ametralladoras que usá­
bamos eran también SIG 552, y resultó que
78 M ic h e l N ieva

Em iliano

y naturalmente, cuando volví a la librería Odel (unos tres


meses después, los tres meses que tardé en asimilar y re­
cuperarme, o en los que creí haberme recuperado de la ex­
periencia ominosa de ver ese cuerpo fétido con vida) esta­
ba clausurada, la vidriera pintada de cal y un cartel colgado
encima de la puerta que decía SE v e n d e . N o sentí alegría
ni lástima ni mucho menos sorpresa, y la verdad que tam ­
poco sentí sorpresa cuando, a los pocos días, me topé con
Bodoque, en los andenes de la estación Carlos Pellegrini
de la línea B de subte. Estaba sentado junto a una escale­
ra, vendiendo chicles, pañuelos, caramelos, y otros artícu­
los que a un pasajero le interesaría comprar de camino al
trabajo con el vuelto de su pasaje, y que ofrecía en una caja
de cartón. Los anteojos oscuros, y el bastón, me recorda­
ron por menos de un instante la escena de Sarmiento arran­
cándole los ojos con los dientes y me recordaron con plena
vividez que esa situación había existido ciertamente y no
había sido sueño y sentí escalofríos, y por otro lado, aun­
que por esa época era cada vez más común ver más y más
gente en condiciones miserables o de marginación o des­
esperación extrema, atestiguar en ese estado a una persona
conocida y que antes no se encontraba así volvía todo más
real, más frío, más amargo. Lo saludé, y después de unos
minutos, cuando me reconoció, advertí alegría en su rostro
y a la vez precaución, como si alguien pudiera descubrirnos
en una conducta sospechosa. Me dijo que necesitaba con­
tarme algo muy importante y que además debía pedirme
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 79

un favor en privado. Quedamos en encontrarnos esa mis­


ma noche en un bar cerca de la estación de tren Federico
Lacroze. Los detalles de su vida, de la de Juan Odel, y los vai­
venes de la librería clausurada, fueron el primer y más ex­
tenso tema de conversación mientras cenábamos pizza de
cancha con moscato, pero me dijo tanto y hay tal cantidad
de pormenores para pensar y referir que no vale la pena in­
tentar resumirlos y así empobrecerlos en los marcos de esta
confesión cuyo objetivo es otro, de modo que me limitaré
a hablar de lo que me dijo después, del poema gauchesco
que escribió (o más bien ideó, y que conservaba cuidado­
samente en su memoria) inspirado en la historia que casi
nadie sabía sobre el Sarmiento resucitado. Después, des­
pués de que Sarmiento despertara y escapara de la librería
empezó su verdadera epopeya, pero todos, el gobierno, la
televisión, los poderosos en general, intentaron acallar, por
conveniencia, sus aventuras, me dijo Bodoque, y es cierto
que, además de los acontecimientos que yo podía también
corroborar, cuando fue resucitado, todo lo que se supo de
él en los meses subsiguientes fueron disparatados rumores
de boca a boca, murmullos dudosos que se contradecían
entre sí, tabulaciones extraordinariamente agigantadas con
el paso de los días y que convirtieron al zombi de Sarmiento
en un ídolo popular, un incomprobable mito urbano que
renacía y se deformaba en la aburrida imaginación de los
ociosos y de los borrachos, pero a pesar de que, repito, casi
todo el mundo hablara de él o supiera de su existencia, el
silencio, digamos, “oficial" era absoluto. Como su ceguera
le dificultaba mecanografiar el poema, me pidió que graba­
80 M ic h e l N ie v a

ra su declamación y la transcribiera. Esa noche me recitó el


poema, dificultosamente después de unas cuantas botellas
de moscato, y tardamos otros dos días en desgrabarlo y co­
rregirlo juntos.
Hoy terminé de mecanografiarlo y consta, aproximada­
mente, de unas cien páginas. Reproduzco a continuación
lo esencial del argumento, que supuestamente versa sobre
las aventuras que el cadáver resucitado de Sarmiento vivió
a lo largo de estos meses, pero aclaro que no he consegui­
do forma de que Bodoque me explicara cómo consiguió la
información que su poema documenta, y después de tantos
rumores y chismes sobre este asunto me cuesta creer que
no haya inventado todo, que en el fondo Sarmiento no haya
sido su pretexto para cumplir el sueño de escribir un poema
épico y gauchesco. Las partes que decidí no reproducir aquí
de su obra, que se llama SarmientoZombi, y que el sello edi­
torial Nulú Bonsái publicará el próximo invierno, polemi­
zan con los géneros literarios hoy de moda en la Argentina,
sobre todo la novela corta, el monólogo oral, el mensajito
de Facebook y el e-mail (y dos o tres estrofas especialmente
brillantes invocan la necesidad de volver a las cartas de pa­
pel escritas con pluma de ganso, y su importancia capital en
la comunicación entre los ciudadanos), acuñan dos o tres
arquetipos que funden una nueva identidad nacional más
allá del futbolista, el asador, o el bailador de géneros equis
de música popular (uno de ellos, el neo-gaucho o gauchoi­
de), reflexionan sobre la importancia fálica del obelisco, y
exaltan un nuevo modelo de amor cortesano y necrofílico
que no terminé de entender, entre otras especulaciones fi­
¿S u eñ a n l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 81

losóficas de enorme importancia, y que el lector interesado


podrá degustar en la edición de aparición inminente. Como
ya he dicho, me limité a copiar las estrofas que esclarecen
los supuestos vaivenes en la vida de Sarmiento después de
resucitado. Las omisiones en el texto se aclaran con puntos
suspensivos entre corchetes.

Sarmiento zombi (fragmento)

1 Apuntao en el olvido
Jué el zombi de Sarmiento
Porque aunque áhi monumentos
Suyos muygüenos naides trái
5 Su barullo al pensamiento
Como mi lengua aura hará

Sediento de cambiar el páis


luyó de la librería
225 Y se armó una tapera
En la escuridá fulera
De una siniestra alcantarilla
Aonde halló la polecía

De allí solo al cáir la noche


230 Salía el simulacro a ser
Lo poco que aún era de hombre
Ginebra, chinas, o poker
Ansí alimentaban su sed
Pero su doctrina maestra
82 M ic h e l N ieva

235 Entre ratas radiactivas


Y de manera secreta
En la densa alcantarilla
Rumiaba durante el día

Y ansí enterada la milicia


240 De su planiado gauchaje
Bajó a su toldería a matar
Con metralletas, no sables
Las ideas del pelafustán

Pero las ideás no se matán


245 No seás vos un patán

Pero las ideás no se matán


760 No seás vos un patán

El ser zombi es un delito


Parece vivo no es muerto
Y así lo créiban maldito
Lo emboscaron en su nido
990 Muy cobardes y asesinos

Montando de acero pingos


Con lazo, bolas y maneas
Automática y eléctricas
Dejaron al los malos gringos
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ?

995 Zombi muíante en peligro


Solo se óiban los aullidos
De bala impactando al zombi
Y cada algo un forajido
Polecía que decía:
1000 'Acabáu , cristiano,
Metáu la bala hasta la tripa”

Y aunque el grotesco muñeco


No hablaba mugió esto:
“m eeeguaaaaaabeteekagávó”
1005 Que algunos interpretaron
C om o:"anda a cagar vos"
O bien:
"Más lagarto serás vos"

Y aunque no tuvo sentido


1010 Muy preciso lo que dijo
Sirvió esa voz al monigote
Para despistar e iniciar
Su muíante carnicería

Porque
1015 Las balas no lo dañaban
Pero silo mutilaban
Ansí de su vientre agarró
Las tripas que le colgaban
Y con ellas los enlazó
1020 Uno por uno y los ahorcó
84 M ic h e l N ieva

"M eeeguaaaaaabeteekagá vó"


Y “andá a cagar vos" O:
"Más lagarto serás vos"
No importa qué decía
1025 Ya muertos, sus ojos se comía
Y sus cerebros, sus visceras

Y ansí la tosca criatura


Injustamente agí aviada
1755 Entendió que el mundo finito
Extenso como el chorizo
No estaba aún preparan pa
Los zombis o muertos vivos

Llorando en su vizcachera
1760 Harta de sangre y gente muerta
Acaso pensó:
¿Por qué mis palabras quietas
Y mudas no puedo expresar?
¿Por qué mi padre me hizo
1765 Tosco, primitivo y brutal?

Desilusionado escapó
De las alcantarillas
Asesinando a su paso
A los hombres que veía
1770 Y corrió torpe y corrió
Pensando acaso:
S u e ñ a n l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ?

Ningunas tierras son güeñas


Mientras no quiten las penas
[...]
Todavía corre el pobre monigote
2510 Buscando el resto que aún falta
A su cuerpo pa ser hombre
¿Será ausencia tal vez de alma?
¿O bien este el mismo es
Sentimiento de insipidez
2515 Que a todo hombre corroe?

Dicen haberlo visto unos


Por el Este, otros por el Sur
Yo oí que galopa la pam pa
Solitario buscando su luz

2520 Dicen, no es infrecuente


Encontrarlo meditando
La mirada perdida, y sus manos
Acariciando el pasto
Y una pierna , o un brazo
2525 Que mastica, y le cuelga
De sus negros, gruesos labios

Porque no puede hablar naides


Sabe lo que piensa y porque
Cuando un hombre lo espeta
2530 O bien escapa o se lo come
Es en realidá un misterio
Su pensamiento
86 M ic h e l N ie v a

¿Pensará cuando su marcha


Detiene en esos momentos
2535 En su soledá de zombi
O tendrá del güey la suerte
De no pensar en nada?

¡María ave! No lo sabemos


Como un roto estrumento
2540 O una guitarra sin cuerdas
Es el zombi de Sarmiento
Quien todo paisano tema

¡Yaijuna! Sigue corriendo


Nadie lo para es la uerdá
2545 Por la pam pa desafiando
La orden de la autoridá
Si usted lo encuentra, cristiano
Por favor tenga cuidado
Que este zombi aguanta ¡carajo!
2550 Dejando i?nborrable su señal

Pero las ideás no se matán


3115 No seás vos un patán

Pero las ideás no se matan


No seás vos un patán

A excepción de algunos errores en la métrica y en la


rima, y al cacofónico estribillo (Pero las ideás no se matán /
¿Sueñ a n l o s g a u c h o id e s c o n Na n d ú e s e l é c t r ic o s ? 87

No seás vos un patán) que se repite una y otra vez innecesa­


riamente, le manifesté a Bodoque que su poema me pare­
cía excelente, y que era necesaria su publicación inmediata.
Esperemos que eso lo salve de sus penurias económicas, o
por lo menos le traiga algo de alegría. En mi caso, por suer­
te, esa alegría ya empezó a llegar: ayer me llamó Laurita, y
aunque parecía vacilante, como si se hubiera confundido
de número (de hecho, es lo que me dijo, y se disculpó y cor­
tó) yo sé que fue una excusa para camuflar sus ganas de ver­
me y de hablarme, y sé que quiere que la invite a salir, de
modo que hoy la estuve llamando todo el día. Si bien aún
no me contestó, seguiré intentando: no aguanto las ganas
de combinar ya el plan, quizá ir al cine sea la mejor opción,
o una cena. Y la pasaré a buscar por su casa, y le compraré
flores, flores, flores. Y una caja de chocolates.
El final en tu meta-mundo, lector, para
¿Sueñan los gauchoides
con ñandúes eléctricos?

¿PO C A A FIC IÓ N A LOS Q U E H A C E R E S DOM ÉSTICO S,

D E L C A M PO O D E LA FÁ B R ICA ?

¿ A P A T ÍA , P E R E Z A , D E B I L I D A D ?

¿ T E N D E N C I A A M A N D A R Y A D IR IG I R ?

¿ID EA S D E EM A N C IP A C IÓ N ?

¿ IR R E S O LU C IÓ N , IN SEG U R ID A D Y T IM ID E Z ?

¿AN D A R S U E L T O Y BL A N D O ?

¡LO Q U E N E C E S I T A S U G A U C H O I D E , E N T O N C E S ,

E S U N B U E N B B T T -P IC A N A Z O \

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cológico incorporados Leopoldo Lugones® - Lite
Mousinho Company® *. Circa 2037.

* Filiales argentinas de la empresa de capitales chinos y norteam erica­


nos The Coca-Cola C om pany ®, All Rights Reserved.
90 M ic h f .l N ieva

Al borgesoide NIEVA (acrónimo recursivo de "NIEVA


Inscribe Estos Versos Argentinos”) lo conocí durante el
Congreso Mundial de Psiquiatría, en el panel de manipu­
lación mental y bio-robótica. Si bien ya había leído un par
de libros suyos (la biografía del fundador de The Mousinho
Company®, Vida de alguien que no fue Samuel Johnson, y
el ya clásico tratado de psiquiatría El gauchoide y sus pa­
tologías, am bos publicados por el sello editorial Milena
Caserola)y estaba al tanto de sus polémicas investigaciones,
nunca, hasta ese día, cuando compartimos un panel en el
Congreso, había tenido el dudoso privilegio de escucharlo y
de verlo en persona.
Ya su aspecto me dejó completamente perpleja: era, en
efecto, idéntico a Borges, pero un Borges en versión obesa.
Pesaría unos doscientos kilos, y su rostro estaba deformado
por una inmensa sonrisa macabra. A pesar de que pertenecía
al género de los borgesoides, en su apariencia había también
algo del Guasón interpretado por Heath Ledger: de hecho,
vestía un traje violeta, tenía el pelo verde, el cutis pintado de
blanco y los labios de rojo, así que quizá intentara imitarlo
deliberadamente. Llegó una hora y media tarde (de manera
que no pudo escuchar mi exposición ni las de mis otros cole­
gas), y entró al aula bruscamente, sin saludar, arrastrando
con correas, como sifueran perros, a dos personas vestidas de
gaucho, y se paró, asistido por ellos y por su bastón, sobre la
mesa donde los otros expositores apoyábamos nuestros p a­
peles, al mismo tie?7ipo que gritaba:
— ¿C U Á L ES E L O R IG IN A L, L E C T O R , Y C U Á L ES LA C O P IA ?
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 91

Todos nos mirábamos algo perplejos (tanto por la extra­


vagante entrada de n ie v a y su enigmática alusión a un "l e c ­
t o r " como porque, realmente, no había manera de distinguir

a esas dos criaturas, idénticas) y antes de que nadie se atre­


viera a responder, señalando a quienes había traído con él,
volvió a gritar:
— ¡LOS DOS SON COPIA S, MANGA DE S O RETES! LOS DOS SON

COPIA S D E LA ID EA P LA TÓ N IC A Y LIT ERA RIA D E L GAUCHO,

CO PIA S DE LA G A U C H EID A D , D E L GA UC H ITO A R Q U E T ÍP IC O ,

IN M U T A B L E Y E T E R N O Q U E HABIT A EN E L CIELO , CON PAPÁ

N O EL, JE S U C IT O Y LOS R E Y E S M A G O S...

Empezó a reírse exageradamente al mismo tiempo que


nos miraba, uno por uno. Resultaba difícil saber si con sus
miradas intentaba entablar una complicidad con nosotros
o bien amedrentarnos, pero lo cierto es que nadie hablaba,
y se respiraba un silencio incomodísimo, como si todos, de
manera tácita , supusiéramos que una cosa terrible, o quizá
solamente muy extraña, estaba por suceder. Cuando su risa
a carcajadas se agotaba, volvió a hablar, todavía más frené­
ticamente que antes:
— B U E N O , L E C T O R , T R A JE CONM IGO A UN GAUCHO DE C A R ­

N E Y H U E S O Y A UN G A U C H O ID E D E P R IM E R A G E N E R A C IÓ N . LO

Q U E Q U IS E D E C IR ES Q U E , COMO PO D E S V ER, NO HAY M A N ERA

DE D IF E R E N C IA R L O S . P O R SU A SP E C T O , SON IGUALES. I N C L U ­

SIVE, ESTOS G A U C H O ID E S DE P R IM E R A G EN ERAC IÓ N TRAÍA N

LA A PL IC A C IÓ N "AURA ORIGINAL,” LA CU A L, U NA VEZ ACTIVA­

DA, PER SU A D ÍA A SU O BSERVA D O R DE Q U E ERAN MÁS O R IG I­

N A LES, MÁS V E R D A D E R O S Q U E LOS GAUCHOS R E A L ES . P E R O

COM O LOS S E R E S H U M A N O S NO P U D IE R O N T O L E R A R ESA H E R -


92 M ic h e l N ie v a

MOSA IN D IS T IN C IÓ N , Q U E P U D IE R A N LLEG A R A S E N T IR EM PA ­

TIA O COM PA SIÓN PO R SU S SIR V IE N T E S E L E C T R O D O M É S T IC O S ,

R ECLA M A RO N LA CREA CIÓ N DE E S T E EN G EN D R O A B E R R A N T E,

E L G A U C H O ID E D E S EG U N D A G EN ER A C IÓ N .

NIEVA chifló, señalando la puerta, y de inmediato entró


un gauchoide de segunda generación, moviéndose espástica-
mente, los engranajes de sus piernas produciendo un chirri­
do sutil, y su cara, inexpresiva como una máscara, sonrien­
do. NIEVA añadió:
— ACÁ LO T IE N E N A DON C H U M A , M A TRÍC U LA N ° 3457, UN

TÍP IC O E JE M P L A R D E G A U C H O ID E D E SEG U N D A G E N E R A C IÓ N .

NIEVA permaneció un segundo en silencio, observando con


una sonrisa amigable a la criatura, y prosiguió: — m e l l a ­
m arás lo co , lecto r , pero d espu és d e aco stu m bra rm e a

E S T E M O N IG O TE, A SU S PANTOM IM AS RÍG IDAS, A SU IN H U M A ­

NA FALTA D E G RACIA, LOS P R Á C T IC A M EN T E E X T IN T O S G A U ­

CH O S Y G A U C H O ID ES D E PR IM ER A G EN ER A C IÓ N SON LOS Q U E

AHORA SE M E H A CEN FA LSO S, LAS CO PIA S DE LA C O PIA D E LA

CO PIA , FA L S IF IC A C IO N E S D EL N U EV O O RIG IN A L, D E ESTA N O ­

VÍSIM A RAZA D E P LÁ S T IC O : ¡G A U C H O ID ES DE SEG U N D A G E N E ­

RACIÓN D E L M U N D O , U N ÍO S!

NIEVA volvió a reírse exageradamente, y sus risotadas,


incomprensibles, amenazadoras, explotaban y retumbaban
por todo el salón:
— B U E N O , NO M E Q U IER O IR PO R LAS R A M A S ... C U E S T IÓ N

Q U E, COMO SABRÁ S, L E C T O R , EL GRAN P R O B L EM A DE ESTA S E ­

GUNDA V E R SIÓ N , A D IF E R E N C IA D E LA PR IM E R A , C O N SISTIÓ

EN Q U E T E N ÍA LA CAPACID AD D E R E B E L A R S E O, A L M EN O S, DE

Q U E UN R ESTO IN C O N T R O L A B LE , PO R MÁS IM P E R C E P T IB L E
¿S u e ñ a n lo s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s e l é c t r ic o s ? 93

Q U E F U E R A , P U D I E R A RES IS TIRS E A LA O B E D IE N C I A C R IS T A L I­

NA Y MA TEM ÁTICA DE LAS Ó R D E N E S : E L FAMOSO “SÍN D R O M E

DE B A R T L E B Y " (C U A D R O CLÍN ICO Q U E E S T U D IO EN MI F A M O ­

SO TRATADO EL GAUCHOIDE Y SUS PATOLOGÍAS, Y CUYAS M A N I F E S ­

TA CIO NES D ISCURSIVAS SON “HA BRÍA P R E F E R I D O NO H A C E R ­

L O ” “ P R E F E R I R ÍA NO H A C E R L O " O B IE N , “P R E F E R Í H A C E R L O " ) .

¿ Y POR Q U É N A D IE, E M PR ES A R IO O PSIQ UIATRA , E N T E N D I Ó LA

N A TU RA L E ZA D E ESTAS E N F E R M E D A D E S ? ¿ P O R Q U É N IN G Ú N

PR O D U C TO , HASTA AHO RA, L E C T O R , P U D O E R R A D IC A R L O S?

De pronto, la pantalla que estaba detrás nuestro se ilumi­


nó con las siguientes imágenes:
94 M ic h f .l N ieva

mientras NIEVA seguía exponiendo:


— P R IM E R O F U E DA VINCI, Q U IE N IN V EN TÓ LA S E R V IL L E T A .

D E S P U É S , A L E X A N D E R F L E M IN G , CON LA P E N I C IL I N A . Y HOY,

GRACIAS A LA F U S IÓ N DE ESTAS DOS E M P R E S A S DE T R A Y E C ­

TORIA IN M A C U L A D A , THE MOUSINHO COMPANY9 Y LEOPOLDO LUGO-

NES®, P O D E M O S H A B L A R DE LA T E R C E R A GRAN CU RA , ¡EL Y E L ­

MO P R O T E C T O R , LA VACUNA, E L FÁRMACO CONTRA E L “S ÍN ­

D RO M E DE B A R T L E B Y " !

NIEVA hizo una seña y, acto seguido, entraron al salón


dos individuos que sujetaron a don Chuma, quien oponía
resistencia, de sus brazos y le colocaron, primero en la na­
riz, una especie de tenedor, y después, en la cabeza , un casco
con electrodos que parecía un yelmo medieval y que ¡ b a s t a !
¡BASTA D E LAS D ID ASCA LIA S D E ESTA N A RRAD ORA IGNOTA!

¡RO M PA M O S E L T E X T O , V IO L E N T E M O S SU AUTO RÍA! ¿ N O ESTÁS

HARTO VOS T A M B IÉ N , L E C T O R , DE SUS S O P O R Í F E R A S A C L A ­

RA CIO N E S E N LE T R IT A M I N Ú S C U L A , Q U E NO NOS IM P O R T A N

u n a m ier d a ? a p r o piém o n o s inclusive de su letrita minús­


cula SI querem os o no . a pa r t ir de ahora , este l ib r o

es m ío , y de n a d ie m ás. me pe r t e n e c e a m í, al b o r g e s -

O ID E N IEV A , Y VOS, L E C T O R , A HORA Q U E ES TA M O S S O LIT O S

EN T U M E T A - M U N D O , M E VAS A E S C U C H A R B I E N C L A R IT O : E L

M É T O D O Q U E SE D E S C U B R I Ó PARA C U R A R E L " S Í N D R O M E DE

B A R T L E B Y " C O N S IS T E EN Q U E , A P E N A S T E R M IN E S D E L E E R

E S T E L IB R O , E L G A U C H O ID E SE C O N V IE R T A EN VO S, D O N D E

ESTÁS A H O R A , L E Y E N D O ESTAS PAL A BRA S Q U E A Q U Í T E M I ­

RAN Y T E E V O C A N . P O R Q U E , EN D E F IN IT IV A , E L GRAN E R R O R

DE LAS V IE JA S T É C N I C A S HA BÍA SIDO V IG IL A R Y P IC A N E A R AL


¿S u e ñ a n l o s g a u c h o id e s c o n ñ a n d ú e s ei é c t r ic o s ? 95

G A U C IIO ID E R E C I É N CU A N D O M A N IF E S T A R A LOS P R IM E R O S

SÍN TO M A S DE LA E N F E R M E D A D , Y NADA MÁS. NO SE D ABAN

C U E N T A DE Q U E , ASÍ, LOS S ÍN D R O M E S SE L O C A L IZ A B A N , P O ­

T E N C I A B A N Y O R G A N IZ A B A N . A H O R A , CO N E L N U E V O Y E L M O

BBT-PICANAZO C O N E C T A D O LAS 2 4 H S , EL G A U C H O ID E NO SO LO

VA A O B E D E C E R , SINO Q U E , AÚN C R E Y E N D O Q U E SE P U E ­

DE R E B E L A R , D E S E N T E N D E R , O B IE N IN F R IN G IR T I B I A M E N ­

T E LAS N O RM A S, EN REA LID AD , ASÍ, O B E D E C E R Á TODAVÍA

MÁS. P O R Q U E GRACIA S A LOS E F E C T O S M E T A T E X T U A L E S D E L

B E N E R E O T T Y D E L B IN O D IN A L , Q U E SE S E G R EG A R Á N P E R M A ­

N E N T E M E N T E A C O M P A Ñ A D O S D E UN SUAVE P IC A N E O C A P I ­

LAR, A PE N A S T E R M I N E S D E L E E R E S T E L IB R O , CADA VEZ Q U E

DON C H U M A Q U IE R A P E N S A R , IM A G INA R, R E C O R D A R O S O ­

ÑAR SE C O N V E R T IR Á EN E S E H O R IZ O N T E T R A S C E N D E N T E Q U E

E L B IN O D IN A L Y E L B E N E R E O T T T R A S C IE N D E N , E S E D E ÍC T I C O

A N A FÓ R IC O Q U E SOS VOS, L E C T O R . EN UN Á M B IT O C E R R A D O

COM O UN S U E Ñ O , SU E X P E R I E N C I A , SU M E M O R IA , SUS A N H E ­

LOS, A RRA N C A D O S DE É L , E STARÁ N EN VOS, EN Q U IE N A H O RA

L E E ESTO, Y POR ESO, CU A N D O LA C O N C IE N C IA DE DON C H U ­

MA SE C O N F U N D A EN T U P I E L , SE L E P O D R Á H A C E R C U A L ­

Q U IE R CO SA. S U C U E R P O , SIN V O L U N T A D NI P E N S A M IE N T O

YA, SERÁ A P E N A S LA M A T E R IA L IZ A C IÓ N D E LA O B E D I E N C I A ,

LA C A R N E D E LA O R D E N , E L C O M B U S T I B L E DE LA N O RM A . VA­

P U L E A D O P O R LOS DATOS I N Ú T IL E S Q U E E L Y E L M O LE T R A N S ­

M ITIRÁ I N C E S A N T E M E N T E , SU C U E R P O S ERÁ U N A A M E B A , Y

EN LAS A L C A N T A R IL L A S MÁS HO N D AS, L E C T O R , DE T U H U M A ­

NO CR Á N E O , ES A JA ULA S IN U O SA L L E N A D E ARISTAS D O N D E

R E S U E N A PARA VOS E L M U N D O Y D O N D E R E S U E N A N , A H O R A ,

ESTAS P A L A B R A S , E N Q U IS T A D A ESTA RÁ LA C O N C IE N C IA DE
96 M tC H I L N ifva

DON C H U M A , A L P U N T O DE Q U E NI T E DARÁS C U E N T A , Y UNA

VEZ Q U E SE E N C I E N D A , E L Y E L M O B B T -P IC A N A Z O , A P E N A S LO

LEAS, E L F IN A L DE E S T E L IBR O , SU R T IR Á E F E C T O , E S TA R Á EN

VOS, SERÁS VOS, E L G A U C H O ID E , SU M E N T E , SUS R E M O R D I ­

M IE N T O S , S U S S U E Ñ O S DE Ñ A N D Ú E S E L É C T R I C O S , A HO RA,

YA CASI, IN M E D IA T A M E N T E DESPUÉS, ¡M UAJA JA JA JA!, DEL

P U N T O Q U E S IG U E A LA Ú L T IM A PA LA BRA D E L L IBR O , Q U E ES

ESTA .
índice

¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?..... 7

The Mousinho Company®................................................. 25

Posí Scriptum: ¿Qué son el benereoTT y el binodinal?. 37

Otro final en otro metamundo para ¿Sueñan los


gauchoides con ñandúes eléctricos? ..................... 43

Sarmiento Zom bi................................................................. 55

El final en tu meta-mundo, lector, para ¿Sueñan los


gauchoides con ñandúes eléctricos? ..................... 89

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