Tema 2
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Este criterio diferencial, aun pudiendo ser mantenido, necesita de una matización. Si
bien es cierto que las normas morales son reflejo de la conciencia moral individual, autónoma
y libre, no debemos perder de vista que en su formación y conformación juega un papel
fundamental la moral social2. Y, en sentido contrario, si bien es cierto que las normas
jurídicas avalan la heteronomía del Derecho, no podemos negar la existencia actualmente de
mecanismos políticos y jurídicos que debilitan esta tesis e introducen en el Derecho un grado
mucho mayor de autonomía (las normas son producto de amplios consensos sociales, basados
en mecanismos de participación ciudadana, que recogen, por tanto, en buena parte, las
convicciones morales de los individuos). Se trata del ideal al que tienden los actuales sistemas
políticos: la denominada democracia real o deliberativa (tan de moda en nuestro país en esta
última época a través del Movimiento 15-M). Con todo, la validez y la vigencia de las
normas jurídicas siguen partiendo del presupuesto de la heteronomía, puesto que no necesita
de la aceptación sus destinatarios.
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3. La imperatividad–atributividad del Derecho
4. Derecho y coacción
Ciertamente, el Derecho puede ser impuesto (en última instancia incluso utilizando la
fuerza física) y, ciertamente, el cumplimiento de las normas morales no puede ser impuesto
recurriendo a la coacción física porque se trata de conductas libremente aceptadas y realizadas
(aunque las normas morales sí están provistas de coactividad o ‘presión social’ para impulsar
a su cumplimiento). No obstante, identificar Derecho con un mero ‘orden jurídico coactivo’
suscita graves problemas teóricos: ¿todas aquellas normas que un Estado puede imponer por
la fuerza son Derecho? ¿Puede subsistir un orden coactivo que resulta mayoritariamente
contestado como moralmente injusto por los individuos? ¿Sólo la fuerza puede sustentar un
sistema jurídico? Analizaremos más adelante estos dilemas.
Una vez establecidas las diferencias, nos corresponde ahora analizar brevemente las
estrechas conexiones existentes entre el Derecho y la Moral, fundamentalmente relativas al
contenido:
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igualdad, la seguridad, la certeza, etc. Ya dijimos que el Derecho, en mayor o menor medida,
es la expresión de la moral social predominante3.
3. Un tercer ámbito de conexión entre Derecho y Moral, por razón del contenido, está
constituido por las referencias explicitas que las normas jurídicas hacen a la moral. Por
ejemplo, tanto en el Código Civil (art. 1.275, etc.) como en el Código Penal (arts. 186, 449,
450, etc.) se contienen muchos preceptos con alusiones expresas a “la moral y las buenas
costumbres”. Por otra parte, las actividades tradicionales de beneficencia constituyen hoy el
contenido propio de derechos y deberes prestacionales y asistenciales (en el ámbito sanitario,
laboral, educativo, etc.) dentro del llamado Estado Social.
Como hemos apuntado, en la historia del pensamiento jurídico existen dos grandes
concepciones o modos básicos de entender el Derecho: el positivismo jurídico y el
iusnaturalismo. Se trata de dos grandes tradiciones o escuelas de pensamiento, cada una con
diferentes matices y posiciones entre los autores que las componen y en función de las épocas
históricas en las que se han ido forjando, pero cada una de ellas con un tronco de doctrina
común que las identifica y define.
A) Para los iusnaturalistas el Derecho sólo puede calificarse de tal (es decir, sólo
merece ser obedecido) si respeta una serie de exigencias o principios éticos o morales que
permiten calificarlo como “justo”. El iusnaturalismo no se ha presentado históricamente como
una doctrina unitaria, ha habido distintas escuelas iusnaturalistas. Pero por encima de los
matices, el iusnaturalismo comparte dos principios básicos: en primer lugar, que existe una
naturaleza humana común a todos los seres humanos, de la cual pueden deducirse los
principios básicos de justicia que deben regir las relaciones humanas. El conjunto de estos
principios básicos de justicia constituye el denominado Derecho natural. En segundo lugar,
los principios del Derecho natural deben informar y ser acogidos por el Derecho positivo para
que éste pueda considerarse justo. Si éste no los recoge o los vulnera, entonces las normas,
aunque sean coactivamente impuestas, ya no tienen el carácter de Derecho y, por tanto, no
obligarían a su cumplimiento.
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En algún momento (en la época del iusnaturalismo llamado racionalista, que se
desarrolló en los siglos XVII y XVIII) se entendió que esos principios éticos o morales que el
Derecho positivo debe respetar y asumir para ser obedecido, tenían un carácter inmutable y
universal. Desafortunadamente, el iusracionalismo contribuyó a desacreditar la doctrina del
iusnaturalismo clásico (que sólo hablaba de principios), al plantear la posibilidad de formular
un Derecho positivo perfecto, racional y universalmente válido para todo tiempo y lugar (esa
fue la inspiración de la codificación y, en especial del Code Napoleón de 1804, máximo
exponente del racionalismo europeo, que consagró el principio de que fuera del Código no
existe el Derecho). Su éxito fue el germen de su fracaso y desaparición (con la irrupción del
idealismo alemán y la Escuela Histórica del Derecho de Savigny).
El positivismo nace del esfuerzo de transformar el estudio del Derecho en una ciencia
exacta al estilo de la física, la matemática o las ciencias naturales, y para ello es
imprescindible excluir de él todo elemento no sometible a los criterios de racionalidad propios
de la modernidad; es decir, todo lo que no pueda ser objeto de una demostración (como la
matemática) o de una comprobación experimental (como la física). De ahí que la nota esencial
que determinará el concepto de Derecho formulado por el positivismo es la avaloratividad, la
asepsia valorativa, esto es: la exclusión de todo ‘juicio de valor’ y la exclusiva aceptación de
los ‘juicios de hecho’, como los únicos válidos para situar el estudio del Derecho en el terreno
de lo científico.
Ello conduce a plantear una separación radical entre el derecho que es y el derecho que
debe ser, o lo que es lo mismo: entre el Derecho y la Moral. Este aspecto ha sido y sigue
siendo hoy capital para delimitar el concepto positivista de derecho. Así lo ha reconocido
Herbert Hart (1907-1992), máximo exponente contemporáneo del positivismo jurídico, en su
obra más emblemática El concepto de Derecho. La independencia respecto del valor –la
“asepsia valorativa” o Wertfreheit, según la expresión de Max Weber (1864-1920)-, abre el
camino a los siguientes aspectos definitorios de la concepción positivista del Derecho:
1. Imperativismo (voluntarismo)
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El Derecho es el producto de la voluntad del que tiene poder. Esta es la primera
consecuencia importante de la Wertfreiheit positivista: el Derecho deja de tener un referente
ético, prudencial y experiencial, para pasar a concebirse como un mandato. Por otra parte, al
prescindir de toda dimensión axiológica (que es una dimensión universal) se produce
necesariamente un trascendental reduccionismo: la identificación del Derecho con el
ordenamiento jurídico positivo del Estado nacional. Con ello se consagra la primacía y
exclusividad de la Ley como fuente de derecho. O lo que es lo mismo: la identificación del
Derecho con la Ley. El Estado se convierte, pues, en el “señor del Derecho”, monopolizando
los mecanismos de producción legislativa.
La reducción del Derecho a una herramienta al servicio del poder del Estado es
igualmente visible en otras construcciones doctrinales, como las del realismo jurídico,
también de corte anglosajón. En este sentido, el famoso juez norteamericano Oliver Wendell
Holmes (1841-1935), el jurista más influyente de su época, definía el derecho como “una
simple técnica de control social” (La senda del Derecho). En ese mismo sentido se pronunció
el también famoso juez y jurista estadounidense Roscoe Pound (1870-1964), fundador de la
escuela sociológica del derecho, definiendo el derecho como "ingeniería social", algo que no
guarda ninguna relación con los fines, sino exclusivamente con la eficiencia de los medios
(Filosofía del Derecho). Una definición del mayor agrado para cualquier gobierno (como
afirmó M. Villey).
2. Formalismo
Así aparece expuesto en la obra de Hans Kelsen (1881-1973), el famoso jurista checo,
impulsor de la Escuela de Viena. En efecto, sus rotundas palabras no dejan lugar a dudas:
“Las normas jurídicas pueden tener cualquier tipo de contenido” (Teoría General del Derecho
y del Estado). Dicho de otro modo: cualquier proposición puede ser jurídica mientras posea
las condiciones formalmente exigidas al efecto. Una formulación muy coherente con la
reducción del derecho a pura y simple técnica. Así lo afirma también Kelsen en otro momento
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de su obra: “El derecho es la técnica social que consiste en obtener la conducta social deseada
de los hombres, mediante la amenaza de un medida de fuerza a aplicar en caso de ejercicio de
una conducta contraria” (Teoría General del Derecho y del Estado).
3. La coacción
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La compenetración entre las nociones de Derecho, coacción y Estado viene subrayada también en la
obra que puede considerarse más representativa de la sociología jurídica del positivismo formalista: Economía y
sociedad de Max Weber (1864-1920). En esta obra póstuma afirma Weber que “lo decisivo en el concepto del
derecho es la existencia de un poder coactivo”. La diferencia entre el derecho y la convención radica en “la
probabilidad de la coacción” y en la existencia de “un cuadro de individuos instituidos con la misión de obligar a
la observancia de ese orden y castigar su transgresión (jueces, fiscales, funcionarios administrativos…)”.
Análogamente al planteamiento de Ihering, el Estado aparece en Weber como la fuente única de derecho; ya que
lo define como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama para sí el
monopolio del ejercicio de la violencia física legítima” (El político y el científico). Lo específico de nuestro
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La tesis positivista, que identifica al Derecho por la nota de la coacción y que cuenta
con el respaldo de los órganos del Estado, ha encontrado una variante en la obra de Hans
Kelsen (Teoría pura del derecho). En su concepción, la fuerza pasa de ser el instrumento a
ser el objeto mismo regulado por el derecho. De ahí que para el jurista checo “el problema de
la coerción no es el problema de asegurar la eficacia de las reglas, sino el problema mismo del
contenido de las normas”. El derecho, por tanto, quedaría reducido exclusivamente a la
regulación del uso de la fuerza. Como señaló Norberto Bobbio (1909-2004), no hace sino
describir la vieja teoría del “Estado gendarme” (Estado policía).
Pero quizá el autor en que ha llevado más lejos la visión coactiva del Derecho ha sido el
realista danés Alf Ross (1899-1979). Su libro Sobre el derecho y la justicia asume como
presupuesto la línea de pensamiento ya mencionada, que va de Ihering a Kelsen, y que
sintetiza en esta máxima: “Un orden jurídico nacional es el conjunto de reglas para el
establecimiento y funcionamiento del aparato de fuerza del Estado”. Pero las implicaciones
más profundas de esta identificación entre Derecho, coacción y Estado, que los autores
anteriores no se habían planteado, aparecen ahora en la obra de Ross con toda radicalidad:
“Desde un punto de vista cognoscitivo-descriptivo, y tal tiene que ser el punto de vista de la
filosofía del derecho como actividad teorética, es imposible, distinguir entre un ‘orden
jurídico’ y un ‘régimen de violencia’, por cuanto la cualidad de validez que serviría para
caracterizar al derecho no es una cualidad objetiva del orden mismo, sino sólo una expresión
de la manera en que éste es experimentado por un individuo. El mismo orden puede ser un
orden jurídico para una persona y un régimen de violencia para otra”. La formulación de Ross
permite ver cuál es el resultado al que se llega sosteniendo la tesis atomista y nominalista que
niega el carácter objetivo de lo cualitativo.
tiempo es que a todas las demás asociaciones o individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en
la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho a la violencia”.
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- exigencia del respeto a las promesas
- necesidad de las sanciones.
4. La obediencia al Derecho
Desde los orígenes de la historia del pensamiento jurídico ha estado muy presente el
problema de la obediencia al derecho y, en consonancia con ella, si tal obediencia es sólo
jurídica o lo es también moral y política. La obligación de obedecer al Derecho, como ha
destacado Prieto7, es en la actualidad más vigorosa que nunca, por la incorporación de
contenidos sustantivos y morales tanto a las normas jurídicas como al proceso de
razonamiento jurídico, a través de las actuales constituciones democráticas.
En efecto, en las actuales sociedades democráticas, en las que los ciudadanos participan en el
proceso de elaboración de las normas y se acepta de manera general la legitimidad del poder
político, la cuestión de la obediencia al Derecho plantea muchos menos problemas que en
otros momentos históricos en el contexto de sociedades no democráticas. Sin embargo,
precisamente en este modelo actual de sociedad y de Derecho, y precisamente por
componente democrático y la asunción de la justicia como valor superior de todo el sistema,
se observa un auge de los fenómenos de desobediencia al Derecho.
1. Los contenidos de justicia del Derecho. El Derecho positivo tiene una presunción de
justicia que debe mover a su cumplimiento espontáneo.
2. La concepción de que el Derecho recoge los contenidos básicos de la moral social
vigente expresada en el desarrollo de los principios y derechos constitucionales (base
de la justificación moral de obediencia al Derecho).
3. La legitimidad democrática del poder político que justifica formalmente la voluntad
de obedecer las disposiciones del legislador.
Tradicionalmente se han señalado también otro tipo de razones (no morales) que
compelen a obedecer las normas jurídicas: la coacción (posibilidad del uso de la fuerza); la
necesidad de una convivencia pacífica; la seguridad; el interés o el bien particular, así como el
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interés o el bien común. Es evidente que el temor a las consecuencias desagradables, esto es
las penas y sanciones jurídicas que comporta la infracción de las normas, resulta el
mecanismo de convicción más eficaz para la obediencia al Derecho.
Vemos, por tanto, que se aducen un conjunto de razones jurídicas y morales para
justificar la obediencia al Derecho. Pero no todos comparten la existencia de esta obligación.
En la doctrina española, el trabajo de GONZALEZ VICÉN titulado “La obediencia al
Derecho” adquirió notoriedad debido a su conocida afirmación de que “mientras que no hay
fundamento ético para la obediencia al Derecho, sí hay un fundamento ético absoluto par su
desobediencia”8. Tal afirmación abrió un intenso debate doctrinal en el que han participado
fundamentalmente E. Díaz, J. Mugerza, M. Atienza y E. Fernández. Podríamos resumirlo del
siguiente modo9.
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¿cuándo un precepto jurídicamente obligatorio puede considerarse injusto? ¿quién está
legitimado para formular ese juicio?
Hasta hace unos años los ejemplos más destacados de objeción de conciencia en el
ordenamiento español estuvieron relacionados, como dijimos, con el servicio militar
obligatorio y la atención médica para la práctica del aborto. Sin embargo, debido a los
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derroteros tomados por nuestro legislador en los últimos años, los supuestos se han
multiplicado en la actualidad, extendiéndose al ámbito de la educación (objeción a la
asignatura EpC), de la bioética (intervención en determinadas prácticas genéticas,
diagnósticos prenatales, etc.), de la judicatura (celebrar matrimonios de personas del mismo
sexo) o de la libertad religiosa (guerra del crucifijo, del velo en la escuela, etc.)12.
La desobediencia civil tiene siempre una finalidad política, razón por la cual debe ser
siempre pública y manifiesta. No se trata, como ha señalado la doctrina, de un derecho
subjetivo sino de una situación fáctica, que pretende llamar la atención tanto del poder, como
de la opinión pública sobre la injusticia de determinadas normas. Conviene señalar, no
obstante, que los motivos que mueven a los desobedientes no son sólo morales, normalmente
convergen también otro tipo de motivos políticos o jurídicos.
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