Prueba Digital y Razonamiento Jurídico
Prueba Digital y Razonamiento Jurídico
Prueba Digital y Razonamiento Jurídico
Gabriel R. Juan[1]
I. Introducción [arriba]
Los estudios de filosofía del derecho se pueden abordar desde la filosofía o desde el
derecho. En este sentido, con base en la clasificación efectuada por Norberto Bobbio,[2] se
sostiene que la “filosofía del derecho de los filósofos” piensa el derecho desde la filosofía
general, donde lo jurídico es una parte menor del material de análisis. Se trata de una
filosofía aplicada de alguna concepción filosófica, que no requiere más que un
conocimiento vago o superficial del derecho. En cambio, la “filosofía del derecho de los
juristas” se origina en el derecho, le otorga un lugar central y es propia de los juristas.[3] La
finalidad de esta segunda perspectiva no es la construcción de un “sistema”, sino analizar
una serie de problemas, para lo cual recurre al auxilio de ideas o al instrumental de la
filosofía.[4] A partir del arraigo del paradigma de la transdisciplinariedad, los estudios
iusfilosóficos recurren también a otras disciplinas y ciencias que influyen en mayor o
menor medida sobre el fenómeno jurídico (historia, sociología, antropología, psicología,
economía, bioética, literatura, entre otras).
Parece evidente que esta última opción, la filosofía del derecho de los juristas, es la que
mayor interés genera en sus operadores, no sólo por el conocimiento que poseen del
material de trabajo, sino también por su importancia práctica, por su mayor utilidad.[5]
Las reflexiones de este artículo se inscriben en esta segunda visión. Desde allí, en primer
término, se precisan nociones conceptuales necesarias para el análisis y se identifican
algunos problemas de prueba digital. Se destaca asimismo cómo la actividad argumentativa
sobre hechos asume ante este particular medio probatorio algunas notas típicas, que son
examinadas con criterios propios del razonamiento jurídico de un Estado de derecho
constitucionalizado. En segundo lugar, se señala la tensión que el ofrecimiento de la prueba
digital provoca en la actividad cotidiana del abogado. En este caso, el estudio se realiza
desde la ética profesional. Los insumos teóricos utilizados son la función del abogado en un
Estado democrático y la delimitación conceptual de las acciones íntimas (intimidad),
privadas y públicas.
En este apartado se repasan algunas nociones sobre prueba digital y razonamiento jurídico,
con la finalidad de precisar el sentido dado a los materiales de trabajo utilizados.
1. Conceptualización y clasificación de los problemas de la prueba digital
Desde el punto de vista procesal, los problemas más habituales que derivan de la prueba
digital se vinculan con su existencia, integridad, autoría y contenido. De allí que se
comparta el consejo de los autores de ofrecer, en forma simultánea, otros medios de prueba
(documental, testimonial, informativa, pericial, reconocimiento).[8] Se trata de un
resguardo probatorio, que tiene directa relación con una praxis eficaz.
A los efectos del análisis que sigue propongo agrupar estos problemas habituales, en
categorías de conflictos que se vinculan con su: (i) existencia; (ii) ofrecimiento (pertinencia
del ofrecimiento considerado en sí mismo, medios de resguardo, certificaciones notariales o
de otro tipo); (iii) admisibilidad (qué medios, licitud); (iv) medios de impugnación (¿es
válido el mero desconocimiento de los documentos privados?); y (v) valoración (autoría,
integridad y contenido).
De los argumentos y razones que justifican las acciones humanas se ocupa la filosofía
práctica. Esta rama de la filosofía analiza las conductas en su dimensión social desde la
perspectiva “interna” de la persona, es decir, de quien realiza la acción con base en razones
(no en causas externas). Las “normas” suministran al agente las razones para actuar de una
determinada manera, son las que guían su acción. Por eso el lenguaje práctico se denomina
“normativo” (o “prescriptivo”), en contraposición al lenguaje teórico que es “descriptivo”.
Los estudios en filosofía práctica importan así una actividad “racional”, cuya “dirección de
ajuste” es inversa a la del razonamiento teórico. En efecto, mientras las proposiciones
teóricas tienen la pretensión de adecuarse al mundo, o sea, representarlo tal cual es (la
dirección de ajuste es: lenguaje→mundo), las proposiciones prácticas pretenden que el
mundo se adecue a ellas (dirección de ajuste: mundo→lenguaje). La ética o filosofía moral
y la filosofía del derecho se encuadran en la filosofía práctica.[9]
Por último, es oportuno agregar que además de identificar las razones que justifican las
decisiones y su validez, desde la filosofía del derecho de los juristas también se procura
alcanzar un saber totalizador y crítico. Para lograr lo primero se recurre al auxilio de otras
disciplinas y ciencias que interceptan lo jurídico y operan sobre él, permitiendo de esta
manera que las conclusiones sobre los objetos de estudio que le son propios (norma,
sistema, derecho subjetivo, interpretación, validez, justicia, etc.) sean aplicables a todo el
ámbito jurídico. En relación con lo segundo, significa que le es inherente la tarea de
identificar, analizar, evaluar, clasificar o interpretar dicha porción de la realidad humana.
En suma, la actividad iusfilosófica de los juristas es racional, totalizadora y crítica,
orientada a la resolución de un problema determinado.[11]
Esta “práctica” exige otra forma de razonar sobre el Derecho, que atienda en forma cabal a
su complejidad teórica y práctica. En este sentido, el fenómeno de la constitucionalización
representa un cambio de paradigma que exige justificar todas las decisiones con una visión
integral, esto es, no sólo con un criterio formal, sino también atendiendo a las dimensiones
sustancial y pragmática de la argumentación jurídica. En especial en los denominados casos
difíciles. En estos supuestos, las decisiones judiciales no pueden limitarse al razonamiento
deductivo (modus ponens). Muchas veces, el juez se encontrará con principios que
colisionan entre sí, con conflictos de prueba (de algunos medios en particular y procesales
en general), calificación, aplicabilidad, interpretación, validez, discrecionalidad y
ponderación. Es decir, con la serie de problemas que estructuran la tipología de los casos
difíciles.[15] A su vez, los demás actores sociales y jurídicos participantes del discurso
también deben argumentar con una visión integral. Por caso, las peticiones y resistencias
que exponen los abogados o la fundamentación de una ley en la argumentación legislativa
requerirán una buena argumentación, pues también ellas tienen la capacidad de incidir
directamente en el cambio social. Por lo tanto, el nuevo razonamiento jurídico comprende
todas las perspectivas y atañe a todos los operadores jurídicos: abogados, jueces, fiscales,
defensores, mediadores, legisladores, etc.
Con estos materiales, a partir de un caso concreto, en el punto siguiente analizaré algunos
problemas específicos inherentes a la prueba digital.
III. Qué probar y cómo hacerlo. Crítica colaborativa de un caso concreto [arriba]
En un fallo reciente, la jueza de primera instancia a cargo del Juzgado Civil Nº11 de la
ciudad de San Juan rechazó una medida cautelar solicitada por un varón, cuyo objeto era
evitar que su esposa se practique la interrupción voluntaria del embarazo. La decisión fue
revocada por la Sala Tercera de la Cámara Civil, Comercial y Minería de San Juan.[16]
Sin dudas, el caso abre diversas perspectivas de análisis, que exceden el aspecto procesal
del fenómeno digital. La razón está dada por la cuestión de fondo debatida. Ciertamente,
cualquier argumentación que gire alrededor de la constitucionalidad de la Ley N° 27.610
(IVE), de alguna de sus normas o sobre la fundamentación del aborto, nos llevará
inevitablemente a una discusión moral, política y jurídica, que merece un tratamiento
específico y excede el objetivo de estas líneas. Por eso, en lo que sigue me detendré
únicamente en la incidencia práctica de la prueba digital.
Ambas sentencias admiten dos niveles de análisis: uno procesal general, vinculado con los
requisitos de las medidas cautelares, y otro procesal específico, relacionado con el
ofrecimiento y valoración de la prueba digital.
“De estas constancias corresponde tener en cuenta, en primer lugar, que tanto el acta de
matrimonio como la ecografía nada prueban sobre la supuesta decisión de la accionada de
no continuar con el embarazo denunciado. En efecto, el primer medio probatorio señalado
únicamente acredita un vínculo jurídico entre el Sr. ... y la Sra. ... al momento en que fue
expedido el mencionado instrumento por el Registro Nacional de Estado Civil y Capacidad
de las Personas. […] Las copias obrantes a fs. 2 vta./3 demostrarían, en principio,
solamente un estado de gestación y a la fecha en que se realizó el examen sobre el cuerpo
de la persona gestante.”
En relación con la nota presentada a la Obra Social, le resta valor porque “…constituye una
expresión unilateral de voluntad del propio peticionante y sin contestación alguna. Por lo
que nada prueba con relación a terceros”.
La valoración que realiza sobre la prueba documental destaca que no existe vínculo
(relación lógica) entre el medio probatorio y la pretensión cautelar. Desde el punto de vista
de la argumentación jurídica sobre hechos, la razón dada es suficiente para justificar la
decisión, más aún si se tiene en cuenta que se dictó en el marco de un proceso urgente (que
significa de alguna manera un anticipo de la jurisdicción). No obstante, la Alzada revoca la
decisión. Argumenta que la jueza de primera instancia omitió valorar un informe de la Obra
Social, vinculado con los requisitos pendientes que se debían cumplir para autorizar la
práctica. Este elemento de prueba acredita –según los jueces de Cámara– la intención de la
mujer de realizar la IVE. De la lectura de esta segunda sentencia surge que el pedido
originario de autorización de la IVE fue realizado por el cónyuge varón (afiliado directo),
quien luego desistió, como también que la mujer, en su condición de afiliada indirecta,
había presentado uno nuevo en fecha posterior al desistimiento. Pero no queda claro si el
informe de la Obra Social que merita la Cámara, se emitió en respuesta al primer pedido
desistido (el del varón) o al posterior de la mujer. De modo que no es posible en estas líneas
juzgarlo en forma definitiva. A pesar de ello, cabe formular la siguiente aclaración: aún si
la voluntad de la mujer hubiese estado fuera de toda duda, como sostiene la Alzada, esa
circunstancia tampoco acredita la verosimilitud del derecho del marido. En efecto, no es
correcto asimilar “voluntad expresa” de la mujer con “verosimilitud del derecho” del varón,
pues la Ley N° 27.610 no le concede a éste ningún derecho en relación con la IVE.[17] En
síntesis, la resolución revocatoria sobre esta cuestión procesal general presenta un serio
problema justificativo.
“Finalmente, el resto de las constancias acompañadas son, tal como el Sr. ... lo expresa,
impresiones de capturas de pantallas de su teléfono celular. Es decir, fotos de la supuesta
pantalla del que sería su teléfono. Al respecto, corresponde decir que, en primer lugar, no
demuestra el actor ser el propietario del aparato telefónico del que obtuvo las supuestas
capturas, ni ser él quien escribió los textos. Tampoco acredita que la línea con la que
mantuvo la supuesta conversación pertenezca a la Sra. ... y en su caso, que haya sido ella
con quien mantuvo el alegado diálogo. Así, tal prueba se reduce a meras fotografías o
documentos privados aportados por el accionante, que no acreditan prima facie la
autenticidad de la comunicación que habrían mantenido las partes”.
“No enerva lo expuesto la circunstancia de que las fotos señaladas como capturas de
pantallas estén certificadas por escribano público. Ello en tanto el fedatario constató la
pantalla de un aparato de telefonía móvil, sin constarle a él quién es la persona propietaria
del aparato, su usuario al momento en que se enviaron y recibieron los mensajes, y la
persona destinataria de lo que sería un diálogo por mensajes de texto”.
“[la jueza] Redujo al extremo la fuerza probatoria de la documentación que contiene las
conversaciones de Whatsapp, a pesar de estar certificadas por Escribano Público. Sin
embargo, dicha prueba enriquece nuestra convicción y nos persuade que debió haberse
tenido en cuenta, ya que bonifica y da cuerpo a lo que se intenta acreditar”. En segundo
lugar, agrega: “La tecnología nos marca, y lo que otrora fue el papel, hoy es la electrónica.
En esta idea los mensajes de WhatsApp contribuyen a la formación de los medios de
prueba, donde por vía electrónica se produce un intercambio de información, se suscitan
conflictos y generan contenidos que eventualmente pueden ser necesarios para la resolución
del pleito”.
Sea como sea, en la tarea de identificar las razones del proceso justificativo de la decisión,
el caso analizado muestra cómo la argumentación jurídica sobre hechos es una labor tan
importante como la relacionada con el derecho.
Es oportuno recordar que la “ética del abogado” es una de las formas que asume la “ética
profesional”, desde dónde se examina el ejercicio de la abogacía y las demás profesiones
regidas por códigos deontológicos. Asimismo, que la “ética profesional” es “ética
aplicada”, en tanto procura aplicar a la vida cotidiana el proceso de fundamentación de lo
moral. A su vez, que el “rol profesional” tiene determinadas exigencias y características
propias que lo diferencian de otros roles no profesionales (padre, amigo), también con
incidencia en la vida social, aunque dicha especificidad no es suficiente en sí misma, para
justificar la conducta del abogado.[19] En otras palabras, el ejercicio de la abogacía no es
extraño a la necesaria relación existente entre derecho y moral, que se verifica en el
Constitucionalismo. A esta conexión debe agregarse la política, pues, como señala Adela
Cortina, la justificación ética del derecho es quizá la labor prioritaria de la filosofía política.
[20]
De lo dicho se desprende que el ejercicio profesional impone pensar más allá de los
deberes, prohibiciones y permisiones que contienen las normas jurídicas en general, y los
códigos deontológicos en particular, asumiendo que las razones morales también son
gravitantes. Manuel Atienza acierta cuando sostiene que:
“El primer problema (y a veces el único) con el que uno ha de enfrentarse cuando tiene que
impartir un curso de ética para abogados es que tanto los abogados en ejercicio como los
candidatos a serlo no suelen pensar que necesiten para nada la moral. Mejor dicho, aceptan,
obviamente, que hay un código deontológico que regula algunos aspectos de la profesión y
que, en consecuencia, deben conocer, pero no les parece que esas normas difieran en algo
que pueda considerarse relevante del resto de las normas del ordenamiento jurídico. De
manera que, en definitiva, todo se reduce –según ellos– a Derecho positivo, y el abogado no
necesita –ni debe– adentrarse en disquisiciones de carácter propiamente moral.”[21]
En este mismo sentido, vale recordar también que la actividad del abogado cumple la
misión de ser, por un lado, igualador retórico de sus conciudadanos ante el poder judicial y,
por el otro, traductor del lenguaje del interés privado al del interés público. Ambas
funciones integran el diálogo propio de una democracia constitucional.[22] Si el abogado es
entonces un igualador retórico porque conoce el Derecho, ello justifica que sea él quien
sugiera al cliente las estrategias argumentativas más adecuadas, tendientes a la consecución
del fin perseguido. Lo dicho se conecta a su vez con el lenguaje; el abogado sabe que el
discurso jurídico forma parte de un sistema específico, con reglas lingüísticas propias que, a
pesar de que está inserto en el sistema social, no siempre resultan asequibles al lego (en
rigor, no lo son).[23]
Estas competencias funcionales del abogado están en concordancia con las normas de los
códigos deontológicos. Por ejemplo, el código de ética de Mendoza comienza con una
declaración de principios fundamentales que rigen la actividad. Sus normas exigen del
abogado una conducta digna y honorífica, libre e independiente, responsable ante sus
clientes, la sociedad y los órganos jurisdiccionales. Así establece una serie de deberes
fundamentales de la profesión, entre otros: a) defender la justicia (art. 8); b) actuar con
honor, probidad, lealtad, veracidad y buena fe (art. 11); c) defender el honor y la dignidad
profesionales, debiendo en este sentido combatir la conducta reprochable, tanto de colegas
como de jueces (art. 12); d) guardar estilo, lo que significa que en los actos verbales
(audiencias) o escritos, se debe usar la moderación y energía adecuada. El código de ética
regula también deberes específicos para con la sociedad y con el ordenamiento jurídico
(sección II), entre ellos, cooperar al perfeccionamiento del derecho, prevenir litigios, etc.
[24] La formulación normativa abierta o en forma de principios permite al abogado un
margen de maniobra razonable, que le posibilitará moverse en ambas dimensiones de la
racionalidad jurídica antes vista (justificación instrumental y en sentido estricto).
Por lo tanto, dado que el abogado es un verdadero agente de cambio de la realidad social,
igualador retórico y traductor del lenguaje: ¿cuáles son los límites que no debería
transponer al momento de sugerir la estrategia y decidir sobre el ofrecimiento de
determinada prueba digital?
En mi opinión, debería gravitar en la decisión la naturaleza del conflicto del que dan cuenta
las distintas conversaciones informales. Para ello, una forma válida de razonar sería
comenzar por recordar la jerarquía constitucional de las reglas y principios que nos rigen.
Así, el proceso argumental en nuestro derecho constitucionalizado debería comenzar por el
bloque constitucional–convencional: v. gr., arts. 17 (propiedad privada), 18
(correspondencia) y 19 (privacidad) de la CN y los instrumentos internacionales que
protegen la vida privada (art. V de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre, art. 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 11.2 CADH,
etc.).[25] Asimismo, sería útil recurrir también a la identificación de lo íntimo, lo privado y
lo público. Como enseña Ernesto Garzón Valdés, la conceptualización indica que por lo
primero ha de entenderse el ámbito de los pensamientos, la zona donde tomamos nuestras
decisiones, cuya eventual realización no requiere la intervención de terceros y tampoco los
afecta. En consecuencia, nunca estará justificada la intromisión en este ámbito, ni su
accesibilidad pública. No cabe aquí ninguna consideración moral ajena a la del propio
agente. En el otro extremo está lo público, donde los comportamientos y decisiones de las
personas deben ser de libre accesibilidad. En el caso de que éstas detenten además un cargo
dotado de autoridad política, este elemento publicista será también esencial a la
consolidación del Estado de Derecho. En una zona intermedia se encuentra lo privado. En
palabras del autor:
Las cuestiones planteadas forman parte de la labor cotidiana del abogado. Y como sucede
con los conflictos contemporáneos que involucran el fenómeno digital o las decisiones en
casos difíciles, las posibles soluciones requieren de un esfuerzo argumentativo: la
justificación ética–jurídica de la acción.
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