Etica - SECRETO PROFECIONA
Etica - SECRETO PROFECIONA
Etica - SECRETO PROFECIONA
SECRETO PROFECIONAL
En el juramento de Hipócrates puede leerse: “Todo lo que habré visto u oído durante la cura o fuera
de ella en la vida común, lo callaré y lo conservaré siempre como secreto, si no me es permitido
decirlo. Si mantengo perfecta e intacta fe en este juramento que me sea concedida una vida
afortunada y la futura felicidad en el ejercicio del acto, de modo que mi fama sea alabada en todos
los tiempos; pero si fallara el juramento hubiera jurado en falso, que ocurra lo contrario”.
Como puede apreciarse, desde la antigüedad la confidencialidad en el ejercicio de la la salud
quedaba protegida por juramento, y no sólo se limitaba a los aspectos meramente clínicos, sino a
todo lo que era inherente a la dignidad de la persona y al respeto que esta merece.
Aunque existen declaraciones precedentes de deberes y derechos, para el profesional de la salud
resulta paradigmático el juramento atribuido a Hipócrates (460-377) a.c. Este juramento puede
considerarse hoy en día el primer código de ética que impuso, durante siglos, la práctica del secreto
del profesional de la salud.
Para aquellas personas que se dedicaban al cuidado de los enfermos, hemos de tomar como primera
declaración de deberes profesionales de las enfermeras el llamado “Juramento de Florence
Nightingale” que fue redactado en 1893 por una comisión especialmente nombrada a tal fin por el
Colegio Farrand del Hospital Harper en Detroit.
“Juro solemnemente ante Dios, en presencia de esta asamblea, llevar una vida pura y ejercer mi
profesión con devoción y fidelidad. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o maligno y de
tomar o administrar a sabiendas ninguna droga que pueda ser nociva a la salud. Haré cuanto esté
en mi poder para elevar el buen nombre de la profesión y guardar inviolable el secreto de las
cuestiones que se me confíen y los asuntos de familia que me entere en el desempeño de mi cometido,
con lealtad procuraré auxiliar al facultativo en su obra y me dedicaré al bienestar de los que están
encomendados a mi cuidado”.
Muchas han sido las leyes, códigos, decretos que se han establecido en este sentido para garantizar la
confidencialidad por la parte de enfermería podemos citar el Código de Enfermería (Consejo
Internacional de Enfermeras, 1989) que expresa en su acápite “La enfermera y el individuo”:
“La Enfermera mantendrá reserva sobre la información personal que reciba y utilizará la mayor
discreción para compartirla con otra persona en caso necesario”.
Una segunda razón que justifica el deber de secreto es la existencia de un pacto implícito en
la relación clínica. Esta promesa tácita de discreción puede entenderse como un auténtico
contrato según el cual se intercambia información, propiedad del paciente, con la condición
de que sea utilizada exclusivamente para su atención sanitaria. Este enfoque sirve para
prevenir las indiscreciones del personal sanitario, que no tiene derecho a desvelar nada de lo
conocido en la consulta, porque es propiedad privada del paciente.
Por lo tanto el secreto profesional este tiene una condición moral y otra jurídica. Desde el punto de
vista moral, existe el deber de guardar el hecho conocido cuando éste pueda producir resultados
nocivos o injustos sobre el paciente si se viola el secreto. En el ámbito legal, la obligación del
profesional a guardar secreto está recogida por la mayoría de las legislaciones, aunque no en la
misma medida.
El secreto profesional es el compromiso ético y legal que adquieren los sanitarios, frente al paciente
y la sociedad, de no dar a conocer aquello que les ha sido confiado por el enfermo. Sin embargo, en
ocasiones, el médico se ve en el brete de tener que saltarse esta obligación debido a circunstancias
que se anteponen al juramento hipocrático por ser excepciones que dan prioridad al bien colectivo,
por encima de los intereses del individuo.
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Alarcon, Elizabeth del Milagro
Aramayo, Mariana Andrea
Chico, María de los Ángeles
de la Torre, Maria Agostina
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Alarcon, Elizabeth del Milagro
Aramayo, Mariana Andrea
Chico, María de los Ángeles
de la Torre, Maria Agostina
Aunque cada caso presentará sus peculiaridades, se suelen recomendar las siguientes pautas de
actuación que han de seguirse de forma escalonada: primero, hay que identificar que existe un riesgo
cierto de contagio; después, se debe negociar con el paciente a fin de que sea él quien informe a su
pareja. En este punto es legítimo utilizar diferentes fórmulas de persuasión, como, por ejemplo, dar
un plazo máximo, ofrecerse a mediar en el proceso de información o informar al paciente de las
consecuencias legales que tiene el contagio de una enfermedad a sabiendas. Si persiste la negativa, el
sanitario ha de comunicar al paciente que, en caso de no informar él, no le quedará más remedio que
romper el secreto porque está obligado a poner en conocimiento del juez la posible comisión de un
delito. Si todo lo anterior falla, el médico estaría habilitado para romper el secreto e informar a la
pareja.
A la cárcel por no guardar un secreto
Infringir el secreto profesional es un delito, que se castiga con la pena de prisión de uno a cuatro
años, multas e inhabilitación especial para la profesión por un tiempo de dos a seis años. Desde el
punto de vista jurídico, la obligación de secreto se sustenta en la Constitución Española, que recoge
el derecho a la intimidad, en el artículo 18.1. También aparece en normas sanitarias, como en la Ley
General de Sanidad y en la Ley Básica de Autonomía del Paciente y de Documentación Clínica.
La particularidad de los menores de edad
En relación con los menores, la mayoría de edad sanitaria, con carácter general, se sitúa en los 16
años (en caso de emancipación podría ser por debajo y en algunos casos puntuales las leyes la fijan
en los 18 años). Por encima de esta edad se presume, salvo que se pruebe lo contrario, que el
paciente consiente las intervenciones y la disposición de su información.
Por debajo, al contrario, se considera que el paciente no es maduro para ello. De todos modos no hay
una edad inamovible a la hora de comunicar o no la información a los padres, sino que depende de la
madurez del menor y de la adquisición gradual de la misma. No obstante, la Ley 41/2002 puntualiza
que en caso de menores que por su madurez dispongan de la información sanitaria, el médico tendrá
que romper el secreto e informar a los padres o tutores en actuaciones de grave riesgo.
Así, en el supuesto de una cirugía de aumento mamario, por el grave riesgo que puede implicar para
la vida y, más aún, por encontrarse en el ámbito de la cirugía satisfactiva, los padres deberían ser
informados y su opinión tenida en cuenta, aunque en última instancia la que decida sea su hija si
tiene madurez suficiente para esta intervención.
Por lo tanto, ¿tiene que guardar secreto profesional el profesional de la salud en relación a la
información de su paciente menor de edad? En líneas generales, sí, en el caso de que el paciente
tenga 16 años o esté emancipado –podría emanciparse a los 14 años por matrimonio–. Por debajo de
los 16, en principio, habrá que informar a los padres, pero si el paciente es maduro, según el criterio
de un juez, se velará por su confidencialidad.
Fuera de los casos descritos, la obligación de secreto debe prevalecer en garantía de la calidad y la
credibilidad de la relación entre los pacientes y los profesionales y servicios sanitarios que tengan
acceso a la información clínica. El derecho a que se mantenga la confidencialidad de los datos de
salud es correlativo al deber de guardar silencio de los profesionales que manejan esos
conocimientos.
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Alarcon, Elizabeth del Milagro
Aramayo, Mariana Andrea
Chico, María de los Ángeles
de la Torre, Maria Agostina