Etica - SECRETO PROFECIONA

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Alarcon, Elizabeth del Milagro

Aramayo, Mariana Andrea


Chico, María de los Ángeles
de la Torre, Maria Agostina

SECRETO PROFECIONAL

1 - Definimos “Secreto profesional”

En el juramento de Hipócrates puede leerse: “Todo lo que habré visto u oído durante la cura o fuera
de ella en la vida común, lo callaré y lo conservaré siempre como secreto, si no me es permitido
decirlo. Si mantengo perfecta e intacta fe en este juramento que me sea concedida una vida
afortunada y la futura felicidad en el ejercicio del acto, de modo que mi fama sea alabada en todos
los tiempos; pero si fallara el juramento hubiera jurado en falso, que ocurra lo contrario”.
Como puede apreciarse, desde la antigüedad la confidencialidad en el ejercicio de la la salud
quedaba protegida por juramento, y no sólo se limitaba a los aspectos meramente clínicos, sino a
todo lo que era inherente a la dignidad de la persona y al respeto que esta merece.
Aunque existen declaraciones precedentes de deberes y derechos, para el profesional de la salud
resulta paradigmático el juramento atribuido a Hipócrates (460-377) a.c. Este juramento puede
considerarse hoy en día el primer código de ética que impuso, durante siglos, la práctica del secreto
del profesional de la salud.
Para aquellas personas que se dedicaban al cuidado de los enfermos, hemos de tomar como primera
declaración de deberes profesionales de las enfermeras el llamado “Juramento de Florence
Nightingale” que fue redactado en 1893 por una comisión especialmente nombrada a tal fin por el
Colegio Farrand del Hospital Harper en Detroit.
“Juro solemnemente ante Dios, en presencia de esta asamblea, llevar una vida pura y ejercer mi
profesión con devoción y fidelidad. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o maligno y de
tomar o administrar a sabiendas ninguna droga que pueda ser nociva a la salud. Haré cuanto esté
en mi poder para elevar el buen nombre de la profesión y guardar inviolable el secreto de las
cuestiones que se me confíen y los asuntos de familia que me entere en el desempeño de mi cometido,
con lealtad procuraré auxiliar al facultativo en su obra y me dedicaré al bienestar de los que están
encomendados a mi cuidado”.
Muchas han sido las leyes, códigos, decretos que se han establecido en este sentido para garantizar la
confidencialidad por la parte de enfermería podemos citar el Código de Enfermería (Consejo
Internacional de Enfermeras, 1989) que expresa en su acápite “La enfermera y el individuo”:
“La Enfermera mantendrá reserva sobre la información personal que reciba y utilizará la mayor
discreción para compartirla con otra persona en caso necesario”.

Secreto profesional se trata de un secreto confiado, mediante el cual, el profesional se obliga


a mantener ocultas todas aquellas confidencias que reciba en el ejercicio de su profesión, se
entiende como aquello que se mantiene oculto a los demás y surge del ejercicio de la
profesión, es decir, salud paciente, por lo que constituye una obligación moral para el
profesional de salud guardar en secreto las confidencias conocidas como el ejercicio de la
profesión.

Históricamente se ha considerado que los profesionales de la salud tienen la obligación ética


de mantener el secreto de todo aquello que conocen en el ejercicio de su profesión. Con esta
confianza el paciente se acerca a su médico. Sin embargo, en nuestro tiempo se han
planteado excepciones al deber de confidencialidad, justificadas por el deseo de evitar
graves daños al propio paciente o a terceras personas.
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Las bases morales que sustentan el deber de confidencialidad de los colaboradores


implicados en los cuidados de la salud, se han apoyado tradicionalmente en tres
argumentaciones: el respeto a la autonomía personal, la existencia de un pacto implícito en
la relación clínica y la confianza social en la reserva de los profesionales de la salud.

Muchos autores consideran que el respeto a la autonomía personal es la premisa más


importante para fundamentar la salvaguarda de la confidencialidad. El argumento sería que
sin confidencialidad no hay privacidad, y sin ella se pierde el control de la propia vida.

Una segunda razón que justifica el deber de secreto es la existencia de un pacto implícito en
la relación clínica. Esta promesa tácita de discreción puede entenderse como un auténtico
contrato según el cual se intercambia información, propiedad del paciente, con la condición
de que sea utilizada exclusivamente para su atención sanitaria. Este enfoque sirve para
prevenir las indiscreciones del personal sanitario, que no tiene derecho a desvelar nada de lo
conocido en la consulta, porque es propiedad privada del paciente.

La tercera razón para justificar la obligación de secreto es la confianza social en la reserva


de la profesión. Si no existiera el compromiso de los profesionales de la salud de
salvaguardar la confidencialidad, los pacientes no se acercarían a la consulta confiadamente.
La falta de información derivada de esa desconfianza podría llegar a perjudicarles
seriamente. Se trata pues de una justificación utilitarista del deber de secreto

Por lo tanto el secreto profesional este tiene una condición moral y otra jurídica. Desde el punto de
vista moral, existe el deber de guardar el hecho conocido cuando éste pueda producir resultados
nocivos o injustos sobre el paciente si se viola el secreto. En el ámbito legal, la obligación del
profesional a guardar secreto está recogida por la mayoría de las legislaciones, aunque no en la
misma medida.

2 - Cuando se revela y cuando no

El secreto profesional es el compromiso ético y legal que adquieren los sanitarios, frente al paciente
y la sociedad, de no dar a conocer aquello que les ha sido confiado por el enfermo. Sin embargo, en
ocasiones, el médico se ve en el brete de tener que saltarse esta obligación debido a circunstancias
que se anteponen al juramento hipocrático por ser excepciones que dan prioridad al bien colectivo,
por encima de los intereses del individuo.

Las consecuencias de no saber guardar un secreto


La ruptura del secreto profesional puede llevar consigo graves sanciones de tipo administrativo e,
incluso, penal. En este campo es conocido el caso de una residente de Neurología que, ejerciendo en
un centro sanitario de la Comunidad Valenciana, visitó a una paciente a la que conocía, por proceder
ambas de una pequeña localidad de la provincia de Cuenca.
¿En qué casos se puede revelar?
Pero el deber de secreto, al igual que sucede con el resto de deberes, no es absoluto, sino que tiene
una serie de límites. Las leyes permiten a los profesionales sanitarios revelar datos de los pacientes
sin que puedan ser sancionados por ello en los siguientes tres casos:

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a) Cuando el paciente lo autorice. Un profesional sanitario que revela datos de salud de un


paciente a petición de este o con su autorización no podrá ser sancionado por ello. Así
sucede con motivo de la emisión de informes o certificados médicos a petición del propio
paciente para, por ejemplo, la obtención de una licencia deportiva. También es habitual que
los enfermos pidan al médico que explique a sus familiares o acompañantes los detalles de
su situación, su diagnóstico o su tratamiento.
b) Cuando la ley exija colaborar con la Justicia. Existe una ley que impone a los
profesionales sanitarios la obligación de revelar determinados datos o informaciones
relativas a un paciente. Cristina Gil Membrado plantea el caso de que el facultativo tuviera
conocimiento de que su paciente fuese un pederasta. En este supuesto, el artículo 262 de la
Ley de Enjuiciamiento Criminal dispone que “los que por razón de sus cargos, profesiones u
oficios tuvieren noticia de algún delito público, estarán obligados a denunciarlo
inmediatamente”.
Otro ejemplo podría darse si el médico tuviera conocimiento de que su paciente consume
drogas y trafica con ellas. Ante esta situación, si el sanitario fuera consciente de que pretende
cambiar de vida y, de hecho, lo está intentando y así le consta, el cumplimiento de la ley, al
que sin duda está obligado el profesional, podría ser perjudicial para el paciente e, incluso,
para la sociedad si entendemos que lo ideal sería la curación y que dejara de delinquir.
Otro hecho que puede provocar que el profesional se salte el secreto es que sea citado a
juicio para declarar como testigo o perito. En esta situación puede encontrarse ante un
conflicto de deberes: mantener en secreto la información de los pacientes, frente a la
obligación de proporcionar al juez los datos sobre los que se proyecta su deber de secreto.
Por ejemplo, si un psicólogo es citado por un tribunal para declarar en calidad de testigo en
un proceso de divorcio en el que se va a discutir la idoneidad de una madre que padece un
trastorno inespecífico de la personalidad, que es su paciente, para asumir la custodia de los
niños. El profesional duda si debe revelar que la mujer tiene este trastorno o si, por el
contrario, debe negarse a dar ese dato acogiéndose al secreto profesional. También es
frecuente que en juicios en los que se decide el grado de incapacidad de una persona, el juez
acuerde que, además del informe del equipo de valoración de incapacidades, emita un
informe pericial un especialista.
El profesional sanitario obligado a actuar como testigo deberá poner en conocimiento del
juez su deber de secreto. A partir de ese momento, será el juez quien decida si le libera o no
de contestar a determinadas preguntas. Si la citación es como perito, el profesional podrá
abstenerse de actuar alegando alguna de las causas previstas en el artículo 220 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial. Si el juez considera suficiente la causa alegada, el perito será
sustituido por un perito suplente.
c) Cuando exista un riesgo para terceros. Una situación particularmente comprometida es la
que se produce cuando el profesional sanitario sabe que el estado de salud de uno de sus
pacientes puede constituir un peligro para otras personas y duda si hace bien manteniéndolo
en secreto. El ejemplo clásico es el médico de familia que atiende a un paciente infectado
por VIH. A pesar de las advertencias del profesional, el paciente se niega a tomar
precauciones en las relaciones con su esposa. Argumenta que ha cogido el virus en
relaciones extramatrimoniales de las que su esposa nada sabe y que si comenzase ahora a
utilizar preservativos ella sospecharía. Además, el paciente advierte al médico de que su
enfermedad es confidencial y que le demandará si se le ocurre decírselo a alguien.

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Aunque cada caso presentará sus peculiaridades, se suelen recomendar las siguientes pautas de
actuación que han de seguirse de forma escalonada: primero, hay que identificar que existe un riesgo
cierto de contagio; después, se debe negociar con el paciente a fin de que sea él quien informe a su
pareja. En este punto es legítimo utilizar diferentes fórmulas de persuasión, como, por ejemplo, dar
un plazo máximo, ofrecerse a mediar en el proceso de información o informar al paciente de las
consecuencias legales que tiene el contagio de una enfermedad a sabiendas. Si persiste la negativa, el
sanitario ha de comunicar al paciente que, en caso de no informar él, no le quedará más remedio que
romper el secreto porque está obligado a poner en conocimiento del juez la posible comisión de un
delito. Si todo lo anterior falla, el médico estaría habilitado para romper el secreto e informar a la
pareja.
A la cárcel por no guardar un secreto
Infringir el secreto profesional es un delito, que se castiga con la pena de prisión de uno a cuatro
años, multas e inhabilitación especial para la profesión por un tiempo de dos a seis años. Desde el
punto de vista jurídico, la obligación de secreto se sustenta en la Constitución Española, que recoge
el derecho a la intimidad, en el artículo 18.1. También aparece en normas sanitarias, como en la Ley
General de Sanidad y en la Ley Básica de Autonomía del Paciente y de Documentación Clínica.
La particularidad de los menores de edad
En relación con los menores, la mayoría de edad sanitaria, con carácter general, se sitúa en los 16
años (en caso de emancipación podría ser por debajo y en algunos casos puntuales las leyes la fijan
en los 18 años). Por encima de esta edad se presume, salvo que se pruebe lo contrario, que el
paciente consiente las intervenciones y la disposición de su información.
Por debajo, al contrario, se considera que el paciente no es maduro para ello. De todos modos no hay
una edad inamovible a la hora de comunicar o no la información a los padres, sino que depende de la
madurez del menor y de la adquisición gradual de la misma. No obstante, la Ley 41/2002 puntualiza
que en caso de menores que por su madurez dispongan de la información sanitaria, el médico tendrá
que romper el secreto e informar a los padres o tutores en actuaciones de grave riesgo.
Así, en el supuesto de una cirugía de aumento mamario, por el grave riesgo que puede implicar para
la vida y, más aún, por encontrarse en el ámbito de la cirugía satisfactiva, los padres deberían ser
informados y su opinión tenida en cuenta, aunque en última instancia la que decida sea su hija si
tiene madurez suficiente para esta intervención.
Por lo tanto, ¿tiene que guardar secreto profesional el profesional de la salud en relación a la
información de su paciente menor de edad? En líneas generales, sí, en el caso de que el paciente
tenga 16 años o esté emancipado –podría emanciparse a los 14 años por matrimonio–. Por debajo de
los 16, en principio, habrá que informar a los padres, pero si el paciente es maduro, según el criterio
de un juez, se velará por su confidencialidad.

Fuera de los casos descritos, la obligación de secreto debe prevalecer en garantía de la calidad y la
credibilidad de la relación entre los pacientes y los profesionales y servicios sanitarios que tengan
acceso a la información clínica. El derecho a que se mantenga la confidencialidad de los datos de
salud es correlativo al deber de guardar silencio de los profesionales que manejan esos
conocimientos.

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