Comentarios de 3 Juan
Comentarios de 3 Juan
Comentarios de 3 Juan
Bosquejo
1–2 I. Introducción
1 A. Encabezamiento
2 B. Deseo
3–8 II. Tributo a Gayo
3–4 A. Causa de gozo
5–8 B. Un informe muy agradable
5–6 1. Fidelidad y amor
7–8 2. Brindad hospitalidad
9–10 III. Diótrefes censurado
9 A. Una carta rechazada
10 B. La advertencia de Juan
11–12 IV. Exhortación y recomendación
13–14 V. Conclusión
1
El anciano,
A mi querido amigo Gayo, a quien amo en la verdad.
2
Querido amigo, ruego que goces de buena salud y que te vaya bien, así como a tu alma le va
bien.
I. Introducción
1–2
A. Encabezamiento
1
1. El anciano,
A mi querido amigo Gayo, a quien amo en la verdad.
Esta es la dirección o encabezamiento del sobre, por así decirlo. El escritor se
autodenomina “el anciano” (véase también 2 Jn. 1) y envía su carta a su amigo Gayo. La
dirección, sin embargo, es muy breve, ya que el remitente omite mencionar el lugar de
destino. O sea que, aunque suponemos que Juan residía en Efeso, no sabemos donde vivía
Gayo.
El nombre Gayo aparece con frecuencia en el Nuevo Testamento. Uno de los
acompañantes de Pablo en su viaje desde Macedonia se llamaba Gayo (Hch. 19:29); había
otro Gayo que provenía de Derbe (Hch. 20:4) y había aún otro Gayo, un cristiano de
Corinto (Ro. 16:23; 1 Co. 1:14). Dado que no tenemos ninguna seguridad de que el
destinatario de la epístola de Juan fuese una de estas personas, no debiéramos tratar de
identificarlo.
Juan escribe que ama a Gayo en la verdad (compárese con 2 Jn. 1). La relación entre el
anciano y Gayo era de amor y confianza. Juan menciona dos veces que ama a Gayo,
puesto que una traducción literal del texto dice: “Al amado Gayo, a quien amo en verdad”
(BdA). Gayo es amado por Dios y amado por Juan en razón de la verdad que Gayo profesa.
Esta breve observación aparentemente toma el lugar de un saludo. A diferencia de otras
cartas personales, esta epístola carece del saludo familiar gracia, misericordia y paz o su
equivalente. Después del encabezamiento, Juan expresa un deseo.
B. Deseo
2
2. Querido amigo, ruego que goces de buena salud y que te vaya bien, así como a tu
alma le va bien.
Cuatro veces Juan llama a Gayo “querido amigo” en esta epístola relativamente breve
(vv. 1, 2, 5, 11). En el versículo 2 el formula un sentir que es más un deseo que una
oración. Juan se conforma a la costumbre de su época y le desea al destinatario salud y
prosperidad. El deseo es amplio, puesto que Juan incluye todo. Dice: “Ruego que seas
prosperado en todo respecto y que tengas buena salud” (BdA). Juan se interesa por el
bienestar material y físico de Gayo. Sabe que Gayo está espiritualmente activo, pero Juan
desea que también en los aspectos materiales él pueda tener éxito. Quiere que Gayo
prospere en sus negocios, en su empleo, en sus planes y propósitos.
Juan le desea salud física a Gayo, para que éste pueda funcionar eficientemente en sus
negocios. Siguiendo la costumbre de Jesús (véase, por ejemplo, Mr. 2:9–12; 6:34–44),
Juan se preocupa por las necesidades físicas y espirituales de Gayo. Por sus encuentros
previos y por los informes acerca de él, Juan sabe que Gayo prospera espiritualmente.
Juan escribe: “así como a tu alma le va bien”. Vale decir que Gayo ha progresado más en
lo espiritual que en lo material—y esto es encomiable. Juan, sin embargo, desea que a
Gayo le pueda ir bien tanto en el cuerpo como en el alma.
3
Me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y hablaron de tu gran fidelidad a la
verdad, y de cómo continúas andando en la verdad. 4 No tengo alegría más grande que oír que mis
hijos andan en la verdad.
5
Querido amigo, tú eres fiel en lo que haces por los hermanos, aunque son desconocidos para
6
ti. Ellos le han contado a la iglesia acerca de tu amor. Harás bien en encaminarlos de una manera
digna de Dios. 7 Fue a causa del Nombre que ellos salieron, sin recibir ayuda de los paganos. 8 Por
lo tanto, debemos brindar hospitalidad a tales hombres para poder trabajar juntos por la verdad.
Versículo 4
μειζοτέραν τούτων—el adjetivo es una doble comparación (μείζων más grande) que
literalmente significa “más más grande”. El pronombre τούτων es plural dado que el plural puede
a veces tomar el lugar del singular.
ἵνα ἀκούω—esta claúsula de propósito es equivalente al infinitivo articular en el caso genitivo
τοῦ ἀκούειν.
1. Fidelidad y Amor
5–6
5. Querido amigo, tú eres fiel en lo que haces por los hermanos, aunque son
desconocidos para ti. 6. Ellos le han contado a la iglesia acerca de tu amor. Harás bien en
encaminarlos de una manera digna de Dios.
a. Apelativo. Una vez más Juan se dirige a Gayo llamándole querido amigo (vv. 1, 2).
Alaba a su amigo por su conducta fiel, ya que Gayo había dado pruebas visibles de andar
en la verdad. Los misioneros itinerantes le habían contado a Juan de la bonded con que
Gayo los había tratado. Según estos misioneros, Gayo los había recibido como a hermanos
en espíritu y les había provisto de albergue y comida. Juan alaba a Gayo por su fidelidad
para con los hermanos.
b. Hospitalidad. Gayo no solamente abrió su corazón a estos hermanos, sino también
la puerta de su hogar, “aunque son desconocidos”. El término desconocidos en este
contexto significa que los hermanos provenían de otros sitios y que Gayo no los conocía.
Obediente a las enseñanzas de las Escrituras, Gayo cuida de los viajeros. “En el mundo
antiguo fueron muchas las puertas que se les abrieron a los mensajeros del nuevo pacto,
con la consecuente bendición para el anfitrión”.363 El misionero itinerante dependía de la
hospitalidad de sus hermanos en la fe. Por eso vemos que Pablo le pide a Filemón que le
prepare una habitación de huéspedes para él (Flm. 22). El escritor de la Didaché
(Enseñanza de los Doce Apóstoles), que refleja las costumbres sociales y eclesiásticas del
primer siglo, expresa:
Que todo Apóstol que llega a vosotros sea recibido como el Señor, pero que no esté más
de un día, o a lo sumo dos, si es necesario; pero si se queda tres días, es un falso profeta.
Versículo 6
προπέμψας—del verbo προπέμπω (ayudo al viaje de alguien), la acción del aoristo es
simultánea con la del verbo principal ποιήσεις (harás).
2. Brindad hospitalidad
7–8
7. Fue a causa del Nombre que ellos salieron, sin recibir ayuda de los paganos. 8. Por
lo tanto debemos brindar hospitalidad a tales hombres para poder trabajar juntos por la
verdad.
a. Causa. Juan indica que los misioneros habían salido a otros lugares en los que
proclamaban el nombre del Señor Jesucristo. Estos misioneros habían sido comisionados
por la iglesia para llevar el evangelio. Juan utiliza el término Nombre (Hch. 5:41; Stg. 2:7; 1
Jn. 2:12; 3:23). En obediencia a Jesucristo, dejaron hogar y familia para ir a otras regiones.
Sabían que si Jesús los enviaba, no había duda de que él proveería para sus necesidades
(refiérase a Mt. 10:9–10; Mt. 6:8; Lc. 10:4).
Los misioneros rehusaron aceptar ayuda de gente que nunca había oído la Palabra de
Dios. Juan considera a esta gente “paganos” (NIV). Los misioneros no querían poner
obstáculos en la obra del evangelio de Cristo. Sabían que si aceptaban ayuda de parte de
los incrédulos quedarían expuestos a la acusación de que predicaban por ganancia
monetaria (1 Co. 9:12). Por lo tanto, Juan enseña que los misioneros deben recibir ayuda
de la iglesia (v. 8).
b. Ayuda. “Por lo tanto hemos de brindar hospitalidad a tales hombres”. Juan
contrasta a los paganos con los creyentes. Los gentiles no tienen obligación de ayudar a
los misioneros, pero según Jesús (Lc. 10:7; 1 Co. 9:14; 1 Tit. 5:18), los creyentes sí la
tienen. Es por eso que Juan declara enfáticamente que debemos mostrar hospitalidad a
los mensajeros de la Palabra de Dios. Este pasaje tiene un sutil juego de palabras en griego
que es muy difícil de vertir en el español. Los misioneros no reciben ayuda de los paganos
porque los creyentes han emprendido el deber de ayudarlos. Los creyentes tienen
conciencia del dicho de Jesús: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta,
recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo,
recompensa de justo recibirá” (Mt. 10:41).
“Para poder trabajar juntos por la verdad”. Otra traducción dice: “Es deber nuestro
hacernos cooperadores de la verdad” (NBE, bastardillas nuestras). ¿Está la verdad
personificada (compárese con el v. 12), de modo que obramos con la verdad como
iguales? Poco probable. Pero si decimos que Juan nos exhorta a obrar junto con los
misioneros en pro de la verdad, entonces la evidencia bíblica nos apoya en esta
interpretación. Por ejemplo, Pablo envía los saludos de tres compañeros (Aristarco,
Marcos y Jesús llamado Justo) a la iglesia de Colosas. El dice: “Estos son los únicos judíos
entre mis colaboradores por el reino de Dios” (Col. 4:11, bastardillas añadidas; véase
también 2 Co. 8:23). Juan nos está pidiendo, entonces, que ayudemos a los misioneros en
la obra, diseminando la verdad, es decir, el evangelio de Cristo.
Versículo 8
ὀφείλομεν—el verbo ἁφείλω (debo) sugiere obligación. En contraste con esto, la palabra δεῖ
(es necesario) manifiesta necesidad. “La primera es moral, en tanto que podría decirse que la
última es como una necesidad física”.
ὑπολαμβάνειν—la traducción literal de este infinitivo presente es “recibir a alguien bajo el
techo de uno”.
τῇ ἀληθείᾳ—el caso dativo es un dativo de ventaja y significa “por” o “en pro de”.
9
He escrito a la iglesia, pero Diótrefes, a quien le gusta ser el primero, no quiere tener nada
que ver con nosotros. 10 Por eso, si voy, llamaré la atención a las cosas que hace al hablar
maliciosamente de nosotros. Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos.
También impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la iglesia.
B. La advertencia de Juan
10
10. Por eso, si voy, llamaré la atención a las cosas que hace al hablar maliciosamente
de nosotros. Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos.
También impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la iglesia.
Por medio de la breve frase: “Por eso, si voy”, Juan informa a Diótrefes de su
inminente visita, pero sin dar detalles acerca de su fecha de llegada. Juan tiene la
intención de visitar la congregación para llamar la atención a la conducta de Diótrefes. El
contrasta indirectamente la conducta de Gayo (v. 5) con la de Diótrefes. Gayo pone en
práctica el principio del amor por Dios y por el prójimo; Diótrefes se adhiere al principio
del amor egoísta. Juan detalla las actividades de Diótrefes:
a. “[Anda] hablando maliciosamente de nosotros”. Esto equivale a decir que Diótrefes
efectúa acusaciones injustificables en contra de Juan y sus compañeros porque resiente la
autoridad apostólica de Juan. Por lo tanto trata de socavar a Juan con chismografía
maliciosa. De hecho, la palabra chisme en griego es descriptiva de burbujas que aparecen
momentaneamente y desaparecen. Son inútiles. Este término implica, por consiguiente,
que las palabras maliciosas que Diótrefes dice son vacías y carentes de significado
(consúltese 1 Ti. 5:13). No obstante, la ofensa es una franca violación del mandamiento
explícito de Dios: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio (Ex. 20:16; Dt. 5:20)
Aunque es dirigente de una congregación local, Diótrefes queda condenado como violador
de la ley de Dios.
b. “Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos”. No sólo las
palabras de Diótrefes son malintencionadas; sus hechos son igualmente censurables. El
viola intencionalmente las normas de la hospitalidad cristiana al negarse a recibir a los
misioneros enviados a proclamar el evangelio. Al negarles albergue y comida, él pone
obstáculos al progreso de la Palabra de Dios. En suma, Diótrefes está frustrando los planes
y propósitos de Dios, por lo cual se enfrenta con la ira divina.
c. “También impide a los que desean hacerlo”. Diótrefes va un paso más allá e impide
que los miembros de la iglesia sean hospitalarios con los misioneros itinerantes.
Deducimos que está tratando de evitar que los creyentes reciban a los misioneros e
intentando castigarlos por abrir sus puertas a los siervos de Dios.
d. “Y los expulsa de la iglesia”. Diótrefes coloca a los creyentes ante una alternativa: o
se ponen de mi lado en contra de Juan, o reciben a los misioneros y son excomulgados. El
paralelo de esta situación puede encontrarse en la excomunión del hombre que había
nacido ciego (Jn. 9:1–34).
11
Querido amigo, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios. El que hace
lo malo no ha visto a Dios. 12 Todos hablan bien de Demetrio—hasta la verdad misma. También
nosotros hablamos bien de él, y sabemos que nuestro testimonio es verdadero.
Versículo 12
μεμαρτύρηται—el perfecto pasivo del verbo μαρτυρέω (testifico) indica acción que ocurriera
anteriormente pero que continúa hasta el presente.
ὑπό—esta preposición controla el caso genitivo de πάντων (todos) y de ἀληθείας (la verdad).
La construcción gramatical se llama genitivo de agente.
13
Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con pluma y tinta. 14 Espero verte
pronto, y hablaremos cara a cara.
La paz sea contigo. Los amigos de aquí mandan sus saludos. Saluda a los amigos, a cada uno en
particular.
V. Conclusión
13–14
13. Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con pluma y tinta. 14. Espero
verte pronto, y hablaremos cara a cara.
Estos dos versículos son casi idénticos a la conclusión de la segunda epístola de Juan
(v. 12). Las pequeñas diferencias no alteran el significado de estas declaraciones finales.
Sin embargo, su semejanza demuestra que Juan escribió estas dos epístolas más o menos
al mismo tiempo.
El motivo por el cual Juan decidió no hacer más extensa esta carta, está abierto a
debate. La razón podría ser que Juan deseaba comunicar los temas oralmente. De ese
modo no correría el riesgo de algún malentendido que pudiera surgir. Por otra parte, este
asunto de Diótrefes era delicado y debía ser tratado en persona.
Juan expresa la esperanza de que verá a Gayo próximamente. Omite el detalle acerca
de tiempo y lugar puesto que los mismos no son de importancia para el destinatario. El
término pronto debe ser suficiente. Cuando los dos amigos se vean, “hablarán cara a cara”
(compárese con Nm. 12:8).
La paz sea contigo. Los amigos de aquí mandan sus saludos. Saluda a los amigos, a
cada uno en particular.
El texto griego marca a este saludo como versículo 15, y muchos traductores y
expositores hacen lo mismo. Otros, empero, integran el saludo al versículo 14.
“La paz sea contigo”. Este saludo es el equivalente del hebreo shalom, que se usa
tanto para el “hola” como para el “adiós”. Jesús y los apóstoles emplean este saludo y le
dan un significado neotestamentario (Jn. 20:19, 21, 26; Gá. 6:16; Ef. 6:23; 1 P. 5:14). En
consecuencia, los que reciben el saludo tienen la paz de Dios en Jesucristo (Fil. 4:7). El
saludo de Juan está dirigido específicamente a Gayo ya que el pronombre tú en el griego
está en singular.
Jesús llama “amigos” a sus discípulos (Jn. 15:13–15), sin embargo la comunidad
cristiana prefiere usar los términos hermanos y hermanas. Juan sigue el ejemplo de Jesús
llamando a los destinatarios “amigos”. Envía los saludos de los amigos que le rodean a los
amigos que reciben la carta. Es más, Juan añade un toque personal; le dice a Gayo:
“Saluda a los amigos, a cada uno en particular”. De este modo Juan da a entender que la
epístola está dirigida no solamente a Gayo sino a todos los miembros de la congregación.
Palabras, frases y construcciones griegas en 13–14
Versículo 13
εἶχον—el tiempo imperfecto del verbo ἔχω (tengo) demuestra que Juan había tenido la
intención de escribir más pero cambió de idea.
καλάμου—“caña”. Alfred Plummer hace notar: “Las plumas no se usaron para escribir hasta el
siglo quinto”.
Versículo 14
ἰδεῖν—el aoristo infinitivo de ὁράω (veo) indica que la visita de Juan es una sola ocasión.
Resumen de 3 Juan
Después del encabezamiento, Juan alaba a Gayo, a quien Ilama “querido amigo”.
Expresa el deseo de que Gayo reciba bendiciones tanto en lo físico como en lo espiritual.
Juan lo encomia, ya que ha recibido un buen informe acerca de la fidelidad de Gayo para
con la verdad, especialmente en cuanto a la hospitalidad demostrada a los misioneros
itinerantes. Juan le alienta a seguir haciéndolo.
Juan le informa a Gayo acerca del carácter y de los reprochables actos de Diótrefes,
que ha difamado al apóstol e impedido que los miembros de su iglesia ofrecieran comida y
albergue a los misioneros. Instruye a Gayo para que no siga este mal ejemplo, sino que
imite más bien lo bueno. Es en relación con esto que menciona a Demetrio, que tiene
buena reputación en la iglesia.
La epístola tiene una breve conclusión con información acerca de una futura visita de
Juan, y saludos de amigos a amigos.1
1
Simon J Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: Santiago y 1-3 Juan (Grand
Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 439–455.
3 JUAN: TEXTO, EXPOSICION Y NOTAS
ENCABEZAMIENTO Y SALUDO
Vv. 1–4
1
El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad.
2
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así
como prospera tu alma.
3
Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu
verdad, de cómo andas en la verdad.
4
No tengo yo mayor gozo que este, el oir que mis hijos andan en la verdad.
1 Esta es una de las pocas cartas del Nuevo Testamento dirigidas a un individuo. Se
llamaba Gayo, nombre tan común entonces como Juan o Santiago lo son hoy día.
Debemos suponer que en el paquete que contenía la carta habría una identificación más
precisa del destinatario, o que el mensajero que la llevó (probablemente Demetrio, v. 12)
habría recibido instrucciones detalladas en cuanto a la entrega; en la carta misma era
suficiente dirigirse al destinatario por su nombre personal. No sabemos nada de él
excepto lo que podemos recoger en la carta. Era miembro de una de las iglesias sobre las
cuales el autor ejercía algún tipo de supervisión, pero no hay ninguna indicación de que
ocupara o no un cargo formal en la misma. No hay ninguna razón para identificarlo con las
otras personas que llevan el mismo nombre en el resto del Nuevo Testamento, aunque
esto no ha impedido que comentaristas anteriores propusieran algunas hipótesis al
respecto.
El autor se refiere a sí mismo simplemente como «el anciano». Así pues apela a la
posición de autoridad y respeto que ocupa en la iglesia, de modo que no es una carta
privada sino que tiene más bien la validez de una comunicación oficial. Parecería que su
amigo no llamaba al autor por su nombre, tal vez por la diferencia de edad y el
consiguiente respeto. Pero aunque existe cierta distancia entre ellos, ciertamente no falta
la calidez en el tono del saludo. Se refiere a Gayo con afecto como su «amado», y con el
comentario de que lo ama en la verdad, da fuerza a lo que podría haberse entendido
como una mera expresión convencional. Aunque esta frase podría tener el sentido de
«verdaderamente, realmente»,4 su uso en otras partes de estas cartas sugiere que el
anciano tiene en mente el amor conforme a la revelación cristiana, que no sólo es genuino
y nace del corazón, sino que es la clase de amor que Dios mismo manifiesta.
Es sorprendente que la carta no incluya aquí ninguna frase específica de saludo, como
ocurre en todas las demás cartas del Nuevo Testamento (ver especialmente 2 Jn. 3). Es
posible que la frase «a quien yo amo en la verdad», o la expresión de buenos deseos que
sigue, sea un equivalente; pero como era normal incluir un saludo y una oración, esta
explicación no es del todo satisfactoria. Tampoco compensa esta omisión la presencia de
un saludo final (v. 15).
2 Sea cual fuere la razón de la omisión del saludo, el anciano sigue las convenciones al
expresar buenos deseos a su amigo. En las cartas cristianas este elemento a menudo
tomaba la forma de una oración de acción de gracias a Dios, a veces bastante extensa. La
RVR traduce «yo deseo», aunque los versículos que siguen sugieren que el pensamiento
es más profundo. El deseo de que Gayo goce de bienestar físico es perfectamente natural
y apropiado, porque ésta es una preocupación de un amigo cristiano tanto como lo es el
bienestar espiritual. Este deseo de buena salud permite pensar, aunque no lo exige, que
existía alguna razón especial para expresarlo. La frase tendría lugar en una carta a alguien
que gozara de buena salud, como deseo de que siga así; pero hay alguna probabilidad de
que Gayo no estuviera del todo bien físicamente (ver comentario del v. 9). Al mismo
tiempo el anciano desea que sea prosperado «en todas las cosas».11 Este verbo significa
literalmente «tener buen viaje» (Ro. 1:10), pero aquí (y en 1 Co. 16:2) es metafórico. El
anciano sabe que Gayo está creciendo espiritualmente y basa en este hecho su seguridad
de que en todo le irá bien. La frase puede significar simplemente «como en realidad ya
estás prosperando», pero es más probable que exprese la esperanza de que Gayo
prospere físicamente así como progresa espiritualmente.14 Aunque una persona esté
enferma o en una mala situación económica, puede experimentar progreso espiritual, y a
la inversa, el éxito material no implica necesariamente un progreso espiritual. En el caso
de Gayo, el anciano no tenía dudas de que desearle un bienestar físico comparable a su
bienestar espiritual era desearle lo mejor.
3 A continuación el anciano da la razón de su confianza en el progreso espiritual de
Gayo. Había recibido noticias de él por medio de algunos visitantes que dieron testimonio
de la calidad de su vida. Estos «hermanos» pueden haber sido cristianos comunes cuya
ocupación los había llevado al lugar donde vivía el anciano, o pueden haber sido
misioneros que viajaban de una iglesia a otra; habían disfrutado de la hospitalidad de
Gayo y estaban visitando al anciano.16 El verbo empleado indica que el anciano había sido
visitado varias veces, quizás por diversos grupos de cristianos. Ellos dieron testimonio de
la verdad de Gayo, i.e., las evidencias concretas de su perseverancia en la verdad. Sin duda
esta idea incluye la sana doctrina, pero el punto central es que la vida de hospitalidad
fraterna hacia otros cristianos (vv. 5, 6) que llevaba Gayo era señal de que se mantenía
aferrado a la verdad. La última frase, «cómo andas en la verdad», puede entenderse como
una expresión de lo que los hermanos le contaban al anciano, o puede expresar la
convicción del anciano, basada quizás en su propio conocimiento de Gayo, de que el
testimonio de ellos se ceñía a los hechos.19
4 Estas noticias eran la causa de su alegría (v. 3), y a continuación subraya el hecho de
que no se trataba de un simple comentario convencional al afirmar que nada le causaba
más gozo21 que el saber que sus «hijos» espirituales estaban viviendo de acuerdo con la
verdad. «Hijos» es una palabra empleada especialmente por Pablo para referirse a sus
propios conversos (1 Co. 4:14; Gá. 4:19; Fil. 2:22); de la misma manera aquí podría sugerir
que el anciano había conducido a Gayo a la fe en Jesucristo, pero puede haber usado esta
frase para referirse a las personas que estaban bajo su cuidado pastoral, hacia quienes
adoptaba una actitud paternal. De todos modos, el anciano pone en claro que su mayor
preocupación como pastor es ayudar a otros a conocer la verdad y vivir de acuerdo con
ella.
Vv. 5–8
5
Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos,
6
los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en
encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje.
7
Porque ellos salieron por amor del nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles.
8
Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la
verdad.
5 Luego de hablar en términos generales del loable estilo de vida de Gayo, el anciano
se refiere a uno de sus aspectos en particular que es importante en vista del tema
principal de la carta. Hemos visto en 2 Juan cuánto dependía el ministerio evangelístico y
educativo de la iglesia del trabajo de los misioneros itinerantes que servían a las diversas
iglesias y que dependían de la hospitalidad y las ofrendas que recibían de los miembros de
las iglesias a las cuales visitaban. Gayo había sobresalido en la hospitalidad que había
prestado a esos viajeros en las distintas visitas a su comarca, y, sin duda, esto formaba
parte de las noticias que «los hermanos» habían traído al anciano (v. 3). Este califica la
conducta de Gayo como «fiel». Es poco probable que esto signifique que su acción fuera
una expresión de su fe, sino más bien que su acción demostraba su fidelidad a la verdad y
era conforme a su perseverancia en ella. Puede estar presente la idea más precisa de que
Gayo demostraba su fidelidad al anciano y a sus amigos en contraposición con la actitud
de Diótrefes (vv. 9s.), que rechazaba a los viajeros y a quienes los recibían. En el mundo
antiguo era difícil para los viajeros encontrar un lugar adecuado donde hospedarse,
excepto en casa de sus amigos. Un rasgo notable3 del espíritu hospitalario de Gayo era
que estaba dispuesto a extender su hospitalidad a personas desconocidas para él y que no
tenían ningún otro título para recibir su ayuda que el de pertenecer a la comunidad de
quienes como él habían llegado a conocer la verdad (cf. 2 Jn. 1).
6 A los hermanos les había impresionado tanto la amabilidad de Gayo que habían
hecho especial mención de su actitud al dar su informe en una reunión de la iglesia a la
que pertenecía el anciano. Esa actitud brotaba claramente de un verdadero amor
cristiano, la virtud que el anciano apreciaba junto con la perseverancia en la verdad. En
consecuencia, éste tenía la confianza de pedirle a Gayo que continuara ayudando a los
hermanos viajeros en sus visitas. «Harás bien» es una expresión idiomática que significa
«por favor» y es una forma cortés de hacer un pedido.5 Encaminar a los misioneros incluía
equiparlos para el viaje: proveerlos de alimentos y dinero para pagar sus gastos, lavarles la
ropa y generalmente ofrecerles la mayor comodidad posible para el viaje. Pero hay
diversos niveles a los que puede ofrecerse tal ayuda, y el anciano quería que fuera
ofrecida en una forma agradable a Dios y digna de Aquél que da generosa y
abundantemente a sus siervos.7 Si bien los misioneros cristianos debían tener cuidado de
no caer en la tentación de convertir su trabajo en un medio de lucro, y las iglesias debían
estar alerta para no dejarse sorprender por los charlatanes, tal vez era más importante
recordar a las iglesias que no trataran a los misioneros como pordioseros y desacreditaran
el nombre del Dios de quien ellos esperaban su sostén.
Esta exhortación todavía es pertinente hoy. Los pastores y misioneros cristianos viven
confiando en que Dios animará a su pueblo a suplir sus necesidades; es mejor que tal
provisión peque de generosidad y no de mezquindad.
7 El pedido del anciano a Gayo descansa en el hecho de que los misioneros dependen
del pueblo de Dios para su sostén. Esto se debe a que ellos salen a su trabajo misionero
por causa del «Nombre», y no reciben su sostén de la gente a la que evangelizan. El
«Nombre», naturalmente, es el de Jesús,10 y los misioneros trabajaban a su servicio, y
hacían de ese nombre el contenido de su mensaje. Así pues, ellos tenían derecho a
esperar su sostén de Aquél a quien servían como embajadores (2 Co. 6:1). Al no reclamar
sostén de la gente a la que evangelizaban, se guiaban por el principio establecido por
Jesús: «de gracia recibisteis, dad de gracia» (Mt. 10:8). Aceptar pago por el evangelio
anularía el ofrecimiento de la gracia. Asimismo, rebajaría a los misioneros al nivel de los
diversos filósofos populares y predicadores religiosos que buscaban recibir pago por sus
servicios. Además, el ejemplo de Pablo muestra que el negarse a aceptar paga por
predicar el evangelio y aun rehusar el sostén de las iglesias (1 Co. 9:11s) no era
incompatible con realizar trabajo manual o de otra índole para ganarse la vida: el principio
del anciano no excluye un «ministerio de hacer tiendas» (Hch. 18:1–4; 1 Ts. 2:9). Y, quizás
paradójicamente, el derecho de los hombres a recibir el evangelio en forma gratuita no
absuelve a aquellos que han aceptado el evangelio y se han hecho miembros de la iglesia
de sostener la misión cristiana y de compartir sus bienes materiales con aquellos que les
dan instrucción espiritual (1 Co. 9:11; Gá. 6:6), para que así los obreros reciban lo que les
corresponde (1 Co. 9:14). Así que hay una diferencia entre exigir paga por el evangelio y
animar a aquellos cuyos corazones han sido transformados por gracia a expresar en forma
concreta su agradecimiento por la generosidad de Dios para con ellos.
8 Como tiene por costumbre, el anciano concluye su exhortación repitiendo el
pensamiento central. En vista de la determinación de los misioneros de actuar como
embajadores del Nombre y negarse a pedir sostén de los paganos, todos los cristianos (el
uso de «nosotros» es enfático) tienen la obligación de ayudarlos. Como copartícipes de la
verdad, deben probar que son colaboradores en la práctica. La Versión Popular da por
sentado que el anciano y sus lectores deben colaborar con los misioneros para predicar la
verdad,15 pero es posible también traducir, como lo hace la RVR, en el sentido de que
todos los cristianos son colaboradores de la verdad misma.16
Vv. 9–10
9
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre
ellos, no nos recibe.
10
Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras
malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a
los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia.
9 La carta alcanza aquí su climax, para el cual todo lo que ha precedido, en cierto
sentido, ha sido una preparación. El anciano informa a Gayo que él había escrito una carta
a la iglesia, pero que uno llamado Diótrefes «no nos recibe».2 Esto debe de significar que
Diótrefes rehusaba aceptar lo que decía la carta y quizás también que cuando llegó a sus
manos hizo todo lo posible por ocultarla. Aquella carta debe de haber contenido palabras
de recomendación referidas a los predicadores itinerantes. No puede, entonces, haber
sido 1 Juan. Existen mayores posibilidades de que haya sido 2 Juan, pero esto tampoco es
probable. Si aceptáramos esta segunda posibilidad, se seguiría que Diótrefes se oponía a
la denuncia del anciano contra los falsos maestros (2 Jn. 7–11) y como represalia se negó a
aceptar a predicadores que estaban vinculados con el anciano. Pero no hay nada en la
carta que sugiera que Diótrefes adhiriese a doctrinas falsas, y por tanto es mejor suponer
que la carta en cuestión se perdió, algo que no es de sorprender si fue Diótrefes quien la
recibió.
Otra incógnita tiene que ver con la identidad de la iglesia a la cual el anciano había
escrito. La simple frase «la iglesia» seguramente implica que era la congregación local a la
cual pertenecía Gayo. Contra esta teoría se ha objetado que el anciano no hubiera
necesitado informarle a Gayo sobre Diótrefes si él ya conocía el caso. De ahí que muchos
comentaristas piensen que se trata de otra iglesia, y que esto explicaría por qué se dice
que a Diótrefes le gusta ser el que manda entre ellos. Se señala además que el anciano no
sugiere que Gayo intervenga con el fin de amonestar a Diótrefes, y que sólo lo exhorta a
no seguir su ejemplo. Esta interpretación es posible,6 pero no responde al empleo de «la
iglesia». Si la aceptamos, es posible que Gayo haya pertenecido a una iglesia diferente, y
que el anciano temiera que la influencia de Diótrefes se extendiera hasta allí.
Tal vez se puede decir algo a favor de la primera interpretación. Surgen dos
posibilidades que no se excluyen mutuamente. Es posible que el anciano, en vista de que
su carta había sido ocultada por Diótrefes, haya hecho un segundo intento de
comunicarse con la iglesia escribiendo a su amigo Gayo, en la esperanza de que Gayo
compartiera la carta con la iglesia; por lo tanto, escribió de manera algo formal para que la
iglesia supiera que estaba al tanto de la situación y que se disponía a actuar en el asunto.
La otra posibilidad es que Gayo haya vivido a alguna distancia de la iglesia, quizá en un
pueblo donde su hogar era el único hogar cristiano. Esto explicaría la importancia que
tenía su casa como lugar de hospedaje para los misioneros en sus viajes, si había más de
un día de viaje entre las distintas iglesias. Al mismo tiempo, podemos imaginar que, si bien
podía tener huéspedes, su estado de salud no le permitía hacer el viaje a la iglesia para
enfrentar a Diótrefes. Esto explicaría su ignorancia de la situación y el hecho de que
aparentemente no se le pide que haga nada para cambiarla. Dada la naturaleza del caso,
es inevitable hacer suposiciones, y ésta es sólo una de varias posibles reconstrucciones de
la situación, pero se puede sostener que, dada la escasa evidencia disponible, una
propuesta semejante sería adecuada.
En cuanto a Diótrefes, ésta es la única parte del Nuevo Testamento en que aparece, y
ha pasado a la historia como el hombre que ambicionaba ser dirigente de la iglesia. Al
parecer le molestaba el anciano y su influencia en la iglesia. Representaba la causa de la
independencia en un momento en que el sistema de liderazgo de los apóstoles y
evangelistas comenzaba a ser reemplazado por la comformación de iglesias
independientes, y en que la organización más informal de los primeros tiempos
comenzaba a ser reemplazada por algo más complejo y formal. Por lo menos esa es una
interpretación común de la situación y representa un intento de ver las cosas desde el
punto de vista de Diótrefes. Pero haya sido ésta la situación o no, no sería raro en una
iglesia local que una persona con dones de liderazgo o impulsada por la ambición buscara
una posición de autoridad para establecerse como el líder. Ya en el siglo II se verifica el
surgimiento del llamado «liderazgo único», por el cual un «obispo» llegó a ocupar una
posición superior a «los ancianos» en la iglesia local. Sea cual fuere la terminología
empleada—si es que se usaba alguna—lo cierto es que Diótrefes ambicionaba esa
posición. Parecería que veía frustrada su ambición por la influencia del anciano. Quizá
pensaba que tenía base suficiente para su impaciencia. El anciano puede haber sido un
obstáculo en el camino de hombres más jóvenes; quizá se aferraba a su posición en lugar
de renunciar a ella en favor de hombres más jóvenes; quizá parecía conservador y aun
reaccionario cuando los tiempos demandaban medidas nuevas y vigorosas. Sencillamente,
no lo sabemos. Todo lo que tenemos es la interpretación de la situación que hace el
anciano y su juicio en cuanto a que el móvil de Diótrefes era básicamente la ambición y
que la expresaba de una manera anticristiana. Era un peligro que había surgido en
tiempos de Jesús mismo, y los evangelios contienen advertencias contra la búsqueda de
posiciones, advertencias que eran pertinentes en situaciones como ésta en particular (Mt.
23:5–12; cf. 20:24–28). Diótrefes es hoy una advertencia contra el peligro de confundir la
ambición personal con el celo por la causa del evangelio. Cabe notar que no se sugiere en
ningún momento que Diótrefes haya estado en desacuerdo con el anciano en puntos
fundamentales de doctrina. Sin embargo, no expresaba con amor su fidelidad a la verdad
(cf. 2 Jn. 4–6).
10 Era necesario actuar. El anciano esperaba visitar el lugar en breve, y si lo hacía, no
vacilaría en reprender a Diótrefes por lo que estaba haciendo. «Recordaré las obras que
hace» significa que tenía la intención de discutir el asunto con él en busca de una solución
satisfactoria. Al parecer tenía la intención de hacer esto primero a nivel personal y no
abiertamente en la iglesia, pero como el asunto concernía a Diótrefes como líder de la
iglesia y no como individuo, lo segundo también es posible. De todas maneras, el anciano
estaba dispuesto a ejercer su autoridad en el asunto. No es una actitud cristiana
abstenerse de ejercer legítima autoridad cuando hay necesidad de hacerlo; la iglesia
moderna tal vez sea demasiado cautelosa en el ejercicio de la amonestación fraterna y
aun en la disciplina cuando eso es lo que se necesita.
Ciertamente el anciano creía que Diótrefes merecía ser censurado, y no hay razón para
dudar de su veredicto en el asunto. Diótrefes había estado «parloteando con palabras
malignas» contra él, i.e., había estado haciendo acusaciones injustificadas contra él. Y
había pasado de las palabras a los hechos al negarse a recibir en su casa a todo misionero
que estuviera asociado con el anciano15 y al no permitir que los otros miembros de la
iglesia los recibieran; en efecto, si alguien los recibía, lo expulsaba de la iglesia. El hecho de
que Gayo viviera a cierta distancia de la iglesia explicaría la razón por la cual él no fue
expulsado también. Es evidente que la acción de Diótrefes era muy grave, y es digno de
señalarse que la censura del anciano es relativamente moderada; él no estaba dispuesto a
librar una batalla verbal y descender al nivel de su adversario.17
Vv. 11–12
Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el
11
Vv. 13–15
13
Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma,
14
porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara.
La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en
15
particular.
13 El anciano ya había anunciado su intención de visitar a la iglesia (v. 10). En vista de
la visita anunciada se siente relevado de la obligación—que de otra manera hubiera
tenido—de decir mucho más en esta carta.2
14 Espera poder ver a su amigo sin tardanza y tener una tranquila charla personal con
él, en lugar de escribirle. El lenguaje empleado es muy similar al de 2 Juan 12, y si bien la
nota de gozo ante la proximidad del encuentro no es explícita aquí, como en 2 Juan 12,
bien podemos suponer que está implícita.
15 La carta concluye con algunos saludos. Primero, el anciano transmite su propio
saludo a Gayo: «La paz sea contigo.» La introducción de este saludo aquí quizás compense
la ausencia de un saludo inicial, pero era normal concluir una carta con un deseo de este
tipo. Aquí el anciano hace uso del conocido saludo judío que ya había adquirido un
significado más profundo para los cristianos por su empleo por parte de Jesús (Jn. 20:19,
21, 26) y que figura en varias de las cartas del Nuevo Testamento (Ef. 6:23; 1 P. 5:14).
Segundo, «los amigos», i.e., los miembros de la iglesia del anciano, suman su saludo al
del autor, y así se identifican con los sentimientos del anciano y respaldan con su
autoridad las peticiones que él hace.
Por último, el anciano pide que se transmitan sus saludos «a los amigos»
individualmente. Estos pueden ser los miembros de la casa de Gayo o los miembros de la
iglesia que estaban de su parte y no con Diótrefes. Tal vez el anciano esperaba que,
aunque Diótrefes había ocultado su carta a la iglesia, Gayo la compartiera con la iglesia
cuando se presentara la oportunidad, y por tanto incluía saludos a todos los que vivían de
acuerdo con la verdad y eran así «amigos» del autor en el sentido más pleno.2
Introducción a 3 Juan
OCASIÓN Y PROPÓSITO
Tercera de Juan es la más personal de las tres epístolas juaninas. Al igual que 2 Juan, enfoca
el tema del deber que tienen los creyentes de mostrar amor y hospitalidad dentro de los
límites de la fidelidad a la verdad. Segunda de Juan reveló el lado negativo: a los falsos
maestros no debemos concederles hospitalidad en nombre de mostrar amor. Tercera de
Juan expresa la contraparte positiva a ese principio: todos los que acepten la verdad deben
ser amados y cuidados.
Gayo, a quien se destinó esta carta, era un conocido personal de Juan. Un individuo
poderoso e influyente (Diótrefes) en la iglesia de Gayo no quería mostrar hospitalidad a
maestros itinerantes a los cuales Juan aprobaba (vv. 5–8). No solo eso. Diótrefes también
excomulgaba a quienes lo retaban y mostraban hospitalidad a los maestros (v. 10). Llegó
incluso tan lejos como para calumniar al apóstol Juan y desafiar su autoridad apostólica (v.
2
I. Howard Marshall, Las cartas de Juan (Buenos Aires; Grand Rapids, MI: Nueva Creación;
William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 77–91.
10). Juan escribió para animar a Gayo a permanecer fiel a la verdad al seguir mostrando
hospitalidad a desconocidos, tal como había hecho en el pasado (vv. 5–6). Juan también
prometió tratar personalmente con Diótrefes (v. 10) cuando este llegara (v. 14).
Mayor información relacionada con Gayo y Diótrefes se puede hallar en la exposición
de esta epístola.
BOSQUEJO
I. Recomendación en cuanto a hospitalidad cristiana (1–8)
II. Condenación en cuanto a hospitalidad cristiana (9–11)
III. Conclusión en cuanto a hospitalidad cristiana (12–14)
21
Amor sacrificial por quienes son fieles a la verdad
El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad. Amado, yo deseo que tú seas
prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho
me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo
andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la
verdad. Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu
amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que
continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de
los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con
la verdad. (1–8)
La verdad es el tema de esta carta, especialmente en la sección inicial donde esta palabra
aparece cinco veces. Este es un llamado a dar hospitalidad, pero en especial a aquellos que
eran maestros fieles del evangelio de la verdad (cp. 2 Jn. 10–11).
Cuando el apóstol Pablo detalla sus padecimientos por la causa de Cristo (2 Co. 11:22–
33), parte de ese sufrimiento resultó de viajes sin ninguna de las comodidades y seguridades
de los viajes modernos. Sin embargo, la experiencia del apóstol refleja la realidad común de
la vida en el mundo antiguo. Pablo escribió: “En caminos muchas veces; en peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la
ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar” (v. 26), “tres veces he sido azotado con
varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado
como náufrago en alta mar” (v. 25). Según indica la lista, los viajes eran arduos, incómodos
y hasta peligrosos. Los pocos albergues que existían (cp. Lc. 2:7; 10:34) a menudo eran poco
más que burdeles infestados de ratas e insectos y con encargados deshonestos y de mala
reputación. Como resultado, los viajeros que buscaban seguridad dependían en gran
medida de que las personas les abrieran sus casas.
De ahí que la hospitalidad fuera tanto una necesidad como un deber. Incluso en culturas
paganas la necesidad hacía de la hospitalidad una de las mayores virtudes. Es más, algunos
de los dioses inventados por los cananeos estaban dedicados a actuar como protectores de
forasteros y viajeros. Los griegos también veían a los viajeros como seres bajo la protección
de las deidades y, por consiguiente, les mostraban hospitalidad, como William Barclay
observa:
La hospitalidad era un deber sagrado en el mundo antiguo. Los extranjeros
estaban bajo la protección de Zeus Xenius, el dios de los extranjeros (xenos es la
palabra griega para extranjero, que ha dado algunos derivados en español, como
xenofobia)… En el mundo antiguo había un sistema de amistades de hospedaje
mediante el cual distintas familias de partes distintas del país se comprometían
a darse hospitalidad cuando fuera necesario. Esta relación de familias se
prolongaba a través de generaciones, y cuando se solicitaba, el solicitante tenía
que presentar un sumbolon o señal que le identificaba ante su anfitrión. Algunas
ciudades tenían un proxenos al que acudían por hospitalidad o protección los
que tenían que emprender viajes (William Barclay, Comentario al Nuevo
Testamento [Barcelona: Editorial Clie, 1999], p. 1077).
La Biblia hace hincapiés en la importancia de la hospitalidad. Lo que el falso dios Zeus
Xenios supuestamente hizo, el Dios verdadero realmente lo hizo. El Salmo 146:9a declara:
“Jehová guarda a los extranjeros” (cp. Dt. 10:18). Dios encargó a Israel: “No angustiarás al
extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros
fuisteis en la tierra de Egipto” (Éx. 23:9; cp. 22:21; Lv. 19:33–34; 25:35; Dt. 10:19). Entre
aquellos a quienes Dios condena en Malaquías 3:5 estaban los que rechazaban a los
extranjeros.
El Antiguo Testamento relata muchos ejemplos de hospitalidad. Melquisedec
proporcionó pan y vino a Abraham después que este regresara de rescatar a Lot (Gn. 14:18).
Abraham proveyó comida para el Señor y dos ángeles (Gn. 18:1–8), y poco más tarde Lot
albergó a dos ángeles en su casa (Gn. 19:1–3). Labán ofreció hospitalidad al criado de
Abraham (Gn. 24:31–33), Jetro a Moisés (Éx. 2:20), los padres de Sansón al ángel del Señor
(Jue. 13:15), un hombre anciano en Gabaa mostró hospitalidad a un levita (Jue. 19:15, 20–
21), y la mujer sunamita a Eliseo (2 R. 4:8). En defensa de su integridad contra las falsas
acusaciones de sus amigos, Job declaró: “El forastero no pasaba fuera la noche; mis puertas
abría al caminante” (Job 31:32).
La hospitalidad igualmente se destaca en el Nuevo Testamento. La opinión general de
la cultura judía respecto a la hospitalidad está implícita en el encargo de Jesús a los setenta
en Lucas 10:4–7:
No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. En
cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si
hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a
vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den;
porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa.
Zaqueo ofreció hospitalidad a Jesús (Lc. 19:5–7), igual que hicieron la aldea samaritana de
Sicar (Jn. 4:40), Simón el fariseo (Lc. 7:36), otro fariseo anónimo (Lc. 14:1), María, Marta y
Lázaro (Lc. 10:38), Simón el leproso (Mt. 26:6), y los dos discípulos en el camino a Emaús
(Lc. 24:29–30).
Los apóstoles también disfrutaron la hospitalidad de judíos y de gentiles. Pedro se
hospedó en las casas tanto de Simón el curtidor (Hch. 9:43; 10:5–6) como de Cornelio (Hch.
10:24–33, 48). Pablo y sus compañeros recibieron hospitalidad de Lidia (Hch. 16:14–15), el
carcelero en Filipos (Hch. 16:34), Jasón (Hch. 17:5–7), Priscila y Aquila (Hch. 18:1–3), Justo
(Hch. 18:7), Felipe el evangelista (Hch. 21:8), Mnasón (Hch. 21:16), y Publio (Hch. 28:7).
La hospitalidad no era tan solo una obligación cultural, sino aún más un deber cristiano.
Esta es una expresión muy necesaria y práctica del amor que debería caracterizar a la
comunidad de creyentes (cp. Jn. 13:34–35). En Romanos 12:13 Pablo escribió que los
cristianos siempre deben practicar “la hospitalidad”, mientras que Pedro exhortó:
“Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones” (1 P. 4:9). El escritor de Hebreos
mandó a sus lectores: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron ángeles” (He. 13:2). En 1 Timoteo 5:10 Pablo habla de la hospitalidad
como una de las virtudes de una mujer cristiana piadosa. De los ancianos en particular se
requiere que sean hospedadores como una de las exigencias ejemplares para ese cargo (1
Ti. 3:2; Tit. 1:8).
La hospitalidad también era una responsabilidad importante porque el hogar era algo
básico para la vida de la iglesia primitiva (cp. Hch. 2:46; 5:42; 12:12; 16:40; 18:7; 20:20; Ro.
16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2). Los creyentes se reunían en casas para adorar (el primer
edificio conocido de la iglesia data de inicios del siglo III), orar, tener comunión, enseñar,
predicar y discipular. Por eso era común para los cristianos abrir sus puertas a viajeros que
visitaban la iglesia, en especial a maestros fieles de la verdad (3 Jn. 6–8).
Si bien el tema de mostrar amor por medio de hospitalidad se ordena claramente en 2
y 3 Juan, la realidad fundamental por debajo de ese deber es amor y obediencia a la verdad.
Juan exalta la verdad en su segunda carta en que establece el límite exclusivo en que se
muestre hospitalidad solo a aquellos que aceptan la verdad. En la tercera carta afirma el
enfoque inclusivo de que quienes están en la verdad reciben amor y cuidado. Ese énfasis se
hace evidente en el saludo de Juan: El anciano a Gayo.
A diferencia de la moderna correspondencia, se acostumbraba que el escritor antiguo
pusiera su nombre al principio de la carta. Según se indicó en el estudio de 2 Juan 1 en el
capítulo 19 de esta obra, anciano no solo designa la edad de Juan (era muy anciano cuando
escribió esta carta), sino más importante, señala su posición de supervisor espiritual. Como
el último apóstol sobreviviente de Jesucristo, Juan no solo era un anciano, sino el anciano,
el personaje más reverenciado y respetado en la iglesia.
No se saben detalles acerca de Gayo. Hay varios individuos más con ese nombre en el
Nuevo Testamento (Hch. 19:29; 20:4; Ro. 16:23; 1 Co. 1:14). Pero ya que Gayo era uno de
los nombres más comunes en la sociedad romana, es imposible identificar a esta persona
con alguno de ellos. Es evidente que se trataba de un destacado miembro de una iglesia
local, probablemente en alguna parte en Asia Menor, a quien el apóstol Juan conocía en
persona.
Aunque la vida de Gayo permanece oculta, su excelente carácter se revela en el gran
honor que el noble apóstol le diera. El generoso término agapētos (amado) puede incluir
no solo el pensamiento de que este Gayo era amado por la comunidad cristiana (cp. su uso
en Hch. 15:25; Ef. 6:21; Col. 1:7; 2 P. 3:15), sino también por el Señor (cp. Ro. 1:7; Ef. 5:1).
Juan se dirigió a la mujer a quien escribió su segunda epístola como “elegida” (2 Jn. 1); aquí
se dirige a Gayo como amado. Todos aquellos que aman al Señor Jesucristo son tanto
elegidos como amados por Dios. En Colosenses 3:12 Pablo se refirió a los cristianos como
“escogidos de Dios, santos y amados”. La Biblia habla en varias ocasiones del amor de Dios
por sus elegidos (Sof. 3:17; Jn. 13:1, 34; 14:21, 23; 15:9, 12–13; 16:27; 17:23, 26; Ro. 5:5, 8;
8:35–39; 2 Co. 13:14; Gá. 2:20; Ef. 1:4–5; 2:4; 5:2, 25; 2 Ts. 2:16; He. 12:6; 1 Jn. 3:1; 4:9–11,
16, 19; Ap. 1:5; 3:9, 19).
Juan también amaba a este hombre (cp. vv. 2, 5, 11) y lo confesó diciendo que Gayo es
un hombre a quien amo en la verdad (cp. 2 Jn. 1). La verdad, como siempre, es la esfera
común en la cual el verdadero amor bíblico es compartido por los creyentes; una vez más,
el amor y la verdad están inseparablemente vinculados (cp. vv. 3, 4, 8, 12). Hay una
sensación de que los cristianos han de amar a todas las personas (cp. Gá. 6:10), así como
Dios ama al mundo (Mt. 5:44–45; cp. Jn. 3:16; Mr. 10:21). Pero el amor del que Juan habla
aquí es el amor exclusivo que los creyentes tienen por aquellos que están en Cristo y son
fieles a la verdad (Jn. 13:34–35; 15:12, 17; Ro. 12:10; 13:8; 1 Ts. 3:12; 4:9; 2 Ts. 1:3; 1 P.
1:22; 4:8; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7, 11, 12; 2 Jn. 5).
Esta carta gira alrededor de tres individuos y su relación con la verdad y el amor: Gayo,
quien andaba en la verdad y amaba de modo sacrificial (vv. 1–8); Diótrefes, quien rechazaba
la verdad y obstaculizaba el amor sacrificial (vv. 9–11); y Demetrio, quien recibiría amor
sacrificial por su fidelidad a la verdad (v. 12). Juan empieza expresando su preocupación,
elogio y consejo a Gayo.
ELOGIO A GAYO
Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad,
de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan
en la verdad. Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu
amor; (3–6a)
Juan se regocijó mucho cuando algunos hermanos, probablemente predicadores
itinerantes a los que Gayo había mostrado hospitalidad, vinieron… y dieron testimonio de…
la verdad que era eficaz y evidente en la vida de Gayo. La imagen de andar que se usa a
menudo en el Nuevo Testamento se refiere metafóricamente a la conducta diaria (p. ej.,
Mr. 7:5; Lc. 1:6; Jn. 8:12; 11:9–10; 12:35; Hch. 21:21, 24; Ro. 6:4; 8:4; 14:15; 1 Co. 3:3; 7:17;
2 Co. 4:2; 5:7; 10:2–3; Gá. 5:16, 25; 6:16; Ef. 2:2, 10; 4:1, 17; 5:2, 8, 15; Fil. 3:17–18; Col.
1:10; 2:6; 3:7; 1 Ts. 2:12; 4:1; 1 Jn. 1:6–7; 2:6, 11; 2 Jn. 4, 6).
Mostrar hospitalidad era una manifestación de amor, tanto más notable al contrastarla
con el feo rechazo de Diótrefes (v. 10). Sin embargo, Juan no elogió a Gayo por su amor sino
más esencialmente por su compromiso con la verdad. Como siempre ocurre con los
creyentes, el amor genuino de Gayo fluía de su obediencia a la verdad. Juan lo elogió no
solo porque conocía la verdad, sino porque vivía en ella.
Tales elogios no son insólitos en el Nuevo Testamento. Febe fue elogiada por ser una
sierva fiel y de gran ayuda en su iglesia (Ro. 16:1). Priscilla y Aquila, el equipo de marido y
mujer que era muy apreciado para Pablo, fueron elogiados por los grandes sacrificios que
habían hecho en beneficio del apóstol (Ro. 16:3). Estéfanas y su casa, junto con Fortunato
y Acaico, fueron elogiados por su servicio a los santos (1 Co. 16:15–18). Epafrodito fue
elogiado por servir a Pablo, incluso arriesgando su propia vida (Fil. 2:25–30). Epafras fue
doblemente elogiado por su fructífero servicio a Cristo, especialmente su dedicación a orar
por los santos (Col. 1:7; 4:12). A pesar de la falta inicial de Juan Marcos (Hch. 13:13; cp.
15:37–39), Pablo lo elogió por el útil servicio que le prestaba (2 Ti. 4:11). Pedro elogió a
Silvano como un “hermano fiel” (1 P. 5:12). Sin embargo, no hay mayor elogio para un
cristiano que el que Juan le dio a Gayo: quien no solo conocía la verdad revelada por Dios,
sino que también vivía conforme a ella (cp. Lc. 6:46–49; 11:28; Jn. 13:17; Stg. 1:22–23).
El comentario general de Juan, no tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos
andan en la verdad (cp. 2 Jn. 4), expresa el objetivo final de todo ministro verdadero. Ese
objetivo no es solo enseñar la verdad, o incluso saber que su gente la entiende, sino
comprobar que las personas creen, aman y obedecen la verdad (cp. 1 Co. 4:14–16; 1 Ts.
2:11, 19–20; 3:1–10). El escritor de Hebreos exhortó a sus lectores: “Obedeced a vuestros
pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de
dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es
provechoso” (He. 13:17). La gran tristeza de ministrar a las personas es que sean
indiferentes o rebeldes hacia la Palabra de Dios.
Con Gayo no había dicotomía entre credo y conducta, entre profesión y práctica. La
enfática posición del pronombre mis en el texto griego podría significar que Gayo se había
convertido bajo el ministerio de Juan.
El apóstol explica así la obediencia de Gayo hacia la verdad: fielmente te conduces
cuando prestas algún servicio a los hermanos. Gayo sin duda ofrecía hospedaje, comida y
quizás dinero a los predicadores del evangelio, supliéndoles sus necesidades, incluso
aunque fueran desconocidos para él. La verdadera fe que salva, tal como la que Gayo
poseía, siempre produce buenas obras (Ef. 2:8–10; 1 Ti. 2:10; 5:10; 6:18; Stg. 2:14–26). Los
misioneros estaban tan impresionados con el servicio humilde que Gayo les ofreció, que al
regresar a Éfeso dieron ante la iglesia testimonio del amor de este hombre. Coherente con
la devoción de Gayo hacia la verdad, estaba el hecho de que él era un modelo de alguien
que vivía “compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad”
(Ro. 12:13).
22
El hombre al que le encantaba la preeminencia
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos,
no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con
palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los
hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. Amado,
no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo
malo, no ha visto a Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y
también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es
verdadero. Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y
pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. La paz sea contigo. Los
amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular. (9–15)
Una de las características que definen a todo corazón humano es el orgullo (Pr. 21:4). El
orgullo hace que las personas se olviden de Dios (Dt. 8:14; Os. 13:6), que le sean infieles (2
Cr. 26:16), desagradecidas con Él (2 Cr. 32:24–25), y que se conviertan en una abominación
para Dios (Pr. 16:5). Fue a través del orgullo que el pecado entró en el universo, cuando
Satanás intentó exaltarse por encima de Dios (Is. 14:12–14; cp. 1 Ti. 3:6).
Igual que sucedió con el diablo, el orgullo lleva a los seres humanos a tratar de exaltarse.
Siempre habrá individuos orgullosos, egoístas y que se promocionan a sí mismos, tratando
de usurpar la autoridad, apoderarse de los lugares de preeminencia, y elevarse por encima
de los demás, incluso de Dios. Estos sujetos manipulan y tienden a dominar en las posiciones
de poder, influencia y protagonismo. La Biblia registra a muchas de esas personas, las cuales
forman una clase de “Salón de la vergüenza”, en contraste con los héroes de la fe
mencionados en Hebreos 11.
La historia del orgullo humano comenzó en el huerto del Edén. Igual que ocurrió en la
caída de Satanás, el orgullo fue un ingrediente importante en el acto de desobediencia que
catapultó a la humanidad en el pecado. Eva comió del fruto prohibido en parte porque creyó
la mentira de Satanás de que ella llegaría a ser tan sabia como Dios (Gn. 3:5–6). Además,
cuando decidió comer del fruto, sin consultar con Adán, Eva se encumbró por sobre su
esposo, usurpándole el papel en el orden creado (1 Ti. 2:13; cp. 1 Co. 11:3–10). Está claro
entonces que el orgullo estaba en acción desde el mismo instante en que el pecado entró
al mundo.
El siguiente capítulo del Génesis presenta a Lamec, un descendiente de Caín, el primer
asesino. Lamec también fue un asesino (así como el primer polígamo conocido). Tal como
el asesinato de Caín fue motivado por envidia orgullosa, las matanzas de Lamec fueron
consecuencia del orgullo. En el primer poema registrado en la historia humana, Lamec se
jactó con arrogancia delante de sus esposas:
Ada y Zila, oíd mi voz; mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón
mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín,
Lamec en verdad setenta veces siete lo será (Gn. 4:23–24).
Quizás Enoc tenía a Lamec en mente cuando profetizó: “He aquí, vino el Señor con sus
santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los
impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que
los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14–15).
Génesis 10 y 11 relatan la historia de Nimrod, otro personaje lleno de orgullo. Génesis
10:8 lo describe como “el primer poderoso en la tierra”. Es probable que su nombre se
relacione con una palabra hebrea que significa “rebelarse”, aunque la expresión traducida
“poderoso” se refiere a alguien que se magnifica a sí mismo, que actúa con soberbia, o que
es un tirano. La descripción de Nimrod como un “vigoroso cazador” (v. 9) podría indicar su
destreza para cazar animales, o para cazar personas con el propósito de esclavizarlas. Fue
bajo su liderazgo que se construyó la torre de Babel, un monumento a la altivez humana y
la rebelión contra Dios (Gn. 11:1–9). Nimrod también fue el fundador de lo que más tarde
se convirtiera en los imperios babilónico y asirio (cp. Gn. 10:10–12). Derek Kidner escribe
respecto al carácter de Nimrod: “Nimrod aparece en la antigüedad como el primero de los
‘grandes hombres que están en la tierra’, recordado por dos aspectos que el mundo admira:
habilidad personal y poder político” (Genesis, The Tyndale Old Testament Commentaries
[Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1979], p. 107).
Cuando Israel deambulaba por el desierto, “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada
uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron
delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de
Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lv. 10:1–2). Estos dos sacerdotes, hijos
de Aarón, en su primer acto sacerdotal violaron en alguna manera específica la prescripción
divina para ofrecer incienso. La conducta de ellos, quizás estando borrachos (cp. Lv. 10:8–
10), les traicionó su rebelde imprudencia, irreverencia y preferencia por hacer su voluntad
por sobre los mandatos específicos de Dios. Los dos decidieron hacer las cosas a su manera,
y pagaron el precio más elevado por tan altiva independencia. También durante el vagar
por el desierto los propios hermanos de Moisés, Aarón y María, trataron de elevarse a sí
mismos hasta el nivel de su hermano (Nm. 12:1–3). El Señor juzgó severamente a los dos
por su arrogancia y presunción (vv. 4–15).
Durante la época sin ley de los jueces, Abimelec, el hijo de Gedeón, quiso ser rey. Tan
apasionada era su ansia de poder que asesinó a setenta de sus hermanos en un intento por
eliminar a todos los rivales posibles (Jue. 9:1–6). Pero el reinado de Abimelec llegó a un final
prematuro y vergonzoso. Mientras sitiaba a la ciudad de Tebes, “una mujer dejó caer un
pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le rompió el cráneo” (v. 53).
En la agonía de la muerte, el monarca realizó un intento desesperado y orgulloso de evitar
la vergüenza de morir por mano de una mujer. “Entonces llamó apresuradamente a su
escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató.
Y su escudero le atravesó, y murió” (v. 54). A pesar de su intento por encubrirlo, la muerte
vergonzosa de Abimelec quedó registrada en la Biblia para siempre.
La búsqueda de poder y protagonismo de parte de Absalón lo llevó a encabezar un golpe
de estado contra su propio padre, el rey David. Pero sus días en la tierra fueron efímeros, y
enfrentó un final ignominioso. Mientras huía de los hombres de David a través de un bosque
espeso, la mula de Absalón pasó por debajo de una encina. La cabellera del joven se enredó
en las gruesas ramas del árbol, dejándolo suspendido indefenso en el aire. Pronto fue
ejecutado por Joab, el general de David (2 S. 18:9–15).
Otro de los hijos de David, Adonías, también trató de usurpar el trono de su padre. En
los últimos días de la vida de David, “Adonías hijo de Haguit se rebeló, diciendo: Yo reinaré.
Y se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante
de él [igual que había hecho su hermano Absalón; 2 S. 15:1]” (1 R. 1:5). Sin embargo, su
intento de apoderarse del trono fracasó, frustrado por la rápida acción del profeta Natán
(vv. 11–48). Al recibir misericordia por parte del rey Salomón (vv. 50–53), Adonías le pagó
esa bondad conspirando para derrocarlo (1 R. 2:13–21). Pero Salomón se dio cuenta de la
maquinación, y lo hizo ejecutar (vv. 22–25).
No contento con ser rey, Uzías trató de usurpar la función de los sacerdotes. De acuerdo
con 2 Crónicas 26:16, “cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque
se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en
el altar del incienso”. A Uzías se le opusieron valientemente Azarías y ochenta sacerdotes,
quienes le advirtieron que estaba sobrepasando sus límites (vv. 17–18). Furioso, altanero y
seguro de sí mismo Uzías amenazó a los sacerdotes y de inmediato Dios lo hirió con lepra
(v. 18). Durante el resto de su vida Uzías vivió marginado en una casa aislada, y su hijo Jotam
asumió los deberes reales (v. 21).
El libro de Ester relata la historia de Amán, el gran enemigo del pueblo judío.
Obsesionado con su propia importancia tras ser elevado a una alta posición en el imperio
persa, Amán se enfureció porque Mardoqueo no quiso rendirle honores (Est. 3:5). Por
consiguiente, Amán instigó una matanza con el fin de exterminar a los judíos, el pueblo de
Mardoqueo, (v. 6). Sin embargo, al final fue Amán quien pereció, colgado en la misma horca
en que había planeado ejecutar a Mardoqueo (Est. 7:10).
Nabucodonosor era el rey del poderoso imperio babilónico. Un día mientras caminaba
por la azotea de su palacio real en Babilonia, “habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran
Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi
majestad?” (Dn. 4:30). Pero su orgullo fue rápidamente humillado y aplastado:
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te
dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres
te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes
te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el
Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En
la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre
los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío
del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de
las aves (vv. 31–33).
En el Nuevo Testamento, el presuntuoso rey Herodes Agripa i decidió celebrar una
fiesta. Mientras él pronunciaba un discurso, el embelesado pueblo incapaz de contenerse
“aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre!” (Hch. 12:22). Debido a que Herodes se
negó a darle la gloria a Dios, un ángel del Señor lo hirió y murió (v. 23), provocando un
brusco e inesperado final a las festividades.
Los cuatro evangelios describen todo un grupo de hombres jactanciosos que buscaron
preeminencia, concretamente los escribas y fariseos. Jesús dijo de ellos:
Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus
filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en
las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas,
y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí (Mt. 23:5–7).
Estos son de los que se justifican a sí mismos delante de los hombres (Lc. 16:15), “por
pretexto hacen largas oraciones” (Lc. 20:47), reciben “gloria los unos de los otros” (Jn. 5:44),
y les encanta “más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Jn. 12:43).
La ambición orgullosa apareció incluso entre los propios discípulos de Jesús. Mateo
20:20–21 narra que “se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos,
postrándose ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en
tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”.
Santiago y Juan usaron la supuesta influencia que su madre tenía sobre Jesús para pedir
lugares destacados en el reino. No obstante, en vez de concederles su petición, Jesús usó la
ocasión para instruir a sus discípulos con relación a la importancia de la humildad:
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas
entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros
será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos (vv. 25–28).
En esta tercera epístola el apóstol Juan presenta a Diótrefes, otro más en la larga línea
de los individuos que buscan preeminencia. El versículo 9 marca un cambio brusco en el
tono de la carta. Los ocho primeros versículos alaban a Gayo por mostrar amor sacrificial
hacia los misioneros que llegaban a su iglesia. Pero al comenzar el versículo 9, el tono es
todo lo contrario, cuando Juan reprende con dureza a un hombre llamado Diótrefes por
negarse a mostrar hospitalidad hacia los siervos del evangelio, y por negarse a permitir que
otros sí lo hicieran. El apóstol desenmascara la ambición personal y las acciones perversas
de Diótrefes, y ofrece a otro hombre, Demetrio, como un contraste digno de elogio para él.
9
Es la Verdad
3 Juan
La batalla por la verdad y contra los apóstatas se libra no solo en el hogar (2 Juan), sino,
en especial, en la iglesia local; y allí es donde entra 3 Juan. Esta breve carta (la epístola más
corta del Nuevo Testamento en el griego original) nos da un vistazo de la iglesia primitiva,
su gente y sus problemas. Al leerla, te hallarás diciendo: “¡Los tiempos no han cambiado
mucho!¡Tenemos gente y problemas similares hoy!”.
Una de las expresiones clave en esta carta es dar testimonio (v. 3, “dieron testimonio”;
vs. 6, 12, “han dado testimonio”, “damos testimonio”). No solo se refiere a las palabras que
decimos, sino a las vidas que vivimos. Todo creyente es un testigo; sea bueno o malo.
Estamos cooperando con la verdad (v. 8) o estorbándola.
Esta carta se dirige a Gayo, uno de los líderes de la congregación. Pero Juan también
considera a otros dos hombres en estos versículos: Diótrefes y Demetrio. Dondequiera que
hay personas, hay problemas; y el potencial para resolver esos problemas. Cada uno de
nosotros debe, con sinceridad, enfrentar la pregunta: “¿Soy parte del problema o de la
respuesta?”.
3
John MacArthur, 1 Pedro a Judas, trans. Ricardo Acosta, Comentario MacArthur del
Nuevo Testamento (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2017), 638–657.
Considera a los tres hombres que intervienen en esta carta y observa la clase de
creyentes que eran.
4
Warren W. Wiersbe, Alertas en Cristo: Estudio expositivo de 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas
(Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2013), 130–144.