El Temor de Dios

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Este fue originalmente A Treatise of the


Fear of God; Showing What It Is, and How Distinguished from That Which Is
Not So, de dominio público. Impreso en EE.UU.

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Palabras del editor
«El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» y
«manantial de vida», el fundamento sobre el cual descansa
toda sabiduría, así como la fuente de donde emana. Toda la
sutil malignidad de Satanás está dirigida sobre este principio
tan inmensamente importante, y tiene el propósito de
extraviar, si fuera posible, a los mismos elegidos; mientras que
los impíos e impenitentes caen bajo sus artimañas. Para la
mente iluminada por la verdad divina, la diferencia entre un
temor filial de ofender a Dios y el temor al castigo es muy clara.
Sin embargo, algunos de los cristianos más piadosos han sido
desconcertados y confundidos por las falacias del diablo.
Bunyan no ignoraba las artimañas de Satanás, y ha despertado
las energías de su poderosa mente, guiada por la verdad divina,
para hacer que esta doctrina tan importante sea muy clara y
fácil de entender, de modo que el creyente no caiga en el error.
4 EL TEMOR DE DIOS

Este excepcional volumen, publicado por primera vez en


1679, pronto se hizo tan escaso que Chandler, Wilson,
Whitefield y otros lo omitieron de sus ediciones de las obras de
Bunyan. Finalmente apareció en la colección más completa de
Ryland y Mason, hacia 1780. Desde entonces ha sido
reimpreso, algo modernizado, por la Tract Society, a partir de
una copia original, descubierta por ese ferviente amante de
Bunyan, el reverendo Joseph Belcher. De esta edición se
imprimieron cuatro mil ejemplares.
Bunyan traza la gran línea de distinción entre el terror y el
espanto de Dios, como el infinitamente Santo, ante el cual
todo pecado debe sufrir la intensidad del castigo; y el amor de
Dios, como el Padre de misericordias y la fuente de bendición
en el don de Su Hijo, y un sentido de adopción en Su familia,
por las influencias de las cuales el alma teme ofenderlo. Este
temor es puramente evangélico, porque si se deposita la más
mínima dependencia en cualquier supuesta buena obra
nuestra, el temor filial de Dios es absorbido por el miedo y el
terror, porque la salvación depende de la perfección de la
santidad, sin la cual nadie puede entrar en el cielo, pero que
solo se encuentra en Cristo.
El Sr. Mason, al leer este tratado, expresó así sus
sentimientos: «Cuando el temor del Señor es un principio
permanente, inculcado en el alma por el Espíritu divino, es
una señal indudable de elección para la vida eterna; porque las
promesas más preciosas se hacen a los temerosos de Dios,
incluso las bendiciones del pacto eterno. Los tales están
seguros de estar protegidos de todo enemigo, de ser guiados
por un consejo infalible y, lo que coronará todo, de ser amados
por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo hasta que, por la gracia
todopoderosa y eficaz, sean trasladados a esas mansiones de
gloria y bienaventuranza preparadas para ellos, donde
cantarán las alabanzas del Dios del pacto por toda la
eternidad».
Que esta sea la experiencia bendita de todos los que lean en
oración este importante tratado.
George Offor, editor.
«Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová»,
Salmo 128:1.

«Temed a Dios», Apocalipsis 14:7.

Esta exhortación no se encuentra solo aquí en el texto, sino


que se encuentra en varios otros lugares de la Escritura y se
presenta con gran vehemencia a los hijos de los hombres,
como en Ec 12:13 y 1P 1:17, entre otros. No les presentaré un
largo preámbulo o introducción al asunto, ni me detendré en
el contexto, sino que iré directamente a las palabras mismas y
trataré brevemente del temor de Dios. Como ven, el texto nos
presenta un asunto de suma relevancia en cuanto a Dios y el
temor de Él.
Primero, nos presentan a Dios, el Dios vivo y verdadero,
creador de los mundos y sostenedor de todas las cosas por la
palabra de Su poder, y de una majestad incomprensible. Todas
las naciones son menos que la gota de un cubo, y que el
pequeño polvo de la balanza en comparación con Él. Este es
Aquel que llena el cielo y la tierra, y está presente en todas
partes con los hijos de los hombres, contemplando lo malo y
lo bueno; porque ha puesto Sus ojos en todos sus caminos.
Así que, considerando que por el texto hemos presentado a
nuestras almas al Señor Dios y Creador de todos nosotros,
quien también será nuestro Salvador o Juez, tenemos la
obligación, por la razón y el deber, de prestar la atención más
sincera a las cosas que se dirán, y ser muy cuidadosos en
recibirlas y ponerlas en práctica. Porque, como dije, así como
nos presentan al Dios poderoso, así nos exhortan al más alto
deber hacia Él, que es temerle. Me refiero a Él como el deber
6 EL TEMOR DE DIOS

más alto, porque es, como yo lo llamo, no solo un deber en sí


mismo, sino, por así decirlo, la sal que sazona todo deber.
Porque no hay ningún deber que realicemos que pueda ser
aceptado por Dios, si no está sazonado con temor piadoso. Por
lo cual dice el apóstol: «Demostremos gratitud, mediante la
cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y
reverencia». Es de este temor que estaré hablando, pero debido
a que esta palabra temor es tomada de diversas maneras en la
Escritura, y debido a que puede sernos provechoso verla en su
variedad, he escogido hacerlo de esta manera para mostrarles
incluso la naturaleza de la palabra en sus diversas acepciones,
especialmente en las más importantes. PRIMERO. Por esta
palabra temor debemos entender incluso a Dios mismo, que es
el objeto de nuestro temor. SEGUNDO. Por esta palabra temor
debemos entender la Palabra de Dios, la regla y lo que dirige
nuestro temor. Ahora nos referiremos a la palabra temor,
entendida de la siguiente manera.

1. Esta palabra temor en referencia a


Dios mismo
PRIMERO. Esta palabra «temor», EN LO QUE TIENE QUE
VER CON DIOS MISMO, quien es el objeto de nuestro temor.
Por esta palabra temor, como ya he dicho, debemos
entender a Dios mismo, quien es el objeto de nuestro temor;
porque a la majestad divina a menudo se le llama con este
mismo nombre. Este es el nombre con que Jacob lo llamó
cuando él y Labán se reclaman mutuamente en el monte
Galaad. Después de que Jacob había escapado a la casa de su
padre, dijo: «Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor
de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora
con las manos vacías». Así también, poco después, cuando
Jacob y Labán acuerdan hacer un pacto de paz entre ellos,
aunque Labán, como lo hacen los paganos, incluye al Dios
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 7

verdadero junto al falso, sin embargo, «Jacob juró por aquel a


quien temía Isaac su padre» (Gn 31:42,53)1
Por el temor, es decir, por el Dios de su padre Isaac. Y, en
efecto, Dios bien puede ser llamado el temor de Su pueblo, no
solo porque por Su gracia lo han hecho objeto de su temor,
sino por el terror y la terrible majestad que hay en Él. Es «Dios
grande, fuerte, temible» y «En Dios hay una majestad terrible»
(Dn 7:28; 10:17; Neh 1:5; 4:14; 9:32; Job 37:22). ¿Quién conoce
el poder de Su ira? «Los montes tiemblan delante de Él, y los
collados se derriten; la tierra se conmueve a Su presencia, y el
mundo, y todos los que en él habitan. ¿Quién permanecerá
delante de Su ira?, ¿y quién quedará en pie en el ardor de Su
enojo? Su ira se derrama como fuego, y por Él se hienden las
peñas» (Nah 1:5-6). Su pueblo lo conoce y tiene Su temor
sobre él, y en virtud de esto se engendra y mantiene ese temor
piadoso y una reverencia a Su majestad que es conforme a su
profesión de Él. «Sea Él vuestro temor, y Él sea vuestro
miedo». Pon Su majestad ante los ojos de tu alma, y que Su
excelencia te haga temer con temor piadoso (Is 8:13).
Estas son las cosas que hacen que Dios sea el temor de Su
pueblo.
Primero. Su presencia es terrible, y no solo Su presencia
común, sino Su presencia especial, sí, Su presencia más
familiar y deleitosa. Cuando Dios viene a traer a un alma
noticias de misericordia y salvación, incluso esa visita, esa
presencia de Dios, es temible. Cuando Jacob iba de Beerseba a
Harán, se encontró con Dios en el camino por medio de un
sueño, en el cual vio una escalera puesta sobre la tierra, cuya
cúspide llegaba al cielo; ahora bien, en este sueño, desde la
cúspide de esta escalera, vio al Señor y le oyó hablarle, no
amenazadoramente, no con semblante airado, sino de la
1
Esta es una ilustración muy notable del temor piadoso. Jacob no jura por la
omnipresencia u omnisciencia de Dios, ni por Su omnipotencia, ni por Su
amor o misericordia en Su pacto, ni por el Dios de Abraham, sino por «por
aquel a quien temía Isaac su padre», el único objeto de su adoración. Una
apelación a Jehová de lo más llamativa y solemne, que fija en nuestros
corazones aquel proverbio divino: «El principio de la sabiduría es el temor de
Jehová», la fuente de toda felicidad, tanto en el tiempo como en la eternidad.
8 EL TEMOR DE DIOS

manera más dulce y bondadosa, saludándolo con promesa de


bondad tras promesa de bondad, como puedes ver en el texto.
Sin embargo, puedo decir que cuando despertó, toda la gracia
revelada en esta visión celestial no pudo evitar el temor y el
miedo a la majestad de Dios. «Y despertó Jacob de su sueño, y
dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y
tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa
que casa de Dios, y puerta del cielo» (Gn 28:10-17).
En otro momento, es decir, cuando Jacob tuvo aquella
memorable visita de Dios, en la cual le dio poder como
príncipe para que estuviera con él; sí, y le dio un nombre, para
que al recordarlo pudiera traer a su mente de una mejor
manera el favor de Dios; sin embargo, aun entonces y ahí, tal
temor de la majestad de Dios se apoderó de él, que se fue de
aquel lugar maravillado de haber conservado su vida (Gn
32:30). El hombre se desmorona hasta el polvo ante la
presencia de Dios; sí, aunque Él se nos muestre en Sus
vestiduras de salvación. Hemos leído cuán espantosa y terrible
ha sido para los hombres incluso la presencia de los ángeles,
aun cuando les han traído buenas nuevas del cielo (Jue 13:22;
Mt 28:4; Mr 16:5-6).
Ahora bien, si los ángeles, que no son más que criaturas,
son, por la gloria que Dios ha puesto en ellos, tan temibles y
terribles en su apariencia para los hombres, ¡cuánto más
temible y terrible debe ser Dios mismo para nosotros, que no
somos más que polvo y ceniza! Cuando a Daniel le fue enviada
del cielo la visión de su salvación, fue así: «Daniel», dijo el
mensajero, «varón muy amado»; sin embargo, he aquí que el
espanto y el terror de la persona que hablaba cayeron con tal
peso sobre el alma de este buen hombre, que no pudo
sostenerse en pie ni soportarlo. Se puso en pie temblando, y
exclamó: «Señor mío, con la visión me han sobrevenido
dolores, y no me queda fuerza. ¿Cómo, pues, podrá el siervo de
mi señor hablar con mi señor? Porque al instante me faltó la
fuerza, y no me quedó aliento» (Dn 10:16-17). Observa aquí si
la presencia de Dios no es algo temible y espantoso; sí, incluso
Sus apariciones más llenas de gracia y de misericordia,
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 9

¿cuánto más, entonces, cuando se nos muestra como alguien


que desaprueba nuestros caminos, como alguien que se siente
ofendido por nuestros pecados?
Y hay tres cosas que, de manera eminente, hacen que Su
presencia nos resulte terrible.
1. La primera es la propia grandeza y majestad de Dios; la
revelación de esto, o de Él mismo de esta manera, incluso
como ningún pobre mortal es capaz de concebirlo, es
totalmente insoportable. El hombre a quien Él se le revela de
esta manera muere. «Cuando le vi», dice Juan, «caí como
muerto a Sus pies» (Ap 1:17). Esto era lo que Job quería evitar
el día en que se acercara a Él. «Aparta de mí tu mano, y no me
asombre tu terror. Llama luego, y yo responderé; o yo hablaré,
y respóndeme tú» (Job 13:21-22). Pero ¿por qué Job habla así
a Dios? Porque tenía la sensación de la terrible majestad de
Dios, el Dios grande y terrible que guarda el pacto con Su
pueblo. La presencia de un rey es terrible para el súbdito, sí,
aunque sea muy condescendiente. Entonces, si hay tanto
terror y gloria en la presencia del rey, ¿cuánto temor y terror
debe haber, piensas tú, en la presencia del Dios eterno?
2. Cuando Dios revela Su presencia a Su pueblo, Su
presencia hace que se vean a sí mismos como lo que son más
que en otras ocasiones, a la luz de cualquier otra cosa. «Señor
mío», dijo Daniel, «con la visión me han sobrevenido dolores»;
y por qué fue eso, sino porque por la gloria de esa visión vio su
propia vileza más que en otras ocasiones. Así también: «Quedé,
pues, yo solo», dice, «y vi esta gran visión»; ¿y qué sigue? «No
quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en
desfallecimiento, y no tuve vigor alguno» (Dn 10:8,16). Por la
presencia de Dios, cuando la tenemos en verdad, aun nuestras
mejores cosas, nuestra hermosura, nuestra santidad y justicia,
todo se convierte inmediatamente en corrupción y en harapos
contaminados.
El resplandor de Su gloria los oscurece como la clara luz
del sol brillante apaga la gloria del fuego o de la vela, y los
cubre con la sombra de la muerte. Esto se puede ver también
en aquella visión del profeta Isaías. «¡Ay de mí!», dijo él, «soy
10 EL TEMOR DE DIOS

muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y


habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos».
¿Por qué, cuál es el problema? ¿Cómo llegó el profeta a esta
visión? Porque, dice él, «han visto mis ojos al Rey, Jehová de
los ejércitos» (Is 6:5). Pero ¿crees que este clamor fue causado
por la incredulidad? No, tampoco fue engendrado por un
temor servil. Esto fue para él la visión de su Salvador, con
quien también había tenido comunión antes (vv 2-5). Fue la
gloria de aquel Dios con quien ahora se relacionaba, lo que
convirtió, como en el caso de Daniel, su atractivo en
corrupción, y lo que le dio un sentido aún mayor de la
desproporción que había entre su Dios y él, y así una mayor
visión de su naturaleza manchada y contaminada.
3. Si a esto añadimos la revelación de la bondad de Dios, Su
presencia nos resultará necesariamente terrible; porque
cuando una pobre criatura contaminada vea que este gran
Dios tiene, a pesar de Su grandeza, bondad en Su corazón y
misericordia para concederla, Su presencia será aún más
terrible. «Temerán a Jehová y a Su bondad» (Os 3:5). Tanto la
bondad como la grandeza de Dios engendran en el corazón de
Sus elegidos una terrible reverencia a Su majestad. «¿No me
teméis? dice el Señor; ¿no temblaréis ante mi presencia?». Y
luego, para llamar la atención de nuestra alma al deber, añade
una de Sus maravillosas misericordias para con el mundo,
como motivación: «¿A mí no me temeréis?». ¿Por qué, quién
eres tú? Responde: Yo mismo, «que puse», o coloqué, «arena
por término al mar, por ordenación eterna la cual no
quebrantará? Se levantarán tempestades, mas no
prevalecerán; bramarán sus ondas, mas no lo pasarán» (Jr
5:22). También, cuando la presencia de Dios estaba con Job,
manifestándole la bondad de Su gran corazón, ¿qué dice?
¿cómo se comporta en su presencia? «De oídas te había oído»,
dice, «mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y
me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:5-6).
¿Y qué significan los temblores, las lágrimas, esos
quebrantos y estremecimientos de corazón que acompañan al
pueblo de Dios, cuando de manera eminente reciben de Su
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 11

boca la declaración del perdón de los pecados, sino el terror de


la majestad de Dios ante sus ojos junto con ello? Dios debe
manifestarse como Él mismo, hablar al alma como Él mismo;
y el pecador no puede, cuando está bajo estas gloriosas
revelaciones de su Señor y Salvador, apartar los rayos de Su
majestad de los ojos de su entendimiento. «Los limpiaré», dice
Él, «de toda su maldad con que pecaron contra Mí; y perdonaré
todos sus pecados con que contra Mí pecaron, y con que contra
Mí se rebelaron».
¿Y entonces qué? «Y temerán y temblarán de todo el bien y
de toda la paz que yo les haré» (Jr 33:8-9). Hay en el mundo
una compañía de profesantes mediocres, ligeros y frívolos, que
se comportan bajo lo que ellos llaman la presencia de Dios,
más como payasos que como cristianos sensatos y sobrios; sí,
más como tontos de una obra de teatro que los que tienen la
presencia de Dios. No lo harían en presencia de un rey, ni aun
del señor de su tierra, si no fueran receptores de misericordia
de su mano. Lo hacen incluso en sus momentos más elevados,
como si la percepción y la vista de Dios, y Su bendita gracia
para sus almas en Cristo, tuvieran una tendencia en ellos a
hacer a los hombres licenciosos; pero en verdad es la visión
más humillante y desgarradora del mundo; es temible.2
Objeción. Pero ¿no quieres que me regocije al ver y percibir
el perdón de mis pecados?
Respuesta. Sí, pero quisiera que cuando Dios te diga que
tus pecados ciertamente han sido perdonados, esta sea tu
reacción: «alegraos con temblor» (Sal 2:11). Porque entonces
tendrás un gozo firme y piadoso; en esto, un corazón gozoso y
unos ojos humedecidos van de la mano; y así será más o
menos. Porque si Dios en verdad viene a ti y te visita con el

2
Es de una importancia solemne que sintamos la gran diferencia entre la
familiaridad santa y la profana con Dios. ¿Nos ha adoptado en Su familia?
¿Podemos, por haber nacido de nuevo, decir «Padre nuestro»? Él está en el
cielo, nosotros en la tierra. Él es infinito en pureza; Santo, Santo, Santo es Su
nombre. Nosotros estamos contaminados, y solo podemos acercarnos a Su
presencia en la justicia del Salvador y Mediador. Entonces, oh alma mía, si
es tu felicidad acercarte al trono de la gracia con audacia santa, que sea con
reverencia y temor piadoso.
12 EL TEMOR DE DIOS

perdón de los pecados, esa visita quita la culpa, pero aumenta


el sentido de tu inmundicia, y el entendimiento de que Dios ha
perdonado a un pecador inmundo, te hará regocijarte y
temblar a la vez. Oh, la bendita confusión que entonces cubrirá
tu rostro mientras tú, incluso tú, que eres tan vil desdichado,
estés delante de Dios para recibir de Su mano tu perdón, y así
las primicias de tu salvación eterna: «Para que te acuerdes y te
avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu
vergüenza, cuando Yo perdone todo lo que hiciste, dice Jehová
el Señor» (Ez 16:63). Pero,
Segundo. Como la presencia, así el nombre de Dios es
terrible y temible: por lo cual Su nombre va justamente bajo
el mismo título: «Temiendo este nombre glorioso y temible:
JEHOVÁ TU DIOS» (Dt 28:58). ¿Qué es el nombre de Dios, sino
aquello por lo cual se le distingue y se le conoce de todos los
demás? Los nombres son para distinguir; así el hombre se
distingue de las bestias y los ángeles de los hombres; así, el
cielo de la tierra y las tinieblas de la luz; especialmente cuando
por el nombre se indica y expresa la naturaleza de la cosa; y así
fue en su origen, pues entonces los nombres expresaban la
naturaleza de la cosa así nombrada. Y por eso es que el nombre
de Dios es objeto de nuestro temor, porque por Su nombre se
expresa Su naturaleza: «Santo y temible es Su nombre» (Sal
111:9). «Y pasando Jehová por delante de él, proclamó:
¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para
la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión
y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado» (Ex 34:6-7).
También, lo que se quiere significar con Sus nombres: Yo
soy, JAH, Jehová y otros más, es Su naturaleza, como Su
poder, sabiduría, eternidad, bondad y omnipotencia, entre
otros, podría ser expresado y declarado. El nombre de Dios es,
por tanto, el objeto del temor del cristiano. David rogó a Dios
que unificara su corazón para temer Su nombre (Sal 86:11).
De hecho, el nombre de Dios es un nombre temible y siempre
debe ser reverenciado por Su pueblo: sí, Su «nombre debe ser
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 13

temido por los siglos de los siglos», y eso no solo en Su iglesia


y entre sus santos, sino también en el mundo y entre las
naciones: «Las naciones temerán el nombre de Jehová, Y todos
los reyes de la tierra tu gloria» (Sal 102:15). Dios nos dice que
Su nombre es temible, y que se complace en ver a los hombres
atemorizados ante Su nombre. Sí, una de las razones por las
que ejecuta tantos juicios sobre los hombres como lo hace, es
para que otros puedan ver y temer Su nombre. «Y temerán
desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento
del sol» (Is 59:19; Mal 2:5).
El nombre de un rey es un nombre de temor: «Yo soy gran
Rey, dice Jehová de los ejércitos» (Mal 1:14). El título de señor
es un nombre de temor: «Y si soy señor, ¿dónde está mi temor?
dice Jehová de los ejércitos» (v. 6). Sí, temer rectamente al
Señor es señal de un corazón donde hay gracia. Y de nuevo: «A
vosotros los que teméis mi nombre», dice, «nacerá el Sol de
justicia, y en Sus alas traerá salvación» (Mal 4:2). Sí, cuando
Cristo venga a juzgar al mundo, dará recompensa a Sus siervos
los profetas, y a Sus santos, «y a los que temen Tu nombre, a
los pequeños y a los grandes» (Ap 11:18). Ahora bien, pienso
que, puesto que el nombre de Dios es aquello por lo que se
expresa Su naturaleza, y puesto que Él es naturalmente tan
glorioso e incomprensible, Su nombre debe ser
necesariamente objeto de nuestro temor. Y debemos tener
siempre un temor reverente a Dios en nuestros corazones en
cualquier momento que pensemos en Su nombre o lo
oigamos, pero sobre todo cuando nosotros mismos tomamos
Su santo y temible nombre en nuestra boca, especialmente de
una manera religiosa, es decir, al predicar, al orar o en una
reunión santa. No pretendo decir esto como si fuera lícito
mencionar Su nombre en discursos ligeros y vanos, porque
siempre debemos hablar de Él con reverencia y temor piadoso,
sino que lo digo para que los cristianos tengan presente que
no deben mostrar ligereza de ánimo en los deberes religiosos,
ni ser vanos en sus palabras cuando mencionan el nombre del
Señor: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el
nombre de Cristo» (2Ti 2:19).
14 EL TEMOR DE DIOS

En todo tiempo haz referencia al nombre del Señor con


gran temor de Su majestad en tu corazón, y con gran
sobriedad y verdad. Hacer lo contrario es profanar el nombre
del Señor, y tomar Su nombre en vano. Y «no dará por
inocente Jehová al que tomare Su nombre en vano». Sí, Dios
dice que exterminará al hombre que lo haga; tan celoso es del
honor debido a Su nombre (Ex 20:7; Lv 20:3). Esto, por lo
tanto, te muestra el terrible estado de aquellos que hacen un
uso ligero, vano, falso y profano de este temible nombre de
Dios, ya sea por sus maldiciones y juramentos blasfemos o por
su trato fraudulento con su prójimo. Porque algunos hombres
no tienen otro modo de convencer a su prójimo para que caiga
bajo un engaño, sino invocando falsamente el nombre del
Señor como testigo de que la maldad es buena y honesta. Pero
cómo escaparán estos hombres, cuando sean juzgados, del
fuego devorador y de las llamas eternas, por haber profanado y
blasfemado el nombre del Señor, es algo que deben considerar
a tiempo (Jr 14:14,15; Eze 20:39; Exo 20:7).3
Pero,
Tercero. Así como la presencia y el nombre de Dios son
terribles y temibles en la iglesia, también lo son Su adoración
y servicio. Me refiero a que Su adoración o las obras de servicio
que Él nos ordena mientras estamos en este mundo, son cosas
terribles y temibles. Así lo entiende David cuando dice: «Mas
yo por la abundancia de Tu misericordia entraré en Tu casa;
adoraré hacia Tu santo templo en Tu temor» (Sal 5:7). Y otra
vez dice: «Servid a Jehová con temor». Alabar a Dios forma
parte de Su adoración. Pero dice Moisés: «¿Quién como tú, oh
Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en
santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios?» (Ex 15:11). Regocijarse ante Él es parte de Su
adoración; pero David nos ordena: «Alegraos con temblor»
(Sal 2:11). Sí, todo nuestro servicio a Dios, y cada parte de él,
debe ser hecha por nosotros con reverencia y temor piadoso.
3
Es algo terrible apelar a Dios por la verdad de una mentira. Todas las oraciones
a Dios, no exigidas por la ley, son peor que inútiles; son perversas, y arrojan
dudas sobre la veracidad de quienes las hacen-Ed.
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 15

Por lo tanto, como dice Pablo otra vez: «Limpiémonos de toda


contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios» (2Co 7:1; He 12).
1. Lo que hace que la adoración a Dios sea una cosa tan
temible es que es adoración a DIOS: todo tipo de servicio
conlleva más o menos temor y miedo, según la calidad o
condición de la persona a la que se rinde adoración y servicio.
Esto se ve en el servicio de los súbditos a sus príncipes, el
servicio de los siervos a sus señores y el servicio de los hijos a
sus padres. La adoración divina, ya que se le debe a Dios, y
ahora nos estamos refiriendo a la adoración divina y a este Dios
tan grande y temible en sí mismo y en Su nombre, Su
adoración debe ser, por tanto, algo temible.
2. Además, esta Majestad gloriosa está presente para
contemplar a Sus adoradores mientras lo adoran. «Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos». Es decir, reunidos para adorarle, «allí estoy
yo», dice Él. Y así, de nuevo, se dice que camina «en medio de
los siete candeleros» (Ap 1:13). Es decir, en las iglesias, y eso
con Su rostro como el sol, Su cabeza y Sus cabellos blancos
como la nieve, y los ojos como llama de fuego. Esto infunde
temor y miedo a Su servicio; y por eso Sus siervos deben
servirle con temor.
3. Sobre todas las cosas, Dios es celoso de Su adoración y
servicio. En todos los diez mandamientos no nos dice nada de
que sea un Dios celoso, a excepción del segundo, en el cual se
refiere a Su adoración (Ex 20). Mírate a ti mismo, en cuanto al
contenido y a la forma de tu adoración; «porque yo soy Jehová
tu Dios», dice, soy «celoso, que visito la maldad de los padres
sobre los hijos». Por tanto, esto también infunde temor y
miedo en la adoración y el servicio de Dios.
4. Los juicios que, en ocasiones, Dios ha ejecutado sobre los
hombres por su falta de temor piadoso en medio de su
adoración y servicio a Él infunden temor y miedo sobre sus
santas designaciones. (1.) Nadab y Abiú murieron quemados
con fuego del cielo, porque intentaron ofrecer fuego extraño
sobre el altar de Dios, y la razón que se da de esto que
16 EL TEMOR DE DIOS

recibieron es que Dios será santificado en los que se acercan a


Él (Lv 10:1-3). Santificar Su nombre es dejar que Él sea tu
temor y tu miedo, y no hacer nada en Su adoración sino
aquello que le agrada. Pero como estos hombres no tuvieron
la gracia de hacer esto, por eso murieron delante el Señor. (2.)
Los hijos de Elí, por falta de este temor cuando ministraban en
el santo culto de Dios, fueron ambos muertos en un día por la
espada de los filisteos incircuncisos (ver 1S 2). (3.) Uza fue
herido y murió delante del Señor por haber tocado el arca
imprudentemente, cuando los hombres la dejaron caer(1Cr
13:9,10). (4.) Ananías y Safira, su esposa, murieron en el acto
por decir una mentira en la iglesia, cuando estaban delante de
Dios y de todos los presentes. Esto sucedió porque carecían del
temor y el respeto por la majestad, el nombre y el servicio de
Dios cuando se presentaron ante Él. (Hch 5).
Por lo tanto, esto debería enseñarnos a concluir que, junto
con la naturaleza y el nombre de Dios, Su servicio, Su
adoración instituida, es la cosa más terrible bajo el cielo. Su
nombre está sobre Sus ordenanzas, Su ojo está sobre los
adoradores y Su ira y juicio, sobre aquellos que no adoran en
Su temor. Por esta causa algunos de los de Corinto fueron
cortados por Dios mismo, y de otros se apartó para no volver
a estar con ellos (1 Co 11:27-32).4
Esto sirve de reprensión a tres clases de personas.

Tres clases de personas reprendidas


1. Los que no consideran adorar a Dios en absoluto; es
seguro que no tienen reverencia a Su servicio, ni temor de Su
majestad ante sus ojos. Pecador, no te presentas ante el Señor
para adorarlo; no te inclinas ante el Dios excelso y no lo adoras
en privado ni en la congregación de los santos. La furia del
Señor y Su indignación se derramarán en breve sobre ti y
sobre las familias que no invocan Su nombre (Sal 79:6; Jr
10,25).

4
«Dar la espalda» ; abandonar, apartarse, tratar con desprecio. Ver Diccionario
Imperial, vol. i. p. 145.-Ed.
1. Esta palabra temor en referencia a Dios mismo 17

2. Esto reprende a aquellos que consideran suficiente


presentar su cuerpo en el lugar donde se adora a Dios, sin
importar con qué corazón o espíritu acuden allí. Algunos van
al culto de Dios para dormir; otros van allí para encontrarse
con sus amigos o hacer negocios, y para unirse a la compañía
impía de sus compañeros vanos. Algunos van allí para
alimentar sus ojos lujuriosos y adúlteros con la atractiva
belleza de sus compañeros pecadores. ¡Qué triste será la
cuenta que darán estos adoradores cuando se les tome en
cuenta todo esto y sean condenados por ello, porque no
vinieron a adorar al Señor con el temor de Su nombre que les
correspondía cuando se presentaron ante Él!5
3. Esto también reprende a aquellos que no les importa
cómo adoran a Dios, siempre y cuando lo hagan, cómo, dónde
o de qué manera adoran a Dios. Aquellos, quiero decir, cuyo
temor hacia Dios les ha sido enseñado «como doctrinas
mandamientos de hombres». Son hipócritas; su adoración
también es vana, y un hedor en las narices de Dios. «Dice,
pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca,
y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y
su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres
que les ha sido enseñado; por tanto, he aquí que nuevamente
excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio
grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios,
y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos» (Is 29:13-
14; Mt 15:7-9; Mr 7:6-7).6 De esta manera concluyo esta
primera parte: Dios es llamado nuestro temor y miedo.

5
El discípulo genuino «que no piensa mal» dirá: ¿Puede ser esto así ahora? Sí,
lector, lo es. Algunos van a la casa de Dios para adorar su descanso e
inconsciencia en el sueño; otros, para propósitos mundanos; otros, para
admirar la belleza del cuerpo frágil; pero muchos, para adorar a Dios en
espíritu y en verdad. Lector, pregunta a cuál de estas clases perteneces.-Ed.
6
No adoraban a Dios según Sus designios, sino según sus propias invenciones: la
dirección de sus falsos profetas, de sus reyes idólatras o las costumbres de las
naciones que los rodeaban. La tradición de los ancianos tenía más valor y
validez para ellos que las leyes de Dios por medio de Moisés. Esto lo aplica
nuestro Salvador a los judíos de Su tiempo, que eran formales en sus
devociones y se aferraban a sus propias invenciones; y dijo de ellos que en
vano adoraban a Dios. Cuántos todavía en la adoración consideran las
18 EL TEMOR DE DIOS

2. Esta palabra temor en referencia a


la Palabra de Dios
Pasaré ahora a la segunda parte: lo que regula y dirige nuestro
temor.
SEGUNDO. Pero nuevamente, esta palabra TEMOR a veces
debe ser tomada como LA PALABRA, la Palabra escrita de
Dios; porque ella también es, y debe ser, la que regula y dirige
nuestro temor. Así lo llama David en el Salmo diecinueve: «el
temor de Jehová», dice, «es limpio, que permanece para
siempre». El temor del Señor, es decir, la Palabra del Señor, la
palabra escrita; porque a lo que él se refiere aquí como el temor
del Señor, en el mismo lugar se refiere a ello como la ley, los
estatutos, los mandamientos y los juicios de Dios. «La ley de
Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de
Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos
de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de
Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es
limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son
verdad, todos justos».
Todas estas palabras se refieren a lo mismo, es decir, a la
Palabra de Dios, trazando conjuntamente la gloria de esta.
Entre cuyas frases, como ves, se encuentra esta: «El temor de
Jehová es limpio, que permanece para siempre». Esta Palabra
escrita es, pues, el objeto del temor del cristiano. Esto es
también lo que David pretendía cuando dijo: «Venid, hijos,
oídme; el temor de Jehová os enseñaré» (Sal 34:11). Os
enseñaré el temor, es decir, os enseñaré los mandamientos,
estatutos y juicios del Señor, tal como Moisés ordenó a los
hijos de Israel: «Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas
estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y
cuando te levantes» (Dt 6:4-7).

invenciones del hombre y las tradiciones de la iglesia más que los


mandamientos de Dios.
2. Esta palabra temor en referencia a la Palabra de Dios 19

A esto se refiere también el capítulo 11 de Isaías, donde el


Padre dice del Hijo, que le hará entender diligente en el temor
de Jehová; para que pueda juzgar y herir la tierra con la vara
de Su boca. Esta vara en el texto no es otra cosa que el temor,
la Palabra del Señor; porque Él debía ser de pronto
entendimiento para que pudiera herir, es decir, ejecutar según
la voluntad de Su Padre, sobre y entre los hijos de los hombres.
Ahora bien, esto, como he dicho, se llama el temor del Señor,
porque se refiere a ello como lo que regula y dirige nuestro
temor. Porque no sabemos temer al Señor de un modo
salvífico sin Su guía y dirección. Como se dijo del sacerdote
que fue enviado de regreso de la cautividad a Samaria para
enseñar al pueblo a temer al Señor, así también se dice acerca
de la Palabra escrita; se nos ha dado y se nos ha dejado entre
nosotros para que podamos leer en ella todos los días de
nuestra vida y aprender a temer al Señor (Dt 6:1-3, 24; 10:12;
17:19). Y aquí es donde el temor ante la Palabra de Dios no
solo es reconocido por Dios mismo, sino que también se
considera loable y digno de elogio, como se evidencia en el
caso de Josías (2Cr 34:2-,27). Aquellos que son aprobados por
Dios son dignos de elogio, sin importar lo que otros puedan
condenar: «Oíd palabra de Jehová, vosotros los que tembláis a
Su palabra: Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan
fuera por causa de Mi nombre, dijeron: Jehová sea glorificado.
Pero Él se mostrará para alegría vuestra, y ellos serán
confundidos» (Is 66:5).
Además, Dios mismo cuidará y velará por ellos, para que
ninguna angustia, tentación o aflicción pueda vencerlos y
destruirlos: «Miraré a aquel», dice Dios, «que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a Mi palabra». Es lo mismo
en esencia con lo que dice el mismo profeta en el capítulo 57:
«Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad,
y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad,
y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el
espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los
quebrantados». Sí, la manera de escapar de los peligros
predichos, es escuchar, entender y temer la Palabra de Dios:
20 EL TEMOR DE DIOS

«De los siervos de Faraón, el que tuvo temor de la palabra de


Jehová hizo huir sus criados y su ganado a casa», y fueron
asegurados; pero «el que no puso en su corazón la palabra de
Jehová, dejó sus criados y sus ganados en el campo», y fueron
destruidos por el granizo (Ex 9:20-25).
Si en algún momento los pecados de una nación o iglesia
son descubiertos y lamentados, es por aquellos que conocen y
tiemblan ante la palabra de Dios. Cuando Esdras oyó hablar de
la maldad de sus hermanos y tuvo el deseo de humillarse ante
Dios por la misma, ¿quiénes eran los que querían ayudarle en
ese asunto, sino los que temblaban ante la palabra de Dios? «Y
se me juntaron todos los que temían las palabras del Dios de
Israel, a causa de la prevaricación de los del cautiverio» (Esd
9:4). Son también los que tiemblan ante la Palabra los más
capacitados para dar consejo en los asuntos de Dios, pues su
juicio se ajusta mejor a Su mente y voluntad: «Ahora, pues»,
dijo, «hagamos pacto con nuestro Dios, que despediremos a
todas las mujeres [extranjeras], según el consejo de mi señor
y de los que temen el mandamiento de nuestro Dios; y hágase
conforme a la ley» (Esd 10:3). Ahora, veamos en qué cosas está
basado algo del temor y terror de la Palabra.
Primero. Por el autor de ellas; porque son las palabras de
Dios. Por eso Moisés y los profetas, cuando fueron a entregar
su mensaje al pueblo, seguían diciendo: «Oigan palabra del
Señor», «así dice el Señor» y cosas semejantes. Así, cuando
Ezequiel fue enviado a la casa de Israel, en su estado religioso,
así se le ordenó que les dijera: «Así ha dicho Jehová el Señor»
(Eze 2:4, 3:11). Este es, pues, el honor y la majestad que Dios
ha puesto en Su Palabra escrita, y así lo ha hecho incluso a
propósito, para que hagamos de ella lo que regula y dirige
nuestro temor, y para que temamos y temblemos ante ella.
Cuando Habacuc oyó la palabra del Señor, su cuerpo se
estremeció, y la podredumbre entró en sus huesos. «Dentro de
mí me estremecí», dijo, «si bien estaré quieto en el día de la
angustia» (Hab 3:16). La palabra de un rey es como el rugido
de un león; donde está la palabra de un rey, allí está el poder.
¿Cuánto más cuando Dios, el gran Dios, ruge desde Sión y da
2. Esta palabra temor en referencia a la Palabra de Dios 21

Su voz desde Jerusalén, cuya voz estremece no solo la tierra,


sino también el cielo? Como lo expone el santo David: «Voz de
Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria» (Sal 29).
Segundo. Es una Palabra que infunde temor, y bien puede
llamársele el temor del Señor, por el tema que trata; es decir,
el estado de los pecadores en el mundo venidero; porque eso
es el énfasis de toda la Biblia, ya sea directa o indirectamente.
Todas sus doctrinas, consejos, exhortaciones, amenazas y
juicios, de una manera u otra, tienen que ver con nosotros y el
mundo venidero, el cual será nuestro estado final, ya que será
un estado eterno. Esta palabra, esta ley, estos juicios serán los
que nos juzgarán: «La palabra que he hablado», dice Cristo,
«ella le juzgará [y en consecuencia dispondrá de ellos] en el
día postrero» (Jn 12:48). Ahora bien, si consideramos que
nuestro próximo estado debe ser eterno, ya sea la gloria eterna
o el fuego eterno, y que esta gloria eterna o este fuego eterno
debe ser nuestra porción, según lo determinen las palabras de
Dios reveladas en las Sagradas Escrituras, ¿quién no concluirá
que, por lo tanto, las palabras de Dios son aquellas ante las
cuales debemos temblar, y aquellas por las cuales debemos
guiar y dirigir nuestro temor de Dios, pues por ellas se nos
enseña cómo agradarle en todo?
Tercero. Debe ser llamada Palabra temible, por su verdad y
fidelidad. Las Escrituras no pueden ser quebrantadas. Aquí se
las llama las Escrituras de la verdad, los dichos verdaderos de
Dios, y también el temor del Señor, porque cada jota y tilde de
ellas está establecida para siempre en el cielo, y permanece
más firme que el mundo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán» (Mt 24:35). Aquellos, por lo tanto, que
son favorecidos por la Palabra de Dios, esos son favorecidos en
verdad, y eso con el favor que ningún hombre puede negar;
pero aquellos que son condenados por la palabra de las
Escrituras, nadie puede justificarlos ni absolverlos ante la vista
de Dios. Por lo tanto, lo que está obligado por el texto, está
obligado, y lo que está liberado por el texto, está liberado;
además, la obligación y la liberación son inalterables; tanto lo
uno como lo otro son inalterables (Dn 10:21; Ap 19:9; Mt
22 EL TEMOR DE DIOS

24:35; Sal 119:89; Jn 10:35). Esto, por lo tanto, llama al pueblo


de Dios a temer más la Palabra de Dios que todos los terrores
del mundo.7 Incluso falta en los corazones del pueblo de Dios
una mayor reverencia a la Palabra de Dios de la que hasta hoy
vemos entre nosotros, y puedo decir que la falta de reverencia
a la Palabra es la causa de todos los desórdenes que hay en el
corazón, la vida, la conversación y en la comunión cristiana.
Además, la falta de reverencia a la Palabra expone a los
hombres al temible desagrado de Dios: «El que menosprecia el
precepto perecerá por ello; mas el que teme el mandamiento
será recompensado» (Pr 13:13).
Toda transgresión comienza al apartarse de la Palabra de
Dios; pero, por otro lado, David dice: «En cuanto a las obras
humanas, por la palabra de Tus labios yo me he guardado de
las sendas de los violentos» (Sal 17:4). Por eso Salomón dice:
«Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis
razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu
corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo
su cuerpo» (Pr 4: 20-22). Ahora bien, si en verdad quieres
reverenciar la Palabra del Señor y hacerla tu regla y guía en
todas las cosas, cree que la Palabra es el temor del Señor, la
Palabra que permanece firme para siempre, sin la cual y contra
la cual Dios no hará nada, ni para salvar ni para condenar las
almas de los pecadores. Pero para concluir esto,
1. Has de saber que los que no tienen el debido respeto a la
Palabra del Señor, y que no hacen de ella su temor y su
reverencia, sino que la regla de su vida es el deseo de la carne,
el deseo de sus ojos y la vanagloria de la vida, son reprendidos
duramente por esta doctrina, y son tenidos por los necios del

7
La Palabra es el decreto del cual debemos depender o perecer. En vano, pobre
pecador, es confiar en las iglesias o en los hombres; ni los papistas ni los
protestantes tienen ningún poder «encomendado a ellos» para perdonar los
pecados. Si lo afirman, no les creas, sino siente lástima de su orgullo y engaño.
Cristo es la Roca, y no el pobre Pedro pecador, como algunos han imaginado
vanamente. Pedro está muerto, esperando la resurrección de su cuerpo y el
gran día del juicio; pero Cristo vive siempre, en todo tiempo y lugar, capaz
de salvar hasta lo sumo. No confíes en los hombres, sino busca en tu espíritu
quebrantado la bendición de Cristo, para que perdone tus pecados.-Ed.
2. Esta palabra temor en referencia a la Palabra de Dios 23

mundo; porque «he aquí que aborrecieron la palabra de


Jehová; ¿y qué sabiduría tienen?». (Jr 8:9). Es evidente que hay
personas así, no solo por sus vidas erráticas, sino por el
testimonio manifiesto de la Palabra. «La palabra que nos has
hablado en nombre de Jehová», dijeron a Jeremías, «no la
oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda
palabra que ha salido de nuestra boca» (Jr 44:16-17). ¿Era esta,
entonces, solo la disposición de los hombres impíos? ¿No está
el mismo espíritu de rebelión entre nosotros en nuestros días?
Sin duda que sí, porque no hay nada nuevo: «¿Qué es lo que
fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo
mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol» (Ec 1:9).
Por lo tanto, como fue entonces, así es con muchos en este día.
En cuanto a la Palabra del Señor, no es nada para ellos; sus
concupiscencias y todo lo que sale de sus propias bocas, eso
harán, eso perseguirán. Ahora, los tales ciertamente perecerán
en su propia rebelión, porque esto es como el pecado de
brujería. Este fue el pecado de Coré y su compañía, y lo que
trajo sobre ellos juicios tan severos; sí, y ellos fueron dejados
como ejemplo para que no hagas como ellos, porque ellos
perecieron (porque rechazaron la palabra, el temor del Señor)
de entre la congregación del Señor, «para servir de
escarmiento». La palabra que desprecias sigue vigente para
proclamar su condena y juicio sobre ti y, a menos que Dios
salve a tales personas con el aliento de Su palabra, y es difícil
confiar en eso, nunca verán Su rostro con consuelo (1S
15:22,23; Nm 26:9-10).
2. ¿Se les llama a las palabras de Dios el temor del Señor?
¿Son tan terribles en su recepción y sentencia? Entonces, esto
reprende a los que estiman las palabras y las cosas de los
hombres más que las palabras de Dios, como lo hacen los que
se apartan de su respeto y obediencia a la Palabra de Dios, por
dejarse arrastrar por los placeres o amenazas de los hombres.
Hay algunos que, si bien reconocen la autoridad de la Palabra,
no inclinan su alma ante ella. Los tales, sin importar lo que
piensen de sí mismos, son juzgados por Cristo porque se
avergüenzan de la Palabra; por lo tanto, su estado es tan
24 EL TEMOR DE DIOS

condenable como el otro. «Porque el que se avergonzare de Mí


y de Mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el
Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga
en la gloria de Su Padre con los santos ángeles» (Mr 8:38).
3. Y si estas cosas son así, ¿qué será de los que se burlan de
las palabras de Dios y profesan despreciarlas, estimándolas
como algo ridículo y no digno de consideración? ¿Prosperarán
los que hacen tales cosas? De las promesas se concluye que su
juicio ya de largo tiempo no se tarda, y cuando venga, los
devorará sin remedio (2Cr 36:15). Me refiero a que, si Dios ha
puesto tal reverencia sobre Su Palabra como para llamarla el
temor del Señor, ¿qué será de aquellos que hacen lo que
pueden para deponer su autoridad, negando que sea Su
Palabra y levantando objeciones contra su autoridad? Los tales
tropiezan, ciertamente, con la Palabra, para lo cual fueron
destinados, pero ella los juzgará en el día postrero (1P 2:8; Jn
12:48). Esto es todo en cuanto a esto.

3. Las diversas clases de temor de


Dios en el corazón de los hijos de los
hombres
Habiendo hablado así del objeto y regulación de nuestro
temor, debo hablar ahora del temor como una gracia del
Espíritu de Dios en los corazones de Su pueblo, pero antes de
hacerlo, te mostraré que hay diversas clases de temor además
de este. Porque siendo el hombre una criatura razonable, y
teniendo incluso por naturaleza un cierto conocimiento de
Dios, a veces también tiene de forma natural cierta medida de
algún tipo de temor de Dios, el cual, aunque no es el que se
pretende en el texto, sin embargo, debemos mencionarlo, para
que lo que no es correcto pueda distinguirse de lo que sí lo es.
Hay, como he dicho, varios tipos o clases de temor en los
corazones de los hijos de los hombres, me refiero, además, al
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 25

temor de Dios que se menciona en el texto y que acompaña a


la vida eterna. Aquí haré mención de tres de ellos. PRIMERO.
Hay un temor de Dios que fluye incluso de la luz de la
naturaleza. SEGUNDO. Hay un temor de Dios que fluye de
algunas de Sus dispensaciones a los hombres, pero que no es
ni universal ni salvador. TERCERO. Hay un temor de Dios en
el corazón de algunos hombres, un temor que es bueno y
piadoso, pero que no permanece así para siempre. Para hablar
un poco de todo esto, antes de pasar a hablar del temor como
una gracia de Dios en los corazones de sus hijos, veremos:
PRIMERO. Hay un temor de Dios que fluye incluso de la
luz de la naturaleza. Puede decirse que un pueblo hace las
cosas con temor de Dios cuando se comporta con los demás en
forma razonable y honesta entre hombre y hombre, no
haciendo a los demás lo que no se haría a sí mismo. Este es el
temor de Dios que Abraham pensó que los filisteos habían
erradicado en sí mismos, cuando dijo de su esposa a Abimelec:
«Es mi hermana». Pues cuando Abimelec le preguntó a
Abraham por qué había dicho de su mujer: «Es mi hermana»,
él respondió diciendo: «Porque dije para mí: Ciertamente no
hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de
mi mujer» (Gn 20:11). Pensé, en verdad, que en este lugar los
hombres habían sofocado y ahogado esa luz de la naturaleza
que hay en ellos, al menos hasta el punto de no permitir que
les infundiera temor cuando sus concupiscencias eran
poderosas para cumplir sus fines en el objeto que tenían
delante. Pero no me detendré en esto, sino que pasaré al
segundo punto, que es:
SEGUNDO. Mostrar que hay un temor de Dios que fluye de
algunas de Sus dispensaciones a los hombres, pero que no es
ni universal ni salvador. Este temor, cuando se opone al que
es salvador, puede llamarse temor impío de Dios. Lo describiré
por medio de los siguientes detalles:
Primero. Hay un temor de Dios que causa un continuo
rencor, descontento y rebeliones del corazón contra Dios,
cuando se encuentra bajo la mano de Dios. Esto es, cuando el
temor de Dios en Su venida sobre los hombres, para darles el
26 EL TEMOR DE DIOS

pago por sus pecados, es entendido por ellos y, sin embargo,


esta dispensación no causa en ellos un cambio de corazón para
someterse a Dios bajo ella. Los pecadores bajo esta
dispensación no pueden echar a Dios fuera de su mente, ni aun
temblar con gracia ante Él; pero debido al estado no
santificado en que se encuentran ahora, temen con un temor
impío, y así en sus mentes se vuelven contra Él. Este temor se
apoderó a menudo de los hijos de Israel cuando estaban en el
desierto en su camino a la tierra prometida. Aún temían que
Dios los iba a destruir en ese lugar, pero no con un temor que
los hizo estar dispuestos a someterse, por sus pecados, al juicio
que temían, sino con ese temor que los hizo levantarse contra
Dios. Este temor se manifestó en ellos, incluso al principio de
su viaje, y fue reprendido por Moisés en el Mar Rojo, pero no
lo sometieron allí ni en ningún otro lugar, sino que volvería a
surgir en ellos en ocasiones para deshonra de Dios, y para
hacerlos de nuevo culpables de pecado ante Él (Ex 14:11-13;
Nm 14:1-9).
Este temor es aquel del cual Dios dijo que enviaría delante
de ellos en el día de Josué, incluso un temor que poseería a los
habitantes de la tierra, es decir, un temor que surgiría debido
al desfallecimiento de corazón que los habría de consumir
cuando ellos entendieran que Josué se acercaba para
destruirlos. «Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré
a todo pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus
enemigos» (Ex 23:27). «Hoy», dice Dios, «comenzaré a poner
tu temor y tu espanto sobre los pueblos debajo de todo el cielo,
los cuales oirán tu fama, y temblarán y se angustiarán delante
de ti» (Dt 2:25; 11:25).
Este temor también, como ves aquí, se llama angustia, y en
otro lugar se le compara con un avispón; porque este temor y
el alma sobre el cual cae, se saludan mutuamente como lo
hacen los niños y las abejas. La avispa atemoriza a los
hombres, no para que el corazón se someta dulcemente a su
terror, sino que estimula el espíritu a realizar actos de
oposición y resistencia, aunque al mismo tiempo huyen de él.
«Enviaré delante de ti la avispa, que eche fuera al heveo, al
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 27

cananeo y al heteo, de delante de ti» (Ex 23:28). Ahora bien,


este temor, ya sea provocado por una mala comprensión de los
juicios de Dios, como en los israelitas, o de otra manera, como
en los cananeos, sin embargo, la impiedad es su efecto y, por
lo tanto, lo llamo un temor impío de Dios, porque suscita
murmuraciones, descontentos y rebeliones del corazón contra
Dios, mientras que Él, con Sus dispensaciones, está tratando
con ellos.
Segundo. Hay un temor de Dios que aleja a un hombre de
Dios; no hablo ahora del ateo, ni del pecador indulgente, ni
tampoco de estos, y de ese temor del que acabo de hablar;
hablo ahora de aquellos que por la conciencia del pecado y de
la justicia de Dios huyen de Él por un temor servil e impío.
Este temor impío fue el que poseyó el corazón de Adán el día
que comió del árbol acerca del cual el Señor le dijo: «El día
que de él comieres, ciertamente morirás». Porque entonces
fue poseído de tal temor de Dios que le hizo tratar de ocultarse
de Su presencia. «Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque
estaba desnudo; y me escondí» (Gn 3:10). Eso sí, tenía temor
de Dios, pero no era piadoso. No fue eso lo que le hizo
someterse después a Él; porque eso le habría impedido no
apartarse de Él, o bien le habría llevado de nuevo a Él, con el
espíritu doblegado, quebrantado y contrito. Pero este temor,
como el resto de su pecado, provocó que se apartara de su Dios,
y lo persiguió para provocarlo a que permaneciera así. Fue por
él que se mantuvo alejado de Dios y por él su hombre completo
fue alejado de Él. Lo llamo temor impío, porque engendró en
él temores impíos de su Hacedor; porque confinó la conciencia
de Adán al sentido de la justicia solamente y, por consiguiente,
a la desesperación.
El mismo temor poseyó también a los hijos de Israel
cuando oyeron la ley que les fue entregada en el monte Sinaí;
como es evidente, pues les hizo que no pudieran soportar Su
presencia ni oír Su Palabra. Los hizo retroceder de la montaña.
Dice el apóstol a los hebreos que «no podían soportar lo que
se ordenaba» (He 12:20). Por eso Moisés reprende este temor
y les prohíbe ceder a él. «No temáis», dijo; pero si ese temor
28 EL TEMOR DE DIOS

hubiera sido piadoso, lo habría alentado, y no prohibido y


reprendido como lo hizo. «No temáis», dijo, «porque para
probaros vino Dios»; ellos pensaban lo contrario. Dijo: «para
probaros vino Dios, y para que Su temor esté delante de
vosotros, para que no pequéis». Por lo tanto, ese temor que ya
se había apoderado de ellos, no era el temor de Dios, sino un
temor que era de Satanás, de sus propios corazones que
juzgaban mal, y por lo tanto un temor que era impío (Ex 20:18-
20). Fíjate, aquí hay un temor y un miedo, un temor prohibido
y un temor alabado; un temor prohibido, porque indujo sus
corazones a la esclavitud, y a pensamientos impíos de Dios y
de Su palabra; les hizo que no pudieran desear oír a Dios
hablarles más (vv. 19-21).
Muchos también en este día están poseídos de este temor
impío, y puedes conocerlos por esto: no pueden soportar la
convicción por el pecado y, si en algún momento la palabra de
la ley, por la predicación de la palabra, se acerca a ellos, no
soportarán más a ese predicador, ni esa clase de sermones.
Consideran que están más tranquilos cuando están más lejos
de Dios y del poder de Su palabra. La palabra predicada trae a
Dios más cerca de lo que desearían, porque siempre que Dios
se acerca, Él manifiesta sus pecados, y también el juicio que
les corresponde. Ahora bien, al no tener estos fe en la
misericordia de Dios por medio de Cristo, ni en la gracia que
tiende a llevarlos a Él, no pueden más que pensar
incorrectamente de Dios, y el pensar así de Él les hace decirle:
«Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento
de Tus caminos» (Job 21:14). Por lo tanto, sus pensamientos
equivocados de Dios producen en ellos este temor impío.
Además, este temor impío afirma en ellos la continuación de
estos pensamientos erróneos e indignos de Dios, y por lo tanto,
a través de esa obra diabólica con que se fortalecen entre ellos,
el pecador, sin que un milagro de la gracia lo prevenga, se
ahoga en la destrucción y la perdición.
Fue este temor impío de Dios lo que llevó a Caín de la
presencia de Dios a la tierra de Nod, y lo que le llevó a ocuparse
de cualquier negocio mundano carnal, para ver si quizás con
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 29

esto podía sofocar las convicciones de la majestad y la justicia


de Dios contra su pecado, y así vivir el resto de su vida vana en
la más pecaminosa seguridad y comodidad carnal. Este temor
impío es también el que Samuel percibió cuando el pueblo
entendió su pecado, el cual se estaba apoderando de sus
corazones; por lo tanto, como Moisés antes que él, les prohibió
rápidamente que le dieran cabida. «No temáis», dijo, «vosotros
habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis
de en pos de Jehová».
Porque la tendencia natural de este temor era apartarlos de
seguir al Señor. «No temáis», dijo, refiriéndose a ese temor
que tiende a desviarlos. Ahora bien, el asunto por el que obra
este temor, tanto en Adán como en los israelitas antes
mencionados, es su pecado. Han pecado, dice él, eso es cierto,
pero no se aparten, no teman con ese temor que los llevaría a
hacerlo (1S 12:20). Observa, por cierto, pecador, que cuando
la grandeza de tus pecados, cuando la entiendes, produce en ti
ese temor de Dios, que inclina tu corazón a huir de Él, estás
poseído de un temor de Dios que es impío, sí, tan impío, que
no se puede comparar con él ninguno de tus pecados más
atroces, pero Samuel, al reprender este temor, enseguida pone
ante el pueblo otro, es decir, el verdadero temor de Dios;
«temed a Jehová», dice, «servidle de verdad con todo vuestro
corazón» (vs 24). Y les da este estímulo para que lo hagan:
«Pues Jehová no desamparará a su pueblo». Este temor impío
es el que se lee en Isaías 2 y en muchos otros lugares, y el
pueblo de Dios debe evitarlo como evitaría al diablo, porque su
tendencia natural es promover la destrucción del alma en la
que ha tomado posesión.8
Tercero. Hay un temor de Dios que, aunque no tiene en sí
tal poder como para hacer que los hombres huyan de la
presencia de Dios, es impío, porque, aun cuando están en el
camino exterior de las ordenanzas de Dios, por este temor sus

8
El temor de los malvados surge de una conciencia corrupta, pecaminosa y que se
condena a sí misma; temen a Dios como a un juez airado y, por tanto, lo
consideran su enemigo. Como aman sus pecados y no quieren separarse de
ellos, temen continuamente el castigo.
30 EL TEMOR DE DIOS

corazones se disuaden de intentar ejercitarse en el poder de la


religión. De esta clase son los que no se atreven a dejar de oír,
leer y hablar la palabra como los demás; no, ni la asamblea de
los hijos de Dios para el ejercicio de otros deberes religiosos,
porque su conciencia está convencida de que este es el camino
y la adoración de Dios. Sin embargo, como ya he dicho, este
temor impío impide que su corazón se acerque a Dios. Este
temor aparta su corazón de toda oración santa y piadosa en
privado, y de todo celo santo y piadoso por Su nombre en
público. Así hay muchos profesantes cuyos corazones están
poseídos por este temor impío de Dios; y a ellos se refiere
cuando se habla del negligente. Él era un siervo, un siervo
entre los siervos de Dios, y tenía dones y habilidades que se le
habían dado, con los cuales debía servir a Cristo, así como a
sus semejantes, sí, y también se le ordenó, así como a los
demás, que se ocupara hasta que viniera su señor.
Pero ¿qué hace? Pues toma su talento, el don que había de
poner a ganar beneficio para su señor, y lo pone en una
servilleta, cava un hoyo en la tierra y esconde el dinero de su
señor, y permanece perezosamente de brazos cruzados todos
sus días, no fuera de la viña de su señor, sino dentro de ella9;
porque al final vino también entre los siervos. Por lo cual es
evidente que no había abandonado su profesión, sino que fue
perezoso y negligente mientras la ejerció. Pero ¿qué fue lo que
le hizo tan perezoso? ¿Qué fue lo que lo desalentó mientras
estaba en el camino, y lo que lo desanimó de continuar en el
poder y la práctica santa de la religión de acuerdo con el
talento que recibió?
Pues fue esto: cedió a un temor impío de Dios, y eso apartó
su corazón del poder de los deberes religiosos. «Señor», dijo,
«aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo;
porque tuve miedo de ti». ¿Acaso, hombre, el temor de Dios

9
«Estar de brazos cruzados todos los días en la viña de su señor»;
sentarse o estar de pie ociosamente apoyado en los codos, en
lugar de trabajar en la viña. «A sovereign shame so elbows
him» -King Lear, Acto iv, Escena 3.-Ed.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 31

hace al hombre ocioso y perezoso? No, es decir, si este temor


es correcto y piadoso. Por lo tanto, este temor era un temor
malo; era ese temor impío de Dios del que he estado hablando
aquí. «Porque tuve miedo de Ti», o como dice Mateo: «Por lo
cual tuve miedo». ¿Miedo de qué? De Cristo, que era «hombre
duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste». Este temor suyo, por ser impío, le hizo tener de
Cristo una impresión contraria a la bondad de Su naturaleza,
y así apartó su corazón de todo esfuerzo por hacer lo que era
agradable a Sus ojos (Lc 19:20-21; Mt 25:24, 25).
Y así hacen todos los que conservan el nombre y la
apariencia de la religión, pero son negligentes en cuanto al
poder y la práctica piadosa de ella. Estos vivirán como perros
y cerdos en la casa; no oran, no guardan sus corazones, no
sacan sus manos de sus pechos para trabajar, no luchan contra
sus concupiscencias, ni resistirán jamás hasta la sangre
luchando contra el pecado; no pueden tomar su cruz, ni
mejorar lo que tienen para la gloria de Dios. Por lo tanto, que
todos los hombres se cuiden de este temor impío, y lo eviten
como se evita al diablo, porque los hará temer donde no hay
temor. Les dirá que hay un león en la calle, el lugar más
inverosímil del mundo para tal bestia; pondrá una lagartija
sobre el rostro de Dios, de lo más espantosa y temible de
contemplar, y entonces desanimará por completo al alma en
cuanto a Su servicio; tuvo este efecto en el siervo negligente,
y así lo hará en ti, pobre pecador, si lo albergas y le das lugar.
Pero,
Cuarto. Este temor impío de Dios se manifiesta también en
esto. No permitirá que el alma gobernada por él confíe solo en
Cristo para la justificación de la vida, sino que dirigirá las
fuerzas del alma para que confíe en parte en las obras de la ley.
Muchos de los judíos, en el tiempo de Cristo y de Sus apóstoles,
estaban poseídos de este temor impío de Dios, porque no eran
como los primeros, es decir, como el siervo negligente, que
recibe un talento y lo esconde en la tierra en una servilleta,
sino que eran un pueblo laborioso, seguían la ley de justicia,
tenían celo de Dios y de la religión de sus padres; pero ¿cómo
32 EL TEMOR DE DIOS

entonces llegaron a desviarse? Porque su temor de Dios era


impío; no les permitía confiar totalmente en la justicia de la
fe, que es la justicia imputada de Cristo.
Iban tras una ley de justicia, pero no la alcanzaron. ¿Por
qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por las obras
de la ley. Pero ¿qué fue lo que les hizo unir sus obras de la ley
con Cristo, sino su incredulidad, cuyo fundamento era la
ignorancia y el temor? Temían aventurarse todos en un solo
piso, pensaban que dos cuerdas en un arco sería lo mejor, y así
entre dos taburetes cayeron al suelo. De ahí que el temor y la
duda se coloquen juntos como causa el uno del otro; sí, a
menudo se ponen el uno por el otro; así el temor impío por la
incredulidad: «No temas, cree solamente», y, por lo tanto, el
que es dominado y arrastrado por este temor, se asocia con el
incrédulo que es expulsado de la ciudad santa entre los perros.
Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas
están fuera (Ap 21:8). «Los cobardes e incrédulos», como ves,
están juntos; porque ciertamente el temor, es decir, este temor
impío, es la base de la incredulidad, o, si quieres, la
incredulidad es la base del temor, de este temor; pero no me
detengo en distinciones sutiles. Este temor impío tiene mucho
que ver en impedir que el alma confíe únicamente en la
justicia de Cristo para la justificación de la vida.
Quinto. Este temor impío de Dios es el que llevará a los
hombres a añadir a la voluntad revelada de Dios sus propias
invenciones, y su propio cumplimiento de ellas, como medio
de apaciguar la ira de Dios. Porque la verdad es que donde
reina este temor impío, la ley y el deber nunca terminan.
Cuando aquellos de quienes lees en el libro de los Reyes fueron
destruidos por los leones, porque habían establecido la
idolatría en la tierra de Israel, enviaron a buscar a un sacerdote
de Babilonia para que les enseñara la manera de adorar al Dios
de la tierra; pero he aquí que cuando la conocieron, siendo
enseñados por el sacerdote, su temor no les permitió
contentarse con ese culto solamente. «Temían a Jehová», dice
el texto, «y honraban a sus dioses». Y de nuevo: «Así temieron
a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 33

ídolos» (2R 17). Fue también este temor el que llevó a los
fariseos a inventar tantas tradiciones, como el lavado de copas,
camas, mesas y jofainas, así como otros utensilios10
semejantes. Nadie sabe los muchos peligros en que un temor
impío de Dios llevará a un hombre (Mr 7).
¡Cómo ha atormentado y torturado a los papistas por
cientos de años juntos! Porque, ¿acaso no es este temor impío,
al menos en los más simples e inofensivos de ellos, la causa de
sus penitencias, como arrastrarse hasta la cruz, ir descalzos en
peregrinación, azotarse a sí mismos, vestirse de cilicio, decir
tantos padrenuestros, tantos avemarías, hacer tantas
confesiones al sacerdote, dar tanto dinero para indultos, y
muchas cosas como estas? Porque si pudieran ser llevados a
creer esta doctrina, que Cristo fue entregado por nuestras
ofensas, y resucitado para nuestra justificación, y la aplicaran
por fe con atrevimiento piadoso a sus propias almas, este
temor se desvanecería y, por consiguiente, todas aquellas cosas
con las que tan innecesaria e inútilmente se afligen, las cuales
ofenden a Dios y afligen a su pueblo. Por lo tanto, amable
lector, aunque mi texto ordena que en verdad debes temer a
Dios, no incluye ni acepta cualquier temor; no, no cualquier
temor de Dios. Porque hay, como ves, un temor de Dios que es
impío, y que debe ser rechazado como un pecado. Por lo tanto,
tu sabiduría y tu preocupación deben ser considerar y validar
que tu temor es piadoso, sobre lo cual hablaré a continuación.
TERCERO. La tercera cosa de la que voy a hablar es que
hay un temor de Dios en el corazón de algunos hombres que
es bueno y piadoso, pero que no permanece así para siempre.
O puedes entenderlo así: hay un temor de Dios que es piadoso,
pero solo por un tiempo. Al presentar y tratar este tema, lo
haré de la siguiente manera: Primero. Te mostraré qué es este
temor. Segundo. Te mostraré por quién o por qué se produce
este temor en el corazón. Tercero. Te mostraré lo que este

10
«Utensilios» ; ropa, muebles, utensilios. «Los apóstoles no estaban fijos en su
residencia, sino que estaban preparados en sus efectos personales para
trasladarse adonde fueran llamados» -Barrow.-Ed.
34 EL TEMOR DE DIOS

temor hace en el alma. Y, cuarto, te mostraré cuándo debe


terminar este temor.
Primero. Este temor es un efecto de un despertar genuino
a través de la palabra de la ira, que engendra en el alma un
sentido de su merecida condenación eterna. Porque este temor
no está presente en todos los pecadores. El que está cegado por
el diablo y que no es capaz de ver que su estado es condenable,
no tiene este temor en su corazón, pero el que está bajo la
poderosa obra de la palabra de ira, como los elegidos de Dios
al principio de su conversión, tiene este temor piadoso en su
corazón; es decir, teme que la condenación vendrá sobre él, la
cual merece por la justicia de Dios, porque ha quebrantado Su
santa ley. Este es el temor que hizo gritar a los tres mil:
«Varones hermanos, ¿qué haremos?» y que hizo gritar al
carcelero, y esto con gran temblor de alma: «Señores, ¿qué
debo hacer para ser salvo?» (Hch 2:37; 16:30). El método de
Dios es matar y dar vida, herir y luego sanar; cuando el
mandamiento llegó a Pablo, el pecado revivió y él murió, y
aquella ley que era para vida, a él le resultó para muerte; esto
es, dictó sentencia de muerte sobre él por sus pecados, y mató
su conciencia con esa sentencia.
Por tanto, desde que oyó aquella palabra: «¿Por qué me
persigues?», que es como si hubiera dicho: ¿Por qué cometes
homicidio? estuvo bajo la sentencia de condenación por la ley,
y bajo este temor de esa sentencia en su conciencia. Es decir,
estuvo bajo ella hasta que Ananías vino a él para consolarlo y
predicarle el perdón de los pecados (Hch 9). El temor, por lo
tanto, que ahora llamo piadoso, es aquel temor que se llama
propiamente el temor de la condenación eterna por el pecado,
y este temor, al despertarse por primera vez, es bueno y
piadoso, porque surge en el alma de un verdadero sentido de
su propia condición. Su condición por naturaleza es
condenable, porque es pecaminoso y porque es alguien que
todavía no cree en Cristo para remisión de los pecados: «El que
no creyere, será condenado», «El que no cree, ya ha sido
condenado» y «la ira de Dios está sobre él» (Mr 16:16; Jn
3:18,36). Cuando el pecador, en un principio, comienza a ver
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 35

esto, justamente lo teme; es decir, lo teme justamente y, por


lo tanto, piadosamente, porque por este temor aprueba la
sentencia que se ha dictado contra él por el pecado.
Segundo. ¿Por quién o por qué se produce este temor en el
corazón? A esto responderé brevemente. Es operado en el
corazón por el Espíritu de Dios, obrando allí al principio como
un espíritu de esclavitud, intencionalmente para ponernos en
temor. Esto es lo que Pablo insinúa al decir: «No habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor»
(Ro 8:15). No dice: No habéis recibido el espíritu de esclavitud;
porque lo habían recibido al inicio de su conversión, y eso para
atemorizarlos, como lo muestran los ejemplos antes
mencionados. Lo que dice es que no lo habían recibido de
nuevo, es decir, luego de que el Espíritu vino como espíritu de
adopción, porque ya este no viene más como espíritu de
esclavitud. Es, pues, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, el
que nos convence de pecado y, por tanto, de nuestro estado
condenable a causa del pecado (Jn 16:8-9). El Espíritu no solo
ha de convencernos de pecado, sino que debe mostrarnos
nuestra condición condenable a causa de él, especialmente si
así, antes de que creamos, nos convence, y esa es la intención
de nuestro Señor en este lugar, «de pecado», y así de nuestro
estado condenable por el pecado, «por cuanto no creen en Mí».
Por lo tanto, el Espíritu de Dios, cuando obra en el corazón
como un espíritu de esclavitud, lo hace obrando en nosotros
por la ley, «porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado» (Ro 3:20). Y en esta operación se le llama
apropiadamente espíritu de servidumbre.
1. Porque por medio de la ley nos muestra que, en efecto,
somos esclavos de la ley, del diablo, de la muerte y de la
condenación; porque este es nuestro estado real por
naturaleza, aunque no lo veamos hasta que el Espíritu de Dios
venga a revelar a nuestros propios entendimientos este estado
de esclavitud al revelarnos nuestros pecados por medio de la
ley.
2. En esta operación del Espíritu se le llama «el espíritu de
esclavitud», porque aquí también nos retiene; es decir, en esta
36 EL TEMOR DE DIOS

visión y comprensión de nuestro estado de esclavitud, y esto


mientras sea conveniente que retenernos así. Para algunos de
los santos es un tiempo más largo, y para otros, más corto.
Pablo fue retenido allí tres días y tres noches, pero el carcelero
y los tres mil, por lo que se puede deducir, no más de una hora.
Pero algunos, en estos últimos tiempos, son retenidos así
durante días y meses, si no años11 Pero, ya sea por poco o
mucho tiempo, es el Espíritu de Dios el que le sujeta bajo este
yugo, y es bueno que un hombre esté en SU tiempo sujeto a él,
como dice el texto en Lamentaciones: «Bueno le es al hombre
llevar el yugo desde su juventud» (Lm 3:27). Es decir, al
principio de su despertar, mientras le parezca bien a este
Espíritu Santo obrar de esta manera por la ley. Ahora bien,
como dije, el pecador al principio es sujetado por el Espíritu
de Dios a esta esclavitud, es decir, tiene tal comprensión de su
pecado y de su condenación por el pecado, y también es
sujetado tan firmemente bajo el sentido de ello, que no está en
poder de ningún hombre, ni aun de los mismos ángeles del
cielo, liberarlo o ponerlo en libertad, hasta que el Espíritu
Santo cambie Su ministerio y venga a su pobre, abatida y
afligida conciencia con la dulce y apacible noticia de la
salvación por Cristo en el evangelio.
Tercero. Ahora voy a mostrarles lo que este temor hace en
el alma. Ahora bien, aunque este temor piadoso no ha de
permanecer siempre con nosotros, como les mostraré más
adelante, sin embargo, difiere grandemente del que es
totalmente impío en sí mismo, tanto por su autor como por
sus efectos. Del autor te he hablado antes; ahora te diré lo que
hace.

11
Dios no se limita en cuanto al modo de llamar a los pobres pecadores. A los tres
mil los convenció en una hora, e inmediatamente hicieron una profesión,
pero Bunyan estuvo durante años en un estado de incertidumbre alarmante;
algunos son impulsados por terrores intensos, otros por una voz apacible y
delicada. Lector, nuestra pregunta expectante debería ser: ¿Hemos entrado
por la puerta de Cristo? ¿Son nuestros frutos dignos de arrepentimiento? Que
nadie se jacte de su experiencia, porque va bien embarrado con la suciedad
del lodazal. Cada alma que entra por la puerta es igualmente un milagro de
la gracia.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 37

1. Este temor hace que el hombre se juzgue a sí mismo por


el pecado, y que se postre ante Dios con la mente quebrantada
bajo este juicio; lo cual es agradable a Dios, porque de esta
manera el pecador reconoce a Dios como justo en Su palabra,
y como puro en Su juicio (Sal 51:1-4).
2. Así como este temor hace que el hombre se juzgue a sí
mismo y se arroje a los pies de Dios, también le hace
compadecerse y lamentar su miseria ante Él, lo cual también
es agradable a Sus ojos: «Escuchando, he oído a Efraín que se
lamentaba», al decir: «Me azotaste, y fui castigado como
novillo indómito…» (Jr 31:18-19).
3. Este temor hace que un hombre se postre a los pies del
Señor, y ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza.
Esto también agrada a Dios, porque ahora el pecador es como
nada, y a sus propios ojos menos que nada, en cuanto a
cualquier bien o aflicción: «Que se siente solo y calle», porque
ahora tiene este yugo sobre él; «ponga su boca en el polvo, por
si aún hay esperanza» (Lm 3:28-29).
4. Este temor pone al hombre a clamar a Dios por
misericordia, y eso de la manera:más humilde; ahora clama
sensiblemente, ahora clama abatido, ahora siente y clama,
ahora sonríe y grita: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lc
18:13).
5. Este temor hace que un hombre no pueda aceptar como
ayuda y socorro lo que otros que carecen de este temor
aceptan. Este hombre debe ser lavado por Dios mismo, y
limpiado de su pecado por Dios mismo (Sal 51).
6. Por lo tanto, este temor no desaparecerá hasta que el
Espíritu de Dios cambie Su ministerio en esta área en
particular, hasta que deje de obrar ahora por la ley, como
antes, y venga al alma con la dulce palabra de promesa de vida
y salvación por Jesucristo. Este temor es piadoso, es decir,
hasta el momento en que Cristo por el Espíritu en el evangelio
es revelado y entregado a nosotros, y no más.
Hasta aquí este temor es piadoso, y la razón por la que es
piadoso es porque su fundamento es bueno. Ya te he dicho lo
38 EL TEMOR DE DIOS

que es este temor, es decir, el temor a la condenación. Ahora


bien, el fundamento de este temor es bueno, como se hace
evidente por estos detalles: 1. El alma teme la condenación, y
con razón, porque está en sus pecados. 2. El alma teme la
condenación con razón, porque no tiene fe en Cristo, sino que
actualmente está bajo la ley. 3. El alma teme la condenación
con razón ahora, porque por el pecado, la ley y la falta de fe, la
ira de Dios permanece sobre ella. Pero, ahora, aunque hasta
aquí este temor de Dios es bueno y piadoso, sin embargo,
después que Cristo nos es revelado por el Espíritu en la palabra
del evangelio, y somos movidos a aceptarlo como es revelado y
ofrecido a nosotros por una fe verdadera y viva, este temor, es
decir, de condenación, ya no es bueno, sino impío. Y el
Espíritu de Dios no vuelve a obrar en nosotros este temor.
Ahora ya no recibimos el espíritu de esclavitud para temer,
es decir, para temer la condenación, sino que hemos recibido
el espíritu de adopción, por el cual clamamos: Abba, Padre.
Pero no me equivoco cuando afirmo que este temor ya no es
piadoso. No me refiero a su esencia y práctica, pues creo que
es el mismo en la semilla que más tarde crecerá a un grado
más alto, y a una tendencia y manera de obrar más dulce y
evangélica. Más bien me refiero a este acto de temer la
condenación, y digo que el Espíritu nunca más obrará esto en
nosotros; nunca más producirá ese fruto. Y mis razones son:

Razones por las que el Espíritu de Dios no puede


obrar este temor impío.
1. Porque el alma, al ser sellada por la promesa, por el
Espíritu, con Jesucristo, es removida de aquel fundamento
sobre el cual estaba cuando justamente temía la condenación.
Ahora ha recibido el perdón de los pecados, ya no está bajo la
ley, sino en Jesucristo por la fe; por lo tanto, «ninguna
condenación hay» para ella (Hch 26:18; Ro 6:14, 8:1). Por lo
tanto, siendo quitado el fundamento, el Espíritu ya no obra
más ese temor.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 39

2. No puede, después de haber venido al alma como espíritu


de adopción, venir otra vez como espíritu de esclavitud para
llevar el alma a su primer temor; es decir, el temor de la
condenación eterna, porque no puede decir algo y retractarse,
hacer algo y deshacerlo. Como espíritu de adopción me dijo
que mis pecados fueron perdonados, que estaba incluido en el
pacto de gracia, que Dios era mi Padre por medio de Cristo,
que estaba bajo la promesa de salvación y que este
llamamiento y don de Dios para mí es permanente y sin vuelta
atrás. ¿Y crees que después de haberme dicho esto, y sellado
esta verdad en mi preciosa alma, vendrá a mí y me dirá que
todavía estoy en mis pecados, bajo la maldición de la ley y la
ira eterna de Dios? No, no, la palabra del evangelio no es sí, sí;
no, no. Solo es sí y amén. Y es así porque «Dios es fiel» (2 Co
1:17-20).
3. Por lo tanto, ya que ha cambiado el estado del pecador, y
esto también porque el Espíritu ha cambiado Su dispensación,
y ya no es ahora como un espíritu de esclavitud para
atemorizarnos, sino que viene a nuestro corazón como el
espíritu de adopción para hacernos clamar: Abba, Padre, no
puede volver otra vez a Su obra inicial. Porque de esta manera
estuviera consintiendo y también ratificando esa doctrina
profana y papista que enseña: perdonado hoy, no perdonado
mañana; un hijo de Dios hoy, un hijo del infierno mañana,
pero ¿qué dicen las Escrituras? «Así que ya no sois extranjeros
ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros
de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo
Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado,
va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de
Dios en el Espíritu» (Ef 2:19-22).
Objeción: Pero esto es contrario a mi experiencia. Pero,
cristiano, ¿cuál es tu experiencia? Al principio, como has
dicho, estaba poseído por el temor a la condenación y, por
tanto, bajo el poder del espíritu de esclavitud. Muy bien, ¿y
cómo fue entonces? Pues, después de algún tiempo de persistir
40 EL TEMOR DE DIOS

en estos temores, se me envió el espíritu de adopción para


sellar en mi alma el perdón de los pecados, y así lo hizo.
También fui ayudado por el mismo Espíritu, como has dicho,
a llamar a Dios Abba, Padre. Bien, ¿y después qué? Pues,
después de eso caí en tan grandes temores como nunca antes
había estado.12
Respuesta: Puedo admitir todo esto y, sin embargo, lo que
he dicho sigue siendo verdad, porque no he dicho que después
que venga el espíritu de adopción, un cristiano no volverá a
experimentar grandes temores, porque puede tener peores que
los que tuvo al principio. Más bien, digo que después que venga
el espíritu de adopción, el espíritu de esclavitud, como tal, ya
no es enviado por Dios para llevarnos a esos temores. Porque,
fíjate, «no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar
otra vez en temor». Que la Palabra sea verdad, cualquiera que
sea tu experiencia. ¿No me entiendes?
Después que el Espíritu de Dios me ha dicho, y también me
ha ayudado a creerlo, que el Señor por Cristo ha perdonado
mis iniquidades, ya no me dice más que estas no son
perdonadas. Después que el Espíritu de Dios me ha ayudado,
por medio de Cristo, a llamar a Dios mi Padre, no me dice más
que el diablo es mi padre. Después que me ha dicho que no
estoy bajo la ley, sino bajo la gracia, no me dice más que no
estoy bajo la gracia, sino bajo la ley, y destinado por mis
pecados, a la ira y al juicio de Dios; pero este es el temor que
el Espíritu, como espíritu de servidumbre, obra en el alma al
principio.
Pregunta: ¿Puedes darme aún más razones para
convencerme de la verdad de lo que dices?
Respuesta. Sí.
1. Porque así como el Espíritu no puede mentirse a sí
mismo, tampoco puede invalidar su propio orden de obrar, ni
contradecir el testimonio que sus siervos, por Su inspiración,
han dado del orden de Su obrar con ellos. Pero estaría
mintiendo si nos dice que estamos bajo el pecado, la ley y la
12
Esto está notablemente ejemplificado en el libro Gracia Abundante de Bunyan
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 41

ira, y esto después de que hemos recibido Su propio testimonio


de que estamos bajo la gracia.
Y estaría invalidando Su propio orden de obrar, si derriba
como espíritu de esclavitud otra vez lo que antes había
edificado como espíritu de adopción, y esto después de haber
pasado por la primera obra en nosotros como espíritu de
esclavitud, a la segunda como espíritu de adopción.
Y estaría, necesariamente, derribando el testimonio de Sus
siervos, porque ellos han dicho que no hemos recibido el
espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor; es decir,
después de que por el Espíritu Santo somos capacitados para
llamar a Dios Abba, Padre.
2. Esto también es evidente, porque el pacto en el que ahora
el alma está interesada permanece, y es eterno, no sobre la
presuposición de mi obediencia, sino sobre el propósito
inmutable de Dios y la eficacia de la obediencia de Cristo, cuya
sangre también lo ha confirmado. Es «ordenado en todas las
cosas, y será guardado», dijo David; y esto, dijo él, es «toda mi
salvación» (2S 23:5). Así pues, el pacto es eterno en sí mismo,
al estar establecido sobre tan buenos cimientos, y por lo tanto
permanece en sí mismo siempre dispuesto para el bien de los
que participan en él. Oye el tono del pacto, y el testimonio de
Dios de la verdad del mismo: «Por lo cual, este es el pacto que
haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el
Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su
corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán
a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno
a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me
conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré
propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus
pecados y de sus iniquidades» (He 8:10-12). Ahora bien, si Dios
hace así con los que ha incluido en Su pacto eterno de gracia,
entonces no se acordará más de sus pecados, es decir, como
para condenarlos, pues así es como los olvida. Entonces, no
puede el Espíritu Santo, que también es uno con el Padre y el
Hijo, venir a nosotros de nuevo como un espíritu de esclavitud
42 EL TEMOR DE DIOS

para ponernos en temor de condenación, luego de que


hayamos recibido estos gloriosos frutos de este pacto.
3. El Espíritu de Dios, después que ha venido a mí como
espíritu de adopción, no puede venir más a mí como espíritu
de esclavitud, para hacerme temer, es decir, con ese temor del
principio. Porque, por esa fe que Él mismo ha obrado en mí
para creer y llamar a Dios «Abba, Padre», estoy unido a Cristo
y no dependo de mis propias fuerzas, de mis pecados o de mi
desempeño, sino de Su justicia gloriosa ante Él y ante Su
Padre. Él no desechará un miembro de Su cuerpo, de Su carne
y de Sus huesos, el cual está completo ante Dios en la justicia
de Cristo. Así tampoco, el Espíritu de Dios vendrá como un
espíritu de esclavitud para volver a llevarlo a un temor bien
fundado de condenación, porque eso es una aparente
contradicción.13
Pregunta: ¿Pero no puede venir de nuevo como un espíritu
de esclavitud, para llevarme a mis temores del principio para
mi bien?
Respuesta: El texto dice lo contrario, porque «no habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor».
Ni Dios es llevado a esto por falta de sabiduría, a decir algo y
retractarse, a hacer algo y deshacerlo, pues de lo contrario no
pudiera hacer el bien. Cuando somos hijos y hemos recibido la
adopción de hijos, Él no acostumbra a enviar luego el Espíritu
para decirnos que somos esclavos y herederos de condenación
y que estamos sin Cristo, sin la promesa, sin gracia, y sin Dios
en el mundo. Sin embargo esto es lo que haría si viene a

13
Los que son adoptados en la familia del cielo son «justificados» de todo;
liberados del pecado, de la maldición y de la ira, «ya no hay condenación»
para ellos; y al confiar en la preciosa sangre de Jesús para el perdón, en Su
justicia para la aceptación y en Su gracia para la santificación, son, por la
morada del Espíritu que los adoptó, poseídos de ese amor que echa fuera el
temor, y se regocijan en la esperanza de la gloria de Dios. Y a los que, a causa
de sus múltiples debilidades y abandonos, se ven a menudo acosados por
temores incrédulos, el Señor les dice, para animarlos: « No temas, porque Yo
estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre
te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi justicia» (Is 41:10).-
Mason.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 43

nosotros después de haber recibido el espíritu de adopción,


ponernos en temor como antes como un espíritu de esclavitud.

Este temor impío provocado por el espíritu del


diablo.
Pregunta: ¿Qué espíritu es, pues, el que me ha hecho volver
al temor, al temor de la condenación y, por tanto, a la
esclavitud?
Respuesta: Por el espíritu del diablo, que siempre se
esfuerza por frustrar la fe, la esperanza y el consuelo de los
piadosos.
Pregunta: ¿Cómo se manifiesta esto?
Respuesta: 1. Por lo infundado de tales temores. 2. Por lo
inoportuno de ellos. 3. Por sus efectos.
1. Por lo infundado de tales temores. Se elimina el
fundamento, porque un temor fundado de condenación
significa que todavía estoy en mis pecados, en un estado
natural, bajo la ley, sin fe y, por lo tanto, bajo la ira de Dios.
Quiero decir que esta es la base del temor a la condenación, la
verdadera base para temerla; pero ahora el hombre del que
estamos hablando, es uno a quien se le ha quitado el
fundamento de este temor, por el testimonio y sello del
espíritu de adopción. Él es llamado, justificado y ha recibido,
por la realidad de esta su condición, la evidencia del espíritu
de adopción y, por lo tanto, ha sido capacitado para llamar a
Dios «Abba, Padre». Ahora bien, al que ha recibido esto se le
ha quitado el fundamento del temor de condenación; por lo
tanto, su temor, al carecer de fundamento, es falso y, por lo
tanto, no es obra del Espíritu de Dios.
2. Por lo inoportuno de ellos. Este espíritu siempre llega
demasiado tarde. Viene después que el espíritu de adopción ha
llegado. Satanás siempre está a favor de llegar demasiado
temprano o demasiado tarde. Si quisiera hacer creer a los
hombres que son hijos, lo haría mientras son esclavos,
esclavos de él y de sus concupiscencias. Si él quiere que crean
que son esclavos, es cuando son hijos y han recibido el espíritu
44 EL TEMOR DE DIOS

de adopción, y por esto el testimonio de su filiación antes. Y


esta maldad está arraigada incluso en su naturaleza: «Es
mentiroso, y padre de mentira»; y sus mentiras se dan a
conocer mejor a los santos en esto: en que se esfuerza siempre
por contradecir la obra y el orden del Espíritu de verdad (Jn 8).
3. También se muestra en los efectos de tales temores.
Porque hay una gran diferencia entre los efectos naturales de
estos temores que son producidos por el espíritu de esclavitud,
y los que son producidos después por el espíritu del diablo. El
uno, es decir, el temor que es producido por el espíritu de
esclavitud, nos hace confesar la verdad, es decir, que estamos
sin Cristo, sin gracia, sin fe, y esto en el presente; es decir,
mientras Él está obrando así en un caso pecaminoso y
condenable; pero el otro, es decir, el espíritu del diablo, cuando
viene, que es después que el espíritu de adopción ha venido,
nos hace mentir; esto es, nos lleva a decir que estamos sin
Cristo, sin gracia y sin fe. Ahora bien, esto es en su totalidad y
en cada una de sus partes, una mentira, y ÉL es el padre de
ella.
Además, la tendencia directa del temor que el Espíritu de
Dios, como espíritu de esclavitud, obra en el alma, es hacernos
volver arrepentidos a Dios por medio de Jesucristo, pero estos
últimos temores tienden directamente a hacer que un
hombre, después de haber negado primero la obra de Dios,
como lo hará, si cae en ellos, huya completamente de Dios y
de Su gracia para con él en Cristo, como evidentemente se verá
si no das una respuesta clara y honesta a estas preguntas que
siguen.

Este temor aleja al hombre de Dios.


Pregunta 1. ¿No te hacen estos temores preguntarte si
alguna vez hubo obra de gracia en tu alma? Respuesta: Sí,
ciertamente que lo hacen.
Pregunta 2. ¿No te hacen estos temores preguntarte si
alguna vez tus primeros temores fueron obra del Espíritu
Santo de Dios? Respuesta: Sí, ciertamente que sí.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 45

Pregunta. 3. ¿No te hacen dudar estos temores si alguna


vez has recibido verdadero consuelo de la Palabra y del
Espíritu de Dios? Respuesta: Sí, ciertamente que sí.
Pregunta. 4. ¿No encuentras entremezclados con estos
temores afirmaciones claras de que tus primeros consuelos
provenían de tu imaginación o del diablo, y eran fruto de sus
engaños? Respuesta: Sí, ciertamente.
Pregunta. 5. ¿No debilitan estos temores tu corazón en la
oración? Respuesta: Sí, así es.
Pregunta. 6. ¿No te impiden estos temores aferrarte a la
promesa de salvación por Jesucristo?
Respuesta. Sí; porque pienso que si fui engañado antes, si
fui consolado por un espíritu de engaño antes, ¿por qué no
puedo serlo otra vez? Así que temo asirme de la promesa.
Pregunta. 7. ¿No tienden estos temores a endurecer tu
corazón y a desesperarte? Respuesta: Sí, ciertamente.
Pregunta. 8. ¿No te impiden estos temores aprovechar la
predicación y la lectura de la Palabra? Respuesta: Sí, en verdad,
porque aun todo lo que oigo o leo, pienso que nada que sea
bueno me pertenece.
Pregunta. 9. ¿No tienden estos temores a suscitar en tu
corazón blasfemias contra Dios? Respuesta: Sí, hasta casi
distraerme.
Pregunta. 10. ¿No te hacen pensar a veces estos temores
que es en vano que esperes más en el Señor? Respuesta: Sí,
ciertamente; y muchas veces casi he llegado a esta conclusión,
que no leeré, oraré, oiré, estaré en compañía del pueblo de
Dios o cosas semejantes, por más tiempo.
Bien, pobre cristiano, me alegro de que me hayas
contestado tan claramente; pero, por favor, vuelve a mirar tu
respuesta. ¿Cuánto crees que hay de Dios en estas cosas?
¿Cuánto de Su Espíritu y de la gracia de Su Palabra? Nada en
absoluto; porque no puede ser que estas cosas sean los efectos
verdaderos y naturales de las obras del Espíritu de Dios;
ciertamente no como un espíritu de esclavitud. Estas no son
Sus obras. ¿No ves en ellas la garra misma del diablo, sí, en
46 EL TEMOR DE DIOS

cada una de tus diez respuestas? ¿No hay una gran maldad
evidente en cada uno de los efectos de este temor? Concluyo,
pues, como empecé, que el temor que obra el espíritu de Dios,
como espíritu de servidumbre, es bueno y piadoso, no solo por
el autor, sino también por el fundamento y los efectos. Sin
embargo, este no puede continuar como tal, produciendo lo
que antes concluimos, sino solo hasta que venga el Espíritu
como espíritu de adopción, porque entonces el alma es
claramente liberada del estado y condición en que se había
metido, tanto por su naturaleza como por su pecado, y es
establecida en Cristo, y así por Él en un estado de vida y
bienaventuranza por la gracia. Por lo tanto, si después de que
el espíritu de adopción ha estado contigo, vuelven a entrar
temores en tu alma, debes saber que no provienen del Espíritu
de Dios, sino aparentemente del espíritu del diablo, porque son
una mentira en sí mismos, y sus efectos son pecaminosos y
diabólicos.
Objeción. Pero yo también tenía maldades como esas en mi
corazón al principio de mi nuevo nacimiento y, por lo tanto,
según tu argumento, eso también debe ser del diablo.
Respuesta: En la medida en que tal maldad estaba en tu
corazón, en esa medida el diablo y tu propio corazón trataron
de llevarte a la desesperación y ahogarte allí. Pero, has olvidado
cuál es el punto, ya que la pregunta no es si entonces estabas
atribulado por tales iniquidades, sino si tus temores de
condenación en ese momento no eran justos y buenos, porque
estaban basados en tu condición en ese momento: estabas en
tus pecados y bajo la maldición de la ley porque no estabas en
Cristo. Si ahora, puesto que el espíritu de adopción ha venido
a ti, es tu dueño y ha hecho por ti lo que se ha mencionado, y
por cualquier razón debes ceder al mismo temor de
condenación, es evidente que no deberías, porque el
fundamento, la causa, ha sido removida.
Objeción. Pero yo también tenía maldades como esas en mi
corazón al principio de mi nuevo nacimiento y, por lo tanto,
según tu argumento, eso también debe ser del diablo.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 47

Respuesta: En la medida en que tal maldad estaba en tu


corazón, en esa medida el diablo y tu propio corazón trataron
de llevarte a la desesperación y ahogarte allí. Pero, has olvidado
cuál es el punto, ya que la pregunta no es si entonces estabas
atribulado por tales iniquidades, sino si tus temores de
condenación en ese momento no eran justos y buenos, porque
estaban basados en tu condición en ese momento: estabas en
tus pecados y bajo la maldición de la ley porque no estabas en
Cristo. Si ahora, puesto que el espíritu de adopción ha venido
a ti, es tu dueño y ha hecho por ti lo que se ha mencionado, y
por cualquier razón debes ceder al mismo temor de
condenación, es evidente que no deberías, porque el
fundamento, la causa, ha sido removida.
Objeción. Pero, desde que fui sellado para el día de la
redención, he pecado gravemente contra Dios, ¿no tengo, por
tanto, motivo para temer como antes? ¿No puede, por tanto,
ser enviado de nuevo el espíritu de esclavitud para ponerme en
temor, como al principio? El pecado fue la primera causa, y
ahora he pecado.
Respuesta: No, de ninguna manera, porque no hemos
recibido de nuevo el espíritu de esclavitud al temor; es decir,
Dios no nos lo ha dado, «porque no nos ha dado Dios espíritu
de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2
Ti 1:7). Por lo tanto, si nuestros primeros temores vuelven a
invadirnos, después de haber recibido de manos de Dios el
espíritu de amor, de poder y de dominio propio, debemos
rechazarlos, aunque hayamos pecado gravemente contra
nuestro Dios. Esto se manifiesta en 1 Samuel 12:20: «No
temáis; vosotros habéis hecho todo este mal». Es decir, no con
ese temor que los habría hecho huir de Dios, como
concluyendo que ya no eran Su pueblo. Y la razón es, porque
el pecado no puede anular el pacto en el cual los hijos de Dios,
por Su gracia, son aceptados. «Si dejaren sus hijos Mi ley, y no
anduvieren en Mis juicios, si profanaren Mis estatutos, y no
guardaren Mis mandamientos, entonces castigaré con vara su
rebelión, y con azotes sus iniquidades. mas no quitaré de él Mi
misericordia, ni falsearé Mi verdad» (Sal 89: 30-33). Ahora
48 EL TEMOR DE DIOS

bien, si el pecado no anula el pacto, si el pecado no me excluye


de este pacto, hecho personalmente con el Hijo de Dios, y en
cuyas manos por la gracia de Dios he sido puesto, entonces,
aunque haya pecado, no debo temer con ese temor del
principio.
El pecado, después que el espíritu de adopción ha venido,
no puede anular la relación de Padre e hijo. Y esto la iglesia lo
afirmó con toda razón, y en un momento en que su corazón
estaba endurecido y pesaba sobre ella la culpa de haberse
extraviado de Sus caminos, dice ella. «Pero Tú eres nuestro
padre» (Is 63:16-17). «Si bien Abraham nos ignora, e Israel no
nos conoce, Tú, oh Jehová, eres nuestro padre».
Que el pecado no anula la relación de Padre e hijo es una
evidencia más: «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para
que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios
envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual
clama: ¡Abba, Padre!». Ahora fíjate: «Así que ya no eres
esclavo»; es decir, ya no estás bajo la ley de muerte y
condenación, «sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios
por medio de Cristo» (Gal 4:4-7).
Supongamos que un hijo transgrede y ofende gravemente
a su padre, ¿se anula por ello la relación entre ellos? Además,
supongamos que el padre azotara y castigara al hijo por tal
ofensa, ¿se anula la relación entre ellos? Sí, supongamos que
el hijo ahora, por ignorancia, llorara y dijera: «Este hombre ya
no es mi padre»; ¿por eso ya no es su padre? ¿No es evidente
para todos la locura de tales argumentos? Pues de la misma
naturaleza es esa doctrina que dice, que después de que hemos
recibido el espíritu de adopción, el espíritu de esclavitud es
enviado a nosotros de nuevo para ponernos en el temor de la
condenación eterna.
Sabe, pues, que tu pecado, después de haber recibido el
espíritu de adopción para clamar a Dios: Abba, Padre, es
considerado la transgresión de un hijo, no de un esclavo, y que
todo lo que te sucede por esa transgresión no es más que el
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 49

castigo de un padre, y «¿qué hijo es aquel a quien el padre no


disciplina?». Vale la pena que observes que el Espíritu Santo
reprueba a aquellos que, bajo sus castigos por el pecado, se
olvidan de llamar a Dios su Padre: «Habéis ya olvidado la
exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo Mío,
no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando
eres reprendido por Él». Sí, observa aún más, que el castigo de
Dios a Sus hijos por su pecado, es una señal de gracia y amor,
y no de Su ira y de tu condenación; por lo tanto, ahora no hay
motivo para el temor antes mencionado: «Porque el Señor al
que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (He
12). Ahora bien, si Dios no quiere que los que han recibido el
Espíritu del Hijo, por más que los castigue, olviden la relación
que por la adopción de hijos tienen con Dios, si Él se fija en los
que lo olvidan cuando Su vara está sobre sus espaldas por el
pecado, entonces es evidente que esos temores que tienes bajo
la apariencia de la venida del Espíritu, como un espíritu de
esclavitud, para hacerte temer la condenación eterna, no es
otra cosa que Satanás disfrazado, para obrar en ti sus
artimañas.
Te daré todavía dos o tres ejemplos más, en los que te
mostraré que en cualquier cosa que te suceda, quiero decir
como castigo por el pecado, después de que hay venido el
espíritu de adopción, debes mantener por fe la relación de
Padre e hijo. Se dice que el pueblo del que habla Moisés había
menospreciado la roca de su salvación, que es Jesucristo, y eso
es un pecado grave en verdad, sin embargo, dice él, «¿No es Él
tu padre, que te creó?» y luego los pone a considerar los días
pasados (Dt 32:6). Ellos, según el profeta Jeremías, habían
fornicado con muchos amantes, y habían hecho todo lo malo
que pudieron; y, como dice en otro lugar de la Escritura, se
habían apartado de su Dios. Sin embargo, Dios los llama por
medio del profeta, diciendo: «¿No me llamarás a mí, Padre
mío, guiador de mi juventud?». (Jr 3:4). Recuerda también
aquel conocido texto mencionado en 1 Samuel 12:20: «No
temáis; vosotros habéis hecho todo este mal» ; y esfuérzate por
mantener en tu alma la fe de que eres un hijo, siendo cierto
50 EL TEMOR DE DIOS

que has recibido antes el espíritu de adopción, y por eso no


debes caer bajo tus temores del principio, porque ha sido
quitado el fundamento de tu condenación eterna.
Ahora bien, que nadie, por lo que hemos dicho, se anime a
vivir vidas libertinas, bajo la suposición de que una vez en
Cristo, para siempre en Cristo, y de que el pacto no puede ser
roto, ni la relación de Padre e hijo anulada; porque es evidente
que los que así lo hacen no saben lo que es recibir el espíritu
de adopción. Es el espíritu del diablo en su propio matiz el que
les sugiere esto, y el que prevalece sobre ellos para que lo
hagan. ¿Haremos males para que vengan bienes?
¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¿O
seremos viles en la vida porque Dios por gracia nos ha librado
de la ira venidera? Dios no lo quiera; estas conclusiones
denotan una falta de temor de Dios, y también del espíritu de
adopción. Porque ¿qué hijo es aquel que, porque el padre no
puede romper la relación, ni permitir que el pecado lo haga, es
decir, entre el Padre y él, dirá por eso: Viviré completamente
según mis propias concupiscencias, me esforzaré por ser una
continua aflicción para mi Padre?

Consideraciones para prevenir tales tentaciones.


Pero, para que Satanás («pues no ignoramos sus
maquinaciones») no gane ventaja contra algunos de los hijos
al apartarlos del temor filial a su Padre, permíteme exponer las
siguientes consideraciones.
Primero. Aunque Dios no puede ni quiere anular la relación
que el espíritu de adopción ha establecido entre el Padre y el
Hijo, por ningún pecado que estos cometan, puede, y a
menudo lo hace, quitarles el consuelo de Su adopción, no
permitiendo que los hijos, mientras se encuentran en pecado,
perciban el dulce consuelo de ella en sus corazones. Él sabe
ponerles lazos alrededor, y que el espanto repentino los turbe.
Sabe enviar tinieblas para que no vean, y dejar que la
abundancia de aguas los cubra (Job 22:10-11).
Segundo. Dios puede esconder Su rostro de ellos y afligirlos
de tal manera con esa dispensación, que no hay poder en el
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 51

mundo que pueda consolarlos. «Si escondiere el rostro, ¿quién


lo mirará?». (Job 23:8-9, 34:29).
Tercero. Dios sabe cómo traer a ti los pecados que hace
mucho tiempo perdonó, y eso de tal manera que experimentes
amargura en tu alma. Dice Job: «¿Por qué escribes contra mí
amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi juventud?».
Con esto también hizo gemir y orar una vez a David, para ser
liberado de ello como una aflicción insoportable (Job 13:26;
Sal 25:7).
Cuarto. Dios puede encadenarte en el calabozo y hacer
rodar una piedra sobre ti, puede sujetar tus pies en el cepo y
convertirte en el blanco de las miradas de hombres y ángeles
(Lm 3:7,53,55; Job 13:27; Nah 3:6).
Quinto. Dios puede hacer cesar las dulces operaciones y las
influencias benditas de Su gracia en tu alma, y hacer que esas
lluvias evangélicas que antes disfrutabas se conviertan ahora
para ti en nada más que polvo (Sal 51; Dt 28:24).
Sexto. Dios puede luchar contra ti «con la espada de [Su]
boca», y hacerte blanco de Sus flechas; y esta es una
dispensación sumamente terrible (Ap 2:16; Job 6:4; Sal 38:2-
5).
Séptimo. Dios puede postrarte con culpa y angustia, de
modo que no puedas levantar la cabeza (Sal 40:12).
Octavo. Dios puede quebrantar tus huesos, y hacer que por
ello vivas en continua angustia de espíritu: sí, puede enviar un
fuego a tus huesos que arderá, y nadie lo apagará (Sal 51:8; Lm
3:4, 1:13; Sal 102:3; Job 30:30).
Noveno. Dios puede desecharte y no usarte para ninguna
obra Suya en tu generación. Puede desecharte «como un vaso
quebrado» (Sal 31:12; Ez 44:10-13).
Décimo. Dios puede matarte y quitarte de la tierra por tus
pecados (1Co 11:29-32).
Undécimo. Dios puede acosarte con plagas grandes y de
larga duración en la hora de tu muerte (Sal 78:45; Dt 28).
Duodécimo. ¿Qué más he de decirte? Dios puede soltar a
Satanás sobre ti, y cuando estás moribundo, puede darle
52 EL TEMOR DE DIOS

licencia para que te asalte con grandes tentaciones, puede


hacerte sentir la culpa de toda tu falta de bondad hacia Él. Y,
como dije antes, puede hacer que cuando te vayas del mundo,
tu vida esté en continua duda ante ti y no permitirte tener
ningún consuelo ni de día ni de noche. Sí, Él puede llevarte
incluso a la locura con Sus castigos por tu insensatez y, sin
embargo, todo será hecho por Él, como un padre castiga a su
hijo (Dt 28: 65-67).
Decimotercero. Además, Dios sabe cómo derribarte de tu
lecho de muerte en medio de la confusión, puede permitir que
mueras en la oscuridad. Cuando estés muriendo, no sabrás a
dónde vas, es decir, si al cielo o al infierno. Sí, Él puede hacer
que parezcas falto de vida, tanto a tus propios ojos, como a los
ojos de los que te contemplan. «Temamos, pues», dice el
Apóstol, aunque no con temor servil, sino con temor filial, «no
sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo,
alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado» (He 4:1).
Ahora bien, todo esto y mucho más puede hacer Dios a los
Suyos como Padre con Su vara y Sus reprensiones paternales.
Ah, solo los que están bajo ellas saben a qué terrores, temores,
angustias y asombros puede llevar Dios a Su pueblo; puede
meterlos en un horno, en el fuego, y nadie puede cuestionar lo
que hace. Tan inescrutables y temibles como son Sus castigos
paternales, aun así nunca más trae sobre ellos el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor. Por tanto, si eres hijo,
guárdate del pecado, no sea que todas estas cosas te alcancen
y vengan sobre ti.
Objeción. Pero yo he pecado, y estoy bajo esta grande y
poderosa mano de Dios.
Respuesta. Entonces sabes que lo que digo es verdad, pero
ten cuidado de no prestar oídos a tales tentaciones que te
harían creer que estás fuera de Cristo, bajo la ley y en estado
de condenación. Y cuídate también de no concluir que el autor
de estos temores es el Espíritu de Dios que viene de nuevo a ti
como espíritu de esclavitud, para poner en ti ese temor, no sea
que sin darte cuenta desafíes al diablo, deshonres a tu Padre,
invalides la buena doctrina y te metas en una doble tentación.
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 53

Objeción: Pero si Dios trata así a un hombre, ¿cómo puede


este pensar de otra manera sino que es un réprobo, sin gracia,
sin Cristo y sin fe?
Respuesta: No, pero ¿por qué tientas al Señor tu Dios? ¿Por
qué pecas y provocas los ojos de Su gloria? «¿Por qué se
lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su
pecado» (Lm 3:39). Dios no aflige ni entristece
voluntariamente a los hijos de los hombres; pero si pecas,
aunque Dios salve tu alma, como lo hará si te ha adoptado
como Su hijo, te hará saber que el pecado es pecado, y Su vara
con que te castigará, si es necesario, será de escorpiones. Lee
todo el libro de Lamentaciones; lee las quejas de Job y de
David; sí, lee lo que le sucedió a Su Hijo, Su bien amado, y eso
cuando lo único que hizo fue representar a pecadores, siendo
en sí mismo totalmente inocente, y luego considera, oh, hijo
pecador de Dios, si hay alguna injusticia en Dios, sí, si no es
necesario que seas castigado por tu pecado. Pero entonces,
cuando la mano de Dios esté sobre ti, por muy dolorosa que
sea, ten cuidado y guárdate de no dar lugar a tus primeros
temores, no sea que, como dije antes, aumentes tu aflicción.
Para ayudarte en esto, permíteme darte algunos ejemplos del
comportamiento de algunos de los santos bajo algunas de las
aflicciones más intensas que han enfrentado por el pecado.

Comportamiento de algunos de los santos bajo


intensas aflicciones por el pecado
Primero. Job estaba en gran aflicción por el pecado, como
él mismo confesó, de tal manera que él dijo que Dios lo había
puesto como un blanco para dispararle, que corrió sobre él
como un gigante, que lo tomó por el cuello y lo sacudió en
pedazos, lo contó como Su enemigo, le escondió el rostro, y
que no sabía dónde encontrarle. Sin embargo, Job no
consideró todo esto como una señal de condenación, sino
como prueba y castigo. Y, cuando estaba en lo más ardiente de
la batalla, dijo: «Me probará, y saldré como oro». Y de nuevo,
cuando fue presionado por el tentador a pensar que Dios lo
mataría, responde con la mayor confianza: «Aunque Él me
54 EL TEMOR DE DIOS

matare, en Él esperaré» (Job 7:20, 13:15, 14:12, 16, 19:11,


23:8-10).
Segundo. David se quejaba de que Dios había quebrantado
sus huesos, que había puesto Su rostro contra sus pecados y le
había quitado el gozo de su salvación; sin embargo, aun en este
momento dice: «Oh, Dios, Dios de mi salvación» (Sal
51:8,9,12,14).
Tercero. Hemán se quejaba de que su alma estaba hastiada
de males, de que Dios lo había puesto en el hoyo más profundo,
de que había alejado de él a sus conocidos y desechado su alma,
y había escondido de él su rostro. Que estaba afligido desde su
juventud y a punto de morir de angustia; dice, además, que la
ira de Dios había pasado sobre él, que sus terrores lo habían
aislado; sí, que a causa de ellos estaba consternado y, sin
embargo, aun antes de presentar cualquiera de estas quejas, se
aferra firmemente a Dios como suyo, diciendo: «Oh, Jehová,
Dios de mi salvación» (Sal 88:1).
Cuarto. La iglesia en Lamentaciones se queja de que el
Señor la había afligido por la multitud de sus rebeliones, y esto
en el día de Su ardiente furor; también que había hollado a
todos sus hombres fuertes, y que había llamado a los paganos
contra ella. Dice que la oscureció en Su furor, que era un
enemigo, y que extendió el cordel sobre ella; añade, además,
que había cerrado los oídos a la oración, quebrado sus dientes
con cascajo, y la había cubierto de cenizas y, en conclusión,
que la había desechado por completo. Pero ¿qué hace ella bajo
toda esta prueba? ¿Renuncia a su fe y esperanza, y vuelve al
temor que engendró la primera esclavitud? No: «Mi porción es
Jehová, dijo mi alma; por tanto, en Él esperaré»; sí, ella añade:
«Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida» (Lm
1:5, 2:1,2,5, 3:7,8,16, 5:22, 3:24,31,58).
Estas cosas demuestran que el pueblo de Dios, aun después
de haber recibido el espíritu de adopción, ha caído vilmente en
el pecado y ha sido castigado amargamente por ello. También,
cuando la vara vino sobre ellos con más fuerza, tomaron más
consciencia de ceder a sus primeros temores con los que
fueron atemorizados por el Espíritu cuando actuaba como
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 55

espíritu de esclavitud. Porque, ciertamente, despúes que el


Espíritu ha venido al alma como espíritu de adopción, no hay
tal cosa como la venida del espíritu de esclavitud para llevarnos
nuevamente al temor.
Concluyo, pues, que el temor que produce el espíritu de
esclavitud es bueno y piadoso, porque su fundamento es
sólido. También, concluyo que solo una vez viene al alma
como espíritu de esclavitud, y eso ocurre antes de venir como
espíritu de adopción. Por lo tanto, si el mismo temor se
apodera otra vez de tu corazón, es decir, si después de haber
recibido el espíritu de adopción temes otra vez la condenación
de tu alma, que estás fuera de Cristo y bajo la ley, ese temor es
malo y del diablo, y de ninguna manera debe darle cabida.

Cómo el diablo obra estos temores


1. Pregunta. Pero ya que es como tú dices, ¿cómo es que el
diablo, después que el espíritu de adopción ha venido, hace que
el hijo de Dios tenga esos temores de estar fuera de Cristo, de
no estar perdonado y, por lo tanto, de estar otra vez bajo
condenación?
Respuesta 1. Al dar como falsa, y persuadiéndonos para que
nosotros también lo hagamos, la obra de la gracia realizada en
nuestros corazones, y el testimonio del Espíritu Santo de
adopción. 2. Al abusar de nuestra ignorancia del amor eterno
de Dios a los Suyos en Cristo, y de la duración del pacto de
gracia. 3. Al abusar de algún texto de la Escritura que
pareciera ir en esa dirección, pero que no lo hace. 4. Al abusar
de nuestros sentidos y razón. 5. Al fortalecer nuestra
incredulidad. 6. Al eclipsar nuestro juicio con horribles
tinieblas. 7. Al darnos falsas representaciones de Dios. 8. Al
avivar y poner en marcha nuestras corrupciones internas. 9.
Al poner en nuestros corazones abundancia de blasfemias
horrendas. 10. Al llevarnos a interpretar erróneamente la vara
y la disciplina de Dios. 11. Al acusarnos de que nuestro mal
comportamiento cuando nos encontramos bajo la vara y la
disciplina de Dios es señal de que no tenemos gracia, sino que
somos réprobos sin gracia. Por estas cosas y otras semejantes,
56 EL TEMOR DE DIOS

Satanás lleva al hijo de Dios, no solo a los límites, sino aun a


las entrañas de los temores de condenación, después que ha
recibido un bendito testimonio de vida eterna, y eso por el
Espíritu Santo de adopción.

El pueblo de Dios debe temer Su vara.


Pregunta. ¿No quieres que el pueblo de Dios tema Su vara
y sienta miedo de Sus juicios?
Respuesta. Sí, y cuanto más los teman justamente, menos
y más raramente caerán bajo ellos, porque es la falta de temor
lo que nos hace pecar, y es el pecado lo que nos hace caer en
estas aflicciones. Pero no quiero que teman con temor de
esclavos, porque eso no los fortalecerá en su lucha contra el
pecado; sino que quiero que teman con temor reverencial de
hijos, y esa es la manera de apartarse del mal.
Pregunta. ¿Cómo es eso?
Respuesta. Pues habiendo recibido antes el espíritu de
adopción, continuar creyendo que Él es nuestro padre, y
temerle así con el temor de los hijos, no como los esclavos
temen a un tirano. Por lo tanto, quiero que consideres que Su
vara, Sus reprensiones, sus amonestaciones y castigos, y
también la ira con que los inflige, no son más que las
dispensaciones de tu Padre. Esta creencia mantiene, o al
menos ayuda a mantener, en el corazón una reverencia de hijo
bajo la vara. También, mantiene en el alma una confesión de
pecado semejante a la de un hijo y una justificación de Dios
bajo todas las reprensiones con que nos aflige. También nos
compromete a acudir a Él, a reclamar y aferrarnos a las
misericordias anteriores, a esperar más y a esperar que todas
las dispensaciones presentes de Dios hacia nosotros tengan un
buen fin (Mi 7:9; Lm 1:18; Sal 77:10-12; Lm 3:31-34).14

14
La gracia eficaz en el alma va acompañada de dudas y temores, debido a los
restos de la corrupción que mora en ella; de ahí que surja una guerra
continua. Creyente, ¡cuán necesario es que mantengas siempre la confianza y
la seguridad en el amor que te tiene tu Señor! Confía en Su fidelidad,
persevera firmemente en el camino del deber, mirando a Jesús y viviendo de
Su plenitud. Cómo nos recuerda todo este razonamiento la propia
3. Las diversas clases de temor de Dios en el corazón 57

Ahora bien, Dios quiere que temamos así Su vara, porque


está resuelto a castigarnos con ella si pecamos contra Él, como
ya he mostrado, porque aunque las entrañas de Dios se
revuelven dentro de Él aun cuando amenaza a Su pueblo, sin
embargo, si pecamos, aplicará la vara con tanta fuerza que nos
hará gritar: «¡Ay ahora de nosotros! porque pecamos» (Lm
5:16). Por eso, como he dicho, debemos tener miedo de Sus
juicios, pero solo como hemos hablado acerca de la vara: la ira
y el juicio de un Padre.
Ahora bien, Dios quiere que temamos así Su vara, porque
está resuelto a castigarnos con ella si pecamos contra Él, como
ya he mostrado, porque aunque las entrañas de Dios se
revuelven dentro de Él aun cuando amenaza a Su pueblo, sin
embargo, si pecamos, aplicará la vara con tanta fuerza que nos
hará gritar: «¡Ay ahora de nosotros! porque pecamos» (Lm
5:16). Por eso, como he dicho, debemos tener miedo de Sus
juicios, pero solo como hemos hablado acerca de la vara: la ira
y el juicio de un Padre.

Cinco consideraciones para que experimentemos el


temor de un hijo
Pregunta. Pero ¿todavía tienes otras consideraciones para
movernos a temer a Dios con el temor de un hijo?
Respuesta. Por el momento te daré cinco.
1. Considera que a Dios le parece bien que sea así, y es más
sabio de corazón que tú. Él sabe mejor que nadie cómo
preservar a Su pueblo del pecado, y para ello le ha dado leyes y
mandamientos que debe leer, para que aprenda a temerle
como a Padre (Job 37:24; Ec 3:14; Dt 17:18-19).
2. Considera que es majestuoso en poder; si no tocara solo
con un toque paternal, ni el hombre ni los ángeles pudieran
soportarlo. Sí, Cristo hace uso de ese argumento, Él «tiene
poder de echar en el infierno; sí, os digo, a este temed» (Lc
12:4-5).

experiencia de Bunyan, recogida en su obra Gracia Abundante; él no ignoraba


las artimañas de Satanás.
58 EL TEMOR DE DIOS

3. Considera que Él está en todas partes; no puedes estar


fuera de Su vista o presencia, ni fuera del alcance de Su mano.
«¿A mí no me temeréis? dice Jehová». «¿Se ocultará alguno,
dice Jehová, en escondrijos que Yo no lo vea? ¿No lleno Yo,
dice Jehová, el cielo y la tierra?» (Jr 5:22; 23:24).
4. Considera que Él es santo y no puede mirar con agrado
los pecados de Su propio pueblo. Por tanto, dice Pedro: «Como
hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes
teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os
llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy
santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de
personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor
todo el tiempo de vuestra peregrinación».
5. Considera que Él es bueno y que ha sido bueno contigo,
bueno porque te ha distinguido de los demás y te ha salvado
de su muerte y del infierno, aunque tal vez eras peor en tu vida
que aquellos a quienes pasó por alto cuando te tomó a ti. Oh,
esto debe comprometer tu corazón a temer al Señor todos los
días de tu vida. Ellos «temerán a Jehová y a Su bondad en el
fin de los días» (Os 3:5). Hasta aquí he considerado ese temor,
es decir, su forma de obrar en el principio, o sea, cuando pone
en nosotros el temor de condenación. En lo adelante hablaré
de:

4. La gracia del temor que el texto


contempla más directamente
Hablaré ahora de este temor que yo llamo un temor piadoso
duradero. En primer lugar como forma de explicación, y para
esto mostraré, PRIMERO. Cómo lo describe la Escritura.
SEGUNDO. Te mostraré de qué fluye este temor. Y luego,
TERCERO. También te mostraré lo que fluye de él.
4. La gracia del temor 59

Cómo este temor se describe en la Escritura


PRIMERO. Para hablar del primero de estos, es decir, cómo
la Escritura describe este temor, lo haremos: Primero, de
forma más general. Segundo, de forma más particular.
Primero: De forma más general.
1. Se llama gracia, es decir, una obra dulce y bendita del
Espíritu de gracia, tal como Dios la da a los elegidos. Por eso
dice el apóstol: «Tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos
a Dios agradándole con temor y reverencia» (He 12:28).
Porque así como ese temor que trae esclavitud es obrado en el
alma por el Espíritu como un espíritu de esclavitud, así este
temor, que es un temor que tenemos mientras estamos en la
libertad de hijos, es obrado por Él mientras nos manifiesta
nuestra libertad; «donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad», es decir, donde Él está como un espíritu de
adopción, liberando al alma de esa esclavitud bajo la cual
estaba sujeta por el mismo Espíritu mientras Él obraba como
un espíritu de esclavitud. Por eso, así como se le llama espíritu
que obra la esclavitud del temor, así también, como Espíritu
del Hijo y de adopción, se le llama «espíritu…de temor de
Jehová» (Is 11:2). Porque es ese Espíritu de gracia el autor,
motivador y sostenedor de nuestro temor filial, o de ese temor
que es semejante al de un hijo, y que somete a los elegidos a
Dios, a Su palabra y a Sus caminos; a Él, a Su palabra y a Sus
caminos, como a un Padre.
2. Este temor se llama también temor de Dios, no como el
que es impío, ni tampoco como el que puede ser obrado por el
Espíritu como espíritu de servidumbre, sino por distinción, es
decir, como dispensación de la gracia del evangelio y como
fruto del amor eterno. «Pondré Mi temor en el corazón de
ellos, para que no se aparten de Mí» (Jr 32:38-41).
3. Este temor de Dios es llamado el tesoro de Dios, porque
es una de Sus joyas selectas, es una de las gemas del cielo: «El
temor de Jehová será su tesoro» (Is 33:6). Y bien puede recibir
tal título, porque como un tesoro, el temor del Señor no se
encuentra en todos los rincones. Se dice que no todos los
60 EL TEMOR DE DIOS

hombres tienen fe, porque esta también es más preciosa que


el oro; lo mismo se dice de este temor: «No hay temor de Dios
delante de sus ojos»; es decir, la mayor parte de los hombres
carecen por completo de esta joya piadosa, de este tesoro, el
temor del Señor. Los pobres vagabundos, cuando llegan
rezagados a la casa de un señor, pueden tal vez obtener algunas
sobras y pedazos, también pueden obtener zapatos viejos y
algunos harapos desechados, pero no obtienen ninguna de sus
joyas, no pueden tocar su tesoro más selecto, el cual está
reservado para los hijos y los que serán sus herederos. Lo
mismo podemos decir de esta bendita gracia del temor, que
aquí se llama el tesoro de Dios. Solo se concede a los elegidos,
a los herederos y a los hijos de la promesa; todos los demás
están privados de ella, y así continúan hasta la muerte y el
juicio.
4. Esta gracia del temor es la que hace que los hombres
sobresalgan y estén por encima de todos los hombres, según
el juicio de Dios; es la que embellece a un hombre, y lo favorece
sobre todos los demás. «Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has
considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la
tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del
mal?» (Job 1:8, 2:3). Míralo: «No hay otro como él en la tierra».
Supongo que quiere decir o bien que Job era el hombre más
perfecto y recto en aquellas partes, o bien que era el hombre
que abundaba en el temor del Señor. Nadie como él para temer
al Señor, solo sobresalía entre los demás en cuanto a su
reverencia a Dios, inclinándose ante Él y cumpliendo
sinceramente Su voluntad. Por eso se le considera el hombre
perfecto. No es el conocimiento de la voluntad de Dios, sino
nuestro sincero cumplimiento de la misma, lo que prueba que
tememos al Señor, y depende de nosotros hacer lo que nos
ponga la nota de sobresalientes. Es en esto que se muestra
nuestra perfección, en esto se manifiesta nuestra rectitud. Un
hombre perfecto y recto es aquel que teme a Dios, y eso porque
evita el mal. Por lo tanto, esta gracia del temor es aquella sin
la cual ningún servicio que hagamos a Dios puede ser aceptado
por Él. Yo la llamaría la sal del pacto, que sazona el corazón y,
4. La gracia del temor 61

por lo tanto, no debe faltar en él. Es también lo que sala o


sazona todas nuestras acciones y, por lo tanto, no debe faltar
en ninguna de ellas (Lv 2:13).
5. Considero que esta gracia del temor es la que suaviza y
ablanda el corazón, y la que lo hace temer tanto las
misericordias como los juicios de Dios. Esto es lo que retiene
en el corazón el temor y la reverencia debidos a la majestad
celestial, que deben estar y mantenerse en el corazón de los
pobres pecadores. Por eso cuando David describió este temor,
en el ejercicio del mismo, lo llama temblor de Dios.
«Temblad», dice, «y no pequéis»; y otra vez, «mi corazón tuvo
temor de Tus palabras»; y otra vez, «Tema a Jehová toda la
tierra»; ¿qué es eso? o ¿cómo es eso? ¿por qué? «Teman delante
de Él todos los habitantes del mundo» (Sal 4:4, 119:161, 33:8).
Esto es, pues, lo que, como he dicho antes, es tan excelente a
los ojos de Dios, es decir, una gracia del Espíritu, el temor de
Dios, Su tesoro, la sal del pacto, lo que hace que los hombres
sobresalgan por encima de todos los demás; porque es lo que
hace que el pecador tenga temor de Dios, lo cual es lo más
hermoso en nosotros, en todas las épocas. Pero,

Segundo: De forma más particular.


1. Esta gracia es llamada «el principio de la sabiduría»,
porque cuando Dios, en Su gracia, se revela en un principio al
alma, esta gracia es engendrada; y además, porque la primera
vez que el alma comprende que Dios en Cristo es bueno para
ella, se da vida a esta gracia, por la cual se obra en el alma un
santo temor de Dios, que la hace con reverencia y debida
atención escucharlo, y temblar ante Él (Pr 1:7). También, en
virtud de este temor el alma busca aún más el bendito
conocimiento de Dios. Esto es más evidente porque, donde
falta este temor de Dios o donde el descubrimiento de Dios no
va acompañado de él, el corazón permanece rebelde, obstinado
y reacio a saber más, para poder cumplirlo; es más, por falta de
él, tales pecadores dicen más bien, en cuanto a Dios: «Apártate
de nosotros», y en cuanto al Todopoderoso: «No queremos el
conocimiento de Tus caminos».
62 EL TEMOR DE DIOS

2. A este temor se le llama «el principio de la sabiduría»,


porque en ese momento, y no antes, el hombre comienza a ser
verdaderamente sabio espiritualmente; ¿qué sabiduría hay
donde no está el temor de Dios? (Job 28:28; Sal 111:10). Por
eso se describe así a los necios: «Por cuanto aborrecieron la
sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová» (Pr 1:29). La
Palabra de Dios es la fuente del conocimiento a la que un
hombre no mirará con reverencia piadosa hasta que esté
dotado del temor del Señor. Por eso, con razón se dice de este:
«El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los
insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza» (Pr 1:7). Es,
pues, este temor del Señor el que hace al hombre sabio en lo
que tiene que ver con su alma, la vida y el otro mundo. Es esto
lo que le enseña cómo debe hacer para escapar de esas
desgracias espirituales y eternas con las que el necio es
alcanzado y consumido para siempre. No hay hombre más
necio que el hombre carente de este temor de Dios, que no es
sabio en los asuntos de su alma, por más sabio que sea o que
sobresalga en otro sentido; porque, por falta del temor del
Señor, confunde las mejores cosas y solo persigue con todo su
corazón aquellas que lo dejarán en el cepo cuando muera.
3. Este temor del Señor es aborrecer el mal. Odiar el pecado
y la vanidad. El pecado y la vanidad son los bocados dulces del
necio, y lo que el apetito carnal de la carne persigue; y es solo
la virtud que está en el temor del Señor lo que hace que el
pecador tenga una antipatía contra ello (Job 20:12). «Con el
temor de Jehová los hombres se apartan del mal» (Pr 16:6). Es
decir, los hombres lo evitan, se separan de él y lo rechazan
cuando aparece. Por lo tanto, es evidente que los que aman el
mal no están poseídos por el temor de Dios.
Hay una generación que perseguirá el mal, que lo acogerá,
lo alimentará, lo guardará en su corazón, lo esconderá,
abogará por él y se regocijará en hacerlo. Estos no pueden
tener en ellos el temor del Señor, porque este temor implica
aborrecer el pecado y apartarse de él. Donde hay temor de Dios
y pecado, el temor de Dios estará con el alma como sucedió
con Israel cuando Omri y Tibni se esforzaron por reinar entre
4. La gracia del temor 63

el pueblo los dos al mismo tiempo, uno de ellos debe morir, no


pueden vivir juntos (ver 1R 16). El pecado debe ser derrotado,
porque el temor del Señor engendra en el alma un odio contra
él, un aborrecimiento de él; por lo tanto, el pecado debe morir,
es decir, en cuanto a sus afectos y concupiscencias, porque
como Salomón dice en otra ocasión: «Sin leña se apaga el
fuego». Así, podemos decir que donde hay un odio al pecado, y
donde los hombres se apartan de él, allí pierde mucho de su
poder, se debilita y decae.
Por eso Salomón vuelve a decir: «Teme a Jehová, y apártate
del mal» (Pr 3:7). Como quien dice: Teme al Señor, y el
resultado será que te apartarás del mal: apartarse del mal es
una consecuencia natural, un efecto propio del temor del
Señor cuando está presente. Por el temor del Señor los
hombres se apartan del mal, es decir, en su discernimiento,
voluntad, mente y afectos. No es que por el temor del Señor el
pecado sea aniquilado o haya perdido su presencia en el alma;
allí estarán todavía esos cananeos, pero el alma los odia, los
aborrece, los abomina, combate contra ellos, ora y vigila sobre
ellos y los mortifica (Ro 7).
4. A este temor se le llama manantial de vida: «El temor de
Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la
muerte» (Pr 14:27). Es una fuente o manantial que suple de
una forma tan continua al alma con una gran variedad de
deliberaciones sobre el pecado, Dios, la muerte y la vida eterna,
que la mantiene en continuo ejercicio de la virtud y en
contemplación santa. Es una fuente de vida; cada operación
suya, cada acto y ejercicio suyo tiene una tendencia verdadera
y natural a la felicidad espiritual y eterna. Por eso el sabio dice
en otro lugar: «El temor de Jehová es para vida, y con él vivirá
lleno de reposo el hombre; no será visitado de mal» (Pr 19:23).
Tiende a la vida, igual que en la naturaleza todo tiende a lo que
es más natural a sí mismo: el fuego a arder, el agua a mojar, la
piedra a caer, el sol a brillar y el pecado a contaminar. Así digo
que el temor del Señor tiende a la vida; su naturaleza es poner
el alma en temor de Dios, de acercarse a Cristo y de andar
humildemente delante de Él. «Es manantial de vida para
64 EL TEMOR DE DIOS

apartarse de los lazos de la muerte». ¿Qué son los lazos de la


muerte sino el pecado, las asechanzas del diablo, entre otros?
De las cuales el temor de Dios tiene una tendencia natural a
librarte y a mantenerte en el camino que tiende a la vida.
5. A este temor del Señor se le llama «enseñanza de
sabiduría» (Pr 15:33). Ya has escuchado que es el principio de
la sabiduría, pero aquí descubres que es llamado la enseñanza
de la sabiduría; porque en verdad no es solo aquello que hace
que un hombre comience a ser sabio, sino que mejore y
aproveche todas las ayudas y medios para la vida que Dios ha
proporcionado para ese fin; es decir, tanto para su propia
salvación como para la de su prójimo. Es la enseñanza de la
sabiduría; hará al hombre capaz de usar todas sus cualidades
naturales, toda su sabiduría natural para la gloria de Dios y su
propio bien. Aun el conocimiento de muchas cosas naturales
puede proporcionarnos una gran ayuda en la comprensión de
los asuntos espirituales: «Jehová con sabiduría fundó la
tierra»; y no hay nada que Dios haya hecho, ni arriba en el cielo
ni abajo en la tierra, que no contenga algún misterio
espiritual.
Estos hombres no valoran más estas cosas de lo que valoran
el suelo que pisan o las piedras bajo sus pies, y todo porque no
tienen este temor del Señor. Porque si lo tuvieran, eso les
enseñaría a pensar, incluso a partir de ese conocimiento de
Dios que ha sido infundido en sus corazones por el temor a Él,
que siendo tan grande y tan bueno, debe haber una abundancia
de sabiduría en las cosas que ha creado. Ese temor también se
esforzaría por descubrir cuál es esa sabiduría, y sí, impartiría
instrucción al alma al respecto. El hecho de que se le llame la
enseñanza de la sabiduría, nos da a entender que su tendencia
es mantener todo balanceado y en buen orden en el alma.
Cuando Job se dio cuenta de que sus amigos no le trataban con
un espíritu balanceado y de manera ordenada, dijo que habían
abandonado «el temor del Omnipotente» (Job 6:14). Pues este
temor mantiene al hombre balanceado en sus palabras y en su
juicio de las cosas. Puede compararse con el lastre del barco y
con el equilibrio de la balanza; mantiene todo balanceado, y
4. La gracia del temor 65

también nos hace dirigir correctamente nuestro curso con


respecto a las cosas que pertenecen a Dios y al hombre.

De qué brota este temor de Dios.


SEGUNDO. Paso ahora a lo segundo, es decir, a mostrarles
de qué se deriva este temor de Dios.
Primero. Este temor, esta gracia del temor, este temor de
Dios que es como el de un hijo, fluye del amor distintivo de
Dios hacia Sus elegidos. «Yo seré a ellos por Dios», dice Él, «y
les daré un corazón, y un camino, para que me teman».
Ningún otro lo obtiene sino aquellos que están rodeados y
atados en ese manojo. Por lo tanto, en el mismo lugar, se dice
que ellos son los que están cubiertos por el pacto eterno o
sempiterno de Dios y, por lo tanto, designados para ser el
pueblo que debe ser bendecido con este temor. «Haré con ellos
pacto eterno», dice Dios, «que no me volveré atrás de hacerles
bien, y pondré Mi temor en el corazón de ellos, para que no se
aparten de Mí» (Jr 32:38-40). Este pacto declara a los hombres
que Dios tiene, en Su corazón, un amor especial por algunos
de los hijos de los hombres; porque dice que será su Dios, que
no los abandonará ni permitirá que se aparten, es decir, de
manera definitiva, de Él. En los corazones de estos hombres
pone Su temor, esta bendita gracia y esta singular y eficaz
señal de Su amor y de su salvación eterna.
Segundo. Este temor fluye de un corazón nuevo. Este
temor no está en los hombres por naturaleza; pueden tener
temor de los demonios, como también un temor impío de
Dios; pero este temor solo se encuentra donde mora un
corazón nuevo, otro fruto y consecuencia de este pacto eterno
y de este amor distintivo de Dios. El mismo profeta dice en
otro lugar: «Y les daré un corazón…para que me teman», un
corazón circuncidado, un corazón santificado (Jr 32:39; Ez
11:19, 36:26). Así que, hasta que un hombre reciba un corazón
de Dios, un corazón del cielo, un corazón nuevo, no tiene este
temor de Dios en él. El vino nuevo no debe echarse en odres
viejos, no sea que lo uno, es decir, los odres, estropeen el vino
o el vino, los odres; sino que el vino nuevo debe echarse en
66 EL TEMOR DE DIOS

odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente (Mt


9:17). Este temor de Dios no debe estar, no puede encontrarse
en corazones viejos; los corazones viejos no son botellas de las
que sale este temor de Dios, sino que es de un corazón honesto
y bueno, de uno nuevo, el cual es también un resultado del
pacto eterno, y del amor de Dios a los hombres.
«Les daré un corazón» para que me teman; en todas las
acciones debe haber corazón, y sin corazón ninguna acción es
buena, ni puede haber fe, amor o temor en cualquier clase de
corazón. Estos deben fluir de uno cuya naturaleza es producir
y dar tal fruto. No se cosechan higos de los espinos, ni de las
zarzas se vendimian uvas. Así, de un corazón corrompido no
puede proceder el fruto del temor de Dios, que lleva a creer en
Dios y amarle (Lc 6:43-45). El corazón, por naturaleza, es
engañoso más que todas las cosas y perverso; ¿cómo, pues,
podría brotar de alguien así el temor de Dios? No puede ser.
Por lo tanto, el que no ha recibido de manos de Dios un
corazón nuevo, no puede temer al Señor.
Tercero. Este temor de Dios fluye de una impresión, una
impresión profunda, que la Palabra de Dios hace en nuestras
almas; porque sin una impresión de la Palabra, no hay temor
de Dios. Por eso se dice que Dios dio a Israel buenas leyes,
estatutos y juicios, para que los aprendieran y, al aprenderlos,
aprendieran a temer al Señor su Dios. Por eso dice Dios en otro
lugar: «Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños,
y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que
oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios» (Dt 6:1-2,
31:12). Porque como el hombre bebe la buena doctrina en su
alma, así teme a Dios. Si la bebe mucho, lo teme mucho; si la
bebe poco, lo teme poco; si no la bebe nada, no lo teme nada.
Esto, por lo tanto, nos enseña cómo evaluar quién teme al
Señor: son aquellos que aprenden y que reverencian la
Palabra. Aquellos que tienen la forma misma de la Palabra de
4. La gracia del temor 67

Dios grabada en la faz de sus almas, esos temen a Dios. (Ro


6:17).15
Pero, por el contrario, aquellos que no aman la buena
doctrina, que no dan lugar a que las sanas verdades del Dios
del cielo reveladas en Su Palabra, tengan lugar en sus almas,
sino que más bien la desprecian, y a los verdaderos poseedores
de ella, esos no temen a Dios. Porque, como he dicho antes,
este temor de Dios fluye de una impresión profunda que la
Palabra de Dios hace en el alma; y por lo tanto,
Cuarto. Este temor piadoso fluye de la fe; porque donde la
Palabra causa una impresión sólida en el alma, por esa
impresión se engendra la fe, de donde también fluye este
temor. Por eso, al oír correctamente la Palabra se le llama «el
oír con fe» (Ga 3:2). Por eso se dice también: « Por la fe Noé,
cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se
veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y
por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la
justicia que viene por la fe» (Heb 11:7). La Palabra, la
advertencia que recibió de Dios de cosas que aún no se veían,
produjo, por la fe en ella, ese temor de Dios en su corazón que
le hizo prepararse contra peligros invisibles, y para ser
heredero de una felicidad invisible. Por lo tanto, donde no hay
fe en la Palabra de Dios, no puede haber este temor, y donde la
Palabra no causa una impresión sólida en el alma, no puede
haber esta fe. De modo que así como los vicios andan juntos y
tienen los eslabones de una cadena, dependiendo unos de
otros, así también las gracias del Espíritu son frutos unos de
otros, y tienen tal dependencia unos de otros, que los unos no
pueden estar sin los otros. Sin fe, no hay temor de Dios; fe del
diablo, temor del diablo; fe del santo, temor del santo.
Quinto. Este temor piadoso también fluye de un verdadero
arrepentimiento por y del pecado; la tristeza piadosa produce

15
Cuán pocos alcanzan este bendito estado. Deleitarse tanto en la Palabra, hacer
de ella nuestro estudio diario y el objeto de nuestras meditaciones nocturnas,
como para tener «su misma forma grabada en la faz de nuestras almas».
Dichoso el hombre que se encuentra en tal caso. Oh alma mía, ¿por qué no es
tu caso?
68 EL TEMOR DE DIOS

arrepentimiento y el arrepentimiento piadoso produce este


temor: «Porque he aquí», dice Pablo, «esto mismo de que
hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en
vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor» (2 Co
7:10-11). El arrepentimiento es el resultado de la tristeza, la
tristeza es el resultado del discernimiento y el discernimiento,
el resultado de la fe. Ahora, por lo tanto, el temor
necesariamente debe fluir y ser el resultado del
arrepentimiento. Pecador, no te engañes a ti mismo; si eres
ajeno al arrepentimiento sensato que se manifiesta en dolor y
vergüenza ante Dios por el pecado, así como en apartarse de
él, no tienes temor de Dios; quiero decir, nada de este temor
piadoso, porque este es el fruto del verdadero arrepentimiento
y fluye de él.
Sexto. Este temor piadoso fluye también de un sentido del
amor y la bondad de Dios para con el alma. Donde no hay un
sentido de esperanza de la bondad y la misericordia de Dios por
medio de Jesucristo, no puede haber este temor, sino más bien
ira y desesperación, lo cual produce ese temor que es diabólico,
o bien el que solo obra en nosotros el Espíritu como espíritu
de esclavitud. Pero ahora no estamos hablando de esto; por lo
tanto, el temor piadoso del que ahora hablo, fluye de algún
sentido o esperanza de la misericordia de Dios por medio de
Jesucristo. David dice: «Señor, si tú tuvieras en cuenta las
iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer? Pero en ti
hay perdón, para que seas temido» (Sal 130:3-4 LBLA). «En Ti
hay perdón»; esto el alma lo siente y lo espera, y por eso teme
a Dios. En efecto, no hay nada que obligue más al corazón a
temer a Dios que el sentido de la misericordia o la esperanza
en ella (Jr 33:8-9). Esto engendra la verdadera ternura de
corazón, la verdadera dulzura piadosa de espíritu; esto
verdaderamente compromete los afectos hacia Dios, y en esta
verdadera ternura, dulzura y compromiso de afecto hacia Dios,
está la esencia misma de este temor del Señor, como se
manifiesta por el fruto de este temor, del cual hablaremos más
adelante.
4. La gracia del temor 69

Séptimo. Este temor de Dios fluye de una debida


consideración de los juicios de Dios que han de ejecutarse en
el mundo; sí, también sobre los profesantes. De hecho, el
mismo pueblo de Dios, quiero decir en cuanto a sí mismo,
reflexiona de tal manera en sus juicios hacia él, que esto
produce este temor piadoso. Cuando los juicios de Dios están
en la tierra, producen el temor de Su nombre en los corazones
de Su propio pueblo: «Mi carne se estremece por temor a ti, y
de Tus juicios tengo miedo», dijo David (Sal 119:120). Cuando
Dios hirió a Uza, David tuvo miedo de Dios aquel día (1Cr
13:12). En verdad, muchos no miran las obras del Señor, ni se
fijan en la operación de Sus manos, y los tales no pueden temer
al Señor. Pero otros observan y miran, y consideran
sabiamente Sus hechos y los juicios que ejecuta, y eso los hace
temer al Señor. Esto es lo que Dios mismo sugiere como
medio para que le temamos. Por eso manda apedrear al falso
profeta: «Para que todo Israel oiga, y tema». Por eso también
mandó apedrear al hijo rebelde: «Todo Israel oirá, y temerá».
El mismo juicio de Dios debía ejecutarse sobre un testigo falso:
«Y los que quedaren oirán y temerán». También el hombre que
obrara presuntuosamente debía morir: «Todo el pueblo oirá, y
temerá» (Dt 13:11; 21:21; 17:13; 19:20). Hay una tendencia
natural en los juicios, como juicios, a engendrar un temor de
Dios en el corazón del hombre, como hombre. Pero, cuando el
que observa el juicio de Dios es aquel que tiene un principio
de verdadera gracia en su alma, esa observación que viene de
la gracia verdadera en el alma, produce un temor de Dios en el
alma de la misma naturaleza que la gracia, es decir, un temor
de Dios que sea producto de la gracia o piadoso.
Octavo. Este temor piadoso también fluye de un recuerdo
piadoso de nuestras aflicciones pasadas, cuando estábamos
angustiados con nuestros primeros temores. Porque, aunque
nuestros primeros temores fueron engendrados en nosotros
por la obra del Espíritu como un espíritu de esclavitud y, por
lo tanto, no siempre deben ser considerados como tales; sin
embargo, incluso ese temor deja en nuestros espíritus ese
sentido y sabor de nuestros temores y nuestro despertar
70 EL TEMOR DE DIOS

inicial, como también ocasiona y produce este temor piadoso.


«Guárdate», dice Dios, «y guarda tu alma con diligencia, para
que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se
aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las
enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos». Pero ¿cuáles
eran las cosas que sus ojos habían visto, que tanto los
condenarían si las olvidaban? La respuesta es las cosas que
vieron en Horeb; es decir, el fuego, el humo, las tinieblas, el
terremoto y su despertar inicial por medio de la ley, por la cual
fueron llevados a un temor de esclavitud. Sí, debían recordarlo
de manera especial: «El día que estuviste delante de Jehová tu
Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo,
para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán,
para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra» (Dt
4:9-11). El recuerdo de lo que vimos, sentimos, temimos y por
lo que temblamos cuando nuestros primeros temores estaban
sobre nosotros, es lo que producirá en nuestros corazones este
temor filial piadoso.
Noveno. Este temor piadoso fluye de haber recibido una
respuesta a la oración, cuando suplicamos misericordia de la
mano de Dios. Mira la prueba de esto: «Si en la tierra hubiere
hambre, pestilencia, tizoncillo, añublo, langosta o pulgón; si
sus enemigos los sitiaren en la tierra en donde habiten;
cualquier plaga o enfermedad que sea; toda oración y toda
súplica que hiciere cualquier hombre, o todo Tu pueblo Israel,
cuando cualquiera sintiere la plaga en su corazón, y extendiere
sus manos a esta casa, Tú oirás en los cielos, en el lugar de tu
morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme
a sus caminos, cuyo corazón Tú conoces (porque solo Tú
conoces el corazón de todos los hijos de los hombres); para que
te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que
Tú diste a nuestros padres» (1R 8:37-40).
Décimo. Esta gracia del temor fluye también de una
bendita convicción de que Dios todo lo ve; es decir, de la
creencia de que Él ciertamente conoce el corazón y ve cada
uno de sus movimientos. Esto se da a entender en el texto
antes mencionado: «Cuyo corazón tú conoces (porque solo tú
4. La gracia del temor 71

conoces el corazón de todos los hijos de los hombres); para que


te teman», es decir, todos aquellos que están o estarán
convencidos de esto. De hecho, sin esta convicción, este temor
piadoso no puede estar en nosotros; la falta de esta convicción
hizo que los fariseos fueran tan hipócritas: «Vosotros sois»,
dijo Cristo, «los que os justificáis a vosotros mismos delante
de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc
16:15). Me refiero a que los fariseos no se daban cuenta de esto;
por eso se favorecían tanto a sí mismos antes que a los que
eran mucho mejores que ellos, y es por falta de esta convicción
que los hombres siguen en tales pecados secretos, sin temer ni
a Dios ni a Sus juicios.16
Undécimo. Esta gracia del temor fluye también del sentido
del juicio imparcial de Dios sobre los hombres según sus
obras. Esto también se manifiesta en el texto mencionado
anteriormente. Y da a cada uno según sus obras o caminos,
«para que te teman». Esto también lo vemos en el texto de
Pedro: «Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de
personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor
todo el tiempo de vuestra peregrinación» (1P 1:17). El que
tiene la convicción piadosa de este temor de Dios, temerá
delante de Él; por este temor sus corazones están firmes y las
obras conducidas con temblor, conforme a la voluntad de Dios.
Así ves qué gracia tan poderosa y grande es esta gracia del
santo temor de Dios, y cómo todas las gracias del Espíritu
Santo se ayudan mutuamente y se fortalecen para alimentarla
y darle vida. Y también cómo fluye de todas ellas, y depende de
cada una para obrar debidamente en el corazón del que la
tiene. Hasta aquí hemos visto de dónde fluye. Y ahora, en
tercer lugar, te mostraré:

16
El temor filial de Dios es más frecuente cuando el corazón está impresionado
con un vivo sentido del amor de Dios manifestado en Cristo. Así como un
niño obediente y diligente teme ofender a un padre afectuoso, o como una
persona de corazón agradecido tendría sumo cuidado de no afligir a un amigo
bondadoso y generoso, que continuamente lo colma de favores y promueve su
verdadera felicidad; así, y mucho más, el alma bondadosa temerá desagradar
al Señor, su generoso e incansable benefactor, que lo está coronando con
amorosa bondad y tiernas misericordias.
72 EL TEMOR DE DIOS

Lo que fluye de este temor piadoso.


TERCERO. Habiendo mostrado de dónde fluye el temor
piadoso, ahora pasaré a mostrarte lo que procede o fluye de
este temor piadoso de Dios, cuando está asentado en el
corazón del hombre. Y,
Primero. De este temor piadoso fluye una reverencia
piadosa a Dios. Dice David: «Dios temible en la gran
congregación de los santos». Dios, como ya les he mostrado,
es el objeto apropiado del temor piadoso; este temor siempre
hace que17 los ojos del alma se posen sobre Su persona y
majestad. «He aquí» dice David, «como los ojos de los siervos
miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a
la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro
Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros» (Sal 123:2).
Nada despierta tanto al alma que teme a Dios como la gloriosa
majestad de Dios. Su persona es temida por ellos sobre todas
las cosas; «yo temo a Dios», dijo José (Gn 42:18). Es decir, le
temo más que a ningún otro; Él es mi temor, Él es mi miedo,
hago todas mis acciones como delante de Su presencia, como
delante de Su vista; reverencio Su santa y gloriosa majestad,
haciendo todas las cosas como con temor y temblor ante Él.
Este temor les hace tener también una reverencia muy grande
a Su Palabra; porque también esta, como dije antes, es la que
regula su temor.
«Príncipes», dijo David, «me han perseguido sin causa,
pero mi corazón tuvo temor de Tus palabras», en temor «de
Tus palabras». De esta gracia del temor, por lo tanto, fluye la
reverencia de las palabras de Dios; de todas las leyes, que el
hombre tema la palabra, y ninguna ley que no esté de acuerdo
con ella (Sal 119:161). De este temor piadoso fluye la
sensibilidad por la gloria de Dios. Este temor hará que el
hombre aflija su alma cuando vea que los profesantes
deshonran el nombre de Dios y Su Palabra. Dijo Jeremías:

17
No es cosa nueva que los que ocupan posiciones en el gobierno busquen su
propio bien más que el bien común; es más, y que se beneficien de la pérdida
pública.-Henry.
4. La gracia del temor 73

«¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? Porque a ti es


debido». Lo dice como si estuviera afectado por esa deshonra
que el pueblo de los judíos infligía continuamente a Su
nombre, a Su Palabra y a Sus caminos; lo dice también como
si deseara de todo corazón que alguna vez pensaran de otra
manera. Lo mismo dice Juan en el Apocalipsis: «¿Quién no te
temerá, oh, Señor, y glorificará tu nombre?» (Ap 15:4);
concluyendo claramente que el temor piadoso produce una
sensibilidad piadosa por la gloria de Dios en el mundo, porque
eso le pertenece a Él; es decir, se le debe a Él, es una deuda que
tenemos con Él. «Dad a Jehová», dijo David, «la gloria debida
a su nombre». Ahora bien, si por esta gracia del temor se
engendra en el corazón de los piadosos una sensibilidad
piadosa por la gloria de Dios, entonces se deduce que el
resultado será que los que tienen este temor de Dios cuando
ven Su gloria denigrada por la maldad de los hijos de los
hombres, allí se afligen y se angustian profundamente. «Ríos
de agua», dijo David, «descendieron de mis ojos, porque no
guardaban Tu ley» (Sal 119:136). Permíteme darte los
siguientes ejemplos:
Cómo se sintió provocado David cuando Goliat desafió al
Dios de Israel (1S 17:23-29,45,46). También, cuando otros
reprocharon a Dios, él nos dice que esa afrenta fue incluso
como «quien hiere mis huesos» (Sal 42:10). Cómo se afligió
Ezequías cuando el Rabsaces injuriaba a su Dios (Is 37). David
también, por el amor que tenía a la gloria de la Palabra de Dios,
corrió el riesgo y el oprobio «de muchos pueblos» (Sal
119:151, 89:50). Cuán sensibles a la gloria de Dios fueron Elí,
Daniel y los tres jóvenes en su día. Elí murió de miedo y
temblor de corazón cuando hicieron «mención del arca de
Dios» (1S 4:14-18). Daniel se expuso al peligro de la boca de
los leones, por el amor sensible que tenía a la Palabra y a la
adoración de Dios (Dn 6:10-16). Los tres jóvenes enfrentaron
el peligro de un horno de fuego ardiente en lugar de atreverse
a deshonrar el camino de su Dios (Dn 3:13,16,20). Por lo tanto,
este es uno de los frutos de este temor piadoso, es decir, un
respeto por Su nombre y una sensibilidad por Su gloria.
74 EL TEMOR DE DIOS

Segundo. De este temor piadoso fluye la vigilancia. Como


se dice de los siervos de Salomón: «Sesenta valientes la
rodean…por los temores de la noche», así puede decirse de los
que tienen este temor piadoso: los hace personas vigilantes.
Les hace vigilar sus corazones, y cuidarse de guardarlos con
toda diligencia, no sea que, por una u otra de sus salidas, los
induzca a hacer lo que en sí mismo es perverso (Pr 4:23; He
12:15). Les hace velar, no sea que alguna tentación del infierno
entre en su corazón para destruirlos (1P 5:8). Les hace vigilar
sus bocas y guardarlas también, a veces, como con freno y
brida, para que no ofendan con su lengua, porque saben que la
lengua es capaz, por ser un miembro maligno, de encender
pronto el fuego del infierno, a fin de contaminar todo el cuerpo
(Stg 3:2-7). Les hace vigilar sus caminos, mirar bien sus
salidas y hacer sendas derechas para sus pies (Sal 39:1; He
12:13). Así, este temor piadoso pone al alma en vela, no sea que
de dentro del corazón, del diablo, del mundo o de alguna otra
tentación, surja algo que sorprenda y alcance al hijo de Dios
para contaminarlo, o para hacerle deshonrar los caminos de
Dios, y así ofender a los santos, abrir la boca de los hombres y
hacer que el enemigo hable con reproche de la religión.
Tercero. De este temor fluye un estímulo santo para una
conversación piadosa con los santos en sus asambleas
religiosas y piadosas, para su mayor progreso en la fe y en el
camino de la santidad. «Entonces los que temían a Jehová
hablaron cada uno a su compañero». Hablaban, es decir, de
Dios y de Su Santo y glorioso nombre, reino y obras, para su
mutua edificación. «Fue escrito libro de memoria delante de
Él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en Su
nombre» (Mal 3:16). El temor del Señor en el corazón
promueve esto en todas sus acciones, no solo por necesidad,
sino por naturaleza; este es el resultado natural de este temor
piadoso, ejercitar a la iglesia en la contemplación de Dios,
juntos y en privado. Todo temor, bueno y malo, tiene una
propensión natural a inclinar el corazón a contemplar el
objeto del temor. Aunque un hombre se esforzara por apartar
sus pensamientos del objeto de su temor, ya sean los hombres,
4. La gracia del temor 75

el infierno, los demonios, y aunque hiciera todo lo que está en


su poder cuando el temor actuara sobre él, volvería de nuevo
al objeto de su temor. Lo mismo sucede con el temor piadoso,
que hace que un hombre hable del nombre de Dios y piense en
él con reverencia (Sal 89:7); sí, y que se ejercite en
pensamientos santos de Él, de tal manera que su alma se
santifique y se avive con tales meditaciones. De hecho, los
pensamientos santos de Dios con los cuales este temor ejercita
el corazón, preparan el corazón para Dios. Por lo tanto, David
oró por este temor para el pueblo, cuando dijo: «Jehová, Dios
de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva
perpetuamente esta voluntad del corazón de Tu pueblo, y
encamina su corazón a Ti» (1 Cr. 29:18).
Cuarto. De este temor de Dios fluye una gran reverencia a
Su majestad, en y bajo el uso y disfrute de las santas
ordenanzas de Dios. Sus ordenanzas son Sus atrios y palacios,
Sus caminos y lugares, donde Él envía Su presencia a los que
esperan en Él por medio de ellos, en el temor de Su nombre.
Y este es el significado de las palabras del apóstol: «Entonces
las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran
edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban
fortalecidas por el Espíritu Santo» (Hch 9:31). «Andando»:
esta palabra se refiere al uso que hacían de las ordenanzas de
Dios. Andaban irreprensibles en todos los mandamientos y
ordenanzas del Señor. Esto, en el lenguaje del Antiguo
Testamento, se llama caminar en los atrios de Dios y andar por
Sus sendas. Dice el texto que esto hicieron aquí, en el temor
de Dios. Es decir, con gran reverencia ante el Dios de quien
eran esas ordenanzas. «Mis días de reposo guardaréis, y Mi
santuario tendréis en reverencia» (Lv 19:30, 26:2).
Una cosa es ser conocedor de las ordenanzas de Dios, y otra,
ser conocedor de ellas con la debida reverencia a la majestad y
al nombre del Dios a quien pertenecen esas ordenanzas: es
común que los hombres hagan lo primero, pero ninguno
puede hacer lo último sin este temor. «En Tu temor», dijo
David, «adoraré» (Sal 5:7). Por lo tanto, es este temor de Dios
de donde fluye esa gran reverencia a Su majestad que tienen
76 EL TEMOR DE DIOS

Sus santos, en y bajo el uso y disfrute de las santas ordenanzas


de Dios. Y, como consecuencia, esto hace que nuestro servicio
en el desempeño de ellas sea aceptable a Dios por medio de
Cristo (He 12). Porque Dios espera que le sirvamos con temor
y temblor, y es detestable entre los hombres cuando alguien
está en la presencia de su príncipe para servirle y se comporta
con ligereza y sin la debida reverencia a aquella majestad en
cuya presencia y a cuyo servicio está. Y si es así, ¿cómo puede
su servicio a Dios, si no lo hace en el temor de Él, recibir algo
parecido a la aceptación de parte de Dios? Este servicio debe
ser necesariamente una abominación para Él, y los servidores
deben ser reprendidos.
Quinto. De este temor piadoso de Dios fluye la auto
negación. Esto es, una santa abstención de aquellas cosas que
son ilícitas o insensatas. De acuerdo con Nehemías, «los
primeros gobernadores que fueron antes de mí abrumaron al
pueblo, y tomaron de ellos por el pan y por el vino más de
cuarenta siclos de plata, y aun sus criados se enseñoreaban del
pueblo; pero yo no hice así, a causa del temor de Dios» (Neh
5:15)¹⁷.
Aquí hubo autonegación; él no quiso hacer lo que hicieron
los que le precedieron, ni él mismo, ni debieron hacerlo sus
siervos; pero ¿qué fue lo que le llevó a estos actos de
autonegación? La respuesta es: el temor de Dios: «Pero yo no
hice así, a causa del temor de Dios».
Ahora, si por el temor de Dios en este lugar se entiende su
Palabra o la gracia del temor en su corazón, puede ser tal vez
un cargo de conciencia para algunos, pero en mi opinión el
texto debe referirse a la segunda, es decir, a la gracia del temor,
porque si esta no se encuentra en el corazón, la palabra no
producirá esa buena autonegación en nosotros, en la cual
vemos que este buen hombre se ejercita diariamente. Por lo
tanto, el temor de Dios, esta gracia del temor en su corazón,
fue la causa de su autonegación. Esto le hizo ser, como dije
antes, sensible al honor de Dios y a la salvación de su prójimo.
Sí, tan sensible, que antes que dar una ocasión al débil para
tropezar o ser ofendido, él incluso se negaría a sí mismo lo que
4. La gracia del temor 77

otros nunca se negaron. Pablo también, mediante las


operaciones santificadoras de este temor de Dios en su
corazón, se negó a sí mismo incluso de cosas lícitas por el
beneficio y el bien de su hermano: «Si la comida le es a mi
hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no
poner tropiezo a mi hermano»; es decir, si el hecho de comerla
hiciera que su hermano tropezara (1Co 8:13).
Los hombres que no tienen este temor de Dios en ellos, no
quieren, no pueden negarse a sí mismos, en cuanto al amor a
Dios y el bien de los débiles, que están sujetos a tropezar en
cosas secundarias; pero, donde está esta gracia del temor, el
resultado es la autonegación. Donde está presente, los
hombres son sensibles para no causar tropiezo, y consideran
que va más acorde a su profesión ser de una conducta y
temperamento abnegado y condescendiente, que mantenerse
firmemente en su propia libertad en cosas que no son
convenientes, sin importar quien sea ofendido por ello. Por lo
tanto, esta gracia del temor es algo muy excelente, porque
produce un fruto tan excelente como este. Porque esta
autonegación, por poco valor que tenga para algunos, pero si
llegara a faltar, si las palabras de Cristo son verdaderas, como
lo son, esto quita del todo incluso el nombre de discípulo a un
profesante. (Mt 10:37,38; Lc 14:26,27,33). Ellos, dice
Nehemías, se enseñorearon de los hermanos, pero yo no lo
hice. Tomaron de ellos pan y vino, y cuarenta siclos de plata,
pero yo no lo hice; sí, aun sus siervos se enseñorearon del
pueblo, «pero yo no hice así, a causa del temor de Dios».
Sexto. De este temor piadoso de Dios fluye el «corazón
sincero» (Col 3:22). Sencillez de corazón, tanto para con Dios
como para con los hombres; sencillez de corazón, eso que en
otro lugar se llama sinceridad y sencillez piadosa. Esto es
cuando un hombre hace algo simplemente por amor a Él o a
la ley que lo ordena, sin considerar un interés personal18 o ese
deseo de alabanza o de vanagloria por parte de otros. Quiero

18
¿Cómo nos recuerda esto al personaje de Interés-privado en "El Progreso del
Peregrino"?
78 EL TEMOR DE DIOS

decir, cuando obedecemos a Dios simple o solamente por amor


a Dios, por amor a Su Palabra, sin considerar este o aquel
beneficio personal o reserva, «no sirviendo al ojo, como los que
quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero,
temiendo a Dios». No hay nada a lo que el hombre sea más
susceptible que a desviarse de la sinceridad de corazón en su
servicio a Dios y en la obediencia a Su voluntad. De qué
manera acusó el Señor a los hijos de Israel en su obediencia, y
esto por setenta años, de falta de sinceridad de corazón para
con Él: «Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el
séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí? Y
cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros
mismos?» (Zac 7:5-6).
Les faltaba esta sinceridad de corazón cuando ayunaban y
cuando comían, cuando lloraban y cuando bebían; tenían
corazones divididos en lo que hacían. No hacían como manda
el apóstol: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa,
hacedlo todo para la gloria de Dios». Y no hacían esto porque
que les faltaba este temor de Dios, porque el resultado de este,
como dice el apóstol aquí, es la sinceridad de corazón para con
Dios, y hace que un hombre sea como Gayo, a quien Juan le
dijo: «fielmente te conduces» (3 Jn 5). Y la razón es que esa
gracia del temor de Dios retiene y mantiene en el corazón un
sentido reverente e imponente de la terrible majestad y de la
omnipresencia de Dios. También, una debida consideración
del día de rendir cuentas ante Él; asimismo, hace que Su
servicio sea dulce y agradable, y fortalece el alma contra todos
los desalientos. Por este medio, el alma, en su servicio a Dios
o al hombre, no es seducida tan pronto como donde no hay
este temor, sino que a través y por medio de él su servicio es
aceptado, puesto que es sincero, sencillo y fiel; cuando otros,
con lo que hacen, son arrojados al infierno por su hipocresía,
es porque no mezclan lo que hacen con temor piadoso. La
sinceridad de corazón en el servicio de Dios es de una
necesidad absoluta, tanto que sin ella, como he insinuado,
nada puede ser aceptado; porque donde falta eso, falta el amor
a Dios y a lo que es en realidad la verdadera santidad. Fue esta
4. La gracia del temor 79

sinceridad de corazón lo que hizo a Natanael tan honorable a


los ojos de Jesucristo. «He aquí», dijo, «un verdadero israelita,
en quien no hay engaño» (Jn 1:47). Y fue la falta de esta
sinceridad de corazón lo que le hizo aborrecer tanto a los
fariseos. Les faltaba sinceridad, sencillez y sinceridad piadosa
en sus almas y, por eso, llegaron a ser aborrecibles a Sus ojos.
Ahora bien, digo que esta gracia excelente, la sinceridad de
corazón, fluye de este temor piadoso a Dios.
Séptimo. De este temor piadoso de Dios fluye una profunda
compasión hacia aquellos de los santos que están en necesidad
y angustia. Esto se evidenció en el buen Abdías, quien: «tomó
a cien profetas y los escondió de cincuenta en cincuenta en
cuevas, y los sustentó con pan y agua», en los días en que
Jezabel, aquella tirana, buscaba sus vidas para destruirlos» (1R
18:3-4). Pero ¿qué fue lo que conmovió de tal manera su
corazón, que le hizo hacer esto? Pues fue esta bendita gracia
del temor de Dios. «Abdías», dice el texto, «era en gran manera
temeroso de Jehová. Porque cuando Jezabel destruía a los
profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y los escondió
de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó con pan y
agua». Esto era bondad para con los afligidos, incluso para con
los afligidos por causa del Señor.
Si Abdías no hubiera servido al Señor, sí, si no le hubiera
temido grandemente, no habría podido hacer esto,
especialmente en la situación en que se hallaban él y la iglesia
en aquel tiempo, pues entonces Jezabel procuraba matar a
todos los que temían al Señor. Sí, y la persecución prevalecía
tanto en aquel tiempo, que hasta el mismo Elías pensó que ella
había matado a todos menos a él. Pero, aun en medio de esa
situación, el temor de Dios en el corazón de este buen hombre
se puso de manifiesto en acciones de misericordia, aunque
estuvieran acompañadas de un peligro tan inminente. Observa
aquí, por lo tanto, que el temor de Dios se manifestará en el
corazón donde Dios lo ha puesto, aun para mostrar bondad y
tener compasión de los siervos de Dios angustiados, aun bajo
las narices de Jezabel; porque Abdías vivía en la casa de Acab y
Jezabel era la esposa de Acab, y una horrible perseguidora,
80 EL TEMOR DE DIOS

como ya hemos dicho antes. Sin embargo, Abdías iba a mostrar


misericordia a los pobres porque temía a Dios; sí, iba a
arriesgar el desagrado de ella, su posición, su vida y todo, pero
sería misericordioso con sus hermanos en apuros. Cornelio,
también, siendo un hombre poseído por este temor de Dios,
llegó a ser un hombre de corazón muy generoso y que daba
liberalmente a los pobres: «Piadoso y temeroso de Dios con
toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo». En
verdad, este temor, este temor piadoso de Dios, es una gracia
universal; estimulará al alma a todas las buenas obras. Es una
gracia fructífera, que cuando está presente, de ella fluyen
abundancia de virtudes excelentes, y sin ella no puede hacerse
nada bueno o bien hecho. Pero,
Octavo. De este temor de Dios brota la oración sincera,
ferviente y constante. Esto también se ve en Cornelio, aquel
hombre devoto. Temía a Dios, y ¿entonces qué? Pues hacía
muchas limosnas al pueblo, «y oraba a Dios siempre» (Hch
10:1-2).
¿He dicho que la oración sincera, ferviente y constante fluía
de este temor de Dios? Añadiré que si todo el deber y la
perseverancia en el mismo, no se maneja con este temor de
Dios, no aprovecha para nada. Se dice de nuestro Señor
Jesucristo mismo: «Fue oído a causa de Su temor reverente».
Oró, pues, porque temía, porque temía a Dios, y por eso le fue
aceptada Su oración, aun porque temía: «Fue oído a causa de
Su temor reverente» (Heb 5:7). Este temor piadoso es muy
esencial para la oración correcta, y la oración correcta es un
efecto y fruto tan inseparable de este temor, que debes tener
ambos o ninguno. El que no ora no teme a Dios, sí, el que no
ora ferviente y frecuentemente no le teme; y así el que no le
teme no puede orar, porque, si la oración es el resultado de
este temor de Dios, entonces sin este temor, la oración, la
oración ferviente, deja de existir. ¿Cómo pueden orar o hacer
conciencia del deber los que no temen a Dios? ¡Oh, hombre
que no oras, no temes a Dios! Si temieras al señor no vivirías
en el mundo como un cerdo o un perro.
4. La gracia del temor 81

Noveno. De este temor de Dios fluye una disposición o


voluntad de entregar nuestros mejores placeres a Su
disposición, según Su llamado. Esto es evidente en Abraham,
quien respondiendo al llamado de Dios, sin demora se levantó
temprano en la mañana para ofrecer a su único y muy amado
Isaac como holocausto en el lugar donde Dios lo designara.
Fue algo excepcional lo que hizo Abraham; y si no hubiera
tenido esta gracia excepcional, este temor de Dios, no hubiera
hecho, no hubiera podido hacer una cosa tan maravillosa para
el agrado de Dios. Es verdad que el Espíritu Santo también
hace que este servicio de Abraham sea el fruto de su fe: «Por la
fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había
recibido las promesas ofrecía su unigénito» (Heb 11; Stg 2).
Sí, y sin lugar a dudas, el amor a Dios no faltó en Abraham en
este servicio suyo, ni tampoco faltó esta gracia del temor; de
hecho, en la historia donde está registrado, podemos verlo. Allí
es principalmente considerado como el fruto de su temor
piadoso, y eso por un ángel del cielo: «Entonces el ángel de
Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham.
Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre
el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes
a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Gn
22:11-12). Ahora lo sé; ahora, ahora has ofrecido a tu único
Isaac, tu todo, a la orden de tu Dios. Ahora lo sé. El temor de
Dios no se discierne actualmente en el corazón y la vida de un
hombre. Mucho antes de esto Abraham había cumplido
muchos deberes santos y había mostrado mucha disposición
de corazón para observar y cumplir la voluntad de Dios; sin
embargo, de lo que recuerdo, hasta ahora no había tenido este
testimonio del cielo de que temía a Dios; pero ahora lo tiene,
ahora lo tiene del cielo. «Ya conozco que temes a Dios». Se
pueden cumplir muchos deberes, aunque no digo que fuera el
caso de Abraham, sin temor de Dios; pero cuando un hombre
no se opone a Dios, ni le niega su amado cuando Dios lo llama
para que se lo ofrezca, eso declara, sí, y convence a los ángeles
de que ahora teme a Dios.
82 EL TEMOR DE DIOS

Décimo. De este temor piadoso fluye la humildad de la


mente. Esto es evidente, porque cuando el apóstol advierte a
los romanos contra el veneno del orgullo espiritual, los dirige
al ejercicio de esta bendita gracia del temor como su antídoto.
«No te ensoberbezcas», dice, «sino teme» (Ro 11:20). El
orgullo, el orgullo espiritual, que aquí se expresa con la
palabra «soberbia», es un pecado de naturaleza muy elevada y
condenable; fue el pecado de los ángeles caídos, y es lo que
hace que los hombres caigan en la misma condenación: «No
sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo».
El orgullo condena a un profesante con la condenación de los
demonios, con la condenación del infierno y, por lo tanto, es
un pecado mortal. Ahora bien, contra este pecado mortal se
opone la gracia de la humildad; esa vestidura elegante, pues
así la llama el apóstol, diciendo: «revestíos de humildad».
Pero, la pregunta ahora es ¿cómo debemos alcanzar y vivir en
el ejercicio de esta bendita y hermosa gracia? A esto el apóstol
responde: Teme; teme con temor piadoso, y de ahí fluirá la
humildad: «No te ensoberbezcas, sino teme».
Es decir, teme o está continuamente temeroso y vigilante
de ti mismo, y de tu propio corazón malvado; teme también
que en algún momento u otro el diablo, tu adversario, te saque
ventaja. Teme, no sea que olvidando lo que eres por
naturaleza, olvides también la necesidad que tienes del perdón,
la ayuda y la provisión continuos del Espíritu de gracia, y así
te enorgullezcas de tus propias habilidades o de lo que has
recibido de Dios, y caigas en la condenación del diablo. Teme,
y eso te hará pequeño a tus propios ojos, te mantendrá
humilde, te llevará a clamar a Dios por protección, y a
postrarte a Sus pies por misericordia. También, te hará pensar
poco de tus propias capacidades, de tus propias acciones, y te
hará preferir a tu hermano antes que a ti mismo. Así caminarás
en humillación y estarás continuamente bajo las enseñanzas
de Dios, y bajo Su dirección en tu camino. Dios enseñará a los
humildes: «Encaminará a los humildes por el juicio, y
enseñará a los mansos su carrera». De esta gracia del temor
fluye entonces esta cualidad excelente y hermosa: la humildad,
4. La gracia del temor 83

la cual también es conservada por este temor. El temor evita


que una persona confíe en sí misma, la impulsa a probar todas
las cosas, la lleva a buscar consejo y ayuda del cielo, la hace
estar dispuesta y deseosa de escuchar instrucciones, y hace que
una persona camine humildemente, con cautela y de manera
segura en su camino..
Undécimo. De esta gracia del temor brota la esperanza en
la misericordia de Dios: «Se complace Jehová en los que le
temen, y en los que esperan en Su misericordia» (Sal 147:11).
La última parte del texto es una explicación de la primera,
como si el salmista hubiera dicho: Los hombres que temen al
Señor son los que esperan en Su misericordia; porque el
verdadero temor produce esperanza en la misericordia de
Dios. Y además se manifiesta así. El temor, el verdadero temor
de Dios, inclina el corazón a una indagación seria de ese
camino de salvación que Dios mismo ha prescrito. Ahora bien,
el camino que Dios ha señalado, por el cual el pecador ha de
obtener la salvación de su alma, es su misericordia tal y como
se expone en la Palabra, y el temor piadoso tiene especialmente
en cuenta la Palabra. Así que, de esta manera, el pecador con
este temor piadoso somete su alma, se entrega a ella y, de esta
manera, se libera de la muerte en la que caen otros, por falta
de este temor a Dios.
Como ya he dado a entender, la naturaleza del temor
piadoso es poner al alma a indagar qué es y qué no es lo que
Dios aprueba y, en consecuencia, adoptarlo o evitarlo. Ahora
digo, luego de que este temor ha llevado el alma a inquirir de
forma seria y rigurosa sobre el camino de la salvación,
finalmente descubre que es por la misericordia de Dios en
Cristo. Por lo tanto, este temor lleva al alma a poner también
en Él su esperanza para la vida eterna y la bienaventuranza.
Por esta esperanza no solo asegura su alma, sino que se
convierte en una porción del deleite de Dios: «Se complace
Jehová en los que le temen, y en los que esperan en Su
misericordia».
Además, este temor piadoso lleva en sí mismo la
autoevidencia de que el estado del pecador es dichoso, porque
84 EL TEMOR DE DIOS

está poseído por esta gracia feliz. Por lo tanto, como dice Juan:
«Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos
a los hermanos» (1 Jn 3:14). Así también aquí: «Se complace
Jehová en los que le temen, y en los que esperan en Su
misericordia». Si temo a Dios, y si mi temor de Él es algo en
lo que Él se complace, entonces puedo aventurarme
resueltamente a caminar para la vida eterna en el seno de Su
misericordia, que es Cristo. Este temor produce también
esperanza; por tanto, si tú, pobre pecador, sabes que posees
este temor de Dios, convéncete de esperar en la misericordia
de Dios para salvación, porque el Señor se complace en ti. Y le
agrada verte esperar en Su misericordia.
Duodécimo. De este temor piadoso de Dios fluye un uso
honesto y consciente de todos los medios que Dios ha
ordenado que utilicemos para alcanzar la salvación. La fe y la
esperanza en la misericordia de Dios es lo que asegura nuestra
justificación y esperanza y, como ya hemos visto, fluyen de este
temor. Pero ahora, además de la fe y la esperanza, hay un curso
de vida en aquellas cosas con las que Dios nos ha ordenado
estar asociados, sin las cuales no hay vida eterna. «Tenéis por
vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna»; y
además, sigan «la santidad, sin la cual nadie verá al Señor». No
es que la fe y la esperanza sean deficientes, si son correctas,
sino que ambas son falsas cuando no van acompañadas de un
uso reverente de todos los medios, a cuyo uso reverente se
somete el alma por esta gracia del temor. «Por tanto, amados
míos», dijo Pablo, «como siempre habéis obedecido, no como
en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi
ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor»
(Ro 6:22; Heb 12:14; Fil 2:12).
Hay una fe y una esperanza en la misericordia que pueden
engañar al hombre (aunque la fe de los elegidos de Dios y la
esperanza que purifica el corazón nunca lo harán), porque
están solas y no aparecen con aquellos compañeros que vienen
junto con la salvación (Heb 6:3-8). Pero ahora este temor
piadoso lleva en sus entrañas, no solo un movimiento del alma
a la fe y la esperanza en la misericordia de Dios, sino una
4. La gracia del temor 85

ferviente provocación al uso santo y reverente de todos los


medios que Dios ha ordenado para que el hombre tenga su
asociación, para su salvación eterna. «Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor». No es que las obras sean
meritorias, o que puedan comprar la vida eterna, porque la
vida eterna se obtiene por la esperanza en la misericordia de
Dios. Pero, esta esperanza, si es correcta, está acompañada de
este temor piadoso, el cual mueve al alma a un uso diligente
de todos aquellos medios que pueden tender al fortalecimiento
de la esperanza, y así a hacernos santos en toda asociación,
para que seamos aptos para participar de la herencia de los
santos en luz. Porque la esperanza purifica el corazón, si el
temor de Dios lo acompaña, y así hace del hombre un vaso de
misericordia preparado para la gloria. Pablo exhorta a Timoteo
a huir de la soberbia, la avaricia, la obsesión por cuestiones y
contiendas de palabras, y le exhorta: «sigue la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la
buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna» (1 Ti 6).
Por eso Pedro nos dice: «añadid a vuestra fe virtud; a la
virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al
dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad,
afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor», y añade: «Porque
si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar
ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo… Por lo cual, hermanos, tanto más procurad
hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas
cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será
otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2P 1:5-11). La suma de
todo esto no es más que lo que mencionamos anteriormente,
es decir: «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor».
Porque ninguna de estas cosas puede hacerse a conciencia,
sino por y con la ayuda de esta bendita gracia del temor.
Decimotercero. De este temor piadoso fluye un gran deleite
en los mandamientos santos de Dios, es decir, un deleite en
conformarse a ellos. «Bienaventurado el hombre que teme a
Jehová, y en Sus mandamientos se deleita en gran manera»
86 EL TEMOR DE DIOS

(Sal 112:1). Esto confirma lo que se dijo antes, es decir, que


este temor provoca un uso santo y reverente de los medios,
porque esto no es posible a menos que haya un santo, sí, un
gran deleite en los mandamientos. Por lo tanto, este temor
hace que el pecador aborrezca lo que es pecado, porque es
contrario al objeto de su deleite. Un hombre no puede
deleitarse al mismo tiempo en cosas directamente opuestas
entre sí, como lo son el pecado y el mandamiento santo; por
eso Cristo dice del siervo que no puede amar a Dios y a las
riquezas: «No podéis servir a Dios y a las riquezas». Si se
adhiere a uno, debe odiar y despreciar al otro; no puede servir
al mismo tiempo a ambos, porque están en enemistad el uno
con el otro. Así es el pecado y el mandamiento. Por lo tanto, si
un hombre se deleita en el mandamiento, odia lo que es
opuesto, que es el pecado. ¿Cuánto más cuando se deleita
grandemente en el mandamiento? Ahora bien, este santo
temor de Dios aparta el corazón y los afectos del pecado, y los
fija en el mandamiento santo. Por lo tanto, tal hombre es
justamente considerado bienaventurado. Porque ninguna
profesión hace bienaventurado a un hombre sino la que va
acompañada de un alejamiento del corazón del pecado, y nada
puede hacer esto si falta este santo temor. Es de este temor,
entonces, que fluye el amor y el deleite en el mandamiento
santo, y por eso el pecador es guardado de esas caídas y peligros
de desviarse a los que otros profesantes están tan sujetos: él se
deleita grandemente en el mandamiento.
Decimocuarto. Por último, de este temor de Dios fluye el
ensanchamiento del corazón. «Entonces verás, y
resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón» (Is
60:5). «Se maravillará y ensanchará tu corazón», ensanchado
hacia Dios, ensanchado hacia Sus caminos, ensanchado hacia
Su pueblo santo, ensanchado en amor por la salvación de los
demás. Ciertamente, cuando falta este temor de Dios, por más
famosa que sea la profesión, el corazón está cerrado y limitado,
y nada se hace con ese espíritu libre y noble que se llama
«espíritu… de temor de Jehová» (Sal 51:12; Is 11:2). Sino de
mala gana, de forma legalista o con deseo de vanagloria, falta
5. Privilegios de los que temen así al Señor 87

esta grandeza de corazón, porque eso fluye de este temor del


Señor.
Así te he mostrado lo que es este temor de Dios, de dónde
fluye y también lo que fluye de él. Ahora te mostrare algunos

5. Privilegios de los que temen así al


Señor
Habiendo tratado brevemente hasta aquí este temor de Dios
en particular, ahora mostraré ciertos de los excelentes
privilegios de aquellos que temen al Señor, no porque no sean
privilegios que ya se hayan mencionado; porque ¿qué mayores
privilegios que tener este temor produciendo en el alma cosas
tan excelentes y tan necesarias para nuestro bien, tanto en
cuanto a este mundo como al venidero? Pero, debido a que los
que mencioné antes fluyen más bien de esta gracia del temor
cuando está presente, que de una promesa a la persona que lo
tiene, por lo tanto, he elegido más bien hablar de ellos como
los frutos y efectos del temor. Ahora bien, además de todo esto,
hay muchos otros privilegios benditos que se prometen al
hombre que tiene este temor, los cuales les expondré ahora
brevemente.
Primer privilegio. Aquel hombre que teme al Señor, tiene
una concesión y una licencia «para confiar en el Señor», con
una afirmación de que Él es su ayuda, y su escudo: «Los que
teméis a Jehová, confiad en Jehová; Él es vuestra ayuda y
vuestro escudo» (Sal 115:11). Ahora bien, ¡qué privilegio es
este! Una exhortación en general a los pecadores, como
pecadores, a confiar en Él es un privilegio grande y glorioso;
pero que a un hombre se le distinga de su prójimo, que a un
hombre se le hable desde el cielo, como por su nombre, y se le
diga que Dios le ha dado una licencia, una concesión especial
y peculiar para confiar en Él, esto es mucho más. Y, sin
embargo, ¡esta es la concesión que Dios le ha dado a ese
hombre! Él tiene, quiero decir, una licencia para hacerlo, una
88 EL TEMOR DE DIOS

licencia indicada por el Espíritu Santo, la cual dejó registrada


para que aquellos que nacerán y temerán al Señor confíen en
Él. Y no solo eso, sino que, como afirma el texto: «Él es vuestra
ayuda y vuestro escudo». Su ayuda en todas sus debilidades y
flaquezas y un escudo para defenderlos contra todos los
ataques del diablo y de este mundo. Así pues, el hombre que
teme al Señor tiene licencia para hacer del Señor su refugio y
el Dios de su salvación, el socorro y libertador de su alma. Él
lo defenderá porque Su temor está en su corazón. Oh, siervo
del Señor, tú que le temes, vive en el consuelo de esto; úsalo
valientemente cuando estés en apuros y pon tu confianza bajo
la sombra de Sus alas, porque ciertamente Él quiere que lo
hagas así, porque temes al Señor.
Segundo privilegio. Dios también ha proclamado con
respecto al hombre que teme al Señor, que Él también será su
maestro y guía en el camino que él escoja, y además ha
prometido con respecto a los tales, que su alma morará
tranquila: «¿Quién es el hombre que teme a Jehová?» dice
David, «Él le enseñará el camino que ha de escoger» (Sal
25:12). Ahora, ser enseñado por Dios, ¿a qué se parece? sí,
¿cómo te enseña el camino que has de escoger? Has escogido
el camino de la vida, el camino de Dios, pero tal vez tu
ignorancia al respecto es tan grande, y los que te tientan a
desviarte son tantos y tan sutiles, que parecen ser más
inteligentes y confundirte con su astucia. Pues bien, el Señor
a quien temes no te abandonará a tu ignorancia, ni tampoco al
poder o a la astucia de tus enemigos, sino que se encargará de
ser tu maestro y tu guía, y eso en el camino que has escogido.
Escucha, pues, y contempla tu privilegio, oh, tú que temes al
Señor; y cualquiera que se extravíe, se desvíe y se aparte del
camino de la salvación, cualquiera que se pierda en medio de
las tinieblas, tú encontrarás el camino hacia el cielo y la gloria
que has elegido.
Además, no solo dice que les enseñará el camino, ya que eso
debe ser suministrado necesariamente, sino que también dice
que enseñará a los tales en él: «Él le enseñará el camino que
ha de escoger». El argumento aquí es que, como tú sabrás, el
5. Privilegios de los que temen así al Señor 89

camino será dulce y agradable para ti, por la comunión que


tendrás con Dios en él. Porque este texto promete al hombre
que teme al Señor, la presencia, compañía y revelación de la
mente de Dios, mientras va por el camino que ha elegido. Se
dice del buen escriba que es instruido tanto hacia el camino
del reino de Dios como en él (Mt 13:52). Instruido, es decir,
que se le sigue revelando el corazón y la mente de Dios en el
camino que él ha escogido, desde este mundo hasta el
venidero, hasta llegar a la puerta misma del cielo. Lo que los
discípulos dijeron que era el efecto de la presencia de Cristo
también se cumplirá en ti: «¿No ardía nuestro corazón en
nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos
abría las Escrituras?». Él se reunirá contigo en el camino,
hablará contigo en el camino; te enseñará en el camino que tú
elijas (Lc 24:32).
Tercer privilegio. ¿Temes al Señor? Él te mostrará Su
secreto, aun lo que ha escondido y mantiene oculto de todo el
mundo, es decir, el secreto de Su pacto y de lo que tiene que
ver contigo en él: «La comunión íntima de Jehová es con los
que le temen, y a ellos hará conocer Su pacto» (Sal. 25:14).
Esto, entonces, confirma aún más lo que acabamos de decir:
Su secreto estará con ellos, y Su pacto les será mostrado. Su
secreto, es decir, lo que se ha mantenido oculto desde los
siglos y las generaciones; lo que solo manifiesta a los santos;
es decir, Su Cristo, porque Él es el que está oculto en Dios, y
que nadie puede conocer sino aquel a quien el Padre se lo
revele (Mt 11:27).
Pero ¿qué hay envuelto en este Cristo, en este secreto de
Dios? Bueno, todos los tesoros de la vida, del cielo y de la
felicidad: En Él «están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento». Y «en Él habita corporalmente
toda la plenitud de la Deidad» (Col 2).
Este es también Uno que está oculto, que está tan lleno de
gracia para salvar a los pecadores, y tan lleno de verdad y
fidelidad para cumplir la promesa y el pacto con ellos, que sus
ojos deben transmitir necesariamente, incluso por cada
mirada a Su persona, oficios y tratos, un embelesamiento del
90 EL TEMOR DE DIOS

corazón tan conmovedor, que les complacería incluso morir


con esa vista. Este secreto del Señor está con los que le temen,
porque habita en sus corazones por la fe. «A ellos hará conocer
Su pacto». Es decir, el pacto confirmado de Dios en Cristo, ese
pacto perpetuo y eterno, y le mostrará también que él mismo
está envuelto en él, como en un manojo de vida con el Señor
su Dios. Estos son los pensamientos, propósitos y promesas de
Dios para los que le temen.
Cuarto privilegio. ¿Temes al Señor? Su ojo está siempre
sobre ti para bien, para guardarte de todo mal: «He aquí el ojo
de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en Su
misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles
vida en tiempo de hambre» (Sal 33:18-19). Su ojo está sobre
ellos; es decir, para velar por ellos para bien. No se adormecerá
ni dormirá el que guarda a Israel. Sus ojos están sobre ellos,
y los guardará como el pastor a sus ovejas; es decir, de los lobos
que tratan de devorarlos y tragarlos hasta la muerte. Sus ojos
están sobre ellos, porque son el objeto de Su deleite, las
singularidades del mundo, en quienes, dice Él, está todo Mi
deleite. Su ojo está sobre ellos, como dije antes, para
enseñarles e instruirlos: «Te haré entender, y te enseñaré el
camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos» (Sal 32:8;
2Cr 7:15-16). El ojo del Señor, por lo tanto, está sobre ellos,
no para sacar provecho de ellos, para destruirlos por Sus
pecados, sino para guiarlos, ayudarlos y librarlos de la muerte;
de esa muerte que se alimentaría de sus almas: «Para librar sus
almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre».
Aquí debemos interpretar la muerte como la muerte espiritual
y muerte eterna; y el hambre aquí, no como la que es por falta
de pan y agua, sino como la que sobreviene a muchos por falta
de la Palabra del Señor (Ap 20:14; Am 8:11-12). Entonces, el
sentido es este: el hombre que teme al Señor no morirá ni
espiritual ni eternamente, porque Dios lo guardará con Su ojo
de todas aquellas cosas que lo matarían de esa manera.
Además, si hubiera hambre de la Palabra, si faltaran tanto la
Palabra como los que la predican en el lugar donde moras, se
te dará pan y tu agua será segura. No morirás de hambre,
5. Privilegios de los que temen así al Señor 91

porque temes a Dios. Digo que el hombre no morirá, he aquí


que no morirá, porque teme a Dios, y esto es aún más evidente
en el siguiente encabezado.
Quinto privilegio. ¿Temes a Dios? Témelo aún más por este
beneficio: «Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada
falta a los que le temen. Los leoncillos necesitan, y tienen
hambre; pero los que buscan a Jehová», los que le temen, «no
tendrán falta de ningún bien» (Sal 34:9-10). Nada de lo que
Dios ve bueno para ellos les faltará a los hombres que temen
al Señor. Si la salud les ha de hacer bien, si la enfermedad les
ha de hacer bien, si las riquezas les han de hacer bien, si la
pobreza les ha de hacer bien, si la vida les ha de hacer bien, si
la muerte les ha de hacer bien, entonces no les faltará, y nada
de esto se acercará a ellos, si no les ha de hacer bien. Los
leones, los malvados19 del mundo que no temen a Dios, no son
hechos partícipes de este gran privilegio; todo les sale al
contrario, porque no temen a Dios. En medio de su suficiencia,
carecen de ese bien que Dios pone en las peores cosas que el
hombre que teme a Dios encuentra en el mundo.
Sexto privilegio. ¿Temes a Dios? Él ha encomendado a los
ejércitos del cielo que te cuiden, se hagan cargo de ti, acampen
a tu alrededor y te libren: «El ángel de Jehová acampa
alrededor de los que le temen, y los defiende» (Sal 34:7). Este
es también un privilegio que tienen los que en todas las
generaciones temen al Señor. Los ángeles, las criaturas
celestiales, tienen el encargo de encargarse de los que temen
al Señor; uno de ellos es capaz de matar 185 000 hombres en
una noche. Estos son los que acamparon alrededor de Eliseo
como caballos de fuego y carros de fuego, cuando el enemigo
vino a destruirlo. También ayudaron a Ezequías contra la
banda del enemigo, porque temía a Dios (2R 6:17; Is 37:36; Jr

19
Así lo entiende Ainsworth, p. 134, vol. 10. Él lo traduce como «leones al acecho,
que son lujuriosos, de dientes fuertes, feroces, rugientes y voraces». «Y con
esto», dice, «puede referirse a los ricos y poderosos del mundo, a quienes Dios
a menudo lleva a la miseria». «No les faltará nada a los que, con obediencia
tranquila, trabajan y se ocupan de sus propios asuntos. Jacob, de corazón
sencillo, tiene suficiente potaje cuando Esaú, el astuto cazador, está a punto
de perecer». Henry.-Ed.
92 EL TEMOR DE DIOS

26:19). «El ángel de Jehová acampa alrededor» de ellos; es


decir, para que el enemigo no se les eche encima por ningún
lado. Pero venga por donde venga, por detrás o por delante,
por un lado o por otro, el ángel del Señor está allí para
defenderlos. «El ángel». Puede que se exprese en singular para
mostrar que todo el que teme a Dios tiene su ángel que le asiste
y le sirve. Cuando en el libro de los Hechos se le dijo a la iglesia
que Pedro estaba a la puerta y llamaba, al principio pensaron
que el mensajero estaba loco, pero cuando la muchacha
insistió en afirmarlo, dijeron: Es su ángel (Hch 12:13-15). Así
dice Cristo de los niños que venían a Él: «Sus ángeles en los
cielos ven siempre el rostro de Mi Padre que está en los cielos».
Sus ángeles, es decir, aquellos de ellos que temían a Dios,
tenían cada uno su ángel, que tenía un encargo de Dios para
guardarlos en su camino. Poco pensamos en esto; sin
embargo, este es el privilegio de los que temen al Señor. Sí, si
es necesario, todos ellos descenderán para ayudarlos y
librarlos, antes que, en oposición a la mente de su Dios,
alguien abuse de ellos: «¿No son todos espíritus ministradores,
enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la
salvación?» (Heb 1:14).
Pregunta: Pero ¿cómo los libran? porque así dice el texto:
«El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y
los defiende». Respuesta: La manera en que obran para librar
a los que temen al Señor, es a veces hiriendo a sus enemigos
con ceguera, para que no los encuentren, y así hicieron a los
enemigos de Lot (Gn 19:10-11). Otras veces, hiriéndolos con
un miedo mortal, y así hicieron a los que sitiaron Samaria (2R
7:6). Y a veces hiriéndolos hasta con la muerte misma, y así
hicieron a Herodes, después que intentó matar al apóstol
Santiago y también trató de vejar a algunos otros de la iglesia
(Hch 12). Estos ángeles que son siervos de los que temen al
Señor, son los que, si Dios se los ordena, vengarán el pleito de
sus siervos contra el monarca más fuerte de la tierra. Este es,
pues, un privilegio glorioso de los hombres que temen al
Señor. ¡Ay! Algunos de ellos son tan miserables que no son
tenidos en cuenta por los eminentes del mundo, pero sus
5. Privilegios de los que temen así al Señor 93

superiores los tienen en estima. Los ángeles de Dios no se


consideran demasiado buenos como para atenderlos y
acampar a su alrededor para librarlos. Este, pues, es el hombre
que tiene su ángel que le sirve, el que teme a Dios.
Séptimo privilegio. ¿Temes al Señor? La salvación está
cerca de ti: «Ciertamente cercana está Su salvación a los que
le temen, para que habite la gloria en nuestra tierra» (Sal
85:9). Este es otro privilegio para los que temen al Señor. Te
dije antes que el ángel del Señor acampaba alrededor de ellos,
pero ahora dice también: Ciertamente «cercana está Su
salvación a los que le temen», lo cual, aunque no excluye del
todo la acción de los ángeles20 sino que lo incluye; sin
embargo, va más allá. «Su salvación», Su gracia salvadora y
perdonadora, «cercana está…a los que le temen»; es decir,
para salvarlos de la mano de sus enemigos espirituales. El
diablo, el pecado y la muerte esperan siempre para devorar a
los que temen al Señor, Su salvación les acompaña para
librarlos de estos. Por lo tanto, si Satanás los tienta, Su
salvación está cerca; si el pecado, al irrumpir, los seduce, la
salvación de Dios está cerca; sí, si la muerte misma se apodera
repentinamente de ellos, la salvación de Dios está cerca.
He visto que los niños de los grandes hombres no deben ir
a ninguna parte sin que sus niñeras estén cerca. Si van al
extranjero, sus niñeras deben ir con ellos; si van a comer, sus
niñeras deben ir con ellos; si van a la cama, sus niñeras deben
ir con ellos; sí, y si se duermen, sus niñeras deben estar a su
lado. Oh, hermanos míos, aquellos pequeños que temen al
Señor, son los hijos del más excelso, por lo tanto, no
caminarán solos, ni estarán solos en sus comidas espirituales,
ni irán solos a sus lechos de enfermos, ni a sus tumbas; la
salvación de su Dios está cerca de ellos, para librarlos del mal.
Esta es, pues, la gloria que habita en la tierra de los que temen
al Señor.

20
«La dirección de los ángeles» no significa simplemente que guíen a los
peregrinos en el camino, sino también, en un sentido militar, una guardia o
lo que ahora se llama un convoy.-Ed.
94 EL TEMOR DE DIOS

Octavo privilegio. ¿Temes al Señor? Escucha una vez más:


«La misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la
eternidad sobre los que le temen, y Su justicia sobre los hijos
de los hijos» (Sal. 103:17). Esto aún confirma lo que acabamos
de decir, o sea, que Su salvación está cerca de ellos. Su
salvación, es decir, Su misericordia perdonadora está cerca de
ellos. Pero atención, allí dice que está cerca de ellos; pero aquí
está sobre ellos. Su misericordia está sobre ellos, los cubre por
todas partes, los rodea como con un escudo. Por eso se dice en
otro lugar que están revestidos de salvación, y cubiertos con el
manto de justicia. La misericordia del Señor está sobre ellos,
como ya he dicho, para protegerlos y defenderlos. La
misericordia, la misericordia que perdona, la misericordia del
Señor está sobre ellos, entonces, ¿quién es aquel que puede
condenarlos? (Ro 8).
Pero aún hay algo más: «La misericordia de Jehová es desde
la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen». Fue
diseñada para ellos antes de que el mundo fuera, y estará sobre
ellos cuando el mundo mismo se acabe; desde la eternidad
hasta la eternidad está sobre los que le temen. Este «desde la
eternidad y hasta la eternidad» es aquello por lo cual, en otro
lugar, se declara la eternidad de Dios mismo: «Desde el siglo y
hasta el siglo, Tú eres Dios» (Sal 90:2). El significado,
entonces, puede ser este: que mientras Dios exista, el hombre
que le teme encontrará misericordia de Su mano. De acuerdo
a las palabras de Moisés: «El eterno Dios es tu refugio, y acá
abajo los brazos eternos; Él echó de delante de ti al enemigo,
y dijo: Destruye» (Dt 33:27).
Hijo de Dios, tú que temes a Dios, aquí tienes misericordia
cerca de ti, misericordia suficiente, misericordia eterna para
ti. Esta es una misericordia de larga vida. Vivirá más que tu
pecado, vivirá más que la tentación, vivirá más que tus penas,
vivirá más que tus perseguidores. Es una misericordia desde la
eternidad que planeó tu salvación y una misericordia hasta la
eternidad que resiste a todos tus adversarios. ¿Qué pueden
hacer el infierno y la muerte a quien tiene esta misericordia de
Dios? Y esto tiene el hombre que teme al Señor. Toma esta
5. Privilegios de los que temen así al Señor 95

otra palabra bendita, y, oh, tú, hombre que temes al Señor,


cuélgala como una cadena de oro alrededor de tu cuello:
«Como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció Su
misericordia sobre los que le temen» (Sal 103:11). Si esta
misericordia tan grande, tan buena y tan alta como el cielo
mismo es un privilegio, entonces, el hombre que teme a Dios
es un privilegiado.
Noveno privilegio. ¿Temes a Dios? «Como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen» (Sal 103:13).
«Se compadece Jehová de los que le temen»; es decir, se
compadece y se conmueve, siente y se identifica con ellos en
todas sus aflicciones. Es algo muy significativo para un
hombre pobre estar en los afectos de los grandes y poderosos
de esta manera, pero es asombroso pensar que un pobre
pecador esté en el corazón y en los afectos de Dios de esta
manera, y esto es así para con los que temen a Dios. «En Su
amor y en Su clemencia los redimió». ¡En Su amor y en Su
clemencia! «En toda angustia de ellos Él fue angustiado, y el
ángel de Su faz los salvó; en Su amor y en Su clemencia los
redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la
antigüedad» (Is 63:9). Me refiero a que cuando dice que Él
siente clemencia de ellos, es tanto como decir que se conduele,
se compadece y sufre con ellos en todas sus aflicciones y
tentaciones. De modo que esta es la felicidad del que teme a
Dios: tiene un Dios que se compadece de él y se conmueve con
todas sus miserias. Se dice en Jueces: «Fue angustiado a causa
de la aflicción de Israel» (Jue 10:16). Y en Hebreos, dice que Él
puede «compadecerse de nuestras debilidades» y puede
«socorrer a los que son tentados» (4:15, 2:17,18).
Pero, además, fijémonos en la comparación. «Como el
padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los
que le temen». Aquí no solo hay piedad, sino la piedad de un
pariente, de un padre. Se dice en otro lugar: «¿Se olvidará la
mujer», una madre, «de lo que dio a luz, para dejar de
compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo
nunca me olvidaré de ti». La compasión de los vecinos y
96 EL TEMOR DE DIOS

conocidos ayuda en tiempos de angustia, pero la compasión de


un padre y una madre es compasión con algo más. «El Señor»,
dice Santiago, «es muy misericordioso y compasivo». Faraón
llamó a José padre21, porque proveyó para él contra el hambre,
pero, ¡qué padre tan tierno es Dios! ¡Qué lleno de compasión!
¡Qué lleno de piedad! (Stg 5:11; Gn 41:43). Se dice que cuando
Efraín fue afligido, las entrañas de Dios se conmovieron y se
volvieron hacia él. Ojalá que el hombre que teme al Señor
creyera en la piedad y la compasión que hay en el corazón de
Dios y de Su padre hacia él (Jr 31:18-20).
Décimo privilegio. ¿Temes a Dios? «Cumplirá el deseo de
los que le temen; oirá asimismo el clamor de ellos, y los
salvará» (Sal 145:19). Casi todos los lugares que hacen
mención de los hombres que temen a Dios dan a entender
como si todavía ellos estuvieran bajo aflicción o en peligro a
causa de un enemigo. Pero yo digo, aun en esto hay un
privilegio para ellos, su Dios es su padre y se compadece de
ellos: «Cumplirá el deseo de los que le temen». ¿Dónde está
ahora el hombre que teme al Señor? ¿Qué dices, pobre alma?
¿Estarás satisfecho con esto de que el Señor cumplirá tus
deseos? Se da a entender de Adonías que su padre David le
permitió hacer su voluntad en todo lo que se propuso. «Su
padre», dice el texto, «nunca le había entristecido en todos sus
días [ni siquiera] con decirle: ¿Por qué haces así?» (1R 1:6).
Pero aquí hay algo más, aquí hay una promesa de concederte
todo el deseo de tu corazón, conforme a la oración del santo
David: Jehová «te dé conforme al deseo de tu corazón, y
cumpla todo tu consejo». Y otra vez: «Conceda Jehová todas
tus peticiones» (Sal 20).
Tú que temes al Señor, ¿cuál es tu deseo? Todo mi deseo,
dice David, es toda mi salvación (2S 23:5), igual dices tú: «Toda
mi salvación» es «mi deseo». Bien, el deseo de tu alma te es
concedido, sí, Dios mismo se ha comprometido incluso a
cumplir este tu deseo: «Cumplirá el deseo de los que le temen;
oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará». Oh, este deseo,

21
Ver el margen, Génesis 41:43 y 40:8.-Ed.
5. Privilegios de los que temen así al Señor 97

cuando llegue, ¡qué árbol de vida será para ti! Deseas librarte
de la angustia presente, el Señor te librará de la angustia.
Deseas ser librado de la tentación, el Señor te librará de la
tentación. Deseas ser librado de tu cuerpo de muerte, y el
Señor cambiará este tu cuerpo vil, para que sea semejante a
Su cuerpo glorioso. Deseas estar en la presencia de Dios y
entre los ángeles del cielo. También se cumplirá tu deseo, y
serás igual a los ángeles (Ex 6:6; 2P 2:9; Fil 3:20-21; Lc 16:22,
20:35-36). ¡Oh, pero parece que falta mucho tiempo para eso!
Pues aprende primero a vivir de tu porción en la promesa, y
eso hará dulce tu espera. Dios cumplirá tus deseos, Dios lo
hará, aunque tarde. Espéralo, porque sin duda vendrá, no
tardará.
Undécimo privilegio. ¿Temes a Dios? «Se complace Jehová
en los que le temen» (Sal 147:11). Los que temen a Dios se
cuentan entre Sus principales deleites. Se deleita en Su Hijo,
se deleita en Sus obras y se complace en los que le temen.
Como un hombre se complace en su mujer, en sus hijos, en su
dinero, en sus joyas, así el hombre que teme al Señor es el
objeto de Su deleite. Se complace en su prosperidad, y por eso
les envía salud desde el santuario, y les hace beber del río de
Sus delicias (Sal 35:27). «Serán completamente saciados de la
grosura de Tu casa, y Tú los abrevarás del torrente de Tus
delicias» (Sal 36:8). Aquello o aquellos en que nos
complacemos y que amamos embellecer y adornar con
muchos ornamentos. Ningún gasto nos parece excesivo para
aquellos en quienes ponemos nuestro deleite y a quienes
hacemos objeto de nuestro placer. Y lo mismo sucede con
Dios. «Porque Jehová tiene contentamiento en su pueblo», ¿y
qué sigue? «Hermoseará a los humildes con la salvación» (Sal
149:4).
Nos complacemos en las acciones de aquellos en quienes
nos deleitamos; sí, les enseñamos, y les damos reglas y leyes
por las que andar, de modo que esos a quienes amamos puedan
ser más placenteros a nuestros ojos. Por tanto, a los que temen
a Dios, puesto que son objeto de Su complacencia, se les
enseña a saber agradarle en todo (1Ts 4:1). Y por eso se dice
98 EL TEMOR DE DIOS

que se deleita en su apariencia, se deleita en su oración y se


complace en su andar (Cnt 4:9; Pr 15:8, 11:20).
Soportaremos y aguantaremos muchas cosas de aquellos
en quienes nos deleitamos y complacemos, aunque no estemos
de acuerdo. Un hombre tolerará y sufrirá de parte de la esposa
o el hijo de su deleite lo que no pasaría por alto ni soportaría
en otro. Son para mí especial tesoro, dice Dios, los que me
temen, y los perdonaré en todo aquello en que se quedan
cortos de cumplir Mi voluntad, «como el hombre que perdona
a su hijo que le sirve» (Mal 3:16-17). ¡Oh, qué feliz es el
hombre que teme a Dios! Sus pensamientos buenos, sus
buenos intentos de servirle y su vida buena le agradan, porque
teme a Dios.
Sabes cuán agradables son a nuestros ojos las acciones de
nuestros hijos, cuando sabemos que lo hacen aun por temor
reverente y admiración hacia nosotros; sí, aunque lo que
hacen sea poco, lo recibimos bien de sus manos y nos
complacemos en ello. La mujer que echó sus dos blancas en el
arca del tesoro, no echó mucho, porque las dos no sumaban
más que un cuarto de penique; sin embargo, el Señor Jesús la
alabó,22 se complació en ella y en su acción (Mr 12:41-44).
Esto, pues, de que el Señor se complace en los que le temen,
es otro de sus grandes privilegios.
Duodécimo privilegio. ¿Acaso temes a Dios? La menor
medida de ese temor da el privilegio de ser bendecido junto a
los santos más grandes: «Bendecirá a los que temen a Jehová,
a pequeños y a grandes» (Sal 115:13). Esta palabra «pequeño»
puede entenderse de tres maneras: 1. Para los que son
pequeños en estima, para los que no soy muy tenidos en
cuenta (Jue 6:15; 1S 18:23). Si eres pequeño en este sentido,
si temes a Dios serás bendecido. «Bendecirá a los que temen a
Jehová, a pequeños y a grandes», por más pequeño que seas a
los ojos del mundo, a tus propios ojos, a los ojos de los santos,
como sucede a veces que un santo es pequeño a los ojos de otro

22
Publicar a toque de trompeta, pregonar buenas nuevas. En tiempos de Bunyan
nunca se usaba irónicamente.
5. Privilegios de los que temen así al Señor 99

santo; sin embargo, porque temes a Dios, serás puesto entre


los bienaventurados. 2. A veces se entiende por pequeños a
aquellos que son pequeños en estatura o jóvenes en años,
niños pequeños, que son fácilmente pasados por alto y
despreciados: como lo eran aquellos que cantaban hosanna en
el templo, cuando los fariseos burlonamente dijeron de ellos a
Cristo: «¿Oyes lo que estos dicen?». (Mt 21:16). Pues bien,
Cristo no quiso despreciar a los que temían a Dios, sino que
los prefirió, según el testimonio de las Escrituras, mucho
antes que a los que los despreciaban. Los niños pequeños, por
pequeños que sean y por muy poca estima que tengan entre
los hombres, también, si temen al Señor, serán bendecidos con
los más grandes santos: «Bendecirá a los que temen a Jehová,
a pequeños y a grandes». 3. Por pequeños puede entenderse a
veces aquellos que son pequeños en gracia o dones; se dice que
estos son los más pequeños en la iglesia, es decir, bajo esta
consideración, y por ello son los menos estimados por ella
(1Co 6:4). Así también debe entenderse cuando Cristo dijo:
«En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños,
tampoco a mí lo hicisteis» (Mt 25:45).
Bajo esta consideración, eres en tus propios pensamientos,
o en los pensamientos de otros, de estos últimos pequeños,
pequeños en gracia, pequeños en dones, pequeños en estima;
sin embargo, si temes a Dios, si temes a Dios en verdad,
ciertamente eres bendecido con el mejor de los santos. La
estrella más pequeña está tan fija en el cielo como la más
grande de todas. «Bendecirá a los que temen a Jehová, a
pequeños y a grandes». Los bendecirá, es decir, con la misma
bendición de la vida eterna. Porque los diferentes grados de
gracia en los santos no hacen que la bendición, en cuanto a su
naturaleza, difiera. Es el mismo cielo, la misma vida, la misma
gloria y la misma eternidad de felicidad con las que se les
promete ser bendecidos en el texto. Podemos observar esto que
mencioné antes cuando Cristo, en el día del juicio, menciona
y reconoce como suyos particularmente a los más pequeños:
«En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños». El
más pequeño entonces estaba allí, en Su reino y en Su gloria,
100 EL TEMOR DE DIOS

así como el más grande de todos. «Bendecirá a los que temen


a Jehová, a pequeños y a grandes». Los pequeños son
nombrados primero en el texto, y son los primeros en rango;
puede ser para mostrar que aunque puedan ser
menospreciados y poco considerados en el mundo, sin
embargo son muy considerados a los ojos del Señor.
¿Son los grandes santos los únicos que tendrán el reino y
la gloria eterna? ¿Solo las grandes obras serán recompensadas?
¿Aquellas obras obras que se hacen debido a que hay mucha
gracia y por la abundancia de los dones del Espíritu Santo? No:
«Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua
fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que
no perderá su recompensa [de discípulo]». Observa, aquí no es
más que un pequeño regalo, un vaso de agua fría, y eso dado a
un pequeño santo, pero ambos tomados en cuenta
especialmente por nuestro Señor Jesucristo (Mt 10:42). Ha
venido el tiempo «de dar el galardón a Tus siervos los profetas,
a los santos, y a los que temen Tu nombre, a los pequeños y a
los grandes» (Ap 11:18). Los pequeños, por lo tanto, entre los
que temen a Dios, son bendecidos con los grandes, igual que
los grandes, con la misma salvación, la misma gloria y la
misma vida eterna; y tendrán, así como los grandes, tanto
como puedan soportar; tanto como sus corazones, almas,
cuerpos y capacidades puedan sostener.
Decimotercer privilegio. ¿Temes a Dios? Pues el Espíritu
Santo te ha dado a propósito todo un salmo para que lo cantes
acerca de ti mismo. De modo que puedas cantar tu propia
condición bendita y feliz, ya sea que estés en medio de tu
trabajo, en tu lecho, de viaje o donde sea, para tu propio
consuelo y el consuelo de tus semejantes. Es el Salmo 128, el
cual presentaré ante ti, tanto en la lectura23 como en los
salmos cantados.
«Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda
en Sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos,

23
Esto si es de la Biblia, y no de la versión inferior en el Libro de Oración Común,
comúnmente llamada los Salmos de lectura.-Ed.
5. Privilegios de los que temen así al Señor 101

bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid


que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de
olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el
hombre que teme a Jehová. Bendígate Jehová desde Sion, y
veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, y veas a los
hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel».

Para ser cantado


Bienaventurado tú que temes a Dios,
y andas en Su camino:
Porque de tu trabajo comerás;
¡Digo que eres feliz!
Como vides fructíferas al lado de tu casa,
así brota tu mujer;
Tus hijos como olivos
En torno a tu mesa.

Así eres dichoso tú, que temes a Dios,


Y Él te hará ver
La Jerusalén prometida,
y su felicidad.
La verán los hijos de tus hijos,
para tu gran gozo;
Y asimismo gracia sobre Israel,
Prosperidad y paz.24

24
Edición de Sternhold y Hopkin, 1635. 1635: La conveniencia de cantar en el
culto público fue muy debatida por algunos de los no conformistas. Había
razones de mucho peso, en tiempos de persecución, para que las reuniones se
celebraran lo más silenciosamente posible. Hasta el día de hoy, los cuáqueros
no admiten el canto en sus asambleas. La introducción de este salmo prueba
que Bunyan conocía los salmos «cantados» y, con toda probabilidad,
practicaba el canto en el culto público. Cuando James I. mejoró esta versión
para uso eclesiástico, llamada los Salmos del Rey David, traducidos por el
Rey Jacobo, sus últimas cuatro líneas son: Tú de Jerusalén verás el bien
mientras vivas, verán los hijos de tus hijos, y paz en la descendencia de Israel.
102 EL TEMOR DE DIOS

Luego de resolver la siguiente objeción habré concluido


con los privilegios
Objeción. Pero la Escritura dice: «El perfecto amor echa
fuera el temor»; y por lo tanto parecería que los santos,
después que ha venido el espíritu de adopción, no deben temer,
sino servirle sin temor, como dice otra Escritura (1Jn 4:18; Lc
1:74-75).
Respuesta. El temor, como te he mostrado, puede
interpretarse de varias maneras. 1. Puede interpretarse como
temor de los demonios. 2. Puede interpretarse como el temor
de los depravados. 3. Puede interpretarse como el temor que
el Espíritu produce en los piadosos como un espíritu de
esclavitud; o 4. Puede interpretarse como el temor del que he
estado hablando ahora.
Ahora bien, el temor que el amor perfecto echa fuera no
puede ser ese temor de Dios que es como el de un hijo a su
padre, el cual está lleno de gracia, y del que he venido hablando
en la última parte; porque ese temor que el amor echa fuera
lleva tormento, no siendo así el temor que es como el de un
hijo. Por tanto, el temor que el amor echa fuera es aquel temor
que es semejante al temor de los demonios y de los réprobos o
aquel temor que es engendrado en el corazón por el Espíritu
de Dios como espíritu de servidumbre, o ambas cosas. Porque,
en verdad, todas estas clases de temor llevan tormento y, por
tanto, pueden ser echadas fuera, y lo son por el espíritu de
adopción, que se llama espíritu de fe y de amor, cuando viene
con poder al alma; de modo que le sirvamos sin temor. Pero,
argumentar a partir de estos textos que no debemos temer a
Dios o asociar el temor con nuestra adoración a Él es tanto
como decir que por el espíritu de adopción somos hechos muy
corruptos; porque no temer a Dios es aplicado por la Escritura
a los tales (Lc 23:40). Pero la Escritura confirma
abundantemente lo que he afirmado, al decir:

Cuán bendecidos somos en nuestros días con la poesía de Watts, Wesley y muchos
otros, que han provisto a la iglesia de hermosas composiciones que inspiran
el alma, sin temor a restringirnos en su uso.
6. El uso de esta doctrina 103

«Bienaventurado el hombre que siempre teme». Y también:


«Les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante Su
presencia». Teme, pues; el espíritu del temor del Señor es una
gracia que embellece grandemente al cristiano, sus palabras y
todos sus caminos: «Sea, pues, con vosotros el temor de
Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios
no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de
cohecho» (2Cr 19:7).
Paso ahora a las aplicaciones de esta doctrina

6. El uso de esta doctrina


Hasta aquí me he ocupado de la doctrina del temor de Dios.
Paso ahora a tratar su uso y sus aplicaciones.

PRIMER USO: Para el auto examen.


¿Es este temor de Dios algo muy excelente? ¿Viene
acompañado de tantos privilegios benditos? Entonces, esto
debe llevarnos a todos y cada uno de nosotros a un examen
diligente de nosotros mismos; es decir, si tienes o no esta
gracia, porque si la tienes, entonces tú eres uno de estos
benditos a quienes pertenecen estos gloriosos privilegios, pues
tienes parte en cada uno de ellos; pero si resulta que esta gracia
no está en ti, entonces tu estado es terriblemente miserable,
como ya hemos visto en parte y veremos más ampliamente en
lo que sigue. Ahora, para ayudarte mejor a pensar, y para que
no falles en descubrir lo que eres al examinarte a ti mismo,
hablaré sobre esto primero en sentido general y segundo, de
forma particular.
Primero. En general. Ningún hombre trae consigo esta
gracia al mundo. Todos por naturaleza están destituidos de
ella, porque naturalmente nadie teme a Dios; no hay temor de
Dios, no hay esta gracia del temor ante sus ojos, ni siquiera
saben lo que es, porque este temor fluye, como se mostró
antes, de un corazón nuevo, fe, arrepentimiento y cosas
104 EL TEMOR DE DIOS

semejantes. Si esto, un nuevo corazón, fe y arrepentimiento,


no está en ti, tampoco tienes este temor piadoso. Los hombres
deben experimentar un gran cambio de corazón y de vida, o de
lo contrario son extraños a este temor de Dios. Ay, ¡cuán
ignorantes en cuanto a esto son la mayoría! Sí, y algunos no
temen decir que no han cambiado, ni desean hacerlo. ¿Pueden
estos temer a Dios? ¿Pueden estos ser poseídos con esta gracia
del temor? No, «por cuanto no cambian, ni temen a Dios» (Sal
55:19; Sal 36:1; Ro 3:18).
Por tanto, pecador, considera que sin importar quién eres,
si estás desprovisto de este temor de Dios, estás vacío de todas
las demás gracias. Porque, este temor, como también he
mostrado, fluye de todo el suministro de gracia donde esta se
encuentra presente. No hay una sola de las gracias del Espíritu,
que no tenga este temor en su interior; sí, puedo decir que este
temor es la flor y la belleza de toda gracia. Tampoco hay nada,
por mucho que se parezca a la gracia, que sea contado como
tal, si su fruto no es este temor de Dios. Por lo tanto, repito,
considera bien este asunto, porque según seas hallado con
referencia a esta gracia, así será tu juicio. He tratado
brevemente esta gracia, pero he intentado, con palabras
adecuadas, mostrarla en sus colores delante de ti. Primero,
mostrándote qué es este temor de Dios, luego de dónde
proviene, así como lo que fluye de él. También he añadido
varios privilegios que están vinculados a este temor, para que,
si es posible, puedas reconocerlo si lo tienes y darte cuenta de
si lo posees o no. Por lo tanto, te remito nuevamente a ese
lugar para obtener información sobre este tema. O si no deseas
leer el libro nuevamente, pero prefieres continuar hasta el
final ahora que has llegado hasta aquí, entonces
Segundo y particularmente, concluyo con varias
proposiciones concernientes a aquellos que no temen a Dios.
1. El hombre que es orgulloso y soberbio no teme a Dios.
Esto se desprende claramente de la exhortación: «No te
ensoberbezcas, sino teme» (Ro 11:20). Aquí se ve que la
soberbia y el temor de Dios están puestos en oposición directa
el uno del otro; y que, conforme a la conclusión cuidadosa del
6. El uso de esta doctrina 105

apóstol, allí donde ciertamente está la una, no puede estar la


otra. Donde hay soberbia, no hay temor de Dios, y donde hay
temor de Dios, no hay soberbia, sino humildad. ¿Puede un
hombre, al mismo tiempo, ser un hombre orgulloso y temer a
Dios también? ¿Por qué, pues, se dice que Dios mira a todo
soberbio y lo resiste, y también que mira de lejos a los
soberbios? Por tanto, el que se ensoberbece de su persona, de
sus riquezas, de su cargo, de sus capacidades y cosas
semejantes, no teme a Dios. También es manifiesto que Dios
resiste al orgulloso, lo cual no haría si le temiera, pero al
ponerlo a tal distancia de Él, al testificar que lo humillará y lo
resistirá, es evidente que no es el hombre que tiene esta gracia
del temor. Porque el hombre que teme a Dios, como te he
mostrado, es el hombre del deleite de Dios, el objeto de Su
complacencia (Sal 138:6; Stg 4:6; 1P 5:5; Mal 4:1).
2. El avaro no teme a Dios. Esto también se desprende
claramente de la Palabra, porque pone la codicia y el temor de
Dios en oposición directa. Se dice que los hombres que temen
a Dios odian la codicia (Ex 18:21). Además, el hombre
codicioso es llamado idólatra, y se dice que no tiene parte en
el reino de Cristo y de Dios. Y además, «El malo se jacta del
deseo de su alma, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová»
(Ez 33:31; Ef 5:5; Sal 10:3). Escucha esto, tú, que persigues el
mundo para apoderarte de él, tú, que no te importa cómo lo
consigues, con tal que obtengas el mundo. También tú, que
usas la religión como pretexto para conseguir el mundo, no
temes a Dios. Y ¿qué harás tú, cuyo corazón va en pos de tu
codicia? Tú, que eres llevado con engaño por la codicia de
arriba a abajo ; a veces a jurar, a mentir, a engañar y a estafar,
cuando puedes conseguir el beneficio de hacerlo. Estás lejos,
muy lejos, del temor de Dios. «Almas adúlteras», pues así se
llama a los codiciosos, «¿No sabéis que la amistad del mundo
es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Stg 4:4).
3. Los que comen desenfrenadamente no tienen temor de
Dios. Porque esto se hace «impúdicamente» (Jud 12), es decir,
sin temor. La glotonería es un pecado del cual se hace poco
106 EL TEMOR DE DIOS

caso, y del cual se arrepienten tan poco los que lo cometen,


pero sin embargo es odioso a los ojos de Dios, y su práctica es
una demostración de la falta de su temor en el corazón. Sí, es
tan odioso que Dios prohíbe que Su pueblo se junte con los
tales. «No estés», dice, «con los bebedores de vino, ni con los
comedores de carne» (Pr 23:20). Y además nos dice que los
tales son inmundicias y manchas para los que los acompañan,
porque en verdad no temen a Dios (2P 2:13; Ro 13:13; 1P 4:4).
Algunos hombres son como si no hubieran nacido para otra
cosa que para comer y beber, y dan gusto a sus cuerpos con los
manjares de este mundo, olvidando por completo por qué Dios
los envió aquí; pero los tales, como se dice, no temen a Dios y,
por consiguiente, son del número de aquellos sobre quienes el
día del juicio vendrá de repente (Lc 21:34).
4. El mentiroso es uno que no teme a Dios. Esto también
se desprende claramente del texto: «Mentiste», dice el Señor,
«y no te acordaste de mí, ni pensaste en ello? ¿No es acaso
porque he guardado silencio por mucho tiempo que no me
temes? y no te has acordado de mí, ni te vino al pensamiento?
¿No he guardado silencio desde tiempos antiguos, y nunca me
has temido?» (Is 57:11 LBLA). No importa de qué mentira se
trataba; lo que aquí se reprende era una mentira o una forma
de mentir, y la persona o personas que la practicaban, como se
dice, eran personas que no temían a Dios. Una costumbre de
mentir y el temor de Dios no pueden permanecer juntos. Este
pecado de mentir es un pecado común, y se encuentra en el
mundo bajo diversas apariencias. Está el mentiroso profano
burlón, está el astuto mentiroso falso, está el hipócrita
mentiroso religioso, junto a mentirosos de otros rangos y
grados. Pero ninguno de ellos tiene temor de Dios, ni ninguno
de ellos, si no se arrepiente, escapará a la condenación del
infierno: «Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago
que arde con fuego y azufre» (Ap 21:8). El cielo y la Nueva
Jerusalén no son un lugar para tales: «No entrará en ella
ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira»
(v. 27). Por lo tanto, en otro lugar de la Escritura dice que
todos los mentirosos están fuera: «Mas los perros estarán
6. El uso de esta doctrina 107

fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los


idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira» (Ap 22:15).
Pero esta no sería su sentencia, juicio y condenación, si los
mentirosos tuvieran en ellos este bendito temor de Dios.
5. No temen a Dios quienes claman a Él por ayuda en el
momento de su calamidad, y cuando son liberados, vuelven a
su antigua rebelión. Moisés afirmó esto, en un espíritu de
profecía, en el momento del poderoso juicio del granizo.
Faraón le pidió entonces que rogara a Dios para que le quitara
ese castigo. Bien, así lo haré, dijo Moisés: «Pero yo sé que ni
tú ni tus siervos temeréis todavía la presencia de Jehová Dios»
(Ex 9:30). Como quien dice: Yo sé que, tan pronto como sea
quitado este juicio, volverás a tu antigua rebelión. ¿Y qué
mayor demostración puede darse de que tal hombre no teme
a Dios, que clamar a Dios para ser librado de la aflicción a la
prosperidad, y usar esa prosperidad para rebelarse contra Él?
Esto es clamar por misericordias para gastarlas, o para tener
algo que gastar en nuestros deleites y en el servicio de Satanás
(Stgo 4:1-3). De esto se queja Dios en el capítulo 16 de
Ezequiel y en el segundo de Oseas: «Tomaste asimismo tus
hermosas alhajas de oro y de plata que yo te había dado, y te
hiciste imágenes» (Eze 16:17). Esto fue por falta del temor de
Dios. Hoy en día hay muchos como estos en el mundo, tanto
hombres como mujeres y niños. ¿No te encuentras tú que lees
este libro entre ellos? ¿No has clamado por la salud cuando
estabas enfermo, por la riqueza cuando eras pobre, por la
fortaleza cuando estabas débil, por la libertad cuando estabas
en la cárcel, y luego has gastado todo lo que conseguiste con
tu oración al servicio de Satanás y para satisfacer tus
concupiscencias? Mira, pecador, estas cosas son señales de que
con tu corazón no temes a Dios.
6. No temen a Dios los que acechan a Su pueblo y tratan de
derribarlo, o de desviarlo del camino recto, mientras están de
camino a su descanso eterno. Esto se desprende claramente
del texto: «Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el
camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro
en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles
108 EL TEMOR DE DIOS

que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y


no tuvo ningún temor de Dios» (Dt 25:17-18). Hoy hay
muchos de estos amalecitas en el mundo que se ponen en
contra de los débiles del rebaño, y especialmente en contra de
los débiles del rebaño, todavía atacándolos, algunos con poder,
algunos con la lengua, algunos en sus vidas y propiedades,
algunos en sus nombres y reputaciones, con escándalos,
calumnias y reproches, pero la razón de esta práctica impía es
esta: no temen a Dios. Porque si le temieran, temerían siquiera
pensar, y mucho más intentar afligir, destruir y calumniar a
los hijos de Dios. Pero los ha habido, los hay y los habrá en el
mundo, porque no todos los hombres temen a Dios.
7. No temen a Dios quienes ven Su mano sobre los que se
desvían por sus pecados y, sin embargo, ellos mismos también
se apartan. Dice Dios: «Ella vio que por haber fornicado la
rebelde Israel, Yo la había despedido y dado carta de repudio;
pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que
también fue ella y fornicó» (Jr 3:8, 2:19). Judá vio que su
hermana había sido repudiada y entregada por Dios en manos
de Salmanasar, quien la llevó más allá de Babilonia y, sin
embargo, aunque lo vio, fue y también se prostituyó, señal de
una gran dureza de corazón y de una verdadera falta de temor
de Dios. Porque este temor, si hubiera estado en su corazón,
le habría enseñado a temblar ante el juicio que se ejecutó sobre
su hermana, a no haber ido a prostituirse también y a no
haberlo hecho mientras el juicio de su hermana estaba a la
vista y en la memoria. Pero ¿qué es lo que no hará un corazón
desprovisto del temor de Dios? Ningún pecado les viene mal a
los tales; sí, pecarán, ellos mismos harán aquello por lo cual
piensan que algunos están en el fuego del infierno, y todo
porque no temen a Dios.
Pero te ruego que observes: si se dice que no tienen temor
de Dios los que no hacen caso a la advertencia cuando ven la
mano de Dios sobre los que se desvían, ¿tienen temor de Dios
los que ponen tropiezos en el camino del pueblo de Dios, y
usan artificios para hacerlos apartarse, y aun se regocijan
cuando pueden hacer este mal a alguno? Y, sin embargo, hay
6. El uso de esta doctrina 109

muchos como estos en el mundo, que hasta se regocijan


cuando ven a un profesante caer en pecado y retroceder de su
profesión, como si hubieran encontrado alguna cosa
excelente.
8. No temen a Dios quienes pueden contemplar una tierra
sumida en el pecado y, sin embargo, no se humillan al verlo.
«¿Os habéis olvidado de las maldades de vuestros padres, de las
maldades de los reyes de Judá, de las maldades de sus mujeres,
de vuestras maldades y de las maldades de vuestras mujeres,
que hicieron en la tierra de Judá y en las calles de Jerusalén?
No se han humillado hasta el día de hoy, ni han tenido temor,
ni han caminado en Mi ley» (Jr 44:9-10). He aquí una tierra
llena de maldad, y nadie para lamentarse, porque les faltó
temor de Dios, y el amor para andar en Su ley. Pero, si de los
que no se humillan ante la maldad propia y ajena se dice que
no temen, ni tienen temor de Dios, entonces, ¿qué pensaremos
o diremos de los que reciben, apoyan y se regocijan en tal
maldad?
¿Acaso temen a Dios? Sí, ¿qué diremos de los que inventan
y promueven la maldad, como los juramentos, las groserías o
cosas por el estilo? ¿Crees que temen a Dios? Una vez más, ¿qué
diremos de aquellos que no pueden contentarse con ser
malvados ellos mismos, e inventar y regocijarse en la maldad
de otros hombres, sino que necesitan odiar, reprochar,
denigrar y abusar de aquellos a quienes no pueden persuadir
de ser malvados? ¿Acaso temen a Dios?
9. Los que prestan más atención a sus propios sueños que
a la Palabra de Dios, no temen a Dios. Esto también se
desprende claramente de la Palabra: «Donde abundan los
sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras;
mas tú, teme a Dios»; es decir, presta atención a Su Palabra
(Ec 5:7; Is 8:20). Aquí se opone el temor de Dios a que
prestemos demasiada atención a los sueños, y se da a entender
que es por falta de temor de Dios por lo que los hombres
prestan tanta atención a esas cosas. ¿Qué dirán a esto los que
prestan más atención a una sugestión que surge de sus necios
corazones, o que es puesta allí por el diablo, que a la santa
110 EL TEMOR DE DIOS

Palabra de Dios? Estos son «soñadores». Además, ¿qué


diremos de aquellos que están más confiados en la
misericordia de Dios para con su alma, porque los ha
bendecido con cosas externas, que lo que temen Su ira y
condenación, aunque toda la Palabra de Dios lo confirme
completamente? Estos son «soñadores» en verdad.
Un sueño es real, o también como una apariencia, y así
algunos hombres sueñan durmiendo y otros, despiertos (Is
29:7). Y así como los que un hombre sueña durmiendo
provienen de Dios, Satanás, los negocios, la carne o cosas
semejantes, así también los que un hombre sueña despierto,
pasan por los que tenemos mientras dormimos. Los hombres,
cuando están corporalmente despiertos, pueden tener sueños,
es decir, visiones del cielo; tales son todos los que tienen
tendencia a revelar al pecador su estado o el estado de la iglesia
según la Palabra. Pero los que provienen de Satanás, de los
negocios y de la carne, especialmente de Satanás y de la carne,
tienden a alentar a los hombres a esperar el bien de una
manera que está en desacuerdo con la Palabra de Dios25
A estos, Judas los llama «soñadores», aquellos cuyos
principios eran sus sueños, los que «mancillan la carne», es
decir, por la fornicación y la inmundicia; «rechazan la
autoridad», que les pone riendas sobre el cuello de sus lujurias;
«blasfeman de las potestades superiores», de aquellos que Dios
había puesto sobre ellos, para gobernarlos en toda la ley y el
testimonio de Cristo. Estos soñaban que al vivir como bestias,
ser codiciosos de ganancias y quitar por ello las vidas de sus
dueños, como Caín y Balaam hicieron con sus artimañas,
serían considerados como personas justas en las mejores
pruebas. De estos también habla Pedro (2P 2). Y hace de sus
sueños, como los llama Judas, el principio y el error en su vida
y doctrina; puedes leer de ellos en todo ese capítulo, donde se

25
Nadie puede acusar a Bunyan de tener una noción supersticiosa de los sueños,
ya sea durmiendo o como si estuvieran durmiendo. El modo de interpretación
que él recomienda es tanto racional como bíblico. Soñar despierto se explica
así: «Sueñan en un curso de lectura sin digerir» -Locke.
6. El uso de esta doctrina 111

les llama hijos de maldición y, por consecuencia, esos que no


temen a Dios.
10. No temen a Dios los hechiceros, los adúlteros, los que
juran falsamente y los que despojan al jornalero de su salario.
Es costumbre de algunos hombres retener fraudulentamente
del asalariado lo que acordaron pagar por su trabajo a través
de un pacto; quiero decir, agarrando y quitándole lo que por
derecho le corresponde, hasta hacerle clamar a «los oídos del
Señor de los ejércitos» (Stg 5:4). Estos no temen a Dios, se
cuentan entre los peores de los hombres y en el día de su
rendición de cuentas Dios mismo dará testimonio contra ellos.
Dice Dios: «Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto
testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran
mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la
viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no
teniendo temor de Mí, dice Jehová de los ejércitos» (Mal 3:5).
11. No temen a Dios los que, en vez de compadecerse, se
ensañan con el pueblo de Dios en sus aflicciones, tentaciones
y persecuciones, y más bien se regocijan y saltan de alegría, en
vez de compadecerse de ellos en su dolor. Así lo hicieron los
enemigos de David, así lo hicieron los enemigos de Israel y así
lo hizo el ladrón que se burló de Cristo cuando estaba colgado
en la cruz, y por eso fue considerado, incluso por sus
semejantes, como uno que no temía a Dios (Lc 23:40; Sal
35:1:22-26; lee Abd 10-15; Jr 48:2-6). Esto es algo común entre
los hijos de los hombres, aun regocijarse en el sufrimiento de
los que temen a Dios, y surge incluso de un odio interno a la
piedad. Los odian, dice Cristo, porque me odiaron a mí. Por
tanto, Cristo toma lo que se hace a los Suyos, en esto, como
hecho a Sí mismo y, de esta manera, a la santidad de vida. Sin
embargo, esto resulta difícil para aquellos que desprecian y se
regocijan de ver al pueblo de Dios en sus aflicciones, y que se
aprovechan, como lo hizo el obstinado Simei, para aumentar
las penas y aflicciones del pueblo de Dios (2S 16:5-8). Estos no
temen a Dios, lo hacen por enemistad y su pecado es tal que
difícilmente será borrado (1R 2:8,9).
112 EL TEMOR DE DIOS

12. No temen a Dios quienes son ajenos a los efectos del


temor. «Y si soy señor, ¿dónde está Mi temor?». Es decir,
muestra que lo soy por tu temor a mí en los resultados de tu
temor a mí. «Ofrecéis sobre Mi altar pan inmundo». Esto no
es señal de que me temes, cuando ofreces el animal ciego para
el sacrificio, ¿dónde está mi temor? Ofreces el cojo o el
enfermo, estos no son efectos del temor de Dios (Mal 1: 6-8).
Pecador, una cosa es decir temo a Dios y otra, temerle de
verdad. Por eso, como dice Santiago, muéstrame tu fe por tus
obras, así aquí Dios pide un testimonio de tu temor por los
efectos del temor. Ya te he mostrado varios efectos del temor;
si eres extraño a ellos, eres extraño a esta gracia del temor. Por
lo tanto, para concluir esto, no es una profesión fingida lo que
servirá; aquí solo será bueno lo que está salado con este temor
de Dios, y los que le temen son hombres de verdad, hombres
de corazón sincero, hombres perfectos, rectos, humildes,
santos; por lo tanto, lector, examina, y otra vez te digo
examina, y pon la Palabra y tu corazón al unísono, antes de
que concluyas que temes a Dios.
¡Qué! ¿Temer a Dios en un estado natural? ¿Temer a Dios
sin un cambio de corazón y de vida? ¿Cómo temer a Dios
siendo soberbio, codicioso, bebedor de vino y comedor
desenfrenado de carne? ¿Cómo temer a Dios y ser mentiroso,
y uno que clama por misericordias para gastarlas en tus
deleites? Esto sería extraño. Es verdad que puedes temer como
los demonios, pero ¿de qué te servirá? Puede que tu temor te
aleje de Dios, de Su adoración, de Su pueblo y de Sus caminos,
pero ¿de qué te servirá? Puede ser que tengas tanto miedo en
el presente como para detenerte un poco en tu curso
pecaminoso; tal vez has sido golpeado por la Palabra de Dios,
y en la actualidad estás un poco deslumbrado e impedido de
seguir tu carrera anterior detrás del pecado; pero ¿qué
significa eso? Si por el temor que tienes, tu corazón no está
unido a Dios y al amor de Su Hijo, de Su Palabra y Su pueblo,
6. El uso de esta doctrina 113

tu temor no vale nada26 También muchos hombres se ven


obligados a temer a Dios, como los subalternos se ven
obligados a temer a los que están por fuerza por encima de
ellos. Si solo temes a Dios así, no es más que un falso temor;
no fluye del amor a Dios. Este temor no trae sujeción
voluntaria, que es lo que realmente resulta del temor genuino;
sino que, siendo dominado como un hipócrita, te sometiste a
ti mismo por obediencia fingida, siendo forzado por mero
temor a hacerlo (Sal 66:3).
Se dice que «la fama de David fue divulgada por todas
aquellas tierras; y Jehová puso el temor de David sobre todas
las naciones» (1Cr 14:17). Pero ¿qué, ahora amaban a David?
¿ahora lo elegían para ser su rey? No, en verdad ellos, muchos
de ellos, más bien lo odiaban y, cuando podían, hacían
resistencia contra él. Hicieron lo mismo que tú: temieron,
pero no amaron; temieron, pero no escogieron el gobierno que
reinaba sobre ellos. También se dice de Josafat, cuando Dios
hubo sometido ante él a Amón, Moab y el monte Seír, que «el
pavor de Dios cayó sobre todos los reinos de aquella tierra,
cuando oyeron que Jehová había peleado contra los enemigos
de Israel» (2Cr 20:29). Pero ¿no era este temor, que ahora se
llama el temor de Dios, otra cosa más que un temor a la
grandeza del poder del rey? No, en verdad, ni ese temor los
llevó a someterse voluntariamente a sus leyes y gobierno, ni a
gustar de ellos; solo los hizo como esclavos y subalternos,
temerosos de que ejecutara sobre ellos la venganza de Dios.

26
Quienquiera que seas, ruega al Señor que te pese en la balanza del santuario. No
hay temor de Dios, no hay gracia en el alma. De esta clase es el orgulloso, el
codicioso, el glotón, el mentiroso, el apóstata, el que pervierte al pueblo de
Dios del camino recto; los reincidentes obstinados e incorregibles; los que ni
lloran ni suspiran por la maldad de la tierra; los que prefieren sus propias
fantasías, sueños, imaginaciones y sentimientos a la Palabra de Dios; los
maldicientes, adúlteros, perjuros y opresores de los pobres; los que insultan
a los piadosos y se alegran de sus sufrimientos; los que no tienen amor,
gratitud ni sentido del deber hacia Dios, como fuente de sus inmerecidas
misericordias. Oh lector, no des descanso a Dios hasta que, por Su Palabra y
Espíritu, te imparta este santo temor como garantía de la gloria futura; sin él
perecerás.
114 EL TEMOR DE DIOS

Por lo tanto, a pesar de este temor, eran rebeldes a él en sus


corazones, y cuando la ocasión y la condición se presentaron,
lo demostraron levantándose en rebelión contra Israel. Por lo
tanto, este temor no provocó más que una obediencia fingida
y forzada, una representación correcta de la obediencia de los
tales, que siendo todavía enemigos de Dios en sus mentes, se
ven obligados en virtud de la convicción presente a ceder un
poco, incluso en cuanto a temer a Dios, a Su Palabra y a Sus
ordenanzas. Lector, quienquiera que seas, piensa en esto, es
algo que te concierne; por lo tanto, hazlo y examina, y examina
de nuevo, y mira diligentemente a tu corazón al examinarlo,
que no te engañe acerca de esto que es de gran interés para ti,
como en verdad lo es el temor de Dios.
Una cosa más, antes de concluir permíteme advertirte.
Cuídate de postergar el temor del Señor. Algunos hombres,
cuando han tenido la convicción en su corazón de que el temor
de Dios no está en ellos, por el dominio de sus corrupciones
han pospuesto y postergado el temor de Dios de ellos, como se
dice de ellos en Jeremías: «Este pueblo tiene corazón falso y
rebelde; se apartaron y se fueron. Y no dijeron en su corazón:
Temamos ahora a Jehová Dios nuestro» (Jr 5:23-24). Veían que
los juicios de Dios los acechaban porque aún no temían a Dios,
pero esa convicción no prevalecería sobre ellos para decir:
«Temamos ahora a Jehová Dios nuestro». Ellos posponían el
temerle; postergaban Su temor por más tiempo. Pecador, ¿has
postergado temer al Señor? ¿Es tu corazón todavía tan
obstinado que no dice todavía: «Temamos ahora a Jehová Dios
nuestro»? El Señor se ha dado cuenta de tu rebelión y está
preparando un terrible juicio para ti. «¿No castigaré esto? dice
Jehová; ¿y de tal gente no se vengará Mi alma?» (v 29). Pecador,
¿por qué has de traer sobre ti la venganza? ¿Por qué has de
traer sobre ti la venganza del cielo? Mira hacia arriba, tal vez
ya has estado acercando este gran tiempo para hacerlo caer
sobre ti. No lo llames más; ¿por qué has de ser tú tu propio
verdugo? Cae de rodillas, hombre, y alza tu corazón y tus
manos al Dios que mora en los cielos; clama, sí, clama en voz
alta: Señor, unifica mi corazón para que tema Tu nombre, y
6. El uso de esta doctrina 115

no endurezcas mi corazón a Tu temor. Así han clamado ante


Ti los hombres santos, y al clamar así han evitado el juicio.
Algunas cosas que pueden moverte a temer al Señor.
Antes de concluir con esta aplicación, permíteme decirte
algunas cosas que, si Dios quiere, pueden moverte a temer al
Señor.
1. El hombre que no teme a Dios se comporta hacia Él peor
que como la bestia bruta se comporta hacia ese hombre. «El
temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la
tierra», sí, «y sobre toda ave de los cielos», y «en todo lo que
se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar» (Gn
9:2).
Nota que Dios dice que todas Sus criaturas te temerán y te
tendrán miedo. Ninguna de ellas será tan dura como para
desechar toda reverencia hacia ti. Pero ¿qué vergüenza es esta
para el hombre, que Dios le someta todas Sus criaturas, y él
rehúse inclinar su corazón ante Dios? La bestia, el ave, el pez
y todos, tienen temor y miedo del hombre, sí, Dios ha puesto
en sus corazones que teman al hombre. Sin embargo, el
hombre está desprovisto de temor y miedo, me refiero a este
temor piadoso hacia Él, quien en Su amor ha puesto todas las
cosas debajo de él. Pecador, ¿no te avergüenzas de que una
vaca tonta, una oveja, sí, un cerdo, observe mejor la ley de Su
creación, que tú la ley de tu Dios?
2. Considera que el que no teme a Dios, Dios le hará
temerle, quiera o no quiera. Es decir, el que no lo hace, que no
le teme ahora tanto como para inclinarse voluntariamente
ante Él y cargar Su yugo. Dios hará que lo tema cuando venga
a tomar venganza de él. Entonces lo rodeará de terror y de
temor por todas partes, temor por dentro y temor por fuera;
temor habrá en el camino, aun en el camino por donde vayas
cuando salgas de este mundo, y ese será un temor espantoso
(Ec 12:5). «Traeré sobre ellos lo que temieron», dice el Señor
(Is 66:4).
3. El que no teme a Dios ahora, el Señor se reirá de sus
temores entonces. Pecador, Dios será consistente con todos los
116 EL TEMOR DE DIOS

que elijan no tener Su temor en sus corazones: porque así


como ahora llama y no oyen, así entonces clamarán, sí,
gritarán, y Él se reirá de sus temores. «Me reiré», dice Él,
«cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y
vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre
vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me
llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me
hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no
escogieron el temor de Jehová» (Pr 1:26-29).
Pecador, piensas escapar del temor, pero ¿qué harás con la
fosa? Piensas escapar de la fosa, pero ¿qué harás con el lazo?
¿Qué es el lazo? Yo te respondo que es la obra de tus propias
manos. «En la obra de sus manos fue enlazado el malo», es
«enredado en la prevaricación de sus labios» (Sal 9:16; Pr
12:13).
Pecador, ¿qué harás cuando caigas en este lazo, es decir, en
la culpa y el terror con que te conducirán27 tus pecados,
cuando, como una cuerda, se aten a tu alma? Este lazo te
llevará de nuevo a la fosa, que es el infierno, y entonces, ¿cómo
harás para librarte de tu temor? El temor, la fosa y el lazo
caerán sobre ti, porque no temes a Dios.
Pecador, ¿eres tú uno de los que han desechado el temor?
Pobre hombre, ¿qué harás cuando estas tres cosas te asedien?
¿Adónde huirás en busca de ayuda? ¿Y dónde dejarás tu gloria?
Si huyes del temor, allí está la fosa; si huyes de la fosa, allí está
el lazo.

SEGUNDO USO, una exhortación a temer a Dios.


UNA EXHORTACIÓN A TENER TEMOR DE DIOS. Me
refiero a una exhortación a los santos: «Temed a Jehová,
vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen». No es
que todos los santos no teman a Dios, sino que, como dice el
apóstol en otro lugar: «Os rogamos, hermanos, que abundéis

27
Snaffle» : una brida suelta con un freno. «To snaffle": ser conducido fácilmente.
«El tercio del mundo es tuyo, que con una rienda, puedes pasear fácil, pero
no tan sabio». Antonio y Cleopatra. -Ed.
6. El uso de esta doctrina 117

en ello más y más». El temor del Señor, como te he mostrado,


es una gracia del nuevo pacto, como lo son otras gracias
salvíficas, y por eso es susceptible a ser más fuerte o más débil,
como lo son las otras gracias. Por eso te ruego que le temas
cada vez más.
Se dice de Abdías que temía mucho al Señor: todos los
santos temen al Señor, pero no todos los santos le temen
mucho. Oh, hay pocos Abdías en el mundo, quiero decir entre
los santos de la tierra. Ver todo el relato que se hace de él (1R
18). Como Pablo dijo de Timoteo: «A ninguno tengo del mismo
ánimo», así puede decirse de algunos en cuanto al temor del
Señor: apenas tienen algo de él. Así sucedió con Job: «No hay
otro como él en la tierra…temeroso de Dios» (Job 1:8). No
había nadie en los días de Job que temiera a Dios como él, no,
no había nadie como él en toda la tierra, pero sin duda había
otros en el mundo que temían a Dios. Pero, todos los santos
deben tener este gran temor de Él, y eso fue lo que Job hizo, y
en eso él superó a sus semejantes. También se dice de
Hananías que era «varón de verdad y temeroso de Dios, más
que muchos» (Neh 7:2). En cuanto al ejercicio y crecimiento
de esta gracia, él también se había adelantado a muchos de sus
hermanos. Él era «temeroso de Dios, más que muchos». Ahora
bien, dado que esta gracia admite grados y es más fuerte en
algunos y más débil en otros, despertémonos todos en cuanto
a otras gracias, así como en esta gracia también. Que así
«como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda
solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad
también en esta gracia». Me esforzaré por reafirmar esta
exhortación por varios motivos.
Primero. Que el amor distintivo de Dios hacia ti sea un
motivo para que le temas en gran manera. Él ha puesto Su
temor en tu corazón y no ha dado esa bendición a tu prójimo;
tal vez tampoco a tu esposo, a tu esposa, a tu hijo o a tus
padres. ¡Oh, qué obligación debería imponer esta
consideración a tu corazón de temer grandemente al Señor!
Recuerda también, como he mostrado en la primera parte de
este libro, que este temor del Señor es Su tesoro, una joya
118 EL TEMOR DE DIOS

selecta, concedida solo a los favoritos y a los que son muy


amados. Los grandes dones tienden naturalmente a
comprometernos, y confío que así lo harán contigo, cuando
pienses en esto inteligentemente. Es señal de una naturaleza
muy mala cuando se muestra lo contrario; ¿podría Dios haber
hecho más por ti que poner Su temor en tu corazón? Esto es
mejor que haberte dado un lugar incluso en el cielo sin él.
Aunque te hubiera dado toda la fe, toda la ciencia y la lengua
de los hombres y de los ángeles, y además un lugar en el cielo,
todo ello se hubiera quedado corto de este don: el temor de
Dios en tu corazón. Por lo tanto, ámalo, aliméntalo, ejercítalo,
usa todos los medios para que aumente y crezca en tu corazón,
para que parezca que está guardado en tu mano, pobre
pecador.
Segundo. Otro motivo para estimularte a crecer en esta
gracia del temor de Dios pueden ser los privilegios que te
confiere. ¿Qué o dónde encontrarás en la Biblia, tantos
privilegios tan afectuosamente vinculados a cualquier gracia,
como a esta del temor de Dios? Dios habla de esta gracia y de
los privilegios que le pertenecen, hablo aquí con reverencia,
como si no supiera cómo dejar de bendecir al hombre que la
posee. Me parece que esta gracia del temor es la gracia
predilecta, la gracia que Dios valora más altamente en Su
corazón. Como si abrazara con cariño y pusiera al hombre en
su seno, aquel que tiene y se fortalece en esta gracia del temor
de Dios. Observa nuevamente los numerosos privilegios en los
que el hombre participa cuando tiene esta gracia en su
corazón. También observa que hay muy pocos, dondequiera
que se mencionen, que no estén acompañados de una
bendición o que el hombre no sea mencionado de manera
admirable.
Tercero. El hombre que crece en esta gracia del temor del
Señor escapará de aquellos males en que otros caerán. Cuando
está presente, esta gracia guarda al alma de la apostasía final:
«Pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se
aparten de Mí» (Jr 32:40). Pero, sin embargo, si no hay un
incremento de esta gracia, puede venir y cometerse mucho
6. El uso de esta doctrina 119

mal a pesar de ella. Hay un niño que está sano, tiene sus
extremidades y puede andar, pero es descuidado; ahora bien,
el mal del descuido lo perjudica mucho. El descuido es la causa
de tropiezos, de caídas, de golpes y de que caiga en la tierra, sí,
de que a veces se queme, o casi se ahogue. Y así es, incluso con
el pueblo de Dios que le teme, porque no añaden a su temor
una preocupación por crecer más en el temor de Dios y, por
tanto, cosechan daño; mientras que, si tuvieran más temor,
este los guardaría mejor, los libraría más y los preservaría de
estas trampas mortales.
Cuarto. Crecer en esta gracia del temor de Dios es la
manera de mantenerse siempre en un cumplimiento
meticuloso de los deberes cristianos. Un aumento en esta
gracia mantiene toda gracia ejercitada, y el mantener nuestras
gracias debidamente ejercitadas, produce un cumplimiento
meticuloso de los deberes. Tal vez tengas un reloj en el
bolsillo, pero la manecilla todavía no funciona bien, sino que
siempre indica mal la hora del día; bien, ¿cuál es la manera de
remediar esto, sino mirar bien el resorte y los engranajes
interiores? Porque si en verdad funcionan bien, también lo
hará la manecilla. Este es tu caso en las cosas espirituales; eres
un hombre con gracia y temor de Dios, pero a pesar de esto, al
observar tu vida, no podemos decir qué hora del día es.28 No
das ninguna señal verdadera y constante de que realmente eres
cristiano; bien, pues la razón es que no te fijas bien en esta
gracia del temor de Dios. No creces ni progresas en ella, sino
que permites que tu corazón se vuelva descuidado y duro, y
que tu vida sea negligente y mundana. El crecimiento de Job
en el temor de Dios le hizo evitar el mal (Job 1, 2:3).
Quinto. Esta es la manera de ser verdaderamente sabio. El
sabio teme y se aparta del mal. No dice que un hombre sabio
tiene la gracia del temor, sino que un hombre sabio teme, es
decir, pone en práctica esta gracia. No hay mayor señal de
sabiduría que crecer en esta bendita gracia. ¿No es una señal
28
Qué ilustración tan familiar pero tan llamativa. Lector, mira bien el resorte
principal, y mira también que las ruedas no estén atascadas. Debemos ser
epístolas vivas, conocidas y leídas por todos los hombres.–Ed.
120 EL TEMOR DE DIOS

de sabiduría apartarse de los pecados, que son las trampas de


la muerte y del infierno? ¿No es una señal de sabiduría que un
hombre se esfuerce cada vez más por interesarse en el amor y
la protección de Dios? ¿No es un punto culminante de
sabiduría que un hombre esté siempre haciendo aquello que
lo pone bajo la guía de los ángeles? Ciertamente esto es
sabiduría. Y si es una bendición tener este temor, ¿no es
sabiduría crecer en él? Sin duda es el punto más alto de la
sabiduría, como he mostrado antes; por lo tanto, crece en él.
Sexto. Es apropiado que los santos teman y crezcan en este
temor de Dios. Él es tu Creador, ¿no es propio de las criaturas
temer y reverenciar a su Creador? Él es tu Rey, ¿no es propio
de los súbditos temer y reverenciar a su Rey? Él es tu Padre,
¿no es propio de los hijos reverenciar y temer a su Padre, y
hacerlo cada vez más?
Séptimo. Es honorable crecer en esta gracia del temor;
«Cuando Efraín hablaba, hubo temor; fue exaltado en Israel»
(Os 13:1). En verdad, temer y crecer en este temor, es señal de
un espíritu muy majestuoso; y la razón es que cuando temo
mucho a mi Dios, estoy por encima del temor a todos los
demás. No hay nada en este mundo, por más terrible y
espantoso que sea, que pueda moverme a temerles. Y por eso
es que Cristo nos aconseja temer: «Mas os digo, amigos míos»,
dice Él, «no temáis a los que matan el cuerpo, y después nada
más pueden hacer». Sí, pero esta es una naturaleza muy
elevada, ¿cómo podríamos llegar a tales espíritus tan elevados?
Bien, te advertiré a quién debes temer y, al temerlo, llegarás a
estas alturas : «Temed a aquel que después de haber quitado la
vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a este
temed» (Lc 12:4-5). En efecto, este verdadero temor de Dios
pone al hombre por encima de todo el mundo. Y por eso dice
otra vez: «Ni temáis lo que ellos temen», sino «a Jehová de los
ejércitos, a Él santificad» en tu corazón, «sea Él vuestro temor,
y Él sea vuestro miedo» (Is 8:12-13).
6. El uso de esta doctrina 121

Los grandes despotricadores, fanfarrones y escandalosos,29


que ignoran la naturaleza del temor de Dios, consideran que
temer y temblar ante el Señor es tener un espíritu mediocre,
furtivo, patético y cobarde; pero quien haga memoria de las
cárceles y horcas, de la espada y la hoguera, verá que allí, en
ellos, ha estado el espíritu más poderoso e invencible que ha
habido en el mundo.
Sí, fíjate si Dios considera que el crecimiento de Su pueblo
en esta gracia del temor es lo que lo hace honorable, que
enfáticamente excluye de morar eternamente en Su casa a los
que no honran a los que le temen (Sal 15:4). Y dice además:
«La mujer que teme a Jehová, esa será alabada». Si el mundo
y los hombres impíos no las honran, serán honradas de otra
manera. «Yo honraré a los que me honran», dice, y serán
honrados en el cielo, en las iglesias y entre los ángeles.
Octavo. Este temor y el crecimiento en él, califica a un
hombre para que se le confíen las cosas celestiales y
espirituales, sí, y las cosas terrenales también.
1. En cuanto a las cosas celestiales y espirituales. «Mi
pacto», dice Dios, «con [Leví] fue de vida y de paz, las cuales
cosas yo le di para que me temiera; y tuvo temor de Mí» (Mal
2:5).
He aquí qué don, qué misericordia, qué bendición se le
confía a este Leví; es decir, el pacto eterno de Dios, y con la
vida y la paz que están incluidas en este pacto. Pero ¿por qué
se le da? la respuesta es: «para que me temiera; y tuvo temor
de mí». Y la razón es buena, porque este temor de Dios enseña
al hombre a estimar debidamente todo don de Dios que se nos
concede; también nos enseña a hacer uso del mismo con
reverencia a Su nombre y respeto a Su gloria de la manera más
piadosa, todo lo cual conviene al que se le confía cualquier don
espiritual. El don aquí fue dado a Leví para ministrar a sus

29
Un tipo violento, alborotador, bravucón y turbulento, una especie de hombre
que ahora está en desuso, como lo están las cárceles y las horcas, la espada y
la hoguera. Cuán grande y verdadero era el valor que podía mirar y esperar
tales pruebas sin retroceder, cuando estas amenazaban como recompensa por
el amor a Cristo y la santa obediencia a Su evangelio.–Ed.
122 EL TEMOR DE DIOS

hermanos doctrinalmente, porque él, dice Dios, enseñará Mis


juicios a Jacob y Mi ley a Israel. Lee también Éxodo 18:21,
Nehemías 7:2, y otros lugares que podríamos mencionar, y
descubrirás que los hombres que temen a Dios y odian la
codicia; que los hombres que temen a Dios por encima de los
demás, son aquellos a quienes Dios y Su iglesia también les
confían el ministerio de las cosas espirituales antes que a
cualquier otro en el mundo.
2. En cuanto a las cosas terrenales. Este temor de Dios
califica a un hombre para que otros depositen en él su
confianza antes que en otro. Por eso Dios hizo a José señor de
todo Egipto; a Abdías, mayordomo de la casa de Acab; a Daniel,
Mardoqueo y los tres jóvenes, los puso sobre la provincia de
Babilonia; y esto por la maravillosa obra de la mano de Dios,
porque ahora él tenía que disponer de las cosas terrenales, no
solo de una manera general, sino para el bien de su pueblo en
especial. Cierto, cuando no hay ninguna obra o asunto especial
que Dios haya de hacer en una nación por Su pueblo, entonces
quien quiera (es decir, tengan gracia o no) puede disponer de
esas cosas. Pero si Dios tiene algo en especial que otorgar a Su
pueblo de los bienes de este mundo, entonces lo confiará en
manos de hombres temerosos de Dios. José debe ser nombrado
ahora señor de Egipto, porque hay que evitar que Israel muera
de hambre; Abdías debe ser nombrado ahora mayordomo de la
casa de Acab, porque hay que ocultar y alimentar a los profetas
del Señor a pesar de la furia y los planes sangrientos de Jezabel;
Daniel, con sus compañeros, y Mardoqueo también, todos ellos
fueron exaltados a la dignidad terrenal y temporal, para que en
ese estado, siendo hombres que abundaban en el temor de
Dios, fueran útiles a sus hermanos en sus apuros y dificultades
(Gn 42:18, 41:39; 1R 18:3; Est 6:10; Dn 2:48, 3:30, 5:29, 6:1-3).
Noveno. Donde no crece el temor de Dios en el corazón de
alguien, allí no prospera la gracia, ni se cumple el deber como
es debido.
Allí no prospera la gracia, ni la fe, ni la esperanza, ni el
amor, ni ninguna gracia. Esto se desprende de la exhortación
general: «Perfeccionando la santidad en el temor de Dios»
6. El uso de esta doctrina 123

(2Co 7:1). Perfeccionar la santidad, ¿qué es eso?, sino como


Santiago dice de la paciencia, que cada gracia tenga «su obra
completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte
cosa alguna» (Stg 1:4).
Pero esto no puede hacerse sino en el temor de Dios, sí, en
el ejercicio de esa gracia, y así consecuentemente en el
crecimiento de ella, porque no hay gracia que no crezca al ser
ejercitada. Si, pues, quieres ser perfecto en santidad, si quieres
que toda gracia que Dios ha puesto en tu alma crezca y florezca
hasta la perfección, ponlas, como diría yo, a empaparse en esta
gracia del temor,30 y hazlo todo en el ejercicio de ella; porque
es mejor lo poco que se hace en el temor del Señor que el gran
tesoro de los impíos. Y además, Y además, el Señor no dejará
que padezca hambre el alma del justo, el alma que vive en el
temor del Señor, pero desecha la abundancia de los impíos.
Trae abundancia a Dios, y si no está sazonada con temor
piadoso, no le será aceptable, sino repugnante y abominable a
Sus ojos; porque no fluye del espíritu del temor del Señor.
Por lo tanto, donde no hay un crecimiento en este temor,
no se cumple el deber de manera aceptable. Esto se deriva de
lo que precede, ya que si la gracia se deteriora en lugar de
crecer, donde esta gracia del temor no está creciendo y en
aumento, entonces los deberes en su gloria y aceptabilidad
decaen igualmente.
Décimo. Otro motivo para estimularte a crecer en el
aumento de esta gracia del temor es que si abundas en ella, te
dará gran audacia tanto con Dios como con los hombres. Job
era un hombre inigualable en su tiempo por ser temeroso de
Dios, y ¿quién era tan osado con Dios como Job? ¿Quién era
tan osado con los hombres como él? Tan osado fue con Dios,
que no deseaba otra cosa que llegar hasta Su silla, y concluye
que, si pudiera llegar hasta Él, se presentaría ante Él como un
príncipe, y como tal expondría su causa ante Él (Job 23:3-7,

30
Esta es una expresión muy fuerte e impactante. «Empaparse» significa absorber
tanto como podamos contener; y en cuanto a la influencia del temor piadoso,
seremos felices en la medida en que seamos capaces de seguir el consejo de
Bunyan.
124 EL TEMOR DE DIOS

31:35-37). También ante sus amigos, ¿cuán osado era? Porque


siempre que le acusaban de ser un hipócrita, él los rebatía con
el testimonio de una buena conciencia, la cual obtuvo,
conservó y mantuvo creciendo en el temor de Dios. Sí, su
conciencia se mantuvo tan recta por esta gracia del temor, ya
que fue por eso que evitó el mal, que era común para él apelar
a Dios cuando era acusado, y también ponerse a sí mismo bajo
las más amargas maldiciones e imprecaciones para ser
absuelto (Job 13:3-9, 18; 19:23,24, 31).
Este temor de Dios es lo que mantiene la conciencia limpia
y tierna, y tan libre de gran parte de esa contaminación que
incluso un buen hombre puede sufrir por falta de su
crecimiento en este temor de Dios. Sí, permíteme agregar que
si un hombre puede decir con buena conciencia que desea
temer el nombre de Dios, esto añadirá valentía a su alma al
acercarse a la presencia de Dios. Nehemías dijo: «Te ruego, oh
Jehová, esté ahora atento Tu oído a la oración de Tu siervo, y
a la oración de Tus siervos, quienes desean reverenciar tu
nombre» (Neh 1:11). Alegó su deseo de reverenciar el nombre
de Dios como argumento para que Dios le concediera su
petición; y la razón era que Dios lo había prometido antes:
«Bendecirá a los que temen a Jehová, a pequeños y a grandes»
(Sal 115:13).
Undécimo. Otro motivo para estimularte a temer al Señor
y a crecer en este temor es que, por medio de él, tus esfuerzos
para la salvación de las almas de los demás serán bendecidos.
Se dice de Leví, de quien se hizo mención antes, que temía a
Dios y se asustaba ante Su nombre, que salvaba a otros de sus
pecados. «La ley de verdad estuvo en su boca, e iniquidad no
fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo,
y a muchos hizo apartar de la iniquidad» (Mal 2:6). El temor
de Dios que habitaba en su corazón, mostró su crecimiento en
la santificación del Señor a través de su vida y palabras, el
Señor también bendijo este crecimiento al bendecir sus
esfuerzos para la salvación de sus prójimos.
Si quieres salvar a tu esposo, a tu esposa, a tus hijos y a
otros, entonces teme mucho a Dios.
6. El uso de esta doctrina 125

Esto enseña Pedro: «Mujeres, estad sujetas a vuestros


maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean
ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,
considerando vuestra conducta casta y respetuosa» (1P 3:1-2).
Entonces, si las esposas y los hijos, sí, los esposos, esposas,
hijos, sirvientes y otros simplemente observaran mejor esta
regla general de Pedro, es decir, que toda su conducta esté
acompañada de temor, podrían convertirse en instrumentos
en las manos de Dios para hacer mucho más obras de lo que
hacen. Pero la desgracia es que el temor de Dios falta en las
acciones, y esa es la razón por la que se hace tan poco bien por
parte de quienes profesan. No es una conducta que acompaña
una profesión, ya que una gran profesión puede ir acompañada
de una vida que no es buena, sino escandalosa. Más bien, es
una conducta unida al temor de Dios, es decir, con las marcas
del temor de Dios sobre ella, lo que resulta convincente y
ministra el despertar de Dios a la conciencia, con el fin de
salvar al incrédulo. ¡Oh, qué pareja tan dulce, es decir, una
conducta cristiana unida al temor!
La falta de este temor de Dios es lo que a menudo ha sido
un tropiezo para los ciegos. Ay, el mundo no se convencerá por
tu conversación, por tus ideas y por la gran profesión que
haces, si no ven, entrelazadas con ellas, las marcas vivas del
temor de Dios. Pero, como dije, más bien tropezarán y caerán,
incluso ante tu conducta y tu propia profesión. Por lo tanto,
para prevenir este daño, es decir, el tropiezo de las almas
mientras haces tu profesión de fe en Dios, debido a una
conducta que no corresponde a tu profesión, Dios te insta a
temerlo. Esto implica que una buena conducta, unida al temor
de Dios, protege al mundo ciego de caer en obstáculos de los
que, de otra manera, no podrían ser librados. «No maldecirás
al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que
tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová» (Lv 19:14). Pero debes
temer a tu Dios; esa es la solución que evitará que tropiecen
contigo, sin importar en qué más tropiecen. Por lo cual dice
Pablo a Timoteo: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina;
126 EL TEMOR DE DIOS

persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a


los que te oyeren» (1Ti 4:16).
Duodécimo. Otro motivo para temer y crecer en el temor
de Dios es que esta es la forma de involucrar a Dios para que
te libre de muchos peligros externos, sin importar quién caiga
en ellos. (Sal 34:7). Así lo prueba la historia de las parteras
hebreas. «Las parteras», dijo Moisés, «temieron a Dios», y no
ahogaron a los niños varones como había ordenado el rey, sino
que los mantuvieron con vida. ¿Y qué sigue? «Y por haber las
parteras temido a Dios, Él prosperó sus familias» (Éxodo 1). Es
decir, las protegió y logró que quedaran ocultas de la furia del
rey, tal vez en algunas de las casas de los propios egipcios, ¿por
qué no podrían estar allí escondidas las parteras, al igual que
Moisés estuvo escondido en la corte del rey? Y cuántas veces
se dice que aquellos que temen a Dios son liberados tanto por
Dios como por sus santos ángeles, como ya he mencionado
anteriormente.
Decimotercero. Este es el camino para ser librados de
errores y opiniones condenables. Hay algunos que perecen en
su justicia, lo cual es un error; hay quienes perecen en su
maldad, lo cual también es un error. Algunos prolongan su
vida a través de su maldad, y otros son demasiado justos;
también algunos son excesivamente sabios, y todo esto son
trampas, fosos y agujeros. Pero entonces, dirás tú, ¿cómo
escaparé? Ciertamente ese es el problema, y el Espíritu Santo
lo resuelve así: «Aquel que a Dios teme, saldrá bien en todo»
(Ec 7:18).
Decimocuarto. Otro motivo para temer y crecer en el
temor de Dios es que aquellos que lo tienen, aunque sus almas
estén sumidas en la oscuridad, tienen permiso para acercarse
con valentía a Jesucristo y confiar en Él para obtener vida.
Antes te dije que quienes temen a Dios en general tienen la
libertad de confiar en Él, pero ahora te digo, y de manera
específica, que ellos, y especialmente ellos, pueden hacerlo,
incluso en medio de la oscuridad. Si te encuentras en la
oscuridad y no tienes luz, pero la gracia del temor está viva en
tu corazón, tienes esta audacia: «¿Quién hay entre vosotros
6. El uso de esta doctrina 127

que teme a Jehová», fíjate, que tema a Jehová, «y oye la voz de


Su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en
el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios» (Is 50:10). No es
una pequeña ventaja, sabes, cuando las personas tienen que
lidiar con asuntos difíciles, tener una derecho o licencia para
hacerlo; confiar en el Señor es una tarea difícil, pero es la
mejor y la más provechosa de todas. Pero entonces, algunos
dirán, dado que es tan difícil, ¿cómo podemos hacerlo sin
peligro? Bueno, el texto otorga una licencia, un derecho para
confiar en Su nombre a aquellos que tienen Su temor en sus
corazones. «Confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su
Dios».31
Decimoquinto. Otro motivo para temer y crecer en esta
gracia del temor es que Dios reconocerá y afirmará como suyos
a los tales, sin importar a cuántos rechace. Sí, los distinguirá
y separará de todos los demás en el día de Sus terribles juicios.
Hará con ellos lo mismo que hizo con los que gemían por las
abominaciones que se hacían en la tierra: ordenará al hombre
que tiene a su cintura el tintero de escribano que les ponga
«una señal en la frente», para que no caigan bajo ese juicio con
los demás (Ez 9). Así Dios dijo claramente de los que temían
al Señor y de los que pensaban en Su nombre, que serían
inscritos en Su libro: «Fue escrito libro de memoria delante de
Él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en Su
nombre. Y serán para Mí especial tesoro, ha dicho Jehová de
los ejércitos, en el día en que Yo actúe; y los perdonaré, como
el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (Mal 3:16-17).
Fíjate, Él no solo los reconoce como suyos, sino que también
promete perdonarlos, como un hombre perdonaría a su propio
hijo; sí, y además, los envolverá como Su especial tesoro junto
a Él mismo en el regalo de la vida. Hasta aquí todo lo que tiene
que ver con las razones.

31
Las patentes reales, en la época de Bunyan, eran lucrativas pero muy opresivas,
ya que conferían a los favoritos o a sus nominados, el derecho exclusivo de
comerciar con cualquier artículo de manufactura. Pero la patente para los
temerosos de Dios, de confiar en Él cuando están envueltos en la oscuridad y
la angustia, es un privilegio bendito, perjudicial para nadie.
128 EL TEMOR DE DIOS

Cómo crecer en este temor de Dios.


Luego de haber presentado estas razones para motivarte al
cumplimiento de este deber de crecer en el temor de Dios,
ahora pasaré a mostrar brevemente cómo puedes crecer en
este temor de Dios.
Primero. Si quieres crecer en este temor de Dios, aprende
a distinguir correctamente el temor en general. Quiero decir,
aprende a distinguir entre el temor que es piadoso y el que en
sí mismo es un temor impío a Dios. Distingue bien el uno del
otro, no sea que el uno, el temor que en sí mismo es impío, se
imponga sobre el que es verdaderamente piadoso. Y recuerda
que el temor impío de Dios es considerado por Dios mismo
como un enemigo Suyo y perjudicial para Su pueblo y, por
tanto, se prohíbe en muchos lugares de la Palabra. (Gn 3:15,
26:24, 46:3; Ex 14:13, 20:20; Nm 14:9, 21:34; Is 41:10, 14; 43:1:
44:2, 8; 54:4; Jr 30:10; Dn 10:12, 19; Jl 2:21; Hag 2:5; Zac 8:13).
Segundo. Si quieres crecer en este temor piadoso, aprende
a distinguirlo correctamente de aquel temor, en particular,
que es piadoso pero por un tiempo; aun de aquel temor que es
obrado por el Espíritu, como un espíritu de esclavitud. Es
decir, aprende a distinguir esto de aquello, y también a
conocer perfectamente los límites que Dios ha puesto a ese
temor que es obrado por el Espíritu, como un espíritu de
esclavitud; no sea que, en lugar de crecer en el temor que ha
de morar con tu alma para siempre, seas invadido de nuevo
por ese primer temor, que ha de morar contigo solo hasta que
venga el espíritu de adopción. Y para que no solo distingas uno
de otro, sino que también mantengas a cada uno en su debido
lugar y límites, considera en general lo que ya se ha dicho
sobre este tema, y en particular que el primer temor ya no es
obra del Espíritu Santo, sino del diablo, para angustiarte y
hacerte vivir, no como un hijo, sino como un esclavo. Y para
ayudarte mejor en este asunto, debes saber que Dios mismo ha
establecido límites para este temor y ha decidido que después
de que el espíritu de adopción haya llegado, ese otro temor ya
no será producido en tu corazón por Él. (Ro 8:15; 2Ti 1:7).
6. El uso de esta doctrina 129

Una vez más, antes de concluir esto, permíteme decirte que


si no te esfuerzas en este asunto, ese temor de esclavitud, es
decir, el que se le asemeja, aunque no sea producido en ti por
el Espíritu Santo, te perseguirá, perturbará y hará que vivas
miserablemente por la manipulación y astucia del diablo, su
autor. Esto sucederá a pesar de ser tú heredero de Dios y de Su
reino. Este es el temor del que habla el apóstol, que hace que
los hombres estén «durante toda la vida sujetos a
servidumbre» (Heb 2:14-15). Porque aunque Cristo te liberará
finalmente, ya que lo has abrazado por fe, tu vida estará llena
de problemas. Y la muerte, aunque Jesús la haya abolido,
siempre será un espantapájaros en tu camino y en tus
pensamientos, que perturbará tu paz y te hará arrastrarte
pesadamente en pos de Él.
Tercero. ¿Quieres crecer en este temor piadoso? Entonces,
así como debes aprender a distinguir entre los temores, así
debes hacer conciencia de cuáles debes albergar y abrigar. Si
Dios quiere que Su temor, y se le llama «SU temor» por
excelencia, «para que Su temor esté delante de vosotros, para
que no pequéis» (Ex 20:20; Jr 32:40), es decir, si Dios quiere
que Su temor esté contigo, entonces deberías ser consciente
de esto y no ceder tan fácilmente al temor servil, como es
común en muchos cristianos.
Hay realmente un error entre los cristianos en este asunto;
es decir, no tienen la conciencia suficiente de resistir al temor
servil como deberían; más bien lo acogen y lo albergan,
debilitándose a sí mismos y debilitando el temor que deberían
fortalecer.
Y esta es la razón por la que a menudo nos encontramos
luchando bajo los pensamientos oscuros y asombrosos que
engendra en nuestros corazones la incredulidad; porque este
temor alimenta la incredulidad, es decir, lo hace si le damos
cabida después de que el espíritu de adopción ha venido, y si
aceptamos fácilmente todos los dardos encendidos del
maligno.
Pero los cristianos suelen hacer con este temor lo mismo
que hace el caballo cuando las púas de la horquilla se ponen
130 EL TEMOR DE DIOS

contra su costado; incluso se inclinan hacia ella hasta que


entra en su vientre. Nos inclinamos naturalmente a este
temor, quiero decir, después de que Dios ha hecho bien a
nuestras almas; es difícil luchar contra él, porque incluso tiene
nuestro sentido y percepción de su parte. Pero digo que si
quieres ser un cristiano que está creciendo, me refiero a crecer
en el temor que es piadoso, entonces lucha conscientemente
contra el otro, y contra todas estas cosas que te llevarían de
vuelta a él. «¿Por qué he de temer en los días de adversidad,
cuando la iniquidad de mis opresores me rodeare?» (Sal 49:5).
¿Qué? ¿No temer en el día del mal? ¿Qué? ¿No temer
cuando la iniquidad de tus opresores te rodea? No, ni siquiera
en esos momentos, dice él, es decir, no con ese temor que lo
llevaría de nuevo a la esclavitud de la ley, porque ya había
recibido el espíritu de adopción. De hecho, si alguna vez un
cristiano tiene motivos para ceder al temor servil, son en estos
dos momentos, es decir, en el día del mal y cuando la iniquidad
de sus opresores lo rodea. Pero ves que David no lo hizo
entonces, no, ni siquiera entonces cedió a ello, ni vio razón
para hacerlo. «¿Por qué habría de hacerlo?» dijo él. Sí, ¿por
qué? Ya que ahora eres hijo de Dios por Cristo, y has recibido
el Espíritu de Su Hijo en tu corazón, el cual clama: ¡Abba,
Padre!
Cuarto. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor piadoso?
entonces crece en el conocimiento del nuevo pacto, porque
este es en verdad el ceñidor de nuestras riendas, y la fortaleza
de nuestras almas. Escucha lo que dice Zacarías: Dios, dice él,
«nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su
siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron
desde el principio». Pero ¿qué fue lo que dijo? Pues, «que nos
había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin
temor le serviríamos», sin este temor servil de esclavitud, «en
santidad y en justicia delante de Él, todos nuestros días». Pero
¿en qué se fundamenta este servicio temeroso de Dios? Pues,
en el santo pacto de Dios, en el juramento que hizo a Abraham
(Lc 1:69-75). Ahora, en este pacto está envuelta toda tu
salvación; en él se encuentra todo tu deseo, y estoy seguro de
6. El uso de esta doctrina 131

que entonces contiene la salvación completa de tu alma. Y digo


que, dado que este pacto está confirmado por promesa, por
juramento y por la sangre del Hijo de Dios, y eso con el
propósito de que puedas servir a tu Dios sin temor servil,
entonces el conocimiento y la fe en este pacto son
absolutamente necesarios para llevarnos a esta libertad y
alejarnos de nuestros temores serviles, y así, en consecuencia,
hacernos crecer en ese temor piadoso y filial que incluso el
Hijo de Dios mismo experimentó, y todos Sus discípulos
deben vivir ejercitándose y creciendo en él.
Quinto. ¿Quieres crecer en este temor piadoso? Entonces
esfuérzate siempre por mantener vivas en tu corazón las
evidencias de tu destino celestial y de tu salvación, porque
aquel que pierde sus pruebas de que va camino al cielo,
difícilmente mantendrá alejado el temor servil de su corazón.
Pero aquel que tiene la sabiduría y la gracia para mantenerlas
vivas y evidentes para sí mismo, crecerá en este temor piadoso.
Mira cómo lo expresa David: «Desde el cabo de la tierra
clamaré a Ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca
que es más alta que yo, porque Tú has sido mi refugio, y torre
fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en Tu tabernáculo
para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas. Porque
tú, oh Dios, has oído mis votos; me has dado la heredad de los
que temen Tu nombre» (Sal 61:2-5). Fíjate lo que David
sugiere con estas palabras, en primer lugar, que a veces él
pensaba que estaba tan lejos de su Dios como lo están los
extremos de la tierra, y que en esos momentos estaba sujeto a
sentirse abrumado y temeroso. En segundo lugar, la forma en
que se ayudaba en esos momentos era clamando a Dios para
que lo llevara de nuevo a Jesucristo: «Llévame a la roca que es
más alta que yo». Porque, en verdad, sin fe en Él y la
renovación de esa fe, no puede verse evidencia alguna del cielo
en el alma. Por lo tanto, esto es lo primero por lo que él ora.
Luego pone en práctica esa fe, y eso con respecto al tiempo
pasado y también al tiempo venidero. Para el tiempo pasado,
dice: «Tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del
enemigo»; y para el tiempo venidero, dice: "Habitaré en Tu
132 EL TEMOR DE DIOS

tabernáculo», es decir, en Tu Cristo por fe, y en tu forma de


adoración por amor, «para siempre». Y observa esto, el
recordar con fe sus primeras evidencias para el cielo es el
fundamento de este su clamor y fe: «Porque Tú», dice, «oh
Dios…me has dado la heredad de los que temen Tu nombre».
Me has hecho apto para ser partícipe de la misericordia de Tus
escogidos, y me has puesto bajo la bendición de la bondad con
que has bendecido a los que te temen. Así ves cómo David, en
sus angustias, hace acopio de sus oraciones, fe y evidencias de
la vida eterna, para librarse de ser abrumado, es decir, de un
temor servil, y para abundar también en ese temor filial que
tienen sus hermanos, que no solo es hermoso con respecto a
nuestra profesión, sino provechoso para nuestras almas.
Sexto. ¿Quieres crecer en este temor de Dios? Entonces,
pon delante de tus ojos el ser y la majestad de Dios, porque eso
engendra, mantiene y aumenta este temor. Y por eso se llama
temor de Dios, es decir, un santo y terrible temor y reverencia
de Su majestad. Porque el temor de Dios consiste en
reverenciarlo, pero ¿cómo se puede hacer eso si no lo ponemos
delante de nosotros? Y además, si deseamos temer más a Dios,
debemos detenernos más en la percepción y convicción de Su
gloriosa majestad. Por eso, este temor y el nombre de Dios se
mencionan juntos con frecuencia: teme a Dios, teme al Señor,
teme a tu Dios, haz esto en el temor del Señor y temerás a tu
Dios. Yo soy el Señor. Porque estas palabras, «Yo soy el Señor
tu Dios» y otras semejantes, se ponen a propósito, no solo para
mostrarnos a quién debemos temer, sino también para
engendrar, mantener e incrementar en nosotros ese temor
que debemos tener a ese «nombre glorioso y temible, JEHOVÁ
TU DIOS» (Dt 28:58).
Séptimo. ¿Deseas crecer en esta gracia del temor? Entonces
mantén siempre cerca de tu conciencia la autoridad de la
Palabra. Teme el mandamiento como el mandamiento de un
Dios poderoso y glorioso, y como el mandamiento de un Padre
amoroso y compasivo. Deja que este mandamiento esté
siempre delante de tus ojos, en tus oídos y en tu corazón,
porque entonces aprenderás no solo a temer, sino a abundar
6. El uso de esta doctrina 133

en el temor del Señor. Cada gracia se nutre con la Palabra, y


sin ella no hay prosperidad en el alma. (Pr 13:13; 4:20-22; Dt
6:1-2).
Octavo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? entonces
ten mucha fe en la promesa, en la promesa que le da a tu alma
un interés en Dios por Cristo, y en todas las cosas buenas. La
promesa tiende naturalmente a aumentar en nosotros el
temor del Señor, porque este temor crece por la bondad y la
misericordia: «Temerán a Jehová y a Su bondad». Ahora bien,
esta bondad y misericordia de Dios están envueltas en la
promesa y nos son otorgadas por ella, porque Dios se lo dio a
Abraham mediante una promesa. Por lo tanto, la fe y la
esperanza en la promesa hacen que este temor crezca en el
alma: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas,
limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2Co 7:1).
«Perfeccionando la santidad en el temor de Dios»; por lo tanto,
ese temor, mediante la promesa, debe necesariamente crecer
poderosamente, ya que por medio de él, con él y en él, la
santidad se perfecciona.
Noveno. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? Entonces
recuerda los juicios de Dios que han alcanzado, o alcanzarán
ciertamente, a aquellos profesantes que, o bien han sido
hipócritas declarados, o bien cristianos negligentes. Porque
ambos grupos participan de los juicios de Dios; el uno, es decir,
el verdadero cristiano, por su falta de vigilancia, para su
corrección; el otro, es decir, el hipócrita, por su hipocresía,
para su destrucción. Esta es una manera de hacerte temblar y
crecer en la gracia del temor ante tu Dios.
¿Juicios?, podrías preguntar, ¿qué juicios? Respuesta: El
tiempo me faltará aquí para hablarte de los juicios que a veces
afectan al pueblo de Dios, y que siempre y con certeza alcanzan
al hipócrita por sus transgresiones. Para aquellos que afectan
al pueblo de Dios, te animo a que vuelvas la parte de este libro
donde se habla de esto específicamente. Y en cuanto a los que
afectan al hipócrita, en general son los siguientes: 1. Ceguera
del corazón en este mundo. 2. La muerte de su esperanza en
134 EL TEMOR DE DIOS

el día de su muerte. 3. Y la condenación de sus almas en el día


del juicio. (Mt 23:15-19; Job 8:13, 11:20, 18:14, 20:4-7, Mt
23:33, 24:51; Lc 20:47). La consideración piadosa de estas
cosas tiende a hacer que los hombres crezcan en el temor de
Dios.
Décimo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? entonces
estudia las excelencias de la gracia del temor y qué provecho
rinde a los que la tienen, y esfuérzate por conseguir que tu
corazón se enamore, tanto del ejercicio de la gracia misma,
como también del fruto que produce; porque difícilmente un
hombre crece en el aumento de alguna gracia hasta que su
corazón se une a ella y hasta que se vuelve hermosa a sus ojos
(Sal 119:119-120). Ahora, también hemos discutido en este
libro las excelencias de esta gracia del temor, y allí encontrarás
el fruto que produce y las promesas que están vinculadas a ella.
Debido a que son muchas, te remito también allí para tu
instrucción.
Undécimo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces recuerda el mundo de privilegios que pertenecen a
los que temen al Señor, como también lo he he insinuado ya.
Esto es, que los tales no sufrirán daño, no carecerán de nada
bueno, serán guardados por ángeles y tendrán un permiso
especial, por más terrible que sea la situación, para confiar en
el nombre del Señor y permanecer en su Dios.
Duodécimo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces ruega mucho a Dios que te conceda crecer
abundantemente en esta gracia. Temer a Dios es lo que es
conforme a Su voluntad, y si pedimos algo conforme a Su
voluntad, Él nos oye. Ora, pues, para que Dios una tu corazón
al temor de Su nombre. Esta es la manera de crecer en la
gracia del temor.
Por último, ¿quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces dedícate a ella (Sal 119:38). Dedícate a ella, dirás,
¿cómo es eso? Yo respondo: pues, entrégate a ella, dedícate a
ella. Consuélate en la contemplación de Dios, en la reverencia
de Su nombre, de Su palabra y de Su adoración. Entonces
temerás y crecerás en esta gracia del temor.
6. El uso de esta doctrina 135

Cuáles son esas cosas que tienden a impedir el crecimiento


del temor de Dios en nuestros corazones.
Y para que sea aún más útil para ti, lector, ahora te daré
advertencias sobre las cosas que, si se les permite,
obstaculizarán tu crecimiento en este temor de Dios. Estas
cosas son muy perjudiciales para el pueblo de Dios, por lo que
te aconsejo que estés alerta. A continuación, mencionaré
algunas de ellas:
Primero. Si quieres crecer en esta gracia del temor, cuídate
de UN CORAZÓN DURO, porque eso impedirá tu crecimiento
en esta gracia. «¿Por qué…endureciste nuestro corazón a Tu
temor?» fue la amarga queja de la iglesia en el pasado, porque
no es solo el juicio lo que en sí mismo es terrible y doloroso
para el pueblo de Dios, sino lo que en gran manera impide el
crecimiento de esta gracia en el alma (Is 63:17). Un corazón
duro no es más que terreno estéril para que crezca cualquier
gracia, especialmente para la gracia del temor. Hay muy poco
de este temor donde el corazón es realmente duro; tampoco
habrá nunca mucho en él.
Si deseas evitar tener un corazón endurecido, 1. Ten
cuidado con el pecado en sus inicios. Es decir, ten cuidado
incluso si es algo pequeño: «Un poco de levadura leuda toda la
masa». Hay más en un pequeño pecado para endurecer, que en
una gran cantidad de gracia para ablandar. Uno pensaría que
la simple acción de David de mirar a Betsabé fue un asunto
trivial; sin embargo, ese pecado inicial le causó tal
endurecimiento de corazón que casi lo llevó más allá de todo
temor a Dios. Lo llevó a cometer actos lascivos con ella, al
asesinato de Urías y a una abundante simulación maliciosa;
acciones, digo, que tienen una tendencia directa a apagar y
destruir todo temor de Dios en el alma.
2. Si has pecado, no te vayas a dormir sin arrepentirte,
porque la falta de arrepentimiento, después de haber pecado,
endurece más y más el corazón. En efecto, un corazón duro es
impenitente y también la impenitencia endurece más y más el
corazón.De modo que si a la dureza de corazón o al comienzo
del pecado que la causa se le añade la impenitencia, esa alma
136 EL TEMOR DE DIOS

pronto será como se dice de la casa de Israel: tendrá la frente


de una ramera y difícilmente querrá tener vergüenza (Jer 3:3).
3. Si deseas librarte de un corazón endurecido, ese gran
enemigo del crecimiento de la gracia del temor, medita mucho
en Cristo en la cruz; porque eso es un remedio excelente
contra la dureza de corazón. Una visión adecuada de Él,
colgado allí por tus pecados, derretirá tu corazón en lágrimas
y lo volverá tierno y sensible «Mirarán a Mí, a quien
traspasaron, y llorarán» (Zac 12:10). Ahora bien, un corazón
blando, tierno y quebrantado es un lugar apropiado para que
prospere la gracia del temor. Pero,
Segundo. Si deseas que la gracia del temor crezca en tu
alma, también ten cuidado de UN CORAZÓN QUE NO ORA,
porque ese no es un lugar para que esta gracia del temor
crezca. Por lo tanto, se dice que aquel que refrena la oración
disipa el temor. «Tú también disipas el temor», dijo uno de sus
amigos a Job. ¿Pero cómo hace él esto? Las palabras siguientes
nos dan la respuesta: «Menoscabas la oración delante de Dios»
(Job 15:4). ¿Ves a un creyente que no ora? Esa persona está
alejando el temor de Dios de sí misma. ¿Ves a alguien que ora
solo un poco? Esa persona teme a Dios solo un poco, porque
es el alma que ora, la persona que es poderosa en la oración, la
que tiene un corazón para que crezca el temor de Dios. Cuídate
de tener un corazón que no ore si deseas crecer en esta gracia
del temor de Dios. La oración es como la jarra que saca agua
del arroyo para regar las hierbas; rompe la jarra y no sacará
agua, y por falta de agua, el jardín se marchita.
Tercero. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? entonces
cuídate de UN CORAZÓN LIGERO Y LICENCIOSO, porque un
corazón así tampoco es buen terreno para que crezca el temor
de Dios. Por eso se dice de Israel: «No tuvo temor…sino que
también fue ella y fornicó». Se entregó al desenfreno, a la
liviandad y a la vanidad, y así decayó su temor de Dios (Jr 3:8).
Si José hubiera sido tan lascivo como su ama, habría estado
tan carente del temor de Dios como ella; pero él tenía un
espíritu sobrio, sensible, piadoso y reflexivo, por lo tanto,
creció en el temor de Dios.
6. El uso de esta doctrina 137

Cuarto. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? entonces


cuídate de UN CORAZÓN CODICIOSO, porque tampoco este
es un buen terreno para que crezca en él esta gracia del temor.
Por lo tanto, esta codicia y el temor de Dios son como
enemigos, puestos el uno en oposición al otro: uno que teme
a Dios, aborrece la codicia (Ex 18:21). Y la razón por la que la
codicia es un obstáculo para el crecimiento de esta gracia del
temor es porque la avaricia echa fuera del corazón aquellas
cosas que son las únicas que pueden alimentar este temor.
Echa fuera la Palabra y el amor de Dios, sin los cuales ninguna
gracia puede crecer en el alma. ¿Cómo podría entonces crecer
el temor de Dios en un corazón codicioso? (Ez 33:30-32; 1Jn
2:15).
Quinto. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces, cuídate de UN CORAZÓN INCRÉDULO, porque un
corazón incrédulo no es buen terreno para que crezca esta
gracia del temor. Un corazón incrédulo es llamado «un
corazón malo», porque de él fluye toda la maldad que se
comete en el mundo (Heb 3:12). Ahora bien, es la fe, o un
corazón creyente, la que nutre este temor de Dios, y no lo
contrario. La razón es que la fe trae a Dios, el cielo y el infierno
al alma, y la hace pensar en ellos adecuadamente (Heb 11:7).
Por lo tanto, esta es la manera de que el temor crezca en el
alma, pero la incredulidad es un veneno para ello.
Sexto. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor? Entonces,
cuídate de UN CORAZÓN OLVIDADIZO. Un corazón así no es
un corazón donde la gracia del temor florecerá, «cuando me
acuerdo, me asombro». Por lo tanto, ten cuidado con el olvido;
no olvides, sino recuerda a Dios y Su bondad, paciencia y
misericordia hacia aquellos que aún no disfrutan de Su gracia
ni de Su favor especial. Esto engendrará y alimentará Su temor
en tu corazón. Pero el olvido de esto o de cualquier otro de Sus
juicios hace daño y debilita este temor (Job 21:6). Cuando un
hombre recuerda bien que los juicios de Dios son muy
misteriosos y profundos, como en realidad lo son, ese recuerdo
lo lleva a consideraciones de Dios y de Sus juicios que lo hacen
temer.: «Por lo cual», dijo Job, «me espanto en Su presencia».
138 EL TEMOR DE DIOS

Ver el texto en Job 23:15: «Por lo cual yo me espanto en Su


presencia; cuando lo considero, tiemblo a causa de Él», cuando
recuerdo y considero las maravillosas profundidades de Sus
juicios hacia el hombre.
Séptimo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces, cuídate de un CORAZÓN MURMURADOR Y
QUEJOSO, porque ese no es un corazón en el que pueda crecer
esta gracia del temor. Por ejemplo, cuando los hombres
murmuran y se quejan de la mano de Dios, de Sus
dispensaciones y de los juicios que los alcanzan en sus
personas, propiedades, familias o relaciones, su murmuración
tiende a destruir el temor, porque un espíritu murmurador es
aquel que parece corregir a Dios y encontrar fallos en sus
disposiciones. Cuando hay un espíritu de murmuración, el
corazón está lejos de temer a Dios. Un espíritu murmurador
puede surgir de la supuesta sabiduría que pretende entender
que hay un fallo en la naturaleza y ejecución de las cosas, o
puede surgir de la envidia y el resentimiento hacia la ejecución
de las mismas. Si las murmuraciones provienen de esta
supuesta sabiduría de la carne, entonces en lugar de temer a
Dios, se juzgan Sus acciones como rígidas o ridículas, cuando
en realidad se ejecutan con juicio, verdad y justicia. Por lo
tanto, un corazón murmurador no puede ser un buen lugar
para que crezca el temor de Dios. El corazón en el que crece el
temor debe ser un corazón tierno y dispuesto a someterse y
guardar silencio ante los juicios más profundos de Dios (Job
23:15, 16): «Enmudecí, no abrí mi boca, porque Tú lo hiciste».
El corazón en el que florece este temor de Dios es tal que se
inclina y guarda silencio si puede percibir la mano, la
sabiduría, la justicia o la santidad de Dios en esta o aquella de
Sus disposiciones, y así aviva el alma para temer ante Él. Pero
si esta murmuración surge de la envidia y el rencor, eso se
asemeja tanto al espíritu del diablo que no es necesario decir
nada para convencer de la horrible maldad de ello.
Octavo. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces, cuídate de UN ESPÍRITU ALTIVO Y
CONTENCIOSO, porque ese no es buen terreno para que
6. El uso de esta doctrina 139

crezca el temor de Dios. Un espíritu manso y sereno es el


mejor, y en él florecerá más el temor de Dios, por eso Pedro
menciona la mansedumbre y el temor juntos, ya que son más
adecuados en su naturaleza y tienen una tendencia natural a
complementarse mutuamente. (1P 3:15). La mansedumbre de
espíritu es como aquel corazón que tiene profundidad de tierra
en él, en el cual las cosas pueden echar raíces y crecer; pero un
espíritu altivo y contencioso es como la tierra pedregosa,
donde no hay profundidad de tierra y, por consiguiente, donde
esta gracia del temor no puede crecer. Por lo tanto, cuídate de
esta clase de espíritu, si quieres que el temor de Dios crezca en
tu alma.
Noveno. ¿Quieres crecer en esta gracia del temor?
Entonces, cuídate de UN CORAZÓN ENVIDIOSO, porque ese
no es un buen corazón para que crezca en él el temor de Dios.
«No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera
en el temor de Jehová todo el tiempo» (Pr 23:17). Envidiar a
otros es señal de un espíritu malo, y ese hombre se erige, como
ya he insinuado, en un controlador y un juez, sí, y en un
verdugo maligno también, y eso con una furia que surge de
sus propios deseos y de su espíritu vengativo, quizás hacia el
hombre que es más justo que él. Pero supongamos que es un
pecador el objeto de tu envidia, bueno, el texto establece que
esa envidia está en oposición directa al temor de Dios: «No
tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en
el temor de Jehová». Por lo tanto, estos dos, es decir, la envidia
hacia los pecadores y el temor de Dios son opuestos. No puedes
temer a Dios y envidiar a los pecadores al mismo tiempo. Y la
razón es porque el que envidia a un pecador se ha olvidado de
sí mismo, de que es igual de malo; ¿cómo puede entonces
temer a Dios? El que envidia a los pecadores rechaza su deber
de bendecir a los que lo maldicen y de orar por los que lo tratan
con desprecio; ¿cómo puede el que ha rechazado esto temer a
Dios? El que envidia a los pecadores, por lo tanto, no puede
tener un espíritu bueno, ni puede crecer en su corazón el
temor de Dios.
140 EL TEMOR DE DIOS

Décimo. Por último, ¿quieres crecer en esta gracia del


temor? Entonces, ten cuidado de no ENDURECER TU
CORAZÓN en ningún momento contra las convicciones de
deberes particulares, como la oración, la limosna, la
autonegación y cosas semejantes. Ten cuidado también de
endurecer tu corazón cuando estés bajo algún juicio de Dios,
como enfermedades, pérdidas, tribulaciones y otros similares.
Antes te advertí que tuvieras cuidado con un corazón
endurecido, pero ahora te advierto que tengas cuidado de
endurecer los corazones que son sensibles. Endurecer el
corazón significa empeorarlo, hacerlo más duro, más
desesperado y más atrevido contra Dios de lo que es en ese
momento. Ahora, digo, si deseas crecer en esta gracia del
temor, ten cuidado de endurecer tu corazón, y especialmente
de endurecerlo contra las convicciones para lo bueno. Porque
esas convicciones son enviadas por Dios como lluvias
oportunas para mantener el arado de tu corazón en buen
estado, para que la gracia del temor pueda crecer en él, pero
sofocar las convicciones hace que el corazón sea tan duro
como una piedra de molino. Por lo tanto, bienaventurado es
aquel que recibe convicción, porque así guarda el temor de
Dios y ese temor se nutre en su alma; pero maldito es aquel
que actúa de otra manera: «Bienaventurado el hombre que
siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en
el mal» (Pr 28:14).

TERCER USO, para aliento.


Paso ahora a alentar a aquellos que son bendecidos con esta
gracia del temor. El último texto mencionado dice:
«Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios», y así
hay muchos otros. Feliz ahora, porque ha sido bendecido con
esta gracia y feliz en futuro, porque esta gracia permanecerá y
continuará hasta que el alma que la posee sea llevada a la
mansión de la gloria. «Pondré Mi temor en el corazón de ellos,
para que no se aparten de Mí». Por lo tanto, así como aquí dice:
Feliz es él, también dice: Le irá bien, es decir, en el futuro. «Sé
6. El uso de esta doctrina 141

que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante Su
presencia» (Ec 8:12).
Primero. Si Dios te hubiera dado todo el mundo, aún así
habrías sido maldito si no te hubiera dado el temor del Señor;
porque la apariencia de este mundo es una cosa pasajera, pero
el que teme al Señor permanecerá para siempre. Por lo tanto,
esto es lo primero que propongo para alentarte, hombre que
temes al Señor. Esta gracia morará en tu corazón, pues es una
gracia del nuevo pacto, y permanecerá contigo para siempre.
Te es enviada por Dios, no solo para unir tu corazón a Él, sino
para guardarte de la apostasía final: «Pondré Mi temor en el
corazón de ellos, para que no se aparten de Mí» (Jr 32:40). Su
designio es que nunca abandones a Dios y, por lo tanto, para
guardarte de esa maldad, ha puesto Su temor en tu corazón.
Son muchas las tentaciones, dificultades, trampas, pruebas y
problemas que atraviesan los creyentes en el mundo, pero
¿cómo serán guardados, cómo serán liberados y escaparán? La
respuesta es: El temor de Dios los guardará: «Aquel que a Dios
teme, saldrá bien en todo».
¿No es, por lo tanto, una misericordia maravillosa ser
bendecido con esta gracia del temor, para que por ella seas
guardado del final, que es la condenable apostasía? Bendice,
por lo tanto, a Dios, hombre bendito, que tienes esta gracia del
temor en tu alma. Hay cinco cosas en esta gracia del temor
que tienen una tendencia directa a mantenerte alejado de la
apostasía final.
1. Está arraigado en el corazón, y el corazón es, como
puedo llamarlo, el fuerte principal en el mundo místico: el
hombre. No está colocado en la cabeza, como lo está el
conocimiento, ni en la boca, como lo está la expresión, sino en
el corazón, el asiento de todo. «Pondré Mi temor en el corazón
de ellos». Si un rey quiere mantener una ciudad segura para sí
mismo, debe asegurarse de guarnecer adecuadamente el
fuerte principal de la misma. Si tiene veinte mil hombres bien
armados, pero están dispersos aquí y allá, la ciudad aún podría
ser tomada. Pero si el fuerte principal está bien guarnecido,
entonces la ciudad es más segura. ¿Y si un hombre tuviera
142 EL TEMOR DE DIOS

todas las habilidades, sí, todas las artes de los hombres y los
ángeles? Eso no mantendrá el corazón en Dios. Pero cuando
el corazón, esta fortaleza principal, está poseído por el temor
de Dios, entonces está a salvo, de lo contrario no lo está.
2. Al igual que el corazón en general, también la voluntad
en particular. Esa facultad principal y grande del alma es el
principio que se mueve por este temor. Todo sigue hacia dónde
se dirige la voluntad, ya sea hacia el cielo o hacia el infierno.
Ahora bien, la voluntad, repito, es esa facultad principal que es
gobernada por este temor que posee el alma, por lo tanto, todo
tiende a ir bien con ella. Esto insinúa Samuel cuando dice: «Si
temiereis a Jehová». El temor a Dios es un acto voluntario de
la voluntad, y siendo así, el alma se mantiene alejada de la
rebelión contra el mandamiento, porque a través de la
voluntad son guiadas todas las demás facultades del alma,
cuando este temor a Dios está presente y gobierna (1S 12:14).
Por lo tanto, este temor de Dios se encuentra en esta voluntad,
para que esta gracia pueda gobernar mejor el alma y, por lo
tanto, el hombre en su totalidad. Porque, como mencioné
anteriormente, observa hacia dónde se dirige la voluntad, mira
lo que hace la voluntad, hacia allá va y eso hace el hombre en
su totalidad (Sal 110:3). El hombre, cuando su voluntad se
aleja de Dios, es considerado rebelde en todos los aspectos, y
no sin razón, porque la voluntad es la facultad principal del
alma en cuanto a la obediencia, y por lo tanto, las cosas hechas
sin la voluntad son como si no se hubieran hecho en absoluto.
El espíritu está dispuesto; si estás dispuesto; «esta ha hecho lo
que podía», y cosas como estas. Mediante estas y otras
expresiones, se juzga la bondad del corazón y la acción en lo
que respecta a la parte subjetiva de la misma. Ahora bien, este
temor del que hemos estado hablando se encuentra en el alma,
y por lo tanto, en la voluntad, para que el hombre pueda ser
mejor preservado de la apostasía final y condenatoria.
3. Este temor, como podría decir, por encima de todas las
demás gracias, es el bienqueriente de Dios, y por eso se llama,
como también te he mostrado, Su temor. Como también dice
en el texto mencionado anteriormente: «Pondré Mi temor en
6. El uso de esta doctrina 143

el corazón de ellos». Estas palabras, Mi y ellos, son expresiones


íntimas y familiares, que no solo indican un gran favor hacia
el hombre, sino también una gran confianza depositada en él.
Es como si dijera: este temor es mi amigo especial, someterá y
doblegará el alma y sus diversas facultades a mi voluntad; es
mi gran favorito y somete a los pecadores a mi beneplácito.
Raramente encontrarás que la fe, el arrepentimiento o las
virtudes se describan con personificaciones tan familiares
como este bendito temor del Señor. De todos los consejeros y
poderosos que tuvo David, solo Husai fue llamado amigo del
rey (2S 15:37, 16:16). Así que, de todas las gracias del Espíritu,
la del temor de Dios va principalmente, si no siempre, bajo el
título de MI temor, el temor de Dios, SU temor y otros
semejantes. Te dije antes, si el rey quiere mantener una
ciudad, el fuerte principal debe estar adecuadamente
guarnecido: y ahora agregaré que si no tiene a alguien de
confianza y especial para gobernar a esos hombres, como
Hushai lo fue para David, puede perderlo cuando más lo
necesite. Si un alma poseyera todas las cosas posibles, pero le
faltara este temor de Dios, todas las demás cosas cederán en
tiempos de rebelión, y el alma se encontrará en manos del
infierno cuando debería levantarse por Dios y Su verdad en el
mundo. Este temor de Dios es el amigo especial de Dios, y por
eso se le ha dado el puesto principal en el corazón: la voluntad,
para que el hombre completo pueda estar ahora en la sumisión
y obediencia del evangelio, y también ser preservado allí en lo
adelante. Porque,
4. La gracia del temor es la más sensible y tierna de todas
las gracias de Dios con respecto a Su honor. Es esa gracia
tierna, sensible y temblorosa que mantiene el alma en una
vigilancia continua. Mantener una buena vigilancia, como
sabes, es una seguridad maravillosa para un lugar que está en
peligro constante debido al enemigo. Pues bien, esta es la
gracia que establece la vigilancia y mantiene despiertos a los
centinelas. (Cnt 3:7-8). Un hombre no puede vigilar como
debería si carece de temor. Si está seguro de sí mismo, se
duerme; deja entrar sin pensar en ello en la guarnición a
144 EL TEMOR DE DIOS

quienes no deberían estar allí. La falta de Israel cuando


llegaron a Canaán fue que hicieron un pacto con los habitantes
de la tierra, es decir, los gabaonitas, sin consultar a Dios. Pero
¿crees que lo habrían hecho si al mismo tiempo el temor de
Dios hubiera tenido pleno dominio en el alma del ejército? No,
en ese momento olvidaron temer. La gracia del temor no tenía
entonces pleno poder y dominio entre ellos.
5. Esta gracia del temor es lo que, por así decirlo, afecta
primero los corazones de los santos con juicios después de que
hemos pecado y, así, es como una gracia inicial que vuelve a
enderezar lo que el pecado ha torcido. ¡Oh, es una preciosa
gracia de Dios! Sé lo que digo en este asunto y también dónde
habría estado hace mucho tiempo, por el poder de mis deseos
carnales y las artimañas del diablo, si no hubiera sido por el
temor de Dios.
Segundo. Otro estímulo para aquellos que están
bendecidos con esta gracia bendita del temor es este: este
temor no deja de hacer esta obra por el alma, si realmente está
presente aunque sea en pequeña medida. Un poco de esta
levadura «leuda toda la masa». Es cierto que un poco no hará
o ayudará al alma a realizar hazañas de gran valor en el
corazón o la vida, tanto como lo haría una medida más grande
de la misma. De hecho, tampoco un poco de cualquier gracia
puede hacer lo que una medida más grande hará, pero un poco
preservará el alma de la apostasía final y la entregará en los
brazos del Hijo de Dios en el juicio final. Por lo tanto, cuando
dice: «Pondré Mi temor en el corazón de ellos», no dice:
«Pondré tanto, tal cantidad o tal grado», sino: «Pondré Mi
temor». No digo esto en lo más mínimo para tentar al hombre
piadoso a contentarse con el menor grado del temor de Dios
en su corazón. Es cierto que los hombres deben alegrarse de
que Dios haya puesto aun el menor grado de esta gracia en sus
almas, pero no deben contentarse con ello; deben desear
fervientemente más, orar por más y usar todos los medios
lícitos, es decir, todos los medios que Dios ha designado, para
obtener más.
6. El uso de esta doctrina 145

Como ya he dicho, hay varios grados de esta gracia del


temor, y nuestra sabiduría es crecer en ella, como en todas las
demás gracias del Espíritu. He mostrado las razones por las
que es importante, así como la manera de crecer en ella. Sin
embargo, como mencioné anteriormente, incluso la menor
medida de temor de Dios será suficiente para evitar la apostasía
final del alma. Hay, como les he mostrado, aquellos que temen
mucho al Señor, que temen en gran medida y que le temen
más que muchos de sus hermanos, pero los pequeños en esta
gracia son salvos tan bien como los que son grandes en ella:
«Bendecirá» o salvará «a los que temen a Jehová, a pequeños
y a grandes». Este temor del Señor es el pulso del alma, y al
igual que algunos pulsos son más fuertes y otros más débiles,
así es esta gracia del temor en el alma. Los que laten mejor son
señal de mejor vida, pero los que laten peor muestran que la
vida está [apenas] presente. Mientras el pulso late, no
consideramos que el hombre está muerto, aunque esté débil,
y este temor, donde está, preserva para la vida eterna. También
hay pulsos que son intermitentes; es decir, tienen sus
momentos para un pequeño descanso y luego vuelven a latir;
es cierto, estos son pulsos peligrosos, pero también una señal
de vida. Este temor de Dios a veces es como este pulso
intermitente; hay momentos en los que deja de funcionar y
luego vuelve a funcionar. David tenía un pulso intermitente,
Pedro tenía un pulso intermitente, al igual que muchos otros
santos de Dios. Llamo a eso un pulso intermitente, en
referencia al temor del que hablamos, cuando hay alguna
obstrucción causada por el funcionamiento de las
corrupciones en el alma. Me refiero a alguna obstrucción y
obstáculo del movimiento constante de este temor de Dios; sin
embargo, ninguno de estos, aunque son diversos y algunos de
ellos signos de debilidad, son signos de muerte, sino de vida.
«Pondré Mi temor en el corazón de ellos, para que no se
aparten de Mí».
Pregunta. Pero tú dirás: ¿Cómo sabré que temo a Dios?
Respuesta. Si dijera que los deseos, los verdaderos deseos
sinceros de temerle, son el temor mismo, no estaría
146 EL TEMOR DE DIOS

equivocado (Neh 1:11). Porque aunque el deseo de ser o de


hacer tal o cual cosa, no hace que un hombre sea, en las cosas
temporales o naturales, lo que desea ser –pues un hombre
enfermo, pobre o encarcelado puede desear estar bien, ser rico
o estar en libertad y, sin embargo, estar como está, enfermo,
pobre o en prisión– pero en las espirituales, el deseo de un
hombre de ser bueno, de creer, de amar, de esperar y de temer
a Dios fluye de la naturaleza misma de la gracia.
Dije antes que en lo temporal no se puede decir
correctamente que alguien sea lo que no es; sin embargo,
incluso en lo temporal o natural, un hombre muestra su amor
por aquello que desea, ya sea salud, riqueza o libertad. Y en lo
espiritual, los deseos sinceros, provenientes del amor a esta o
aquella gracia de Dios, fluyen de la raíz misma de esa gracia:
«Tus siervos, quienes desean reverenciar Tu nombre».
Nehemías se presentó ante Dios con la convicción de «quienes
desean reverenciar Tu nombre». Y por eso se dice otra vez
acerca de los deseos, los verdaderos deseos: «Contentamiento
es a los hombres hacer misericordia» (Pr 19:22). Porque el
hombre muestra su corazón, su amor, sus afectos y sus
deleites en sus deseos, y puesto que la gracia del temor de Dios
es una gracia tan agradable a los ojos de Dios y de naturaleza
tan santificante en el alma donde se encuentra, un deseo
sincero y verdadero de ser bendecido con esa gracia debe
surgir necesariamente de que esa gracia ya exista en el alma.
Los verdaderos deseos son inferiores a los actos de gracia
más elevados, pero Dios no pasará por alto los deseos: «Pero
anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se
avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado
una ciudad». Fíjate, desean un país, y tendrán una ciudad. En
este punto bajo, es decir, en los deseos sinceros, Dios se
encontrará con el alma y le dirá que ha aceptado sus deseos,
que surgen de Su bondad y provienen de la gracia misma:
«Cumplirá el deseo de los que le temen». Por lo tanto, los
deseos no son rechazados por Dios, pero lo serían si no
fluyeran de un principio de gracia que ya está en el alma. Por
lo tanto, los deseos, los deseos sinceros de temer a Dios, fluyen
6. El uso de esta doctrina 147

de la gracia que ya está en el alma. Por lo tanto, ya que temes


a Dios, y es evidente por tus deseos que lo haces, eres feliz
ahora en este temor tuyo y serás feliz para siempre en el
disfrute de lo que Dios ha preparado en el otro mundo para
aquellos que le temen.
Tercero. Otro estímulo para los que tienen esta gracia del
temor es este: Su gracia puede hacer que ese hombre, que en
muchas otras cosas no es capaz de servir a Dios, lo haga mejor
que aquellos que tienen todo sin esta gracia. Pobre cristiano,
a lo largo de toda tu vida apenas has podido hacer algo más
que temerle. No eres predicador, y por eso no puedes servirle
de esa manera; no eres rico, y por eso no puedes servirle con
bienes materiales; no eres sabio, y por eso no puedes hacer
nada de esa manera, pero aquí está tu consuelo: temes a Dios.
Aunque no puedas predicar, puedes temer a Dios. Aunque no
tengas pan para alimentar el vientre, ni lana para cubrir la
espalda del pobre, puedes temer a Dios. Oh, cuán
«bienaventurado el hombre que teme a Jehová»; porque este
deber de temer a Dios es un acto de la mente, y puede hacerlo
el hombre que está destituido de todas las cosas excepto de esa
mente santa y bendita.
Por lo tanto, bienaventurado es ese hombre, porque Dios
no ha puesto el consuelo de Su pueblo ni la salvación de sus
almas en el cumplimiento de los deberes externos, sino en
creer, amar y temer a Dios. Ni descansan en acciones
realizadas cuando están saludables o en el debido manejo de
sus elementos más excelentes, sino en la recepción de Cristo y
el temor de Dios. Lo cual, buen cristiano, puedes hacer y
hacerlo de manera aceptable, incluso si debieras permanecer
postrado en cama todos tus días. También puedes estar
enfermo y creer, estar enfermo y amar, estar enfermo y temer
a Dios, y así ser un hombre bienaventurado. Y aquí el pobre
cristiano tiene algo que responder a los que le reprochan su
linaje innoble y su escasez de la gloria de la sabiduría del
mundo. Es cierto que ese hombre puede decir: Fui sacado del
muladar, nací en un estado bajo y vil, pero temo a Dios. No
148 EL TEMOR DE DIOS

tengo grandeza mundana, ni excelencia de elementos


naturales, pero temo a Dios.
Cuando Abdías se encontró con Elías, no le dio ningún
cumplido mundano y elaborado, ni se glorió en que Acab, el
rey de Israel, lo hubiera promovido. En cambio, con
solemnidad y de una manera amable, dijo: «Tu siervo teme a
Jehová desde su juventud». También cuando los marineros
preguntaron a Jonás, diciendo: «¿Qué oficio tienes, y de dónde
vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres?», esta fue la
respuesta que les dio: «Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de
los cielos, que hizo el mar y la tierra» (Jon 1:8-9). En verdad,
esta respuesta es la más elevada y la más noble del mundo, y
solo unos pocos pueden expresarse de esta manera con
sinceridad, aunque tuvieran otras respuestas en abundancia.
La mayoría puede decir: Tengo sabiduría, o poder, o riquezas,
o amigos, o salud, o cosas por el estilo; estas son comunes y la
mayoría se jacta mucho de ellas; pero, es el hombre que teme
a Dios, y el que puede decir, cuando le preguntan: ¿Qué eres
tú? «Tu siervo teme a Jehová», es el hombre entre muchos, el
que ha de ser honrado por los hombres; aunque esto, es decir,
que teme al Señor, es todo lo que tiene en el mundo. Él tiene
la cosa, el honor, la vida y la gloria que es duradera; su
bienaventuranza permanecerá cuando la de todos los
hombres, excepto la suya, esté enterrada en el polvo, en la
vergüenza y el desprecio.32
Una palabra a los hipócritas.
Hipócrita, mis últimas palabras son para ti; el hipócrita es
aquel que aparenta ser a los ojos de los hombres lo que no es

32
«Bienaventurado el hombre que teme a Jehová». La bienaventuranza le
acompañará todo el camino hasta el cielo, en la medida en que abunde ese
temor. Es un paraíso terrenal vivir en el temor constante de Dios, tener un
temor reverencial de Su majestad fijado e implantado inamoviblemente en el
alma. La gracia del temor tiene una influencia eminente en la santificación
del cristiano; es una poderosa restricción del pecado. Un santo temor de Dios
y un humilde temor de nosotros mismos, que son igualmente de operación
divina, nos preservarán del pecado y nos comprometerán a la obediencia.
Dios será nuestro protector e instructor, nuestro guía y nuestro eterno
libertador de todo mal. No nos conformemos con los mayores logros si estos
quedan cortos «perfeccionando la santidad en el temor de Dios» -Mason.
6. El uso de esta doctrina 149

a los de Dios. Tú, hipócrita, que quieres ser tenido por uno que
ama y teme a Dios, pero no es así, tengo esto que decirte: tu
condición es condenable. Porque eres un hipócrita, y tratas de
engañar tanto a Dios como a los hombres con disfraces,
máscaras, espectáculos, pretensiones y tu sujeción formal,
carnal y fingida a los estatutos, leyes y mandamientos
exteriores, pero por dentro estás lleno de podredumbre y de
todo exceso.
Hipócrita, puede que por tus astutas tretas estés velado y
oculto a los hombres, pero estás desnudo ante los ojos de Dios,
y Él sabe que Su temor no está en tu corazón (Lc 16:15).
Hipócrita, se te advierte que Dios no acepta la obediencia
de un corazón desprovisto de esta gracia del temor. Guardar
los mandamientos no es sino una parte del deber del hombre,
y Pablo lo hizo, aun siendo un hipócrita (Fil 3). «Teme a Dios,
y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del
hombre» (Ec 12:13). Esto, temer a Dios, el hipócrita, por ser
hipócrita, no puede hacerlo y, por lo tanto, como tal no puede
escapar de la condenación del infierno.
Hipócrita, primero debes temer a Dios, incluso antes de
lidiar con los mandamientos, es decir, en cuanto a guardarlos.
En efecto, debes leerlos para aprender a temer al Señor, pero
«teme a Dios» va antes de la orden de guardar Sus
mandamientos. Y si no temes a Dios primero, transgredes, en
lugar de guardar los mandamientos.
Hipócrita, esta palabra, TEME A DIOS, es la que el hipócrita
olvida por completo, aunque es la que santifica todo el deber
del hombre. Porque esta es la clave, y sin ella no hay nada que
pueda hacer que un hombre sea sincero en su obediencia. El
hipócrita busca aplausos en público y olvida que está
condenado en su interior, y hace ambas cosas porque carece
del temor de Dios.
Hipócrita, recibe la advertencia de que ninguno de los
privilegios de los que se habla en la primera parte del libro te
pertenece, porque eres un hipócrita; y si tienes esperanza, tu
esperanza será cortada, y si te apoyas en tu casa, tú y ella
150 EL TEMOR DE DIOS

caerán al fuego del infierno. Disfruta el triunfo, entonces, tu


triunfo es solo por un tiempo. Regocíjate, entonces, pero el
gozo del hipócrita es efímero (Job 8:13,15, 20:4-6).
Quizás ahora no quieras soltar lo que has obtenido como
hipócrita, pero «¿cuál es la esperanza del impío, por mucho
que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?» (Job
27:8). Hipócrita, deberías haber elegido el temor de Dios, en
lugar de una profesión sin él, pero has abandonado el temor
porque eres un hipócrita, y debido a que lo eres, recibirás la
misma medida que has dado. Dios te rechazará porque eres un
hipócrita. Dios ha preparado un temor para ti porque no
elegiste el temor de Dios, y ese temor vendrá sobre ti como
desolación y como un hombre armado, y te devorará a ti y a
todo lo que eres (Pr 1:27).
Hipócrita, lee este texto y tiembla: «Los pecadores se
asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas.
¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién
de nosotros habitará con las llamas eternas?». (Is 33:13-14).
Hipócrita, no estás bajo la protección paternal de Dios,
porque eres un hipócrita y te falta Su temor en tu corazón. Los
ojos del Señor están sobre los que le temen, para librarlos.
Pero el hombre sin temor o hipócrita es abandonado a las
trampas y asechanzas del diablo, para ser atrapado en ellas y
derrotado, porque está destituido del temor de Dios.
Hipócrita, no tendrás más recompensa de Dios por tu
trabajo que la que tendrán las cabras;33 el hipócrita, porque es
un hipócrita, no permanecerá ante los ojos de Dios. El
beneficio de tu religión lo gastas a medida que lo obtienes. No
tendrás un solo céntimo de más en la muerte y el juicio.
Hipócrita, Dios no te ha confiado ni te confiará la más
mínima parte de Su gracia salvadora, porque eres un hipócrita;
Y en cuanto a lo que tienes, lo has robado, todos ustedes lo han
robado de su prójimo, robando incluso en medio su profesión,

33
Por cabras debemos entender los hipócritas y los finalmente impenitentes, que
partirán al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; ver Mt 25:32,
33-41.-Ed.
6. El uso de esta doctrina 151

como lo hizo Judas con la bolsa. Entras como un ladrón en tu


profesión, y como un ladrón saldrás de ella. Jesucristo no te ha
tenido por fiel para confiarte ninguna de Sus joyas para que las
guardes, porque no le temes. «Has dado a los que te temen
bandera que alcen por causa de la verdad» (Sal 60:4).
Hipócrita, no eres fiel a Dios ni a los hombres, ni a tu propia
alma, ¡porque eres un hipócrita! ¿Cómo podría el Señor
confiar en ti? ¿Por qué han de esperar los santos algún bien de
ti? Si Dios te diera Su Palabra, la venderías. Si los hombres
confiaran sus almas en ti, las destruirías, haciendo negocio
con ellas para tus propios designios hipócritas. Sí, si el sol se
calienta, lo arrojarás todo y no soportarás el calor, ¡porque eres
un hipócrita!


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