David Hume
David Hume
I.- Biografía.
II.- Filosofía
1.El origen del conocimiento y sus clases
A. El análisis del conocimiento en Hume
a. Los elementos del conocimiento.
b. Las leyes de la asociación de ideas.
c. Los tipos de conocimiento
2. La crítica del principio de causalidad
A. El principio de causalidad
3. La crítica de la idea de sustancia
A. La idea de sustancia
4. El mundo, el Alma y Dios
A. El mundo
B. El Alma
C. Dios
5. La Ética: el sentimiento moral
A) Las distinciones morales no proceden del conocimiento de
hechos.
B) Las distinciones morales no proceden del conocimiento de
relación de ideas.
C) La moralidad se funda en el sentimiento
6. Sociedad y política
I.- Biografía
David Hume nació en Edimburgo (Escocia) en 1711. Aunque de familia
acomodada, no lo era lo suficiente como para permitir a Hume el poder
dedicarse exclusivamente a la filosofía, por lo que su padre lo orientó hacia la
carrera de abogado, a la que llegó a dedicarse durante unos meses en Bristol.
No obstante, ya desde muy joven Hume manifestaba, según sus palabras, "una
aversión insuperable hacia todo lo que no fuera la investigación filosófica y el
saber en general", por lo que abandonó su trabajo y viajó a Francia, donde
permaneció entre los años 1734-1737, dispuesto a dedicarse exclusivamente a la
filosofía.
De esos años data la composición de su primera obra, "Tratado sobre la
naturaleza humana", redactada "durante mi retiro en Francia -primero en
Reims, pero principalmente en La Flèche, Anjou", según nos cuenta en su
autobiografía. Recordemos que fue precisamente en La Flèche donde había
estudiado Descartes, lo que ha dado motivo a ciertas especulaciones sobre la
intencionalidad de este retiro en el mismo lugar por parte de Hume. En 1737
regresa a Londres, dirigiéndose posteriormente a Escocia, donde vivirá unos
años con su madre y hermano. En 1739 publicará los dos primeros volúmenes
del "Tratado", al que seguirá el tercero en 1740. El poco éxito alcanzado significó
un duro golpe para Hume, que llega a decir en su autobiografía "jamás intento
literario alguno fue más desgraciado que mi Tratado de la naturaleza humana".
No obstante, el éxito obtenido posteriormente, en 1742, por los "Ensayos", le
hizo olvidar por completo su fracaso anterior, estimulándole para reescribir el
Tratado (obra que será publicada en 1748 con el título: "Ensayos filosóficos
sobre el entendimiento humano"). En 1745 optó a la cátedra de ética de la
Universidad de Edimburgo, plaza que no obtuvo probablemente por su
reputación de escéptico y ateo. Después de un año Inglaterra, como tutor
privado del marqués de Annandale, fue invitado por el general St. Clair a una
expedición que, inicialmente dirigida contra Canadá, acabó con una pequeña
incursión en la costa francesa; posteriormente, en 1747, fue invitado por el
mismo general a acompañarle como secretario en una embajada militar por las
cortes de Viena y Turín. Estas últimas actividades le permiten mejorar su
situación económica.
En 1749 regresa a Escocia, donde volverá a pasar dos años con su
hermano en su casa de campo, publicando algunas obras más. En 1752 se
instala en Edimburgo donde fue nombrado bibliotecario de la facultad de
Derecho, dedicando su actividad filosófica más bien a problemas históricos,
sociales y políticos, como pone de manifiesto las obras publicadas a partir de
entonces.
En 1763 recibió la invitación del conde de Hertford de acompañarle a
París como secretario de embajada. Rechazada la invitación en principio, Hume
la aceptó ante la insistencia del conde, dirigiéndose a París donde permanecerá
hasta 1766, participando en las actividades de los eciclopedistas y los círculos
ilustrados y entablando amistad con algunos de los personajes destacados de la
época, como Rousseau.
A su regreso a Londres fue nombrado "subsecretario de estado para el
departamento septentrional", que se ocupaba de los asuntos diplomáticos con
los países situados al norte de Francia, cargo que no estaba remunerado y que
desempeñó durante dos años, hasta 1769. Ese año regresará a Edimburgo,
continuando sus actividades de estudio e investigación. Allí morirá el 25 de
agosto de 1776, habiendo escrito previamente, el 18 de abril, una breve
autobiografía, conocedor ya de su pronta e inevitable muerte.
II.- Filosofía
1.El origen del conocimiento y sus clases
A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del
conocimiento, el empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de
nuestros conocimientos. Ello supondrá la crítica del innatismo, es decir, la
negación de que existan "ideas" o contenidos mentales que no procedan de la
experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa" en la que no hay
nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la experiencia. En el
caso de Hume, como veremos a continuación, la experiencia está constituida
por un conjunto de impresiones, cuya causa desconocemos y, estrictamente
hablando, no debe identificarse con "el mundo", con "las cosas".
Al igual que el racionalismo, el empirismo tomará como punto de
partida de la reflexión filosófica el análisis de la conciencia; ante el fracaso de la
filosofía antigua y de la filosofía medieval, que habían tomado como referencia
el mundo y Dios, respectivamente, la filosofía moderna se caracteriza por tomar
el sujeto como punto de partida de la reflexión filosófica. Así, del mismo modo
que Descartes, una vez descubierto el "yo pienso", pasa a analizar el contenido
del pensamiento, los empiristas comenzarán sus indagaciones analizando los
contenidos de la conciencia.
A. El mundo
Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos
independientemente de nuestras percepciones, tendencia compartida tanto por
el vulgo como por los filósofos, al menos en cuanto a las acciones ordinarias de
la vida cotidiana de éstos se refiere. Esto equivale a decir que "creemos" que los
objetos y las percepciones son una sola cosa, o que nuestras percepciones están
causadas por los objetos, a los que reproducen fielmente, y que, si bien las
percepciones "nos pertenecen", los objetos están fuera de nosotros,
perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente de la
nuestra.
Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se
muestra enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras
percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se
muestra a nuestra mente. Las percepciones, como hemos visto, son de dos tipos:
impresiones e ideas. Las ideas se producen en nuestra mente como copia de las
impresiones. Pero ambas son meros contenidos mentales que se diferencian
sólo por su vivacidad. Podemos hacer cuanto queramos, pero no podremos
nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas. Si intentásemos aplicar el
principio de causalidad para demostrar que nuestras impresiones están
causadas por objetos externos, incurriríamos en una aplicación ilegítima de tal
principio, ya que tenemos constancia de nuestras impresiones, pero no la
tenemos de los supuestos objetos externos que las causan, por lo que tal
inferencia rebasaría el ámbito de la experiencia, (al no poder constatar la
conjunción entre dichos objetos y nuestras impresiones), el único en que
podemos aplicar el principio de causalidad. Por lo demás, si postulamos la
existencia de los objetos además de la de las impresiones, lo único que hacemos
es duplicar la realidad de las impresiones, atribuyéndoles por ende cualidades
que éstas no poseen, como la independencia y la continuidad.
La creencia en la existencia independiente de los objetos externos la
atribuye Hume a la imaginación, debido a la constancia y a la coherencia de las
percepciones. No se puede justificar tal creencia apoyándose en los sentidos, ni
apelando a la razón. No puede proceder de los sentidos, ya que éstos no nos
ofrecen nada distinto de nuestras percepciones. Cuando creo percibir mi
"cuerpo", no percibo nada distinto de mi percepción: lo que hago es atribuir
existencia real y corpórea a dicha percepción. Tampoco la razón podría ser la
base de tal creencia, ya que no es posible recurrir al principio de causalidad, ni a
la idea de sustancia, (anteriormente criticada), para justificar la existencia de
objetos externos e independientes de mis percepciones. Por lo demás, tampoco
los niños ni los iletrados recurren a la razón para justificar su creencia en los
objetos externos, y sin embargo están firmemente convencidos de tal existencia.
No hay, pues, justificación racional alguna de dicha creencia, por lo que Hume
recurre a la imaginación para intentar explicarla.
B. El Alma
Para la tradición metafísica la existencia del alma, una sustancia, material
o inmaterial, subsistente, y causa última o sujeto de todas mis actividades
mentales (percepción, razonamiento, volición...) había representado uno de los
pilares sobre los que ésta se había desarrollado. Si bien con el racionalismo de
Descartes deja de ser principio vital, continúa siendo, como sustancia, principio
de conocimiento, y sigue gozando de los atributos de simplicidad e
inmaterialidad, representando finalmente la identidad personal.
Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia ¿podemos seguir
manteniendo la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece
idéntico a sí mismo, pero que es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué
impresión podría proceder tal idea de alma? No existen impresiones constantes
e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer tal idea
del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un
yo autoconsciente, como si el yo permaneciera en un estado de autoidentidad
inquebrantable: “El yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en
todo aquello a lo que hacen referencia nuestras distintas impresiones e ideas”.
Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es
una confusión entre las ideas de "identidad" y "sucesión", a la que hay que
sumar la acción de la memoria. Ésta, en efecto, al permitirnos recordar
impresiones pasadas, nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas
distintas, que terminamos por atribuir a un "sujeto", confundiendo así la idea de
sucesión con la idea de identidad. Rechazada, pues, la idea de alma, la pregunta
por su inmortalidad resulta superflua.
C. Dios
Dada su postura sobre el mundo y el alma, la tesis defendida sobre la
sustancia divina estará en consonancia con las conclusiones anteriores. En la
sección XI de la "Investigación sobre el entendimiento humano" Hume estudia
el tema de Dios y la vida futura, teniendo en cuenta las críticas realizadas a la
idea de sustancia y al principio de causalidad. En virtud de ello, Hume no
reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de
Dios, considerando que dicha existencia no es demostrable racionalmente.
Si la idea de sustancia es una idea falsa, ya que no le corresponde
ninguna impresión, ya podemos adjetivarla como "externa", "pensante" o
"infinita", que ello no hará que sea menos falsa. Así, es inútil partir del análisis y
las determinaciones de la sustancia para intentar demostrar la existencia de una
sustancia infinita, de Dios. Los argumentos "a priori", que van de la causa al
efecto, basándose en el principio de causalidad, incurren en un claro uso
ilegítimo del principio, ya que éste sólo se puede aplicar, sólo tiene validez, en
el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa, de
Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya conjunción
necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar
esa conjunción en la experiencia.
En el mismo defecto incurren los argumentos a posteriori, los que se
remontan del efecto a la causa. A pesar de ello Hume analiza con más detalle
las inconsecuencias del único argumento que le parece tener alguna capacidad
de convicción: el que, partiendo del orden del mundo, llegar a la existencia de
una causa última ordenadora. El argumento afirma que de la observación de la
existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un
proyecto y, por lo tanto, de un agente, de una causa inteligente ordenadora.
Pero, además de incurrir en el mismo uso ilegítimo del principio de causalidad
que los anteriormente señalados, Hume añade que este argumento atribuye a la
causa más cualidades de las que son necesarias para producir el efecto; se
podría inferir del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero
en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el efecto,
error en el que incurre el argumento de un modo manifiesto: una vez deducida
la causa, se vuelven a deducir de ella nuevas propiedades, además de las ya
conocidos, que no tienen fundamento alguno en mi impresiones.
De la existencia de un cierto orden en el mundo se podría inferir la
existencia de una causa inteligente, pero con atributos que tendrían que ser
homogéneos con el efecto, es decir, los que ya son conocidos por mi. Sin
embargo, se dota a esa causa de atributos, de cualidades, que rebasan con
mucho las cualidades del efecto, y añadiéndole cualidades que el efecto no tiene
en absoluto, como las cualidades morales, por ejemplo. La causa del error de
este argumento reside en que tomamos como modelo la inferencia que
realizamos en el ámbito de la experiencia entre la obra del artesano y las
cualidades y atributos de su creador. Pero tal inferencia la podemos hacer
porque se da en el ámbito de la experiencia, conociendo las peculiaridades y las
formas corrientes de la acción de los seres humanos, y observando
reiteradamente las conjunciones entre la obra y el creador. Pero en el caso de la
relación entre "el mundo" y su "creador" no disponemos de esa experiencia, no
podemos observar a Dios en absoluto, por lo que la aplicación del principio de
causalidad resulta enteramente ilegítima, quedando el modelo de inferencia
adoptado (la relación entre la obra y el creador) completamente desautorizado
como argumento probatorio de la existencia de Dios. No hay posibilidad
alguna, pues, de demostrar la existencia de Dios, por lo que la afirmación de su
existencia no es más que una hipótesis "incierta" e "inútil".
5. La Ética: el sentimiento moral
Además de lo dicho en el "Tratado", Hume dedicará las "Investigaciones
sobre los principios de la moral" a fundamentar su filosofía moral. En
consonancia con la oposición al racionalismo, mostrada en la explicación del
conocimiento y en la crítica de la metafísica, se opondrá a los sistemas éticos
que pretenden fundar en la razón la distinción entre el bien y el mal y, en
consecuencia, la vida moral del ser humano.
Que la moralidad existe es considerado por Hume como una cuestión de
hecho: todo el mundo hace distinciones morales; cada uno de nosotros se ve
afectado por consideraciones sobre lo bueno y lo malo y, del mismo modo,
podemos observar en las demás distinciones, o conductas que derivan de tales
distinciones, semejantes. Las discrepancias empiezan cuando nos preguntamos
por el fundamento de tales distinciones morales: ¿Se fundan en la razón, como
han afirmado los filósofos desde la antigüedad clásica, de modo que lo bueno y
lo malo son lo mismo para todos los seres humanos? ¿O se fundan en el
sentimiento, en la forma en que reaccionamos ante los "objetos morales" según
nuestra constitución humana?
Hume nos ofrece argumentos detallados con los que rechazar la
posibilidad de que la razón sea la fuente de la moralidad, que derivan, en
última instancia, de su análisis del conocimiento. Nos había dicho, en efecto,
que sólo existían dos operaciones del entendimiento, dos modos mediante los
cuales puede la razón conocer algo: el conocimiento de hechos y el
conocimiento de relaciones de ideas. Si decimos que la razón es la fuente de las
distinciones morales, tales distinciones deberían obtenerse mediante uno de los
dos tipos de conocimiento señalados. Pero no ocurre así: ninguno de ellos nos
permite obtener la menor noción de lo bueno y lo malo.
6. Sociedad y política
La teoría política de Hume está basada en el análisis de los hechos, con el
correspondiente rechazo de hipótesis filosóficas y de toda explicación que no
sea congruente con los hechos, y encuentra en la noción de utilidad, en el
sentimiento de interés o de ventaja, el fundamento explicativo de la vida social
y de la comprensión de sus instituciones y de las leyes por las que se regula.
Este carácter empírico de la filosofía política es lo que le permite,
precisamente, considerarla como una ciencia, llegando a incluirla, en ocasiones,
en el grupo de la física y la química. Hume está convencido de que las formas
de gobierno no dependen de los "humores y temperamentos" de los seres
humanos, por lo que, analizando adecuadamente la experiencia, se pueden
extraer conocimientos generales y seguros sobre la sociedad, semejantes a los
que nos ofrecen las ciencias empíricas.
El carácter empírico y científico que confiere a la filosofía política le aleja
de consideraciones descriptivas acerca de lo que debe ser la sociedad futura,
(del tipo de las realizadas por Platón y Tomás Moro, por ejemplo, sobre la
sociedad ideal), así como de toda consideración basada en "principios" eternos y
abstractos, a partir de los que explicar y/o justificar la legitimidad de ciertas
formas de poder, o los fundamentos de las formas de gobierno.
La filosofía política, dado su carácter de ciencia empírica, no versa sobre
el "deber ser", ni puede deducir de tales supuestos "principios" filosóficos
conocimiento deductivo alguno sobre la realidad social. Si Hume reflexiona
sobre lo que podría mejorar esta o aquella forma de organización social, lo hace
exclusivamente desde el análisis de las ventajas y la utilidad que podrían
reportar determinadas medidas (como la reforma de la constitución).
Las teorías políticas del contrato o pacto social suponían una existencia
previa a la existencia social del ser humano, a la que dieron en llamar "estado
natural o de naturaleza". En dicho estado de naturaleza cada cual sobrevivía
utilizando sus propios recursos, de forma individual, sin ningún tipo de
existencia social, por lo tanto, de relación comunitaria con los demás. La
sociedad surgiría merced a un contrato o pacto establecido por los individuos
mediante el que abandonaban el estado de naturaleza y se integraban en la
comunidad, comprometiéndose a renunciar a su propio poder y a acatar las
normas sociales.
Hume, por el contrario, considera que la existencia de un estado de
naturaleza no es más que una ficción filosófica, que no tuvo nunca lugar ni
puede tener realidad alguna. La "sociedad" no puede deslindarse de la vida del
ser humano, al haber un deseo natural que empuja a unirse a los seres de ambos
sexos y a mantenerse unidos para criar a sus descendientes. La familia
constituye el núcleo básico de la sociedad, que se va ampliando al constatar los
beneficios que derivan de tal asociación natural. La sociedad no se genera, pues,
gracias a la reflexión que los seres humanos, en el supuesto estado de
naturaleza, realizan sobre su situación y las ventajas de asociarse, sino que es el
resultado de un deseo natural (apetito sexual) de unión que se plasma
inicialmente en la familia.
Eso no quiere decir, sin embargo, que las instituciones sociales y el
estado deriven su legitimidad de la naturaleza de la sociedad, que sean lo que
son "por naturaleza", sino que derivan su legitimidad de una convención. La
base de tal convención radica en la utilidad que las instituciones reportan a la
sociedad, al margen de la cual no tendrían sentido. En ningún caso se puede
decir que forman parte "por naturaleza" de la sociedad. Es tan posible la
existencia de una sociedad sin gobierno coactivo, como lo es lo contrario. De
hecho, la sociedad sin gobierno es el estado "más natural" de los seres humanos,
(Tratado, 3, 2, 8), lo que puede comprobarse empíricamente en las tribus de
América.
Sólo el aumento de las riquezas y de las posesiones individuales puede
explicar el porqué se constituye un gobierno: en base a la utilidad que reporta la
defensa de la propiedad privada y la consiguiente administración de la
"justicia". No hay contrato alguno que fundamente la legitimidad del gobierno,
sino sólo la utilidad que se "siente" que aporta la existencia de tal gobierno. En
consecuencia, la obediencia o la sumisión al gobierno establecido no tiene otro
fundamento que la utilidad que reporta, cesando la obligación de obediencia
cuando desaparezca el beneficio o interés de la misma. ("Of the Original
Contract").