Lady Marian

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Marian Mackencie, desde que tiene uso de razón ha tenido sueños extraños y la

sensación de no pertenecer a ningún sitio. Al morir Esmeralda y Marcus quienes creía


sus padres, descubrirá al fin el secreto que le ha sido ocultado durante toda su vida,
quedando así dividida entre su amor prohibido y su deseo por regresar a su verdadero
hogar, del que fue arrancada sin piedad siendo un bebe.
Eric Darglinton, condenado por sus padres a casarse sin amor con una rica heredera,
pero decidido no acceder a un matrimonio igual de infeliz que el de ellos, romperá
todo vínculo con su tierra y emprenderá el más arriesgado de los viajes en busca de la
mujer que verdaderamente ha amado toda su vida.
Él será el próximo Duque de Darlington y ella una simple criada.
Dos mundos distintos, dos corazones que no entienden de clases sociales.

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Jane Mackenna

Lady Marian
Lady’s - 4

ePub r1.0
Titivillus 24.03.2024

Página 3
Título original: Lady Sarah
Jane Mackenna, 2019

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Para aquella que se llevó una parte de mi corazón con ella.

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Capítulo 1

(Lady Marian). Sur de Inglaterra, 1500

La última montaña de arena, es puesta sobre la tumba de Marcus; el hombre que me


ha criado más no mi padre. Y, un cúmulo de recuerdos de mi infancia, comienzan a
aparecer ante mis ojos…

***

—Te pareces tanto a él. —Me escupe en la cara, su mal aliento me da ganas de
vomitar.
¿Por qué Esmeralda me odia tanto? ¿Por qué me prohíbe que la llame madre? Se
lo he preguntado muchas veces a Marcus, pero nunca me responde. Solo tengo cinco
años, pero veo como los demás niños disfrutan con sus padres. ¿Por qué a mí no me
quieren?

***

Vuelvo al presente con un gran nudo en mi garganta, me duele recordar mi


infancia, con el paso de los años llegué a soportar los desprecios de las personas que
creí eran mis padres, no fue hasta que cumplí ocho años que comencé a entender los
extraños sueños, que con tanta nitidez puedo recordar.

***

Veo a una mujer muy hermosa y en sus ojos puedo apreciar una gran tristeza, está
sola mirando al horizonte, su pelo negro y largo movido por el viento, es como si
estuviera esperando la llegada de alguien muy importante para ella.
No me ve, lo sé porque aunque intento acercarme a ella, no puedo. Pero, sus ojos
parecen iluminarse con una pequeña chispa de esperanza, cuando a lo lejos logra
escuchar el galope de varios caballos y distinguir a varios jinetes. Entre los que
resalta, uno que va montado sobre el lomo de un caballo negro con una gran mancha
blanca entre sus ojos, quien se adelanta y, cuando llega hasta la mujer, desmonta sin
detener del todo el galope de la bestia.
—Has vuelto. —Susurra la hermosa mujer con un amor profundo en sus palabras.
—Siempre —responde el hombre moreno, sus ojos son negros como la noche, me
recuerdan mucho a los míos.

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—¿Sebastien?… —La mujer parece asustada, ansiosa.
El hombre llamado Sebastien, niega con la cabeza y un profundo dolor se instala
entre los dos, puedo sentirlo.
—La encontraré, te juro amor mío que nuestra hija volverá a casa.
Y con esa promesa, el hombre y la hermosa mujer se abrazan, puedo sentir el gran
amor que los une además del intenso dolor por la pérdida de ese ser querido tan
importante para ellos. Envidio a esa persona, el indescriptible sentimiento que sienten
por ella hace que la busquen con desesperación, ojalá fuera yo esa hija.
Ojalá alguien me quisiera así algún día.

***

Esa fue la primera vez que soñé con mis verdaderos padres. Desde ese día, cada
noche lograba escapar a través de mis sueños a esas hermosas tierras, y ver a las
personas que me dieron la vida, podía huir de mi horrible realidad. Esmeralda
siempre me ha odiado, pero Marcus; aunque, nunca me expresó amor o cariño, se
portó distinto a ella. Fue un hombre amargado a causa de su aspecto; ciego de un ojo
y terriblemente desfigurado, recuerdo con claridad las muchas veces que Esmeralda
se burló de él por eso.
No sé qué es lo que siento con exactitud, su muerte no es algo que lamente,
aunque, sí me produce una leve tristeza pues a pesar de que no fue el mejor hombre,
me crío y protegió siempre que Esmeralda, embriagada por el vino, se ponía violenta
conmigo.
Esmeralda…
Debo volver deprisa a casa, ella está enferma del mismo mal que atacó al que fue
su esposo, mi deber es cuidarla hasta que el Señor decida llevársela. A pesar de mi
conocimiento en hierbas curativas y brebajes, nada ha funcionado con ellos.
Miro por última vez el lugar donde reposará para siempre Marcus, despidiéndome
de él, porque cuando Esmeralda también se marche de este mundo, al fin seré libre
para seguir mi camino, para encontrar lo que durante años he soñado. Corro el corto
camino que separa el cementerio de la aldea hasta nuestra pequeña choza, al abrir la
puerta el hedor a muerte me golpea, incluso temo que esté muerta ya, me acerco al
camastro y puedo observar como la enfermedad ha consumido bastante a la mujer
que tengo delante.
Su tez blanca y sudorosa, sus gemidos de dolor.
—¿Esmeralda?, —susurro sentándome a su lado, apenas respira.
Entreabre los ojos y me mira.
—Ya está hecho. ¿Cierto? —Su voz ronca por la fiebre ya no me sorprende—.
Parece mentira, nunca lo amé y ahora incluso la muerte nos lleva juntos.
Vuelve a cerrar los ojos, y por primera vez en toda mi vida veo como las lágrimas
se filtran a través de sus parpados cerrados.

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—Al fin serás libre —susurra sin abrir los ojos, como si de ese modo pudiera
controlar el llanto que baña su demacrado rostro—. Marian.
—¿Qué?, —pregunto temiendo que esté delirando de nuevo.
—Tu verdadero nombre es Marian, ese fue el nombre que eligió tu madre al dar a
luz, eres hija de Valentina y Sebastien Mackencie.
No doy crédito a sus palabras, desde muy pequeña supe que no eran mis padres,
pero Esmeralda siempre se burlaba de mí y mis sueños, siempre me llamó bruja y me
amenazó con contárselo a todo el mundo. Ahora, entiendo todo, durante toda mi vida
he soñado con tierras lejanas, salvajes y hermosas, y soñaba con una mujer preciosa
pero que siempre tenía sus bellos ojos empañados por la tristeza, y el hombre que
siempre la protege, muchas veces lo vi llorar.
Ellos son mis verdaderos padres. Siempre estuve convencida de eso, aunque ella
lo negara. En mi corazón, cada vez que soñaba con ellos, me sentía a salvo, en casa.
—¿Por qué lo hiciste?, —pregunto sin comprender.
—Lo amaba más que a mí misma. Pero Sebastien había entregado su corazón a tu
madre y nada de lo que yo hiciera cambiaría ese hecho, así que obtuve mi venganza a
través de ti.
—¿Me robaste? —Aún no doy crédito a su confesión.
—Con la ayuda de Marcus secuestré a tu madre, yo ayudé a traerte al mundo, y
cuando naciste dejé a tu madre desangrándose y nos marchamos llevándote con
nosotros.
—Pero mi madre vive. ¡Yo la he visto! —Digo confundida—. Su pelo es negro
como la noche, y sus ojos azules.
—Sobrevivió para pasar sus días soportando el dolor por haberte perdido,
conseguí lo que quería, pero no he sido más feliz por ello, al contrario, el verte a ti
cada día es como ver a Sebastien, y recordar que perdí algo que nunca llegué a
poseer.
—He pasado los primeros dieciocho años de mi vida alejada de mi familia, de mi
tierra. —Un profundo odio comienza a crecer dentro de mí, pero intento dominar el
amargo sentimiento, pues Esmeralda está moribunda.
—Eres la nieta de Alexander y Brianna Mackencie, el Laird más temido de las
Tierras Altas, tú perteneces a esas tierras, salvajes pero hermosas a la vez, ojalá
pudiera verlas una vez más antes de morir, pero me temo que mi hora ha llegado.
—¿Por qué ahora? —Insisto con los dientes apretados, controlando las ganas que
tengo de gritarle todo el dolor que siento, de herirla y destrozarla como ella hizo con
mis padres.
—Nunca he creído en Dios, pero ahora que mi hora se acerca, quiero saldar mis
cuentas —jadea en busca de aire, a cada segundo le cuesta más poder respirar—.
Pedirte que me perdones es inútil, intentar reparar lo que hice hace tantos años es
imposible, pero contándote la verdad te permito escapar de aquí. Ya no tienes por qué

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seguir trabajando para los duques, márchate a casa, vuelve a tu hogar y olvídate de
Eric.
Palidezco al escuchar sus palabras, pues estaba segura de que había disimulado
muy bien mis sentimientos por el próximo Duque de Darlington.
—Esmeralda… —Intento desmentir sus palabras, pero no me lo permite.
—¿Qué crees, que no lo sabía? ¿Qué no me daría cuenta? —Cuestiona muy seria
—. No cometas el mismo error que yo, no te aferres a un imposible. El jamás se
casará contigo, no con una campesina con sangre gitana en sus venas.
—Pero acabas de decir que no soy una simple campesina, soy la nieta de un
Laird. —Respondo dolida por sus palabras, porque muy en el fondo sé que son
ciertas.
—Cierto, pero nunca estarás a la altura de un duque inglés, hazme caso. —En su
voz escucho una súplica que no puedo pasar por alto—. Vuelve a donde perteneces.
—Lo haré. —Le digo para intentar calmarla.
—¡Júramelo! —Me exige cogiendo mi mano con las pocas fuerzas que le quedan.
Tardo varios minutos, no me gusta jurar en vano, no estoy segura si seré capaz de
irme lejos de Eric, aunque, mi corazón ahora mismo está dividido entre el amor que
siento por él y el que siento por mis padres, pues a pesar de no conocerlos, me une a
ellos algo muy poderoso.
Sus ojos medio cerrados, su mano fría sobre la mía, me hace reaccionar.
—Te lo juro Esmeralda. —Asiento para convencerla.
Ella suspira y cierra los ojos, por un momento creo que ya se ha marchado, pero
me sorprende ver que vuelve a abrirlos y suplicar una última cosa.
—Dile a tu padre que me perdone por favor. —Comienzo a llorar ante su petición
y mirándome por última vez, sus últimas palabras son…— Sebastien.
Ha muerto con el nombre de mi padre entre sus labios, entre sollozos le cierro los
ojos para siempre e intento odiarla, despreciarla, pero no puedo. Solo siento pena,
pena por ella. Porque sé lo que es amar a un hombre que jamás corresponderá tus
sentimientos, al que nunca podrás amar con libertad.
Aunque, no puedo perdonar lo que me hizo, lo que nos hizo a todos.
Y, ahora, que las dos personas que me criaron han muerto dejándome sola,
después de vivir toda mi vida con ellos, no me siento huérfana, pues no lo soy, a
miles de millas de distancia está mi familia, mis padres, mis abuelos, y espero que no
sea tarde para volver con ellos. No será hoy, ni mañana, pero siento la necesidad de
conocerlos, de que me estrechen entre sus brazos y tener la sensación de pertenecer a
alguien.
Me limpio las lágrimas mientras llaman a la puerta, voy a abrir y me encuentro
con los ojos azules de Eric, y unas ganas irrefrenables de abrazarlo me invaden, pero
me contengo.
—En nombre de toda mi familia, vengo a dar el pésame a tu madre y a ti. —Su
voz ronca y amable me hacen llorar de nuevo.

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—Ella también acaba de morir —susurro, intentando tranquilizarme.
Veo como me mira con lástima y me sorprende al abrazarme, me tenso por un
instante, pero me dejo hacer, porque sé que no volveré a estar entre sus brazos nunca
más. Cierro los ojos dejando a mi imaginación volar, imaginando como sería mi vida
junto a él, este dulce momento dura poco, se aparta y no soy capaz de mirarlo a los
ojos.
—Tus padres fueron unos trabajadores ejemplares. —Asiento porque eso es
cierto, tenían muchas faltas, pero fueron leales a los duques—. ¿Qué vas a hacer
ahora Elisa? —Por un momento me asombra que me llame así, pues ahora que sé que
el nombre que eligió mi madre para mí fue Marian.
—No lo sé —susurro sin fuerzas, no tengo ganas de pensar, debo ocuparme de la
mujer que me crío—. Debo enterrar a Esmeralda.
—Mis hombres se encargarán, debes descansar, no hace falta que vengas a
trabajar hasta el sábado, ese día necesitamos a todas las trabajadoras disponibles,
tenemos una cena muy importante.
—Gracias mi señor, allí estaré. —Intento sonreír más no lo consigo, cuando Eric
se marcha vuelvo a respirar con tranquilidad y me dejó caer en la silla más cercana.
Los golpes en la puerta me sobresaltan, abro y me encuentro a varios hombres
que viene por el cuerpo de Esmeralda, les pido esperen un poco, quiero arreglarla y lo
hago con rapidez. Ya en el cementerio, vuelvo a mirar su cuerpo inerte y me parece
mentira que esta mañana estuviera en este mismo lugar enterrando a Marcus y, ahora,
ella descanse a su lado.
Tengo dos días por delante para descansar y arreglar la pequeña choza donde me
he criado. Hice una promesa y estoy dispuesta a cumplirla, pero no sé cuándo.

***

Los días han pasado raudos, he intentado mantener la mente ocupada, por suerte
el arduo trabajo en la mansión, me deja poco tiempo para compadecerme. Hoy es el
día del gran baile, aún no sabemos el porqué de tanto alboroto, han llegado personas
desde todas las partes de Inglaterra, Duques, Condes, Marqueses, Barones. Todo está
limpio y reluciente, la abundante comida preparada para ser servida, todas las
sirvientas ataviadas con nuestros mejores uniformes, y lo que aún no logro
comprender es por qué siento unos nervios espantosos, como si algo malo fuera a
ocurrir, llevo varias noches soñando algo muy extraño.
En mi sueño Eric está en un camino frente a mí, su mirada me trasmite pena e
indecisión y, cuando empiezo a acercarme a él, algo me lo impide, mejor dicho,
alguien. Una mujer menuda y voluptuosa, con el cabello rubio, muy hermosa, toda
una dama. Ella es la que me impide llegar hasta Eric, no he querido darle mucha
importancia porque han sido días duros para mí, pero cada vez estoy más y más
nerviosa, tanto que me tiemblan las manos.

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Cuando la fiesta da inicio, todas nos ponemos a trabajar, incluso me olvido de mis
tontos temores, las horas pasan, todos comen y disfrutan de la velada. El baile
comienza a media noche, puedo ver a las jóvenes damas ataviadas de sus mejores
galas, todas hermosas y elegantes, a los caballeros apuestos y galantes.
Justo es ese momento aprovecho para tomar un descanso y salgo al jardín, incluso
aquí hay gente, camino con rapidez y me alejo, adentrándome en el pequeño laberinto
que tienen los Darlington, creo estar sola hasta que escucho pisadas apresuradas
detrás de mí, estoy lista para gritar cuando observo a Eric aparecer frente a mí, más
apuesto que nunca con su traje negro.
—Creía que no podría darte alcance, Elisa. —Respira agitado, como si hubiera
corrido Kilómetros.
—¿Desea algo mi señor?, —pregunto aún sin comprender por qué Eric me ha
seguido.
—Necesito hacer algo antes de que sea demasiado tarde —susurra antes de
cogerme entre sus fuertes brazos y posar sus gruesos labios sobre los míos.
Abro los ojos de par en par porque no puedo creer que Eric, el hombre que amo
me esté besando. ¡Mi primer beso! Siempre soñé que sería así, lo he deseado desde
hace casi tres años, cuando fui lo suficiente madura para comprender por qué me
sonrojaba cada vez que mi señor me sonreía, para entender por qué deseaba ser
besada por él, y aunque sé que mi amor por Eric está condenado, no puedo
impedirme disfrutar de sus caricias y de corresponder con todo mi amor al beso.
Nunca antes he sido besada, no sé si estoy haciéndolo bien, pero me dejo llevar
por las hermosas sensaciones que el hombre que amo despierta en mí. No sé siquiera
cuánto tiempo pasa antes de que nos separamos, no soy capaz de mirarlo a los ojos,
me avergüenza que piense que soy una libertina, una mujer sin respeto y moral.
—Perdóname —susurra, me besa una vez más y se marcha dejándome sola en el
oscuro laberinto.
Las preguntas sin respuesta me rondan la cabeza una y otra vez, ¿por qué lo ha
hecho?
El descanso termina y aún aturdida debo volver a la mansión, todos los invitados
están reunidos en el gran salón de baile, así que entró por la puerta de la servidumbre
para no ser vista con el aspecto desaliñado y temblorosa, no quiero que nadie empiece
a preguntarme. Apenas me ven, las criadas cuchichean en un rincón de la cocina y
cuando me miran con lastima no entiendo nada.
—¿Qué ocurre?, —pregunto.
Ninguna se atreve a responder, solo Sofía; mi mejor amiga desde que puedo
recordar, una gitana como yo, tal vez por eso nos hicimos confidencias desde muy
pequeñas, confió en ella.
—Los duques van a hacer un anuncio muy importante y… —Las voces en el
salón la hacen callar y un horrible presentimiento me golpea.

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Con sigilo, me asomo y veo a los padres de Eric junto a él, pero lo que hace que
deje de respirar, es la hermosa joven que está a su lado sonriendo orgullosa. La he
visto mil veces en mis sueños, es la mujer que impedía que pudiera acercarme a él.
Un sudor frío cruza mi espalda de inmediato, y del mismo modo, siento la
presencia de Sofía materializarse a mi lado, como a la espera de que en cualquier
momento pudiera derrumbarme en el suelo. Ella mejor que nadie sabe de mi amor por
Eric, y siempre ha intentado hacerme entender que por mucho que lo ame, los
cuentos de hadas no existen.
La voz grave del Duque de Darlington, me devuelve al presente…
—Queridos amigos, me complace anunciar el compromiso de mi hijo Eric con
Lady Bárbara Stanton. —El anuncio hace que todos los presentes aplaudan con
júbilo.
Pero, a mí se me ha partido el corazón en mil pedazos.
—Lo siento —susurra mi amiga, para que las demás no nos oigan—. Esto es lo
que quería contarte.
—Canalla. —Intento contener las lágrimas—. Hace menos de media hora que me
ha besado.
—¡¿Qué?!, —pregunta Sofía en voz bastante alta. Mi mirada de enfado la hace
guardar silencio enseguida, si alguien más escucha lo que le he confesado, mi
corazón roto será el menor de nuestros problemas.
—Ya da igual, eso no importa. —Camino despacio saliendo de nuestro escondite
y me dirijo hacia la cocina de nuevo—. Esmeralda tenía razón, es hora de que me
marche de aquí, es hora de que vuelva a mi hogar.
—¿A Irlanda? —Sofía no puede creer que sea capaz de tomar tal decisión, lo que
ella no sabe es que no soy irlandesa.
—A Eilean Donan, a Escocia. —Le cuento la verdad, ¿por qué ocultarla ya?—.
Ese es mi verdadero hogar.
—¿Vas a dejarme sola? —En su voz puedo detectar el miedo, el dolor. Ella al
igual que yo está sola en el mundo, sus padres murieron cuando apenas era una niña.
—Puedes venir conmigo. —De repente, esa idea me da alegría, saber que no la
perderé me proporciona algo de paz.
—Iré contigo, Elisa —contesta sin dudar.
—Marian, mi verdadero nombre es, Marian Mackencie —digo orgullosa de mi
estirpe, de la familia a la cual pertenezco y ansío conocer.
—Un bonito nombre. —Asiente mi amiga—. ¿No vas a llorar?
—¿Serviría de algo? —Sonrío, intentando alejar el dolor que me atenaza el
corazón, pero no creo que sea capaz—. Dentro de dos días al amanecer partiremos,
necesitamos hacer arreglos, tendremos que viajar solas, necesitamos caballos.
—¿Y cómo lo haremos?, —pregunta preocupada.
—Yo me encargo. —Lo tengo todo planeado, ahora más que nunca debo salir de
aquí.

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No quiero pasar mi vida, viendo al hombre que amo formando una familia, o peor
aún, convertirme en su amante como afirmó Esmeralda que ocurriría. Ya me siento
sucia por el beso que me ha dado, un beso que me dio a sabiendas de que iba a
comprometerse con otra mujer, pero claro. ¡¿Quién soy yo?! Nadie, una simple gitana
a la que puede utilizar a su antojo y voluntad, para satisfacerse y reírse de mí.
Lo que Eric Darlington, no sabe es que de Marian Mackencie no se ríe nadie.

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Capítulo 2

(Lady Marian). Sur de Inglaterra, 1500

El amanecer me sorprende sin haber dormido nada, tengo los ojos hinchados por el
llanto. Me siento traicionada, usada y menospreciada, es algo que no quiero volver a
sentir nunca más, ya he decidido que me marcho de aquí, y hoy mismo hablaré con la
duquesa y le dejaré claras mis intenciones y las de Sofía.
Me levanto de mi catre y me visto, después me trenzo el cabello y me dirijo hacia
la mansión, hace frío, pero no lo siento. Cuando llego a la cocina, Sofía ya está
preparando el desayuno, una mirada suya es suficiente para comprender que tiene
algo malo que decirme, y no sé si quiero escucharlo.
—¿Qué ocurre? —Le pregunto, mientras empiezo mi trabajo—. ¿Has cambiado
de idea?
Ella niega, pero no me mira, comienza a asustarme.
—Los Stanton, se quedaron ayer a dormir —susurra.
«¿Así que eso es lo que temía decirme?» pienso, ya consciente de que soy la
encargada de servir el desayuno, lo que me pone en alerta enseguida, pues ver a Eric
junto a su prometida es mucho más de lo que puedo soportar.
—Yo serviré la mesa hoy —dice decidida, solo puedo sonreír en agradecimiento
—. Solo un día Elisa, aguanta un día más.
—Marian —corrijo.
Se marcha para llevar todo lo necesario para arreglar la mesa, decido salir a
ayudarla ya que nadie estará levantado aún, así que no tendré que ver a ningún
invitado. Con rapidez preparamos la mesa y me retiro del mismo modo, de vuelta en
la cocina sigo preparando las cosas y adelantado otras para la comida.
Pasado unos minutos, Sofía me anuncia que ya todos están en la mesa y que va a
comenzar a servir, yo le dejo todo preparado y le agradezco una vez más por
salvarme de tener que soportar el dolor de ver a Eric junto a su futura mujer.
Segundos después, mi amiga vuelve con cara de circunstancias y a nada de romper en
llanto.
—¿Qué ocurre, Sofía?, —pregunto asustada.
—Lady Margaret, ha ordenado que seas tú quien sirva el desayuno como haces
siempre.
Asiento, intentando encontrar el valor para salir de allí y enfrentar lo que
intentaba evitar a toda costa.
Lady Margaret Darlington, me ha odiado siempre, desprecia a la servidumbre en
general, pero hacia mí siempre ha sentido un odio desmedido, nunca he entendido el

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porqué. Cojo la bandeja con él té, el café y los bollos y salgo con la cabeza en alto, no
estoy dispuesta a que nadie sepa cuán destrozada estoy, mucho menos, Eric
Darlington.
Como suponía su prometida está a su lado, enfrente sus futuros suegros, y los
duques a la cabecera de la gran mesa, nadie alza la vista al verme entrar, solo Lady
Margaret; cuya sonrisa ladina refleja lo mucho que está disfrutando de la situación.
Sirvo con manos temblorosas, temiendo derramar algo, gracias a Dios no es así y,
en pocos minutos, logro regresar a la cocina. Allí Sofía, me espera nerviosa,
paseándose de un lado a otro y, al verme, pregunta qué ha ocurrido, pero niego con la
cabeza para hacerle saber que no deseo hablar, ni recordar nada de lo que he visto y
sentido allí fuera.
El día pasa despacio, solo deseo que el tiempo pase para poder irme de aquí,
llegar a mi hogar, al lugar donde pertenezco y poder curar mis heridas, tal vez
encontrar algo de paz. Al caer la noche, me dirijo a mi choza, cansada y desanimada,
he conseguido comprar un par de caballos con un collar de perlas que poseía
Esmeralda, según me contó fue un regalo de un amante, y dado que no deseaba
tenerlo en mi poder, no dude en darle un uso mejor. He comprado también, algo de
comida y un par de dagas, pues viajaremos solas y no voy a arriesgarme a ir por
completo desprotegidas.
Entro y prendo una de las velas que siempre dejo preparada para mi regreso, y
lanzo un grito al ver sentado en una de las sillas al mismísimo, Eric Darlington.
—No era mi intención asustarte —dice, mientras se levanta—. Esta mañana ni
siquiera querías servir la mesa para no verme.
—¿Desea algo mi señor?, —pregunto, intentando mantener la distancia—. ¿A qué
debo el honor de su visita?
—¡Elisa, por favor! —En su voz detecto dolor—. No soporto que me mires así,
no soy el canalla que crees. Mi compromiso estaba arreglado casi desde nuestro
nacimiento, no es algo que haya buscado y, ciertamente, no lo deseo.
—No debe darme ninguna explicación mi señor, solo soy una simple criada.
—¿Crees que eres una simple criada para mí? ¿Qué no siento nada por ti después
de lo que ocurrió anoche entre nosotros? —Indaga con ansiedad, buscando mi mirada
—. Crecimos jugando juntos, éramos amigos.
—Eso fue hace mucho tiempo mi señor, ambos crecimos y nos debemos a
nuestras obligaciones, usted debe casarse para tener el heredero que sus padres
ansían, y yo, simplemente, soy una criada.
—¡Déjate de estupideces, Elisa! —Me interrumpe, gritando—. ¡Puedes llamarme,
Eric! ¡Maldita sea!
—No creo que sea correcto, mi señor. —Me niego de nuevo, él y yo nunca
seremos iguales.
—¿Y besarme sí lo es? —Lo pregunta con tanta seriedad que, incluso, me asusta.
—¡Pero fuiste tú quien me besó!, —exclamo, incrédula.

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—¡Por fin una emoción sincera! —Sonríe, no puedo evitar imitarlo, pues sus
hermosos ojos azules brillan con una chispa de felicidad que no tenía cuando he
llegado.
—Eric… —susurro, viéndolo acercase a mí, feliz porque por fin lo he llamado
por su nombre—. Esto no está bien, no deberías estar aquí.
—Deseo estar aquí, en cualquier parte donde tú estés, ahí es donde quiero estar.
—Sus grandes manos cogen mi rostro y nos miramos a los ojos, estoy segura que él
puede ver en los míos el amor que siento por él, y mis pensamientos se disipan,
cuando vuelvo a sentir sus labios sobre los míos. Los temblores en mis piernas, los
nervios, los escalofríos, todo se intensifica.
No sé en qué momento hemos llegado hasta mi cama, pero allí estamos, lo siento
sobre mí, besándome, acariciando mi cuerpo como nadie lo ha hecho jamás. Y con
algo de sorpresa, me descubro correspondiéndole con audacia y sin ningún tipo de
pudor, ya tendré tiempo más adelante para arrepentirme, por ahora, y si esta es la
última vez que voy a verle, deseo entregarme a él y atesorar en mi mente este
recuerdo hasta el final de mis días.
—¿Deseas que pare, Elisa?, —pregunta, jadeando mientras acaricia mis piernas
por debajo de mi falda.
No respondo, solo me abrazo con más fuerza a su cuerpo, él parece entender mi
mudo deseo y con mucho cuidado comienza a desnudarme, mientras sus besos y
caricias no cesan, impidiéndome pensar y arrepentirme.
En pocos minutos, estoy desnuda bajo su espléndido cuerpo, me mira hambriento
y, sin dejar de mirarme, acaricia mis pechos haciéndome gemir por el placer tan
intenso que una sola caricia me provoca, mientras a su vez, busca en mis ojos alguna
reacción de rechazo. Y, al no encontrar en estos más que deseo, comienza a quitarse
la camisa y los pantalones, permitiéndome ver por primera vez un hombre desnudo y
excitado, no siento temor a pesar de ser virgen, sé que sentiré dolor, pero es algo que
deseo entregar al hombre que amaré toda mi vida.
Vuelve a tumbarse sobre mí, susurrando mi nombre una y otra vez, besando mi
cuello, mis pechos, y cuando roza mi centro, me estremezco ante su ardiente caricia y
siento que me despedazo en un millón de partículas. Estoy sudorosa, temblando de
deseo y anticipación, hasta que, al fin Eric se apiada de mí y me hace suya muy
despacio y sin prisa. Es tan cuidadoso, tan cariñoso conmigo que, soy capaz de
imaginar que él me ama tanto como yo a él, y que está noche se repetirá una y mil
veces más.
El dolor que siento, es efímero comparado con el placer y el amor que me
embarga. Y, cuando por fin siento a Eric dentro de mí por completo, me permito abrir
los ojos y lo miro presa de mil emociones. Está más hermoso que nunca, con su
cabello rubio bastante sudoroso, sus ojos azules ahora casi negros por el deseo, sus
fuertes brazos sosteniendo su peso para no aplastarme, su mandíbula apretada a causa
de la contención de su propio goce, no quiere hacerme más daño del necesario, todo

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un caballero inglés, mi caballero de brillante armadura, aunque solo sea en mis
sueños.
Cuando soy yo quien le acaricia su fuerte espalda, es él quién se estremece y
cierra los ojos, para después moverse despacio entre mis piernas, no siento dolor, me
siento plena, llena de él y no quiero que este momento acabe jamás. De pronto, todo
se vuelve más brusco y rápido a medida que el placer guía nuestros cuerpos y, sin
poder controlarme más, grito el nombre de Eric y sus labios el mío, mientras ambos
llegamos a la cima de un placer nunca antes experimentado y él me abraza como si
nunca me quisiera soltar.
No sé en qué momento me dejo vencer por el cansancio, pero al despuntar el alba
y mirar a mi lado, Eric ya no está. Un sigiloso escalofrío me invade, pero decido no
lamentarme por lo ocurrido, hay mucho qué hacer antes de partir, ya tendré tiempo
para arrepentimientos. Por lo que, a prisas me visto sin permitirme procesar el tibio
dolor que palpita en mi centro, estoy algo dolorida, no sé cómo podré cabalgar,
aunque este no me impedirá irme lejos de aquí, pues mi corazón siente un dolor
mucho mayor y no es capaz de soportarlo.
Mis pocas pertenencias ya están metidas en un saco, los caballos preparados, solo
me falta ir a la mansión por Sofía; ella duerme en la parte de los criados desde que
murieron sus padres hace ya muchos años. El día está nublado, la niebla casi no me
deja ver, pero voy directo al cementerio donde descansan Esmeralda y Marcus,
necesito despedirme de ellos, aunque no lo merezcan.
—Me marcho de aquí como te prometí Esmeralda, regresó al hogar del que nunca
debí ser arrancada, aunque no es fácil os he perdonado, a ambos. —Intento contener
los sollozos para seguir hablando—. He venido a despedirme de vosotros pues no
volveré jamás, pero le diré a Tito que os traiga flores, espero que estéis donde estéis
hayáis encontrado la paz que no supisteis encontrar en vida, Adiós.
Dejo las flores que he traído para ellos, y me marcho sin mirar atrás, es la primera
de muchas despedidas que tendré que enfrentar antes de partir, y no es la más
dolorosa.
Cuando llego a la mansión, Sofía ya está esperándome en el portón, parece
nerviosa incluso asustada.
—Creí que nunca ibas a llegar Marian —me riñe, dirigiéndose hacia su caballo y
atando su saco a la silla.
Sin perder tiempo, yo también hago lo mismo, miro por última vez todo lo que
me rodea, aquí he crecido, no conozco nada más allá de estas tierras y, ahora, me
aventuro a irme solo en compañía de mi amada amiga hasta Escocia. Mis
pensamientos son interrumpidos por un niño corriendo hacia nosotras, es Tito, otro
huérfano que trabaja como ayudante en las cuadras.
—¡Elisa!, —grita, yo le mando callar enseguida, no quiero que nadie nos vea
marchar—. ¿Te vas sin despedirte?

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Veo que está a punto de llorar y lo abrazó, no quería despedirme de él porque
sabía que esto ocurriría, me pondría a llorar como una niña.
—Volveremos a vernos, Tito. —Le miento para que deje de llorar—. Debes
prometerme que le pondrás flores a Marcus y Esmeralda, ¿de acuerdo?
Él asiente, sorbiéndose las lágrimas y me abraza con fuerza.
—¿Dónde vais a ir?, —susurra en mi oído.
—Vuelvo a mi hogar, a Eilean Donan, está en Escocia, ¿te cuento un secreto?
Vuelve a asentir ya más animado, le encantan los secretos, y sonrió sin poderlo
evitar.
—Mi verdadero nombre es Marian Mackencie, y soy nieta del Laird más
poderoso de las Tierras Altas, así que vuelvo con mi verdadera familia.
—Es muy bonito tu nombre, como tú. —Me besa en la mejilla y se aparta de mí,
reuniendo el valor como si fuera ya un hombre—. Prometo cuidar las tumbas de
Esmeralda y Marcus hasta que vuelvas.
Sonrío y le beso por última vez, no tengo valor para decirle que no voy a volver.
Después, me dirijo hacia mi caballo, pero el ruido de la puerta abriéndose nos
sorprende a los tres, y más al ver de quién se trata.
Lady Margaret Darlington, está frente a nosotras.
—¿Así que te marchas? —Sonríe, mirando los caballos ya preparados—, mejor,
así le ahorras la vergüenza a mi futura nuera de ver aquí a la amante de su marido.
—No soy la amante de su hijo —contesto con rapidez, sus palabras son como sal
sobre una herida.
—¿No?, —pregunta, cínica—. Anoche fue a tu choza y volvió casi el amanecer,
eso te convierte en su ramera. —Afirma con cara de asco.
A mi lado, Sofía contiene el aliento al escucharla, me siento tan humillada que no
soy capaz de contestar, momento que aprovecha la duquesa para asestar el último
golpe.
—Eres tan zorra como tu madre, ¿no sabías que fue amante de mi marido muchos
años? —La miro sin poder dar crédito a lo que dice—. La odiaba a ella y te odio a ti.
—Vámonos, Elisa. —Suplica mi amiga.
—Hazle caso a tu amiga. ¡Lárgate de aquí!, —ordena—. Mi hijo ya ha obtenido
de ti lo que deseaba, ahora, se casará con la mujer que realmente ama, y esa no eres
tú. ¡Escoria!
Dicho eso, cierra la puerta de golpe, dejándonos fuera.
Estoy llorando, me siento tan menospreciada, mancillada.
—¡Vamos!, —insiste de nuevo Sofía.
Como puedo, subo a mi caballo y emprendemos la marcha, dejándola a ella
marcar el camino, pues me siente desecha y mis lágrimas nublan mi vista. Ninguna
de las dos hablan, no sé durante cuánto tiempo cabalgamos, pero cuando el sol
calienta con fuerza sobre nuestras cabezas, le digo.

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—Debemos parar a comer algo, cerca de aquí hay un arroyo y allí pueden beber
los caballos. —Sofía nos guía y en poco tiempo llegamos a nuestro destino.
—¿Dónde estamos?, —pregunto, con la voz ronca por el llanto.
—Fuera de las Tierras de los Darlington —responde, sacando algo de pan y queso
para comer.
Los caballos están bebiendo en la orilla del arroyo, todo parece normal, todo
parece estar en su sitio, menos yo.
—¿No vas a preguntarme nada?, —le digo mirándola, esperando ver en sus ojos
el reproche.
—No, si te has entregado a Lord Darlington sé que ha sido por amor, mi opinión
y afecto por ti no han cambiado ni lo harán.
—Gracias Sofía, muchas gracias, no sería capaz de hacer este viaje sin ti.
—Si serías capaz, no vuelvas a agachar la cabeza ante nadie. —Me ordena—.
¡Recuerda quién eres en realidad! Eres Lady Marian Mackencie.
—Sí —susurro—. Soy Lady Marian Mackencie, y nunca más permitiré que nadie
me hable como lo ha hecho esa maldita vieja.
Sofía asiente y sonríe feliz, y yo la imito, parece mentira que hace unos minutos
me sentía derrotada y con unas simples palabras de ella, me siento más fuerte y
poderosa que nunca. Siento como si hoy fuera el primer día de nuestra nueva vida, y
pronto podré abrazar a mis padres, a mis abuelos, nadie volverá a despreciarme.
Hoy comenzamos a vivir…

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Capítulo 3

(Lady Marian). Frontera con las Tierras Bajas de Escocia.

Llevamos varios días de viaje, no ha llovido ni hecho mucho frío, y eso es una gran
ventaja, la gente es muy hospitalaria y ninguna de las dos noches hemos tenido que
dormir a la intemperie. Los campesinos, son mucho más agradables que la gente rica,
gracias a ellos pudimos dormir un par de noches en posadas tan pronto cruzamos la
frontera, y según nos explicó un granjero hace unas horas, no faltaban muchas millas
para llegar a la frontera con las Tierras Bajas de Escocia, una vez crucemos, atrás
dejaremos a Inglaterra para siempre.
Aunque, cuando traspasemos los límites aún nos quedarán al menos tres o cuatro
días de viaje para llegar a las Tierras Altas, y un día o dos más para llegar a Eilean
Donan. Por lo que, decidimos no parar en ningún otro lugar hasta cruzar la frontera,
Sofía teme que nos busquen y nos obliguen a volver, le he repetido mil veces que no
van a perseguir a un par de criadas, no somos nada para ellos.
Casi al anochecer, atravesamos por fin el tan ansiado límite y optamos por
quedarnos a dormir a la intemperie para conservar el poco dinero que nos queda, pues
ya estamos en un país extraño y no sabemos a qué tendremos que enfrentarnos,
además en caso de que mi familia no nos dé asilo lo necesitaremos para sobrevivir
hasta encontrar algún trabajo.
«¡Al fin libres!» pienso, cuando soy consciente de que estamos ya en otro país, en
mi verdadera patria, y puede que parezca una tontería, pero lo siento en mi corazón,
siento que pertenezco a esta hermosa tierra y presiento que estamos muy cerca de
nuestro destino, más cerca de conocer a mi verdadera familia.
¿Qué pensarán de mí? ¿Cómo reaccionarán al verme? Lo que más deseo es
gustarles, que me amen, nunca he recibido amor. Marcus no era muy expresivo; y
Esmeralda, me odiaba, así que mi infancia no ha sido la mejor, a pesar de que desde
que conocí Sofía; quien es menor un par de años, ha sido como la hermana que nunca
tuve, por eso siempre la he protegido y no dudé en traerla conmigo. No concibo mi
vida sin ella a mi lado, y sé que el sentimiento es mutuo.
—¿Te arrepientes?, —pregunta, sacándome de mis pensamientos—. ¿Lamentas
haberte entregado a Darlington?
Tardo en responder, porque no es una respuesta que pueda darse a la ligera, pero
tras verla unos segundos peinar su cabello, le contesto.
—No. —Mi confesión le sorprende, lo sé—. Deseaba entregar mi virtud al
hombre que amara, y lo he hecho. No importa cuáles fueron sus intenciones, para mí
solo cuentan las mías.

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—Entiendo…, nunca he estado enamorada, no he sentido el deseo de entregarme
a ningún hombre —dice con pesar.
—Quiera Dios que jamás ames a quien no pueda corresponderte —le deseo de
todo corazón, pues sé muy bien el dolor que produce el desamor.
Termino de secar mi cuerpo y me visto junto al fuego, como no tengo paciencia
para domar mi cabello rizado, es Sofía; quien me lo cepilla una y otra vez hasta que
está casi seco y luego me teje una trenza.
—Debemos dormir, mañana será un día largo. —Asintiendo, ambas nos metemos
en la pequeña cama que hemos improvisado, nos abrazamos para sentir el calor de la
otra.
Y así como tantas noches antes de hoy, nos dormimos.

***

Sé que estoy soñando porque nunca he estado en este lugar. Me encuentro en una
pequeña aldea, las mujeres compran comida, los hombres montan a caballo, pero lo
que llama mi atención, es el muchacho que nos mira sin disimulo, parece cautivado
por Sofía, y no puedo evitar sonreír cuando me doy cuenta que ella también parece
encontrar atractivo al chico.
Y sí que lo es, su pelo negro y ojos azules lo hacen ver además de apuesto
bastante gallardo, es alto y fuerte, pero no parece ser mucho mayor que yo. Cuando
empieza a caminar hacia nosotras, escucho como mi amiga jadea impresionada, le
pido que intente disimular un poco, no quiero llamar la atención más de lo necesario.
—Buenas días señoritas, ¿están de paso? ¿Viajan solas? —Es educado, a pesar de
parecer un guerrero.
—Buenos días, viajamos acompañadas de un amigo, gracias por la preocupación.
—Intento no dar mucha información, pues no puedo confiar en nadie, después de
todo somos forasteras.
—Me alegra saber que no viajan desprotegidas, ¿podría saber el nombre de tan
lindas damas? —Solo mira a Sofía, así que queda confirmado que ha quedado
prendado de ella.
—Ella se llama Sofía, yo me llamo Elisa. —No le digo mi verdadero nombre.
—Encantado, mi nombre es Evan Mackencie, nieto del Laird. —Al escucharlo mi
corazón da un vuelco, ¿acaso estoy frente a mi hermano, o frente a un primo?
—¿Sois hijo de Sebastien Mackencie? —No puedo evitar preguntar, lo que
provoca que él me mire con recelo y Sofía me dé un fuerte pisotón para advertirme
del error que he cometido.
—¿Conoces a mi padre?, —pregunta, frunciendo el ceño.
—Mi padre conocía al tuyo. —Y no miento. Él no parece muy convencido, pero
inclina la cabeza en señal de despedida y se marcha con rapidez.

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—Era tu hermano —susurra conmocionada, Sofía—. ¡Dios santo! Creo que me
he enamorado.

***

Despierto sobresaltada, acabo de soñar con el hermano que no sabía que tenía y,
no solo eso, ahora sé que mi mejor amiga; la muchacha que he considerado más que
una hermana, puede que acabe casándose con Evan Mackencie.
Mi hermano…
No puedo volver a dormir, el alba empieza a vislumbrarse y decido levantarme a
preparar todo para partir, cuando está todo listo, no me queda más remedio que
despertar a Sofía; sé que está agotada al igual que yo, pero deseo llegar a mi destino
lo antes posible, según el posadero podemos llegar a Eilean Donan en tres días si nos
damos prisa. Aunque, el sueño que acabo de tener hace poco, me ha hecho
reflexionar, no puedo presentarme ante mi familia, así como así afirmando que soy la
hija que les fue arrebatada hace dieciocho años y esperar que me crean.
Mi deseo de conocerlos se ve empañado por el miedo que empiezo a sentir, ¿y si
no me reconocen como su hija? ¿Y si no se fían de mi palabra? Si es así no sé qué
haremos Sofía y yo, podríamos buscar cualquier trabajo, no le temo al esfuerzo,
desde muy pequeña tuve que ayudar en casa sirviendo en el hogar de los Darlington.
Eric…
Intento no pensar en él, no recordar la noche que he pasado entre sus brazos, ni
las hirientes palabras de su malvada madre, no sé hasta qué punto estas son ciertas,
pero sí sé lo doloroso y humillante que me resultó escucharlas.
Una vez tenemos todo listo, comemos algo rápido y emprendemos la marcha
antes de que el sol esté en lo alto del cielo. En varias ocasiones, mi amiga me
pregunta qué es lo que me preocupa, pues mi silencio le hace saber que algo ronda mi
mente, no quiero preocuparle, pero un mal presentimiento me acompaña, me siento
observada, como si un animal acechara en las sombras, dispuesto a devorarnos.
—Estás muy callada Marian. —Escucho la inquietud en su voz—. Algo te
preocupa.
No pregunta, es una afirmación, y a ella no puedo mentirle.
—Tengo un mal presentimiento. —Intento no parecer tan asustada, pues no
quiero aterrorizar a Sofía.
—¿Sobre qué o quién? —Intenta mantener la calma, y en ningún momento pone
en duda lo que digo.
—Es como si alguien nos estuviera siguiendo desde hace rato —lo digo en voz
baja, mirando hacia todos lados, pero sigo sin ver nada.
—Sea lo que sea, sabe esconderse.
Varias millas después, decidimos parar, llevamos muchas horas de viaje, y aunque
temo que eso pueda ser un grave error, es necesario, pues los caballos están cansados,

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además son bastante viejos y si no lo hacemos será peor.
—Debemos detenernos, los caballos no resistirán mucho más —ordeno y, al
desmontar, buscamos la sombra de un árbol—. Debemos estar atentas, ten la daga
preparada.
Nos sentamos y contemplamos el paisaje que tenemos frente a nosotras: grandes
montañas, verdes y frondosa, el sol nos da su calor, pero juraría que en esta tierra
hace aún más frío que en Inglaterra. No vemos chozas ni personas, lo que me pone
aún más intranquila, no sé dónde nos encontramos exactamente, de acuerdo a lo que
nos contó el posadero deberíamos estar ya muy cerca de la frontera donde comienzan
las tierras del Laird Mackencie.
Escuchar a este hablar con tanto respeto de mi abuelo, me produjo un sentimiento
de orgullo inmenso, no lo conozco, pero lo imagino fuerte, serio, un guerrero en toda
regla. Sé que mi abuela es inglesa, eso también lo recalcó nuestro informante, pero
eso no hizo a la hermosa y valiente Lady Brianna merecedora de malas palabras, al
contrario, según nos contó el buen hombre, ella ha sido una digna señora para el
Laird Alexander Mackencie.
Por último, nos contó la trágica desaparición de su nieta hace dieciocho años, nos
habló de ese hecho tan horrible sin saber que frente a él estaba la mismísima Marian
Mackencie.
—Hay tanta calma… —susurra Sofía, haciendo volver a la realidad.
—Es la calma que precede a la tempestad —aseguro.
Y, como si tuviera el poder de conjurar el peligro, vemos aparecer de entre los
árboles a cuatro hombres, no llevan caballos, por su aspecto deduzco que son gitanos
como nosotras, nos miran con lujuria, nadie habla, parece que todo se ha detenido.
El más grande, que parece ser el líder, es el primero en hablar.
—¿Qué hacen dos gitanas vestidas como gadjo? —Puedo darme cuenta que ha
bebido en exceso.
Sofía intenta hablar, pero enseguida la detengo, no tenemos por qué darle ningún
tipo de explicación, es cierto que no vestimos como gitanas, pero si le decimos que
jamás hemos vivido entre nuestra gente, son capaces de cualquier cosa.
—¿Acaso sois mudas o sordas?, —pregunta, con el ceño fruncido.
—Ni una cosa ni la otra, mi señor —respondo, intentando calmarlo, tal vez si
somos educadas se marchen y nos dejen en paz.
—¿Mi señor?, —repite con ironía, todos rompen a reír—. Definitivamente, no
sois gitanas, aunque lo parecéis.
—Sí lo somos. —Se apresura a afirmar Sofía. Es obvio que ella piensa lo mismo
que yo, si estos hombres descubren que somos más gadjo que gitanas, no nos van a
respetar.
—¿De qué clan?, —inquiere el que parece más joven, y por el parecido con el
líder casi podría asegurar que son parientes.

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Nuestro silencio nos condena. Ellos en cambio, se miran entre sí e intercambian
miradas lascivas, al ver la clara oportunidad de hacer con nosotras lo que les plazca.
Y antes de que podamos reaccionar, veo como se nos acercan, y el más joven coge
con rudeza a Sofía del cabello, obligándola a caer de rodillas. De inmediato,
reacciono e intento ir en su ayuda, pero uno de los hombres que se ha mantenido en
silencio, me lo impide.
Mi amiga está aterrada, llora desesperada, y el miserable que la sujeta parece
disfrutar con su angustia, por lo que, intento deshacerme del agarre de mi captor, pero
no lo consigo, y la sangre se me hiela en las venas cuando escucho el grito de Sofía
tras ver como el infeliz le desgarra la parte de arriba del vestido. Por un momento,
aparto la mirada, los sollozos y las súplicas de Sofía están partiéndome el alma.
—¡Por amor a Dios! ¡Soltarla!, —grito—. ¡Es una niña! ¡Tomarme a mí en su
lugar!
El hombre, se detiene y me mira.
—¿Te entregarías de buen agrado? —Parece no confiar.
—Sí, si la soltáis —afirmo. Sofía grita negando con la cabeza.
—Lo siento gadjo, me gustan más las mujeres que luchan, que suplican —
responde, mientras lanza a Sofía en el suelo y comienza a manosearla.
Me revuelvo como una fiera, grito improperios, juramentos que no son dignos de
una dama, pero no sirve de nada, están a punto de violar a mi mejor amiga frente a mí
y no voy a poder hacer nada.
De repente, aparece un hombre a caballo gritando algo que no logro comprender,
por su aspecto deduzco que es un guerrero, luce fuerte y musculoso, su cabello es
largo y castaño como su barba, y sus ojos claros casi negros por la furia.
Los gitanos, lo miran y se preparan para atacarlo.
Pero este es quien ataca primero, derribando con su espada al que está a punto de
forzar a Sofía; quien viéndose liberada corre despavorida, aunque, después al ver que
yo también estoy en apuros acude auxiliarme, mientras el hombre que me retiene se
debate entre ir a ayudar a sus compinches o seguir reteniéndome. Momento que
aprovecho para enterrarle mi daga en su brazo, y una vez me suelta, corro al
encuentro de mi pobre amiga, que se arroja en mis brazos hecha un mar de nervios.
Ya a salvo, corremos hacia nuestros caballos dispuestas a resguardarnos, mientras
nuestro salvador sigue luchando con nuestros agresores, puedo ver que el más joven
junto a otro de los malhechores ya están muertos, solo queda en pie el líder, que lucha
enardecidamente contra el increíble y diestro desconocido.
Un agónico grito rompe de repente el ensordecedor ruido de la batalla, nuestro
héroe ha sido herido, y nosotras también gritamos horrorizadas al ver como la espada
de aquel canalla ha cortado la carne de la pierna y torso de nuestro salvador. E,
instintivamente, protejo a Sofía tras de mí y empuño con más fuerza mi daga, pues
está desnuda de cintura para arriba, y si el hombre muere, volveremos a estar a
merced de ese canalla. Ya no habrá nadie que nos salve.

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Pero vuelvo a respirar, cuando el gran hombre pelirrojo, con gran esfuerzo, logra
acabar con la vida del asqueroso gitano, aunque él ha quedado herido de gravedad,
casi no puedo mantenerme en pie, lo que me hace dar dos pasos en su dirección
dispuesta a ayudarle, pero Sofía me detiene.
—¡No vayas!, —susurra, temblorosa.
—Tengo que ayudarle Sofía, ha sido herido por salvarnos. —Le tiendo una
pequeña manta para que se tape y me acerco al hombre con cautela.
—Mi señor… —Está arrodillado intentando recuperar el aliento, veo como la
sangre mana de sus heridas.
—¿Estáis bien mis señoras?, —pregunta con dolor en la voz, y aunque está herido
de gravedad, su primera preocupación somos nosotras.
—Estamos bien, mi señor. Gracias a vos —respondo con gratitud—. Necesita que
lo ayude, soy muy buena con las hierbas, le prometo que haré todo lo posible por
salvarle.
—Debemos llegar a un buen lugar, aquí estamos demasiado expuestos —jadea.
—No voy a moverlo de aquí hasta que no lo cosa, no puede caminar.
Le empujo con suavidad en el suelo, y aparto su camisa empapada de sangre. El
corte es profundo, pero no tanto como creía, el de la pierna me preocupa más, casi
puedo verle el hueso, y es la herida que con toda seguridad acabará infectada si no lo
curo y coso, correctamente.
—Sofía —llamo a mi amiga, temiendo que no acuda a mi llamado.
—Elisa —susurra detrás de mí, se acerca llena de temor.
—Necesito que vayas al arroyo y me traigas agua, busca en una de mis bolsas y
tráeme mis hierbas y todo lo necesario para coser —ordeno luego con seriedad, para
que entienda que es urgente, que no tengo tiempo para lidiar con su desconfianza
hacia el desconocido que nos ha salvado la vida.
Cuando la escucho marcharse, comienzo a apartar la tela para poder trabajar. El
hombre sisea, apenas un murmullo, pero lo escucho, sé que está sufriendo un dolor
atroz.
—Aquí tienes el agua, ve limpiando las heridas, ahora te traigo las hierbas.
—Va a doler, pero es necesario. —Un brusco asentimiento es lo único que recibo
por respuesta.
Sofía trae mis hierbas y, siguiendo mis instrucciones, prepara el empaste que
necesito para colocar sobre las suturas. Cuando limpio toda la sangre y mugre para
intentar evitar la infección, procedo a coser y, a pesar de que cada puntada debe doler
como el demonio, el hombre no emite quejido alguno.
Al finalizar, aplico en las heridas el empaste que le calmará el dolor y con una de
mis viejas enaguas hago unas vendas, es imprescindible que las heridas estén secas y
tapadas en todo momento, al menos hasta que empiecen a cicatrizar.
—Mi señor, esto ya está. Dentro de un rato le daré un brebaje para ayudarlo a
dormir.

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—Nada de brebajes, muchacha. —Su voz suena cansada, ha perdido bastante
sangre, no sé si será conveniente movernos de aquí—. No pienso quedarme dormido
sabiendo que los amigos de esos malditos pueden regresar.
—Pero los ha matado a todos —exclama Sofía asustada, mirando a nuestro
alrededor, esperando que aparezcan más bandidos dispuestos a matarnos.
—Suelen viajar más de cuatro, muchacha. Sospecho que he matado al líder,
estarán sedientos de venganza, no pienso dejaros desprotegidas hasta que lleguemos a
tierra de los Mackencie.
Al escuchar ese apellido, dejo de guardar mis hierbas.
¡Mackencie! ¿Acaso pertenece a mi familia?
—¿Sois familia del Laird Mackencie?, —pregunto, intentando no parecer ansiosa.
—No, mi señora, solo pertenezco a su clan, ¿acaso conocéis a mi Laird? —Parece
que no le ha gustado mi pregunta.
—Nos dirigimos hacia allí, nuestros padres acaban de morir, y nos dijeron que
tenemos allí un tío, pero no tenemos el honor de conocer a vuestro señor. —Miento,
porque es lo único que puedo hacer.
—¿Sois hermanas entonces? No parecéis escocesas. —Cuestiona, confuso.
—Somos medio gitanas, y nos hemos criado en Inglaterra, pero nuestro corazón
pertenece a estas tierras. —Mi respuesta parece agradarle.
—¿Puedo conocer vuestros nombres? —Sigue sintiendo curiosidad, y es
comprensible.
—Mi hermana se llama Sofía y mi nombre es Elisa.
—¿Está bien vuestra hermana? ¿Llegué a tiempo? —Sisea entre dientes.
—Sí, solo magullada y muy asustada, lo que ocurre es que ese miserable le
desgarró el vestido —le explico.
—Puedo dejarle una de mis camisas, sé que no es algo apropiado para una dama,
pero…
—Se lo agradeceríamos mucho. —Saca algo de su saco y se acerca con pasos
lentos hasta nosotras, siento a Sofía temblar e intento tranquilizarla—. ¿Podemos
saber el nombre de nuestro salvador?
—Mi nombre es, Cameron del Clan Mackencie —responde, cerrando los ojos—.
En mi montura, dentro de una de mis bolsas encontrareis varias camisas, coged una.
Con un movimiento de cabeza le digo a Sofía que vaya a buscar la camisa y se
cubra con esta, si somos atacadas de nuevo debemos estar preparadas. Cuando lo
hace, vuelve a acercarse y Cameron la observa como si necesitara cerciorarse de que
no tiene ni un rasguño.
—Si deseáis me ofrezco a acompañaros hasta las tierras de los Mackencie,
después de todo voy hacia allí, llevo varios años fuera, ya que mi Laird me envió a la
frontera cuando mi esposa murió. —En su voz aún puedo reconocer el dolor por la
pérdida.
—¡Lo siento mucho! —Respondemos ambas a la vez.

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—Era demasiado joven para morir. —Es su única repuesta, parece que no le gusta
ver la lástima en los ojos de los demás—. Podéis confiar en mí, nadie os dañará
estando a mi lado, y podéis estar seguras de que una vez lleguemos a las Tierras de
los Mackencie nadie osará intentarlo.
—Aceptamos, muchas gracias por lo que ha hecho por nosotras, nunca lo
olvidaremos. —Mi agradecimiento es sincero, pues sin la aparición de Cameron todo
hubiera sido muy distinto.
—Muchas gracias, mi señor. —Ahora, es Sofía quien agradece.
—¿Qué edad tenéis? —Le pregunta, mirando fijamente sus ojos que aún reflejan
el horror que ha sufrido.
—Dieciséis veranos, mi señor —responde Sofía—. Elisa tiene dieciocho.
—¡Dios Santo, la misma edad que Katlin cuando murió!, —susurra, horrorizado
—. Katlin era mi esposa, murió dando a luz.
Ambas lo miramos con compasión. Él intenta levantarse en respuesta, lo ayudo,
se acerca a su caballo y coge varias mantas.
—Pasaremos la noche aquí, mañana seguiremos el viaje. —Se prepara para
encender el fuego.
—¿Queda mucho para llegar a nuestro destino? —Ahora, pregunta Sofía, pues
sabe que estoy deseando saber.
—Quedan al menos cuatro o cinco días de viaje para llegar a tierra de los
Mackencie, una vez lleguemos allí podré respirar tranquilo.
—¿Por qué es tan importante llegar a esas tierras? ¿Por qué se sentirá más
seguro?, —pregunto.
—Porque me reconocerán por los colores de mi tartán, y nadie en su sano juicio
atacaría a un Mackencie, mucho menos en sus tierras.
—Entiendo. Si mañana quiere emprender el viaje, debe hacerlo con calma o sus
puntos podrían abrirse.
—No es la primera vez que me hieren muchacha, sobreviviré.
Dicho eso, Sofía y yo nos miramos más tranquilas y compartimos con Cameron la
última comida que nos queda, él en cambio, parece avergonzado de no poder cazar
para proporcionarnos alimento, intento hacerle entender que no es necesario, pero no
puedo convencerle y promete mañana traer carne para un buen guiso.
Cuando ya estamos acostadas, con un Cameron dispuesto a montar guardia toda
la noche para mantenernos a salvo, no puedo evitar pensar, «Ya estamos cerca de mi
hogar, y aun así, queda mucho camino por recorrer, mi vida en estos momentos es un
caos, he dejado atrás la única patria que he conocido, a las personas que me criaron y
al único hombre que he amado en mi vida».
Nada volverá a ser como antes, ni yo misma lo soy ya.
Elisa murió el mismo día que le entregué mi virtud a un hombre que solo me
consideraba un juego, que solo buscó su placer sin importarle mis sentimientos y se

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burló de la mejor noche de mi vida. Pero, una cosa tengo clara, a Marian Mackencie
jamás volverá a engañarla ningún hombre.
—Parecéis triste, ¿acaso os duele dejar algo atrás? ¿Un hombre quizás? —La
pregunta me coge desprevenida, pues no sabía que me observaba.
¿Cómo decirle que he dejado toda una vida atrás?
—Nada de eso mi señor, solo es la conmoción por lo que pudo haber pasado hace
unas horas, si no llega a ser por vos…
—Olvidarlo, vuestra hermana va a necesitar vuestra fuerza.
—Desde luego, intenté defenderla y no pude. —La voz me tiembla al recordar los
gritos de Sofía.
—No os culpéis, fui testigo de cómo hicisteis lo posible.
—Pero no fue suficiente…
No hablamos más, parece que entiende que necesito tiempo para dejar de
culparme a mí misma. Segundos después, lo observo alejarse mientras me dejo
vencer por el sueño, hoy ha sido un día horrible, y temo que lo que nos queda por
superar sea igual de malo o peor.

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Capítulo 4

(Marian Mackencie). Tierras Altas de Escocia, 1500.

A pesar de mi recomendación de no cabalgar hoy, Cameron ha decidido arriesgarse,


dice que no es seguro permanecer aquí por más tiempo y, aunque suene egoísta, me
alegro de partir, pues estas tierras me producen temor, no solo por lo que estuvo a
punto de ocurrir ayer, sino porque parecen infectadas de maldad; mi don, me permite
saber muchas cosas, buenas y malas, y me advierte que este lugar definitivamente no
es bueno.
Cabalgamos con lentitud, pues le he advertido de lo doloroso y complicado que
sería si los puntos en su cuerpo se abrieran y sus heridas se infectarán, eso solo
significaría que todos estaremos en serios problemas. Además, sin parecer muy
ansiosa, y mientras recorremos milla a milla la distancia que nos separa de Eilean
Donan, intento sonsacarle cualquier tipo de información.
Y, a pesar de llevar muchos años lejos de su hogar, me describe con lujo de
detalles que, la fortaleza está sobre la pequeña isla del mismo nombre, que se alza a
un lado del lago Duich al noreste de Escocia, y que por su emplazamiento es una
fortaleza prácticamente inexpugnable, y la población más cercana es Kyle of
Lochalsh a unas sesenta millas de Inverness. También que comenzó a construirse por
orden de Alejandro II de Escocia en 1220, sobre las ruinas de un antiguo fuerte usado
por los Pictos como defensa ante las incursiones vikingas, y que fue además uno de
los refugios de «Robert the Bruce» cuando huía de los ingleses. Pero lo que más me
conmueve, es el orgullo que noto en su voz cuando menciona que esta imponente
fortaleza ha pertenecido a los Mackencie durante siglos, a su clan, a su Laird.
—¿Cómo es él? —No puedo evitar preguntar.
—Es un hombre fuerte, orgulloso y un Laird de honor, siempre preocupado por su
gente, cuando era más joven según contaba mi madre, todos temían que fuera como
su padre. Pero a pesar de que lo crio con mano de hierro no logró quebrar su alma, y
solo hizo falta la llegada de Lady Brianna para guiarlo por el buen camino.
—Según cuentas, parece que se aman mucho. —Sonrío, intentando imaginar esa
clase de amor.
—Desde luego, nadie que los vea dudaría de que los une un profundo amor,
aunque no siempre fue así, Lady Brianna no tuvo un recibimiento agradable por parte
de nadie, me avergüenza confesarlo, y el peor fue Alexander.
—¿A qué te refieres? —Mi curiosidad sobre mi familia, es mayor que mi miedo a
ser descubierta.

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—El matrimonio fue obligado por nuestros reyes, ellos ni siquiera se habían visto,
Alexander odiaba el hecho de verse obligado a separarse de Isabella, su amante
durante muchos años, ella hizo que él despreciara a su futura esposa inglesa. —Le
miro horrorizada, ¿mi abuelo tenía una amante?—. A su llegada esa pequeña
jovencita recibió desprecios, malos tratos, incluso llegó a ser desterrada por un
crimen que no había cometido.
Al acabar de relatar lo que intuyo fue solo una pequeña parte de lo que debió
sufrir mi abuela, las lágrimas empañan mis ojos. Intento controlarme, pues Cameron
me mira extrañado, tal vez acabe pensando que estoy loca.
—No hay porque llorar, muy pronto mi Laird se dio cuenta de que Isabella había
mentido, la sacó de su vida, aunque claro, esa arpía no se dio por vencida tan
fácilmente, secuestró a Alexander, lo torturó hasta que James y los hombres
Mackencie, incluida su esposa, lo rescataron.
—Sin lugar a dudas esa mujer había perdido la razón, ¿qué ocurrió con ella? —
Habla por primera vez Sofía.
Cameron asiente como respuesta.
—Intentó asesinar a Lady Brianna, así que con las pocas fuerzas que aún
conservaba, Alexander se interpuso entre ellas, matando a Isabella y resultando
herido de gravedad por la amante a la cual adoró por años.
—¡Dios Santo! —Exclamamos ambas, horrorizadas.
Luego se vuelve a hacer el silencio y, con esfuerzo, intento asimilar la historia de
mis abuelos mientras además me pregunto, «¿cómo habrá sido la vida de mi madre en
estas tierras?». Nunca imaginé que algo tan terrible pudiera haber ocurrido en mi
familia y, con seguridad, mi desaparición habrá sido otro duro golpe con el que han
tenido que vivir durante todos estos años.
—Parece ser que la vida de su Laird ha estado repleta de tragedias —susurro más
para mí misma.
—No solo la de él; James, su hermano menor, enviudó muy joven y con el tiempo
acabó casado con una de las hermanas de su cuñada; Lady Sarah, una mujer dulce y
tranquila, nadie al verla pensaría de lo que es capaz, ni de la fortaleza que tiene.
—¿Por qué lo dices?, —pregunta Sofía, tan muerta de la curiosidad como yo.
—Estuvo casada con Malcom MacFerson, se habla mucho de lo que tuvo que
soportar en ese clan, pero lo que es seguro, es que fue violada.
El grito de Sofía, me hace dar un respingo y mirarla, puedo ver el horror en su
semblante y sentir a mi corazón sangrar por mi pobre tía, esa que aún no conozco.
—Parece que la familia Mackencie está maldita —susurra asustada mi amiga,
como buena gitana cree en las maldiciones, yo nunca lo he hecho.
—Sí, mucha gente lo ha comentado a lo largo de los años, las desgracias no
cesaron con el paso de los años, la hija de mi Laird creció y se casó con Sebastien, un
gitano a quien acogieron Sarah y James, la hermana pequeña del chico murió muy
joven, y él antes de casarse con Lady Valentina también tuvo que recorrer un camino

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lleno de espinas. —Contengo el aliento, porque está hablando de mis padres—.
Nunca encontraron a su primogénita, una antigua amante de él se la robó y de eso
hace ya casi diecinueve años, nunca dejaron de buscarla, y el dolor por esa pérdida ha
marcado a todos.
Sofía me mira y le pido silencio, por mucho que Cameron nos haya contado toda
la historia de la familia, aún no confío lo suficiente en él como para revelar mi
verdadera identidad.
Cae la noche y decidimos pasarla en un buen lugar, por suerte, Cameron conoce
estos lares y según él aún faltan varios días para que crucemos la frontera y estemos a
salvo en tierra de los Mackencie. En poco tiempo, una gran hoguera nos calienta y
cenamos carne asada gracias a la caza de nuestro acompañante, puedo ver que mi
amiga está demasiado cansada para poder mantenerse despierta, pero por algún
motivo está luchando contra el sueño.
—Sofía ve a dormir, no tienes nada que temer, Cameron no va a dejar que nos
ocurra nada malo. —Intento tranquilizarla, aunque en sus ojos puedo ver el temor y la
desconfianza.
Pero segundos después, algo en mi mirada la tranquiliza lo suficiente como para
acomodarse e intentar descansar, sé que lo vivido ha dejado una huella en su corazón
difícil de borrar, pero tengo fe en mi pequeña amiga, es una chica fuerte, toda su vida
ha debido luchar y enfrentarse a muchos momentos duros, y aunque este es el peor,
no va ser el que la derrumbe.
Cuando solo quedamos despiertos Cameron y yo, decido volver a curar sus
heridas. La de su pecho está en muy buen estado, pero no puedo decir lo mismo de su
pierna, que está hinchada y rojiza, creo que comienza a infectarse, pero él se niega a
que vuelva a abrir la herida, no quiere retrasar más el viaje, y su terquedad puede
conmigo, por lo que la limpio lo mejor que puedo mientras rezo para que mañana
amanezca mucho mejor, de lo contrario, estaremos perdidos.
Poco después, a pesar de intentar mantenerme despierta, mis pesados ojos se
cierran y me entrego a la inconsciencia, hasta que de pronto, los gritos de terror de
Sofía me despiertan y, de inmediato, busco con la mirada a mi alrededor al posible
atacante, pero solo veo a Cameron de pie y con espada en mano dispuesto a atacar a
un adversario que no existe.
Corro hacia mi amiga y la zarandeo, intentando despertarla de la pesadilla que la
hace gritar de un modo que me parte el corazón. Cuando al fin consigo que despierte,
sus ojos se abren llenos de lágrimas, y su rostro está pálido y tembloroso, la angustia
es palpable en ella, por lo que me abraza como si nada ni nadie fuera capaz de
salvarla de lo que sea que estuvo soñando.
—Venían por mi Elisa, me estaban haciendo mucho daño. —Sollozos muy
violentos la estremecen, intento tranquilizarme y poder tranquilizarla a ella también.
Cameron, es un mudo espectador, es como si supiera que solo nos necesitamos la
una a la otra.

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—Nadie viene a por ti, pequeña. —Le aseguro—. Nadie volverá a hacerte daño.
No dice nada más, pero sus sollozos y temblores persisten durante largo rato,
hasta que el cansancio la vence y vuelve a caer rendida, yo también estoy agotada, no
deseo moverme de su lado, por lo que, me acomodo junto a ella y dormimos juntas lo
que queda de noche.

***

Son los rayos del Sol los que me despiertan al día siguiente; Sofía sigue dormida,
y me levanto muy despacio para no despertarla, el olor a comida me indica que
nuestro guardián ya ha preparado el desayuno, tenemos tanto que agradecer a este
hombre, no sé cómo podré pagarle todo lo que ha hecho por nosotras en tan poco
tiempo.
—¡Buenos días Cameron! No deberías haberte molestado en preparar el
desayuno.
—No es molestia, mi lady. —Se le ve cansado, además de pálido y sudoroso, algo
no está bien, pero ni una sola queja sale de sus labios.
—Sois un buen hombre, Cameron Mackencie. —Sonrío, agradecida.
—No siempre lo fui —susurra muy bajo, pero consigo escucharlo. No pregunto,
si él desea hablar, lo hará cuando esté preparado—. ¿La niña está bien?, —pregunta
luego, intentando cambiar de conversación.
—No es una niña. —Digo, sabiendo que si Sofía lo escucha se sentirá ofendida.
—Para mí lo es. —Afirma con tranquilidad, y debo reconocer que tiene razón.
—Está dormida, no ha vuelto a tener pesadillas, es fuerte. Lo superará.
El hombre solo asiente y sigue afilando su espada, le pregunto si se encuentra
bien, a lo que me responde que sí, pero por su aspecto sé que está mintiéndome, y
cuando le ofrezco de nuevo mi ayuda para curar sus heridas se niega de tajo. Me está
ocultando algo, a cada segundo estoy más convencida, pero al primer intento de
discutir, me ordena que despierte a Sofía para poder partir cuanto antes.
No muy convencida, me acerco a ella despacio y la llamo en voz baja, no quiero
sobresaltarla.
—¡Sofía, despierta! —Veo como hace una mueca de fastidio y luego abre los ojos
con lentitud.
—¡Buenos días, Elisa! —dice, mirando tras de mí y, al darse cuenta que el
desayuno que normalmente prepara ella está hecho, agrega—: No debería tomarse
tantas molestias.
—Eso le dije, pero al parecer es un hombre que está acostumbrado a hacerlo todo
solo Sofía. —Intento que entienda que Cameron lleva muchos años en soledad.
Asiente lanzándole a este una mirada lastimera, que a él no le sienta nada bien, es
obvio que no le gusta ser objeto de ese sentimiento, pero no dice nada, por lo que

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Sofía se levanta seguido y, tras adecentarnos un poco, nos reunimos con nuestro guía
y guardián, con el que comemos durante un buen rato en absoluto silencio.
En poco tiempo, tenemos todo recogido y estamos listos para partir, y así lo
hacemos antes de que el Sol alcance su punto más alto, pues debemos aprovechar al
máximo las horas de luz para adelantar todo lo posible de camino.
De pronto, Sofía me advierte.
—Elisa, algo le ocurre a Cameron, su comportamiento es extraño, es como si no
pudiera mantenerse sobre el caballo.
Lo miro y compruebo que mi amiga tiene razón, está haciendo un esfuerzo sobre
humano por mantenerse consciente.
—¡Cameron!, —lo llamo alarmada, acercando mi montura a la suya, cuando me
mira un jadeo escapa de mis labios, pues está sudando y en sus ojos se refleja el
dolor, parece como si su mente estuviera en otro lugar—. Debemos detenernos, no
estás bien.
—Estoy bien, falta poco para llegar a unas antiguas chozas abandonadas que
utilizaban los antiguos clanes para la temporada de caza, allí podremos descansar. —
Le cuesta hasta pronunciar las palabras.
Sofía y yo, nos miramos preocupadas, por su estado no creo que llegue a recorrer
la poca distancia que asegura nos separa de nuestro próximo destino. ¿Cómo no me
he dado cuenta antes de su mal estado? He estado tan nerviosa por el encuentro con
mi familia, que me he olvidado de sus heridas, me siento como una total
irresponsable egoísta. ¿Qué clase de curandera soy si no me preocupo por la gente
que debo curar?
No sé con exactitud cuánto tiempo pasa, pero tras galopar varias millas, al fin
puedo respirar con un poco de alivio, pues no muy lejos de donde nos encontramos
puedo ver un conjunto de pequeñas chozas; unas en mal estado, y otras; mejor
conservadas a pesar de que se nota que han sido abandonadas hace mucho tiempo.
—¡Ya las veo, Elisa!, —exclama Sofía aliviada, mientras observo cómo Cameron
se aferra a su increíble fortaleza.
Un hombre menos corpulento hubiera caído desmayado del caballo hace mucho
tiempo, pero él hace uso de sus pocas fuerzas, se endereza en el caballo y sale a
galope a pesar de mis gritos para que se detenga. ¡Es una maldita locura! ¡Va a
partirse el cuello! Por lo que ambas galopamos detrás de él y gritamos espantadas
cuando al llegar a una de las chozas, observamos como el gran cuerpo de Cameron se
desploma del caballo en plena marcha.
¡Lo sabía! Sabía que ocurriría algo así, cuando le he gritado que se detuviera ha
sido porque he tenido una pequeña visión, le he visto caer, y a pesar de que es algo a
lo que estoy acostumbrada, no poderlo evitar que un sentimiento de angustia me deje
sin aliento.
Llegamos a su lado y corro hacia él, luego ordeno a Sofía que ate a los caballos…
Cameron no está consciente, no sé si es por la caída o por la fiebre, solo con estar a su

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lado puedo notar el calor que desprende su cuerpo.
—¿Cómo vamos a moverlo?, —pregunta Sofía, preocupada.
Buena pregunta…
Es un hombre grande, fuerte y alto, nosotras somos diminutas en comparación
con él, pero necesitamos meterlo en una de las chozas.
—Mira cuál está en mejor estado, luego pensaremos cómo meterlo dentro —
contesto—. Debo bajarle la fiebre y abrir la herida de su pierna, sospecho que la
infección es la causante de su estado y si no logro curarlo a tiempo, puede perder la
pierna.
Se marcha y en pocos minutos me informa que, la única choza que tiene el tejado
y todo lo demás intacto, es una de las más cercanas a nosotros, por lo que enseguida
doy gracias a Dios y nos ponemos manos a la obra Varios minutos después, y sin
entender del todo cómo es que conseguimos mover el cuerpo de Cameron, lo
acostamos en un pequeño camastro, y sin perder más tiempo de que no tengo, le pido
seguido a Sofía que busque leña para encender el fuego; y agua, vamos a necesitarla.
Si estas chozas fueron construidas aquí, será porque no muy lejos debe haber un lago
o manantial que les proporcionaría agua a los hombres.
Mientras tanto, comienzo a examinar a Cameron y tal como suponía la herida en
su pecho está perfecta, pero la de su pierna ha empeorado, no solo está roja e
hinchada igual que ayer, también ha comenzado a supurar, está infectada.
Salgo corriendo hacia mi caballo y busco mi bolsa, donde guardo todo lo
necesario para curar, saco lo que voy a utilizar y en ese justo momento Sofía llega
con el agua. Lo primero que hago, es un brebaje para bajarle la fiebre, que no estoy
muy segura de lograr hasta que la infección desaparezca. Luego, le pido ayuda a mi
amiga para obligar entre las dos a Cameron a beber, lo que no resulta muy difícil,
pues la fiebre hace que se encuentre sediento y, tras verlo quedarse más tranquilo
después, decido salir con Sofía a buscar leña, necesito el fuego urgente, debo hervir
agua para volver a curar la herida con profundidad.
En poco tiempo, el fuego arde con intensidad dentro de la pequeña choza, el agua
hierve con ferocidad también, pero antes de abrir de nuevo la herida, caliento al rojo
vivo mi pequeño cuchillo y procedo. Cameron suelta el primer alarido de dolor y se
retuerce, de inmediato, insto a Sofía para que lo sujete con todas sus fuerzas, pues,
aunque esto es muy doloroso, es necesario.
—Si estuviera consiente seguro no emitiría sonido alguno —susurra.
—Lo sé, no es menos hombre por sentir dolor —le digo, mientras continúo con
mi tarea.
Durante horas me dedico a drenar la infección, Cameron ya no es capaz de
moverse, pero creo que la fiebre y el dolor lo han dejado en un estado, en el que no es
consciente de nada, mejor que sea así, por el momento.
Ambas estamos agotadas, es demasiado tiempo cuidando de nuestro protector, la
fiebre está en su punto más alto, ha comenzado a delirar, y escucharlo nos está

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partiendo el corazón. Llama a su mujer, solloza el nombre de su hijo, y por un
momento abre los ojos, dedicándome una mirada perdida, aún puedo escuchar su
suplica…
—Déjame morir, deja que me reúna con ellos. —Lágrimas bañan sus mejillas
enrojecidas por la fiebre.
Me parte el corazón que me pida una cosa así.
—No puedo hacer eso —respondo, ahogándome con mi propio llanto.
Me mira impotente y vuelve a cerrar sus ojos.
Cuando llega el alba, sin dormir nada, insisto a Sofía para que descanse, yo no
voy a hacerlo hasta que no esté segura de que la fiebre no acabará con la vida de
Cameron. No he querido preocuparla, pero no estoy segura de poder salvarle la
pierna, si la fiebre no desaparece y la infección sigue avanzando, no tendré otra
opción más que cortársela.
Nunca antes he tenido que hacer algo así, y me preocupa, si fallo, puede
desangrarse hasta morir, y no soportaría tener una muerte sobre mi conciencia. Así
que rezo a Dios para que me permita salvarlo, Cameron no se merece nada de esto, si
está en este estado es por nuestra culpa y haré todo lo posible por sanarlo.

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Capítulo 5

(Marian Mackencie). Tierras Altas de Escocia, 1500

No sé en qué momento el sueño me vence, sé que estoy dormida porque la mujer que
tengo en frente no la he visto nunca en mi vida, a pesar de que es como estar viendo
mi rostro reflejado en un espejo.

***

—Hola querida, al fin puedo llegar a ti. —Su sonrisa es dulce, y aunque es muy
parecida a mí, su apariencia se siente tan angelical que no tengo dudas de que estoy
en presencia de un muerto.
—¿Quién eres?, —pregunto con mucha curiosidad—. Siento que te conozco, pero
no te había visto nunca.
—No podías verme pequeña, pero siempre estuve a tu lado. —Responde,
acercándose a mí.
—No entiendo —susurro más para mí misma—. Mi don me permite ver muchas
cosas, ¿por qué a ti no?
—Por la maldad de la que estabas rodeada, no me permitía acercarme a ti —
explica con mucha calma—. Soy tu tía, Marian.
—¿Marian? —Recuerdo que Esmeralda antes de morir, me contó el porqué de mi
nombre, fue en honor a la hermana de mi padre, que murió muy joven.
—Sí pequeña, ambas compartimos nombre, apariencia y un don especial, el cual
conlleva una pesada carga. Me hubiera gustado estar a tu lado para ayudarte.
—¿Tú tuviste a alguien para ayudarte? —Quiero preguntarle tantas cosas.
—A tu padre, él fue mi mayor apoyo, mi protector. —Sonríe con nostalgia, puedo
asegurar que lo echa mucho de menos.
—¡Mi padre!, —suspiro, la tristeza de no conocerlo, de no haber compartido mi
infancia a su lado, me embarga—. ¿Cómo es él?, —pregunto ansiosa por saber.
—Él fue el mejor hermano que la vida me pudo dar, soportó lo insoportable por
salvarme, y aún el día de hoy sigue llorando mi muerte, a pesar de que sabe que
donde estoy soy feliz y tengo paz.
—Debe ser difícil perder un hermano.
—Lo es, pero más difícil es vivir con la pérdida de una hija, no ha dejado de
buscarte nunca, no ha pasado un solo día que no te haya pensado, tanto él como tu
madre te aman inmensamente. —Me acaricia el rostro, tan parecido al suyo.

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—Siempre me he sentido perdida, fuera de lugar, soñando con ellos, sin saber
quiénes eran en realidad. —El dolor de ese hecho me desgarra, y sin esperármelo me
abraza, es extraño que pueda abrazar a una persona que ya está muerta, pero al fin y
al cabo solo es un sueño.
—Lo sé mi niña, pero eso no será así nunca más, es hora de despertar, no temas,
volveremos a vernos. —Besa mi frente, debo contener el llanto—. Ahora que puedo
acercarme a ti, no pienso desaparecer.
—¡Gracias, tía! Espero verte pronto, hubiera querido conocerte. —La congoja
comienza a ahogarme.
—Pero me conoces pequeña, estoy dentro de ti. —Me besa por última vez y
desaparece.

***

Despierto sobresaltada, de momento no sé dónde me encuentro, hasta que de


golpe recuerdo a Cameron y me acerco a él a gran velocidad. Parece que la fiebre ha
bajado, está tranquilo, miro su pierna, sigue roja e hinchada pero mejor que ayer.
Suspiro aliviada, no tendré que amputar después de todo.
—¿Cómo está? —La pregunta de Sofía corta mis pensamientos, no me había
dado cuenta que estaba despierta.
—Temía tener que amputar la pierna, gracias a Dios no será así. —La miro
aliviada—. La fiebre ha bajado un poco, se recuperará, es un hombre fuerte.
—Esto retrasara nuestro viaje. —Comenta, mientras se levanta y comienza a
preparar algo de desayunar, casi no nos queda comida.
—No importa, he esperado dieciocho años de mi vida, puedo esperar unos días
más, lo importante es que Cameron se recupere. —Me levanto del camastro y lo dejo
descansar—. Esto no hubiera pasado, si hubiera guardado reposo.
Me siento culpable, pues tal vez debí ser más firme en mis recomendaciones.
—Sé lo que estás pensando, y no eres culpable de nada. —Me dice Sofía, me
conoce tan bien—. Es un hombre adulto, que toma sus propias decisiones.
—Aun así, debí insistir más. —No puedo evitar sentir lo que siento.
—¡Basta, Marian!, —exclama, con exasperación—. Deja de intentar salvar a todo
el mundo, deja de llevar la carga del mundo tú sola.
—No me llames así, sabes que aún no quiero revelar mi identidad. —Le recuerdo,
mirando hacia atrás para saber si Cameron a escuchado algo, por suerte, sigue
dormido.
—¡Lo siento! —Se disculpa algo avergonzada—. Pero estoy cansada de ver cómo
te fustigas por cada cosa que no puedes controlar, no siempre podrás salvarnos a
todos, piensa un poco más en ti misma, lo mereces.
No contesto, ya que tiene razón, así soy, está en mi carácter, desde muy pequeña
mi don me exige salvar a todo aquel que se cruza en mi camino, olvidándome de mí

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misma en muchas ocasiones.
—Hoy descansarás, no quiero que vuelvas a enfermar, recuerda lo que te pasó la
última vez que cuidaste de este modo a alguien —me advierte.
Sus palabras traen a mi mente amargos recuerdos, sé a qué se refiere, hace años
fallé, no pude salvar a un buen amigo, ese sentimiento de culpa e impotencia me ha
acompañado desde entonces. No hay día que no recuerde a Jonathan, y que no le pida
perdón por no haber conseguido salvarlo. Él era muy joven, y yo prácticamente una
niña, aún no controlaba las hierbas, y mucho menos mi don, por eso desde ese día me
dediqué a estudiar todo lo referente a curaciones, y a intentar dominar el obsequio
que Dios me había concedido.
Recuerdo como Eric, desesperado, vino a buscarme, pues el médico de la familia,
el señor Suttches, no sabía qué mal aquejaba al primogénito de los duques. Él sabía
que yo podía ayudarlo, lo intenté, juro por lo más sagrado que lo hice, pero fallé, dos
días después; Jonathan Darlington, moría en brazos de su hermano pequeño. Por lo
que lloré como nunca lo había hecho en mi vida, y me sentí mucho peor cuando
observé a Eric deshecho por la pena y el dolor, y aunque él me repitió una y otra vez
que nada se pudo hacer por su hermano, el sentimiento jamás desapareció. Ni siquiera
pude despedirme, pues la última vez que lo vi, pensando que volvería a verlo, no lo
hice como debía, algo que aún me pesa hoy día.
—Siento mucho tener que recordar ese momento, Elisa —susurra apenada—.
Comamos algo, si caemos enfermas no podremos ayudar a nuestro protector.
Comemos en silencio, observando de vez en cuando al enfermo, cuando
acabamos me percato de que se nos ha terminado la comida, así que dejo a Sofía con
Cameron y salgo a cazar. Cojo mi arco y flechas y me interno en el bosque, con la
esperanza de conseguir alguna liebre para poder hacer un guiso, pues nuestro enfermo
va a necesitar comer mucho para reponer fuerzas.
Como si supiera adónde me tengo que dirigir, sigo un pequeño sendero que me
lleva a una arboleda, en la que rápidamente veo un ciervo; demasiado grande y
mucha carne que no podremos conservar, así que decido dejarlo con vida. Por suerte,
más adelante no tardan en aparecer un par de conejos, siempre he odiado tener que
matar animales, pero es cuestión de supervivencia, por lo que, con agilidad preparo
dos flechas y las disparo a la vez para que no les dé tiempo a escapar a ninguno de los
dos.
Segundos más tarde y, tras comprobar que he dado en el blanco, me acerco a mis
presas y los recojo del suelo, saco las flechas y las vuelvo a guardar, pues no se sabe
cuándo necesitaré utilizarlas de nuevo. Una vez termino, me apresuro a llegar a la
choza y, al entrar, me encuentro una lucha entre Sofía y Cameron.
No puedo creer lo que ven mis ojos…
—¿Pero qué demonios ocurre aquí?, —pregunto, mientras dejo los conejos sobre
la mesa.

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—¡Elisa!, —exclama Sofía, aliviada—. Dile a este hombre insufrible, que no
puede levantarse de la cama. —Me pide, mientras intenta con todas sus fuerzas que
Cameron vuelva a acostarse.
—Cameron. ¡Por amor de Dios! —Me abalanzo para ayudar a la pequeña Sofía,
pues el hombre está a punto de conseguir incorporarse por completo—. Ayer
estuviste al borde de la muerte, no puedes levantarte todavía.
—¡Malditas muchachas! —Gruñe, y aunque está débil nos da una buena pelea—.
No soy un mocoso para estar en cama.
Pero logramos contenerlo y acostarlo de nuevo en la cama.
—Despertó al poco rato de marcharte, he intentado convencerlo por las buenas y
por las malas. —Me dice Sofía mirándolo de malos modos, y él a su vez le regresa
otra mirada igual de furiosa.
—Esta muchacha es un donas —exclama, exasperado.
—No sé qué demonios me llamaste, ¡pero eso lo serás tú!, —grita, mientras se
levanta y, tras recoger los conejos, se marcha dispuesta a lavarlos y quítales la piel
para poder cocinarlos.
—¿Qué le dijiste?, —pregunto curiosa, conforme examino de nuevo la herida y
ruego porque no se haya abierto con el forcejeo.
—Demonios… para lo pequeña que es, es una maldita fiera. —Refunfuña, como
niño malcriado.
—Lo es, pero tiene buen corazón, lo hace por tu bien Cameron, ayer llegué a
pensar que, si sobrevivía, tendría que amputar tu pierna, y todo fue por tu terquedad,
este tipo de heridas son muy peligrosas.
—Muchacha, no soy ningún auld como para que se me trate de este modo, en
batalla he recibido peores heridas y después de pasar la fiebre he vuelto a ser el de
siempre.
—Te informo que no entiendo el gaélico, te agradecería que hablaras de forma
que pueda saber lo que dices —le explico, aliviada por ver que la herida está bien.
—¿No entiendes nada?, —pregunta, confuso—. ¿Cómo vas a entender a la gente
de Eilean Donan?
—Aprenderé, lo hago muy rápido. —Sonrío emocionada de poder tener la
oportunidad de aprender mi lengua materna—. Tal vez tú nos puedas ayudar.
—Claro, pero deberéis aprender rápido, pues estamos en la recta final del viaje.
—El viaje debe alargarse más Cameron, hablo en serio, la herida de tu pierna aún
no ha sanado por completo, no volveré a arriesgarme, si debo mantenerte atado a esta
cama eso es lo que haré, ¿acaso quieres perder tu pierna? Porque eso es lo que
ocurrirá si vuelve a infectarse.
Puedo apreciar que no le gusta lo que acabo de decirle, mucho menos que sea una
mujer quien le ordene guardar reposo, una a la que conoce de pocos días y de la que
no sabe completamente nada.
—¿Cuánto tiempo?, —pregunta, con los dientes apretados y el cuerpo en tensión.

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—Al menos una semana —respondo, con naturalidad.
—¡Una semana!, —exclama horrorizado—. No podemos quedarnos aquí una
maldita semana, por una herida insignificante.
—De insignificante no tiene nada Cameron, llegó hasta el hueso, ayer estuviste
muy mal, y es casi un milagro que hoy estés consciente, deberías descansar, cuanto
antes recuperes fuerzas, antes podremos partir.
Durante un buen rato refunfuña, pero no le hago caso, me ocupo de arreglar
nuestras cosas a la espera de que Sofía vuelva con la carne ya preparada. Cuando lo
hace, Cameron ya está dormido de nuevo y ella lo mira con una furia inmensa.
—Al fin conseguiste domar a la fiera. —Comienza a cortar en pequeños trozos la
tierna carne del conejo.
—Me costó, pero ya sabe que debemos quedarnos al menos una semana antes de
que pueda volver a subir a un caballo y cabalgar como si nos persiguiera el mismo
demonio. —No puedo evitar reír por la expresión de su rostro—. También ha
prometido que nos ayudará a aprender gaélico, lo vamos a necesitar.
—No sé qué te causa tanta gracia, a mí este patán me resulta insoportable. —
Ahora es ella la que está enfurruñada. Estoy rodeada de niños, esto empieza a
exasperarme.
Guardo silencio, lo mejor es dejar que el enfado se le pase, mientras preparo
varias botellas de brebaje para la fiebre y varios emplastes para las heridas de
Cameron, es mejor estar prevenida por si surge durante el viaje algún contra tiempo.
Poco tiempo después, la comida está preparada.
—¿Vas a despertarlo?, —pregunta mi amiga, de mala gana.
—Debe comer algo, después puede volver a dormir, lo necesita.
Me acerco despacio hacia él, con un cuenco lleno de caldo y algo de carne.
—Cameron, despierta, debes comer algo —le llamo en voz baja para no
sobresaltarlo.
Sus ojos se abren casi enseguida y, tras mirarme unos instantes algo perdido,
asiente y se incorpora un poco en la cama. Acto seguido, comienza a comer con
verdaderas ansias, ya son dos días sin probar bocado, es bueno que tenga apetito.
Cuando se da cuenta que Sofía está en la mesa, comiendo su parte, la mira de forma
extraña, solo rezo para que no comiencen a pelear de nuevo.
—Muchacha, quería disculparme contigo por mi comportamiento, despertar y no
tener fuerza siquiera para pelear con una mujer tan pequeña como tú no me ha
gustado nada —explica con sinceridad—. Y, mucho menos, saber que nuestro viaje
debe retrasarse.
—Acepto tus disculpas Cameron, estoy muy agradecida contigo pues salvaste mi
vida y la de mi hermana, por ello has estado al borde de la muerte, siento mucho no
haberte tratado con el respeto y la gratitud que mereces. —Las disculpas son sinceras
por parte de los dos, eso me hace sentir muy aliviada.

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Acabamos de comer en completo silencio, pero en calma, por primera vez desde
que estamos los tres juntos no percibo esa incómoda tensión entre Cameron y Sofía.
Al finalizar y, sin necesidad de insistir, nuestro salvador vuelve a dormir, está
agotado, aunque no le guste reconocerlo.
Después de limpiar y recoger todo, a Sofía y a mí no nos queda nada más que
hacer, así que decidimos pasear por los alrededores sin alejarnos mucho, pues no
queremos ponernos en peligro. No sé en qué punto exacto de las Tierras Altas nos
encontramos, pero el paisaje es hermoso. Nos rodean hermosas montañas verdes y el
Sol brilla esplendido, por lo que, tras llevarme hasta el arroyo donde consiguió agua
ayer, Sofía y yo decidimos darnos un buen baño.
El agua está helada, pero es un alivio poder quitarme la suciedad y sudor del
cuerpo, los últimos días de viaje no han sido fáciles, y puede que los que queden
tampoco lo sean.
—¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos a tu hogar, Elisa?, —pregunta Sofía,
metiéndose en el agua.
—No lo sé Sofía, te juro que no lo sé —suspiro—. Ahora mismo quiero
concentrarme en cuidar a Cameron, el día que debamos partir dejaré que los nervios
se adueñen de mí, no antes.
Insisto a Sofía para que se dé prisa, pues ya llevamos largo rato fuera y me
preocupa Cameron, no solo porque está enfermo, también porque de ser atacado en
nuestra ausencia será incapaz de defenderse. Volvemos a paso ligero, y una vez
entramos en la cabaña, me siento aliviada al ver que sigue durmiendo, ni siquiera se
ha dado cuenta de nuestra salida.
Ya falta poco para que oscurezca, por lo que, preparamos la cena y vuelvo a
despertarlo, veo por su mirada que la fiebre ha vuelto a aparecer, pero no con tanta
violencia, eso me alivia, le doy de nuevo el brebaje y vuelve a dormir, estará varios
días así, y es lo mejor para que su cuerpo sane por completo. Luego, Sofía y yo
cenamos mientras recordamos con cariño algunos momentos de nuestra infancia,
puede que no fuéramos ricas, pero hubo un tiempo donde éramos felices con lo poco
que teníamos.
Al acabar, ordeno a Sofía que se marche a dormir, yo quiero intentar vigilar lo
máximo posible a Cameron, al menos esta noche. Aunque por más que lucho contra
el cansancio, al poco tiempo, me dejo arrastrar por este y caigo rendida.
Al día siguiente, Cameron permanece durante más horas, despierto, pero aun así
no dejo que se levante del camastro, me cuesta, pero al fin consigo poder convencerle
de buena gana. La fiebre, ha desaparecido por completo, el apetito va volviendo, la
herida de su pecho está bastante mejor, y la de su pierna también.
Los días se tornan una ansiosa rutina, y así siguen transcurriendo hasta que, una
semana después estamos listos para partir, le hago prometer a Cameron que
tomaremos el viaje con calma, no importa lo que nos cueste llegar, pero ahora que
está casi recuperado, no voy a arriesgarme a que todo vuelva a complicarse.

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Durante toda la semana ha llovido a cantaros, todo está embarrado, hace frio,
nunca pensé que existiera un país más frio que Inglaterra, pero me equivoqué. Por
suerte, Cameron al fin ha entendido la gravedad del asunto y se toma el viaje con
tranquilidad, y lo que en una situación normal nos hubiera costado dos o tres días, nos
cuesta una semana entera. Es decir, el viaje de regreso a mi verdadero hogar casi me
ha costado tres semanas, pero estoy feliz, ya que hoy por fin llegaremos a nuestro
destino.
Aunque también bastante ansiosa, Sofía lo nota y, aprovechando que Cameron va
bastante adelantado, me pregunta en voz muy baja.
—¿Estas nerviosa y aterrada, cierto? —Y, mira de reojo a, Cameron.
—Sí, a ti no puedo negártelo, ni puedo disimularlo.
—No debes temer, tú lugar está allí. Tu familia te ama, y cuando te conozca no
podrán dejarte marchar.
—Mi temor es que se aferren a la idea de que soy una impostora, ellos deben estar
cansados de ilusionarse en vano, y no me conocen.
—Nada más verte lo sabrán. —Lo asegura tan convencida que incluso logra
tranquilizarme por un instante.
Pero la angustia vuelve a atenazarme mientras recorremos las millas del hermoso
paraje que nos rodea, pues ver las verdes y esplendorosas montañas hace que una
dolorosa tristeza me embargue por haber crecido tan lejos de mi verdadero hogar.
Para mi suerte o desgracia, he vivido en la ignorancia, pero para mis padres ha debido
ser un horror vivir todos estos años con la incertidumbre de no saber mi paradero, si
estaba viva o muerta, si estaba sana y salva con alguien que me cuidará como es
debido.
No puedo decir que Esmeralda y Marcus fueran unos padres amorosos y devotos,
pero pudo haber sido mucho peor. «¿Cómo podría compensar dieciocho años de
ausencia?». No dejo de preguntarme, y aunque no fue mi culpa, no puedo dejar de
sentirme así, pues siempre soñé con ellos, con estas tierras, pero nunca tuve el valor
de preguntar o de irme y buscar el origen de esos sueños.
—Muchachas, falta poco para llegar. —Esa información de Cameron, me hace
empezar a temblar, no puedo controlarme.
—Debes sosegarte —susurra con seriedad, Sofía.
Asiento y miro al frente, a lo lejos, muy lejos puedo divisar unas torres que
supongo son de la fortaleza que ellos llaman Eilean Donan, de la que se sienten tan
orgullosos por su historia. Y mientras la sigo observando, intento imaginarme cómo
será el primer encuentro con mis padres, con mis abuelos y, aunque ya sé cómo se
dará el acercamiento con mi hermano, no puedo evitar que mi angustia aumente ya
que tanto para él como para todos seremos unas forasteras.
¿Qué debo decirles? ¿Qué dirán ellos al verme? No lo sé, lo que sí tengo claro es
lo mucho que deseo abrazarlos y sentirme a salvo entre sus protectores brazos, pero
eso es una locura, estoy consciente de que si lo hiciera me tomarían por loca y no

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quiero eso. Además, tenemos otro problema, Cameron cree que vamos al encuentro
de un tío que no existe y, al llegar a nuestro destino, me veré obligada a decirle la
verdad, arriesgándome a que no me crea y acuse antes de que yo misma pueda hablar
con mi familia.
Solo espero que no sea así.
Las pocas millas que quedan me parecen eternas, y al irnos acercando puedo ver
chozas de gente del clan, también muchos animales, personas arando y cultivando
verduras, me encanta lo que observo, veo riqueza, veo a sus habitantes trabajando
feliz. Lo que habla muy bien de mi abuelo, puede que en su juventud cometiera
errores, pero ahora al parecer es un buen Laird, y me siento orgullosa de ser hija y
nieta de quien soy.
Ahora, ya no me siento menos que los Darlington.
Eric…
«¿Cómo estará? ¿Se habrá casado ya? ¿Le habrá importado algo el que me haya
ido? ¿O, su madre tendría razón?». Esos pensamientos me hieren, me matan, pero
contengo mis lágrimas. El viaje ha sido tan duro que casi no me ha dado tiempo de
pensar en él, ni para echar de menos su presencia. Sé que debo olvidarme de él, en
eso sí debí escuchar a Esmeralda, pero me equivoqué. Me entregue a sus besos, le
regalé la pureza que debía dar a mi marido, una que desde muy joven juré le
entregaría al hombre que amará, por desgracia, Eric no me ama y jamás será mi
marido, nunca volveré a verle.
En mi mente, tengo su rostro grabado a fuego, sus ojos azules, su sonrisa sincera
y su pelo dorado como el Sol. Desde niña lo observaba en silencio, imaginando que al
crecer él me amaría como yo lo hacía, pero todo fueron sueños. Fueron una
quimera…
—Elisa, mira. —Me apremia, Sofía.
Miro hacia donde me indica y frente a mí tenemos el largo puente que antecede a
la fortaleza, que atravesamos con lentitud observamos embobadas la enorme
fortificación a la que nos acercamos.
—¡Bienvenidas a Eilean Donan, muchachas! —En su voz, puedo notar la alegría
que siente al volver a casa, lo sé porque es lo que estoy sintiendo yo en este preciso
momento.
El corazón late feroz dentro de mi pecho y mis ganas de llorar se recrudecen.
Segundos después, desmontamos de nuestros caballos y Sofía me coge la mano
de inmediato en señal de apoyo e, instintivamente, le devuelvo el gesto mirando a
nuestros alrededores, no reconozco a nadie y una profunda desilusión me invade.
Pero de pronto, dejo de respirar cuando veo aproximarse, sobre un gran caballo
negro, a un hombre enorme cuyo poderío, fuerza y liderazgo resalta desde la
distancia.
—Es mi abuelo —susurro.
Cierro los ojos, porque lo he visto mil veces en mis sueños.

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—Aquí viene mi Laird. —Cameron, lo dice con tal reverencia que me
estremezco.
«¿Y si nos pregunta quiénes somos?». Me alerto seguido, y no soy la única.
—Escóndete, Elisa. —Me apremia mi amiga—, inventaré algo a Cameron.
Sin que lo vuelva a repetir, camino rápido hacia un puesto de verduras y me
escondo tras este, intentando pasar desapercibida.
Aún no es hora abuelo…

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Capítulo 6

(Marian Mackencie). Tierras Altas de Escocia, 1500.

Intento mantenerme lo más callada y quieta posible, mientras observo cómo


Alexander Mackencie, desmonta su caballo y se acerca a Cameron, pero la curiosidad
termina ganándome y, aunque temo ser vista, no puedo evitar inclinarme un poco
fuera de mi escondite y maravillarme ante la reacción de mi abuelo. Este abraza a
Cameron como si fuera el hijo pródigo que vuelve al hogar y, a pesar de que el abrazo
dura muy poco, me deja saber que nuestro salvador no es uno más de los hombres
Mackencie, sino que es alguien allegado a él y eso me pone aún más nerviosa.
Por suerte, no repara en Sofía; quien se acerca a mí a paso lento para no llamar la
atención, pero varias mujeres nos detectan de inmediato y nos miran curiosas, es
demasiado evidente que somos forasteras.
Segundos más tarde, Alexander se marcha, y Cameron al fin parece darse cuenta
que no estamos a su lado, por lo que, con cara de preocupación nos busca con la
mirada y, una vez nos encuentra, camina con rapidez hacia nosotras.
En su mirada, puedo leer con claridad la confusión por nuestro comportamiento.
—No sabíamos qué hacer Cameron, no queríamos causar problemas —me excuso
de inmediato, conforme él sigue avanzando.
—Mi Laird, jamás se opondría a que ayude a unas damas a reencontrarse con su
familia.
—Me alegra saber eso Cameron, tú has sido muy bueno con nosotras y no
queremos ser una molestia.
—No ha sido ninguna molestia, y ahora debemos ir a buscar a vuestro tío. —
Afirma.
Ambas nos miramos asustadas, ha llegado el momento de la verdad y no sé cómo
se lo va a tomar, a nadie le gusta que le mientan, él no se lo merecía, pero no
teníamos más opción.
—Cameron, me gustaría hablar contigo en un lugar un poco más privado —
empiezo a hablar con voz temblorosa.
Me mira interrogante, pero tras unos instantes de duda, asiente y nos indica que lo
sigamos. En poco tiempo, llegamos a una choza que parece bastante abandonada, que
asumo es su casa por la familiaridad con que se adentra en esta.
—Entrad, disculpar el aspecto que pueda tener, pero hace años que me fui —
explica algo avergonzado.
—Tranquilo, entendemos. —Sofía es la que habla—, podemos limpiar nosotras.

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—No os he traído aquí para eso, Elisa me ha pedido un lugar privado para hablar,
en mi casa estaremos tranquilos.
Al entrar el olor a cerrado nos golpea, todo está lleno de polvo, por lo que
Cameron nos invita a sentarnos sobre unos destartalados taburetes y eso hacemos sin
rechistar. Instantes después, enciende el fuego y todo adquiere una mejor
iluminación. La choza, es pequeña, pero no me quedan dudas de que esta era su hogar
cuando estuvo casado, en sus ojos veo el dolor al mirar a su alrededor.
—Siento haber sido tan egoísta como para no pensar que te dolería volver a tu
casa. —Me disculpo, no sé qué más hacer.
—Tarde o temprano tenía que pasar Elisa, no soy un niño, no voy a derrumbarme.
—Parece un poco ofendido—. Mejor dime qué es eso tan importante que nadie puede
escuchar.
Al escucharlo, Sofía me mira transmitiéndome todo su apoyo y me insta con sus
ojos a decir la verdad, por lo que, tras coger una gran bocanada de aire, lo miro y
comienzo a confesar.
—Cameron, te he mentido, no me llamo, Elisa.
Mi amiga, en respuesta, coge mis temblorosas manos, apoyándome y dándome el
valor necesario para continuar.
—He vivido toda la vida en Inglaterra con Marcus y Esmeralda, ellos me criaron
más no eran mis verdaderos padres. Durante años he sentido que no pertenecía a ese
lugar, no solo porque Esmeralda me lo recordará cada vez que tenía oportunidad. —
Alzo la mirada y puedo ver cómo Cameron poco a poco va cobrando consciencia de
lo que estoy confesando—, cuando Marcus murió hace unas semanas, Esmeralda no
tardó en seguirlo, unas fiebres acabaron con ellos, y antes de morir ella me confesó
quién soy en realidad.
—Tú eres… —Cameron, no se atreve a decirlo.
—Sí. Soy Marian Mackencie, la hija perdida de Sebastien y Valentina.
—¡Dios mío! —Él se lleva las manos a la cabeza—. ¿Por qué mentir? ¿Si eres
Lady Marian, por qué te escondite de tu abuelo? —En sus preguntas percibo su
desconfianza.
—Porque temo que mi familia reaccione igual que tú, estás dudando y eso es lo
que más me aterra, que ellos no me acepten —explico, intentando contener el llanto.
Él me observa, detenidamente, supongo que intentando encontrar algún parecido
con mis padres o abuelos, pero por lo poco que he podido observar a Alexander
Mackencie, yo no he heredado nada de él.
—No sé cómo no me he dado cuenta antes, veo el parecido con tu padre.
—¿De verdad? ¿Me parezco a mi padre?, —pregunto, ansiosa.
—Sí, no veo gran cosa de Valentina en ti, pero no hay duda que la sangre gitana
de tu padre corre por tus venas. —Asiente con seriedad y, mirando a Sofía después,
pregunta—. ¿Quién es entonces la muchacha?

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—Es mi mejor amiga, mi hermana, aunque no sea de sangre, en eso no mentimos
—respondo, abrazando a Sofía—. Nos conocemos desde que éramos niñas, ella es
huérfana, al igual que a mí no nos quedaba nada en Inglaterra.
—Entiendo. —Es todo lo que dice, y su falta de reacción me pone aún más
nerviosa.
—¿Qué pensáis hacer?
—Yo ni puedo, ni quiero mentir a mi Laird. Más pronto que tarde llegará a sus
oídos que dos mujeres viven conmigo.
—No es nuestra intención que traiciones a tu Laird, ya hiciste suficiente por
nosotras, nos salvaste, nos trajiste a casa —alego con total sinceridad. Es algo que
jamás podré agradecerle lo suficiente.
—Ni siquiera pienses que os voy a abandonar a vuestra suerte —advierte él en
respuesta—, estamos en tierras Mackencie, pero aun así no podéis ir solas por allí.
¿Dónde dormiréis? —Cuestiona.
Bajo la mirada hacia mi viejo vestido gris, asustada, debo tomar una decisión, no
puedo seguir escondiendo la verdad por miedo, pues ahora, también está involucrado
Cameron, si dejamos su protección estaremos solas a merced de los peligros, pero si
nos quedamos a su lado podemos traerle graves problemas.
—Tendré que enfrentar lo que más temo, no puedo exponerte.
—No debes hacerlo por mí, Marian. —Escuchar de sus labios mi verdadero
nombre me causa una emoción desconocida—. Puedes esperar unos días. Descansar,
podemos decir que sois unas primas lejanas de mi difunta esposa.
—Dijiste que no podías mentir a tu Laird. —Le recuerdo.
Él me mira de una forma extraña, que no logro descifrar.
—Parece ser que no me importa. —Y se marcha dejándonos a solas, sorprendidas
por su revelación y su conducta.
—¿Crees que llegado el momento sería capaz de mentir a su Laird?, —pregunta
asustada, Sofía.
—No lo sé —suspiro cansada—. Esperemos que no tengamos que averiguarlo.
Decidimos no hacer caso a Cameron y limpiar la pequeña choza, en pocas horas
todo está reluciente, el fuego calienta el hogar, incluso vamos a comprar algunas
verduras y carne para hacer un guiso, pero al caer la noche él aún no ha regresado y
Sofía empieza con sus malditas suposiciones, haciéndome dudar y temblar de pánico.
¿Y si ha ido directo a contar la verdad a mi familia?
Cuando al fin la puerta se abre, dejando ver a un Cameron recién bañado, ambas
nos quedamos con la boca abierta, incluso se ha cortado un poco su gran barba,
ahora, parece más joven, y es cuando me doy cuenta de lo apuesto que es, aunque no
soy la única que lo nota. Si no supiera que Sofía algún día será parte de mi familia,
llegaría a pensar que Cameron y ella tendrían un futuro, juntos.
Cameron, al notar nuestra reacción, se queda inmóvil en la puerta y mira a su
alrededor con cara de alucinado, es obvio que no puede creer lo que ve.

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—Os dije que no teníais que hacer nada. —Entra y cierra la puerta.
Sofía, con una espléndida sonrisa, le pide después que se siente a la mesa
mientras sirve la cena.
—Es lo menos que podríamos hacer —responde esta por enésima vez en el día.
Yo aún no puedo moverme, no sé si sentirme aliviada por ver que ha vuelto o si
quedarme allí pasmada a la espera de que salten sobre mí los hombres de mi abuelo.
—Marian, puedes sentarte y empezar a respirar —dice entre bocado y bocado—,
no he dicho nada a nadie y eso que he visto a tu hermano y a tu padre.
Me siento con rapidez y, con la mirada, le hago saber qué espero me cuente con
lujo de detalles ese encuentro.
—¿Qué te han dicho? ¿Qué han hecho?, —pregunto con visible ansiedad.
—Nada Marian, olvidas que ellos no saben nada. Les dije que había llegado
acompañado de unas primas de mi mujer, ellos quedaron conformes, venían del lago,
es muy común que la gente vaya allí a lavarse, y para tu familia también lo es.
Asiento.
Aunque igual, me entristece no haber podido verlos, al menos en persona, sí los
he visto muchas veces en sueños, pero no es lo mismo. Envidio a mi hermano, él ha
podido crecer junto a nuestros padres, no hay día que no me pregunté, ¿cómo hubiera
sido mi vida si Esmeralda y Marcus no hubieran cumplido su cometido, si hubieran
fallado?
Claro que entonces, no hubiera conocido a Sofía, a…
«¡Eric!», de solo recordar su nombre, mi alma se parte en pedazos, nunca he
estado tan lejos, y mucho menos, tanto tiempo sin verlo, sin saber nada de él. Pero sé
que marcharme fue la mejor decisión, y aunque ha sido en extremo doloroso, tengo
muy claro que quedarme allí y ver día tras día como él hace su vida con otra mujer,
hubiera acabado sin dudas con mi vida. Al menos, estando lejos, puedo conservar su
hermoso recuerdo, sin tanto rencor, y quizás tener una oportunidad de seguir con mi
vida.
—Marian, come algo por favor, estás muy delgada —me pide Sofía, sacándome
de mis pensamientos.
La miro e intento hacer lo que me pide, pero unas repentinas náuseas, no me
dejan.
De pronto, Cameron se levanta y se dirige hacia la puerta.
—¿Dónde vas? —Le pregunto sin poder contenerme.
—Voy a dormir en las caballerizas como alguno de los hombres solteros, no es
decente que duerma aquí a solas con dos mujeres.
—Pensé que esas estúpidas normas las dejábamos en Inglaterra. —Se queja,
Sofía.
—Aquí también respetamos la virtud de nuestras mujeres, sé que en Inglaterra
nos describen como salvajes sin modales, pero no es así. ¡Buenas noches, jovencitas!

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Sofía bufa enfadada por el énfasis que ha hecho en la palabra jovencitas, pues
odia que le recuerde constantemente su edad o la diferencia entre ellos.
—Juro que a veces le retorcería el pescuezo. —Gruñe mientras recoge la mesa.
—Déjalo pasar, Sofía. —La ayudo a recoger.
Rato después, nos preparamos para dormir y avivamos el fuego, porque, aunque
Escocia es mucho más hermosa que Inglaterra, tiene un clima peor. El frío es en
verdad inclemente. Como solo hay un lecho, lo compartimos, eso no nos importa, lo
hemos hecho muchas de veces.
—¡Buenas noches, Marian!, —susurra mi mejor amiga.
—¡Buenas noches, Sofía!

***

«¿Qué hago de nuevo en la mansión de los Darlington?» me pregunto, veo a


mucha gente congregada, muy contenta, la música llena el ambiente. Desconcertada,
miro a mi alrededor buscando el motivo por el cual esté de nuevo aquí, y lo veo a lo
lejos. Es Eric; más apuesto y elegante que nunca, y sin pensarlo, camino con rapidez
hacia él, pero cuando estoy a punto de llegar a su lado, algo me detiene.
Junto a él está la muchacha que sus padres desean se convierta en su esposa. Ella
se ve radiante, feliz, hermosa con su vestido blanco.
¿Blanco?…
Estoy en una boda, en la boda de Eric.
Tan pronto comprendo todo, mis ojos empiezan a humedecerse y mis pies a
retroceder despacio, pues no quiero que me vean, no puedo darles el gusto de verme
humillada. Pero cuando doy la vuelta para irme de allí, frente a mí está él junto a su
madre sin expresión alguna, y es ella quien me suelta con una gran sonrisa en sus
labios.
—Te lo dije gitana asquerosa, tú no eres nada para mi hijo.
Impactada por lo que acabo de oír, miro a Eric con el rostro bañado en lágrimas,
pero él no dice nada, solo me mira en silencio.

***

Despierto sobresaltada y Sofía me imita, estoy llorando, ahogándome de dolor.


—¿Otro sueño?, —pregunta con voz adormilada.
—Una pesadilla —susurro.
Me dejo abrazar por ella, es una costumbre, es su manera de intentar alejar los
malos recuerdos que dejan en mí ese tipo de sueños, pero esta vez lo que me ha
dejado con el alma hecha trizas, es saber que mi pesadilla no es tal, sino una absoluta
realidad.
Eric, ya debe estar casado con esa mujer.

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Cuando por fin logro calmarme, Sofía me anima a levantarme y a salir de la
cabaña. Ya el alba ha despuntado y debemos ir de nuevo al mercado por provisiones.
Cuando por fin estamos listas, salimos y recorremos la poca distancia que nos separa
del lugar donde se vende la comida y todo lo demás.
Camino al lado de mi amiga, pero estoy muy lejos de aquí.
—Ese muchacho, comienza a incomodarme Marian. —Me alerta, Sofía.
—No digas mi verdadero nombre aquí —ordeno mirando a nuestro alrededor—.
¿De qué muchacho estás hablando?
—De ese que está allí en frente, no para de mirarnos, ¿crees que sepa quién eres?,
—pregunta con temor.
Tras escucharla, miro con disimulo hacia donde mi indica y me quedo sin aliento.
¡Es él! Es mi hermano pequeño.
—No temas Sofía, él no va a hacernos ningún daño. —Le aseguro.
—¿Cómo puedes estar tan segura?, —insiste.
—Porque ese muchacho tan apuesto es mi hermano.
La observo contener el aliento y mirarme con sus grandes ojos muy abiertos.
—¿Cómo lo sabes?, —inquiere nerviosa—. Has soñado con él, ¿cierto?
Asiento y miro de nuevo a mi hermano. Es apuesto, de pelo negro como el mío y
ojos azules. Además, es alto y parece fuerte, todo un guerrero, me apena no haber
estado a su lado mientras crecía.
Evan, se acerca a nosotras; y Sofía, me coge la mano nerviosa.
—¡Buenas días, señoritas! ¿Están de paso? ¿Viajan solas? —La sensación de
escuchar su voz tan cerca de nosotras, es indescriptible.
¡Por fin mi hermano está frente a mí! Pero aún no se lo puedo decir…

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Capítulo 7

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia 1500.

Cuando Evan se marcha, no muy convencido de la explicación que le he dado, aún


puedo sentir mi corazón martilleando con ferocidad dentro de mi pecho. Sofía ha
quedado conmocionada sin duda, y yo no estoy mucho mejor, y aunque no debería
sentirme tan afectada pues ya he soñado con este momento, lo estoy.
Ahora, más que nunca debo encontrar el valor de ir a ver a mis padres para
contarles quién soy, creo que he demorado mucho toda esta situación y es hora de
terminarla ya. No tengo porque esconderme, pues soy tan víctima como ellos, si me
hubiera enterado mucho antes de quién era en realidad, habría regresado sin dudarlo.
Pero por desgracia, han tenido que pasar dieciocho años, mucho sufrimiento y
búsquedas sin éxito para volver a tener la oportunidad de estar juntos, y no seré yo
quien alargue aún más ese suplicio, mañana será el día en que me presente en la
fortaleza, porque según me contó ayer Cameron, hoy es el cumpleaños de mi
hermano.
—Tu hermano, es el hombre más hermoso que he visto en mi vida —suspira una
sonrojada Sofía y no puedo evitar reír.
—Sabía que dirías algo así —le confieso en tono de burla.
—Podrías haber tenido la decencia de decirme que tu hermano era tan bello. —Se
queja en respuesta, enfurruñada.
—Creo que no le gustaría oírte referirte a él en ese modo, los hombres no son
bellos, son apuestos.
—Lo que sea, no voy a perdonarte que me hayas hecho quedar como una
estúpida.
—Mi querida Sofía, confía en mí, el hecho de haber babeado con descaro no
cambiará la opinión que mi hermano se ha formado de ti.
—Odio cuando te pones tan profunda, como cuando guardas secretos, ¿hay algo
que yo deba saber?, —pregunta desconfiada.
—Nada que necesites saber en este momento, solo que mañana al fin conoceré a
mi familia, se ha acabado el miedo.
—¡Alabado sea el Señor!, —exclama alzando las manos al cielo. Ambas
rompemos a reír después y decidimos seguir con las compras.
Pasado un rato, volvemos a la choza para preparar la comida y Cameron no tarda
en llegar también. Parece cansado, pensativo, y sus ojos reflejan más tristeza de la
acostumbrada.
—¿Ocurre algo, Cameron?, —pregunto, preocupada.

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—Nada Marian, solo estoy cansado, había perdido práctica en los exigentes
entrenamientos de los Mackencie.
No digo nada más, porque sé que está mintiendo, algo mucho más importante le
atormenta, y lo único que puedo hacer es mantener viva la esperanza de que, tarde o
temprano, confíe lo suficiente en mí como para contarme lo que le está carcomiendo
el alma.
—Mañana voy a ir a Eilean Donan, es hora de acabar con el sufrimiento de mis
familiares y con el mío propio —le informo, intentando sonar segura—. Si todo sale
bien, dejaremos de incomodarte muy pronto.
—No me molestáis en absoluto Marian, pero me alegro que hayas decidido
enfrentar tu destino y aceptar quién eres en realidad, no hay nada que temer, ni nada
de lo que debas avergonzarte. Por tu cuerpo corre sangre de los mejores guerreros que
existen, tu linaje es un orgullo.
—Y lo porto con muchísimo orgullo Cameron, no pienses ni por un momento que
no es así, desde el momento que supe quién era en realidad, me siento parte de ellos,
aunque nunca haya estado a su lado.
—Debe ser hermoso tener raíces, saber de dónde vienes, yo nunca supe quién era
mi padre, y madre murió hace mucho tiempo —interviene Sofía con dolor en su voz.
—Tú me tienes a mi querida, mi familia es tu familia —le digo sonriendo—, y te
aseguro que más pronto de lo que te puedas imaginar, tendrás la tuya propia.
Ella a su vez, asiente sonriendo no muy convencida de lo que digo, pero yo sí
tengo la certeza, mi mejor amiga un día llegará a ser una Mackencie por derecho, sus
hijos llevarán mi sangre, y no puedo estar más feliz por ello.
—¿Y por qué no hoy?, —pregunta de pronto, Cameron. Ambas lo miramos sin
saber a qué se refiere.
—¿Cómo?, —inquiero enseguida.
—¿Que por qué no vas hoy a la fortaleza? Sería un regalo magnífico para tu
hermano.
—Por eso mismo, hoy es el día de Evan, no quiero arruinarlo.
—¿Acaso crees que el muchacho no querrá conocerte?, —pregunta incrédulo—.
Durante toda su vida a deseado conocer a su hermana mayor, para nadie has sido un
secreto vergonzoso, Marian.
—Lo sé, pero siento que hoy no es correcto, no quiero quitarle el protagonismo a
Evan.
—Entiendo, bueno pues mañana será el día. —Se levanta y se marcha igual como
ha venido.
—Es un hombre tan raro —susurra Sofía, mientras empieza a recoger todo. Es
algo que se ha vuelto una rutina.
—Es un hombre atormentado Sofía, no lo olvides.
Dicho eso, ambas pasamos el resto de la tarde bordando y recordando momentos
de la niñez, sin duda, los que puedo recordar con más cariño son los vividos junto a

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ella. Aunque tampoco, podemos evitar rememorar con algo de nostalgia los años que
pasamos jugando en los bosques que rodeaban la mansión de los Darlington, a las
criadas que trabajaron codo con codo con nosotras, muchas tenían nuestra edad, y
todas éramos dirigidas por Margarite; una francesa presuntuosa que se creía más que
las demás solo por ser la dama de compañía de Lady Darlington y haber viajado con
ella desde Francia cuando se casó con Lord Darlington. Y, aunque fueron momentos
difíciles de duro trabajo, fuimos felices con lo poco que teníamos, nunca nos
quejamos de la vida que nos había tocado vivir.
Ahora, estamos a millas de distancia de ese lugar, han pasado semanas y todo ha
cambiado, incluso nuestra forma de pensar ya no es la misma, mucho menos nuestras
prioridades, antes solo nos conformábamos con sobrevivir, en cambio ahora,
queremos vivir, pero felices, y lo seremos cueste lo que cueste.
Ya entrada la noche, preparamos la cena como de costumbre, y aunque todo se ve
muy bueno, no soy capaz de probar bocado, siento el estómago un poco revuelto,
además estoy muy preocupada por Cameron, es tarde y nada que llega, debe estar en
la celebración del cumpleaños de mi hermano.
Mucho tiempo después, por fin aparece y su expresión sigue igual de taciturna,
pero aun así nos cuenta con algo de emoción todo lo que ha ocurrido en la tarde, de lo
magnífica que resultó la fiesta y de lo felices que estuvieron Evan y el resto de mi
familia. Sofía intenta sonsacarle más información sobre Evan, pero Cameron solo le
cuenta que mi hermano ha terminado borracho y muy animado con una de las criadas
más jóvenes del castillo, y en respuesta, su rostro palidece a pesar de querer aparentar
indiferencia.
En cambio, yo sonrío al ver su reacción, pues gracias a mi don; ese del que tantas
veces he renegado, sé con certeza que ellos están destinados a estar juntos, y aunque
me duele verla sufrir por algo que todavía no entiende, no puedo decirle la verdad,
pues por experiencia sé que si intento interferir con mis visiones algo horrible puede
pasar.
Acabado el relato, Cameron como cada noche se marcha y, nosotras; después de
dejar todo arreglado y darnos un baño, nos acostamos una al lado de otra. Sofía sigue
muy silenciosa, por lo que, la dejo tranquila y trato de aplacar mis propios miedos,
mañana debo presentarme ante mi familia, ocurra lo que ocurra no voy a cambiar de
opinión. Al cabo de unos minutos, mi amiga logra conciliar el sueño, mientras yo
sigo dando vueltas y más vueltas sobre el camastro, hasta que, por fin caigo en un
intranquilo sueño.

***

A la mañana siguiente, la mortecina luz del sol me despierta, y de inmediato, me


levanto dispuesta a no dejarme vencer por el temor y los nervios. Segundos después,
suelto mi cabello recogido en una larga trenza y comienzo a vestirme con mi mejor

Página 53
traje. Uno de color verde, es el último que me hice con una hermosa tela que encontré
en un mercado en Inglaterra.
Al terminar, miro mi reflejo en el avejentado espejo que Cameron tiene en su
hogar y me preocupo al observar mi rostro pálido y unos círculos negros alrededor de
mis ojos. Me veo muy descompuesta por los nervios, y las recurrentes nauseas que
siento me lo corroboran, pero estoy decidida. Acto seguido, despierto a Sofía; que
también se viste con su mejor traje. Uno de un azul celeste que la hace ver más
hermosa, y al igual que yo se deja su largo pelo suelto.
Una vez terminamos, nos miramos y, como ninguna de las dos tiene hambre,
decidimos ir caminando hacia la fortaleza. El día es frío, a lo lejos se puede apreciar
una densa niebla, aun así, seguimos andando en silencio y en poco tiempo llegamos a
la imponente fortaleza, en la que entramos tras cruzar el puente y el gran portón
custodiado por varios guardias, quienes nos ven pasar junto a la demás gente que
entra y sale del castillo.
—Ya estamos aquí Marian, estamos en tu verdadero hogar —susurra Sofía
mirando a su alrededor e, inevitablemente, yo hago lo mismo.
El lugar es majestuoso, hermoso, es tal cual como lo he soñado miles de veces,
me resulta increíble estar aquí por fin, es sencillamente maravilloso, me siento flotar
en una nube de felicidad e irrealidad, pero también tengo algo de miedo. No sé a
dónde debo dirigirme o qué hacer, mucho menos, el cómo soltarle a todos semejante
noticia.
Aunque, pasado unos segundos, por fin decido ir por la puerta del servicio y
preguntar por mi madre. Es lo más sensato. Me tiemblan las piernas, apenas si las
puedo mover con algo de firmeza, pero sigo andando, hasta que, de pronto, una voz
detrás de nosotras me detiene y paraliza el corazón.
—¿Marian? —Me giro, y puedo ver a una mujer menuda mirarme como si
estuviera frente a un fantasma, ¿de qué me conoce?—. No puedes ser tú… tú estás
muerta.
—¿Quién sois vos?, —pregunta Sofía ante mi silencio.
—Soy Marie, dama de compañía de Lady Brianna Mackencie, señora de estas
tierras —contesta con orgullo—. ¿Quién sois vosotras?
No contestamos, porque no nos da tiempo.
—Marie, ¿qué ocurre? —Veo aparecer a una señora alta de pelo negro y ojos
azules como el cielo, ella aún no nos ha visto, pero sé con seguridad que ante mí
tengo a mi madre. Y sin que pueda y quiera evitarlo, mis ojos se llenan de lágrimas.
Es… es hermosa…
De inmediato, una pálida Marie me señala y, mi madre, mira hacia nosotras y
suelta un gemido lastimero, estremeciéndose e inundándosele los ojos de lágrimas
también.
—Eres tú… —susurra intentando acercárseme, pero antes de dar siquiera dos
pasos se desmaya.

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Y Marie, presurosa, impide que caiga al suelo y grita por ayuda, estoy tentada a
salir corriendo, pero algo más poderoso que el miedo, me detiene. Es como si
estuviera anclada al suelo y teniendo otra de mis premoniciones.
Segundos después, la primera en aparecer, es mi abuela, que al ver a su hija en
brazos de Marie grita alarmada, provocando que los hombres dentro del castillo
comiencen a llegar, algunos armados creyendo que están siendo atacados, pero entre
tanto alboroto, nosotras pasamos desapercibidas durante un buen rato, hasta que,
aparece mi padre y coge entre sus fuertes brazos a mi madre, que parece reaccionar a
su cercanía. Abre los ojos y parece buscar algo, mejor dicho, a alguien… me busca a
mí.
—¡Mi hija!, —susurra, desconcertando a todos—. Marian está aquí.
—¿De qué estás hablando, cariño?, —pregunta Sebastien, con voz ronca.
—Nuestra hija ha vuelto a nosotros querido. —Sonríe por primera vez entre
lágrimas—. ¡Está ahí! —Señala hacia donde estoy y todos se giran a verme.
Escucho murmullos, jadeos, pero toda mi atención está centrada en mi madre que
se incorpora sobre sus pies ayudada por mi padre y se acerca a mí, no puedo respirar,
no puedo moverme. En cambio, él parpadea incrédulo, mientras a su lado mi abuela
solloza en brazos de mi abuelo; quien lucha por contener su propia emoción.
—¡Mi niña! —Solloza mi madre, mientras acaricia mi rostro bañado de llanto.
Acto seguido, y para mi absoluta dicha, me abraza y yo le correspondo porque es
lo que he soñado durante todo el viaje, ser recibida de este modo, nada de dudas, nada
de acusaciones. Y así permanecemos no sé por cuánto tiempo, ella acunándome en
sus brazos y repitiendo mi nombre una y otra vez, no existe nada más, nadie a nuestro
alrededor, aunque, soy consciente de la multitud que nos rodea.
—Esposa. ¡Por amor a Dios! Deja que abrace por fin a mi hija. —La voz
emocionada de mi padre, hace que me separe de la mujer que me dio la vida y lo mire
por fin a los ojos.
Unos idénticos a los míos, en los que veo empozarse un poco de humedad,
mientras su labio inferior se contrae en un esfuerzo por no romper a llorar delante de
todos.
—Eres idéntica a ella —susurra, antes de apresarme entre sus fuertes brazos, y en
reflejo, me siento al fin completa, protegida, sé que estoy a salvo de todo mal a su
lado.
Sin poder evitarlo, finalmente, mi padre se rompe y puedo notar como tiembla por
los sollozos, eso me hace llorar mucho más, ver a este gran hombre desecho por el
dolor, me parte el alma. Cuando nos separamos, coge mi rostro entre sus grandes
manos y limpia mis lágrimas, después me mira directo a los ojos y explica
emocionado.
—Eres la viva imagen de mi amada hermana, tu tía. Llevas su nombre en honor a
ella.
Solo asiento, pues un nudo en mi garganta me impide hablar.

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De pronto, vuelvo a ser consciente de la presencia de mi madre y mis abuelos, y
es mi abuela Brianna, quien después de apartar a mi padre de mi lado, me abraza con
fuerza entre sus brazos. Al separar nuestros cuerpos, me dedica una sonrisa luminosa
y le da paso al gran hombre que vi el primer día que llegué aquí… ¡Mi abuelo!

Alexander Mackencie.

—¡Bienvenida a tu hogar, mi niña! —Me susurra al oído, estrechándome y


alzándome entre sus musculosos brazos, y al escuchar esa simple frase vuelvo a
sollozar como un bebé.
Cuando me deja en el suelo, al fin veo a toda mi familia reunida alrededor, todos
conmocionados pero felices, sin asomo de dudas en sus ojos, convencidos de que yo
soy realmente la hija que les fue robada hace tantos años atrás.
—¡Mi querida hija!, —dice mi madre feliz, acercándose de nuevo a mí—.
Tenemos tanto de que hablar.
—Sí, tengo mucho que contaros. —Mi voz tiembla, pero es escuchada por todos.
Mi madre, me coge la mano y guía hacia el gran castillo.
—¿Sofía?, —pregunto, asustada—. ¿Dónde está?
—La muchacha que te acompaña está con Marie, no te preocupes —explica, mi
abuela.
Escuchar eso me tranquiliza, y entonces, me dejó llevar por ellos hacia el interior
la fortaleza, donde una enorme sala nos recibe, ocupada por una gran mesa con varias
sillas, una chimenea encendida y paredes adornadas con hermosos tapices.
El hogar de mi familia, no tiene nada que envidiar a la mansión Darlington.
—Siéntate querida, Marie ya fue por un buen té. —En todo momento, es mi
abuela la que habla, a mis padres y a mí, la emoción nos ha dejado sin habla.
Una vez sentados, todos vuelven a clavar sus atentas y expectantes miradas en mí,
parece como si temieran que desaparezca en cualquier momento. Al poco rato, Marie
aparece con el té y unos pasteles con aspecto buenísimo, me sonríe, pero no dice nada
más, y se marcha sin que me dé tiempo a preguntar por el paradero de mi amiga.
—¿Dónde has estado pequeña? —La voz ronca de mi padre, aparta de momento
mi preocupación por Sofía.
—En Inglaterra.
Mi abuela jadea, y mi padre y abuelo gruñen.
—Te buscamos allí también, no me importó desatar una guerra. —Replica
Alexander.
—Supongo que Marcus y Esmeralda se escondieron muy bien para que no
pudierais encontrarlos, a ella no le dio tiempo de contarme mucho más.
—¿Dónde están esos miserables?, —pregunta entre dientes mi progenitor.

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—Muertos. Hace semanas que murieron —les confieso.
Y, un torbellino de preguntas que no alcanzo a entender, se desata luego de eso,
hasta que, la llegada de Evan, nos silencia a todos. Mi hermano, entra corriendo
precipitado y se detiene frente a mí, mirándome como si tuvieran enfrente un
fantasma.
—¿Es cierto?, —pregunta, sin mirar a nadie en concreto—. ¿Es mi hermana? —
Ahora, sí mira a nuestros padres buscando la confirmación.
—Lo es. —Afirma mi madre—. Ella es tu hermana Marian, es la viva imagen de
tu difunta tía Marian, por ella le pusimos el nombre.
—Sé esa historia madre —responde, sin dejar de observarme.
Por un momento, me asusto, su silencio y seriedad hacen que tema que no me
acepte como su hermana, que no me quiera aquí, pero mis miedos se disipan, cuando
me levanta de la silla y me aprieta contra él en un fuerte abrazo.
—¡Bienvenida a casa, hermana!, —susurra emocionado, hundiendo su cara en mi
cuello—. Te he echado de menos cada día de mi vida.
Y yo, en respuesta, correspondo su abrazo y beso su mejilla repetidas veces, tengo
tanto amor guardado que me desborda.
—Hijo, déjala respirar —ordena con suavidad, mi padre.
Unos segundos después, por fin logramos separarnos y vuelvo a sentarme, pues sé
que necesitan saber todo, y durante horas les cuento lo que ha sido mi vida,
intentando no darles tantos motivos para el llanto, lo que implicó no contarles sobre
la relación que tuve con las personas que me criaron, ni siquiera les cuento sobre
Eric. Eso es un secreto que guardo para mí, una parte de mi vida que acabó en el
momento que me fui de allí.
Cuando Sofía aparece de pronto, acompañada de Marie y un hombre igual de
fuerte y alto como mi abuelo, sonrío aliviada. Ella acude a mi lado y me abraza. Sin
necesidad de palabras nos comunicamos, sonreímos felices, ella está contenta porque
he encontrado al fin a mi familia, y yo aliviada y más querida que nunca.
—Madre, padre, abuelos, os presento a Sofía, ella ha sido como una hermana para
mí durante todos estos años, es huérfana, yo soy toda la familia que le queda —les
cuento a todos, intentando hacerles entender cuán importante es ella para mí.
—¡Bienvenida, Sofía! Te agradezco que hayas estado al lado de mi pequeña
durante todos estos años, por ello siempre te estaré agradecida y para mí serás a partir
de este momento una más de mi familia, en mi hogar siempre serás bien recibida. —
Mi madre la abraza y Sofía intenta contener el llanto.
—Estamos de acuerdo con nuestra hija, para nosotros eres una Mackencie más,
has acompañado a nuestra nieta cruzando Inglaterra y Escocia vosotras solas, tienes
nuestro respeto y afecto de por vida —dice, mi abuelo.
—¡Gracias, Laird Mackencie!, —responde Sofía, avergonzada por tan buen trato.
Mientras, mi hermano, la mira ceñudo y, sin decir palabra alguna después, se
marcha como si el mismo diablo fuera tras él, provocando que mis padres y abuelos

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sonrían de su extraña reacción. Es obvio que ellos conocen los motivos de esta, pero
no les exijo saberlos, lo único que me interesa es verlos así de felices, eso me llena el
corazón de dicha y paz.
A partir de ahora, de ese modo es que quiero verlos siempre: riendo y sin ningún
atisbo de pena o dolor en su semblante.

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Capítulo 8

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia 1500.

Cuando cae la noche, luego de contarles lo que ha sido mi vida lejos de su lado, y
ellos las suyas, todos estamos muy cansados, mi madre insiste en acompañarnos a
Sofía y a mí a nuestras habitaciones. Ella ha dispuesto una para cada una, pero
después de explicarle que estamos acostumbradas a dormir juntas, nos ha permitido
escoger la más grande disponible para ambas. Además, se ocupa de todo, nos
consiente como si fuéramos niñas pequeñas, y cuando se lo hago notar, simplemente,
me responde con mucha seriedad y dolor en su voz.
—Me han privado toda tu vida de poder cuidarte y consentirte, no me pidas que
no lo haga ahora por muy mayor que seas. —Se acerca a nosotras y nos mira con un
amor inmenso—. El destino no solo te ha regresado a casa, sino que también me ha
dado una nueva hija.
Sofía, intenta contener el llanto, ella no recuerda el amor maternal, y recibirlo de
mi madre, a quien no conoce más que de unas pocas horas, es una auténtica sorpresa.
—¡Gracias, señora!, —agradece, temblorosa.
—Nada de señora querida niña, llámame madre si así lo sientes, yo te llamaré hija
si así me lo permites.
Sofía asiente, y se deja abrazar por la mujer que me trajo al mundo, no puedo
sentirme más orgullosa de haber salido de su vientre.
—Ahora, os dejo descansar. Si necesitáis algo, mi esposo y yo, dormiremos no
muy lejos de aquí. —Nos besa a ambas y, tras mirarnos una vez más con todo su
amor, se despide—. ¡Buenas noches, hijas mías!
Segundos más tarde, se marcha dejándonos solas, tengo tantos sentimientos
encontrados dentro de mí, tanta felicidad, que no sé por dónde empezar a expresarme.
—¿Te parecería una locura si te digo que por fin me siento en casa?, —susurra,
acongojada, Sofía.
—No —contesto con voz trémula—, porque yo siento lo mismo. Es como si toda
mi vida hubiera estado dividida, ahora, me siento completa.
—¿Crees que serás feliz aquí? ¿Lejos de Eric?, —inquiere algo temerosa de mi
reacción.
—Seré feliz —afirmo convencida—, no voy a desperdiciar mi vida sufriendo por
un hombre que ni siquiera ha luchado por mí, su silencio, su ausencia, me confirma lo
que su madre me dijo.
—Recuerda que él no sabe hacia dónde nos dirigíamos, hiciste prometer a Tito
que no le diría a nadie nuestro paradero.

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—¿Crees que el próximo Duque de Darlington iba a salir tras una campesina
gitana?, —pregunto con burla, intentando ocultar el daño que eso me produce.
No responde.
Ella sabe tan bien como yo, que para esa familia no somos nada, aunque, ahora
todo será diferente, pues Elisa y Sofía han muerto, desde hoy y hasta el día que la
muerte venga a buscarnos seremos, Marian y Sofía Mackencie. Nadie volverá a
vernos con asco o superioridad, pues somos y siempre fuimos mejores que ellos. No
teníamos joyas ni trajes lujosos, pero nuestro corazón es puro, en nuestra alma no
existe la maldad, ni la codicia, ni el interés que gobierna las clases altas.
—Vamos a descansar, hoy ha sido un día repleto de emociones, y no sé tú, pero
yo estoy agotada.
Asiento, después ambas nos acostamos en el espacioso lecho de plumas y cierro
los ojos dispuesta a dormirme, pero tras dar muchas vueltas, no lo consigo y
abandono la habitación. No sé con exactitud por dónde voy, casi todo el lugar está a
oscuras, solo unas pocas antorchas siguen encendidas y su opaca luz me permite bajar
las largas escaleras por las que subí en compañía de mi madre. Al desembocar en el
gran salón, atraída por el fuego que todavía calienta el hogar, me siento frente a este y
lo contemplo hipnotizada.
—A tu tía también le encantaba contemplar el fuego. —La voz grave de mi padre,
me sobresalta—. Lo siento, no era mi intención asustaste.
Sonrío en respuesta, su presencia me deja sin habla, me siento algo cohibida a su
lado. Después, durante largo rato, ambos disfrutamos del silencio, él se sienta a mi
lado contemplando las llamas que nos dan calor, tengo tanto que preguntarle que no
sé por dónde empezar, tanto que contarle que no me salen las palabras.
—¿Cómo era? —Le pregunto al fin y él me mira interrogante—. Mi tía.
—Tú eres igual a ella, incluso podrías ser hija suya. Verte a ti, es como si volviera
a tenerla a mi lado. —Me confiesa, y aunque me sonríe, puedo ver una sombra de
dolor reflejarse en sus ojos.
—Lamento mucho que mi apariencia te cause tanto pesar —me disculpo con voz
entrecortada.
—¡No vuelvas a pensar eso!, —exclama horrorizado—. Verte, tenerte aquí a mi
lado, es un sueño hecho realidad. Desde que Esmeralda te arrancó de nuestro lado, he
pasado noches en vela, intentando imaginar un momento como este. Me he perdido
años de tu vida, algo que siempre va a dolerme, pero estoy dispuesto a pasar cada
instante que me permitas a tu lado.
—Y yo, quiero que todos estéis a mi lado en cada momento durante lo que me
quede de vida —contesto, emocionada. Mi padre me abraza, intento contener el
llanto, pues no quiero estropear este hermoso momento—. Ella murió con tu nombre
en sus labios. —Siento como mi confesión le hace tensarse.
—Nunca podré perdonarla, ¡Dios me perdone, pero no puedo hacerlo!, —susurra
contra mi cuello al comprender a quién me refería—. Me arrebató lo que más amaba,

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y ha hecho de nuestras vidas un infierno, pudimos seguir adelante, pero tanto tu
madre como yo, vivíamos a la mitad.
Lo abrazo con más fuerza, en un intento por hacerle saber lo feliz que me hace
saber que me han amado durante todos estos años, que no se dieron por vencidos, que
siempre tuvieron la esperanza de tenerme algún día con ellos. ¡Gracias a Dios, ese día
ha llegado! Y ahora, menos que nunca, me arrepiento de lo que dejé atrás para estar
donde estoy ahora mismo.
No sé cuánto tiempo estamos así, abrazados, ajenos a todo lo que nos rodea,
regocijándonos de nuestra cercanía, reconociéndonos como lo que somos: padre e
hija. Es magnífico sentir su calor protector envolverme, tanto que, sin percatarme,
poco a poco me siento caer en un tranquilizador sueño. Y él al notarlo, a pesar de mis
débiles protestas, me alza en sus fuertes brazos y me pide suplicante.
—Permíteme que haga esto. Deja que, por un momento, piense que eres mi
pequeña niña y que nadie me ha impedido vivir a tu lado.
Con una leve sonrisa acepto, antes de cerrar los ojos, apoyar mi cabeza en su
hombro y dejar que me lleve hasta mi habitación, pues también yo deseo fingir lo
mismo. Minutos después, entramos en esta sin hacer mucho ruido para no despertar a
Sofía, me deja en el lecho, me besa en la frente y se despide.
—¡Descansa, hija mía!, —susurra.
—¡Buenas noches, padre! —Le respondo, e incluso en la penumbra, puedo ver
cómo le tiemblan los labios y sus ojos brillan poderosamente.
Instantes más tarde, cierra la puerta y por fin puedo dejarme vencer con
tranquilidad por el sueño, pues por primera vez en mi vida me siento a salvo y en
casa, que estoy donde debo estar.

***

He dormido durante horas, y es la melódica voz de Sofía; que canta mientras


cepilla su larga cabellera, la que me despierta y hace abrir con lentitud mis ojos.
—¡Buenos días, Sofía!, —saludo con mi voz aún pastosa por el sueño—. ¿A qué
se debe esa felicidad tan temprano?
—No es tan temprano querida amiga, casi es hora de la comida, has dormido
mucho. —Sonríe—. Incluso tu madre vino a despertarte, pero tu padre le dijo que te
dejará dormir un poco más, ya que anoche te desvelaste.
—Sí, no podía dormir. Estuve hablando un poco con mi padre, tenemos tanto que
contarnos, que ni siquiera supe por dónde empezar —suspiro, antes de levantarme
dispuesta a asearme.
—Tu madre, nos trajo estos hermosos trajes, mañana mismo dice que iremos al
pueblo más cercano a comprar las telas más bonitas para hacernos los vestidos más
hermosos de toda Escocia. —Puedo ver la ilusión en sus grandes ojos verdes.
Ninguna de las dos hemos tenido nunca cosas tan hermosas como estas.

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Contagiada por su emoción, escojo para mí el vestido azul claro, cuyo tono, en su
opinión, realza mi tez clara y mi oscuro pelo, mientras ella, escoge uno rosa pálido
que le favorece muchísimo. Me encanta verla así de feliz. Su pelo castaño y sus ojos
brillan con luz propia, y casi puedo asegurar que su vida será así a partir de ahora.
Aunque, por desgracia, no puedo decir lo mismo de mí, no sé aún qué me depara el
destino, el último sueño que tuve fue más bien una pesadilla, donde mis peores
temores se hacían realidad. Lo único que tengo claro, es que necesito dejar todo atrás
e intentar reconstruir mi vida, intentar encontrar de nuevo el amor, uno que sí sepa
luchar por mí y me ame por quién soy y no por mi procedencia.
Una vez listas, Sofía me insiste para bajar al salón, está ansiosa y creo saber el
porqué, por lo que, le hago caso y ambas descendemos las escaleras con una sonrisa
en los labios. El primero en vernos, es un hombre que no he visto jamás, pero que de
cierto modo me resulta bastante familiar.
—¡Por todos los dioses!, —exclama al verme—. Mi hijo tenía razón, es idéntica.
Al escuchar esas palabras, la mujer menuda que está a su lado, se gira hacia
nosotras, que hemos detenido nuestra marcha.
—¡Dios mío!, —susurra, llevándose la mano al pecho.
En ese momento, mi padre se acerca a nosotras y me coge de la mano, haciendo
que me mueva hacia ellos y que Sofía nos siga.
—¡Basta!, —ordena firme, pero sin alzar la voz—. Las estáis asustando, creo que
mi hija puede llegar a cansarse de que estemos comparándola continuamente con mi
hermana.
Al poco tiempo, mi madre se acerca también y, tras darme un beso en la frente y
otro a Sofía, procede a presentarnos a la pareja que anoche no estaba aquí, lo que me
hace suponer, de inmediato, que el motivo de su visita soy yo.
—Estos son mis tíos, James y Sarah —dice con cariño—. Tío James, es hermano
de tu abuelo; y tía Sarah, es hermana de tu abuela.
—¡Encantada!, —susurro, no sé qué más decir.
En respuesta, y sin que lo esperara, Sarah me atrapa entre sus brazos y me abraza
fuerte, susurrando mi nombre y sollozando, parece que creyera que no soy real. Yo a
su vez, le devuelvo el abrazo e intento tranquilizarla.
Cuando al fin lo logra, me libera y me mira sonriente a los ojos.
—¡Al fin volviste a casa! ¡Bienvenida a tu hogar, querida! —Acaricia mi mejilla
y luego deja paso a su esposo.
Es tan parecido a mi abuelo, una versión más joven y menos corpulento.
—Bienvenida a casa Marian, puedes llamarme tío James. Nada de abuelo, ¿de
acuerdo? —Bromea, haciéndonos reír y aligerando la tensión en el ambiente.
Acto seguido, la abuela nos ordena pasar al salón, y una vez nos sentamos
alrededor de la mesa, puedo ver a mi sonriente hermano acomodarse al lado de Sofía,
que está más roja que un tomate.

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—¡Buenos días, hermanita! Aunque, creo que mejor debería decir buenas tardes.
—Se burla con naturalidad, provocando que le enseñe mi lengua y los demás vuelvan
a reír.
Es como si nunca, nos hubieran separado. Y al parecer, no soy la única que lo
piensa, pues las miradas de nuestros padres lo dicen todo: nos observan con amor
absoluto.
A partir de ese momento, todos comemos entre bromas y risas. Mis tíos, me
invitan a visitar su hogar, que no está muy lejos de Eilean Donan y en donde mis
primos aguardan ansiosos por conocerme, y aunque les prometo ir pronto, sé que no
será así pues primero debo pasar tiempo con mis padres y mi hermano, deseo con
toda el alma estar lo más que pueda con ellos.
Y, mientras la conversación fluye de forma natural y amena, devoro con
verdaderas ganas todo lo que me sirven. ¡Estoy hambrienta! Y la comida, ¡deliciosa!
Pero, cuando Marie me ofrece un plato con dulce, el olor de este me revuelve el
estómago y comienzo a sentir unas fuertes náuseas.
Sofía, de inmediato, me mira preocupada.
—Vuelves a estar pálida, Marian —susurra. Mi hermano también la escucha y del
mismo modo se levanta bruscamente, sobresaltando a todos.
—¿Qué ocurre hijo?, —pregunta mi padre, levantándose también.
—Marian, no se encuentra bien. —Le contesta, sin dejar de mirarme.
Niego con la cabeza, aunque demasiado tarde, pues tanto mi madre como las
demás mujeres ya están a mi lado.
—¿Qué sucede, mi niña?, —pregunta mi abuela.
Pero, antes de que pueda responderle, y para mi total vergüenza, una nueva
arcada atraviesa mi estómago y comienzo a vomitar delante de todos. No puedo
evitarlo, por lo que, mi madre, consciente de eso, me sostiene el cabello y ordena a
Marie que me traiga un té. Cuando por fin termino de devolver lo que comí, alzo mi
rostro y los observo mirarme preocupados.
—¡Lo siento!, —susurro con voz cansada.
—Tonterías, cariño —responde mi madre, mientras me limpia la boca y la frente
sudorosa—. Deja que tu madre te cuide.
Luego, me ayuda a levantar y acompaña hasta la habitación, donde me recuesto
en el lecho y cierro los ojos intentando volver a respirar con normalidad, pero un mal
presentimiento me agobia aún más.
—Marian, cariño, ¿no tienes nada que contarme? —Me susurra, acariciando mi
cabello, y las lágrimas acuden a mí—. No llores pequeña, mamá está contigo.
Seguido, ella me abraza, y es cuando por fin lloro todo lo que no me había
permitido hasta ese momento. Debía ser fuerte por Sofía y por mí. Teníamos un largo
viaje que enfrentar, y pensar o entregarme a mi dolor no era opción. Pero, ahora, ya
no puedo soportar más, a este se suma una nueva preocupación, puede que esté
embarazada.

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No quiero avergonzar a mis padres, no quiero que se sientan decepcionados.
—¡Lo siento! ¡Lo siento, mama!, —repito una y otra vez.
—No tienes que pedir perdón por nada, hija mía. —Me aprieta más contra su
cuerpo.
En ese momento, la puerta se abre y Sofía aparece con una taza de té en sus
manos.
—¿Estas mejor, Marian? —Me pregunta, angustiada.
Asiento, no quiero preocuparla.
—¿Cuánto hace que mi hija siente malestar, Sofía?, —le pide saber a su vez, mi
madre.
—Un poco más de una semana, señora.
—¿Qué te dije anoche, hija?, —me reprende con dulzura al escuchar la respuesta.
—¡Perdón, madre! —Sollozo.
Y, en respuesta, ella acuna entre sus manos mi rostro bañado en lágrimas y
susurra mirándome directo a los ojos.
—No pienses jamás que voy a juzgarte.
Esas palabras hacen que nuevos y desgarradores sollozos atraviesen mis labios, y
aunque intento controlarme, pues sospecho lo que va preguntarme a continuación, no
puedo.
—Marian, ¿estás embarazada?, ¿crees que puedes estar en cinta? —Formula la
tan angustiosa pregunta sin rodeos.
A la que no sé cómo responder, salvo agachando la mirada y guardando silencio,
pero, tan pronto ella me hace mirar de nuevo sus expectantes ojos azules, decido no
mentirle aun cuando eso signifique decepcionar a una madre que encontré hace
apenas un día.
—No lo sé —susurro con voz llorosa.
Mientras, Sofía se lleva las manos a su boca en un intento por reprimir un
chillido; y mi madre, vuelve su mirada dolorida y acuosa.
He perjudicado a mi familia y me siento perdida otra vez…

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Capítulo 9

(Eric Darligton). Inglaterra, Mansión de los Duques de Darligton.

Dos meses, hace casi dos meses, que Elisa se fue acompañada de Sofía sin siquiera
despedirse, luego de entregarme el bien más preciado de una mujer, después de
regalarme la noche más hermosa de mi vida.
Su partida me ha dejado herido y deshecho. No dejó una nota, nada, solo el
silencio. ¿Qué hice mal? ¿Acaso no me amaba? ¿Interpreté mal su respuesta
apasionada la noche que se entregó a mí? Son tantas preguntas sin respuesta. Y,
aunque en un principio me deje dominar por la pena, con los días el enfado hizo
mella en mí, haciéndome sentir traicionado y utilizado. Yo, no le habría exigido nada,
si después de nuestra noche de pasión, me hubiera dicho que sus sentimientos no eran
igual a los míos, a pesar del dolor que eso me causara, la habría respetado.
Sin embargo, optó por el camino fácil, por el más cobarde, escabullirse en la
madrugada para no ser vista y huir. Ningún sirviente me da respuesta, afirman no
saber nada, pero sé que el pequeño Tito sabe algo, y aunque he tratado de disuadirlo
usando métodos poco honorables, su lealtad hacia Sofía y Elisa es fuerte, algo que le
honra. He llegado incluso a amenazarle con echarlo de mis tierras, un recurso
bastante miserable, y su respuesta ha sido siempre la misma aun cuando el miedo
inunda sus pequeños ojos marrones.
Por otra parte, mis padres, siguen presionándome para que siga adelante con mi
matrimonio con Bárbara, la noche que anunciaron mi compromiso sin mi permiso,
fue la primera vez que hablé con ella, y aunque me pareció una mujer bella, refinada,
toda una dama de alta sociedad, no es lo que quiero para mí. Ellos no entienden que
no deseo un matrimonio como el suyo, desde pequeño no recuerdo más que gritos y
disputas en mi hogar, frialdad y desprecio, sé que su matrimonio fue concertado, un
mero trámite para sumar vienes y títulos al Ducado.
¿Eso quieren para mí? ¿Qué viva mi vida con una completa desconocida que no
me produce ningún sentimiento? ¡Muy probable! Por eso, no me extrañó que cuando
les confesara la verdadera razón de mi negativa a casarme con Lady Bárbara, se
rieran de mí y me llamaran estúpido y afeminado.
Sé que nunca fui el hijo predilecto de mi padre, solo se fijó en mí cuando mi
hermano mayor Jonathan murió de unas fiebres teniendo apenas dieciséis años, desde
entonces, sobre mis hombros recayó todo el peso del Ducado y la procreación de
herederos dignos del apellido Darlington. Mis padres nunca superaron su muerte, y
para ser sinceros yo tampoco, él fue mi mejor amigo, mi ejemplo a seguir, mi héroe,
solo tenía trece años cuando murió dejándome desamparado.

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Ese día no solo perdí un hermano, perdí mi libertad.
Aún recuerdo todo como si fuera ayer. Mi padre me había abofeteado por mi
muestra de debilidad, por lo que corrí a ocultarme detrás de los establos a llorar la
muerte de mi hermano pues nadie más parecía sentirlo. Poco tiempo después, llegó
Elisa; una pequeña niña de ojos y pelo negro, quien no tuvo miedo de acercarse al
hijo del Duque de Darlington, tal vez porque en su inocencia no comprendía nada de
las absurdas normas y títulos que nos separaban.
Y a mí tampoco me importaban en ese entonces, y siguen sin importarme hoy día.
Desde entonces, hace casi once años, y a pesar de que con el pasar del tiempo nos
fuimos alejando, yo por obligación y ella por miedo, nunca pude romper la conexión
con ella. Al cumplir los dieciocho años, ya sabía que la amaba, ninguna mujer me
llamaba la atención por muchos bailes que mis padres organizarán para atraer a las
damas casaderas de la región, ninguna me parecía lo bastante hermosa o buena, no
como mi Elisa. Por lo que, apenas pude les confesé la verdad, quienes no solo se
rieron de mí, también me aconsejaron casarme con una dama de sociedad y tomar a
Elisa como mi amante.
Una propuesta que me encolerizó e hizo enfrentarme a mi padre por primera vez,
pues jamás me conformaría con menos que hacer a Elisa mi duquesa, jamás podría
sentir vergüenza de su sangre gitana, pero la sola mención de mis intenciones solo
logró que él adelantara sin mi consentimiento mi compromiso con Lady Bárbara, un
enlace que le reportaría abundante dinero. Por eso, la noche que besé por primera vez
a mi amada Elisa, le pedí perdón por lo que estaba a punto de ocurrir sin que yo
pudiera evitarlo.
Me siento miserable. ¡Soy un cobarde! Tengo veinticuatro años y nunca he sido
en realidad el dueño de mi propia vida. Jonathan, habría sabido qué hacer, de los dos
él era el más arriesgado y decidido, yo siempre fui más tranquilo, dado a la lectura, a
montar a caballo y jugar al ajedrez, a estudiar para alcanzar mi más grande sueño: ser
profesor. Nada digno del hijo del Duque de Darlington. Fue a raíz de la muerte de mi
hermano que, tuve que aprender a llevar las cuentas de todas mis propiedades, a salir
de caza y hablar diferentes idiomas, a flirtear con las damas, porque es lo que se
espera del ahora único heredero.
Este es mi angustioso presente, no quiero casarme con una mujer que no amo, y la
cual tampoco me ama, solo desea mi título y riquezas, ¿quién no sueña con ser la
Duquesa de Darlington? Con gusto se los regalaría y me marcharía en busca de Elisa,
por quien rezo cada noche para que esté sana y salva, aunque no me ame.
Una vez más, como cada día voy en busca de Tito, esperanzado porque sea hoy el
día en que el pequeño por fin hable. Lo localizo en los establos limpiando las cuadras,
un trabajo a mi parecer demasiado pesado para un niño tan pequeño, pero sus padres
insisten en que debe trabajar duro desde temprana edad.
—¡Buenos días, Tito!, —saludo con cordialidad.
Al escucharme, el niño me mira algo asustado.

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—¡Buenos días, mi señor!, —responde en voz baja, con temor.
—¿Sabes lo que voy a preguntar, cierto? —Intento sonar tranquilo.
—Y usted, mi señor, ya sabe la respuesta —responde con valentía, dejando atrás
el miedo de hace unos instantes.
—¿Por qué, Tito? —Ya ni siquiera me enfurece su negativa—. ¿Por qué te niegas
a decirme donde está Elisa y Sofía?
—No se llama Elisa —exclama en un arrebato de furia, instantes después veo
como se le descompone el semblante al darse cuenta de que ha hablado de más.
—¿A qué te refieres?, —pregunto ahora más confuso que antes.
—Ella me dijo un secreto antes de marcharse, le juré que nunca le diría adónde
fue, y no lo haré, no me importa si usted me echa de sus tierras. —Alza orgulloso su
pequeña barbilla.
—Nunca haría eso Tito, ese día me enfurecí. Pero nunca te dejaría desprotegido.
—Usted y su madre son malos con Marian, y nunca le diré nada. Ella está en un
buen lugar, donde no volverán a insultarle, ni a hacerle daño. —Me mira con enfado,
y una vez más no sé de qué habla.
—¿Mi madre? —Frunzo el ceño, intentando recordar si alguna vez lastimó a Elisa
—. ¿Quién demonios es Marian?
—Elisa, Ella se llama Marian. —Confiesa—. Su madre la insultó la mañana que
ella se marchó de aquí. La llamó ramera.
¡¿Cómo?!
Escuchar que mi madre humilló a Elisa o Marian, me da igual como se llame, me
enfurece y enciende la sangre. ¿Cómo supo ella que pasé la noche con Elisa?
—¿Estás diciendo que mi madre le hizo daño a Elisa?, —pregunto para
asegurarme.
—Sí mi señor, pero ella no lloró, aunque vi sus ojos tornarse tristes —dice entre
dientes—. No quiero que le haga más daño. Usted le ha hecho llorar demasiado.
Una vez escucho aquello, solo siento deseos de retorcerle el pescuezo a mi madre,
nunca he sido un hombre violento, pero ahora mismo podría ser capaz de cualquier
locura.
—Ahora entiendo tu negativa pequeño, y quiero que sepas que estoy orgulloso de
que cumplas con tu palabra. Eso te hará un buen caballero.
—Yo nunca seré un caballero mi señor, nunca seré nada, como tantas veces me
recuerda Lady Margaret.
Aprieto los dientes, al conocer que también maltrata y humilla a este pequeño
niño, mi madre es una mujer amargada, llena de odio y resentimiento, y se empeña en
ver a todos a su alrededor como seres inferiores a ella, solo por el hecho de ser la
Duquesa de Darlington.
—Nunca te dejes humillar por mi madre, ¿de acuerdo? Si te molesta acude a mí
—dicho esto, me marcho intentando controlar la ira que amenaza con consumirme.

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Voy en busca de mi madre, tal vez ella me dé respuestas. No espero que me diga
dónde está Elisa, pero sí que confiese todo lo que me contó Tito, pues estoy seguro
que ha humillado a la mujer que amo en muchas más ocasiones. ¿Cómo no lo pensé
antes? Conozco la maldad de la mujer que me trajo al mundo, pero creí que Elisa
estaba a salvo de sus mezquinos actos, una vez más subestimé a Lady Margaret
Darlington.
Tan pronto entro por la gran puerta principal, me dirijo a sus aposentos, donde sé
que a estas horas debe estar mi madre, nunca baja antes del almuerzo, y tal como
suponía, allí está siendo custodiada por su dama de compañía ubicada en la puerta de
su habitación, que se sorprende un poco al verme, pues nunca voy allí a menos que
ella mande a llamarme, cosa que no suele suceder muy a menudo.
—¿Desea algo, Lord Eric?, —pregunta servicial la mujer.
—¿La duquesa está despierta?, —pregunto, intentando controlarme.
—Sí mi señor, pero ahora mismo su madre no puede recibirlo. Si me permite, yo
le comunicare que desea hablar con ella.
—No pienso irme sin que me reciba —respondo serio. Si me marcho, nunca la
enfrentaré, y esto no se lo pienso dejar pasar.
—Sea razonable, mi señor… —No acabo de escucharla. La empujo con suavidad,
pero con la suficiente fuerza para apartarla.
La mujer contiene un grito de incredulidad en respuesta y, después sin siquiera
llamar a la puerta, la abro empujándola con mis manos. Ambas hojas rebotan contra
la pared y mi madre, que está en su lecho desayunando con toda tranquilidad, abre los
ojos como platos, sorprendida de que yo, su hijo menor, ese que siempre ha
despreciado, por fin tenga las agallas de plantarle cara.
—¿Se puede saber qué significa esto, Eric?, —exclama sin alzar mucho la voz.
—Significa madre, que estoy cansado de ser un títere en vuestras manos. —
Aprieto mis puños—. Y quiero escuchar de vuestra boca, cómo fue que humillaste a
Elisa o, ¿debo decir, Marian?
—¿Te has vuelto loco?, —pregunta furiosa, se levanta de la cama y se acerca a
mí, la bofetada que recibo no me sorprende—. Respétame Eric, soy tu madre.
—Por desgracia para ambos. Recuerdas que soy tu hijo, cuando te conviene —
respondo sin dejarme intimidar—. Además, el respeto se gana madre, y tú no has
hecho nada para ganarte el mío.
—¿Qué demonios te ha poseído? —Ella misma no puede creerse lo que estoy
haciendo, y ciertamente, yo tampoco—. ¿Estás reclamándome que haya tratado a esa
bastarda gitana como lo que es?, —pregunta luego con una risa maliciosa.
—¡No la insultes!, —le ordeno—. ¿Qué le dijiste el día que ella se fue de aquí?
Se marchó por tu culpa, ¿cierto?
—No querido, se fue por la tuya, ¿de verdad creerías que después de pasar la
noche en su cama podrías desaparecer, así como así y ella se iba a sentir bien con
eso?

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—No sé cómo sabes eso, pero no me fui porque quisiera hacerlo, estaba
protegiendo su honor —respondo apretando los dientes, al pensar en el dolor que
Elisa pudo haber sentido por mi marcha.
—¿Honor? —Se carcajea mi madre—. Querido, las muchachas como Elisa, no
tienen honor, son usadas por los hombres como tú, y ellas están gustosas de ser
vuestras rameras, ¿dónde ves tú el honor? ¿La virtud?
—Ella me entregó su virtud, no tengo dudas sobre eso madre. Mi Elisa no es
ninguna ramera.
—¡No existe «tu Elisa», Eric!, —exclama alzando la voz por primera vez—.
Estás comprometido con Lady Bárbara, ella va a ser tu mujer, y eso fue lo único que
le dije a tu ramera. Le hablé con la verdad, y nada puedes reprocharme.
—¿¡No puedo!?, —grito con furia—. ¡Me has destrozado la vida! Nunca me has
amado, soy el hijo que reemplazó a tu adorado, Jonathan.
Otra bofetada, me gira la cara hacia la puerta y en esta veo a mi padre mirándome
como si quisiera acabar con mi vida.
—No pronuncies siquiera su nombre, Eric. Él era todo lo que tú jamás podrás ser.
—Sisea furiosa, con lágrimas en sus ojos tan parecidos a los míos.
—¡Entonces, dejarme libre! —Vuelvo a gritar, sin importarme quién me escuche.
Estoy cansado de esta situación.
—Eres, Eric Darlington. Eso nunca podrás cambiarlo, así que compórtate como
tal. —Habla por primera vez mi padre, entrando a la habitación y cerrando la puerta.
—No voy a casarme con Lady Bárbara Stanton. —Alzo mi mentón y los miro a
los ojos, para que vean que es una decisión irrevocable.
—Sí lo harás —dice con mucha tranquilidad mi padre—. Ser un Darlington es un
honor, somos una de las familias más influyentes de Inglaterra.
—Para mí, ese apellido ha sido una maldición. No deseo casarme con alguien que
no amo, ya os lo dije, no me escuchaste. No contentos con eso, echaste a Elisa de
aquí —los acuso sin importarme las consecuencias.
—No la echamos, ella solo se fue. Pero reconozco que nos facilitó el trabajo, no
queríamos ocuparnos de ella y un posible bastardo. —Gruñe mi madre.
Se me hiela la sangre al escucharla, nunca se me pasó por la cabeza la posibilidad
de que nuestra noche juntos tuviera consecuencias.
—¿No me digas que no lo habías pensado? —Se burla mi padre.
Solo de pensar que Elisa pueda estar quién sabe dónde y embarazada de mi hijo
me mata, ahora más que nunca debo encontrarla.
—Voy a ir a buscarla —comunico muy seguro.
—¡No, no lo harás! —El puño de mi padre, impacta en mi mejilla haciéndome
retroceder varios pasos—. Eres mi hijo, el futuro señor de todo esto, ¡compórtate
como tal!, —ordena gruñendo.
Noto el sabor de la sangre nadando en mi boca, pero ese dolor es nada comparado
con el que siento al pensar en todo lo que puede estar pasando, Elisa.

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—Voy a ir a buscarla, no me importa lo que digáis o hagáis, dejé de teneros
miedo.
—¿Y por dónde vas a empezar?, —pregunta seria mi madre, como si pudiera
engañarme y hacerme pensar que le importa realmente si la encuentro o no.
—Tito, sabe dónde están. Él me lo dirá. —Le respondo, rogando para poder
convencerlo de una vez.
Me giro para marcharme, he dicho todo lo que quería decir, y debo comenzar a
buscar a la mujer que amo y que, muy posiblemente, esté esperando un hijo mío. ¡Un
hijo de ambos! Sonrió feliz, pero mi sonrisa muere igual de rápido que ha nacido,
cuando las palabras de mi padre me detienen.
—Si te marchas. Olvídate de volver, dejaras de ser mi hijo. No serás nadie.
Respiro hondo, y sin siquiera mirarlos, contesto muy tranquilo.
—Seré libre, tendré a Marian. No necesito nada más.
Y, seguido, me marcho, y a lo lejos puedo escucharlos llamarme a gritos, pero no
vuelvo la vista atrás, nunca volveré a anteponer mi título ni a mis padres, ante la
mujer que amo.
Por favor, que encuentre a Elisa pronto…

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Capítulo 10

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Le he rogado a mí madre que aún no diga nada de mí estado, pues, aunque estoy
casi convencida de que estoy embarazada, quiero estar totalmente segura antes de
defraudar a toda mi familia.
¿Qué pensará mi padre? ¿Mis abuelos? ¡Oh Dios!
He llorado durante horas, y después de asegurarle a mi madre que mi estado no es
fruto de ninguna violación, la dejo abrazarme y le cuento toda mi historia.

***

—¿Quién es el padre?, —susurra acariciando mí cabello, después de largo rato de


llanto.
—Lord Eric Darlington, próximo Duque de Darlington y poseedor de unos
cuantos títulos más.
—¿Te forzó? —Noto como contiene el aliento, esperando mí respuesta.
—No madre, él no me forzó. Me entregué a él porque lo amo, siempre lo he
amado, desde que tengo uso de razón ha sido alguien muy importante, siempre fue mi
amigo a pesar que sus padres no aprobaran nuestra amistad.
—Puedo entender eso hija mía, yo misma he amado a tu padre desde que era una
niña, ¿crees en las almas gemelas? ¿En que todos nacemos predestinados a una
persona? Yo sí, pues lo he vivido en carne propia.
—¿Te enamoraste de padre muy joven?, —pregunto interesada, deseo saber más
sobre la historia de amor de las personas que me dieron la vida.
—Amo a tu padre desde que tengo uso de razón, y no creas que fue todo un
camino de rosas, me costó lágrimas de sangre conseguir que tu padre aceptara que
estábamos hechos el uno para el otro.
—Pero él te amaba, se reusaba a aceptarlo, pero lo hacía. Eric no me ama —
sollozo esas palabras que tanto daño me hacen.
—¿Por qué estás tan segura de que no te ama?, —pregunta mi madre.
—Él no ha venido a buscarme, eso creo que es más que suficiente respuesta a tu
pregunta madre —respondo enfadada, no con ella, sino con él.
—¿Acaso ese muchacho sabe dónde estás? ¿Se lo dijiste?, —exige saber, mirando
mis ojos.
Tras varios minutos, durante los cuales no digo nada, niego con mi cabeza, me
avergüenza haber sido tan tonta como para no caer en cuenta de eso, yo misma le hice

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jurar a Tito que nunca revelaría mi paradero, y confío en ese pequeño, sé que no lo
dirá.
—Entonces querida, ¿cómo quieres que él venga por ti?, —susurra con dulzura.
—Sé que, aunque supiera dónde me encuentro no vendría, él jamás desafiara a
sus padres, mucho menos por mí. Para ellos solo soy una bastarda gitana.
—¡Nunca más vuelvas hablar así de ti!, —exclama furiosa—. Tú no eres ninguna
bastarda, eres hija de Sebastien y Valentina Mackencie, nieta de Alexander
Mackencie Laird del clan más poderoso y temido de las Tierras Altas. —Enumera
orgullosa—. Mi abuelo, tu bisabuelo era miembro de la casa de York, así que no
crean esos imbéciles que tu sangre es menos noble que la suya. —Gruñe y se levanta,
dejándome sola sentada en mi lecho.
—Madre, no me importa lo que piensen de mí, ellos me han despreciado toda mi
vida, sobre todo Lady Margaret. Siente un odio desmedido hacia mí, que no entendí
hasta que murió Esmeralda. —Al escuchar ese nombre, puedo ver cómo mi madre se
tensa, tiene sobrados motivos para odiarla—. Ella fue amante de Lord Darlington, yo
no lo sabía.
—Sí, no pongo en duda la palabra de esa mujer, Esmeralda era una ramera de las
de peor clase. —Nada más decir eso, con la mirada parece querer disculparse.
—No pasa nada madre, puedes hablar con total franqueza, no me une ningún
sentimiento a ella, más allá de la poca estima que pude tenerle por criarme, que
también desapareció cuando me contó la verdad.
—No podría culparte por amarla, después de todo ella te crío. —Puedo sentir su
dolor, y un nudo aparece en mi garganta dejándome casi sin habla.
—¿Cómo crees que podría amarla? Nunca fue una madre para mí, aunque ella me
apartó de tu lado, tú siempre estuviste presente, mucho más cerca que ella misma. —
La abrazo para ocultar mi llanto.
—Te he echado tanto de menos hija mía, el dolor ha sido atroz —dice
correspondiendo a mi abrazo, ambas vamos a necesitar tiempo para asimilar que, el
tiempo perdido por mucho que nos duela, es algo que nos han arrebatado y que jamás
podremos recuperar.

***

Después de nuestra conversación, y de calmarnos mutuamente, mi madre decide


que no vamos a contar nada todavía sobre mi posible embarazo. A mi padre y demás
familiares, les diremos que algo me ha sentado mal, odio mentirles, en especial a él
pues en tan poco tiempo he logrado sentir una especial complicidad que no logro
explicar, una que a ella le hace sonreír apenas le comento sobre esta.
Unos minutos más tarde, siguiendo su consejo y el de Marie, salgo a dar un paseo
por los alrededores del castillo, rodeado por el lago Duich. Nunca vi nada tan
hermoso, no puedo decir que Inglaterra sea horrible, pero mi corazón reconoce estas

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tierras, las amaba incluso antes de llegar aquí, pues durante toda mi vida soñé con
ellas. Durante el recorrido, intento no pensar en mi estado, en lo mucho que va a
cambiar mi vida, en las decisiones que voy a tener que tomar.
¡Voy a ser madre!
De pronto, escucho unos pasos y me giro de inmediato, encontrándome a Sofía,
quien se acercar a mí con semblante crispado.
—Vas a decirle sobre él bebe, ¿cierto?, —pregunta sin rodeos, cuando se
posiciona a mi lado.
No me mira, sus ojos observan el inmenso lago que nos rodea.
—No lo sé —respondo con sinceridad.
—Estás siendo una maldita cobarde, Marian. —Me observa y puedo ver su
enfado—. Nunca has sido cobarde, no empieces siéndolo ahora, no con algo tan
importante como la vida de tu hijo.
—¿Cobarde? ¿Crees que estoy siendo cobarde? Tal vez no quiera decirle nada
porque no se lo merece Sofía, tú misma escuchaste la basura que me dijo Lady
Margaret.
—¡Exacto!, —exclama alzando los brazos hacia el cielo—. Escuché a Lady
Margaret, no ha Eric. No sabes nada Marian, tal vez él esté tan perdido como tú.
—No lo creo, Sofía —respondo sin querer dar mi brazo a torcer—. Conozco a
Eric mejor que tú, solíamos ser amigos cuando éramos niños, sus padres ejercen un
control sobre él que nunca he llegado a comprender, va más allá de la lealtad.
—Creo que lo que siempre buscó Eric en sus padres fue aceptación, ¿no
recuerdas cómo adoraban a Jonathan? —Esa pregunta trae recuerdos a mi mente—.
Lo adoraban, para Eric nunca quedo nada, solo soledad.
Es escuchar esto último y mi mente comenzar a ir más atrás en el tiempo, cuando
Jonathan aún vivía y Eric era libre, un niño solitario, pero libre gracias al cariño y la
protección de su hermano mayor. Siempre juntos, así logro recordarlos, y de pronto
soy consciente de cómo todo cambió tras su muerte, no solo fue el dolor de la
perdida, sobre los hombros del Eric también recayó todo el amargo peso del ducado.
Luego de eso, él jamás volvió a ser el mismo, fue cómo si Jonathan se hubiera
llevado una parte de su alma.
«¿Cómo pude olvidarlo?» me reprocho en mis adentros, mientras profundizo cada
vez más en ese doloroso instante de sufrimiento para Eric, y de cierto modo para mí,
pues a partir de ese día todo cambió también entre nosotros.

***

Estoy cansada, hoy ha sido un largo día, solo quiero llegar a casa y poder dormir,
y mientras camino, ruego porque Esmeralda esté lo bastante ebria como para dejarme
en paz una maldita noche. Pero de pronto, escucho unos sollozos y me detengo, y

Página 73
algo en mí se rompe al observar no muy lejos de mí al hijo menor de los señores,
llorando como si su mundo se hubiera derrumbado.
Es Eric…
Quiero acercármele, pero me contengo, pues desde hace un tiempo, Lady
Margaret no ha cesado de repetirme una y otra vez, que no puedo acercarme a sus
hijos, que soy escoria, que no puedo volver a jugar nunca más con ellos, porque solo
soy una maldita sirvienta. Por eso, he tratado de evitarlos a toda costa, con Jonathan
ha sido más fácil, él siempre tiene deberes que hacer, pero Eric es más insistente, y
aunque he tratado de hacerle entender que tenemos vidas muy distintas y destinos por
completo opuestos, se niega a dejar nuestra amistad atrás.
Y, al recordar esto último, ya no me siento capaz de marcharme y dejarlo solo,
además algo horrible ha debido ocurrir para que esté así, nunca lo he visto llorar. Con
cuidado, me le acerco, y él al sentir mi presencia, se gira hacia mí y me observa con
sus preciosos ojos azules enrojecidos por el llanto y el dolor.
—Eric, ¿qué ocurre?, —susurro horrorizada.
—Se ha ido Elisa, él se ha marchado para siempre —responde sollozando con
más fuerza.
—¿Quién se ha ido? ¿De qué estás hablando?, —insisto, intentando entenderle.
—Jonathan. —El nombre de su hermano, es la única respuesta que obtengo.
Segundos después, el significado de lo que ha dicho llega a mí como una
avalancha y mis lágrimas no tardan en aparecer. ¡Jonathan, ha muerto! Él llevaba días
enfermo con unas virulentas fiebres, ¿por qué no lo vi? Siempre sueño cosas, ¿por
qué no vi la muerte de mi amigo? Sí, mi amigo, nuestro héroe, quien jamás permitió a
sus padres arrebatarle mi amistad.

***

Estoy llorando, cuando aquel doloroso recuerdo abandona mi mente, mis lágrimas
caen copiosas por mis mejillas.
—Llevas mucho tiempo huyendo Marian —susurra Sofía al imaginarse lo que he
recordado—. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Era más pequeña que vosotros, pero
recuerdo ese día tan bien como tú, pero al contrario de lo que haces, no lo escondo,
no intento olvidar el dolor.
—Eras una maldita niña Sofía, es imposible que recuerdes a Jonathan —exclamo
furiosa.
—Puede que no tan bien como tú, pero sí recuerdo a ese muchacho tan parecido a
Eric, alto, desgarbado. Siempre con una sonrisa y un gesto amable, aunque solo
fuéramos criadas. Él fue de las pocas personas amables conmigo, y eso es algo que no
olvidaré jamás.
—¡Lo siento, Sofía!, —me disculpo, avergonzada—. Todo esto está siendo muy
difícil para mí.

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—Lo sé, pero tú lo estás complicando aún más, dejando que esa maldita vieja siga
ganando. —Me mira con los ojos llenos de seriedad, tanto que me asusta—. Ya no
eres una de sus sirvientas, eres Marian Mackencie, y creo que ya va siendo hora que
el mundo entero lo sepa.
Miro el agua que me rodea, el reflejo del Sol en ella.
—Tienes razón. Es hora que deje de tenerle miedo, esa maldita mujer ya no puede
hacerme daño. Soy tan buena o más que ella, estoy harta de tener que esconderme.
—Así me gusta —exclama feliz, abrazándome.
—Le escribiré una carta a Eric, le contaré de mi estado, él deberá decidir qué
desea hacer.
—¡Muy bien dicho! —Me apoya mi mejor amiga, esa que siempre ha sido mi
más fiel aliada—. Volvamos adentro, está refrescando, en tu estado no es bueno coger
frio.
La miro tratando de contener la risa, me hace mucha gracia que intente cuidarme,
cuando soy mayor que ella.
—No digas nada a mi familia, ¿de acuerdo?, —le suplico—. Llegado el momento
seré yo quien se lo diga.
—No es algo que puedas ocultar por mucho tiempo, no tardará mucho en notarse.
—Lo sé, pero hoy no es el día apropiado. Ya he decepcionado a mi madre, no
soportaría ver la mirada de desaprobación de mi padre y los abuelos.
—Estoy segura que no has decepcionado a tu madre, ni los demás se sentirán de
ese modo.
No la contradigo, porque tal vez tenga razón, mi madre me ha asegurado que no
está enfadada o decepcionada, que jamás podría llegar a estarlo por alguna cosa que
haga, pero es algo difícil de creer, sobre todo porque nadie me ha amado de ese modo
en mi vida.
Al entrar al salón, lo primero que veo es a mi padre paseándose a grandes
zancadas por este, cuando me ve, detiene su errática caminata y luego se acerca a mí
mirándome fijamente, lo que me pone nerviosa y deja sin respiración. Siento que
puede ver a través de mí y eso me angustia.
—Tu madre no quiere decirme qué ocurre, pero tú sí lo vas a hacer —ordena
furioso.
—Padre, no debes preocuparte, estoy bien. —Intento sonreír para aliviar la
tensión que emana de su gran cuerpo.
—¡No me mientas, muchacha! —Gruñe—. Soy tu padre, puede que no te haya
criado, pero eres sangre de mi sangre, créeme cuando te digo, que la sangre gitana
que corre por nuestras venas es especial. Sé que tú también lo sientes.
Agacho la cabeza avergonzada, sabía que no podría ocultar mi secreto por mucho
tiempo, odio esta sensación, la opresión en el pecho, amenazando con ahogarme.
—Voy a decepcionarte padre yo… —Sus fuertes brazos me rodean y sus palabras
susurradas en mi oído alejan de mí todos los temores.

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—Jamás podrás decepcionarme, eres todo lo que siempre soñé, te amo con todo
mi corazón, al igual que tu hermano sois parte de mí.
—Creo que estoy en cinta, padre —lo digo con rapidez, para no perder el valor.
Puedo sentir como su abrazo se hace más fuerte, incluso, como deja de respirar,
temo su reacción, temo que se aparte de mí y me aleje, eso destruiría mi maltrecho
corazón.
—¿Quién es el miserable bastardo que se atrevió a tocarte?, —pregunta con voz
gutural.
Suelto un pesado suspiro.
—¡Basta, Sebastien!, —ordena firme, mi madre—. Nuestra hija nos necesita más
que nunca, necesita nuestro apoyo, no tus irracionales celos de padre.
—Mi hija me acaba de confesar que está embarazada, pero yo no veo por aquí al
padre de la criatura o, ¿tú sí? —Al no obtener respuesta, continúa hablando—. Un
hombre, un verdadero hombre estaría aquí dando la cara, sin embargo, solo veo a una
niña asustada por la reacción que pueda recibir de su familia.
—Y ella descubrirá por sí misma, que nosotros la apoyaremos en todo momento.
No nos conoce, Sebastien. —Hablan como si yo no estuviera presente, y ver el dolor
en sus ojos me hace sentir miserable.
—Madre, padre. En primer lugar, debo pedir perdón, sé que no soy lo que
esperabais, me entregué al hombre que he amado toda mi vida, sin pensar en nada
más, sin pensar en las consecuencias que podría acarrear para todo el mundo.
—¡Basta!, —ordena de nuevo mi padre—. Vuelvo a repetirte que eres mucho más
de lo que esperábamos, no has hecho nada malo, y no volverás a estar sola nunca
más.
Cuando me doy cuenta, estamos fundidos los tres en un cálido abrazo, que me da
más fuerza y ánimos que cualquier otra cosa, me da fuerza para enfrentar todo lo que
pueda avecinarse, porque el futuro es incierto, pero una cosa es cierta, nunca volveré
a estar sola ni desamparada, no solo porque he encontrado a mis padres y mi lugar en
el mundo, sino también, porque voy a ser madre. Un pequeño ser crece en mi vientre,
alguien que dependerá por completo de mí, alguien que me querrá como yo a él.
Mi otra mitad. El fruto de mi amor por Eric, porque no importa si jamás lo vuelvo
a ver, si nuestros destinos no vuelven a unirse, una parte de él vivirá en mi hijo y
estará muy cerca de mí, y eso me hace feliz.
El futuro es mío, ya no le temo.
Ahora, es Eric Darlington quien debe decidir, y espero que su decisión sea la
correcta…

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Capítulo 11

(Eric Darlington). Mansión de los Duques de Darligton, Inglaterra.

Desde el día que enfrenté a mis padres, no he vuelto a hablar con ellos, pero sí
contraté a un investigador, aunque debido a la poca información que pude darle sobre
Eliza no me ha dado muchas esperanzas, lo que me tiene sumido en la más absoluta
desolación.
Además, desde aquella fatídica discusión, ellos también se han propuesto a
ignorarme en todo momento, en especial, cuando nos sentamos alrededor de la mesa
del comedor, por lo que, cansado de sus desprecios e imposibilitado de irme de aquí
pues tengo la esperanza de que Eliza regrese, he ordenado que las comidas se me
sirvan en mis aposentos o en mi despacho, en el que paso largas horas de trabajo
administrando e intentando salvar el patrimonio familiar del que tanto se jactan mis
progenitores y que ambos despilfarra sin medidas, mi padre con más ahínco en ese
absurdo club de caballeros, apuestas y amantes bastante caras.
Si el abuelo viviera, moriría de nuevo al ver lo que ese par han hecho de su
herencia.
Mi abuelo…
De solo recordarlo al hombre que fue como un padre para mí, un nudo de
emociones se instala en mi garganta, murió cuando yo apenas tenía diez años y su
muerte me destrozó, tres años después también me abandonó mi hermano y su partida
me devastó, y ahora Eliza, la mujer que amo, se ha ido partiendo mi corazón en dos.
¡Debo encontrarla! Y lo haré así tenga que recorrer cada rincón de Inglaterra, no
puede estar muy lejos, ¿cierto?
Temo que le haya pasado algo malo, a ella o a Sofía que la acompaña, dos
jóvenes viajando sola es una verdadera tentación para infinidad de peligros. Sé que se
protegerán una a la otra, son como hermanas, y aunque saben cómo cuidarse y
siempre han sido muy valientes, al fin y al cabo, son mujeres.
Un suspiro desganado escapa de mis labios.
Como extraño el tiempo en el que todos éramos solo niños sin más
responsabilidad que la de ser felices y jugar, sin ninguna distinción e impedimento
para ser amigos, aun cuando mi hermano fuera el heredero Darlington. Pero,
lastimosamente, crecimos y nos distanciamos cada vez más, sobre todo luego de la
muerte de Jonathan, tras la que Sofía y Eliza se refugiaron en sus responsabilidades, y
yo, me sumí en un mundo de frivolidades aristocráticas negándome la posibilidad de
ser feliz.
¡Pero ya no más!

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Si para recuperar mi felicidad tengo que perderlo todo, entonces que así sea, nada
material importa teniéndola a ella, y en cuanto a mis padres, nunca he tenido su amor,
así que no creo les haga mucha falta.
Seguro de mi decisión, decido ir a buscar de nuevo a Tito en la pequeña choza de
sus tíos, y al no ser atendido allí, camino rumbo a las caballerizas donde por lo
general está el pequeño trabajando. Y en efecto, mientras me acerco a aquel lugar
puedo verlo a lo lejos cargando un fardo de heno con bastante dificultad, por su
forma de moverse pareciera que un dolor intenso lo aquejara y, al notarlo, de
inmediato, un terrible presentimiento me atenaza, que confirmo una vez llego a su
lado y observo su camisa raída y empapada de…. ¿Sangre?
—¿Tito, estas bien? —El pequeño, al escuchar mi voz suelta el fardo de heno que
sostenía con sus delgados brazos y me mira asustado—. Tranquilo, no voy a hacerte
daño.
—Mi señor… —gime de nuevo, está sudoroso.
Pero no alcanza a terminar, ante mis ojos lo veo desplomarse y apenas consigo
cogerlo entre mis brazos antes de que caiga al suelo. Siento su piel arder, es evidente
que está muy enfermo, por lo que, angustiado por la gravedad de su estado y sin
pensar en nada más que ayudarlo, llamo a viva voz por ayuda. Casi de inmediato,
aparece Peter, mi ayudante de cámara, quien nunca está muy lejos cuando lo necesito.
—¿Qué ha ocurrido, mi señor?, —pregunta espantado, al ver el terrible aspecto
del muchacho que tengo entre mis brazos.
—Tito, necesita ayuda urgente, llama al médico, lo llevaré a mi habitación —
decido.
—Pero, mi señor, Lady Margaret pondrá el grito en el cielo…
—No me importa lo que pueda decir mi madre en estos momentos —respondo,
ya de camino a la mansión.
En cuestión de escasos minutos, recorro el jardín, entro por la puerta de servicio y
subo de dos en dos las escaleras que dominan el gran salón, donde en opinión de mi
madre, se celebran los bailes más majestuosos de toda Inglaterra. Luego, entro en mi
recamara y coloco sobre mi cama con mucho cuidado el pequeño cuerpo inconsciente
de Tito, quien gime y frunce el ceño como si el simple roce de las sabanas le
infligiera un dolor atroz.
Tiempo después, el médico llega y ante mi atenta mirada lo examina, quedando
ambos horrorizados al girar el cuerpo de Tito y mirar su espalda destrozada.
Pero ¿quién ha sido capaz de golpear de un modo tan brutal a este pequeño?
—¡Por el amor de Dios!, —exclama el doctor, mientras con cuidado le retira la
andrajosa camisa marrón y a mí me atacan unas fuertes nauseas.
El daño es mucho peor de lo que imaginaba. Toda la espalda de Tito está llena de
latigazos, muchos han levantado la carne, y otros han formado ampollas infectadas
que desprender un olor horrible.

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—Debo curar de inmediato a ese niño, la fiebre es normal dado el estado en el
que se encuentra su espalda, ¿sabe quién ha sido el salvaje responsable de esto?, —
pregunta con furia contenida.
—No, pero tenga por seguro que lo sabré, el responsable pagará muy caro esta
salvajada.
Dicho eso, el hombre procede a limpiar las heridas tardándose horas, durante las
cuales Tito no para de retorcerse y gemir de dolor. La fiebre sigue presente, y cada
vez lo veo más débil. Pero, una vez su espalda está totalmente curada y el médico le
hace beber un brebaje, logra relajarse y dormir tranquilo.
—El tónico le hará dormir durante mucho más, el ungüento le calmará el dolor,
las vendas deben estar limpias continuamente, si no pueden volver a infectarse, debe
descansar y comer muy bien, está demasiado débil, temo que la fiebre pueda acabar
con su vida.
—¿Qué más se puede hacer?, —pregunto angustiado, no quiero que muera.
—Para bajarle la fiebre, es conveniente friegas de agua fría, aunque después de
limpiar la infección, no debe tardar en bajarle. Mañana volveré para revisarlo de
nuevo.
Seguido, le doy las gracias y ordeno a Peter pagar sus honorarios.
Cuando me quedo solo con Tito, no puedo evitar derrumbarme, siento temor de
que el pequeño muera, no porque sea el único que sabe dónde está Elisa, sino porque
de verdad lo aprecio, por lo que, sin perder más tiempo, ordeno a una de las criadas
que empiece a bañarlo en agua fría antes de salir de mi habitación rumbo al despacho
de mi padre.
Algo me dice que, mis padres, tienen todo que ver con lo ocurrido a Tito.
Al llegar frente a la gran puerta de roble, entro sin siquiera anunciarme.
—¿Qué demonios significa esto, Eric?, —exclama mi padre, levantándose del
sofá donde estaba muy ocupado con una de las criadas.
—¡Márchate!, —le ordeno a esta sin mirarla.
La joven, de inmediato, obedece y sale cerrando la puerta tras de sí.
—¿Cómo te atreves a dar órdenes aquí?, —grita mi padre, acercándose hacia a mí
dispuesto a golpearme.
Pero, detengo su puño antes de que alcance mi rostro, aunque sea mi padre, no
voy a permitirle golpearme nunca más.
—No vas a volver a tocarme, padre —siseo con furia—. Doy las órdenes que me
da la gana, necesito hablar contigo y tu nuevo juguete molestaba.
—¿Qué quieres? —Se suelta de mi agarre y se sienta tras su gran escritorio, luego
enciende un puro y me mira con total frialdad.
—Quiero saber si tú tienes algo que ver en el estado en que se encuentra Tito —
respondo en la misma actitud.
—¿Tito?, —pregunta extrañado—. ¿Es algún criado?

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—Padre, Tito es el muchacho que ayuda en las caballerizas, el sobrino de los
Stone —informo, intentando mantenerme tranquilo.
—No sé de qué demonios hablas, ¿y por esta tontería me interrumpes? —Gruñe.
—¡No es ninguna tontería!, —interrumpo dando un golpe a su mesa—. Ese
muchacho ha sido azotado hasta dejarlo al borde la muerte, en estos momentos arde
en fiebre, y su espalda es una completa masacre.
—¿Por qué debería importarme?, —pregunta sin inmutarse—. Sus tíos lo habrán
castigado por algún motivo.
—Cierto, se me olvidaba quién eres, ¿por qué debería importarte?, —respondo
con asco.
Seguido, salgo de allí cerrando de un fuerte portazo y me dirijo a buscar a mi
madre, si él no es el responsable entonces ha sido ella, maldad le sobra para algo así y
más.
El encuentro en su salón privado, tomando el té con toda tranquilidad.
—Madre —saludo por educación.
—No tengo nada que decirte Eric, ni deseos de que me impongas tu compañía —
responde mirándome despectivamente.
—Pues lo siento, porque tendrás que aguantarme —respondo intentando ocultar
el dolor que me produce su rechazo—. Tito ha sido azotado con brutalidad, por
causalidad no tendrás algo que ver, ¿cierto?
—¿Y qué si fuera así?, —responde, sin ninguna vergüenza.
—¡Está al borde de la muerte!, —exclamo furioso, sintiendo por primera vez en
mi vida deseos de golpear a una mujer, a mi propia madre… ¡Que Dios me perdone!
—Y eso debería importarme, ¿por qué?, —pregunta sin inmutarse.
—Eres la mujer más malvada que he tenido la desgracia de conocer, me
avergüenza ser tu hijo.
—Lo mismo digo, me avergüenza haber traído al mundo a alguien como tú, eres
débil, eres patético. —Escupe con asco, pero esas palabras no son algo nuevo para
mí.
—¿Soy débil porque no soy malvado como tú? ¿O soy patético porque no soy un
mujeriego como tu marido?, —pregunto con burla, negándome a dejar que ella
vuelva a ganar.
—¡Maldito seas, bastardo!, —grita perdiendo los nervios.
Sí, a la gran duquesa no le gusta saberse engañada por su marido, pero es el
precio que debe pagar por ser quien es. Un alto precio a mi parecer.
—Para tu desgracia y la mía, sabes muy bien que no lo soy. —Y, tras decir
aquello, me marcho. Ya he averiguado lo que quería saber, no necesito seguir en
presencia de esa mujer tan despreciable.
Minutos más tarde, ya estoy de regreso en mis aposentos deseoso de que Tito
despierte y pueda decirme toda la verdad, pues, aunque mi madre haya reconocido ser
la culpable de su paliza quiero saber el porqué. Además, quiero comentarle que, una

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vez esté recuperado, me aseguraré de que nunca nadie vuelva a hacerle daño y pagaré
su educación, Tito tendrá una mejor vida, y sé que Elisa estaría feliz por mi decisión.
—¿Ha despertado? —Le preguntó en voz baja a la criada, que sigue dándole
friegas de agua fría.
—No, mi señor, pero parece que la fiebre va bajando. —Me informa.
—¿Cuál es tu nombre?, —exijo saber, agradecido por los cuidados.
—Rebecca, mi señor —responde algo temerosa.
—¡Gracias por cuidar de Tito! Puedes retirarte, Rebeca.
Una vez esta se marcha, me siento en el cómodo sillón junto a la cama y observo
a Tito. No entiendo cómo mi madre pudo ser capaz de ordenar golpearlo de esta
manera tan salvaje, a un niño tan pequeño, tan indefenso, me siento tan culpable, tan
impotente. Si Elisa supiera de esto se le partiría el corazón, y de seguro me haría
responsable por el comportamiento tan atroz de mi madre.
¡Ojalá hubiera nacido en otra familia! Estoy seguro de que, si mis padres fueran
unos honrados campesinos, sería más feliz de lo que jamás he sido junto a los
Darlington, porque, ¿de qué sirve tanto dinero, títulos y privilegios? Si por dentro
están vacíos, son malvados e infelices. Y eso, definitivamente no es lo que quiero
para mi futuro, suficiente han sido estos veinticuatro años viviendo en una jaula, de
oro, pero jaula, al fin y al cabo.
De pronto, escucho un gemido y miro hacia el lecho, encontrándome con los ojos
a medio abrir de Tito; quien despacio mira a su alrededor con expresión aturdida y,
una vez reconoce dónde está y me ve, la vuelve desconfiada.
—¡Tito, tranquilo! Estás en mis aposentos, el médico de la familia te ha curado —
le explico—. Debes decirme quién es el responsable de esto, es una orden, no
aceptaré que no sea obedecida —le advierto seguido con seriedad.
Él guarda silencio, es un niño muy reservado, tímido, muy parecido a mí a su
edad, tal vez por eso siento esa poderosa empatía.
—Fue mi tío. —Su voz enronquecida por la fiebre y la debilidad—. Su madre le
ordenó que lo hiciera, para que yo mantenga la boca cerrada.
Por un momento, no entiendo a qué se refiere, hasta que recuerdo que yo mismo
hablé de más al confesar que el muchacho era el único que podía decirme dónde se
encuentra, Elisa.
—¡Dios santo! —Cierro los ojos, horrorizado por mi estupidez.
—Su madre no quiere que usted sepa dónde está Marian, yo no debo decírselo, lo
que ella no sabe, es que jamás le haría una promesa a alguien que no tiene mi afecto
ni lealtad —susurra sin siquiera mirarme—. Su madre no es nadie para mí, así que no
iba a jurar nada, por eso mi tío me golpeo de este modo.
—No sé de dónde sacas esa fortaleza, pero me siento muy orgulloso de ti, y sé
que Elisa también lo estaría. Eres el mejor amigo que puede tener una persona.
—Me gustaría volver a verla algún día. —Su voz, ahora, suena tan rota, con tanta
tristeza.

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—Puedes volver a verla muchacho, podría llevarte hasta ella, si supiera dónde se
encuentra podría llevarte vivir con ella, lejos de aquí, lejos de tus tíos.
Me mira con un nuevo brillo en sus ojos, veo esperanza.
—¿De verdad lo haría?, —pregunta lleno de una nueva fuerza.
—Te doy mi palabra Tito, te prometo que nadie volverá a hacerte daño, y además
yo mismo me encargaré de tu educación.
Sus ojos se llenan de lágrimas, parece que le cuesta respirar…
—Pero, le prometí a Marian que nunca le diría a nadie dónde está. —Confiesa
confuso.
—¡Por favor, Tito! Necesito encontrarla, la amo y quiero casarme con ella —le
suplico, en un intento porque mi ruego lo haga al fin confesar, aunque no estoy
mintiéndole, esos son mis planes para el futuro.
—Sus padres, nunca le permitirán tal cosa. —Me mira desconfiado de nuevo.
—Cierto, por eso estoy dispuesto a renunciar a todo, solo necesito a Elisa, nada
más. —Vuelvo a confesarle.
—Realmente la ama. —Ya no pregunta, lo afirma, y respiro aliviado al ver que
por fin me cree.
—Más que a nada en este mundo, por eso necesito encontrarla —suplico sin
importarme nada más.
—Se fueron a Eilean Donan —responde, y ese nombre no me dice nada—. A las
Tierras Altas de Escocia.
¡¿Escocia?!
—¿Por qué demonios iría Elisa allí?, —pregunto sin entender nada, ¿acaso estará
intentando despistarme?
—Marian, me contó que su madre, no era su verdadera mamá, su verdadera
familia está en Escocia.
—Dijiste que su verdadero nombre es Marian, ¿verdad? —El niño asiente—.
¿Qué más te dijo?
—Su nombre es Marian Mackencie, su abuelo es el Laird del Clan Mckencie, eso
es importante, ¿verdad? Su abuelo suena a un hombre poderoso señor.
—Sí, lo es —digo intentando asimilar todo lo que Tito acaba de revelarme.
Así que, mi Elisa, es en realidad Marian Mackencie y pertenece a uno de los
clanes más importantes y temidos de las Tierras Altas de Escocia. Y mis padres,
creyendo que es una simple gitana campesina, casi tengo ganas de reír como un loco,
casi… porque ahora, la muchacha que amo es aún más inalcanzable para mí que
antes, ¿qué podría ofrecerle? Si me marcho mis padres me arrebataran todo, ¿cómo
me presento antes ella sin nada?
—¿Iremos a Escocia, mi señor?, —pregunta Tito esperanzado, le hice una
promesa y no pienso dejar de cumplirla.
—Iremos a Escocia —respondo—. Te llevaré junto a Marian.

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—¿Y a usted por qué le ha cambiado la cara cuando le he dicho quién es la
verdadera familia de Marian?, —pregunta al notarme algo pensativo.
—Porque una vez vaya en busca de la mujer que amo, mis padres van a
repudiarme, no es algo que me importe, ellos me odian, y a mí ya no me une ningún
sentimiento hacia ellos, pero ¿cómo me presento ante Marian sin nada? No seré nada.
—Será el hombre que siempre ha amado. —Me contesta, dejándome mudo.
Ojalá pudiera verlo todo desde los ojos de este pequeño niño.
Ojalá fuera todo tan fácil en la vida.
Ojalá Marian y yo algún día podamos estar juntos.
Al cabo de un rato, cuando Tito vuelve a dormirse, salgo de mi habitación y me
dirijo a la choza de sus tíos. Es hora de que sepan de lo que soy capaz, de que
enfrenten las consecuencias de seguir las ordenes de mi desquiciada madre.
Una vez llego a mi destino, quien me abre la puerta es la tía de Tito. Una mujer
tan repugnante como el hedor que emana del interior de la casa.
—¿Dónde está tu marido?, —pregunto sin rodeos.
El hombre, sale al escuchar mi voz, parece sorprendido, incluso diría que
nervioso.
—Mi señor, ¿puedo ayudarlo en algo?, —dice.
—Recoge toda tu basura, en una hora te quiero a ti y a tu mujer fuera de mis
tierras —ordeno sin más dándome la vuelta.
Pero, su grito, me detiene.
—¡No puede hacer eso!
—¿Por qué no? Soy el próximo duque de Darlington, puedo hacer lo que me
plazca. —Le regreso, apretando mis puños.
—¿Y mi sobrino?, —pregunta la mujer.
—Tito, se queda bajo mi protección, jamás volveréis a verlo.
Dicho eso, me vuelvo y me marcho sin mirar atrás seguro de que nunca más
volveré a ver a los Stone, ni Tito volverá a ser dañado por ellos. Por primera vez, he
hecho uso de mi poder, de mi posición para dañar a otros, pero ahora mismo no me
arrepiento, lo he hecho para salvar al pequeño indefenso que yace postrado en mi
cama, y lo volvería a hacer mil veces más si fuera necesario.
Estoy empezando a ser el hombre que siempre debí ser, espero que Jonathan
donde quiera que esté, se sienta orgulloso de mí, y rezo para que llegué el día en el
que la mujer que amo también lo esté y ser merecedor de su amor.

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Capítulo 12

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Hace una semana que envié la carta a Eric, si no le ha llegado aún, debe faltar muy
poco. Los nervios, no me dejan dormir muy bien por la noche, y el malestar por el
embarazo me ha hecho adelgazar bastante, haciendo que mi familia se preocupe.
Creo que todo lo que me negué a llorar y a sentir cuando salí de Inglaterra, ha salido a
flote estos últimos días.
Pero a pesar de mi malestar, no me dejo vencer por este, al menos no durante la
mayor parte del día pues mi bebe me necesita sana, fuerte y valiente, y mi familia no
merece más preocupaciones, aunque por la noche, en la soledad de mi alcoba, todos
los amargos recuerdos vuelven a mí. El dolor por perder a Eric es una herida muy
profunda que se niega a sanar, y que Marie intenta aliviar propiciando que me fije en
Cameron.
¡¿En Cameron?!
¡Ja, como si pudiera!
Para mí solo es un amigo, alguien que me salvó cuando más lo necesité, pero no
soy la mujer que él necesita, ni él es el hombre que amo. Por eso, últimamente, he
tratado de evitarlo un poco, aunque yo, tampoco es que haya salido mucho fuera de la
fortaleza, intento descansar todo lo que puedo y comer siempre que las náuseas me lo
permitan.
Sofía, por otro lado, sí lo ha visto más seguido, según me cuenta, él tiene visita en
su hogar, es una prima de Katlin, su difunta mujer, quien no sabía que esta había
muerto años atrás. Algo que, de seguro lo debe tener en exceso mortificado, pues sin
necesidad de escucharlo de su boca, sé del profundo dolor que aún alberga en su
interior e imagino lo mucho que la presencia de esa mujer lo debe estar afectando,
haciéndolo sufrir y obligándolo a recordar a su amada esposa.
¿Cómo no hacerlo? Yo más que nadie puedo entenderlo a la perfección, si estar
alejado de la persona amada ya es un suplicio, que la muerte te la arrebate debe ser un
mazazo mortal para quien ama con todo su corazón. Ojalá y algún día aparezca en su
vida una mujer que logre suavizar ese dolor y aliviar la tristeza que siempre reflejan
sus hermosos ojos claros.
Tras pensar en eso, decido por fin salir a dar un corto paseo, estoy cansada de mi
encierro forzoso, necesito sentirme viva de nuevo entre la gente, además quiero ver a
Cameron y escuchar de su boca lo que siente y opina sobre su inesperada visita. Por
lo que, animada, salgo de mi alcoba y bajo despacio las escaleras esperando
encontrarme a alguien en el salón, pero parece que todo el mundo está ocupado en

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sus tareas diarias, lo que para mí es un alivio pues no quiero seguir escuchando las
inagotables advertencias de que debo guardar reposo.
¡Estoy en cinta! No estoy muriendo, aunque a veces lo parezca.
Pero de pronto, una voz potente me detiene…
—¿Dónde va mi querida sobrina? —Sonrío a mi tío Keylan.
No pienso mentirle, no tengo razones.
—Voy a dar un paseo tío, estoy cansada de tanto reposo, quiero ir a visitar a
Cameron, Sofía me ha contado que tiene visita y me gustaría conocer a la joven, debe
sentirse muy sola.
—No creo que a tu madre le guste la idea, Marian —dice serio, en el poco tiempo
que llevo viviendo con mi familia, me he dado cuenta que Keylan es el más serio de
mis tíos—. Pero entiendo que quieras caminar un poco, ¿qué te parece si te
acompaño? Si algo te pasara Sebastien me despellejaría vivo, y aún tengo hijos a los
que ver crecer.
No puedo evitar reír por la cara de espanto que ha puesto, después asiento y
ambos emprendemos el camino hacia la aldea.
—¿Sabes? No puedo creer que tenga sobrinos adultos, el tiempo pasa volando,
sin apenas darnos cuenta, un día somos unos muchachos y al siguiente estamos a
punto de ver volar a todos nuestros vástagos.
—Sí, el tiempo pasa deprisa tío, es algo que no podemos evitar, pero siempre he
pensado que envejecer no es malo, es un premio, piensa en toda la gente que muere
joven, que no tiene la dicha de ser padre o madre, de ver crecer a sus hijos, envejecer
es un privilegio.
Mi tío, me observa, fijamente, como si intentara descifrar de dónde he sacado ese
pensamiento tan profundo.
—Tus padres tienen razón muchacha, eres especial. —Sonríe con tristeza—. Te
pareces tanto a ella cuando hablas con esa sabiduría, es como si pudiera escucharla de
nuevo.
Sé que habla de mi tía Marian, esa pequeña mujer que no llegó a crecer, que no
tuvo el privilegio de envejecer, de dejar su estirpe, pero ella vive en mí, soy su
legado.
—Ella está bien tío Keylan, no tienes por qué sentir tristeza por ella. —Le
aseguro al percibir su tristeza. Desde que puedo recordar, soy capaz de sentir o
percibir los sentimientos de las personas a mi alrededor, sobre todo si son muy
cercanas a mí—. Es feliz, tiene más paz de la que nunca pudo sentir en vida.
Una vez le aseguro aquello, Keylan, aparta su mirada de la mía visiblemente
emocionado y yo, sin pensarlo, envuelvo su ancho pecho en un abrazo que de
inmediato corresponde, creo que ambos lo necesitamos dejar de fingirnos invencibles
al menos unos segundos, tras los que, al separarnos, ambos nos miramos
emocionados y seguimos nuestro camino.
—¿Tú sueñas con ellos? —Indaga mientras seguimos caminando.

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—¿Con quién?, —pregunto sin llegar a comprenderlo del todo.
—¿Con los muertos?
—Solo con tía Marian, comencé a soñar con ella desde la muerte de Esmeralda y
Marcus, antes de eso soñaba con mis padres, con estas tierras, como si me llamaran.
—Entiendo, pensaba que podías comunicarte con ellos.
—No sé si pueda, cada día aprendo algo nuevo sobre mi don, pero me ha costado
años comprender que es un regalo y no una maldición. ¿Deseas saber de alguien que
ya ha partido?
—Mis hijos, ninguno de ellos llegó a nacer. —Puedo sentir su dolor.
—¡Lo siento, tío!, —susurro, no sé cómo aliviar el dolor de una perdida tan
grande.
—Es como si los hubiera matado con mis propias manos, como si supieran la vida
tan miserable que les esperaba, no amaba a su madre, con el tiempo llegué a odiarla.
¡Que Dios me perdone!
—Tío no puedes mortificarte de este modo, tú no les quitaste la vida. Dios los
quiso a su lado, tú los amabas a pesar de quien fuera su madre, y aunque no he
podido verlos, sé que están en un lugar mejor, esperando el día en que tú, te reúnas al
fin con ellos.
Me mira, se limpia algunas lágrimas delatoras que han brotado de sus ojos y
sonríe.
—¡Gracias por tus palabras, Marian! Es cierto, tienes el don de poder sanar a las
personas.
—He llegado a amar en lo que me he convertido, durante mucho tiempo me
oculté, oculté lo que soy, por miedo, pero ya no lo tengo, no me considero una bruja,
no lo soy.
—Por supuesto que no lo eres, y quien diga lo contrario se las verá con los
Mackencie.
—Bueno, ya hemos llegado, muchas gracias tío por tu compañía.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás cansada?, —pregunta inquieto.
—Me encuentro perfecta, tranquilo tío Keylan. —Intento tranquilizarlo.
Y él, no muy convencido de mi afirmación, se machar poco después, antes de
volverme y tocar la puerta de la humilde casa de Cameron en la que me alojé hace
apenas unos días a mi llegada. Durante lo que parece una eternidad permanezco allí
parada a la espera de que alguien abra y, cuando estoy a punto de dar media vuelta y
marcharme, la puerta se abre con lentitud y una joven casi de mi edad se asoma por
esta. Parece asustada, ni siquiera me mira a los ojos.
—¡Hola, me llamo Marian! ¿Está Cameron?, —pregunto amistosa.
Niega con la cabeza, puedo sentir su tristeza, su dolor, su soledad.
—¿Puedo saber tu nombre?, —insisto, necesito llegar a ella, pues sus
sentimientos están provocando en mí un gran malestar.

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—Cinthia, mi señora. —Su voz es tan dulce y tierna, me recuerda un poco a la de
Sofía.
—Encantada de conocerte, Cinthia, ¿quieres salir a pasear? ¿Podemos charlar un
poco hasta que llegue, Cameron?
—Estoy haciendo la comida mi señora, no creo que sea apropiado. —Se niega
con mucha educación.
Estoy a punto insistir de nuevo, cuando la voz potente de Cameron nos sorprende.
—¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Por qué tienes a Lady Marian Mackencie en la
puerta Cinthia?, —pregunta enfadado, nunca lo he visto así—. ¿Qué es lo que has
hecho mujer?
—¡Basta, Cameron!, —exclamo horrorizada por su comportamiento—. Solo vine
a visitarte y a conocer a Cinthia, no veo porque ella debe ser culpable de algo. Si
buscas alguna culpable, esa soy yo.
Cameron, me mira avergonzado por su comportamiento, luego ninguno de las tres
hablas, la tensión en el aire se puede cortar con un cuchillo, pero además una extraña
energía se arremolina entre ellos. Él parece odiarla, ella intimidada, aunque su mirada
refleja algo más al mirarlo. ¿Qué pasa aquí?
—Apártate de la puerta, para que podamos pasar. —La muchacha obedece y
Cameron me invita a entrar con un gesto de mano.
Acepto, porque ahora más que nunca quiero hablar con él.
Una vez dentro, Cameron entra también y sin siquiera dirigirle una mirada a
Cinthia le ordena prepararnos un té. ¡Qué actitud tan despótica! Nunca me ha gustado
que las personas traten con desprecio a otras, y menos a alguien de espíritu tranquilo
y dulce como parece ser ella, cosa que me extraña y mucho de él. No entiendo. ¡Por
que se comporta de ese modo! ¿Cómo puede odiar a una joven tan dulce, y que
además es familiar de su amada esposa?
—¿A qué debo el honor de tu visita? —No me gusta su tono.
—Hace días que no te he visto, Sofía me ha contado que tenías visita y solo
pretendía ser amable y educada.
—Por supuesto, Lady Marian la educada y amable que baja del castillo para
mezclarse con la plebe.
Despreciables, así sonaron sus palabras y, al escuchárselas decir, a diferencia de
mí que siento emerger de mis entrañas un calor irrefrenable, Cinthia jadea y nos mira
expectante.
—¿Cómo te atreves? ¿Qué demonios te ocurre, Cameron Mackencie?, —grito
furiosa, para horror la muchacha, que ahora, me observa solo a mí como si me
hubieran salido cuernos en la cabeza.
Seguido, un silencio abrumador y en tenue crepitar del fuego nos envuelve, y
antes de siquiera pensar en salir de allí, Cameron dulcifica su irritada expresión y me
dice.
—¡Lo siento, Marian! Estos días no han sido buenos para mí.

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—¿Y debemos pagarlo los demás? Acabo de ver como tratas a Cinthia, es una
invitada en tu hogar, es tu familia —replico al instante.
—Yo no la invite. —Gruñe sin mirarme, y el estruendo de un plato al caer nos
sobresalta—. ¡Mira lo que haces mujer estúpida, es el segundo plato que rompes!, —
grita mientras se levanta de un salto—. Deja eso, ¡vas a hacerte daño!, —ordena
finalmente.
Y yo, que estaba a punto de abofetearlo por tratar a Cinthia como un trapo, me
contengo y sonrío al escuchar sus últimas palabras. Él está preocupado por ella. No le
importa el plato, es ella. No quiere que se haga daño.
—¿Cinthia? —La llamo con suavidad, puedo ver que está a punto de llorar—.
¿Por qué no vas a dar un paseo? Tal vez te encuentres con Sofía.
En respuesta, ella mira a Cameron en busca de aprobación, y cuando este asiente
con evidente brusquedad, no lo piensa dos veces y se marcha corriendo.
—Ahora tú y yo vamos a hablar —sentencio, sentándome y obligándolo a hacerlo
mismo y, una vez cruzo mis brazos, lo insto con la mirada a hablar.
—Se parece tanto a ella… —susurra al fin en tono abatido.
—¿Cinthia se parece a tu esposa?, —pregunto al cabo de unos segundos, tras
comprender a qué se refiere.
—Es idéntica. —Afirma y cuando me mira puedo ver el dolor que le produce
tener a Cinthia en su casa.
—Imagino que es doloroso tenerla aquí porque te recuerda a tu esposa fallecida,
pero Cameron, ella no tiene la culpa, es algo que no puede evitar, eran parientes.
¿Qué esperabas? Yo soy idéntica a mi tía Marian.
—Verla a ella es un recordatorio constante de todo lo que perdí y que jamás podré
recuperar, Marian.
—Pero ella no es culpable Cameron, es algo que tienes que entender.
—Ella no debió venir aquí. —Gruñe—. Dice que no sabía que Katlin murió hace
años, es huérfana y no le queda más familia.
—¡Santo Dios!, —susurro apenada por esa pobre jovencita—. ¿No lo entiendes?
Esa joven vino en busca de su único familiar vivo, sin saber que también había
partido, está igual de sola que tú, podéis haceros compañía mutuamente, encontrar
consuelo el uno en el otro.
—¡No necesito consuelo!, —exclama levantándose con brusquedad de la silla—.
Mucho menos de una mocosa. Le permito quedarse en mi casa, pero nada más. Y
cuanto más pronto se marche mejor.
—No te reconozco —digo sintiéndome tan defraudada—. Un hombre que ayudó
a dos jóvenes desconocidas, nos ofreciste tu hogar, ¿qué tiene de diferente Cinthia?
Es tan joven, está tan sola y asustada por ti, ¿no te avergüenza eso, Cameron? ¿Crees
que Katlin querría que trataras a su prima de este modo?
Al escucharme, se deja caer de nuevo en la silla y oculta su rostro entre sus
grandes manos, por un instante, estoy tentada a consolarlo, pero no puedo olvidar las

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cosas tan horribles que acaba de decir.
—Estoy aterrado. —Me confiesa, y puedo ver cómo le cuesta reconocer tal
debilidad.
—Te preocupas por ella, puedo verlo, pero Cinthia no.
—No quiero volver a sentir, cuando te conocí llegue a pensar que… —Guarda
silencio, pero lo que ha estado a punto de reconocer, me corta el aliento.
—Cameron yo… —me interrumpe.
—Tranquila, sé que tu corazón pertenece a Eric, al igual que el mío es de Katlin.
—Me sonríe—. Supe que tú y yo jamás podríamos estar juntos y no me importa, no
quiero que pienses que estoy enamorado de ti, solo fuiste la primera mujer que me
impresionó desde que conocí a mi amada. —Ambos reímos aliviados, yo más que él
desde luego.
—Entonces ¿por qué odiar a esa pobre criatura?, —insisto de nuevo, quiero llegar
al fondo del asunto.
—No la odio, lo he intentado, pero cuando me mira con esos ojos de cervatillo
asustado tan parecidos a los de Katlin, no puedo. En eso no se parece a su prima, mi
mujer era una autentica guerrera. —Me cuenta con orgullo.
—Aún puedo ver en tus ojos todo el amor que le profesabas, pero déjame decirte
algo Cameron, ella está muerta, no va a volver por mucho que te empeñes en adorar
su recuerdo, eso no la va a devolver a la vida —le digo en tono esperanzador y,
mirando su semblante tribulado a causa de mis palabras, continúo—: Estoy segura
que Katlin te amaba tanto como tú a ella, y por eso mismo no le gustaría verte de este
modo. Encerrado en ti mismo y aferrado a su recuerdo, penando por ella, dejando
escapar tu vida. Amarás a Katlin hasta el día de tu muerte, pero eso no significa que
no puedas rehacer tu vida, yo creo en las almas gemelas, y puede que ella fuera la
tuya como también puede que aún esté ahí fuera esperando por ti.
—Mi alma gemela fue mi esposa, por eso no he podido volver a mirar a una
mujer desde que ella apareció en mi vida —responde con rapidez, eso me hace pensar
que intenta convencerse a sí mismo más que a mí.
—Tal vez sí o tal vez no —insisto—. Tal vez solo estás muy asustado para mirar
alrededor, ¿sabes, lo que creo?, —pregunto y, sin esperar su respuesta, agrego—:
Cinthia te asusta.
—¡No digas tonterías, muchacha! ¡No temo a ninguna mujer, mucho menos, a ese
cervatillo asustadizo!
—Entonces ¿por qué te empeñas en apartarla, en no dejar que se acerque a ti?, —
insisto.
—No necesito a nadie, me gusta estar solo. —Refunfuña de nuevo, parece un
niño pequeño y siento deseos de poder zarandearlo—. Cuidaré de ella, no me queda
más remedio, pero rezo cada noche porque se case pronto o encuentre otro lugar
donde vivir muy lejos de aquí de ser posible.

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—Estás siendo muy cruel. —Me levanto dispuesta a irme, pues ya no tengo nada
más que hablar con él—. Si tanto te molesta, deja que hable con mi madre, me la
llevaré a la fortaleza, puede ser mi dama de compañía.
Tan pronto digo aquello, se tensa y me mira con ganas de replicar, pero en vez de
eso, aprieta sus puños y mandíbula en un inútil intento por disimular su desacuerdo.
—¿No dices nada? —Presiono, conteniendo la risa.
—No deberías meterte donde no te corresponde mujer —responde, al final,
enfadado.
Lo que me enfada de nuevo y me hace responderle en el mismo tono iracundo.
—Llevo poco tiempo aquí Cameron, pero he visto como mi abuelo se preocupa
por todos los habitantes de Eilean Donan, y soy una Mackencie, ¿qué sería de mí si
no siguiera sus pasos?
—Disculpad, Lady Marian —responde, irónico.
—¡No me vengas con eso de nuevo, Cameron! —Empiezo a sentirme fatigada,
tantas emociones no son buenas para mí en estos momentos—. Sabes que soy feliz
ayudando a la gente, no tiene nada que ver de dónde vengo, tú eres mi amigo, y si
llevándome a Cinthia a la fortaleza te ayudo, lo hago con mucho gusto.
—Haz lo que creas conveniente, ella podría ayudarte —dice derrotado y,
mirándome, pregunta—. ¿Tú estás bien? Te veo algo cansada y de verdad estás más
delgada.
—Veo que Sofía es una fuente inagotable de información —digo no muy contenta
de que él se haya enterado por otra persona sobre mi estado—. Estaba bien cuando
llegué, pero tu terquedad puede conmigo.
—¿Qué te ocurre?, —pregunta asustado—. ¿Quieres que llame a alguien?
—Solo estoy cansada Cameron, debo volver y recostarme un rato —le confieso y
me levanto dispuesta a irme, pero tan pronto lo hago, su voz me detiene.
—No puedes ir andando, te llevaré.
Segundos después, salimos y mi amigo va por su caballo, y tal como si la hubiera
conjurado, aparece justo en ese momento Cinthia con gesto tímido e intranquilo, que
suaviza cuando me ve sonreírle y caminar hacia ella. Quiero hacerle la propuesta que
le comenté a Cameron, decirle que si la convivencia con él se hace insoportable tiene
un sitio a dónde acudir.
—Me alegra poder verte antes de irme —exclamo aliviada—. Me gustaría hacerte
una proposición.
—¿A mí, mi señora?, —pregunta, desconcertada.
—Sí, quería preguntarte si te gustaría venir a vivir a la fortaleza, ser mi dama de
compañía, estoy en cinta, me paso muchas horas al día acostada, y agradecería
cualquier compañía —le explico riendo.
—Pensé que Sofía era su dama de compañía —susurra avergonzada—. No deseo
quitarle su lugar a nadie mi lady.

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—¡Sofía!, —exclamo incrédula—. ¡Por Dios! Sofía es imposible mantenerla
encerrada más de una hora, además ella es como una hermana para mí.
—¿Cameron se lo ha pedido verdad? —Su gesto adolorido al preguntarme
aquello por poco logra sacarme las lágrimas—. Sé que no me quiere aquí. No sabía
que Katlin había muerto, no tengo a nadie más, ningún sitio donde ir.
—Te estoy dando la oportunidad de tener un sitio donde vivir, un sitio al que
pertenecer. No odies a Cameron, está perdido, pero algún día eso va a cambiar, solo
debes tener paciencia.
—No le odio, ¿cómo podría? A pesar de que mi presencia le incomoda, me ha
permitido vivir en su hogar.
—¿Te ha dicho por qué le incomoda tu presencia? —Le pregunto, quiero saber si
ella conoce las razones de Cameron para rechazarla.
—Siempre me dijeron que era muy parecida a Katlin, no lo recuerdo, ella era
mayor que yo. Cuando se casó no la volví a ver, y ahora, no lo haré nunca más. —Me
explica.
—Sí, Cameron dice que sois muy parecidas, y eso para él es muy doloroso. No
quiero que te sientas presionada, pero si quieres y necesitas una amiga Sofía y yo
estaremos encantadas de serlo —le confieso y ánimo.
—Gracias, mi señora, pero no creo que la nieta del Laird deba mezclarse con
alguien como yo —responde ruborizándose.
—No vuelvas a decir eso jamás Cinthia, tú no eres menos que nadie, ¿de
acuerdo? Estaré muy honrada si me consideras tu amiga a partir de hoy.
—El honor es mío, mi señora, muchas gracias. —Sonríe contenta por primera vez
—. La gente de por aquí no es muy habladora.
—Les cuesta abrirse a la gente nueva, tranquila, te adoraran cuando te conozcan
mejor. —Le aseguro, pues los primeros días de nuestra llegada también éramos vistas
con extrañeza, pero eso cambio con rapidez—. ¿Dónde demonios está, Cameron?
Estoy agotada.
—¿Se encuentra bien, mi señora?, —pregunta preocupada.
—Sí, tranquila —le confirmo, viendo aparecer a Cameron—. ¡Al fin llegas!
—¡Lo siento! ¿Te llevo a casa?, —pregunta solicito.
Asiento y, después de ayudarme a montar en su caballo, me despido de Cinthia.
—Piensa en lo que te he dicho, eres bienvenida en mi hogar cuando quieras,
incluso de visita.
—Lo haré mi señora —responde, de nuevo cohibida por la presencia de Cameron.
—¿Dónde estabas? —Quien le pregunta de malos modos y sin mirarla.
—Fui a visitar a Katlin, le lleve flores frescas, lo hago cada semana. —Le
confiesa ella, temerosa de dar su respuesta.
Y, de inmediato, comprendo su miedo al sentir el cuerpo de Cameron tensarse,
pero antes de que él pueda decir algo de lo que más adelante pueda arrepentirse, lo

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insto a emprender la marcha rumbo al castillo, dejando atrás a una acongojada
Cinthia. No puedo permitir que Cameron la vuelva a dañarla con su lengua viperina.
—Ibas a saltar sobre ella de nuevo, ¿verdad?, —le reprendo—. Ella tiene tanto
derecho como tú a visitar la tumba de Katlin, deja de ser tan patán.
—Lo sé, gracias por evitarlo.
—De nada, para eso están los amigos —respondo, intentando parecer enfadada—.
Llévame a casa, necesito descansar. —Ordeno después.
Dicho eso, seguimos recorriendo el camino con lentitud, en silencio, cada uno
atrapado en sus propios pensamientos, cada uno luchando con sus propios demonios.

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Capítulo 13

(Eric Darlington). Mansión de los Duques de Darligton, Inglaterra.

Han pasado varios días, Tito ha luchado contra la fiebre, hubo un momento en el que
pensé no lograría sobrevivir, pero es un guerrero. Cada día está mejor, aunque las
heridas más profundas todavía no cicatrizan del todo, son en verdad horribles y le
dejarán marcas en su espalda que nunca desaparecerán, cortesía de Lady Margaret
Darlington.
El comportamiento de mis padres es tan deplorable, me siento tan avergonzado
por ello y sé que de Jonathan vivir se sentiría igual, o quizá él los hubiera podido
controlar. ¿A quién pretendo engañar? Ellos siempre han sido fríos y desalmados,
solo que desde niño aprendí a no permanecer mucho tiempo en su camino, y pasar
desapercibido era fácil cuando mi hermano vivía, pero después de su muerte todo
recayó en mí y mi vida se convirtió en un infierno.
Doy un hondo suspiro y sigo desayunando, mientras además miro mi
correspondencia esperanzado en que, el hombre que contraté para dar con el paradero
de Elisa, me tenga alguna noticia, aunque, no es que ahora me sirva de mucho alguna
contesta, pues ya sé con exactitud dónde buscarla y su verdadera identidad.
—¡Eric! —Un estruendoso grito de mi madre, me sorprende y pone en alerta de
inmediato, no creo que baje a estas horas para desayunar en mi compañía.
Segundos después, veo como desciende las escaleras con la elegancia que la
caracteriza y me mira con vidente desprecio.
—¡Buenos días, madre! ¿A qué debo el honor de tu presencia?, —pregunto.
Llega hasta la mesa y se sienta antes de responderme.
—¿Cómo te atreves a meter a esa escoria en mi casa? —Sisea furiosa—. Acaban
de informarme que ese mocoso de las caballerizas, no solo ha estado varios días en
mi hogar, sino que además ocupa tus aposentos, ¡tu lecho!, —exclama acalorada.
—Tito necesitaba cuidados madre, gracias a ti casi muere —respondo, intentando
no perder la paciencia.
—¡No es mi culpa que no soporte un simple castigo!, —grita en respuesta,
mientras con un movimiento de su mano solicita que le sirvan su desayuno—.
Solamente ordené a su tío que lo castigara por su impertinencia y sus ganas de hablar
de más.
—¡¿Simple castigo?! Ese mocoso como tú lo llamas, tiene la espalda en carne
viva, ha estado al borde la muerte, y solo porque tú querías que guardara silencio
sobre el paradero de Elisa.
—No pronuncies su miserable nombre en mi presencia —exige con desdén.

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—¡Basta madre!, —ordeno, golpeando con mi puño la mesa.
Ella me mira desafiante, nunca me ha tenido el mínimo respeto, ¿por qué iba a
tenerlo ahora?
—No me hables así —me advierte, alzando uno de sus dedos en mi dirección—.
Soy tu madre, merezco respeto.
—¿El mismo que tú tienes por los demás? Déjame decirte algo madre, el respeto
se gana, no se exige.
—¡Maldito insolente! —Me insulta—. Saca de inmediato a ese mocoso de mi
casa —ordena de nuevo, mientras con renovada calma remueve su té.
—¿Quién soy yo madre?, —pregunto en voz baja.
Me mira como si me hubiera vuelto loco, pero al final responde.
—Eric, eres mi hijo.
—¿Qué más, madre?, —insisto.
Y, su respuesta inicial, es apretar sus labios y alzar el mentón, orgullosa.
—Eres el próximo Duque de Darlington —contesta muy a su pesar.
—Exacto madre, haces bien en recordarlo. —Le devuelvo, levantándome. No
puedo ni quiero seguir soportando su presencia—. Por lo tanto, deja de darme
órdenes como si fuera tu lacayo.
—¡Ojalá hubieras muerto tú y no Jonathan!, —dice con la suficiente intensidad
para que la escuche, lo que logra detenerme, ya que, aunque desearía que sus palabras
dejaran de afectarme aún tiene el poder de partirme en dos.
—Ojalá hubiera sido así madre —respondo sin girarme.
Luego, continúo mi camino sintiendo que el mundo se estremece bajo mis pies,
no todos los días tu madre te desea la muerte, lo que logra convencerme todavía más
de marcharme de aquí y llevar a Tito con Marian, a pesar de que, una vez lo haga y la
tenga frente a mí, no sepa qué hacer, ya que muy probablemente seré repudiado por la
gente que me ha rodeado durante toda mi vida y no tendré nada qué ofrecerle.
Aunque eso poco importa ya, debo irme, porque igual nunca he encajado por
completo en la aristocrática sociedad inglesa de mis padres, y todo lo que esta
representa: sus moldes establecidos, sus absurdas normas, sus prejuicios y clasismos,
me asquean. Nadie debería ser más que nadie.
Minutos después, ya estoy en mi despacho, en el que he dejado todos listo para
mi partida, miro una vez más los libros de cuentas y suspiro al pensar que de seguro,
todo el patrimonio por el que tanto el abuelo Jhon luchó, será dilapidado por mis
padres una vez haya salido por el enorme portón de esta mansión. Su ambición y
despilfarro no conocen de límites, y aunque muchas de sus amistades me odiarán por
darles la espalda a ellos y a mis responsabilidades, no me importa, solo yo sé la
verdad de porqué he tomado la decisión de marcharme.
¡Seré libre!
Libre para ser quien quiero y amar a quien me dicte mi corazón, solo con eso
bastaría para considerarme inmensamente rico.

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En fin, he decidido dejar como administrador a un hombre de mi entera confianza
con el que mantendré constante contacto, pues, aunque mis padres me repudien, no
puedo evitar preocuparme por ellos, además he de hacer todo lo posible por conservar
el legado de mi abuelo, no puedo dejar que todo su trabajo desaparezca.
Horas después, con todo bien dispuesto, me dirijo a mi habitación, donde Rebecca
sigue haciéndole compañía a Tito, que ríe encantado a causa de un juego en el que
ambos están inmersos. No recuerdo con exactitud cuándo fue la última vez que reí
así, que fui feliz de verdad, aunque, con toda seguridad podría afirmar que fue antes
de morir mi hermano y tener que alejarme de Marian. Todavía puedo recordar como
si fuera ayer, una de las últimas conversaciones que tuve con él, ni siquiera estoy
honrando su memoria, no estoy cumpliendo lo que prometí.

***

Jonathan está pálido, mucho más que ayer, la fiebre no desaparece y cada vez le
cuesta más respirar, por lo que ha mandado a llamarme y aquí estoy. Mis padres me
han prohibido acercarme, pues no pueden permitirse que sus dos hijos caigan
enfermos, pero a mí no me importa, solo quiero estar con él, me duele verlo así.
Siempre ha sido tan fuerte, parecía indestructible, y ahora lo miro y no puedo
reconocer al hermano que siempre he admirado, mi ejemplo a seguir.
—Eric, no te acerques mucho —dice cuando me ve entrar con sigilo.
—No me importa, Jonathan —respondo firme, no temo a la muerte, solo quiero
estar con mi hermano, la única persona que me ha amado.
—Pero a mí, sí —susurra a pesar de su debilidad—. Mantén la distancia hermano,
por favor.
Es su suplica la que me detiene, pues siempre lo he obedecido.
—Quiero que me prometas que no vas a permitir que nuestros padres conviertan
tu vida en un infierno, no permitas que te arrebaten tu libertad.
—¿Por qué hablas de este modo? ¿Por qué van a arrebatarme mi libertad?, —
pregunto asustado.
—Sé que te prometí que nunca te abandonaría. —Escucho en su voz el dolor que
siente—. Pero voy a tener que romper mi promesa. —Me dice con sus ojos fijos en
los míos.
—No te entiendo —susurro aterrado, con cada palabra trémula que sale de su
boca, un sentimiento de fatalidad se instala en mí.
—Eric, no sé si voy a sobrevivir, el medico no sabe que enfermedad me aqueja, y
cada vez me siento más débil. —Escucharle decir aquello me dejan sin aliento—. No
quiero irme de este mundo sin escuchar tu promesa, sin saber que vas a estar bien,
que me perdonas por abandonarte, por cargarte con un peso que siempre me
correspondió a mí. —Poco a poco pierde fuerza en su voz, tanto que para escucharlo
debo acercarme mucho más a él, olvidando su advertencia.

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—No puedes dejarme, seguro que mañana ya estarás mejor —susurro
acongojado.
—Ojalá fuera así, no deseo irme, y mucho menos quiero dejarte solo —dice,
cogiendo mi mano con la suya, esa que antaño era grande y fuerte, y que ahora es piel
y hueso—. Júrame, júrame que no permitirás que te arrebaten tus sueños, lo que
amas, deben quererte cómo eres, siento tanto dejarte la presión y la obligación del
ducado, ojalá me hubiera dado tiempo a casarme y tener un heredero, al menos te
dejarían en paz.
—¡Deja de pensar en mí, eres tú el que se está muriendo!, —exclamo enfadado
con él y el destino, quiero que luche contra el mal que lo devora, no quiero perder a la
única persona que me ha querido y protegido desde que nací.
—Sé que estás asustado pequeño, no lo estés. —Su agarre se hace más fuerte, sus
jadeos más seguidos, como si el aire se negara a entrar en su cuerpo—. Haz lo que te
pido, dame paz, déjame partir con mi corazón más ligero.
—Tendría que ser yo y no tú quien estuviera en este lecho, tú eres más
importante, madre y padre te adoran, a mí me odian —sollozo, intentando secar mis
mejillas empapadas de lágrimas.
—¡No vuelvas a repetir eso jamás!, —exclama, incorporándose un poco en la
cama, pero tan pronto su espalda queda algo inclinada, cae contra los almohadones de
nuevo y tose con ferocidad.
—¡Jonathan!, —grito, subiendo de un salto a la cama—. ¡Lo siento! ¡Perdóname!
No volveré a decir eso jamás.
Aunque a pesar de mis palabras, el ataque de tos continúa durante lo que me
parece una eternidad, mi hermano lucha por poder respirar, y enloquezco de
desesperación, cuando veo salir sangre de su boca. Necesita ayuda, y dispuesto a ir
por ella, me muevo de su lado, pero su firme agarre, me detiene.
—¡No!, —jadea—. Solo te quiero a ti a mi lado, hazme la promesa que te pido, y
no me dejes hasta que me haya ido, tengo miedo —reconoce avergonzado, lo veo en
sus ojos vidriosos, casi sin vida.
—¡Te lo prometo, Jonathan!, —respondo entre sollozos.
Una vez le digo aquello, él asiente y sus labios manchados de sangre esbozan una
apagada sonrisa, y así permanece, tranquilo y mirándome en paz hasta que, un nuevo
ataque de tos se presenta y me angustio a la par que rezo para que pare pronto como
el anterior, pero no es así, cada vez es más fuerte, y cuando la sangre vuelve a
aparecer, sé que es el final.
Por lo que, sin importarme mi propia vida, lo abrazo y lloro como nunca en mi
vida mientras intento no gritar por ayuda pues se lo he prometido, y aunque siento
que se me parte el alma, tomo su mano y lo miro observarme directo a los ojos, hasta
que, al fin la tos desaparece y su cuerpo queda laxo entre mis brazos, sin vida.
Segundos después, es cuando me permito gritar de dolor y desesperación, se ha
ido, mi hermano ha muerto y junto con él una parte de mí propio ser. Y acto seguido,

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llegan corriendo los criados y el médico, incluso mis padres aparecen despavoridos y,
una vez me ven junto a su cuerpo, me apartan sin contemplación de su lado. Mi
madre grita histérica, pero es mi padre, quien a empujones me hecha del cuarto
maldiciendo y vociferando su deseo de que fuera yo y no su primogénito el que
muriera esa noche.
Esa fue la primera vez que escuché esas palabras que a lo largo de los años me
han atormentado.

***

Cuando mi mente retorna al presente, me doy cuenta de que estoy llorando,


llevaba años sin hacerlo a causa de ese doloroso recuerdo. Pero lo que más me duele,
es no haber podido cumplir aún la promesa hecha a mi hermano, y aunque al
principio lo intenté, al final ganaron mis padres. En esa época, yo apenas era un niño
fácil de manipular, deseoso de hacer lo que fuera necesario para que ellos llegaran a
amarme y a mirarme con el orgullo con el que miraban a Jonathan. Cosa que jamás
conseguí, y en el proceso perdí mucho más que mi libertad, perdí a Marian.
Luego de la muerte de mi hermano, ya no tenía tiempo para jugar, solo para
estudiar y aprender todo lo referente a mi nuevo estatus de heredero de uno de los
ducados más importantes de Inglaterra. Dejé de tener la libertad de poder jugar con
los demás niños, y si lo hacía, por supuesto no podía ser con los hijos de los criados,
de esa época solo saqué algo bueno, mi amistad con Gabriel: Conde de Oxford, a
quien conocí el primer año de internado en Francia, al que mis padres consideraron
oportuno enviarme a los pocos meses de la muerte de mi hermano.
Durante mi estadía allá, él se convirtió en lo más parecido a un hermano, a pesar
de llevarme un par de años y ser como la noche y el día. Gabriel, es seguro de sí
mismo, arrogante, mujeriego, tiene una familia que lo adora, es el mayor de cuatro
lindas hermanas. Mientras que yo, soy callado, inseguro, débil, y aunque en efecto he
disfrutado en el pasado del placer de yacer en el lecho con una mujer, por insistencia
del mismo Gabriel, no soy capaz de mirar a ninguna otra como miro a Marian.
Ella siempre estuvo presente aún en la distancia, ni siquiera los dos años ausente
durante los cuales creí que mi amor por ella solo había sido un juego de niños, fueron
capaces de apartarla de mi corazón, cuando volví solo me bastó verla para darme
cuenta de mi error. Estaba convertida en toda una mujer, en una hermosa mujer,
mucho más bella que la dulce niña de mis recuerdos, la que en todo momento estaba
dispuesta ayudar a los demás y a la que un aura de sabiduría siempre rodeaba.
Pero la que también rompió mi corazón, ignorándome. A mi regreso, recuerdo
que me trato como si yo no existiera, como si nunca hubiéramos compartido juegos y
confidencias de niños, y en mi afán por ignorar su frialdad hacía mí, me propuse
olvidarla, hasta que, mis padres anunciaron en esa dichosa fiesta mi inminente
compromiso con Lady Bárbara.

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Por eso, momentos antes de que todo se fuera al diablo, la besé. No pude evitarlo.
No podía casarme con otra sin saber qué se sentía besar, acariciar y poseer a la mujer
amada. Aún puedo recordar con claridad el dulce sabor de sus labios, el jadeo que
escapó de su boca al acariciarla, el estremecimiento que me recorrió la espalda al
adentrarme en su carne y el fuerte latir de mi corazón al este reconocer como suya a
Marian.
—Mi señor, no le habíamos visto. —La voz suave de la criada, termina con mi
amargo recuerdo.
—Tranquila Rebecca, déjanos un momento a solas, por favor —ordeno con
suavidad.
La criada asiente y se marcha sin vacilar.
—Tito, ha llegado la hora de partir, al fin comunicaré a mis padres mi decisión de
viajar para encontrarme con Marian. —Puedo ver lo feliz que mi noticia le hace—.
Debo pedirte una última cosa, no digas a nadie a dónde nos dirigimos, y mucho
menos quién es en realidad Marian.
—No lo haré —responde sin dudar, aunque veo el temor en sus ojos.
—No te dejaré solo en ningún momento, no debes temer encuentro alguno con
mis padres —le advierto para tranquilizarlo—. Tú y yo saldremos juntos de aquí.
—¡Gracias, mi señor! —Su gratitud es inmensa, puedo sentirlo.
—Descansa pequeño, debo enfrentarme con mis decisiones, mañana al alba
partiremos.
Dicho esto, salgo de nuevo de la habitación y doy instrucciones a Rebecca de que
informe si alguien molesta a Tito.
Es hora de enfrentar mi destino, de ser libre de una buena vez, el momento de
hacer uso de toda asesoría dada por Gabriel, él además de ser mi amigo, es uno de los
más prestigiosos abogados de Inglaterra, y me ha puesto al tanto sobre todo lo que
puedo esperar de mis padres, y lo que estos pueden llegar a hacer en mi contra con la
ley a su favor.
De acuerdo, a lo qué me explicó, ellos pueden repudiarme, desconocerme como
su hijo si así lo desean, pero no pueden quitarme el título, a su muerte seré Duque de
Darlington y además heredaré todas sus propiedades quieran o no. Cosa que me
tranquiliza un poco, pues cuando eso ocurra espero poder salvar parte del patrimonio
del abuelo John, al igual que tranquiliza el hecho de que Gabriel haya comprendido
mis motivos para irme, incluso, me animó a no perder más tiempo.
Con aquel pensamiento vivo en mi cabeza, camino hacia el despacho de mi padre,
rogando para no encontrarlo allí retozando con una de las criadas, es algo que no
deseo volver a ver en mi vida, además acabo de mandar llamar a mi madre y que ella
presenciara una escena así sería demasiado embarazoso.
Llamo y entro sin esperar respuesta, con él la mejor opción es el ataque.
—¡¿Por qué vuelves a molestarme, Eric?! Dos días en la misma semana es
demasiado, ¿acaso no tienes trabajo? —Gruñe tras beber de su copa de coñac.

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Mi padre es toda una colección de vicios: mujeriego, holgazán, bebedor y mal
jugador.
—Es algo urgente que no puede demorar más, pero me gustaría que madre
estuviera presente.
—¿Vas a obligarme a soportar su presencia además de la tuya?, —pregunta
hastiado—. Muchacho eso es demasiado a estas horas de la mañana.
—Es casi por la tarde —lo corrijo, eso me hace saber lo bebido que está.
—Lo que sea —responde, bebiendo de nuevo.
Segundos más tarde, llaman a la puerta y acto seguido aparece mi madre, que no
se sorprende en lo absoluto de verme allí, pero sí se nota bastante molesta con esta
reunión, pues mis padres odian a todo el mundo, pero entre ellos mismo existe un
rencor profundo.
—¿Qué significa esto, Eric?, —pregunta todavía de pie junto a la puerta cerrada
—. No creo que esto sea cosa de tu padre, ni siquiera podrá pronunciar dos frases
coherentes. —El desdén, hacia el que ha sido su marido por casi veinte años, es
notable.
—Quiero comunicaros que me marcho. —¡Ya está, ya lo dije!
—¿A dónde y por cuánto tiempo?, —pregunta mi madre, entrecerrando sus ojos,
sé que sospecha algo.
—El adónde no es importante, y el hasta cuánto depende de vosotros —respondo
mirando a ambos, buscando una reacción—. Voy en busca de Elisa.
El ruido, que hace la copa de mi padre al estrellarse contra la pared que está a mi
espalda, no me sobresalta, esperaba una reacción así de violenta, pero no de él, sino
de mi madre.
—¿Te has vuelto loco, muchacho? —Gruñe, levantándose de su asiento—. ¿No te
quedo claro que esa gitana solo puede ser tu amante? Mándala a traer si eso te place,
pero tú no te marchas. Tu boda está próxima, y tú deber es estar aquí con tu familia.
—¿Cuál familia, padre?, —pregunto con burla—. ¿Vosotros? ¿Unas personas
incapaces de amar, que odian a su único hijo y que se revuelcan en su miseria?
—¡Silencio!, —ordena gritando, y luego se acerca a mí, tambaleante—. Lo menos
que puedes hacer es intentar cumplir con tus obligaciones, todo esto no estaría
pasando si no hubieras dejado morir a tu hermano. —Recalca con furia.
—¡No le dejé morir!, —grito de vuelta, esa acusación es la única que me ha
sacado de mis casillas durante todos estos años, amaba a mi hermano, y si hubiera
podido hacer algo, lo habría hecho sin dudar—. Le prometí no dejarlo solo, él no os
quería allí, no quería morir con vuestra presencia dañina alrededor, él no se merecía
eso.
—¡Él no debería haber muerto!, —grita histérica mi madre—. Debiste llamar al
doctor cuando comenzó a empeorar, pero no lo hiciste, le dejaste morir. —Me acusa,
con lágrimas en sus ojos.

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—¿Creéis que quería que muriera? ¿Mi propio hermano? ¿La única persona que
me amaba en esta casa y me protegía de vuestra maldad? —No puedo dejar de
preguntar, son tantos años callado, soportando cada golpe que quisieran dirigir hacia
mí—. Habéis perdido la razón por completo, yo amaba a Jonathan, era mi mejor
amigo.
—Tus excusas ya no importan, sabemos que eres un maldito asesino, mataste a tu
hermano y todo para qué, ¿para ahora dejar tiradas las responsabilidades de tu título?
—Vocifera de nuevo mi padre—. Pues tendrás que acatarlas, Jonathan nunca hubiera
osado desafiarme, ni le habría faltado el respeto a su madre.
—El primero que le ha faltado el respeto a su esposa eres tú, ni siquiera tienes la
decencia de esconder a tus rameras —contesto con asco, provocando que mi madre
resople indignada—. No quiero una vida como la vuestra, quiero ser feliz, si ello
significa perder todos los privilegios con los que nací, que así sea.
Al terminar de decir aquello, lo siguiente que siento es un golpe en el rostro, y
aunque un poderoso impulso de devolverle el puñetazo me atenaza, me contengo,
pues al contrario de lo que crean de mí, aún les tengo el suficiente respeto por
haberme dado la vida.
—Creo que esta conversación ha llegado a su fin, ya dije lo que tenía que decir,
vosotros habéis dicho lo que pensáis —les digo, mientras limpio la sangre que brota
de mi labio partido.
—Si te marchas, estás muerto para mí. —Gruñe una vez más mi padre, ante el
silencio iracundo de mi madre—. No pienses en traer a tu ramera a vivir aquí, nunca
daré mi consentimiento para que te cases con una sucia gitana.
Es algo que ya me esperaba.
—Siempre lo he estado padre —respondo a su amenaza—. Por suerte para mí, no
necesito tu aprobación, lo único que necesité alguna vez de vosotros fue amor, algo
que siempre me habéis negado.
Dicho eso, salgo sin mirar atrás y a lo lejos puedo escuchar a mi padre maldecir
como un demente repetidas veces, pues sabe que conmigo se marcha la esperanza de
que las finanzas de la familia sigan a flote. Si se hunden ya no es mi problema, voy
en busca de mi felicidad, de mi amor, de Marian.

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Capítulo 14

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Otra semana ha pasado, Eric no ha enviado ninguna respuesta todavía y mi corazón


cada día se siente más roto, al parecer, sí es posible que la misma persona te lo
destroce una y otra vez en una sola vida, y aunque me he esforzado por mantenerme
fuerte, he llorado a mares, y con seguridad lo seguiré haciendo durante algún tiempo.
Pero también, he decidido que, si Eric no aparece, he de desterrarlo de mi corazón
y centrarme solo en mí y mi hijo, es lo mejor. Algo en lo que mi abuelo no está muy
de acuerdo, pues se empeña en casarme antes de que mi embarazo sea notorio, cosa
que jamás aceptaré aun si eso significa que deba abandonar su hogar, no quiero
casarme con nadie, no quiero mentir sobre mi embarazo, porque a pesar de saber que
hice mal no me arrepiento.
¿Cómo podría hacerlo? Si Eric, me ha regalado lo más hermoso de mi vida.
Mi madre y abuela, en cambio, me cuidan y apoyan lo que decida; y mi padre, a
pesar de mantenerse al margen y asegurarme en reiteradas ocasiones que no está
enfadado conmigo ni lo he decepcionado, sé que sufre en silencio.
Sofía, por su parte, me acompaña a todas horas y cuida como si fuera mi madre,
está tan ilusionada y ansiosa como yo por la llegada de mi bebe, pero, últimamente,
he notado una inusual tristeza en su mirada, sé que algo le ocurre y estoy convencida
de que mi hermano tiene todo que ver en eso, pues hace un par de días los vi discutir
cerca de las caballerizas. Ni siquiera sabía que se hablaban, ya que en todo momento
se ignoran, en especial, durante las comidas, y si no supiera lo que sé pensaría que se
odian.
Pero hoy, luce mucho más triste, incluso, sus ojos están algo rojos e hinchados.
—¿Sofía? —La llamo, mientras recojo mi cabello en una trenza, y al escucharme,
ella deja de hacer mi lecho, algo que por más que le prohíba sigue haciendo, y me
mira con curiosidad—. ¿Qué te ocurre?
Un segundo más tarde, instintivamente, aparta su mirada y aprieta la sabana que
tiene entre sus manos.
—No me ocurre nada Marian. —Niega.
—¿Alguien te ha molestado de algún modo?, —insisto, en un intento por
corroborar lo que sospecho.
—No, todo el mundo ha sido muy amable conmigo Marian, tu familia me trata
con mucho respeto y me dan los mismos privilegios que a ti, aunque no los merezca.
—¿Pero qué tonterías son esas?, —exclamo incrédula—. Tú te mereces eso y
mucho más, eres mi hermana.

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—¡Pero no lo soy, Marian!, —grita, dejándome conmocionada, y antes de que
pueda reaccionar, la escucho sollozar lo que tanto atormenta su alma—. No soy una
Mckencie, por mis venas no corre tu sangre, no pertenezco a estas tierras.
—Claro que eres mi hermana, en todos los momentos duros de mi vida has estado
a mi lado, has atravesado toda Inglaterra y media Escocia para que podamos seguir
juntas, ahora más que nunca estás apoyándome, eso te convierte en mi hermana, una
a la que amo por sobre todas las cosas. —Le contesto al fin, sintiendo crecer un nudo
en mi garganta, mi deseo de llorar es muy fuerte—. Así que, quien se atreva a decir o
hacerte sentir que mis sentimientos hacia ti son otros, o que no te has ganado el
derecho de pertenecer a mi familia, se las tendrá que ver conmigo.
Una vez le digo eso, me acerco a ella y la abrazo, necesitada de que entienda que
cada palabra que he dicho es verdad, y urgida por transmitirle la fuerza que sé
necesita en estos momentos. No sé qué atrocidades le ha dicho mi hermano para
ponerla así de vulnerable, pero sí sé que voy a resolverlo cuanto antes.
—No dejes que nadie te convenza de lo contrario —susurro, apoyando mi barbilla
en su cabeza—. Te amo.
—Y yo a ti —responde, temblorosa y conmovida.
Y así permanecemos, hasta que, tras calmarse y secarse las lágrimas, nos
separamos y ella vuelve a lo que estaba haciendo, mientras yo, más decidida que
nunca a ponerle un freno a mi hermano, me levanto y le digo de camino a la puerta.
—Voy a salir a tomar un poco el aire, en la comida nos vemos.
—Te acompaño —se ofrece.
—¡No! —Me niego al instante, y sin darle tiempo a insistir, me marcho con
rapidez—. Me gustaría estar sola.
Al bajar las escaleras, me encuentro con Marie y le sonrío, ¿cómo no hacerlo? Es
una buena mujer que se ha ganado mi cariño y afecto.
—¡Buenos días, niña Marian! ¿Adónde va con tanta prisa? Debe tener cuidado —
me reprende con cariño.
—Marie, te he repetido hasta la saciedad que no me hables con tanto respeto,
háblame como lo haces con mi madre y la abuela, no soy más que ellas —le digo,
besando su regordeta mejilla.
—Lo intento niña, de verdad lo hago. —Ríe ella feliz por mi demostración de
afecto.
—Voy a dar un corto paseo, ¿por causalidad no has visto a mi hermano?, —
pregunto, intentando averiguar el paradero de ese muchacho impertinente, en estos
momentos estoy furiosa y dolida con él.
—Debe estar en el patio trasero entrenando con tu padre y con tu abuelo, bueno
todos deben estar allí, salvo tu tío Aydan, que seguramente esté montando a caballo
con Eara.
—Gracias, Marie —le digo y me apresuro a salir a las carreras.

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—¡Niña, sin correr! —La escucho decirme a lo lejos, y aunque su protector
comentario me hace reír, le hago caso, no debo correr riesgos.
Una vez resto velocidad a mi marcha, sigo mi camino hacia el patio trasero, o
patio de armas como lo llaman los hombres, donde estos pasan la gran mayoría de
horas, y al primero que diviso es a mi padre en un combate cuerpo a cuerpo con
mi…, ¿tío?
Me dejan asombrada, ambos son buenos, muy buenos.
Con una destreza increíble, ambos se golpean hasta caer al suelo, para después
continuar su aguerrida lucha sobre los charcos de lodo, lo que a mí me hace sentir
mucho asco y sonreír, pues presiento que, la tía Rachell y mi madre no estarán muy
contentas cuando sus maridos lleguen en semejante estado.
De pronto, un movimiento a mi izquierda me hace mirar en esa dirección y
observo a mi querido hermanito acercarse hacia a mí con una sonrisa en su rostro de
querubín.
—Hermanita, esto no es bonito de ver, las mujeres no suelen acercarse por aquí,
les parecemos demasiado barbaros. —Me dice en tono jocoso.
—No soy como todas las mujeres hermano —respondo con seriedad, y él pierde
su sonrisa al ver mi gesto—. Necesito hablar contigo, y mejor que no sea aquí.
Al escuchar esto último, sus ojos se oscurecen, lo que me hace suponer que
imagina de qué quiero hablarle, por lo que, asiente con la cabeza y con un gesto me
indica que lo siga. Un rato después, ya hemos cruzado el puente y estamos lo
suficientemente lejos de la fortaleza, y cuando voy a recalcárselo, él se detiene, se da
vuelta y me dice.
—Ahora sí, ya puedes comenzar a gritarme. —Se cruza de brazos—. Supongo
que tu hermanita te ha llegado con el cuento de que la trate mal, pero no considero
que decir las verdades sea faltar el respeto a nadie, padre siempre me ha dicho que
debo ser honesto.
—Ser honesto no es malo, lo malo es cómo se dicen las cosas, lo que tú puedes
considerar una verdad, no es la verdad de todos los implicados. —Le regreso,
imitando su postura.
—Esa sassenach no debería meterse en mis asuntos. —Sisea—. El otro día me
sorprendió con la nieta del auld Fergus y comenzó a gritarme como si tuviera algún
derecho sobre mí.
—Evan, habla más despacio, estás mezclando palabras en gaélico y aún me
cuesta entenderlas. —Afortunadamente, Cameron en su día consiguió enseñarnos lo
básico de este idioma tan complicado—. ¿Estás diciendo que te sorprendió con una
mujer?
Conforme termino la pregunta, el asombro me sobreviene, pues me cuesta
asimilar que mi hermano pequeño, ya no lo es tanto y comparte el lecho con mujeres;
y que Sofía, sintiéndose claramente celosa y herida, le haya reclamado un respeto que
aún no corresponde exigirle a Evan.

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—¡Maldición, Marian! —Blasfema—. Nunca recuerdo que no hablas nuestro
idioma.
Lo noto frustrado al decir eso, pero algo me dice que su frustración nada tiene que
ver con el hecho de que yo no hable muy bien gaélico.
—Evan, el tema que quiero tratar contigo, no es si entiendo el gaélico o no. —
Respiro hondo en un intento por calmarme, pues a pesar de que este es un asunto muy
importante para mí, no quiero discutir con mi hermano, amo a ambos y estar en
medio de ellos es difícil—. Quería hablar contigo, porque no voy a permitir que
hieras con tus actos o palabras a Sofía.
Por su mirada sé, que no le han gustado mis palabras.
—Soy tu hermano, tu lealtad debería ser para mí. —Puedo percibir un pequeño
temblor en su voz—. Lo único que le dejé claro fue que no se metiera en mis asuntos,
puede que ella sea tu mejor amiga, pero para mí no es nadie, una estúpida sassenach,
que tiene el afecto de mi familia, de lo cual sabe aprovecharse muy bien.
—¡Silencio!, —le ordeno, intentando controlar las ganas que siento de
abofetearlo—. Sofía no es ninguna sassenach, ¿acaso me consideras igual por no
haber vivido en tu amada patria durante todos estos años? ¿Para ti soy una maldita
forastera indeseable?
—¡No!, —exclama horrorizado—. ¡Por supuesto que no! Eres mi hermana, las
acciones de unos malditos te alejaron de nosotros.
—¿Entonces? ¿En qué se diferencia Sofía?, —pregunto, sintiéndome muy dolida
por sus palabras, por esos sentimientos tan horribles que ha expresado sobre la niña
más dulce que he tenido la suerte de conocer.
—No es escocesa —responde de mala gana.
—¿Debo recordarte que nuestra abuela es inglesa? ¿Qué tía Sarah también lo es?
—No puedo creer que ese sea el tonto motivo que lo empuje a tratar de tan malos
modos a Sofía.
En respuesta, solo obtengo silencio y su mirada esquiva, sé que esconde algo, y
como por acción divina, mi don hace acto de presencia haciéndome cerrar los ojos y
contemplando una escena que me deja saber los verdaderos motivos de su
comportamiento.

***

Sofía entra a las caballerizas, está feliz, siempre le han gustado los animales, se
dirige hacia uno de los cubículos donde descansan los caballos, pero unos ruidos
extraños la detienen. Por un momento se asusta, pensando que alguien pueda estar
herido y necesite ayuda, y justo cuando va a salir en busca de esta, la voz de una
muchacha la detiene.
—Evan, eres fabuloso. —Ese nombre, dicho entre lo que parecen ser gemidos de
placer, hace que Sofía se enfurezca de un modo que ni ella misma puede entender.

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Y, sin siquiera pensarlo, camina hacia dónde provienen los sonidos y, lo que sus
ojos ven a continuación, la deja con la boca abierta. Evan está sobre una muchacha
completamente desnudo, con su trasero al descubierto y muy entretenido saboreando
los grandes pechos de su acompañante.
—¡Evan Mackencie!, —grita Sofía fuera de sí, haciendo que la fulana chille a
causa de la sorpresa y empuje a Evan lejos de su cuerpo semidesnudo.
Quien, de inmediato, se levanta y cubre su desnudez con el tartán, mientras la
mujer, tras ocultar su rostro, se marcha corriendo despavorida, dejando a Evan a
merced de una acalorada Sofía, que lo mira con furia y algo más que ninguno de los
dos alcanza a comprender.
—¡Maldita sassenach!, —exclama él frustrado, viéndola incapaz de aparatar su
furiosa mirada del aún prominente bulto bajo su tartán—. ¿Cómo te atreves a
entrometerte en mis asuntos? ¿Quién te crees que eres aquí?
—Eso que estabas haciendo es vergonzoso, asqueroso. —Sisea ella furiosa.
—¿Por qué tan indignada? ¿Acaso quieres ser tú la privilegiada que goce de mis
caricias? —Espeta él con burla.
—Si te atreves a tocarme, maldito patán escoces, te mataré. —Lo amenaza, antes
de intentar huir, pero Evan la detiene sujetándola del brazo.
—¿Matarme? —Ríe él, mientras la acerca a su cuerpo—. Estoy seguro que te
mueres porque te bese. —Afirma seguido mirando los labios de mi amiga.
Luego la besa, la besa sin ninguna contención dejando a Sofía imposibilitada a
resistirse, sumiéndolos a ambos en una especie de frenesí muy diferente al de dos
personas que se odian. Se desean, es evidente, ellos se desean, aunque, cuando Evan
al fin la libera, Sofía le regresa una bofetada que resuena en todo el establo.
—¡No vuelvas a golpearme, maldita inglesa! —Ruge él enfurecido, tocándose su
mejilla enrojecida—. ¿Qué haces aún aquí? Ya acompañaste a mi hermana, vuelve a
tu maldito país y a la pocilga de la que hayas salido.
—Mi sitio es donde esté mi hermana —responde ella, alzando el mentón con
orgullo.
—¡No es tu hermana!, —grita él de nuevo—. ¡Es la mía!
—Puede que compartas su sangre, pero ¿dónde estuviste estos dieciocho años,
Evan?
Mi hermano, palidece ante su pregunta, y por primera vez desde que lo conozco,
no sabe qué decir.
—He estado al lado de Marian desde que puedo recordar, en cada momento de su
vida he estado apoyándola —prosigue Sofía, viendo a Evan totalmente consternado
—. Puede que no sea escocesa, pero amo tu patria como si fuera la mía, puede que no
comparta tu sangre, pero me siento orgullosa de pertenecer a tu familia, a tu clan,
puede que no haya nacido del vientre de tu madre, pero la considero una madre, esa
que perdí siendo tan pequeña, y considero a Marian la hermana que la vida nunca me
pudo dar.

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El rostro desencajado de Evan lo dice todo, se siente avergonzado, la sentida
argumentación de Sofía lo ha tocado, pero incapaz de dar su brazo a torcer y pedirle
disculpas por sus desafortunadas palabras, y mucho menos de reconocer que el beso
que han compartido lo ha trastocado aún más, la mira con desprecio y la ataca de
nuevo con ferocidad.
—¡No vuelvas a atravesarte en mi camino sassenach! —Y, luego sale raudo de
allí sin ver cómo Sofía ya no es capaz de contener el llanto.

***

—Te sientes culpable por cómo la trataste, por eso dices esas cosas tan horribles,
no sabes qué hacer o decir para que te perdone. —Él me mira incrédulo, y yo sonrió.
—Es cierto que tienes un don poderoso —suspira, y se pasa las manos por la nuca
con incomodidad—. No soy así Marian, nuestros padres me educaron bien, respeto a
las mujeres por encima de cualquier cosa.
—Te creo, Evan. —Intento tranquilizarlo, quitar un poco del peso que lleva sobre
sus hombros—. Pero, entonces ¿por qué reaccionaste así con Sofía? Estoy de acuerdo
en que no debería meterse en tus asuntos, la conozco y sé que se siente avergonzada
de su comportamiento, pero también dolida por tus palabras, no puedes llegar a
imaginar el poder que tienes sobre ella.
Al escuchar esto último, me mira curioso y a mí me entra el arrepentimiento, no
sé si he acertado insinuándole eso, pero necesito que entienda que sin pretenderlo
puede herir a Sofía más de lo que él mismo imagina.
—Me sentí avergonzado. —Confiesa al fin—. No quería que ella me viera con
ninguna mujer, no quería que pensara mal de mí, pero cuando la mire a los ojos y vi
el desprecio que sentía por mí…
—Sois tan jóvenes —suspiro, no es que yo sea mucho mayor que ellos, pero
siento como si ya hubiera vivido cien años.
—A penas eres un año mayor que yo. —Replica él algo molesto.
—Créeme cuando te digo que me siento una anciana en muchas ocasiones.
En su mirada puedo ver la compasión, incluso la culpabilidad.
—Ojalá hubiera sido yo y no tú —susurra sin mirarme.
—Evan… —Me acerco a él y le obligo a mirarme—, tú no tienes la culpa de
nada, ni siquiera habías nacido, créeme que estoy más que feliz de que te hayas
criado con nuestros padres, rodeado de amor.
—Pero tú no te merecías ser arrancada de tu hogar, he tenido que crecer con el
dolor de tu perdida, cada vez que padre no volvía contigo, madre se marchitaba un
poco más, odio a esos miserables que te arrancaron de nuestro lado, y si no estuvieran
muertos, yo mismo los mataría.
—Deja ese odio Evan, ya todo ha pasado, créeme que me duele todo por lo que
nuestros padres pasaron, nadie más que yo desearía que mi vida hubiera sido distinta,

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pero nuestro destino está trazado desde nuestra concepción y debemos conformarnos.
Cuando termino, me dejo abrazar por él y me dejo llevar por ese momento de paz
y tranquilidad.
—Volvamos. —Indica Evan soltándome—, no me gusta estar fuera de los muros
mucho tiempo y menos si vienes conmigo, temo no ser capaz de protegerte.
—Sí lo harías —respondo convencida.
—Daría mi vida por ti. —Confiesa, mirándome a los ojos.
Poco tiempo después, ya estamos atravesando el puente y, tras ver el enorme
portón de la fortaleza, le pido a Evan con voz suave y cariñosa.
—Prométeme que no volverás a herir a Sofía.
—Lo prometo. —Asiente algo reacio, pero ni insisto, sé que cumplirá.
Ya de regreso en el patio, nos encontramos a varios hombres montados a caballo
dispuestos a partir, por el gesto en sus rostros y la tensión que se puede palpar en el
aire, deduzco de inmediato que no se dirigen a una simple cacería. Algo malo ocurre,
y no soy la única que lo nota, Evan también, por lo que, presuroso se acerca a nuestro
abuelo, que en ese instante envaina su espada y sube a su caballo.
—¿Qué ocurre abuelo? —Le pregunta a este con preocupación.
—Tenemos forasteros en nuestras tierras, y los Mcloud vuelven a dar problemas,
les he dejado hacer lo que querían durante demasiado tiempo, es hora de que
recuerden quién manda aquí. —Le explica, y en sus ojos puedo ver brillar una intensa
furia.
—Voy con vosotros —se ofrece Evan, mirando a mi padre y al tío Keylan, que
también están preparados para la partida.
—No muchacho, quédate aquí y protege a las mujeres, he dejado a más hombres
para la defensa, pero no tenéis de que preocuparos, no permitiremos que lleguen hasta
aquí. Nadie ha atravesado las murallas de Eilean Donan en siglos, esta vez no será
diferente.
En ese momento, mi padre se acerca a nosotros montado en su caballo, y a pesar
de su gesto serio puedo sentir lo feliz que está de vernos juntos al fin.
—Cuida de tu madre y hermana, volveremos pronto. —Le ordena a Evan en voz
baja, mientras a mí una sensación de angustia me atenaza.
—Lo haré padre, te lo juro, no permitiré que nadie las lastime. —Le asegura
convencido y orgulloso.
—Sé que lo harás. —Asiente del mismo modo nuestro padre, para después,
mirarme y asegurar consciente de la preocupación que me embarga—. No te
preocupes hija mía, volveré.
Y al asegurar eso último, un destello de amor ilumina sus ojos y un nudo de
lágrimas crece en mi garganta impidiéndome contestarle, solo soy capaz de dedicarle
una apagada sonrisa, la misma que le regala mi madre desde las escalinatas, donde
está parada mirándole e intentando contener su propio llanto y preocupación. Por lo

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que, sin dudar, me acerco hacia ella y la abrazo para darle la fuerza que necesita en
estos duros momento.
—Madre… —No sé qué más hacer o qué decir para consolarla.
A su lado, mi abuela, parece más calmada, aunque no mucho, aun así…
—Van a volver, siempre lo hacen. —Nos asegura, tomando nuestras manos y
viendo cómo nuestros hombres comienzan su marcha.
—¡Tulach ard!, —grita mi abuelo con su espada en alto, haciendo que segundos
después los demás guerreros coreen la misma frase.
—Es el grito de guerra de los Mackencie. —Me explica la abuela, mientras con el
corazón en un puño las tres los vemos partir a todos.
Y así padres, hijos, esposos y hermanos se marchan para protegernos a todos.
Rezo a Dios para que vuelvan sanos y salvos.
Dios los proteja…

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Capítulo 15

(Eric Darlington). Inglaterra, Mansión de los Darlington.

Hoy es el día que tengo previsto partir hacia Escocia, junto a mi buen amigo Gabriel,
he dejado todo bien atado, por lo que puedo marcharme con relativa tranquilidad. A
pesar de que sé que estoy cometiendo una locura, no puedo evitarlo, me niego a
desperdiciar mi vida, no solo por la promesa que le hice a Jonathan, también porque
deseo ser feliz. No quiero mirar atrás dentro de treinta años y ver que me he
convertido en un ser amargado y vengativo, que disfruta de las desgracias ajenas
mientras espera la hora de su muerte para al fin hallar algo de paz.
Tito está bastante recuperado, motivo suficiente para arriesgarme a emprender
hoy mismo el viaje que me llevará a encontrarme de nuevo cara a cara con el amor de
mi vida. Cuando entro en la habitación, el pequeño ya está preparado, en su mirada
puedo ver la emoción y el temor, todavía no cree que podamos salir de aquí sin que
mis padres interfieran, pero he despertado por fin a mi realidad y no dejaré que nunca
más ellos me manipulen a su antojo.
—¿Estás preparado, chico?, —pregunto consiente de su respuesta.
—Lo estoy, mi señor —responde, poniéndose de pie con algo de esfuerzo.
—Pues, ¡en marcha, los caballos están listos! —Ambos salimos de la habitación
sin mirar por última vez la alcoba en la que he dormido toda mi vida.
Esta mansión se ha convertido en un mausoleo desde que mi hermano murió, la
poca alegría que se respiró dentro de estas paredes un día desapareció cuando él nos
dejó, así que no me duele dejar todo esto atrás.
Al salir al patio, miro a mis padres allí y me sorprendo, no creo que hayan venido
a despedirnos, al contrario, de seguro es que este encuentro no será agradable, por
ello, indico a Tito que coja los caballos y se aleje un poco, no quiero que la maldad de
mis progenitores vuelva a herirlo de ningún modo.
—Así que sigues con la locura de ir tras tu ramera. —Escupe mi madre con
desprecio al verme.
—No vuelvas a insultar a Marian en mi presencia madre, porque no seré capaz de
controlarme —siseo, temblando de furia, cuando llego hasta ella.
—¿Amenazas a tu madre? —Me reprocha, dando varios pasos hacia mí,
encimándoseme amenazante.
—¿Ahora te preocupas por tu esposa, padre?, —ironizo, no dejándome intimidar
por su gesto furioso.
¡Ya no!

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—No vas a marcharte, Eric —vuelve a hablar mi madre—. Dentro de una semana
te casarás con Lady Bárbara, y acabarás con esta tontería.
—¡Impídemelo!, —la desafío, mientras inicio mi marcha hacia mi caballo.
Junto a este, está Tito subido ya al suyo.
—¡Si te marchas, jamás vuelvas!, —grita mi padre—. ¡Estás muerto para mí,
Eric!
Los miro directo a los ojos, intentando sentir algo de tristeza por dejarlos, pero
no, no siento pena ni nada.
—Pues que así sea. —Asiento, y mirando una última vez más a las personas que
me dieron la vida, finalizo—: Adiós.
Y así sin más, subo a mi caballo y, tras espuelearlo, me alejo de allí seguido de
cerca por mi fiel acompañante, y solo cuando hemos recorrido varias millas y estoy
seguro de haber salido ya del condado es que me permito aminorar el paso, pues Tito
luce un poco cansado y dolorido, quien, al notarlo, insiste en proseguir ya que
debemos llegar antes de que anochezca a la posada que se encuentra en la frontera
con las Tierras Bajas.
Lo que me recuerda que, debo aclararle algo, por nuestra propia seguridad.
—¿Tito?, —lo llamo y, como era de esperarse, él me mira y presta toda su
atención—. A partir de ahora, no quiero que me trates como tu señor, debemos pasar
desapercibidos, y si la gente sabe que soy el próximo Duque de Darlington nos
pondremos en peligro.
—Pero no puedo hacer eso, mi señor —exclama espantado.
Cierro los ojos, frustrado, esto va a ser más difícil de lo que pensé.
—Tito, es de vida o muerte que lo hagas, a partir de ahora tú y yo somos
hermanos, y mi nombre es Jonathan, no Eric. ¿Entiendes?, —pregunto.
—Sí, mi señor —contesta no muy convencido.
—¡No me digas así, Tito!, —exclamo perdiendo la paciencia—. Somos
hermanos, trátame como tal. —Ordeno.
Dicho eso, él asiente y seguimos en silencio nuestro viaje, aunque no avanzamos
tanto como quisiéramos debido a su resentido estado. No luce muy bien, y a cada
segundo lo noto más y más dolorido.
—Tito, ¿crees que puedas aguantar a todo galope? Al menos hasta llegar a la
posada, después te prometo que descansaremos un día entero si es necesario. —Le
pregunto.
—Aguantaré mi… —comienza a responderme, pero al darse cuenta de que ha
estado a punto de cometer el error de llamarme «señor», rectifica—: Jonathan.
Sonrío. Es un niño muy listo y leal.
—Pues adelante entonces, muchacho —lo apremio, emprendiendo el galope a
toda velocidad.
Cabalgamos durante horas, pero al anochecer llegamos a nuestro ansiado destino.

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Una vez en la posada, desmontamos y, tras pagar a un mozo para que se encargue
de los caballos, pido una habitación y una cena caliente. Ya instalados en la modesta
estancia, examino con detenimiento las heridas de Tito, estas lucen bastante bien, por
lo que, luego de comer y darnos un buen baño de agua caliente, caemos rendidos en
el lecho.
Al amanecer, soy el primero en despertar, y sin hacer mucho ruido, salgo de la
habitación dejando a Tito descansar a sus anchas como le he prometido. Se lo merece.
Una vez llego al salón inferior de la posada, se me acerca una moza con intenciones
nada decentes, es evidente que busca mi compañía, pero con delicadeza la rechazo,
nunca he sido un mujeriego sin escrúpulos como mi padre, además, luego de
compartir lecho con Marian, dudo mucho poder hacerlo con alguna otra mujer.
Cuando por fin me siento a la mesa, pido mi desayuno y le pregunto al posadero a
qué distancia se encuentra Eilean Donan, y aunque puedo ver que siente curiosidad,
no pregunta por qué viajamos hacia allí.
—Si siguen su viaje, solo descansando por las noches, pueden estar cruzando la
frontera de los Mackencie en tres días, y llegarán a Eilean Donan en tres más —
explica un poco reacio.
Se lo agradezco y continúo en lo mío.
Tan pronto acabo de comer, le subo su desayuno a Tito para que reponga fuerzas,
pero al ver que sigue durmiendo, dejo la bandeja en la pequeña mesa y salgo en
absoluto silencio, para después ir por noticias sobre nuestros caballos, necesito que
estén bien cuidados pues el viaje que nos espera es largo.
Afortunadamente, el mozo de cuadra ha hecho un trabajo excelente, y para que
siga siendo así le doy un par de monedas más antes de salir de las caballerizas. Esos
caballos valen una fortuna, y son nuestro único modo de llegar a nuestro destino, si
les pasara algo o los robaran, el viaje hacia Escocia a pie sería un infierno.
De regreso en la alcoba, veo que Tito ya está despierto y comiendo con
verdaderas ansias su desayuno, cosa que me alegra mucho, incluso, puedo apreciar
que las sombras bajo sus ojos ya no están, es como si salir de la mansión Darlington
le hubiera quitado un gran peso de encima.
—¡Buenos días, mi señor! ¡Gracias por subir mi desayuno! —Me gradece—. Pero
no debería haberme dejado dormir tanto. —Parece avergonzado.
Suspiro frustrado al escucharlo dirigirse a mí de esa forma tan ceremoniosa, y ese
simple gesto basta para que Tito, caiga en cuenta de su error y rectifique.
—Lo siento, es difícil —susurra.
—Lo sé Tito, pero recuerda que es por nuestra seguridad. —Asiente y le sonrió
para tranquilizarlo.
—¿Cuándo partimos?, —pregunta, levantándose.
—Mañana al alba —respondo conciso.
—¿Mañana? ¿Por qué?, —exclama sorprendido.

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—Estamos cansados Tito, y esta etapa del viaje, es la más peligrosa. —Intento
explicarle sin llegar a asustarlo—. Escocia no es como Inglaterra, no van a ser
gentiles con nosotros muchacho. El viaje es largo, unos seis días si marchamos a
galope, y no siempre podremos seguir ese ritmo, tú aún estás muy débil.
—Sé del odio entre escoceses e ingleses, pero no penséis que soy débil, puedo
soportar lo que sea, no retrasaré el viaje. —Me responde decidido.
Escucharlo decir eso, me hace sentir orgulloso, su fortaleza y lealtad hacia las
personas que ama es digna de admirar, ojalá yo hubiera sido así a su edad.
—Hoy descansaremos Tito, mañana partiremos y llegaremos junto a Marian en
poco más de seis días.
—Deseo tanto verlas de nuevo, ni siquiera sabemos si están vivas. —La angustia
en su voz hace que mi corazón se acelere, pues ambos tememos lo mismo.
—Son fuertes, seguro llegaron a su destino. —Le aseguro, deseando que así haya
sido.
Durante el resto del día, permanecemos en los alrededores de la posada
intentando pasar desapercibidos, veo a muchos escoceses, que con toda seguridad son
guerreros que custodian la frontera entre nuestros países. También, tratamos de
conseguir información vital para nuestra supervivencia, y con éxito, gracias a la moza
que esta mañana estaba tan dispuesta a disfrutar de mi compañía, pudimos aprender a
diferenciar los colores de los tartanes, para los escoceses es una forma de saber a qué
Clan pertenecen.
El clan de la familia de Marian, utiliza los colores verdes, azul y rojo, y puedo ver
que hay varios Mackencie por aquí, según me explica la muchacha, son los guerreros
más temidos de Escocia, incluso los clanes enemigos tienen mucho cuidado antes de
desafiar a Alexander Mackencie; su Laird y abuelo de Marian, lo que me tranquiliza
bastante, es bueno saber que pertenece a una familia tan poderosa, así nadie volverá a
herirla jamás, aunque, eso es algo que tampoco yo volvería a permitir nunca.
Casi al anochecer, regresamos a nuestra alcoba a descansar, en pocas horas
partiremos y necesitamos estar descansados, además quiero marcharme incluso antes
de que salga el sol por completo, mientras menos gente nos vea marchar y sepa hacia
dónde nos dirigimos, mucho mejor.
Tito cae en un profundo sueño apenas se recuesta en el lecho, yo en cambio, no
puedo dormir pues la preocupación por el viaje y por dejarlo todo atrás, incluyendo la
ansiedad por volver a tener a Marian frente a mí, me lo impiden. No sé siquiera si
querrá verme de nuevo, o si tal vez ya esté casada. Ese pensamiento logra
desesperarme aún más, y aunque intento alejarlo de mi mente y convencerme que no
existe posibilidad de que eso último ocurra, la verdad es que me es imposible. ¿Quién
no querría casarse con ella? ¿Con una mujer hermosa, inteligente y bondadosa como
lo es Marian?
Ojalá pueda llegar a tiempo y reparar mi error, explicarle lo ocurrido y que pueda
perdonar mi falta de carácter para con mis padres, el no haber podido impedirle a mi

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madre ofenderla y obligarla a marcharse a escondidas como si fuera menos que nada,
cuando ella para mí lo es todo, así ha sido durante años.
Al alba, y sin haber pagado un ojo, despierto a Tito, comemos algo y nos
ponemos en marcha sin demora galopando sin descanso durante horas, hasta que, al
caer la noche decidimos parar y acampar a la intemperie. El clima es bueno, lo que
facilita mi vigilancia mientras una intensa ansiedad me recorre el cuerpo, no sé si son
nervios por estar en territorio desconocido, o de emoción porque cada vez estoy más
cerca de Marian.
El segundo día de viaje, no es distinto al anterior, solo descansamos un par de
horas para que los caballos puedan recuperarse y proseguimos la marcha, en ningún
momento he escuchado queja alguna de mi acompañante. Y, cuando el alba anuncia
el inicio del tercer día, Tito despierta sin necesidad de ser llamado, sé que está
ansioso al igual que yo, hoy cruzaremos las fronteras de los Mackencie, estaremos en
el hogar de Marian, un poco más cerca de ella.
Ya al atardecer, hemos recorrido varias millas más y cruzado la frontera, cómo lo
sé, vaya a saber, pero lo sé y así se lo informo a Tito.
—Ya estamos en tierra de los Mackencie.
Él no me contesta, se ve pensativo y preocupa.
—Muchacho. ¿Qué ocurre? ¿Por qué tanto silencio de tu parte? ¿Estás cansado o
dolorido?, —pregunto con sumo interés.
—No estoy ni cansado ni dolorido, si no preocupado. —Me confiesa sin que
tenga que presionarle mucho—. He traicionado la confianza de Marian.
—Sé cómo te sientes Tito, pero piénsalo de este modo, si tú no me hubieras dicho
lo que ocurrió entre mi madre y Marian nunca habría reunido el valor de enfrentarme
a mis padres, si tú no me hubieras dicho dónde se encuentra Marian jamás habría
sabido en qué lugar ir a buscarla, y mi vida ya no tendría sentido sin ella. —Intento
que se sienta mejor con mi explicación.
El muchacho, guarda silencio, sé que está pensando en lo que le acabo de decir,
espero que deje de sentirse culpable, si alguien tiene que ser culpabilizado soy yo, no
él. Tito, es apenas un niño al que los mayores le hemos dado el peso de una carga
demasiado grande para él.
—Tú no has hecho nada malo, Tito. Si cuando lleguemos ante Marian, ella tiene
algo que reclamar, yo asumiré las consecuencias, le diré que te obligué, le diré que
amenacé con matarte —expreso la idea que lleva rondándome la cabeza durante días.
Tito, me mira con la boca abierta y los ojos agrandados.
—Pero eso hará que te odie —exclama sorprendido.
—Estoy seguro de que ya lo hace, así que no supondrá ninguna diferencia. —Le
respondo con tristeza.
—No creo que llegue a odiarte nunca en realidad, solo tienes que demostrarle tu
amor, porque no has hecho un buen trabajo hasta ahora. —Argumenta.

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Cada vez me deja más sorprendido su madurez, es como un anciano encerrado en
el cuerpo de un niño.
—¿Dónde has aprendido a ser tan sabio?, —pregunto más para mí mismo que
para él.
—Siempre vi a mis padres queriéndose mucho, sé cómo se supone que debe ser el
amor, y en los ojos de Marian siempre veía lo que reflejaban los ojos de mi madre al
mirar a mi padre. —Me explica, y al escucharlo hablar de sus padres puedo sentir su
dolor y añoranza—. Pero nunca vi eso en tus ojos, no hasta ahora, hasta que ella se
marchó, y me rogaste día tras día por saber su paradero, por eso rompí mi promesa,
no creo que un amor como el vuestro deba ser asesinado de la forma en la que vuestra
madre quiso hacerlo.
—Y te prometo que tu confesión, no será en vano. —Se lo juro de corazón—.
Puede que me cueste la vida recuperar a Marian, pero lo haré.
Asiente sonriendo, después mira a su alrededor atraído por una especie de ruido
inexistente y poco a poco su sonrisa se apaga, eso me pone en alerta.
—Nos están siguiendo… —susurra asustado.
Miro con atención entre los árboles, Tito tiene razón, nos siguen y no son
hombres del Clan Mackencie, lo que sería lógico pues hace horas que recorremos su
territorio, estos individuos parecen ser carroñeros, y los carroñeros nunca andan con
buenas intenciones.
—No son Mckencie —aseguro—. Debes estar preparado, si digo que huyas,
hazlo. —Le ordeno después mirándole fijamente a los ojos—. No dudes, si algo me
ocurre, huye.
—No voy a abandonarte. —Replica asustado.
—No cometas ninguna estupidez muchacho, no me debes nada, si algo me ocurre,
corre. —Vuelvo a ordenar con más ferocidad. Necesito asegurarme de que él estará
bien pase lo que pase—. Llega hasta Eilean Donan, ve con Marian, allí estarás a
salvo.
—Le debo la vida, mi libertad, así que mi señor no le abandonaré —responde sin
titubeos.
—¡Esa absurda lealtad acabará con tu vida muchacho! —Gruño, sintiéndome a
cada segundo más orgulloso de él—. Veremos lo que ocurre, por el momento haz
como que no los hemos visto, tal vez no ataquen.
Rezo a Dios para que así sea.
Varias millas después, aún estamos siendo perseguidos de cerca por los escoceses,
aunque, al parecer no planean atacarnos y podremos perderles la pista sin necesidad
de combatir, pero de pronto, el sonido de caballos aproximándose se escucha a lo
lejos y mi cuerpo se tensa. Desde dónde estoy, puedo observar a un hombre alto y
fuerte liderar al grupo de guerreros, y al mirarlo, de inmediato sé de quién se trata.
—¿Quiénes son?, —pregunta Tito con voz temblorosa.

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—Estoy convencido de que es el abuelo de Marian, el Laird de estas tierras —
susurro, desmontando mi caballo al ver que los carroñeros que antes nos seguían
escondidos, ahora, salen de su madriguera.
Y, nos atacan sin importarles que los Mackencie se dirijan hacia nosotros.
—¡No bajes del caballo!, —le grito al muchacho, mientras soy rodeado por dos
hombres.
No pienso permitir que se acerquen a Tito, aun cuando me superen en número
voy a protegerlo si es posible con mi vida, y así se lo hago saber a esos barbaros
carroñeros, cuando un grito de guerra se deja escuchar y veo a los guerreros
Mackencie saltar de sus caballos cerca de mí con sus espadas en mano.
Acto seguido, una feroz batalla da inicio, todo es un caos a nuestro alrededor,
pero sin dudar un segundo en cuál bando debo elegir, desenvaino mi espada y me uno
al ataque de los highlander, quienes con una habilidad formidable blanden sus
espadas contra sus enemigos como verdaderos guerreros.
Aunque, los despreciables carroñeros, también saben defenderse y golpe tras
golpe logran resistir el ataque de los fieros guerreros Mackencie, quienes viéndose
desafiados vuelven a corear su grito de guerra y a arremeter contra estos con mucha
más ferocidad, abatiendo a la gran mayoría poco minutos después.
Tras los que, al bajar sus defensas, una nueva amenaza intenta materializarse,
pues de pronto, uno de los maleantes apunta con su espada y a traición la espalda de
uno de los valerosos guerreros y, en un rápido impulso, corro hacía a este y lo mato
hundiendo mi espada en tu estómago. En respuesta, el highlander da media vuelta con
rapidez y, al mirar a su atacante yacer en el suelo sin vida, me mira con gesto de
asombro y gratitud. Es un guerrero formidable, de pelo y piel oscura, y unos ojos
muy parecidos a los de Marian.
De repente…
—¡Jonathan! —Escucho gritar a Tito, desesperado.
Y, cuando me vuelvo hacia él y veo el motivo, un escalofrío me recorre el cuerpo.
Otro de los indeseables carroñeros, lo sujeta con fuerza de uno de sus brazos y lo tira
del caballo, haciendo que su pequeño cuerpo caiga con todo su peso y chille de dolor.
Maldigo. Es todo lo que hago antes de correr hacia ellos ciego de ira y dispuesto a
matar a ese infeliz, pero tan pronto doy unos cuantos pasos, otro despreciable
carroñero me intercepta y, tras presentarle batalla y matarlo también ayudado por el
guerrero de ojos oscuros y penetrantes, continúo corriendo hacia Tito sin nada más en
la mente que salvarlo, hasta que…
Un golpe.
¡Mi cabeza! Algo me golpea en la cabeza y caigo desplomado en el suelo,
conforme la vista se me vuelve borrosa y lejana y escucho a Tito llamarme
desesperado una y otra vez, pero no puedo moverme, y segundos después mi mundo
se oscurece totalmente y en lo último que puedo pensar es en Marian.

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Capítulo 16

(Marian Mackencie). Eilean Donan

Mi padre, mi abuelo y mi tío hace horas que partieron y aún no han regresado. Mi
madre y abuela, por su parte, intentan olvidar su preocupación realizando tareas
absurdas sin conseguirlo, y no son las únicas, también yo temo que les ocurra algo
malo, que vuelvan heridos, o mucho peor… muertos.
Cierro los ojos y trato de tranquilizarme, pero de pronto, una extraña sensación de
angustia se apodera de mí haciéndome temblar y perder el control de mis emociones,
y sin que pueda evitarlo, poco a poco borrosas imágenes comienzan a apoderarse de
mi mente.
—¿Marian? —Escucho a mi madre llamarme, preocupada. Su voz suena lejana
—. ¡Marian! ¿Qué te ocurre hija mía?
Y, aunque quiero responderle, no puedo, pues ya estoy atrapada en una especie de
sueño donde lo primero que escuchó es el choque atronador de muchas espadas,
seguido del poderoso grito de guerra de los Mackencie.
—Está teniendo una visión, Valentina. —Intenta tranquilizar a mi abuela—. ¿No
recuerdas que a Marian también le ocurría?
—¡Pero no así!, —exclama con desesperación mi pobre madre, y a pesar de que
su voz cada vez suena más distante, puedo percibir en esta su angustia y
desesperación.
—Tu hija aún no controla su don, pero es más poderosa de lo que lo fue su tía,
tranquilízate. —Vuelve a insistir en tono tranquilizador la abuela.
Tras lo que, mi madre, me abraza y besa mi frente antes de dejar de escucharlas.
Cuando las imágenes del fragor de la batalla regresan a mi mente con mayor claridad,
vuelvo a escuchar gritos ensordecedores, esta vez de los heridos que yacen en el suelo
exhalando su último aliento, mientras el abuelo, a quien logro ver con total claridad,
ordena a los demás guerreros continuar la feroz batalla contra sus atacantes. Verlo
sano y salvo me tranquiliza de inmediato, pero al pasar los segundos ya no lo estoy
tanto, pues no logro ver a mi padre y tío por ningún lado, menos aún al escuchar de
pronto, el grito de desesperado auxilio de una voz que reconocería en cualquier parte.
—¡Jonathan!
¡Tito!
Sí, es su voz, pero antes de que pueda confirmar lo que mis oídos han escuchado,
todo vuelve a ser silencio y oscuridad en mi mente. Mi visión ha terminado, y
lágrimas de angustia y desconcierto inundan mis ojos cuando los abro despacio no
muy segura de entender el significado de esta, pues Jonathan ha muerto hace mucho

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tiempo; y Tito; mi pequeño y valiente niño, está en Inglaterra por culpa de mi
egoísmo, pude habérmelo traído y protegerlo del odio y desprecio que sus tíos le
profesan sin motivo.
De pronto…
—¡Está llorando!, —grita de nuevo mi madre—. No me pidas que me tranquilice,
madre.
—Estoy bien —susurro agotada—. La abuela tenía razón, estaba teniendo una
visión.
—¿Y por qué estas llorando? —Sigue con su interrogatorio—. ¿Acaso viste a
nuestros hombres heridos o…? —No puede acabar la pregunta.
—No madre, creo que están bien, aunque solo pude verlos por poco tiempo —les
explico a ambas, intentando darles algo de paz.
—Entonces ¿por qué lloras mi niña?, —pregunta mi abuela, extrañada.
—No lo sé —respondo visiblemente cansada, la visión me ha dejado agotada.
Mi madre, al notarlo, se levanta y, tras apremiarme para que también lo haga, me
aparta un mechón de cabello del rostro con cariño y me dice.
—Debes descansar hija mía. —Y, mirando a nuestro alrededor mientras
caminamos, pregunta—. ¿Dónde demonios está Sofía?
—Déjala madre, no necesito escolta para dormir un poco. —Le contesto, antes de
acostarme en mi lecho ayudada por ella y cerrar mis ojos.
—Descansa, mo cridhe —murmura tras besar mi frente.
Quiero preguntarle qué ha dicho pero el sueño me vence enseguida.

***

No sé cuánto tiempo he dormido, los parpados siguen pesándome en demasía, aun


así, intento abrirlos, pero me contengo al escuchar de repente sigilosos susurros a mi
alrededor.
—Debí estar con ella y no perdiendo el tiempo contigo. —Escucho decir a mi
mejor amiga—. Después de todo, tú me desprecias, y ella es la hermana que nunca
tuve pero que el destino tuvo a bien concederme. No importa lo que pienses, amo a tu
hermana como si nuestra sangre fuera la misma, la lealtad vale más que tu sucia
sangre escocesa. —Sisea, furiosa.
«¡Oh no Sofía, tú no has dicho eso!» pienso con pesar.
Seguido, un gruñido de mi hermano se deja escuchar y, antes de que diga algo de
lo que luego pueda arrepentirse, gimo para llamar su atención y evitar que sigan
haciéndose más daño.
—¡Marian!, —exclama Sofía posicionándose a mi lado—. ¿Cómo te sientes?, —
pregunta después con voz preocupada.
—¿Cómo te sientes hermana? —La imita Evan a la vez y no puedo evitar sonreír.

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Sentirme así de amada me resulta nuevo al igual de agradable, nadie se había
preocupado por mí de este modo antes, en mi niñez, cada vez que caía enferma estaba
sola.
—Estoy bien, no hay de qué preocuparse —les digo incorporándome poco a
poco, mientras Sofía a la vez acomoda las almohadas detrás de mi espalda y mi
hermano nos observa con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su ancho
pecho.
Segundos después, ella se aparta dejando sitio para que Evan se siente a mi lado.
—Madre, nos ha contado que has tenido una visión. —Me cuenta con los ojos
oscurecidos de preocupación—. ¿Has visto algo que no le hayas contado a ella? ¿Le
ha ocurrido algo a padre? —Su voz tiembla, haciéndome saber lo asustado que está
ante esa posibilidad.
—No vi mucho, Evan —respondo apesadumbrada—. Ojalá hubiera visto más de
lo que le dije a mamá y a la abuela, no sé con certeza si ellos están bien, no sé qué
significa esta extraña visión.
Asiente, ahora más preocupado que antes.
—¿No han regresado?, —pregunto temerosa la respuesta.
—No. —Niega con la cabeza—. Debí ir con ellos, si no regresan, jamás me lo
perdonaré.
—Aún eres muy joven, Evan. —Trato de reconfortarlo.
—¡No soy un maldito niño, Marian!, —grita, levantándose con brusquedad.
—No quise decir… —Intento explicarme, pero Sofía sale en mi defensa y, sin
proponérselo, lo complica todo aún más.
—¡No le grites! —Y lo empuja con todas sus fuerzas, alejándolo y provocando
que apuñe sus manos y una furia salvaje se apodere de su rostro.
Temo por su reacción.
—¡Evan Mackencie, ni se te ocurra alzar tu mano!, —le advierto mientras me
levanto con rapidez e interpongo mi cuerpo entre ellos.
Al escucharme, Evan parpadea y palidece, para después mirarnos espantado y
decir antes de salir disparado de la habitación, dejando a Sofía asustada y a mí más
aturdida que antes.
—Perdonadme.
Al cabo de un rato, Sofía nota mi estado y me ayuda a volver al lecho.
—Jamás te habría golpeado —susurro, aún temblorosa.
—Entonces ¿por qué te has abalanzado para protegerme?, —pregunta con la voz
igual de inestable que la mía.
—Por acto reflejo, nada más. —Intento convencerla a ella y a mí misma.
—Ni tú misma logras creer semejante mentira, sí habría sido capaz de pegarme
—contradice, dejando en evidencia lo mucho que le ha dolido la reacción de mi
hermano.

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—No mediste tus palabras Sofía, debes contener tu lengua o te causará muchos
problemas, no siempre estaré para protegerte —le aconsejo con cuidado, pues no
quiero que piense que apoyo más a mi hermano o a sus actos que a ella.
—¿Lo defiendes? —Ocurre justo eso.
—No, jamás defenderé a ningún hombre que alce la mano contra una mujer. —Le
aseguro muy en serio, mientras además decido hablar de nuevo con Evan y mis
padres.
Esto se está saliendo de control. Si yo no puedo llegar a él, ellos lo harán.
Pensando en eso estoy, cuando de pronto, escuchamos un alboroto fuera del
castillo, y acto reflejo busco incorporarme, pero de inmediato, una mirada severa de
Sofía me hace saber que no me dejará levantarme del lecho.
—Dime, por favor, ¿qué es lo que ocurre?, —ruego aterrada.
Al escucharme, e igual de intrigada y asustada, sale de prisa de la habitación
dejándome sola y acechada por mis peores miedos, ¿habrá pasado algo malo a los
hombres de mi familia? Un rato después, vuelve a abrirse la puerta y aparece mi
padre junto a mi madre, llorosa.
—Padre —exclamo angustiada—. ¿Por qué está llorando madre? ¿Acaso ha
ocurrido algo malo?, —pregunto, intentando contener la amenaza de llanto en mi
garganta.
—¡Tranquila, hija mía!, —responde mi padre—. Tu madre, a pesar de los años,
aún no se acostumbra, cada vez que me ve llegar sano y salvo, rompe a llorar.
—Entiendo. —Asiento aliviada, pues todos han llegado con bien.
Entonces, ¿qué significado tiene mi visión? ¿Quién es el misterioso, Jonathan?
—Tu madre me ha contado que tuviste una visión. —Comenta con su ceño
fruncido—. Mi hermana, las tuvo en contadas ocasiones, y siempre con un propósito
mayor.
—No entiendo. —Le contesto, cansinamente a la par de intrigada.
—Cuando esas visiones se presentan, suele ser porque quién está implicado en
esas visiones es importante para ti, muy importante. —Recalca.
—Todos los que os encontrabais batallando lo sois padre —le digo, mirando sus
oscuros ojos de guerrero que me miran fijamente.
—¿Te dice algo el nombre de Jonathan?, —pregunta en respuesta con mucha
seriedad—. Los intrusos de los cuales nos informaron son dos, un joven y un
muchacho. Parecen ingleses, el joven ha sido herido, no se la gravedad, pero Keylan
está llevándolo a él y al muchacho que lo acompañaba al hogar de James, estaba más
cerca del lugar de la batalla. —Explica después.
—Conocí hace mucho tiempo a un hombre llamado Jonathan, pero el murió hace
años de unas fiebres, era el hermano mayor de Eric —confieso—. ¿Cómo se llama el
pequeño?, —pregunto, ansiosa, seguido, con un extraño presentimiento latiendo en la
boca de mi estómago.
¿Será Tito?

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—No ha hablado desde que el joven fue herido, solo llora. —Señala—. No se
separa de su lado, espero que Sarah pueda hacerle hablar.
—¿Cómo era el joven?, —pregunto a continuación, con el corazón golpeando con
fuerza dentro de mi pecho.
—Como todos los ingleses, insignificante. —Alza los hombros como restando
importancia—. Rubio y delgado, aunque debo reconocer que es bueno con la espada,
me salvo la vida. —Confiesa a regañadientes.
Esa descripción tan escueta no me dice nada, Eric es rubio sí, pero como acaba de
recalcar mi padre, más de la mitad de los ingleses lo son, puede que me esté
emocionando por nada, que mi estúpido corazón, haga que me ilusione para después
sufrir otro duro golpe.
—Cuando el joven despierte, si es que lo hace, nos informará de su identidad y
saldremos de dudas. —Intenta reconfortarme, y yo sonrió para tranquilizarlo también.
—Debo hablar con vosotros sobre Evan. —Les suelto de golpe después.
—¿Te ha hecho algo?, —pregunta mi padre, ceñudo.
—A mí no. —Niego con rapidez—. Pero él y Sofía tienen un camino por recorrer,
hoy se les fue de las manos a ambos. Ella le dijo algo que nunca debió salir de sus
labios, y aunque confío en Evan temí que la golpeara, tanto que me levanté para
interponerme entre ellos. —Les cuento con lujo de detalles.
—Este muchacho se va a conseguir una buena paliza. —Gruñe mi padre—.
¿Cuántas veces le he recalcado lo importante de respetar a las mujeres?
—Querido —interviene mi madre, acaricia su espalda—, creo que lo que necesita
es que hables con él, tengo el presentimiento de que tiene sentimientos por Sofía que
no sabe sobrellevar, tú mejor que nadie sabe lo que es luchar contra ello. —Sonríe
con picardía.
Mi padre, al escuchar esto último, le devuelve el gesto y la besa con pasión sin
que le importe mi presencia y luego se marcha.
—¿Crees que pueda ser Eric, madre?, —pregunto, sin poder controlar la dicha de
que mi presentimiento pueda sea posible.
—No lo sé, hija. —Niega con pesar, sé que ella no quiere que sufra más de lo que
ya lo he hecho—. Si es él, ¿por qué cambiarse el nombre? ¿Y quién es el muchacho
que lo acompaña?
—No lo sé… —susurro aturdida por tantas emociones, ahora que sé que mi
familia está a salvo, el alivio me ha dejado más agotada que la misma visión.
—Deberías descansar, hija —sugiere mi madre, acariciando mi oscuro cabello—.
Te pareces tanto a ella. —Añade con nostalgia—. Cuando naciste supe que ella
seguiría viva en ti.
—Creo que lo hace. —Le respondo, mientras intento resistirme a la pesadez de
mis ojos.
—No luches contra el cansancio, tú y el bebé necesitan descansar. —Me ordena
con firmeza y cariño.

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—Pero necesito saber sí… —No me deja terminar.
—Te prometo que nada más sepa algo, si es necesario te despertaré. —Me jura, y
confiando en su palabra, dejo que el sueño vuelva a apoderarse de mí.

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Capítulo 17

(Eric Darlington). Tierra de James Mackencie.

Abro los ojos con dificultad, me duele horrores la cabeza, incluso, parpadear es un
suplicio. No puedo evitar gemir al alzar mi mano y tocar el punto en mi cabeza de
donde proviene el dolor atroz que me nubla la visión.
—Quieto mi señor, os han golpeado con fuerza en la cabeza. —Una voz femenina
me detiene, y poco a poco después giro mi cabeza adolorida y puedo ver a mi lado a
una hermosa y menuda mujer.
Su cabello parece de fuego, pero veo fortaleza y bondad en su mirada.
—¿Dónde estoy?, —pregunto, con mi voz más ronca de lo normal.
—En el hogar de James Mackencie, mi esposo. —Informa—. Soy Sarah
Mackencie, para mí es un honor poder ayudar a un compatriota, desde hace años que
no veo ningún inglés por estos lares.
—¿Soy inglés? —Le pregunto, sorprendido.
¿Qué me ocurre?
—Desde luego no sois escoces, los hombres de estas tierras tienen algo que los
hace diferentes —responde, sin advertir la confusión en mi cabeza—. ¿Cuál es
vuestro nombre?, —pregunta seguido.
Pero yo no recuerdo mi nombre, ni de dónde vengo, por lo que guardo silencio,
mientras hago un esfuerzo por recordar aun cuando siento mi cabeza a punto de
estallar. Lo que hace que, la amable mujer, me mire con mayor detenimiento y pase
de la curiosidad al desconcierto al comprender el motivo de mi silenciosa actitud.
—Habéis perdido la memoria —anuncia, y veo la compasión en sus ojos al decir
aquello—. Un niño os acompañaba, voy a mandar a buscarlo, tal vez al verlo,
recordéis.
Cuando se levanta y camina hacia la puerta, esta es abierta por un hombre
musculoso de pelo oscuro que, al ver a la mujer, sonríe con afecto, pero cuando mira
en mi dirección y nota que estoy despierto, su expresión cambia por completo.
—¿Despertó?, —pregunta sin apartar su mirada de mí—. ¡Al fin! —Gruñe
después cerrando la puerta.
—¡James!, —exclama la mujer—. Un poco más de respeto para nuestro invitado,
esposo. —Lo reprende con cariño la que supongo es su mujer.
—¿Eres consciente de que la primera regla en el campo de batalla es la de no dar
la espalda a tu enemigo?, —pregunta el aludido de brazos cruzados.
No sé de qué está hablándome, y el desconcierto en mi expresión debe ser tal que,
tras cruzar una mirada con su mujer, vuelve su ceño fruncido, interrogante.

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—No recuerda nada James, ni siquiera su nombre. —Le explica la pelirroja.
—¡Maldición!, —protesta—. ¿Qué demonios le digo ahora a Alexander?, —
pregunta frustrado—. ¿Y a Marian? Según me comenta mi sobrina, esa muchacha
está como loca por saber quién es el inglés.
Según escucho ese nombre, siento un fuerte estremecimiento en todo el cuerpo,
pero antes de siquiera poder procesarlo, la puerta vuelve a abrirse y aparece un
muchacho, que al mirarme se acerca cauteloso hacia mí. Por su expresión, asumo que
está nervioso y asustado, además de que parece claramente conocerme, incluso, a
pesar de no reconocerlo, algo en mi interior me advierte que él es alguien muy
cercano a mí.
—Pequeño. —Empieza a decirle con dulzura la mujer—, ha perdido la memoria,
¿tal vez tú podrías ayudarle? Dinos su nombre, ¿de dónde venís?, ¿por qué estabais
en tierras del clan Mackencie?
El niño no contesta, solo me mira a la espera de una reacción de mi parte.
—¿Es mudo?, —pregunto preocupado.
Veo como el hombre llamado James, niega con la cabeza.
—Lo escuché pedirte auxilio en medio de la batalla, así que, si no habla, es
porque no desea hacerlo.
—Puedes hablar pequeño. —Lo alienta de nuevo la mujer—. Nadie te hará daño.
Pero el silencio es su única respuesta, por lo que, el tal James, impacientándose,
despega sus labios para volver a hablar, pero su mujer lo detiene.
—Dejémosles solos un rato, tal vez a él le diga algo —sugiere.
A su marido, como era de esperarse, la idea no parece gustarle, aun así se deja
guiar por esta y al salir cierran la puerta, dejándonos solos. El niño, en ningún
momento ha apartado la mirada de mí, no parece temerme, lo que es algo bueno y a la
vez inquietante. ¿Por qué no dice nada? ¿Será mi hermano? ¿Mi hijo?
—¿Quién eres pequeño?, —pregunto cauteloso.
—Mi nombre es, Tito —responde en un murmullo, al fin.
—¿Eres mi hijo?, —prosigo y, en respuesta, él abre sus ojos desmesuradamente
como si le hubiera preguntado una locura.
—No, no lo soy. —Me dice en tono vacilante—. Su nombre es Jonathan.
«¿Jonathan?». Repito en mi cabeza, sin lograr reconocer ese nombre como mío,
aunque, tal como me ocurre con el muchacho, algo dentro de mí parece internalizarlo
con excesiva familiaridad.
De pronto, la puerta vuelve a abrirse y aparece la mujer pelirroja otra vez junto a
un hombre bastante mayor. ¿Quién demonios es?
—Este es nuestro físico, a veces nos visita desde Edimburgo, y ahora tenemos la
suerte de que se encuentre aquí. —Explica ella.
—Voy a revisar el golpe de la cabeza, Lady Sarah me ha contado que no recuerda
nada —anuncia, mientras, sin esperar ningún tipo de respuesta de mi parte, comienza
con la revisión—. El golpe ha sido fuerte, esa es la razón por la que ha perdido la

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memoria, mi consejo es el siguiente, nadie debe decirle nada, él debe recordar por sí
mismo, si no, es muy posible que no recuerde nunca. —Explica y recomienda pasado
un rato.
El muchacho llamado Tito, me mira al instante horrorizado, un gesto que tampoco
pasó desapercibido a nuestros acompañantes, que también se han alarmado con la
noticia.
—¿Ocurre algo pequeño? —Interroga el físico.
—Le dije su nombre, también le aclaré que no soy su hijo —responde el
muchacho con voz temblorosa.
—Bueno, eso no es nada irreparable, a partir de este momento, debes dejar que
recuerde por sí mismo, ¿de acuerdo?, —contesta de nuevo el físico.
Tito asiente y el hombre se marcha.
Segundos después, la mujer llamada Lady Sarah insiste en llevarse a Tito para
que coma algo y me deje descansar, lo cual permito con la condición de que una vez
termine lo traiga de vuelta, pues en los ojos del muchacho puedo ver reflejada esa
silenciosa súplica, es evidente que se siente a salvo y seguro solo a mi lado.
Al cabo de un rato, cierro mis ojos e intento dormir, pero el dolor de cabeza es
horrible y borrosas imágenes acuden a mi mente, perturbándome mucho más. ¿Serán
recuerdos? No estoy muy seguro, aun así, trato de relajarme y permitir que las
imágenes emerjan con mayor claridad.

***

Veo ante mí una gran mansión, dos niños correteando y riendo, son felices.
—¡No corras Eric, voy a atraparte!, —grita el más alto de los dos.
—¡Ni hablar, Jonathan!, —contesta el más pequeño, riendo.
Y sigue corriendo, hasta que cae al suelo, y el mayor se acerca corriendo con la
preocupación dibujada en su cara y lo ayuda a levantarse.
—Te dije que no corrieras tanto. —Lo regaña entonces.
De pronto, unas rápidas pisadas se escuchan a lo lejos y, al volverse, ambos miran
a una niña de pelo negro y ojos oscuros, acercárseles con gesto horrorizado.
—¡Eric!, —exclama la pequeña sentándose al lado del herido, de cuya rodilla
mana sangre fresca, aunque no demasiada como para alarmarse—. Deja que te cure.
Una vez dice aquello, igual de rauda como llegó, se marcha y al cabo de unos
segundos aparece de nuevo con unas cuantas cosas en sus manos, las cuales en pocos
minutos se transforman en un ungüento apestoso, pero que, al hacer contacto con la
herida, calma de inmediato el ardor y el sangrado del muchacho.
—¡Gracias, Elisa!, —responde el herido.
—Siempre te salvaré, Eric. —Le responde con dulzura la niña de ojos negros.

***

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De golpe, abro los ojos…
¡Elisa! ¿Quién es Elisa? ¿Quién soy? ¿Jonathan o Eric?
En un intento por recordar más cosas, cierro mis parpados de nuevo y espero con
la angustia instalada en mi estómago, pero es inútil, mientras más me esfuerzo más
me duele la cabeza y la frustración se apodera de mí, por lo que, al cabo de un rato
desisto y dejo que el sueño por fin me venza.
Tal vez los recuerdos lleguen solos, sin forzarlos.
Mucho tiempo después, vuelvo a despertar, no sé con exactitud cuánto tiempo he
dormido, pero siento que fueron muchísimas horas, aun cuando mis parpados se
sienten pesados, tanto que me cuesta abrirlos y enfocar la vista en la silueta que
percibo a mi lado.
¡Tito!
—¿Ya comiste algo?, —pregunto con la voz pastosa por el sueño.
Él asiente y me indica con la mirada que mire a mi izquierda donde hay una
bandeja con algo de comida, la verdad que tengo bastante hambre, por lo que, me
incorporo y comienzo a comer en compañía del pequeño que me observa con
seriedad, parece preocupado y disgustado por la incómoda situación. Yo tampoco es
que me sienta muy bien, y en eso estoy pensando cuando, de pronto, ambos
escuchamos un alboroto proveniente de un lugar no muy lejano a la habitación.
¿Qué estará ocurriendo?
—Marian, se está volviendo loca Lady Sarah, debo ver con mis propios ojos
quien es el forastero. —Logro escuchar una voz que no reconozco, pero que a su vez
me resulta familiar.
—Sofía, te he dicho mil veces que me llames tía Sarah. —Escucho decir a la
mujer pelirroja llamada Sarah—. Estoy de acuerdo en que lo veas, pero el físico nos
ha advertido que debe recordar por sus propios medios.
Tito me mira nervioso, ha reaccionado a esa voz, ¿o son imaginaciones mías?
—Lo siento tía Sarah, así lo haré, no diré nada, y eso se aplica en ambos casos, si
Marian tiene razón en sus sospechas, no seré yo quien revele la verdad, ella a su
debido tiempo lo dirá y obrará según crea conveniente.
—No es a mí a quien debes decir eso Sofía, son los hombres quien exigirán saber
su identidad, yo seré fiel a Marian siempre.
Dicho eso, un nuevo silencio se produce, y poco después, tras llamar a la puerta,
entra Lady Sarah en compañía de una joven mujer de aspecto menudo, a la que no
reconozco a simple vista, pero que, tal como me ocurrió con Tito, me resulta muy
familiar. En cambio, ella sí parece conocerme, su mirada de odio no admite dudas,
como también parece conocer al pequeño, que, a pesar de no reaccionar a su
presencia, la mira con un brillo de emoción en la mirada.
—Ya he visto lo que he venido a ver, me gustaría hablar con el muchacho a solas
—dice y solicita a la muchacha con una frialdad que me sorprende y angustia.

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Por lo que, de inmediato, intento oponerme a que hable con Tito, pero este acepta
sin dudar y se va con ella sin ningún miedo, es obvio que se conocen, así como de
seguro yo también, y aunque intento recordarla, solo vienen a mi mente más
recuerdos de la niña de pelo oscuro.

***

Dos niños rubios y la niña de hermosos ojos negros juegan felices entre los
árboles de un gran jardín, es hermoso y está muy bien cuidado, de pronto, alguien
pronuncia sus nombres, y una rolliza mujer aparece ante ellos gritando a todo pulmón
que: los hijos de unos Duques no deben jugar con sirvientas, y la hermosa pequeña de
pelo oscuro contiene el llanto mientras los dos niños son alejados a rastras de ella.

***

Ese recuerdo, me conmueve.


¿Quién es esa niña? ¿Por qué es tan importante para mí?
Instante después, otra imagen golpea como látigo mi mente.

***

—Eres una vergüenza para esta familia. —El hombre alto, que está frente a los
niños, luce furioso.
—Padre, no ha sido culpa de Eric. —El niño mayor es el que habla.
—Deja de defenderle Jonathan, así no le haces ningún bien, él debe aprender cuál
es su sitio, y desde luego no lo es al lado de una sirvienta mugrienta. —Gruñe el
mismo hombre asqueado—. No volverás a acercarte a ella, o haré que la azoten hasta
matarla. —Amenaza.

***

¡Dios santo!
Parpadeo aturdido por ese recuerdo, ese hombre, ese hombre es despreciable a la
par de malvado, y justo cuando estoy deseando saber con exactitud quién ese animal,
Tito regresa a la habitación con expresión tranquila y me informa.
—Jonathan, voy a marchar a Eilean Donan con Sofía, allí es dónde deberás ir
cuando se te permita viajar. —Ha entrado solo, lo que me da oportunidad a
preguntarle con libertad.
—¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué debo ir allí?
—Todos deben jurar lealtad al Laird si desean quedarse en sus tierras. —Me
explica con nerviosismo.

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—Ni siquiera sé quién soy, ¿cómo voy a saber si quiero jurar lealtad?, —
cuestiono con brusquedad, pues no pueden obligarme a jurar lealtad ante nadie que
no se merezca mi respeto.
—Veníamos con intenciones de quedarnos en estas tierras, yo voy a jurar lealtad
Jonathan, nunca volveré al lugar del cual venimos —responde firme—. Espero verte
en Eilean Donan muy pronto.
—Tito, ¿me estás ocultando algo?, —insisto.
—Nada que no puedas recordar por ti mismo, recuerda lo que más amabas. —Me
dice, antes de dejarme solo de nuevo, y esta vez sé que no volverá a entrar por esa
puerta, si quiero volverlo a ver, tendrá que ser en Eilean Donan.
Ahora, estoy solo, en unas tierras desconocidas para mí, con gente a la que no
conozco, he olvidado toda mi vida, pero solo algo se repite una y otra vez en mi
cabeza, las últimas palabras de Tito.
«Recuerda lo que más amabas…».
¿Qué o quién es eso que tanto amo?

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Capítulo 18

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

He dormido durante horas, pero al despertar los nervios aún no me dejan vivir en paz,
es como si algo fuera a ocurrir, odio esta sensación, pero más odio no saber qué hacer
al respecto. No he recibido noticias sobre los forasteros que están en casa del tío
James, y eso me tiene preocupada, tanto como para obligar a Sofía a recorrer la poca
distancia que separa ambos castillos, necesito saber quiénes son.
No. Necesito saber si es, Eric.
Cuando me levanto del lecho, mando llamar a Sofía y, mientras la espero, rezo
una y otra vez por que sea él, pues eso me daría alguna esperanza. ¿Quién abandona
su hogar y recorre miles de millas de distancia si no es por amor?
Poco después, la puerta se abre y mi amiga aparece ante mí con gesto
preocupado.
—¿Me has mandado llamar? ¿Te encuentras bien?, —pregunta deprisa.
—Necesito que vayas al castillo de tío James, y averigües quienes son los
forasteros ingleses —le pido como respuesta.
—Marian… —comienza a decirme indecisa—, no sé cómo decirte esto.
—¿Qué ocurre?, —pregunto acercándome a ella y zarandeándola—. ¿Qué es lo
que sabes?
—Un mensajero acaba de llegar, el inglés despertó —contesta, y sé que hay algo
más, algo que me está ocultando.
—¿Y?, —insisto—. ¡Habla! —Alzo la voz, y al segundo siguiente, me arrepiento
al ver miedo en sus ojos.
Estoy comportándome como una loca desquiciada.
—No recuerda nada. —Confiesa al fin.
Cierro los ojos. ¿Cómo es posible tener tanta mala suerte? Si es Eric, significa
que no recuerda nada, ni siquiera a mí. Y un dolor atroz me recorre el cuerpo al
pensar en eso, aturdiéndome, debilitándome más, tanto que Sofía corre rauda a mi
lado a socorrerme, pero rechazo su intento de sujetarme, no necesito ayuda.
—De todos modos, quiero que vayas allí, iría yo misma si pudiera —le pido aún
esperanzada, igual necesito saber quiénes son.
—Que sean ingleses no significa que sean ellos, Marian. —Intenta razonar—.
Además, ¿crees que Eric traería a Tito con él?
—¿Por qué no?, —cuestiono a su vez—. Puede que el muchacho insistiera y Eric
haya decidido traerlo con él.

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Sofía niega con la cabeza y me mira con un gesto parecido a la lastima, que
respondo estrechando mis ojos, pues odio que me miren como si estuviera loca,
además si he tenido esa extraña visión es por algo, y si los hombres de mi familia han
vuelto sanos y salvos, solo me queda una explicación, y es que alguien muy
importante para mí está cerca.
—Iré. —Acepta al fin, de mala gana—. Le diré a Cameron que me acompañe,
pues no deseo tener a tu hermano a mi lado.
—Sofía, eso no es muy sensato —le advierto, porque sé con toda seguridad que
Evan querrá acompañarla y asegurarse de que no le ocurra nada.
—Después de la escena de hace unas horas, ¿crees que estoy a salvo con él? —
Cuestiona ceñuda—. Prefiero la compañía de Cameron, además deseo saber qué está
ocurriendo con él y la muchacha que vive en su hogar.
—No te entrometas Sofía, ellos deben arreglar sus propios problemas, todo sigue
su curso —le aconsejo.
—Partiré de inmediato, si son ellos, ¿qué deseas que haga?, —pregunta a
continuación.
—No dirás nada —advierto—. Quiero que mi familia le dé una oportunidad a
Eric, y si saben de antemano quién es él, me temo que lo atravesaran con sus espadas
antes de permitirle hablar.
—¿Debo mentir entonces?, —exclama espantada.
—Di que son sirvientes con los que trabajamos, si en realidad es Eric, él no
recuerda nada, y puedes confiar plenamente en Tito para que te siga el juego.
—Esto es una locura, Marian —insiste en hacerme desistir.
Pero ya no hay vuelta atrás.
—¡Por favor, Sofía! —La miro, intentando trasmitirle todo lo que estoy sintiendo
en estos momentos—. Hazlo por mí.
Ella cierra los ojos y suspira profundamente, cuando los abre de nuevo, me mira
sonriente y sé que ya la he convencido.
—Lo hare por ti. —Acepta.
—Si son ellos, sé que Eric aún no podrá viajar, pero trae a Tito contigo, y hazle
saber a Eric que debe venir a Eilean Donan a jurar lealtad ante mi abuelo.
—¿De verdad crees que sus padres lo han dejado marchar? —Cuestiona.
—No lo sé —respondo con sinceridad—. Lo sabré cuando estés de regreso.
Dicho eso, Sofía asiente y se marcha a cumplir con lo que le he pedido, y una vez
estoy sola en mi habitación, me acerco a la ventana y observo con admiración el
paisaje que me rodea: las aguas cristalinas que bañan la isla, las verdes colinas, el
cielo taciturno, las abundantes y multicolores flores, todo es tan hermoso.
Poco tiempo después, es a mi amiga junto a Cameron a quienes veo cruzar el gran
puente y marcharse raudos del castillo, perdiéndose en la lejanía. Rezo para que
lleguen bien y pronto estén de regreso. Y mientras lo hacen, decido pasarlo fuera de
estas cuatro paredes o me volveré loca, por lo que, tras abandonar mi habitación, bajo

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con cuidado las escaleras y camino hacia el gran salón, donde mi madre y abuela
cuchichean en voz muy baja, tanto que no logro escuchar nada de lo que dicen, pero
por sus gestos presumo que siguen preocupadas por mí, y confirmo mis sospechas,
cuando al acercármeles ambas me miran sorprendidas y callan al instante.
—Hija, deberías estar acostada —reprende con cariño mi madre saliendo a mi
encuentro.
—Madre, no voy a pasarme todo el embarazo en la cama —respondo un poco
agobiada—. ¿Tú lo hiciste?
—No, contigo no —contesta—. Con tu hermano fue diferente, sabíamos que
tanto yo, como él, corríamos peligro, así que sí pasé muchos meses en cama.
—Bueno, no es mi caso madre, cuando me sienta mal descansaré —sonrió para
tranquilizarla—. Deja que disfrute de los pocos momentos en los que puedo moverme
con libertad. Te juro que no voy a poner la vida de mi hijo en peligro.
—Sé que no lo harás. —Pasa su brazo sobre mis hombros y ambas nos dirigimos
hacia mi abuela.
¡Mi abuela! A la que cada día veo más hermosa con su pelo largo, rizado y rubio
veteado ya con algunos mechones de color plata, de ojos verdes llenos de una ternura
infinita, parece mentira que sea una mujer que tiene nietos adultos, pues no aparenta
su edad. Ojalá se mantenga joven por mucho tiempo, ojalá viva lo suficiente para
reponer todo el tiempo que nos arrebataron y disfrutar del gran amor que se profesan
ella y el abuelo, un valeroso guerrero difícil de encontrar en estos tiempos. «¿Qué
ocurrirá cuando el gran Alexander Mackencie muera? ¿Quién será el próximo Laird?
¿Mi padre o el tío Keylan?» pienso melancólica, mientras me siento a su lado y le
sonrío del mismo modo apagado.
Odio pensar en la muerte, sobre todo tener una visión sobre la partida de un ser
querido, y aunque ya me ocurrió con Esmeralda y Marcus, sé que aquella aflicción no
será nada parecida al profundo dolor que sentiré de seguro cuando me toque despedir
a mis padres y abuelos.
—¿Por qué me miras así muchacha? —Su inglés es perfecto, aun cuando se nota
ese acento tan cerrado propio de la gente de estas tierras, donde ella ha pasado ya más
de cuarenta años.
—Solo pensaba que me siento muy orgullosa de mi abuela. —Le respondo,
sonriente.
A lo que ella y mi madre me devuelven la sonrisa y me miran con autentico amor,
ese que de niña me faltó y que, ahora, siento en demasía.
—Gracias querida, también me siento orgullosa de la familia que he formado,
junto al único hombre que he amado en mi vida —responde, emocionada.
—¿Nunca dudaste de ese amor?, —pregunto curiosa, y tras observar a mi madre y
abuela intercambiar una extraña mirada, añado—: ¿Qué ocurre? ¿Acaso he
preguntado algo malo?

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—No hija mía, solo que la historia de amor de tus abuelos, no es la típica historia
de cuento de hadas. —Me explica mi madre.
—Ninguna lo es —alego en respuesta, pensando en la mía propia.
—Cierto, el verdadero amor, el único, el que está predestinado para ti… —Mi
abuela aprieta mi mano con cariño y me sonríe con un deje de tristeza y sabiduría—,
ese es el que más duele.
—Cree a tu abuela, hija mía, pues tanto ella como yo hemos pasado por mucho
para estar con los hombres que, en su día, eligió nuestro corazón.
—Eso quiere decir que no debo rendirme con Eric —pregunto, al no comprender
lo que intentan darme a entender.
—Solo si él lo merece, si ese hombre se merece tu amor, entonces no te rindas, no
importan los obstáculos que debas atravesar por el camino, sigue adelante. —Es mi
abuela quien responde.
—Si Eric es el hombre que ha elegido tu corazón y sientes que él es merecedor de
ese honor, haz caso a tu abuela, no te rindas —añade mi madre—, aun cuando sea la
gente que más te ama quienes se oponga a ello, incluso yo, pues como madre, no
puedo querer ni respetar a un hombre que haga sufrir a mi hija.
—Madre… —Intento hablar, pero ella alza su mano para que guarde silencio.
—Déjame terminar Marian —ordena con firmeza—. Eres sangre de mi sangre, te
traje al mundo y me fuiste arrebatada durante dieciocho años, solo deseo para ti la
felicidad plena, esa que a mí y a tu padre se nos ha negado durante tanto tiempo. —Y
su voz refleja el calvario que han pasado por causa de mi desaparición—. Por eso te
digo, lucha incluso hasta con nosotros, en los momentos que nuestro amor por ti nos
ciegue y no nos permita ver que Eric es el hombre que tú has elegido, y al que amas.
—Lo haré —prometo, con las fuerzas más renovadas que nunca.
—Tu padre me mataría si supiera lo que acabo de aconsejarte —susurra muy
bajo, pero tanto mi abuela como yo la escuchamos y no podemos evitar romper a reír.
Un buen rato después, y a pesar de la charla con ellas, sigo intranquila y alerta a
cualquier sonido proveniente del exterior del castillo. Cameron y Sofía se han tardado
mucho, la fortaleza del tío James está relativamente cerca.
—Por mucho que mires hacia la puerta, eso no los hará volver más rápido —dice
mi abuela mientras vuelve a su lectura.
La miro boquiabierta, ¿cómo es que ella sabe de la misión que le encomendé a
Sofía?
—¿Crees que no sé lo que pasa en mi propio hogar? —Sonríe—. ¿Crees qué iba a
dejar ir a esa muchacha desprotegida? Por muy cerca que viva mi hermana, y aunque
está dentro de las tierras de los Mackencie, no pensaba dejarla ir sola.
—No iba sola, le dije que hablara con Evan o con Cameron —le confieso, algo
sorprendida de que piense que envié a mi mejor amiga sin ninguna protección.
—Y lo hizo, sabemos que te preocupaste por su seguridad —interviene mi madre
—, pero sé que también eres consciente de que entre ella y Evan ocurre algo, y que

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esa muchacha preferiría cruzar sola el infierno antes de pedirle ayuda a mi hijo.
No contesto, no debo, si algo he aprendido con el pasar de los años acerca de mi
don, es a no intentar alterar lo que no debe ser alterado, pues el destino está trazado
para cada uno desde el día de nuestro nacimiento, eso es algo de lo que estoy
completamente segura.
—No me lo vas a decir —suspira, mirándome fijamente a la espera de una
respuesta.
Pero como dije, mis labios son una tumba, y al ella comprenderlo, sonríe en
asentimiento y le devuelvo el gesto.
Largas horas más tarde, empieza a caer la noche y mis nervios a agudizarse, voy
de un lado a otro por todo el salón, y en esas estoy cuando los hombres entran en este
después de un día de duro trabajo.
Mi padre, al verme, entrecierra los ojos desbordados de preocupación y enfado.
—¿Qué haces levantada, Marian? —Gruñe, intentando controlar su carácter.
—También me alegro de verte, padre —respondo sonriente, a pesar de su fiera
mirada.
—No empieces con tu plan macabro, esta vez no vas a envolverme con
zalamerías señorita —me reprende sin cambiar su gesto serio.
Lo que, de inmediato, me enoja y me hacen pensar en las palabras dichas por mi
madre hace pocas horas, en que llegará el momento que deberé luchar incluso contra
mis propios familiares, ¿por qué no comenzar ahora?
—Padre, no soy ninguna enferma, puedo salir de la cama una vez recupero las
fuerzas, y así lo haré siempre que disponga de ellas —respondo firme, regresándole
una furibunda mirada.
Él reacciona bufando, pero tras evaluar mi semblante, dulcifica su mirada y me
confiesa en un tono casi lastimero.
—No soportaría perderte ahora que te hemos recuperado, eso es todo.
Acto seguido, lo abrazo absolutamente conmovida y, sin dudar, él me pega a su
pecho y envuelve con sus fuertes brazos, entre los que como siempre, me siento a
salvo y en paz.
—¡Se acercan caballos!, —grita una voz potente, desde fuera.
Al escuchar la noticia, mi padre se separa de mí y se dirige raudo hacia el portón,
que a estas horas ya se encuentra cerrado como cada noche.
—Deben ser Sofía y Cameron —le informo vacilante y ahogada una vez le doy
alcance.
—¿Qué demonios hacen fuera a estas horas? —Gruñe, mientras da la orden de
abrir el portón.
—Yo le pedí a Sofía que fuera hasta el hogar de tío James, necesitaba saber
quiénes son los forasteros.
—¿Aún continúas con eso, Marian?, —me reprende mi padre, impaciente.
—¡Tú no lo entiendes!, —grito.

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—¿Qué es lo que no entiendo, Marian? ¿Qué pones en peligro la vida de tu amiga
y uno de mis hombres por un par de ingleses? ¡Ni siquiera puedes estar segura de que
sea el bastardo del que crees estar enamorada! —Me reprocha alzando de nuevo la
voz.
—¡Por favor, Sebastien! —Intenta calmarlo mi madre, que al escuchar los gritos
ha salido tras nosotros.
—¡Por favor qué Valentina! —Le replica a mi madre—. Ella debe entender de
una buena vez que ese bastardo la embarazó y no quiere saber nada de ella, ¿crees
que un duque ingles se casará con una gitana?, —continúa alzando cada vez más y
más la voz.
—Controla ese carácter muchacho, puede que Valentina sea tu esposa, pero sigue
siendo mi hija —le advierte mi abuelo al aparecer seguido por varios guerreros.
¿Acaso todo el mundo en el castillo ha venido a presenciar el espectáculo?
A lo que mi padre, furioso pero consciente de que debe respetar a su Laird,
responde asintiendo y marchándose a paso vivo, mientras por fin, entran los dos
caballos con Sofía y Cameron en sus lomos, pero también junto a ella viene. ¡¿Tito?!
Sí, es él, lo reconocería a kilómetros, como no hacerlo si a ese pequeño lo amo con
todo mi corazón, y no hay día en que me arrepienta el haberlo abandonado a su
suerte.
Cuando nos dan alcance, el primero en desmontar de su caballo es Cameron,
luego ayuda a Sofía en cuyos brazos yace dormido el niño, y a quien me acerco de
prisa con las lágrimas desbordando mis ojos. Una vez estamos frente a frente, nos
miramos y, en silencio, lloramos de felicidad, pues los tres volvemos a estar juntos,
como siempre debió ser.
Segundos después, cojo a Tito entre mis brazos y él se remueve inquieto,
entreabriendo sus ojos solo un poco.
—Marian… —susurra, adormecido al mirarme.
—Ya estás en casa pequeño, vuelve a dormir.
Y así lo hace ante la mirada curiosa de todos, que, sin pedir ninguna explicación,
me observan caminar con el pequeño en brazos directo a mi habitación seguida por
Sofía. Tito está más delgado, no quiero ni imaginar el calvario que ha pasado tanto él
como Eric para llegar hasta aquí, como tampoco quiero preocuparme en este
momento por explicarle nada a nadie, mucho menos mentir, eso lo haré mañana.
Por ahora, lo importante es proteger a Tito y luchar por esa felicidad que tanto mi
madre como mi abuela me han dicho que no deje escapar.
Mañana será otro día…

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Capítulo 19

(Eric Darlington). Tierra de James Mackencie.

Tito se ha marchado con esa extraña muchacha, dejándome solo, y aunque su partida
me ha dejado un poco preocupado y confuso, algo muy dentro de mí intuye que está
bien, incluso, mejor que conmigo.
Con el paso de los días, mi dolor de cabeza ha disminuido gracias al brebaje que
me ha dado a beber Lady Sarah, una mujer de carácter debo añadir. Mientras que, por
las noches, mi sueño ha sido bastante intranquilo, despierto de golpe con la sensación
de haber tenido recuerdos, que al abrir los ojos ya no puedo rememorar.
Es frustrante.
Pero hoy ha llegado el día, debo abandonar este hogar, y a pesar de sentirme
todavía débil he de partir hacia Eilean Donan, no porque ansíe jurar lealtad a alguien
que no conozco, sino porque algo me dice que allí encontraré las respuestas a todas
las incógnitas que rondan mi mente. Necesito recuperar mis recuerdos, mi identidad,
no puedo permanecer en la ignorancia por mucho más tiempo, pues acabaré loco,
completamente.
Cuando consigo ponerme de pie y reponerme al ligero mareo en mi cabeza, noto
que estoy casi desnudo, solo llevo encima los calzones. ¿Dónde estará mi ropa?
Imagino que ha quedado inservible, o en el mejor de los casos, estarán lavándola. Ni
siquiera recuerdo si traía más ropa conmigo, si viajaba a caballo o a pie, nada.
De pronto, la puerta se abre y entra Lady Sarah acompañada por el físico que me
visitó hace unos días, intento que la vergüenza de verme en semejante estado no sea
muy visible en mi rostro, soy un hombre, no una virgen asustadiza.
—No debería estar levantado joven —protesta el hombre, mirándome con su ceño
fruncido.
Segundos después, con un gesto de mano me ordena acostarme de nuevo y, tras
obedecerlo, comienza a examinarme minuciosamente.
—La herida está curándose bien, no ha tenido fiebre —explica a la dama.
—Ha tenido mucha suerte, y la memoria debería volver por sí sola, recuérdenlo.
Lady Sarah asiente, el físico se despide, y una vez quedamos solos, ella me mira
de una forma extraña, tanto que me pone nervioso.
—¿Por qué estabas levantado?, —pregunta muy seria.
—Deseo emprender el viaje a Eilean Donan, Tito antes de marcharse me informó
que debo jurar lealtad a su Laird.
—Debes hacerlo si deseas quedarte en nuestras tierras. —Asiente—. Pero no
tiene por qué ser hoy, deberías descansar.

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—Voy a volverme loco milady —confieso ansioso—. Deseo recuperar mi vida, y
algo me dice que allí encontraré las respuestas que necesito.
Asiente y, mirándome significativamente, me asegura en tono misterioso después.
—Estoy casi segura de que en Eilean Donan encontrarás lo que andas buscando.
Si deseas marchar mi marido te acompañará hasta el hogar de su hermano.
—Sí, deseo partir hoy mismo —confirmo decidido—. Le agradezco su
hospitalidad Lady Sarah.
—Sea —responde, y antes de salir de la habitación, añade del mismo modo
inquietante—. Tienes una segunda oportunidad muchacho, no la vuelvas a
desperdiciar.
Poco después una criada me trae ropa, no sé si sea mía, pero igual la acepto, como
también el baño caliente que me preparan, tras el cual, me echo encima el pantalón
negro y camisa blanca teñida en uno de sus costados con una imperceptible mancha
de sangre, lo que me confirma que las prendas de corte elegante sí son mías, y que en
efecto soy Ingles como en su momento me aseguró Lady Sarah.
Cuando estoy listo, salgo de la habitación escoltado por una de las criadas que ha
ido a informarme que su señor me espera para partir, la sigo en silencio y sintiéndome
ansioso por la presencia de tanta gente que no conozco. Aunque también a causa de
mi propia inseguridad, no recuerdo si mi carácter es tranquilo o feroz, si soy
simpático, frío o huraño.
Una vez llegamos al enorme salón, me encuentro con Lady Sarah y su esposo,
quien me mira con ferocidad y desconfianza, no comprendo por qué, pues no he dado
motivo para ser merecedor de esa aversión.
—Mi esposa me ha informado que deseas partir hacia el hogar de mi hermano. —
Me aborda al llegar junto a ellos, asiento y añade—. Sea.
Un segundo después, con un gesto de cabeza me indica que lo siga, y así lo hago
en absoluto silencio, sintiendo la presencia de su mujer tras nosotros, supongo que
deseará despedirse de su marido. Al salir al exterior, dos corceles imponentes nos
esperan, James se sube al de color negro, y yo dudo en subir al otro. No sé si deba
hacerlo.
—¿Recuerdas cómo se monta?, —pregunta Lady Sarah, y asiento no muy
convencido.
El caballo se queda inmóvil, como si me reconociera.
—Es tu caballo. —Informa el hombre—. Uno muy caro debo añadir, algo que me
parece inverosímil, ya que ayer Sofía nos aseguró que tanto tú como el niño sois
sirvientes como lo fueron ellas. —Prosigue con la desconfianza brillando en sus ojos.
—¡No soy ningún ladrón!, —exclamo ofendido.
—¿Cómo lo sabes? —Replica el hombre—. ¿Acaso estás mintiendo muchacho?
Porque si es así yo mismo te rebanaré el pescuezo.
—¡James Mackencie! —Alza la voz la mujer—. ¡Me lo prometiste!

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—¡Lo siento, mujer! —Gruñe mirándome como si todo fuera culpa mía,
definitivamente, este hombre me detesta—. Volveré mañana Sarah, si no podemos ir
a todo galope tardaremos un poco más, además quiero ver cómo se las apaña mi
hermano con el inglés. —Finaliza con burla.
—Como sea esposo, pero regresa a mi lado. —Es casi una súplica.
—Lo haré esposa, te amo. —Da la vuelta a su caballo y comenzamos a cabalgar.
—Te amo, James Mackencie —grita ella viéndonos partir, él solo sonríe sin
volver la vista atrás—. ¡Que Dios os proteja!
Poco a poco nos alejamos del imponente castillo, y mientras lo hacemos una
maravillosa vista se materializa ante nuestros ojos. El paisaje es espléndido a la par
de verde y florido, rodeado de empinadas montañas bajo un cielo de densas nubes.
Nada me parece familiar.
—Una vez lleguemos a Eielan Donan y jures lealtad a mi hermano, pasarás a ser
un Mackencie, nosotros protegemos a los nuestros, pero debes demostrar que te has
ganado ese honor. —James rompe el incómodo silencio.
—¿Qué debo hacer?, —pregunto.
—Solo tú puedes decidirlo, llegado el momento lo sabrás —responde sin más.
Dicho eso, seguimos cabalgando en silencio, pero ya no me siento tan tenso, pues
el tal James parece menos incómodo con mi presencia, y así seguimos hasta que, de
pronto, unas nubes negras comienzan a cubrir el cielo y unos furiosos truenos a
reventar en el cielo, haciendo que mi acompañante blasfeme en voz baja.
—Muchacho no queda mucho, debemos darnos prisa o acabaremos empapados.
—Me informa con seriedad—. No creo que te convenga pescar una pulmonía en tu
estado.
—Pues cabalguemos a todo galope —le digo, decidido a soportar el leve dolor
titilando en mi cabeza.
—Sea —conviene, acto seguido espoleamos nuestros corceles y salimos a galope.
Unas pocas millas más tarde, mi dolor de cabeza se agudiza y la tormenta se hace
más palpable. El aire se ha vuelto más denso y frío. Pero resuelto a no poner quejas y
retrasar nuestro viaje, continúo avanzando junto a James, quien de repente señala a lo
lejos una enorme fortaleza rodeada de un lago de agua cristalina y a la que nuestros
caballos, nerviosos por los truenos, no dudan en dirigirse mientras las primeras gotas
de agua nos caen encima.
Cuando llegamos, en el patio interior no hay mucha gente, por lo que, somos
nosotros quienes metemos los caballos en las caballerizas, y una vez lo hacemos, sigo
a James hacia el castillo, nervioso, pues no sé cómo voy a ser recibido.
—Debes controlar el temblor de tus manos chico. —Se burla James—. Si crees
que soy un maleducado contigo, Alexander será muchísimo peor.
¿Peor? Pienso, mientras continúo caminando y siento mi corazón aletear a cada
segundo con más fuerza. No es miedo lo que siento, si no soy bien recibido aquí soy

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libre de marcharme, pero de solo pensar en esa posibilidad la sensación en mi pecho
empeora.
Al entrar en el gran salón, de inmediato, el calor del hogar nos recibe y frente a
este un saludable Tito se caliente junto a la joven con quien se marchó y otro grupo
de personas.
—¿Así es como me recibes hermano?, —pregunta, alzando la voz James—. Ni
siquiera mi hijo ha salido a recibirme.
Todos se giran y, al mirarlo, sonríen y exclaman jubilosos por su llega, mientras
yo, relegado a un segundo plano, observo la escena en absoluto silencio, hasta que,
Tito al detectar mi presencia, se acerca corriendo hacia mí llamando la atención de
todos.
—Así que el inglés al fin ha decidido honrarnos con su presencia. —Gruñe el
hombre mayor de porte imponente y poderoso.
—¡Alexander! —Lo increpa una menuda mujer apostada a su lado.
—Te prometí que me controlaría mujer, no que sería un santo. —Le devuelve,
dulcificando su mirada y sonriendo a la que presumo es su mujer—. ¿Sabes quién
soy?, —pregunta con brusquedad después, dirigiéndose a mí.
No sé muy bien cómo debo contestar…
—Supongo que debe ser el Laird del clan Mackencie —respondo al fin,
intentando controlar el nerviosismo en mi voz.
—Exacto. —Asiente con seriedad—. Soy Alexander Mackencie, ¿has venido a
jurar lealtad?, —pregunta cruzándose de brazos—. Debo decir que tu supuesto
hermano lo ha hecho mejor que tu hasta ahora.
En ese momento, miro a Tito, quien me devuelve la mirada con aprensión, como
si intentara advertirme algo, pero cuando voy a hablarle, el sonido de una dulce voz
proveniente de las escalaras, llama mi atención por completo y hace latir mi corazón
aún más rápido.
—¿Qué está ocurriendo? —Escucho decir a la pequeña y hermosa joven sobre la
que mis ojos se han clavado, irremediablemente.
Viene acompañada por otra mujer, quien la abraza en actitud protectora, pero mi
mirada es capturada solo por su bello rostro y unos cálidos y grandes ojos negros. Es
hermosa. Parece una suerte de visión, y como tal la admiro hechizado durante eternos
segundos, hasta que, sorprendiéndome, la observo acariciar con delicadeza su
pequeña panza… ¡Está embarazada!
Ella al ver mi reacción, palidece unos instantes y detiene su lenta marcha, para
después mirarme fijamente a los ojos con un sinfín de sentimientos mezclado en los
suyos. Parece aturdida por sus propias emociones, unas que no logro descifrar, pero
que me trasmiten una fuerte sensación de pertenencia y reconocimiento. Ella me
reconoce.
—Hola Jonathan… —susurra—, sé que no te acuerdas de mí, mi nombre es
Marian, bienvenido a mi hogar.

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—Aún no he dado permiso para eso. —Gruñe el Laird.
—Abuelo… —implora con sus grandes ojos aguados.
Al escucharla, algo en mi interior se estremece y cierro los ojos, logrando ver el
destello de una imagen en mi mente: dos cuerpos abrazados y besándose en un gran
jardín. Y, aunque no puedo verles el rostro, un inexplicable presentimiento comienza
a crecer en mí junto a los latidos de mi corazón.
—Mi señor, estoy dispuesto a jurarle lealtad —le informo decidido, levantando
mis parpados y por primera vez, desde que desperté en una cama desconocida y sin
memoria, seguro de lo que tengo qué hacer.
En los ojos de Marian, veo alivio al escucharme, y algo más que no sé descifrar.
—Sea —responde el Laird sin mucho entusiasmo—. Que quede claro, que lo
hago por mi nieta, pues dice conoceros y sois importantes para ella. No soporto a los
ingleses.
Más que palabras, parecen gruñidos.
—¡Alexander Mackencie! —Refunfuña al instante una pequeña y rubia mujer.
—Lo siento esposa, pero a veces olvido de dónde procedes.
—Pues será mejor para ti, que no se te olvide esposo. —Gruñe de nuevo la
valiente mujer.
—Volvamos a lo que nos ocupa para que pueda irme a mi hogar. —Habla James
en tono cansado.
—Arrodíllate —ordena Alexander Mackencie.
Es escucharlo y obedecerlo sin apartar mis ojos de Marian, no puedo dejar de
mirarla, de sentir esa extraña sensación de que le pertenezco y que su mirada puede
traspasarme el alma. Ella es, simplemente…
De pronto, un gesto en sus ojos me hace reaccionar, y tras agachar mi cabeza en
señal de respeto ante su abuelo, comienzo a hablar.
—Juro ser fiel a ti mi señor, Laird de estas tierras, defender con mi vida este clan
y honrar a vuestra familia —recito sin saber si son las palabras correctas.
Cuando alzo mis ojos hacia el hombre que tengo en frente, él está observándome
con terrible seriedad, tanto que temo no esté satisfecho con mi juramento. Si no es así
no sé qué más podría hacer.
—Te aseguro que deberás ganarte el honor de ser un verdadero hombre
Mackencie, por el momento dejo que tanto tú como tu hermano viváis en mis tierras.
Dicho eso, lo siguiente que escucho es un «gracias a Dios» dicho en susurros
procedentes de los labios de Marian, que sostienen una discreta sonrisa a la que
respondo del mismo modo, sin saber a ciencia cierta porqué estoy dejándome llevar
por toda esta absurda situación. Estoy en una tierra extraña, con gente a la que no
recuerdo de nada, desmemoriado, y lo único que parece tener sentido es la sonrisa y
la familiaridad que veo en los ojos negros de la hermosa mujer que observo como un
tonto.

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Casi al instante, los presentes comienzan a dispersarse, y mientras Marian es
apartada a un lado por un hombre muy parecido a ella, Tito aprovecha para
acercárseme con una calurosa sonrisa.
—¿Has estado bien? —Le pregunto al llegar junto a mí.
—Sí, aquí todo el mundo me ha tratado muy bien, y ahora volvemos a estar con
Marian y Sofía —dice con mucha alegría—. Sé que no las recuerdas.
—No, no lo hago —respondo, sintiendo una leve presión en mi estómago, pero
seguro de mis palabras y sin saber cómo voy a lograr lo que voy a decirle, añado
volviendo a posar mis ojos en Marian—: Pero lo haré Tito, recordaré quién soy y
porqué estoy en estas tierras.
Debo hacerlo, algo muy dentro de mí me impulsa a luchar por conseguirlo. No
quiero marcharme de aquí. No deseo dejar de ver la hermosa sonrisa de esa joven
llamada Marian. Y aunque no sé de dónde provienen estos absurdos pensamientos y
sentimientos por ella, por una mujer que ni siquiera recuerdo, no pienso cambiar de
parecer.
Por lo que, nervioso a la par de decidido, me acerco hacia ella dispuesto a
hablarle.
¿Qué puedo perder?

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Capítulo 20

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Desde que tuve a Tito entre mis brazos, una sensación de paz se apoderó de mí.
Durante toda la noche dormí junto a él hasta que llegó el alba, y una vez despertó,
pudo por fin contarme todo lo que había ocurrido desde que Sofía y yo nos
marchamos de Inglaterra.
Con lágrimas en los ojos, me confesó que Lady Margaret lo mandó a azotar con
su tío para que guardara silencio sobre mi paradero, y cómo además Eric se había
enfrentado a sus padres por protegerlo a él y había renunciado a todo, todo lo que por
derecho le corresponde por amor a mí. Lo que, irremediablemente, me hace llorar sin
contención tan pronto soy consciente de que, el hecho de que él haya sido capaz de
revelarse a esas personas tan viles por mi causa, es muestra de que, no solo su madre
me mintió al asegurarme que solo fui una mujer más que calentó su lecho, también de
que en efecto él me ama, me ama tanto como yo.
Una vez me tranquilizo, Tito, abrazándome para reconfortarme, continuó su
relato, explicándome los motivos por los cuales ocultó la identidad de Eric, cosa que
entiendo, si alguien se hubiera dado cuenta de quién era su acompañante, hubieran
estado ambos en peligro mortal, sobre todo al pasar la frontera. Una estrategia que,
sin proponérselo, ahora, nos ha servido a la perfección para mantener, de momento,
las sospechas de mi familia a raya. Nadie puede saber aún que él es Eric. Fingiremos
que ambos son sirvientes, para que Eric con el tiempo pueda demostrarle a mi familia
que es digno de pertenecer a nuestro clan, de ser el dueño de mi corazón y padre de
mi hijo.
Esa misma mañana, tras darse un baño y desayunar, Tito juró lealtad a mi abuelo,
quien a pesar de mostrarse algo duro con él lo ha aceptado en nuestro clan de buena
gana, pues al explicarle el horror que Tito había padecido por defenderme, y que
incluso así no me traicionó, bastó para ganarse su simpatía y asegurarle un lugar en
nuestra familia, que con el pasar de los días lo ha aceptado como un verdadero
Mackencie.
Reflexionando sobre todo eso estoy, cuando de pronto, un gran revuelo de voces
me saca de mis pensamientos, y en lo primero que pienso es en que le haya podido
suceder algo malo a Tito, pero una vez salgo rauda de mi habitación y comienzo a
bajar las escalares, mi mundo y corazón se detienen junto con mis pies al mirar a
Eric.
Mi amado Eric…

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Está más delgado y demacrado que la última vez que le vi, con una herida en su
cabeza, su pelo rubio más largo de lo normal, incluso, tiene una incipiente barba rubia
cubriéndole el rostro que lo hace parecer mucho mayor, y aunque sé que es el mismo
de siempre algo en su mirada lo hace ver como alguien completamente diferente al
que deje hace meses en Inglaterra.
Cuando él nota mi presencia por fin, me observa sin pestañear y frunce su
entrecejo en un claro intento por reconocerme, pero al no lograrlo suelta un corto
suspiro y el alma me regresa al cuerpo, pues no quiero que nadie de mi familia
desconfíe, el hombre que tengo a poca distancia debe ser a todos los efectos Jonathan,
un simple criado con el que me crie, y que ha escapado de Inglaterra buscando una
vida mejor para él y su hermano pequeño. Por lo que, luego de controlar un poco mi
agitada respiración, comienzo a descender lentamente los escalones con la intención
de acercarme al ser que he amado desde que tengo uso de razón, mientras siento
cómo además una punzada de dolor se clava en mi corazón. Tenía la esperanza de
que al verme Eric pudiera recordarme, que nuestro amor fuera lo suficientemente
fuerte como para devolverle sus recuerdos.
—Jonathan. —Lo saludo al darle alcance, y mi voz se escucha temblorosa.
No puedo evitarlo, como tampoco puedo impedir que mis ojos se humedezcan y
que seguido mi abuelo se muestre ante él como un ser huraño e implacable. Y aunque
sé que al final lo dejará quedarse por amor a mí, también estoy consciente de que una
vez descubra mi mentira se sentirá dolido y traicionado, pero es un riesgo que debo
correr, pues las sabias palabras de mi madre y abuela aún están muy presentes en mi
mente, y haré todo lo necesario para conseguir estar al lado de Eric, y si para lograrlo
tengo que hacer creer a mis seres queridos que es un criado cuando en realidad es el
próximo Duque de Darlington, que así sea.
Pasado unos minutos, una tensa calma vuelve a hacerse presente y Eric jura
lealtad ante mi abuelo, permitiéndome respirar con algo más de tranquilidad, mientras
Sofía, que no se ha separado de mi lado, se remueve inquieta. Es notorio que está tan
nerviosa cómo yo, pero cuando vuelvo mis ojos a su rostro, noto que su inquietud
tiene otra motivación, Evan la está mirando como si quisiera quitarle la piel a tiras.
«Pero ¿qué les pasa a estos dos, hora?». Pienso, mientras observo como después
mi hermano dirige otra mirada envenenada a su izquierda, donde Cameron, junto a su
joven invitada, charla con Ian y mi padre. «Así que de eso se trata, celos» algo
totalmente comprensible, pues de seguro ya se enteró de su ida al hogar de mi tío
James en compañía de Cameron, cuando lo más correcto habría sido que él la
acompañara.
Sabía que iba a enfurecerse, pero antes de que pueda caminar hasta él y obligarlo
a dejar de ver a Sofía de ese modo tan cruel, ella me detiene y aprieta mi mano para
indicarme que Eric se acerca. Se ve…, en sus ojos se refleja una determinación
impresionante, no parece en absoluto agobiado por estar en una tierra que no es la
suya, menos aún por su falta de recuerdos.

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Cuando se planta frente a mí y me observa en silencio, siento como el aire se hace
más denso a nuestro alrededor y mi piel se eriza al instante, mientras el azul de su
mirada se oscurece.
—Sois la mujer más hermosa que he visto en mi vida —susurra despacio,
haciendo que me sonroje y sonría ante la imposibilidad de abrazarlo como tanto
deseo.
—¿Os conozco? Sé que lo hago —susurra de nuevo para que solo yo lo oiga.
—Claro que nos conocemos Jonathan, hemos trabajado juntos para los duques
durante años, creía que Tito te lo había explicado. —Le contesto, intentando
aparentar una tranquilidad e indiferencia que no siento.
—Algo me dijo, pero todo sucedió tan deprisa, él se marchó —responde—. Y
desde que desperté solo tengo fogonazos de recuerdos que son ajenos por completo a
mí, hasta que te vi —suspira luego con expresión perturbada.
—Debes estar agotado, deja que te acompañe a tu habitación —contesto con voz
suave y le indico con un gesto de mano que me siga, pero mi padre me detiene.
—¿Dónde vas muchacha?, —pregunta ceñudo mientras observa a Eric.
—Padre, nuestro invitado está agotado, recuerda que fue herido hace apenas unos
días —respondo sonriente.
—Soy consciente de ello, Marian, vi con mis propios ojos cómo cometía un error
tremendo al olvidarse que al enemigo no se le debe dar la espalda jamás —responde
con seriedad.
—Mi señor, si hice semejante locura fue porque querría proteger a alguien
importante para mí —responde con mucha seguridad Eric.
Puedo ver que a mi padre no le gusta que le conteste de ese modo, pero lo deja
pasar antes de volver de nuevo su mirada a mí y preguntarme.
—¿No irás a acompañar tú sola al muchacho?
—Sí, pensaba hacerlo —reconozco sin ningún pudor.
—Ni lo sueñes muchacha, que te acompañe Sofía —ordena, llamando a mi mejor
amiga con su mano.
Suspiro en respuesta, porque, aunque quiero replicar, no serviría de nada, además
no quiero llamar la atención sobre nosotros tan pronto, y si insisto en permanecer a
solas con él todo el mundo se preguntara el motivo. Una vez Sofía llega a nuestro
lado, los tres subimos las escaleras y, mientras caminamos ya hacia la habitación
dispuesta para Tito, escucho a Eric soltar uno de sus característicos bufidos.
—Esta será tu alcoba —le digo cuando abro la puerta y entramos a la estancia,
que recorre con la mirada en absoluto silencio.
Espero que le guste. Es un poco más pequeña que la mía, con un camastro para
Tito y uno más grande para él. Con la mirada, después, le pido a Sofía que nos deje a
solas y espere vigilante en la puerta, necesito estar con Eric sin tanta gente alrededor.
—¡Gracias!, —dice él en voz baja, mientras se sienta en la cama.
Lo miro extrañada.

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—¿Por qué me agradeces? —Le pregunto al acercarmele.
—Estoy seguro que tú has intercedido por mí, para que pueda quedarme en estas
tierras, cosa que no logro comprender, nadie parece creer que sea merecedor de estar
aquí, ¿tan poco vale mi persona?, —inquiere de vuelta con un deje de dolor que no
puede ocultar.
—Pronto entenderás cuán valioso eres. —Le aseguro sin poder evitar acariciar su
rostro. Eric cierra sus ojos ante mi toque—. Cuando la memoria venga a ti,
comprenderás muchas cosas.
—¿Por qué siento que te conozco?, —susurra en tono muy bajo.
—Porque lo haces, ya te lo dije —le confieso.
—No. —Niega con vehemencia—, tú eres especial, lo noto aquí. —Y luego se
toca el corazón, un gesto que me rompe el alma.
Me cuesta horrores no decirle la verdad, que es el padre del hijo que llevo en mi
vientre, que lo amo más que a mi vida, que él me ama lo suficiente como para dejar
todo lo que le pertenece por derecho y viajar a una tierra que no es la suya, donde los
ingleses son odiados y repudiados, todo por mí. Pero, aunque siento que me rompo a
pedazos, no respondo a la súplica silencioso de sus ojos que me piden lo rescate de
las penumbras en las que se encuentra.
—No puedo decirte nada… —susurro, no muy segura de poder contenerme por
mucho tiempo.
—¿Cómo puedes ser especial para mí si estás embarazada de otro hombre?, —
pregunta al verme levantada y dispuesta a salir de la alcoba.
Lo que detiene mi marcha al instante y me hace soltar un gemido lastimero, que
trato de ahogar tapando mi boca con una de mis manos, mientras a su vez cierro mis
ojos para impedirle a mis lágrimas a través de estos.
Pero Sofía, de pronto aparece de nuevo y, tras hacerme reaccionar, me saca de la
habitación dejando a un Eric incluso más confundido.
—¿Qué te ha hecho? —Sisea mientras me arrastra hacia mi alcoba para que nadie
pueda ver el estado en el que me encuentro.
—Nada —respondo con sinceridad.
—¿Crees que soy estúpida?, —protesta cuando estamos ya dentro—. Parece que
vas a romperte en cualquier momento.
—Su corazón me reconoce —le confieso al fin con una sonrisa trémula—. Pero
no logra comprender por qué siente lo que siente si estoy embarazada de otro hombre.
Asiente, y seguido me recuerda al entender el porqué de mis lágrimas.
—Debes resistir Marian, debes guardar silencio. Si de verdad su corazón te ha
reconocido, tal vez no pase mucho tiempo antes de que recupere la memoria.
—Lo sé, pero nunca llegué a imaginar que sería tan doloroso —reconozco.
—El amor es dolor, tú deberías saberlo —dice abrazándome.
Y sus palabras reflejan su propia amargura, me apena que, siendo tan joven, deba
sufrir tanto para alcanzar el amor, sé que mi hermano es el hombre predestinado para

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ella, pero saberlo no hace que sufra menos por ellos.
—No tiene por qué ser así, deja de luchar contra lo que sientes, deja de pensar
que eres menos que el hombre que amas —le digo, mientras la zarandeo con fuerza
para que deje de compadecerse.
—¿Quién te dice que amo al patán de tu hermano?, —pregunta alejándose de mí.
—En ningún momento nombré a Evan —respondo intentando contener mi risa.
Ella suspira derrotada, y cuando vuelve a mirarme lo hace con tormento en sus
ojos.
—Él no me ama, tal vez me desee. —Niega acongojada—. Los hombres desean
lo que no pueden tener, y me juré que nunca sería la fulana de ninguno —dice con
rabia después.
Pero tan pronto aquellas palabras abandonan su boca, me mira con angustia y
disculpa.
—No te sientas mal por tus palabras, no me considero una fulana, por haberme
entregado a Eric. —Le aseguro al entender el motivo de su visible arrepentimiento.
—No quise decir semejante tontería, sabes que no te juzgo, solo que no he
encontrado el hombre que sea merecedor de entregarme a él en cuerpo y alma.
—Lo sé. —Asiento—. Pero debes dejar de luchar, permite que mi hermano pueda
acercarse a ti.
—Tal vez no es eso lo que deseo Marian, no quiero estar al lado de un hombre
que me considera inferior por ser inglesa, no podría vivir a su lado escuchando como
me compara con cada muchacha escocesa que haya podido compartir su lecho.
No puedo creer que mi hermano haya sido capaz de decir semejante bajeza, no
después de que hablé con él, creí haber sido lo suficiente clara al respecto, si no podía
tratar con respeto a Sofía debía mantenerse alejado de ella.
—Hablaré de nuevo con él —afirmo furiosa.
—Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión sobre Evan Mackencie. —
Niega de nuevo y se marcha sin mirar atrás.
E, inevitablemente, al quedarme sola en mi habitación, la ansiedad me atenaza al
pensar que, a pocos metros de mi habitación, está el hombre que amo con toda mi
alma y cuyos recuerdos de mí ha perdido.
Nunca pensé que él vendría a buscarme.
Pero, ahora, hay que esperar, y aunque ya esté cansada de hacerlo, solo ruego
porque Eric recobre la memoria antes de que nuestro hijo nazca, pues deseo con
desesperación que él esté a mi lado cuando ese momento llegue.
Debo tener más paciencia que nunca, por eso, suspiro resignada, me siento frente
al tocador y comienzo a deshacer mi trenza, dejando mi largo cabello suelto, luego lo
peino una y otra vez mientras me dejo llevar por mis pensamientos. Mi alcoba solo
está iluminada por dos velas, y su luz me mantiene abstraída de todo, hasta que, un
ruido extraño me hace detener y mirar hacia la puerta. Cuando lo vuelvo a escuchar,

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un poco más fuerte, me levanto y me dirijo hacia la puerta, que abro despacio
intentando no hacer mucho ruido y me sorprendo al ver a Eric frente a mí.
—No puedo estar alejado de vos. —Me confiesa con voz aterciopelada mientras
aparta un mechón de mi pelo de mi rostro—. ¿Qué me está ocurriendo?, —pregunta
luego asustado.
Es fácil ver la confusión en sus hermosos ojos, tan azules como el mar, pero aun
así no soy capaz de decirle nada, en lugar de eso, cierro los ojos y me abandono a
disfrutar de su toque en mi cabello, de sus palabras, que, aunque atormentadas, me
dejan saber lo mucho que me necesita. Cuando los vuelvo a abrir, sin darme cuenta
me he acercado hacia él, que me mira entre extrañado y extasiado por mi cercanía.
¿Cómo puedo decirle que hemos nacido el uno para el otro?
¿Cuánto más podré resistir?

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Capítulo 21

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

No me ha gustado que el padre de Marian nos obligara a estar acompañados de Sofía,


esa muchacha parece que me odia. Deseaba estar a solas con ella, necesito entender
por qué me siento así con ella, por qué motivo mi corazón palpitó como un loco
apenas la vi. Pero igual nos dirigimos en silencio hacia la alcoba que me han
asignado, en cuyo interior Marian me observa detenidamente por unos segundos en
busca de alguna reacción de mi parte, creo que queriendo saber si es de mi agrado, y
lo es, no puedo decir nada malo de la estancia, es más de lo que supongo me hubieran
dado de no ser por ella.
Además, no recuerdo nada del lugar donde viví antes de llegar aquí, así que me es
imposible comparar, sé por lo que me informa que compartiré habitación con Tito, no
me molesta en absoluto, al ser hermanos es lo más normal, sin dejar de mencionar
que, el muchacho parece ser de las únicas personas que me tienen aprecio, por no
decir el único.
Unos segundos más tarde, Marian consigue que su amiga nos deje solos en la
habitación y me siento agotado en el lecho, decidido a ser sincero con ella, pues es la
única que puede darme respuestas. Cuando le explico mis sentimientos, el cómo me
siento hacia ella tengo la sensación de que se contiene para no hablar, pero en su
mirada veo muchos sentimientos desbordados. Tal vez esté volviéndome loco, a lo
largo de los días desde que desperté es el pensamiento más recurrente que tengo, aun
así, no puedo evitar preguntarle, ¿cómo puedo sentirme atraído por ella si le
pertenece a otro hombre? Y mis palabras la lastiman, puedo ver el efecto en su
hermoso rostro, y dispuesto estoy a levantarme y pedirle disculpas cuando Sofía llega
en su rescate y se la lleva.
¿Qué he hecho? No era mi intención ofenderla, ni causarle daño alguno, solo
necesito comprender. ¿Dónde está su esposo? Cuán afortunado debe sentirse por
tener una esposa tan hermosa y gentil, a la espera de un hijo, la mayor bendición que
un hombre puede recibir.
Atormentado por aquellos pensamientos, me acuesto y cierro los ojos, no sé en
qué momento el cansancio por la larga cabalgada me vence y un extraño sueño se
apodera de mí.

***

Corro detrás de alguien, la llamo a los gritos.

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—¡Elisa! —Delante de mí, una jovencita huye.
Al fin se detiene y le doy alcance, está hermosa como siempre, con su larga
cabellera recogida en un moño alto, no importa que lleve el uniforme de criada, para
mí es una reina, la reina de mi corazón. No sé por qué me disculpo, pero al instante
siguiente la estoy besando, siento ese beso hasta en la punta de los pies, ella, aunque
reacia al principio me corresponde al fin.
Se alza sobre sus pies, para intentar acercarse más a mí, eso me llena de
satisfacción, pues no le soy indiferente. Cuando encuentro la fortaleza para separarme
de ella, lo que ven mis ojos es lo más hermoso que he contemplado en mi vida, tiene
sus labios hinchados y rojos, sus ojos más oscuros si eso es posible, su rostro
enrojecido por el deseo. Querría decirle tantas cosas, pero el tiempo se ha terminado,
debo volver y cumplir mi deber.
Aunque ello me parta el corazón.

***

Cuando despierto, lo primero que me pregunto es, ¿por qué la mujer con la que
sueño se llama Elisa si tiene el rostro de Marian? Cada vez estoy más confundido, tal
vez me están engañando, pero ¿con que motivo?
Movido por mi necesidad de verla y de respuestas, me levanto y salgo apresurado
en su búsqueda, no estoy seguro de cuál sea su alcoba, pero algo más poderoso que
yo parece guiarme hacia una puerta un poco más alejada de donde está mi habitación,
a la que llamo con suavidad y, tras esperar lo que me parecen siglos, no recibo
respuesta, tal vez no está, vuelvo a llamar esta vez con más fuerza, me parece
escuchar ruido y por fin la puerta se abre dejándome ver la belleza de Marian de
nuevo.
—No puedo estar alejado de vos —confieso, cogiendo un mechón de su pelo y
acariciándolo con lentitud—. Estáis embarazada de otro hombre y, aun así, no puedo
dejar de pensaros, de desear que ese hijo fuera mío, ¿qué me está ocurriendo?, —
pregunto asustado, viendo cómo ella me observa también temerosa e intenta controlar
su agitada respiración.
Y antes de que alguno de los dos pueda hablar, cierra los ojos y disfruta de mi
toque en su hermoso cabello, no estoy seguro de si es consciente de mi necesidad por
ella, pero cuando los vuelve a abrir, al fin parece darse cuenta de que su cuerpo se ha
acercado al mío y se reconocen, pues siento una excitación poco acostumbrada en mí
y que ella no rechaza. No se aparta, no parece avergonzada o temerosa, y no sé cómo
reaccionar, siento el deseo irrefrenable de besarla, ¿me golpearía si lo hiciera? Y tal
como si pudiera escuchar mis pensamientos, ella niega con la cabeza y mira mis
labios con visible deseo, haciéndome perder el control que he intentado mantener
desde que la vi por primera vez hace unas horas.

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Me siento sediento de ella, y sin poder detenerme, bajo mi cabeza muy despacio,
pues quiero darle tiempo para que se aparte si no desea que la bese, pero no lo hace y
doy gracias a Dios cuando nuestros labios se rozan, siento un fogonazo, imágenes de
dos cuerpos unidos por la pasión, susurros de amor desenfrenado, el placer me nubla
la visión, por ello me aparto de ella, asustado.
—¿Qué sucede? —Interroga sin comprender mi reacción, incluso parece,
¿dolida?
—¿Quién eres?, —susurro aterrado, cansado de estas sensaciones.
Me alejo unos cuantos pasos de ella, necesitado de controlar mi cuerpo y mi
mente.
—No te alejes de mí. —Ruega, y casi me parte el corazón lo que veo en su
mirada.
Cuando estoy dispuesto a contestar, y obligarla a que me dé las respuestas que
necesito, somos interrumpidos de nuevo por su amiga, a la que comienzo a odiar
tanto como ella a mí. Va acompañada de un Tito que parece bastante cansado, ¿qué
clase de hermano soy? Ni por un segundo he pensado en su bienestar, solo en intentar
comprender por qué me siento tan atraído por la nieta del que ahora es mi señor.
—Tito, está agotado. —Informa Sofía con mucha seriedad y un deje de acusación
en su voz—. En vez de estar coqueteando con una dama, deberías atender mejor al
niño.
—¡Sofía!, —exclama, Marian.
—¿A caso no es cierto? Lo he visto todo Marian, da gracias a que he sido yo y no
otra persona, estás arriesgando demasiado —responde un poco alterada, se nota que
se preocupa por su amiga, y es algo que la alaba, si no fuera por el odio que siente por
mí hasta me caería bien.
—Basta, Sofía —ordena bastante enfadada Marian.
—Tiene razón, creo que es hora de que Tito y yo, vayamos a dormir. —Asiento
como despedida—. ¡Buenas noches, bellas damas!
Tito, me sigue sin tener que decir y puedo escuchar sus pasos apresurados tras de
mí. Cuando llegamos a nuestra alcoba, sin pronunciar palabra, ambos nos acostamos
en nuestros respectivos lechos, no sé qué hacer ni decir, me siento tan culpable,
¿cómo pude olvidarme de mi hermano?
—¡Lo siento, pequeño!, —me disculpo, avergonzado.
—No importa, estoy bien, solo cansado —responde, mientras se acomoda en la
cama—. Mañana será otro día, Jonathan.
—¡Buenas noches, Tito!
—¡Buenas noches! —Luego, el silencio nos envuelve, y aunque estaba seguro de
no poder conciliar el sueño, caigo dormido sin mucho esfuerzo.

***

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Al llegar la mañana, es Tito quien me despierta y, con mucha seriedad, mi
informa que el Laird desea hablar conmigo. No puedo evitar que los nervios me
ataquen, ¿qué puede querer Alexander Mackencie de mí? Aun así, me levanto, visto y
apresuro a descender las escaleras, en cuyo final, la mujer llamada Marie, me espera
para acompañarme hacia donde está su señor. Es una mujer rolliza, pero aún se ve la
hermosura que debió tener en su juventud.
Me saluda con una sonrisa franca, que no puedo evitar imitar.
—Mi señor lo espera en la parte trasera, en el patio de entrenamiento. —Me
informa.
Asiento y me despido de ella, quien me mira como si fuera al encuentro con mi
propia muerte. Una vez llego a dónde me ha indicado, no solo me encuentro a
Alexander, también a Sebastien y James Mackencie, junto a los gemelos, todos me
observan como si fuera un insecto al cual deben aplastar.
Esto no va a ser nada divertido.
—Hoy vas a demostrarnos de qué estas hecho inglesito. —Se burla, Sebastien.
—Vas a luchar contra mi hijo, Keylan. —Informa Alexander, tendiéndome una
espada larga y pesada.
La acepto sin vacilación.
El joven tío de Marian se acerca seguro y confiado, y yo ni siquiera puedo
recordar si se luchar o si soy tan bueno como al parecer lo es Keylan.
—Contrólate muchacho —ordena a su hijo—. No queremos matarlo el primer
día.
El primer ataque, me coge desprevenido y recibo un rasguño en el hombro, nada
importante, pero duele como el infierno.
—Keylan —advierte, James.
—Lo siento tío, no ha sido mi intención, pero parece que el inglés no sabe luchar
—responde con guasa.
Al escucharlo, me enfurezco de un modo tal que, sin saber exactamente cómo,
empiezo a esquivar cada golpe y a devolverle algunas buenas estocadas, puedo ver
como mi contrincante se sorprende, pero no baja la guardia. No sé cuánto pasa
después, pero me siento agotado, bañado en sudor, me duelen todos los músculos, y
estos guerreros, parecen incansables. Tanto que, tan pronto como el dolor causado por
la herida propinada por Keylan en mi hombro recrudece, este me derriba sin casi
esfuerzo y apuntala su acero directo hacia mí. Y justo cuando parece dispuesto a dar
el golpe final, un grito agónico nos congela a todos.
—¡No!, —grita Marian, puedo reconocer su voz aun sin verla—. ¡Basta!
Y seguido, escucho sus pasos acercarse a toda velocidad, pero antes de que pueda
alcanzarme, me levanto tan rápido como puedo y la miro con aplomo. No quiero que
me vea derrotado y débil.
—¿Qué demonios significa esto?, —pregunta, enfrentándose a los hombres.

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—No nos cuestiones muchacha, este es mi clan y entreno a mis hombres como
me plazca —responde con brusquedad, Alexander.
—¿No sois capaces de darle una tregua? —Cuestiona, haciendo caso omiso de la
orden de su abuelo—. Lucho junto a vosotros contra los McLoud, salvo a padre,
protegió a Tito, y por ello se ganó el estado en el que se encuentra, ¿es necesario que
demuestre de nuevo su valía?
—Es inglés. —Gruñe, Sebastien.
—Parecéis olvidar padre, que madre es medio inglesa, que mi abuela también lo
es, por ende, sangre inglesa también corre por mis venas. —Alega, y tengo que
contener la risa al ver a aquellos fornidos hombres quedarse callados ante la pequeña
Marian.
—¡Marian!, —le advierte su padre, intentando controlarse, lo puedo notar por el
temblor de su cuerpo.
—¡Basta!, —ordena el Laird—. Mi nieta tiene razón, si mi esposa viera esto,
creedme cuando os digo que estaríamos en serios problemas, dejemos al inglés por
hoy.
Marian, me coge de la mano y un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies.
Solo hemos dado unos cuantos pasos cuando la voz de Keylan nos detiene.
—Ingles. —Me llama y giro para observarlo—. No ha estado mal —añade luego
con una sonrisa burlona.
No respondo, pero me marcho orgulloso, pues es más de lo que hubiera esperado
de mi contrincante. Al cabo de unos minutos, Marian me lleva hasta lo que parece
una pequeña recamara, imagino que es la despensa del castillo por la cantidad de
víveres que veo a mi alrededor.
—Voy a curarte ese rasguño. —Me informa, y en pocos minutos prepara unas
hierbas y limpia con estas mi herida, no es gran cosa, cuando termina ya ni siquiera
siento dolor—. Sanara enseguida. —Sonríe.
Luego ambos nos quedamos mirándonos a los ojos, me veo reflejado en los
suyos, tan negros como la más oscura noche, vuelvo a sentir el deseo de besarla, y no
pienso volver a refrenarme. Desciendo hasta sus labios y cuando los rozo con los
míos siento un fuego recorrer mi cuerpo, el deseo hace mella en mí, y a Marian no
parece importarle, me abraza y esa es mi señal para profundizar el beso. No sé en qué
momento la he sentado sobre la gran mesa de madera y ella me ha rodeado con sus
piernas, pero al darnos cuenta ambos gemimos por el placer tan intenso que sentimos,
mientras a su vez recorro con mis manos su cintura, sus caderas…
Solo estamos ella y yo en esta habitación, hasta que a mi mente llegan los
recuerdos que había olvidado por días. Me aparto de golpe y cuando abro los ojos, se
quién soy, quien es la mujer que tengo entre mis brazos.
—¡Mi amada, Marian!, —digo tembloroso, pues no puedo creer que esté aquí,
conmigo.
—Eric… —susurra con lágrimas en los ojos.

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Capítulo 22

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

—Viniste a buscarme —le digo mientras acaricio su rostro.


—¿Cómo pudiste dudar en algún momento que no lo haría?, —responde, dolido.
—Estás prometido y tu madre me dijo… —No me permite acabar, pues posa uno
de sus dedos en mis labios.
—No estoy prometido, mi madre te mintió, Marian… Yo nunca pensé en
convertirte en mi amante, siempre soñé en hacerte mi esposa.
Me besa la frente con adoración y ante su confesión no puedo evitar sollozar de
alivio, de dicha.
—Estás embarazada de mí. —Me acaricia el vientre con suavidad y ternura.
—Estabas dispuesta a tomarme de nuevo, aunque no recordaras que eras el padre,
¿cierto?, —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Sí. No me importaba nada, aunque los celos me estuvieran matando —
reconoce sombrío.
Eric me ama, por encima de todas las cosas me ama, no estaba equivocada, el
muchacho con el que crecí no podía ser tan ruin cómo aseguró su madre. Pero ¿cómo
es posible que mi don no me advirtiera de cuán equivocada estaba respecto a él? Tan
ensimismada estoy en mis propios pensamientos y la dicha que me embargaba, que
no me doy cuenta que la puerta de la despensa se ha abierto y que mi hermano Evan
nos observa, boquiabierto. Aunque no por mucho tiempo, pues antes de que alguno
de los dos podamos reaccionar, se abalanza sobre Eric y yo doy un grito de muerte
cuando los veo caer en el piso.
—¡Detente, Evan!, —le ordeno, temiendo que si me acerco puedan dañar al bebé.
Por lo que, al verme imposibilitada de apartarlos, salgo de prisa en busca de
ayuda, pero para mí desgracia el primero en llegar es mi padre, quien al ver lo que ve,
separa a mi hermano de Eric sin el menor esfuerzo.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —Gruñe furioso—. Podríais haber dañado a
Marian o al bebé —reprende seguido.
—El malnacido tenía agarrada a mi hermana, no iba a quedarme quieto —
responde mi hermano, ofendido.
Mi padre, le lanza una mirada mortífera a Eric, pero el hombre del que estoy
enamorada, no se amedranta ni un poco, al contrario, se yergue dispuesto a
enfrentarlo cuando lo observa acercársele hecho una fiera.
—¿Te has atrevido a tocar a mi hija? —Sisea, y volteando la mirada hacia mí, me
pregunta—. ¿Te ha hecho daño?

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—No —me apresuro a decir—. Padre deja que te explique…
Pero no me deja terminar, pues ahora es él quien coge del cuello a Eric y lo alza a
varios palmos del suelo, haciéndome gritar de nuevo e intentar apartar de su cuello la
mano que está asfixiándolo, aun cuando Evan intenta impedírmelo sujetándome
fuerte de los brazos.
—¡Por amor de Dios! —Es el grito de mi madre, que hace que mi padre reaccione
y suelte a Eric, dejando que caiga al suelo jadeante—. Sebastien, ¿qué significa esto?
¡Suelta a tu hermana, Evan! Está histérica, y eso no es bueno para el bebé.
Mi hermano, obedece de inmediato; y yo, corro hacia Eric y le advierto casi en un
aterrado susurro, mientras veo como el cuello se le está volviendo amoratado.
—Eric, no puedes decirles quién eres todavía, te matarán.
—No voy a mentir Marian, voy a dar la cara, como hacen los hombres —
responde sin ningún temor, yo gimo por el impacto de sus palabras y por lo que ello
puede significar—. Ellos deben respetarme, y si me escondo tras una mentira nunca
lo harán, y nunca podremos estar juntos.
Cierro los ojos, sabiendo que tiene razón, pero también que no voy a poder
salvarlo al menos de una paliza, tal vez incluso lo echen de aquí, aunque si ese fuera
el caso, con todo el dolor de mi corazón, me marcharé con él.
Me levanto y le ayudo a hacer lo mismo, mis padres y hermano nos miran; los
hombres, de forma asesina; mi madre, con una expresión de comprensión en su bello
rostro, y cuando Eric me coge de la mano, es ella quien frena a mi padre que está
dispuesto a abalanzarse de nuevo sobre él.
—No, Sebastien —ordena mi madre, mientras lo coge del brazo—. Deja que se
explique.
—Exijo que quites tu mano de encima de mi hija. —Espeta él con los dientes
apretados.
—No, padre —hablo por primera vez—. Deja que expliquemos lo que ocurre,
espero que sepáis perdonarme y perdonarle a él.
Evito decir su nombre.
—Vayamos al salón —dice mi madre, llevándose casi a rastras a mi padre y a mi
hermano.
Si fuera otra la situación hasta me reiría.
—Me caen bien tus padres —susurra Eric, mientras avanzamos tras ellos.
Lo miro como si estuviera loco, pues mi padre ha estado a punto de matarlo.
—Te aman, por ello les estaré eternamente agradecido, te han cuidado, cuando yo
no he estado para hacerlo. —Su voz suena atormentada.
Aprieto su mano en respuesta, y cuando llegamos al salón y veo que mis abuelos,
tíos y tías allí reunidos, me asusto un poco.
—¿Se puede saber la razón de tanto alboroto, Sebastien?, —pregunta con mucha
tranquilidad mi abuelo, mientas cruza sus fuertes brazos sobre su ancho pecho.
—El bastardo ingles estaba abrazando a Marian. —Le contesta furioso.

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—¿Cómo?, —pregunta en voz baja, sin gritar, parece calmado, pero algo en mi
interior me dice que no es así.
Lo mira como si quisiera aplastarlo, reducirlo a polvo.
Doy un paso al frente para dar una explicación, pero Eric me detiene, se posiciona
delante de mí, como si quisiera protegerme. ¡Maldito necio! No soy yo quien necesita
protección.
—¿Osas proteger a mi nieta de mí?, —pregunta mi abuelo acercándose con
lentitud, y al ver que Eric no se amilana, insiste—. ¿Crees que sería capaz de dañarla?
—No lo sé, pero antes tendrías que pasar por encima de mi cadáver para llegar a
Marian. —Le responde con mucha tranquilidad y cierro los ojos, esperando la
explosión de carácter de mi abuelo.
Mi corazón parece querer salírseme del pecho, y cuando creo que va a salírseme
por la boca, escucho como las carcajadas de mi abuelo inundan la enorme estancia y
levanto los parpados de nuevo, sorprendida. No puedo creer que se tome el desafío de
Eric en broma, y no es el único, pues mi abuela y mi madre sonríen también, mientras
que Sofía luce asustada y el resto de los presentes sin nada de humor.
—No sé si es que eres muy valiente o muy estúpido, hijo. —Niega con la cabeza
mi abuelo, aunque está sonriendo—. Me gustas. Ahora dime, ¿por qué estabas
abrazando a mi nieta?
—Porque la amo, mi señor —responde firme y alto, y yo contengo la respiración
pues sé lo que vendrá a continuación.
—¿Cómo puedes amarla en dos días, muchacho? —Ahora es el turno de mi
padre.
—¿Cuánto le costó amar a tu esposa? —Le responde Eric de vuelta, mirándolo
fijamente antes de proseguir—. Amo a Marian desde que era un niño, es la mujer más
hermosa que he conocido, generosa, bondadosa, es como un ángel bajado del cielo, es
mi ángel.
No puedo evitar sollozar al escucharlo, que haya confesado sus sentimientos más
profundos por mí ante toda mi familia es más de lo que jamás llegué a soñar.
—¿Desde que eras un niño?, —pregunta, ahora, mi hermano—. ¿Recobraste la
memoria?
Aprieto con fuerza su mano, en un último intento.
—Lo hice. —Afirma, mira fijamente a mi abuelo y a mi padre—. Soy Eric
Darlington, próximo duque de Darlington.
Acto seguido, todo se vuelve un caos. Mi abuelo le asesta un puñetazo a Eric en
el rostro, que lo lanza varios pies de distancia como si fuera un fardo de heno; y mi
abuela, al igual que yo, intentamos detenerlo, pero es ella quien logra hacerlo
recapacitar y que detenga su encarnecido ataque. Mientras que Sofía y mi madre,
hacen lo mismo con Evan y mi padre, apenas los contienen todo lo que sus fuerzas le
permiten, por lo que, decido intervenir en vez de seguir chillando histérica.

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—¡Basta!, —ordeno—. Dejad que os explique, ¡por favor!, —ruego seguido
intentando conseguir que todos se tranquilicen.
—El miserable inglés se ha atrevido a mentirme, Marian —ruge mi abuelo.
—Él no recordaba nada, fui yo quien mintió —replico.
—¿Por qué razón?, —inquiere mi padre—. ¡Sabias quien era todo este tiempo! —
Remata dolido por mi mentira.
—Porque sabía que, esta sería vuestra reacción, atacar sin dejar que se explique,
sin darle oportunidad de conocer al gran hombre que es —respondo con toda
sinceridad y cansada de mentir, de temer, es hora de luchar.
—¿Gran hombre? —Se burla mi hermano—. Te preña y te deja marchar sola, ¡ha
tardado meses en venir a buscarte!, —grita enfurecido.
—¡No la dejé marchar!, —exclama ofendido Eric—. Mi maldita madre le mintió,
intento casarme con alguien a quien no amaba, al fin me revele, tarde lo sé —
reconoce avergonzado—. Pero me cansé de intentar ser lo que no soy, de intentar
ganarme el afecto de mis padres, no soy Jonathan, mi hermano era mucho mejor que
yo, y es algo que mis padres nunca han podido perdonarme.
—Eric, eso no es cierto —susurro llorosa, al escuchar cómo se menosprecia así
mismo.
—Es cierto, durante demasiado tiempo dejé que me convirtieran en un títere, me
alejé de ti, peor aún, les permití humillarte, es algo que nunca podré perdonarme. —
Me responde con voz temblorosa—. Pero se acabó, les deje muy clara mis
intenciones, y ellos las suyas, mientras ellos vivan, no soy bienvenido en su casa,
para mis padres estoy muerto.
Un gemido lastimero escapa de mis labios al escucharlo y cierro los ojos,
intentando asimilar todo lo que está confesando, intentando asimilar todo a lo que él
ha renunciado por mí.
—¿Por qué hiciste eso?, —pregunto compungida.
—Porque te amo por sobre todas las cosas. —Confiesa, cogiendo entre sus
grandes manos mi rostro bañado en lágrimas—. Porque de nada me sirven los títulos
o las riquezas si no las puedo compartir contigo.
Soy consciente de que alguien más está llorando a pocos metros de nosotros y,
cuando me vuelvo, me impresiona ver a mi madre limpiarse el rostro bañado de
lágrimas, a mi abuela intenta contenerse las suyas, y Sofía hacer su mejor esfuerzo
por no romper a llorar también.
—Es el hombre al que se refería tu hermana, Sebastien —susurra mi madre, sé
que se refiere a mi tía—. Así que deja de mirarlo como si fueras a matarlo, sabes que
ni yo ni tu hija lo vamos a permitir.
—¡Tú no vas a decirme lo que tengo que hacer mujer! —Gruñe mi padre de
vuelta.
—¡Silencio! —Les ordena la voz potente de Alexander Mackencie—. Así que en
realidad eres un Duque Inglés.

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—Lo soy a efectos legales, ya que mis padres no pueden quitarme el título, soy su
único hijo —explica—. Pero mientras ellos vivan, no puedo volver, no es algo que
me produzca gran pesar, no dejó nada en Inglaterra. Mi amigo Gabriel se encargará
de intentar que mi padre no dilapide el patrimonio que nos dejó mi abuelo.
—Eres consciente de que me juraste lealtad, ¿cierto? —Eric asiente—. Bien, eres
el padre del hijo que espera mi nieta, has venido por ella, tarde… —aclara en un
gruñido—, pero lo has hecho. Has renunciado a tus privilegios, y dado la espalda a
tus padres. —Conforme va enumerando cada una de las cosas que Eric ha hecho por
mí, me siento más y más orgullosa de él—. Cruzaste tu país y el mío con un niño por
única compañía.
—No podía dejarlo, no después de lo que mi madre le hizo, y sé cuánto ama
Marian a Tito —interrumpe Eric.
—Peleaste en una lucha que no era tuya, salvaste la vida de Sebastien y la de Tito,
ganando por ello un buen golpe, que te dejo por días con una pérdida de memoria
completa —sigue su explicación—. Aun así, me juraste lealtad, hoy peleaste herido
contra Keylan y lo hiciste con ferocidad, estabas agotado, mas no te rendiste.
—Rendirse es de cobardes, para mí no es una opción, lo fui durante mucho
tiempo, no lo seré nunca más —vuelve a interrumpir a mi abuelo.
—Deja de interrumpirme muchacho, o volveré a tumbarte —advierte él con
frialdad—. Por último, hoy te has enfrentado a tres de nosotros, sin miedo, has dicho
la verdad aun a sabiendas de que eso significaría como poco una paliza o el destierro.
—Nos mira a ambos con seriedad—. Incluso la muerte.
—Si él se marcha, yo lo haré con él —aclaro en voz alta para que todos me oigan.
—¡No!, —grita mi madre—. ¡Eso no!… por favor, padre. —Ruega.
—¡Silencio, maldición!, —grita a pleno pulmón—. El inglés no va a ir a ninguna
parte. —Aclara molesto—. Por mucho que podamos detestarlo en este momento por
lo que todos creímos que hizo a Marian, el muchacho se ha ganado mi respeto. —
Confiesa renuente—. Incluso se atrevió a defender a Marian de mí, cuando sería
incapaz de dañar a mi propia nieta.
—Pero, Alexander… —Mi abuelo, no deja continuar a mi padre.
—¿Osas cuestionar mi decisión? —Sisea furioso.
—Es mi hija a la que ha deshonrado y humillado. —Espeta sin medir las
consecuencias de desafiar a su Laird.
—Y es mi nieta, Sebastien; no pienses ni por un momento que me parece bien
como hicieron las cosas, pero el muchacho ha rectificado, ha demostrado su honor,
¿acaso tú no erraste cuando eras más joven? ¿Debemos recordártelo, Sebastien? —Mi
padre palidece, y mi madre lo mira sorprendida.
No conozco con exactitud el motivo de esa reacción, lo que si tengo claro es que,
en el pasado de mis padres también ha habido traspiés, y que mi madre perdonó a mi
padre por ello.

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Ante las palabras de mi abuelo, él se marcha furioso y mi hermano va detrás, no
sin antes decirle unas palabras a Eric.
—Esto no se va a quedar así. —Amenaza.
Una vez ambos salen del salón, todos nos miramos sorprendido y en silencio,
pues nadie puede creer que mi abuelo nos apoye sin siquiera pelear, sé que a mi padre
y a Evan les va a costar más perdonar, pero espero que le den una oportunidad a Eric.
—No le hagáis caso, se le pasará —dice mi madre, mientras se acerca a nosotros
—. Sabía desde el principio quién eras. —Aclara—. Mi hija no pudo ocultar sus
sentimientos por ti, y tú… a pesar de no recordar, la reconociste, ¿cierto?
—Lo hice, al menos mi corazón. —Sonríe Eric complacido de que mi madre sea
más comprensiva.
—Espero que hagas muy feliz a mi hija. —Sonríe—. Pero debéis casaros
inmediatamente.
—Mañana mismo si así lo deseáis. —Replica con rapidez.
—De eso nada, debemos preparar la boda, pero sí la próxima semana. —
Sentencia mi madre, y luego se marcha en compañía de mi abuela mientras hablan de
los preparativos, entusiasmadas.
Sonrió de felicidad, no pensé que podría volver a sentirme así, no desde que me
alejé de Eric hace ya varios meses, en los cuales ambos hemos vivido un infierno.
—No recuerdo que me lo hayas pedido, Lord Darlington —digo con burla, pero
en el fondo algo desilusionada.
—¿Quieres casarte conmigo, mi amor?, —pregunta arrodillándose ante mí y
rompo en llanto de nuevo, ¡maldito embarazo!—. Eres lo más importante de mi vida,
y deseo pasar el resto de lo que me quede a tu lado, viendo a nuestros hijos y nietos
crecer, y poder morir a tu lado.
—Sí. —Asiento emocionada—. Por supuesto que sí.
¿Qué otra contestación podría dar? Si he amado a este hombre desde que tengo
uso de razón.

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Capítulo 23

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

Parece mentira que un simple beso me haya devuelto mis recuerdos, en verdad, temía
no poder recuperarlos nunca. Y ahora, que la recuperé y sé quién soy, no me importa
nada, ni los golpes, ni las amenazas recibidas por parte de la familia de mi amada,
solo sé, que no la quiero volver a perder. No, otra vez.
Sabía que no iba a ser fácil, que no sería sencillo llegar a Eilean Donan y
proclamar quién era, y menos aún luego de lo ocurrido entre Marian y yo, es lógico
que su familia no me acepte así de sencillo. Sin embargo, saber que en unos meses
voy a ser padre, ha sido una sorpresa para mí, y doy gracias a Dios que recuperé el
sentido común para enfrentarme a mis padres, de lo contrario, no me hubiera enterado
jamás, lo que me deja casi sin aliento y con el corazón desbocado, pues no soy capaz
de imaginarme la vida sin Marian ni la familia que estamos a punto de formar.
—Nunca quise que tuvieras que renunciar a todo por mi —susurra la mujer que
amo, mientras está recostada sobre mi pecho y contemplamos el lago—. No deberías
haber dejado a tus padres atrás, son tu familia.
Niego, mientras le beso el cabello oscuro que me hace cosquillas en la barbilla.
—No he renunciado a nada importante para mí, y si así fuere, ten la seguridad que
valdría la pena solo por tenerte —le digo con convicción—. Lo único que me
importas eres tú y este bebé que crece dentro de ti.
—Por un tiempo pensé que no me amabas, que tu madre me había dicho la
verdad, esa que ni tú mismo te atrevías a decir. —El dolor que escucho en su voz me
parte el alma.
—Marian, no soporto pensar en el dolor y el miedo que tuviste que pasar. —La
aprieto más contra mí—. Yo tenía que estar a tu lado, te dejé sola, es algo que no me
podré perdonar en la vida.
—No me dejaste sola, me sentí tan destrozada por tu compromiso que decidí huir,
y la gota que colmó el vaso fue escuchar las mentiras de tu madre. —Me confiesa
acariciando mis brazos.
—Nunca podré perdonarle eso, podría intentar olvidar todos sus desprecios hacia
mí, los años que me privó de mi libertad, pero no de lo que te hizo a ti, ni al pobre
Tito, ¿te lo contó?, —pregunto, sabiendo que le habrá causado gran dolor.
—Sí —suspira—. La primera noche que dormí con él al desvestirlo me di cuenta
de sus marcas, y me contó que lo cuidaste muy bien. —Sonríe con esa dulzura que la
caracteriza, siempre viendo el lado bueno de las cosas.

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—Ese fue el momento en el que me di cuenta, que las cosas habían llegado
demasiado lejos, tuvo que ser un niño el que me abriera los ojos y me diera el valor
que me faltaba para hacer algo que debí haber hecho años atrás —confieso
avergonzado, pues con ella, con mi alma gemela, siento que no tengo nada que
esconder—. Y cuando lo hice, me quité un gran peso de encima, ahora soy feliz por
primera vez en años, desde que Jonathan se fue, no había vuelto a sentirme así.
—No debieron cargarte con esa losa, amado mío. —Ella se gira para mirarme a
los ojos—. Jonathan era único, al igual que lo eres tú, nadie puede reemplazar a otra
persona, mucho menos en los corazones de la gente que los amó alguna vez.
Amé muchísimo a mi hermano, fue mi héroe, desde su partida me siento
incompleto, y ese dolor constante solo desaparece cuando Marian está a mi lado, por
ello, no iba a permitir que nada ni nadie me arrebatara también a la mujer que amo.
—Jonathan, está bien mi amor, debes confiar en mí. —Intenta reconfortarme, lo
sé, pero hay pesares que no pueden calmarse solo con dulce palabras—. A él no le
gusta verte así, desea que seas feliz, por los dos, y está orgulloso de que estés
cumpliendo la promesa que le hiciste.
Contengo la respiración, porque sus palabras me golpean con fuerza. ¿Cómo
puede saber ella sobre la promesa que le hice en su lecho de muerte? Estábamos
solos, y nunca le dije nada a nadie.
Marian, al notar la tensión creciendo en mi cuerpo, se gira por fin entre mis
brazos quedando frente a frente, su mirada oscura parece ocultar muchos secretos, y
por el brillo nervioso en esta sé que necesita confesarme uno de estos, pero está
intentando reunir el valor suficiente para hacerlo.
—Cuéntame lo que te aflige Marian, puedes confiar en mí, no hay nada que
puedas contarme que haga que deje de amarte, no hay poder humano o divino que
pueda lograrlo.
—Tengo un don, Eric. —Suelta de golpe y, sin darme tiempo para procesar lo que
ha dicho, continúa hablando—. No solo soy buena curando con hierbas, tengo
visiones, tengo sueños, puedo contactar con los muertos.
Su confesión me deja anonadado, no sé qué decir y no porque no le crea, ya que a
lo largo de mi vida he tenido sobradas pruebas de que ella es especial, pero…
—Por favor, di algo —susurra, mordiendo su labio inferior.
—No me importa Marian, para mi sigues siendo la misma. —No encuentro las
palabras para convencerla que no me importa que tenga un don—. Eso te hace aún
más especial a mis ojos, si es que eso es posible.
—No entiendes, no es algo con lo que es sencillo vivir. —Veo el dolor, el
tormento en sus ojos, y por un pequeño instante desearía que no tuviera ese don, si es
algo que le causa tal pesar, no lo deseo para ella—. ¿Crees que me gusta saber cuándo
van a morir mis seres queridos? Vivo con ese temor constante.
No puedo llegar a imaginar cómo me sentiría si supiera de antemano, que alguien
a quien amo, va a morir sin poder hacer nada por evitarlo.

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—Si pudiera hacer algo para cambiar eso lo haría, mi amor —digo con sinceridad
—. Pero si Dios te ha concedido ese don, es por algo, tú eres especial.
—Llevo con gusto la cruz de este don, pues no todo son amarguras, solo quería
ser sincera contigo, pues toda mi vida he vivido con el miedo de ser condenada por
brujería.
—Jamás lo permitiría, y sé que tu familia tampoco, además, según lo que he oído
sobre estas tierras, es común entre tu gente tener ese tipo de don. —Intento
tranquilizarla, y alejar el temor que su confesión ha despertado en mí.
—Eso es cierto. —Sonríe—. Soy celta y sangre gitana corre por mis venas, así
que creo que era inevitable.
Ambos guardamos silencio de nuevo, ahora que algunos de nuestros secretos han
salido a la luz, ahora que Marian sabe que jamás quise dejarla, me siento más liviano.
Para mí es importante que sepa que, a pesar de la distancia que nos ha separado los
últimos años, ella fue la dueña de mi corazón, pero tenemos tiempo para hablar del
pasado más adelante, ahora debemos sortear escollos más importantes, aunque tengo
el apoyo de su madre y de sus abuelos; sus tíos, su hermano Evan y su padre, aún
desean mi cabeza en bandeja de plata.
—Debemos volver, o mi padre organizará a sus hombres para colgarte. —Intenta
bromear Marian, tras darme un corto beso y levantarse con mi ayuda.
No quiero regresar, pero sé que tiene razón, ha sido un logro poder escapar
ayudados por Sofía, quien, al parecer, tras mi confesión, me odia un poco menos.
Ahora, puedo recordarla con claridad, la chiquilla que siempre seguía a Marian a
todos lados ha acabado convertida en algo así como una hermana para ella, lo que me
alegra, pues sé que ha estado en todos los malos momentos en los que yo no he
podido estar. Solo espero que llegue el día en que me perdone totalmente, que pueda
ver el amor que siento por Marian, pero no solo ella, también todos los que aún ponen
en duda lo que siento.
No echo de menos los lujos, los bailes, el dinero al que renuncie por ella. No.
Renunciaría mil veces a todo eso, ¡daría mi vida por ella! Prefiero vivir un último
amanecer a su lado que vivir mil años sin poder amarla como deseo. Y si el precio
que debo pagar es verme privado de todo lo que me corresponde por derecho, sin
familia, sin patria, sin nada, con gusto lo hago.
Solo por tenerla a ella.
Regresamos a paso lento, pues ninguno de los dos quiere volver a estar rodeados
de gente que nos juzga, sobre todo a mí.
—No voy a permitir que nos separen de nuevo. —Intento tranquilizarla antes de
entrar—. Seremos una familia Marian —afirmo, pues estoy convencido de ello.
Me sonríe feliz, tiene plena confianza en mí, y eso me hace temer decepcionarla
de nuevo. Ver en sus ojos el dolor de quién se siente traicionado, es algo que no sería
capaz de soportar.

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Cuando volvemos a entrar en el gran salón, solo está ocupado por una persona
que da grandes zancadas delante de la gran chimenea, es su padre Sebastien, que al
vernos se detiene y me mira sanguinario, mientras Marian, a mi lado, me suelta la
mano y se acerca a él.
—Padre…
—No deberíais estar solos juntos, ordené incluso antes de saber quién era este
miserable, que Sofía o alguien siempre os acompañara. —Sisea, intentando pasar por
el lado de su hija, pero ella lo detiene con ferocidad.
—¡Basta!, —ordena en voz baja, aun así, su voz emana poder—. Padre ya estoy
embarazada, no seas ridículo —dice intentando esconder una sonrisa—. Lo que tanto
intentas evitar, ya ha ocurrido, no fui obligada padre, me entregué a él porque lo amo,
no me arrepiento, si insistes en culparle por ese crimen, entonces también lo tendrás
que hacer conmigo, soy tan culpable como Eric.
—No digas tonterías, Marian. —Su voz es potente, su furia palpable—. Eres una
niña, eras virgen…
—¿Seguro que lo era padre?, —pregunta con seriedad, ¿qué demonios hace?—.
Viví toda la vida junto a una ramera, ¿cómo sabes que no me enseñó su oficio?
Veo como Sebastien palidece, incluso se tambalea, por un instante temo que vaya
a caer al suelo inconsciente.
—¿Qué se supone que estás haciendo?, —pregunto, sin comprender cuál es su
juego—. Marian era virgen, jamás se había entregado a ningún hombre.
Ella me mira furiosa, pero no me importa, no voy a permitir que manche su honor
solo por salvarme a mí. Sebastien a su vez nos observa a ambos, y algo en su forma
de mirarme cambia.
Tal vez aún hay alguna esperanza.
—Vamos fuera muchacho —me pide sin más.
—¡No padre, por favor! —Ruega, interponiéndose en el camino de su progenitor.
—No voy a hacerle daño, Marian —responde serio, sin siquiera mirarla—. Solo
vamos a hablar.
Ella se aparta muy a su pesar, le dirijo una mirada con la intención de calmarla,
espero que busque consuelo en su madre o Sofía, no quiero que esté sola. Después,
sigo a Sebastien sin decir una palabra, caminamos y llegamos a las caballerizas.
—¿Te gustan los caballos?, —pregunta, y la verdad me sorprende.
—Por supuesto —digo, no muy convencido de entender qué tiene que ver los
caballos con mi amor por su hija.
—¿Ha sido feliz?, —pregunta susurrando, mientras acaricia a un caballo de color
marrón oscuro, que parece conocerlo muy bien—. ¿Cómo era de pequeña?
—Hermosa —respondo sin más—. No fue por completo feliz, no voy a mentir,
nunca se sintió cómoda, ni amada, nunca se sintió parte de nada, como si fuera una
extraña, ahora entiendo por qué.

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—Me he pasado todos estos años buscándola, y volviendo a casa con las manos
vacías, cada vez que veía a Valentina, como poco a poco se iba apagando más y
más… —Parece que le cuesta encontrar las palabras, guarda silencio durante unos
segundos—. Es mi hija y la he querido desde el momento que supe de su existencia,
no importa que no haya podido criarla, la amo igual que amo a mi hijo, por eso quiero
lo mejor para ella.
—Entiendo eso, deseo para ella toda la felicidad del mundo, la amo como nunca
amaré a nadie más en esta vida —afirmo.
Veo como niega con la cabeza.
—No sabes nada muchacho, existen diferentes clases de amor, y cuando nazca tu
hijo me comprenderás. —Me mira, puedo ver en sus ojos tan parecidos a los de
Marian, una sabiduría ganada con sangre y lágrimas, este hombre se ha hecho a sí
mismo—. Valentina es el amor de mi vida, lo fue desde el momento que la vi por
primera vez, es mi alma, pero mis hijos me robaron una parte de mi corazón.
—Marian, es el mío, fue así desde que éramos niños, fue mi mejor amiga, mi
confidente, mi curandera, lo es todo para mí, por eso no podía permitir que mis
padres me arrebataran también eso —confieso sin pudor al padre de la mujer que
quiero—. Nunca quise dejarla, nunca quise que se fuera como lo hizo. Y nunca voy a
arrepentirme de dejar todo por ella.
Sebastien, me mira con sus profundos ojos negros y asiente, no sé qué piensa, y
eso me pone bastante nervioso, no sé si va a aceptarme o va a enviarme a Inglaterra
hecho trocitos.
—No puedo apartarte de ella por errores pasados que hayas podido cometer, pues
yo mismo cometí equivocaciones peores que las tuyas. —Me dice sin mirarme, como
si sintiera vergüenza—. No he sido un buen marido para Valentina, mis demonios me
han acompañado siempre, no he sido un buen padre, pues no traje de vuelta a mi hija.
—No te permitiría apartarla de mí, me lo prometí a mí mismo y a ella, solo la
muerte podrá apartarme de su lado, y cuando esta llegue, encontraré el modo de
volver con ella. —Necesito dejarle claro esto.
—Eres valiente, debo darle la razón a mi Laird, es eso o eres muy estúpido como
dice Evan. —Puedo darme cuenta que se ha relajado, así que yo también lo hago.
—Puede que sea un poco de ambas cosas, pero también soy decidido y leal —
respondo.
—Sé que la amas, lo veo en tus ojos. —Afirma con seriedad—. Pero debo hacerte
la misma advertencia que mi suegro me hizo a mí en su día, si le tocas un solo pelo, si
la haces llorar, iré por ti y te enfrentarás a la mismísima muerte. —No es una
advertencia, es un juramento.
—Nunca volveré a hacerle daño —prometo, convencido.
—No sabes lo que puede ocurrir muchacho, solo toma un consejo de alguien que
ha cometido uno de los peores errores posibles, y aun así consiguió el perdón de la
mujer amada —dice atormentado—. Nunca permitas que ninguna mujer te desvíe de

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tu camino, no traiciones nunca la confianza de la mujer que te la ha entregado con los
ojos cerrados.
—Nunca traicionaría a Marian de esa forma —espeto algo ofendido, pero
segundos después comprendo que habla de sí mismo.
No sé qué decir, ni qué hacer, no estoy seguro de que Marian sepa algo de esto.
—Recuerda siempre eso muchacho, ahora márchate, tranquiliza a mi hija. —Me
da la espalda y se marcha hacia el fondo del establo.
Me quedo por unos minutos allí parado, sin saber qué hacer ahora mismo, ¿me ha
dado su consentimiento para estar con su hija? Desde lejos, escucho su potente voz
por última vez.
—Os casareis lo más pronto posible. —Es la mejor orden que he escuchado en
mucho tiempo, me marcho sonriendo.
Me dirijo de nuevo hacia el castillo, feliz, cada vez veo más cerca el sueño de
poder pasar mi vida junto a Marian y el hijo que estamos esperando. Sé que no todo
está ganado, aún quedan muchos obstáculos en el camino, pero juntos los
superaremos. Una vez llego a la entrada de la fortaleza, me encuentro a Marian
bastante tranquila, una sonrisa se forma en sus perfectos labios cuando me ve llegar,
se acerca a mí y me besa con ardor, con todo el amor que sentimos el uno por el otro.
—Tu padre no me mató —digo intentando bromear, para controlar el deseo que
siento por ella.
—No, no lo hizo.
Entramos abrazados y la acompaño hasta su alcoba, por mucho que los dos
deseemos estar juntos, solo es cuestión de esperar un poco más.

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Capítulo 24

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

La espera se me hace insoportable, y aunque mi madre intenta tranquilizarme, mi


corazón parece que va a estallar en cualquier momento.
—Tu padre, no va a hacerle ningún daño —repite por tercera vez—. Me lo ha
prometido, se ha calmado lo suficiente como para intentar entender la posición de
Eric, sin caer en provocaciones absurdas o golpes.
—¿Tan difícil es de entender madre?, —pregunto, deteniendo mis pasos—. ¿Tan
inconcebible es entender que nos amamos? ¿Qué haya sido capaz de abandonar todo
por mí?
—Por supuesto que no, Marian. —Niega apenada—. Debes entender que es
difícil para tu padre; para todos. Acabamos de recuperarte, y no queremos perderte.
—Intenta contener el llanto.
Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que mi familia temiera que me
marchara de aquí, pues esa idea nunca se me ha pasado por la cabeza. Mi sitio está
aquí, junto a ellos, este es mi hogar, Escocia es mi patria.
—Madre —digo, mientras me acerco a ella y la abrazo—. No voy a marcharme,
nunca volveré a dejaros.
—Hija mía, entendería si lo hicieras, vas a formar tu propia familia —susurra,
mientras se acerca a mí para acariciar mi rostro, recorre cada contorno de él como si
quisiera grabarlo a fuego en su memoria—. Solo que Inglaterra está tan lejos, no
podría soportar no verte de nuevo, irme de este mundo sin volver a ver tu hermoso
rostro, tus ojos tan parecidos a los del hombre que amo.
—¡Basta, madre!, —ordeno, asustada por sus palabras, asustada de que llegue el
día en el que ella ya no esté más a mi lado—. No voy a irme, Eric y yo encontraremos
una solución. —Afirmo convencida.
Cuando la dejo más calmada, decido salir fuera a esperar la llegada de Eric, no
hace mucho que se fue con mi padre, pero a mí me han parecido siglos, muy en el
fondo de mi corazón, sé que no va a hacerle daño, pero los nervios no me abandonan.
Me paseo por los pasillos de la fortaleza, y bajo y subo los escalones nerviosa,
hasta que, escucho pasos amortiguados y me giro, una sensación de paz y
tranquilidad me invaden al instante, y siento que puedo volver a respirar con
normalidad cuando Eric llega hasta mí y puedo ver que no tiene ninguna herida y que
está, ¿feliz?
No puedo evitar sonreír, sé que todo ha ido bien, y que mi padre de alguna
manera a dado su permiso para que ambos estemos juntos. Temía que eso no llegara a

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pasar, y que me impidiera cumplir la promesa que hace rato le hice a mi madre. Una
vez juntos, me acompaña hasta mi alcoba, por mucho que deseé que él se quede
conmigo, sé que aún no es posible, no mientras no seamos marido y mujer.
Después, me besa frente a la puerta, pero ninguno de los dos nos permitimos
recrearnos el uno en el otro más de lo necesario, pues debemos separarnos, y con
semblante risueño lo observo marchar hacia su habitación, que comparte con Tito.
Antes de adentrarme en la mía y encontrarme a Sofía sollozando.
—¿Qué te ocurre, Sofía?, —pregunto, acercándome a ella.
—Quiero irme Marian, quiero volver a Inglaterra —responde, entre sollozos.
—¿Qué tonterías dices? —No doy crédito a sus palabras—. ¿Qué ha ocurrido
para que estés en este estado?
De pronto, la puerta de nuestra habitación se abre y Evan entra como un
torbellino.
—Tú no vas a marcharte a ninguna parte, Sofía —ordena enérgico—. Estoy harto
de que nos ataquemos mutuamente, buscando salir vencedores en una batalla que
ninguno va a ganar… —Abro los ojos como platos, ¡al fin está ocurriendo!
—¡Tú no eres quien para decirme lo que debo hacer, Mackencie!, —grita mi
amiga levantándose del lecho, y yo ruedo los ojos, ¡ahí vamos otra vez!
Estoy dispuesta a intervenir, cuando de repente, mi hermanito camina decidido
hacia Sofía y, cogiéndola entre sus brazos, la besa con una pasión abrasadora,
mientras yo no sé si ruborizarme o llorar de la emoción.
—Soy el hombre que te ama desde el momento que no te dejaste amedrentar por
mí, soy el hombre que se va a casar contigo y compartiremos nuestra vida hasta el día
que la muerte nos separe. —Su confesión de amor es tan apasionada, tan sincera, que
hasta yo puedo sentir ese amor, que surgió sin que los dos pudiera evitarlo.
—Pero soy una sasennach, estoy cansada de oírtelo decir… —murmura ella, con
miedo a creer lo que Evan acaba de decir.
La entiendo, llevan tiempo peleando, acercándose y alejándose, pero sé que esto
acabará en boda, en un amor de los que duran para toda la vida, y que juntos
formarán una hermosa familia que continuará el linaje de los Mackencie a través del
tiempo.
—Eres mi sasennach, estoy cansado de inventar pretextos para odiarte, porque
nunca lo hice —susurra de vuelta—. Dime que me amas como yo te amo a ti. —
Suplica, cerrando los ojos y apoyando la frente en la de su amada—. Dime que te
casarás conmigo.
El silencio se prolonga, casi ni respiro esperando la respuesta de Sofía, cuando
estoy a punto de gritarle para que reaccione, habla por fin.
—Te amo, Evan. —Confiesa sonriente—. Me casaré contigo, maldito arrogante.
—Gracias a Dios —susurro sin poderlo evitar, ambos recuerdan mi presencia y se
ruborizan como niños, solo puedo romper a reír.

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Ellos no pueden evitar imitarme, reímos de felicidad, me siento feliz por ellos,
por mí, porque al fin puedo estar con Eric, sin que nada, ni nadie, se interponga en
nuestro camino.
Lo único que empaña mi felicidad, es saber que Eric ha dejado atrás todo a lo que
tiene derecho y para lo que fue educado, y aunque él se empeñe en asegurarme que
no le importa haber perdido sus privilegios por hacerme su esposa, temo que con los
años surja algún reproche de sus labios. Por otro lado, sé que a los ojos de los Duques
de Darlington nunca seré lo suficientemente buena para su hijo, no importa que sea la
nieta de un Laird, para ellos seré siempre una bastarda gitana que alguna vez trabajó
para ellos.
Cuando aparto esos tristes pensamiento, me doy cuenta que vuelvo a estar sola en
la habitación, conociendo al loco de mi hermano, seguro ha despertado a todo el
mundo para anunciar su próxima boda, me alegra saber que Sofía al fin tendrá un
hogar y una familia a la cual pertenecer, no importa lo que ocurra conmigo, no
importa a dónde vaya a partir de ahora, ella ha encontrado su lugar.
Me acuesto en la cama, poso mi mano sobre mi vientre abultado, dentro de pocos
meses conoceremos a nuestro hijo, sé que va a ser un varón, pero aún no se lo he
dicho a Eric. El destino es caprichoso, él tendrá el heredero que sus padres tanto
ansiaban, por las venas de mi hijo correrá sangre celta, pertenecerá a un linaje de
guerreros escoceses y su sangre gitana lo hará más sensible a todas las cosas que no
siempre son visibles para los demás, pero no tendrá mi don, este solo pasa a las
mujeres.
Tal vez mi don, acabe conmigo, hace tiempo que no he vuelto a soñar con mi tía,
y siento la necesidad de hablar con ella. Pensando en ella, aquella que nunca conocí,
caigo en un profundo sueño.

***

Cuando abro los ojos me encuentro en una colina en la que nunca he estado,
frente a una tumba, por un instante el corazón se me detiene, pensando que es un mal
augurio, que alguien cercano a mí va a morir. Pero al leer el nombre que hay grabado
en la roca, un suspiro trémulo sale de mi boca.
Marian Mackencie. Mi tía descansa aquí, al menos su cuerpo, pues su alma hace
largo tiempo que abandonó este mundo. ¿Por qué estoy aquí? Miro a mi alrededor,
buscando una señal que me indique el motivo, pero nada me hace saber por qué.
—Estas aquí porque ya es hora de que me despida de ti. —La suave voz de mi tía
me sorprende.
Me giro y la encuentro muy cerca de mí, no puedo evitar sonreír con alegría al
verla, pues estaba necesitando algunos consejos de ella.
—¿Por qué debes despedirte?, —pregunto sin comprender, no quiero decirle
adiós, cuando hace tan poco que puedo hablar con su espíritu.

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—Todo tiene su ciclo querida, siento que no hayamos podido hablar más, pero
siempre estuve a tu lado —explica con resignación—. Has vuelto dónde perteneces,
mi hermano ha recuperado a su hija, y va a ser abuelo, lo he visto transformarse en un
hombre, y casi ya es un anciano.
En sus ojos puedo ver con claridad algo que no me cuenta, y antes de que me dé
tiempo de preguntarle, niega con la cabeza y me sonríe con pesar, indicándome con
ese simple gesto que no va a decirme nada, y el miedo atenaza mi corazón, sé que
algo está próximo a ocurrir, y no saber lo que es, va a matarme.
—No puedes irte y dejarme con tantas preguntas… —Me niego a aceptarlo.
—Como ya te he dicho, la vida es un ciclo —responde con seriedad—. No puedo
revelar nada, pero llegado el momento tú lo sabrás, y ayudarás a las personas que lo
necesiten del mejor modo.
—¿Qué voy a hacer sin tu consejo?, —insisto casi con desesperación.
—Muy en el fondo sabrás lo que digo, estaré guiándote siempre, tú y yo estamos
unidas de una forma que no muchos entenderían, eres como la hija que nunca tuve,
que la vida no me dio la oportunidad de tener.
Me acaricia mi estómago, sonríe y sé que ha visto lo mismo que yo.
—No será el último. —Me guiña un ojo divertida.
—Espero que no. —Río un poco avergonzada.
—Debo irme. —Me abraza, me aferro a ella, no me siento capaz de dejarla ir—.
Como hizo tu padre y tu madre antes que tú, debes dejarme marchar. Diles que los
quiero a todos.
Asiento con lágrimas en los ojos, y sin más se desvanece para siempre ante mis
ojos.

***

Despierto llorando, intento tranquilizarme, el dolor de saber que nunca más veré a
mi tía en sueños es comparable a sentir la muerte misma de un ser querido. No solo
perdí la oportunidad de conocerla en vida, pues Dios decidió que su tiempo entre los
vivos había concluido, sino que ahora, me es arrancada la única forma en la que podía
hablar con ella.
—¿Qué ocurre Marian?, —pregunta, adormilada Sofía, no sé cuántas horas llevo
durmiendo, ni siquiera sé a qué horas a regresado mi amiga.
—Nada… —susurro—. Solo una despedida.
Sé que para ella no tiene mucho sentido lo que le he dicho, pero me conoce bien y
sabe que cuando estoy así de afligida es mejor dejarme.
—Intenta volver a dormir, aún es de noche. —Aconseja con voz calmada, antes
de darse la vuelta y continuar su descanso.
No creo que pueda volver a dormir.

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Lo intento por lo que parecen horas, pero cuando las primeras luces del amanecer
dan la bienvenida al nuevo día, desisto. Me visto con un traje color gris, pues así me
siento por dentro, ni siquiera cuando vivía tan lejos de aquí y rodeada de tanta maldad
y desprecio sentí esta dolorosa angustia, creo que es porque muy en el fondo sabía
que ella cuidaba de mí.
Rezo para que nadie me sorprenda tan temprano, pero es en vano, pues mi padre
está ya preparándose para el duro entrenamiento, y cuando me ve descender hacia el
patio, guarda su espada, y el gesto sombrío en mi mirada lo alerta de inmediato.
—¿Qué sucede hija?, —pregunta preocupado cuando llega hasta mí—. ¿No has
dormido bien? ¿Es él bebé? ¿El inglés te hizo algo? —Son tantas preguntas.
—Nada de eso padre, solo ha sido un sueño. —No quiero causarle más tristezas, y
sé que hablar sobre su hermana le causa un gran dolor.
—Olvidaba que mi hermana sufría el mismo don que, aunque para ella era un
privilegio; yo siempre lo vi como una maldición. —Me dice—. Sé que algo te ha
afectado.
—Las despedidas siempre son duras padre —confieso al fin.
—¿Despedidas?, —pregunta sin comprender, pero segundos después un brillo de
sospecha inunda sus ojos—. Tu tía se ha despedido de ti, ¿cierto?
Cierro los ojos y asiento en silencio, intentando no llorar.
—Lo hizo, fue como si hubiera muerto para mí, hasta ahora era alguien constante
en mi vida, en sueños podía hablar con ella, y lo hizo desde que Esmeralda y Marcus
murieron.
—Si ella se ha marchado, es porque ya no la necesitas, no realmente —susurra él
visiblemente dolorido.
—Me dijo que te dijera que te quiere, nos quiere a todos, y me pidió que la dejara
marchar, al igual que tú y madre en su día tuvisteis que dejarla ir.
—Nunca he sido capaz de dejar ir su recuerdo. —Confiesa apenado—. ¿Ella está
bien?
—Lo está. —Le aseguro sonriendo, al recordar la paz y la felicidad que reflejaba
siempre el rostro de mi tía—. Ella es muy feliz, y llegado el momento, todos nos
reuniremos al fin.
—Espero ese día con ansia. —Asiente y añade—. Pero sé que aún tengo mucho
que hacer aquí, no voy a dejaros hasta saberos bien a todos.
Asiento y le pregunto.
—Iba a ver su tumba, ¿vienes conmigo?
—Vamos. —Acepta, y se pone en marcha junto conmigo, pero de pronto, se
detiene y me mira extrañado—. ¿Cómo sabes hacia donde tenemos que ir?
Lo miro sonriendo. ¿Cómo puede preguntarme algo así?
—Cierto. —Suelta varias carcajadas fuertes y claras—. Marian te ha enseñado
dónde está.

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Dicho eso, ambos caminamos hacia la colina en la que descansa para toda la
eternidad la muchacha que nos ha cuidado y guiado durante todos estos años, y todo
es más hermoso que en mi sueño, el sol baña las flores mojadas por el rocío de la
mañana y los pájaros entonan un cantico precioso. Durante minutos contemplamos el
lugar completamente hechizados y, tras asimilar cada uno a su modo la perdida de
quién se fuera demasiado pronto, nos despedimos por última vez de ella y regresamos
cogidos de la mano en silencio.
—¿Cómo era?, —pregunto al cabo de un rato, curiosa.
—Risueña, bondadosa, lo más hermoso que había visto en mi vida —contesta
sonriendo, inducido por los recuerdos—. Cuando te miro a ti es como tenerla de
nuevo a mi lado, contigo cerca podré ver cómo hubiera sido con el paso de los años.
Lo abrazo para reconfortarlo y que me reconforte a mí, pues en los brazos de mi
padre al igual que en los de Eric me siento a salvo del mundo.
Cuando llegamos de nuevo a la fortaleza, veo con gran alegría que Eric me espera
sentado en los escalones, al verme se levanta y viene hacia mí, al llegar a nuestro lado
saluda a mi padre con mucho respeto, mi progenitor devuelve el saludo y se marcha
dejándonos solos.
—Pensé que te habías ido, no podía encontrarte —susurra en mi cuello.
—Nunca volveré a dejarte de nuevo, ni abandonaré Eilean Donan.
Nos besamos, reafirmando nuestro amor, que muy pronto será sellado a ojos de
Dios y de toda nuestra familia.

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Capítulo 25

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

Al despertar, mi primer pensamiento es para Marian, como ha sido siempre desde que
ella llegó a mi vida, e hinchado por el deseo de verla, me levanto y aseo rápido
dispuesto a ir en su busca. Cuando salgo de mi habitación, en donde he dejado a Tito
durmiendo, me encuentro para mi sorpresa con una Sofía, sonriente.
—¡Buenos días, Lord Darlington! —Me saluda muy contenta.
¿Desde cuándo ha dejado de odiarme?
—Llámame Eric, Sofía —le pido con amabilidad.
—No podría yo… —dice avergonzada.
—Sí puedes, por ahora no soy Duque, recuerda que mis padres me han repudiado.
—Siempre serás Lord Darlington para mí —responde igual de terca como
siempre—. ¿Está Marian con usted?, —pregunta.
Por un momento, sus palabras me dejan descolocado. ¿Dónde está Marian si no es
en su alcoba?
—No la he visto desde que la acompañé anoche a su habitación —respondo,
preocupado.
—No debe angustiarse, seguro se despertó temprano y ya está abajo con su
familia. —Me explica.
Asiento, pero me marcho deprisa, y del mismo modo, desciendo las escaleras, en
cuyo final me encuentro con Marie y le pregunto por Marian. Ella no la ha visto, y
eso me angustia aún más y anima a buscarla en el patio donde los hombres ya están
entrenando, pero no la veo allí, tampoco a Sebastien. Espero que esté con su padre, y
mientras espero a que aparezca, me siento en los escalones y observo a los hombres
luchar, tal vez debería empezar a entrenar con ellos, aunque no sé si sea buena idea
dadas las circunstancias, muchos me miran con curiosidad y otros con desprecio.
Al cabo de un rato, veo a lo lejos a Marian acercarse de la mano de su padre.
Ambos se ven afligidos, y de inmediato, me levanto y voy a su encuentro deseando
saber qué les ha ocurrido. Pero antes de que pueda preguntar algo, la tomo del rostro
y le doy un suave beso en los labios ante la mirada ceñuda de mi suegro, quien en
tono severo e incómodo enfatiza.
—Deben casarse ya, Valentina.
Al escucharlo, separo mi boca de sus labios y sonrío, esa idea es la mejor de
todas, y así se lo hago saber con mi pregunta.
—¿Cuándo?
—Dentro de una semana —responde.

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Marian jadea sorprendida, mientras yo le abrazo lleno de felicidad. Dentro de una
semana, seremos marido y mujer, y juntos esperando la llegada de nuestro primer
hijo.
—Debes comer algo —ordena su padre.
Y de inmediato, la miro con desaprobación, no me gusta que ponga en peligro su
salud, por lo que, sin dejarla negarse, la acompaño al interior del castillo directo hacia
la cocina, donde va a tomar un buen desayuno, aunque tenga que encargarme yo
mismo de hacérselo. Pero por suerte no es así, Marie está allí y sin que se lo pida nos
prepara algo delicioso, mientras escucha a Marian darle los pormenores de nuestra
inminente boda.
—Querida niña, tu abuela y tu madre nos llevan a todos locos con los
preparativos. —Le explica riendo.
Lo que me hace sonreír como un estúpido, conforme Marian me comenta seguido
el porqué del buen humor de Sofía. Ahora entiendo algunas cosas, espero que Evan y
ella sean igual de felices que nosotros.
—Quiero ir a ver a Cameron, él fue el hombre que nos ayudó a llegar a casa, nos
salvó y nos acogió en su hogar —me pide, cambiando la conversación.
Asiento, pues yo también deseo conocer al hombre que ayudó a la mujer que amo
a llegar a su hogar, sana y salva. Por lo que, después de asegurarme que ha comido
suficiente, emprendemos el camino hacia la casa del tal Cameron, sé que tengo
mucho que agradecerle, aun así, los celos me atenazan. Él hizo todo lo que yo tenía
que haber hecho por Marian, ¿y si ella se hubiera enamorado de él? ¿Y si hubiera
llegado demasiado tarde y hubieran estado casados?
—Estás muy callado —susurra Marian, mirándome con preocupación.
Niego con la cabeza, no quiero confesar lo estúpido que me siento en estos
momentos.
Al cabo de un rato, llegamos a una pequeña choza, de la que sale humo por la
chimenea, al llamar a la puerta unos pasos apresurados se escuchan tras esta.
Una pequeña muchacha, no mayor que Marian, abre la puerta.
—¡Buenos días, Cinthia! —Saluda mi amada—. ¿Se encuentra Cameron?
—Mi señora —exclama ruborizada—. Cameron salió con otros hombres de caza
ayer, no creo que tarde mucho. ¿Desean pasar?
—Sí, claro Cinthia, me gustaría descansar un poco, este embarazo ya comienza a
dejarme agotada por todo.
La miro extrañado, hace poco no parecía agotada de nada, al contrario, pero
cuando detallo su rostro en busca de una respuesta, ella me guiña un ojo y sonríe
antes de adentrarse en la choza. Un segundo después, la sigo más desconcertado que
antes.
—¿Cómo estás, Cinthia? ¿Cómo te ha tratado Cameron durante este tiempo? —
Interroga con preocupación.
«¿Acaso San Cameron puede tratar mal a alguna mujer?». Pienso con ironía.

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—Mi señora, siento mucho no haber ido al castillo por el trabajo que me ofreció,
para mí fue un gran honor, y le juro que la mañana siguiente de su visita estaba lista
para marcharme, pero Cameron me lo impidió. —Confiesa alterada.
—¿Te hizo daño?, —pregunta Marian, levantándose de golpe de la silla.
—¡No!, —exclama en voz demasiado alta—. Disculpen, no por supuesto que no,
Cameron jamás me golpearía.
Marian asiente un poco más tranquila y bebe de la bebida caliente que Cinthia le
ha ofrecido, yo he rehusado con amabilidad.
—Me alegra escuchar eso, quiero que sepas que no me sentí ofendida porque no
aparecieras por el castillo, es más tenía la esperanza de que fuera así, quería que
Cameron reaccionara, si lo logré me doy por satisfecha. —Confiesa ella con una
sonrisa pícara.
—¿Reaccionar? No entiendo, mi señora. —Cinthia está tan confundida como yo.
—¿Cameron, no ha cambiado de opinión respecto a ti?, —pregunta, ahora
extrañada.
—Me trata mejor, al menos lo poco que está en casa, ya no me ignora tanto —
dice con tristeza, y por su tono deduzco de inmediato que la muchacha está
enamorada del tal Cameron.
Marian maldice en gaélico, lo sé porque hace muchos años aprendí algo del
idioma debido a razones que ella desconoce, dentro de mis posesiones se encuentra
un pequeño castillo en Inverness.
—Cuando lo vea, juro que lo voy a moler a palos —dice furiosa—… Ese hombre
es más testarudo que una mula.
La pobre muchacha, la mira sin comprender, intento calmarla pues no es
conveniente en su estado que se altere tanto.
—Claro que voy a calmarme. —Sisea, mientras se levanta de la silla—. Cinthia,
recoge tus cosas, te vienes con nosotros. —Ordena después.
La mujer la mira asustada, nerviosa y a punto de romper a llorar, se le nota que no
quiere marcharse, no quiere dejar el hogar que comparte con Cameron.
—Marian, cálmate —ordeno con seriedad, alguien tiene que conservarla—. ¿Por
qué estás obligando a esta pobre muchacha a dejar su hogar?
—¿Hogar?, —pregunta con ironía—. Si todo sigue igual como semanas atrás,
esta casa no es su hogar, pensé que Cameron había reaccionado, que mis palabras le
habían hecho recapacitar, que por eso ella no había venido al castillo —suspira con
pesar—. Pero es mucho peor, Cameron necesita ver que la va a perder para que al fin
se dé cuenta de una verdad que está intentando negarse a sí mismo.
La muchacha contiene el llanto, pero obedece a Marian, en poco tiempo tiene
todo guardado en un pequeño saco.
—Todo lo que tengo está aquí mi señora, así que podemos marcharnos cuando
deseé —susurra.

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—Sea. —Asiente Marian, puedo ver que esto no le está gustando, pero sé que ella
hace lo que cree más conveniente.
Salimos de la casa, después de apagar el fuego y dejar todo cerrado.
Ninguna parece tener mucha prisa por llegar hasta el castillo, y decido quedar un
poco atrás para que puedan hablar tranquilas, pero sin dejarlas desprotegidas.
Cuando llegamos al castillo, vemos a Brianna hablando con un hombre bastante
enfadado, pelirrojo y con el pelo bastante largo, al que Cinthia reconoce antes de
detener sus pasos y mirar a Marian un poco asustada. Sin dudas, ese debe ser el tal
Cameron, y nada más verlo confirmo lo que ya sabía, no es de mi agrado.
Marian al mirar el estado de la muchacha, llama la atención de su abuela
silbando, ambos callan y se giran, el hombre al ver a Cinthia, frunce el ceño y sus
labios se convierten en una línea blanquecina, para después dirigirse a nosotros con
pasos raudos y fuertes, además de una mirada asesina directa sobre mí, que respondo
con otra igual de feroz. No voy a permitir que me amedrante.
—¿Qué demonios está ocurriendo muchacha? —Sisea mirando a la joven a penas
nos da alcance—. Llego a casa y no estás, vengo preocupado hasta el castillo a
molestar a mi señora, y te encuentro con Marian y este inglés. —Pronuncia esto
último con asco.
—Cinthia, ha decidido aceptar mi oferta, a partir de este momento es mi dama de
compañía, y te agradecería Cameron Mackencie, que la trataras con respeto, y por
supuesto también a mi futuro marido —responde, Marian.
Lo que provoca que, el hombre vuelva a mirarme con mucho más desprecio y
pregunte.
—¿Es el padre de tu hijo?
—Lo soy —afirmo orgulloso, y añado—. Soy Eric Darlington.
—No intentes impresionarme sassenach. —Espeta—. Aquí tú no eres nadie.
—¡Basta, Cameron!, —ordena firme Marian, odio que crea que tiene que
defender mi honor—. Eric es el hombre al que amo, el padre de mi hijo y mi futuro
marido, así que te exijo respeto.
—Lassie en estas tierras el respeto se gana —dice cruzándose de brazos—… Pero
no estoy aquí por tu inglés, estoy aquí por Cinthia.
—No voy a volver a tu casa, Cameron. —Habla por primera vez la mujer.
Cameron, la mira como si se hubiera vuelto loca, y Marian sonríe complacida.
—¿Te has vuelto loca? Soy tu único pariente, soy responsable de ti. —Le dice
apartando la mirada, y ese gesto es suficiente para advertir que hay algo más, y
Marian lo sabe.
—Ahora, yo soy responsable de ella Cameron, no debes preocuparte, vuelve a tu
casa y sigue regodeándote en tu soledad. —Espeta mi mujer.
El hombre, mira a las dos mujeres como si deseara matarlas, pero sin más va
hacia su caballo, monta sin volver la vista atrás y se marcha a galope.
Cinthia, rompe en llanto, Marian intenta consolarla, pero no lo consigue.

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—¡Estaba equivocada, mi señora! —Solloza, apartándose de su contacto—. Él se
fue.
Brianna, que ha sido testigo mudo de todo, se acerca.
—Ven conmigo niña, mi nieta siempre tiene buenos motivos para hacer lo que
hace —dice mientras se la lleva dentro del castillo—. Nunca pongas en duda sus
actos.
—Maldito cabezota. —Sisea Marian con voz irritada, mientras mira hacia donde
se ha marchado el tal Cameron—. Vendrá.
No estoy tan seguro, pero igual no opino al respecto.
—Vayamos dentro, Marian —apremio, pues empieza a soplar un viento frío y
nubes grises comienzan a cubrir el cielo.
—No. —Niega con firmeza y luego asegura—. Va a volver, tiene que hacerlo.
Pasan los minutos, y las primeras gotas de lluvia comienzan a caer, la cojo por el
brazo, debemos entrar, no voy a permitir que caiga enferma por un hombre cuya
tozudez no le permite aceptar lo que hasta yo soy capaz de ver.
Marian se deja guiar, la tristeza empaña su rostro, parece derrotada.
—Me he equivocado, Eric —susurra mientras me mira intentando no llorar.
De pronto, por sobre el retumbar de los truenos, se escucha el galope de un
caballo y ambos nos giramos sorprendidos al distinguir a Cameron a lo lejos. Está
empapado, al igual que nosotros, pero no parece importarle.
Desmonta del caballo y grita a pleno pulmón.
—¡Cinthia! —Marian de nuevo sonríe, contenta por tener razón.
La muchacha no tarda en aparecer, y una resplandeciente sonrisa ilumina su
lloroso rostro al observar cómo el fornido hombre desmonta su caballo y se le planta
en frente con gesto decidido.
—Cinthia… Mo crihe —dice a continuación, antes de que de forma impulsiva la
muchacha vuele a sus brazos totalmente conmovida.
—¿Qué dijo? —pregunto en voz baja.
—Le dijo que, ella es su corazón —responde Marian igual de emocionada.
—Vaya, así que el guerrero tiene corazón.
Segundos después, somos testigos del primer beso de la apasionada pareja y de
cómo, al darse cuenta de que los observamos, ambos se ruborizan y sonríen
visiblemente felices.
—Gracias —dice Cameron a Marian, y su gratitud suena genuina.
—Ya era hora de que te reconocieras a ti mismo los sentimientos que esta
muchacha despierta en ti —riñe con cariño—. Deja el pasado atrás, deja a los
muertos descansar.
—¿Ella está bien?, —pregunta con voz ronca, y al escucharlo, el dolor atraviesa
la cara de Cinthia también.
—Está muy bien, está en paz y feliz por vosotros —asegura Marian.

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—Gracias. —Solloza Cinthia en su lugar, luego mira hacia el cielo y susurra algo
que no alcanzo a escuchar por la lluvia.
Al fin los dejamos solos, entramos al castillo y Valentina nos recibe con sus
brazos en jarra y mirándonos con desaprobación.
—¿Es necesario que te enfermes por hacer de casamentera?, —pregunta, mientras
apremia a Marian hacia su alcoba, donde de seguro la espera una tina llena de agua
caliente.
Cuando las dos mujeres desaparecen, Alexander se acerca a mí con una carta en
sus manos, lo miro extrañado, pues no creo que quiera hacerme confidencias sobre
sus asuntos, menos aún pedir mi consejo o ayuda.
—Has recibido carta de Inglaterra. —Me la entrega y miro el nombre del
remitente.
Se trata de Gabriel como suponía, pues él es el único que sabe con exactitud
dónde me encuentro. Una vez la abro, leo la misiva con rapidez y en ella me cuenta
que mi padre está muy enfermo, no tiene muchas esperanzas de que sobreviva, aun
así, mi amigo con sutil sinceridad me asegura que mi padre no desea verme, ni
siquiera en sus últimos momentos. También, me desea mucha suerte y promete
informarme de todo lo que pase, pues ambos sabemos que una vez mi padre fallezca
tendré que volver a Inglaterra.
Cuando ese momento llegue, intentaré llevar todos mis asuntos desde aquí, pues
sé muy bien que Marian no quiere irse.
—¿Malas noticias?, —pregunta Alexander, que no se ha movido de mi lado.
—Mi padre se está muriendo —respondo sin más.
—Demonios muchacho… ¿debes partir?, —pregunta con preocupación.
—No. —Niego y, mirándolo fijamente a los ojos, le aseguro—. Él no quiere
verme, ni yo quiero retrasar la boda con Marian.
Asiente y se marcha, consciente de que necesito un momento a solas.
—Alexander… —lo llamo—, no le digas nada de esto a nadie, quiero que mi
boda sea un día de júbilo, no quiero que nada ni nadie la empañe.
—Sea. —Asiente de nuevo y se marcha.
Parece mentira, mi padre siempre gozo de buena salud, ahora que me he ido de su
casa, cae enfermo, pareciera que hasta eso lo hiciera a propósito para hacerme sentir
culpable, culpable por preferir vivir mi vida al lado de la mujer que amo. Pero no voy
a permitir que su muerte me aparte de Marian de nuevo, todo va a seguir según lo
previsto, dentro de una semana me casaré con el amor de mi vida, Marian será mi
mujer para toda la eternidad.
Después de eso, esperaremos la llegada de nuestro bebé, que completará nuestra
felicidad. Durante años he vivido para mis padres, ahora, me toca vivir para mí y mi
Marian.

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Capítulo 26

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Mi madre, me regaña durante todo el trayecto de ida y, tras entrar en mi alcoba, me


ayuda a desvestirme con rapidez y a meterme en la tina llena de humeante agua
caliente. Tengo el cuerpo totalmente entumecido.
—¿A qué ha venido eso de ahí fuera, Marian?, —pregunta, algo enfadada.
—Madre, no podía dejar que Cameron perdiera la oportunidad de volver a ser
feliz —suspiro aliviada y satisfecha de haber conseguido mi propósito.
—Pero no hacía falta que te quedaras bajo la lluvia para hacer que ese hombre
volviera por la mujer que ama —reprende.
—Sabía que volvería —digo feliz, mientras enjabono mi cuerpo—. Aunque debo
reconocer que por un momento me asuste.
—Mantente dentro del agua caliente hasta que comience a enfriarse —dice,
mientras recoge mi ropa mojada—. Te traeré algo caliente para beber.
Se marcha dejándome sola, cierro los ojos y me relajo. Me siento feliz, Evan y
Sofía van a casarse en breve, Cameron y Cinthia con toda seguridad seguirán su
ejemplo. En tan solo pocos meses todos hemos encontrado el amor, y sé con
seguridad que será para toda la vida.
Mi madre, no tarda en aparecer con un tazón de sopa caliente y, tras ayudarme a
salir de la tina, me visto con un vestido azul claro y bebo esta mientras dejo que ella
me peine mi larga cabellera.
—Como me hubiera gustado hacer esto cuando eras una niña —dice con voz
queda.
Su dolor me traspasa el corazón, y no puedo evitar pensar en todo los que
Esmeralda y Marcus nos arrebataron y no podemos recuperar por mucho que
queramos, pero decidida a no dejar que la tristeza y el dolor de un pasado imposible
de reparar, tomo sus manos entre las mías y le digo en tono cariñoso y esperanzador.
—Madre, debemos dejar eso en el olvido, porque si no lo hacemos el dolor no
nos va a dejar ser felices con lo que tenemos ahora. Y ahora lo tenemos todo.
—Tienes razón, mi niña. —Acepta sonriendo—. Tu padre me ha dicho que tu tía
Marian se ha despedido de ti.
Asiento, incapaz de expresar lo mucho que me duele ese hecho.
—Supongo que si ella se ha ido es porque a partir de ahora ya no la necesitas
más. —Intenta consolarme mientras acaricia mi pelo—. ¿No has visto a nadie más en
tus sueños?
—No madre, ¿a quién debería ver?, —pregunto, ahora con mucha curiosidad.

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—Pensé que tal vez Esmeralda o Marcus te atormentarían en sueños. —Confiesa.
—Esto no funciona así madre, ellos no pueden hacerme más daño. —Intento
tranquilizarla, y parece que lo consigo.
Así como, sus constantes y suaves caricias en mi pelo, logran hacerme guardar
silencio y adormecerme la consciencia poco a poco, apenas si puedo escuchar
instantes después abrirse la puerta y a mi madre susurrar con alguien, hasta que, el
sueño me vence por completo y una tibia manta me cubre el cuerpo.

***

Horas después y por primera vez en varios días, al despertar no recuerdo si he


soñado algo o no, y eso me genera preocupación, no me gusta sentir que algo va a
ocurrir y no saber el qué.
Me levanto y decido ir en busca de alguien, no es de mi agrado estar sola
demasiado tiempo, no por miedo, sino porque disfruto más estando en compañía de
quienes amo y me aman.
Encuentro a mi abuela y mi madre, muy ocupadas junto a Sofía…
—¿Qué hacéis?, —pregunto contenta.
—Preparando tu boda y la de esta señorita —responde mi abuela igual de
entusiasta—. Hacía años que en Eilean Donan no se celebraba una boda, y ahora van
a ser dos en muy poco tiempo.
Me acerco más a ellas, y en las tarjetas que preparan leo muchos nombres de
clanes que ni siquiera conozco.
—Debemos invitar a todos nuestros amigos, incluidos los que viven más lejos —
explica mi abuela—. Todos ellos son aliados y fieles a tu abuelo.
Los nervios comienzan a embargarme al pensar que faltan pocos días.
—Por supuesto que usareis mi vestido de novia, todavía está igual que el día en
que me casé con Alexander.
—Pensé que nos casaríamos juntas —digo algo confusa.
—Evan y Sofía estuvieron de acuerdo en que cada uno debía tener su día especial
—responde mi madre sonriente—. Y tienen razón, tú te casarás un día antes que
ellos, así toda la gente que viene desde tan lejos puede asistir a las dos bodas.
—Para mí será un honor poder utilizar el mismo vestido de novia que todas las
mujeres Mackencie —susurra avergonzada, Sofía.
—Tú ya eres una de los nuestros niña, sin importar si te casas con mi nieto o no
—responde mi abuela.
—¿Qué demonios le estás diciendo a mi prometida abuela?, —grita Evan, que
acaba de entrar al salón.
Todas reímos, pues se le ve ofendido en demasía.
—Querido, no estaba diciéndole a la muchacha que no se casara contigo, ¿qué
clase de abuela sería? —Se burla.

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—Pues eso me ha parecido escuchar a mí. —Gruñe, mientras se acerca a Sofía y
la besa en la boca—. Me ha costado demasiado convencerla, para que tú le llenes la
cabeza de cuentos.
—Tu familia jamás hablaría mal de ti, Evan. —Intenta tranquilizarlo mi amiga.
—¿Tío James y Tía Sarah aún no llegan?, —pregunta.
—Lo harán dentro de uno cuantos días, tranquilos que no se perderán las bodas de
los nietos Mackencie —responde mi abuelo, quien también ha entrado en el salón
acompañado por mi padre y mis tíos Aydan y Keylan.
—Todo será perfecto —exclama mi abuela.
—Por supuesto, esposa. —Asiente mi abuelo—. Si tú lo dices, nadie puede
negarse a Lady Brianna Mackencie.
—Exactamente mi señor esposo, ni el clima va a ser capaz de desafiarme —dice
riendo y haciendo que todos lo hagamos con ella.
Justo en ese momento, Marie anuncia que la cena está a punto y que muy pronto
será servida en la mesa. ¿Dónde está Eric? Pienso al notar su ausencia, y después le
pregunto por él a mi hermano y tíos, quienes me dicen que no lo han visto, pero mi
abuelo al escucharlos, me informa que ha salido a dar un paseo y que volverá en
cualquier momento. Lo que me extraña y preocupa, Eric no conoce muy bien estas
tierras.
Pero cuando me dispongo a ir a buscarlo, aparece por fin en el salón.
—¿Dónde estabas?, —pregunto mientras me acerco a él.
—Fui a dar un paseo mientras dormías, no quería preocuparte. —Se disculpa,
avergonzado, y en sus ojos puedo distinguir una chispa de preocupación que intenta
ocultar.
—¿Qué ocurre Eric?, —insisto.
—No ocurre nada mi amor, vamos a cenar, tu familia nos espera. —Me acompaña
hasta la mesa y se sienta a mi lado.
—También es la tuya —susurro para que solo él pueda escucharme.
Asiente sonriente, y comenzamos a cenar, no tengo mucho apetito, pero hago el
esfuerzo de comer todo lo que Mari a cocinado por mi pequeño, mientras escucho a
mis tíos, padre y abuelo hablar sobre cosas del clan y observo como excluyen a Eric
de la conversación, lo que me molesta muchísimo, pues sé que él está más que
dispuesto a ayudar en lo que se necesite, ¿por qué no pueden darle al menos una
oportunidad?
Mi abuela, que observa lo mismo que yo, me mira con gesto tranquilizador y los
interrumpe.
—Caballeros… —Alza la voz, todos callan, todos la miran—, creo que estáis
siendo maleducados.
—¿Qué demonios dices mujer?, —inquiere mi abuelo, frunciendo el ceño.
—Eric está sentado a tu mesa Alexander, te juro lealtad y estás excluyéndolo —
responde ella molesta.

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—Mi señora, no me he sentido ofendido, cuando su esposo crea conveniente
pedir mi ayuda o consejo, con gusto se lo daré —responde mi prometido.
—Ves Brianna, no veo cuál es el problema —exclama satisfecho mi abuelo,
creyendo todo solucionado.
—No lo veo de ese modo —insiste ella—. Aydan, Keylan yo no os he educado
para ser así, si tenéis algún problema con que Eric sea inglés, tal vez deba recordaros
que soy igual de inglesa que él, que por vuestras venas corre sangre de la casa de
York y que mi familia luchó en la guerra de las dos rosas contra los Lancaster.
En su voz se nota el orgullo al hablar de su familia, Eric se queda asombrado al
escucharla hablar de su linaje, ojalá sus padres estuvieran aquí para oírlo también.
—Madre, nunca he querido hacer sentir a Eric incomodo o no deseado, es el
hombre que mi sobrina ha elegido y para mí es suficiente —dice mi tío Aydan, y su
esposa Eara sonríe complacida.
Dicho eso, mi encantador hermano bufa y Sofía le pega una patada bajo la mesa,
algo que me hace soltar una carcajada y a Evan mirarme furioso mientras le pregunta
a su prometida y masajea su pierna.
—Tú, ¿de parte de quién estás?
Ella no le responde, solo lo mira de modo severo y eso basta para poner, de
momento en su sitio, al bruto de mi hermanito. Acabada la cena, mis tíos se retiran
junto a sus esposas, mis abuelos son los siguientes en retirarse, y el resto nos
sentamos en el salón junto al fuego.
—¿Cómo os conocisteis Sofía y tú?, —pregunta Evan muy interesado.
Ambas nos miramos, recordando el momento en el que conocí a una pequeña
niña de cinco años herida y asustada.
—Sofía tenía cinco años y yo siete. —Comienzo, no estoy muy segura si contar
todos los detalles—, acababan de morir sus padres, y ella estaba herida y enferma, no
recuerda nada anterior al momento que la encontré, así que la curé y me encargué de
que la ama de llaves de los duques la cuidara, una vez se hizo un poco mayor,
comenzó a ayudarme en las tareas y así fueron pasando los años.
—Marian me salvo la vida, y consiguió un sitio donde pudiera vivir, por eso le
estaré siempre agradecida —dice Sofía, embargada por la emoción de los recuerdos.
—¿Y ya está?, —pregunta él desconfiado.
—En resumen, sí querido, nuestra vida ha sido bastante monótona y aburrida. —
Se apresura a responder, Sofía.
Eric y yo guardamos silencio, si ella no quiere contar como fue su infancia, no
voy a ser yo quien la traicione.
—Cierto hermanito, nuestros días eran ocupados por tareas, y en las noches
estábamos demasiado cansadas. —Intento convencerlo para que no insista.
—Lo mejor sería que todos nos fuéramos a dormir. —Aconseja mi madre—.
Mañana comienzan a llegar los invitados y deben ser atendidos.

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Todos asentimos, Eric y Evan nos acompañan hasta nuestra alcoba, se despiden y
ambas entramos en silencio, nos desvestimos y metemos en la cama.
—Gracias por no contar nada —susurra Sofía en la oscuridad, solo las ascuas del
fuego alumbran un poco la habitación.
—Tu infancia fue igual o peor que la mía, y a mí no me gusta contar cómo me
sentí en esos días tan oscuros, así que tus secretos morirán conmigo —respondo.
—Fuimos maltratadas, repudiadas, nunca recibimos cariño, pero ahora, todo eso
quedó atrás Marian, ahora, tenemos una familia, y unos hombres que nos quieren, y
que dentro de pocos días serán nuestros esposos.
—Así es amiga mía, nuestra vida comienza ahora. —Le doy la razón, pues la
tiene. De mi infancia solo puedo rescatar y recordar con nostalgia los momentos que
compartí con Eric y Jonathan, nada más.
No volvemos a hablar.

***

Despierto al alba del siguiente día, y al abrir mis ojos, noto que Sofía no está a mi
lado. El embarazo me hace dormir más de la cuenta. Recuerdo de golpe que hoy
comienzan a llegar los invitados para mi boda y la suya, así que decido ponerme un
vestido más elegante y con el que pueda esconder mi abultado vientre, pero es
imposible.
No es que me sienta avergonzada de mi embarazo, pero no quiero dejar a mi
familia en evidencia, por desgracia no puedo hacer nada por evitarlo, así que al final
me decido por un vestido verde oscuro con bordados en dorado en el corpiño, y
después de colocármelo, recojo mi cabello en una trenza y pellizco mis pálidas
mejillas para intentar darles algo de color.
Estoy realmente nerviosa y ansiosa, y antes de que más pensamientos negativos
inunden mi mente, bajo las escaleras y camino directo a la cocina. Muero de hambre.
Más tarde buscaré a Eric, no puedo estar pegada a él todo el tiempo, aunque quiera.
Al entrar en la cocina, me encuentro con mi abuela dando órdenes como loca a
Marie y, las chicas al verme, sonríen.
—¡Buenos días, cariño! —Me saluda, mientras señala la silla a su lado—. Ven,
siéntate conmigo, Marie por favor da de comer a mi nieta, debe comer por dos.
Segundos después, estoy sentada junto a ella y Marie ha servido un sustancioso
desayuno, y mientras como observo cómo las muchachas preparan gran cantidad de
carne y verduras para lo que de seguro será una cena muy concurrida.
—Estás hermosa, mi niña. —Me alaba mi abuela, mientras acaricia mi cabello—.
Aunque, este vestido te viene algo grande. —Frunce el ceño—. Tal vez Marie pueda
arreglártelo.
—¡No! —Exclamo demasiado alto, tanto que hasta la aludida se sobresalta—. Me
gusta así abuela.

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Ella me mira extrañada unos instantes, y al comprender lo que no soy capaz de
decirle, pregunta en tono bajo y cariñoso.
—Marian, no estarás avergonzada de tu hijo, ¿verdad? No tienes porqué, estar
embarazada es la mayor bendición que Dios puede dar a una mujer.
—No estoy casada abuela —respondo.
—¿Por eso intentas ocultar tu vientre?, —pregunta incrédula—. Marian no
estamos en Inglaterra donde la moral es más estricta. Nadie en su sano juicio osaría
mirarte mal o juzgarte, aquí la palabra de tu abuelo es ley.
—Pero lo pensaran —insisto.
—¡Que lo hagan! ¿Crees que yo no sé qué muchos aún me desprecian por ser
inglesa? Pero tienen que soportar mi presencia, no solo eso, deben respetarme, para
ellos eso es lo peor —dice risueña.
No puedo evitar reír, mi abuela es una mujer de armas tomar.
—Que los demás piensen lo que quieran, tú mantén siempre tu cabeza alta, nunca
dejes que nadie te humille. Estás embarazada del hombre al que amas, y con el que te
vas a casar, no es lo correcto, pero en el amor nada lo es.
—Gracias, abuela. —La abrazo, ¿qué haría sin esta sabia mujer?
Unas horas más tarde, comienzan a llegar los clanes que viven más distantes, son
tantos que ni siquiera logro recordarlos a todos. Los Macrae son los primeros en
llegar pues son nuestros aliados más fieles.
Los McLeods y los McDonalds, no han sido invitados por supuesto.
Todos parecen felices y complacidos de haber sido invitados a las bodas
Mackencie como todos las llaman. Eric parece uno más de ellos, mi abuelo le ha dado
un kilt con el color de los Mackencie, el honor más grande que una persona puede
recibir de mano de su Laird, cuando he sido testigo de ello, no he podido evitar llorar.
Ahora, todos estamos celebrando entre bailes, música y bebida, y mientras
disfruto del momento, no puedo evitar pensar en que mi abuela tenía razón, nadie
siquiera ha osado mirarme el vientre, incluso, algunos guerreros se cuidan de no
decirme algo ofensivo.
—¿Me concede este baile? —La voz de Eric, a mi lado, me sorprende.
—Por supuesto, mi señor —respondo sonriendo y cogiendo su mano.
—Dentro de tres días serás mi esposa. —Me besa la frente, conteniendo el deseo
que tiene de hacerlo en los labios—. Serás mía.
—Siempre he sido tuya —respondo, mientras miro sus ojos azules, oscurecidos
por la poca luz que nos alumbra.
Falta poco para que mi sueño se haga realidad, y pueda dejar todas las pesadillas
atrás.

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Capítulo 27

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

Hoy por fin es el día de mi boda, ante Dios y los hombres uniré mi vida con la de
Marian, la mujer que amo, y dedicaré mis días a hacerla la mujer más feliz y amada
que existe sobre la faz de la Tierra. Sé que para ella su familia es muy importante, y
he notado como sufre por las diferencias que existen entre nosotros. Por eso, en estos
días, me he esforzado por integrarme más logrando mejorar la convivencia con ellos,
he aprendido incluso muchísimo de Alexander, he visto cómo se comporta y la
magnitud del peso que recae sobre su espalda al ser el Laird del clan.
Muchos dirían que ya es un anciano, pero lo cierto es que un hombre como él
nunca envejece, y aunque su pelo ya no es negro como antaño y su cara tiene ciertas
arrugas, sigue siendo un hombre que emana fuerza, poder, liderazgo y es asombroso
ver como su gente le confía su vida, le pide consejo y es amado por todos. Aún no
puedo creer que haya sido él mismo quien días atrás me entregara el kilt con los
colores de su clan, es un gran honor en verdad, por eso, ese mismo instante me juré a
mí mismo hacer todo lo posible por ser merecedor de tal obsequio. Por otro lado,
también me siento bastante contento porque por fin he logrado limar asperezas con
Evan; parece que Sofía ha causado en él un gran cambio, y después de una larga
charla donde le expliqué todo lo que siento por su hermana, llegamos a entendernos.
Solo la enfermedad de mi padre empaña mi felicidad aun cuando él no merece
ninguna consideración de mi parte, aunque, con esa nefasta noticia enviada por
Gabriel también llegó un importante documento, que será el regalo de bodas de
Marian y de cierta manera para el pequeño Tito, ese niño sentado a mi lado y al que
le debo muchas cosas y me ha dado sin saberlo, además de su cariño, el valor y fuerza
para luchar por mi amor. Su vida a partir de ahora cambiara para siempre.
De pronto, llaman con fuerza a la puerta y seguido aparece Evan con semblante
impaciente.
—¿Quieres morir inglesito?, —sigue llamándome así a modo de broma, ya no me
lo tomo como un insulto—. Todos están impacientes, se supone que es la novia la que
debe retrasarse.
Asiento y me encamino seguido por Evan y Tito.
—Sabes lo que debes hacer, ¿verdad?, —pregunta mi cuñado—. La primera
ceremonia se realizará en la puerta de la capilla, y me temo que no entenderás mucho
pues será en gaélico, luego el sacerdote os casará dentro, allí será en latín.
—No me hace falta entender nada Evan, aceptaré cualquier cosa por Marian, solo
avísame cuando pueda besar a la novia —respondo, intentando controlar los nervios.

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Evan me golpea la cabeza con fuerza.
—Estás hablando de mi hermana —dice con seriedad, aunque sé que realmente
no está ofendido, he llegado a conocer su peculiar carácter, no es tan fiero como su
padre—. Tito, tú vienes conmigo.
Cuando al fin veo a Marian, mi corazón enloquece. ¡Está hermosa! Lleva puesto
un vestido blanco al que ha sido incorporado un gran trozo de tela con los colores de
su familia, su pelo negro suelto al viento, sus ojos con un brillo inmenso, sus mejillas
sonrojadas, y su sonrisa de felicidad. Al llegar a mi lado, su padre se acerca también y
nos une con un pañuelo bordado con nuestras iniciales, y antes de alejarse de
nosotros, me advierte con su mirada una vez más que cuide de su hija, su más
preciado tesoro.
—Al fin se cumple mi sueño —susurro en su oído y escucho como jadea,
sorprendida.
—El nuestro querido, nuestro sueño —responde sonriente.
Y acto seguido, el sacerdote comienza la ceremonia en gaélico frente a la pequeña
capilla y, tras culminar y escuchar los escandalosos vítores de todos al verme besar a
la novia, pasamos al interior de esta para oficializar la siguiente ceremonia en latín
que sellaría de una vez por todas nuestra unión como marido y mujer.
Esta vez, cuando beso a Marian, mi mujer, lo hago con verdadero ardor y pasión,
la necesidad de poseerla de nuevo es realmente dolorosa, y aunque sé que ella siente
lo mismo, me separo de sus labios y miro su hermoso rostro hasta calmarme.
Necesito que llegue la noche pronto.
—Esta noche… —Esas palabras susurradas por su boca son una dulce promesa, y
una amarga tortura, pero lo soportaré.
Acabada la ceremonia, todos nos dirigimos al patio donde estan preparadas
grandes mesas llenas de comida, música, bebida, todo listo para celebrar nuestro
enlace. Y luego de ver a todos los invitados disfrutar de toda aquello, decido que ya
es hora de entregar mi regalo de bodas a mi esposa, por lo que, me levanto intentando
llamar la atención de toda la gente aquí reunida, aunque, parece una tarea algo
imposible, gracias a Dios Alexander decide ayudarme.
Da un fuerte silbido y como por arte de brujería todo el mundo guarda silencio, de
repente, los nervios me dejan sin habla, Marian me mira expectante, algunas personas
con impaciencia, pues desean seguir con la fiesta.
—¿El inglés va a hablar? —Se escucha un grito de fondo.
—Eric. —Me susurra mi esposa—. ¿Qué ocurre?
La preocupación en su voz, me hace reaccionar.
—Primero, debo agradeceros que hayáis venido desde tan lejos para compartir
con nosotros este día tan especial. —Comienzo mi discurso, varios gruñidos son
recibidos como respuesta, no sé cómo sigo olvidando que estos hombres son rudos
guerreros y no lores delicados, así que decido ser directo—. Quiero entregar mi
regalo de bodas a mi esposa delante de todos vosotros.

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Marian, se levanta sonriente y sonrojada a la par, le entrego el pergamino y me
mira con curiosidad.
—¿Le regalas papel a la muchacha?, —pregunta alguien desde lejos, ruedo los
ojos y pido silencio.
Veo como Marian rompe el sello y comienza a leer, conforme va entendiendo de
qué se trata, sus manos que sostienen la carta comienzan a temblar, y aunque no
puedo ver sus ojos sé que están humedecidos, solo espero que esto le haga feliz.
Al fin alza la cabeza, no me equivoqué en suponer que estaba intentado contener
el llanto, le sonrío para tranquilizarla.
—Eric… esto es… lo más hermoso que alguien ha hecho por mí —susurra con
voz entre cortada por la emoción—. Te amo tanto.
Se abalanza sobre mí y me besa, y yo la abrazo feliz de saberla contenta.
—¿Se puede saber cuál es el regalo muchacha?, —pregunta Ian—. Queremos
seguir celebrando.
Ella se aparta de mí, sonríe a toda la gente que nos observa, alza el papel en alto y
dice.
—Mi esposo, me acaba de regalar un hijo —responde en voz alta.
Los jadeos, maldiciones y demás no se hacen esperar. Segundos después, Marian
se da cuenta del error cometido e intenta llamar la atención de los invitados para
aclarar la confusión que se ha creado.
—¿Debes reconocer a su bastardo?, —pregunta su padre alterado. Niego con la
cabeza intentando ser escuchado.
—¡Silencio!, —grita a todo pulmón la pequeña mujer que tengo al lado, Brianna
Mackencie se ha levantado de su asiento y ha conseguido que la gente vuelva a
callarse.
Después, nos hace seña para indicarnos que hablemos de una vez, antes de que
todo vuelva a salirse de control.
—Mi esposo no tiene ningún bastardo. —Aclara Marian—. Eric ha sabido darme
lo que mi corazón anhelaba hace tiempo, como todos habréis podido daros cuenta,
pero no habéis tenido el valor de decir en voz alta, estoy en cinta, pero antes de que
nuestro hijo nazca, en la familia ya habrá un pequeño al que ya queremos con todo
nuestro corazón.
Busca a Tito entre la gente y cuando lo encuentra, lo llama con su mano, el niño
parece asustado, no entiende muy bien de qué se trata todo esto. Cuando llega a
nuestro lado, Marian lo abraza y le susurra algo al oído, la reacción del pequeño me
emociona, pues rodea con sus delgados brazos el fino cuello de mi esposa, ella lo alza
entre los suyos, y puedo ver cómo Tito está sollozando.
—No llores pequeño —susurra—. Todo está bien, ahora, nos tienes a nosotros.
Tito se gira hacia mí, sonriente.
—Muchas gracias, mi señor —susurra entre lágrimas.

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—¡Cómo que mi señor!, —protesto igual de afectado y prosigo—. Si así tú lo
deseas puedes llamarme padre.
Tito asiente, y Marian deja que el niño vaya junto a su madre, que lo recibe entre
sus brazos igual de emocionada, para después mirarme risueña y asentir en
consentimiento a mi acto de amor por su hija.
—Mi marido ha adoptado legalmente a Tito, un niño que para ambos es muy
especial, pues sin él, hoy Eric y yo no estaríamos juntos, así que a partir de hoy Tito
es mi hijo y como tal exijo el respeto que merece.
Los aplausos y vítores no se hacen esperar, y entre muestras de alegría y
felicitaciones continuamos con la celebración hasta bien entrada la madrugada, hasta
que, de pronto, mi suegra y Brianna, junto a las mujeres de los tíos de Marian y varias
mujeres más se la llevan. Extrañado, las miro desaparecer dentro del castillo, ¿dónde
demonios van?
—Van a prepararla para su noche de bodas, aunque, ese es un paso que ya os
habéis saltado —dice Keylan—. No me malinterpretes, estoy a favor del disfrute
fuera del matrimonio, cuando era un jovenzuelo la practiqué a menudo, pero como es
de mi sobrina de quien hablamos, no me parece tan bien.
No sé qué decir, no tengo justificación alguna.
—Tranquilo muchacho, por suerte para ti, no soy el padre de Marian, imagínate si
como tío deseo partirte las piernas, como padre te hubiera partido el cuello. —Aclara
sonriente—. Pero como mi padre ha visto algo de valía en ti, voy a darte una
oportunidad, pues Alexander Mackncie pocas veces se equivoca.
Después, se marcha dejándome solo, no sé cuánto rato pasa antes de que
Valentina se dirija hacia mi sonriente, pero con tristeza en su mirada.
—Marian te está esperando —dice en voz baja, y luego me abraza y añade—.
Hazla feliz.
—Siempre. —Es mi respuesta, antes de levantarme y dirigirme a la alcoba que
voy a compartir con Marian de aquí en adelante.
Me siento nervioso, no porque vaya a ser nuestra primera vez de intimidad juntos,
sino, porque deseo con toda el alma que Marian tenga el mejor recuerdo posible de
nuestra boda y de la primera noche que pasaremos juntos ya como marido y mujer,
pues quiero resarcir el daño que mi impulsividad le ocasionó al arrebatarle a
destiempo su tierna virginidad.
Una vez llego frente a la puerta, doy un hondo respiro y entro decidido a lograrlo,
pero lo que me encuentro a continuación me deja sin aliento. Marian está más
hermosa que nunca con su camisón blanco, su pelo negro como la noche suelto sobre
sus hombros, y su expresión, aunque teñida de felicidad, se va algo ansiosa.
Cierro la puerta tras de mí, pero no soy capaz de moverme para acercarme hacia
ella.
Solo quiero quedarme así, para siempre, venerándola. Pero cuando veo que su
sonrisa va desapareciendo, dejando paso a la desazón, me muevo a toda velocidad.

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—Marian…, eres lo más hermoso que han contemplado mis ojos —digo con voz
trémula—. Y eres mi esposa.
—Por un momento pensé que te estabas arrepintiendo —dice, y con sus hermosos
ojos fijos en sus manos entrelazas sobre su regazo, añade—. Sé que algo te aflige, y
que no me tengas la confianza suficiente para acudir a mí me produce un dolor
insoportable.
Cierro los ojos por el sufrimiento que escucho en su voz, ¿cómo pude ser tan
estúpido? ¿Cómo pude olvidarme de que ella es especial?
—Marian, jamás podría arrepentirme de haberme unido a ti. —Le aseguro
alzando su rostro hacia el mío, quiero que vea la verdad en mis ojos—. No quise
decirte nada, pues no quería que nada empañara la felicidad de nuestra boda, ellos no
se lo merecen. —Intento explicar mis motivos, el cómo me siento, pues ella es la
única persona en la que puedo confiar, con la cual no debo fingir.
—¿Ellos?, —pregunta sin comprender de quién estoy hablando, por un momento
dudo en continuar con todo esto, pues solo deseo poder disfrutar de nuestra noche,
pero sé que mi mujer se sentirá muy dolida si no comparto con ella lo que ocurre.
—Mi padre se está muriendo, ni siquiera sé si aún sigue con vida —respondo a su
pregunta.
La escucho contener el aliento, y veo después cómo una sombra de compasión
ensombrece sus ojos, niego con la cabeza y me acerco más a ella, esto es lo que
quería evitar, incluso ahora, mis padres están arruinando un momento mágico para
nosotros.
—Pero Eric deberías estar en Darlington Manor, deberías estar junto a tu padre en
estos momentos —exclama horrorizada—. ¿Qué he hecho? Te he apartado de tu
familia en el peor momento.
—¡Basta!, —exclamo horrorizado por sus palabras, por su sentimiento de culpa
—. Tu no me has apartado de nada ni de nadie, ellos nunca han sido unos padres
amorosos, no me une a ellos el amor que debería existir entre padre e hijo, así que la
decisión de irme y dejarlos para venir en tu búsqueda no fue difícil de tomar, no me
dolió dejarlos atrás, pero el perderte a ti, estaba consumiéndome.
—Eric —susurra emocionada, dividida entre lo que cree correcto y lo que siente,
sé que teme perderme, es algo de lo que hemos hablado en muchas ocasiones.
—No voy a permitir que sigan arruinando nuestra vida, no debes preocuparte por
nada, lo tengo todo arreglado, Gabriel me está ayudando. —Asiente no muy
convencida—. Y ahora, esposa mía, es hora de que tú y yo disfrutemos de nuestra
primera noche juntos.
Ambos sonreímos, y comenzamos a besarnos abrazados como los amantes que
siempre debimos ser, pasamos la noche demostrándonos de mil formas distintas el
amor que nos une, el alba nos sorprende agotados y felices, y al fin caemos rendidos
ante el cansancio, y dormimos uno en brazos del otro.

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Capítulo 28

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Estoy preparada, esperando que mi padre venga a buscarme, llevo el vestido de mi


abuela, para mí es un honor llevarlo, pues mi bisabuela bordó a mano una a una las
flores que lo adornan. Estoy nerviosa, no solo porque es el día más importante de mi
vida, sino porque sé que Eric desde hace unos días me oculta algo, no es solo mi don
que me advierte, otra de las razones es que lo conozco muy bien, sé cuándo algo le
preocupa e intenta mantenerlo oculto y solucionarlo solo, una mala costumbre, nacida
del hecho de que sus padres jamás le prestaron ayuda alguna.
Durante todos estos días, los ha pasado con la mirada perdida, como si sus
pensamientos estuvieran muy lejos de aquí a pesar de que su cuerpo estaba a mi lado.
Esa actitud distante, fue el primer indicio que me llevó a sospechar que algo malo
estaba ocurriéndole, y estoy segura de que no se trata nada referente a mi familia o al
clan, pues me ha sorprendido gratamente ver cómo lo han aceptado sin mucha
complicación, para casi todos los habitantes de Eilean Donan, Eric es uno más de
nosotros, algo que me hace muy feliz y proporciona mucha paz.
Así que debe ser algo referente a sus padres, tal vez los echa de menos, al fin y al
cabo, son su familia, o tal vez echa de menos su patria, no lo sé, pero ese temor me ha
atormentado estos últimos días.
Los golpes en la puerta, me sacan de mis cavilaciones.
—Adelante —respondo pensando que es mi madre o tal vez Sofía, pero es mi
padre quien entra en la alcoba con su pelo negro mojado peinado hacia atrás, está
muy atractivo, ahora entiendo por qué mi madre se enamoró de él.
Me observa con seriedad, muchas veces no soy capaz de saber qué piensa, es tan
cerrado, esconde tanto sus sentimientos que parece un hombre frío, pero nadie sabe
todo lo que yo sé, pues durante años soñé con mis padres, pude ver las veces que
sostenía a mi madre mientras lloraba mi perdida, y él también lo hacía en silencio,
ocultando su dolor.
—Estás hermosa, hija mía. —Me dice.
—Gracias, padre —respondo sonriente—. Tú también estás muy elegante.
—Tu futuro marido por fin acaba de llegar, debemos salir —contesta de vuelta y
me acerco a él.
—Estoy lista, padre. —Agarro su brazo, y él me aprieta fuerte la mano mientras
nos ponemos en marcha.
—Te deseo toda la felicidad del mundo pequeña, aunque eso suponga perderte. —
El dolor, en sus ojos negros, detienen mis pasos.

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—Nunca más voy a alejarme de aquí, Eric entiende eso. —Le aseguro, pues sé
que tanto él como todos los demás viven con el temor constante de perderme de
nuevo.
Él asiente no muy convencido, aún desconfía del que va a ser mi marido a pesar
de que Eric se ha esforzado en demostrarle a todos que, aunque no hicimos las cosas
bien en un principio, está dispuesto a resarcir nuestro error, porque ambos somos
responsables.
Segundos más tarde, bajamos las escaleras y caminamos hacia la capilla que se
encuentra entre los muros de Eilean Donan, construida por mi abuelo como regalo a
mi abuela, es un símbolo imperecedero que sobrevivirá a través de los siglos como
muestra del amor que Alexander Mackencie sentía y siente por su esposa.
Cuando al fin veo a Eric, mi corazón se desboca y mi respiración se agita aún más
al observarlo mirarme de ese modo tan suyo, como si no hubiera en el mundo nada
más hermoso que yo, lo que me ruboriza y provoca que tropiece ligeramente frente a
los invitados y que mi padre me sujete del brazo con mayor fuerza, antes de lanzarle
una última mirada de advertencia a mi futuro marido y besar mi frente con cariño
dispuesto a tomar su lugar junto a mi madre, quien nos observa a punto del llanto.
Eric, se acerca a mi oído poco después y me susurra.
—Al fin se cumple mi sueño. —Y su aliento cálido, en mi cuello, me hace jadear.
Saber que mi sueño también es el suyo hace que lo ame todavía mucho más, y así
se lo hago saber con una pequeña sonrisa, hasta que, un carraspeo nos saca de nuestro
momento y miramos al frente dónde el obispo nos mira ceñudo. Casi al instante, da
inicio a la ceremonia en un gaélico tan cerrado que hasta a mí me cuesta
comprenderlo, pero cuando llega el momento de intercambiar nuestros anillos y
besarnos eso lo entiendo a la perfección.
Acto seguido, se oficia la segunda ceremonia dentro de la capilla, tras la cual, una
vez somos felicitados y vitoreados por los invitados y mi familia, continúa la fastuosa
celebración. Varias mesas han sido preparadas con abundante comida, decoradas con
hermosas flores, y la música y la bebida no faltan en ningún momento. Todos bailan y
nos animan a hacer lo mismo, enseñándonos danzas tradicionales escocesas que
ambos disfrutamos muchísimo.
Entrada la tarde, pasamos a la mesa para disfrutar del suculento banquete, Eric se
levanta de pronto y me mira algo nervioso sosteniendo una carta en su mano, y es
cuando comienza a hablar que entiendo que ese es su regalo de bodas, pero ¿qué
puede ser? ¿Será un poema? Mi mano tiembla al coger el papel que Eric me tiende, al
principio me cuesta entender de qué trata la misiva, pero a medida que leo lo que en
esta se explica no puedo evitar llorar con toda el alma, no de tristeza sino de absoluta
felicidad. Eric acaba de entregarme un hijo, mi esposo acaba de adoptar legalmente a
Tito, el niño que ayudó a que este día se hiciera realidad, al pequeño que me fue tan
leal como para aguantar una paliza que estuvo a punto de costarle la vida.
Amo a este niño como si fuera de mi sangre, y para mí es un honor ser su madre.

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Todo el mundo está ansioso por el misterioso regalo, pero necesito que Tito sea el
primero en saber que acaba de convertirse en nuestro hijo, no heredará ningún título
pues no es hijo de sangre de Eric, aunque desde luego no quedará desamparado tras
nuestra muerte, si en Inglaterra no es reconocido como tal aquí con los Mackencie
siempre tendrá su hogar.
Por lo que, lo llamo y se acerca algo avergonzado por la atención recibida, como
el aún no sabe leer, algo que me propongo solucionar muy pronto, entre susurros le
explico lo que ocurre, el niño se lanza a mis brazos agradecido, lo siento temblar, y es
entonces cuando dejo de intentar disimular mi llanto. Le prometo que a partir de
ahora nos tiene a nosotros, nunca más volverá a estar solo, cuando ambos logramos
tranquilizarnos un poco, explico a mi gente que es lo que está ocurriendo, pues los
murmullos comienzan a hacerse notar y las acusaciones absurdas a escucharse de
boca de los más impulsivos.
Les explico que, mi regalo de bodas es Tito, y exijo que se le respete como si
fuera sangre de mi sangre y los vítores y gritos de alegría que se escuchan después
me dejan saber que así será, el pequeño a su vez, luego de agradecerle a Eric, se
marcha junto a Sofía, quien llora también de felicidad.
La celebración, continúa hasta bien entrada la noche. Siento nervios, expectación
por lo que va a ocurrir esta noche, no porque tenga miedo, sé que ya no va a dolerme,
pero siento un poco de pudor, la noche que me entregué a Eric por primera vez no
estaba planeado, solo me dejé llevar por mis sentimientos, hoy sé lo que va a ocurrir,
lo que debe ocurrir para dar el matrimonio como válido, aunque nosotros nos
hayamos saltado ese paso.
Deseo a Eric, pero no sé muy bien cómo debo comportarme.
Mi madre, junto a las demás mujeres de mi familia, se acerca a mí.
—Hija, debemos ayudar a prepararte —susurra, asiento y dejo que me guíen
hacia el dormitorio que, a partir de hoy, compartiré con mi esposo.
No miro hacia Eric, pues no quiero que vea el temor en mis ojos, además no
quiero que descubra en mis ojos la inquietud que me produce saber que lleva
ocultándome algo todos estos días, eso me tiene angustiada y dolida a partes iguales,
he intentado olvidarlo y esperar a que sea él quien busque mi consuelo, pero no sé si
seré capaz de aguantar mucho más.
Unos minutos más tarde, ya estoy en la alcoba caldeada por la lumbre de la
chimenea, el lecho está cubierto de sábanas blancas preparada para los novios, una
tina de agua humeante y un fino camisón blanco está tendido sobre la mullida cama.
—Metete en la tina mi niña, antes de que el agua se enfríe. —Apremia mi madre.
Me ayudan a despojarme del traje y quedo desnuda frente a ellas, estoy tan nerviosa
que pese al calor que hace en la alcoba, tiemblo.
—¡Vamos, adentro!, —ordena, ahora, tía Sarah—. Estás helada.
—Son los nervios, hermana. —Habla por primera vez mi abuela, sentada en una
butaca cerca del fuego—. ¿No recuerdas tu noche de bodas?

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Todas las mujeres, se miran unas a otras sonrientes, después dirigen sus miradas
hacia mí, y con rapidez me hundo en el agua caliente perfumada con pétalos de rosa.
—Querida, no deberías estar nerviosa, pues tú ya has pasado por esto. —Intenta
tranquilizarme tía Rachell—. Aunque debo confesar que la noche de boda con
Keylan, estaba loca de miedo, los nervios casi me hacen vomitar, y eso que era viuda
y había tenido dos hijas. —Reconoce algo avergonzada.
—Para mí, esta noche es diferente —digo mientras me enjabono el cuerpo—. La
primera vez fue hermosa, pero no es lo que hubiera querido —explico seguido—, no
me malinterpretéis, no me arrepiento, pero sé que hoy será distinto y no puedo evitar
sentirme así.
—Te comprendemos pequeña. —Me anima mi madre, mientras vuelve a lavar mi
cabello—. No creas que yo no estaba nerviosa la noche que me entregué a tu padre, y
siendo completamente honesta, si de mí hubiera dependido, mi noche de bodas
hubiera sido como la tuya.
—¡Valentina Mackencie!, —grita mi abuela.
—Lo siento madre, pero debo ser sincera con mi hija —responde conteniendo la
risa.
—Al menos deberías tenerme más respeto —reprende de nuevo la abuela.
—Madre, eres la mujer que más respeto en el mundo, pero déjame recordarte que
tuviste tres hijos. —Todas estallamos en carcajadas.
Es así como, entre bromas y risas, y sin apenas darme cuenta, logro relajarme y
disfrutar mi baño, para cuando salgo de la tina y me cubro con un fino camisón que
no deja nada a la imaginación, ya me siento bastante calmada. Y mientras mi madre
cepilla mi largo cabello frente al fuego, escucho charlar a las demás mujeres y sus
sabios consejos, que en cuestión de una hora no solo me hacen comprender que tener
miedo es absurdo, también que el hombre que va a compartir mi lecho es el mismo al
que amo con locura, nada cambia al estar casados, solo que ante los ojos de Dios y
los hombres estamos haciendo lo correcto.
Una vez estoy lista, tras desearme suerte, las mujeres salen de mi habitación,
dejándome sola con la mujer que me dio la vida.
—No debes estar nerviosa hija mía, recuerda que Eric es el hombre que tu
corazón ha escogido, él te ama, de eso no me cabe la menor duda, así que relájate y
deja que tus sentimientos te guíen. —Me besa en la frente con emoción contenida—.
Sé feliz mi niña.
Ambas nos miramos una vez más y, luego de sonreírme dulcemente, se marcha
también cerrando la puerta despacio y dejándome sola por fin. Después, miro a mi
alrededor a la espera de la llegada de Eric y segura de que es hora de hablar con él sí
o sí, pues necesito saber qué me oculta, mi mente inquieta no deja de imaginarse mil
cosas, necesito saber que es feliz habiendo renunciado a todo por mí, si no es así,
aunque se me parta el corazón lo dejaría libre, libre para volver a su patria y a su
familia.

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De pronto, la puerta se abre y a través de esta entra un Eric de mirada indecisa y
embelesada, lo que hace dar un leve respingo y sentirme halagada a la par de deseada,
pero tras unos segundos, el miedo vuelve a atenazarme cuando imagino que esa
vacilación brillando en sus ojos se deba a que está arrepentido de nuestro enlace y no
encuentra el modo de decírmelo.
Un asfixiante nudo se apodera de mi garganta, y Eric al ver la angustia reflejada
en mi rostro y escucharme exteriorizar mis temores, se acerca veloz al lecho y,
acariciándome con ternura mi mejilla, me explica la verdadera razón de su
desasosiego. Ahora, lo entiendo todo. Su padre, el Duque de Darlington se está
muriendo, y aunque ese hombre nunca me trato con respeto, es un ser humano y
todos merecemos dejar este mundo rodeados de nuestra familia, y yo, le he
arrebatado eso, a Eric.
Por eso, y a pesar de la negativa de Eric y de las sobradas razones que tiene para
no sentirse unido a sus padres, insisto en que vaya a verlo, pero él se niega y en su
lugar promete que nada volverá a separarnos nunca más, antes de besarme en los
labios y repartir una lluvia de besos por mi abultado abdomen. Lo amo con todo mi
corazón, y siento verdadero orgullo al ser consciente de que el hombre que me besa
no es ni la sombra del que sus padres manejaron durante mucho tiempo a su antojo
como si se tratara de una marioneta.
Ahora, es libre, decidido, valiente y feliz, y es todo mío.
Por lo que, sin miedo y embargada por un avasallador deseo, beso su cuello y
disfruto acariciando su ancho pecho cubierto de una fina capa de vello tan rubio
como su pelo, mientras a su vez le permito a mi cuerpo entregarse al placer máximo
que experimento bajo el toque de Eric y sus constante gemidos. Beso a beso, me quita
el fino camisón y sus manos recorren mi piel con verdadera adoración, la pasión es
realmente abrasadora, y mientras esta nos consume toda mi piel se enciende y mi
deseo de ser poseída se acrecienta, y tiemblo al sentir su cuerpo desnudo y sudoroso
contra el mío y su poderosa virilidad invadiéndome y llevándome hacia los límites de
un placer inexplicable, al que me dejo arrastrar segura de que, pase lo que pase, ya
nada podrá separarnos.
Y así me lo recuerda Eric entre incontables besos y caricias, mientras me posee
con una pasión indomable y un intenso ardor estalla en lo más profundo de mis
entrañas, para después, saciados y sudorosos, susurrarnos un millón de promesas más
antes de amarnos nuevamente casi al alba y dormirme entre sus fuertes brazos e
impregnada de su olor.

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Capítulo 29

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

Despertar al lado de Marian, es como un sueño, verla dormir con tanta paz y con sus
mejillas sonrojadas a causa de las caricias de mi barba, me provoca un sentimiento
incomparable. Sus labios aún hinchados por los besos recibidos, también son una
hermosa visión, anoche fue la mejor noche de mi vida, nunca había sentido un placer
tan sublime en brazos de ninguna mujer, y aunque no era la primera vez ni para
Marian ni para mí, esta fue diferente. Hacer el amor con la mujer amada va más allá
de experimentar el simple placer físico.
Sin poder ni querer evitarlo, acaricio su bello rostro y al sentir mi tacto ella se
remueve dormida aún en busca de más caricias, lo que me hace sonreír como un tonto
y darle un delicado beso en su frente, que la hace abrir sus ojos al fin y aletear sus
espesas pestañas, mientras además una hermosa sonrisa se dibuja en sus labios
poniendo mi corazón a latir con demasiada rapidez.
—¡Buenos días, esposa! —Mi voz ronca, tras el sueño, suena bastante extraña—.
No deseaba despertarte, pero hoy es un día importante, recuerda que tu hermano y
Sofía se casan dentro de unas horas.
Tampoco deseo separarme de ella tan pronto, pero sé que no querrá perderse ni un
minuto de este día, no solo por su hermano, si no por Sofía. Hoy no puedo
permitirme ser egoísta, nos queda toda una vida por delante.
—Buenos días, esposo —susurra sonrojada y enarco una de mis cejas curioso.
—¿Ahora sientes vergüenza de mí, esposa?, —pregunto burlón, ella en respuesta
entierra su rostro contra mi cuello, su aliento me eriza la piel, y sin poder evitarlo mi
deseo por ella se enciende de nuevo—. Marian, si sigues haciendo eso no vamos a
salir de esta alcoba en una semana, así que como el caballero que soy voy a salir de
esta cama y a marcharme para alejarme de ti, y poder dejarte disfrutar este día con tu
familia.
—No quiero que te alejes —susurra contra mi piel y su cálido aliento me hace
gemir de placer—. No debes dejarme para que pueda disfrutar con mi familia, te
quiero a mi lado siempre.
—Y siempre voy a estarlo mi amor, pero ahora mismo necesito un baño de agua
helada. —Gruño frustrado al levantarme como mi madre me trajo al mundo. Marian,
me devora con los ojos, y si no fuera por el fuerte golpe que suena en la puerta y nos
sorprende a ambos, creo que hubiera enviado al infierno mis buenas intenciones y
vuelto a meterme entre las sábanas con mi esposa. Me cubro con rapidez con una de

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las pieles que están sobre el lecho y entreabro la puerta, tras la que una Marie algo
avergonzada asoma su rostro y sonríe al verme.
—Buenos días. —Saluda feliz—. Veo que estáis despiertos. —Dice dirigiendo su
dulce mirada hacia Marian—. Sofía está histérica y me ha obligado a venirte a buscar
mi niña, hemos intentado calmarla, pero temo que se vuelva loca si no acudes a su
lado, debes disculparla, son los nervios por la boda.
Mi mujer asiente con la preocupación reflejada en su mirada, todo rastro de deseo
a desaparecido de su rostro y suspiro con resignación, espero que Marie se marche
para vestirme y bajar a desayunar mientras mi mujer calma a la nerviosa novia.
—Más tarde, esposa. —Le prometo antes de salir raudo por la puerta. Cuando
llego al gran salón, todo está recogido y decorado de nuevo, los sirvientes han
trabajado duro estos días. Me encuentro con los hombres Mackencie desayunando, a
la cabecera de la mesa Alexander Mackencie, a su izquierda su hijo Keylan y a su
derecha Aydan, al lado de este último su tío James, y al lado del gemelo mayor está
Sebastien, no veo a Evan por ningún lado.
—Vaya, el recién casado es madrugador, parece mentira muchacha, deberías estar
en la cama con tu esposa. —Se burla James. Se escucha un fuerte gruñido y un golpe
sordo en la mesa.
—Es mi hija de la que estás hablando, padre. —Sisea Sebastien.
James mira a su hijo con fiereza y se dispone a contestarle, cuando Alexander
habla.
—Basta —ordena sin alzar la voz, no lo necesita—. Hoy se casa tu hijo Sebastien,
no inicies una discusión, acepta que tu hija es una mujer casada, como yo, en su día
acepté que mi hija fuera tu esposa.
Nadie vuelve a hablar, pero la tensión se puede cortar con un cuchillo.
—Sofía está muy nerviosa, Marie se ha llevado a Marian —explico, mientras
comienzo a comer.
—Las mujeres se ponen histéricas muy fácilmente. —Espeta Keylan.
—Será mejor que no te escuche la tuya hermano, o Rachell te hará pagar caro tus
palabras —dice Aydan entre risas. Acabado el desayuno, decido ir junto a los
hombres al lago, pues todos desean darse un baño para estar presentables en la boda,
además, no me vendrá mal un baño y afianzar la relación con mis parientes.
Alexander y yo nos quedamos atrás, está más silencioso de lo normal.
—Espero que ya te hayas sincerado con mi nieta, muchacho. —Habla con
tranquilidad, aunque percibo cierta advertencia en su voz.
—Lo hice anoche. —Asiento, ahora, mucho más tranquilo por haber hablado con
ella.
—Bien, me alegra saber que no comenzaste tu matrimonio con secretos. —
Asiente complacido—… Voy a darte un consejo muchacho, en tu esposa encontrarás
el mejor apoyo y un amor incondicional, que no te avergüence buscar consuelo en los
brazos de la mujer que amas.

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Asiento, pues estoy de acuerdo con sus sabias palabras, nunca se me paso por la
cabeza excluir de mi vida a mi mujer, Marian y yo somos uno en todos los sentidos.
—Sé que te duele la inminente muerte de tu padre Eric, y no sientas que eres más
estúpido por ello, mi padre tampoco fue cariñoso, era un señor de las Highlands, un
guerrero, para él, el amor y el cariño eran una debilidad —explica sin dejar de
caminar y mirar al frente—. Cuando murió no le lloré, pues pensé que había
arrancado de mí todos los buenos sentimientos, dejándome ser un hombre frío y sin
corazón, y tuvo que pasar el tiempo y que llegara cierta pequeña inglesa para dejarme
entender la verdad.
Puedo verlo sonreír con nostalgia, pues ya han pasado muchos años desde
entonces, pero he escuchado todo tipo de historias sobre el gran amor de Alexander y
Brianna Mackencie, el Laird más temido y el que más odiaba a los ingleses, acabo
adorando a una inglesa.
—No sé lo que siento en realidad, pero desde luego no siento el mismo dolor que
sentí cuando perdí a mi hermano Jonathan, él fue para mí un padre.
—Puedo entenderlo, no te culpes muchacho. —Se detiene, y cuando miro al
frente veo que hemos llegado a nuestro destino—. Démonos el baño y volvamos
raudos, o las mujeres nos colgarán de las almenas de Eilean Donan.
El agua está helada, tanto que creo que no voy a poder soportarla, pero los demás
parecen estar en una tina caliente.
—¿Demasiado fría inglesito?, —pregunta Keylan, es el único que aún me llama
así—. Más vale que te acostumbres, los hombres de verdad venimos a bañarnos más
al lago que en tinas perfumadas.
—No me baño en tinas perfumadas. —Gruño, y todos ríen.
Tiempo después, volvemos al castillo con rapidez, cuando llegamos todo está
listo, incluso el novio está esperando a su futura esposa, lo veo tan nervioso que
siento lastima por él, pues ayer era yo quien estaba en su lugar.
Sebastien se acerca a su hijo e intenta calmarlo, busco a Marian y no la encuentro,
supongo que saldrá junto a todas las demás, ¡malditas bodas! Segundos después, al
fin veo salir a las mujeres por la puerta y a Sofía siendo escoltada por Sebastien, ya
que, al ella no tener padre, él se ha ofrecido a acompañar a la futura mujer de su hijo
en este día tan importante.
Marian, a su lado, me sonríe y envía un beso desde lejos, que para mí no es
suficiente, desearía tenerla a mi lado para devorarla, pero mi ansiedad disminuye, una
vez comienza la ceremonia y ella se coloca a mi lado con esa sonrisa de felicidad que
ilumina todo.
—Te he echado de menos, esposo —susurra sin dejar de mirar a los novios. Está
tan hermosa con un vestido morado y su cabello suelto y brillante.
—Y yo a ti, esposa —respondo acercándome a ella, para susurrarle al oído—.
Deseo que volvamos a estar solos de nuevo.

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—Silencio —ordena, sonrojándose y dándome un suave golpe en el brazo. No
volvemos a hablar durante la ceremonia y, tras las felicitaciones, llega la hora de
comer, beber y bailar, y vaya que a esta gente les gusta hacer estas tres cosas, siempre
que no estén en batalla claro.
Marian está radiante, y por fin veo a Sofía algo más calmada, aunque, cuando
llegue la hora de la verdad, cuando caiga la noche y deba prepararse para su noche de
bodas, no sé cómo va a conseguir calmarla Evan, tiene un buen trabajo por delante,
pero amándose como se aman, todo saldrá bien, y mañana lo recordarán como algo
digno de contar a sus nietos.
Animado por el feliz ambiente, bailo con mi esposa, con mi suegra y hasta con
Brianna, quien a pesar de su edad tiene una vitalidad increíble. Hasta que, de pronto,
Marian me besa como despedida antes de acompañar junto con las demás mujeres a
Sofía, quien palidece y mira de reojo a Evan con preocupación.
Una vez me quedo solo, no puedo evitar pensar en mi padre, aún no recibo
noticias de Gabriel y eso me tiene intranquilo, no sé si eso significa que se ha
recuperado o que ya no está en este mundo. Tampoco sé cuánto he bebido, pero
decido dejar de hacerlo, pues no quiero emborracharme, quiero disfrutar de nuevo de
mi amada esposa.
Una hora después, Valentina y Marian salen de nuevo y avisan a Evan que ya
puede reunirse con Sofía, y los hombres al verlo marcharse veloz estallan en gritos y
obscenidades, que rápidamente son acalladas por Alexander, mientras me acerco y
abrazo a mi esposa que luce algo agobiada.
—Llévame a nuestra alcoba Eric, estoy muy cansada —me pide en voz baja, y
acto seguido la alzo en mis brazos y nos retiramos tras despedirnos de sus padres y
abuelos. Como ayer todo está limpio, ordenado y calentito. Le ayudo a desvestirla,
quedando solo con una fina camisola y calzones puestos, me agacho y beso su
vientre, se ha tornado costumbre hacerlo, y mientras lo hago ella me acaricia el
cabello y cierro los ojos aspirando su aroma, y sintiendo a mi hijo en su vientre.
Segundos más tarde, me levanto de nuevo y la llevo al lecho, hoy quiero hacer el
amor lentamente, con tranquilidad, saboreando cada instante, cada trozo de su piel. Y
así lo hago, durante horas acaricio, beso, lamo y mordisqueo su cuerpo a placer, hasta
que al final, ninguno de los dos puede soportar la dulce tortura mucho más y la hago
mía de nuevo. Una vez saciados y agotados, nos dormimos como la noche anterior,
abrazados y felices. No sé qué hora es con exactitud, cuando Marian se despierta
sudorosa y sollozando, se abraza a mí, pero no parece necesitar consuelo, más bien
parece que me lo está ofreciendo a mí, y un sudor frío comienza a recorrerme la
espalda.
—¡Lo siento tanto!, —susurra una y otra vez, intento calmarla para que pueda
explicarme qué ocurre, cuando al fin lo consigo, mis sospechas se confirman—. Tu
padre acaba de morir, Eric.

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Cierro los ojos, rezando una plegaria por su alma y además pido para que pueda
reencontrarse con el hijo que tanto amaba y del que tan orgulloso estaba. Me abrazo a
Marian, no siento ganas de llorar, ni siento su perdida, pues nunca lo tuve en realidad,
pero ante todo era mi padre, me enseño muchas cosas, no de la forma correcta, pero
lo hizo. Ahora, mi preocupación es por mi madre, no porque tema que haga cualquier
locura, nunca quiso a mi padre, sino porque va a necesitar la protección adecuada y lo
que más temo es la reacción de Marian o la de su familia, pues debo partir, aunque
solo será para dejar todo arreglado tras la muerte de mi padre y dar instrucciones a
Gabriel de cómo se debe cuidar a mi madre, y la asignación de dinero que se le debe
dar, no quiero que le falté nada.
Por ahora, decido no decirle nada a Marian, quien se duerme agotada después de
la pesadilla y de tanto llanto, yo en cambio, no puedo volver a dormir, y durante
horas no paro de darle vueltas a todo lo que debo solucionar en Inglaterra antes de
regresar junto a mi esposa y estar con ella en el nacimiento de mi hijo.

***

Al día siguiente, me levanto antes que ella y voy a hablar con Alexander y
Sebastien, a quienes informo del cómo estoy tan seguro de que mi padre ya no está
entre nosotros aun cuando no he recibido carta que lo confirme, ninguno de los dos
duda del don de Marian, luego les informo de mis planes y quedo sorprendido al
verlos asentir comprendiendo mi situación. Pensé que Sebastien, no llevaría bien mi
marcha tan pronto después de mi boda con su hija.
—Nada más llegue la carta partiré, y arreglaré todo lo más rápido posible, dejaré
a mi madre bien atendida y regresaré junto a mi esposa.
—Vuelve a mí, esposo. —La voz trémula de Marian nos sorprende a todos.
Ninguno de nosotros la hemos visto entrar, la mala noche que ha pasado se le nota
en sus ojos hinchados y apagados, me parte el corazón verla así, y causarle tanta pena
al marcharme tan pronto después de nuestra boda. Me acerco con rapidez hacia ella y
se lanza a mis brazos, con el rabillo del ojo confirmo que su padre y su abuelo nos
dejan solos y la abrazo, la siento temblar y una vez más odio a mi padre por hacernos
esto.
—Volveré a ti, Marian. ¡Lo juro! Solo serán unos pocos días, dejaré todo
arreglado para mi madre y volveré junto a mi familia.
Con esa promesa parece quedar más tranquila, aunque la pena en sus ojos no
desaparece del todo, y durante todo el día y el siguiente espero noticias que no llegan,
incluso llego a pensar que Marian por primera vez se ha equivocado. Pero la mañana
del tercer día, nos sorprende un forastero, al menos así lo llama Ian, quien da la voz
de alarma.
—Dejadle pasar, es amigo de Eric —dice sin más mi esposa y la miro
impresionado. Seguido, se abre el portón y veo entrar a mi mejor amigo, lo veo

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agotado.
—Gracias por ser tu quien me traiga las malas noticias, amigo —le agradezco
nada más desmonta y se acerca a mí—. ¿Cómo está mi madre?, —pregunto, no voy a
perder tiempo en condolencias.
—Tranquila y tan fría como un tempano, parece que no conoces a tu madre,
querido amigo —responde mientras me abraza.
—¿Sufrió? —Sigo interrogando. Niega con la cabeza, le hago pasar y veo que
Marian se ha levantado para recibir a mi invitado.
—Bienvenido a Eilean Donan, mi señor. —Saluda con respeto, y a mí no me
gusta que lo haga como si siguiera siendo una sirvienta.
—Encantado de volver a verte, Lady Marian. —Besa la mano de mi esposa, quien
parece avergonzada por su gesto—. Siento que sea en estas circunstancias.
Marian ordena a Marie que prepare una habitación y un baño para Gabriel, mi
amigo necesita descansar, pues quiero partir mañana mismo, y así se lo hago saber,
gracias a Dios entiende mis motivos para querer partir cuanto antes.
Por la noche, cuando ya todos duermen me cuenta todo lo que ha ocurrido desde
que me marché de Darlington Manor, tal como suponía si mi padre no hubiera muerto
tan repentinamente, hubiera malgastado lo que con tanto esfuerzo logró construir mi
abuelo. Y aunque me gustaría saber mucho más, porque veo que algo carcome a mi
mejor amigo, dejo que se marché a dormir, pues mañana será un día duro, y los
siguientes no serán mejores, además, también yo necesito pasar estas últimas horas
abrazado a Marian, a quien encuentro ya acostada e intentando ocultar su sollozo
entre las sábanas.
—Volveré, Marian. —Vuelvo a prometerle, durante estos días, las noches se han
convertido en rutina, yo le hago siempre la misma promesa y ella me contesta lo
mismo.
—Lo sé, pero no hace que duela menos, sé que debes ir —susurra—. Quiero que
vayas, pues tu deber como hijo y como duque es cuidar de los tuyos, pero mi corazón
no puede evitar sentir el temor de perderte.
—Siempre regresaré a ti, de un modo u otro. —La beso, quiero sentirla por última
vez.
Esa noche, hacemos el amor despacio queriendo alargar las horas, y cuando por
fin Marian se queda dormida me dedico a obsérvala hasta entrada la madrugada,
quiero grabar su rostro en mi memoria. Cuando el alba llega, me levanto sin hacer
ruido, no quiero volver a despedirme de ella, no puedo; escribo una carta que espero
le sirva de consuelo mientras no esté a su lado, salgo de la habitación y una vez fuera
del castillo veo que Sebastien tiene mi caballo preparado y Gabriel está ya
esperándome.
—Dos de los mejores hombres de los Mackencie os acompañaran hasta la
frontera. —Informa con seriedad, mientras monto en el caballo—. No quiero que mi
hija quede viuda antes de tiempo muchacho, así que cuídate.

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Sé que es una forma de preocuparse muy al estilo de Sebastien, asiento
agradecido, y dando una última mirada al castillo que ha sido mi hogar durante este
tiempo, emprendo la marcha en compañía de Gabriel y los dos hombres Mackencie.
—Pronto volverás, no te aflijas. —Intenta animarme, Gabriel. En silencio,
recorremos algunas millas hasta que él vuelve a hablar.
—He visto a Beatriz después de tres años. —Suelta de golpe, lo miro, no puedo
descifrar si ese encuentro lo ha conmocionado o no, después de todo se casó con la
joven por conveniencia, pues mi amigo siempre ha estado enamorado de Diana, su
amante desde que era un jovenzuelo—. Tengo una hija, se llama Rose.
—¡Cielo santo!, —susurro—. ¿Qué piensas hacer?
—No lo sé —responde, puedo sentir su lucha interna—. No conozco a mi esposa,
ni ella a mí, no nos amamos, pese a eso, la única noche que la hice mía, engendramos
una hija. ¿Qué clase de hombre soy, Eric? Cuando lo supe, lo primero que pensé fue
en Diana, cuando debía haber pensado en todo lo que mi hija y mi esposa han debido
pasar solas.
Por su expresión sé que no quiere hablar más, necesita pensar, y yo le dejo el
espacio suficiente para que ordene sus ideas y sentimientos, pues yo también tengo
los míos revueltos.
Vuelvo a Inglaterra, después de que juré que no lo haría nunca más…

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Capítulo 30

(Marian Mackencie). Eilean Donan, Escocia.

Han pasado dos semanas, durante las cuales no he sabido nada de Eric, estoy
consciente de que el viaje de regreso a Inglaterra es largo y que a su llegada habrá
tenido que ocuparse del entierro, pero la angustia no es menos por saber eso. Enterrar
a su padre, siento el hombre malvado que fue, no será fácil para Eric, y aunque me
hubiera gustado acompañarlo y estar a su lado en este momento tan difícil, en mi
condición era una absoluta locura.
Por eso, durante días he intentado mantenerme ocupada, tejiendo ropita para mí
bebé, preparando su habitación, paseando con Tito y Sofía para aminorar el dolor en
mis ya hinchados pies. También me he entretenido ayudando con los preparativos de
la boda de Cameros y Cinthia, estoy muy feliz por ellos, aunque para mí será difícil
asistir a otra celebración sin mi marido.
Mi mayor temor, es que Eric no pueda volver, que ocurra algo que lo retenga en
Inglaterra, soy consciente de que tiene muchas obligaciones a causa de todas sus
posesiones y títulos, no soy estúpida, sé cómo funciona el mundo, y no podría
exigirle más de lo que ya ha hecho. Si él no pudiera regresar, debería ser yo quien
fuera a su lado, rompiendo la promesa que les hice a mis padres. Y eso, me partiría el
corazón, no sé si seré capaz de dejarlos de nuevo ahora que los he encontrado, no
quiero causarles más dolor del que ya han pasado por mí.
Ahora, mirando a lo lejos a la espera del regreso de Eric. La tristeza se apodera de
mí, lucho contra las lágrimas, pues no deseo que nadie de mi familia se preocupe más
de lo que ya lo han hecho, sé que están pendientes de todos mis movimientos,
vigilando que coma correctamente, que duerma lo necesario, que descanse la mayor
cantidad de tiempo. Por eso, he subido hasta aquí arriba, para escapar un poco de
todos esos ojos que me vigilan, sé que lo hacen por mi bien, que me aman y se
preocupan por mí, pero siento que me ahogo, que necesito respirar.
—Suponía que te encontraría aquí. —La voz grave de mi abuelo, me sobresalta—
… No quería asustarte pequeña.
Pequeña…
Desde que volví me ha llamado de ese modo, hace un tiempo le pregunte por qué
y su respuesta humedeció mis ojos, dijo que para él siempre sería su pequeña a la que
no pudo ver crecer, pero que siempre había amado y que nunca se cansó de buscar.
Enternecida por ese recuerdo, sonrío a mi abuelo, el gran Alexander Mackencie,
quien desde hace unas semanas parece algo cansado y preocupado, y no sé cuál pueda

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ser la razón. Incluso, da la impresión de haber envejecido más de la cuenta, y muchas
de sus tareas como Laird las ha delegado al tío Keylan y a mi padre.
—Necesitaba pensar, abuelo —respondo intentando sonreír, aunque por su
penetrante mirada, sé que no he conseguido ocultar mi tristeza. Asiente, y se coloca a
mi lado, mirando hacia el frente, a lo lejos.
—Puede que no te haya visto crecer Marian, pero se reconocer la congoja cuando
la veo —dice sin mirarme—. Verla en tu hermoso rostro, me duele muchacha.
Cierro mis ojos, intentando controlar las lágrimas que amenazan con ahogarme.
—Intento resistir abuelo, pero el temor a que Eric no regrese es más fuerte que yo
—reconozco sin vergüenza.
—Ese hombre volverá a ti Marian. —Afirma con mucha seguridad—. He visto
muy pocos amores tan puros y fuertes como el vuestro, y Eric regresará.
—No podría reprocharle que no lo hiciera —reconozco.
—No, no podrías. —Asiente—. Pero si llegara ese caso, tú deberás ir junto a él.
Lo miro incrédula, sin poder creer que sea él quien me recomiende abandonarlos
de nuevo.
—Sé que no quieres dejarnos, sé que piensas que estarías abandonándonos de
nuevo, pero no es así pequeña. —Coge mi mano entre la suya—. Cuando te
arrancaron de los brazos de tu madre, eras solo un bebé, no podrías haber hecho nada
al respecto. Ahora eres una mujer, casada con un Lord inglés, esperando tu primer
hijo, tu deber es estar al lado de tu esposo.
Asiento, sabiendo que sus palabras son las correctas, sé cuál es mi deber, y si no
fuera porque mi corazón está dividido, todo sería muy fácil, pues siempre voy a estar
al lado de Eric, para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la
muerte nos separe.
—Os amo a todos abuelo, pero Eric es el dueño de mi corazón y mi alma —
reconozco con la voz ronca por el nudo que tengo en la garganta.
—Lo sé pequeña, sé lo que se siente. —Sonríe, profundizándose sus arrugas en
sus ojos grises—. Tu abuela ha sido el amor de mi vida, la única mujer a la que he
amado con todo mi corazón, créeme cuando te digo que encontrar la persona que es
tu alma gemela, es el mejor regalo que Dios puede hacerte.
—Solo espero que regrese muy pronto a mi lado, no quiero que nuestro hijo nazca
antes de que llegue su padre. —Intento bromear, pues estoy cansada de tanta tristeza.
—Eso si no puedo asegurarlo pequeña, tu vientre parece a punto de estallar, ni
siquiera recuerdo que tu abuela estuviera nunca tan hinchada. —Me devuelve la
broma—. ¿Seguro no serán gemelos?
—No abuelo, es uno solo, un varón —afirmo, contándole mi secreto—. Pero no
debes decirle a nadie.
—Juro guardar tu secreto. —Me besa la frente—. Bajemos con los demás, o muy
pronto darán la voz de alarma y comenzarán a buscarte.

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—Que exagerado. —Río, mientras lo sigo y comenzamos a descender por las
escaleras.
—No subestimes a tu padre niña, créeme cuando te digo que es mucho peor que
yo —responde.
Cuando llegamos al gran salón, puedo ver que mi abuelo tenía razón, pues mi
abuela está intentando tranquilizar tanto a mi madre como a mi padre. Este último es
el primero en verla y, al hacerlo, un aliviador suspiro escapa de sus labios, mientras
mi madre corre hacia mí con el semblante descompuesto a causa del miedo.
—La encontré en una de las almenas, necesitaba pensar, ¿verdad, pequeña?, —
pregunta pasando un brazo por mis hombros y abrazándome contra él en ademán
protector.
—Padre, no hace falta que protejas a mi hija, ¿acaso crees que sus padres le
causarían algún daño?, —pregunta ella con el entrecejo fruncido.
—Sé que tú no, pero tu marido tiene un carácter de mil demonios —responde,
mirando al hombre que se acerca a nosotros.
—¿Y tú no, viejo?, —pregunta serio, no sé si bromea o no, pero nunca he visto
que mi padre le falte el respeto a su Laird.
—Últimamente, no —dice mi abuela mientras también se acerca hacia nosotros
—. La vejez le ha cambiado el carácter, sigue igual de gruñón, pero tiene más
paciencia.
—Soy más sabio mujer, y no me digas anciano, creo que te demuestro muchas
noches que de viejo no tengo nada. —Espeta entre gruñidos; mi abuela se sonroja,
mis padres ruedan los ojos a la vez, y yo la verdad no sé dónde esconderme en estos
momentos, no es algo que una nieta desee saber.
—No vuelvas a desaparecer así, Marian —reprende mi padre—. Puedo entender
que necesites tu espacio, cuando eso ocurra dilo y lo tendrás.
—Lo siento padre, no quería causaros quebraderos de cabeza, solo necesitaba
respirar aire fresco y pensar —respondo, algo avergonzada, pues sé que he obrado
mal, he sido muy inconsciente.
—Bueno, resuelto este pequeño susto, vayamos a comer, no se vosotros, pero
estoy hambrienta. —Nos convida la abuela, encaminándose hacia la mesa.
Segundos después, nos sentamos y charlamos mientras esperamos a los demás
miembros de la familia, los primeros en llegar son el tío Aydan y Eara, seguidos por
Keylan y Rachell, y los últimos Sofía y Evan.
Estos últimos, lucen muy felices y enamorados, parece mentira que hasta hace
poco actuaban como enemigos, y que a pesar de mis visiones llegué a pensar que
jamás llegarían a estar juntos. Verlos a todos con sus parejas me recuerda de nuevo la
ausencia de Eric, pero me niego a dejarme vencer de nuevo por la melancolía.
No tengo mucho apetito, me siento pesada y muy cansada, las noches de
insomnio no ayudan, así que, al acabar de comer, decido dormir un poco, me despido
de mi familia y me dirijo hacia mis aposentos. Al entrar, voy hacia la mesa, donde

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guardo la carta que me encontré al despertar la mañana que Eric se fue, no pudo
volver a despedirse de mí, y en cierta forma se lo agradezco, pues verlo partir creo
que hubiera sido demasiado para mí.

Querida Marian, mi amada esposa.


Me marcho no porque lo desee, tanto tú como yo, sabemos que es mi
deber. Aunque el saberlo, no mengua el dolor que siento al tener que
dejarte de nuevo, cuando te prometí que no lo volvería hacer, en estos
momentos mientras te veo dormir plácidamente, después de haberte hecho
el amor, siento que mi corazón se está partiendo en dos, pues me siento
dividido entre el amor y el deber, como tantas veces lo estuve en el pasado.
Pero te juro que será la última vez que me separe de tu lado, mi padre
ya no está, y me aseguraré de que mi madre no sea capaz de separarnos de
nuevo, nunca más. En mi ausencia no te dejes vencer por la tristeza, quiero
que estés bien junto a tu familia la cual te ama, no cuentes los días que
estemos separados, pues nunca lo estamos en realidad, mi mente y mi
corazón se quedan contigo. Cuida a nuestro bebé, rezo a Dios para llegar
antes de que nazca, no podría soportar no estar a tu lado en el momento
que llegue al mundo, cuida también a Tito, pues ese pequeño también tiene
una parte de mi corazón.
Te amo Marian Darlington, siempre lo hice y siempre lo haré.
Regresaré a ti de un modo u otro, espérame en las estrellas.
Tuyo, Eric Darlington.

Y como cada vez que la leo, no puedo evitar derramar unas cuantas lágrimas, a pesar
de que Eric me pide que no llore. ¿Cómo no hacerlo?
Me duermo aferrada a su carta, el cansancio y el llanto me vencen.

***

La mañana siguiente, cuando despierto, lo hago sabiendo que he soñado algo que
no puedo recordar, lo que, de inmediato, me produce una sensación de intranquilidad.
Unas nauseas intensas y un agudo dolor de espalda empeoran mi estado segundos
más tarde, y decido llamar a Marie para que ordene que me preparen un baño.
Cuando las criadas comienzan a llenar la tina con agua caliente, las observo, son
jóvenes, tal vez incluso más que yo, recuerdo cuando estuve en su lugar, y aunque sé
que aquí en Eilean Donan bajo el cuidado de Marie y mi abuela no son tratadas como
fui tratada yo, decido que a partir de mañana ayudaré en lo posible a que todos los
que trabajen aquí para que se sientan lo más cómodos y bien tratados.
Una vez está todo listo, entra Sofía como un vendaval y me mira preocupada.

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—No tienes buen aspecto, Marian —dice, mientras toma asiento al lado del fuego
—. ¿Te encuentras bien?
—Me desperté con dolor en la espalda y nauseas, todo por un mal sueño que no
logro recordar, eso me tiene muy preocupada —contesto, conforme dejo que el agua
caliente y perfumada me relaje.
—¿Quieres que llame a tu madre o a la partera? —Se levanta con rapidez.
—¡No!, —exclamo—. No debes preocuparte, estaré bien.
—¿Y si es el bebé?, —pregunta no muy convencida.
—Aún falta para su llegada. —Intento tranquilizarme más a mí misma que a ella.
—La partera dijo la última vez que te vio que podía adelantarse. —Me recuerda,
sentándose de nuevo.
—Si lo hace, llegado el momento lo sabremos. —Estoy bastante intranquila, y
que Sofía me recuerde que mi hijo puede nacer antes de tiempo no ayuda en absoluto.
Guardamos silencio, pues lejos de desaparecer el dolor parece aumentar, tanto
que aprieto con fuerza los dientes para no gemir. Me muevo, buscando una mejor
postura con la esperanza de que la molestia desaparezca, pero no es así.
—Marian… —susurra asustada mi mejor amiga, cuando no puedo contener un
quejido—, voy a buscar ayuda.
Dicho esto, sale corriendo en busca de mi madre.
Intento no dejarme vencer por el pánico, pero algo me dice que mi hijo no está en
camino, aún no es el momento, no debería nacer ya, y no solo porque su padre no está
a mi lado, sino porque faltan aún algo más de un mes.
Comienzo a jadear pues el dolor recorre más fuerte mi cuerpo, cierro los ojos,
intento pensar cosas bonitas, a mi mente acuden las noches pasadas junto a Eric, las
mañanas al despertar a su lado, los paseos con Tito, pero no es suficiente para hacerlo
remitir.
—¡Hija!, —exclama mi madre, cuando me sorprende intentando salir por mis
propios medios de la tina, se apresura a ayudarme—. Ya mandé a Evan a por la
partera.
Tras ayudarme a salir y secarme, me viste con un camisón y lleva hacia el lecho,
en el que me tumbo mientras la abuela arregla con rapidez varios almohadones para
que esté lo más cómoda posible, a pesar de que, en estos momentos, con los dolores
que vienen y van, me siento abrumada por la situación.
—Me duele mucho, madre —exclamo—. No debería ser así —sollozo asustada.
—Debes tranquilizarte, querida. —Aconseja mi abuela—. Es bastante normal que
los bebes se adelanten, lo importante es que tú estés fuerte para el arduo trabajo que
tienes por delante.
—¿Y él?, —pregunto apretando su mano—. ¿Y si mi bebé no es lo bastante fuerte
para sobrevivir? —Las lágrimas no me permiten ver muy bien su rostro, pero puedo
ver como frunce sus cejas y aparta la mirada.

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—Rezaremos para que eso no ocurra, Marian —dice con firmeza—. Ahora,
mientras llega la partera deja que te mire.
Siento como alza mi camisón hasta mis caderas y luego separa mis piernas
temblorosas, para después examinarme y mirar a mi madre con su rostro desbordado
de preocupación. Aunque, al dirigirse a mí lo hace con tranquilidad y firmeza,
intentando a mi parecer infundirme valor.
—Marian, escúchame muy bien, estás de parto, pero aún falta mucho para que tu
hijo llegue al mundo, quiero que intentes guardar tus fuerzas para cuando sean
necesarias. —No suelta mi mano, mientras mi madre está dando instrucciones a las
criadas, quienes traen palanganas con agua caliente, paños limpios y todo lo
necesario para asistir mi parto.
Tiempo después, llega la partera y, como hace un rato hizo mi abuela, me
examina, atentamente, mientras a su vez intento leer su expresión, pero no consigo
descifrar nada en esta. Al terminar, informa a mi abuela y a mi madre, y tanto
secretismo hace que un escalofrío de terror recorra mi cuerpo.
Muchas horas ya han pasado y la noche ha caído, el ambiente está bastante tenso
en mi habitación, puedo sentirlo, solo se escucha el crepitar del fuego y mis gemidos
ahogados. El dolor se ha vuelto insoportable, a cada segundo siento mis entrañas
retorcerse con más rapidez, y mi madre seca el sudor en mi frente angustiada,
mientras Sofía sale con mayor frecuencia del cuarto, supongo que a informar a los
hombres de la familia. La abuela, parece ser la única que conserva la calma a estas
alturas.
—Él bebé es perezoso, no va a salir si no le obligáis mi señora —dice la partera,
después de mirar entre mis piernas por enésima vez.
—Eso intento. —Gruño frustrada.
—Al parecer no lo suficiente —responde—. Debe empujar con todas sus fuerzas,
parece que está demorando el momento, poniendo en peligro no solo su vida, sino la
de su hijo. ¿Es eso lo que quiere?
—¡No!, —exclamo—. Empujaré.
Todas las mujeres asienten por fin aliviadas, reconozco que no estaba haciendo lo
suficiente, intentando demorar el nacimiento de mi hijo con la esperanza de que Eric
llegara a tiempo.
Lo siento mi amor, sé que lo entenderás, la vida de nuestro hijo es más
importante…
Comienzo a empujar con todas mis fuerzas cada vez que el dolor regresa, pasan
horas, pero no parece que mi hijo esté listo para salir, creo que él también desea ver a
su padre aquí para su llegada al mundo.
En un momento de tregua, me dejo caer contra los almohadones y cierro los ojos,
estoy exhausta, aun así, escucho los murmullos de la partera y mi madre que dicen
que al parecer no está funcionando y que no voy a lograrlo, eso me hiela la sangre, no
sé si se refiere a que la vida de mi hijo peligra o a la mía propia.

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Sofía, entra corriendo con una sonrisa radiante y se dirige hacia mí.
—¡Están entrando por el portón, Marian!, —exclama—. ¡No te rindas!
—¿Eric?, —pregunto con la voz ronca y cansada.
—¡Sí! —Asiente con fervor—. Tu padre está informándole en este momento, no
tardará en aparecer por esa puerta, te lo aseguro.
Cierro los ojos de nuevo, dando gracias a Dios por devolverme al hombre que
amo, al que he necesitado durante todas estas horas a mi lado.
Segundos más tarde, escucho unos fuertes pasos descendiendo por las escaleras y,
después un fuerte ruido en la puerta, me hace abrir los ojos de nuevo, y ahí está, ha
regresado a mí, no puedo evitar sollozar a pesar de la alegría de volver a verlo, sano y
salvo. Es Eric, mi Eric, quien, al verme, corre a mi lado y en sus ojos veo el deseo
contenido de abrazarme, de besarme tanto como yo deseo hacerlo.
—Mi amor… —susurra, sonrío cansada pero feliz—, ya estoy aquí, no voy a
permitir que nada os ocurra.
—Bien, ahora que el padre de la criatura ha llegado, veamos si decide salir —
exclama mi abuela con alivio.
Dicho esto, vuelvo a empujar ahora con fuerzas renovadas, Eric aprieta mi mano,
me susurra palabras de aliento, me dice cuando me ama y me pide mil veces perdón
por no haber estado conmigo desde el principio. No tengo ni tiempo ni fuerzas para
responderle, intento no gritar, pero no sé en qué momento dejo de controlarme, no me
importa que todos me escuchen, pues al parecer gritar me ayuda y, tras varios
empujones más, escuchamos al fin el llanto de un bebé.
—¡Es un niño!, —anuncia la partera.
Eric y yo, sonreímos al escucharla, y Sofía sale de inmediato a dar la buena
nueva, mientras mi madre y la abuela también sonríen conforme lavan a mi hijo y la
partera termina de atenderme.
—¿Cómo vamos a llamarle?, —pregunta mi esposo.
Sé muy bien qué nombre desea ponerle.
—Jonathan —susurro mirando sus ojos humedecidos.
—Gracias, mi amor. —Me besa y le beso por fin.
Me siento agotada, solo deseo dormir, y sin más me abandono…

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Capítulo 31

(Eric Darlington). Eilean Donan, Escocia.

Nos despedimos de los hombres Mackencie al cruzar la frontera, desde entonces solo
somos Gabriel y yo. Durante el camino, nos ponemos al día respecto a lo acontecido
durante estos meses de ausencia, le he contado como fue mi viaje, lo que me ocurrió
en la batalla que desencadenó en unos días de amnesia, para mí, los peores de mi
vida, lo único que me salvó, fue que aun así mi alma y mi corazón reconocieron a
Marian.
Además, le cuento, lo que me ha costado ganarme mi puesto en el clan y los
problemas que tuve con mi suegro y cuñado, sobre los celos que sentí de Cameron, y
durante todo el tiempo Gabriel a escuchado en absoluto silencio, ahora soy yo, quien
debo hacer lo mismo, porque lo conozco, sé que haber vuelto a ver a su mujer ha sido
un duro revés, más el enterarse que tiene una hija.
—Al principio no la reconocí. —Habla mirando al frente—, no reconocí a mi
propia mujer. Cuando me casé con Beatriz era casi una niña, era bonita sí, pero no
despertaba en mí ni el más mínimo deseo, ahora, es toda una mujer, y muy hermosa,
tendrías que haberla visto Eric. —Me mira con el tormento reflejado en sus ojos—.
¿Qué clase de hombre soy? Durante todos estos años delegué en alguien la tarea de
buscarla, y muy pronto la dejé en el olvido, sin ningún remordimiento de conciencia.
—Gabriel, éramos unos niños por aquel entonces… —Intento ayudar a que todo
el remordimiento y dolor que debió sentir en el momento que Beatriz desapareció,
disminuya un poco, pero reconozco que no hay excusas posibles, por muy amigo mío
que sea, lo que hizo es imperdonable.
—No Eric, sé lo que intentas hacer, pero no tengo perdón. —Niega con la cabeza
—. La abandoné a su suerte, porque para mí era más fácil que ella desapareciera de
mi vida y poder seguir con Diana. ¿Sabes dónde ha estado durante todo este tiempo?,
—pregunta con los dientes apretados.
Niego con la cabeza, sin saber muy bien qué decir.
—En una taberna en las tierras bajas, ¡mi esposa es una tabernera!, —exclama
con furia—. Tuvo que trabajar para mantener a mi hija, ¡mi hija! Vestida con harapos,
cuando es hija de un conde.
Su voz se quiebra, sé que está a punto de romper a llorar, guardo de nuevo
silencio, porque diga lo que diga, nada va a aliviar el dolor y el remordimiento.
Además, veo cómo se estremece sobre el caballo, está sollozando y eso me
desconcierta un poco, nunca he visto llorar a Gabriel, solo cuando su madre murió, su
padre ni siquiera mando por él al internado donde estudiábamos. Se enteró semanas

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después, por una carta de su abogado, en la que le informaba lo que había heredado
por parte de su madre, quedó devastado, pues era muy cercano a ella.
Nunca más lo vi llorar, hasta ahora…
No puedo imaginar el dolor que siente al saber que se ha perdido los primeros
años de la vida de su hija, no solo eso, sino que mientras él vivía una vida de lujos y
privilegios, su mujer e hija, sabe Dios lo que han debido padecer.
—No ha querido venir conmigo —susurra más calmado después de unos minutos
—. Y no me sentí capaz de obligarla, ¿cómo ejercer unos derechos cuando durante
años los he obviado?
—¿Puedes culparla, Gabriel?, —pregunto, pues debo ser honesto—. Eres mi
mejor amigo, como mi hermano, pero no voy a decirte lo que deseas escuchar,
abandonaste a su suerte a esa muchacha, sin saber que ya estaba embarazada, ha
tenido mucha suerte de seguir con vida, ambas lo han hecho.
—Lo sé —reconoce derrotado—. No me merezco nada, ni siquiera la hija tan
hermosa que tengo, si la hubieras visto Eric, ella es… —Se queda mudo, sin ser
capaz de describir a la pequeña.
—Debe ser preciosa —digo sonriendo, de inmediato siento deseo de poder tener
entre mis brazos a mi bebé, ver su rostro, poder sentir su pequeño cuerpo contra el
mío.
—Es más que eso Eric, es hermosa. —Sonríe a pesar del rastro de lágrimas en sus
ojos—. Cabello rubio rizado como Beatriz, pero tiene mis ojos, cuando me miró con
total indiferencia, sin saber que soy su padre, se me ha partido el corazón, y aun así
fui tan estúpido que mis pensamientos también fueron para Diana, ¿qué pensará?
—¿Qué pensará tu amante de que tengas una hija con tu legítima esposa?, —
pregunto incrédulo, nunca me gustó Dina, pues ejerce un dominio sobre mi amigo
que no apruebo.
—¡Lo sé Eric!, —exclama—. Sé que soy el mayor imbécil de Inglaterra, que
poseo más de lo que merezco, pero le hice una nueva promesa a Beatriz, una que no
pienso romper. Cuando vuelvas a Eilean Donan, yo te acompañaré al menos hasta
donde ella se encuentra, y mi esposa y mi hija volverán al sitio donde pertenecen.
—Es hora de que hagas lo correcto, Gabriel. —Asiento complacido—. Y sabes
qué es lo correcto respecto a Diana.
Nunca toco ese tema, pues hemos discutido mucho al respeto, pero siento que es
algo que ya no se puede pasar por alto, cuando Beatriz desapareció, yo también ayudé
a buscarla, no la encontré y muy dentro de mí tenía la esperanza que hubiera huido
con un hombre que realmente la amara. Esa fue la única vez que golpeé a Gabriel,
pues él insistía en que no era su culpa, que Beatriz no sabía nada de Diana, pero yo
siempre he estado convencido de que esa víbora se encargó de hacerle saber dónde
estaba mi amigo. Después de que él hubiera consumado su matrimonio, fue a los
brazos de esa arpía, a la mañana siguiente nadie sabía el paradero de Beatriz, y así ha

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sido hasta ahora, solo espero que no cometa los mismos errores del pasado que lo
llevaron a esta horrible situación.
No responde, y no hablamos durante lo que queda de trayecto, el viaje lo hacemos
en el mínimo tiempo posible, solo paramos cuando anochece, de modo que mañana a
más tardar estaremos en Darlington Manor. Cuando oscurece paramos en una de las
posadas y pedimos una sola habitación, necesitamos comida y un buen baño, después
de días de cabalgadas continuas parecemos unos guiñapos.
Entrada la noche, ambos seguimos inmersos en nuestros pensamientos, y no
tardamos en acostarnos, pues al despuntar el alba, recorreremos el tramo final de
nuestro viaje. Cierro los ojos, pensando en Marian, ¿cómo estará? Solo espero que
esté bien, que la tristeza no se haya adueñado de ella, que disfrute de su familia y de
Tito, y que esté tan deseosa de verme como yo a ella. No quiero ni imaginar qué
ocurriría si las cosas en casa están descontroladas y debo quedarme más de lo
previsto, mi plan es llegar arreglar todo de forma que yo solo deba viajar una vez o
dos al año y despedirme de mi madre de nuevo, lo cual no me será difícil.
Me duermo al fin agotado.
La mañana siguiente, es Gabriel quien me despierta ya listo para partir, y mientras
yo me aseo, él baja a preparar los caballos y pagar la estancia en la posada. Cuando
emprendemos el viaje, ni siquiera ha salido el Sol por completo, mejor así, calculo
que llegaremos antes del anochecer, de ese modo podré mirar los documentos y ver
en qué estado se encuentra todo, tras la muerte de mi padre.

***

Cuando llegamos al fin, al que fue mi hogar hasta hace pocos meses, lo observo
con detenimiento, a simple vista lo veo igual que la última vez que lo miré antes de
partir, pero si antes sentía que no pertenecía a este sitio, ahora, siento que es algo
completamente ajeno a mí.
Gabriel se ha ofrecido a acompañarme al menos hoy, pues merece un buen
descanso, pero mañana partirá hacia su hogar para preparar todo para la llegada de su
esposa e hija, luego irá a buscarla. Es así, como en su compañía entro por la gran
puerta, todo sigue igual y a la vez tan distinto, el aire es asfixiante, siento que no
puedo respirar, como si fuera otra vez ese hombre que se dejaba manejar al antojo de
sus padres, intentando de una vez por todas ganarse su afecto.
Al llegar al salón, mando llamar a mi madre, pues quiero hablar con ella en un
lugar neutral, y sus aposentos no lo son, son sus dominios, así que decido ir al
despacho de mi padre y ponerme cuanto antes al día con las finanzas. Gabriel,
mientras tanto, es conducido por otra de las criadas a una habitación donde podrá
descansar, sabe que la reunión que tengo por delante con mi madre no será agradable,
y agradezco que me dé mi espacio.

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Al entrar al despacho y verlo vacío, un sentimiento de pérdida me embarga, que
desecho enseguida. Luego, me siento tras la mesa de roble de mi padre y comienzo a
leer los libros de cuenta, muy pronto confirmo que mis padres no han tenido tiempo
de malgastar dinero, y que Gabriel ha hecho muy bien su tarea intentando
controlarlos.
De pronto, la puerta se abre con un gran estrepito y mi madre hace su entrada
triunfal, vestida por completo de negro.
—Así que el hijo prodigo ha vuelto —exclama con sorna—. Vuelves ahora que tu
padre está muerto, como si fueras un ave carroñera en busca de su botín.
—Buenas tardes a ti también, madre —respondo levantándome de mi asiento, no
me acerco demasiado a ella, pues sé que un abrazo no sería bien recibido—. Te
recuerdo que para reclamar mi botín como tú lo llamas, no me hacía falta viajar hasta
aquí, he vuelto para dejar todo solucionado y a ti en buena posición para que no te
falte nada, después volveré junto a mi esposa, mi hijo Tito y mi bebé que está
próximo a nacer.
—Así que al final esa bastarda gitana ha conseguido su cometido. —Escupe con
asco—. Además, adoptas a un bastardo al que nadie le importa, tu padre debe estar
revolcándose en su tumba.
—Si debo ser sincero madre, eso a mí no me importa —respondo indiferente, sé
que perder los estribos con ella no me llevará a ninguna parte—. Creo recordar que te
ordené que no volvieras a insultar a Marian en mi presencia, es tu nuera y la madre de
tu futuro nieto, trátala con el respeto que merece.
—Para mí siempre seguirá siendo una bastarda gitana. —Espeta alzando con
orgullo su mentón—. Si tan deseoso estás de volver junto a tu fulana, puedes
marcharte por dónde has venido.
—Si vuelves a insultarla, me encargaré de que no te quede ni una libra con que
comprarte una mísera camisola —amenazo con furia.
Y mi amenaza surte efecto, pues guarda silencio, aunque con la mirada esté
deseando matarme.
—Como parece que no deseas decir nada más, seré yo quien hable. —Vuelvo a
tomar asiento—. Por lo poco que he podido observar veo que las finanzas están casi
igual a cómo las dejé, ya que Gabriel ha hecho un magnífico trabajo. Ahora bien, te
toca decidir a ti dónde deseas pasar el resto de tus días madre. Cualquiera de nuestras
propiedades está a tu disposición, pues tanto yo como mi familia viviremos en Eilean
Donan, o en su defecto en la mansión que tenemos en Escocia.
—No pienso moverme de esta casa, llevo más de veinte años en ella, y no saldré
de aquí hasta el día de mi muerte —responde digna.
—Sea. —Asiento—. Si deseas consumirte en este mausoleo, es tu decisión, dicho
esto y dejando aclarado este asunto, voy a asignarte cinco mil libras al año, y sobra
decir que siempre podrás recurrir a Gabriel que estará más cerca de ti, o a mí, pero
como sé que eso no es lo que vas a hacer, por ello te doy varias opciones.

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—Si necesito algo, se lo haré saber al Conde de Oxford, al menos Gabriel hizo lo
que se esperaba de él. —Espeta con saña, intentando herirme, lo que ella no sabe, es
que hace mucho que perdió el poder de hacerlo.
—De acuerdo madre, esto es todo lo que necesitaba saber, si no deseas compartir
conmigo más tiempo, eres libre de hacer lo que te plazca. —Muy en el fondo deseo
que se quede, que me pregunte cómo estoy o cómo me siento, que me pregunte por
mi nuevo hogar, por mi nueva familia.
Pero no lo hace.
En lugar de eso, se levanta, me observa durante lo que parecen horas y se gira sin
siquiera despedirse saliendo luego de la habitación, dejándome otra vez con la
sensación de abandono recorriéndome el cuerpo. Pero esta vez, no dejo que eso me
afecte y continúo revisando y poniendo orden todo el papeleo pendiente, mañana se
lee el testamento, eso retrasará mi partida, pues debo estar presente y cumplir con
cada una de las cláusulas del mismo, ya que era la voluntad de mi padre.
Pronto cae la noche y decido descansar, cenamos en el gran comedor solo
Gabriel, pues mi madre no se presenta. Una hora más tarde, por fin entro en mis
aposentos y no puedo evitar que mi mente reviva recuerdos de los días felices vividos
aquí, cuando Jonathan aún vivía.
Jonathan.
«Debo ir a visitar su tumba». Con ese pensamiento me duermo.

***

La mañana siguiente, despierto con el ruido de los criados al comenzar sus


labores, me levanto dispuesto a ir a visitar a mi hermano, antes de la lectura del
testamento. Estar frente a su tumba de nuevo, es como un mazazo para mí, sé que esté
donde esté está feliz por mí, porque ahora soy realmente libre.
—Hola, hermano —saludo mientras me agacho para leer el nombre y fecha que
adornan su lapida—. Sé qué hace mucho que no vengo a verte, pero sabes que ahora
mi hogar está lejos de aquí. Estoy cumpliendo la promesa que te hice, te echo de
menos, pero poco a poco he ido aprendiendo a vivir con el dolor de tu partida.
Veo como varias golondrinas salen volando hacia el norte, sonrió sin poderlo
evitar.
—Sí, pronto volveré a marcharme, no sé cuándo regresaré, pero te llevo en mi
corazón hermano.
Emprendo el camino de regreso a casa, y al entrar soy informado de que el
abogado de mí padre ya está esperándome en el despacho, solo estamos presentes él,
mi madre, Gabriel y yo. Una hora más tarde, tal como suponía, soy puesto al tanto de
que todos sus bienes me los ha dejado, eso sí debe tenerlo revolcándose en su tumba,
y a mi madre al borde de un ataque de nervios. Aprovechando que el abogado se
encuentra aquí, y que Gabriel aún no se ha marchado, dejo todo estipulado en lo

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referente a mi madre con la intención de marcharme cuanto antes de aquí. Pero, para
mi mala suerte mi viaje se retrasa dos días más, lo que agudiza mi ansiedad por
regresar al lado de Marian, llevo más de una semana alejado de ella y me urge
regresar, siento como si algo muy poderoso me impulsara a marcharme, un
presentimiento.
Por lo que, decido no demorarme más y partir al tercer día, mi madre ni siquiera
ha salido de sus aposentos para despedirse, aun así, Gabriel y yo partimos al alba,
tenemos casi cuatro días de viaje por delante, y él está más decidido que nunca a traer
de vuelta a Beatriz y Rose a su hogar. Sé que le queda un largo camino por recorrer y
un infierno que atravesar sino decide dejar a Diana, pues esa arpía no va a permitir
que nadie ocupe su lugar.
El viaje se me hace eterno, con cada milla recorrida me siento más ansioso por
llegar. El día que al fin cruzamos la frontera y nos dirigimos hacia la taberna donde
trabaja Beatriz, solo deseo dejar allí a Gabriel y seguir mi camino, pero mi amigo, se
merece más que eso, él siempre ha estado apoyándome y ayudándome, así que lo
menos que puedo hacer es acompañarlo y de paso conocer a su pequeña hija, de la
cual está tan orgulloso.
La taberna es pequeña y descuidada, no sé qué tipo de vida pueden tener aquí,
pero se me encoge el corazón al imaginar todas privaciones que han sufrido estos
años, deberían estar en Londres en la mansión de Gabriel, no aquí, solas.
Desmontamos y nos dirigimos a la entrada.
—Entremos —dice con voz fría mi amigo.
Al entrar el olor a bebida, humo y sudor nos sorprende, hay bastante gente para
ser tan temprano, busco inmediatamente a Beatriz, pero no la encuentro.
—Está sirviendo a la mesa del fondo. —Informa Gabriel, mientras observa con
una intensidad abrasadora a la que es su mujer por derecho.
Miro hacia donde ha indicado y me quedo con la boca abierta, no puedo creer lo
que veo, Beatriz ha cambiado muchísimo en estos años. No se parece en nada a la
chiquilla miedosa y tímida de antaño, se puede apreciar la confianza en sí misma de
la que antes carecía, físicamente también ha cambiado, tal vez por el embarazo, o
porque le faltaba madurar, pero cuando la conocí, era muy delgada, sin las curvas
necesarias para hacerla parecer una mujer. Incluso en aquel entonces, entendí por qué
Gabriel no podía sentirse atraído por ella, pero ahora, es incapaz de apartar la mirada
de ella.
Cuando Beatriz por fin se gira y nos observa, sus ojos color miel reflejan temor y
trata de alejarse, pero Gabriel, se acerca con rapidez a ella y lo impide, comenzando a
discutir en voz baja segundos más tarde, puedo ver como mi amigo está perdiendo la
paciencia, algo raro en él, pues suele ser frío como un tempano y capaz de controlarse
en cualquier situación.
No sé qué debo hacer, pero cuando veo que Beatriz está llorando no lo pienso más
y me acerco a ellos, Gabriel debe tranquilizarse.

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—Gabriel basta, mírala —susurro, pues mi amigo está tan enfrascado en su
empeño de recuperar a su mujer e hija, que no ve más allá de eso—. Está llorando,
este no es el lugar.
Deja de hablar y mira a su mujer apretando su mandíbula y pasando una mano por
su pelo, ya de por si desordenado.
—De acuerdo. —Acepta—. ¿Dónde está mi hija?
Beatriz se limpia las lágrimas, y lo mira con furia, ¡vaya! Parece que me
equivoqué al pensar que necesitaba mi ayuda.
—Mi hija. —Recalca el posesivo con un siseo—. Aún duerme, y no pienso seguir
hablando contigo Gabriel, márchate al lugar del que no deberías haber salido, y
déjanos seguir con nuestras vidas.
—Eres tú la que no deberías estar aquí, tanto tú como Rose debéis estar en mi
casa, bajo mi cuidado. —Espeta Gabriel con brusquedad, no está llevando el asunto
por buen camino, de esta forma, es imposible que Beatriz decida regresar con él a
Londres.
—Debéis calmaros y hablar como personas civilizadas, pues lo único importante
es vuestra hija. —Mis palabras parece que los hacen reaccionar y calmarse un poco,
aunque puedo ver el desprecio en los ojos de Beatriz y algo mucho más oscuro en los
de mi amigo.
—Sigue tu camino amigo mío, déjame solucionar todo esto con mi esposa, la tuya
te espera —dice Gabriel sin mirarme, una parte de mí no quiere irse, pero algo más
poderoso me empuja a recorrer la distancia que aún me separa de Marian a toda
velocidad.
Por lo que termino aceptando su recomendación y emprendiendo de nuevo mi
viaje, al ir solo puedo llevar un ritmo más rápido, no paro ni siquiera para descansar,
sé que mi caballo lo necesita, pero espero que soporte este último empujón, después
tendrá todo el tiempo del mundo para descansar. Durante el camino hacia Eilean
Donan, hace frio, incluso comienza a llover cuando ya estoy próximo a mi destino, es
de noche y casi no veo por dónde cabalgo, los nubarrones cubren la poca luz que la
luna ofrece, pero sigo mi instinto y me guío por lo que recuerdo del paisaje, espero no
perderme.
Estoy calado hasta los huesos, y cuando creo que nunca voy a llegar a mi destino,
a lo lejos, veo el humo que sale de las chimeneas de las cabañas de las gentes del
clan, doy gracias a Dios mil veces por haber llegado sano y salvo a mi destino, llego
al puente y traspaso el portón que sorprendentemente está abierto. Y, tan pronto
traspaso el umbral de este, desmonto con rapidez al ver que Sebastien se dirige hacia
mí corriendo con la preocupación dibujada en su rostro.
—¡Marian, está de parto!, —grita para hacerse oír entre la lluvia y los truenos.
—¡Pero aún no es el momento!, —respondo asustado, mientras me dirijo
corriendo hacia la entrada, mi suegro me sigue de cerca.

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—Los bebes no entienden de tiempo, lleva horas en labor de parto, debes ir junto
a ella. —Ruega—. Mi hija no aguantará mucho más.
No escucho lo que dice a continuación, corro por las escaleras que me llevan a
nuestro aposento y, al escuchar gemidos, entró corriendo para encontrarme a todas las
mujeres de la familia presentes, intentando a ayudar a mi esposa a dar a luz. Marian
está en la cama, rodeada de paños llenos de sangre, su cabello negro pegado a su
frente por el sudor, pálida, sus ojos vidriosos por el dolor, puedo ver el cansancio en
su hermoso rostro.
Corro hacia ella, le pido perdón una y mil veces, de nuevo siento que le he
fallado. Pero, para alivio de todos, al parecer que mi llegada le da nuevas energías y
con unos pocos empujones más trae al mundo a mi hijo.
Cuando Marian anuncia el nombre que ha escogido para nuestro primer hijo, no
me importa que las mujeres me vean llorar, que mi bebé lleve el nombre de mi
hermano es un gran orgullo para mí, y nunca podré agradecerle lo suficiente a mi
esposa por este maravilloso regalo.
Veo como ella cierra los ojos y me asusto, y de inmediato, mi suegra me
tranquiliza diciendo que solo necesita descansar y reponer fuerzas, pues durante
muchas horas ha estado luchando por traer al pequeño Jonathan al mundo, así que por
lo que queda de noche me siento a su lado, con mi hijo en brazos, contemplando a las
personas que más amo en este mundo, y sonriendo al cielo pues sé que mi hermano,
esté donde esté, se siente feliz porque su sobrino lleve su nombre.

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Epílogo

(Marian Mackencie). Eilean Donan, primavera de 1501.

Han pasado seis meses desde el nacimiento de Jonathan, durante los cuales toda mi
familia se ha volcado en mimarlo y cuidarlo. Es él bebé más hermoso que he visto
jamás, con su cabello rubio como su padre, incluso, sus ojos azules, tan parecidos a
los de su tío, ese, que por desgracia nunca llegará a conocer. Desde la llegada de
nuestro hijo, Eric se ha convertido en un padre ejemplar, estaba convencida de que lo
sería, pero no hasta tal punto, si Jonathan tiene una mala noche, mi marido se queda
conmigo para cuidarlo, no soporta verlo llorar, y por eso se ha ganado las burlas y
varios reproches de los hombres mayores de mi familia, tales como mi abuelo y mi
padre, que amenazan con moler a golpes a Eric si convierten al niño en un afeminado.
Algo que no creo que ocurra; a mi hijo, a pesar de su corta edad, le encanta
cuando mi abuelo lo coge entre sus brazos y comienza a contarle historias de las
innumerables batallas en las que ha participado. Me encanta observar esos momentos,
ver generaciones juntas, sobre todo porque mi abuelo, aunque nadie se atreva a
decirlo frente a él, y ni siquiera lo aparente, ya es bastante mayor, aunque sigue
poseyendo la fortaleza y semblante del aguerrido Laird del clan Mackencie de antaño,
título que a futuro ostentará mi tío Keylan.
Durante estos meses, todo ha sido felicidad en la familia por la llegada de su
nuevo miembro y la espera de otro, pues Sofía está embarazada, ¡voy a ser tía! Y
como siempre guardo el secreto de que será una hermosa niña. También he estado
algo ocupada, pues la gente del clan que conoce mi conocimiento en hierbas y
curaciones, acude a mí por cualquier cosa, incluso he ayudado a la partera en varios
partos, mi madre se siente muy orgullosa, pues dice que me he convertido en todo lo
que mi tía Marian predijo cuando aún no había nacido.
Eric no ha vuelto a ver a su madre, su amigo Gabriel es quien le informa sobre
ella y lleva todo lo relacionado con sus asuntos en Inglaterra, aunque soy consciente
que varias veces al año tendrá que viajar, y espero poder acompañarle. En cuanto a su
amigo, él me ha contado que se hicieron muy cercanos durante su estadía en el
internado donde ambos estudiaron, creo que encontró en él lo que había perdido al
morir Jonathan. También mencionó que este se casó y que esa misma noche su mujer
lo abandonó, corrieron así todo tipo de rumores, pero con el paso del tiempo todo
quedó en el olvido, como ocurre con la alta sociedad, siempre tienen chismes nuevos
de los que cotillear.
Ahora, Lady Beatriz y Gabriel junto a su hija, viven en Londres. Aunque Eric,
sigue preocupado por la situación de su amigo, pues no será fácil para él recuperar

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verdaderamente a su familia. Y entiendo su preocupación, por muy canalla que haya
sido este con su esposa, es un buen hombre y entiendo la lealtad de mi esposo hacia
él.
Aquí nuestra vida es muy pacífica, Eric entrena cada día con mi padre y mi tío y
ha mejorado mucho, tanto que hasta el gran Alexander Mackencie lo ha felicitado en
varias ocasiones, también ayuda con asuntos relacionados con el clan.
Por su parte, Sofía y Evan son muy felices a la espera de su primer hijo, cada día
se les ve más enamorados y compenetrados. Mientras que, Cameron y Cinthia
también disfrutan de su amor, muchas veces voy a visitarlos y me sorprendo al ver
que el hombre huraño que nos rescató hace tantos meses no parece ser el mismo,
vuelve a sonreír, incluso puede mencionar el nombre de su primera esposa y su hijo
sin desmoronarse.
Todo el mundo está donde debe estar, juntos y compartiendo la vida con las
personas que aman, y, aun así, de un tiempo para acá, un sueño oscuro me persigue.
Siempre es la misma pesadilla, y aunque al despertar no la recuerdo en su totalidad,
sé que es lo mismo y una sensación de desolación y tristeza me atenaza. Pero no dejo
que eso interfiera con nuestra felicidad, además, hoy vamos a celebrar una pequeña
fiesta en honor a Jonathan, la idea la tuvo el abuelo, pues desea presumir a su
biznieto, algunos clanes vecinos han sido invitados, así que de seguro la celebración
se alargará por varios días, lo que me encanta pues sé por mi abuela de los años grises
que oscurecieron este castillo, sobre todo desde que Esmeralda me raptó.
Ahora, he regresado a dónde pertenezco, estoy con mi familia, ayudo a mi gente,
estoy casada con el único hombre que he amado y tengo dos hijos maravillosos. Tito
es un niño maravilloso, cuida a su hermano en todo momento, y para él he
vislumbrado una vida tranquila, será un Mackencie en todo el sentido de la palabra,
llegará un gran amor a su vida, no veo grandes sobresaltos ni tristezas, tendrá una
larga vida y una gran familia, eso me hace muy feliz. Sobre Jonathan, no puedo ver
nada, tal vez sea porque aún no es la hora de que lo sepa, o porque al ser mi hijo se
me es negado saber sobre su futuro, en ocasiones lo agradezco, pues no soportaría
saber que algo malo le espera.
—¡Marian Mackencie! —Escucho que gritan mi nombre de repente, y salgo con
rapidez de la cocina donde estaba ayudando a las chicas con los preparativos.
Veo a Cameron muy preocupado y nervioso.
—¿Qué ocurre, Cameron?, —pregunto acercándome a él.
—Cinthia, se ha desmayado. —Espeta de golpe—. Debes venir conmigo, ¡rápido!
—Me coge del brazo y me arrastra con él.
—¡Cameron!, —grito, para que reaccioné—. Déjame que coja mis hierbas, debes
tranquilizarte.
Me suelta y salgo corriendo, entro de nuevo a la cocina y cojo mi tartán repleto de
todo lo que necesito, sin más corremos hacia la cabaña donde viven. Al entrar, veo a
una Cinthia tranquilamente acostada en la cama, pero pálida y demacrada.

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—¿Desde cuándo está así?, —pregunto—. Deberías haberme llamado antes
Cameron.
—Solo ha sido un mareo, mi señora —susurra la mujer.
—Nada de eso Cinthia. —La examino, aunque nada más poso la mano sobre su
vientre y una imagen llega a mi mente: una hermosa niña corriendo entre las verdes
colinas de Eilean Donan.
Sonrío y cierro mis ojos, cuando vuelvo a abrirlos frente a mí está una mujer
menuda, muy parecida a Cinthia, quien se acerca a ella y posa su mano cómo hace
unos segundos hice yo y le besa la frente, luego, sonriendo, se acerca hacia Cameron
y lo besa en la mejilla para luego desparecer.
¡Dios santo…!
Acabo de ver a Katlin, intento contener el llanto, pues la mujer ha venido a
despedirse y darles su bendición. No sé si decirles lo que acabo de ver, por ahora,
solo les daré la buena noticia.
—Cinthia no está enferma Cameron, vais a ser padres —afirmo feliz.
Ambos se miran con incredulidad, parece que no se les había pasado por la
cabeza tal probabilidad. Tras varios segundos, a Cameron por fin reacciona al
comprender lo qué eso significa y el terror lo invade, y tan pronto comprendo el
motivo, me apresuro a asegurarle que nada malo va a ocurrirle ni a Cinthia ni al bebé,
le hago comprender que su pasado no volverá a repetirse.
Cuando ambos están más tranquilos, me despido y salgo corriendo hacia el
castillo para terminar de ayudar con los preparativos, y al ver a mi madre y a Sofía no
puedo evitar darles la buena nueva sobre Cameron y Cinthia, para después juntas
seguir ayudando en todo lo posible a las criadas para que todo esté perfecto, mientras
observo a lo lejos a Eric contar todo tipo de historias a Jonathan que lo mira con sus
pequeños ojos como si fuera un dios.
Horas más tarde, la gente comienza a llegar y a sentarse en las mesas, la música
empieza a sonar y los hombres se reúnen en varios grupos para hablar de sus cosas.
Los niños corretean y gritan, jugando felices y sin ninguna preocupación. Seguido, el
tío James y tía Sarah aparecen también, aún me resulta raro verlo con bastón, hace
unos meses cayó del caballo y su pierna no se ha recuperado, lo he intentado todo,
pero nada he conseguido, y aunque siempre bromea al respecto diciendo que, mejor
que le haya pasado a él y no al abuelo, pues no aguantaría ser un lisiado ni un solo día
de su vida, eso no me reconforta en lo más mínimo.
Cuando por fin todos estamos reunidos, nos sentamos en la mesa y comenzamos a
comer mientras hablamos sobre lo ocurrido durante todos estos meses de feliz
tranquilidad, y otros tantos, bailan y disfrutan de la animada música. Cuando la tarde
empieza a caer, vemos como un carruaje que reconozco muy bien atraviesa el puente,
y Eric al verlo, se levanta raudo y se dirige hacia el lugar donde se ha detenido.
Todos guardan silencio, parece que el tiempo se ha detenido, aun cuando observo
con total claridad descender del carruaje a la madre de Eric, vestida con un elegante

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atuendo negro y, tan pronto tiene a este enfrente, comienzan a discutir de forma
acalorada. No sé qué hacer, si me acerco con seguridad empeoraré las cosas, esa
mujer me odia.
—Supongo que es la madre de, Eric —dice mi madre a mi lado, solo asiento sin
despegar la mirada, por un momento el temor y la vergüenza me invaden.
Mi abuela, rápidamente, se posiciona a mi derecha y aprieta con suavidad mi
hombro.
—Recuerda quién eres. —Por su tono de voz, deduzco que no está contenta por
esta interrupción, y mucho menos por la escena que la madre de Eric está provocando
delante de toda nuestra gente.
Me acerco a ellos con pasos decididos, recordando cada una de las veces que esta
mujer me ha humillado, no voy a dejar que la ira me domine, pero creo que es hora
de que alguien más la ponga en su lugar.
—¡Bienvenida a Eilean Donan, Lady Darlington!, —saludo con cordialidad, al
menos yo tengo modales.
Ambos aguardan al verme llegar, mi esposo me mira con preocupación, mi suegra
con el mismo desprecio de antaño, lo que me demuestra que las cosas no han
cambiado, ni creo que lleguen a cambiar con ella, a pesar de que soy la esposa de su
hijo y la madre de su nieto, nunca va a aceptarme.
—No te des aires de grandeza niña. —Escupe mirando a su alrededor—. Estoy
rodeada de salvajes, vacas y estiércol, no tienes nada de lo que presumir, sigues
siendo una fulana bastarda, que me ha arrebatado a mi hijo.
Eric, coge por el brazo con fuerza a su madre, dispuesto a subirla de nuevo al
carruaje, pero lo detengo, pues las palabras de esta señora ya no me afectan.
—Usted ya no puede hablarme así, yo no soy ninguna bastarda —respondo
tranquila y en voz alta para que todo el mundo me pueda oír—. Mis padres ya estaban
casados cuando yo nací. Dígame señora, ¿usted duerme por las noches? ¿Su
conciencia se lo permite?
No me responde, pero me mira dispuesta a abofetearme.
—Yo no le he arrebatado nada, usted nunca ha querido a Eric, el mejor hijo que
alguien podría tener, siempre lo despreció, está sola por decisión propia.
—He venido a llevarme a mi hijo donde pertenece. —Alza el mentón con orgullo.
—Ya te he repetido hasta la saciedad madre, que ahora Eilean Donan es mi hogar,
donde sea que Marian y mis hijos estén, allí estaré yo. —Gruñe enfurecido.
—¡No puedes abandonarme!, —grita histérica.
—Tú me abandonaste en el momento que nací, aun así, soy capaz de sentir algo
de compasión por ti, si mi mujer está de acuerdo podrías vivir parte del año en la
mansión que tenemos en Escocia, de ese modo podrías estar más cerca de nosotros y
conocer a tu nieto.
—No pienso vivir en este maldito lugar. —Sisea—. Mi sitio está en Inglaterra, al
igual que lo está el tuyo.

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—Ya no, madre; y nada de lo que hagas o digas me hará cambiar de opinión,
mucho menos si faltas el respeto a mi esposa —responde mi marido con seriedad.
Mi suegra me mira con odio, ahora más que nunca sé que desea mi muerte, todos
estamos en silencio, esperando otro estallido de furia por su parte, incluso espero un
ataque contra mí, pues se ve acorralada, se ve sola.
De pronto, es la abuela quien habla con voz fuerte y clara mientras se acerca a
nosotros.
—Bienvenida a Eilean Donan Lady Darlington, soy Lady Brianna Mackencie,
señora de estas Tierras. —Se presenta con orgullo, sin dejarse amedrentar por la
mirada de desprecio de la madre de Eric—. No he podido evitar escuchar sus
absurdas e histéricas palabras, y déjeme decirle que no permito este tipo de
comportamientos en mi hogar, si usted ha venido con intención de celebrar junto a su
hijo y su nieto, es más que bienvenida, de lo contrario, puede marcharse por donde ha
venido.
—¡Maldita salvaje! —Escupe furiosa—. ¿Crees que tú, una insignificante
escocesa va a darme ordenes?
—Nunca he sido insignificante pequeña arpía de tres al cuarto. —Sisea mi abuela
enfurecida, perdiendo la compostura que a toda costa intentaba conservar—. Antes de
ser una Mackencie, mi nombre era Lady Brianna de Clarence. —Veo como mi suegra
abre la boca y palidece, mi abuela sonríe triunfal—. Sí, veo que reconoce mi apellido,
mi padre perteneció a la casa de York, y ahora soy la mujer del Laird más poderoso y
temido de las Tierras Altas, así que si vuelve insultarme voy a enviarla de un bofetón
a su amada Inglaterra.
De repente, los aplausos y vítores me ensordecen, aplauden a su señora, pues ha
puesto en su lugar a la forastera que ha osado a venir a insultar a las Mackencie.
Mi suegra en cambio, nos mira a todos por última vez y, tras detener su mirada
por más tiempo sobre Eric, sube al carruaje de nuevo y parte sin mirar a atrás.
Eric observa a todos después preocupado y avergonzado al mismo tiempo.
—Que dos hombres los sigan al menos hasta la frontera —ordena mi abuelo que
se ha acercado hasta mi abuela.
Mi marido le agradece con la mirada y todos vuelven a sus asientos, pero la
música ha cesado, ni siquiera los niños se mueven, hasta…
—¡Que siga la celebración! —Ruge mi abuelo, y de inmediato todo vuelve a la
normalidad, al menos todos los demás, para mí, todo se ha venido abajo.
—¡Lo siento tanto!, —susurra mi esposo mientras me abraza, escondo mi rostro
en su pecho, sintiéndome segura.
—Tú no tienes culpa de nada. —Intento sonreír—. No dejemos que ella nos
arruine más momentos hermosos como estos.
—Ni siquiera ha querido conocer a mi hijo —susurra con dolor—. ¿Cómo puede
odiarme tanto?

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Alzo su rostro, lo miro a sus ojos ahora atormentados por el desprecio de su
madre, me duele, me enfurece, si volviera a tenerla frente a mí, juro que la
abofetearía por causar tal dolor en el hombre que amo.
—Yo te amo por las dos, siempre seré tu hogar, siempre seré tu apoyo cuando
sientas que todo se desmorona, cuando te sientas perdido solo abrázame. —Todo lo
que digo lo hago de corazón, y espero que él pueda verlo en mis ojos.
—Te amo tanto, desde que te conocí fuiste mi amiga, mi confidente. —Me besa
hambriento y con una emoción descontrolada—. Voy a amarte hasta el fin de mis
días, incluso cuando muera buscaré la manera de volver a tu lado.
Nos besamos deseando poder marcharnos los dos solos, pero el deber se impone,
esta fiesta es en honor a Jonathan, quien se acerca a nosotros en brazos de mi madre y
sostengo en los míos antes de darle miles de besos, mientras los brazos de su padre
nos envuelven de forma y observo a toda la gente que nos rodea, incluida mi familia,
esa que me recibió con los brazos abiertos luego de tanto tiempo de ausencia, de
dolor y lágrimas.
Mis abuelos, mis tíos, mis primos, mis padres, todos felices, todos juntos,
disfrutando del amor que en su día los unió, cada uno con una historia y sus
fantasmas, pero juntos y dispuestos no solo a luchar en batallas, también por lograr
encontrar y conservar el amor, pues es el sentimiento más poderoso del mundo.
Las mujeres Mackencie somos guerreras, madres, esposas e hijas, que no dudan
en luchar por ganar y conservar el amor del hombre que les robó el corazón, y así
seguiremos haciéndolo, pues aún queda mucho por vivir y mucho qué contar.
Sonrío al recordar muchas de las cosas que le depara a esta familia, sabiendo que
no todo será bueno, pero al lado de las personas que amamos, todo es posible de
superar.
Teniendo a Eric, puedo con todo…

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Extra

(Marian Mackencie). Eilean Donan, invierno de 1506.

No sé dónde estoy, miro a mi alrededor, pero no reconozco nada que me ayude a


entender en qué lugar me encuentro. Sé que es un sueño, así lo presiento. Escucho a
lo lejos el galope de varios caballos, pero no logro divisarlos, estoy rodeada de niebla,
tan espesa que ni siquiera puedo verme los pies. Cada vez los caballos están más
cerca, así que decido moverme aun sin saber dónde estoy, comienzo a caminar, y
luego a correr sin motivo alguno, pero es una necesidad que no soy capaz de detener,
corro sin rumbo, hasta que tropiezo con una gruesa raíz de un árbol y caigo de bruces,
gimo de dolor al palparme el tobillo, no está roto lo sé, pero no creo que sea capaz de
andar y mucho menos de seguir corriendo.
—¡Ayuda!, —grito sin muchas esperanzas de ser escuchada—. ¡Ayuda!
Guardo silencio y para mi alivio, escucho como el galope de un caballo se acerca,
y a pesar de la bruma distingo la sombra del corcel y su jinete, quien desmonta
gallardo y me deja boquiabierta cuando distingo los colores Mackencie en su tartán.
Es un hombre muy apuesto, su cabello es negro y largo, su rostro varonil con un poco
de barba, sus ojos grises, algo en él me resulta familiar y no logro saber el qué. No es
mucho mayor que yo, tal vez roza la treintena o menos, me observa con una sonrisa
de melancolía en su rostro que no logro comprender, ¿por qué no me habla?, ¿por qué
no me ayuda?
Decido ser yo quien comience a hablar, pues el silencio que nos envuelve
comienza a ponerme los pelos de punta, ni siquiera se escucha el trinar de los pájaros.
—Gracias por venir a rescatarme amable señor —digo con educación, esperando
que se presente, que me diga su nombre.
—No es nada, pequeña. —¿Pequeña?… solo una persona en este mundo me
llama de ese modo, y ese es mi abuelo. ¿Cómo es posible que este apuesto hombre
me llame así?
A no ser… ¡No! Me niego a pensar en tal posibilidad.
Me sonríe con tristeza como si fuera capaz de leer mi pensamiento, comienzo a
negar frenéticamente con la cabeza, negándome a creer que pienso.
—¡No!, —exclamo, y olvidando mi dolor, me levanto del suelo y me acerco hacia
él—. ¿Abuelo?, —pregunto asustada por su respuesta.
—Sí pequeña, así me veía en mi juventud. —Asiente sonriente, con orgullo.
—Pero eso significa que… —Guardo silencio, porque no me siento capaz de
decir en voz alta lo que significa que mi abuelo este ante mí con su aspecto juvenil—.
¡No!, —grito negándome a reconocerlo—. ¡No puedes estar muerto!

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—Llego mi hora, mi niña —susurra con tristeza al ver mi estado de histeria, mi
llanto es incontrolable—. Debes ser fuerte, necesito que cuides de tu abuela.
—¡No puedes marcharte!, —exclamo—. No puedes dejarnos solos…
—Niña, tú mejor que nadie sabes que todos morimos algún día, y mi día ha
llegado. —Acaricia mi cabello intentando tranquilizarme—. He tenido una larga vida,
una vida maravillosa junto a la mujer que he amado con locura, la cual me dio unos
hijos y nietos estupendos, dejo a mi clan en las mejores manos.
—Pero la abuela te necesita. —Le recuerdo ya sin fuerzas.
—Ella os tiene a todos vosotros. —Me abraza, intuyo que nos queda poco tiempo
—. Dile que la amo, y que la estaré esperando, debe ser fuerte, ella debe recordar
quién es, aunque yo ya no esté, es Brianna Mackencie, la mujer que me enseñó lo que
era el amor verdadero, la que perdonó lo imperdonable por estar a mi lado, mi mayor
apoyo, mi compañera…
Su voz se quiebra, lo miro a los ojos por última vez, no sé cómo no he sido capaz
de reconocerlo a simple vista.
—Te amo abuelo, te voy a echar mucho de menos, pero volveremos a vernos —
afirmo sollozando, admirando su rostro por última vez, pues sé lo que voy a
encontrarme cuando despierte.
—Y yo te amo a ti pequeña, cuida de tu abuela. —Me besa por última vez, monta
su caballo y se marcha no sin antes volver su vista hacia mí.
Luego, espolea su caballo y se pierde entre la bruma, y me dejo caer de rodillas
llorando, sin querer despertar y encontrarme la dura realidad, que el pilar del clan
Mackencie ha muerto, mi abuelo se ha marchado para siempre.
Escucho un grito de pura agonía y sé que es el momento de despertar…

***

—¡No! —El grito de mi abuela me hace incorporar en el lecho, sé de qué se trata,


así que cuando Eric está dispuesto a coger su espada, se lo impido negando con la
cabeza, me mira sin comprender, pero me sigue fuera de la alcoba—. ¡Alexander!
Corro hacia la habitación de mis abuelos, esa que han compartido por más de
treinta años, mis tíos ya están dentro siendo espectadores mudos, de cómo mi abuela
sostiene entre sus brazos el cuerpo inerte de mi abuelo. Se mece con él en brazos,
sollozando sin control, no permite que nadie se acerque, pues no quiere que la
separen de él, verlo con tanta paz me da tranquilidad, ha muerto mientras dormía, sin
sufrir, al lado de la mujer que amaba.
Mi abuela no para de repetir una y otra vez la misma frase.
«Tú no, tú no por favor… No puedes dejarme».
—Madre, deja que nos acerquemos —dice el tío Aydan con voz rota—. Padre ya
no está.
—¡No!, —exclama—. Alexander no está muerto, ¡no lo está!

Página 220
Todos estamos conmovidos, mi madre se abraza a mi padre, el tío Keylan intenta
contener las lágrimas, el tío James ni siquiera es capaz de disimular su llanto y la tía
Sarah lo abraza entre sollozos.
Pasado un rato, por fin decido acercarme a ella a pesar de sus negativas, está tan
sumida en su dolor y en susurrar a mi abuelo palabras de amor en su oído, que ni
siquiera se da cuenta de mi cercanía hasta que me siento a su lado. Me mira perdida,
jamás he visto un dolor igual en la mirada de nadie, esto me está matando, pero se lo
debo a mi abuelo.
—Basta, abuela —pido con suavidad—. El abuelo no quería esto. —Niego con
tristeza.
—Él no puede marcharse sin mí, no puede dejarme aquí sola. —Suplica.
—No estás sola abuela, nos tienes a todos nosotros. —Intento que se separe de mi
abuelo, sin éxito—. El abuelo me dio un mensaje para ti. —Eso hace que me preste
atención de inmediato—. Me dijo que debes ser fuerte, recordar quién eres, has sido
el amor de su vida, y te estará esperando en el otro lado cuando llegue tu hora, pero
aún no lo ha hecho abuela, debes ser fuerte.
—¿Lo has visto?, —pregunta intentando controlar los sollozos y asiento.
—Apenas lo reconocí, cuando apareció frente a mí era un abuelo más joven. —
Intento bromear para conseguir levantarla de la cama.
Aunque ya no se aferra a él, no deja de observarlo ni acariciarlo.
—Debes dejarnos prepararlo, madre —repite el tío.
—Yo lo haré —responde ella con una firmeza que hace unos instantes no parecía
poseer—. Dejadme a solas con él.
Todos obedecen, cuando estoy a punto de salir, su voz me detiene.
—Tú no niña. —Asiento, y veo a toda mi familia salir de la habitación.
Se levanta con paso lento, se ve más frágil que nunca, como si hubiera perdido su
fuerza vital, sin que ella me lo pida la ayudo a vestirse por completo de negro, recojo
su cabello rubio canoso en un moño apretado, se niega a ponerse joyas, solo su anillo
de bodas, su palidez me asusta y su silencio aún más.
—Abuela —la llamo, mientras la puerta se abre y aparece mi madre llorosa y con
una palangana de agua caliente, que deja aún lado del lecho y vuelve a salir.
—Abuela. —Vuelvo a insistir, y sin responder comienza a lavar a mi abuelo poco
a poco, con una ternura que trae de nuevo lágrimas a mis ojos.
Guardo silencio pues no sé qué más hacer.
—La primera vez que le vi, estaba en las escalinatas acompañado por su amante
Isabella. —Comienza a contarme—. Me pareció apuesto, pero me propuse odiarlo
para toda la eternidad, y no me lo puso muy difícil.
—Era realmente apuesto. —Asiento, no quiero que deje de hablar, no quiero que
vuelva a encerrarse en sí misma.
—A pesar de todo, me enamoré de él. —Sonríe entre lágrimas—. Estuvo
dispuesto a dar su vida por mí, pasó cada día de nuestra vida juntos demostrándome

Página 221
su amor, y lo arrepentido que estaba por sus acciones pasadas.
—Lo sé abuela, el vuestro era un amor inmenso, ten por seguro que superará las
barreras del tiempo. —Intento reconfortarla, sin éxito.
—¿Qué voy a hacer sin él? —Vuelve a sollozar y cierro los ojos, el dolor me está
destrozando, pero le prometí a mi abuelo que sería fuerte por ambas, y lo voy a
cumplir.
—Abuela, no puedo imaginar el dolor que estás sintiendo, si perdiera a Eric no
podría soportarlo, pero piensa en los que aún estamos vivos —suplico.
—No sé cómo voy a soportar este dolor —susurra.
La ayudo a vestirlo con su tartán, luego me pide que la deje a solas con él y no
tengo corazón para negárselo, me marcho para saber cómo van los preparativos del
entierro. Toda la familia está reunida en el gran salón; Ian y Marie, están intentando
consolar a mi madre, ya que mi padre y el tío Keylan con toda seguridad están
disponiendo todo.
Me acerco a ellos.
—La abuela, está más tranquila —informo, todos me miran—. Pero me ha pedido
que la deje a solas con el abuelo.
—No va a ser capaz de superarlo. —Solloza Marie, ella mejor que nadie conoce a
mi abuela, han sido amigas desde que llegó de Inglaterra.
—No puedo creer que mi Laird esté muerto —susurra Ian—. Mi amigo, mi leal
compañero.
Todo trascurre, lentamente.
El día pasa mientras el gran Alexander Mackencie es velado por todo su clan,
toda su gente quiere rendirle homenaje por última vez, mi abuela no ha vuelto a
hablar, apenas ha probado bocado.
La mañana siguiente, amanece lloviendo, incluso el cielo llora la partida del
abuelo, trasportamos su cuerpo hasta la colina en donde descansan todos sus
antepasados. Todo está preparado, y cuando mi padre y el tío James ayudado por el
tío Keylan y Aydan comienzan a dejar caer la tierra sobre el cuerpo sin vida del
hombre que todos amamos, mi abuela vuelve a perder el control.
Necesito la ayuda de Eric para sujetarla, pues está dispuesta a abalanzarse sobre
la tumba de su marido. Intento tranquilizarla, susurrándole de nuevo las palabras de
amor que mi abuelo me trasmitió para ella, pero ni siquiera parece escucharme.
Finalmente, pierde fuerza y cae desmayada, y es Ian quien la sujeta entre sus brazos,
y tras mirar por última vez la tumba en la que descansa ya el abuelo, se la lleva al
castillo acompañada de una llorosa Marie.
Uno a uno se van marchando, nos quedamos solo Eric y yo.
—Nunca olvidaré todo lo que me enseñó, él fue el primero en darme una
oportunidad —susurra mi esposo, sonrío con tristeza al recordar aquellos momentos
—. Debemos volver, está empezando a llover de nuevo.
—Ve tú, déjame a solas con él por última vez —le pido con un hilo de voz.

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Parece dudar por un instante, pero se marcha dejándome sola.
—No puedo creer que estés ahí abajo, eras tan fuerte, parecías invencible —
susurro arrodillándome—. La abuela no va a superarlo, mi corazón me lo dice,
espérala hasta que llegue su hora abuelo, vuela libre Mackencie.
Me levanto y comienzo a caminar hacia el castillo, dejando atrás el hombre al que
más he respetado y admirado. El hombre que llevó a un clan a ser el más poderoso de
las Tierras Altas, quien se ganó el respeto de sus aliados y el odio y temor de sus
enemigos, se ganó el amor de su esposa, hijos y nietos.
Hasta pronto abuelo…

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Extra 2

(Marian Mackencie). Eilean Donan, primavera de 1507.

Ha pasado más de un año desde que el abuelo se fue, poco después de su partida me
di cuenta que estaba embarazada, y luego de ocho nació mi segundo hijo al que
nombramos Alexander en su honor.
Todos hemos intentado seguir con nuestras vidas, ha sido difícil.
Mis tíos, han seguido el legado de su padre, junto a sus esposas han encontrado
un bálsamo para su dolor, pero el tío abuelo James, no ha vuelto a Eilean Donan
desde que su hermano murió, varias veces he ido a su hogar para curar la pierna que
nunca consigo sanar por completo. Al irse el abuelo, se llevó una parte de nosotros, él
era el alma de la familia, la fuerza vital, unos lo llevamos mejor, otros no tanto.
La llegada de Alex me ayudó mucho, pues no me pude dejar vencer por la
tristeza, mi esposo ha sido mi mayor apoyo, hace unos meses recibimos una carta de
Gabriel anunciando la muerte de Lady Darlington, acompañé a Eric hasta Inglaterra
para el entierro, era la primera vez en años que volvía al país donde crecí, pero al que
no me ata ningún sentimiento. Allí pude conocer a la mujer de Gabriel y a su
encantadora familia.
Pero la abuela, aunque en un principio se esforzó por cumplir al pie de la letra lo
que el abuelo dijo para ella, ya no era la misma, ni siquiera el nacimiento de mi hijo
pudo alegrarla. Al perder a su alma gemela, las primeras semanas ni siquiera se
levantaba de la cama, dormía abrazada a uno de los tartanes de su esposo, al final
tuve que ponerme firme, pues le había prometido al abuelo que no dejaría que su
mujer muriera de pena.
Aún recuerdo esa confrontación como si fuera ayer…

***

—Brianna Mackencie. —Entro furiosa a su habitación—. Levántate de


inmediato.
La alcoba apesta, ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que la abuela se
bañó, así que ordeno a Marie que preparen una buena tina de agua caliente para
asearla.
Mientras las criadas llenan la tina, Marie y mi madre levantan a mi abuela del
lecho, ni siquiera lucha contra ellas, se deja llevar, tiene la mirada perdida, su rostro
demacrado y sus hermosos ojos sin vida.

Página 224
Marie llora en silencio al ver el aspecto de su señora, ninguna de las tres podemos
creernos en lo que se ha convertido Brianna Mackecnie. Cuando la tina está lista,
quitamos el camisón mugriento que recubre el cuerpo de la abuela, y no puedo
sorprenderme al verla, está en los huesos, siento como el llanto me ahoga.
—¿Este es el amor y respeto que le tienes a tu esposo?, —digo mientras la ayudo
a meterse en la tina con brusquedad—. Al menos mi abuelo no tiene que contemplar
en lo que se ha convertido su mujer.
—¡Marian! —Me reclama mi madre enfadada.
Con la mirada le comunico a mi madre que debe guardar silencio, pues todo lo
que pueda decir o hacer en estos momentos es necesario, mi abuela debe reaccionar,
debo llegar hasta ella y traerla de vuelta.
—Dejarte morir, no va a traer a tu esposo de vuelta —observo como mi abuela
comienza a temblar, cierra sus pequeñas manos en puños y eso me da a entender que
voy por buen camino—. Él no está, no va a regresar.
—¡Basta!, —susurra cerrando sus ojos, e intentando taparse los oídos, no se lo
permito.
—Abuela, repite conmigo. —Mira mis labios—. Alexander Mackcencie, mi
amado esposo está muerto.
Niega con la cabeza, estoy comenzando a perder la paciencia.
—¡Abuela, él está muerto!, —grito zarandeándola—. ¡Jamás va a regresar! No
habrá más abrazos, ni besos, ni confidencias arropados por las mantas de vuestro
lecho, no habrá más noches de amor, ni mañanas de paseos… ¡No va a volver!
La bofetada que recibo me hace enmudecer, cierro mis ojos y me permito llorar,
no por el dolor del golpe, sino porque al fin mi abuela ha reaccionado.
—Lo siento, lo siento tanto —exclama sollozando, sé que se disculpa por todo,
por golpearme y por el tiempo en el que se ha permitido ser débil y ausentarse de sus
responsabilidades, no solo para con la familia, sino para el clan entero.
—Ahora, vamos a bañarte —le digo con cariño, intentando sonreír a pesar de la
tristeza.

***

Desde ese día, poco a poco volvió a ocuparse de sus cosas, y enseñó a Rachell
todo lo que la señora de estas tierras debe hacer. También, ayudó a tío Keylan, para él
tampoco estaba siendo fácil eso de ser el Laird, pues, aunque mi abuelo le enseñó
todo lo necesario, no es sencillo ganarse el respeto y confianza de todo un clan y sus
guerreros, aunque seas el hijo de Alexander Mackencie, creo que eso pone aún las
expectativas más altas.
Ahora, estos últimos meses con la ayuda de mi abuela eso ha cambiado, todos lo
hemos hecho, y jamás podremos recuperar aquello que se fue con mi abuelo, solo
debemos aprender a vivir sin él.

Página 225
Por otro lado, el tío Aydan se ha refugiado en su familia ahora más que nunca y
en el vínculo que lo une con su hermano, mi madre se apoya en mi padre y en mí,
pues no quiere entristecer más de la cuenta a mi hermano, para él también está siendo
difícil, pero el nuevo embarazo de Sofía lo mantiene esperanzado.
En los próximos días, debo partir hacia el hogar del mi tío James, su pierna
empeora cada vez más y temo que la gangrena aparezca sin que yo pueda detenerla,
mi tía Sarah es consciente de la precaria salud de su esposo, pues no he querido
mantenerla engañada como me suplicó mi tío que hiciera. Ella se merece saber que es
muy probable que quede viuda, aunque haré todo lo que esté en mi mano para
impedirlo, aunque la actitud de tío James no ayuda, no se cuida, no escucha mis
consejos, y se niega a venir a Eilean Donan donde lo podría tener más vigilado.
Miro al horizonte, intentando encontrar la solución a todos mis temores, pero no
la encuentro.
—¿Qué te aflige? —La voz de mi esposo me sorprende, tan ensimismada estaba
en mis pensamientos que no le he escuchado acercarse.
—Todo —respondo cansada—. Desde que mi abuelo murió, todo se ha
desmoronado.
—Poco a poco todo volverá a la normalidad, mi amor. —Sé que intenta
reconfortarme, pero hay algo más que no me atrevo a decir en voz alta, algo con lo
que llevo soñando semanas y rezando a Dios que no se cumpla—. Debes darles
tiempo a todos…
—¡No hay tiempo Eric!, —lo interrumpo, solo yo sé lo que se avecina, otro duro
mazazo para los Mackencie, y odio saberlo y no poder impedirlo, aún más tener que
guardar silencio para no ser la causante de más dolor, pero ¿quién me quita el dolor
que siento en mi interior?
—¿A qué te refieres, Marian?, —pregunta intentando abrazarme, pero me aparto,
si me toca me desmoronaré, y no puedo permitirme tal debilidad ahora mismo—. ¿Es
por los sueños que estás teniendo últimamente?
Cierro los ojos, me conoce tan bien, no puedo ocultarle nada, y la verdad necesito
contarle a alguien los sueños que perturban mi paz.
—Cada noche tengo el mismo sueño, Eric. Cada noche veo a mi abuela morir —
susurro con tristeza, compartiendo con él, el dolor que solo guardaba para mí.
—Con toda seguridad, es una pesadilla, mi amor. —Me abraza y no lo rechazo de
nuevo—. Es el miedo a perder a alguien más lo que hace que tengas ese horrible
sueño.
Niego con la cabeza y lloro en silencio, pues sé que no se trata de mis temores, es
una de mis tantas premoniciones, y al igual que me ocurrió cuando mi abuelo se fue,
ahora, debo revivir una y otra vez la muerte de mi abuela.
—Es una premonición, Eric. —Le aseguro—. Voy a contarte mi peor pesadilla,
para que entiendas el porqué de mi comportamiento extraño todos estos días, ya no
puedo guardarme todo esto solo para mí, o acabaré enloqueciendo.

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—No deberías guardarte nada Marian, si el dolor te derriba yo te sostendré, si el
miedo te paraliza te guiaré a través de él, cuando sientas que no puedes más háblame
y te escucharé. Tu carga es mi carga.
—Te amo tanto —le digo acercando mis labios húmedos a los suyos, nos
besamos por lo que parecen horas, consiguiendo mitigar el dolor que siento por unos
instantes—. Mi abuela morirá en su lecho, rodeada de todos nosotros, se reunirá al fin
con su esposo, dejando un vacío aún más grande del que dejó Alexander Mackencie.
—Entonces tendrá una buena partida de este mundo Marian, sé que te duele
porque es tu abuela, pero tú mejor que nadie sabes que nuestro ciclo aquí en la Tierra
no es eterno, nacemos, crecemos y morimos. —Intenta reconfortarme.
—Saberlo, no hace que duela menos, ni me ayuda a comprender el porqué —digo
en voz baja, mirando hacia Eilean Donan, mi hogar.
—Debemos regresar. —Aconseja mi esposo, pues he estado tanto tiempo fuera
que casi oscurece.
Regresamos en silencio, cogidos de la mano, sé que me quiere decir algo, pero no
encuentra las palabras para hacerlo.
—Debes decirles. —En su voz escucho el temor que siente al pedirme tal cosa,
pues sabe lo difícil que va a ser para mí.
—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué crees que me siento así?, —pregunto afligida—.
¿Cómo le puedo decir a mi madre, que la mujer que le dio la vida va a morir? A mis
tíos, a tía Sarah, es su hermana, y es a la primera que debo decírselo, pues debe
volver a Eilean Donan.
—¿Cuánto tiempo queda?, —pregunta con seriedad.
—No lo sé con exactitud, pero presiento que será poco tiempo, debo adelantar mi
viaje al hogar de mis tíos. —Respondo.
—Partiremos mañana mismo, y tus tíos regresarán con nosotros. —Lo dice con
tanta convicción que hasta yo llego a creerlo, pero sé que traer de vuelta a tío James
va a ser una ardua tarea—. Debes decirle al menos a tu padre lo que va a ocurrir.
Asiento, al llegar a nuestro hogar intento tranquilizarme y encontrar el valor para
hablar, sin perder tiempo, busco a mi padre, gracias a Dios lo encuentro en las
caballerizas, después de asegurarme que estamos solos, comienzo a hablar.
—Padre, necesito hablar contigo. —Intento no alzar mucho la voz, pues no quiero
arriesgarme a ser escuchada.
Mi padre, me mira con preocupación.
—¿Qué ocurre, Marian?, —pregunta con rapidez, impaciente como siempre.
—Llevo semanas teniendo el mismo sueño —respondo.
Cierra los ojos y pregunta aterrado.
—¿Quién va a morir? Dime por favor que no es tu madre, ni tu hermano. —
Suplica al final.
Niego con la cabeza y le aclaro.
—Es la abuela. —Al escucharme, suspira derrotado.

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—Me imaginaba que su final estaba cerca, no tengo tu don, mi parte mística se la
llevó mi hermana, pero soy medio gitano y eso me hace más sensible que los gadjo.
Sin Alexander ella solo es una triste sombra de la mujer que fue antaño.
—¿Cómo se lo voy a decir a madre?, —pregunto aterrada y abrumada por la
pena.
—Yo se lo diré —contesta—. No debes llevar el peso de esta terrible carga tu
sola.
—La abuela morirá rodeada de su familia, mañana mismo Eric y yo partiremos
hacia el hogar de tío James, deben estar a su lado.
Asiente, y juntos nos encaminamos hacia el castillo, ya todos están reunidos en la
gran mesa, pero me sorprende ver el sitio que ocupa mi abuela está vacío, un terrible
presentimiento me hace detenerme. ¿Y si es demasiado tarde?
—Madre no se encuentra muy bien, Marie le va a subir la cena a su alcoba. —
Informa mi madre, puedo darme cuenta lo preocupada que está.
Mi padre y yo nos miramos, ambos compartiendo el secreto en silencio, intento
tranquilizarme y sentarme a comer con mi familia, pero necesito avisar a tía Sarah, es
urgente y temo que, si viajo yo, retrase su llegada y sea demasiado tarde.
—Eric, necesito enviar una carta a tía Sarah, ella debe venir de inmediato. —La
ansiedad me consume.
—Mañana al despuntar el alba yo mismo partiré, al anochecer estaremos de
regreso, aunque eso signifique no descansar ni un segundo. —Me promete.
Apenas puedo probar bocado, y antes de que todos se retiren a sus aposentos, me
armo de valor y les digo.
—Necesito hablar con todos vosotros. —Alzo la voz, pues tanto tía Eara como tía
Rachell están a punto de abandonar el salón—. Llevo semanas soñando lo mismo,
aquí todos sois conscientes de mi don y lo que mis sueños significan.
—Si fuera bueno, no sería tan difícil de decir —susurra tía Rachell.
—Habla, Marian —ordena el tío Keylan, veo como Eric se remueve inquieto a mi
lado, no le ha gustado el tono que ha empleado para hablarme, pero le indico con la
mirada que guarde silencio.
—La abuela, no va a recuperarse —respondo lo más firme y fuerte posible.
Lo siguiente que escucho son murmullos y un llanto desgarrador por parte de mi
madre y Marie.
—¿Cuándo?, —pregunta el tío Aydan en voz baja.
—No lo sé con exactitud, pensaba que tendríamos más tiempo, pero… —dejo de
hablar pues no sé qué más decir.
—Al alba partiré para traer a Sarah y James. —Habla Eric por primera vez, mis
tíos asienten agradecidos, ninguno de nosotros quiere alejarse en estos momentos.
Sin más que decir, cada quien se marcha a sus aposentos, y mi madre va directo al
de la abuela negándose a separarse de ella. Está destrozada, al igual que el resto, y yo

Página 228
me siento morir al soñar de nuevo con la inminente partida de la abuela, cada vez está
más próxima, lo sé.

***

La mañana siguiente, al despertar, noto que Eric ya no está a mi lado, llevo tantos
días durmiendo mal que ni siquiera me di cuenta cuando se marchó. Después de
levantarme y ver a mis hijos, decido ir a la habitación de la abuela, mi madre sigue a
su lado, se ve agotada, tiene unas marcadas ojeras bajo sus ojos enrojecidos por las
lágrimas.
—Madre, ve a descansar, me quedaré con ella —susurro—. Ella no se va a
marchar hasta que no se haya despedido de todos.
—De mí ya lo ha hecho. —Rompe a llorar y me abraza buscando consuelo, cierro
los ojos y aprieto mis brazos alrededor del cuerpo de la mujer que me dio la vida,
quien ya está sintiendo el dolor de la perdida—. Me dijo que se siente orgullosa de la
hija que he sido y de la mujer que he llegado a ser, dice que no tiene miedo a la
muerte, solo quiere reunirse con padre.
—Ve a descansar. —Vuelvo a repetir con voz temblorosa, antes de que mi padre
entre a la habitación y se la lleve a descansar.
Cuando al fin quedo a solas con la abuela, la observo y noto su tranquila
respiración, parece dormir en paz, y en sus manos empuña un trozo del tartán de mi
abuelo, es como su amuleto.
Retengo un sollozo al pensar que, muy pronto van a volver a estar juntos.
—No llores niña, vuelvo con mi esposo —susurra abriendo apenas sus ojos
verdes, ahora pagados y sin vida—. He tenido una larga vida, donde no todo ha sido
alegrías, pero he sido feliz, no puedo pedir más.
—Sé que es ley de vida abuela, pero no por ello duele menos, ¿qué vamos a hacer
sin ti?, —pregunto asustada.
—Vivir —responde con firmeza—. Seguir el legado que Alexander y yo os
hemos dejado, honrar el apellido Mackencie, pero sobre todo ser felices. No os
preocupéis por mí, allá donde voy estaré bien, siempre que esté con Alexander estaré
bien. Debéis dejarme marchar.
—Abuela… —Sollozo, cogiendo su frágil mano entre las mías y besándola sin
parar.
—Llama a los demás —me pide cerrando los ojos de nuevo.
Me levanto y hago lo que me pide. En cuestión de minutos, uno a uno van
entrando; primero mi tío Aydan y su esposa Era; luego, mi tío Keylan y Rachell, y
poco tiempo después las mujeres salen sollozando y le piden a mi padre que entré, a
mi madre no la hemos despertado pues ya se ha despedido de mi abuela, además
necesita descansar para lo que se avecina.

Página 229
Está a punto de anochecer, y el frío que se instala en mí, anunciándome que no
falta mucho para que la muerte venga por mi abuela. Eric y mis tíos aún no llegan,
pero confío en mi visión y sé que ellos estarán al lado de mi abuela cuando llega su
final. Ya entrada la noche, me informan de que mi esposo está cruzando el portón y
corro a su encuentro, el tiempo es crucial, pues se nos está agotando.
Cuando llego hasta Eric, ya está ayudando al tío James a desmontar, en cuyo
rostro se refleja un agudo dolor, pero su pierna tendrá que esperar, no tengo tiempo
siquiera de hablar antes de que la tía Sarah me abrace sollozando.
—Dime que no es cierto, Marian, por favor. —Suplica temblorosa.
—Ella os está esperando, ha llegado la hora —respondo, sin querer mentirles.
Consigo que tía Sarah se tranquilice un poco mientras nos ponemos en marcha,
tío James camina detrás de nosotras junto a Eric en silencio y, al llegar frente a la
habitación de la abuela, abro la puerta y tengo que sostenerla pues la impresión que
se lleva es fuerte.
—¿Brianna?, —susurra rota de dolor, y mi abuela en respuesta sonríe y alarga su
mano hacia ella—. No puedes dejarme. —Suplica al llegar a su lado.
—No te dejaré por completo hermanita, una parte de mí siempre estará contigo.
—Sonríe con tanta paz, aunque sus ojos están anegados de lágrimas—. Pero no
soporto esta vida sin Alex, debéis dejarme ir.
—No puedo Brianna, con tu partida te llevas una parte de mi corazón, nuestras
hermanas y padres ya no están, solo quedamos tú y yo, no puedes dejarme sola. —Me
parte el corazón escucharlas.
Todos somos espectadores mudos de esta despedida.
—Nunca estarás sola, tienes a James, a tus hijos y a los míos, todo un clan te
protege, no temas hermanita. —Mi abuela parece cansada—. No llores por mí,
vuelvo a los brazos del único hombre que he amado.
—Ruego a Dios que así sea hermana. —Solloza tía Sarah—. Durante toda mi
vida he rogado que tu lugar sea el cielo y no el infierno.
—No me importa, sabes que por salvarte volvería a hacerlo. —La abuela cierra
los ojos y guarda silencio durante lo que parecen horas, hasta que, al fin, los vuelve a
abrir y murmura—. James, acércate.
Mi tío obedece, ambos se miran y parecen comunicarse con la mirada, veo la
tristeza en los ojos del hombre que sostiene su mano.
—Has sido el hermano que nunca tuve, has cuidado de una de las personas más
importantes de mi vida, y le has dado felicidad y una hermosa familia, no puedo estar
más agradecida contigo, James Mackencie.
—Te he amado como una hermana, gracias por la familia que dejas —responde él
y besa su frente—. Abraza a mi hermano muy fuerte, y si ves a…
No es necesario que diga nada más, mi abuela asiente comprendiendo.
—¿Dónde está, Marie?, —pregunta—. ¿Dónde está mi fiel amiga?

Página 230
En ese momento Ian entra sujetando a la buena de Marie, está destrozada, la
acompañó hasta el borde del lecho de mi abuela y dejó de contener el llanto al verlas
juntas.
—Has sido mi fiel compañera durante todos estos años, sé feliz y vive por las dos,
estaré esperándote en el otro lado. —Solloza—. Ian te ordeno que sigas cuidándola y
adorándola como has hecho hasta ahora.
El hombre solo asiente, pues es incapaz de alzar la mirada y dejar ver que la
partida de su señora lo tiene al borde del llanto.
—Ha sido un honor servirte, mi señora —responde en voz baja.
Después, la abuela sonríe por última vez, todo queda en silencio, solo se escucha
el llanto de la gente que ama a esta mujer con todo su corazón. Pasan las horas, poco
a poco ella respira con más dificultad, sujeto su mano, mi madre la otra, tres
generaciones juntas, despidiendo a la mujer que nos dio la vida a todos. Y así
permanecemos, hasta que, al fin, una última exhalación abandona sus labios y
Brianna Mackencie deja este mundo, sonriendo.
Un rato después, mientras los llantos no cesan en la habitación, algo inesperado
me ocurre, ante mis ojos una reveladora y hermosa visión se desarrolla sin necesidad
de estar dormida.

***

Frente a mí, aparece la figura del abuelo joven y sonriente, y entre sus brazos, una
hermosa y rubia mujer me observa del mismo modo risueño. Ambos se besan,
apasionadamente, sin saber que los observo, o tal vez sí y no les importe en absoluto.
Se susurran cosas, algunas las puedo escuchar.
—Te he echado de menos mo cridhe —dice mi abuelo.
—Ha sido una condena vivir sin ti, Alexander Mackencie; pero nuestra familia
me necesitaba, ahora al fin podía marcharme en paz, aunque lloren mi muerte, el
tiempo aliviará su dolor.
Vuelven a besarse y luego se giran hacia mí, sonriéndome con amor y
despidiéndose con sus manos, antes de alejarse cogidos de la mano hasta que ya no
soy capaz de verlos.

***

Cuando mi visión desaparece, a pesar de estar llorando sonrío de felicidad, mi


corazón ciertamente llora su partida, pero también se siente en paz pues sé que ahora
ambos están juntos. Y así se lo hago saber a todos, sé que eso no aliviará el dolor,
pero les dará tranquilidad y fortaleza.
—Al fin están juntos. —Sonríe mi madre.

Página 231
Ahora, solo nos queda esperar que el destino nos vuelva a juntar. Mientras tanto
los que quedamos honraremos su memoria. Brianna y Alexander Mackencie nunca
morirán, pues siempre estarán en nuestros corazones.

FIN.

Página 232
Agradecimientos

Nunca se me ha dado bien esto de los agradecimientos, porque siento que siempre me
dejo a alguien en el tintero, pero allá vamos. Primero que nada, agradecer a mi buena
amiga, compañera de letras, y hermana adoptiva Leydy Garcia, sin ella, sin su apoyo,
ayuda y consejo no habría llegado hasta aquí. Fue la primera persona en creer en mí,
en apoyarme en esta maravillosa, pero difícil aventura que es la escritura, la que día a
día intenta enseñarme, puesto que me queda muchísimo por aprender, la que tiene
que aguantar mis bloqueos, bajones y varias cosas más. Juntas emprendimos no solo
el viaje a la auto publicación, si no a algo mucho más grande, que poco a poco va
dando sus frutos.
Debo mencionar también, aunque hayamos tomado caminos separados y nos
hayamos distanciado a Emisellys Sanchez pues también su apoyo en el pasado me
ayudó a llegar hasta este momento, a pesar de que ya no estemos tan unidas, debo
agradecerle mucho, y no sería justo no hacerlo.
A mi grupo de lectura Apasionadas Literarias por el apoyo, por la amistad que ha
surgido, de un proyecto que comenzamos con mucha ilusión y que poco a poco y con
esfuerzo va creciendo, gracias a mi familia de apasionadas. A mis lectoras cero, por
su paciencia y apoyo incondicional, por sus consejos en momentos de bloqueo,
porque sin ser realmente conscientes, son de una ayuda impresionante.
A mis fieles lectoras, las que comenzaron conmigo este viaje en wattpad y aún
siguen allí, a las que me han ido descubriendo en el camino y me dieron un voto de
confianza, y a las que están por llegar, espero nunca llegar a defraudarlas.
Y, por último, pero no menos importante, a los Mackencie, aquellos que llegaron
a mi mente una noche cualquiera, y que aún no se han marchado, y creo que jamás lo
harán, para mí son tan reales como yo misma, me han dado muchas alegrías y
también muchos quebraderos de cabeza, pero los amo, espero que todo aquel que
llegue a leer sobre este clan tan especial para mí, también les permita ocupar un
pequeño lugar de su corazón.
¡Una vez más mil gracias!

Página 233

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