La Debilidad de Alec

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 176

Cuando Ian MacKinnion envío lejos a Moira, lo hizo pensando que era por su bien y

sacrificó su propio amor para verla feliz.


Moira no encuentra consuelo en Dunvegan, no es capaz de olvidar lo ocurrido, y los
fantasmas del pasado la siguen allá donde va. A pesar de que se siente arropada por
los MacLeod, uno de ellos le produce una desazón que ni ella misma es capaz de
comprender.
¿Cómo es posible que, aun sintiendo temor hacia Alec, despierte en ella sentimientos
que ni siquiera consigue reconocer?
Alec, el más joven e impetuoso de los hermanos varones, no logra dejar de pensar en
la única muchacha que lo mira con pavor. No importa qué haga o con cuántas
mujeres se acueste, los ojos azules de Moira lo persiguen noche y día haciendo que
pague con ella sus frustraciones.
Ambos jóvenes deberán recorrer un largo camino antes de encontrar la felicidad y la
paz que les ha sido negada durante mucho tiempo.

Página 2
Jane Mackenna

La debilidad de Alec
Hermanos MacLeod - 02

ePub r1.1
Titivillus 23.06.2022

Página 3
Jane Mackenna, 2021

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

Página 4
A mis hijas, Triana y Vega.

Página 5
Prólogo

Invierno de 1601, Dunvegan. Isla de Skye


Moira

No sé exactamente cuánto tiempo ha trascurrido desde mi llegada a Dunvegan.


No siento tristeza ni melancolía porque eche de menos a mi antiguo clan, jamás
me sentí parte de él. Aquellas tierras parecían estar malditas, todo era frío y oscuro,
sin vida. Muy distinto de las de los MacLeod.
Si Ian creía que enviándome lejos conseguiría olvidar el infierno que me hicieron
pasar su padre y su hermano, estaba muy equivocado.
No hay noche que no tenga pesadillas en las que revivo una y otra vez aquella
tortura; despierto llorando, temblando y gritando. Soy incluso capaz de percibir el
dolor que sentí cuando me arrebataron la inocencia, el asco que me embargó, e
incluso puedo volver a olerlos en mi cuerpo.
Nadie viene a socorrerme en medio de la noche. Solo Ian parecía comprenderme
por completo, pues fue obligado a ver mi humillación. Luchó con uñas y dientes para
liberarse de sus captores y ayudarme, mas no pudo hacerlo. Él cree que lo culpo, que
lo desprecio, sin embargo, no es así. Puede que haya dejado de amarlo, porque ese día
no solo perdí mi inocencia, también me arrebataron la capacidad de sentir. Ya no soy
capaz de querer a nadie, ni siquiera soporto estar rodeada de mucha gente.
Los MacLeod han sido generosos y pacientes conmigo, sobre todo, mi señora. En
Rosslyn veo mucho de Ian, quien me contó que nunca estuvieron muy unidos por
culpa de su padre y de su hermano mayor, ellos intentaron hacer de él otro demonio,
sin conseguirlo. No obstante, en el proceso perdió una hermana y muchos años sin
estar al lado de su madre. Solo yo sé cuánto le dolía el distanciamiento con ambas.
Todas las mujeres MacLeod han intentado ayudarme, tratándome casi como a una
igual, cuando no soy más que una simple criada que prácticamente ha sido desterrada
de su clan. Mas no consigo sentirme tranquila con casi nadie a mi alrededor. Soporto
a mi señora, a Glenda, a la madre de Ian, quien es una santa por no odiarme después

Página 6
de todo, su hijo mató a su primogénito por mi culpa y fui la ramera de su esposo, aún
recuerdo como si fuera ayer la ternura con la que me cuidó después del ataque.

Mis ojos están abiertos, pero no soy capaz de ver nada. Escucho cómo Ian solloza a
mi lado y me pide perdón una y otra vez mientras hace un esfuerzo por no tocarme,
pues la primera vez que lo ha intentado he gritado, a pesar de que ya no me quedan
más fuerzas para hacerlo.
—Buscaré ayuda —dice mientras se levanta, aun estando tan malherido como yo
—. ¡Madre! —grita con fiereza y cierro los ojos, rezando para no volver a abrirlos
jamás—. ¡Madre! —vuelve a insistir.
No sé el tiempo que trascurre hasta que escucho un grito ahogado que me hace
levantar los párpados, hinchados de nuevo, y veo ante mí a la esposa del laird
MacKinnion que me mira horrorizada.
—¿Qué te han hecho, criatura? —pregunta, rompiendo a llorar mientras se agacha
a mi lado—. ¿Quién ha sido el animal que te ha dejado en este estado?
—Tu esposo y tu hijo son los responsables —escupe con furia Ian, quien no se ha
marchado en ningún momento—. Tienes que salvarla —implora—. Sé que no he sido
el mejor hijo, pero, por favor, madre…
—Detente, Ian —le pide ahora, observándolo con ternura—. Claro que la
ayudaré, y tú y yo hablaremos largo y tendido después.
Centra de nuevo su atención en mí, su mirada de compasión es como una
puñalada en mi corazón.
—Ian va a tener que cogerte en brazos —me explica—. Necesitas una buena
cama. Tranquila, voy a curarte.
—Lo siento —balbuceo, pues noto que mis labios no me pertenecen y el sabor de
mi propia sangre me hace tener ganas de vomitar—. Lo siento, mi señora, yo no
quería…
—¡Calla, niña! —ordena espantada—. No vuelvas jamás a pedir perdón por lo
sucedido esta noche.
Guardo silencio al comprender que esta buena mujer no me culpa por lo ocurrido,
y dejo que Ian me tome en sus brazos, a pesar de que me causa tal sensación de
repugnancia que cierro con fuerza mis ojos y mis labios para evitar vomitar; me tenso
por el dolor y las ganas de salir corriendo si pudiera.
—Te prometo que mi padre y Bruce pagarán por lo que te han hecho —susurra
sin mirarme, pues es muy consciente de que no soporto su tacto, ese que antaño era
capaz de estremecerme—. Los mataré.
Hay tal fiereza en su voz y su rostro que se me hiela la sangre, sé que está
hablando en serio y, a pesar de lo que me han hecho, no podría soportar que se
ensuciara las manos con la sangre de su propio padre y hermano. Sin embargo, ahora

Página 7
mismo no me encuentro con fuerzas para discutir, solo quiero dormir y que al
despertar todo esto haya sido una terrible pesadilla.
No tengo claro en qué alcoba me encuentro, pero cuando mi cuerpo mancillado es
dejado sobre un colchón de plumas, sé con seguridad que no estoy en la habitación
que comparto con dos muchachas más.
—Sigo pensando que no es apropiado que este en tu alcoba, Ian —escucho cómo
su madre discute con él mientras ordena a alguien que le traiga agua y paños.
—Me importa bien poco si es lo correcto o no, madre —espeta—. Ayúdela.
—Deja que te cure a ti también —dice ansiosa—. Estás lleno de sangre…
—Ahora me limpiaré —contesta, restándole importancia—. No permitas que
nadie se acerque a ella.

Aquella noche, ambos sellamos nuestro destino.


Ahora Ian es el laird de los MacKinnion, después de que Cameron MacLeod
matara a su padre y él mismo asesinara a su hermano por lo que me hizo. No importó
las veces que le rogué que no lo hiciera, ahora ambos demonios deben estar
quemándose en las llamas del infierno, pero, aun así, logran atormentarme.
—Siempre que te encuentro estás parada y perdida en tus pensamientos,
muchacha —la voz potente de Alec, el pequeño de los MacLeod, me sobresalta y,
como ya es costumbre, mi corazón comienza a latir con rapidez—. ¿Acaso tu señora
no necesita ayuda? —pregunta, adentrándose en la cocina en la cual estoy sola en
esos momentos.
—Ahora mismo está con mi laird y el pequeño —tartamudeo, mirando a mi
alrededor para encontrar una forma de escapar.
—¡Deja de hacer eso! —exclama, alzando la voz, y siento que en cualquier
momento voy a desmayarme—. No pienso saltar sobre ti —gruñe más bajo—. No es
que tengas gran cosa que apreciar.
—¿Puedo ayudarle en algo, mi señor? —pregunto, intentando aparentar una
valentía que estoy muy lejos de sentir, ni siquiera soy capaz de levantar la cabeza.
—Sí —asiente mientras entra contoneándose Gladys, mi peor pesadilla en
Dunvegan—. Que trabajes. Estoy harto de verte deambular sin hacer nada.
Cuando soy capaz de mirarle, Gladys está pegada a él recorriendo su cuello, a la
vez que me observa muy ufana. Alec lo hace como si me odiara y no comprendo el
motivo. No le he hecho absolutamente nada, siempre he procurado mantenerme
alejada de su camino, porque, desde la primera vez que le vi, me di cuenta de que era
el más explosivo de los hermanos.
—Sí, mi señor —asiento avergonzada ante la escena que trascurre frente a mí.
—Y no vuelvas a llamar la atención para que venga alguien a interrumpirnos,
estúpida —espeta Gladys.

Página 8
Alec, sin decir más, la coge entre sus brazos y se pierden en el pequeño cuarto
donde guardamos las provisiones. No tardo en escuchar gemidos y gritos. No lo
soporto y salgo con rapidez hacia las escaleras buscando algo en lo que pueda ocupar
mi tiempo mientras mi señora no me da trabajo.
He llegado a pensar que lo hacen a propósito, trabajo mucho menos que cualquier
criada del castillo, lo que no me hace muy querida entre ellas, algo a lo que ya estoy
acostumbrada. ¿Qué hay de malo en mí? Soy huérfana de nacimiento, nunca supe
quién era mi padre, y mi madre murió al darme a luz. Así que me criaron las propias
sirvientas de los MacKinnion hasta que fui lo bastante mayor como para empezar a
trabajar.
Rezo para encontrarme con alguna de las señoras, pero es demasiado temprano y
él único con el que me cruzo es Evan, que sale silbando de sus aposentos. Al verme,
me mira ceñudo, y pregunta con delicadeza…
—¿Ocurre algo, Moira? —Niego con la cabeza, porque siempre me cuesta
encontrar la voz para dirigirme a los hombres, aunque sepa que no van a hacerme
nada—. ¿Alguien te ha molestado?
—Por supuesto que no —me apresuro a responder, no quiero problemas de nuevo
con Alec—. Solo quería saber si mi señora necesitaba algo… ¿Tal vez su esposa? —
insisto esperanzada.
—Glenda todavía está en la cama —dice con orgullo—. Puedes preguntar por si
le apetece un baño.
Se marcha dejándome frente a la puerta. Suspiro, llamo con delicadeza y no entro
hasta recibir respuesta.
—Buenos días, mi señora —saludo—. ¿Necesita algo?
—Buenos días, Moira —exclama feliz—. Lo cierto es que si Rosslyn no te tiene
ocupada, me gustaría darme un baño.
—Por supuesto —respondo enseguida, aunque se me revuelve el estómago al
pensar que debo volver a la cocina, y seguramente Alec y Gladys aún no habrán
acabado.
—¿Sucede algo? —pregunta, incorporándose en la cama y dejándome ver que
está completamente desnuda. ¿Es qué en este castillo no pueden parar de encamarse?
—No, mi señora —me apremio a decir—. Enseguida le preparo su baño.
Me apresuro a llegar a la cocina e intentar no pensar en lo que está ocurriendo a
pocos pasos de distancia. Comienzo a llenar cubos de agua para calentarlos, y casi
choco con un pecho desnudo y sudoroso. Alzo los ojos asustada y, como temía, es
Alec, que ni se molesta en ocultar qué ha estado haciendo.
Detesto a Gladys, ¿cómo puede dejarse hacer lo mismo una y otra vez? No podría
soportarlo.
—Así me gusta, que trabajes —se burla y se marcha silbando muy alegre. ¿Cómo
no?, si ha obtenido lo que deseaba…

Página 9
Continúo con mi trabajo, subo varios cubos por las escaleras con esfuerzo, y de
nuevo vuelvo a asustarme cuando unas manos aparecen por detrás para quitarme peso
de las manos.
—Te he dicho que trabajes, no que te deslomes —gruñe—. ¿Son para Rosslyn?
—pregunta sin mirarme.
—No —respondo, al fin, cuando soy capaz de recuperarme de la sorpresa—. Para
Glenda.
Asiente y los deja en la puerta, sin entrar. Cuando se marcha, lo hace sin dirigirme
una sola mirada. ¿Por qué me ha seguido? ¿Por qué me ayuda si está claro que le
molesta mi presencia en el castillo?
Son tantas preguntas para las que no tengo respuesta…
Cuando entro en la habitación, la tina ya está dispuesta. Puede que las demás
chicas no me tengan mucho aprecio, pero saben cumplir órdenes. Comienzo a llenarla
con agua caliente y preparo todo lo necesario para un buen baño.
—Gracias, Moira —agradece Glenda mientras se sumerge con un suspiro en el
agua—. Quédate un poco conmigo —me pide con su acostumbrada alegría.
No puedo negarme así que me siento y la escucho parlotear…

Página 10
Capítulo I

Alec MacLeod

«¡Maldita sea!».
No puedo parar de pensar en ella, aunque esté poseyendo a Gladys.
Sus gemidos en mi oído no hacen nada para acallar mi mente. Soy incapaz de
olvidar la mirada de terror que me ha dirigido en la cocina, ni la de asco al darse
cuenta de lo que íbamos a hacer mi amante y yo.
¿Por qué demonios le repugno? Nunca le pondría las manos encima, mucho
menos sin su consentimiento, y siempre me observa como si estuviera esperando que
me abalanzara sobre ella igual que un animal.
—Alec —repite Gladys una y otra vez, solo quiero que se calle.
Cierro los ojos y sigo penetrándola con fuerza, gruño cuando el placer estalla y
me dejo ir encontrando el alivio momentáneo que buscaba. Me retiro y alejo con
rapidez de ella, hoy no estoy para estúpidas caricias. Desde que regresé a Dunvegan,
Gladys se ha vuelto bastante posesiva, y creo que está haciéndose demasiadas
ilusiones, tarde o temprano tendré que romper nuestro acuerdo.
—¿Qué ocurre? —pregunta con voz jadeante—. Alec…
—Tengo cosas que hacer, Gladys —la interrumpo—. Vuelve al trabajo.
Salgo con rapidez, incluso sin haber acabado de vestirme, y algo menudo golpea
contra mí; contengo un gruñido al darme cuenta de quien se trata. Reconocería su
olor en cualquier parte.
«¿Es qué no puede mantenerse lejos de mí?», pienso, intentando contener mi
lengua.
No soporto su cara de decepción, no comprendo por qué me mira así. Desde que
la vi por primera vez en tierra de los MacKinnion, supe que me traería problemas.
Ojalá, Ian no nos hubiera pedido que dejáramos a Bruce con vida para poder matarlo
él, pues yo hubiera cumplido el cometido con gusto.

Página 11
Contemplo su rostro mientras intento alejarla con palabras bruscas. De las heridas
ya no queda nada, solo una pequeña cicatriz sobre una de sus cejas. Un recordatorio
constante de lo que debió sufrir a manos de esos bastardos. Me marcho para alejarme
y no comportarme como un miserable con ella. Es tan inocente que no comprende mi
forma de actuar, ni yo mismo me entiendo a veces. Pero no puedo mantenerme
alejado por mucho tiempo, me he dado cuenta de que está llenando cubos de agua, lo
cual significa que alguna de mis cuñadas quiere darse un baño. Como suponía, la
encuentro subiendo cuatro; es tan pequeña, tan delgada que me sorprende que pueda
con ellos. No logro evitar correr para cogerlos yo y que no se haga daño.
De nuevo, consigo asustarla y eso me enfurece de nuevo. Una vez cumplido mi
cometido, me marcho para una buena sesión de entrenamiento, así, tal vez, deje de
una vez de pensar en ella.
Odio los sentimientos que despierta en mí porque no los comprendo. Nunca he
sentido por una mujer algo que no fuera deseo, mas Moira es diferente. Hace que
ansíe protegerla al verla tan destrozada, quisiera que no me mirara como si fuera a
dañarla, y eso es lo que hace que me enfade y la trate mal. Luego, cuando mi maldito
genio se calma, me siento un imbécil y me gustaría poder disculparme, pero sé que
acercarme a ella es imposible.
Dejo de pensar cuando veo a Evan aguardando con cara de pocos amigos, espero
que no me dé un sermón por llegar tarde, porque no tengo la paciencia necesaria para
soportarlo.
—Al fin apareces —refunfuña mi hermano Evan—. ¿Qué demonios estabas
haciendo?
No respondo y cojo una espada, pretendo descargar toda mi ira y frustración con
mi hermano, y espero que esté preparado.
—¿Dónde está Cam? —pregunto mientras me preparo para atacar.
—Sabes que desde que nació Owen es difícil que aparezca temprano —responde
sin quitarme los ojos de encima.
—Es el laird —siseo tras hacer mi primer movimiento que esquiva con facilidad.
—Cuando seas padre, lo comprenderás —se burla mientras me devuelve la
estocada.
—¿Quién te ha dicho que quiera serlo? —espeto a la vez que esquivo por los
pelos su espada.
—Al paso que vas, no me extrañaría que tuvieras algún bastardo —gruñe cuando
le golpeo.
Maldigo ante la posibilidad y dejo de hablar para concentrarme por completo en
la pelea. No sé cuánto tiempo estamos entrenando, me duelen todos los músculos y el
sudor empapa mi cuerpo, solo nos detenemos ante la llegada de nuestro hermano
mayor.
—¿Queréis mataros? —pregunta de brazos cruzados, mirándonos con el ceño
fruncido.

Página 12
—Estamos haciendo lo que te corresponde desde hace horas, Cameron —
respondo, intentando recuperar el aliento.
—¿Tienes algo que decirme, Alec? —interroga con aparente tranquilidad, aunque
sé que esconde un carácter parecido al mío, solo que él ha aprendido a controlarse.
Está preguntándome si cuestiono su liderazgo para con el clan, y no es así, jamás
pondría en duda su valía o su derecho al título. Nos retamos con la mirada durante
unos instantes, pero soy el primero en apartarla.
—Nada —escupo—. No tengo nada que decir.
Me alejo de ellos para ir al lago que no se encuentra muy lejos de aquí y lavarme.
En esta época del año, el agua está helada, mas no me importa, estoy más que
acostumbrado. Al llegar, me desnudo sin preocuparme por quién pueda verme, no
muchos suelen venir aquí y menos en invierno.
Me sumerjo y comienzo a nadar durante un rato, necesito estar agotado para no
pensar en el futuro. ¿Qué me espera a mí? Cameron es el laird del clan, tiene una
esposa y un hijo al que adora. Evan tiene a Glenda, y no creo que tarden mucho en
aumentar la familia, y yo…
¿Qué tengo yo? Desde que murió mi padre, me siento tan perdido, tan solo. Él
amaba a todos sus hijos por igual, sin embargo, yo estaba muy apegado, donde iba, lo
seguía. Mi mayor aspiración en la vida era ser como mi padre, sin él siento que nunca
podré encontrar mi camino.
En cierta manera, envidio a mis hermanos. Ellos tienen unas mujeres que los
aman y que han luchado por estar con ellos, aun cuando todo parecía perdido. Yo solo
dispongo de muchachas que se acuestan conmigo por interés o porque saben que van
a obtener de mí cualquier beneficio. Puede que al principio eso me gustara, no me
importaba con tal de conseguir lo que quería de ellas, pero desde que volví a
Dunvegan, después de mi casi destierro, nada parece suficiente.
Estaba convencido de que cuando por fin nos vengáramos de los bastardos que
habían asesinado a mi padre, todo terminaría y podría seguir con mi vida, tal y como
la conocía, pero me equivocaba.
No me gusta compadecerme de mí mismo, así que salgo del agua y me visto con
la misma ropa que llevaba, sin importarme empaparla. Regreso al castillo con paso
ligero, pues tengo hambre. Con suerte, será casi la hora de la comida y, aunque tendré
que soportar a los enamorados, llenaré mi estómago.
Al entrar, algo pequeño impacta contra mis piernas, y cuando miro hacia abajo,
no puedo evitar reír al ver a Megan intentando colgarse de mí como un mono.
—¡Alec! —grita mientras la levanto en el aire y le doy vueltas—. Bájame, que ya
no soy una niña pequeña.
—Disculpe usted —me burlo mientras la dejo en el suelo—. Para mí siempre
serás mi Pequeña Mariposa.
—Vamos, Alec —me apremia a la vez que me coge de la mano—. Siempre nos
haces esperar, tengo hambre —se queja con un mohín.

Página 13
Al llegar al salón, me doy cuenta de que todos están sentados a la mesa. Mi madre
me dirige una mirada que me deja saber qué opina de mi tardanza, le sonrío como de
costumbre y su enfado no dura mucho; la adoro.
—Ahora que Alec nos ha honrado con su presencia, podemos comenzar a comer
—dice Cameron, señal que esperaban las criadas para empezar a servir.
Una de ellas es Gladys, que no tarda en acercarse a mí contoneando sus caderas,
sabe que no me gusta que se comporte de ese modo en presencia de mi familia y, aun
así, lo hace como si pretendiera dejar claro que le pertenezco, por esto es por lo que
estoy planteándome dejar de verla.
Observo de reojo cómo Moira se encuentra al lado de Rosslyn y Glenda, no
levanta la vista del plato. Puedo notar desde aquí que se siente incomoda por verse
obligada a sentarse con nosotros cuando ella se considera menos que nada.
Reconozco que escuché una conversación entre mis cuñadas y ella, donde estuvieron
durante horas intentando convencerla de que es igual a nosotros y que no iban a
permitir que comiera en la cocina con las criadas.
Suspiro cuando las sirvientas regresan a la cocina y me veo libre de las
insinuaciones de Gladys, y maldigo cuando veo a mis hermanos mirándome con
sorna, me gustaría darles un puñetazo.
La comida trascurre sin altercados. Las mujeres hablando de sus cosas, mis
hermanos mayores debatiendo las suyas y yo solo me dedico a comer, beber y
observar de vez en cuando a Moira, quien apenas prueba bocado y, mucho menos,
conversa. ¿Es que no se dan cuenta? Está demasiado delgada. Pensé que llegar a
Dunvegan sería un nuevo comienzo para ella, sin embargo, la veo cada vez peor y no
parece que nadie vaya a hacer nada.
Tendré que hacerlo yo, por mucho que me deteste. No pienso permitir que se deje
morir poco a poco, tiene que luchar por olvidar, por superar lo que le hicieron e
intentar forjarse un nuevo futuro. Es la primera en levantarse y marcharse, todos
observamos con pena cómo huye de nuevo, aunque el único que reacciona soy yo,
que me levanto dispuesto a ir tras ella y hacerla reaccionar, no obstante, la voz de mi
hermano me detiene.
—Déjala, Alec —ordena sin mirarme—. Tú no eres el más indicado para hablar
con ella, te tiene miedo.
—No le he hecho nada para que lo tenga —espeto ofendido, es como si estuviera
culpándome por algo que no he hecho—. Todos la tratáis con demasiado tacto. Ella
necesita reaccionar y entender que esconderse del mundo no va a hacer que todo
desaparezca.
—Tus métodos son demasiado bruscos para mi gusto, Alec —dice Cameron sin
dar su brazo a torcer—. Entretente con Gladys, y deja a Moira en paz.
Me marcho furioso con todos ellos, con Moira y con el maldito destino que la ha
puesto en mi camino para volverme completamente loco. No soy consciente de que
estoy recorriendo el pasillo que conduce a la cocina hasta que Gladys se interpone en

Página 14
mi camino, con una sonrisa lasciva y con la camisa lo suficientemente desabrochada
como para dejarme ver el inicio de sus grandes pechos.
—¿Me buscaba, mi señor? —pregunta con voz ronca y sugerente.
—Gladys, no tengo tiempo para esto ahora… —intento apartarla de mi camino en
el momento que Moira sale por la puerta y nos ve, abre mucho los ojos, se sonroja y
de nuevo veo esa mirada en sus ojos: repugnancia.
¿Con que le doy asco…? Pues voy a darle otro motivo más para detestarme. Cojo
el rostro de Gladys entre mis manos y la beso con brusquedad, aun así, la muchacha
responde gustosa apretando su cuerpo contra el mío. No dejo de besarla hasta que
escucho los pasos apresurados de Moira, haciéndome saber que se ha marchado
dejándonos solos.
La suelto, aunque ella continúa besando mi cuello y acariciando con sus ávidas
manos mi pecho. Cuando una de sus extremidades se cuela bajo mi kilt y acaricia mi
miembro, este no tarda en reaccionar endureciéndose hasta el punto del dolor. Gruño
por el gusto, desisto de dejar a Gladys y permito que me dé placer hasta hacerme
olvidar por qué he salido corriendo tras Moira.

Página 15
Capítulo II

Moira

Camino lo más rápido posible para alejarme de ellos.


¿Por qué siempre tengo que encontrarlos yo? Juro que intento mantenerme
alejada del camino de ambos, Gladys aprovecha cada oportunidad que se le presenta
para hacerme la vida imposible, y no entiendo el motivo. Y su amante no es mucho
mejor, me mira y se comporta como si me odiara.
Durante toda la mañana he estado inmersa en mi trabajo sin molestar a nadie, y
cuando ha llegado la hora de la comida, he intentado de nuevo sentarme donde me
pertenece, odio las miradas que recibo por parte de Alec al verme apostada en su
mesa. No es algo que haya decidido yo; si se me permitiera elegir, preferiría comer
alejada de la gente, solo quiero estar sola, ¿es mucho pedir?
Me escondo en mi pequeña habitación y me dejo caer en la cama intentando
tranquilizarme. Me gustaría hacerme un ovillo y llorar, pero tengo obligaciones y
estoy cansada de sentir que vivo de la caridad de los MacLeod y no de mi trabajo.
Cuando estaba con los MacKinnion, faenaba desde que salía el sol hasta bien entrada
la noche, y ahora, en muchas ocasiones, me encuentro ociosa y sin saber qué hacer
para ocupar mi tiempo y mi mente.
La puerta se abre y es Rosslyn quien entra por ella, sé que no está enfadada, casi
lo preferiría a la mirada de lástima con la que me contempla constantemente, parece
que se siente culpable por algo que ella no hizo. Fue tan víctima de esos malnacidos
como yo, y doy gracias a Dios porque estén muertos.
—Sabía que te encontraría aquí —suspira mientras cierra la puerta—. ¿Qué
puedo hacer para que sientas que estás en tu hogar? ¿Serías más feliz si vuelves con
Ian? ¿Es eso?
Niego controlando las lágrimas, la sola idea de retornar allí me revuelve las tripas.
No importa cuánto haya amado a Ian en el pasado, de aquellos sentimientos ya no
queda nada.

Página 16
—No, mi señora. No me envíe de nuevo allí —imploro casi al borde del llanto—.
Haré lo que quiera, pero no podría soportar regresar con los MacKinnion. Todos
saben lo que me ocurrió, y los que no me miran con lastima lo hacen con asco y
lujuria, o creen que pueden tener los mismos derechos que el antiguo laird y su hijo.
—Dios santo —exclama enfurecida—. No soy yo quien quiere enviarte lejos,
Moira. No me gusta verte vagar como alma en pena por Dunvegan. Entiendo que lo
que te ha ocurrido es horrible, pero debes hacer un esfuerzo por seguir adelante…
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Qué me espera a mí en la vida?
—Moira… —se sienta a mi lado y no puedo evitar tensarme—. Nadie sabe lo que
nos depara el futuro, mas no podemos rendirnos. No importa las veces que te pida
perdón por lo que mi padre y mi hermano te hicieron, por desgracia, no puedo
cambiarlo. Pero sí puedo ser tu amiga, tienes la libertad de hablar conmigo de lo que
sea que te atormente —me dice con una sonrisa llena de ternura—. ¿Crees que no veo
que prácticamente no comes? ¿Que seguramente no duermes? Vas a caer enferma.
¡Dios santo, solo eres una niña! —exclama, limpiándose las lágrimas que escapan de
sus ojos.
—No llore por mí —le pido y siento el impulso de consolarla, sin embargo, me
contengo—. No es culpable de nada, igual que no lo es Ian. Él cree que dejé de
quererlo porque aquella noche no pudo salvarme, no es así. Dejé de sentir, no soy
capaz de sentir nada más que repulsión y pena por mí misma.
—Él me escribe muy seguido y me pregunta por ti —confiesa, y siento un
pellizco muy dentro de mí que no sé explicar, como una pizca de felicidad—. ¿No te
gustaría escribirle? —pregunta entusiasmada ante la idea.
—No sé escribir —confieso avergonzada—. Y si me enviara alguna carta a mí,
tampoco podría leerla.
—¿Quieres aprender? —insiste—. Glenda y yo podríamos enseñarte.
Lo pienso durante unos instantes y, finalmente, asiento sonriendo un poco ante la
perspectiva de aprender y no sentirme tan tonta frente a los demás.
—Perfecto —aplaude feliz—. Podríamos empezar mañana.
—Pero no quiero descuidar mis obligaciones…
—Yo soy la que te ordena que emplees una hora diaria en aprender a leer y
escribir, Moira —dice con seriedad—. Si alguien tiene alguna objeción, me lo haces
saber.
Asiento y ambas nos quedamos en silencio durante unos minutos, supongo que
cada una perdida en sus pensamientos.
—¿Me acompañas a ver a Owen? —interroga—. Debe estar ya hambriento.
Se levanta y la imito saliendo tras ella, no sin antes cerrar la puerta de mi
habitación. Suspiro cuando no nos encontramos con nadie y llegamos a la alcoba de
mi señora. El pequeño duerme en la cuna, pero comienza a despertar como si supiera
que su madre acaba de llegar para darle de comer.

Página 17
Es un niño precioso, regordete y que cuando crezca será la viva imagen de su
padre. Nadie podría negar que es un MacLeod de la cabeza a los pies, y tanto sus tíos
como su abuela lo consienten sobremanera. He visto cómo Alec trata a Megan o al
bebé y es el único momento en el que demuestra ternura por alguien, es un hombre
completamente diferente el que juega con ellos, los abraza y les cuenta historias hasta
que se duermen.
¿Cómo alguien puede ser tan tierno con los niños y luego un patán insensible?
Supongo que solo le pasa conmigo. Puede que aún me vea como la muchacha
malherida que tuvieron que llevarse cuando atacaron a los MacKinnion.
Seguramente, le dé asco que haya sido violada por sus dos peores enemigos, los
culpables de la muerte de su padre y de varios hombres de los MacLeod. Me gustaría
gritarle que yo no tuve la culpa, que grité y golpeé hasta que no me quedaron fuerzas,
que luché hasta casi acabar muerta y, aun así, consiguieron lo que se proponían;
separarme de Ian para siempre y castigarme por haber osado amar a quien no me
correspondía.
—Parece que el pequeñín tiene hambre —bromea mientras lo coge en brazos y se
prepara para alimentarlo.
«¿Y ahora qué se supone qué tengo qué hacer yo?», pienso abatida, aunque mi
señora no va a darme tregua.
—Dime, Moira —pregunta mientras acaricia la carita de Owen que come con
ansia—. Si no hubieras sido abusada, ¿cómo imaginabas tu vida?
—Junto a Ian —respondo sin dudar—. Él y yo hablamos muchas veces de cómo
sería nuestra vida juntos. Siempre supe que eran sueños, pues vuestro padre jamás
hubiera permitido una boda entre nosotros. Hubiera preferido que me matara.
—Lo entiendo —responde—. En muchas ocasiones, yo también preferí morir que
seguir soportando aquella vida. Pero… ¡mírame ahora! —exclama llena de felicidad
—. Me casé con Cameron y, aunque al principio no fue fácil, ahora tengo lo que
siempre soñé. Eres muy joven, puedes encontrar un buen hombre y…
—¡No! —exclamo, levantándome y asustando al pequeño—. Lo siento —me
disculpo avergonzada y vuelvo a sentarme—. No podría soportar que ningún hombre
me tocara.
—Con los años, eso puede cambiar —intenta convencerme con paciencia—.
Tendrás hijos a los que amar y puede que llegue el día que todo lo demás solo sea una
mala pesadilla.
—No lo creo… —digo mientras retuerzo mis manos en el regazo—. ¿Qué
hombre me querría sabiendo lo que me hicieron? Alec es el vivo ejemplo…
—¿Alec? —me interrumpe—. ¿Por qué lo nombras? —No respondo porque estoy
muerta de vergüenza—. ¿Acaso él te gusta? —pregunta esperanzada—. Sois casi de
la misma edad y…
—No, mi señora —interrumpo con una firmeza que no sé de dónde sale—. Él me
odia, siempre me mira con asco, como si al saber lo que me hicieron, no soportara

Página 18
verme.
—¡Qué tontería es esa, Moira! —exclama atónita, como si no diera crédito a lo
que le digo—. ¿Ese maldito muchacho ha hecho o dicho algo para qué pienses así?
Niego ahora arrepentida de haberlo nombrado, ¿por qué he tenido qué hacerlo?
No quiero problemas con él, y si Rosslyn le dice algo, sé que no va a dejarlo pasar y
me increpará.
—No —miento en voz baja—. Solo son cosas mías, mi señora… ¿Puedo ir a
hacer alguna tarea? —pregunto queriendo escapar de este interrogatorio.
—De acuerdo, lo dejaremos por hoy —asiente apenada—. De verdad que siento
tanto no poder ayudarte.
—Nadie puede hacerlo, mi señora —le digo mientras me dirijo a la puerta—.
Nadie puede salvarme.
Salgo con la mirada de tristeza de mi señora a mis espaldas y me dirijo hacia la
cocina, para ver si encuentro algo que hacer que no sea charlar con las mujeres
MacLeod. Al llegar, cierro los ojos y reprimo un gemido al ver a Gladys atareada, la
mirada que me dirige me hace saber que no va a dejarme tranquila.
—¿Dónde demonios estabas? —pregunta de malos modos—. ¿Descansando?
—Estaba con mi señora —respondo sin querer provocar una discusión.
—No te sientas tan importante porque la mujer del laird te ha nombrado su dama
de compañía, sigues siendo tan insignificante como cualquier criada.
Contengo mi lengua para no recordarle que ella es tan criada como yo, no importa
de quién sea ramera; guardo silencio y me pongo a ayudar para la cena.
—Ve al huerto y coge todo lo necesario para terminar la comida —ordena,
dándome un empujón para que salga por la puerta de atrás.
Odio ir allí porque está bastante alejado del castillo, no tardará en oscurecer y no
me gusta andar sola en sitios apartados, sin embargo, obedezco para no tener
problemas. Cojo una cesta y me apresuro a llegar a mi destino, comienzo a recoger
todo lo necesario y estoy tan inmersa en mi tarea que no escucho los pasos del
intruso.
—¿Por qué tan solita? —la voz gangosa me deja saber que este hombre está
borracho y todos mis sentidos se activan—. Siempre estás acompañada de las mujeres
MacLeod…
No respondo rezando para que así se marche, debe tener la edad suficiente para
ser mi padre y espero que sus preguntas sean por cierta preocupación, aunque su
mirada me da escalofríos, la reconozco muy bien y me dan ganas de vomitar. ¿Qué
demonios ven en mí?
Soy una muchacha muy corriente, mi pelo es castaño claro y siempre lo llevo
recogido en una trenza, mis ojos son azules y mi rostro es de lo más normal y, aun
así, parece que esté maldita, porque todos los hombres se creen con algún derecho
sobre mi cuerpo.

Página 19
—¿Por qué demonios no me respondes? —gruñe ahora más cerca y me tenso
quedándome completamente inmóvil—. ¿Te crees demasiado buena para mí? He
escuchado que fuiste la ramera del laird MacKinnion y que, al morir, su hijo te echo
del clan —se burla mientras coge mi trenza entre sus manos e inspira contra su nariz,
oliéndome como un perro—. ¿También te encamas con los hermanos MacLeod? —se
carcajea.
—Suéltame y déjame trabajar —ordeno con una valentía que no siento.
—¿O qué? —pregunta mientras tira de mi trenza con fuerza, haciendo que caiga
de rodillas al suelo para evitar que me arranque el cabello. Grito por el dolor, aunque
sé que nadie va a ayudarme.
—¡Alfred, suelta a Moira! —la orden proviene de Alec, que está frente a mí en
una postura clara para pelear—. Si vuelves a tocarla, Cameron será el menor de tus
problemas.
—Alec, no seas codicioso… —dice sin obedecer—. Podemos compartir.
—¡Largo! —grita con furia, haciéndome sollozar—. O te mato. —La amenaza es
real y parece que el tal Alfred se da cuenta porque me suelta y se marcha
maldiciendo.
No soy capaz de ponerme de pie, el miedo me ha paralizado y me siento más
sucia que nunca. No puedo ni levantar la mirada del suelo e intento controlar las
ganas de llorar como una niña.
—¿Es que no puedes mantenerte alejada de los problemas? —espeta—. Es como
si te gustase volver locos a los hombres.
Sollozo sin poder continuar conteniendo el dolor que siento dentro de mí, no
comprendo por qué Alec es el único que consigue dañarme con sus palabras, no logro
entender por qué me importa tanto lo que piense de mí.
—¿Ahora por qué lloras? —sigue preguntando—. He llegado a tiempo, ¿no?
¡Levántate del suelo, maldita sea! —ordena mientras me coge del brazo y me ayuda a
ponerme en pie.
Me alejo de él como si su contacto me abrasara la piel, pero, por extraño que
parezca, no siento la repulsión que me causan los demás y eso me aterra incluso más
que el ataque que he sufrido.
—¿Así que te salvo y no soportas que te toque? —gruñe furioso—. No parecías
tan asqueada con la cercanía de Alfred, tal vez he interrumpido algo… ¿Quieres qué
lo llame?
Ante la posibilidad, lo miro horrorizada y dolida porque piense tan mal de mí, y
reacciono de la única forma que sé.
Corro… Lo hago lo más rápido que puedo y no me detengo hasta que estoy de
nuevo en la seguridad de mi habitación. Cierro la puerta y la atranco con el pestillo,
no quiero visitas inesperadas.
Vomito lo poco que he comido y me ahogo con mi propio llanto. No sé cuánto
tiempo trascurre hasta que me calmo y me levanto del suelo con una tranquilidad que

Página 20
me asusta. Es como si una frialdad me envolviera el cuerpo y no fuera capaz de sentir
nada.
Como en trance, cojo una pequeña navaja con la que duermo para sentirme un
poco segura, con mi otra mano cojo mi trenza, que me llega casi hasta mis caderas, y
sin pensarlo dos veces, me corto el cabello a la altura de mi cuello. El pelo cae al
suelo y sigo sin reaccionar. Me acuesto en la cama con la mirada fija en la puerta y
me acurruco dispuesta a pasar la noche.

Página 21
Capítulo III

Alec MacLeod

Llevo toda la tarde pensando en cómo Moira ha huido de mí.


Me siento inquieto, así que voy hacia la cocina porque necesito saber que está
bien, tengo un mal presentimiento y nunca me equivoco. Al llegar y no verla, le
pregunto a Gladys, que parece muy poco contenta por mi interés por la nueva criada,
sobre todo, después de nuestro último encuentro, en el que, tras darme placer, no me
he preocupado por el suyo y me he marchado sin mirar atrás.
—¿Por qué quieres saberlo? —insiste ante mi silencio.
—No creas que estás en posición de exigir respuestas por mi parte, Gladys —
siseo—. Te pregunto por última vez, ¿dónde está Moira?
—Recogiendo unas verduras que necesitamos para la cena —espeta de mala gana
—. Pero, como siempre, se retrasa.
Maldigo y salgo con rapidez hacia donde me ha dicho, porque ahora más que
nunca sé que está en peligro. Cuando veo que el maldito borracho de Alfred anda
dañándola, todo se vuelve rojo y debo controlarme para no atravesarlo con mi espada.
No puedo olvidar que, antes de la muerte de mi padre, él fue uno de sus mejores
hombres. No obstante, desde el ataque no ha vuelto a ser el mismo y se refugia en el
whisky buscando olvidar sus días de gloria.
Cuando se marcha sin que me dé una buena razón para molerlo a golpes como es
costumbre, descargo mi furia con quien menos lo merece. Odio verla arrodillada en la
tierra sollozando y la levanto con demasiada brusquedad. Como suponía, no tarda en
alejarse de mi contacto y me siento igual que si me hubieran dado un puñetazo en el
pecho.
¿Qué hay de malo en mí? ¡Acabo de salvarla! Y ni siquiera consigo unas palabras
de agradecimiento. Me doy cuenta de que he sido un bastardo cuando se marcha
corriendo, llorando y no se detiene a pesar de que grito su nombre un par de veces.

Página 22
Maldigo con furia y, tras un buen rato dando vueltas como un loco, regreso al
castillo cuando ya me he calmado un poco. Espero que, después de la cena, Moira me
facilite la oportunidad de disculparme, algo que no suelo hacer, pues tengo que
reconocer que soy demasiado orgulloso.
Cuando me doy cuenta de que no está sentada a la mesa, me detengo y algo debe
delatarme porque Rosslyn me informa sin necesidad de preguntar.
—Moira se siente indispuesta —dice, mirándome como si me acusara de algo.
Me siento y ceno lo que está en mi plato sin apreciar el sabor, bebo más de lo
habitual y cuando ya todos han acabado y las mujeres se quedan charlando un rato,
decido que no estoy de humor para soportar a mis hermanos.
Casi sin darme cuenta, llego frente a la puerta de la alcoba de Moira, intento
abrirla, pero está atrancada, y por un momento siento pánico. ¿Y si ha cometido
alguna locura?
—Moira —la llamo con firmeza, a pesar de que estoy bastante borracho—. Abre
la puerta, solo quiero saber si estás bien.
Silencio absoluto…
—Moira, no me hagas echarla abajo —amenazo con la esperanza de que
responda.
De nuevo, no obtengo respuesta. Comienzo a asustarme de verdad, y decido jugar
mi última carta. Moira no reacciona bien ante las ordenes bruscas ni las malas
maneras…
—Lo siento —digo con voz baja, mirando a mi alrededor para asegurarme de que
nadie está escuchándome—. Siento lo que he dicho antes, no pienso mal de ti. Moira,
por favor…
Tras varios minutos en los cuales no escucho nada, por fin responde.
—Estoy bien. —Su voz es débil y juraría que ha estado llorando—. Gracias por
haberme salvado. En el futuro, intentaré no ser una distracción para los hombres.
Créeme, lo que menos quiero es que os acerquéis a mí.
Sus palabras, dichas con tanta angustia, atraviesan mi corazón, y, durante mucho
tiempo, me quedo sentado, apoyado en la puerta cerrada de su habitación, como si así
pudiera protegerla de todo mal.
Cuando comienzo a dar cabezazos por el sueño, me levanto y dirijo otra mirada
antes de marcharme hacia mi propia alcoba para descansar. No sé si conseguiré
dormir, pero lo intentaré, y estoy más decidido que nunca a hablar con Moira por la
mañana. Necesito comprender qué es lo que me ocurre con ella, aunque me aterrorice
saberlo. Y para eso preciso que me permita acercarme, conocerla y que ella sepa
cómo soy en realidad, no solo lo que dejo ver a los demás. Muy pocos saben cómo
soy realmente, me atrevería a decir que ni siquiera mis hermanos podrían intuirlo, tal
vez mi madre sea la que mejor me conoce en el mundo.
Dejo de pensar cuando el sueño me atrapa…

Página 23
El alba me despierta para comenzar un nuevo día y lo hago dispuesto a reparar el
daño que causé ayer.
En una mañana cualquiera, tal vez buscaría a Gladys para comenzar bien el día,
hoy decido desayunar con mis hermanos, con la esperanza de que Moira esté en la
mesa. Al llegar, compruebo que solo los hombres han madrugado, y no es algo que
me sorprenda, apenas comienza a salir el sol.
—Vaya —exclama Evan risueño—. ¿Hoy nos acompañas en el desayuno,
hermanito?
Debo hacer un esfuerzo por recordar por qué estoy aquí y tengo que aguantar a
mis hermanos mayores.
—¿Las mujeres no van a venir? —pregunto sin responder a su burla.
—Rosslyn estaba dándole de comer a Owen —responde Cam—. No tardará en
bajar acompañada de Moira, si es que eso es lo que realmente preguntas.
—Glenda últimamente anda muy dormilona —dice Evan—. No he querido
despertarla, lo hará cuando esté preparada.
—Seguramente será porque no la dejas dormir por las noches —bromea mi
hermano mayor; ambos se ríen y una vez más me siento excluido.
—Buenos días —escucho la voz de Rosslyn y alzo la mirada, por su tono, adivino
que no está contenta, y cuando veo a Moira a su lado, comprendo el motivo.
—¿Qué demonios te has hecho en el pelo? —exclamo sin nada de tacto, haciendo
que se sonroje y agache la cabeza más todavía si eso es posible.
—Gracias por tu apreciación, Alec —espeta mi cuñada con la mirada ceñuda—.
Tuve una reacción muy parecida, aunque con un poco más de delicadeza.
Ambas mujeres se sientan y no puedo apartar mi mirada de Moira. Su precioso
cabello del color de los rayos del sol cuando se oculta ha desaparecido casi por
completo. Ahora, apenas le llega a los hombros.
—¿Qué ha sucedido? —escucho que pregunta Cameron a su esposa en voz baja,
aunque no lo suficiente.
—No ha querido contármelo —responde—. Algo debió ocurrir ayer, pero no hay
manera de que hable.
Tengo que contenerme para no salir corriendo y matar a Alfred, estoy convencido
de que esto tiene que ver con su ataque. Ella busca pasar desapercibida y no se da
cuenta de que es hermosa haga lo que haga.
«¿De dónde ha salido eso?», pienso horrorizado ante tanto romanticismo por mi
parte.
Mis hermanos se levantan dispuestos a comenzar su entrenamiento, no obstante,
yo no quiero marcharme hasta que no consiga alguna explicación por parte de Moira,
ella también aprovecha para escapar después de hacernos creer que ha desayunado en

Página 24
condiciones. Dejo que ellos se marchen primero con la intención de seguirla y
obtener respuestas, sin embargo, la voz firme de mi cuñada me detiene.
—Alec, siéntate —ordena como toda una señora; en realidad es la señora de
Dunvegan, digna sucesora de mi madre—. Quiero hablar contigo.
En otro momento hubiera discutido, más obedezco como un niño bueno y espero
que comience a hablar, siento curiosidad por saber qué demonios cree que tenemos
que conversar ella y yo.
—Te ordeno que te mantengas alejado de Moira —espeta, cruzándose de brazos,
y no puedo evitar carcajearme ante su estúpida orden.
—¿Quién te crees que eres, Rosslyn? —pregunto, intentando refrenar mi lengua,
porque sé que si la ofendo tendré problemas con Cameron—. Le debo obediencia y
lealtad a mi hermano, no obstante, no te debo nada a ti.
—Soy la que te pateará el trasero si vuelves a hacerla sentir mal siquiera con una
mirada —sisea como si fuera una madre defendiendo a su cría—. Esa muchacha ha
pasado un infierno, está tan destrozada que ni siquiera contempla la idea de un futuro
feliz, y temo que cualquier día cometa una locura. No necesita que tú la martirices, ya
tienes con quien divertirte, continúa haciéndolo.
Sus palabras me derrumban, pues me doy cuenta de que de verdad piensa que
Moira es capaz de quitarse la vida; la idea me deja frío y decido ser sincero.
—No era mi intención hacerle daño —confieso incómodo, no me gusta mostrar
mis sentimientos, me siento expuesto—. Creo saber por qué se ha cortado el cabello.
Anoche la salvé de un ataque.
—¿Quién ha osado ponerle las manos encima? —pregunta furiosa—. Pensé que
los MacLeod erais hombres de honor, ahora me doy cuenta de que no está más segura
aquí que en las tierras de mi hermano. ¡Dios santo! He fallado en protegerla, debí
enviarla de regreso con mi madre.
—¡Basta! —ordeno, necesito que detenga tanta palabrería innecesaria—. No
debes temer, Rosslyn. Ningún MacLeod en su sano juicio atacaría a una mujer, Alfred
es un maldito borracho. Cuando llegué, la tenía sujeta por la trenza, creo que ha sido
el motivo de su proceder.
—¿Y tú no hiciste nada? —pregunta, entrecerrando sus ojos verdes que parecen
ser capaces de ver en tu interior—. No sé si eres consciente de que tienes poder sobre
ella, Alec. Tengo el presentimiento de que si alguien puede salvarla o acabar de
destruirla, ese eres tú.
—No reaccioné muy bien —reconozco como en trance, pues su afirmación me ha
dejado muy sorprendido.
—Alec, ¿qué sientes por Moira? —pregunta suspicaz, y esa pregunta me hace
sentir acorralado, porque me asusta y reacciono como siempre.
—Nada —espeto de malas maneras mientras me levanto cansado de tanta charla
—. Solo lástima. Nunca será capaz de ser una mujer completa, ¿qué hombre la querrá

Página 25
si no puede estar en la misma sala con uno sin temblar como un conejillo? —
pregunto irónico, sintiéndome como un miserable.
—Desaparece de mi vista —sisea mi cuñada mientras se levanta con una mirada
fiera en sus ojos—. No sé cómo he podido pensar que tú serias el hombre capaz de
salvarla, cuando no eres más que un niño con aires de grandeza.
Hago una reverencia mirándola con sorna y me marcho aparentando una
tranquilidad que no siento. Ahora mismo me gustaría darme de cabezazos contra la
pared. ¿Por qué he tenido que decir toda esa porquería?
No pienso absolutamente nada de lo que ha salido por mi boca, y agradezco que
nadie me haya escuchado. Me dirijo hacia el patio de entrenamiento y espero que
ninguno de mis hermanos saque el tema de mi retraso, mucho menos, que se hayan
dado cuenta de que ha sido Rosslyn quien me ha detenido o Cameron no me dejará
tranquilo hasta que le cuente el verdadero motivo.
Aunque sospecho que mi cuñada le dirá todo y tendré que soportar sus
sermones…

Página 26
Capítulo IV

Moira

Lo poco que he dormido lo he hecho al lado de la puerta.


No podría explicarlo con palabras, pero sabía que Alec no se había ido, es más,
estoy segura de que pasaron horas antes de que lo hiciera. El porqué, no lo entiendo,
no logro comprender los motivos que tiene para tratarme como si fuera menos que un
perro, y después se disculpa conmigo sabiendo lo que le cuesta dar ese paso. Durante
el tiempo que he estado aquí, creo que jamás le escuché pedir perdón por nada. Así
que tengo la esperanza de que deje de mirarme como a un insecto al cual está
deseando aplastar.
Me duele todo el cuerpo, mas no pienso en ello y me pongo en marcha para
comenzar un nuevo día. Estoy nerviosa, ya que anoche no pensé en las consecuencias
de mis actos, y sé que cuando los demás vean mi corte de pelo, van a quedar
sorprendidos y querrán respuestas que no sé si seré capaz de dar.
La primera en verme es mi señora, quien me observa con la boca abierta y no deja
caer al niño de milagro. Lo pone en la cuna y me hace un gesto para que vuelva a
salir de la habitación.
—¿Qué te has hecho en tu precioso cabello? —pregunta casi al punto del llanto.
—Me resultaba muy incómodo, mi señora —respondo, intentando sonar firme,
sin titubear.
—No me tomes por estúpida, Moira —reprocha—. Si no vas a tener la decencia
de decir la verdad, guarda silencio.
La sigo mientras baja las escaleras hasta el salón, y quiero ser capaz de
desaparecer al ver que los hermanos MacLeod todavía se encuentran en la mesa.
Normalmente, ya están entrenando y justo hoy tenían que seguir aquí; los tres se
quedan inmóviles al vernos entrar, y sé que soy yo quien atrae sus miradas.
Es Alec quien habla haciéndome sentir más fea que de costumbre. Agradezco que
mi señora salga en mi defensa y que los otros hermanos, a pesar de mirarme como si
me hubiera vuelto loca, no digan nada. En cuanto puedo, me levanto y huyo hacia la

Página 27
cocina para comenzar con el trabajo, sin embargo, la cocinera me envía de nuevo al
salón para ver si desean comer algo más. Ojalá no lo hubiera hecho, porque escuchar
lo que Alec piensa realmente de mí me duele, aun sin comprender muy bien por qué.
—¿Qué haces escondida aquí, Moira? —la voz de Glenda me hace brincar en mi
sitio y mirarla avergonzada al haber sido descubierta espiando—. ¡Dios santo! ¿Qué
te has hecho en el pelo?
—No quería interrumpir… —respondo, tartamudeando mientras toco mi cabello
ahora demasiado corto, tanto que llama mucho la atención, justo he conseguido lo
que más odio.
Me observa sin comprender, al fin me sonríe, y con un movimiento de cabeza, me
dice que la acompañe. De nuevo entro en el salón y no soy capaz de mirar a mi
señora porque no quiero ver la lástima en sus ojos.
—Buenos días —saluda Glenda con su acostumbrada alegría—. He encontrado a
Moira escondida en la entrada, ¿acaso la has reñido por el sacrilegio que se ha hecho
en el cabello?
—¿Escondida? —pregunta suspicaz—. ¿Cuánto has escuchado? —insiste ahora
con pesar.
—Lo suficiente para saber que mis sospechas eran ciertas, mi señora —respondo,
alzando la mirada para intentar conservar el poco orgullo que me queda—. Creedme
cuando os digo que nada de lo que he escuchado me sorprende, siempre he sabido
que Alec me odia.
—¿De qué estáis hablando? —pregunta Glenda sin saber de qué hablamos.
—He mantenido una conversación con Alec —comienza a explicar malhumorada
—. No hace falta que te diga que he tenido que ordenarle que desaparezca de mi vista
para no darle un puñetazo.
Odio que hablen de mí como si no estuviera presente, así que cuando se sumergen
en una acalorada conversación, vuelvo a escabullirme al lugar que me pertenece.
—Vaya, ya no sabes cómo llamar la atención de los hombres —se burla Gladys
en cuanto me ve—. Quiero que dejes en paz a mi hombre —advierte mientras me
coge del brazo con fuerza, clavándome sus uñas—. A mí no me engañas con esa
carita de ángel, eres una perra que se acostaba con todos los MacKinnion esperando
que alguno te hiciera su amante, pero ni para eso sirves —sisea con furia.
Intento deshacerme de su agarre, cuanto más lucho más daño me hace ella;
cuando gimo por el dolor, solo sonríe como si disfrutara con ello, sus ojos negros
brillan con absoluta maldad. ¿Qué puede ver Alec en Gladys? No logro
comprenderlo, pareciera que esté embrujado.
—¿Me has entendido, estúpida? —pregunta, zarandeándome—. Aléjate de Alec o
lo lamentarás.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —la voz potente y varonil de Alec hace que Gladys
reaccione y me suelte—. ¿Por qué tenías a Moira cogida del brazo? —pregunta de
nuevo con los ojos entrecerrados.

Página 28
—Mi señor… —comienza a hablar con tono meloso—. Nada, no ocurría nada.
¿Verdad, Moira? —sus ojos me advierten que guarde silencio y así lo hago.
Ignoro a ambos y comienzo a lavar los trastes sucios intentando que me dejen en
paz. Desde que he llegado, parece que los problemas me persiguen, me gané como
enemiga a Gladys desde el primer día sin comprender por qué, con Alec ocurrió lo
mismo, y las mujeres MacLeod no hacen más que obligarme a estar donde no lo
deseo. ¡Solo quiero paz y soledad! Nada más… ¿Acaso es mucho pedir? Quiero estar
sola con mis demonios.
—Gladys, cállate —ordena de malos modos—. Moira, ven conmigo.
Me quedo inmóvil donde estoy sin moverme, y, por primera vez en mucho
tiempo, no tengo miedo de lo que voy a hacer.
—No —respondo sin mirarlo y sin dejar de limpiar, escucho un jadeo ahogado
por parte de su amante y un gruñido por parte de él, más no me importa—. Estoy muy
ocupada, mi señor.
—No me obligues a sacarte a rastras… —sisea, y puedo escuchar sus pasos
aproximándose a mí, pero somos interrumpidos de nuevo.
—Si le pones una mano encima, ni siquiera esperaré a que tu hermano ordene
azotarte —la voz de mi señora ahora mismo me parece la de un ángel salvador—. Lo
haré yo misma.
—Rosslyn, solo intentaba averiguar qué estaba ocurriendo entre Moira y Gladys
—dice exasperado.
—¿Y crees que ibas a obtener respuestas amenazándola? —pregunta mientras se
adentra más en la cocina—. Si quieres saber lo que estaba sucediendo, yo misma
puedo responderte. Tu ramera estaba amenazando a mi dama de compañía, parece
que se siente intimidada por Moira, ¿por qué será, querido cuñado?
—Mi señora, no sé qué cree que ha escuchado, yo no… —comienza a decir
asustada Gladys.
—¡Cállate! —ordena de malas maneras—. Si vuelves a amenazar o ponerle una
mano encima a Moira, me encargaré de que mi esposo te destierre, ¿queda claro? Soy
la señora de este castillo y no pienso permitir que ni tú ni nadie maltrate a mi dama de
compañía.
—Creo que estás exagerando, Rosslyn —intercede Alec en favor de su amante.
Mi señora coge mi brazo y se lo enseña al hombre que está ante nosotras.
—Mira su brazo —exige—. Tiene sangre, Alec. Controla a tu perra o lo haré yo
—advierte, mirando furibunda por última vez a una Gladys llorosa—. Sígueme,
Moira, es hora de tu lección de escritura y lectura.
No me suelta hasta que llegamos a sus aposentos, donde nos espera Glenda con
Owen dormido en brazos, y al cerrar la puerta me reclama:
—¿Por qué no te has defendido, Moira? —pregunta mientras comienza a pasearse
arriba y abajo por la estancia—. Es hora de que despiertes, debes defenderte de todo
aquel que intente hacerte daño.

Página 29
—¿Por qué tienes sangre en el brazo? —exclama espantada Glenda…
—Gladys ha intentado marcar su territorio —explica Rosslyn por mí—. Debí
haberla echado del castillo hace mucho.
—Gladys es ladina, Moira —dice Glenda—. Procura tener mucho cuidado, no
dejes que te pisotee.
—¡Yo no le he hecho nada! —exclamo con furia, harta de ser tratada por todos
como un trapo.
—Ella sabe que Alec siente algo por ti, eres una amenaza —explica Glenda—.
Por eso debes mantenerte alerta. Te tiene celos.
—Alec lo único que siente es lástima y repulsión por mí, nada más —estallo
porque llevo muchos meses escondiendo todo en mi interior hasta el punto de notar
que voy a ahogarme con mis propias emociones—. ¡No soy nadie! Solo quiero pasar
mis días alejada de todos, hacer mi trabajo y que, al terminar, me dejéis regodearme
en mi miseria.
—Siento no poder cumplir tus deseos —dice Rosslyn—. Si hacemos eso, sé que
no vivirás mucho.
—¿Y a quién le importa que muera? —grito ya llorando—. No quiero seguir
así…
Me dejo caer al suelo derrotada. Durante meses y meses me he mantenido como
una roca, intentando aparentar que nada había pasado, cuando la realidad era que la
noche que me violaron acabaron con mi vida. Mis sollozos me hacen estremecer y
siento como dos pares de brazos me rodean y dejan que me desahogue.
—Llora, criatura, llora —dice Rosslyn—. Tienes que sacarlo todo o acabará
matándote. No les des ese gusto a los bastardos que abusaron de ti, porque es lo que
buscaban.
—No puedo dormir, porque cada noche revivo lo ocurrido —confieso por primera
vez—. Incluso puedo olerlos en mí, no importa las veces que me lave, apesto a ellos.
—No hueles a ellos —interrumpe de nuevo—. Ni mi padre ni Bruce tienen poder
sobre ti, esos bastardos deben estar quemándose en las llamas del infierno y tú
todavía tienes una vida por delante. ¿Crees que no veo cómo miras a Owen? ¿Con
qué ternura lo tratas? Serás una madre estupenda, pero para ello debes curar tus
heridas. Las cicatrices perdurarán, pero no permitas que ellos ganen.
—No puedo más —lloro sin control—. Quiero dejar de tener miedo cada vez que
un hombre se acerca a mí, quiero ser fuerte y valiente como vosotras. Quiero ser
capaz de plantarle cara a Alec.
—Puedes hacerlo —dice Glenda—. Saca la fuerza y la valentía que te ayudó a
sobrevivir aquella noche.
—No fui yo —reconozco avergonzada—. Fue Ian y su madre quienes me
mantuvieron con vida, si no, esa misma noche hubiera saltado desde la torre más alta.
—Dios mío… —susurra mi señora—. Nosotras vamos a ayudarte. Por lo pronto,
comenzaremos con las clases. Luego, poco a poco, te convenceremos de lo valiosa y

Página 30
hermosa que eres, y dentro de nada pondrás en su sitio a Alec. Me va a encantar
verlo. Hace un rato no lo has hecho tan mal —bromea, mientras me ayudan a
levantarme del suelo.
—Tienes la fuerza y el valor necesario para salir adelante —dice con convicción
Glenda, notándose lo emocionada que está—. Y si caes, nosotras te levantaremos.
—Gracias —respondo sincera por tanto cariño—. Os agradezco que no me
culpéis por lo sucedido y que me hayáis acogido en vuestro hogar. Ahora comprendo
por qué Ian estaba tan seguro de que aquí podría encontrar cierta paz.

Página 31
Capítulo V

Alec MacLeod

—Mantente alejada de Moira, Gladys —advierto, conteniendo mi furia; ahora


mismo sería capaz de retorcerle el cuello—. Ella no te ha hecho nada.
—¿Crees que no me doy cuenta de cómo la miras? —espeta en un ataque de celos
—. ¿Quieres cambiarme por ella? No vas a conseguir convencerla para hacerle todo
lo que a mí —se burla con altanería—. Se pondría a gritar nada más ver tu hombría.
—¡Basta! —ordeno asqueado antes sus burlas e incómodo por sus preguntas, ya
que en cierta forma tiene razón, aunque me niegue a reconocerlo en voz alta—. Te lo
advierto, Gladys, no creas que posees ningún derecho sobre mí o lo que hay entre
nosotros termina aquí y ahora. Ya me están hartando tus escenas.
Parece darse cuenta de que estoy hablando en serio porque de repente cambia de
táctica. Ha pasado de ser una fiera a mirarme con pena y aferrarse a mi cuerpo
insinuante. Sé lo que pretende, pero no me siento con ánimos en estos momentos.
—Mi señor, por favor… —ronronea—. Me portaré bien, lo prometo.
—Eso espero —espeto, apartándola de mi cuerpo—. ¿No tienes nada que hacer?
—pregunto cansado de que crea que por ser mi amante puede pasarse el día
vagueando.
Salgo sin darle tiempo a responder. Mientras me marcho, escucho algunas
estúpidas excusas que no me interesa oír. No sé adónde dirigirme, porque siento que
voy a estallar y eso que acabo de entrenar con uno de los chicos más jóvenes;
Cameron se ha enfadado conmigo y me ha ordenado regresar al castillo. No entiendo
el motivo, incluso los más nuevos tienen que estar preparados para un ataque, él
mejor que nadie sabe que en batalla no existe la piedad, los enemigos no dan cuartel.
Me detengo al ver a mi madre y a Megan en el salón.
—Buenos días, hijo —saluda sonriente—. ¿No deberías estar con tus hermanos?
—pregunta ceñuda.

Página 32
—Cameron cree que hoy no estoy de humor —respondo brusco—. No tengo la
culpa de que el muchacho con el que entrenaba no soporte un poco de trabajo duro.
—Alec… —suspira, mirándome con resignación—. Desde que no eras más que
un mocoso haces lo mismo. Cuando los problemas te superan, crees que la fuerza
bruta va a solucionarlo todo, y no es así.
—Alec —interrumpe con su acostumbrada alegría mi hermanita—, ¿por qué no
damos un paseo a caballo? —pregunta entusiasmada, tanto que, aunque no estoy de
humor, acepto.
—Llévate algún hombre contigo —pide mi madre con preocupación.
—Madre, no vamos a salir de nuestras tierras —le digo ofendido porque piense
que no seré capaz de dar mi vida por proteger la de mi hermana—. ¿Crees qué no
puedo mantener a salvo a Megan? —Me duele.
—No he querido decir eso, Alec —se defiende horrorizada—. No puedo evitar
sentirme asustada desde que nos atacaron hace poco más de un año. No soportaría
perder a nadie más.
—Regresaremos sanos y salvos —le aseguro, comprendiendo su preocupación—.
Vamos, pequeña.
Megan me sigue de cerca, muy contenta por hacer algo con alguno de sus
hermanos, desde la muerte de nuestro padre, los tres nos concentramos en la
venganza y en superar la pérdida, olvidándola a ella. Algo que pienso solucionar a
partir de hoy, el tiempo pasa demasiado deprisa, y cuando menos nos demos cuenta,
Megan habrá crecido convirtiéndose en una mujer que tendrá que emprender su
propio vuelo.
—¿Desde cuándo no montas, pequeña? —pregunto mientras llegamos a las
caballerizas.
—Desde hace mucho —responde con tristeza.
—Prometo que volveremos a hacer cosas juntos —le digo mientras me agacho
para quedar a su altura, ver cómo se iluminan sus ojos es suficiente recompensa.
Preparo mi caballo y el de Megan, que fue un regalo de mi padre, y salimos de las
caballerizas a paso lento. Como hace demasiado que no cabalga, no quiero ir a galope
para evitar accidentes, aunque mi hermana aprendió a ir sobre un caballo antes que a
caminar.
—Alec, ¿vas a casarte pronto? —Su pregunta me deja sorprendido y la miro sin
saber muy bien qué decir.
—¿Por qué preguntas eso, Megan? —interrogo extrañado—. ¿Quieres que lo
haga?
—Me gustaría que fueras feliz igual que Cam lo es con Rosslyn y Evan con
Glenda —dice como si su razonamiento tuviera toda la lógica del mundo—. Tú
siempre estás solo.
—No estoy solo, Megan —respondo con un nudo en la garganta—. Os tengo a
vosotros. Todavía soy muy joven, no entra en mis planes casarme aún.

Página 33
—Debes enamorarte, Alec —insiste—. ¿No hay ninguna muchacha del clan que
te parezca hermosa? ¡Ya lo sé! —exclama, haciendo que su caballo relinche, y me
pongo en guardia por si tengo que controlarlo para evitar un accidente—. ¡Moira!
—¿Qué ocurre con ella? —pregunto en voz queda.
—Ella tiene casi tu edad, no está casada y es hermosa —enumera como si eso
fuera la respuesta a todas las cuestiones.
—Megan, Moira no quiere casarse conmigo —le digo, riendo sin ganas, algo
dentro de mí se remueve.
—No lo sabrás si no se lo preguntas —espeta, frunciendo el ceño—. ¿No te
gusta? Ella también parece que siempre está triste como tú.
—Megan, cuando seas mayor, comprenderás que no todo es tan fácil como parece
—interrumpo su charla molesto, no puedo creer que hasta mi hermana pequeña me
nombre a Moira, odio no poder dejar de pensar en ella. Volvamos al castillo.
Lo hacemos en silencio porque Megan me conoce muy bien, sabe que no estoy de
humor. Quería que este paseo me sirviera para despejar la mente y olvidarme del
mundo durante un rato, y he conseguido justo lo contrario. ¿Por qué demonios todos
me nombran a Moira?
Incluso a Gladys se le ha metido en la cabeza que siento algo por esa muchacha,
puede que sea cierto, no obstante, no pienso hacer nada al respecto. No creo que
Moira esté jamás preparada para complacer a un hombre, y yo soy demasiado joven
para atarme a una mujer que no logre satisfacerme. Por supuesto que quiero lo que
tienen mis hermanos, pero dudo que sea ella quien pueda dármelo. Ni yo soy hombre
para ella, ni ella es lo que necesito. ¿Cuánto tardará Cameron en ponerse pesado con
el tema de mi matrimonio? ¿Y si quiere utilizarme para conseguir nuevas alianzas?
Después de todo, él se casó por obligación y le ha salido bien.
Dejo de pensar cuando llegamos a las caballerizas, ayudo a mi hermana a
desmontar y sale corriendo enfadada. Guardo los caballos y voy tras ella, procurando
darle su espacio, en eso somos muy parecidos y sé que necesita calmarse. Sin
embargo, reacciono cuando veo que choca con alguien y cae al suelo.
Maldigo en silencio al aproximarme y ver de quién se trata. No podía ser otra que
la muchacha que está volviéndome loco. Mientras me acerco con rapidez hacia las
dos, escucho cómo ella le pregunta preocupada:
—¿Estás bien? —habla al tiempo que la ayuda a levantarse y le limpia la tierra
del vestido—. ¿Por qué corres así, pequeña? ¿Alguien te ha hecho daño? —parece
realmente interesada.
—Alec es un estúpido —refunfuña, e intervengo antes de que diga algo más de la
cuenta.
—Megan, ve a buscar a madre —ordeno mientras me cruzo de brazos. Moira me
mira, pero no parece tan asustada como siempre.
Mi hermana obedece tras observarme por última vez como si quisiera matarme, y,
en cuanto nos quedamos solos, espero que Moira salga corriendo como es costumbre

Página 34
en ella, no obstante, vuelve a sorprenderme al no hacerlo.
—No deberías ser tan duro con tu hermana —dice sin que le tiemble la voz
mientras se agacha para recoger la cesta que se le ha caído, dejándome ver el escote
de su vestido. Trago saliva con fuerza al ver el inicio de sus blanquecinos pechos.
—Y ella no debería ser tan impertinente y meterse en asuntos que no le incumben
—refunfuño, intentando apartar la mirada—. Mi madre la ha consentido demasiado.
Guarda silencio y me observa, no sé qué demonios le ocurre, está poniéndome
muy nervioso; la prefiero cuando huye porque no resulta una amenaza para mí, sin
embargo, ahora mismo siento cómo mi miembro comienza a despertarse por la
muchacha que tengo delante y sé que no puedo apagar el fuego que siento con ella.
—Te quiere, eso es lo que importa —dice, pasando por mi lado dispuesta a
marcharse. La detengo, mis ojos se posan en su brazo herido por Gladys y siento
ganas de haberle retorcido el pescuezo.
—Si Gladys te molesta de nuevo, házmelo saber —le ordeno sin dejar de mirar
los arañazos en su blanca piel.
—Si tu ramera vuelve a ponerme una mano encima, yo misma le arrancaré los
ojos —dice furiosa, con una valentía y un fuego que nunca había visto en ella.
No puedo evitar observarla con la boca abierta mientras se marcha sin mirar atrás.
Parece que todo el mundo se ha vuelto hoy completamente loco, y el único que
conserva la cordura en este maldito castillo soy yo. Siento que todas las mujeres están
en mi contra, incluso las más pequeñas o asustadizas.
Mientras continúo mi camino, no puedo evitar sonreír como un bobo al recordar
ese nuevo destello en la mirada de Moira cuando ha amenazado con arrancarle los
ojos a Gladys, la verdad es que me gustaría verla intentarlo. No tienen nada que ver la
una con la otra; Moira es menuda y Gladys más robusta y con más fuerza. Me siento
orgulloso de que saque ese genio escondido, pero no sé si sería muy inteligente que
se enfrentara a mi amante.
Me ha gustado que, por una vez, no se comporte como un conejillo asustado, sin
embargo, no quiero que nadie le haga daño; si comete la locura de plantarle cara a
Gladys, tendré que intervenir. Lo mejor para todos es que ambas se mantengan
quietas.
Al entrar en el salón, me encuentro con Cameron y su mujer junto con mi sobrino.
Por la mirada que me dirige, sé que me espera una buena discusión, sabía que
Rosslyn no podría mantener la boca cerrada.
—Has enfadado a casi todas las mujeres de este castillo, hermano —comienza a
decir mientras besa a su esposa y a Owen y estos se marchan dejándome solo con él
—. No es muy inteligente. ¿Qué está ocurriendo?
—¡Que vivo rodeado de viejas chismosas! —espeto, sentándome frente a él—.
¡Incluso Megan cree que tiene que buscarme esposa!
Cuando mi hermano comienza a reír, no puedo evitar imitarlo; a pesar de hacer un
esfuerzo sobrehumano para contenerme, acabamos ambos a carcajadas hasta que

Página 35
somos interrumpidos por la llegada de Evan.
—¿Qué me he perdido? —pregunta ceñudo—. Se supone que ibas a hablar con
Alec…
Ruedo los ojos porque esto más que una charla entre hermanos parece una
emboscada y no me gusta nada. Me cruzo de brazos y espero que comience a
departir…
—Esto no me va a gustar, ¿verdad? —pregunto malhumorado.
—Hermano, estás en problemas —espeta Cameron—. Tenemos que hablar.

Página 36
Capítulo VI

Moira

Después de la charla con las mujeres MacLeod, me siento con más fuerza que
nunca, y con un rayo de esperanza brillando en el horizonte incierto. Luego, hemos
empezado con mi primer día de clases y ya sé escribir mi nombre, para mí ha sido
todo un logro, pues nunca pensé que tendría la oportunidad de aprender a escribir y
leer. Rosslyn me ha dicho que muy pronto no necesitaré ayuda con mis propias
cartas.
Tengo muy claro que al primero que voy a escribir para que esté contento con mis
progresos es a Ian. Tampoco es que tenga a nadie más a quien cartear, cuando me
marché de la tierra de los MacKinnion, no dejé nadie atrás. Nunca sentí que
perteneciera a ese clan, y cada día estoy más convencida de que mi destino era estar
con los MacLeod, los cuales me han acogido sin condiciones.
Cuando me he tropezado con la pequeña Megan y la he visto tan contrariada, me
he preocupado como si se tratara de mi propia familia. Es una niña tan dulce y
hermosa que no dudo que cuando crezca, sea una belleza que atraiga la mirada de
todos los hombres; sus hermanos deberán tener mucho cuidado. Y, por primera vez,
cuando he visto cara a cara a Alec, no me ha invadido el miedo y me he sentido
poderosa. Al tocarme, mi primer impulso ha sido apartarme, sin embargo, he
recordado las palabras de Rosslyn y he hecho un esfuerzo por aguantar.
Pasado el susto inicial, he comenzado a sentir un hormigueo que me ha puesto
mucho más nerviosa que el propio miedo. Porque hace muchísimo tiempo que no
sentía ese algo así, solo Ian me ha tocado con mi consentimiento y he disfrutado de
ello, pero jamás llegué a entregarme a él. Algo que lamentaré toda la vida, al menos,
esos bastardos no me abrían arrebatado lo que solo me pertenecía dar a mí al hombre
que amase.
Lo que le he dicho es cierto. Se acabó agachar la cabeza ante cualquier ataque; ya
sea de Gladys o de Alec, responderé. Quiero dejarle bien claro a esa harpía que no me

Página 37
interesa su hombre para nada, sería feliz si todos ellos desaparecieran de la faz de la
Tierra. No hacen más que causar dolor, guerras…
Me concentro en mi trabajo dispuesta a que en el día de hoy nadie sea capaz de
arrebatarme todo lo que he conseguido. He logrado sincerarme con las dos únicas
mujeres que siempre me han dado su apoyo incondicional desde mi llegada, he
aprendido mucho en las horas que he compartido con ellas y estoy segura de que,
conforme pase el tiempo, podré aprender mucho más.
A la hora de la comida, por primera vez, no mantengo la cabeza gacha y participo
en la conversación de las mujeres, incluso juego con Owen mientras lo tengo en
brazos, coge mi cabello, que está muy corto ahora, y lo estira con fuerza haciéndome
gemir de dolor.
—¡Owen! —riñe su madre con ternura—. Niño malo, a las chicas no se les tira
del cabello.
Todos ríen, todos menos Alec, que está más ceñudo y callado que de costumbre.
Parece que cuanto más contenta estoy yo, más enfurruñado anda él. Pero no me
importa, no voy a permitir que me afecten sus cambios de humor o terminaré
volviéndome loca.
—Mi hijo ya sabe cómo llamar la atención de las mujeres bonitas —dice
Cameron, ganándose una mirada asesina por parte de su hermano pequeño, aunque el
laird ni siquiera se inmuta.
Puede que haya decidido intentar mirar hacia delante, sin embargo, no puedo
evitar enrojecer de vergüenza ante las palabras de mi laird. Miro preocupada a mi
señora, temiendo que se haya podido sentir ofendida, me doy cuenta de que mira a su
marido con una sonrisa que permite ver lo enamorada que está de él.
La comida trascurre sin más contratiempo y el primero en marcharse es Alec,
quien ni siquiera se molesta en decir una palabra. No puedo evitar observar cómo se
aleja con cierto sentimiento de tristeza y de culpabilidad. Después de todo, esta es su
familia y yo solo una intrusa a la que se han visto obligados a acoger.
—No le hagas caso —susurra mi señora al ver mi mirada de consternación—.
Cameron y Evan han tenido una larga conversación con él, y ese el motivo por el que
está furioso. No tiene nada que ver contigo.
Su explicación no me convence porque no suena del todo sincera, con toda
seguridad, Alec sí tiene un problema conmigo y debería hacerle frente para acabar
con todo esto de una vez. Si al fin consigo dejar mis demonios atrás, no tengo
previsto moverme de Dunvegan, pues creo que pueda llegar el día en el que lo
considere mi hogar, y no quiero sentirme siempre como la intrusa por su culpa.
Ese debería ser el primer paso; después, me mantendré tan alejada de él y de su
ramera como me sea posible para poder continuar con mi vida. El problema es que no
sé si seré capaz, el miedo no puede olvidarse en un solo día y, a pesar de que me he
sentido bien al hablarle sin temor, muy dentro de mí no puedo evitar pensar en las

Página 38
posibles consecuencias de mi rebelión. Después de todo, él es un MacLeod, hijo del
antiguo laird, y yo solo una criada.
—¿En qué piensas? —pregunta Glenda, quien se ha mantenido bastante
silenciosa durante la comida, cosa extraña en ella.
—En si debería enfrentarme a Alec —respondo con sinceridad, sin esconderme,
sin tartamudear—. Si quiero tener un futuro aquí en Dunvegan, tengo que vencer mis
temores, no solo debo dejar a mis fantasmas del pasado atrás, sino los del presente
también.
—¿Te has preguntado alguna vez por qué, a pesar de que a Cameron y Evan
también les temes, no reaccionas igual con ellos que con Alec? —interroga y su
pregunta me hace fruncir el ceño—. Te tensas por su cercanía, pero es distinto con su
hermano pequeño, ¿por qué? Cuando encuentres la respuesta a estas preguntas,
entonces estarás preparada para enfrentarte a él.
—¿No te recordará a Bruce o mi padre? —interviene Rosslyn con preocupación.
—¡No! —exclamo horrorizada—. Puede que Alec sea un bastardo insensible y
prepotente, mas sé que no hay maldad en él por mucho que se esfuerce en aparentar
lo contrario.
—Me alegra escuchar eso —sonríe aliviada—. Pese a que Alec y yo no nos
llevamos del todo bien, sé con seguridad que no es malvado. Ha tenido que madurar
de golpe tras la muerte de su padre y, aunque el tiempo que estuvo fuera de Dunvegan
le vino bien, creo que haber permanecido algo más alejado de su familia le hubiera
beneficiado.
—¿Crees que mi señor lo enviará de nuevo lejos? —pregunto, intentando ocultar
la desazón que tal posibilidad me provoca.
—No lo creo —niega—. No, a menos que haga algo muy drástico y Cameron
piense que es lo mejor para Alec y para todos nosotros. Mi esposo es sabio a pesar de
su juventud, Moira. No debes temer.
—No me preocupa —miento con descaro, ganándome dos sonrisas tan
misteriosas que hacen que me sonroje como una tonta—. Solo que no quiero ser la
culpable de que lo envíen lejos de su hogar y de su familia; si alguien debe
marcharse, lo haré yo llegado el momento.
—Tú no saldrás de este castillo a no ser que sea por tu propia felicidad —me
interrumpe Rosslyn—. Ya te he dicho que Alec tiene muchos problemas, tú y lo que
le provocas es solo uno de ellos.
Owen comienza a quejarse y a llorar, es su hora de dormir y no le gusta que le
hagan esperar, me ofrezco a ser yo quien lo duerma, pero, como es costumbre, mi
señora quiere encargarse ella misma. «Es una madre estupenda», pienso mientras la
veo alejarse.
—Siempre me deja sin nada que hacer —me lamento—. Se supone que soy su
dama de compañía y, prácticamente, estoy de brazos cruzados.

Página 39
—Ella es así —dice Glenda riendo—. Cuando fui su dama de compañía, tampoco
hice gran cosa. Sé su amiga y recupérate, será su mejor recompensa.
—Me hace sentir mal —confieso—. No quiero aprovéchame de la buena
voluntad de los MacLeod, quiero ganarme mi sustento.
—Para nosotros ya eres una más —acaricia mi brazo a la vez que se levanta—. Y,
ahora, si me disculpas, voy a tumbarme un rato, estoy cansada.
Frunzo el ceño inquieta, no es costumbre en ella dormir a estas horas del día.
Miro a Evan para ver si él está preocupado, habla con su hermano tan concentrado
que no se da cuenta de que su mujer se marcha.
«¿Y ahora qué hago yo?».
Me levanto sin querer llamar la atención de los hombres y salgo hacia el exterior
sin saber qué camino tomar, solo quiero pensar tal y como me lo han aconsejado. ¿De
verdad quiero continuar mi vida viviéndola con miedo? ¿Deseo una vida en solitario?
Hace menos de un día, hubiera dicho que sí sin dudar; ahora, ya no estoy tan segura.
Sé que me queda un largo recorrido todavía para sanar y que jamás lo haré por
completo, pero seguir como hasta ahora es darles poder a esos malditos, no me
importa que estén muertos, para mí continúan más vivos que nunca, y eso tiene que
cambiar.
Camino sin rumbo y no me doy cuenta de que estoy en las caballerizas hasta que
escucho a los caballos relinchar. Decido que, ya que he llegado hasta aquí, puedo
entrar a verlos, siempre me han gustado y nunca tuve la oportunidad de aprender a
montar. Ian quería enseñarme, teníamos tantos planes que ya no podrán ser cumplidos
que una gran tristeza se apodera de mí.
El primer caballo que veo es uno negro que se alborota al verme y, aunque me
asusta un poco, estiro mi brazo para tocar su cuello. Me sorprende el pelaje tan suave
que tiene, y, al ver que no se aparta ni me hace nada, continúo acariciando, tanto que
siento cómo la pena que me embargaba, poco a poco, va desapareciendo. Me trasmite
tanta paz que me gustaría ser capaz de abrir la puerta y sentirlo más cerca.
—No suele dejar que extraños lo acaricien. —La voz de Alec me sorprende,
haciendo que salte hacia atrás y el caballo reaccione alzando sus patas con
nerviosismo.
El hombre que acaba de pegarme un susto de muerte controla con rapidez al
caballo susurrándole palabras y acariciándole como hasta hace unos instantes estaba
haciendo yo, juntos son una bonita estampa.
—¿Es tuyo? —pregunto, sospechando por cómo se comportan juntos—. No
pretendía molestar.
—Sí, es mío —asiente sin mirarme mientras continúa acariciando al animal—. Mi
padre me lo regaló cuando solo era un niño, seguimos juntos desde entonces.
No sé qué decir o hacer, mi primer impulso es marcharme, no obstante, me
detengo recordando todo lo hablado con Rosslyn y Glenda y me quedo inmóvil
contemplando la complicidad entre el animal y el hombre.

Página 40
—Debe ser hermoso —susurro casi sin ser consciente, mis palabras le hacen
reaccionar y me mira sin comprender—. Me refiero a montar, ser uno solo con el
animal y sentir el viento golpear el rostro.
—No sabes montar, ¿verdad? —pregunta sin deje de burla, algo sorprendente en
él.
—No —niego avergonzada por ser tan patética—. Nunca pude aprender, Ian
quería enseñarme, pero… —mi voz se va apagando, aunque Alec me ha entendido a
la perfección porque veo como aprieta la mandíbula.
—¿Te gustaría aprender? —pregunta tras unos instantes que se me han hecho
eternos—. Si no quieres que sea yo el que te enseñe, puedo hablar con Evan o
Cameron, con quien te sientas más cómoda.
—¿Me enseñarías a montar? —pregunto sin poder creerlo. Él parece incómodo,
por eso intento contener una sonrisa. No dice nada más así que decido dar el siguiente
paso—. ¡Me encantaría! —exclamo entusiasmada.
—¿Quieres qué te enseñe yo? —me mira como si me hubiera vuelto loca—.
Sabes que tú y yo no nos llevamos bien.
—¿Y de quién es la culpa? —inquiero, cruzándome de brazos—. Creo que es el
momento de que me digas por qué me odias. ¿Te repugno por lo que me hicieron?
¿Crees qué yo quería qué pasara? Porque si es así, déjame decirte que no eres el
primero ni serás el ultimo que lo piensa.
Lo contemplo alejarse del caballo hasta que queda frente a mí, parece como si
estuviera conteniéndose para no abalanzarse y, aun así, no retrocedo, ha llegado el
momento de la verdad y no pienso dar marcha atrás.
—¿Estás diciéndome qué crees que yo siento repugnancia por ti? —pregunta en
un siseo—. Eres tú la que no soporta estar en la misma sala que yo —escupe como si
le doliera, y abro los ojos como platos sin poder dar crédito a lo que escucho.
—¡Actúo con todos los hombres igual! —exclamo ofendida—. Alec, ¿no te has
dado cuenta de que has sido el único que ha sido capaz de tocarme y no me he
desmayado del terror? —pregunto, sintiendo la rojez en mi rostro.
Frunce el ceño como si no me entendiera, sin embargo, me doy cuenta en el
momento exacto en el que recuerda que hace unas horas me ha agarrado del brazo y
yo no he actuado con miedo, aunque mi primer instinto haya sido apartarme. Pero
creo, casi con total seguridad, que con otro hombre hubiera comenzado a gritar, a
llorar o ambas cosas a la vez, por lo tanto, su acusación es absurda.
Guardamos silencio, comienzo a sentir una tensión entre nosotros que no me
había dado cuenta de que existía y me remuevo inquieta. Deja de observarme, mira a
lo lejos y cuando sus ojos se posan de nuevo sobre mí, parece que ha tomado una
decisión que puede cambiar nuestro destino para siempre.
—Te enseñaré a montar si eso es lo que quieres —acepta—. Con una condición,
seré yo quien elija el caballo. No quiero que te partas el cuello y mis hermanos me

Página 41
acusen de tu asesinato, puede que me saques de mis casillas, pero no como para
matarte.
¿Será posible que Alec siempre esté a la defensiva porque se siente de alguna
forma amenazado por mí?
—De acuerdo —asiento satisfecha por haberme salido con la mía—. Acepto tus
condiciones. ¿Cuándo empezamos?

Página 42
Capítulo VII

Alec MacLeod

¡Maldita sea mi suerte!


¿Por qué he tenido que ofrecerme? Juro que creía que no aceptaría, que preferiría
que fuera Cameron o Evan quienes la enseñaran a montar. Ahora no puedo
retractarme, y la realidad es que no quiero hacerlo.
Su confesión me ha dejado demasiado sorprendido y ahora mismo mi cabeza no
para de dar vueltas. ¿Puede ser posible que ambos hayamos estado equivocados el
uno con el otro?, ¿que todo haya sido un malentendido?
Tantas preguntas para las que por ahora no tengo respuestas…
Camino hasta llegar junto al caballo de Megan, es perfecto para Moira porque es
muy dócil y solo ha sido montado por mi hermana.
—Este es el que vas a montar —le explico. No parece asustada y eso es bueno—.
Lo primero que debes saber es que los caballos son animales intuitivos, perciben el
miedo y eso los pone nerviosos.
—No les tengo miedo —alza con orgullo el mentón y me pregunto cómo sería
antes del ataque, antes de que esos miserables mancillaran su cuerpo.
Preparo al caballo y lo saco de su pesebre; Moira me sigue de cerca. Cuando
llegamos junto a mi montura, le pido que sujete con firmeza las riendas para que no
se escape ni se encabrite, tiene que entender desde el principio quién manda.
Una vez tengo los dos caballos listos, salimos hacia el patio, ahora viene la parte
donde ella debe montar, tengo que ayudarla y para ello necesito tocarla. No sé cuál de
los dos está más nervioso.
—Necesito cogerte para subirte —le explico, intentando no parecer un imbécil.
Asiente, cierra los ojos, coge aire y cuando vuelve a abrirlos, el coraje brilla en
sus hermosos ojos azules.
—Hazlo —me pide con decisión.

Página 43
Intento ser rápido para no prolongar su agonía. Me sorprende porque no se tensa,
solo se deja hacer. Son unos instantes, en los cuales me permito sentir su cuerpo y
oler su fragancia.
Una vez montada sobre el caballo, subo al mío y decido que, por ser el primer día,
saldremos del castillo, aunque no nos alejaremos mucho.
—Coge las riendas, pero no las estires —explico mientras guio a mi animal hacia
el gran portón—. Sígueme, no hagas nada. Deja que tu montura te guíe.
Al atravesar el umbral, detengo a mi caballo y dejo que ambos animales sigan el
mismo ritmo uno al lado del otro, necesito tenerla vigilada y no puedo estar mirando
para atrás constantemente. El silencio me pone nervioso, así que decido hacer algunas
preguntas e intentar conocerla mejor.
—¿Echas de menos tu hogar? —pregunto sin imaginar la respuesta que me
espera.
—La tierra de los MacKinnion nunca lo fue —espeta, mirando a su alrededor—.
Soy huérfana, no sé quién fue mi padre y mi madre murió al darme a luz. Jamás sentí
que perteneciera a aquel lugar, helaba la sangre en las venas, y si hubiera podido, me
habría ido mucho antes… Ojalá lo hubiera hecho.
—Ibas a casarte con Ian —vuelvo a insistir de manera brusca, no entiendo por
qué no me gusta pensar en ellos dos juntos. Ella se ríe antes de contestar.
—Siempre supe que no me convertiría en la mujer de Ian MacKinnion, Alec —
me dice, mirándome con dolor en sus ojos—. Lo que nunca imaginé fue lo que iba a
sufrir a manos de su hermano y de su padre. Podrían haberme desterrado o matado,
sin embargo, disfrutaron destruyéndonos a ambos.
—Podrías volver con Ian… —sigo insistiendo, no comprendo por qué necesito
conocer lo que piensa al respecto, es algo que me ha ido carcomiendo por dentro
poco a poco.
—Nunca podré regresar con él —dice con convicción—. Posiblemente, tampoco
me quede en Dunvegan. No sé qué me depare el destino, pero si algo tengo claro es
que mi amor por Ian murió la misma noche en la que lo hice yo. Y no es porque lo
culpe, él estaba dispuesto a morir por llegar a mí y alejarme de las garras de esos
miserables, mas siento que en aquel momento también perdí la capacidad para amar.
Sus palabras son como un jarro de agua helada.
—No puedes saber lo que ocurrirá en el futuro —replico—. Escuché muchas
veces a Cameron decir que no podría volver a amar, y Rosslyn es el amor de su vida.
Me sonríe con tristeza, pero no dice nada más, de nuevo contempla el paisaje que
nos rodea y yo no sé qué más decirle para que entienda que no puede tirar por la
borda todo su futuro por lo que le hicieron esos hijos de perra.
Mientras recorremos las tierras que han pertenecido durante siglos a mi familia,
recuerdo la conversación que he tenido con mis hermanos hace unas horas y que
ahora, más que nunca, comienza a cobrar sentido.

Página 44
—¿Qué es eso tan importante? —pregunto mientras me cruzo de brazos—. No me
digas que tu esposa ya te ha ido con el chisme…
—Rosslyn no tiene secretos conmigo, y si mi hermano pequeño se comporta
como un imbécil, prefiero saberlo —espeta, golpeando la mesa con su puño cerrado
—. ¿En qué demonios estás pensando? Creí que cuando volviste, lo habías hecho
convertido en un hombre, no obstante, veo que aún queda mucho para eso.
—No creo que dar mi opinión me reste hombría, hermano —gruño, comenzando
a enfadarme—. No todos debemos besar el suelo que pisa Moira, ¿o sí?
—Sabes que no se trata de eso —interfiere el pacificador—. Debes dejar de
tratarla así, esa muchacha necesita nuestra ayuda, no que tú y tu fulana le hagáis la
vida imposible.
—Quiero advertirte de algo, Alec —dice Cameron con una seriedad que
comienza a asustarme—. Si Gladys vuelve a atacar a Moira o a faltarle el respeto a
mi esposa, la desterraré. No va a temblarme el pulso, tendrás que buscar otra que
caliente tu cama.
—¿Todo esto por una criada? —pregunto sin poder creer lo que escucho—. Os
recuerdo que ambas lo son.
—Te equivocas —me interrumpe de nuevo Cameron—. Moira está bajo la
protección de mi esposa a petición de su hermano, que por si lo has olvidado es el
nuevo laird de los MacKinnion. Rosslyn tuvo que decirle que se ganaría el sustento
siendo su dama de compañía, pero si te fijas, apenas se le ordena nada. Es una más de
los nuestros y cuando ella al fin lo comprenda, será libre.
—¿Por qué te molesta tanto su presencia? —interroga Evan mientras bebe un
poco de whisky, y lo miro sin saber que responder—. No lo sabes, ¿verdad? O
prefieres ignorarlo.
—Déjate de acertijos, Evan —siseo, perdiendo la paciencia—. ¿Eso es todo lo
que queríais decirme? Me ha quedado claro, hablaré con Gladys.
—Podríamos decirte muchas cosas, Alec —responde Evan con una sonrisa
burlesca, como si fuera conocedor de un gran secreto—. Pero no estás preparado para
escucharlo, mucho menos para enfrentarlo.
—Ten cuidado, hermano —advierte Cam—. Puede que cuando te des cuenta, ya
no tengas oportunidad de enmendar tus errores.
—No sé de qué demonios estáis hablando —siseo, levantándome dispuesto a
marcharme—. Pero yo también tengo algo que advertiros: dejad de intentar meterme
a Moira por los ojos, no voy a ser quien recoja las sobras.
Me marcho veloz escuchándolos maldecir a mis espaldas.

Página 45
—¿En qué piensas? —la voz de Moira me trae de nuevo al presente y me doy cuenta
de que nos hemos alejado bastante, maldigo en silencio por mi imprudencia—. Te he
llamado varias veces, mas no me has escuchado.
—Debemos volver —digo sin responder, y miro a mi alrededor porque tengo un
mal presentimiento—. Moira, quiero que subas a mi caballo sin armar escándalo.
Susurro porque a lo lejos, entre los árboles, he visto unos movimientos
sospechosos. No puedo creerme que de nuevo nuestros enemigos sean tan estúpidos
como para atacarnos.
—¿Por qué? —pregunta asustada.
—Moira, van a atacarnos y necesito ir a galope —le explico, cogiéndola por un
brazo y la paso a mi montura, justo delante de mí, para cubrirla con mi cuerpo—. El
caballo de Megan nos seguirá.
Espoleo al mío en el momento en el que una flecha silva pasando muy cerca de
mi cabeza, Moira grita y se aferra a mí con fuerza. Noto su rostro enterrado en mi
pecho, puedo sentirla temblar, y maldigo en silencio a los bastardos que se han
atrevido a atacarme. Si estuviera solo, los enfrentaría, pero no pienso arriesgarme a
que le suceda algo a la mujer que tengo entre mis brazos.
Nuestros atacantes continúan lanzando flechas, Moira alza la cabeza para mirar
quiénes son y jadea intentando gritar lo suficientemente alto para que pueda
escucharla.
—¡Son MacKinnion! —vocaliza como si no pudiera creerlo.
—Escóndete, ¡maldita sea! —le ordeno aterrorizado de que una flecha la alcance
—. Ya estamos cerca.
Protesto cuando una flecha impacta en mi espalda, el dolor es muy intenso y, aun
así, no detengo a mi caballo hasta que no traspasamos el portón y ordeno a los
hombres cerrar la puerta. Aunque estoy seguro de que esos cobardes no atacaran la
fortaleza. No creo que fueran más de cinco o seis los que estaban agazapados cual
ratas entre los árboles.
Desmonto en el momento en que todos salen del castillo, han debido dar la voz de
alarma y mis hermanos ya se dirigen hacia nosotros haciendo preguntas, las cuales
cesan cuando ven que estoy herido, aun así, ayudo a desmontar a una Moira que está
sollozando y grita espantada al ver la flecha clavada un poco más abajo de mi hombro
derecho.
—¡Alec, te han herido! —exclama horrorizada. Rosslyn y Glenda llegan
corriendo a su lado para asegurarse que está sana y salva.
—¡Llamad a la curandera! —ordena mi hermano a pleno pulmón.
—No hace falta —me quejo ante tanto escandalo—. Que alguno de vosotros la
saque y acabemos con esto.
—Alec, parece que la herida es profunda —dice mi cuñada Rosslyn, visiblemente
preocupada por mí—. Es mejor que la curandera se ocupe.

Página 46
—¿Qué demonios ha pasado? —interroga mi hermano mientras nos dirigimos al
interior del castillo; comienzo a notar que me cuesta andar, y Evan me ayuda—. ¿Por
qué os habéis alejado del castillo?
—Todo ha sido por mi culpa, mi señor —interrumpe Moira—. Quería aprender a
montar y Alec se ofreció a ayudarme.
—Moira, no intentes protegerme —la detengo cuando me siento frente al fuego
—. Ha sido culpa mía, he sido negligente y nos hemos alejado demasiado. ¿Cómo
demonios podía imaginar que los MacKinnion iban a atacarnos a traición? —
pregunto asqueado.
—Mi hermano nunca enviaría a sus hombres a atacarnos —grita Rosslyn
ofendida.
—Mi señora, los hombres que intentaron asaltarnos llevaban los colores de los
MacKinnion —dice Moira ahora más tranquila—. Tiene razón, Ian jamás atacaría a
los MacLeod.
—Pues no parece que le importes mucho —espeto dolido ante su defensa—. ¡He
sido yo quien ha impedido que te ensartaran con una maldita flecha!
Me observa como si la hubiera golpeado con mis propias manos y se marcha
llorando. Mis cuñadas la siguen, no sin antes mirarme como si quisieran matarme.
—Estupendo, hermano —sisea Cameron—. Estoy reconsiderando arrancarte yo
mismo la flecha a ver si cierras la boca de una maldita vez.
La llegada de la curandera interrumpe nuestra discusión. Me examina y les pide a
mis hermanos que saquen la flecha, no puedo evitar poner los ojos en blanco cuando
la escucho. Finalmente, acabamos haciendo lo que había dicho desde el principio, lo
único que hemos conseguido es perder el tiempo.
—Hacedlo de una maldita vez —gruño les insto cada vez más mareado.
Es Cam quien se posiciona tras de mí y Evan me sujeta por delante, cierro los
ojos y espero sentir el dolor abrasador, y cuando este llega, no puedo evitar gritar y
casi perder el conocimiento.
—Necesito agua muy caliente y paños —ordena la curandera una vez la flecha ha
sido extraída de mi cuerpo.
—¡Alec! —el alarido desgarrador de mi madre atraviesa la sala y hace que abra
los ojos que tenía cerrados a punto de desmayarme—. ¿Por qué no se me ha avisado
de que mi hijo estaba herido? —pregunta furiosa.
—No es nada, madre —respondo con dificultad—. Estoy bien.
—Dios mío, estás perdiendo mucha sangre —exclama espantada.
—Deja que le curen, madre —interviene Evan, intentando tranquilizarla—. Alec
estará bien.
La cura dura lo que me parece una eternidad. Cuando todo acaba, no sé si quiero
dormir por la pérdida de sangre o por la borrachera. Al dar comienzo la tortura, he
pedido una jarra de whisky tras otra, he bebido tanto que ya no siento ni dolor.

Página 47
—Llevadlo a su cama —ordena mi madre, ahora más tranquila al ver que he
dejado de desangrarme.
Son mis hermanos quienes me guían prácticamente en brazos y me colocan sobre
la cama con cuidado, aun así, no puedo evitar gemir por la herida.
—Yo me quedaré con él —dice mi madre, sentándose a mi lado—. Que alguien
se ocupe de Megan.
—Madre, estoy bien —digo ya más dormido que despierto. Antes de perder el
conocimiento, mi último pensamiento es para Moira.

Página 48
Capítulo VIII

Moira

¡Lo odio! Odio a Alec MacLeod con todo mi corazón.


Me detengo cuando me doy cuenta de que tanto Rosslyn como Glenda me siguen
de cerca; no tengo dónde esconderme, así que decido parar.
—¿Cómo puede decirme esas cosas cuando me ha protegido arriesgando su
propia vida? —pregunto consternada.
—Creo que está celoso —dice Glenda, intentando recuperar el aliento.
—Pero ¿qué locura es esa? —inquiero sin poder creer lo que escucho—. Alec lo
único que profesa por mí es lástima.
—No puedo decir nada, Moira. Yo también pienso lo mismo. Alec ha reaccionado
mal cuando tú has salido en defensa de mi hermano.
—Eso es ridículo —insisto, negándome a creer que exista la más mínima
posibilidad de que Alec MacLeod sienta algo por mí—. Justo antes del ataque, le he
dejado muy claro cuando me ha preguntado cuáles eran mis sentimientos por Ian, le
he aclarado que nunca podría volver a sentir amor por él.
—¿Alec te interrogó sobre ese tema? —pregunta sonriente Glenda, y asiento sin
comprender a qué vienen esas estúpidas sonrisas—. ¡Lo sabía!
—No quiero escuchar tonterías —digo cansada de este absurdo tema—. Mi
señora debe escribir a su hermano para preguntarle qué ha ocurrido. Me niego a creer
que Ian haya ordenado ningún ataque.
—Por supuesto que no —exclama—. Ahora mismo pienso hacerlo y saldremos
de dudas de una vez. No voy a permitir que los celos de Alec envenenen a mi esposo
hasta el punto de que se plantee atacar de nuevo.
Tal idea me horroriza, no quiero que le suceda nada malo a Ian; aunque haya
dejado de amarlo, solo deseo para él toda la felicidad del mundo, esa que durante los
años en los que vivió su padre le fue negada día tras día.
Nos dirigimos a los aposentos de mi señora, y mientras ella escribe la misiva,
juego con Owen que cada vez es más travieso. Intenta reclamar la atención de su

Página 49
madre, pero ahora hay asuntos muy importantes y urge que la carta salga hoy mismo
de Dunvegan.
—¿Cómo estará Alec? —pregunto en voz alta. A pesar de las palabras tan
hirientes que me ha dicho, ahora que estoy más tranquila la preocupación se apodera
de mí—. No quiero que le ocurra nada. Me ha mantenido a salvo.
—Por supuesto que lo ha hecho —dice Glenda—. Ya te hemos dicho que no es
tan malo como quiere hacer creer a los demás. Solo está perdido y debe encontrar a la
persona correcta que le muestre el camino a seguir.
—Estará bien —dice Rosslyn, quien continúa escribiendo la carta—. La
curandera sabe lo que hace y la herida, aunque sangraba mucho, no parecía que
estuviera en mal lugar.
—Si esa flecha llega a alcanzarme, hubiera muerto —digo estremeciéndome—.
Le debo mi vida a Alec.
—No pienses en eso —aconseja Glenda—. Ahora hay que saber quién ha
ordenado el ataque antes de que Cameron se vuelva loco.
—Vamos a ver qué tal está el herido —dice Rosslyn con la carta entre sus manos
—. Tengo que asegurarme de que Cam no va a hacer ninguna locura contra Ian.
Salimos de la alcoba y nos dirigimos al salón, donde los hermanos mayores están
ceñudos y meditabundos, sus estados de ánimo no presagian nada bueno. Al vernos,
se mantienen en silencio, y Glenda se sienta en las rodillas de su esposo haciendo que
reaccione y le sonría, sin embargo, se vislumbra una sombra de preocupación en su
semblante.
—¿Cómo está Alec? —pregunta mi señora.
—Durmiendo —responde el laird—. Se recuperará.
—Voy a enviar una carta a mi hermano —continúa hablando a su esposo—. No
creerás qué Ian es el responsable, ¿cierto? —inquiere al ver que Cam no habla, está
muy serio y comienzo a preocuparme.
—Moira dijo que eran MacKinnion, esposa —espeta—. Tu hermano es el laird
ahora, ¿qué quieres que piense? ¿Pretendes que deje este ataque sin respuesta? Alec y
Moira podrían haber muerto.
—No alcancé a ver sus rostros, mi señor —interrumpo con valentía, a pesar de mi
temor—. Pero pondría las manos en el fuego por Ian. Permita que él se explique —
imploro.
—Por favor, Cam —suplica su mujer a punto de romper a llorar—. Déjame
enviar la carta.
Ambos se miran, enzarzados en una lucha de poder que temo que mi señora
pierda, por mucho que su esposo la ame con todo su corazón.
Ella, implorante; él, sin querer dar su brazo a torcer. Al fin, con un gruñido, y tras
pasar sus manos por el pelo como si quisiera arrancárselo, cede. Creo que las tres
volvemos a respirar al mismo tiempo.

Página 50
—Esperaré la respuesta de Ian. Se lo debo —claudica—. Más vale que tenga una
buena explicación, Rosslyn, porque si no, mi mano no temblará, aunque sea tu
hermano.
Mi señora se lanza a sus brazos besándolo con adoración, tanto que aparto la
mirada azorada. No creo que sea capaz jamás de besar así a un hombre y eso me hace
sentir menos mujer.
Desaparezco sin que se den cuenta, después de todo, tengo experiencia. Me
escondo en la cocina, las demás criadas, al verme, callan; sé que estarán hablando de
mí y del hecho de que he sido atacada junto al menor de los MacLeod. Seguro que
están pensando que también caliento su cama, como hace Gladys, la cual me mira
con tanto odio que me deja saber que va a hacerme pagar mi acercamiento con su
amante.
Por primera vez desde mi llegada, no aparto la mirada, y, finalmente, me observa
sorprendida, es mejor que vaya acostumbrándose. Como es habitual, las demás
siempre encuentran cosas que hacer para dejarnos solas, sin embargo, esta vez no
siento miedo. Lo que le dije a Alec es cierto, no pienso permitir que vuelva a
maltratarme, ella no es mejor que yo solo porque se abra de piernas.
—Creía haberte dejado claro que no te acercaras a mi hombre —dice mientras va
aproximándose a mí—. Ahora él está herido por tu culpa, maldita ramera.
—Te equivocas en algo, Gladys —digo con tranquilidad—. Aquí la única ramera
eres tú.
—¿Cómo te atreves? —sisea a la vez que alza su mano dispuesta a abofetearme
—. Voy a hacer que Alec te envíe de nuevo con los MacKinnion. Jamás serás una
MacLeod.
Detengo su brazo para impedir que me golpee, y me mira como si no pudiera
creer que haya tenido la valentía de defenderme.
—No vuelvas a levantarme la mano, Gladys —advierto mientras la suelto—. O te
devolveré el golpe.
—Vas a arrepentirte, Moira —amenaza—. Crees que tú y yo somos iguales, pero
yo tengo algo que tú jamás tendrás —dice misteriosa.
Se marcha con una sonrisa triunfal. ¿Por qué tengo la impresión de que de nuevo
ha salido victoriosa?
Respiro hondo para tranquilizarme e intento olvidarme de esta nueva pelea. No
pienso decirle nada a nadie, no quiero traer más problemas. Me siento inquieta y sé el
motivo, necesito ver a Alec para convencerme de que está bien. Sus palabras me han
herido, aun así, no puedo olvidar que me ha protegido con su cuerpo, que mi rostro ha
estado apoyado contra su fuerte pecho, todavía puedo recordar lo rápido que latía su
corazón.
Me dirijo con pasos vacilantes hacia la alcoba de Alec sin saber muy bien qué
hacer cuando llegue allí. Me detengo frente a la puerta sin encontrar el valor para
entrar, ¿qué le puedo decir? ¿Y si vuelve a herirme con sus crueles palabras?

Página 51
Estoy dispuesta a marcharme cuando, de pronto, la puerta se abre dejándome ver
a la madre de Alec, que me sonríe como si no le sorprendiera nada encontrarme
frente a la habitación de su hijo.
—Sabía que vendrías —dice contenta—. ¿Puedes quedarte con él? Quiero acostar
yo misma a Megan y sé que no se quedará tranquila hasta que le diga que Alec va a
ponerse bien.
—No tengo claro si él querrá verme a su lado —digo indecisa.
—Tonterías, niña —espeta mientras sale y deja la puerta abierta para que entre—.
Volveré enseguida. Está dormido, dudo que se despierte hasta mañana.
Asiento aun sin estar muy convencida, y se marcha sin darme más opción que
sentarme y esperar. No puedo dejar de observar al hombre que yace en el lecho con el
pecho desnudo, durmiendo profundamente. Parece tan tranquilo sin esa mirada tan
fiera con la que suele observarme, lo veo pálido, no obstante, no da la impresión de
que esté sufriendo ningún dolor.
Tras un buen rato, me relajo, sin embargo, comienzo a preocuparme cuando
empieza a moverse inquieto y frunce el ceño como si estuviera sintiendo molestias,
me tenso sin saber qué hacer.
¿Y si se despierta y me ve aquí? Seguro que me echa sin contemplaciones…
Levanto mi mano para apartar un cabello que se pega en su frente sudorosa y
parece relajarse.
—Moira… —susurra como si estuviera buscando mi contacto, como si fuera
capaz de reconocer mi presencia; al verlo tan indefenso, no siento temor alguno y
continúo acariciando su rostro, me da la sensación de que está más caliente de lo
normal y me preocupa—. Moira —vuelve a repetir.
—Estoy aquí, Alec —susurro, acercándome más a él, y noto que se tranquiliza al
escuchar mi voz, por lo que decido sentarme en el borde del lecho—. No voy a
marcharme.
De repente, una de sus manos coge mi brazo y jadeo sorprendida ante la fuerza
que tiene, porque termino con la mitad de mi cuerpo sobre el suyo. Mi corazón
comienza a latir frenético y lucho por levantarme para dejar espacio entre ambos.
—No huyas —se queja con los ojos cerrados y las cejas fruncidas, como si
estuviera contrariado por mi reticencia—. No voy a hacerte daño.
Me quedo inmóvil sintiendo el calor de su cuerpo bajo el mío, y cuando abre los
ojos, su mirada turbia no me permite prácticamente ni respirar. No sé cuánto tiempo
trascurre mientras ambos nos observamos, estoy totalmente absorta contemplando su
hermoso rostro y no soy consciente de que una de sus manos se mueve hasta posarse
en mi nuca, jadeo en busca de aire y no me opongo cuando ejerce presión para
acercarme hasta que nuestros labios están a punto de rozarse.
—Voy a besarte —susurra con una voz ronca que hace que se me erice la piel.
No siento la necesidad de apartarme, cierro los ojos y espero ansiosa el beso que
me ha prometido. Cuando finalmente llega, gimo; no porque me haga experimentar

Página 52
repugnancia, sino porque su contacto me provoca sensaciones muy extrañas que
jamás había sentido, ni siquiera con Ian.
Comienzo a responderle, no puedo evitarlo, el agarre sobre mi nuca se intensifica
y un sonido gutural sale de su garganta, me remuevo inquieta sobre su cuerpo, hasta
que me detengo y abro los ojos de golpe cuando noto que su miembro está erecto.
«¡Alec MacLeod me desea!», pienso sin poder creerlo.
Cuando la puerta se abre, me sobresalto y me alejo lo más rápido posible muerta
de vergüenza, sin saber dónde esconderme.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —pregunta mi señora, quien observa a Alec como
si le hubiera salido dos cabezas de repente—. ¿Estaba haciéndote daño? —interroga
roja de furia.
—¡No! —exclamo asustada por las posibles consecuencias de haberme dejado
llevar—. No estaba haciéndome daño, mi señora.
Me mira durante lo que parece una eternidad buscando saber si estoy siendo
sincera y suspira al comprobar que no estoy mintiéndole. Cierra la puerta y se acerca
hasta Alec, que parece haber perdido de nuevo la conciencia.
—¿Qué demonios le pasa a este muchacho? —continúa en un tono que le hace
aparentar ser mucho mayor que nosotros—. ¿Estás bien? Pareces acalorada.
Y lo estoy, siento que mi cuerpo está en llamas, ¿qué demonios me está pasando?
—Estoy bien —digo intentando tranquilizar a mi corazón—. Ahora que sé que
Alec se pondrá bien, me siento más tranquila.
—Desde luego que lo hará si tiene la fuerza suficiente como para besarte —dice
mirándome fijamente—. ¿Tú deseabas que te besara, Moira? —inquiere preocupada.
La miro implorante porque no sé qué responder a esa cuestión. Alec no me ha
obligado, pero yo jamás hubiera tomado la iniciativa para que ese beso pasara entre
nosotros. ¡Ni siquiera puede soportarme! Entonces, ¿por qué me ha besado con tanta
pasión? ¿Por qué he sentido que su cuerpo reaccionaba al mío? Tantas preguntas sin
respuesta rondan mi cabeza que siento que voy a volverme loca, no sé si prefiero al
Alec tosco que me mantiene a distancia con sus crueles palabras o al que acaba de
besarme como si le fuera la vida en ello.
—Moira… —insiste, acercándose a mí como si estuviera dispuesta a consolarme
—. No pasa nada si deseabas que te besara. No has hecho nada malo.
Un sollozo rompe mi garganta y salgo corriendo a pesar de los gritos de la mujer
del laird. Corro por el largo pasillo y no me detengo hasta llegar a la seguridad de mi
habitación. Me dejo caer apoyada contra la puerta y abrazo mis piernas mientras
escondo mi rostro y rompo a llorar. Lo hago porque, por primera vez desde el ataque,
me he sentido como una mujer, y lo he hecho con un hombre que estoy segura de que
ni siquiera sabía a quién estaba besando.

Página 53
Capítulo IX

Alec MacLeod

Cuando vuelvo a despertar, me siento desorientado y me cuesta recordar por qué


demonios noto como si mi espalda estuviera ardiendo.
Nos atacaron. Una furia ciega se apodera de mí e intento levantarme gimiendo
ante el dolor, pero una gran mano me detiene y vuelve a tumbarme sobre la cama.
—¿Adónde crees qué vas? —pregunta mi hermano Evan.
—A matar a los bastardos que se atrevieron a atacarnos —protesto, luchando
contra él, sin embargo, pierdo la batalla.
—Órdenes de Cam —niega mientras se cruza de brazos al conseguir que me
mantenga tumbado—. No haremos nada hasta que Ian MacKinnion responda la carta
que Rosslyn envió ayer.
—¡No puedes estar hablando en serio! —espeto incrédulo—. Moira vio
perfectamente que se trataban de hombres MacKinnion.
—Moira y Rosslyn están seguras de que tiene que haber una explicación —se
alza de hombros—. Y, sinceramente, yo también lo creo. Él nos ayudó a matar a su
padre, ¿por qué querría atacarnos ahora?
—Porque ya le hicimos el trabajo sucio —respondo como si fuera lo más obvio
—. Ahora, ya es laird, ha conseguido su propósito, ¿qué mejor que acabar con el clan
más poderoso de la isla?
Ambos guardamos silencio, él meditando mis palabras y yo bullendo de furia
contenida.
¿Cómo es posible que Cameron permita que su mujer influya en las decisiones
del clan? Han estado a punto de matarme, soy su maldito hermano, siento de nuevo
que no soy lo bastante importante para él. Estoy seguro de que si hubiera sido su
esposa la que hubiese estado en peligro, no habría dudado ni un segundo en atacar.
—Sé lo que te ronda por la cabeza —interrumpe mi hermano—. Cameron no ha
antepuesto a Rosslyn sobre ti. Solo está esperando una contestación por parte de Ian

Página 54
porque se lo debemos.
—Cuando pueda levantarme de esta maldita cama, iré a por él y al infierno todos
—advierto, empeñado en no dar mi brazo a torcer.
—¿Nunca vas a aprender? —pregunta frustrado—. Empieza de una vez a
controlar ese genio que tienes.
—¿Por qué estás aquí? —intento cambiar de conversación para no terminar
discutiendo—. No estoy muriéndome.
—Madre estaba agotada —explica con seriedad—. He tenido que obligarla a
marcharse para que pueda descansar. Y no creo que Rosslyn deje que Moira vuelva a
cuidarte, hermano —dice burlón, haciéndome fruncir el ceño sin comprender de qué
demonios habla—. Parece ser que la borrachera o la fiebre te dio la valentía para
besarla…
—¿Qué estás diciendo? —pregunto ofendido, no obstante, guardo silencio cuando
un recuerdo de lo que yo creía que fue solo un sueño llega a mi mente—. Entonces,
¿no ha sido una fantasía?
—¿Pensabas que estabas dormido? —interroga incrédulo—. ¿Sueles soñar mucho
con la muchacha? Estás peor de lo que creía, hermano —se burla. Ojalá pudiera
pegarle un puñetazo para que se callara la boca de una vez.
No respondo a su interrogatorio porque entonces tendría que reconocer que he
fantaseado con Moira más veces de las que me gustaría reconocer. Juro que creía
estar seguro de que estaba alucinando cuando la cogí del brazo y su cuerpo cayó
sobre el mío, dejándome sentir sus pechos turgentes contra mí.
Entonces, ¿no imaginé el sabor de sus labios?, ¿el gemido que salió de su
garganta? ¿No me encuentra repulsivo? Tantas preguntas, y solo una persona puede
ser capaz de contestarlas.
—Necesito hablar con ella —digo tras un breve silencio—. Necesito saber que no
la forcé o le hice algún daño.
—Ella jura que no, hermano —intenta tranquilizarme—. De lo contrario, Rosslyn
te hubiera matado mientras dormías.
—Ve a buscarla, Evan —le pido con brusquedad—. No me importa lo que opine
Rosslyn, solo lo que piense Moira.
—No creo que sea lo más conveniente… —comienza a decir dudando, pero una
mirada mía es capaz de hacerle callar. Finalmente, asiente y se levanta dispuesto a
marcharse—. Si Rosslyn pide tu cabeza después de esto, yo no quiero saber nada.
Sale de la habitación dejándome solo y suspiro intentando tranquilizarme para la
conversación que tengo pendiente. No sé si Moira se encuentra enfadada o asustada
tras mi comportamiento, debe saber que jamás la hubiera obligado a nada estando
consciente.
Puede que en muchas ocasiones me comporte con ella como un maldito bastardo,
no obstante, nunca osaría tocarla sin su consentimiento, nunca lo he hecho con

Página 55
ninguna mujer, mucho menos con ella, sabiendo lo que ha tenido que vivir a manos
de esos malnacidos.
Me parece una eternidad y cuando al fin se abre la puerta dejándome ver a una
Moira bastante avergonzada, mi corazón comienza a latir con fuerza en mi pecho sin
comprender el motivo.
—Evan me ha dicho que quieres verme —comienza a decir sin alejarse del
umbral—. Me alegra que estés despierto.
—Entra y cierra la puerta, por favor —le pido, intentando hablar sin brusquedad
—. No voy a saltar sobre ti.
Obedece mientras se sonroja y, una vez estamos solos y sin posibilidad de ser
escuchados, le hago una señal para que se siente. Lo hace y podría golpearme a mí
mismo cuando me doy cuenta de cómo tiemblan sus manos.
—Quiero que sepas que jamás te hubiera obligado a besarme si hubiese estado en
mis cabales —digo con dificultad.
Ella abre los ojos como platos y podría reírme si no me sintiera tan incómodo.
—No puedo llegar a imaginar por lo que tuviste que pasar —digo, intentando no
pensarlo para no desear volver a matar a esos miserables—. Nunca obligaría a
ninguna mujer a aceptar mis atenciones si no las desea.
—No me obligaste —espeta, interrumpiendo mi diatriba y dejándome mudo—.
Es cierto que me sorprendió que me cogieras, porque tú y yo no nos llevamos bien,
pero en ningún momento me sentí amenazada y me advertiste de tu intención de
besarme, así que tuve tiempo para apartarme.
—Puede que esas excusas hayan convencido a Rosslyn —espeto sin querer
creerme sus palabras, las cuales han hecho que mi cuerpo reaccione—. Tú y yo
sabemos que jamás me besarías por tu propia voluntad.
—Ni tú a mí tampoco —rebate, alzando el mentón con orgullo—. Seamos
sinceros, Alec. Eres fuerte, pero ayer yo podría haber huido de ti con facilidad, sin
embargo, no lo hice porque no quise, mi cuerpo reaccionó como nunca lo había
hecho. —Se levanta roja como la grana y sus últimas palabras se me clavan en el
corazón—. Ahora ya puedes reírte de mí. Sé lo que piensas de verdad, te escuché,
¿sabes? Pude oír de tu boca lo que opinas realmente, así que no logro comprender por
qué me besaste. ¿Estabas pensando en Gladys? —pregunta cada vez con menos
voz…
No soy capaz de reaccionar con rapidez y solo proceso sus palabras cuando sale
corriendo de la habitación sin poder seguirla.
—¡Maldición! —grito, golpeando el colchón.
¿Cómo puede pensar que creía que era Gladys la que me besaba? Los labios de
Moira tienen una dulzura y una calidez que jamás podrán tener los de mi amante.
¿Piensa qué podría burlarme de sus sentimientos cuando son los mismos que los
míos?
¿En qué momento comencé a sentirme atraído por ella?

Página 56
Me duele la cabeza y tantas preguntas y emociones, que no logro comprender, no
están ayudando en absoluto. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Pretendía tener una
conversación con Moira para conseguir una tregua entre nosotros, como cuando
salimos a cabalgar, y, por el contrario, he conseguido que se sienta desgraciada e
insegura.
Y yo estoy más frustrado que nunca. Ahora mismo me gustaría haberla besado de
nuevo para demostrarle que mi inconsciencia no tenía nada que ver con el deseo que
profeso por ella. Y mucho menos confundirla con mi amante, son como la noche y el
día y, aunque perdiera la vista, sería capaz de reconocerlas con los ojos cerrados.
—Evan me dijo que ya habías despertado —la voz de mi hermano Cameron me
hace abrir los ojos y lo veo entrar—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien —respondo malhumorado—. Dejad de tratarme como si estuviera
muriéndome.
—Podrían haberte matado, Alec —espeta—. No me pidas que no me preocupe,
soy tu hermano mayor.
—Si quieres hacer algo de provecho, manda a nuestros mejores hombres y deja
claro a los MacKinnion quién manda en esta maldita isla —gruño—. No entiendo por
qué permites que tu esposa se meta en asuntos de hombres. Eres el laird de los
MacLeod, ¡compórtate como tal!
—Es de su hermano del que estamos hablando —responde sin inmutarse por mi
diatriba—. Y te recuerdo que el primero en aliarse con él fuiste tú. ¿De verdad crees
que Ian nos atacaría? Aquí viven su hermana y sobrino, además de…
—No es que les una mucho amor fraternal —replico con burla.
—¡Basta! —ordena—. Creí que habíamos solucionado este problema. Deja de
cuestionar mis decisiones, Alec.
—Cuando tomes las decisiones correctas para tu clan, dejaré de cuestionarte —
respondo con cabezonería.
Me mira como si quisiera arrancarme la cabeza, bufa mientras pasa sus manos
entre sus desordenados cabellos, una manía que me deja saber lo frustrado que se
siente.
—No sé ni por qué me molesto en hablar contigo —dice mientras se da la vuelta
dispuesto a marcharse.
Me lanza una última mirada enfurecida y se va dando un portazo.
Parece que solo soy capaz de sacar lo peor de las personas que me rodean; Evan
se ha marchado enfadado, Moira, dolida y Cameron, furioso. ¡Maldito carácter el
mío!
No importa lo que yo diga, Cameron no actuará hasta recibir respuesta de
MacKinnion y solo me queda aceptarlo, aunque no comparta su opinión. Lo que más
me enfurece no es que Rosslyn lo defienda, al fin y al cabo, es su hermano, lo que
más rabia me da es la defensa de Moira. Ella, quien ha jurado no sentir nada por él,
fue la primera en salir a protegerlo.

Página 57
¿Son celos? Es probable… No puedo negarlo.
Quizá debería dejar de engañarme a mí mismo, Moira despierta muchos
sentimientos en mi interior. He luchado contra ellos, he intentado mantenerme alejado
de ella, pero el destino parece empeñado en ponerla en mi camino.
La pregunta es…: ¿Estoy preparado para aceptar esos sentimientos?
Me siento atraído por ella, la deseo, tengo la necesidad de protegerla y no soy
capaz de sacarla de mi cabeza. ¿Eso es amor? No lo sé, nunca he estado enamorado
antes y, sinceramente, nunca pensé encontrar a una mujer para pasar el resto de mis
días junto a ella, y no porque no haya sido testigo del gran amor que se profesaban
mis padres, ahora también mis hermanos han tenido la dicha de encontrarlo, es solo
que no creo ser merecedor del amor incondicional de una mujer.
Mientras crecía, solo pensaba en ser un guerrero como mi padre, no en
enamoramientos estúpidos. Y todo iba a la perfección hasta que llego ella para poner
mi vida patas arriba, con sus ojos de cervatilla asustada, con su valentía a pesar de
pensar que es una cobarde; cosa que yo no creo así, pues ha pasado por un infierno
que no muchas mujeres podrían soportar y ha seguido con vida.
Me gustaría ser yo quien borrara los malos recuerdos creando unos nuevos, pero
cada vez que consigo acercarme un poco, después retrocedemos y volvemos al punto
de partida. Llevamos meses con este tira y afloja y comienzo a estar cansado, debo
decidir si quiero avanzar o seguir como hasta ahora.
¿Qué es lo que tengo en estos momentos? Unos hermanos que no suelen
comprenderme, unas cuñadas con las que choco bastante por mi carácter impulsivo,
una madre que me ama tal cual soy y a mi Pequeña Mariposa. Luego está Gladys…,
una mujer que obtiene de mí placer y ciertos privilegios, además de la esperanza de
que acabará siendo mi esposa.
Me siento vacío, solo…, y comienzo a estar cansado de encontrarme así, de
pelear con todo el mundo, de que siempre me vean como el muchacho que no logra
controlar su carácter. Puede que sea el más joven de los hermanos, aunque no por ello
soy el más estúpido.
Cuando pueda levantarme de esta cama, lo primero que voy a hacer es matar a
quien nos atacó, soy hombre de cobrarme mis venganzas. Después, voy a intentar
ganarme la confianza de Moira, se oponga quien se oponga, y me dejaré llevar, no
pondré más impedimentos a mis sentimientos, solo de esa manera podré comprender
lo que me sucede realmente con esa muchacha.
No va a ser fácil, sin embargo, mi padre siempre decía que las mejores cosas de la
vida son aquellas que más costaba conseguir, y ahora comprendo a lo que se refería.
Si él estuviera vivo, seguro me hubiera aconsejado luchar por ella, y eso es lo que
voy a hacer.

Página 58
Capítulo X

Moira

No comprendo por qué me ha hecho llamar. No necesitaba sus disculpas ni sus


mentiras, he tenido tiempo para pensar y darme cuenta de lo que ocurrió anoche
realmente.
No entiendo cómo pude ser tan estúpida como para pensar que Alec desearía
besarme a mí teniendo a alguien como Gladys dispuesta a levantarse las faldas
cuando él desee. Lo que más me avergüenza es que mi señora fue testigo, no solo eso,
lo peor es que yo lo deseaba.
¿En qué clase de mujer me convierte eso? Dios santo, fui violada salvajemente,
pensé que jamás podría soportar el contacto de un hombre, de hecho, no lo hago, solo
permito que me toque él. La persona que me ha tratado como a un perro desde mi
llegada, al que he visto fornicar en cualquier rincón del castillo como si no fuera
capaz de controlar su lujuria.
¿De verdad he llegado a pensar que puedo ser algo más que una criada para Alec
MacLeod?
Parece que no aprendí la lección, y no quiero repetir los mismos errores del
pasado que me han llevado a convertirme en la mujer asustadiza y destrozada que soy
ahora.
Mientras recorro el largo pasillo hasta las escaleras para volver de nuevo a mis
obligaciones, no puedo dejar de revivir el momento en el que Alec me besó, ni en las
sensaciones que me hizo sentir. ¿Qué hubiera pasado si no llega aparecer mi señora?
Esa cuestión me tortura desde anoche. Intento alejar todo pensamiento sobre Alec y
continuar con mi vida, con mi nuevo propósito y, sobre todo, centrarme en conseguir
demostrar la inocencia de Ian antes de que los MacLeod ataquen de nuevo a los
MacKinnion, y no porque me importe ese maldito clan, por mí podrían desaparecer
mañana mismo de la faz de la Tierra y no me afectaría, pero no puedo soportar pensar
que Ian puede acabar herido, o peor aún, muerto.

Página 59
Cuando desciendo las escaleras para dirigirme a la cocina, soy interceptada por
Rosslyn, Glenda y lady MacLeod. Pareciera que estuvieran esperándome ansiosas por
saber qué ha ocurrido entre Alec y yo.
—¿Qué es lo que quería ese zopenco que tengo por hijo? —pregunta la mujer
más mayor.
—Pedirme perdón por lo ocurrido anoche —respondo, intentando que mi rostro
no arda por la vergüenza—. Quería dejarme claro que nunca me hubiera forzado si
hubiera estado consciente.
—¡Por supuesto que no! —exclama—. Mi hijo tiene muchos defectos, pero jamás
forzaría a una mujer o la golpearía.
—Lo sé, mi señora —asiento convencida de ello—. Si me permiten, volveré a
mis labores.
—No vuelvas a ocultarte, Moira —interrumpe Glenda—. Podemos darnos cuenta
de que estás martirizándote a ti misma por lo ocurrido, y tú no tienes ninguna culpa.
—¿Cómo que no? —pregunto, intentando controlar el temblor de mi voz—. No
opuse apenas resistencia, Alec me dio oportunidad de apartarme y no lo hice. ¿En qué
me convierte eso? Me siento como una ramera.
—¡Jamás vuelvas a referirte a ti misma de ese modo! —ordena mi señora furiosa
—. Te convierte en una mujer que siente a pesar de que la destruyeron, en una
muchacha que pide a gritos ser amada y continuar con su vida.
—No creo en imposibles —respondo—. Una vez lo hice y acabé medio muerta.
Prefiero seguir como hasta ahora.
—¿Y envejecer sola? —interrumpe la madre de Alec—. ¿No conocer la dicha de
amar y ser amada? ¿De traer hijos al mundo? Créeme, la vida no es fácil, mucho
menos para las mujeres, pero no debes permitir que lo que te hicieron te marque para
siempre. Tienes todo el derecho a estar dolida, enfadada, hundida, sin embargo, no te
regodees en esos sentimientos por mucho más tiempo, o cuando menos te des cuenta,
habrás malgastado un tiempo muy valioso que nunca podrás recuperar.
Sus palabras son sabias, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Y todavía guardo
algunos secretos que no he compartido con nadie, solo Ian conoce todo de mí y, aun
así, nunca me juzgó, por ello haré todo lo posible para defender su inocencia.
—¿Habéis recibido respuesta? —pregunto a mi señora, que niega con
preocupación.
—A estas alturas ya debe haber recibido la carta, espero su contestación lo más
pronto posible, pues sé que Cameron cumplirá su palabra, mas no confió en Alec. En
cuanto se encuentre lo bastante recuperado, es capaz de marchar y comenzar una
guerra.
—Hablaré con ese cabezota —suspira su madre—. Dios es testigo de que va a
matarme cualquier día de un disgusto.
Se marcha subiendo las escaleras con su acostumbrada elegancia y aprovecho
para disculparme y desaparecer en la cocina, donde pienso pasar escondida el resto

Página 60
del día.
Me siento cansada pues no he dormido nada, así que cuando Gladys de nuevo me
envía a lavar ropa al arroyo, no discuto con ella, necesito aire puro, salir del castillo y
concentrarme en el trabajo duro; con suerte, esta noche estaré tan agotada que ni
siquiera las pesadillas podrán alcanzarme.
No sé cuánto tiempo trascurre mientras lavo todo tipo de ropa. Siento los brazos
cansados, la espalda me duele y los ojos me pesan hasta el punto de que lucho contra
el sueño sin ser capaz de vencerlo. Cuando termino, en vez de volver al castillo, me
tumbo sobre la fresca hierba que me rodea y cierro los ojos dispuesta a descansar
durante unos minutos, sin embargo, el cansancio me vence y el sueño me atrapa.

Después de lo que me hicieron, cuando pude levantarme, volví a mi trabajo. Tenía


que soportar verlos, escuchar sus burlas y recordar cada minuto de agonía que me
hicieron pasar. Cuando pensaba que no me podía suceder nada peor, me di cuenta de
que hacía semanas que no sangraba y comencé a preocuparme, lloraba por los
rincones temiendo que esos malnacidos me hubieran dejado embarazada.
Cuando comencé a vomitar, confirmé mis sospechas y mil pensamientos llenaban
mi cabeza. «Ese bebé no puede nacer, no lo quiero, no es mi hijo». Es un ser nacido
de la depravación, de la maldad más absoluta y tengo muy claro que no puedo dejarlo
llegar al mundo, no me importa poner mi vida en riesgo, pues ya no tiene ningún
sentido.
Conozco a una curandera que posee unas hierbas que pueden interrumpir un
embarazo, sé de muchas chicas que han muerto en el intento, pero no me importa.
Cuando la visito, pago el precio que me pide y no espero ni un minuto más para
beberme el brebaje que acabará con la vida del ser que se está gestando en mi interior.
No pasa mucho tiempo hasta que comienzo a sentir un dolor atroz en mi vientre,
tanto que pierdo la cuenta de cuántas veces vomito, noto escalofríos y, a pesar de
encontrarme helada, estoy segura de que tengo fiebre. Horas después, empiezo a
sangrar, no soy capaz de contener la sangre que fluye entre mis piernas y lloro
porque, a pesar de desear morir, le temo a la muerte, lo que más me aterra es hacerlo
sola.
No sé cómo consigo llegar hasta la minúscula habitación que comparto con una
muchacha más, y me dejo caer sobre el duro camastro donde nos vemos obligadas a
dormir. Lucho contra el sueño que siento porque estoy segura de que si cierro los ojos
no volveré a abrirlos. Gimo ante el dolor tan atroz que percibo en mi vientre, como si
me estuvieran desgarrando por dentro, y lloro aterrada sin saber qué va a ocurrir, sé
que el bebé está muriendo y yo con él.
La puerta se abre y mi compañera, al ver mi estado, jadea horrorizada.

Página 61
—¡Dios mío, Moira! —grita, corriendo hacia mí—. ¿Qué te sucede? —pregunta
asustada.
—Estoy muriéndome —respondo entre dolores.
—¿Qué has hecho? —inquiere al ver la sangre que ya mancha la cama—. Voy a
buscar ayuda.
Se marcha corriendo y no soy capaz ni de gritar para detenerla. No quiero que
nadie me vea así, ni que se enteren de lo que he hecho, no, al menos, hasta que ya no
esté en este mundo y me importe bien poco la opinión de los demás.
Escucho unos pasos que se acercan raudos y lo siguiente que veo es el rostro de
Ian, que me observa horrorizado, acaricia mi rostro y me habla; me cuesta entender lo
que dice, pues siento cómo mi cuerpo ya no responde, ya ni siquiera noto dolor.
—¿Qué te has hecho, pequeña? —pregunta con la voz quebrada por el
sufrimiento—. ¿Qué has tomado?
—No podía soportar traer al mundo a su hijo —susurro, pues ya no tengo apenas
voz—. Prefiero morir, déjame marchar, Ian —suplico cansada, me he dado por
vencida.
Al menos, él está a mi lado, el único hombre que he amado y que me ha
demostrado su amor incondicional, ahora siento que puedo morir en paz, que no me
marcho sola.
—¡No pienso permitirlo! —exclama mientras me coge en brazos, haciendo que
gima por la brusquedad de los movimientos—. Vas a vivir para ver cómo acabo con
esos bastardos.
No sé adónde me lleva, porque en algún momento me desmayo entre sus brazos.
Dejo que la oscuridad me alcance rezando para no volver a abrir los ojos nunca más.

Despierto sobresaltada y con el corazón a punto de estallar en mi pecho. Miro a mi


alrededor hasta que recuerdo dónde me encuentro, no estoy con los MacKinnion, sigo
en Dunvegan. Me doy cuenta de que ha pasado bastante tiempo porque está
oscureciendo, y me apresuro a coger la cesta de la ropa y regresar al castillo rauda,
rezando para que nadie se haya dado cuenta de mi ausencia.
¿Cómo he podido quedarme dormida? La respuesta es sencilla: no recuerdo una
noche en la que haya podido dormir con tranquilidad sin que las pesadillas me
atrapen y sea capaz de conciliar el sueño de nuevo.
Cuando llego al castillo y veo que todos están reunidos en el salón, incluso Alec,
que debería estar en su lecho descansando, me doy cuenta de que mis rezos no han
servido para nada; se han percatado de mi ausencia y han dado la voz de alarma. La
vergüenza y el miedo me invaden, y ni siquiera me da tiempo a decir nada para
anunciar mi llegada, cuando el menor de los MacLeod se gira como si hubiera sido

Página 62
capaz de notar mi presencia. Puedo apreciar cómo su semblante pasa de la
preocupación a la furia más absoluta mientras se acerca a mí con grandes zancadas.
Y es mi señora quien intenta detenerlo como si temiera por mí, no soy capaz de
moverme a pesar de que cada vez está más cerca.
—¿Dónde demonios estabas, mujer? —gruñe muy cerca de mi cara—. ¿Eres
consciente de que hace horas que has salido sola? Todos los hombres están
buscándote.
—¡Basta, Alec! —ordena Rosslyn—. Estás asustándola.
—Debería darle unos azotes —exclama furioso—. ¿Te das cuenta del lío que has
montado?
—Tú no me pondrás la mano encima, Alec MacLeod —siseo cuando soy capaz
de recobrar el habla—. Pido perdón por mi estupidez, ya que ello ha hecho que los
hombres hayan salido a buscarme, mas no pienso permitir que me toques.
Todos se quedan callados e inmóviles mientras me miran sin poder creer que le
haya hablado de esa forma a Alec, y este me mira con una pizca de orgullo, pero sin
querer doblegar el suyo para pedir disculpas.
—Avisad a los hombres —ordena a un muchacho joven que estaba con él y ni
siquiera lo había visto, solo tenía ojos para una persona—. No vuelvas a desaparecer.
Se marcha sin decir una palabra más, dejándonos solo a las mujeres en la sala, las
cuales me miran esperando una explicación por mi parte, esa que no le he dado a
Alec.
—Lo siento —digo avergonzada—. Después de lavar la ropa, me quede dormida.
Hace días que no descanso bien, no era mi intención…
—Basta, niña —dice la madre de Alec—. No podemos negar que has causado un
revuelo, ni siquiera hemos sido capaces de detener a Alec y se ha levantado de la
cama, a pesar de que apenas se mantiene en pie. Mis hijos volverán pronto.
—No vuelvas a darnos un susto así, Moira —reprende sin enfado mi señora,
parece aliviada más que otra cosa—. Creímos que los mismos hombres que os
atacaron a Alec y a ti te habían cogido o incluso matado.
—Lo siento mucho, mi señora —repito una vez más porque no sé qué más decir
—. No pensé que dormiría tanto.
—Estás agotada y tu cuerpo no ha podido más —interfiere Glenda—. Te lo dije;
si sigues así, caerás enferma. Comamos algo mientras llegan los hombres, no deben
tardar.
No trascurre mucho tiempo para que escuchemos la llegada de los caballos, y
pocos minutos después aparecen mi señor y su hermano Evan. Ninguno de los dos
parece contento y, por acto reflejo, me encojo en mi silla esperando desaparecer.
—¿Dónde estabas, Moira? —pregunta furioso—. He tenido a mis mejores
hombres buscándote.
—Lo siento mucho, mi señor —respondo sin siquiera alzar la vista—. Fui al
arroyo para lavar la ropa y al terminar estaba muy cansada. Solo quería cerrar los ojos

Página 63
unos minutos, pero me quedé dormida —mi voz se quiebra por la congoja, estoy a
punto de ponerme a llorar ante el miedo de que el laird decida castigarme o, peor aún,
enviarme de vuelta con los MacKinnion, Dios es testigo de que solo les doy
problemas.
—La próxima vez dile a alguien adónde vas —dice tras varios minutos de
silencio—. Así sabremos el lugar en el que buscar.
—Fue Gladys la que me ordenó ir al arroyo —digo, alzando la mirada—. Ella
sabía dónde estaba.
—Esa maldita harpía sabía que estabas ahí y no ha dicho nada —exclama Rosslyn
furiosa—. Cam, esa muchacha no da más que problemas…
—Basta, esposa —ordena con firmeza, pero con dulzura a la vez—. Ahora Evan
y yo nos sentaremos a la mesa para disfrutar de vuestra compañía y de la cena.
Mañana será otro día y podrás decidir qué hacer con Gladys.
Mi señora asiente, aunque puedo ver por sus gestos que no está muy conforme, no
suele contradecir a su esposo en público. Me pregunto qué le ocurrirá a Gladys, no
quiero ser la responsable de su desgracia, estoy segura de que Alec no me perdonaría
si le privo de su juguete favorito.

Página 64
Capítulo XI

Alec MacLeod

¡Llega tan tranquila y dice que se ha dormido!


Cierro de un portazo la puerta de mi alcoba y maldigo en voz alta. Recorro la
estancia, a pesar de que a cada paso que doy siento como si mi espalda fuera a
partirse por la mitad.
Estoy tan furioso que podría golpear algo hasta cansarme, nunca había percibido
tanto miedo en toda mi vida, ni siquiera cuando nos atacaron, estaba conmigo y sabía
que estaría a salvo, pero saberla sola fuera del castillo ha hecho que me imaginara mil
situaciones distintas. Desde que se había marchado por propia voluntad hasta verla
muerta y abandonada en cualquier sitio.
¡Juro que me ha quitado años de vida! Ahora ya no puedo seguir negando mis
sentimientos, no se trata de un simple deseo o de un encaprichamiento estúpido por
alguien a quien no puedo tener, estoy seguro de que es algo mucho más profundo, y
eso me aterra.
Intento calmarme y vuelvo a meterme en la cama, cubro mi rostro con uno de mis
brazos procurando respirar con normalidad y pensar con la cabeza fría.
¿En qué momento me enamoré de Moira? No logro definirlo, aunque una cosa es
segura: la amo y he estado engañándome a mí mismo pensando que podría llegar a
odiarla. Mi frustración es producto de sentirme incapaz de llegar a ella, de saber que
un futuro entre ambos es muy difícil, casi imposible, y de los celos que me embargan
al recordar que el único hombre que ella ha amado es Ian MacKinnion.
No puedo soportar la idea de que nunca haya dejado de amarlo, aunque ella esté
convencida de lo contrario. Puede que el dolor y la rabia que siente por todo lo que le
hicieron la cieguen hasta el punto de no dejarla reconocer que Ian sigue siendo el
dueño de su corazón.
Pero, entonces, ¿por qué dejó que la besará? Puedo recordar perfectamente que
correspondió a mi beso sin miedo ni reservas, y sé que no es la clase de muchacha

Página 65
que se deja besar por todos los hombres, pondría la mano en el fuego, mucho menos
después de lo ocurrido. Ese beso entre nosotros me da esperanzas, puede que
tengamos un largo camino que recorrer, pero podemos lograrlo.
Ya tenía el firme propósito de luchar por ella, sin embargo, después de lo que ha
ocurrido hoy, estoy más convencido que nunca.
Me siento cansado, no tengo apetito, pues los nervios que he pasado me han
quitado las ganas de probar bocado, así que decido cerrar los ojos e intentar dormir,
mañana será otro día y debo pensar muy bien cómo acercarme a la mujer que me ha
robado el corazón sin darme apenas cuenta.

Despierto desorientado y me doy cuenta de que ya ha amanecido, decido levantarme,


y aunque sé que voy a escuchar las quejas de mi madre, no me importa. No pienso
pasar más días en cama como si fuera un inútil.
Me lavo y me visto para bajar a desayunar, ahora sí que estoy famélico y necesito
recuperar fuerzas para todo lo que se avecina. Me pregunto si ya habremos recibido
respuesta de MacKinnion, y si es así, qué excusa habrá contado…
Como suponía, cuando mi madre me ve, pone el grito en el cielo, mas no dejo que
se salga con la suya y, en la primera oportunidad que tengo, pregunto a mi hermano si
se sabe algo, pero solo niega. Puedo ver lo furioso que está, pues el silencio de Ian
solo puede significar una cosa: su culpabilidad.
Las mujeres están cabizbajas y estoy seguro de que el motivo es la ausencia de
respuesta por parte de Ian, tanto mi cuñada como Moira fueron firmes defensoras de
quien ahora parece les ha dado la espalda. No me alegro, pues muy en el fondo
esperaba que también hubiera una explicación lógica para el ataque, ya que nos
ayudó a acabar con nuestros enemigos, a pesar de que eran de su propia familia,
además, me contó la verdad cuando podía haber callado.
Comprendo que lo hizo por un motivo… Moira. Buscaba venganza al igual que
nosotros y todos la obtuvimos.
No puedo dejar de contemplarla, aunque apenas pueda ver su rostro, ya que lo
oculta. Me gustaría saber qué está pensando, pero más que nada me gustaría que me
mirara de la forma que lo hizo la noche que nos besamos. Sin miedo, sin rencor, solo
expectación y una chispa de deseo.
Cuando mis hermanos se levantan dispuestos a trabajar, los imito, no obstante, me
gano una mirada hosca por parte de Cameron que me deja bien claro que no piensa
permitir que alce una espada hasta que mi herida esté lo suficientemente curada.
Entonces, ¿qué hago yo? ¿Me pongo a bordar como las mujeres?
Mi hermana Megan llama mi atención sentándose sobre mis rodillas y no puedo
evitar sonreírle.

Página 66
—¿Qué pasa, pequeña? —pregunto mientras le hago cosquillas y ella ríe a
carcajadas.
—¿Ya estás curado, Alec? —pregunta cuando consigue parar de reír, puedo sentir
su preocupación y toca mi corazón.
—Casi, Pequeña Mariposa —respondo, guiñándole un ojo—. No te preocupes
por mí.
—Tú no te vas a morir como padre, ¿verdad? —sigue insistiendo mientras veo
cómo sus bellos ojos verdes comienzan a empañarse.
—Por supuesto que no, Megan —respondo con un nudo en la garganta—. Tengo
que verte crecer.
Me da un beso en la mejilla y salta corriendo de mis piernas para marcharse a
jugar, como si hace unos instantes no hubiera estado a punto de romper a llorar ante
la posibilidad de mi inminente muerte.
Siento como si alguien me observara y cuando alzo la vista, me doy cuenta de que
se trata de Moira, que me mira de una forma muy extraña que consigue ponerme
nervioso. Odio que tenga ese tipo de poder sobre mí, por eso he luchado durante todo
este tiempo contra ella. No es capaz de mantener mi mirada mucho tiempo y vuelve a
bajar la cabeza como es costumbre, yo le enseñaré a caminar con la frente en alto,
quiero ser quien le devuelva la confianza en sí misma y en las personas que la
quieren, quien le dé la valentía que le arrebataron a la fuerza y que le enseñe lo
especial que puedo hacerla sentirse.
Me doy cuenta de que mis cuñadas no se han marchado y ambas me observan
como un depredador a su presa, sé que no van a dejarme solo con Moira, así que
tendré que improvisar, ellas no van a ser un impedimento para mí. Puedo entender su
temor y agradecer que la cuiden con tanto celo, no obstante, es mejor que no se
interpongan en mi camino porque cuando quiero algo, no permito que nadie me
detenga, y mi propósito es que Moira me acepte.
No soy un hombre paciente, y con toda seguridad perderé los nervios en muchas
ocasiones, sin embargo, por ella soy capaz de aprender, de intentar ser mejor persona.
—¿No tienes nada que hacer, Alec? —pregunta Rosslyn con una inocencia
fingida, sonrío de medio lado antes de contestar.
—Lo cierto es que no, cuñada —digo mientras me cruzo de brazos—. Ya has
visto que tu esposo no me permite hacer nada hasta que no esté recuperado.
—Tal vez sea mejor que descanses —interviene Glenda—. Te veo un poco pálido.
—Agradezco vuestra preocupación, bellas damas, pero no es necesaria —les
digo, dejando la ironía de lado. Es hora de poner las cartas sobre la mesa—. Debéis
saber algo sobre mí; cuando quiero algo, no me importa quién se interpone en mi
camino, así que no os va a servir de nada hacer de carabinas.
—No sé de qué estás hablando —responde Rosslyn sin inmutarse—. Yo también
debo advertirte algo, si por tu egoísmo alguien a quien amo sale herido, yo misma te
despellejaré vivo, Alec MacLeod.

Página 67
—Estarás en tu derecho, Rosslyn —asiento conforme—. Mas no es esa mi
intención.
—Entonces, ¿has recobrado el buen juicio? —pregunta desconfiada.
—Eso parece —asiento, intentando no reírme para que no crean que estoy
burlándome de ellas o que no me tomo en serio este asunto.
—Sea —asiente, lanzándome una mirada de advertencia—. Glenda, acompáñame
a ver cómo está Owen.
Moira se levanta con rapidez para marcharse con ellas. Vuelve a huir y yo tengo
que recordarme los motivos y respirar hondo, esperando recibir un poco de ayuda de
las mujeres.
—Tú no, Moira —interfiere mi cuñada mayor, y no puedo evitar lanzarle una
mirada de agradecimiento—. Me gustaría que hoy descansaras para que no vuelva a
ocurrir lo de ayer.
—Pero, mi señora… —comienza a decir, finalmente guarda silencio y vuelve a
sentarse con las manos en su regazo y la mirada gacha.
Cuando nos dejan solos, no sé muy bien por dónde comenzar, porque si algo
tengo claro es que si le digo todo lo que siento de golpe, no va a creerme y se va a
asustar y a encerrar más en sí misma, y eso es lo último que quiero que ocurra.
—Quería disculparme contigo, Moira —comienzo a decir, haciendo que alce la
cabeza con rapidez y me mire sorprendida—. Ayer fui muy brusco contigo, pero me
asustaste, muchacha, y no pude salir a buscarte, eso estaba volviéndome loco.
—Comprendo que fui una imprudente —asiente sonrojada tras mi confesión—.
Tu amante sabía dónde estaba, pues ella misma me ordenó que fuera al arroyo. Por
eso no pensé que se armaría tal alboroto.
Saber que Gladys sabía dónde se encontraba Moira y guardó silencio me enfurece
y me hace tener incluso más motivos para dejarla, y si se pone demasiado intensa,
enviarla lejos para que no cause problemas.
—¿Creías que no nos preocuparíamos por ti? —pregunto sin comprender cómo se
puede tener en tan poca estima, cómo no es capaz de ver que ya es una más de
nosotros—. Eres una MacLeod.
—No lo soy y nunca lo seré —dice mientras se alza de hombros—. Pero
agradezco que me hayáis permitido quedarme aquí.
—Puede que no seas capaz de verlo, no obstante, llegará el día que lo harás —le
digo sin explicarle lo que realmente quiero decirle, y a pesar de su mirada, guardo
silencio—. ¿Te gustaría dar un paseo conmigo? —pregunto nervioso ante la idea de
que me diga que no.
Los segundos en los cuales parece pensar si aceptar o no mi ofrecimiento se me
hacen eternos. Tanto que estoy seguro de que va a decirme que no, y ya estoy
preparándome para su rechazo cuando asiente casi imperceptiblemente y se sonroja
haciendo que desee besarla.

Página 68
Me levanto y ella me imita. No sé muy bien adónde ir, solo quiero permanecer el
máximo tiempo posible en su compañía. Decido andar hasta las caballerizas porque
me di cuenta de lo que le gustan los caballos, y cuando sonríe feliz al ver a los
animales, no puedo evitar imitarla.
—¿Te gustan? —pregunto, sabiendo la respuesta de antemano—. Son unos
animales muy nobles y fieles.
—Me parecen preciosos —dice fascinada mientras acaricia sin ser consciente a
mi caballo—. Lamento que fuéramos atacados, fue culpa mía; si no hubiera querido
aprender a montar…
—¡Basta! —ordeno, intentando no sonar demasiado brusco—. Fui yo quien me
ofrecí a enseñarte, ninguno de los dos podíamos imaginar que nos veríamos envueltos
en una emboscada. El imprudente fui yo, no me di cuenta de que nos alejábamos
demasiado del castillo.
—Ian no ha tenido nada que ver —susurra con miedo ante mi reacción, aprieto
los puños con fuerza tras mi espalda y temo que Moira sea capaz de escuchar el
chirriar de mis dientes por lo apretada que tengo la mandíbula.
No respondo porque no quiero decir nada de lo que pueda arrepentirme. Y, por
supuesto, no quiero que se dé cuenta de lo celoso que me pone su defensa a
MacKinnion, así que decido cambiar de tema.
—Moira, me gustaría que pudiéramos llevarnos bien —comienzo a decir
intentando ocultar mi nerviosismo—. ¿Crees que podríamos conseguirlo?
Ella me observa asombrada y no puedo evitar acercarme un poco haciendo que
mire a su alrededor como si buscara una vía de escape, así que me detengo, aunque
no soy capaz de dejar de mantener mis ojos pegados a ella.
—No sé si eso será posible… —dice dudosa—. ¿Ya no me odias? —pregunta.
—Nunca te he odiado, Moira —digo mientras recorro la poca distancia que nos
separa—. Si estuvieras preparada para escuchar lo que realmente siento…
Somos interrumpidos por el sonido de la llegada de varios caballos, escucho
demasiado alboroto y mis alarmas se activan. Maldigo al darme cuenta de que no
llevo mi espada, comienzo a caminar con rapidez hacia la salida para ver qué
demonios está ocurriendo, me detengo cuando me doy cuenta de que Moira viene tras
de mí.
—Quédate aquí —ordeno brusco por el miedo que siento al pensar que pueda
ocurrirle algo.
Corro y no soy consciente de que no me ha obedecido hasta que escucho su grito
de júbilo al darse cuenta de quién es el intruso que acaba de llegar. Tengo que ver
cómo corre hacia él, se lanza a sus brazos y el hombre la recibe gustoso. El gesto que
observo en su rostro me deja saber que la ama con todo su corazón, y el mío se
congela ante la imagen que tengo frente a mí.
La llegada de Ian MacKinnion acaba de cambiar mi destino…

Página 69
Capítulo XII

Moira

Cuando descubro quién acaba de llegar a Dunvegan, no puedo creer lo que ven mis
ojos.
¡Ian está aquí! No puedo evitar correr hacia él y lanzarme en sus brazos ante la
alegría que siento de verlo después de tantos meses. Ahora, al mirarlo, me doy cuenta
de que el tiempo que llevo sin verlo ha hecho que pueda contemplarlo sin recordar de
quién era hijo y hermano.
—¿Cómo estás, Moira? —pregunta preocupado, recorriendo mi rostro como si
buscara alguna señal de maltrato o malestar por mi parte—. Te he echado mucho de
menos.
—Ian… —digo tan feliz que no encuentro las palabras adecuadas—. Estoy bien
—sonrío para que deje de fruncir el ceño—. Los MacLeod me han acogido con los
brazos abiertos y Lady Rosslyn me trata muy bien.
—Me alegro —dice con una sonrisa triste—. ¿Dónde está Cameron? Recibí una
carta que me enfureció. ¿Cómo es posible que fuerais atacados por hombres
MacKinnion? No he ordenado ataque alguno, lo sabes, ¿verdad?
Asiento aliviada tras escuchar de su boca que él no ha tenido que ver. El grito de
alegría de mi señora hace que nos separemos, y dejo que se fundan en un abrazo que
estoy segura de que ninguno de los dos imaginó que ocurriría entre ellos; no puedo
evitar emocionarme, pues sé el dolor que le provocaba el alejamiento de su hermana.
—He venido a decirle cara a cara a tu esposo que yo nunca ordenaría atacar a los
MacLeod, para mí son mis aliados desde el día en que te casaste con uno de ellos.
Agradezco que me enviaras la carta, hermana, saber que tú creías en mi inocencia
significa mucho para mí, pues sé que no lo merezco.
—Eso queda en el pasado, Ian —dice emocionada—. No quiero recordar quién
nos mantenía separados, ellos ya no están y solo deseo rodearme de personas que
quiero y que me quieren. ¿Cómo está madre?

Página 70
—Bien —asiente sonriente—. Quería venir, pero no sabía cómo iba a ser
recibido, así que logré convencerla para que se quedara al cargo en mi ausencia.
Parece que los dos hermanos no se han dado cuenta que los hombres MacLeod
han comenzado a rodear a los pocos que acompañan a Ian, eso me pone nerviosa,
comienzo a asustarme y busco a Alec entre la muchedumbre para lograr
tranquilizarme. Cuando lo encuentro, la mirada que me devuelve me deja saber que
no voy a obtener ninguna ayuda por su parte.
¿Dónde se encuentra el laird? Solo él puede poner orden a toda esta locura que
está a punto de estallar.
—Mi señora… —susurro aterrada—. No quiero interrumpir, pero…
Mi voz les hace reaccionar y mirar a su alrededor, Ian suspira y rueda los ojos
como si no estuviera sorprendido por el comportamiento de los hombres y nos sonríe
a ambas para intentar tranquilizarnos.
—¿Dónde demonios se mete Cameron? —pregunta mi señora frunciendo el ceño
—. Si no aparece pronto, voy a matarlo —gruñe, haciendo que su hermano se
carcajee.
—Tranquila, hermana —exclama Ian—. No va a pasar nada.
De repente, se escuchan cuchicheos y veo cómo la gente se aparta para dar paso a
nuestro laird, que viene con cara de pocos amigos. Evan y Alec lo franquean.
—Bienvenido, MacKinnion —saluda mi laird, aunque no parece muy contento, a
decir verdad—. No esperábamos tu visita.
—¿De verdad pensabas que no iba a responder al llamado de mi hermana? —
pregunta mientras se cruza de brazos—. Vengo a decirte a la cara que mis hombres no
han atacado a los MacLeod.
—Los hombres que nos atacaron a Moira y a mí llevaban tus colores —gruñe
Alec, interrumpiendo la cordial conversación.
—¿Y qué hacías tú fuera del castillo solo con Moira? —sisea, frunciendo el ceño
—. ¿Qué clase de estúpido expondría al peligro a una mujer? —Avanza y jadeo
porque estoy segura de que la pelea entre estos dos hombres es inminente.
—No es de tu incumbencia, MacKinnion —responde mientras él también da
varios pasos para acercarse a su adversario. Evan intenta detenerlo, mas no lo
consigue.
—Todo lo referente a Moira es de mi incumbencia —gruñe y puedo darme cuenta
de que no están a punto de luchar por el ataque, sino por mí.
—¡Basta! —vocifera Cameron—. Ian, ¿has venido por Moira o para aclarar el
tema del ataque que sufrieron dos personas de mi clan?
—Mis hombres no han atacado a tu hermano y, mucho menos, a Moira —espeta
sin apartar la mirada de Alec—. No nos hemos movido de nuestras tierras, estamos
arreglando todo lo que mi padre dejó echarse a perder. Pero creo saber quién es el
responsable. Poco después de la muerte del antiguo laird, sus hombres más leales me

Página 71
retaron, no entendieron cómo fui capaz de aliarme con vosotros para matar a mi
familia; vencí y los desterré.
—Sabía que había una explicación lógica —aplaude mi señora—. Te lo dije,
esposo.
El silencio que precede a las palabras de Ian me hiela la sangre porque no sé si es
la calma que precede a la tormenta, por lo que no respiro hasta que escucho la
sentencia del laird MacLeod.
—Debo reconocer que mi esposa y Moira fueron las únicas que influyeron en mi
decisión de darte la oportunidad de explicarte. Soy un hombre sincero y solo hablo
con la verdad —expone Cameron en voz alta para que todos sean capaces de
escucharlo—. Pasemos dentro, cuñado.
Con esas simples palabras, la gente comienza a dispersarse dejando claro que
aceptan la decisión de Cameron sin dudar, con lo que suspiro aliviada. Escucho a
Alec maldecir y marcharse raudo, lo sigo con la mirada, no puedo evitarlo.
—¿Vienes, Moira? —pregunta Ian mientras me observa ceñudo.
Asiento y entramos en el castillo. Mi señora comienza a ordenar para que se
prepare una buena comida a los recién llegados, no son muchos, Ian solo ha viajado
con un par de hombres, estaba demasiado seguro de que todo saldría bien. Eso o se ha
vuelto un suicida desde que me marché de la tierra de los MacKinnion.
Puedo sentir su penetrante mirada posada en mí, estoy segura de que tiene mil
preguntas que hacerme. Siento que siempre se preocupará por mí, no importa cuánto
tiempo pase.
—Tienes mucho que contarme, Moira —dice mientras bebe un poco de whisky.
Somos interrumpidos por la llegada de la madre de los hermanos MacLeod y
Megan, quien parece algo cohibida, no la veo como la niña alegre de siempre. ¿Qué
le ocurrirá?
—Espero que mis hijos te hayan dado la bienvenida que mereces, Ian
MacKinnion —saluda la buena mujer.
—Bueno… —comienza a decir sonriendo con malicia—, se puede decir que me
han recibido todos los MacLeod.
La buena mujer parece no entenderlo y mira a su alrededor como si notara que
falta algo o alguien.
—¿Dónde está Alec? —pregunta, frunciendo el ceño—. Ese muchacho no me
deja revisarle la herida y, a este paso, se le va a infectar.
—Ya sabes cómo es, madre —interrumpe Evan—. Con él no se puede hablar, el
único que conseguía hacerle entrar en razón era padre.
—¡Alec no es malo! —exclama una Megan muy contrariada, me he dado cuenta
de que, aunque ama a sus tres hermanos, Alec es su preferido—. Nunca pensáis en él,
no intentáis poneros en su lugar.
Todos guardan silencio mirando a la pequeña que acaba de hablar con tanta
madurez que asusta. Crece a pasos agigantados delante de nuestros ojos y no nos

Página 72
damos cuenta. Dentro de un par de años ya será una mujercita en edad de pensar en ir
buscando marido, y no creo que ninguno de los hermanos vaya a llevar muy bien ese
momento.
—Megan, ya sabemos que Alec es tu hermano favorito, pero intenta disimular un
poco, pequeña —bromea Evan—. Voy a ponerme celoso.
Observo a Ian, que mira a la niña con condescendencia, parece que la encuentra
graciosa; supongo que en cierta forma puede recordarle a Rosslyn y la nula relación
que tuvieron mientras crecían.
—Sentémonos a comer —dice la madre, intentando cambiar de tema—.
Tranquila, hija mía, tu hermano aparecerá pronto.
La pequeña se coloca a mi lado, los hombres se sitúan juntos, supongo que para
hablar de cosas importantes; si hay gente desterrada suelta por ahí, pueden causar
muchos problemas, sobre todo, a Ian, ya que llevan sus colores.
—Moira. —Miro a la pequeña que llama mi atención—. ¿Te has enfadado con
Alec y por eso no está aquí?
—No, Megan —niego no muy convencida—. Alec solo necesitaba estar solo un
rato.
—Él siempre está solo —interrumpe con tristeza—. Cameron tiene a Rosslyn y
Owen, Evan a Glenda. Pero Alec se encuentra solo y a él no le gusta, ¿por qué no
puedes quererlo? —pregunta, dejándome con la boca abierta.
—Megan, ¿a qué viene esa pregunta? —exclamo colorada y miro a mi alrededor
para saber si alguien más ha escuchado a la pequeña de los MacLeod—. Yo no puedo
hacer nada por tu hermano, él encontrará la mujer indicada llegado el momento, no
tienes de qué preocuparte.
—Sois tan tontos —se queja—. Yo no pienso dejar que nada se interponga en mi
camino cuando encuentre al hombre con el que quiera casarme —alza el mentón y
sus palabras tan parecidas a las dichas por Alec hace un rato a sus cuñadas me hacen
reír—. Cuando sea mayor, me casaré con Ian MacKinnion —proclama en voz
demasiado alta, tanto que hasta los hombres la han escuchado y callan para mirarla
como si se hubiera vuelto loca.
El único que suelta una carcajada es Ian, quien mira divertido a la niña que está a
mi lado, ahora más roja que un tomate, intentando ocultarse contra mí.
—Te tomo la palabra, Megan MacLeod —guiña un ojo y continúa hablando con
Cameron y Evan.
—¿Qué ha sido eso, niña? —pregunta su madre, que no sabe si reñirla o reír—.
Deja a tus hermanos unos cuantos años más para que se hagan a la idea.
Todas reímos y la pequeña, que ya no lo es tanto, no vuelve a pronunciar palabra,
ahora entiendo por qué adora tanto a su hermano, ambos son muy parecidos.
Cuando la comida termina, los hombres se marchan y mi señora parece algo
preocupada por no tener a su hermano a la vista, estoy tentada a decirle que no tiene
nada que temer, no obstante, estando Alec furioso por ahí, no puedo asegurarlo.

Página 73
—¿Qué has sentido al encontrarte con Ian, Moira? —pregunta en voz baja
Rosslyn—. He visto que lo has abrazado, eso ya es un avance.
—Me ha ganado la emoción de encontrarnos después de tantos meses —
reconozco—. No he pensado, solo he actuado. Puede que ya no sea capaz de amar,
pero Ian siempre tendrá un sitio en mi corazón.
Glenda y Rosslyn se miran como si compartieran un gran secreto que consigue
ponerme nerviosa.
—Megan, vayamos a ver si encontramos a tu hermano —dice la mayor de las
mujeres—. Un consejo, niña —continúa mientras me observa con una sonrisa en los
labios—. No dejes que tu pasado condicione tu futuro. Volverás a amar incluso con
más fuerza que la primera vez.
Tras esas palabras, se marcha seguida de Megan, dejándome sorprendida y sin
saber qué pensar.
—Escúchala, Moira —aconseja mi señora—. Ella me ayudó mucho en el
principio de mi matrimonio. Cameron también estaba decidido a no amarme, a no
volver a abrir su corazón nunca más. Míranos ahora.
No puedo rebatir eso, yo llegué a Dunvegan cuando mi señora estaba dispuesta a
marcharse y abandonar a su marido. Cameron abrió su corazón y Rosslyn lo perdonó,
ahora son un matrimonio sólido y lleno de amor.
Los hombres regresan y los maridos saludan a sus esposas con besos apasionados
que a mí me incomodan, sobre todo, teniendo a Ian mirándome fijamente.
—¿Damos un paseo, Moira? —Es el segundo hombre que me lo pide hoy,
reconozco que su petición no consigue que mi corazón comience a latir desbocado.
Acepto porque llevamos tiempo sin vernos y me gustaría saber cómo es su vida
ahora que la maldad ha desaparecido por completo de la tierra de los MacKinnion.
—¿Cómo estás? —pregunta cuando hemos salido al exterior—. Y dime la verdad,
a mí no puedes mentirme.
—Sigo teniendo pesadillas que no me permiten dormir más que un par de horas
—confieso porque Ian no va a darme otra opción—. Tu hermana y Glenda están
ayudándome mucho, incluso estoy aprendiendo a leer y escribir —cuento
entusiasmada.
Asiente complacido y caminamos durante un buen rato en silencio hasta que
habla de nuevo.
—¿Nadie te ha molestado? —pregunta con brusquedad—. Sabes que puedes
volver cuando quieras…
—Lo sé, Ian. Pero no seré capaz de volver allí jamás —le interrumpo para dejarle
muy claro que mis sentimientos no han cambiado a pesar del tiempo trascurrido—.
Aquí estoy bien.
—¿Y qué me dices de Alec MacLeod? —pregunta de una forma extraña, casi
puedo sentir los celos y sé que esta conversación no va a terminar bien.

Página 74
—No hay nada entre Alec y yo, Ian —respondo—. Sabes que no soy capaz de
dejar que un hombre me toque.
—Cuando fuisteis atacados, estabais cabalgando solos —insiste deteniéndose, lo
imito y lo miro a los ojos, en ellos puedo ver dolor, y me odio por ello.
—Solo estaba enseñándome a montar —me alzo de hombros para restarle
importancia—. Alec y yo jamás podremos estar juntos, a él le gustan las mujeres de
ligera moral.
Ian se ríe y no puedo evitar imitarlo. Parece relajarse, aunque sé el dolor que le
produce saber que tampoco podré amarle como lo hice en el pasado. Me hiere hacerle
daño, sé que lo entiende, él mejor que nadie conoce todo lo que ocurrió, sin embargo,
no por ello es menos complicado para ambos.
—¿Y tú? —pregunto, intentando cambiar de tema y que vuelva a sonreír—.
¿Cómo van las cosas como nuevo laird?
—Bien, difíciles —dice—. Ya has visto lo que esos malnacidos han estado a
punto de provocar. Cameron y yo nos encargaremos, juntos seremos los dos clanes
más fuertes de toda la isla.
—Estoy segura de que lo conseguiréis —asiento—. ¿No hay ninguna mujer en tu
vida? —pregunto muerta de vergüenza.
—Moira… —suspira y me mira con culpabilidad—. Soy un hombre, aun así,
ninguna ha sido capaz de hacer que te olvide. Moriré amándote.
—Ian, no… —lamento, sintiendo unas terribles ganas de llorar—. No puedes
desperdiciar tu vida por mi culpa. Prométeme que seguirás adelante y que encontrarás
alguien a quien amar.
—Solo si tú haces lo mismo —responde con sinceridad—. El día que te enamores
de un hombre que sea merecedor de tu amor, ese día, sabré que te he perdido para
siempre, entonces, ya nada me importará.
—Ian MacKinnion, tú amarás a una mujer que no seré yo con todas tus fuerzas, y
espero vivir para verlo —amenazo para hacerle olvidar por unos instantes nuestro
sombrío futuro.

Página 75
Capítulo XIII

Alec MacLeod

Odio a Ian MacKinnion.


Nunca pensé que llegaría a pasar, ya que fue él quien me dijo toda la verdad sobre
quién nos atacó realmente aquella fatídica noche que perdimos a mi padre y algunos
de nuestros mejores hombres. Gracias a Ian, Cameron pudo matar al auténtico
culpable y obtuvimos nuestra venganza.
Pero jamás podría haber imaginado que amaríamos a la misma mujer.
Tras la decisión de Cameron de creer en la versión que le da, decido alejarme de
todos porque siento que podría estallar en cualquier instante. ¿Con qué derecho me
exige explicaciones de mis momentos con Moira? No es su dueño, no le pertenece y
nunca lo hará.
No sé dónde esconderme, por eso camino sin rumbo hasta llegar al arroyo.
Observo todo a mi alrededor, la belleza que tengo la suerte de contemplar a diario,
¡cómo me gustaría poder compartir este momento con ella! ¿Qué hubiera sucedido si
no nos hubiera interrumpido la llegada de Ian? Mi intención era volver a besarla para
dejarle claro que mi deseo no era fruto de mi fiebre ni de la borrachera, sino que es
real y cada vez me cuesta más controlarlo u ocultarlo.
Todo sería más sencillo si no sintiera nada por Moira, mi vida era más tranquila
antes de su llegada porque me conformaba con los momentos de placer que obtenía
de cualquier mujer y no existían los sentimientos absurdos que complican todo a su
paso. Y ahora estoy aquí, ocultándome como un maldito cobarde para no tener que
presenciar cómo se ven los dos juntos, Moira es incapaz de tocar a un hombre y, sin
embargo, se ha lanzado a sus brazos sin dudar, la felicidad que brillaba en sus ojos
contradice todo lo que me contó mientras cabalgábamos antes de ser atacados.
¿Y si logra convencerla para que vuelva con él a la tierra de los MacKinnion? Tal
pensamiento me hace apretar los puños con fuerza y gruñir como un animal salvaje,
no sé si sería capaz de dejarla marchar. Pero ¿con qué derecho podría yo impedir que

Página 76
se marchase si ese fuera su deseo? Ni siquiera he conseguido acercarme a ella lo
suficiente para ganarme su confianza, ¿cómo va a creer que la quiero después de la
manera en la que la he tratado?
Soy consciente de mis defectos, no soy perfecto ni pretendo serlo. Y, por
desgracia, Moira ha sido testigo de demasiados de mis errores. Regreso a paso lento
hasta el castillo, me siento derrotado incluso antes de comenzar la batalla y odio
sentirme así; si esto es el amor, no estoy seguro de quererlo.
—¡Alec! —el grito de mi hermana hace que alce la vista del suelo y sonría a
pesar de mi pésimo humor—. ¿Por qué no has venido a comer? —pregunta cuando
llega a mi lado.
—Necesitaba pensar, Pequeña Mariposa —le digo mientras le revuelvo el cabello.
Mi madre la sigue de cerca y, por su mirada, sé que no está contenta por mi
desaparición.
—Al fin apareces —espeta mientras coloca sus manos en las caderas y me mira
furiosa—. ¿Se puede saber qué modales son esos? Yo no te he enseñado a ser tan
maleducado, Alec. Sabías que teníamos invitados y no has aparecido.
—Son los invitados de Cameron y Rosslyn, no míos —respondo, alzándome de
hombros, aparentando una indiferencia que no siento.
—Comprendo —asiente frunciendo el ceño—. Entonces, ¿tu desaparición nada
tiene que ver con el hecho de que Moira e Ian MacKinnion estén ahora mismo dando
un paseo los dos solos? —pregunta, alzando una de sus cejas.
Maldigo en voz alta ganándome una mirada reprobadora por parte de mi madre,
no le gusta que hablemos mal delante de nuestra hermana, mis puños están tan
apretados que me duelen, y me encantaría poder estampárselo en el rostro a
MacKinnion.
—¿Cuándo se marchan? —interrogo todavía de peor humor del que estaba—. Ya
ha dejado claro su postura ante el ataque, ahora debería volver a sus tierras.
—No soy yo quien decide eso, ni tú tampoco —reprende—. Deja de cuestionar a
tu hermano a cada paso que da. Ya sabes cómo acabasteis hace unos meses, no quiero
volver a tener que ver a uno de mis hijos marchar sin saber cuándo va a volver.
Me voy porque no soporto más estar escuchando los reproches de mi madre
mientras sé que Ian se encuentra a solas con Moira. ¿Qué estarán haciendo? ¿Por qué
no le he preguntado a mi madre dónde demonios andaban? Aunque no creo que me lo
hubiera dicho, esa mujer, a pesar de quererme con locura, creo que disfruta
haciéndome sufrir.
Al llegar al patio, no los veo por ningún sitio y comienzo a ponerme nervioso,
entro y, como suponía, en el salón solo se encuentran Rosslyn y Glenda, quienes me
lanzan miradas poco halagadoras, soy único consiguiendo enemigos en mi propio
hogar.
—Por fin apareces, Alec —regaña la señora del castillo—. Tus hermanos te
esperaban en la comida, han hablado de asuntos muy importantes.

Página 77
—Ya tengo madre, Rosslyn —espeto cansado de que todo el mundo se sienta con
la autoridad de darme sermones—. Y no creo que mis hermanos me necesiten,
después de todo, nunca se me escucha. Dejo que el laird decida lo que es mejor para
nuestra gente —le digo burlón.
—¿Buscabas a alguien? —pregunta Glenda, interrumpiendo nuestra discusión.
—No —respondo, sabiendo a qué demonios se refiere, y no voy a darles el gusto.
Salgo de nuevo escuchando sus risas tras de mí, ¡malditas mujeres! No sé cómo
mis hermanos las soportan. Justo cuando voy a darme por vencido, los veo venir tan
absortos el uno en el otro que ni me ven. Mi primer impulso es ir contra ellos para
molerlo a golpes, pero al darme cuenta de cómo lo mira, maldigo; no pienso
arrastrarme por nadie, mucho menos por una mujer. Doy media vuelta dispuesto a
marcharme justo cuando Moira parece notar mi presencia y me mira, algo debe ver en
mí porque se detiene y palidece, Ian la observa preocupado y luego sus ojos se posan
en mí, sin embargo, no me quedo para ver nada más y me marcho decidido a seguir
con mi vida, agradecido por no haber hecho el ridículo confesando mis sentimientos a
una mujer que ama a otro hombre.
Como no quiero entrar de nuevo y ver a mis cuñadas, decido hacerlo por la puerta
de la cocina y así evitar otro enfrentamiento. No es lo normal porque solo suelen
utilizarla los criados, no me importa lo que puedan pensar al verme por allí, lo mejor
en ese momento sería que todo el mundo se mantuviera lejos de mi camino.
Maldigo mi mala suerte al toparme con Gladys sola atareada en la cocina, no
estoy de humor para soportar sus demandas. Como suponía, sus ojos se iluminan al
verme porque da por hecho que estoy aquí por ella, cuando en realidad ando huyendo
como un cobarde de los sentimientos que me provoca otra mujer.
—Mi señor… —dice zalamera—, qué grata sorpresa. —Se acerca a mí como ya
es costumbre y, de pronto, recuerdo una conversación que tenía pendiente.
—¿Por qué no dijiste que tú misma habías enviado a Moira al arroyo? —espeto
con brusquedad, pagando con ella toda mi furia.
Palidece y eso me deja saber que lo que me dijo Moira era cierto, ella ocultó esa
información por provecho propio, y tengo que controlarme para no cogerla por el
cuello y dejarle claro que no debe jugar conmigo.
—Mi señor, yo lo olvidé… —comienza a excusarse.
—No mientas —le grito, haciendo que rompa a llorar—. Lo que fuera que
tuviéramos se acaba aquí y ahora Gladys. Y espero que no vuelvas a cometer el error
de pensar que tus maldades no tendrán consecuencias, no pienso mover un dedo si mi
hermano o su esposa deciden castigarte —le digo, a pesar de que solloza sin control,
sus lágrimas no me conmueven en absoluto porque sé lo falsas que son.
—¿Qué ocurre aquí? —La llegada de Rosslyn acompañada de su fiel sombra es la
gota que colma el vaso.
—Estaba diciéndole a Gladys que no moveré un dedo si tú o mi hermano decidís
castigarla por guardar silencio aun sabiendo el paradero de Moira —explico, mirando

Página 78
a esta última con furia, no puedo olvidar lo que he visto hoy—. Toda tuya.
Salgo de la cocina dispuesto a ir a la bodega a por un par de botellas de whisky y
encerrarme en mi habitación, tan ensimismado estoy en mis pensamientos que no soy
consciente de que alguien me ha seguido hasta que una mano pequeña y fría se posa
en mi antebrazo haciéndome reaccionar con brusquedad. Cuando me giro, veo a una
Moira bastante asustada, y frunzo el ceño sin comprender por qué diablos me sigue.
—¿Qué ocurre? —pregunto, apoyándome en la pared para alejarme lo máximo
posible de ella.
—¿Por qué me tratas así? —me reprocha con una mirada triste en los ojos, la cual
no consigo comprender—. Esta mañana ibas a decirme algo…, y ahora vuelves a
mirarme como si me detestaras. No logro entenderte, Alec.
—Olvida lo de esta mañana, Moira —espeto dispuesto a seguir mi camino, pero
se interpone y ahora es mi turno de mirarla sorprendido por su osadía—. Te lo
advierto, no estoy de humor, es mejor que te mantengas alejada de mí.
Se cruza de brazos, no se mueve, me impide el paso y, para continuar con mi
huida, debo tocarla; no quiero hacerlo, ahora mismo no sé quién tiene más miedo de
los dos.
—Nunca estás de humor, Alec —dice, poniendo sus hermosos ojos en blanco—.
¿Ya no quieres ser mi amigo? —pregunta dolida—. ¿Qué he hecho para que cambies
de opinión?
—Demasiadas preguntas… —replico, intentando pasar sin tocarla demasiado—.
No creo que necesites más amigos.
—¿Todo esto es por Ian? —pregunta incrédula—. Él me ha dicho que estabas
celoso, pero no le he creído, y ahora tú… —se queda callada y cabizbaja.
Se me agota la paciencia, no soporto que ahora venga de víctima cuando no ha
sido sincera conmigo, la aparto no muy delicadamente y sigo mi camino, mas sus
palabras dichas casi a gritos me detienen de nuevo.
—¡Eres un cobarde! —grita con furia—. Yo soy la que ha pasado un infierno y,
aun así, estaba dispuesta a confiar en ti y ser tu amiga.
Se acabó… Recorro con rapidez los pocos pasos que me separan de ella, que al
ver mi furia se pega contra la pared con los ojos abiertos como platos y me detengo a
escasos centímetros de sus labios, ambos jadeamos.
—Jamás vuelvas a insultarme —siseo—. No quiero ser tu amigo, Moira, esa es la
diferencia entre tú y yo. Quiero mucho más que eso y maldigo la hora en que te
cruzaste en mi camino, porque sé que nunca podrás darme lo que más deseo.
—¿Y qué es lo que quieres? —susurra mientras no aparta su mirada de mis
labios.
Tras un largo silencio en el que tengo que luchar contra el impulso de besarla
hasta que no le queden dudas de mis sentimientos, respondo con voz enronquecida.
—A ti —susurro de vuelta—. En mi cama, en mi vida. Así que es mejor que te
mantengas fuera de mi camino, Moira, o no respondo.

Página 79
Giro sobre mis talones y me alejo sin mirar atrás, lamentándome por ser tan
estúpido como para revelar mis sentimientos. Me siento en carne viva, como si
hubiera abierto de par en par mi corazón para nada. Casi podría reír ante lo surrealista
que es todo esto; llevo años utilizando a las mujeres sin importarme gran cosa sus
sentimientos, y ahora soy yo quien mendiga un poco de amor.
Pienso emborracharme para sacármela de la cabeza de una vez por todas…

Página 80
Capítulo XIV

Moira

No me lo puedo creer…
Lo veo alejarse mientras mi corazón golpea con fuerza en mi pecho, creí que iba a
besarme, es más, lo deseaba, y en vez de eso, me exige que me mantenga alejada de
él cuando eso es lo último que quiero.
La llegada de Ian ha servido para darme cuenta de varias cosas. La primera, que
después de meses en los que no nos hemos visto soy capaz de sentir un inmenso
cariño por el hombre que me salvó la vida dos veces, ya no veo reflejado en él ni a su
padre ni a su hermano.
La segunda, que poco a poco voy perdiendo el miedo al contacto con los hombres
más cercanos a mí, los que estoy segura de que jamás me harán daño, y Alec es uno
de ellos, al menos, nunca me haría daño físico, pero, desgraciadamente, tiene el poder
de devastarme con sus palabras, con sus actos, con su frialdad hacia mí, y ahora
entiendo el motivo.
Ha tenido que venir Ian hasta Dunvegan para que me abriera los ojos. El hombre
que amé en el pasado haciéndome ver por qué Alec tiene tanto poder sobre mí. En
algún momento, y a pesar de su mal carácter, me enamoré de él.
Sí. Amo a Alec MacLeod.
Cierro los ojos e intento recuperar el aliento. Sus palabras, dichas con tanta
pasión, han despertado en mí algo que no sé explicar, y para tranquilizarme intento
recordar la conversación que he tenido hace poco con Ian y la cual me ha llevado a
seguir a Alec.

Volvemos con paso lento, escucho cómo Ian me cuenta todo lo que están haciendo en
el castillo y alrededores; por lo visto, ha intentado limar asperezas con los demás

Página 81
clanes que han sido enemigos de su padre durante años y el trabajo que está
costándole que confíen en él.
Hasta que siento que alguien nos observa y, por la forma en la que reacciona mi
cuerpo y se me eriza la piel, sé que es él. Alzo la mirada y la suya se encuentra con la
mía, sin embargo, el corazón parece que se me detiene de golpe al observar cómo me
mira. Con tanta frialdad, con tanta furia… Tan distinto a cómo me miraba esta
mañana en las cuadras, dejándome inmóvil sin saber qué hacer, como si me hubieran
golpeado en el pecho y no fuera capaz ni de respirar.
—¿Qué sucede? —pregunta preocupado Ian mientras sigue la dirección de mi
mirada, puedo sentirlo tensarse a mi lado—. Ya veo… Creo que el momento en el
que debo dejarte marchar definitivamente ha llegado. Contemplas a Alec MacLeod
como me mirabas a mí —dice con dolor en su voz y tristeza en su mirada—. Lo
amas, ¿verdad?
—¡No! —exclamo, frunciendo el ceño, sin comprender cómo ha podido llegar a
tal conclusión—. Ni siquiera nos llevamos bien.
—Sin embargo, te enseña a montar a caballo, te protegió con su propio cuerpo
para que no resultaras herida en el ataque y te salvó de ese malnacido que quiso
hacerte daño —enumera cada una de las cosas que le he contado—. Y me mira como
si deseara matarme, y, créeme, no es porque piense que he sido yo el responsable de
la emboscada.
—¿De qué hablas? —pregunto cuando veo que Alec se marcha como alma que
lleva el diablo, miro a Ian buscando entender lo que quiere decir—. Él ya tiene una
amante que calienta su cama y cualquier sitio en el que pueda saciar sus necesidades
—replico furiosa al recordar las veces que he sido testigo de ello—. No siente nada
por mí, no amor, al menos.
—Creo que ambos estáis muy ciegos —replica mientras reanudamos nuestros
pasos—. Tienes que prometerme que no dejarás que lo que te hicieron condicione tu
futuro; si aparece un hombre al que puedas amar y que te ame, aférrate a ese amor
como a un clavo ardiendo.
No volvemos a hablar, pero sus palabras resuenan en mi mente, haciendo que me
pregunte muchas cosas.
¿Puede ser que me haya enamorado sin darme cuenta cuando pensaba que
también me habían arrebatado la capacidad de volver a sentir? Pero, entonces, ¿por
qué no puedo amar a Ian? Él me ama y sé que podríamos ser muy felices juntos, no
obstante, lo que me hicieron aquella noche sería un recuerdo demasiado doloroso
entre los dos.
Enamorada de Alec…
Ahora todo cobra sentido, las veces que me han hecho llorar sus palabras o
actitudes, sentirme tan amenazada por él, no era por miedo hacia su persona, sino a
mí misma y a lo que despertaba en mi cuerpo, el cual pensé que estaba muerto.

Página 82
Abro los ojos y me doy cuenta de que llevo demasiado tiempo aquí de pie; si alguien
me viera, podría pedirme explicaciones, y no quiero hablar de lo que acaba de ocurrir
ni de que he descubierto que mi corazón le pertenece al pequeño de los MacLeod.
¿Y ahora qué hago yo? ¿Obedezco a mi corazón o hago caso a las órdenes de
Alec de mantenerme alejada de él? Necesito hablar con alguien, mi señora está
ocupada explicándole a Gladys lo que ocurrirá si vuelve a hacer de las suyas, estaba
dispuesta a desterrarla, pero le he pedido por favor que no lo haga, no quiero ser la
culpable de que se encuentre sola y sin protección en el mundo.
El problema es que ahora más que nunca necesito su consejo, necesito que me
diga qué debo hacer, ¿luchar o rendirme antes siquiera de empezar?
—Parece que has visto un fantasma —la voz de Glenda me hace saltar del susto
—. ¿Estás bien? —Siempre tan preocupada por mí.
—Necesito vuestro consejo —susurro—. No sé qué hacer…
Mi voz se quiebra y ella me abraza, comienzo a temblar sin control y Glenda
susurra palabras tranquilizadoras en mi oído; cuando consigo calmarme, ambas nos
separamos y sonreímos.
—Vamos a ver si Rosslyn ha terminado con la ramera de Gladys y hablemos de lo
que de verdad importa —me guiña un ojo—. Espero que tu reacción sea por lo que
sospecho y no por otra cosa o me sentiré muy decepcionada, señorita.
Gracias a Dios, mi señora ya se encuentra en el salón con Owen en brazos, al
vernos, algo debe decirle que la necesito porque susurra a su marido, y este dirige su
mirada hacia nosotras y asiente. Owen se queda con su padre y sus tíos, y Rosslyn se
acerca con rapidez.
—¿Qué sucede? —pregunta preocupada, mirando a ambas, buscando una
respuesta por parte de alguna.
—Reunión urgente —responde Glenda con una sonrisa pícara.
—Demos un paseo —asiente emocionada—. Aquí hay demasiados oídos.
Al salir al exterior, siento un escalofrío, miro al cielo y me doy cuenta de que
unas nubes negras amenazan con una buena tormenta, así es el temporal en las
Highlands, impredecible.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta mi señora impaciente—. ¿No me digas que mi
hermano ha conseguido convencerte para que te vayas con él?
Niego con rapidez para tranquilizarla, no sé cómo comenzar a confesar que me
enamorado de Alec como una estúpida.
—Lo único que ha hecho Ian es abrirme los ojos —hablo por fin, haciendo que
las dos mujeres se detengan y me miren esperando que continúe—. No me había dado
cuenta del verdadero motivo de por qué Alec tiene tanto poder sobre mí.
—¿Y el motivo es…? —pregunta impaciente Glenda—. Vamos, muchacha, no
puede ser tan difícil.

Página 83
—Antes que nada, quiero decir que soy consciente de que no tenemos ningún
futuro, mas no puedo controlar a mi corazón y, contra todo pronóstico, este le
pertenece a Alec —susurro mientras retuerzo mis manos esperando las represalias.
—¡Alabado sea el señor! —exclama mi señora mientras Glenda da saltitos de
alegría—. Creí que no había sobre la faz de la Tierra nadie más testarudo que mi
esposo, pero vosotros le ganáis con diferencia.
Las miro boquiabierta porque nunca habría esperado esta reacción por su parte,
pensaba más bien en reproches, incluso que comenzarían a enumerarme los motivos
por los cuales no puedo amar al pequeño de los MacLeod.
—Pero yo… Él es… —no encuentro las palabras adecuadas y soy interrumpida
de nuevo por Rosslyn.
—Él es un hombre y tú una mujer —dice—. Sé lo que quieres decir y no pienso
permitir que te rebajes de esa manera. ¿Qué importa que hayas sido una criada toda tu
vida? Lo importante es que aquello que tanto decías que era imposible que ocurriera
ha sucedido, y por supuesto que no va a ser fácil, te has enamorado de un hombre con
un carácter del demonio, con muy poca paciencia, y tú necesitarás algún tiempo para
poder sentirte una mujer completa otra vez.
—Que ame a Alec no significa que lograré olvidar lo que me hicieron… —A mi
mente regresan los recuerdos de aquella noche y cierro los ojos con fuerza para
alejarlos de mí—. No creo que sea capaz de superarlo del todo jamás.
—Por supuesto que no —asiente—. Es algo que te ha marcado para toda la vida,
los recuerdos, en ocasiones, serán demasiado fuertes causando de nuevo las
pesadillas, y Alec estará allí para espantarlas, para abrazarte y hacerte olvidar.
—Dais por hecho que Alec va a corresponderme —niego apesadumbrada—.
Hace un rato me ha dicho que me mantenga alejada de él. No logro comprender a ese
hombre, esta mañana quería que fuéramos amigos y hace un rato me miraba como si
quisiera matarme.
—Querida, te queda mucho por aprender —se ríe Glenda—. A ese hombre hoy lo
has vuelto completamente loco. ¿No te has dado cuenta de que ni siquiera se ha
presentado a comer? No soporta verte con Ian.
—La llegada de mi hermano puede ser una bendición o una maldición —espeta
Rosslyn pensativa—. Todo depende de lo que estés dispuesta a hacer.
—No comprendo —digo confundida—. ¿Qué puedo hacer yo si él no quiere
tenerme cerca?
—No rendirte —exclama Glenda como si fuera lo más normal del mundo—. Lo
primero que debes hacer es dejar de huir de él cada vez que se acerca. Puede que sea
un imbécil la mayor parte del tiempo, pero ese hombre no es capaz de hacer daño a
ninguna mujer, mucho menos a ti.
—Muchas veces no lo hago a propósito, no puedo evitarlo —rebato—. Pero
últimamente consigo mantenerme firme —digo con orgullo—. En el fondo, siempre

Página 84
he sabido que Alec no me haría ningún daño, ahora estoy segura de que mi miedo
nace de lo que me hace sentir.
—Tienes que hablar con él, porque te aseguro que esta mañana nos ha dejado
muy claras sus intenciones con respecto a ti —dice Rosslyn mientras regresamos al
castillo—. Estaba decidido a tener un acercamiento. Ese muchacho te ama, tú decides
si eres lo suficientemente valiente como para luchar por él.
—¿Y qué hago? —pregunto asustada y emocionada a la vez—. He intentado
dialogar con él y no ha querido escucharme.
—Acorralarlo —dicen ambas a la vez con una sonrisa traviesa en sus labios.
Guardamos silencio porque ya hemos llegado al salón y todos nos esperan para la
cena, mi alma cae a mis pies al darme cuenta de que, una vez más, Alec se esconde
para no sentarse en la mesa con la familia. Mis amigas me miran y es Rosslyn quien
se dirige hacia su marido y le susurra algo en su oído, y no deben ser buenas noticias
por la cara que pone mi señora. Al acercarse de nuevo a mí, lo hace más decidida que
nunca.
—Está en su alcoba, no va a bajar —gruñe furiosa—. Acompáñame a la cocina.
La sigo sin rechistar ni comprender qué vamos a hacer allí. Al entrar, las criadas
guardan silencio a pesar de que mi señora les sonríe, a todas menos a Gladys.
—Necesito que preparéis una bandeja —ordena—. Alec no bajará a cenar y debe
alimentarse.
—Por supuesto, mi señora —responde con rapidez la harpía—. Enseguida se la
llevo.
—Tú no —rebate con brusquedad—. Lo hará Moira, ese es el deseo de mi
cuñado.
La miro como si se hubiera vuelto completamente loca, porque ambas sabemos
que eso no es cierto, aun así, decido seguirle la corriente al ver la cara roja de furia de
esa zorra que, aunque me mira como si quisiera acabar con mi vida, se apresura a
cumplir la orden de la esposa del laird, la cual no me deja sola hasta que todo está
preparado y me acompaña fuera de la cocina.
—Ahora te toca a ti, querida —susurra.
—No puedo entrar en su habitación, creerá que estoy buscando… —comienzo a
decir.
—Él no pensaría jamás eso de ti, Moira —interrumpe, poniendo los ojos en
blanco—. Si hubiera sido Gladys, que ya ha dejado muy claro cuál era su intención,
no habría equívocos, no obstante, tú no eres ella y Alec lo sabe.
Asiento no muy convencida y muerta de miedo. Sujeto la bandeja con más fuerza
y comienzo a subir las escaleras con pasos vacilantes, intentando reunir el valor
necesario para entrar en la alcoba del hombre que acabo de descubrir es el dueño de
mi corazón.
Cuando llego a mi destino, me castañean hasta los dientes de los nervios, toco dos
veces a la puerta y espero el gruñido que escucho tras ella para entrar. Cuando lo

Página 85
hago, me mantengo inmóvil durante unos instantes al ver que Alec está frente al
fuego con un vaso en la mano, el mismo que parece que ha vaciado durante un buen
rato.
—¿Qué demonios haces aquí? —se queja sin levantarse de su asiento, así que
decido entrar y cerrar la puerta tras de mí—. Te he hecho una pregunta, Moira.
—Mi señora me envía para que te traiga algo de comer —digo tartamudeando—.
Te has saltado la comida y…
—No soy un niño —interrumpe con un bufido—. No voy a morirme por no
comer un día.
Esto no está funcionando…
—Alec, yo… —callo cuando él se levanta tambaleante y dejo la bandeja sobre la
mesa porque siento la imperiosa necesidad de tener las manos libres.
—Lo raro es que mi cuñadita te haya enviado a ti a la guarida del lobo —bromea
mientras se acerca—. Pensé que enviaría a Gladys, una mujer que no me tiene miedo.
Escucharlo decir que prefiere a esa ramera me hiere como si me hubiera golpeado
con sus propias manos, algo tiene que ver en mi rostro porque ladea el suyo y me
observa con intensidad.
—No te gusta que la nombre, ¿verdad? —pregunta con burla—. Bueno, a mí
tampoco me gusta ver cómo Ian no se separa de ti y me aguanto.
«¡Las mujeres tenían razón!», pienso esperanzada.
—Tú no eres capaz de verlo, yo llevo viéndola meses —espeto con valentía,
haciendo que me mire impresionado—. Ella puede darte algo que yo no… —
reconozco, bajando la mirada avergonzada.
Me sobresalto cuando su mano coge mi barbilla con una suavidad que no es
propia de él y me alza el rostro para que nuestros ojos se enfrenten. No sé cuánto
tiempo trascurre mientras nos perdemos en la mirada del otro, siento el calor que
desprende su cuerpo, puedo oler su aroma a hombre y hierba húmeda, y tengo que
cerrar mis manos en puños para no acariciarlo.
—Das demasiadas cosas por sentado —dice con una voz muy ronca que hace que
mi piel se erice—. Solo deseo a una mujer en estos momentos, y esa eres tú. Soy muy
consciente de que no eres como las demás, no quiero que lo seas. Solo necesito que
me des la oportunidad de demostrarte que puedo ser el hombre adecuado para ti.
Siento cómo mis ojos se empañan y Alec frunce el ceño, haciendo que sonría a
pesar de las lágrimas que amenazan con brotar de mis ojos.
—Algo no estoy haciendo bien —se lamenta frustrado—. No quería hacerte
llorar.
Intenta alejarse de mí, pero se lo impido. Me mira interrogante y trago saliva
antes de ser capaz de hablar.
—No quiero que te alejes, Alec —le digo con sinceridad—. Quiero que me
enseñes a olvidar.

Página 86
Capítulo XV

Alec MacLeod

No quiere que me aleje, está tocándome y, a pesar de que he bebido bastante,


estoy seguro de que he entendido perfectamente sus palabras.
—Moira —digo en un gemido lastimero porque no sé si seré capaz de contenerme
—. Vas a matarme.
Ahora es el turno de la hermosa muchacha que tengo frente a mí de fruncir el
ceño sin comprender lo que quiero decir. Puede ser que no sea virgen, pero es
ingenua como una niña.
—No es mi intención infligirte dolor o sufrimiento —dice apenada, volviendo a
bajar su mirada—. No se supone que el amor produzca dolor.
«¿El amor?», pienso con temor de malinterpretar sus palabras.
¿Moira me ama? ¿Puede ser eso posible después de cómo la he tratado durante
meses?
—¿Puedo besarte? —pregunto en voz tan baja, tanto que dudo que me haya
escuchado—. Si no lo hago, creo que voy a morir. Sueño con ello desde que la otra
noche me brindaste el gran honor de dejarme hacerlo.
Asiente con sus grandes ojos muy abiertos y voy acercándome poco a poco para
que no se sienta amenazada, con mis manos enmarco su rostro sonrojado y sonrió
complacido cuando la veo cerrar sus ojos confiando plenamente en mí, puede que no
todo esté perdido.
Cuando nuestros labios vuelven a rozarse, siento cómo tiembla, y sus manos
aprietan con fuerza mis hombros, así que no me permite apartarme. Comienzo a
besarla muy lentamente, saboreando el momento, disfrutando de sus labios, aunque
para mí pronto se trasforma en un dolor físico porque mi cuerpo pide a gritos mucho
más. Quiere sentir su piel contra la mía, imagino mis manos recorriendo sus pechos,
su vientre, sus caderas.

Página 87
No me doy cuenta de que el beso se ha intensificado hasta que la escucho gemir y
me detengo por un momento temiendo haberle hecho daño. Cuando abre sus ojos,
están tan oscurecidos por el deseo que es mi turno de gemir.
—¿Por qué te has detenido? —pregunta jadeando.
—Has gemido, pensé que te había hecho daño —digo, intentando alejarme un
poco de ella para que no note mi excitación.
—No me has hecho daño —dice con la voz ronca por el deseo, ella no es
consciente de lo hermosa que se ve en estos momentos y de lo mucho que estoy
luchando para no tumbarla sobre mi cama.
—Moira… —digo, intentando pensar con claridad—, creo que deberías irte.
Me cuesta la misma vida decir esas palabras y me parte el corazón ver la mirada
desolada con la que me observa, pero no me fio de mí mismo.
—¿He hecho algo mal? —pregunta avergonzada.
—No has hecho nada malo —exclamo frustrado y paso mis manos por mi cabello
ya de por sí desordenado—. Pero no sé si podré contener mis ganas por ti, pequeña.
No quiero hacerte daño y está costándome mucho controlarme, tanto que incluso me
duele —me quejo al igual que si fuese un niño pequeño.
Veo que la desolación desaparece de sus ojos al comprender lo que quiero decir y
se sonroja y sonríe como si acabará de quitarle un peso de encima. ¿Quién comprende
a las mujeres?
—No quiero irme —dice decidida—. ¿Puedo quedarme un poco contigo? —
pregunta esperanzada.
Cierro los ojos para intentar relajarme, esta muchacha creo que ha nacido para
torturarme, sin embargo, no puedo negarme, pues yo también deseo estar a solas con
ella el máximo tiempo posible.
—Solo si compartes la cena conmigo —le digo mientras comienzo a caminar
hacia el fuego con la bandeja que acabo de coger entre mis manos—. No voy a
permitir que te vayas a dormir sin comer.
Me sigue y nos sentamos frente a las llamas sobre la alfombra que adorna mi
alcoba. No puedo dejar de mirarla porque todavía me cuesta creer que esté frente a
mí, a solas en una habitación sin que huya como un conejo asustado. Y ella parece
pensar lo mismo porque no deja de mirar a su alrededor como si quisiera memorizar
todo lo que nos rodea.
—¿Te duele? —pregunta de repente, haciendo que casi escupa el whisky que
estaba bebiendo, no puede estar preguntando lo que yo creo…—. La herida.
Suspiro aliviado, por un momento he pensado que se había vuelto completamente
loca. Niego y sigo bebiendo porque sé que no me va a salir ni la voz después del
susto que acaba de darme.
No sé de qué hablar con ella, así que cenamos en silencio disfrutando de la mutua
compañía, mi temor es cuando acabemos de comer, ¿qué hacemos? Sigo teniéndola
demasiado cerca, estamos solos en mi alcoba y no puedo dejar de imaginar todo lo

Página 88
que podría ocurrir entre nosotros. Debo recordarme una y otra vez el motivo por el
cual no puedo tratarla como a las demás, Moira es la mujer que amo, pero soy
consciente de que está rota y no sé si podré ayudarla a sanar o si la destruiré en el
proceso.
—Estás muy callado —dice una vez acabamos de comer—. Si mi presencia te
molesta, puedo marcharme.
—No me molesta, es más, me encantaría que siempre estuvieras en mi alcoba —
digo con picardía, consiguiendo que de nuevo sus mejillas se tornen de un hermoso
color rosado—. Pero no sé de qué podemos hablar.
—Cuéntame algún recuerdo bonito —responde mientras se acomoda sin dejar de
mirarme—. ¿Cómo eras de pequeño?
—Tranquilo —confieso, ganándome una mirada incrédula por su parte y
comprendo que no me crea—. Cuando vivía mi padre, solo quería ser como él, así
que lo imitaba en todo. Al morir, algo muy dentro de mí se rompió y no soy capaz de
controlarme.
—¿Y te llevabas bien con tus hermanos? —sigue interrogando y yo respondo sin
ningún problema, poco a poco voy relajándome.
—Sí —asiento mientras me tumbo sin dejar de observarla—. Siempre hemos
estado muy unidos, de eso se encargaba mi padre. Nos enseñó a todos por igual, no
importaba que estuviera claro que Cameron sería su sucesor, Evan y yo siempre
teníamos su atención.
—Tu padre era un gran hombre —dice sonriendo—. Me hubiera gustado conocer
al mío, o al menos a mi madre.
Me doy cuenta de que ella ha estado sola toda su vida y, aun así, no paga su dolor
y frustración con todo el mundo como hago yo. Moira es mucho mejor persona de lo
que seré jamás.
—¿Cómo fue tu infancia? —pregunto, al ver cómo su semblante cambia y la
tristeza lo ensombrece, me maldigo por mi estupidez—. Si no quieres contármelo, no
pasa nada.
—Mi infancia no fue como la tuya —comienza a decir—. Me criaron las
sirvientas, aunque lady MacKinnion siempre se preocupó de los más pequeños, sobre
todo, de los que éramos huérfanos.
—Me alegra saberlo, al menos, alguien en ese maldito castillo cumplía sus
obligaciones para con su clan —espeto furioso al recordar al padre de Rosslyn.
—Cuando fui lo bastante mayor para comenzar con pequeñas tareas, lo hice —se
alza de hombros como si fuera lo más normal—. Años después, cometí el error de
enamorarme de quien no debía.
Sé a lo que se refiere y una furia cegadora se apodera de mí al imaginar lo que
esos malditos le hicieron. Y ahora mismo, mientras tengo a Moira para mí solo,
siento lástima por MacKinnion, pues no sé si hubiera soportado observar cómo
torturaban, golpeaban y violaban a la mujer amada.

Página 89
—Ojalá pudiera borrar tus recuerdos —susurro mientras me acerco a ella y ambos
quedamos tumbados uno frente al otro, rodeados por el calor del fuego—. Llevaría
con gusto esa pesada carga.
—Gracias —dice mientras una de sus pequeñas manos comienza a acariciar mi
rostro—. Rezo para que llegue el día en que solo sea un mísero recuerdo que no me
atormente día y noche.
Durante lo que parece una eternidad, permanecemos así. Yo dejo que ella
memorice mi rostro con sus manos, cierro los ojos y disfruto de la situación.
No sé en qué momento me he dormido, pero unos gemidos me despiertan. Lo
hago desorientado y me cuesta comprender por qué estoy durmiendo en el suelo
frente al fuego, giro mi cabeza y me encuentro a Moira a mi lado completamente
dormida, sin embargo, se me parte el corazón al ver cómo sufre. Está llorando y se
remueve como si estuviera sufriendo un dolor insoportable, me tenso cuando
comienza a gritar.
—¡No, por favor! —suplica—. ¡Deteneos! ¡Ian, ayúdame!
No lo soporto más y comienzo a zarandearla mientras la llamo sin que nada dé
resultado.
—¡Moira, despierta! —ordeno aterrado—. ¡Moira, soy yo, Alec! Vuelve
conmigo, pequeña.
Cuando al fin abre los ojos y me ve frente a ella, tarda en reaccionar, es como si
su cuerpo estuviera entre mis manos, pero su mente, muy lejos de aquí. Me sorprende
cuando se lanza contra mí y me abraza sollozando destrozada, a la vez que su cuerpo
tiembla sin control. La atraigo con fuerza, la alzo mientras camino hasta el lecho y
me siento apoyado en el cabecero sin soltarla.
—Estoy contigo, pequeña —susurro en su oído—. Nunca permitiré que nadie
vuelva a hacerte daño.
—No me sueltes —suplica mientras se aferra a mí con más fuerza.
—Jamás —le prometo de todo corazón.
No trascurre mucho tiempo hasta que por fin se calma, los sollozos remiten, los
temblores cesan y su respiración poco a poco se ralentiza, dejándome saber que ha
vuelto a dormirse entre mis brazos.
Finalmente, me duermo, pero no la suelto, así pasan las horas y nos sorprende el
amanecer uno en los brazos del otro. Soy el primero en abrir los ojos porque cierta
parte de mi cuerpo ha despertado antes que yo al sentir el calor de Moira. Me muevo
con cuidado para dejarla sobre la cama y, aunque frunce el ceño al dejar de sentir la
seguridad de mis brazos, continúa durmiendo apaciblemente, tanto que decido no
despertarla y dejarla que descanse lo que necesite.
Bajo silbando las escaleras porque me siento más feliz que en mucho tiempo.
Aunque mi sonrisa se borra porque a quien me encuentro primero es a Ian, quien me
observa desconfiado. ¿Qué demonios hace aún aquí?

Página 90
—¿Dónde está todo el mundo? —pregunto porque no quiero permanecer mucho
tiempo a solas con él.
—Somos los más madrugadores —dice sin más—. No podía dormir. Hoy vuelvo
a casa, no me gusta dejar a mi madre sola mucho tiempo.
«Al fin buenas noticias…», pienso intentando no sonreír, no me gusta mostrar mis
emociones a mis enemigos, y ahora Ian MacKinnion es una amenaza para mí, porque
se interpone en lo que quiero.
—Una buena decisión —asiento—. ¿Lo sabe mi hermano?
Asiente, pero no dice otra palabra, solo me mira como si quisiera leer mi mente, y
eso comienza a ponerme muy nervioso, por lo que actúo como siempre cuando eso
ocurre, la mejor defensa es un buen ataque.
—¿Qué demonios estás mirando? —pregunto con un gruñido.
—Estoy intentando decidir si mantenerme al margen o llevarme a Moira lejos de
ti —dice con sinceridad—. Aún no tengo claro si eres bueno para ella.
—Si intentas siquiera alejarla por un momento de mí, te atravesaré con mi espada,
MacKinnion —siseo—. Ella es mía.
—¿Ella lo sabe? —pregunta mientras alza una ceja—. La pregunta más
importante, ¿ella quiere ser tuya?
—Eso no es de tu incumbencia —espeto—. Ella será libre para escoger, te doy mi
palabra.
—Si le haces daño, te mataré —advierte—. Sé que ella y yo jamás volveremos a
estar juntos. Me sacrifiqué una vez por verla feliz, y lo haré de nuevo; si ella te ama,
le desearé toda la felicidad del mundo. Pero si descubro que la haces llorar una sola
vez, acabaré contigo y al diablo la tregua.
—Mi intención es hacerla feliz, MacKinnion —respondo, dejándole claro mis
sentimientos—. Sé que es frágil, que debo ir despacio con ella y eso es lo que haré.
—¿Eres consciente de que lo que le hicieron mi padre y mi hermano siempre la
perseguirá? —pregunta con furia.
—Espero que llegue el día en que solo sea un mal recuerdo —asiento—. Alejaré
las pesadillas.
—¿Sigue teniéndolas? —pregunta angustiado, afirmo con la cabeza—. Tenía la
esperanza que al marcharse del castillo desaparecieran.
—Lo harán —le digo convencido—. Puedes partir tranquilo.
—Siempre la amaré —me dice con una emoción en sus ojos que es capaz de
conmoverme, a pesar de que no es mi persona favorita—. Solo espero que la hagas
muy feliz, se lo merece.
No volvemos a hablar porque la llegada de mis hermanos nos interrumpe, aunque
sus palabras no dejan de rondar mi mente. ¿Cómo es capaz de amarla y apartarse?

Página 91
Capítulo XVI

Moira

Despierto sola en una cama que no es la mía y me asusto.


Suspiro aliviada al mirar a mi alrededor y darme cuenta de que estoy en la alcoba
de Alec.
Todo lo ocurrido anoche llega a mi mente y no puedo evitar que mis ojos se
humedezcan por la forma tan tierna con la que me trató. Me rescató de la terrible
pesadilla en la que me encontraba atrapada y me ha mantenido protegida en sus
brazos, haciendo que duerma tan profundamente que me siento mucho más
descansada que días anteriores.
Entierro mi rostro en la almohada donde él ha dormido e inspiro su aroma, me
quedaría toda la vida aquí, escondida del mundo exterior, esperando su regreso. Sin
embargo, es hora de volver a la realidad y enfrentar el día con energía. La verdad es
que me siento más feliz que en mucho tiempo y no puedo evitar levantarme con una
sonrisa en los labios, nada podrá empañar lo que siento en estos momentos.
Abro la puerta y miro a ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie me
ve salir de la habitación, pues no quiero que piensen que me he entregado a Alec a la
primera oportunidad. No es que tenga una reputación que cuidar, esa me la
arrebataron hace tiempo.
Cuando ya estoy en el pasillo, me doy cuenta de que voy vestida igual que ayer y
decido ir a mi alcoba para cambiarme e intentar ocultar el hecho de que no he
dormido en mi cama, sino en la de Alec. ¿Quién me hubiera dicho que podría ser
capaz de algo así? Las palabras de mi señora regresan con fuerza a mi mente,
recuerdo que me dijo que llegaría el día en el que un hombre podría ayudarme a
sanar, y creo que lo he encontrado donde menos esperaba hacerlo.
Mi mayor temor es que no lo consigamos, que Alec no me ame como yo lo hago,
porque entonces eso sería un golpe que no podría superar, acabaría por destruirme por
completo. Y hay tantos obstáculos que no puedo tener mucha confianza en que

Página 92
lograré dejarlos atrás, sobre todo, porque no estoy segura de llegar a ser una mujer
normal. ¿Y si no soy capaz de entregarme ni siquiera al hombre que amo?
Dejo de pensar tanto porque siento que mi cabeza va a estallar y no voy a
encontrar respuestas para tantas preguntas hoy mismo. Iremos paso a paso, y si
nuestro destino es estar juntos, sea.
Salgo decidida, con una sonrisa en mis labios incapaz de ocultarla, aunque al
llegar al salón y ver a Ian con Alec mi corazón da un vuelco por temor a que acaben a
golpes, sé que ambos son de carácter explosivo y parece que ha nacido una antipatía
mutua entre ellos.
Cuando ambos hombres reparan en mi presencia, se levantan, pero es Alec quien,
tras observar a Ian haciendo que se quede inmóvil, se acerca a mí con paso ligero.
Nos miramos y me olvido de que hay alguien más observándonos.
—Buenos días —escuchar de nuevo su voz me hace estremecer—. ¿Puedo
besarte? —pregunta sin dejar de observar mis labios.
Echo un vistazo a nuestro alrededor, y recuerdo la presencia de Ian. Solo eso hace
que regrese a la realidad y niegue con la cabeza, haciendo que el hombre que esta
frente a mí me mire con frialdad; en sus ojos ya no veo ese fuego y sé que no le ha
gustado mi respuesta.
—No estoy preparada para ir tan rápido, eso es todo —intento explicarme, no
quiero que llegue a una conclusión equivocada.
—¿No es porque tu antiguo amante está presente? —pregunta hosco.
—Ian jamás fue mi amante —rebato un poco contrariada—. El único hombre con
el que he compartido lecho por voluntad propia has sido tú, Alec MacLeod. No sé
qué más hacer para que dejes de dudar de mí —le digo entristecida.
Lo escucho suspirar y su mano acaricia mi brazo con ternura, con ese simple
gesto consigue que la pena desaparezca.
—Lo siento —dice ahora más tranquilo—. Solo que me cuesta no poder tocarte
en público. Siéntate a desayunar.
Le obedezco sin rechistar porque no me lo ha ordenado de malos modos como lo
hubiera hecho tiempo atrás, y sin ser consciente, me siento a su lado, ganándome una
mirada sorprendida de Ian, sin embargo, es inteligente y guarda silencio.
—Regreso al hogar hoy mismo, Moira —explica—. No me gusta dejar a mi
madre sola mucho tiempo y ya he solucionado el problema que me traía hasta
Dunvegan.
—Entiendo —asiento, aunque me entristece su partida—. ¿Podrías decirle a tu
madre que la extraño y que espero verla pronto?
—Por supuesto —asiente complacido—. Ella también echa de menos a mi
hermana y a Owen.
—Es comprensible —digo mientras me sirvo el desayuno—. Owen es capaz de
conquistar cualquier corazón.
—Por supuesto —interrumpe Alec con orgullo—. Es un MacLeod.

Página 93
Ian bufa pero sonríe; al menos han dejado de tratarse como adversarios. No sé
sobre qué han estado hablando antes de mi llegada, solo espero que haya servido para
que ese odio mutuo desaparezca, pues ambos son importantes para mí. Puede que mi
corazón le pertenezca al hombre que se encuentra sentado a mi lado, pero el que
tengo enfrente me salvó de la muerte en dos ocasiones, y es un vínculo que jamás
podrá romperse.
Cuando aparecen los otros hermanos MacLeod, no puedo evitar que mi primer
instinto sea tensarme. Alec lo nota y coge mi mano bajo la mesa haciendo que vuelva
a respirar con normalidad. Es su forma de decirme que todo está bien, de recordarme
que sus hermanos nunca me harían daño, aunque ambos estén mirándonos como si
intentaran descifrar qué demonios hacemos sentados juntos, tanto que siento que mi
rostro enrojece como ya es costumbre en mí.
—Dejad de mirar —ordena Alec con brusquedad—. Estáis poniéndome nervioso
y molestando a Moira.
—Perdóname, hermano —dice Evan con una sonrisa maliciosa—. No sabía que
incomodar a Moira era un problema para ti.
—A partir de hoy lo es —espeta con un gruñido, yo aprieto su mano para
tranquilizarlo—. Dejadla en paz.
—Alec… —susurro, intentando evitar una discusión—. No pasa nada.
—Discúlpanos, Moira —dice mi laird—. Solo nos ha sorprendido que nuestro
hermano parezca haber recobrado el buen juicio. Pero nos complace, no creas que no.
Mi esposa estará encantada.
—Al igual que la mía —dice Evan—. Estaba bastante nerviosa anoche por tu
culpa, Alec.
—Estoy seguro de que sabrías tranquilizarla —responde el aludido—. Dejad de
meteros donde nadie os ha llamado.
—Por supuesto, hermanito —responde, guiñándole un ojo—. Nunca dudes de mi
capacidad para satisfacer a mi mujer.
Me levanto con rapidez porque la conversación ha tomado un cariz que no me
interesa escuchar. Me despido y decido ir a ver si mi señora me necesita, pues preciso
hablar con alguien sobre lo que ocurrió anoche para que me aconseje y me diga que
todo va bien, porque no puedo evitar que las dudas me asalten para martirizarme.
Recibo permiso de inmediato y entro en la alcoba de mi señora para encontrarla
como suelo hacerlo; dándole de comer a su pequeño.
—¡Buenos días, Moira! —exclama alegre—. Pasa, tienes mucho que contarme.
Aunque creo que lo mejor sería esperar a Glenda o nos matará —bromea, y no puedo
evitar reír.
—Podría ir a ver si está despierta… —digo impaciente por poder desahogarme,
por escuchar que voy por el buen camino.
Tan solo asiente dándome su consentimiento. Giro para abrir la puerta, salir en
busca de Glenda y así poder comenzar a relatar mi maravillosa noche con Alec,

Página 94
cuando esta se abre haciendo que me aparte para evitar chocar contra ella.
—¡Lo siento, Moira! —se disculpa la muchacha a la cual iba a buscar con tanta
premura—. No sabía que estabas aquí.
—Siéntate de una vez, mujer —regaña con cariño mi señora—. La pobre Moira
está deseando contarnos cómo le fue anoche con el cabezota de nuestro cuñado.
Obedece con rapidez y cuando ya estamos sentadas, los nervios vuelven a
apoderarse de mí y no sé por dónde comenzar, tengo miedo de ser juzgada de nuevo.
—Su primera reacción fue echarme de la habitación —comienzo a decir y me doy
cuenta de que ninguna se ha sorprendido—. Utilizó a Gladys para herirme y hacer
que me fuera. Sus palabras me dolieron y así se lo hice saber, solo de ese modo
conseguí que él también admitiera que se sentía celoso de Ian.
—¡Los sabía! —exclama mi señora—. Continúa…
—Me besó —confieso, sonrojándome al recordar el cúmulo de sensaciones que
me hizo sentir—. Y se detuvo, lo hizo por mí —explico maravillada—. Le dije que
quería quedarme con él y cenamos juntos, al principio fue incomodo porque ninguno
de los dos hablaba. Pero conseguí que me contase cosas de su infancia, de su padre, y
me di cuenta de cuánto lo amaba y lo echa de menos.
—Lo sospechaba, al igual que mi esposo —dice Glenda—. Evan es el más
sosegado de los tres y consigue ver cosas que ni Cameron ni Alec pueden. La muerte
de su padre fue un duro golpe para todos, él lo lleva peor y alejarse de sus hermanos
no va a hacer que mejore.
—En algún momento de la noche acabamos en su lecho… —Soy interrumpida
por dos jadeos de sorpresa y me apresuro a aclarar el malentendido—. No ocurrió
nada, ni él intentó un acercamiento carnal, ni yo hubiera sido capaz de soportarlo.
—Si hubiera sucedido, no te juzgaríamos, querida —dice Glenda—. El amor es el
sentimiento más poderoso que existe y logra curar heridas tan profundas como las
tuyas.
—Me dormí contemplando su rostro, acariciándolo con mis manos —les cuento
entre susurros, porque es una cosa tan íntima que cierta parte de mí se resiste a
compartirlo—. Pero, como siempre, los monstruos me persiguen en mis pesadillas;
Alec consiguió ahuyentarlos, y dormí entre sus brazos toda la noche, sintiéndome
protegida, y no volví a soñar; he dormido como hacía meses que no lo hacía.
—Sabía que ese muchacho no es en realidad como quiere hacernos creer —dice
mi señora complacida al escuchar cómo he sido tratada—. Puede que tenga un
carácter fuerte, mi esposo también lo posee, pero es un buen hombre y me ama por
encima de todas las cosas.
—Ahora no debes rendirte, no importa cuánto luche ese cabezota contra ti —
aconseja Glenda, y mi señora le da la razón asintiendo con la cabeza—. No puedes
retroceder.
—¿Creéis que Alec llegue a arrepentirse de lo que vivimos anoche? —pregunto
angustiada, pues esa posibilidad no la había contemplado.

Página 95
—Por desgracia, ese chico es impredecible —responde Rosslyn—. Por eso te
advertimos que debes luchar, no darte por vencida, no importa cuán difícil parezca la
situación, debes resistir.
¿Tendré el coraje para hacerlo? ¿Mi amor será lo suficientemente fuerte como
para luchar por los dos si Alec se empeña en batallar contra ello? ¿Qué sentido
tendría entonces…?
—Estás pensando demasiado… —regaña mi señora—. No te angusties antes de
que ocurra, tal vez tú también seas su salvación y juntos encontréis la paz que
necesitáis. Yo tuve que luchar contra Cameron hasta que pensé que todo estaba
perdido, entonces fue él quien luchó por mí.
—Debes tener cuidado —advierte Glenda—. Pues Rosslyn lidiaba con el
recuerdo de un fantasma, tú tienes al enemigo muy cerca. Gladys no va a quedarse de
brazos cruzados si le quitas el interés que tiene Alec en ella y debes prepararte para
defenderte, esa mujer es ladina, una serpiente venenosa que no atacará de frente.
—No creo que se atreva a hacer nada, Glenda —interviene mi señora—. Le he
advertido que si causa algún problema más, Cameron la desterrará.
—Puede que Alec no la abandone —digo con la voz rota ante tal posibilidad—.
Después de todo, es un hombre, y si yo no puedo satisfacer sus deseos…
—Ni se te ocurra aceptar semejante indignidad —exclama mi señora—. ¿Cómo
se te ocurre…? —No es capaz siquiera de terminar de hablar.
—Lo que Rosslyn quiere decir y no puede concluir es que jamás debes aceptar
que Alec tenga amantes —dice Glenda—. Los MacLeod son fieles, el antiguo laird
amó a su esposa hasta el fin de sus días, nunca se le conocieron amantes. Y pondría la
mano en el fuego por Cameron y Evan, el tiempo nos dirá si Alec también es
merecedor de ese honor.
—No puedo privarle de algo solo porque yo no sea capaz de proporcionárselo —
continúo empeñada en esta locura porque es una forma de protegerme, puede que si
lo digo muchas veces, sea capaz de engañarme a mí misma lo suficiente como para
soportar el dolor que ello me causaría si llegase el momento.
—Si es el hombre adecuado, sí podrás, solo déjate llevar —insiste una vez más—.
Todas tenemos miedo la primera vez.
—Pero no será mi primera vez —rebato, intentando controlar el llanto—. No
sabéis cómo me duele no poder entregarle eso a Alec.
—¿Y crees que Gladys lo hizo? —pregunta mi señora—. Será tu primera vez
porque te entregas por voluntad propia, porque lo amas tanto como para darle no solo
tu corazón y tu alma, sino tu cuerpo.
—Tengo tanto miedo —confieso mientras retuerzo mis manos en un intento por
tranquilizarme—. Alec puede ser mi salvación o mi destrucción.
Rezo porque sea la primera opción…

Página 96
Capítulo XVII

Alec MacLeod

—Deja de mirarla como si quisieras devorarla —reprende Evan, que sigue


sentado a mi izquierda—. No quiero que corra la sangre a primera hora del día, y
MacKinnion no te mira precisamente con amabilidad.
—Ya sabe que no debe meter sus narices en mis asuntos, hermano —espeto con
el ceño fruncido, Moira ya ha desaparecido de mi vista y siento que me falta algo—.
La habéis incomodado —inquiero en un gruñido.
—No era nuestra intención —se disculpa, alzando las manos en son de paz—.
¿Has decidido dejar de luchar? —pregunta. Sé a qué se refiere, pero no estoy seguro
de querer contestar.
—Puede —me encojo de hombros, intentando restarle importancia a algo que
para mí tiene mucha, pero siento que si lo confieso a los cuatro vientos, algo puede
torcerse—. No es asunto tuyo, Evan.
—¿Cuándo vas a dejar de apartarnos? —pregunta frustrado—. ¿Por qué no puede
ser todo como antes?
—Antes de que muriera padre, ¿quieres decir? —espeto con brusquedad, no me
gusta que toquen ese tema—. Nada puede ser igual porque él no está. Padre era el
único que me entendía.
—Si nos dieras la oportunidad a Cameron y a mí, podríamos comprenderte igual
que hacía él, porque te queremos.
Me levanto con rapidez, siento que necesito escapar de aquí, esta conversación se
está tornando demasiado sentimental y no creo poder soportarlo, al menos, no
todavía.
—¿Adónde vas? —pregunta Cameron, que hasta ahora hablaba con Ian.
—A entrenar —digo mientras les doy la espalda.
—¡No estás listo aún! —vocifera.

Página 97
—Prueba a detenerme —le digo sin dejar de caminar. A pesar de que lo escucho
maldecir, me importa bien poco si me abro la maldita herida, necesito hacer algo o
me volveré loco.
Salgo como alma que lleva el diablo del castillo y me dirijo hacia el patio trasero
de entrenamiento, decidido a pelear contra quien esté dispuesto a darme una buena
batalla.
Intento recordar la noche tan maravillosa que he pasado junto a Moira, a pesar de
que no ha ocurrido nada entre nosotros, más que simples caricias y castos besos; para
mí ha sido más que suficiente. Han llegado a mi corazón más que todas las mujeres
que han pasado entre mis brazos.
Me tranquilizo lo bastante como para no herir a nadie con mi impulsividad y,
aunque me duele cada vez que utilizo el brazo, no decaigo, no me rindo. No es el
mejor de mis entrenamientos, pero al menos dejo de sentirme como un maldito
inválido, por más que para ello haya tenido que sufrir dolor, tanto que percibo algo
viscoso caer por mi espalda, y maldigo al comprender que por mi cabezonería e
intentar demostrar a los demás y a mí mismo que puedo hacerlo, he abierto de nuevo
la herida.
Quiero evitar que mi madre me vea, así que entro una vez más por la puerta de la
cocina y espero a que aparezca alguien que pueda curarla antes de que tenga que
escuchar las palabras «te lo dije» dichas por alguno de mis familiares.
Maldigo al encontrar solo a Gladys, ¿esta maldita mujer no se mueve nunca de la
cocina? Tendré que hablar seriamente con Rosslyn, necesito que la aleje lo máximo
posible de mí y de Moira, no quiero problemas.
—¡Mi señor, está sangrando! —exclama mientras comienza a preparar todo lo
necesario para curarme, aun sin habérselo pedido. No discuto porque quiero terminar
con esto lo antes posible.
Me siento en una de las sillas y espero con impaciencia a que comience, no es la
primera vez que me cura una herida y no comprendo la demora.
—Hazlo de una vez, mujer —gruño sin mirarla—. No tengo todo el día.
Cuando el agua caliente toca la herida siseo, pero me mantengo en el sitio, no me
vuelvo a quejar a pesar del dolor que me produce.
—Mi señor, esta herida comienza a infectarse… —dice con preocupación.
—Aparta tus garras de Alec, Gladys —la voz de Moira me hace girar el rostro de
golpe y mirarla incrédulo por la pose de guerrera con la que nos observa—. Yo me
ocupo.
Mi antigua amante la observa sorprendida. La conozco, sé que está conteniéndose
y me levanto para impedir una pelea.
—Déjanos, Gladys —le ordeno sin dejar de observar a la mujer que acaba de
reclamarme. Sinceramente, si fuera otra, la tumbaría sobre la gran mesa de madera y
la poseería con furia hasta hacerla gritar mi nombre, pero debo contenerme.

Página 98
—Si necesitabas que alguien te curara, podrías haberme buscado. —En su voz
detecto los mismos celos que yo siento hacia Ian y me complacen sobremanera; en
otra mujer, los hubiera odiado, en Moira, no.
—No estabas aquí y no quería que nadie me viera —explico para que no saque
conclusiones precipitadas—. Sabes que solo quiero a una mujer cerca de mí y esa
eres tú.
Ella se aproxima y vuelvo a sentarme, sus manos curan con cuidado mi herida y
ninguno de los dos vuelve a hablar por varios minutos. No me gusta que permanezca
enfadada o insegura, y no sé qué hacer para cambiar eso.
—Ya está —dice una vez me venda de nuevo la herida—. Comienza a infectarse,
deja de hacer tonterías, ya no eres un niño.
Está dispuesta a marcharse, pero la detengo; no forcejea, aunque tampoco me
mira y odio que estemos así después de la noche que hemos compartido. La obligo a
mirarme, y cuando lo hace, puedo ver el dolor y las dudas en sus hermosos ojos, así
que decido hacer algo que se me da muy bien intentando que olvide.
La beso y no me rechaza, se tensa al principio, como si quisiera castigarme con su
indiferencia, pero cuando comienzo a intensificar el beso, siento sus pequeñas manos
recorrer mi nuca para, a continuación, pegar su cuerpo al mío como si necesitara
tener ese contacto entre ambos para sentirse segura.
«Esto ha sido mala idea», pienso mientras intento controlarme y no cometer
ningún error que haga que ella se asuste y retrocedamos todo lo que hemos avanzado
en tan poco tiempo. De nuevo, tengo que ser yo quien haga un esfuerzo sobrehumano
y poner fin al beso antes de que no haya marcha atrás. Moira tarda en reaccionar, abre
despacio sus ojos y me mira confundida para dar paso de nuevo al enfado.
—Si no eres capaz de hacer otra cosa que besarme, lo mejor sería que te
mantuvieras alejado, Alec —espeta con los puños apretados a sus costados—. Estoy
harta de ser tratada como alguien frágil.
—¿Frágil? —pregunto incrédulo—. Eres la mujer más fuerte y valiente que
conozco, Moira. No te equivoques, podría hacerte muchas cosas más que besarte
ahora mismo, pero te respeto demasiado.
—Y, dime…, ¿vas a seguir respetándome cuando necesites yacer con una mujer y
no sea yo la elegida? —pregunta, acercándose a mí muy despacio—. Tal vez sea yo
quien quiere saber si voy a poder ser normal algún día, tal vez me he cansado de dejar
que lo que me hicieron domine mi vida, ellos siguen jugando conmigo aun después
de muertos y estoy cansada de permitírselo.
—¿Crees que buscaría una amante? —pregunto, comenzando a enfadarme, me
siento juzgado y sentenciado—. ¿De verdad piensas que lo mejor para ti es forzarte a
hacer algo para lo que seguramente no estás preparada?
—No tienes que buscarla, ya la tienes —golpea mi pecho con su dedo y yo no
puedo hacer otra cosa que mirarla preguntándome dónde demonios se encuentra la
Moira calmada de siempre—. Respecto a tu pregunta, no sabré nunca si estoy

Página 99
preparada o no si siempre te apartas. Tal vez, el que no lo está eres tú. Puede que lo
que siempre creí respecto a ti sea cierto…
—¿Y eso sería? —pregunto en un siseo porque sé que no me va a gustar nada la
respuesta.
—Que no eres capaz de tocarme más allá de simples besos —se alza de hombros
alejándose un poco de mí—. Creo que el que no es capaz de olvidar lo que me
hicieron eres tú, ¿te importa que no sea virgen, Alec?
Cuando comprendo lo que me quiere decir, me enfurezco, me siento
completamente humillado por sus palabras, ¿cómo puede pensar algo tan bajo de mí?
—Será mejor que te alejes de mí en estos momentos, Moira —gruño, alejándome,
dando pasos hacia atrás, nunca la golpearía aunque me haya ofendido de una manera
que nadie jamás lo hizo—. O puede que consigas lo que andas buscando y no te
gustarán las consecuencias, ambos sufriremos y no quiero hacerlo.
—Comienzo a pensar que solo hay en ti amenazas vacías —replica sin moverse
—. ¿Vas a golpearme por decirte lo que pienso? —pregunta con tranquilidad.
—Podría por haberme ofendido con tus estúpidas suposiciones —respondo—.
Mas no voy a hacerlo. Márchate y cuando esté más calmado, hablamos.
—¿Y si no lo hago? —sigue insistiendo mientras de nuevo camina hasta mí como
si el miedo que sentía hacia mi persona hubiera desaparecido para siempre—. Tal vez
quiero que dejes de controlarte a mi alrededor. Nunca pensé que lo diría, pero echo de
menos al antiguo Alec, el que no estaba conteniéndose por temor a hacerme daño.
—¡¿Quién demonios te comprende, mujer?! —pregunto frustrado, mis manos
tiemblan por castigarla como me gustaría—. ¿De verdad quieres que volvamos al
principio? ¿Yo te hiero con mis palabras o actos y tú te escondes a llorar por las
esquinas?
—¡Quiero que me trates como a una mujer! —sentencia, mirándome con una
intensidad que hace que mi cuerpo arda en deseos de darle lo que tanto ansía—.
Porque si crees que voy a aceptar que me trates como a una damisela frágil y delicada
mientras sacias tus deseos en otras, es que no me conoces en absoluto, Alec
MacLeod.
No lo soporto más. Dos veces me ha acusado de ser un maldito infiel y no pienso
tolerarlo. Jadea cuando la alzo entre mis brazos, he sido tan rápido que ni le ha dado
tiempo a reaccionar. Tras la sorpresa inicial, se relaja y pasa sus brazos por mi cuello.
No dejo de caminar hasta que la siento sobre la mesa de madera de la cocina y la beso
mientras me coloco entre sus piernas, las cuales puedo sentir cómo tiemblan a mi
alrededor, aunque no pienso retractarme, voy a demostrarle cuánto me importa que no
sea virgen.
Mis manos se cuelan bajo su falda de color marrón y comienzo a acariciar sus
muslos, que se tensan tras el primer contacto, sin embargo, se relajan en el instante en
el que intensifico el beso, sin darle tiempo de pensar en nada, solo de sentir. Rezo

Página 100
para que no seamos interrumpidos, porque no sé de lo que sería capaz si nos molestan
ahora.
—Alec —gime la mujer que tengo entre mis brazos mientras beso su cuello, no
obstante, no me detengo porque sus manos no me permiten apartarme de ella,
dejándome saber que está disfrutando y que sabe quién le hace sentir el torbellino de
pasión que la arrastra ahora mismo.
Una de mis manos se aventura a ir más allá…
Comienzo a acariciar su centro y, al hacerlo, me doy cuenta de que se encuentra
excitada, podría poseerla ahora mismo y tengo que luchar contra el impulso de
subirle la falda y hacerlo, porque en esta ocasión no se trata de mí, sino de ella.
—Alec…, ¿qué me ocurre? —pregunta entre jadeos, su cuerpo comienza a
tensarse y no precisamente por el miedo o la repugnancia—. ¡Dios! —grita y la beso
para acallarla y que nadie venga corriendo, pensando que está siendo atacada.
No me detengo, la beso mientras no dejo de acariciarla, con mi otra mano amaso
uno de sus pechos. Deja de besarme y echa el cuello hacia atrás gimiendo con fuerza
cuando llega al éxtasis por primera vez, y lo ha hecho conmigo. Me siento tan
agradecido, bendecido, puede que Moira no lo comprenda, pero para mí este ha sido
uno de los mejores regalos que ha podido hacerme.
Poco a poco, regresa a la realidad, y cuando sus ojos se encuentran con los míos,
sonrío complacido. La imagen que tengo frente a mí es lo más hermoso que he visto
en mi vida, mejillas sonrojadas, labios hinchados por mis besos, ojos vidriosos por el
deseo…
Aunque estoy sufriendo de un dolor insoportable por no poder obtener alivio, ha
merecido la pena verla disfrutar sin que los demonios del pasado hayan hecho acto de
presencia para empañar este hermoso momento.
—Gracias —le digo mientras me aparto un poco para intentar aliviar el dolor.
—¿Por qué? —pregunta extrañada mientras comienza a arreglar su ropa y su
cabello avergonzada—. Tú no has obtenido placer.
—Ya habrá tiempo para eso —digo con voz ronca, necesito salir de aquí e ir al
lago para que el agua helada temple mi ardor—. Me conformo con saber que tú has
disfrutado.
—No sabía que algo así fuera posible… —replica mientras baja de la mesa de un
salto e intenta disimular su turbación, puede que ya no sea virgen porque se lo
arrebataron, no obstante, sigue siendo tan ingenua como una.
—Tengo que irme —digo, intentando no parecer ansioso o enfadado—. ¿Vendrás
esta noche a mi alcoba? —pregunto esperanzado.
Ella me mira y sonríe antes de asentir. Sin más, salgo como alma que lleva el
diablo por la puerta intentando alejarme lo más rápido de la tentación. Hubiera
deseado besarla por última vez, pero eso es tentar demasiado a la suerte.
Ahora, mi único pensamiento se centra en lo que pueda ocurrir esta noche. Todo
va demasiado deprisa, tal vez debería hablar con Cameron sobre mi intención de

Página 101
casarme con Moira, quiero hacer las cosas bien y que nuestra primera vez juntos sea
en la noche de bodas.

Página 102
Capítulo XVIII

Moira

¡Dios santo! ¿Qué acaba de pasar?


Noto cómo mis piernas tiemblan y me siento en la silla que hace rato ocupaba
Alec. Con mis manos temblorosas, cubro mis sonrojadas mejillas y no puedo evitar
reír como una desquiciada.
«¡Lo he conseguido!», pienso feliz. He sido capaz de dejar que un hombre me
toque como nunca nadie lo había hecho. Pero no un hombre cualquiera, sino el que ha
logrado robarme el corazón a pesar de su carácter impulsivo y hosco.
Jamás llegué a imaginar que se podía obtener tanto placer. Con Ian nunca pasé de
simples besos y paseos a la luz de la luna, nunca fue capaz de conseguir en mí una
reacción tan apasionada como la que despierta Alec sin apenas esfuerzo. Yo solo he
conocido el dolor, la repugnancia…
Y ahora sé que todo puede llegar a ser tan hermoso, intenso, apasionado. Siempre
y cuando sea con el hombre correcto y por propia voluntad. No puedo esperar a que
se haga de noche para volver a verlo, deseo sentir de nuevo ese placer tan sublime
que hace que parezca que puedes morir entre los brazos del hombre amado. La
pregunta es…: ¿seré capaz de ir más allá?
—No creas que, porque has permitido que te manosee bajo la falda, él ya es tuyo
—la voz de la harpía venenosa de Gladys hace que toda la felicidad que siento se
desvanezca como el humo.
Me levanto con lentitud y me giro para quedar cara a cara con mi enemiga, quien
me observa con un odio tan intenso en la mirada que me hace pensar que esta maldita
mujer no está en sus cabales.
—¿Nos has estado espiando? —pregunto, sintiendo repugnancia al pensar que ha
sido testigo de algo tan íntimo entre Alec y yo.
—Tampoco he visto nada que no haya experimentado yo de primera mano, zorra
—espeta furiosa—. Te dije que te mantuvieras alejada de mi hombre, y te crees muy
superior porque cuentas con la protección de la mujer del laird.

Página 103
—No me creo nada, Gladys —interrumpo—. También creí ser muy clara hace un
rato en lo de que soy yo quien te ordena que te mantengas alejada de Alec. Él ya no
quiere nada contigo porque me tiene a mí, búscate otro con quien revolcarte.
—¿Estás segura de eso? —pregunta con malicia, me sonríe y se marcha
dejándome sola en la cocina de nuevo, pero ahora con mil dudas.
¿Qué demonios ha querido decir? ¿Acaso Alec ha seguido buscándola? Pero
¿cuándo? Si estos días ha estado conmigo. ¡Maldita mujer! No voy a permitirle que
llene mi cabeza de dudas absurdas porque sé que eso es lo que pretende. Glenda me
lo advirtió y debo ser más inteligente que esa víbora.
Salgo de la cocina intentando olvidar el encuentro con esa ramera cuando escucho
cómo alguien corre por el pasillo para acto seguido gritar mi nombre.
—¡Moira! —alzo la cabeza y veo que la pequeña Megan corre hacia mí—. ¿Te
gustaría dar un paseo?
—¿Un paseo? —pregunto, intentando asegurarme de que mi aspecto es el
correcto—. ¡Por supuesto! —exclamo encantada ante la idea.
Caminamos juntas hasta la salida y me sorprendo al encontrar a los hombres
MacKinnion preparándose para partir. ¡Lo había olvidado! Ian habla con Cameron y
Evan mientras da órdenes a sus hombres. No puede marcharse sin despedirse de mí.
—No recordaba que partían hoy —me quejo ante mi mala memoria, la pequeña
asiente mientras no deja de mirar a Ian.
—¿Volverán? —pregunta con un deje de tristeza. La miro y me doy cuenta de que
tal vez la pequeña Megan ya no lo es tanto, dentro de un par de años será toda una
señorita que podrá comenzar a buscar marido.
—Estoy segura —respondo para intentar disipar esa mirada de tristeza de sus
hermosos ojos—. Ian tiene aquí a su familia, y querrá estar cerca de su hermana y de
su sobrino.
Nos acercamos hasta los hombres, que callan al vernos llegar, y tengo que
recordar de quiénes se trata para controlar mi temor. Ian me sonríe y Megan se abraza
a Cameron, que la recibe gustoso.
—¿Ibas a marcharte sin despedirte de mí? —pregunto en voz baja, intentando que
los demás no me escuchen.
—Te he buscado, pero no te he encontrado —se alza de hombros, aunque veo una
sombra en sus ojos que me gustaría hacer desaparecer—. No será la última vez que
nos veamos, Moira. Ahora me marcho tranquilo sabiendo que aquí estás bien.
Me entristece su marcha, pero la comprendo, tiene un deber que cumplir para con
su gente. Lo abrazo y dejo que él rodee mi cuerpo con sus fuertes brazos, que, aunque
me reconfortan, ya no son mi refugio como lo fueron en el pasado. Mi corazón lo ha
dejado marchar y él debe hacer lo mismo.
—Quiero que seas feliz —le digo cuando nos separamos—. Por favor…
—Si tú lo eres, yo lo seré también —responde sin dejarme escuchar lo que
necesito oír—. Tengo que marcharme. Dile a Alec que si te hace daño, lo mataré.

Página 104
Dicho esto, monta sobre su caballo, da la orden a sus hombres y se marchan a
galope igual de veloces que como llegaron. Me duele saber que sus sentimientos por
mí le hacen infeliz, porque fue mi primer amor y sé que me lo hubiera dado todo,
pero no era nuestro destino estar juntos. Estoy convencida de que llegará el día en el
que la mujer destinada para él aparecerá y pondrá su mundo patas arriba, y espero
estar presente para verlo.
—¿Dónde está Alec? —pregunta Evan, lo miro y no sé qué decirle.
—Hace rato que no lo veo —respondo, intentando mantener mi voz firme y mi
mirada puesta en él—. Megan y yo íbamos a dar un paseo.
—Perfecto —afirma mi laird—. No salgáis de las murallas.
Asiento, no pensaba hacerlo. Jamás pondría en peligro a Megan saliendo fuera de
la protección del castillo. Comenzamos a caminar en silencio, me parece muy extraño
en ella, siempre tan risueña y parlanchina.
—¿Ocurre algo, Megan? —pregunto preocupada—. ¿Qué te perturba?
—¿Crees que soy bonita? —susurra, y me sorprende muchísimo su pregunta.
—¡Por supuesto que sí! —exclamo con sinceridad—. Dentro de un par de años
tendrás tantas proposiciones de matrimonio que tus hermanos van a volverse locos.
Consigo que se ría y me alegro, pues no me gusta verla tan decaída.
—¿Tanto como tú? —vuelve a insistir, me detengo y la observo sin comprender
muy bien esta conversación.
—Megan, ya eres más hermosa que yo —le digo, creyéndolo de verdad.
—Quiero que cuando sea mayor pueda encontrar un hombre que me mire como
Cam a Rosslyn, Evan a Glenda y Alec a ti.
Abro mis ojos como platos al escuchar esto último, ¿cómo me mira Alec?
—Por supuesto que lo encontrarás —le digo convencida—. Pero no tengas tanta
prisa por crecer, pequeña.
Seguimos caminando durante un buen rato. Tras nuestra extraña conversación,
parece más animada, y cuando regresamos y entramos al salón, se marcha corriendo
junto a su madre que está con Rosslyn y Glenda, todas sentadas junto al fuego.
«¿Dónde andará Alec?», pienso sin evitar sonreír al recordar lo que ha ocurrido
entre nosotros hace unas horas. Mi señora me llama y me acerco a paso lento, me
pide que le prepare un baño, asiento inmediatamente y me marcho para cumplir con
mi trabajo.
Cuando entro en la cocina para pedir que comiencen a calentar el agua, no puedo
evitar fijarme en que Gladys no deja de cuchichear con una de las criadas, la cual
parece su mejor amiga. Tiene una sonrisa de suficiencia en su hermoso rostro, ¿qué
demonios se trae ahora entre manos? No dejo que su presencia me incomode, es más,
intento ignorarla hasta que escucho cómo nombra a Alec y me tenso, aunque intento
que ninguna de las mujeres que están a mi alrededor lo note.
Me marcho hacia la alcoba de mi señora para asegurarme de que la tina ya esté
preparada, tal y como he ordenado, e intento olvidarme de mis sospechas. Me

Página 105
concentro en ponerlo todo tal y como le gusta, y cuando la esposa del laird aparece
por la puerta, sonríe complacida.
—Muchas gracias, Moira —dice mientras entra y deja a Owen en su cuna—.
Estaba deseando darme un buen baño.
Al no responderle, porque no puedo quitarme de la cabeza a la maldita de Gladys,
mi señora me mira extrañada y puedo ver la preocupación en sus ojos.
—¿Qué sucede? —pregunta a la vez que se va desnudando—. Cuando has
llegado de tu paseo con Megan, tus ojos brillaban de felicidad, y ahora veo que algo
te atormenta.
—No es nada, mi señora —intento olvidarme de lo que acabo de ver porque
seguramente no signifique nada, solo es Gladys intentando molestarme, creando
desconfianza entre Alec y yo.
—¿Alec no te habrá molestado? —pregunta mientras se sumerge en el agua.
—No —exclamo—. Alec no me ha hecho nada, mi señora.
—Me alegra saberlo —dice suspirando mientras cierra los ojos—. Solo espero
que continúe comportándose como debe.
Le ayudo a lavarse el cabello y, una vez fuera de la tina, se seca y vuelve a
vestirse, se sienta junto al fuego y comienzo a desenredar su larga melena rojiza; me
encanta hacerlo, pues tiene un cabello hermoso que ahora siempre suele llevar suelto
o trenzado. Recuerdo que cuando vivía con los MacKinnion, lo llevaba sujeto en un
moño apretado, sin embargo, incluso desde antes del nacimiento de Owen, mi señora
cambió esa horrible costumbre.
—¿Crees que nos acompañará en la cena? —pregunta y sé a quién se refiere.
—Espero que sí —respondo con un suspiro, con Alec quién sabe—. Ahora no
tiene motivos para seguir comportándose como un niño al que le han quitado su
juguete favorito.
—Cierto —asiente riendo—. Mi hermano ya no está, así que ya no debe sentirse
amenazado. ¿Qué has experimentado al verlo marchar? Yo me he despedido esta
mañana, pero no he podido salir y verlo alejarse de mí de nuevo. Toda nuestra niñez
separados y ahora no soy capaz de dejarlo ir.
—Es comprensible —digo, entendiendo cómo puede sentirse—. Son hermanos, a
pesar de que durante años fueron obligados a odiarse mutuamente.
—Tanto tiempo perdido… —se queja con el ceño fruncido—. Ya no importa,
tengo intención de que Ian forme parte de mi vida a partir de ahora y que mis hijos lo
conozcan.
Tardo en comprender, y cuando lo hago, me quedo inmóvil y mi señora se gira
para mirarme con una sonrisa de felicidad.
—¿Está encinta? —pregunto para asegurarme de que no he malinterpretado sus
palabras.
—Sí —exclama dichosa—. ¿Cómo no estarlo? —pregunta entre risitas.
—Mi señor se sentirá muy dichoso —le digo sonriente—. ¿Se lo ha dicho?

Página 106
—Todavía no —niega con rapidez—. Quería estar segura, aunque hace más de un
mes que no sangro.
«¿Cómo no me he dado cuenta?», me pregunto sintiéndome estúpida. He estado
tan inmersa en mis demonios y en mis problemas con Alec que no me he percatado
de lo que ocurría a mi alrededor.
—Debe decírselo cuanto antes —la apremio—. No es bueno mantener secretos
entre marido y mujer, y menos los que son motivos de dicha.
—Tienes razón, Moira —asiente mientras se levanta una vez su cabello está
completamente seco, desenredado y brilla como oro pulido—. Bajemos a cenar,
aunque le daré la buena noticia cuando estemos a solas en nuestra alcoba.
¿Cómo voy a cenar mirando a la cara de mi laird sabiendo que va a ser padre de
nuevo? Toda preocupación queda relegada cuando veo que Alec está sentado en la
mesa, aunque no habla con sus hermanos, no es cosa extraña en él, sin embargo, me
gustaría que pudiese superar las diferencias que los separan, porque después de la
conversación de anoche, sé que, aunque no lo demuestre, le duele la situación.
Dudo sobre dónde debo sentarme, pero cuando alza su mirada y conecta con la
mía, es como si fuera capaz de hablarme solo con los ojos. Como en trance, camino
hacia él y me siento a su lado sin decir una palabra. Su mano se mueve bajo la mesa y
coge la mía; suspiro aliviada y lo miro de reojo para ver que está observándome.
—Te he echado de menos —susurra para que solo yo pueda escucharlo. Me hace
feliz oírlo, no obstante, no puedo evitar recordar a Gladys y mi humor se oscurece—.
¿Qué sucede?
—Nada —respondo mientras recupero mi mano, mas sé que si no le pregunto, no
voy a ser capaz de estar aquí sentada a su lado como si nada—. ¿Has visto a Gladys?
—no responde, se tensa y esa es suficiente respuesta para mí.
No me levanto, pero me separo lo máximo posible de él. ¿Cómo he podido
confiar ciegamente en sus palabras?
—Moira —su tono es de advertencia, pero no me importa que haga un
espectáculo delante de todos si ese es su deseo, sin embargo, en estos momentos no
quiero que me toque—. Hablaremos después de la cena, cuando estemos solos en mi
habitación.
—No pienso poner un pie en tu alcoba —siseo con furia—. Que te haga compañía
tu ramera.

Página 107
Capítulo IXX

Alec MacLeod

¡Maldita sea mi mala suerte! Maldigo en silencio, ¿por qué ha tenido que
preguntarme por Gladys?
No puedo hablar aquí delante de todos, quiero contarle lo que ha sucedido,
explicarle que no ha ocurrido absolutamente nada entre esa víbora y yo, y no porque
Gladys no lo haya intentado, sino porque, a pesar de estar como loco de deseo
insatisfecho tras mi encuentro con ella, no le he tocado un maldito cabello.
Cenamos en silencio. Moira, como es costumbre, no alza la vista de su plato y yo
solo me concentro en comer e intentar obviar las conversaciones que escucho a mi
alrededor. Quiero que la cena termine para llevarme a rastras, si es necesario, a la
mujer que se encuentra a mi lado pero tan lejos. En estos momentos tengo miedo de
no ser capaz de recuperarla.
Como suponía, Moira es la primera en levantarse para intentar huir, esconderse en
su habitación, donde no pueda alcanzarla, sin embargo, no pienso permitirlo. Cuando
ya ha caminado varios pasos, me levanto intentando no llamar la atención de mi
familia, aunque puedo sentir la mirada de mi hermano mayor sobre mí; no lo miro y
la sigo con paso rápido, aunque sin armar escándalo.
—Détente, Moira —le ordeno mientras la cojo de su brazo y esta intenta escapar
de mí—. ¡Basta! —exijo furioso.
—No me toques —gruñe, peleando como una fiera—. Te he dicho que no quiero
escuchar nada de lo que tengas que decirme.
—Pues lo harás —siseo a la vez que comienzo a arrastrarla hasta mi alcoba para
que estemos solos—. Cuando me escuches, podrás marcharte. Te lo he dicho muchas
veces, Moira, nunca te obligaré a hacer algo que no quieras.
—¡Pues estás haciéndolo ahora! —dice furiosa, aunque ya no lucha contra mí, así
que todavía me quedan esperanzas.

Página 108
Cuando entramos en mi habitación, cierro la puerta de un portazo e intento
serenarme antes de comenzar a hablar para conseguir que la mujer que tengo frente a
mí me crea.
No contemplo otra opción.
—No me he acostado con Gladys —suelto de golpe, ganándome una mirada
furiosa por su parte—. Ella lo ha intentado y podría haberlo conseguido, Moira.
Porque después de nuestro encuentro en la cocina he tenido que irme corriendo al
lago para que el agua helada calmara el ardor de mi cuerpo. Pero te respeto
demasiado como para traicionarte.
—No me debes nada —espeta mientras se cruza de brazos sin mirarme siquiera,
está a la defensiva, pero aún sigue aquí—. Ahora que te he escuchado, ¿me dejarás
marchar? —pregunta esperanzada.
—Mi deseo es pasar la noche junto a ti —le digo cabizbajo—. Pero si no quieres
quedarte, no voy a retenerte.
El silencio entre los dos es tenso, puedo notar su lucha interna y rezo para que se
quede, pues no he pensado en nada más en todo el día, mas no voy a retenerla,
aunque me gustaría que fuera capaz de creerme. Mientras ella libra la batalla entre su
mente y su corazón, recuerdo el encuentro que nos ha llevado a este momento.

Al llegar al lago, no me molesto ni en mirar si estoy solo o hay gente alrededor. Me


desnudo con rapidez y me sumerjo sin pensarlo dos veces. Cuando siento el agua
helada rodeando mi cuerpo, el fuego que sentía hace pocos instantes desaparece.
Nado lo que me resulta una eternidad hasta que me siento lo bastante cansado
como para relajarme admirando el paisaje, pero mi paz dura muy poco. Ante mis
ojos, aparece Gladys con una sonrisa que presagia problemas.
¡Maldición! Y yo estoy desnudo, ambos estamos solos, esto no puede salir bien…
¿Cómo demonios ha sabido que estaba aquí?
—¿Qué haces aquí, Gladys? —pregunto de malos modos—. ¿No tienes trabajo
qué hacer?
—Mi señor, he pensado que necesitaría mi ayuda —explica sin dejar de sonreír
como una estúpida mientras comienza a desnudarse.
—¿De qué hablas y qué diablos estás haciendo? —espeto, pensando en salir del
agua para alejarme de esta bruja.
—Después de ver qué tan egoísta es Moira, pensé que mi señor necesitaría un
desahogo —dice mientras comienza a sumergirse en el agua como Dios la trajo al
mundo.
La he visto miles de veces desnuda, soy un hombre, en estos momentos uno
bastante desesperado y no puedo evitar la respuesta de mi cuerpo, cometo el error de
no moverme y muy pronto está frente a mí creyendo que ha ganado. Hace unos días

Página 109
la hubiera tomado sin dudar, hubiera utilizado su cuerpo para saciar mi deseo, pero no
pienso traicionar a Moira.
Cuando pasa sus brazos alrededor de mi cuello y me besa, confieso que tardo en
reaccionar, y más cuando sus largas piernas envuelven mi cintura y mi miembro
erecto acaricia su hendidura, gimo ante el tormento, sería tan fácil…
Estoy a punto de claudicar, de perder el control y cometer el mayor error de mi
vida, cuando el rostro de Moira llega a mi mente y empujo a Gladys, quien me mira
estupefacta, y cuando comienzo a nadar con rapidez para alejarme de ella, escucho
cómo grita de pura frustración. Esta es la primera vez que la rechazo, a pesar de que
llevo varios días distanciado de ella, no la busco y creía que le había dejado claro que
todo había terminado; fui un iluso al pensar que una mujer como Gladys iba a
quedarse de brazos cruzados.
—Ya te lo dije —le digo en voz alta mientras me visto sin ninguna vergüenza—.
Búscate otro que caliente tu lecho. No me causes problemas o yo mismo te desterraré
de Dunvegan.
—No tienes potestad para hacer eso —alza el mentón con orgullo, aunque desde
donde me encuentro puedo ver que está conteniendo el llanto, no es que le haya roto
el corazón, es que he herido su orgullo.
Me marcho maldiciendo mi mala suerte, estoy seguro de que esa serpiente
venenosa no va a quedarse de brazos cruzados y temo perder a Moira para siempre.

Sé que le he mentido. Pero la realidad es que yo no he tocado a Gladys, he luchado


contra el deseo y la tentación y he huido como un cobarde para no cometer el error
que hubiera pagado demasiado caro.
—Di algo, por favor —le pido al darme cuenta de que ha pasado mucho rato, en
el cual ambos hemos estado inmersos en nuestros pensamientos.
—No sé qué hacer… —dice derrotada—. ¿Debo creerte? —pregunta con una
súplica en su mirada que me parte el alma.
—Te juro que si Gladys vuelve a causar un problema entre tú yo, la desterraré —
le digo con sinceridad—. Hablaré con Cameron.
—No quiero vivir mi felicidad a costa del sufrimiento de otra mujer —espeta—.
¿Cómo puedes tratarla de ese modo cuando la has utilizado a tu antojo durante todo
este tiempo?
—¿Ahora sientes compasión por esa víbora? —pregunto incrédulo—. Créeme,
Moira, ella no tendrá piedad contigo. Sabía muy bien que yo no podía ofrecerle más
de lo que le daba, jamás la obligué hacer nada que no quisiera.
—¿No podías o no querías? —sigue insistiendo mientras se acerca a mí furiosa—.
¿En qué me diferencio de ella, Alec? Ambas somos unas simples criadas, ¿tampoco
yo debo esperar más de ti?

Página 110
—Jamás vuelvas a compararte con ella —espeto furioso—. Tú eres pura, buena,
generosa…
—No soy pura —interrumpe, apartando la mirada de nuevo, sé cuánto le duele no
ser virgen, está segura de que para mí es algo importante y no lo es, al menos no lo
veo como ella lo hace.
—Para mí lo eres, Moira —le digo con ternura. Eso es lo que consigue en mí,
hacer que enfurezca y que al instante siguiente quiera abrazarla y protegerla de todo
mal—. No entregaste tu virtud por propia voluntad, así que cuando vuelvas a yacer
con un hombre, y rezo para que sea conmigo, esa será tu primera vez.
Me mira de una forma muy extraña, tanto que comienzo a ponerme muy nervioso
al no saber si he dicho algo malo. Cuando empieza a sonreír con lentitud, no puedo
evitar suspirar aliviado, parece que he ganado esta batalla.
—Me quedaré contigo —dice en un susurro.
—¿Hoy y siempre? —le pregunto mientras me acerco a ella con paso lento para
no asustarla y ser capaz de medir su reacción—. Hace horas que no te beso y estoy
volviéndome completamente loco.
No dice nada, pero no se mueve y esa es toda la respuesta que necesito por su
parte.
¿Tal vez es el momento de confesarle mis sentimientos? Hasta ahora solo he
dejado entrever mi interés por ella, tal vez tenga más confianza en mí si le digo que la
amo y que no voy a hacerle daño, antes me cortaría un brazo.
—¿Por qué no me besas? —pregunta, sacándome de mis cavilaciones.
—A sus órdenes —respondo yo mientras no puedo parar de sonreír como un
estúpido. La mujer que tengo frente a mí no se molesta en fingir, dice y hace lo que
siente en cada momento, y eso es algo nuevo para mí.
Al fin nuestros labios se rozan y no puedo evitar gemir porque he estado todo el
día ansiando sentir de nuevo lo que solo Moira consigue con una simple caricia. La
cojo entre mis brazos y me encamino hacia mi lecho, no tengo ninguna intención
oculta, solo deseo poder disfrutar de su compañía y protegerla de los demonios que la
acechan por las noches.
Una vez ambos estamos acostados, intento que mi cuerpo no quede sobre ella
para no asustarla, pero me impide alejarme y dejo de besarla para mirarla a los ojos y
saber qué es lo que desea exactamente.
—No quiero que te alejes, Alec —dice mientras no deja de acariciar mis hombros
—. No tengo miedo, sé que eres tú quien me besa, me acaricia…
No la dejo continuar, capturo de nuevo sus labios y me aventuro más allá porque
lo necesito, llevo demasiado tiempo ansiando este momento, sé que mi intención era
esperar a estar casados, pero no sé si seré capaz de detenerme una vez más.
Cuando Moira se aventura a quitarme la camisa, me doy cuenta de que o paro
esto o no habrá marcha atrás y todas mis buenas intenciones se irán al infierno.
Acaricia mi pecho y gimo ante el placer que un simple roce me produce. He dejado

Página 111
de besar sus labios y ahora me pierdo entre su cuello y el nacimiento de sus senos,
necesito más, así que me detengo y alzo mi mirada oscurecida por el deseo para
hacerle una pregunta silenciosa; ella solo asiente sonrojada y mis manos, que hasta
ahora acariciaban su piel por encima de la falda, comienzan a desabrochar la parte
delantera de su modesto vestido.
No puedo evitar jadear al contemplar lo hermosa que está en estos momentos, sus
pechos turgentes ansían mis caricias y no demoro en complacerlos. Primero con mis
manos, muy despacio, para que ella se acostumbre y no se asuste, y cuando cierra los
ojos y gime, me lanzo a devorarlos, los beso, los chupo, los mordisqueo y la mujer
que yace bajo mi cuerpo no es capaz de mantenerse quieta.
—Alec, por favor —suplica, sé lo que está pidiéndome, pero no estoy seguro de
que sea el momento.
—Moira —digo mientras ella besa mi cuello con ansias—. Creo que debemos
parar.
Se ha hecho una costumbre que utilice estas malditas palabras cuando estoy con
ella, juro que podría darme de cabezazos contra la pared. Me doy cuenta de que no le
ha gustado mi idea cuando deja de besarme y retorcerse entre mis brazos. La miro y,
como suponía, la furia y la insatisfacción brillan en sus ojos.
Intenta levantarse y cubrirse, mas no se lo permito. No puedo dejar que se marche
creyendo que de nuevo estoy rechazándola porque no la desee o por su pasado.
—¡No quiero detenerme, maldita sea! —exclamo para hacer que me mire
jadeando por nuestro pequeño forcejeo—. Quiero hacerte el amor hasta el amanecer,
pero me gustaría que nuestra primera vez fuera en nuestra noche de bodas.
Escucho cómo contiene la respiración y me mira con los ojos abiertos de par en
par. Sonrió ante su reacción, aunque debería sentirme ofendido.
—No comprendo… —tartamudea—. Alec… —sus palabras mueren en sus labios
y veo cómo los ojos se le empañan. Me horroriza pensar que no desea casarse
conmigo, que haya malinterpretado sus sentimientos hacia mí.
Pero es el momento de ser valiente y abrir mi corazón, aun a riesgo de ser
rechazado.
—Te quiero, Moira —confieso sin dejar de mirarla a los ojos; la primera lagrima
cae, pero sigo hablando—. No sé en qué momento conseguiste adueñarte de mi
corazón, he luchado contra ello, créeme, pero ya no voy a seguir negándome a mí
mismo ni a los demás lo que me haces sentir. Quiero que seas mi esposa, la madre de
mis hijos, la mujer que me acompañe hasta el final de mis días, morir en tus brazos y
si existe la otra vida, encontrarte de nuevo allí.
El silencio que nos envuelve solo es interrumpido por sus sollozos. Se abraza a mí
con fuerza; yo la imito y dejo que se calme para que me explique por qué mi
declaración de amor, lejos de hacerla feliz, la hace desdichada, porque no era esa mi
intención.

Página 112
—Deja de llorar, por favor —suplico aterrado ante la posibilidad de que me diga
que no siente nada por mí.
Pasan los minutos más largos de mi vida y, por fin, para de sollozar, no me ha
soltado en ningún momento y esa es la única esperanza que me queda. Cuando alza la
mirada hacia mí y veo una sonrisa trémula, juro que mi corazón deja de latir por unos
instantes, hasta que la escucho confesar lo que tanto he ansiado en soledad.
—No lloro porque sea desdichada —comienza a decir mientras limpia todo rastro
de lágrimas de su rostro—. Lo hago porque jamás pensé que escucharía de tus labios
palabras tan bonitas, jamás soñé que tus sentimientos y los míos fueran los mismos.
Te quiero, Alec, hoy y siempre.

Página 113
Capítulo XX

Moira

«Te quiero, Moira…».


Esas hermosas palabras me hacen llorar de pura felicidad y pasa bastante tiempo
hasta que consigo calmarme. Me he aferrado a su cuerpo mientras todas las
emociones me embargaban y él me ha devuelto el abrazo, a pesar de que lo siento
muy tenso, y creo poder adivinar qué es lo que está pensando. Tengo que sacarlo de
su error, por eso hago un gran esfuerzo para dejar de hipar y hablarle también desde
el corazón.
Cuando mis palabras salen de mi boca, juraría que veo cómo sus ojos también se
empañan, pero, por supuesto, Alec MacLeod no lloraría jamás y mucho menos
delante de nadie, conozco muy bien al hombre que me ha robado el corazón y es el
más orgulloso de los tres hermanos.
—¿A qué hemos estado jugando? —pregunta, negando con la cabeza—. Hemos
perdido tanto tiempo huyendo el uno del otro…
—No era nuestro momento —le digo convencida—. A mi llegada aquí, te aseguro
que no soportaba tener a ninguna persona cerca de mí, ya fuera hombre o mujer. Sería
impensable que te hubiera permitido tenerme de esta forma en tu lecho.
Alec mira hacia abajo y no puedo evitar sonrojarme, porque acabo de recordar
que estoy medio desnuda entre sus fuertes brazos. Me remuevo inquieta, ya que tras
el estallido de emociones, vuelvo a ser consciente de que somos un hombre y una
mujer, que nos encontramos medio vestidos, que nos amamos y el deseo entre
nosotros es tan fuerte como para hacerme olvidar mis miedos.
—Siento cómo me he comportado durante estos meses —se disculpa mientras
con una de sus manos comienza a recorrer uno de mis senos, mi pezón reacciona
reclamando su atención y no puedo evitar jadear ante el placer que un simple roce me
proporciona—. Por eso, aunque me muero por poseerte en este mismo instante, voy a
detenerme. Mañana anunciare nuestro compromiso y nos casaremos lo antes posible.

Página 114
—¿No es demasiado pronto? —pregunto asustada por la rapidez con la que está
ocurriendo todo. Hace unas horas estaba furiosa con él pensando que había sucedido
algo con Gladys, y ahora, prácticamente, estoy prometida—. ¿Qué dirán tus
hermanos?
—Mis hermanos van a estar encantados, y si no lo están, no es mi problema —se
alza de hombros—. ¿No deseas ser mi esposa? —pregunta con preocupación.
Sonrió acariciando su rostro y lo beso antes de contestar…
—Por supuesto que sí —digo cuando nos separamos; no ha sido un beso intenso,
pero sí uno lleno de cariño—. Sin embargo, mi mayor miedo es no ser capaz de
satisfacerte y encadenarte a un matrimonio desdichado.
—Deja de preocuparte por eso, Moira —me ordena mientras comienza a cubrir
mi desnudez—. Eres una mujer apasionada, y si no consigo que olvides tu tormentoso
pasado, el que habrá fracasado como hombre y esposo seré yo, no tú.
No puedo evitar sentirme desilusionada y algo frustrada cuando me doy cuenta de
que nuestra sesión de besos y caricias ha terminado, aunque entiendo que para Alec
debe ser muy doloroso no encontrar alivio tras excitarse tanto, y me siento muy
culpable. Me gustaría poder complacerlo, pero no sé cómo, y la vergüenza me impide
preguntarle algo tan íntimo, sin embargo, no puedo dejar de recordar la forma en la
que él me ha dado placer esta mañana con su mano y me pregunto si yo podría hacer
algo parecido.
Pero el miedo, las dudas y la vergüenza me paralizan y no digo nada, dejo que me
abrace y me acomodo para quedar con la cabeza apoyada en su fuerte pecho, escucho
el latido de su corazón y poco a poco me voy durmiendo. A pesar de todas las
emociones que me embargan, caigo rendida ante el cansancio, sabiendo que de nuevo
duermo protegida por Alec, y que esta no será la última vez, sino que me espera una
vida por delante para compartir todo con él.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, lo hago en la misma posición en la que me dormí, así
que me permito admirar el rostro de Alec mientras duerme, porque cuando
permanece despierto, nunca puedes verlo tan relajado, tan en paz.
No me ha soltado en toda la noche y, por primera vez en muchísimo tiempo, no
he tenido pesadillas, y me siento descansada y feliz.
—¿Qué ocurre, beag? —pregunta sin abrir los ojos y con voz somnolienta.
—Solo estaba contemplándote dormir —respondo con sinceridad, a la vez que él
me coge y me hace cubrir su cuerpo con el mío, abre sus ojos y me deja sin aliento al
vislumbrarse el deseo que brilla en ellos—. E intentando descubrir si lo de anoche fue
solo un sueño.
—No has soñado nada, Moira —me dice, y sus manos comienzan a acariciar mi
espalda—. Te quiero y no me cansaré de decirlo.

Página 115
Sonrío y vuelvo a apoyar mi rostro en su pecho, dejo que sus mimos me calmen
los nervios que comienzan a invadirme al recordar cuál es su intención. Estoy segura
de que mi señora y Glenda se pondrán muy felices con la noticia, solo espero que sus
esposos piensen lo mismo y no les importe que siempre haya sido una simple criada,
huérfana y mancillada.
—Yo también te quiero —le digo, intentando obviar que sus manos cada vez se
acercan más a la parte baja de mi cuerpo y que está empezando a despertar el deseo
de nuevo—. Si dentro de un rato vas a parar esta tortura, será mejor que nos
levantemos, Alec. No soportaré otro rechazo por tu parte.
Se queda inmóvil y aprovecho para levantarme con rapidez; escucho su gruñido y
cuando me imita para ir tras de mí, me doy cuenta de que no es el único frustrado
aquí, porque hasta yo soy capaz de percatarme de que está excitado, aunque él se
empeñe en ocultarlo.
—¿Tengo que explicarte otra vez el motivo por el cual no te tumbo sobre esa
cama y te poseo como un loco hasta que no seas capaz de caminar? —me pregunta
mientras se acerca hacia mí como si de un animal salvaje se tratara y yo fuera su
presa—. Ve a tu alcoba y ponte el mejor vestido que tengas. Cuando estemos casados,
pídeles a mis cuñadas que te ayuden a hacerte un guardarropa nuevo. Aunque luces
hermosa con cualquier cosa que te pongas, quiero que a mi esposa no le falte de nada.
—Alec, no creo que sea necesario… —comienzo a decir, aunque vuelve a
hacerme callar con un simple gesto.
—Moira, permíteme que cuide de ti —dice mientras empieza a prepararse para
reunirse con su familia—. Voy a anunciar nuestro compromiso y tú vas a dejar de
dudar de mí y de todo lo demás.
Lo conozco y sé que no voy a lograr disuadirlo, así que salgo de nuevo con
mucho cuidado para que nadie me sorprenda y corro hacia mi habitación. Una vez
dentro, intento tranquilizarme y escoger lo mejor de mi armario que es bastante
modesto, la verdad es que no tengo nada digno de la futura esposa de un MacLeod.
Opto por un vestido sencillo azul claro y cepillo mi cabello hasta conseguir que
mis rizos queden en su sitio, pellizco mis mejillas para darles algo de color, pues solo
es en presencia de Alec cuando siempre están sonrojadas.
No puedo demorarme más o estoy segura de que vendrá a por mí, y no lo hará del
mejor humor; tengo que reconocer que mi futuro marido no tiene mucha paciencia.
Miro una última vez a mi alrededor porque me temo que no seguiré durmiendo
durante mucho tiempo más aquí, donde he pasado tantas noches en vela, llorando,
aterrada por las pesadillas que parecían tan reales que en muchas ocasiones creí que
la puerta se abriría para dar paso a los dos hombres que destrozaron mi cuerpo, mi
mente y mi vida.
Prácticamente corro hacia el gran salón con un nudo en la garganta y con los
nervios a punto de volverme loca, tal vez, si tengo suerte, aún no haya nadie de la
familia y pueda convencer a Alec de que espere un poco más. Detengo mi carrera al

Página 116
darme cuenta de que, de nuevo, el destino no se posiciona de mi parte, hoy,
justamente hoy, todos están en la mesa, incluso mi señora y Glenda, que siempre son
las últimas en bajar. Es como si todo el mundo en este castillo supiera que algo
importante iba a ocurrir y debían estar presentes.
Se encuentran enzarzados en sus conversaciones, a excepción de Alec, que
permanece callado como es costumbre en él. A pesar de sentarse de espaldas, parece
que es capaz de sentir mi presencia, porque se gira y, al verme, no puede evitar
sonreír. Ese gesto me infunde valor para entrar por fin en la estancia y dejar que todos
se den cuenta de mi presencia.
Se levanta haciendo que los demás guarden silencio y nos observen, solo quiero
salir corriendo y esconderme de nuevo en mi alcoba. «¿Por qué tienes que hacerme
esto, Alec?», pienso, intentando que él comprenda cómo me siento con una simple
mirada, pero si lo hace, no es que le importe, porque llega hasta mí y, para mi
sorpresa y la de todos, me besa.
Sus besos siempre consiguen trasportarme a un mundo donde solo nosotros dos
existimos, no obstante, no hoy. Soy capaz de escuchar las exclamaciones de sorpresa,
los cuchicheos y lucho con su agarre para separarme; cuando al fin lo consigo, no
encuentro valor para alzar la mirada, así evitaré contemplar los rostros de nuestros
espectadores.
—Moira, basta —reprende Alec en voz baja—. Ven —me dice mientras coge mi
mano y tira de mí para acercarnos a la mesa, me sienta a su lado y escucho un
carraspeo. Alzo la mirada por inercia y veo cómo mi laird nos observa esperando una
explicación que no voy a ser capaz de dar.
—Supongo que tendréis muchas preguntas —comienza a decir Alec con
tranquilidad—. Quería anunciaros mi intención de casarme con Moira lo antes
posible.
El silencio solo es interrumpido por una pregunta que me hace encogerme en mi
silla, y la hace Cameron.
—¿Has dejado embarazada a la muchacha? —pregunta.
—¡Cameron MacLeod! —exclama mi señora furiosa, no me atrevo a mirarla a los
ojos, pero puedo imaginarme que no está nada contenta con su esposo en estos
momentos—. ¿Cómo te atreves a preguntar semejante barbaridad?
—Es la única explicación posible que encuentro para que mi hermano pequeño
haya recuperado el buen juicio y por fin pida la mano de la mujer que ama —
responde con tranquilidad.
Esas palabras me hacen reaccionar, incrédula, pues está dándonos su
consentimiento cuando pensé que no sería nada fácil obtenerlo; después de todo, no
soy nadie.
—No se encuentra encinta —gruñe Alec a mi lado enfadado por tal idea—. Como
tú mismo has dicho, he recobrado el buen juicio y Moira ha aceptado. Deseamos
casarnos lo antes posible…

Página 117
—¡Por supuesto! —exclama su madre complacida—. Nos pondremos hoy mismo
con los preparativos, ¿verdad, niñas? —pregunta a Rosslyn y Glenda, quienes
asienten con el mismo entusiasmo.
No puedo creer que haya sido tan fácil…
Todos nos miran con sonrisas, dejándonos saber que están más que complacidos
con la noticia. Nos dan la enhorabuena y las mujeres me llaman para que me siente a
su lado y poder comenzar a hablar de todo lo que necesitamos hacer.
—¡Estoy tan feliz por ti! —me dice mi señora mientras me abraza, y ni siquiera
me tenso. Miro a Alec porque es el responsable de mis avances, y lo veo observarme
sonriendo mientras ignora a sus hermanos que intentan llamar su atención—. Te lo
dije, ese chico estaba loco por ti y no nos ha costado mucho hacer que lo reconociera.
—Mi hijo puede ser impulsivo, cabezota, pero no estúpido. —Todas reímos y
continúo durante un buen rato escuchando lo felices que son ante el anuncio de
nuestra inminente boda.
—¿Y tú cómo te sientes, Moira? —pregunta Glenda algo preocupada—. Pareces
algo abrumada.
—Justo así me encuentro —asiento con sinceridad—. Todo ha pasado demasiado
rápido. Hace solo unos días, Alec y yo éramos como enemigos, y hoy estamos
preparándonos para casarnos.
—¿Lo amas? —pregunta mi señora, ante lo que asiento sin dudar—. ¿Te ama? —
vuelve a insistir y afirmo de nuevo—. Entonces, no necesitáis nada más.
—Tiempo —respondo, sintiéndome cada vez más asustada—. Tiempo para
conocernos más.
—Yo me casé con Cameron sin conocerlo —replica—. Glenda conocía a Evan
desde que nacieron y no por ello tuvieron mejor comienzo.
—¿A qué tienes miedo? —pregunta Glenda, intentando comprender mis dudas.
—A no ser capaz de hacerle feliz —susurro mirándolo—. No soy normal, no creo
que pueda volver a serlo…
—Siempre regresamos a lo mismo —bufa ante mi respuesta—. Lo conseguirás
porque ni tú misma eres consciente de lo fuerte que eres y de los avances que has
hecho durante estos meses.
—Nunca he visto a Alec tan convencido de algo, ni tan feliz. —Levanto la mirada
hacia su madre, que hasta el momento se ha mantenido en silencio a pesar de
escuchar mis dudas y peores temores—. Cuando vivía mi esposo, solo él era capaz de
llegar a comprenderlo del todo, de contenerlo. Y creo que tú tienes el mismo poder.
No puedo creer que sus palabras sean ciertas. ¿Qué clase de poder puedo tener
sobre un hombre como Alec? No la contradigo porque es su madre y lo conoce
mucho mejor que yo, pero no veo a mi futuro esposo que sea el tipo de hombre que se
deje manejar por una mujer, por mucho que sea su esposa.
Escucho cómo ellas se ponen a cotorrear sobre todo lo que se necesita hacer
mientras observo a Alec. Es cierto que hoy parece más relajado, diría que incluso

Página 118
feliz, pero ¿soy yo la responsable?
Megan me salva de esta incómoda situación al sentarse a mi lado con una sonrisa
inmensa en su dulce rostro, no puedo evitar devolvérsela como siempre que está
conmigo.
—Sabía que ocurriría —dice entusiasmada—. Estoy muy contenta de que vayas a
casarte con Alec, así nunca te irás.
—Gracias, dearbh —respondo con cariño—. Me alegro de que estés feliz con
nuestro enlace.
—Tú le quieres mucho, ¿verdad? —pregunta, observándome con intensidad.
—Con todo mi corazón —respondo con sinceridad, sintiendo que con esa simple
confesión vuelvo a encontrar un poco de paz, de convicción.
—Seguro que serás la novia más hermosa de todas —sigue parloteando y no
puedo evitar que su entusiasmo se me contagie en cierta forma—. Quiero a todos mis
hermanos, pero para mí Alec es especial.
—Puedo entenderlo —asiento feliz de saber la unión tan estrecha que tienen
ambos hermanos; los envidio, pues nunca tuve esa clase de sentimiento con nadie.
—¿Sabes que está enseñándome a manejar el arco? —susurra, acercándose
mucho a mí para que nadie pueda escucharnos—. Dice que quiere que sea capaz de
defenderme.
Parpadeo muy rápido para alejar las lágrimas traicioneras que provocan su
confesión. Una vez más, miro al hombre que va a ser mi esposo y todas las dudas
desaparecen, siento que mi amor crece cada vez que descubro más cosas sobre él.
—Me parece muy bien —asiento, imitando su tono de voz—. Pero es mejor que
sigas manteniendo el secreto, no creo que a tu madre o hermanos mayores les guste la
idea.
Después de eso, tanto Megan como yo participamos en los preparativos y por fin
puedo disfrutarlo. Parece mentira que haya sido justamente Megan, la más joven de la
familia, quien consiguiera hacer desaparecer mis dudas y los temores.
Hoy es el principio de una nueva vida, dejando atrás la anterior…

Página 119
Capítulo XXI

Alec MacLeod

No tenía duda alguna sobre si mi familia aceptaría a Moira con los brazos
abiertos. Han sido sus fieles defensores, y desde el momento en que llegó, pasó a
formar parte del clan, sin que ni ella misma se diera cuenta.
Aunque me encuentro hablando con mis hermanos, no puedo evitar que mi
mirada la busque más veces de las que me gustaría reconocer. Me ha parecido verla
tan asustada, tan fuera de lugar, que por un momento he llegado a creer que iba a
echarse atrás. No sé qué le ha dicho mi Pequeña Mariposa, pero, sea lo que sea, ha
conseguido que en sus ojos brille una nueva determinación, y soy capaz de respirar de
nuevo con tranquilidad.
—Deja de observarla —bufa mi hermano Cameron—. No va a desaparecer ante
tus ojos, relájate.
—Como si tú no lo hicieras —espeto; no me gusta que me hagan ver que Moira
es mi única debilidad—. ¿Sabéis algo de MacKinnion? Espero que haya solucionado
el problema de su gente.
—Eres único cambiando el tema de conversación —bromea Evan—. Lo último
que supimos es que está buscándolos. Es un grupo reducido, todos los demás le han
jurado lealtad.
—¿Cuándo quieres casarte? —interfiere Cameron—. Entiendo que lo antes
posible, por cómo la observas, estás a punto de perder el control.
Lo miro dejándole claro que no me gusta su comentario, pero asiento dándole la
razón. Sin embargo, no solo quiero casarme con ella por motivos lujuriosos, hay
mucho más. Deseo que sea mi esposa cuanto antes para que entienda hasta qué punto
la amo, para que no le queden dudas ni miedo, para abrazarla por las noches cuando
las pesadillas vengan a buscarla.
—Mis motivos no te incumben —respondo hosco—. Pero sí, quiero casarme lo
más pronto posible.

Página 120
—Habla con madre, ella sabrá cuánto tiempo van a necesitar para planear la boda
—responde sin inmutarse por mi contestación—. No prives a Moira de tener todo lo
que una mujer sueña para ese día solo por tu maldita impaciencia.
No le digo lo que puede hacer con sus consejos que nadie ha pedido, ya que no
tengo ninguna intención de estropear el día más importante de mi vida. Quiero que
Moira tenga todo lo que desee, porque se lo merece y ansío darle todo lo que esté a
mi alcance para hacerla feliz.
Me levanto y dejo a mis hermanos hablando mientras me acerco donde están las
mujeres, que guardan silencio cuando llego. Me contengo para no poner los ojos en
blanco y sonrió a mi futura esposa, que se sonroja como es su costumbre.
—¿Qué ocurre, hijo? —pregunta mi madre—. Tiene que ser muy importante para
que nos interrumpas.
—Solo me preguntaba en qué estabais todas tan entretenidas —respondo mientras
me acerco a Moira y poso mi mano en su hombro—. Me encanta verte tan feliz —
susurro en su oído.
Me complace comprobar cómo se estremece, pero mi madre rompe el encanto del
momento.
—Planeando tu boda, hijo mío —dice como si nada—. ¿No me digas que te
interesan tales temas? ¿No deberías estar con tus hermanos hablando de asuntos más
importantes?
—¿Qué hay más importante que mi boda, madre? —rebato de vuelta.
—¿Quién lo hubiera dicho…? —exclama mi cuñada Rosslyn—. Nunca pensé que
llegaría el día de ver que aceptabas lo que Moira te hacía sentir.
—Pues ya ves… —digo mientras me encojo de hombros—. Todo puede suceder.
¿Ahora podría llevarme a mi futura esposa? —pregunto, cruzando los dedos para que
ninguna se oponga.
Moira me mira algo asustada, pero cuando escuchamos cómo todas las mujeres
suspiran, sé que he ganado la batalla. La ayudo a levantarse y cojo su mano entre las
mías para comenzar a andar hacia la salida, necesito volver a estar a solas con ella,
lejos de las miradas y los cuchicheos de mi familia.
—¿Adónde me llevas? —pregunta algo nerviosa.
—Ojalá pudiera trasladarte lejos de aquí, donde solo estuviéramos tú y yo —
respondo con sinceridad; no quiero confesar que siento celos de cualquiera que la
aparte de mí más de unos pocos minutos—. ¿Por qué antes parecías muerta de
miedo?
Tarda tanto en contestar que estoy convencido de que no voy a recibir respuesta
por su parte, sin embargo, cuando al fin habla, sus palabras me dejan con la boca
abierta.
—Todo está ocurriendo demasiado deprisa, Alec —explica mientras se detiene y
queda frente a mí—. Hasta hace unos días, estaba segura de que me odiabas, y hoy
estamos preparando nuestra boda.

Página 121
—Nunca te he odiado —rebato frustrado—. Puede que al principio hasta yo
mismo creyera esa tontería, era mejor eso que buscar la verdadera explicación de por
qué no podía sacarte de mi cabeza.
—Si ahora mismo pudieras poseerme, ¿sentirías la misma necesidad de casarte
conmigo? —pregunta, retorciéndose las manos.
Cierro los ojos para responder con tranquilidad, necesito encontrar las palabras
exactas que le hagan comprender de una vez por todas que no me caso con ella solo
para disfrutar en el lecho. ¿Tan mal lo he hecho todo?
—Si no pudiera poseerte, me casaría contigo mañana mismo, Moira —le digo con
total sinceridad. Observo como abre mucho los ojos y comienza a sonreír con
lentitud, haciendo que su mirada cobre un brillo que la hace aún más hermosa.
—Intentaré ser la mejor esposa, Alec —me dice mientras se acerca a mí sin dudar
y me abraza apoyando su rostro en mi pecho. Es tan pequeña que su cabello apenas
me llega a la barbilla.
—Sé que lo serás porque eres la mujer que mi corazón ha escogido —respondo
mientras la abrazo—. No puedo asegurarte lo mismo, pequeña. Sabes que tengo un
genio de mil demonios, pero te prometo que nunca te pondré la mano encima, y
espero que luches contra mí y que jamás te dejes amedrentar.
—Lo intentaré —replica, riendo con suavidad, oculta aún en mi pecho—. Podré
superarlo, ¿verdad? —pregunta asustada. Sé a qué se refiere y me hierve la sangre;
me obligo a permanecer tranquilo.
—Lo harás —afirmo con convicción—. Yo te ayudaré. Nunca más estarás sola,
Moira. No solo me tienes a mí y lo sabes; Rosslyn, Glenda, Megan y mi madre te
adoran, incluso a mis hermanos les caes mejor tú que yo —intento bromear.
—Tienes que prometerme que, si yo hago el esfuerzo de superar lo que me
hicieron, tú vas a intentar tener un acercamiento con tus hermanos. Estoy segura de
que te echan de menos. ¿Por qué no puedes dar tu brazo a torcer por una vez?
Sé que tiene razón, por supuesto que los echo de menos. Muchas veces he
necesitado consejo y, al no tener ya a mi padre a mi lado, me he sentido más perdido
que nunca. Pero ¿cómo voy a salvar el abismo que nos separa? Ha pasado más de un
año desde la muerte de nuestro progenitor y estamos más lejos que nunca. Cameron
pensó que a mi regreso podríamos retomar nuestra antigua relación, mas no consigo
hacerlo a pesar de que ya no le guardo ningún rencor ni resentimiento por lo que
ocurrió la noche del ataque, soy muy consciente de que el resultado hubiera sido el
mismo, y el odio ya no me domina.
—Lo intentaré —respondo sin poder dar mi palabra al respecto. No me gusta
mentir, y mucho menos a mi futura esposa—. Lo haré por ti.
—Eres demasiado orgulloso —reprende con una sonrisa—. Pero, por el
momento, me consuela saber que vas a poner de tu parte.
—¿Puedo besarte? —Ya se ha convertido en una costumbre pedirle permiso para
hacerlo—. No te he traído aquí para hablar de mis hermanos, solo quería saber qué te

Página 122
ocurría y conseguir tranquilizarte.
—¿Y crees qué besándome lo harás? —pregunta bromista, y me encanta verla así,
porque hasta ahora nunca había tenido muchos momentos para sonreír, y me
enorgullece ser yo el causante de ello.
—Seguramente, no —concedo risueño—. Pero haré que olvides todo lo demás.
Solo existiremos tú y yo.
Cuando cierra los ojos y se deja caer confiada contra mí, sé que es su respuesta a
mi petición y no espero más. Me adueño de sus labios primero con calma, saboreando
el momento, Moira responde sin reservas y muy pronto el beso se torna más
apasionado, tanto que la alzo contra mi cuerpo porque no tengo suficiente de ella,
quisiera poder fundirme con su piel, ser uno solo.
Mi intención era que Moira se olvidara de cualquier preocupación, pero ahora el
problema lo tengo yo, y uno bastante grande. ¿Por qué demonios no he pensado en
las consecuencias de mis actos? Ahora un dolor sordo en mi entrepierna me deja
saber que no está nada contenta por no poder encontrar de nuevo el alivio tan
deseado.
Debería parar, pero ya lo he hecho en demasiadas ocasiones y, a pesar de mis
buenas intenciones, no estoy seguro de ser capaz de volver a detenerme. No me
importaría tumbarla sobre la hierba húmeda y enseñarle lo hermoso que puede ser.
—¿No deberíamos parar? —pregunta entre jadeos cuando estoy dejando besos en
su cuello—. Alec…
Solo su gemido lastimero hace que recobre un poco la compostura y me aleje de
ella con demasiada brusquedad, respiro hondo varias veces para intentar serenarme.
—Lo siento —espeto pasando mis manos por mi pelo intentando mantener las
manos alejadas de Moira—. Siento si te has visto obligada a…
—No me he sentido obligada a nada, Alec —interrumpe acercándose a mí—. No
volvamos siempre a lo mismo, por favor. Deja de tratarme con tanto cuidado.
—Te respeto por encima de todo, Moira —le digo con los nervios a punto de
estallar—. Será mejor que volvamos. Nos casaremos dentro de cuatro semanas y al
demonio lo que diga mi madre.
Si mi futura esposa se escandaliza por mis palabras, no lo demuestra. Regresamos
en silencio al castillo y, como suponía, Moira es separada de mí en cuanto cruzamos
la puerta. Suspiro y miro a mi alrededor sin saber qué hacer, me doy cuenta de que
mis hermanos me observan, recuerdo la promesa que he hecho hace un rato y decido
que hoy es un buen día para comenzar.
—Madre ya estaba dispuesta para salir a buscaros —bromea Evan cuando estoy
lo suficiente cerca como para escucharlo—. No es muy buena idea desafiarla,
hermano.
—Déjalo en paz, Evan —interviene Cam, que me ofrece un vaso de whisky que
acepto encantado—. ¿Acaso tú no aprovechabas cualquier momento en el que
encontrabas a solas a Glenda? —pregunta con sorna.

Página 123
—Solo quería hablar con ella porque me había dado cuenta de que algo iba mal
—confieso ganándome la mirada sorprendida de ambos hombres, porque no soy dado
a contarles mis asuntos—. No me miréis así —gruño—. Le he prometido a Moira que
intentaría recuperar nuestra antigua relación de hermanos.
Se miran entre los dos y comienzo a ponerme nervioso y a maldecir por ser tan
estúpido, esta es una de las muchas razones por las que no intentaba arreglar nada
entre nosotros, ellos siempre consiguen comunicarse con una simple mirada,
dejándome excluido de todo como ya es costumbre. Cuando estoy a punto de
mandarlos al infierno y levantarme para marcharme, las palabras de Cameron me
detienen.
—Otra cosa que debemos agradecerle a Moira —dice con un brillo extraño en sus
ojos tan parecidos a los de nuestro progenitor—. Durante más de un año, he sentido
que no solo perdí a padre, sino también a mi hermano pequeño.
—Sabes que siempre hemos estado para ti, Alec —interviene Evan con seriedad
—. Pero sabemos cómo eres, no queríamos atosigarte porque eso solo conseguiría
que te encerraras más en ti mismo.
—Créeme, no ha sido fácil —espeta Cam de nuevo—. Ver cómo cometías error
tras error y no poder decirte nada me ha sacado canas blancas.
—Eres el más cabezota y orgulloso de los tres —se ríen—. Eso si no contamos a
nuestra hermanita, que ya promete ser un dolor de cabeza.
—Todavía queda mucho para eso —rebato sin querer pensar en que mi hermana
el día de mañana se convertirá en una hermosa mujer.
—No tanto —dice Evan encogiéndose de hombros—. Apenas es cinco años
menor que Moira, dentro de poco comenzaran a llegar los pretendientes y tendremos
que ir espada en mano todo el día.
Miro a lo lejos y veo a Megan hablando con Moira y no puedo creer en las
palabras de mis hermanos, para mí siempre será mi Pequeña Mariposa y no creo estar
jamás preparado para que un patán le ponga las manos encima.
Moira siente mi mirada y al ver que estoy junto a mis hermanos me sonríe con
tanto orgullo y amor en sus ojos que me remuevo inquieto en mi asiento. Es increíble
el poder que tiene esa pequeña mujer sobre mí, solo espero que no sea consciente de
ello o me tendrá en sus manos por completo.
—¿Habéis hablado de la boda? —pregunta Cameron con interés—. Las mujeres
no han hecho otra cosa que hablar sobre los preparativos y ya me duele la cabeza.
—Si no las escuchas —se burla Evan—. Déjalas que disfruten.
—Le he dejado claro a Moira que vamos a casarnos dentro de cuatro semanas —
digo mientras me cruzo de brazos—. No me importa lo que diga madre.
—Suerte con eso —me guiña un ojo mi hermano mayor—. ¿Has pensado como
vas a ayudar a Moira una vez estéis casados? —pregunta preocupado.
—¿A qué te refieres? —me cuesta estar aquí hablando de asuntos privados pero
se lo he prometido a la mujer más importante para mí.

Página 124
—¿Eres consciente de que ha sufrido el peor de los tormentos para una mujer? —
inquiere como si fuera estúpido—. Aunque sospecho que ya has hecho avances, ¿o
me equivoco?
—Eso a ti no te importa —le espeto—. ¿Te pregunto yo por lo que haces con
Rosslyn? —Alza las manos en son de paz, pero sé que me lo ha preguntado sin mala
intención y, tal vez, si hablo con ellos de mi mayor miedo, puedan ayudarme. ¿Qué
mejor momento qué este?—. Sé que Moira va a necesitar tiempo, ternura y
comprensión —comienzo a decir—. Eso no me asusta. Lo que me preocupa es no ser
capaz de conseguir que pueda disfrutar del lecho.
—¿Os habéis besado? ¿La has tocado? —pregunta Evan como si fuera lo más
natural del mundo estar hablando de estos temas a ciertos pasos de las mujeres, las
cuales observo para comprobar que no estén escuchando.
—Sí —asiento complacido al recordar la respuesta tan apasionada de Moira—.
Pero no pienso llegar más allá hasta la noche de bodas.
—Entonces lo logarás —asienten—. Recuerda controlar tu maldito carácter.
Continuamos bebiendo y hablando sobre varios temas durante horas. Poco a poco
me voy relajando y ya no siento que debo huir de mis hermanos. ¿Por qué no hice
esto mucho antes? Espero que Moira se sienta orgullosa de mí, no ha sido fácil y aún
queda mucho camino por recorrer, pero siento que ha sido el primer paso para
conseguir recuperar lo que mis hermanos y yo teníamos antes del ataque de los
MacKinnion.
Estoy seguro de que mi padre estaría muy orgulloso de lo que hemos conseguido.
Y siento una profunda tristeza al pensar que no ha vivido los suficiente para ver a sus
hijos casados y conocer a sus nietos. Hubiera sido un abuelo fabuloso, sé que mi
hermano Cam le habla a Owen de él, y yo pienso hacer lo mismo con mis hijos para
que sepan quién fue su abuelo y sientan el mismo orgullo que nosotros por ser
MacLeod.

Página 125
Capítulo XXII

Moira

Cuatro semanas después…


Los nervios me hacen temblar mientras Rosslyn, Glenda y mi suegra me visten.
El tiempo ha trascurrido demasiado deprisa y estoy a punto de casarme con Alec
MacLeod, no dudo del amor que nos une, sino de lo que pueda separarnos. Procuro
que mis inseguridades no me arruinen el día más feliz de mi vida. Voy a casarme con
el hombre que amo cuando durante meses pensé que acabaría mi vida en completa
soledad. Y he conseguido una gran familia que me ha demostrado su amor y
comprensión, he encontrado la pasión que creí que jamás volvería a sentir y, poco a
poco, el terror que me inundaba va desapareciendo, haciendo que mi día a día sea lo
más normal posible.
—¡Tenemos que darnos prisa! —apremia la madre de mi prometido—. Todo el
mundo ha llegado y Alec tiene que estar tirándose de los pelos —bromea, haciendo
que todas rían.
—Mi hermano y mi madre ya han llegado —dice Rosslyn entusiasmada—.
Tienen muchas ganas de verte, Moira. No dejes que Ian enturbie tu día.
—¿Por qué debería? —pregunto en un susurro—. Sé que él solo quiere lo mejor
para mí. Es un buen hombre, Rosslyn.
—Un hombre que te ama, muchacha —interrumpe mi suegra—. Debemos ser
sinceras.
—Ian sabe que amo a Alec con todo mi corazón, y no va a hacer nada para crear
problemas —digo con firmeza, muy segura de lo que hablo—. Llegará el día en el
que él también encuentre a una buena mujer que lo quiera como yo no he sido capaz.
—Seguro que sí —asiente su hermana. Aunque puedo ver una sombra de dolor en
sus ojos por su hermano, me complace que hayan sido capaces de olvidar todos los
años de separación y odio infundado para crear una estrecha relación.
—Estás muy hermosa —habla por primera vez Glenda, que se limpia las
lágrimas; últimamente, llora por todo y tiene a Evan muy preocupado por ello—.

Página 126
Disfruta porque este día no puede repetirse.
—Muchas gracias —les digo, observando a todas—. No lo hubiera conseguido
sin vuestra ayuda.
—La familia está para ayudarse, niña —afirma mi suegra mientras me abraza—.
Eres una hija más para mí, no lo olvides. Si Alec no se comporta, dímelo y no dudaré
en zurrarle como si fuera un niño pequeño.
La puerta es golpeada y entra Megan igual que un torbellino, como es su
costumbre, y se queda boquiabierta al verme, pero se recupera con rapidez para decir
con seriedad…
—Alec está a punto de venir a buscarte —exclama—. No creo que Cam y Evan
puedan contenerlo mucho más. Ian amenaza con golpearlo si no se tranquiliza.
—Ese muchacho… —Su madre rueda los ojos y sale de la habitación con
premura.
—¿Preparada? —pregunta Rosslyn con los ojos brillando por las lágrimas de
emoción contenidas.
Asiento y ellas son las primeras en marcharse dejándome durante unos minutos a
solas, en los cuales respiro hondo, doy gracias a Dios por todo lo que me ha
concedido y salgo de mi alcoba sabiendo que esta es la última vez que la ocupo. A
partir de esta noche, compartiré todo con Alec, y el corazón me da un vuelco, así que
intento alejar esos pensamientos, al menos, hasta después de la celebración, pues no
quiero que los temores ensombrezcan mi boda.
Cuando consigo avanzar, hago un esfuerzo para no detenerme hasta llegar a mi
destino.
Alec está más apuesto que de costumbre y deja de fruncir el ceño y pasearse
arriba y abajo como un animal enjaulado en cuanto me ve. Casi puedo jurar que sus
ojos tienen un brillo muy sospechoso, pero parpadea con precipitación y todo rastro
de emoción desaparece. Evito resoplar porque es el día de mi boda y no quiero
comenzar con mal pie.
La ceremonia es perfecta. Tal y como siempre la había imaginado. Me encuentro
rodeada de amigos y familiares. Además, acabo de casarme con el hombre al que
amo y el cual jamás pensé que llegaría a tener. El destino es caprichoso, puede
arrebatártelo todo o, por el contrario, dártelo. En una ocasión, ya me lanzó al abismo
de la desesperación, me costó mucho salir de allí, sin embargo, la persona que se
encuentra a mi lado escuchando con atención al sacerdote que está uniéndonos en
sagrado matrimonio ha sido el que me ha sacado de allí.
Ambos nos observamos y pronunciamos nuestros votos; acto seguido, Alec me
besa sellando así nuestro amor ante la vista de todos, que estallan en vítores y gritos
de alegría por nosotros.
Nunca he sido otra cosa que Moira…
Ahora soy Moira MacLeod y me siento tremendamente orgullosa de ello. Pienso
honrar el apellido como si la mismísima sangre de Eianraig e Iona corriera por mis

Página 127
venas.
Después de la ceremonia, comienza el festejo. Todos bailan al compás de la
música, beben whisky y comen la mejor carne asada. Sé que Rosslyn, Glenda e Iona
no han dejado nada al azar y, a pesar de las quejas de esta última, todo ha podido
hacerse en menos de cuatro semanas, ya que fue imposible convencer a Alec de
atrasar la boda, y si debo ser completamente sincera, yo tampoco deseaba hacerlo, no
necesitaba tanto. Me hubiera conformado con tener un sacerdote que nos casara y
nada más.
—Pareces un ángel —susurra mi ya esposo mientras bailamos—. Al fin eres mi
esposa.
Asiento feliz, y puedo notar cómo voy sonrojándome por la mirada tan intensa de
Alec, contiene tanto sentimiento, tantas promesas, que no puedo evitarlo. Me gustaría
decirle que deje de observarme así porque me incomoda, aunque al mismo tiempo me
siento hermosa, deseada; me siento mujer.
—Tú también estás muy apuesto —le digo, sonriendo al ver cómo frunce el ceño
—. Es el día de nuestra boda, compórtate —le ordeno sin mucha firmeza.
—Créeme, esposa, me estoy comportando —sisea entre dientes—. Si por mí
fuera, te cogería en brazos y te llevaría hasta nuestra alcoba para no salir en varios
días, solos tú y yo.
A pesar de la vergüenza que me producen sus palabras, pues sé lo que significan,
no puedo evitar percibir un fuego en mi interior y cómo mi cuerpo responde al suyo.
—Si lo hicieras, tu madre te mataría —me burlo, intentando obviar lo que sus
palabras me han hecho sentir—. Solo quedan unas horas, tenemos toda una vida
juntos por delante.
—Toda una vida —susurra mientras acerca su rostro al mío para besarme—. No
lo olvides, esposa.
Me besa y, como siempre ocurre, el mundo a nuestro alrededor desaparece y no
somos conscientes hasta que la voz de Ian nos interrumpe. Mi esposo no reacciona
muy bien cuando se separa a regañadientes de mis labios, le gruñe como un perro
rabioso, y no puedo evitar sonreír al ver que Ian se burla de Alec.
—Deberías alégrarte de que sea yo quien os molesta y no tu madre o la mía —
espeta—. Están bastante escandalizadas.
No puedo evitar mirar hacia donde ambas mujeres están cuchicheando y mirando
con desaprobación.
—Parecen dos malditas inglesas —se queja Alec—. ¿Alguna cosa más que
quieras decirnos, Ian?
—Me gustaría bailar con la novia —dice sin perder la sonrisa burlona que tanto
exaspera a mi esposo. Noto como se tensa entre mis brazos, y ahora es mi turno de
poner los ojos en blanco y separarme de él, puede que sea mi marido, mas no voy a
permitirle que crea que puede ordenarme cosas sin sentido solo por celos infundados.

Página 128
—Por supuesto que sí —concedo—. Mientras tanto, esposo, podrías ir a hablar
con tu madre y Lorna y explicarles tu comportamiento.
Alec me mira incrédulo y, a pesar de no estar satisfecho por mi comportamiento,
se marcha ofuscado hacia las mujeres más mayores, no puedo evitar sonreír
victoriosa, tal vez Iona tenga razón y tengo más poder sobre él del que yo pensaba.
—Estás preciosa, pequeña Moira —me dice una vez estamos solos—. Necesitaba
hablar contigo a solas, porque te conozco y, a pesar de que hoy es un día feliz para ti,
el que yo esté aquí ensombrece tu dicha. Tienes un corazón demasiado generoso y no
eres capaz de pensar solamente en ti.
—¿Cómo voy a hacerlo? —pregunto exasperada—. Me salvaste la vida en dos
ocasiones, te debo mucho, Ian MacKinnion.
—La deuda está saldada, Moira MacLeod —me dice emocionado—. Te dije que
lo único que tenías que hacer para hacerme feliz era encontrar tu propia paz y
felicidad. Lo has hecho y no puedo estar más contento por ello. Fue mi amor por ti lo
que te condenó a sufrir de la peor de las maneras, y doy gracias a Dios por haber
puesto a Alec en tu camino.
—Algún día encontrarás a una mujer que te ame con todo su corazón, porque te
lo mereces —le digo, intentando contener el llanto—. Entonces, podré ser feliz por
completo.
No volvemos a hablar y bailamos durante un buen rato, hasta que Cameron me
reclama y no puedo negarme a bailar con el laird del clan, por muy incómoda que me
sienta en su presencia.
—Deja de estar tan tensa, Moira —me dice con preocupación—. No voy a
hacerte daño, ya eres una hermana para mí.
—No puedo evitarlo, mi señor —replico avergonzada.
—Nada de señor, Moira —reprende—. Soy tu cuñado, tu hermano mayor, me
gustaría que me consideraras parte de tu familia.
—Nunca he tenido una… —confieso, intentando que la tristeza no se apodere de
mí.
—Ahora la tienes —afirma con orgullo—. Bienvenida, Moira MacLeod, te deseo
toda la felicidad del mundo.
—No sé qué demonios estás diciéndole a mi esposa, pero no me gusta verla así —
la voz de Alec me sobresalta, no lo había escuchado llegar—. Apártate, hermano.
—Demonios, no le he hecho nada —dice, obedeciendo la orden—. Me marcho
junto a mi esposa.
Le vemos partir y cuando está lo suficientemente lejos como para no escucharnos,
me giro hacia mi esposo para dejarle claro mi descontento.
—Tu hermano no estaba haciendo nada malo, Alec —espeto—. No puedes
apartarme de la gente. Necesito volver a confiar para ser capaz de estar rodeada de
los demás sin temblar.
—Pero he visto cómo se ensombrecía tu semblante —rebate con cabezonería.

Página 129
Estoy a punto de responder cuando veo aparecer a Lorna e Iona, y sé que ha
llegado el momento más temido para mí.
—Espero, hijo mío, que no estéis discutiendo el mismo día de vuestra boda —
dice tras él, quien se gira sonriente ocultando sus pensamientos.
—Por supuesto que no, madre —alega mientras me abraza y me besa en la frente.
—Venimos a por Moira —dice Lorna, mirándome con cariño—. Ven con
nosotras, muchacha.
Asiento, a pesar de que me cuesta abandonar la sensación de protección que me
ofrece mi esposo. Antes de alejarme mucho de él, me detiene y me susurra en el oído
unas palabras que consiguen disipar todos mis temores.
—Recuerda que quien va a estar junto a ti soy yo. —Me besa una vez más en la
sien—. Te amo.
—Te amo —murmullo como despedida, y dejo que las mujeres me guían lejos de
Alec.

Página 130
Capítulo XXIII

Alec MacLeod

Veo que la alejan de mí para prepararla para esta noche, y no puedo evitar sentirme
nervioso como si fuera un jovencito inexperto, durante todo el día solo podía pensar
en el hecho de que al fin era mi esposa, que esta noche y todas las demás dormirá a
mi lado, pero, al mismo tiempo, preocupado por ella, por si sus temores eran más
grandes que su amor y por si su deseo por mí y le fallaba.
—Parece que estás aterrado —la voz burlona de Evan me exaspera—. ¿Estás
nervioso?
—Lo estoy por ella —confieso—. ¿Y si no soy capaz de ayudarla?
—Entonces, la abrazas y esperas al próximo día —responde como si fuera lo más
normal del mundo—. Recuerda que debes tener paciencia, y esa no es precisamente
una de tus virtudes.
—¿Crees que no seré capaz de ser paciente por ella? —pregunto ofendido.
—Estoy convencido —asiente con tranquilidad—. El que tiene que convencerse
eres tú. Sé que serías capaz de bajar al mismo infierno por ella.
—Nunca pensé amar a alguien con tanta intensidad —reconozco con asombro—.
¿Tú supiste que era Glenda la elegida?
—Desde luego —ríe al recordarlo—. Aunque me comporté como un patán.
Ninguno de los tres se ha rendido ante nuestras mujeres sin luchar primero con uñas y
dientes. —Se hace un silencio y estoy seguro de que lo que va a decir no me gustará
—. He visto a Gladys en varias ocasiones y no parece muy contenta de que la hayas
abandonado —dice escrutándome con intensidad—. Porque lo has hecho, ¿verdad?
—¿Por quién me tomas? —gruño furioso—. Por supuesto, entre esa mujer y yo
ya no había nada, incluso mucho antes de que Moira y yo decidiéramos sincerarnos
de una vez por todas. No me importa si está contenta o no, mientras se mantenga
alejada de nuestro camino, todo irá bien.

Página 131
—Lo dudo —rebate Cam que parece que ha escuchado cierta parte de la
conversación—. Pero espero que, llegado el momento, no le des más oportunidades
para que sabotee tu relación con Moira, no olvides que ahora estáis casados. Estaré
encantado de enviar a esa maldita ramera al infierno.
Callamos al ver que Rosslyn se acerca y sonríe al ver a su esposo, se saludan con
un beso que no tiene nada de tierno, es pasión, y no puedo evitar reírme al recordar el
sermón que he tenido que soportar por parte de mi madre y de Lorna MacKinnion.
—Alec, vengo a decirte que Moira está esperándote —dice cuando al fin es capaz
de separarse de mi hermano—. Te ruego seas cuidadoso.
—No pienso hacerle ningún daño —exclamo algo hosco, cansado de que tengan
tan poca fe en mí y en mis sentimientos por mi esposa—. No soy ningún animal
incapaz de controlarse.
Me marcho sin esperar a que ninguno de ellos diga nada. Antes de adentrarme en
el interior del castillo, veo a Ian, quien me observa con una mezcla de dolor y
advertencia en su mirada, juro que he intentado odiarlo con todas mis fuerzas, pero
este hombre se merece todo mi respeto.
Asiento para hacerle entender que no pienso causarle ningún mal a la mujer de la
cual ambos estamos enamorados y sigo mi camino sin esperar respuesta alguna por su
parte. Subo las escaleras a paso lento, intentando tranquilizarme y conseguir el valor
necesario para sacar fuerzas de flaqueza cuando sean necesarias. Si mi esposa solo
necesita que la abrace, así lo hare, pero me sentiría el hombre más feliz del mundo si
esta noche fuera la primera de muchas en las cuales pudiéramos gozar de la pasión
que sentimos el uno por el otro.
Llamo con firmeza a la puerta y es mi madre quien me abre; con una simple
mirada, sé lo que está diciéndome, y como todos los demás antes que ella, me
advierte que tenga paciencia, que sea tierno con Moira. Cuando las mujeres salen,
dirijo mi mirada por primera vez hacia el lecho, donde mi esposa me espera solo
cubierta con una sábana blanca que sujeta con pudor para cubrirse.
No me gusta verla tan nerviosa, las veces que he podido conseguir de ella una
respuesta apasionada han sido improvisadas, nada como esto. Es como si estuviera
esperando a ser ofrecida en sacrificio, y odio ese sentimiento. Pero ¿qué puedo hacer
para hacerle olvidar lo que está a punto de ocurrir entre nosotros?
—¿Sucede algo? —pregunta temerosa—. Alec, ¿por qué me miras así?
—No soporto que estés tan alterada, Moira —confieso mientras me acerco al
lecho sin la intención siquiera de desnudarme—. No tiene por qué pasar nada. Puedes
vestirte y solamente dormiremos como hemos hecho otras noches, ¿qué te parece?
—¿Ya no me deseas? —pregunta apesadumbrada—. Alec, yo…
—Basta —interrumpo porque sé lo que va a decirme—. No quiero que te sientas
obligada a nada. No deseo poseerte porque eso es lo que se espera de nosotros esta
noche, quiero hacerlo si los dos lo deseamos.

Página 132
Tras un corto silencio en el que solo el crepitar del fuego se escucha en la
habitación, siento cómo Moira se mueve en el lecho hasta acercarse a mí. No alzo la
vista por temor a encontrarla desnuda, pero cuando posa una de sus pequeñas manos
sobre mi hombro, no puedo evitar mirarla y suspiro aliviado al comprobar que su
pudor no le ha permitido soltar la poca protección que le ofrece la sábana.
—¿Por qué no te desnudas y te tumbas a mi lado? —pregunta sonrojada, pero con
valentía—. Lo demás ya vendrá…
La miro para intentar descifrar si eso es lo que quiere en realidad, y cuando me
observa esperanzada, decido hacerle caso. Cuando me levanto para comenzar a
desnudarme, ella vuelve a su sitio y baja la mirada, me desvisto con rapidez y
observo ceñudo a cierta parte de mi cuerpo que no está comportándose como es
debido. Apago las velas y solo el resplandor del fuego ilumina la estancia, me meto
en la cama y cruzo mis brazos bajo mi nuca suspirando para intentar serenarme.
No es fácil saber que la mujer que amas, a la que deseas con locura, está desnuda
a tu lado y no puedes tocarla. Intento pensar en cualquier cosa para que mi excitación
desaparezca, pero mi esposa me lo complica aún más cuando la siento moverse hasta
acercarse a mí, tanto que puedo percibir el calor que desprende su cuerpo y el olor a
rosas que emana de su cabello.
—Estás más tenso que yo —bromea, y eso hace que la mire, para comprobar que
ahora parece menos asustada que a mi llegada—. ¿Por qué no me besas, esposo?
Hazme olvidar como solo tú sabes hacerlo.
Sus palabras son mi perdición, no soy un santo, nunca lo he sido. Al infierno las
buenas intenciones. La beso con desesperación, tanto que gime ante la sorpresa;
normalmente, intento ir con cuidado, pero esta noche no sé si voy a ser capaz de
controlar mi naturaleza apasionada.
La tumbo despacio y me cuido mucho de no aplastarla con mi cuerpo o de dejarle
sentir mi deseo, debo recordarme ir despacio. Me complace comprobar que ahora
mismo lo que menos siente mi esposa es miedo, sus uñas arañan mis hombros a
medida que voy acariciando su cuerpo con lentitud. Sus senos del tamaño perfecto
me invitan a devorarlos con ansia provocando sus gemidos, poco a poco desciendo
por su vientre plano, beso los huesos de sus caderas y puedo sentirla estremecerse
cuando mi aliento llega hasta su centro.
Nunca he hecho esto con una mujer, pero deseo darle el máximo placer a Moira
para que cuando llegue el momento de poseerla esté tan ansiosa que no pueda
recordar siquiera su nombre, solo el mío.
—Alec…, ¿qué…? —jadea, intentando escapar de mi agarre—. No creo que esto
sea apropiado.
—Todo lo que ocurra entre nosotros es apropiado —digo con mi voz ronca por el
deseo, besando sus tersos muslos—. Permíteme darte placer —casi es una súplica, y
cuando deja de forcejear, sé que he ganado.

Página 133
Su sabor es como el más dulce de los néctares y no puedo evitar gemir incluso
más alto que ella. Mi lengua acaricia una y otra vez la zona más sensible de su cuerpo
hasta que siento cómo estalla en mi boca gritando mi nombre. Por mi parte, no puedo
soportarlo más, cubro mi cuerpo sudoroso con el suyo, que continúa temblando tras el
éxtasis, y cuando mi miembro encuentra la entrada al lugar que más ansía, me quedo
inmóvil, dudando en si darle tiempo para que se recupere o hacerlo de una vez, no
quiero que se sienta forzada a nada. Ese es mi peor miedo, que después de compartir
la pasión más sublime, Moira sienta que ha sido ultrajada de nuevo.
—No te detengas —suplica con los ojos entreabiertos, la cara sonrojada y
sudorosa y los labios rojos por haberse mordido con fuerza intentando acallar los
gritos—. Sé que eres tú, el hombre que amo.
Comienzo a poseerla muy despacio, cierro los ojos y aprieto los dientes para
contenerme y no penetrarla con fuerza hasta el fondo, la siento tan estrecha que es
casi doloroso. Ella se aferra a mí mientras besa mi cuello, una vez que estamos
unidos por completo ambos suspiramos, abrimos los ojos y lo que veo en ellos me
deja sin aliento.
Deseo, amor, gratitud y libertad.
Me besa y comienzo a mecerme contra ella, gimiendo en sus labios por el placer
tan intenso que estoy sintiendo, sé que no voy a poder aguantar mucho y quiero que
alcancemos de nuevo el éxtasis juntos.
Moira comienza a salir al encuentro de mis embestidas y profiero su nombre una
y otra vez mientras aumento el ritmo de mis acometidas, ya sin el temor de hacerle
daño, pues los arañazos que estoy recibiendo en la espalda y sus sonidos de placer me
dejan saber que está disfrutando de este momento.
—¡Alec! —grita mientras siento cómo llega a la cima del placer; varias estocadas
después es mi turno de gritar.
—¡Moira! —más que un grito es un gruñido, no puedo dejar de moverme hasta
vaciarme por completo en su interior. Cuando todo termina, me dejo caer sobre ella
intentando no aplastarla con mi peso, procedo a apartarme, a pesar de que es lo que
menos deseo, pero se aferra a mí deteniéndome.
—No te apartes —susurra con la voz enronquecida por los gritos—. Te amo.
Gracias por liberarme, por mostrarme lo hermoso que puede llegar a ser.
—Te amo —respondo, besando su cuello—. Gracias por permitirme compartir
este momento. Me siento honrado de haber sido el primero.
Noto cómo se tensa y sé el porqué, lo que va a decir a continuación…
—Alec, sabes que no… —comienza a balbucear, pero la interrumpo mientras
alzo la mirada hacia ella.
—Por lo que a mí respecta, he sido el primero, pues te has entregado a mí por
propia voluntad —rebato, besándola una vez más y saliendo de su cuerpo porque sé
que, aunque no es virgen, debe estar adolorida y quiero aliviarla.

Página 134
Me tumbo a su lado y la atraigo a mis brazos, ella se acomoda sin que parezca
importarle estar desnuda, con seguridad, está demasiado cansada como para pensar en
ello, y no es que a mí me importe.
El silencio que ahora reina en la alcoba no me incomoda, es más, podría
dormirme en este instante. Cierro los ojos cuando compruebo que mi esposa ya está
dormida con una sonrisa en los labios hinchados tras nuestra primera vez juntos, y
decido imitarla sintiéndome el hombre más feliz de toda Escocia.

Página 135
Capítulo XXIV

Moira MacLeod

Cuando despierto, lo hago por las caricias que mi esposo está prodigándome,
haciendo que me estremezca de placer. No puedo evitar gemir a pesar de que aún no
he despertado por completo cuando siento los labios de Alec sobre uno de mis
pezones, y mis manos cobran vida propia colándose entre su cabello, para instarlo a
que continúe con su dulce tortura.
—Alec… —gimo, suplicando que calme el ardor que se ha apoderado de todo mi
ser.
—Buenos días, esposa —responde risueño mientras una de sus manos se cuela
entre mis muslos y comienza a acariciar mi centro húmedo.
No tardo en estallar entre gemidos y temblores que no puedo controlar, pero Alec
me sorprende al apartarse de mí con rapidez para tumbarse a mi lado, me alza para
que quede a horcajadas sobre él y no puedo evitar sonrojarme porque no sé lo que
espera de mí.
—Poséeme —ordena con voz queda—. Hazme el amor.
—Alec, no sé qué hacer —comienzo a decir, pero jadeo cuando él alza sus
caderas guiando su gran miembro hacia mi centro y comienza a penetrarme, por
instinto me dejo caer y ambos gritamos por la sensación tan sublime—. Jamás
imaginé que esto fuera posible.
—Lo es entre tú y yo —gruñe mientras se aferra a mis caderas—. Muévete —
suplica entre dientes.
Obedezco primero algo insegura, pero muy pronto encuentro el ritmo con el cual
ambos más disfrutamos, y en muy poco tiempo comienzo a cabalgarlo como si se me
fuera la vida en ello, estoy tan cerca que duele y solo quiero encontrar el alivio tan
deseado.
Cuando todo estalla, me dejo caer sobre el cuerpo de mi esposo, quien me abraza
con fuerza mientras siento cómo su semilla inunda mi interior, el pensamiento de que
tal vez después de nuestros encuentros de pasión pueda quedar encinta me hace

Página 136
sonreír mientras siento cómo poco a poco nuestros corazones vuelven a latir con
normalidad.
—Vas a matarme, mujer —bromea mientras acaricia mi espalda.
—Has sido tú quien me ha despertado, esposo —le recuerdo sin molestarme en
moverme, aún puedo sentirlo duro en mi interior y me gusta.
—Deberíamos bajar a desayunar —dice, aunque no parece muy feliz ante la idea;
si tengo que ser honesta, a mí tampoco me apetece, sobre todo, porque no sé si voy a
ser capaz de mirar a la gente a los ojos después de lo que he compartido con Alec
durante estas horas.
—¿Es necesario? —pregunto, sabiendo que lo es, debemos despedir a los
invitados—. Todos van a saber lo que hemos hecho —me quejo avergonzada.
Mi esposo se ríe y hace que todo mi cuerpo se mueva, alzo la mirada enfurruñada
por la poca consideración hacia mi vergüenza, pero cuando me besa, todo queda
olvidado.
—Tenemos que salir de aquí o no podrás andar en una semana —amenaza
mientras me aparta y sale del lecho con rapidez, desnudo como su madre lo trajo al
mundo y sin ningún pudor por ello; yo, sin embargo, me apresuro a cubrirme a pesar
de que ya no hay ninguna parte de mi cuerpo que no haya besado o acariciado—.
¿Quieres que llame a alguien para que te ayude a vestirte? —pregunta mientras
observo cómo comienza a vestirse él.
—Alec, llevo toda la vida haciéndolo sola —le recuerdo con sorna—. Puedo
continuar haciéndolo.
Me levanto intentando ocultar mi desnudez, pero cuando escucho como se ríe
burlándose de mí, decido ser valiente, dejo caer la sábana que me cubre y lo miro
orgullosa. Me complace comprobar cómo calla de golpe y sus ojos recorren mi
cuerpo, maldice en voz baja haciendo que sea mi turno de reír y comienzo a asearme.
Escojo uno de mis nuevos vestidos de color rojo, que me encanta, y me dispongo
a recoger mi cabello rebelde cuando Alec me lo impide.
—Déjalo suelto —me pide como si fuera un niño pequeño—. No sabes lo
hermosa que te ves con tus rizos de ese modo.
—Los odio —refunfuño, pero le hago caso—. Estoy lista.
—Pues vayamos a despedir a nuestros invitados —asiente mi esposo feliz.
Cuando bajamos las escaleras, intento controlar los nervios, pero al entrar en el
salón nos encontramos a toda la familia reunida que nos mira con sonrisas, algunas
más maliciosas que otras, por lo que eso no ayuda.
—Buenos días —saluda Alec mientras se sienta y yo hago lo mismo a su lado—.
¿Qué ocurre? —pregunta con sus acostumbradas maneras.
—Nada, hermanito —el primero en hablar es Evan—. Solo que nos sorprende
que hayáis madrugado tanto, eso es todo.
—¿Quién te ha dicho que hemos dormido? —pregunta de vuelta, y lo golpeo por
debajo de la mesa tras hacerme sentir tanta vergüenza con su insinuación.

Página 137
Los hombres estallan en carcajadas, las mujeres los miran frunciendo el ceño,
dejando muy claro que están tan molestas como yo por tal comportamiento. Juro que
estoy tentada a levantarme de la mesa y salir corriendo de aquí para dejar claro la
vergüenza que está haciéndome sentir; puede que mi esposo no se dé cuenta, que no
lo haya hecho con mala intención, pero no estoy preparada para aguantar ciertos
comentarios que son de tan mal gusto.
—Alec… —sisea Rosslyn como una advertencia que hace que mi esposo me mire
por primera vez desde que han empezado esta conversación tan molesta.
Algo tiene que ver en mi rostro porque pierde la sonrisa y sus hermanos también
callan mirando a su alrededor, comprobando que, ahora mismo, no son muy queridos
por sus mujeres.
—Moira, lo siento —dice, bajando la cabeza avergonzado—. He actuado sin
pensar.
No digo nada, entrelazo mis manos sobre mi regazo porque me tiemblan y asiento
intentando olvidar el asunto y que el desayuno no se eche a perder por completo, para
que nuestro primer día de matrimonio no quede empañado por un mal recuerdo.
Todos continúan comiendo, aunque la alegría del principio ha desaparecido. Los
hombres hablan de sus cosas, mis nuevas cuñadas de vez en cuando me lanzan
miradas intentando descifrar cómo me siento y, Alec, sentado a mi lado, parece a
punto de estallar, apenas prueba bocado. Cuando sus hermanos se levantan dispuestos
a comenzar el día, él los imita y se marcha dándome un simple beso en la frente.
Al quedarnos a solas, Rosslyn y Glenda no tardan en sentarse a mi lado y
empiezan a interrogarme con preocupación en su mirada.
—¿Cómo fue anoche? ¿Te hizo daño? —pregunta Rosslyn—. Hoy su comentario
ha sido muy desafortunado, pero no dejes que eso empañe tu felicidad. Los hombres
muchas veces pueden comportarse peor que un cerdo.
—Anoche fue algo mágico —les confieso, mirando a mi alrededor para estar
segura de que nadie puede escucharme—. Alec fue dulce, paciente y un amante muy
amoroso.
Ambas sonríen felices, haciendo que las imite y me olvide por fin de lo que ha
ocurrido hace un rato.
—No sentí dolor ninguno —les explico extasiada ante la experiencia, tan solo de
recordarlo, siento deseos de poder volver a repetirlo—. Nunca llegué a imaginar que
tanto placer pudiera ser posible. Debo reconocer que, al principio, estaba muy
nerviosa, tanto que Alec se preocupó demasiado, hasta el punto de ofrecerme retrasar
nuestra unión, pero no estaba dispuesta a que mis demonios también me arrebataran
mi noche de bodas.
—Fuiste muy valiente, querida —me felicita Glenda con orgullo—. Estaba segura
de que Alec sabría complacerte y mostrarte lo maravilloso que puede ser amarse entre
marido y mujer.

Página 138
—Ahora, por fin veo un futuro ante mí —confieso esperanzada—. Me imagino
rodeada de hijos y disfrutando de nuestro amor.
—Por supuesto que sí —afirma Rosslyn—. Los años que nos esperan puede que
no siempre sean fáciles, pero, teniendo el amor de nuestros hombres, todo podrá ser
superado.
Asiento porque estoy completamente de acuerdo con ella, ahora soy capaz de
superar cualquier cosa, siento que Alec al fin me ha liberado de los demonios que me
atormentaban, que no me permitían avanzar y me habían convertido en la sombra de
la mujer que fui.
La conversación es interrumpida por la llegada de Iona y Megan. Al verme, la
mujer mayor me observa con un poco de preocupación que se disipa al ver que le
sonrío, me imita y asiente mientras se sienta junto a su hija.
—Habéis madrugado, niñas —saluda—. ¿Mis hijos ya están entrenando?
Rosslyn asiente y comienza a hablar con ella sobre varias de las obligaciones que
conlleva ser la señora de Dunvegan. Ahora me encuentro sin nada que hacer, ¿en qué
puedo ocupar mi tiempo? Necesito hablar con mi cuñada sobre eso, tal vez pueda
continuar ocupándome de ella, aunque algo me dice que no va a permitírmelo, debo
acostumbrarme a que ya no soy una simple criada, ahora soy una MacLeod.
—Glenda —susurro para llamar su atención—. ¿En qué ocupas tu tiempo?
—Te sientes perdida, ¿verdad? —interroga comprensiva—. Confieso que también
me sentí así al principio. Pero piensa que ahora tendrás más tiempo para que Rosslyn
te enseñe a leer y escribir. Así podrás hablar con Ian y contarle lo feliz que eres,
seguro que eso le da mucha paz.
—Pero quiero ser útil —susurro apesadumbrada—. Desde muy pequeña he
trabajado para ganarme la vida, no sé estar sin hacer nada.
Me mira comprensiva y asiente, me da unas palmaditas en la mano que tengo
sobre la mesa jugueteando con una hogaza de pan antes de responderme.
—Habla con Rosslyn —me dice con una sonrisa—. Y con Alec, él puede
ayudarte.
Asiento y espero a que esta termine de hablar con Lorna. Mientras, me entretengo
charlando con Meg, quien está deseosa de saber cómo me siento al ser la esposa de
Alec, la tranquilizo diciéndole lo feliz que soy y le prometo que muy pronto
saldremos a cabalgar, siempre y cuando nos acompañe alguno de sus hermanos como
protección.
Cuando al fin veo cómo Ross se levanta, hago lo mismo y le pido unos minutos
de su tiempo; me mira extrañada, pero asiente.
—¿De qué se trata, querida? —interroga con cierta preocupación.
—Me preguntaba si podría hacer algo para ayudarte… —comienzo a decir—.
Nunca he estado ociosa, desde que era una niña he trabajado de sol a sol.
—Ahora eres la esposa de Alec —exclama—. No tienes que trabajar.

Página 139
—Pero no puedo pasarme los días sin hacer nada —exclamo horrorizada—. ¿Qué
pensaría la gente de mí?
Me observa pensativa y, tras unos instantes, le brillan los ojos como si hubiera
encontrado la solución a todos los problemas.
—¿Cómo se te da curar a la gente? —pregunta—. Debo reconocer que puedo
encargarme yo, pero estaría feliz de que lo hicieras tú si así te sientes útil para el clan.
Y recuerda que aún debes continuar estudiando para aprender a leer y escribir.
—Puedo hacerlo —exclamo entusiasmada ante la idea—. Lograré aprender si
alguien me enseña, sobre todo, a hacer ungüentos y brebajes.
—Perfecto —aplaude feliz de haber encontrado sin mucho problema la solución
—. Hablaré con la curandera del clan, es una mujer ya mayor y estará encantada de
tener ayuda.
—Espero que no le importe —espeto con un deje de preocupación—. Después de
todo, soy una forastera.
—No creo que a tu esposo le alegre escucharte decir algo así —reprende—. ¿Te
gustaría venir conmigo a la despensa? Tengo que controlar que no falte comida, y si
es así, enviar a alguien para que se encargue.
—Por supuesto —asiento honrada de que me permita ir con ella y ver cómo se
desempeña en su papel de señora del castillo más imponente de toda la isla de Skye.
Caminamos con paso decidido hacia la cocina que no he vuelto a pisar desde que
Alec me pidió matrimonio y me dejó muy claro que había dejado de ser una sirvienta
en Dunvegan. Al entrar, todo sigue igual y a la vez muy distinto, nada parece haber
cambiado, pero las muchachas con las que trabajé durante meses ahora me miran con
respeto; antes me miraban como si fuera un bicho raro, con lástima o con
animadversión, sobre todo, las amigas de Gladys.
Hablando de la antigua amante de mi marido, debo reconocer que no es plato de
buen gusto verla a diario en el castillo. Aunque hago todo lo posible por evitarla, ella
parece hacer todo lo contrario, he llegado a pensar que disfruta haciéndome la vida
imposible. He intentado ocultar mi desasosiego al saberla tan cerca de Alec porque
no quiero parecer una esposa insegura y celosa, viendo fantasmas donde no los hay.
Todas detienen lo que están haciendo al vernos entrar y esperan órdenes. Recorro
la estancia hasta que mi mirada conecta con la de Gladys, que me mira con tanto odio
y rabia que por un momento me olvido incluso de respirar. Mi primera reacción es
bajar la cabeza, pero recuerdo quién soy ahora y alzo el mentón con orgullo dejándole
claro quién ha ganado esta batalla.
Soy Moira MacLeod y no pienso volver a agachar la cabeza ante nadie…
—Seguid con vuestras labores —dice Rosslyn, me mira y la sigo cuando
comienza a caminar hacia la gran despensa—. No dejes que nadie te haga sentir
menos —susurra una vez estamos dentro, y la observo asombrada—. ¿Crees que no
veo el juego de Gladys? Solo estoy esperando que dé un paso en falso para enviarla al
infierno.

Página 140
Al menos me consuela saber que alguien más se ha dado cuenta y que no estoy
volviéndome loca.

Página 141
Capítulo XXV

Alec MacLeod
Unos meses después…

Casarme con Moira ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida, a pesar de
que últimamente no hacemos más que discutir. Han pasado los días, las semanas y
nuestro matrimonio ha ido afianzándose, he podido conocer un poco más a mi esposa
y ella a mí, hemos compartido aficiones; salir a caballo, jugar al ajedrez, ya que
prácticamente me obligó a que la enseñara, y me encanta que esté deseosa de
aprender.
Pero últimamente todos nuestros encuentros acaban en discusión. Sé de su
obsesión por ser madre y que, cada vez que no lo conseguimos, va hundiéndose en un
pozo de tristeza y autodestrucción, ahora mismo está delante de mí llorando como si
alguien hubiera muerto.
—Moira —comienzo a decir, procurando encontrar las palabras correctas para no
provocar su carácter—. Seguiremos intentándolo, somos muy jóvenes.
—¡No lo entiendes, Alec! —grita entre lágrimas—. Es mi castigo por lo que me
hicieron, por lo que hice yo después.
«Dios santo», pienso incrédulo, no puedo creer lo que estoy escuchando.
—¿Cómo puedes decir algo tan descabellado? —pregunto angustiado porque ella
sigue castigándose por algo de lo que no es culpable—. Nadie te está castigando, mo
chride…
—Te he fallado —solloza mientras se deja caer sobre nuestro lecho. Me acerco a
ella con cautela porque no sé cómo puede reaccionar, pero suspiro cuando me deja
abrazarla—. Lo siento tanto… —repite una y otra vez mientras la aprieto contra mi
cuerpo y le beso la sien.
—No me has fallado —espeto enfureciéndome—. Deja de pedir perdón. No me
casé contigo por los hijos que pudieras darme, Moira. Lo hice porque te amo.

Página 142
—¿Pretendes que crea que no te importa no tener descendencia? —pregunta,
separándose de mí—. No me creas tan estúpida.
—Claro que me gustaría tener hijos algún día, esposa —respondo—. Pero si no
llegan, no voy a hundirme. Mis hermanos se encargarán de continuar nuestro linaje.
—Tal vez deberías repudiarme y buscar una mujer que pueda darte lo que yo no
puedo —dice sin mirarme y en voz tan baja que, por un momento, pienso que no he
podido escuchar lo que creo haber escuchado.
—¡No vuelvas a insinuar algo así jamás, Moira MacLeod! —gruño,
levantándome y alejándome de ella porque siento la furia recorrer cada parte de mi
cuerpo—. Me marcho porque no puedo estar a tu lado en estos momentos.
Salgo como alma que lleva el diablo de nuestra alcoba. A pesar de escuchar cómo
me llama, no me detengo ante sus ruegos, porque me siento tan herido que sé que voy
a decir cosas que luego me arrepentiré de haber dicho, pero el daño ya estará hecho.
Durante este tiempo juntos, he aprendido a morder mi lengua en situaciones como
esta.
Choco contra mi hermano Cameron cuando estoy a punto de entrar en las
caballerizas, ni siquiera sé cómo he llegado tan pronto hasta aquí, pero no soy
consciente de dónde estoy hasta que él me detiene.
—¿Qué demonios ocurre? —pregunta, frunciendo el ceño—. ¡Tranquilízate! —
me ordena cuando intento que me suelte.
En vez de obedecerle, le pego un puñetazo con toda la rabia y el dolor que siento
que casi consigue tumbarlo en tierra, cosa rara, porque nunca he sido capaz de ganar
a ninguno de mis hermanos en una pelea cuerpo a cuerpo, mucho menos a Cameron.
Maldice antes de atizarme uno de vuelta, que me deja en el suelo, y se pone sobre
mí. Gruño como un oso furioso e intento seguir peleando con él para sacar toda la
rabia, impotencia y dolor que llevo dentro, pero no me lo permite. Y, aunque me
cuesta, recobro poco a poco el juicio.
—Suéltame —siseo cuando ya estoy lo bastante calmado como para que me
incomode la postura tan ignominiosa en la que nos encontramos.
—Cuando esté seguro de que estás lo suficientemente calmado como para que no
vuelvas a cometer la estupidez de ponerme la mano encima, muchacho —gruñe de
vuelta mi hermano—. No creas que me quedaré de manos cruzadas.
—Ya estoy tranquilo —espeto—. Quítate de encima, Cameron. No soy un
maldito niño.
—¿No? —pregunta burlón—. Acabas de comportarte como uno, Alec. —Dice
mientras que finalmente se levanta y puedo hacer lo mismo—. Te lo preguntaré una
vez más, ¿qué demonios ocurre?
—Moira no queda encinta —espeto, limpiando la sangre que sale de mi labio
inferior, y me complace comprobar que a Cameron también le sangra, aunque sea un
poco—. Me ha dicho que debería buscarme una mujer que sí sea capaz de darme
hijos.

Página 143
—¿Le has dicho o hecho algo para que ella piense que es lo que tú deseas? —
pregunta receloso.
—¿Me crees tan miserable? —inquiero ofendido—. ¡Por supuesto que no! —
exclamo gritando—. La amo más que a mi vida, no me importa si no podemos tener
hijos.
—Pues díselo —espeta como si fuera la mejor solución—. Las mujeres necesitan
escuchar lo que sentimos, hermano.
—¿Crees que no se lo he dicho? —interrogo frustrado—. Ya no sé qué más hacer.
Estos meses a su lado han sido los más felices de mi vida, pero estas últimas semanas
han sido un maldito infierno.
—Sois muy jóvenes —suspira—. Ya llegarán los hijos.
—Intenta convencer a Moira —escupo—. Voy a cabalgar un poco, necesito
alejarme de aquí o me volveré completamente loco.
—Rosslyn puede hablar con ella —se ofrece, y me alzo de hombros dejándole
claro que su esposa puede hacer lo que quiera; si consigue convencerla de que hablo
con el corazón en la mano cuando le juro que la amo por encima de todas las cosas,
entonces le estaré eternamente agradecido—. No te alejes demasiado, ni dejes que
pase mucho tiempo sin hablar con ella.
Me retiro sin decirle nada más y no tardo mucho en salir a galope con mi caballo.
Me encanta que el viento helado de la isla me golpee en el rostro recordándome que
estoy vivo, aunque ahora me sienta medio muerto por dentro.
Llego hasta el acantilado donde las olas rompen contra las rocas con la furia del
mar embravecido por una tormenta. La cascada que cae desde lo alto ruge hasta
dejarte sordo, detengo a mi montura a pesar de que lo percibo nervioso al estar tan
cerca del filo.
Ahora mismo me siento como esas rocas que están en el borde del océano. Moira
es como el oleaje embravecido que me golpea una y otra vez. Antes de casarnos, mi
peor temor era que mi carácter apagara el suyo, pero jamás pensé que sería ella
misma quien intentaría destruir nuestro matrimonio con sus miedos y sus viejos
fantasmas. De verdad que creí posible salvarla y estoy fracasando en el intento, ¿en
qué clase de marido me convierte eso?
No sé cuánto tiempo trascurre, pero solo despierto de mi trance y de mis oscuras
cavilaciones cuando comienza a llover con una fuerza impresionante, los truenos
iluminan las montañas y hacen que mi caballo relinche asustado; debo volver al
castillo.
Monto de nuevo y consigo dominar a mi animal para que comience a trotar con
rapidez de regreso al hogar, donde seguramente me espere una discusión más con
Moira que no sé cómo va a terminar. No quiero rendirme, no quiero que ella me
abandone, y ese miedo es el que amenaza con ahogarme.
Al llegar a Dunvegan, lo hago empapado, no obstante, no siento ni siquiera el
frío. Al entrar en la sala, mis cuñadas ríen felices, pero no veo a mi esposa por ningún

Página 144
lado. Ellas, al verme, se callan y me miran preocupadas; no les dirijo la palabra y
comienzo a subir las escaleras para ir a mis aposentos y cambiarme de ropa. Al
entrar, lo primero que veo es a Moira junto al fuego con la mirada perdida, solo
reacciona cuando cierro lo puerta con bastante fuerza y, al mirarme, lo hace con una
sombra oscura de tristeza y dolor que es borrada por una de tremenda preocupación al
ver mi aspecto.
—¿Qué te ha ocurrido, Alec? —pregunta mientras se levanta y se acerca a mí con
rapidez—. ¿Por qué estás golpeado? —sigue interrogando mientras acaricia mi labio
inferior con ternura.
—Peleé con Cam —respondo mientras me aparto y comienzo a desvestirme sin
pudor ninguno.
—¿Por qué harías eso? —sigue insistiendo, calla y no tarda en comprender lo
ocurrido—. Ha sido por mi culpa, ¿no es cierto? Yo te he llevado a terminar
peleándote con tu propia familia.
—¡Deja de culparte por todo lo que ocurre a tu alrededor, Moira! —le grito,
perdiendo el control; ella retrocede asustada y eso hace que me dé cuenta de lo que he
hecho—. No has hecho nada malo.
—Nunca me habías gritado así —susurra cabizbaja—. ¿No te das cuenta de que
estamos destruyéndonos?
—Me estás matando, mo chride —susurro derrotado, cierro los ojos porque siento
deseos de llorar como un maldito niño, los hombres no lloran, ¿qué demonios está
ocurriéndome?—. ¿Por qué no puedes creer que te amo?
Se acerca a mí, puedo sentirlo y todos los músculos de mi cuerpo se tensan ante
su cercanía; cuando posa una de sus manos en mi espalda y la recorre con suavidad
hasta llegar a la cicatriz que dejó la flecha que me atravesó hace meses, no puedo
evitar estremecerme.
—Lo creo —dice con suavidad, puedo escuchar la emoción en su voz—. Y debes
saber que te amo de igual manera, pero a veces el amor no es suficiente, el amor es
dejar libre a la persona amada si no puedes darle lo que necesita.
Me giro y la atrapo en mis brazos, no me importa estar desnudo, aunque ella
parece que está bastante acalorada, tal vez debería hacerle olvidar con mis caricias
todo el dolor que ambos estamos sintiendo.
—Deja de pensar en abandonarme, porque te seguiré allá donde vayas —la
amenazo antes de besarla con una pasión a la que ella responde con el mismo fervor.
La alzo en brazos hasta dejarla sobre el lecho y comienzo a desnudarla, tengo la
impresión de que por lo que resta de día no vamos a salir de esta habitación. Los
rugidos de la tormenta que me ha sorprendido en mi cabalgata acallan nuestros
gemidos de pasión.

Página 145
Cuando despierto, sé que todavía es de noche, pero me siento tan sediento que me
levanto sin hacer ruido y me visto con rapidez procurando no despertar a mi esposa,
que ha caído rendida después de alcanzar el éxtasis varias veces entre mis brazos.
Salgo de la habitación y recorro el pasillo oscurecido hasta llegar al salón, me
coloco junto al fuego y me sirvo un poco de whisky mientras contemplo las llamas.
Puede que ahora me sienta un poco más tranquilo, pero intentar solucionar nuestros
problemas en el lecho no es lo correcto, ahora me doy cuenta. Sin embargo, hace
unas horas estaba tan destrozado que solo podía pensar en perderme en su cuerpo y
sentir de nuevo esa conexión mágica que ocurre cuando estamos juntos. Quería alejar
por unas horas la tristeza, las dudas y el dolor que nos rodea siempre que acabamos
discutiendo por el mismo tema.
—Mi señor… —una voz seductora que reconozco muy bien interrumpe mis
pensamientos y suspiro frustrado—. ¿Qué hace levantado tan tarde?
—No te importa, Gladys —espeto sin girarme a mirarla—. Retírate —ordeno
esperando que obedezca.
—¿Su esposa lo ha echado de la alcoba? —pregunta mientras sus manos
comienzan a recorrer mis hombros, me tenso ante su tacto porque me repugna—. Tal
vez yo podría ayudarle…
—Aparta tus sucias manos de mi esposo, perra —la voz de Moira es tan siniestra
y destila tanto odio que me levanto de golpe esperando que se lance contra Gladys—.
¿Así quieres que crea en tus palabras?
—Moira… —comienzo a decir, pero me interrumpe…
—No te molestes en regresar a nuestro lecho, creo que a Gladys le sobra con
revolcarse en cualquier estancia —profiere esas palabras con auténtico veneno, se
marcha y cometo el error de no seguirla.
—Mantente alejada de mí —siseo—. Te lo he advertido en muchas ocasiones…
Algo tiene que ver en mi mirada porque se va corriendo y me dejo caer de nuevo
en la silla donde estaba sentado antes de que se desatara de nuevo el infierno. ¿Por
qué tengo tan mala suerte? ¿Por qué demonios ha tenido que despertarse? ¿Por qué
no puede confiar en mí? Tantas preguntas para las que no tengo respuesta que me
siento de nuevo tan perdido como antes de encontrar a mi esposa, antes de saber lo
que significaba a amar por encima de todo a otra persona.
Me siento como cuando asesinaron a mi padre.
Las horas trascurren mientras ahogo mis penas con el whisky, tanto que cuando
mis hermanos son los primeros en aparecer y ver mi aspecto, sus miradas lo dicen
todo. Deben estar hartos de intentar ayudarme a solucionar mis problemas.
Ellos fueron capaces de arreglar todo con sus esposas y son felices, ¿por qué no
logro tener yo lo mismo?

Página 146
Capítulo XXVI

Moira MacLeod

Ahora mismo me siento tan desdichada que quisiera poder escapar muy lejos de
aquí.
Tras unos meses en los que he sido la mujer más feliz del mundo, la realidad se ha
impuesto y no puedo seguir huyendo de ella. Me siento maldecida por lo que me
hicieron y por lo que yo misma hice después, acabé con la vida de un ser inocente y
ahora no soy capaz de darla de nuevo.
Lo que tanto temía ha sucedido, soy incapaz de darle hijos a mi esposo, y lo que
es peor, temo que busque lo que no puedo darle en brazos de Gladys, esa maldita
mujer no se rinde y estaría encantada de concebir un hijo de Alec, aunque este fuera
bastardo. Una vez más, mis miedos han sido motivo de discusión con él, mis celos y
mi poca confianza en el amor que nos une están consiguiendo que nos alejemos cada
vez más y estoy aterrada.
Camino alrededor del castillo sintiendo que no hay solución y que no sé qué hacer
cuando Alec decida que ya no me quiere en su vida. A pesar de que he sido yo la que
le ha dado la idea de repudiarme, noto un dolor tan intenso al pensar que pueda
hacerse realidad que es capaz de doblarme en dos.
—¡Moira! —Megan grita mientras corre hacia mí, e intento sonreír y ocultar mis
ojos enrojecidos por el llanto—. ¿Quieres que vayamos a pasear? —pregunta
mientras para su algarabía al ver mi aspecto.
—Hola, pequeña —la saludo—. Claro, acompáñame.
—¿Qué te ha hecho Alec? —pregunta mientras se cruza de brazos—. Lo he visto
hace unos minutos y solo me ha gruñido antes de marcharse como alma que lleva el
diablo.
—Nada —niego mientras intento sonreír—. No te preocupes.
—Él me juró que no te haría llorar —dice enfurruñada—. Vamos a pasear, pero
salgamos de la fortaleza —pide entusiasmada.

Página 147
—Eso no es seguro, Megan —la informo indecisa, aunque hoy me gustaría poder
ir más allá de la protección que ofrecen las murallas de Dunvegan—. No podría
perdonarme que te ocurriera algo…
—No pasará nada si permanecemos cerca —insiste una vez más, y puede que sea
porque hoy no estoy en mis cabales, pero asiento y comenzamos a caminar—.
Además, así puedes vengarte un poco de mi hermano por ser tan estúpido.
Intentamos pasar desapercibidas cuando cruzamos el portón que a estas horas está
abierto de par en par, y andamos mientras intento concentrarme en lo que dice Megan
sin conseguirlo, tan inmersa está en su charla que no se da cuenta y doy gracias a
Dios por ello.
Paseamos durante bastante tiempo, intento alejar todas las preocupaciones de mi
mente y poco a poco lo consigo, disfruto escuchando hablar a Megan y contemplando
el paisaje que nos rodea, pero comienzo a preocuparme al darme cuenta de que nos
hemos alejado demasiado.
—Megan, debemos regresar —digo, procurando ocultar mi temor; percibo que
nos observan y no me gusta nada.
¿En qué demonios estaba pensando cuando acepté salir de la protección del
castillo?
—Hemos paseado demasiado —asiente—. Volvamos o mis hermanos nos
mataran.
Damos media vuelta dispuestas a regresar y comenzamos a caminar con rapidez,
cada vez un poco más, pues siento que nos siguen, y llega un momento que no lo
puedo ocultar, o tal vez Megan también se haya dado cuenta, porque coge mi mano,
nos miramos la una a la otra como si pudiéramos comunicarnos con una simple
mirada, y asentimos.
Empezamos a correr entre los árboles, rezo para ver ante mí el castillo, pero no
puedo evitar gritar cuando cinco hombres salen de su escondite frente a nosotras. Nos
detenemos jadeando y empujo a Megan tras de mí en un patético intento por
protegerla.
—Vaya, vaya, vaya —dice el más alto y fuerte de todos—. Al fin habéis cometido
el error de salir solas y lo vais a pagar muy caro.
Los observo y me doy cuenta de que son los hombres MacKinnion que Ian
desterró por su traición. No puedo evitar que un escalofrío de terror recorra mi cuerpo
al reconocer a dos de ellos como hombres de confianza del antiguo laird, tan
malvados como lo fue él.
—Dejadnos volver —ordeno, intentando demostrar un valor que estoy muy lejos
de sentir—. Los MacLeod os matarán.
Todos comienzan a reír burlándose de mi advertencia y puedo notar cómo Megan
tiembla tras de mí. Necesito que ella escape y llegue sana y salva al castillo, o jamás
podre perdonármelo.

Página 148
Mientras ellos están demasiado ocupados burlándose aprovecho para hablar sin
que me escuchen.
—Megan, debes correr hacia el castillo —susurro para asegurarme de que no me
oyen—. Tienes que dar la voz de alarma.
—¿Y tú? —pregunta aterrada—. No voy a dejarte sola.
—Yo no importo —rebato, intentando hacer que me obedezca sin rechistar—.
Tienes que volver con tu familia.
—¡También es la tuya! —alza la voz, llamando la atención de los malhechores—.
Alec se volverá loco si te dejo aquí, Moira.
«Ya es demasiado tarde», pienso con el corazón desbocado.
—Se acabaron las tonterías —espeta el cabecilla del grupo—. ¿Vais a venir con
nosotros por las buenas o por las malas?
—Dejad que la niña se vaya —les digo en un último intento por salvarla.
—¡No! —grita Megan, saliendo de su escondite y demostrando un valor digno de
orgullo—. Si no nos dejáis marchar, mis hermanos os matarán.
—¡Basta! —vuelve a ordenar—. Cogedlas.
Intento volver a correr con Megan de la mano, pero somos atrapadas sin
contemplaciones. Lucho como una fiera para que no me separen de ella, sin embargo,
la arrancan de mi lado y grito de impotencia.
—¡Moira! —chilla mientras se revuelve entre los brazos de su captor—. ¡No le
hagáis daño!
Peleo contra los dos hombres que me mantienen sujeta, muerdo la mano de uno
de ellos y, tras maldecir por el dolor, consigo que me suelte, pero no logro moverme y
recibo una bofetada que me hace gemir ante el golpe.
—¡Malditos! —grita de nuevo mi cuñada con gran valentía—. Mi hermano Alec
os ajusticiará por esto.
Dejo de luchar cuando escucho un fuerte golpe y observo ante mis ojos cómo
Megan cae desmayada en el suelo, mi peor pesadilla se hace realidad. Grito, pero de
nada sirve. Cogen como un saco de patatas a la niña y comenzamos a caminar. Dejo
de luchar porque necesito mantener la calma para pensar en algún modo de escapar
antes de que nos maten o algo peor.

No caminamos mucho hasta llegar a una pequeña cueva que ni siquiera sabía que
existía muy cerca de uno de los acantilados, las olas golpean contra las rocas y temo
que estos cobardes nos maten, nos lancen al mar embravecido y jamás puedan
encontrar siquiera nuestros cuerpos para poder enterrarnos.
«¿Qué pensará Alec?», me pregunto preocupada, «¿será capaz de creer que lo he
abandonado y raptado a su hermana? ¿O me conoce lo suficiente como para saber
que nunca haría daño a nadie?».

Página 149
Megan no ha despertado y temo que esté muerta. Dejo que me lleven sin oponer
resistencia para llegar a nuestro destino lo antes posible y saber si está bien; ahora
mismo es mi máxima preocupación. Después, una vez despierte, atraeré la atención
de los hombres hacia mí, no importa lo que tenga que hacer ni soportar, pero así
podrá escapar y ponerse a salvo, es lo menos que puedo hacer después de mi
imprudencia.
Una vez dentro de la cueva, me sueltan de manera brusca y dejan a Megan en el
suelo, corro hacia ella y suspiro aliviada. Doy gracias al cielo porque está respirando.
Tiene un feo golpe en la sien.
—Megan —la llamo mientras la zarandeo con cuidado—. Tienes que despertar —
apremio, mirando de reojo a nuestros secuestradores, todos están hablando entre sí y
no nos prestan atención—. Debemos volver a Dunvegan.
Parece que escuchar el nombre de su hogar la hace reaccionar, comienza a fruncir
el ceño como si sintiera dolor, se lleva su mano hasta la herida que tiene en la frente,
gime y abre los ojos asustada y, al verme, parece que se tranquiliza, pero no por
mucho tiempo.
—¿Dónde nos han traído? —pregunta, mirando a su alrededor—. ¡Estamos en los
acantilados! —exclama, y le hago un gesto apremiante para que baje la voz, es mejor
que crean que aun sigue inconsciente.
—Ellos no saben que has despertado —le digo, acariciando su rostro—. Cuando
consiga la atención de todos ellos sobre mí, quiero que corras y no te detengas hasta
llegar a Dunvegan. No importa lo que veas o escuches, ¿me oyes?
Niega y frunce el ceño, pero no pienso aceptar otra vez que intente salvarme, soy
mayor que ella y mi deber es protegerla.
—Haz lo que te digo —ordeno, comenzando a enfadarme—. Es nuestra única
oportunidad. Tus hermanos no van a encontrarnos aquí. Cuando grite tu nombre, sal
de aquí sin mirar atrás.
—Aléjate de la mocosa —ordena uno de ellos y Megan cierra los ojos, suspiro
aliviada—. ¿Sabías que tu amado MacKinnion acaba de llegar a Dunvegan? —
pregunta con sorna.
¿Qué demonios hace Ian aquí? El día que me casé con Alec no fue fácil para
ninguno de los dos. Mi felicidad se vio un poco empañada por saber el dolor que le
estaba infligiendo y él mismo me dijo que tardaría un tiempo en regresar, el necesario
para recomponer su corazón. Entonces, ¿por qué está en Dunvegan?
—Ha caído en nuestra trampa —se carcajea—. Lejos de sus perros fieles
podemos tenderle una emboscada y matarlo.
—Necesitaréis más de cinco hombres para acabar con Ian MacKinnion —les
espeto, burlándome de ellos, algo que no les gusta mucho.
—¿Quién dice que somos cinco? —pregunta—. ¿Cómo crees que sabemos que
ese bastardo ha llegado al castillo? Pronto notarán vuestra ausencia, pero, mientras

Página 150
tanto…, ¿cómo podríamos pasar el tiempo? —dice con una mirada que reconozco de
inmediato y me hace tener ganas de vomitar.
Lujuria…
Sin que él se dé cuenta, pues está muy ocupado mirándome como si quisiera
devorarme, aprieto la mano de Megan para dejarle saber que debe estar atenta. Solo
tenemos una oportunidad, y si no la aprovechamos, moriremos aquí.
—Os creéis muy listos —comienzo a decirles para que centren su atención y furia
sobre mí—. Pero no habéis contado con los MacLeod. Habéis secuestrado a su
hermana pequeña y yo soy la esposa de Alec, el menor de los tres, pero el más fiero
de ellos. No saldréis con vida de esta parte de la isla.
—Cuando los bastardos salgan a buscaros, los mataremos como los cerdos que
son —espeta el líder, al que reconocí como uno de los hombres más leales del antiguo
laird MacKinnion—. Cameron mató a mi laird y pienso atravesarlo con mi espada.
—¿Y qué nos vais a hacer a nosotras? —pregunto, intentando ganar tiempo.
—Sois el señuelo —se encoge de hombros—. Pero les prometí a mis hombres
que podrían divertirse con vosotras, después de todo, fuiste la zorra de mi laird y de
sus hijos, ¿verdad?
Contengo la bilis que amenaza con salir por mi boca al escuchar sus palabras y
comprender su significado.
—Haced conmigo lo que queráis, pero dejad a la niña —pido sin que me tiemble
la voz—. Después de todo, no sabéis siquiera si está viva. ¿O es qué necesitáis poseer
a mujeres que ni siquiera están conscientes? —me mofo para hacerlos estallar, ha
llegado la hora.
La reacción, como aguardaba, no se hace esperar. El que me ha traído a rastras
hasta aquí se acerca y me alza del suelo cogiéndome por el cabello, no le doy la
satisfacción de gemir de dolor, al contrario, cuando estamos cara a cara, le dejo saber
todo mi desprecio escupiéndole, haciendo que maldiga, y el golpe no tarda en llegar.
Es tan fuerte que caigo al suelo demasiado cerca de Megan, necesito alejarme de ella
para que pueda tener la oportunidad de huir.
—Vas a gritar, perra —sisea mientras se limpia el rostro con furia—. Cuando tu
esposo te encuentre, no quedará nada de ti.
Comienzo a moverme hacia atrás para alejarme de Meg y él me sigue con la
tranquilidad que le ofrece saber que no puedo levantarme y escapar sin que me
detenga; creen que han ganado, pero están muy equivocados.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que dos de nuestros captores se han
marchado. ¿Dónde demonios están? Si están fuera vigilando, mi plan fracasará,
siento ganas de llorar ante tal posibilidad, pero no puedo desfallecer ahora.
—¿Tú y cuantos más, bastardo? —lo reto, sabiendo que acabo de firmar mi
sentencia de muerte. No importa que Megan consiga llegar a Dunvegan, cuando me
encuentren, estaré muerta o deseando estarlo.

Página 151
—Maldita zorra —gruñe y mira a sus compinches, que parecen disfrutar del
espectáculo—. Sujetadla, vamos a hacerle recordar lo buenos que somos los
MacKinnion.
Obedecen con rapidez y muy pronto, a pesar de luchar contra ellos, me encuentro
sujeta con fuerza contra el suelo. Cierro los ojos y pido a Dios que sea misericordioso
conmigo antes de gritar:
—¡Ahora, Megan! —ordeno en el momento en el que mi atacante está demasiado
ocupado desnudándose.

Página 152
Capítulo XXVII

Alec MacLeod

No comprendo a mi esposa.
No logro entender cómo toda la felicidad que hemos vivido durante estos meses
esté convirtiéndose poco a poco en desdicha. No paramos de discutir, siempre supe
que no podríamos tener un matrimonio tranquilo porque ambos somos de carácter
fuerte, el de Moira, aunque se adivinaba, nunca pude imaginar que rivalizaría con el
mío, pero no concibo vivir el resto de mi vida de esta manera.
No importa cuántas veces le jure que no me importa que no quede encinta, ella no
me cree. Está convencida que o bien voy a serle infiel y buscar una mujer que sea
capaz de dármelos o que voy a dejar de amarla.
¡Maldita sea, somos jóvenes! Tenemos mucho tiempo por delante y no me
preocupa tanto como a ella. No necesito tener hijos que perpetúen mi apellido, mis
hermanos ya se encargan de eso, desde que Glenda dio la noticia de su embarazo,
Moira está mucho peor.
Puedo entender que sienta deseos de ser madre, y después de haber superado sus
problemas para ser capaz de entregarse a mí sin reservas, creí que todo sería perfecto.
Pero me equivoqué, no contaba con que Moira tenía más secretos, no sabía que la
noche que abusaron de ella quedó embarazada y ella misma quiso acabar con la vida
de ese hijo.
¿La culpo? Por supuesto que no.
Intento aplacar mi mal humor en el entrenamiento, pero no lo consigo porque
somos interrumpidos por la llegada de Ian MacKinnion, y eso me enfurece aún más.
¿Qué demonios hace aquí?
Me acerco junto a mis hermanos para darle la bienvenida y saber el motivo de su
visita, la última vez que nos vimos fue el día de mi boda y ambos acordamos una
tregua por Moira, pues sé que Ian siempre será importante para ella a pesar de
amarme a mí.

Página 153
—¡Bienvenido, MacKinnion! —exclama mi hermano mayor—. ¿Qué te trae por
Dunvegan? —pregunta mientras nuestro visitante desmonta—. ¿Por qué vienes solo?
—Esto era demasiado urgente como para retrasarme —espeta, mirando a su
alrededor—. ¿Dónde están las mujeres?
—¿Qué demonios ocurre? —pregunto, perdiendo la paciencia.
Mis hermanos se miran entre sí y parece que comprenden que algo sucede porque
Cameron se apresura a responder.
—Mi esposa y Glenda están tejiendo ropa para el próximo bebé MacLeod, mi
madre, la última vez que la vi, estaba en la cocina preparando un brebaje para el
malestar de Glenda, y no sé dónde están Megan y Moira…
Un escalofrío recorre mi espalda y corro hacia el castillo. Entro gritando el
nombre de mi esposa y no obtengo respuesta alguna. Mi madre y mis cuñadas me
miran como si me hubiera vuelto completamente loco, pero en estos momentos solo
me importa encontrarlas.
—¿Qué ocurre, Alec? —pregunta mi progenitora, levantándose preocupada.
—¿Dónde está Megan, madre? —espeto, rezando para que sepa dónde se
encuentra y todo esto solo sea un susto.
—Hace rato fue a buscar a Moira para dar un paseo, se aburre mientras nos ve
tejer —responde ceñuda—. ¿Vas a decirme qué ocurre de una vez?
No respondo, corro de nuevo al exterior para comenzar la búsqueda, pero mi
hermano mayor ya se ha adelantado. Veo que está dando órdenes a los hombres para
que comiencen a buscar a Moira y Megan.
—No habrán salido del castillo —dice Evan, intentando mantener la calma—.
Ambas saben que no deben hacerlo si van solas.
Aprieto el puente de mi nariz mientras suspiro y cierro los ojos intentando
controlar los latidos de mi desbocado corazón. Estoy seguro de que Moira no saldría
de la fortaleza, pero después de la discusión que hemos tenido, ella estaba demasiado
perturbada y, como el maldito orgulloso que soy, no he intentado detenerla.
—Moira y yo hemos discutido antes de que ella saliera —confieso, abriendo los
ojos para ver cómo mi hermano me mira con desaprobación—. Voy a salir a
buscarlas, no voy a perder el tiempo aquí.
—Te acompaño —escucho tras de mí a Ian—. Reza para que ambas estén sanas y
salvas, al menos quedan seis desterrados a los que aún no he podido matar.
Me dirijo hacia las caballerizas, pero Gladys me detiene y estoy a punto de
mandarla al diablo, porque no tengo tiempo que perder, pero sus palabras me frenan.
—He visto hace horas salir a Moira y a su hermana, mi señor —dice, fingiendo
preocupación; la conozco muy bien y tengo sospechas de que durante estos meses
ella se ha encargado de que las dudas y temores de Moira se hayan acrecentado.
—¿Y por qué no las has detenido o me has avisado? —pregunto, gruñendo. No
me detengo a seguir discutiendo con Gladys, pero si algo les ocurre, yo mismo la
mataré.

Página 154
No me molesto en preparar a mi caballo, monto y salgo al galope seguido de Ian y
de mis hermanos. Pero ¿por dónde debemos comenzar a buscar? Recorremos los
alrededores y, por suerte para nosotros, el barro que se ha formado por las intensas
lluvias de días pasados nos dejan ver varias huellas que sospechamos son de ellas, las
seguimos en silencio y escucho maldecir a Ian cuando encontramos más pistas que
nos dejan saber que alguien las seguía.
—Lo sospechaba —gruñe MacKinnion—. Esos bastardos han estado en esta parte
de la isla todo el tiempo, por eso no podía encontrarlos. Debí sospechar que también
querrían cobrar venganza de los MacLeod, después de todo, fue Cameron quien mató
a mi padre.
—¿Estás diciendo que han secuestrado a mi hermana y a mi cuñada? —sisea
Cameron furioso—. ¿Que he tenido a bastardos desterrados campando por mis
tierras?
—¡Basta! —ordeno—. No tenemos tiempo para esto. Debemos encontrarlas. Los
mataré con mis propias manos si se han atrevido a tocarlas —gruño, temblando de
furia y terror.
—Sabía que acabarías por destruirla —escupe Ian igual de furioso que yo—.
¿Qué crees que les estarán haciendo? —pregunta, mirándome con asco.
Mi intención es desmontar y comenzar una pelea, sé que tiene razón y eso es lo
que más me enerva.
—¡Alec, detente! —ordena mi hermano Cameron con un bramido—.
Continuaremos siguiendo el rastro.
Miro a mi enemigo dejándole claro que cuando todo esto acabe, él y yo vamos a
tener unas palabras o unos buenos golpes, lo que prefiera.
Muy pronto nos damos cuenta de que se han dirigido hacia los acantilados, y la
posibilidad de que las hayan arrojado al mar embravecido casi me hace vomitar, pero
no nos detenemos. Cuando llegamos a un punto donde los caballos ya no nos sirven,
los atamos y comenzamos a descender las rocas. Agudizo el oído para intentar
escuchar algo que me haga saber que están cerca, que continúan vivas y que no
hemos llegado demasiado tarde. Pero el mar golpea con fuerza contra las rocas
ahogando cualquier otro sonido. Suponemos que su escondite tiene que ser la
pequeña cueva que hay más abajo y nos preparamos para atacar con el factor
sorpresa.
Hago una señal cuando veo a dos de los bastardos en los alrededores de la cueva,
están vigilando y tenemos que acabar con ellos en silencio y con la mayor rapidez
posible. Con una simple mirada a Ian, le hago saber que voy a atacar y necesito que él
lo haga al mismo tiempo. Nos une la misma necesidad de llegar hasta Moira, pero yo
también estoy luchando por mi Pequeña Mariposa y rezo porque no les haya ocurrido
nada.
Caemos sobre los malnacidos sin que les dé tiempo siquiera a dar la voz de
alarma. Con un simple movimiento, le rompo el cuello, e Ian atraviesa su pecho con

Página 155
la espada al otro; tenemos el camino despejado y la cueva se encuentra a tan solo
unos pasos. Guardamos silencio y agudizamos el oído para estar seguros de que no
hemos sido escuchados, pero no puedo seguir actuando con paciencia cuando oigo a
mi hermana gritar…
—¡Soltadme! —brama, al menos sé que sigue con vida—. ¡Dejadla en paz! Le
hacéis daño…
Ni siquiera espero a ver la reacción de los demás, entro hecho una furia en la
cueva y lo que ven mis ojos me deja inmóvil durante unos instantes.
Mi hermana Megan lucha contra un hombre que la tiene sujeta del cabello y
parece dispuesto a matarla por la ira que brilla en sus ojos, y creo entender el motivo
al darme cuenta de que a sus pies hay un arco y que uno de sus compinches yace
muerto no muy lejos de donde mi esposa está siendo atacada.
Corro hacia ella con mi espada en mano y mato al bastardo que está tan ocupado
intentando violarla que no sabe qué demonios le ha atravesado el pecho hasta que
alza sus ojos vidriosos hacia mí; mi rostro es lo último que contempla en esta vida.
Cuando alejo el cuerpo lejos de Moira, la sangre salpica su cuerpo y el mío, pero
no me importa. Tras de mí, escucho cómo mis hermanos acaban con la vida del
hombre que ha osado ponerle la mano encima a Megan, puede que suene egoísta o
que soy mal hermano, no obstante, en estos momentos solo me interesa la mujer que
yace en el suelo malherida y que rezo haber llegado a tiempo para detener las
intenciones de esos cerdos.
La cojo entre mis brazos, ambos temblamos, y solo puedo escuchar sus sollozos,
los cuales me parten el alma y deseo seguir acabando con la vida de estos
malnacidos.
—Dime que he llegado a tiempo —susurro en su oído—. Por favor… —suplico
aterrado.
Mi esposa solo asiente y doy gracias a Dios mil veces.
—Lo siento —susurra una y otra vez mientras se aferra a mí—. Lamento
muchísimo haber puesto en peligro a Megan. Intenté que se fuera, pero no me hizo
caso…
Cierro los ojos sintiéndome tan orgulloso de ellas. Ninguna de las dos pensó en
abandonar a la otra y mi hermana, mi Pequeña Mariposa, ha sido capaz de matar por
proteger a mi esposa, le estaré toda la vida eternamente agradecido por ello, a pesar
de que me apena que haya tenido que manchar sus manos de sangre siendo tan joven.
Ojalá hubiera podido protegerla durante toda la vida de la maldad que hay en el
mundo exterior, dentro de los muros del castillo ella está a salvo, pero fuera impera la
ley del más fuerte y, ahora más que nunca, me alegro de haberle enseñado a usar el
arco.
—No hables —le pido para tranquilizarla—. Volvamos a casa.
Nos acercamos donde Megan se halla abrazada a Cameron. Evan inspecciona la
pequeña cueva en busca de más bastardos e Ian limpia su espada dejándome saber

Página 156
que ha sido él quien ha acabado con la vida del miserable que retenía a mi hermana.
—¿Quién ha matado al otro? —pregunta Evan ceñudo, mirando a Moira; esta
niega con la cabeza y dirige su mirada hacia mi hermana, quien baja la suya
avergonzada—. ¿Has sido tú, Megan? —pregunta incrédulo.
—Moira me dijo que corriera, pero no iba a permitir que le hicieran daño, ¡tuve
que hacerlo! —grita, intentando defenderse.
—Tranquila, pequeña —consuela Cam—. Has sido muy valiente y no estamos
enfadados contigo, has demostrado que eres una MacLeod.
—Vayámonos de aquí —espeto, mirando alrededor con asco—. Necesitan ser
atendidas.
Subir las rocas con Moira en brazos no es nada fácil, pero, a pesar de sus
protestas y de su insistencia en caminar, no doy mi brazo a torcer, no pienso soltarla
en mucho tiempo. Necesito convencerme de que está bien, que su corazón sigue
latiendo junto al mío, he podido perder a dos de las mujeres que más amo en el
mundo y el susto va a tardar mucho en desaparecer.
Cuando llegamos a los caballos, Megan monta con Cameron y mi esposa
conmigo.
Ian no ha dicho una palabra, se le ve cabizbajo y no sé si es porque aún siente
algo por Moira o por lo que ha sucedido, después de todo, han sido hombres
MacKinnion los que han estado a punto de matarlas o algo peor.
—Háblame —le pido en un susurro mientras recorremos el camino de vuelta a
Dunvegan—. No te encierres en ti misma de nuevo.
—No soy buena para ti, ni para tu familia —espeta con voz queda, está
prácticamente ausente—. Por mi culpa casi matan a Megan.
—No vuelvas a decir eso jamás —le ordeno con fervor—. Eres lo mejor que me
ha pasado, sin ti mi vida no tiene sentido.
No vuelve a hablar y sé que de nuevo tengo por delante una larga batalla si quiero
que Moira no se deje vencer por el oscuro pasado que lleva a cuestas, y del cual no se
ha desprendido por completo.
Al llegar al castillo, mi madre junto a Rosslyn y Glenda nos esperan en el portón
con cara de preocupación y angustia. Megan es la primera en desmontar del caballo y
correr hacia nuestra progenitora, quien la abraza e inspecciona su rostro y cuerpo para
asegurarse de que no ha sufrido daños. Por lo que he podido observar, tiene un fuerte
golpe en la sien y un gran moretón en la mejilla. Moira está más malherida, supongo
que es porque, como ella misma me ha confesado, ha intentado por todos los medios
atraer la atención de esos bastardos hacia su persona.
Mis cuñadas, tras comprobar que la pequeña de la familia se encuentra bien,
corren hacia Moira, que intenta sonreírles entre mis brazos.
—¡Dios santo, Moira! —exclama Rosslyn—. ¿Cómo se os ocurre salir fuera del
castillo? —regaña y, aunque sé que no lo hace con mala intención, al sentir cómo ella
se tensa entre mis brazos, no puedo evitar salir en su defensa.

Página 157
—¡Basta! —ordeno mientras desmonto y una vez más cojo entre mis brazos a mi
esposa—. Deberías agradecer que ha sido ella la atacada y no tú —espeto sin
contener mi furia.
—Alec —advierte Cameron, que viene tras de mí para tranquilizar a su esposa—.
Atiende a Moira y deja en paz a Ross.
No tengo tiempo para discutir, así que, por una vez, acato una orden sin decir la
última palabra y me marcho decidido hacia nuestra alcoba para curar y mimar a mi
amada esposa. Antes de marcharme, le pido a mi madre que preparen una tina de
agua caliente, pues estoy seguro de que lo que más desea en estos momentos es
lavarse y cambiarse de ropa, aunque por mí podría quedarse desnuda entre mis
brazos.
Mientras todo es preparado, permanezco en la cama con Moira sentada sobre mí,
su rostro contra mi cuello y los ojos cerrados; si no fuera por la tensión de su cuerpo,
juraría que se ha quedado dormida. Cuando al fin todos los curiosos se marchan,
comienzo a desvestirla sin que oponga resistencia, como si su mente estuviera muy
lejos de aquí y eso es lo que más me preocupa. Prefiero que grite, que se enfurezca,
pero este silencio es mucho más peligroso porque sé que está atrapada entre el pasado
y el presente, y es muy difícil que logre alcanzarla.
—Moira, mo ghaol, háblame —le pido mientras la ayudo a meterse en el agua y
comienzo a lavar sus hermosos rizos.
—Por unos minutos, he pensado que tendría que soportar de nuevo el calvario de
verme sometida —susurra—. Pero mi mayor temor era que no quisieras volver a
tocarme nunca más.
Blasfemo y me apresuro a sacarla del agua, no me molesto en vestirla y la tumbo
en la cama. Cubro su cuerpo desnudo porque necesito pensar con claridad, y si no lo
hago, no voy a ser capaz de decir y hacer lo que debo hacer.
Con la misma agua que ella ha utilizado, me apresuro a lavarme y quitarme la
ropa sucia de sangre y me meto junto a ella en nuestro lecho, el cual hemos
compartido y gozado durante estos meses. La abrazo y cierro los ojos inspirando su
aroma, ella se deja hacer, es más, se acerca más a mí y no puedo evitar gemir cuando
siento su trasero contra mi miembro, que comienza a cobrar vida.
—Moira —advierto con un gruñido que nace de lo más hondo de mi pecho—.
Detente, acabas de ser atacada y no era esta mi intención.
Se gira entre mis brazos y puedo comprobar cómo los golpes que ha recibido
adornan su hermoso rostro. Ojalá hubiera matado a ese bastardo desmembrándolo
mientras lo escuchaba gritar como un cerdo.
—Necesito que borres su toque —suplica mientras comienza a besar mi mentón y
cuello—. Que me hagas recordar lo hermoso y placentero que puede ser, solo entre
tus brazos.
Claudico porque no soy capaz de negarle nada…

Página 158
Capítulo XXVIII

Moira MacLeod

Sé que he conseguido mi propósito cuando Alec me besa con pasión. Esto es todo
lo que necesito para olvidar el calvario que hemos vivido durante unas horas y lo que
hubiera tenido que soportar si ellos no llegan a aparecer a tiempo.
Sus manos recorren mi cuerpo borrando los golpes y toques que esos cerdos me
han dado. Devuelvo tanta pasión como recibo y una vez más me pierdo en el placer
que solo Alec es capaz de provocar en mí. No sé cuánto tiempo trascurre mientras
dejo que me posea con fuerza y grito su nombre cuando alcanzo la cima del éxtasis,
mi amado esposo me sigue poco después.
Alec no me suelta ni yo a él, durante mucho tiempo nos quedamos abrazados
intentando recuperar el aliento y que nuestros corazones dejen de querer salírsenos
del pecho. Beso su cuello sudoroso y me muevo haciendo que su miembro, que aún
está en mi interior, comience a cobrar vida de nuevo.
—Dios, Moira —gime en mi cuello—. Deberíamos hablar…
—No quiero recordar lo que he tenido que revivir en poder de esos bestias —le
digo mientras continúo besando su mentón áspero por su corta barba—. Solo quiero
seguir adelante.
—Debes descansar —dice mientras se aleja de mí, pero no se marcha muy lejos.
Se tumba y me cobija entres sus brazos, los cuales se han convertido en mi verdadero
hogar, en el que me encuentro protegida—. Duerme.
No me había dado cuenta de lo cansada que estaba hasta que Alec me ha
ordenado dormir con esa voz tan suya. Cierro los ojos y me dejo arrullar por los
latidos de su corazón, que parecen latir al unísono que el mío.

Megan se levanta corriendo y por un pequeño instante he creído que lo he


conseguido.

Página 159
Dejo de observarla para luchar contra mis captores y que estén tan enfurecidos
conmigo como para que así la niña se vaya. La fuerza con la que me cogen las
piernas y los brazos para mantenerme cautiva es tal que parece que van a arrancarme
los miembros del cuerpo, pero, aun así, no me detengo.
No puedo creer que meses después de aquella maldita noche donde me
destruyeron, esto esté ocurriendo de nuevo y a manos otra vez de miserables
MacKinnion. Un odio profundo me hace gruñir y sacar fuerzas de donde no las tengo
para seguir presentando batalla.
—¡Estate quieta, maldita zorra! —gruñe el mayor, el que está dispuesto a
violarme primero, y lucho contra las ganas de vomitar—. Sujetadla, vamos a
recordarle quiénes somos los MacKinnion.
Ríen a carcajadas mientras el maloliente miserable se acerca más y el terror
comienza a hacer mella en mí. Por un instante, me paralizo porque es como estar
reviviendo una pesadilla. Alec no va a llegar a tiempo para salvarme, al igual que Ian
tampoco pudo hacer nada por impedir que abusaran de mi cuerpo a placer.
—¡Sois unos malditos bastardos! —grito ya sin nada que perder—. Los MacLeod
tendrían que haber acabado con todos vosotros. El clan de los MacKinnion algún día
desaparecerá de la faz de la Tierra —escupo a la cara del cerdo que está relamiéndose
ante lo que pretende hacerme, no sin antes darme otra bofetada por mis palabras.
Tras agredirme se abalanza sobre mí y comienza a luchar con mi falda, me es
imposible patalear y estoy a punto de rendirme cuando escucho cómo algo silva
cortando el aire, el hombre encima de mí gime y cae sin vida a mi lado. Observo
incrédula cómo Megan está de pie a unos cuantos pasos de nosotros con un arco en
sus manos y una mirada fiera en sus ojos.
Acaba de matar a un hombre para salvarme…
—¡Maldita muchacha! —espeta el cerdo que me tiene sujeta por los brazos—.
Has matado a Broden, vas a pagarlo…
Se levanta con rapidez y actúo por instinto; lo sujeto para impedir que llegue
hasta Megan, quien lucha contra el otro hombre. Recibo una patada que me hace
gritar de dolor y mi cuñada se queda inmóvil, con la mirada aterrada al ver el trato
que estoy recibiendo.
Grita con furia, ruega, pero mi captor está enfurecido porque sabe que dos
simples mujeres acabamos de desbaratar todos sus planes y sigue golpeándome.
Cuando ya me tiene tendida en el suelo sin ser capaz de moverme, empieza a
desnudarse; se acabó, ya no tengo más fuerzas para seguir luchando.
Escucho un revuelo y el aire a mi alrededor se torna helado. De pronto, el cuerpo
del hombre dispuesto a violarme es atravesado por una espada, y mi primer
pensamiento es que Megan ha conseguido deshacerse del otro compinche, pero
cuando veo de quién se trata, dejo de respirar.
¡Alec, mi amado esposo ha venido a rescatarnos!

Página 160
Despierto entre los brazos de mi hombre, que no para de repetirme una y otra vez que
solo ha sido una pesadilla. Intento tranquilizarme y olvidar lo que acabo de soñar,
pero sé que va a costarme bastante tiempo hacerlo.
—Tranquila, Moira —me mece y me besa el cabello—. Estoy contigo.
—Muy dentro de mí sabía que vendrías a rescatarnos —susurro con sinceridad—.
¿Cómo habéis sabido dónde estábamos? —pregunto extrañada.
—Por un golpe de suerte —gruñe, apretándome más fuerte contra él—. Gladys
me dijo que os había visto salir, solo tuvimos que seguir vuestras huellas en el barro.
Ian estaba seguro de que esos bastardos merodeaban por aquí…
—Dijeron que todo era una venganza porque matasteis a su antiguo laird —
confieso—. No eran leales a Ian, sino a su malvado padre. Querían matarlo y a
Cameron también.
—Sin embargo, os encontraron a vosotras y vieron la oportunidad perfecta para
cobrar venganza —replica—. Fuisteis unas imprudentes —regaña—. Pero unas
luchadoras. —Puedo escuchar el orgullo en su voz.
—Fue mi culpa —respondo—. No teníamos que haber salido del castillo, pero
necesitaba alejarme de… —guardo silencio porque no sé si merece la pena continuar
una conversación en la cual nunca vamos a estar de acuerdo.
—Alejarte de mí —termina la frase—. Siento mucho todo lo que dije. Pero no
consigo comprender el motivo por el cual dudas de mi amor por ti.
—Quiero ser capaz de dártelo todo, Alec —alzo mi rostro para ver sus ojos—. Y
me veo incapaz, siento pánico a perderte y mi miedo es el verdadero culpable de
nuestras discusiones.
—Ya me das todo lo que necesito —rebate con fervor—. Te tengo aquí a mi lado,
amándome como yo te amo, no necesito nada más.
—Sé que lo dices de verdad —asiento, besando su pecho desnudo—. Pero dentro
de unos años querrás hijos, los cuales no te puedo dar, ¿qué harás entonces?
—Seguir amándote —responde como si tal cosa—. Mis hermanos ya se han
encargado de perpetuar mi apellido. Nosotros somos libres.
Me gustaría decirle que no lo soy y que no creo que nunca consiga serlo, pero me
contengo porque no quiero seguir hablando del mismo tema sin conseguir ningún
avance.
Comienzo a levantarme y casi rompo a reír al contemplar el ceño fruncido de mi
marido al verse separado de mí. Me visto todo lo rápido que mi cuerpo dolorido me
permite con la mirada intensa de Alec sin perderme de vista.
—Quiero saber cómo está Megan —explico para dejarlo tranquilo, desde aquí
puedo escuchar que su mente no deja de dar vueltas a nuestra conversación.
Se levanta a regañadientes y comienza a vestirse, alejo mi mirada de su cuerpo
porque, aunque he compartido muchas noches de pasión con él, no soy capaz de

Página 161
sentirme completamente a gusto.
Insiste en acompañarme y no peleo contra él porque, muy en el fondo, necesito de
su cercanía; he pasado tanto miedo, me he sentido aterrada ante la idea de que me
mataran y no pudiera volver a verlo, sentir su calor junto al mío y escuchar de sus
labios cuánto me ama.
Si mi corazón no duda de sus sentimientos por mí, ¿por qué me empeño en seguir
intentando convencerme de lo contrario? Estar tan cerca de volver a vivir lo que sufrí
a manos del padre y hermano de Ian ha puesto mis ideas en perspectiva, y necesito
luchar, ahora más que nunca, para alejar los demonios que se resisten a marcharse.
Alec llama a la puerta de la habitación de Meg, y cuando Iona nos da permiso
para entrar, lo hacemos juntos. La pequeña sonríe al vernos y corre hacia mí
sorprendiéndome ante su fortaleza.
—¡Estás bien! —exclama, y la abrazo contra mí, sintiendo cómo el amor que
siento por ella es infinito—. Mi madre insiste en que permanezca en cama, pero me
siento bien.
—Debes descansar —apremio—. Estuviste inconsciente y tienes un buen golpe
en la frente, pequeña guerrera.
—Debo agradecerte que mantuvieras a mi hija con vida, niña —dice mi suegra,
acercándose a mí para darme un fuerte abrazo—. Ambas sois dignas MacLeod.
—Hice todo lo que pude para que la soltaran —contesto, sintiendo que no
merezco su reconocimiento—. Intenté que esta cabezota se fuera, pero no me hizo
caso.
No alargamos mucho la visita porque su madre insiste en que descanse. Alec y yo
bajamos al salón y es cuando recuerdo que Ian está en Dunvegan, pero al entrar en la
estancia, no hay ningún hombre en ella.
—¡Moira! —gritan mis cuñadas al verme, ya que cuando he llegado, mi esposo
me ha llevado casi corriendo hacia nuestra alcoba y no he tenido tiempo de
tranquilizar a nadie—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien —les digo con firmeza para que me crean y que no hagan un drama
de lo ocurrido—. ¿Dónde están los hombres? —interrogo porque sé que Alec está
preguntándose lo mismo.
—Han encontrado al último desterrado —responde Glenda con seriedad—. Antes
de matarlo, quieren hacerle hablar. Desde aquí se escuchan los gritos.
Mi esposo sale corriendo y no dudo en ir tras él, aunque sepa que no es lo
adecuado. Las mujeres no suelen meterse en cuestiones de hombres, pero necesito
saber que todo ha terminado. Rosslyn y Glenda me siguen, a pesar de que intentan
convencerme para que no vaya hasta las caballerizas, donde deben tener a ese
malnacido.
—No tiene que ser agradable de ver, Moira —jadea Rosslyn tras de mí—. Por
favor, detente. Ya has pasado por mucho.

Página 162
Un bramido de dolor nos detiene a las tres justo en las puertas del lugar, pero me
recupero pronto, entro con decisión, sin hacer ruido, y jadeamos al ver la estampa que
se presenta frente a nosotras.
Tienen al hombre atado y ya no se distingue su rostro, Ian, Cam, Evan y mi
esposo están alrededor de él, observándolo con tanto odio que no dudo de que este ser
tiene las horas contadas.
—¿Quién os informaba? —pregunta Cam mientras camina alrededor de su
enemigo—. No volveré a repetirlo.
Silencio…
El miserable no está dispuesto a hablar. El laird hace un gesto a Ian, que se acerca
con rapidez hacia el hombre y apoya su espada contra su pecho, este brama de nuevo.
Tardo en comprender que la hoja debe estar al rojo vivo, están quemándolo.
—Dios santo… —susurra Rosslyn tras de mí; por cómo suena su voz, parece que
está a punto de vomitar.
—¡Una mujer! —grita tras sufrir esa tortura un par de veces más—. Nos
informaba una criada.
Escucho los jadeos de mis cuñadas tras de mí y estoy segura de que ambas saben
tan bien como yo quién ha sido la perra que se lo comunicaba todo a estos
malnacidos.
—Di su nombre —gruñe mi marido.
—Gladys —gimotea el hombre, rendido, sin una pizca de orgullo ni rebeldía en lo
que queda de él—. Una ramera que calentaba nuestras noches.
Siento deseos de vomitar al escuchar su confesión. ¿Me sorprende? No, no lo
hace.
—Acaba con él —ordena Cameron a Ian—. Es tu derecho.
Mi amigo no lo duda y, con un fugaz movimiento de su espada, corta la cabeza
del último bastardo MacKinnion que no le había jurado lealtad.
Glenda no lo soporta y termina vomitando, llamando la atención de nuestros
maridos. Cierro los ojos sabiendo lo que nos espera por haber estado en el lugar
equivocado, pero afrontaré la ira de Alec si es necesario, precisaba saber y ya lo
hago.
No siento lástima por lo que pueda ocurrirle a la ramera de Gladys, no solo me ha
puesto en peligro a mí, sino a Megan, y sé que Cameron no va a perdonar tal agravio.
Su destino está sellado y no pienso mover ni un dedo para cambiarlo.

Página 163
Capítulo XXIX

Alec MacLeod

Maldigo cuando escucho cómo alguien vomita, y todos nos giramos para
encontrarnos a nuestras mujeres donde no deberían estar.
—¡¿Qué demonios?! —exclama Cameron, observando a mi esposa, que es la
primera en salir de su escondite. A pesar de su palidez, tiene una templanza que me
hace sentir orgulloso, sé que están ocultas desde que he llegado, lo que significa que
han visto más que suficiente.
—No deberías estar aquí —le digo sin sentirme furioso con ella, después de todo
lo que ha vivido por mi culpa, creo que se merecía saber la verdad—. Volved al
castillo, tengo que encargarme de una cosa.
—Esa perra es cosa mía —interviene mi hermano, sabiendo a qué me refiero—.
No voy a permitir que nadie intervenga a su favor en esta ocasión. Ha puesto en
peligro a mi familia y pienso mandarla al infierno.
—Es problema mío porque ha atentado contra mi esposa y mi hermana —espeto
—. Tú podrás decir la última palabra, pero voy a destrozarla.
—No le pondrás las manos encima, Alec MacLeod —interviene mi esposa con
firmeza—. Deja que tu hermano imparta justicia.
No me gusta que se entrometa, pero consigue aplacarme lo suficiente como para
que piense con la cabeza fría y entienda lo que he estado a punto de hacer. Jamás he
golpeado a una mujer, y no voy a empezar ahora por mucho que se lo merezca.
Todos salimos de las caballerizas hacia el castillo. El primero en entrar, como una
tempestad, es Cameron, que llama a gritos a Gladys; después de todo lo que
compartimos, no soy capaz de sentir más que asco y desprecio por esa mujer. Le
repetí hasta la saciedad que se mantuviera alejada de mí y de mi familia, y no me hizo
caso, debe aceptar las consecuencias de sus actos.
La criada aparece con rapidez y, al ver que todos estamos reunidos y que la
miramos con autentico odio, se detiene de golpe y palidece. Busca mi ayuda, pero no

Página 164
va a obtener nada más de mí. Me acerco a Moira para abrazarla y dejarle claro dónde
está mi lealtad y mi corazón.
—Gladys, quedas desterrada del clan MacLeod por atentar contra mi hermana y
mi cuñada —exclama con firmeza mi hermano, que no se conmueve por las falsas
lágrimas que comienzan a bañar su rostro de harpía.
—¡No, mi señor, por favor! —exclama arrodillándose—. Ellos me obligaron, yo
no quería…
—¡Silencio! —ordena con un bramido—. ¿También te obligaban a ser su ramera?
—pregunta con desprecio—. Se te advirtió y nos has traicionado, no te quiero en mis
tierras.
Ruega durante lo que me parece una eternidad, se arrastra hasta mis pies y estoy
tentado a pegarle una patada para que deje de poner sus manos sobre mí, pero el
fuerte agarre de Moira me deja saber que no estaría de acuerdo con ese trato a pesar
de que por culpa de esta mujer han estado a punto de matarla.
Cameron llama a dos de sus hombres de confianza y les da instrucciones para que
la lleven hasta el límite de nuestras tierras, no se ablanda ante el aparente
arrepentimiento de la que fue mi amante.
Se da cuenta de que no va a obtener piedad de ninguno de nosotros, así que se
levanta del suelo con la dignidad de una reina y nos mira con el mismo odio que
nosotros a ella, dejando al descubierto, al fin, su verdadero rostro, la maldad que
oculta tras sus sonrisas angelicales.
—Solo lamento que los MacKinnion no hayan cumplido con su cometido —sisea,
mirando a Moira, que se estremece entre mis brazos, pero no aparta los ojos—. ¿Qué
se siente al no ser capaz de darle un hijo a tu esposo? —pregunta con sorna, haciendo
que mis instintos se activen.
—¿Qué has dicho? —pregunto mientras me acerco a ella como si estuviera
acechando a mi presa—. ¿Qué has hecho, Gladys? Y es mejor que me digas la verdad
si quieres salir de aquí con vida.
—No me harás nada —alza orgullosa su mentón—. Te conozco.
—Me subestimas, perra —siseo mientras alzo mi espada dispuesto a atravesar su
oscuro corazón.
—¡Alec, no! —grita mi esposa, pero no pienso detenerme.
Algo en mi mirada le deja saber a Gladys que estoy dispuesto a matarla porque no
tarda en gritar la verdad que ocultaba.
—Tu ramera no queda encinta porque he estado utilizando un brebaje para
impedirlo —confiesa en un siseo al verse descubierta.
—Maldita seas —gruño mientras bajo mi espada, aunque lo que más deseo es
atravesarla con ella—. Pagarás cada lágrima que has hecho derramar a mi esposa.
Con un asentimiento de Cameron, sus hombres actúan. Cogen a Gladys sin
muchos miramientos y la sacan del castillo mientras grita y maldice como una

Página 165
maldita verdulera. Tras su marcha, el silencio regresa al castillo y siento que la
sombra oscura que siempre pendía sobre nuestras cabezas ha desaparecido.
—Dios mío —susurra Moira, mirándome con emoción en los ojos—. Entonces
no estoy maldita.
—Te dije mil veces que no lo estabas —respondo, abrazándola, sintiendo que
todo va a ir bien a partir de ahora. El peligro ha desaparecido—. ¿Vas a dejar de
ponerle trabas a nuestra felicidad?
Asiente mientras se abraza a mí temblorosa. Al separarse, me doy cuenta de que
mira a Ian, que se ha mantenido en un segundo plano mientras nos encargábamos de
Gladys. Se aleja de mí con lentitud sin dejar de observarlo, y cuando llega frente a él,
no duda en abrazarlo y espero que los celos vuelvan a aparecer, pero estos no llegan.
He aceptado que el corazón de Moira me pertenece y que Ian no representa para mí
ninguna amenaza.
—Gracias por venir aun sabiendo que era una trampa —escucho que le dice y me
hace fruncir el ceño—. ¿Creías que no lo sabría? Esos miserables se jactaron de ello.
¿Cómo no lo pensé? Me siento muy estúpido, cuando lo vi aparecer, no se me
pasó por la cabeza pensar que él había acudido a lo que sabía que era una trampa
mortal, por eso vino solo.
—¿Pensabas que iba a dejarlos campar a sus anchas? —responde—. Solo hice lo
que debía. Tanto tú como la niña estáis bien y eso es lo único que importa. Ya no hay
peligros alrededor y puedo regresar a mi hogar tranquilo.
—Te debemos mucho —asiente mi hermano y estoy de acuerdo—. Quédate esta
noche y descansa, te lo has ganado.
Acepta y Moira, más tranquila, regresa a mi lado. Me mira con intensidad y no
soy capaz de apartar mis ojos de ella, presiento que quiere decirme algo, pero no
habla.
—¿Deseas ir a descansar? —pregunto preocupado al verla muy pálida.
Duda, pero finalmente asiente y, tras hacerle jurar a Ian que no se marchará sin
despedirse, me permite que la acompañe a nuestra alcoba. Una vez en nuestro
pequeño mundo, al fin se siente libre para hablar.
—Lamento lo que he dicho y hecho durante estas fatídicas semanas —confiesa
avergonzada—. Parecía que mis peores temores se cumplían y que te había atrapado
en un matrimonio donde no obtenías nada.
—Siento no haber sido capaz de comprenderte y de hacerte entender que para mí
lo único y más importante siempre serás tú —le digo de vuelta—. ¿Podemos volver a
estar como al principio? Echo de menos a mi esposa.
Corre hacia mí y la abrazo alzándola del suelo y oliendo su cabello, cierro los
ojos para impregnarme de su aroma, rezando para que todo vuelva a la normalidad y
podamos ser completamente felices.
—Te amo —susurra contra mi cuello, haciéndome estremecer, no puedo creer que
hace unas horas haya saciado mi deseo y que vuelva a necesitarla con una pasión que

Página 166
roza la locura.
—Te amo —digo de vuelta, intentando controlarme—. No vuelvas a olvidarlo.
No sé cuánto tiempo trascurre mientras permanecemos abrazados como si
necesitáramos el contacto el uno del otro. Hoy he estado a punto de perderla y eso
jamás podre olvidarlo; si hubiera llegado un poco más tarde, no quiero ni imaginar
qué hubiera podido pasar.
—Deja de pensar en lo que hubiese ocurrido si no llegáis a aparecer cuando lo
habéis hecho —dice como si pudiera leer mi mente—. Iba a sacrificarme gustosa.
Me estremezco ante las imágenes que llegan a mí como una avalancha y la abrazo
con más fuerza. Aunque viva cien años, no creo que pueda olvidar lo ocurrido hoy, lo
cual me demuestra que nuestras mujeres son mucho más fuertes y valientes que
muchos de los hombres que conozco.
Me siento muy orgulloso de mi esposa y de mi Pequeña Mariposa, han peleado
como auténticas guerreras. Sin previo aviso, cojo en brazos a mi pequeña luchadora
y, aunque jadea ante la sorpresa, sonríe feliz. La tumbo con cuidado en el lecho y
debo recordar que mi intención es que descanse después de todo lo ocurrido el día de
hoy.
—Debes descansar —le digo mientras observo cómo frunce el ceño ante mi
orden.
—Ya lo he hecho antes —rebate, cruzándose de brazos—. Alec, estoy bien.
—Tienes golpes por todo el cuerpo —siseo ante el recuerdo—. Mañana me lo
agradecerás, mujer.
—¿Adónde vas? —pregunta al ver que tengo intención de marcharme—. No
quiero quedarme sola.
Aunque intenta ocultar su temor, la conozco mejor que a mí mismo y sé que, pese
a luchar con uñas y dientes, necesitará tiempo para olvidar, al igual que todos
nosotros.
—Voy a hablar con Ian —confieso—. No me mires así, no voy a hacerle nada.
—Vuelve pronto a mí —me pide mientras se tumba de nuevo más tranquila.
—Siempre —le digo con firmeza.
Cierro la puerta tras de mí y me dirijo hacia la sala esperando que Ian siga ahí, no
siento ningunas ganas de buscarlo, y cuanto antes hable con él, antes podré regresar
con Moira. Aunque no me gusta doblegar mi orgullo, siento que para avanzar y
conseguir una completa felicidad necesito agradecerle lo que ha hecho hoy por mi
esposa y mi hermana.
Al entrar en la sala, maldigo mi mala suerte porque solo mis hermanos
acompañados por sus mujeres y mi madre están alrededor del fuego. ¿Dónde
demonios se ha metido? Espero que no haya mentido a Moira diciéndole que no se
marcharía sin despedirse de ella, si le causa algún tipo de tristeza, al demonio con mis
buenas intenciones.

Página 167
—¿Dónde está? —pregunto a nadie en concreto, aunque todos saben a quién me
refiero.
—Supongo que en las caballerizas —responde Rosslyn—. Si le haces algo a mi
hermano, te haré pagarlo, Alec MacLeod.
Alzo mi ceja burlón ante su amenaza, veo cómo mi hermano le susurra algo que
parece tranquilizarla y salgo sin darles oportunidad a decir nada más; no quiero
perder el tiempo en intentar convencerles de que no estoy buscando problemas, sino
que quiero solucionarlos.
No me cuesta nada encontrarlo. Al escuchar mis pasos, mira hacia atrás y si le
sorprende verme, no dice nada, sé que es muy bueno escondiendo sus sentimientos,
en eso nos parecemos, pero no puede engañarme y me he cansado de jugar este juego.
—¿Qué quieres, MacLeod? —pregunta mientras continúa acariciando su
montura.
—Quería agradecerte el haber venido hasta Dunvegan sabiendo que podías perder
la vida —le respondo sin rodeos—. Sé que lo has hecho por Moira.
—He hecho muchos sacrificios por ella, entregar mi vida hubiera sido uno más —
dice sin mirarme—. Si vienes a advertirme que me mantenga lejos de ella, puedes
ahorrártelo. No tengo intención de volver a Dunvegan en mucho tiempo.
—Lo suponía —asiento, comprendiendo los motivos—. Pero no voy a pedirte
semejante cosa, ella y tú siempre estaréis unidos. Yo tengo su corazón, pero eso no
significa que no pueda quererte. Lo que quiero decir es que ya no voy a dejar que mis
celos o inseguridades se interpongan entre nosotros, no olvido que me ayudaste a
vengar a mi padre y una vez más trajiste a mi vida a la mujer que más amo en este
mundo, por ello te estaré siempre agradecido.
—Lástima que yo no pueda decir lo mismo —bromea, intentando ocultar su dolor
—. Me hace feliz saber que Moira ha encontrado un buen hombre que la ame y con el
que ha podido rehacer la vida que le arrebataron. Ahora es el momento en el que debo
desaparecer para que ella siga su destino, y yo intentar buscar el mío.
—Estoy convencido de que encontrarás a la mujer destinada para ti —le digo con
total seguridad—. Entonces, ¿enterramos el hacha de guerra? —pregunto con burla
para aligerar el ambiente.
—Mientras hagas feliz a Moira, en mí siempre tendrás a un hermano —asiente,
tendiéndome la mano—. Haz que olvide todo el infierno vivido.
—Lo haré —le aseguro—. No desaparezcas durante mucho tiempo, pues tanto tu
hermana como mi esposa te echarán de menos.
Asiente y salgo de las caballerizas como si me hubieran quitado un gran peso de
encima, ahora puedo mirar al futuro sabiendo que todo está donde debe estar.

Página 168
Epílogo

Castillo de Dunvegan, Isla de Skye. 1602.


Moira MacLeod

Ha pasado algo más de un mes desde que fuimos rescatadas y Gladys desterrada de
Dunvegan. Poco a poco, todo vuelve a la normalidad y continuamos con nuestras
vidas.
Rosslyn y Cameron, más enamorados que nunca, viendo a su hijo crecer. El
próximo señor de Dunvegan ha demostrado tener un carácter igual de fiero que el de
su tío Alec, quien disfruta jugando con él como un niño pequeño. Ahora ya no me
duele verlos compartir tiempo juntos porque sé que no estoy seca, y que seré madre
algún día no muy lejano.
Evan y Glenda esperan felizmente la llegada de su primer hijo. Los hombres están
convencidos de que será un niño, y nosotras apostamos por una niña; sea lo que sea,
será MacLeod y será un bebe adorado por su familia.
Iona parece haber rejuvenecido ante la perspectiva de la llegada de nuevas
generaciones al castillo y muy pocas veces se le empaña la mirada al recordar al que
fue el gran amor de su vida. Y Megan… ¿Qué decir de esa pequeña diablilla? Justo
hace unos días cumplió doce años y ya queda poco de la niña que conocí a mi llegada
al castillo. Entre ambas siempre ha habido buen entendimiento, pero desde nuestro
secuestro, siento que tenemos un fuerte lazo que nos une y que jamás se romperá.
Entre Alec y yo parece que todo vuelve a la normalidad. No mentiré diciendo que
ya no discutimos nunca, porque no es así, mas no creo que eso llegue a cambiar
jamás, ya que ambos tenemos carácter, aunque eso ha dejado de preocuparme,
siempre encontramos la manera de volver el uno junto al otro y las reconciliaciones
son lo mejor.
Ahora mismo, mientras pienso en todo lo ocurrido durante estos meses, todavía
estoy en el lecho después de una noche en la cual Alec no me ha dejado dormir
mucho, aunque no me quejo, no puedo evitar sonreír como una estúpida al recordarlo.
Si aún no me he levantado es porque no me siento bien. No he querido molestar a

Página 169
nadie, pero llevo unos días en los cuales me noto más cansada de lo normal y en los
que debo controlarme para no vomitar.
Pero tengo que levantarme si no quiero que Alec comience a preocuparse. Sé que
si no me ve en el desayuno, no parará hasta saber el motivo, y no quiero tener que dar
explicaciones cuando ni yo misma sé lo que me ocurre. Al incorporarme, todo gira a
mi alrededor, debo volver a sentarme y comienzo a asustarme. ¿Estaré enferma?
Procuro no dejarme llevar por el miedo, me aseo y elijo mi vestido favorito para el
día de hoy. Pellizco mis mejillas para darles algo de color porque estoy segura de que
debo de estar pálida.
Al salir, camino con decisión intentando obviar el malestar que siento y, al llegar
a la sala, obsequio a mi familia con mi mejor sonrisa. Ya es costumbre que nuestros
esposos compartan el desayuno con nosotras para después cumplir con sus
obligaciones, así que cuando Alec me ve aparecer, se levanta y se acerca hacia mí con
rapidez, como si fuera capaz de darse cuenta de que me ocurre algo.
—¿Estás bien? —pregunta en cuanto llega a mi lado y coge mi rostro entre sus
manos—. Estaba a punto de subir a buscarte, no es normal que te levantes tan tarde.
—Me has mantenido despierta durante la noche, esposo —bromeo, intentando
engañarlo.
Mis palabras lo hacen sonreír con orgullo masculino y, cogiéndome de la mano,
nos encaminamos a la gran mesa donde está ya todo preparado. No me pasan
desapercibidas las miradas de mis cuñadas, pero intento esquivar sus ojos y hago mi
mayor esfuerzo por comer algo a pesar de las náuseas.
Cuando al fin los hombres se levantan dispuestos a marcharse, respiro aliviada
por haber conseguido mantener en secreto mi malestar. Me levanto como es
costumbre para despedir a Alec, ya que hoy debe viajar junto a Evan al clan vecino;
son pocas millas, pero dependiendo del tiempo, pasarán la noche allí y, aunque será
difícil dormir sin él, sé cuáles son sus obligaciones y con quién me casé.
No estoy segura de lo que ocurre a continuación, pero lo último que recuerdo
antes de desmayarme es el rostro aterrado de mi esposo.

Cuando vuelvo a abrir mis ojos de nuevo, me encuentro en mi alcoba, recostada en


mi lecho, y me cuesta comprender qué hago aquí, cuando estoy segura de que estaba
en la sala rodeada de toda la familia.
—¿Moira? —Rosslyn está a mi lado con un paño de agua fría sobre mi frente—.
¿Cómo te encuentras? —pregunta preocupada.
—Bien —respondo con rapidez, pero la voz de Alec me interrumpe…
—No mientas, esposa —giro mi rostro y allí está él—. Te has desmayado frente a
mí, si no llego a cogerte, te hubieras abierto la cabeza contra el suelo.

Página 170
—¡Alec! —regaña Ross—. No es momento para esto. ¿Desde cuándo te sientes
mal, Moira?
Decido que debo dejar de ocultárselo, pues solo lo hacía para no preocuparlos.
—Tan solo un par de semanas —confieso sin mirar a mi esposo, ya que sé cuál va
a ser su reacción.
—¡Maldición, Moira! —exclama—. ¿Por qué no me lo dijiste? Tiene que verte la
curandera ahora mismo.
—No es necesario, Alec —interviene nuestra cuñada—. Creo que sé lo que le
ocurre a Moira.
Ambos la miramos esperando a que continúe hablando, y cuando lo hace, estoy a
punto de volver a desmayarme de la dicha.
—Habla de una maldita vez, Rosslyn —gruñe Alec con su acostumbrada falta de
paciencia.
—Moira —me dice sonriendo—. ¿Desde cuándo no sangras?
Su pregunta y lo que ello significa me golpea con fuerza. ¿Es posible que…? No.
Me niego a creer que pueda ser.
—¿Crees que estoy encinta? —pregunto entre susurros, intentando contener las
lágrimas.
Miro a Alec, el cual me observa con los ojos y la boca muy abiertos, y solo
reacciona cuando alzo mi mano hacia él y la coge como si estuviera en trance.
Cuando al fin se cruzan nuestras miradas, veo la misma emoción que estoy sintiendo
yo, y dejo de intentar contener mi llanto al verlo a punto de llorar, mi hombre
orgulloso está al borde de las lágrimas.
—¿Un bebé? —pregunta asustado—. ¿Cómo…? —se calla al ver la forma con la
que tanto Rosslyn como yo lo miramos.
—Voy a dejaros solos —me besa la frente—. Enhorabuena.
Una vez sale de la alcoba y nos deja a solas, Alec me abraza con fuerza y
guardamos silencio asimilando la noticia. Lo que tanto he deseado durante todos
estos meses al fin ha sucedido.
Fruto de nuestro amor, hemos engendrado a nuestro primer hijo. No puedo evitar
que mi mano se pose sobre mi vientre y me sorprende cuando mi esposo me imita y
sitúa la suya encima de la mía, alzo la mirada y sonrío a pesar de las lágrimas de
felicidad que empañan mis ojos.
—Lo hemos conseguido —le digo, sintiendo mi corazón a punto de estallar por la
dicha.
Me besa, pero no con la pasión que acostumbra, sino con devoción, y puedo
probar el sabor salado de su emoción en mis labios. Acaricio su rostro y podría jurar
que siento cómo se estremece, y, aunque me complace saber que está feliz con la
noticia, me gustaría que dijera algo y así se lo hago saber.
—Me siento el hombre más feliz del mundo, pero a la vez estoy aterrado —me
responde—. No quiero perderte, no podría soportarlo.

Página 171
—Y no lo harás —digo con fervor—. No voy a dejarte, Alec. Muchas mujeres
consiguen salir airosas del parto y yo no voy a ser menos, confía en mí.
Asiente, aunque puedo ver la sombra de la duda y el temor todavía reflejada en su
mirada.
—Tendremos que dar la noticia antes de que lo haga Rosslyn —dice sin soltarme
ni hacer el menor gesto por levantarse del lecho.
—Ella no lo hará —lo tranquilizo, sabiendo que puedo confiar—. Sabe que solo
nos corresponde a nosotros dar a conocer mi estado. Pero sí, deberíamos tranquilizar
a los demás.
—¿Te encuentras bien? —pregunta mientras me levanto muy despacio—.
Tendrías que descansar…
—Alec MacLeod, no pienso ser tratada como una inválida por el siempre hecho
de estar embarazada —le advierto con seriedad—. No creas que estaré los próximos
meses acostada en la cama ni mucho menos. Voy a bajar contigo y a dar la buena
noticia a la familia.
Juntos descendemos por las escaleras y debo lanzarle una mirada de advertencia
para que no me coja como si fuera a romperme por bajar los peldaños, pero todo es
olvidado al entrar en la sala donde los demás me esperan, incluso mis cuñados, con
cara de preocupación. La primera en acercarse es mi suegra, que solo le hace falta ver
mi sonrisa de felicidad para comprender lo que me ha ocurrido.
—Estás encinta —dice en voz suficientemente alta como para que todos la
escuchen y corran hacia nosotros hasta rodearnos—. Voy a ser abuela de nuevo —
exclama rebosante de felicidad.
—Madre —la regaña mi esposo—. Queríamos ser nosotros quienes diéramos la
noticia.
—Enhorabuena, hermano. —Cameron es el primero en felicitarnos mientras
Glenda me abraza.
—Nuestros hijos nacerán con pocos meses de diferencia —aplaude emocionada;
asiento porque la alegría que vuelve a embargarme no me permite pronunciar palabra.
—Nuestro hermanito va a ser padre —bromea Evan—. No me lo puedo creer…
Todos ríen, todos menos mi esposo, que lo fulmina con la mirada. No le gusta que
le recuerden que, de los tres hombres MacLeod, es el más pequeño; han tenido que
crecer de golpe y Alec no ha sido la excepción.
—Esta buena nueva debe celebrase como corresponde —habla Rosslyn, quien ha
permanecido en un segundo plano—. Debemos hacer una buena fiesta para que todo
el clan disfrute de nuestra felicidad.
—Estoy de acuerdo, querida —responde Iona—. Pero debemos pensar que Moira
no puede cansarse mucho, sobre todo, durante los primeros meses.
Alec me lanza una mirada de «te lo dije» y no puedo evitar rodar mis ojos. Los
meses que tengo por delante van a ser difíciles; lo conozco y va a querer tenerme

Página 172
entre algodones, y yo no soy mujer de estar ociosa, siento que me asfixio si no hago
algo en todo momento.
«Va a ser una pelea constante con este cabezón», pienso, intentando hacerme a la
idea de que tendré que luchar con uñas y dientes por un poco de independencia.
Los hermanos finalmente se marchan para entrenar a los hombres. Aunque Alec
parece reacio a hacerlo, imploro a los demás que se lo lleven, así sea a rastras. Doy
gracias a Dios porque no sea necesario y se marcha tras hacerme prometer que lo
buscaré si algo ocurre.
«Dios mío, dame paciencia», rezo mientras lo veo marcharse…
—Mi hijo va a volverse loco —bromea mi suegra—. No dejes que te atosigue.
—No lo haré —asiento convencida—. Todas las mujeres estamos preparadas para
traer vida al mundo y yo no soy la excepción.
—Por supuesto que no —dice Glenda—. Evan también está volviéndome loca
con el tema, tal vez podríamos hacer algo con nuestros esposos, ya que tienen tan
poca fe en nosotras.
—Algo se os ocurrirá, estoy segura —bromea Rosslyn con el pequeño Owen en
brazos.
El día trascurre sin contratiempos. No voy a negar que me siento cansada y que
no tengo mucho apetito, pero hago mi mejor esfuerzo para comer, mantenerme fuerte
y no darles más motivos a los demás para mirarme con preocupación.
Cuando cae la noche y Alec y yo nos encontramos en la soledad de nuestra
alcoba, no puedo dejar de imaginar cómo será nuestra vida una vez seamos padres. Si
de algo estoy segura es de que mi esposo amará a sus hijos con la misma devoción
que lo hace conmigo, no podría haber encontrado un hombre mejor que él a pesar de
que se empeña en esconder sus verdaderos sentimientos.
—¿En qué piensas? —pregunta mientras se acuesta a mi lado.
—En lo buen padre que serás —respondo mientras me acurruco contra su fornido
cuerpo.
—Tienes demasiada fe en mí, Moira —dice en voz baja. Su respuesta me hace
alzar el rostro, el cual estaba apoyado en su pecho, y lo miro como si se hubiera
vuelto loco.
—He visto cómo tratas a Megan y como juegas con Owen —replico mientras
beso su pecho—. Vas a amarlo y cuidarlo hasta el final de tus días.
Me abraza y vuelvo a recostarme contra él mientras cierro los ojos y dejo que el
sueño me atrape sabiéndome segura entre sus brazos, sintiéndome completa, al fin,
sabiendo que dentro de mí se está formando una vida, vida que hemos creado con
mucho amor.

Página 173
Ayla y Leslie MacLeod nacieron en una noche tormentosa, la cual acalló mis gritos
de dolor. Fue un parto largo en el que se temió tanto por mi vida como por la de las
niñas.
—Te dije que podría hacerlo —susurro adormilada y dolorida a partes iguales—.
¿No son hermosas? —pregunto mientras las admiro.
Ambas niñas duermen en mis brazos, sabiéndose en lugar seguro, mientras Alec y
yo las contemplamos con adoración.
—No quiero que vuelvas a pasar por esto jamás —dice Alec—. Por un momento,
he llegado a pensar que te perdía.
—No niego que ha sido difícil —reconozco—. Pero volvería a pasar por este
trance mil veces si la recompensa es esta.
—Creo que dos hijas son más que suficientes —sigue empecinado mientras
acaricia las cabecitas de las niñas.
—¿No te gustaría tener un hijo? —pregunto extrañada—. Todo hombre lo quiere.
—No soy como todos los hombres —responde, frunciendo el ceño—. Tengo a
mis sobrinos y a mis hijas, son todo lo que necesito mientras te tenga a ti.
No digo nada más porque sé que es el miedo quien habla por él. Puede que ame a
Owen y a Cedric, el hijo de Evan y Glenda, pero jamás podrían ocupar el lugar de un
hijo propio. Y si de algo estoy segura es de que quiero ser madre de nuevo; soy
huérfana, siempre he soñado con rodearme de una gran familia y pienso cumplirlo.
No puedo dejar de mirarlas. A pesar de que ahora tienen los ojos cerrados, han
llegado al mundo con fuerza y sus párpados abiertos dejando ver unos iris claros que
estoy segura de que serán como los de su padre. Me pregunto cómo serán de mayor,
qué les deparará la vida. Pero si de nosotros depende, estarán protegidas por su
familia al completo, pertenecen al clan más poderoso de la Isla de Skye y eso es algo
que no se puede cambiar.
Crecerán rodeadas de amor junto a sus primos y tíos, y tengo muy claro que
quiero que sean mujeres fuertes, decididas y capaces de defenderse por sí mismas,
porque no quiero que vivan lo que yo tuve la desgracia de vivir. No podría soportarlo
y sería capaz de matar con mis propias manos a los miserables que se atrevieran a
poner siquiera sus sucias manos encima de mis hijas.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando una de ellas comienza a despertarse
y, por instinto, sé que tiene hambre. Rápidamente, Alec coge a su hermana dormida
mientras contempla cómo comienzo a amamantar a Leslie, quien se calma de
inmediato al recibir alimento. No puedo dejar de contemplar el hermoso milagro que
me ha sido concedido por partida doble. Durante los meses de mi embarazo, nunca
llegué a pensar que tendría dos hijas y, a pesar del dolor tan atroz que he sufrido,
volvería a vivirlo una y otra vez.
—Me está mirando —la voz de Alec me saca de mi ensoñación, y cuando alzo la
cabeza, me doy cuenta de que Ayla se ha despertado y observa a su padre con
autentica devoción—. Son tan pequeñas, tan frágiles…

Página 174
—Crecerán y se harán fuertes —intento tranquilizarlo—. Puedes enseñarles a
defenderse como hiciste con Megan.
—Juro que mataré a cualquiera que se atreva siquiera a hacerles derramar una
sola lágrima —dice con fervor—. Quiero para ellas la más absoluta felicidad.
—No me preguntes cómo lo sé, pero estoy segura de que lo serán —le digo
mientras vuelvo a observar a Leslie alimentarse—. Creo que esta pequeña ha sacado
tu carácter —bromeo cuando se pone a llorar al no conseguir encontrar de nuevo su
fuente de alimento.
Lo escucho gruñir, pero al mirarlo de nuevo, veo como sonríe con orgullo. No
bromeo cuando digo que Leslie va a parecerse a su padre, ha sido la primera en nacer
y ha llegado al mundo gritando a pleno pulmón. Su hermana, por el contrario, parece
mucho más tranquila, como ya lo demuestra al estar en brazos de Alec sin inmutarse.
—Esposo —lo llamo y él deja de mirar por un momento al bebé que sostiene
entre sus poderosos brazos para observarme—. Te amo. Gracias por el maravilloso
regalo que me has hecho. No solo me has salvado, sino que me has dado a dos hijas
preciosas.
—Te amo —responde mientras se acerca sin soltar a Ayla y me besa en los labios
—. Desde el primer momento que te vi, supe que solo tú podrías salvarme.
Y, así, abrazados mientras observamos a nuestras hijas recién nacidas, damos
paso al primer día del resto de nuestra nueva vida.

Fin

Página 175
Agradecimientos

Como siempre, debo comenzar agradeciendo a todos los que me habéis ayudado a
llegar hasta aquí. A lo largo del camino he conocido a gente maravillosa que me ha
ayudado muchísimo, que me ha enseñado todo lo que he aprendido hasta el momento.
Personas que, a pesar de la distancia, se han convertido en parte fundamental de mi
vida; por desgracia, no todo es de color de rosa en este mundillo, pero lo bueno
supera lo malo con creces, sobre todo, si tienes gente que te apoya.
A mis lectoras, por confiar en mí libro tras libro. Por permitirme hacerlas viajar a
otros tiempos y vivir junto a mis protagonistas sus historias. Para mí, leer significa
vivir mil vidas y disfrutar de cada una de ellas.
A mi familia, que entiende las horas en las que me pierdo en mi propia realidad.
A mi lectora cero, Lisdey Sánchez, por estar dispuesta siempre a leer cualquier
locura que se me ocurra y decirme con sinceridad lo que piensa.
A mi correctora, Noni García, por su infinita paciencia y su impecable trabajo
para que la historia quede perfecta para los lectores.
Y no podría olvidar a mi buena amiga y genio del diseño, Leydy García, quien
siempre consigue hacer magia con las portadas y maquetaciones de mis libros.
Por último, desear que os haya gustado la historia de Alec y Moira y que estéis
deseando leer las siguientes.
Nos leemos muy pronto.

Jane Mackenna.

Página 176

También podría gustarte