Quetzalcóatl Un Mito Hecho de Mitos
Quetzalcóatl Un Mito Hecho de Mitos
Quetzalcóatl Un Mito Hecho de Mitos
(Texto)
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templo redondo ocupaba un lugar privilegiado frente al sancta sanctorum de Tenochtitlán, el Templo
Mayor.
En el centro ceremonial de Tenochtitlán los mexicas habían construido un templo para
albergar las efigies de los dioses conquistados, de tal manera que la variedad de deidades nahuas se
imbricó con los dioses, símbolos y discursos teogónicos de otros pueblos y culturas. Así, a las propias
relaciones de Quetzalcóatl con otros dioses del panteón nahua, se agregaron nuevas conexiones con
deidades de panteones diferentes. El Quetzalcóatl mexica recibió los atributos y significados del
Quetzalcóatl venerado en Cholula, y particularmente la rica simbología de la Estrella Matutina y la
Estrella Vespertina que estaba en uso en diferentes regiones, de modo que Xólotl,
Tlahuizcalpantecuhtli y otros avatares de Venus se sumaron al Quetzalcóatl de los aztecas.
En la cosmogonía nahua, Quetzalcóatl es uno de los dioses que intervienen en la creación del
cosmos y del sol, y es así mismo el dios que desciende al inframundo, rescata los huesos de la antigua
humanidad y forma con ellos a las mujeres y a los hombres del Quinto Sol. Como sus antecesores
mayas y mixtecos, es el dios dispensador de la civilización, el reciclador del tiempo, el discernidor del
movimiento de los astros y de los destinos humanos. El calendario y la escritura, los dos saberes
supremos que ordenaban los conocimientos funda-mentales de Mesoamérica, eran actividades
vinculadas al dios Quetzalcóatl y estaban a cargo de los dos más altos sacerdotes, quienes llevaban
asimismo el título de Quetzalcóatl.
Al lado de las representaciones del dios, los testimonios mexicas destacan la imagen de Ce
Ácatl Topiltzin Quetzal-cóatl como el fundador del reino soñado. Del mismo modo que en la mitología
mexica Tula es el arquetipo de la ciudad y el reino ideal, Topiltzin Quetzalcóatl es el paradigma del
gobernante, el creador de las insignias, investiduras y sím-bolos reales, el primer rey de la legendaria
Tula, el fundador del poder tolteca, antecesor del poder mexica.
La conquista española y la invasión de nuevos dioses y símbolos religiosos no segaron la vida
de Quetzalcóatl. Por el contrario, la multiplicaron. Con las cenizas y los recuer-dos de los antiguos
dioses, los sobrevivientes indígenas com-pusieron un nuevo mito de Quetzalcóatl: el antiguo héroe
cultural fue transformado en un mesías redentor. Varios tes-timonios relatan la historia de un
Quetzalcóatl que había pro-metido regresar de su exilio, formar un ejército indígena dotado de armas
invencibles, hacer la guerra a los invasores blancos y restaurar el antiguo reino de los señores
naturales.
Por su parte, los frailes evangelizadores y los nacidos en .\léxico de ascendientes europeos,
crearon el mito de un Quetzalcóatl cristiano. Fray Toribio de Benavente, el célebre Motolinía, inició
esta transformación cuando aseveró que Quetzalcóatl era hombre "honesto y templado", y dijo que
fue él quien "comenzó a hacer penitencias de ayuno y disciplina". Bartolomé de las Casas dio un paso
más en esta conversión cuando afirmó que Quetzalcóatl, el dios de Cholula, era un hombre blanco,
de ojos grandes, largo cabello negro y barba redonda. El dominico Diego Durán completó esta
identificación en su Historia de las Indias, donde escribió que Quetzalcóatl había sido en realidad un
mensajero de Cristo, puesto que había difundido los signos de la verdadera religión y había profetizado
la llegada de los españoles.
La interpretación de Durán no admitía la idea de que los indios de Nueva España pudieran
haber sido olvidados por los señalados para propagar la palabra de Cristo. Según su interpretación, el
apóstol de los indios había sido Topiltzin, "el cual aportó a esta tierra, y según la relación [que] de él
se da [...] también sabemos haber sido predicador de los indios". Así, por medio de esta transmutación,
Quetzalcóatl adquirió los rasgos de un apóstol de Cristo, mientras que otros pensaron que Dios había
utilizado ese engaño para atraer a los indios a la verdadera fe. Como lo ha mostrado Jacques Lafaye,
la "idea que pronto tendió a imponerse fue que Quetzalcóatl era el apóstol Santo Tomás, y que todas
las analogías [de las] creencias del antiguo México con el cristianismo derivaban de una pretérita
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evangelización de América y de la degradación ulterior de la doctrina". Sobre estas bases se afirmó la
idea de que Quetzalcóatl fue un dios blanco, procedente de un país remoto, cuyo mandato era difundir
la civilización en las incultas tierras de América.
Desde entonces Quetzalcóatl se convirtió en la presencia más ubicua y carismática de la
mitología mexicana. Adquirió las cualidades de la metamorfosis, la resurrección y la multiplicación sin
límites. Su figura, radiante o premonitoria, pudo atravesar simultáneamente diferentes tiempos, o viajar
por múltiples espacios. En los años críticos de indefensión o quebranto, asumió los rasgos del profeta:
anunció regresos triunfales y la instauración de un nuevo reino. En las épocas de construcción y
estabilidad se convirtió en símbolo de civilización, y en emblema de una identidad ancestral.
Poco antes de que estallara el movimiento de independencia, fray Servando Teresa de Mier
revivió la leyenda del apóstol y del héroe legendario. A su vez, muchos indígenas y mestizos
entendieron que en esos años se cumplía un ciclo más de las revoluciones del tiempo y que esa
anudación de los años anunciaba el regreso de Quetzalcóatl. A lo largo del siglo XIX su figura invadió
los terrenos de la poesía, la música, el drama, la literatura y la pintura. En estas artes, como antes en
el mito, adquirió otros perfiles y vivió nuevas reencarnaciones. Con el triunfo de la Revolución de 1910
y la eclosión de la pintura mural, Quetzalcóatl se convirtió en uno de los personajes predilectos de los
muralistas. José Clemente Orozco y Diego Rivera plasmaron dos interpretaciones poderosas de
Quetzalcóatl y más tarde cada pintor construyó su propia versión de este personaje.
En la segunda década del siglo xx Manuel Gamio, el fundador de la arqueología mexicana,
exhumó en la ciudad sagrada de Teotihuacán el templo más antiguo que se conoce dedicado a la
Serpiente Emplumada. Nunca imaginó que con esa obra iniciaría otro interminable debate sobre esa
entidad prodigiosa, y abriría la puerta a una suces1on de cambiantes interpretaciones. Las
encontradas y fantásticas elucubraciones que cada generación de arqueólogos produjo de esta figura,
pronto fueron superadas por las fabricadas por historiadores, escritores, practicantes de ciencias
ocultas, astrólogos, periodistas, antropólogos de las más variadas escuelas, y aficionados a la historia
y la arqueología.
En las últimas décadas la literatura sobre Quetzalcóatl adquirió dimensiones inabarcables. Los
psicólogos encontraron nuevas versiones del complejo de Edipo al analizar la personalidad incestuosa
y esquizofrénica de Quetzalcóatl. En la iconografía popular, aun cuando la Virgen de Guadalupe y el
Enmascarado de Plata mantienen el primer lugar en cuanto al número de veces que su imagen se
reproduce, Quetzalcóatl se imbricó con las imágenes de santos, vírgenes, profetas, héroes culturales,
videntes y ancestros de toda laya.
Como ocurre con otros grandes mitos, el de Quetzalcóatl se ha vuelto un mito universal,
imposible de reducir a una sola explicación, irrefrenable y polisémico. Cada nueva interpretación da
pie a nuevas hipótesis y suscita otras réplicas que a su vez conducen a nuevas disquisiciones. Al
reencarnar en cada época bajo nuevas apariencias y simbolismos, y al reproducirse con la máxima
plasticidad, adquirió la libertad suprema: la de ser cada vez una personalidad distinta y mudable.
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