Quetzalcóatl Un Mito Hecho de Mitos

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LENGUAJE Y PENSAMIENTO.

(Texto)

QUETZALCÓATL: UN MITO HECHO DE MITOS


ENRIQUE FLORESCANO.
Quetzalcóatl ocupa un lugar único en la historia y la imaginería mexicanas. Su figura múltiple recorre
todas las épocas y en cada una brilla con luz propia. Su primera aparición es imborrable: nace con la
actual era del mundo y es uno de sus creadores. Según las cosmogonías más antiguas, Quetzalcóatl
nació cuando no había luz ni movimiento ni vida en el mundo, e instauró un orden fundamental en el
cosmos. Separó el cielo de la tierra y él mismo se convirtió en uno de los árboles que sostenían la
bóveda celeste. En la tradición maya es el Primer Padre, el ordenador del cosmos y el dios del maíz,
la deidad que creó el alimento de los seres humanos y produjo la vida civilizada. Varios textos y
pinturas describen su maravilloso viaje a la Primera Verdadera Montaña, el lugar donde se guardaban
los alimentos fundamentales. Cuentan cómo Quetzalcóatl, armado de un hacha en forma de
relámpago, golpeó la montaña de los mantenimientos y de la abertura que hizo brotó el maíz y los
bienes que desde entonces alimentan a los seres humanos.
En los testimonios mayas que narran la saga de Quetzalcóatl, los principales acontecimientos
de su vida están vinculados con el ciclo vegetal de la planta del maíz. Siguiendo la práctica de los
campesinos cuando inician la siembra y remueven la tierra para depositar en ella la simiente,
Quetzalcóatl fue primero sembrando en la tierra: es la primera semilla que se introdujo en el seno de
la tierra. Pero como los dioses creadores no advirtieron a los señores del inframundo de esta
intromisión en sus dominios, ni acordaron con ellos los sacrificios que habrían de recibir a cambio de
procrear la vida en su interior, éstos retuvieron la semilla y se negaron a que fructificara en la superficie
terrestre. El Popal Vuh, el libro sagrado de los mayas, narra que al observar esa resistencia, los dioses
celestes enviaron al inframundo a dos héroes dotados de poderes sobrenaturales, los Gemelos
Divinos. Los gemelos descendieron al interior de la tierra, enfrentaron a los temibles señores de
Xibalbá, los vencieron e hicieron retornar al dios del maíz a la superficie terrestre. El episodio más
dramático del mito es el renacimiento glorioso del dios del maíz, quien brota del interior de la tierra
llevando con él las mazorcas preciosas, con cuya masa los dioses moldearon a las mujeres y a los
hombres de la nueva era del mundo. Como se observa, en su versión más antigua, el mito de
Quetzalcóatl es una cosmogonía agrícola, un canto a los poderes reproductores del cielo y de la tierra,
y una apología de la agricultura como sustento de la vida civilizada.
En la tradición del área de la costa del Golfo de México, Quetzalcóatl asume otra apariencia:
es Ehécatl, el dios del viento, la potencia que barre los cuatro rumbos del cosmos para que por ellos
corran los aires que provocan la precipitación de la lluvia. Su aparición ordena el cosmos, el espacio
terrestre y el tiempo. Sus templos eran redondos y por ellos viajaban los diferentes vientos. En Cholula,
sus seguidores edificaron un templo altísimo y la fiesta que lo conmemoraba reunía peregrinos de las
regiones más apartadas de Mesoamérica.
En los códices y relatos mixtecos, Quetzalcóatl aparece bajo la advocación de Ehécatl, el
soplo vital que le infundió movimiento al cosmos. Su calidad divina se manifiesta al nacer, pues brota
de un pedernal y una de sus primeras tareas es separar el cielo y las aguas de la tierra. Su aparición
se asocia con el surgimiento de la tierra mixteca, el nacimiento de los primeros linajes en la legendaria
región de Apoala, el descubrimiento de las plantas útiles y del fuego, y la celebración de las ceremonias
dedicadas a reverenciar a los dioses y los ancestros. Es un héroe cultural de naturaleza divina, un
dispensador de los bienes fundamentales y el ancestro tutelar del pueblo mixteco.
Varios siglos más tarde, cuando ya habían desaparecido los reinos de la época Clásica que
contaban que la creación del cosmos había sido obra del dios del maíz, se fundó un estado poderoso
en el norte de Mesoamérica, poblado por gente nómada y guerrera y por antiguos habitantes del
Altiplano Central. Ese reino tuvo por capital Tula o Tollan, la celebrada ciudad gobernada por el rey y
supremo sacerdote Quetzalcóatl. Los relatos toltecas atribuyen a Quetzalcóatl la creación del legado
cultural que fundó la vida civilizada en Mesoamérica: la invención de la agricultura, el calendario, la
escritura, la astronomía, la astrología, la medicina y las artes y oficios útiles. Es decir, este mito legitima
el asentamiento de los guerreros norteños en las tierras de los antiguos agricultores, y transforma las
creaciones culturales de los últimos en legado tolteca.
La celebración del dios y héroe cultural de Tula se confundió con la imagen de un personaje
llamado Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, que quiere decir Uno Caña (su fecha de nacimiento), nuestro
señor Quetzalcóatl. Su legendaria biografía señala que llevó el mismo nombre que el dios y sacerdote,
hizo hazañas guerreras, gobernó Tula en su máximo esplendor, perdió el trono y por último abandonó
su reino, huyendo con una parte de sus fieles hacia el oriente.
La literatura más extensa sobre Topiltzin Quetzalcóatl se refiere a su gobierno en Tula y
celebra la fundación de un reino que ejercía el poder sobre innumerables pueblos. Los textos narran
que Tula era la metrópoli donde abundaban las riquezas y confluían los bienes de la civilización. En
ese reino el poder político estaba unido al religioso en la persona de Topiltzin Quetzalcóatl. A Tola
acudían los señores de las provincias vecinas y ahí Topiltzin les asignaba su rango y les imponía las
insignias del poder. En signo de acatamiento, los jefes de los distintos reinos le ofrendaban tributos
muy ricos y regalos suntuosos.
Repentinamente este reino feliz fue abatido por los poderes malignos del dios Tezcatlipoca,
quien hizo que Quetzalcóatl huyera hacia el oriente. Unos textos dicen que al llegar a un lugar de la
costa del Golfo de México, Quetzalcóatl se incendió y más tarde renació convertido en Estrella
Matutina o Señor del Alba. Otros cuentan que al salir de Tula inició una dilatada peregrinación por las
regiones de Puebla, Oaxaca, Tabasco, Chiapas y Yucatán, y se internó en las tierras de Guatemala,
El Salvador y Nicaragua. En cada uno de esos lugares dejó una huella inolvidable de su presencia.
Múltiples testimonios registran la penetración en el sur del país de grupos de ascendencia tolteca,
junto con el arribo de un personaje que reproduce los rasgos del legendario rey, supremo sacerdote y
héroe cultural de Tula. En muchas ciudades su emblema, la Serpiente Emplumada, adorna los
monumentos más significativos. En Chichén Itzá es el emblema que identifica a los personajes que
encabezan acciones bélicas. En Cacaxtla, la Serpiente Emplumada identifica a los dirigentes de esa
ciudad. En Xochicalco la Serpiente Emplumada ondula en el monumento que se levanta en la plaza
central. Asimismo, diversos textos yucatecos, quichés y cakchiqueles dan cuenta de invasiones
procedentes del Altiplano Central dirigidas por personajes que ostentan el nombre de Kukulkán,
Gucumatz o Nácxit, que son otras tantas apelaciones del legendario Topiltzin Quetzalcóatl. Como se
advierte, el mito de la Tula maravillosa y del legendario Quetzalcóatl legitiman la expansión de un
pueblo conquistador, que desde el siglo IX hasta el XII impuso su dominio en Tula y en la península
de Yucatán, donde grupos toltecas y mayas fundaron Chichén Itzá, la metrópoli sureña.
Cuando Hernán Cortés llegó a las playas de Veracruz, buena parte de las imágenes que a lo
largo del tiempo se vincularon con Quetzalcóatl se habían reunido en Tenochtitlán, la ciudad edificada
en medio de la laguna, que era entonces una metrópoli cosmopolita y un centro receptor de múltiples
tradiciones. En el panteón mexica, Ehécatl -el dios creador de los códices mixtecos- tenía un alto lugar,
aunque crecientemente disputado por Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, deidades nahuas. Su extraño

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templo redondo ocupaba un lugar privilegiado frente al sancta sanctorum de Tenochtitlán, el Templo
Mayor.
En el centro ceremonial de Tenochtitlán los mexicas habían construido un templo para
albergar las efigies de los dioses conquistados, de tal manera que la variedad de deidades nahuas se
imbricó con los dioses, símbolos y discursos teogónicos de otros pueblos y culturas. Así, a las propias
relaciones de Quetzalcóatl con otros dioses del panteón nahua, se agregaron nuevas conexiones con
deidades de panteones diferentes. El Quetzalcóatl mexica recibió los atributos y significados del
Quetzalcóatl venerado en Cholula, y particularmente la rica simbología de la Estrella Matutina y la
Estrella Vespertina que estaba en uso en diferentes regiones, de modo que Xólotl,
Tlahuizcalpantecuhtli y otros avatares de Venus se sumaron al Quetzalcóatl de los aztecas.
En la cosmogonía nahua, Quetzalcóatl es uno de los dioses que intervienen en la creación del
cosmos y del sol, y es así mismo el dios que desciende al inframundo, rescata los huesos de la antigua
humanidad y forma con ellos a las mujeres y a los hombres del Quinto Sol. Como sus antecesores
mayas y mixtecos, es el dios dispensador de la civilización, el reciclador del tiempo, el discernidor del
movimiento de los astros y de los destinos humanos. El calendario y la escritura, los dos saberes
supremos que ordenaban los conocimientos funda-mentales de Mesoamérica, eran actividades
vinculadas al dios Quetzalcóatl y estaban a cargo de los dos más altos sacerdotes, quienes llevaban
asimismo el título de Quetzalcóatl.
Al lado de las representaciones del dios, los testimonios mexicas destacan la imagen de Ce
Ácatl Topiltzin Quetzal-cóatl como el fundador del reino soñado. Del mismo modo que en la mitología
mexica Tula es el arquetipo de la ciudad y el reino ideal, Topiltzin Quetzalcóatl es el paradigma del
gobernante, el creador de las insignias, investiduras y sím-bolos reales, el primer rey de la legendaria
Tula, el fundador del poder tolteca, antecesor del poder mexica.
La conquista española y la invasión de nuevos dioses y símbolos religiosos no segaron la vida
de Quetzalcóatl. Por el contrario, la multiplicaron. Con las cenizas y los recuer-dos de los antiguos
dioses, los sobrevivientes indígenas com-pusieron un nuevo mito de Quetzalcóatl: el antiguo héroe
cultural fue transformado en un mesías redentor. Varios tes-timonios relatan la historia de un
Quetzalcóatl que había pro-metido regresar de su exilio, formar un ejército indígena dotado de armas
invencibles, hacer la guerra a los invasores blancos y restaurar el antiguo reino de los señores
naturales.
Por su parte, los frailes evangelizadores y los nacidos en .\léxico de ascendientes europeos,
crearon el mito de un Quetzalcóatl cristiano. Fray Toribio de Benavente, el célebre Motolinía, inició
esta transformación cuando aseveró que Quetzalcóatl era hombre "honesto y templado", y dijo que
fue él quien "comenzó a hacer penitencias de ayuno y disciplina". Bartolomé de las Casas dio un paso
más en esta conversión cuando afirmó que Quetzalcóatl, el dios de Cholula, era un hombre blanco,
de ojos grandes, largo cabello negro y barba redonda. El dominico Diego Durán completó esta
identificación en su Historia de las Indias, donde escribió que Quetzalcóatl había sido en realidad un
mensajero de Cristo, puesto que había difundido los signos de la verdadera religión y había profetizado
la llegada de los españoles.
La interpretación de Durán no admitía la idea de que los indios de Nueva España pudieran
haber sido olvidados por los señalados para propagar la palabra de Cristo. Según su interpretación, el
apóstol de los indios había sido Topiltzin, "el cual aportó a esta tierra, y según la relación [que] de él
se da [...] también sabemos haber sido predicador de los indios". Así, por medio de esta transmutación,
Quetzalcóatl adquirió los rasgos de un apóstol de Cristo, mientras que otros pensaron que Dios había
utilizado ese engaño para atraer a los indios a la verdadera fe. Como lo ha mostrado Jacques Lafaye,
la "idea que pronto tendió a imponerse fue que Quetzalcóatl era el apóstol Santo Tomás, y que todas
las analogías [de las] creencias del antiguo México con el cristianismo derivaban de una pretérita

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evangelización de América y de la degradación ulterior de la doctrina". Sobre estas bases se afirmó la
idea de que Quetzalcóatl fue un dios blanco, procedente de un país remoto, cuyo mandato era difundir
la civilización en las incultas tierras de América.
Desde entonces Quetzalcóatl se convirtió en la presencia más ubicua y carismática de la
mitología mexicana. Adquirió las cualidades de la metamorfosis, la resurrección y la multiplicación sin
límites. Su figura, radiante o premonitoria, pudo atravesar simultáneamente diferentes tiempos, o viajar
por múltiples espacios. En los años críticos de indefensión o quebranto, asumió los rasgos del profeta:
anunció regresos triunfales y la instauración de un nuevo reino. En las épocas de construcción y
estabilidad se convirtió en símbolo de civilización, y en emblema de una identidad ancestral.
Poco antes de que estallara el movimiento de independencia, fray Servando Teresa de Mier
revivió la leyenda del apóstol y del héroe legendario. A su vez, muchos indígenas y mestizos
entendieron que en esos años se cumplía un ciclo más de las revoluciones del tiempo y que esa
anudación de los años anunciaba el regreso de Quetzalcóatl. A lo largo del siglo XIX su figura invadió
los terrenos de la poesía, la música, el drama, la literatura y la pintura. En estas artes, como antes en
el mito, adquirió otros perfiles y vivió nuevas reencarnaciones. Con el triunfo de la Revolución de 1910
y la eclosión de la pintura mural, Quetzalcóatl se convirtió en uno de los personajes predilectos de los
muralistas. José Clemente Orozco y Diego Rivera plasmaron dos interpretaciones poderosas de
Quetzalcóatl y más tarde cada pintor construyó su propia versión de este personaje.
En la segunda década del siglo xx Manuel Gamio, el fundador de la arqueología mexicana,
exhumó en la ciudad sagrada de Teotihuacán el templo más antiguo que se conoce dedicado a la
Serpiente Emplumada. Nunca imaginó que con esa obra iniciaría otro interminable debate sobre esa
entidad prodigiosa, y abriría la puerta a una suces1on de cambiantes interpretaciones. Las
encontradas y fantásticas elucubraciones que cada generación de arqueólogos produjo de esta figura,
pronto fueron superadas por las fabricadas por historiadores, escritores, practicantes de ciencias
ocultas, astrólogos, periodistas, antropólogos de las más variadas escuelas, y aficionados a la historia
y la arqueología.
En las últimas décadas la literatura sobre Quetzalcóatl adquirió dimensiones inabarcables. Los
psicólogos encontraron nuevas versiones del complejo de Edipo al analizar la personalidad incestuosa
y esquizofrénica de Quetzalcóatl. En la iconografía popular, aun cuando la Virgen de Guadalupe y el
Enmascarado de Plata mantienen el primer lugar en cuanto al número de veces que su imagen se
reproduce, Quetzalcóatl se imbricó con las imágenes de santos, vírgenes, profetas, héroes culturales,
videntes y ancestros de toda laya.
Como ocurre con otros grandes mitos, el de Quetzalcóatl se ha vuelto un mito universal,
imposible de reducir a una sola explicación, irrefrenable y polisémico. Cada nueva interpretación da
pie a nuevas hipótesis y suscita otras réplicas que a su vez conducen a nuevas disquisiciones. Al
reencarnar en cada época bajo nuevas apariencias y simbolismos, y al reproducirse con la máxima
plasticidad, adquirió la libertad suprema: la de ser cada vez una personalidad distinta y mudable.

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