WARK Raving Fragmento-CajaNegra

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Raving

Wark, McKenzie
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Caja Negra, 2023
184 p.; 21 x 14 cm.
(Efectos Colaterales, 10)

Traducción de Mariano López Seoane


978-987-8272-12-2
1. Música. 2. Consumo de Drogas. 3. Investigación
­Cultural. I. López Seoane, Mariano, trad. II. Echaves,
Marta, epílogo III. Título
CDD 306.484

Título original: Raving


(Duke University Press)

© McKenzie Wark, 2023


© Caja Negra Editora, 2023

Ilustración de tapa: Joaquina Salgado

Caja Negra Editora


Buenos Aires / Argentina
[email protected]
www.cajanegraeditora.com.ar

Dirección editorial: Diego Esteras / Ezequiel Fanego


Producción: Malena Rey
Coordinación y revisión de traducción: Sofía Stel
Diseño de colección: Consuelo Parga
Diseño de interiores: Tomás Fadel / Consuelo Parga
Maquetación: Cecilia Espósito
RAVING

McKenzie Wark

Traducción / Mariano López Seone

Epílogo / Marta Echaves


2 / XENO-EUFORIA

Soy una de las tres transexuales que bajan del taxi en


­algún lugar de Brooklyn. Q baja primera. Se ve incan-
descente, instagrameable, bajo los faroles y el resplandor
­cálido de las luces de freno. Pero tal vez sea yo la que está
encendida.

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Corro detrás de ella mientras Z cierra la marcha. Ellas
dos son jóvenes, bellas y se ven sexys en su atuendo ne-
gro raver. Yo llevo un vestido blanco de viscosa de Rick
Owens, unas Converse magenta con plataforma y un
bolsito de cuero plateado con tiras de Hayden Harnett.
Me veo elegante, pero sé que tendremos más posibili-
dades de entrar escoltada por estas dos chicas trans mucho
más ­fabulosas.
Q se contonea pasando la fila con un dedo delgado
en el aire, y anuncia, amablemente y con una confian-
za que ahora sé que no siempre siente, que estamos “en
la lista”. La zorra de la puerta, displicente pero respe-
tuosa, nos observa detenidamente. Nos hace esperar un
momento. Se forma una aglomeración ansiosa detrás
nuestro. “¿Cuántas son?”, pregunta. “Tres.” Nos hace
pasar a las tres, y a nadie más. Atravesamos la puerta,
sentimos el abrazo del sonido y el umbral se cierra detrás
nuestro.20
No es algo que se publicite demasiado, y en cierto sentido
ha caído en desuso, pero a esta rave las mujeres trans entran
gratis. O, mejor, las muñecas entran gratis.21 Todas las muñecas
son mujeres trans, pero no todas las mujeres trans son muñecas.
Yo no soy una muñeca. Tampoco Q y Z son muñecas, aunque
hoy parecen muñecas, sobre todo a la distancia. Las muñecas
son más femeninas en un sentido convencional, puede que ha-
gan trabajo sexual y en general se sienten atraídas por los hom-
bres. No tienen otro lugar más que la noche. Las muñecas tienen
sus propias escenas. No soy yo quien debe contar esas historias.
Que las muñecas entren gratis es una política ambigua. La
intención es atraer a las más lindas. Un puñado de transexua-
les espectaculares que sepan cómo comportarse y puedan bai-
lar toda la noche le dan un encanto al evento que ni el mejor
cúmulo de mujeres cis queer o varones cis gays puede asegurar.
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Claro que al final de la noche los coworkers pensarán que to-


das nosotras existimos con el solo propósito de divertirlos y
hacerles sentir que acaban de caminar… por el lado salvaje.
Doot da doot…22

20. Sobre los umbrales y el entre-lugar, ver Eyck, Child.


21. Las muñecas, en sus propias palabras: Lady Chablis, Hiding My
Candy; Daelyn y Watson, My Life Is No Accident; Duff y Lake,
Unsinkable Bambi Lake; Newman, I Rise; Huxtable, Mucus
in My Pineal Gland; y Barton, Summer I Got Bit. Versión de
­autorxs hispanohablantes: Ojeda, Never, Ever Coming Down;
Gentili, Faltas. Otra escena adyacente es la del Ballroom,
pero no soy yo quien deba contar esas historias. Ver Tucker,
And the Category Is…
22. Ver This Body I Wore, de Diana Goetsch, sobre la experiencia de los
héteros que caminan por el lado salvaje de la noche de Nueva
York. [N. del T.: Referencia a la canción de Lou Reed “Walk on
the Wild Side”, del disco Transformer, de 1972.]
Más tarde, cuando discuto esto con el dj Nick Bazzano,
su opinión es diferente. “Tienes que mimar a tus amigos”,
dice. “La rave es como un espejo, una bola de espejos, de
la precariedad de la existencia queer. Se trata de quién sabe
improvisar, de quién confiará en la improvisación como for-
ma inmanente de la práctica social. Y esa es la gente que
está en la lista: la gente que no puede comprar los tickets, la
gente para la cual no es una experiencia mercantil, la gen-
te que hace que suceda. Podríamos llamarla discriminación
­reparadora”.23
Fue Q quien me llevó de vuelta, atravesando el umbral, al
rave continuum, en el que todas las raves parecen unirse y ple-
garse una sobre la otra. Fue ella la que me hizo volver a bailar.
Nos conocimos en el universo trans de Twitter, luego
en persona en la cafetería a la que siempre voy. En algún
punto de esa larga conversación le mencioné a Q que, antes
de la transición, el momento del baile era uno de los pocos

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en que este cuerpo se sentía en casa. Sobre todo si la música
era techno. Mi teoría es que se trata de una música, o me-
jor una tecnología sónica, hecha para alienígenas. Al estar
hecha para alienígenas, es un sonido en el que ningún cuer-
po humano es más bienvenido que otro. Al no sentirme en
casa en este cuerpo ni en ningún otro, siento que este cuer-
po encuentra su casa en el techno, cuando bailo. ­“Bueno,
una de las mejores raves queer de Nueva York es este fin de
­semana”, me dijo. “Deberíamos ir juntas.”

23. Las reflexiones de Nick Bazzano las registré en una reunión que
tuvimos para planear una cosa que íbamos a hacer juntes
para la conferencia “Comunismo ácido” en la Haus der
­Kulturen der Welt de Berlín. La idea era que la conferencia
nos diera una excusa para visitar los clubes de Berlín. La
pandemia le puso fin a ese plan y terminé haciendo el evento
yo sola por Zoom.
Mi presencia en la rave no pasó inadvertida. Entre la
gente que me percibió como trans estaba Nick. Resulta que
cuando no está organizando raves en el “espacio basura”
industrial inutilizado de Brooklyn, está escribiendo una tesis
sobre eso.24 Nick y yo arreglamos para tomar un café en la
semana, de día.
“Entras a una situación que tiene reglas gays”, dice Nick.
“Puedes estar fabulosa, si así lo quieres, pero no se trata ne-
cesariamente de eso. Tu estilo puede ser práctico o táctico.
No actúes como si tuvieras derecho a cosas… y trae un aba-
nico. De lo que se trata es de quién viene a co-crear el espa-
cio, de a quién puedes reunir de modo que se ­autoorganice.”
No es la utopía queer.25 Incluso en una buena noche, hay
pesados y coworkers. Encuentros buenos y malos. ­Algunos
momentos en el rave continuum: estoy en la barra pidien-
do bebidas antes de que Juliana Huxtable comience su set
cuando un tipo se acerca y grita, atravesándome, como si yo
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no estuviera ahí, para llamar la atención de su amigo que


está del otro lado, discutiendo sobre lo que van a pedir para
beber. Siento su sudor, así de cerca está. Cuando le digo que
me está molestando me dice que me “relaje”.
El beat se diluye en otro beat, en otro punto del conti-
nuum. Me cruzo con alguien de sonrisa beatífica. Está de
éxtasis. Vino con F, que después se fue a otro lugar. Muy típico
de ella. Me pide una y otra vez ayuda para encontrarla, pero
por instinto me limito a darle agua y le señaló en la dirección
incorrecta. No encuentra a F, me encuentra a mí, en la pista.
Bailamos cerca. Alerta de proximidad. Me choca una y otra

24. Koolhaas, Espacio basura; Jameson, “La ciudad futura”.


25. Muñoz, Utopía queer. Puede ser que en la rave esté buscando
un tiempo trans que no sea un tiempo queer. Ver también,
­Edelman, No al futuro; Halberstam, In a Queer Time and
Place; Allen, There’s a Disco Ball Between Us.
vez. Al ser grande y fuerte frente a mi insignificante c­ uerpo
flacucho, me hace volar, luego me atrapa, a pura sonrisa. Me
escabullo a través de la niebla. Más tarde me entero de que
esta persona había agredido sexualmente a F antes de llegar a
la rave. De todos modos se fueron a casa a coger. Duro.
Siento unos dedos haciéndome cosquillas en los pezo-
nes. Alerta roja de proximidad. Pero descubro que es un
joven afeminado tocando el synth en el aire al ritmo de la
mezcla, con los ojos cerrados. Se disculpa dulcemente. Le
sonrío y cambio de posición. Ahora interpreto a una Ricitos
de Oro danzarina frente a tres osos, los tres con arneses de
red combinados alrededor de sus torsos anchos y esculpidos,
y un pequeño cartel de led en el plexo solar que dice PUTA.
El olor almizclado del sudor masculino me resulta tan
extrañamente atractivo que cuestiono mi lesbianismo. ¿Fue-
ron ellos los que me convidaron poppers o fue otra persona?
Liberarnos de un mundo que nos odia, no nos respe-

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ta, no nos entiende. Es prácticamente imposible, incluso en
Nueva York. En una buena rave, en una buena noche, ahí
es donde puedo sentir que mi cuerpo no es una anomalía, o,
más bien, que no es la única anomalía. Es una distribución
de anomalías sin norma, anómalas solo la una frente a la
otra.26 Eso es lo que una buena rave hace posible. Aunque
no debemos olvidar que tomamos esta configuración de po-
sibilidades fugitivas de… la cultura negra.
Es mejor que el mundo exterior. Rebobino a esa primera
noche, la noche de mi reingreso a la cultura rave después de
veinte años de ausencia. Q, Z y yo paradas en una calle en
Brooklyn, esperando un coche que llamamos con una apli-
cación para que nos pase a buscar y nos lleve a la rave. Z
sigue el recorrido del coche en su teléfono a medida que se

26. Puar, “I Would Rather Be a Cyborg”.


acerca. Lo vemos llegar. El conductor disminuye la veloci-
dad, se da cuenta de que lo esperan tres transexuales… y se
va acelerando. Calificación: una estrella.
Este tipo de situaciones insultantes son desagradables,
pero no son nada comparadas con lo que muchas otras per-
sonas queer o trans, particularmente las que no son blancas,
tienen que tolerar todos los días, en todas partes. Pero no
quiero escribir sobre el dolor trans sino sobre nuestra gloria.
Hay situaciones nocturnas que han sido construidas
para ser excepciones. Para algunas personas es el único lu-
gar en el que se sienten relativamente seguras. Y para otras,
estas raves queer mayormente blancas ni siquiera ofrecen
eso de manera consistente. Pero en una buena noche existe
la posibilidad de que algunas pocas personas durante unos
pocos instantes puedan liberarse.
Hacemos una pausa con unas amigas en el patio. Le
digo a A o a O, con total inocencia, que esta rave es mejor
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que muchas de las raves a las que fui en los noventa. En


su momento tuve una buena guía de la escena berlinesa. El
muro acababa de caer. Como por arte de magia geopolítica,
una zona entera de la ciudad se manifestó de repente en el
mundo burgués, y las bocas de los ciudadanos se hicieron
agua ante la aparición de todas esas propiedades disponi-
bles. Pero nadie sabía a quiénes pertenecían. Y en ese res-
quicio entre magia y propiedad, los ratones ravers salieron
a jugar.27
Recuerdo ir detrás de mi flautista techno berlinés a tra-
vés de los caminos menos transitados de la ciudad oscure-
cida, llegar a la carretera y caminar por entre los carriles.

27. Sobre la escena berlinesa en los noventa, ver Denk y Von Thülen,
Klang der Familie; y Goetz, RAVE. Sobre las escenas sónicas
de Berlín, ver Hanford, Coming to Berlin.
Bajar por una escalera de servicio de cemento hasta una
puerta de metal. Golpear. La puerta se entreabre; deja salir
una luz empañada y unos beats sordos. Se produce un in-
tercambio de frases y miradas. Entramos. Parecen los baños
de una estación de metro abandonada. Espacios pequeños y
oscuros entrelazados con beats y cuerpos. Beats duros, sin
ornamentos, ondas cuadradas. Tras una pastilla amarilla
chata, tres botellas de agua y unas TARDIS28 de tiempo, subi-
mos las escaleras para hacer frente a la inspección inclemente
del sol. Vagando por ahí, felices, hambrientas y cansadas.
Recuerdo cuando me llevaron a otro antro en Berlín.
Esos faroles extraños de Berlín del Este. El pavimento roto.
Edificios anodinos, de ladrillos y ventanas con rejas. Conte-
nedores de basura y grafiti. Un salón del tamaño de una caja
con una barra y algunas banquetas. Una escalera empinada
nos lleva a un sótano. Olor a polvo y a óxido. Tragamone-
das de metal en las paredes. Otra pastilla amarilla. Hombres

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en botas de combate y ropa camuflada, extrañamente relaja-
dos. Más tarde descubriría que ese lugar era Tresor.
Recuerdo ir a alguna rave en Sídney en los noventa con
Edward, mi novio, en la época en la que yo intentaba ser
un hombre gay. Esas raves también sucedían usualmente
en algún “espacio basura” que todavía nadie había logrado
rentabilizar. Me atrevo a llevar una falda y un corpiño con
relleno, amarillo flúo. A Edward no le encantan estas efu-
siones de femme pero me sigue la corriente. En el frío hace-
mos la fila para entrar a un depósito aparentemente ­vacío.

28. La TARDIS (Time And Relative Dimension In Space) [Tiempo y


Dimensión Relativa en el Espacio] es una nave espacio-tem-
poral que forma parte de la serie británica de ciencia ficción
Doctor Who. Tiene la forma de las legendarias cabinas de
policía británicas de los años sesenta y es recordada por ser
muchísimo más grande por dentro que por fuera. [N. del T.]
ÍNDICE

11 1 / La rave como práctica


29 2 / Xeno-euforia
45 3 / Femmunismo ketamínico
65 4 / Ilujurismo
87 5 / Abstracción resonante
113 6 / Máquina excesiva

141 Glosario de conceptos


147 Agradecimientos
149 Bibliografía

163 Epílogo, por Marta Echaves

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