Homilía Domingo de Pascuas 31 de Marzo

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HOMILÍA

31 DE MARZO
DOMINGO DE PASCUA
Lecturas:
Padre Mariano Cinquemani
Hech 10, 34. 37-43; Sal 117, 1-2. 16-17.
22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.

Hemos recorrido toda esta Semana Santa acompañando a


Jesús, pero la verdadera convicción es que Jesús nos ha
acompañado a nosotros. Hace una semana atravesábamos esa
puerta en el Domingo de Ramos, comenzando así la Semana
Santa. Y decíamos que lo que Jesús viene a hacer es a cumplir las
Profecías. Cuando uno repasa toda esta semana, las lecturas, los
textos, dan cuenta que siempre hacen referencia a lo que el
Antiguo Testamento prometió. Lo que en el Antiguo Testamento
es promesa, ahora Jesús lo ha cumplido. Por eso es hermoso, en
este tiempo, sobre todo, pensar lo importante que es el Antiguo
Testamento. Son miles de años de esperanza, de búsqueda, de
convicción, y ahora encontramos escrito el cumplimiento.
Siempre las lecturas hacen referencia a aquello que se nos decía,
y ahora, a aquello que tenemos. Entraba como Rey, sí, pero no
como lo esperaba el pueblo de Israel, que los librara de la
opresión de los romanos, que les diera un alivio económico.
Sabemos que Jesucristo encaró su Reino por otro lado. ¿Por cuál?
Por el del cumplimiento de la Palabra de Dios. Y tres cosas dice el
Antiguo Testamento que caracterizarán al Hijo de Dios como Rey:
será Rey de los pobres, será Rey de la paz y será Rey de la unidad.
El Jueves Santo hemos visto cómo Cristo se convierte en Rey
de la unidad entregando la vida. Muchos granos, un solo vino;
muchos gramos, un solo pan. Y todos hemos comido y
comeremos siempre del único y mismo pan, del único y mismo
cáliz, desde el Papa hasta el último bautizado, como signo de que
todos, en la Iglesia y en el mundo, tenemos la misma dignidad,
porque a todos, Dios nos ama con el mismo amor. Ser distintos no
nos tiene que hacer distantes: es el mensaje del Jueves Santo. Y
si no, pensemos qué distintos eran los Apóstoles que Jesús eligió,
y a todos los amó, aunque lo negaron, aunque lo traicionaron, y
aunque lo abandonaron, porque cada uno encierra en su vida lo
que el otro necesita, y nosotros necesitamos lo que el otro tiene.
Jesús vino a unir la humanidad y, sobre todo, lo mostró con su
paciencia. No sólo es el Rey de la unidad y lo cumplió, es Rey de la

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paz y lo demostró el Viernes Santo. Todos los textos del Viernes


Santo usan la palabra “inocente”. “Él, que era inocente, fue
llevado como cordero al matadero”; “Él, que era inocente, pagó
por los pecadores”.
Ya lo dijimos el viernes. ¿Qué significa la palabra inocente?
‘El que es incapaz de perjudicar. El que no puede hacer daño ni
con su pensamiento ni con su sentimiento’. Y digámoslo,
Jesucristo y la Virgen son los únicos inocentes que la
humanidad ha conocido. Por eso, cuando venga a nuestra vida
la tentación de preguntar: “¿Por qué a mí, lo que me toca vivir,
Señor?”, rápidamente comentémosla porque el único inocente
es Cristo, porque la única inocente es María junto a la cruz.
Nosotros tenemos que decir: “¿Por qué no a mí, si nosotros no
somos inocentes?” La Semana Santa nos ha vuelto a dar un
ejemplo de no pagar violencia con violencia, injusticia con
injusticia. Jesús no se rebeló, no se quejó. La Virgen tampoco,
no se quejó ni se rebeló, sino que fue instrumento de paz. Nos
mostró que nosotros podemos, con el Bautismo, recuperar la
inocencia y también ser artífices de la paz. Seamos sinceros,
digamos con Job: “¿Por qué no a mí?”, si ninguno de nosotros
es mejor que otro. Esa es la convicción de la Semana Santa: Rey
de la unidad, Rey de la paz, y hemos celebrado anoche y hoy,
Domingo de Resurrección, a Jesucristo como Rey de los pobres.
¿qué es la pobreza unida a la riqueza en la Sagrada Escritura? Es
rico el que menos necesita en este mundo, no el que más tiene.
Jesucristo ahora en la cruz se hace Rey de los pobres porque
nunca dividió su corazón para que este mundo lo pudiera
atrapar. Jesucristo mantuvo su corazón unido, hasta el fin, al
querer de Dios. Por eso lo resucitó. Su pobreza lo salvó. Siempre
su corazón para Dios, no para las cosas de este mundo que
siembran la avaricia, la envidia, la comparación y los celos. Por
eso hoy termina su proyecto y se muestra como Rey de los
pobres, cercano a aquellos que más necesitan y regalándonos
lo que necesitamos, no lo que queremos, para ser
verdaderamente ricos a los ojos de Dios.
Hoy nos regaló la Resurrección. Nadie puede comprarla,

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nadie puede conseguirla, sólo si Dios nos regala la Vida Eterna


podemos merecerla. Jesucristo cumplió todo lo que la
humanidad durante milenios esperó. Es la prueba y no hay que
esperar nada más. ¿Qué nos toca a nosotros? Vivir como Él vivió.
Por eso aparece este hermoso texto en sus diferentes versiones.
Las mujeres corrieron presurosas esa mañana, como esta
mañana del primer día de la semana. Todavía era de noche,
signo de lo que pasaba en el corazón de esas mujeres. No sólo
de ellas, de todos los que habían seguido de cerca a Jesús. La
oscuridad es signo de la duda, del cuestionamiento interno, de la
pregunta hasta sincera: ¿No habremos perdido el tiempo
siguiendo a este hombre? ¿Cuántas veces nosotros, que somos
cristianos, nos preguntamos lo mismo ante las situaciones de la
vida? ¿No perderemos el tiempo, participando de la catequesis,
yendo a misa los domingos? Ahí está esa noche que se avecina
sobre nosotros, que nos hace pensar como piensa el mundo.
Decía el Evangelio de anoche que las mujeres en esa
oscuridad iban mudas, y, sobre todo, cuando llegaron al
sepulcro no sabían qué decir, y el miedo las invadió. Dos
características de este mundo en su esencia: el estar mudos y el
tener miedo. Y las dos cosas van muy unidas. Hoy podríamos
preguntarnos si como cristianos que celebramos la Resurrección
no estamos un poco mudos y no le decimos al mundo lo que ha
pasado. ¿No tenemos miedo y nos acobardamos encerrados en
las casas para que no se den cuenta que somos cristianos? Así
no funciona la Resurrección. Sana, salva, si la contamos. La
Resurrección sana, salva, si muchos más se unen a la Salvación.
Ese es el mensaje de la mañana de la Resurrección. Tuvieron que
correr a contarlo para que esto empezara a funcionar. No porque
a Dios le hubiese fallado el plan, si de hecho Dios siempre tiene
un plan, y escribe derecho en renglones torcidos, y lo ha
mostrado en esta Semana Santa. Por eso dice que las mujeres
llegaron al sepulcro con sus sentimientos. Fíjense la
contradicción: ellas representan al mundo, y ¿hacia dónde
corren? Hacia el escenario que Dios ha armado. Ya empieza a
salir el sol, es el primer día, es una nueva semana, todo es
primavera, los perfumes se extienden. Así está Dios, creando un

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escenario totalmente diferente de los sentimientos que


nosotros tenemos. Y Dios siempre hace lo mismo, siempre
crea para nosotros el mejor escenario, pero, muchas veces el
estar mudos no nos deja verlo, el estar llenos de miedo no nos
deja comprenderlo, pero Dios no puede hacer otra cosa para
nosotros. Y mientras Dios crea, el mundo va para este otro
lado destruyendo la maravillosa obra de Dios. ¿Y cuál es la
primera palabra que estas mujeres escuchan? “No teman, no
teman”. Todos los domingos, durante cincuenta días, vamos a
escuchar esta frase: “No teman”.
Para eso vino Dios, para quitarnos el miedo; para eso vino
Dios, para que nuestra voz se una a la voz de Dios, y muchos
más vivan sin tener miedo. Las mujeres también llevaban
perfumes para embalsamar un cadáver. No sólo iban a
embalsamar un cadáver, iban a embalsamar la propia fe,
porque la iban a dejar en ese sepulcro. ¿Y ahora qué? ¿Qué
haremos mañana si ya no está? Hagamos justicia: nadie había
resucitado antes que Jesús, por lo tanto, nadie sabía lo que
significaba resucitar. Tampoco es que eran malos,
simplemente todavía no pasaba. Cuidado… también nosotros
muchas veces podemos embalsamar nuestra fe, porque
parece que no está físicamente, porque parece que no lo
podemos tocar, porque creemos que no nos escucha. Sin
embargo, el “no teman”, ya sea de los ángeles -el mismo
Jesús lo va a decir en otro episodio- transporta a estos
personajes más allá de la muerte y enciende en ellos la
esperanza. Para esto es la Resurrección, para construir en
nuestro corazón, en la familia, en la humanidad, la esperanza.
Lo único que aleja verdaderamente el miedo, es la esperanza
de que todo no termina en la muerte, sino en que podamos
encontrarnos con nuestros seres queridos, y ante nada, en
que ha hecho justicia nuestras injusticias. Ese es Dios. Por eso
decía anoche el texto: “Vayan a Galilea que allá los voy a
encontrar”. ¿Qué es Galilea para los discípulos? El lugar del
amor primero, donde se enamoraron de Jesús sin preguntarle

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nada y lo siguieron. Esa es la fe. Jesús dice: “Después de todo


lo que han vivido, no crean sólo en lo que vieron, no se queden
con la Pasión, el dolor y la tortura. Ya estoy vivo. Vuelvan al
amor primero. ¿Por qué se enamoraron de mí?”. Jesús nos ha
mostrado a lo largo de la vida un montón de pruebas de que
existe y vive. La fe siempre tiende como ir a la tumba, siempre
tiende como a ir a embalsamar el cadáver. Ya no está
físicamente, es cierto, pero ahora está escondido y más
presente que nunca.
Este domingo nos invita también a nosotros a vencer,
junto con Jesús, el miedo. ¿Y cuáles son los miedos que toda
la humanidad tiene, y que nosotros, por ser parte de la
humanidad, también tenemos? Lo vamos a ver todos estos
domingos. El primer miedo es el miedo al mañana. ¿Y mañana
qué va a pasar si el cadáver no está? ¿Adónde vamos a ir?
¿Habremos perdido el tiempo? ¿Qué significó todo lo que
vivimos? ¿Qué nos enseñó Jesús en Semana Santa? Sobre
todo, la paciencia. La paciencia es la que ahuyenta el miedo al
mañana. Convengamos que el mañana no existe, sólo existe
hoy. Hoy hay que tener paciencia para que el mañana no nos
dé angustia, para que el mañana no nos cree ansiedad, que no
sirve para nada, porque el mañana todavía no está. Lo único
que tenemos es el hoy. Así vivió Jesús cada día. Hoy, no
pensando qué pasaba mañana. A lo otro que le tenemos
miedo siempre es a la muerte porque nadie puede evitarla. Ni
siquiera Jesús. No explicó, simplemente dijo: “Resucité”. Por
eso no nos movemos en otro plano, en el plano en que Jesús
nos ha invitado a vivir.
Es verdad que resucitó. La vida no puede terminar sin
sentido, sólo en una tumba. Verdaderamente Jesucristo nos
ha demostrado durante toda esta semana, y durante su vida,
que poner gestos de vida después te puede quitar la vida. ¿Y
cómo no va a existir la Vida Eterna si vinimos a este mundo
para vivir, no para morir? La muerte no nos tiene que dar
miedo, nos tiene que hacer vivir el presente para no temer al
futuro. Si hoy estamos vivos disfrutemos de estar vivos y no

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estemos pensando si mañana vamos a estar muertos porque


no cambia nada, no soluciona nada y no nos deja vivir.
Jesucristo, en su Pasión, sólo pensaba en qué estaba
haciendo cada momento. ¿Sabía que iba a morir? Sí, y lavó los
pies. ¿Sabía que iba a morir? Si, y compartió una cena con los
amigos. ¿Sabía que iba a morir? Si. Jesucristo fue a rezar a
Getsemaní. Ese es Jesús. Le preocupa el presente, no lo por
venir, no lo atemoriza la muerte, sino cómo puede superarla. Y
lo último a lo que la humanidad le teme siempre también, es
justamente a este miedo que se apodera de nosotros y que
muchas veces no nos deja vivir. Por eso Jesús nos invita a la
confianza, nos invita a que eso, que es nuestro temor se
convierta en nuestra fuerza. Jesús nos invita a ser testigos de
esperanza, y a unirnos a cientos y miles de santos, santas
inocentes, que han vivido sólo por la esperanza, y han hecho
de su vida algo valioso.
Recordemos que la Semana Santa no es para obtener lo
que queremos, sino para recordar que Dios ya nos regaló lo
que necesitamos, que es su Hijo, y a quien tenemos que seguir
si le vamos a pedir cualquier cosa que queremos, porque así
funciona la fe. Jesús nos vuelve a animar a transformar
nuestra vida, a sacar la fuerza del mismo sepulcro. ¿De dónde
salió la luz? Del mismo sepulcro, que estaba lleno de miedos
salió la confianza. Hay que buscar dónde está nuestra
oscuridad y hay que iluminarla; hay que buscar lo que está
torcido y enderezarlo. Eso significa tener fe; eso significa
tener esperanza. ¿Saben qué? No es tan importante saber si
creemos o no creemos en la Resurrección, sino si queremos
resucitar. Bastaría que uno desee querer resucitar para que la
Resurrección se convierta en una realidad. ¿Y qué es
resucitar? Vivir para siempre con su mejor versión. Pero si en
esta vida vivimos de un modo mediocre, chato, aburrido,
llenos de miedo, perseguidos… ¿quién quiere vivir así una
eternidad? Nadie. Por lo tanto, sólo quiere resucitar el que
hace de su vida algo tan significativo que valga la pena vivirlo
por toda la Eternidad. ¿Y qué es lo único que puede hacer la

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vida tan significativa? Nos lo enseñó Jesucristo durante toda


la Semana Santa: la caridad. La caridad es lo único que nos
salva. No es la religión, no son nuestros sacrificios, sino el
único que Jesús sigue ofreciendo y del que nos invita a
participar. No vamos al Cielo por la religión, vamos al Cielo por
la caridad. El que ya en esta vida vive la caridad, ya sabe lo que
es el Cielo, nada más que lo será por toda la Eternidad.
Hoy Jesús nos invita, sobre todo, a ser hombres y mujeres de
esperanza. Lo vuelve a decir una vez más: “Yo resucité, y todo
el que crea, también resucitará. Yo vivo con el Padre, y todo el
que crea, también vivirá con Él”.

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