Significado Simbolico Del Bosque y Del Arbol
Significado Simbolico Del Bosque y Del Arbol
Significado Simbolico Del Bosque y Del Arbol
árbol en el folclore
J. Crews
Significados simbólicos adquiridos por los árboles y los bosques durante siglos de
existencia humana subsisten en el lenguaje, el folclore y la cultura.
Los árboles y los bosques, probablemente por su gran tamaño y a veces por su
longevidad, excitaron vivamente la imaginación de las sociedades anteriores a la
invención de la escritura. Tenían vida como los seres humanos y los animales, pero no
se movían de un lugar a otro; como las montañas y las piedras parecían inmóviles, pero
al mismo tiempo podían cambiar y balancearse. Los bosques tupidos hubieron de
parecer misteriosos. Incluso los árboles solitarios, especialmente en un lugar yermo,
pueden haber parecido milagrosos si ofrecían alimento a un vagabundo hambriento. Los
primeros humanos vieron y tocaron los árboles; los utilizaron para alimentarse,
calentarse, abrigarse, vestirse, hacer vallados y barreras, lanzas y arpones; y los
quemaron, cortaron o transformaron en numerosos objetos. Sus sombras daban cobijo,
camuflaje y escondrijo a personas a uno u otro lado de la ley. Con el tiempo, los
bosques y determinadas especies de árboles han llegado a representar conceptos
diversos en las imaginaciones de poblaciones que viven en distintos lugares geográficos.
La abundancia o la escasez de árboles en una localidad determinada influyó en su
imagen y en el papel que se les atribuyó en leyendas, mitologías y culturas.
Este artículo trata de algunos de los significados simbólicos adquiridos por los árboles y
los bosques durante los siglos de existencia humana. Está concebido como una
exploración general de un amplio tema (simple ojeada a un campo de posible
investigación) y no pretende ser histórica ni geográficamente exhaustivo.
Se ha dicho que los árboles heridos por un rayo y consumidos por el fuego, observados
por las sociedades prehistóricas, pueden haber dado lugar a la idea de que los dioses
habitaban en los cielos igual que en la tierra (Brosse, 1989; Harrison, 1992). Se ha
supuesto que en las primitivas civilizaciones mediterráneas, las primeras talas de
bosques fueron «acciones religiosas», porque los pueblos primitivos necesitaban ver
mejor el cielo para leer las señales divinas enviadas a los humanos desde un «arriba»
abstracto que se identificaba con el firmamento (Harrison, 1992). Así pues, la tala de
árboles puede haber tenido como motivo no solo ganar espacio para los asentamientos y
la agricultura; también pudo considerarse un gesto necesario para que los humanos
conocieran a sus dioses. Con la difusión de la cultura griega, el Imperio Romano, y el
resurgir del pensamiento griego en el Renacimiento, puede haberse abierto paso en el
subconsciente colectivo, en toda Europa, una asociación de los árboles con una
«sombra» espiritual e intelectual y de su tala con la luz de la «ilustración»
Por su forma –un tronco central con ramas como brazos y dedos, la corteza como piel–
los árboles se prestan a su identificación con la forma humana, y muchas veces se les ha
dotado simbólicamente de características antropomórficas, que llevan a vincularlos con
símbolos de fertilidad en algunas culturas. En el Cantar de los Cantares bíblico, la mujer
amada es descrita así: «Tu talle, como la palmera; tus pechos, como los racimos» (7:8-
9); y ella dice: «Como un manzano entre árboles silvestres es mi amado entre los
jóvenes. A su sombra deseada me senté y su fruto fue dulce a mi paladar» (2:3).
En varios mitos griegos, doncellas o ninfas perseguidas por dioses pidieron protección a
otras deidades y fueron transformadas en árboles. Dafne escapó de Apolo de esta
manera; fue transformada en laurel, que Apolo adoptó entonces como su símbolo,
decorando su lira con hojas de laurel y utilizándolas como corona. Otras ninfas del
bosque en los mitos griegos y romanos fueron Leuke o Leuce, el álamo blanco, amada
de Hades; Filira, el tilo, quien dio a luz el monstruo Centauro y deseó cambiar su forma
humana por cualquier otra; y Pitis, una ninfa casta perseguida por el dios de los bosques
Pan, convertida en abeto o pino negro. La historia de Baucis y Filemón es otro
interesante mito de transformación arbórea. Este pobre matrimonio fueron las únicas
personas de su aldea que ofrecieron hospitalidad a dos dioses que visitaban la tierra
disfrazados de mendigos; en recompensa, no solo fueron colmados de riquezas, sino que
se les dio una nueva vida juntos como una encina y un tilo crecidos de una misma raíz.
La mayoría de estos mitos y prácticas sugieren una identificación tácita de los árboles
como receptáculos de espíritus o almas, creencia común en muchas culturas. En
Australia, los aborígenes warlpiris occidentales creen que las almas se acumulan en
árboles y esperan a que pase una mujer adecuada para saltar hacia ella y nacer
(Warnayaka Art Centre, 2001).
Los árboles altos y resistentes a menudo han sido identificados con seres humanos
valientes o justos; en los textos bíblicos y coránicos se encuentran muchos ejemplos. Un
ejemplo contemporáneo es un premio al servicio que se concede hoy en Sudáfrica, la
Orden del Baobab. El gran baobab, con su amplio sistema de raíces fuertes y
sobresalientes, tiene un valor mágico y simbólico para los pueblos indígenas africanos y
es un lugar de encuentro y un refugio en las sociedades africanas tradicionales. El
premio reconoce las cualidades de vitalidad y resistencia que encarna el árbol (J.
Tieguhong, comunicación personal, 2003).
Los árboles han sido también representación de objetos, conceptos abstractos o acciones
que se les parecen por su estructura (ramificación a partir de un eje central) o su altura.
En muchos idiomas sirven como metáforas en múltiples expresiones (árboles
genealógicos o familiares; tronco cerebral, ramas del saber, etc.). Pueden haber sido el
origen de la noción de sistemas (circulación; interconexión; jerarquía) (Harrison, 1992).
Un buen ejemplo es el «árbol de venas» imaginado por Leonardo da Vinci en el siglo
XV como explicación del sistema circulatorio humano. Podría decirse que los árboles
suministran estructuras para el propio pensamiento.
En la mitología del antiguo Egipto, los dioses tenían su asiento en un sicomoro, Ficus
sycomorus, cuyos frutos se destinaban a alimentar a los bienaventurados. Según el Libro
Egipcio de los Muertos, sicomoros gemelos flanqueaban la puerta oriental del cielo del
que el dios sol, Re, salía cada mañana. Este árbol era considerado también como una
manifestación de las diosas Nut, Isis y especialmente Hathor, la «Dama del Sicomoro».
El Ficus sycomorus se plantaba a menudo cerca de las tumbas, y se creía que un muerto
enterrado en un ataúd de su madera regresaba al vientre del árbol-diosa madre.
A menudo se tomaba el árbol de la vida como el centro del mundo. Se lo veía como
unión de cielo y tierra, representación de un nexo vital entre los mundos de los dioses y
los humanos. Oráculos, juicios y otras actividades proféticas se realizaban a su sombra.
En algunas tradiciones, el árbol estaba plantado en el centro del mundo y era visto como
fuente de la fertilidad terrestre y de la vida. Se creía que la vida humana descendía de él
y que sus frutos daban una vida eterna; y si fuera cortado, toda fecundidad llegaría a su
término. El árbol de la vida aparecía generalmente en novelas de aventuras en las que el
héroe que buscaba el árbol tenía que superar para ello una serie de obstáculos en su
camino.
El llamado árbol del mundo, o árbol cósmico, es otro símbolo como el árbol de la vida.
Había un árbol del mundo en el Jardín de Edén del libro del Génesis, y esta tradición es
común al judaísmo, al cristianismo y al islamismo. Mitos del árbol cósmico son
conocidos en los folclores haitiano, finlandés, lituano, húngaro, indio, chino, japonés,
siberiano y chamánico del norte de Asia. Los pueblos antiguos, en particular hindúes y
escandinavos, imaginaban el mundo como un árbol divino nacido de una sola semilla
sembrada en el espacio; a veces estaba invertido (Hall, 1999). Los antiguos griegos,
persas, caldeos y japoneses tenían leyendas que describían el árbol eje sobre el que gira
la tierra. Los cabalistas medievales representaban la creación como un árbol con sus
raíces en la realidad del espíritu (el firmamento) y sus ramas sobre la tierra (realidad
material). La imagen del árbol invertido se ve también en las posturas invertidas en el
yoga, en las que los pies se conciben como receptáculos de la luz solar y de otras
energías «celestiales» que han de ser transformadas como el árbol transforma la luz en
otras energías mediante la fotosíntesis (de Souzenelle, 1991).
Sin embargo, lo más corriente es creer que el árbol cósmico tiene sus raíces en el mundo
inferior y sus ramas en lo más alto del firmamento. Se ha considerado siempre como
natural y sobrenatural al mismo tiempo, es decir, perteneciente a la tierra pero de algún
modo no de la tierra misma. Entrar en contacto con este árbol, o para vivir en o sobre él,
suele significar siempre regeneración o renacimiento de un individuo. En muchos
relatos épicos el héroe muere sobre el árbol y es regenerado. Hay también la idea de que
el árbol del mundo contó la historia de los antepasados, y reconocer el árbol era
reconocer el lugar del individuo como ser humano. Generalmente se pensaba que la
madera de este árbol era la materia universal. En griego, la palabra hylé significa tanto
«madera» como «materia», «primera sustancia» (Pochoy, 2001).
Los mitos nórdicos cuentan que el dios Odin fue sacrificado, murió y fue colgado de un
Yggdrasil. Fue regenerado y volvió a la vida ciego, pero dotado por los dioses del don
de la visión divina.
En el mito de Yggdrasil, el fresno pude haberse tomado como símbolo del eje del
mundo porque la madera de fresno es particularmente resistente y al mismo tiempo muy
flexible, curvándose antes que quebrarse. Ciertas sociedades anteriores a la Edad del
Bronce hacían sus utensilios y armas con varas de fresno endurecidas al fuego. Por
ejemplo en la Ilíada, el poema épico de Homero que narra la probable guerra del siglo
XII o XIII a.C. entre la ciudad de Troya y los atacantes griegos, la palabra griega que
significa «fresno» y «lanza» es la misma.
En la antigua civilización céltica del norte de Europa hay indicaciones de una asociación entre los árboles y la escritura.
Los 25 caracteres del alfabeto céltico (ogham), usado para inscripciones en piedra y madera, recibían su nombre de un
grupo de 20 árboles y plantas sagrados (llamado también ogham). Los 13 meses del calendario céltico tenían también
nombres de algunos de esos árboles.
Una de las fuentes para conocer la lista de los árboles sagrados y del «alfabeto de árboles» céltico fue un conjunto de
poemas relativos a la leyenda Cad Goddeu («batalla de los árboles»), en la que los árboles se movilizan y atacan a un
enemigo (Graves, 1966).
Los árboles del «orden alfabético» de los celtas han sido identificados por Graves y otros autores de la siguiente manera
(algunos de ellos no son realmente árboles): abedul péndulo (Betula pendula); serbal de cazadores o capudrio (Sorbus
aucuparia); aliso común (Alnus glutinosa); sauce blanco (Salix alba o Salix fragilis); fresno (Fraxinus excelsior); espino
blanco (Crataegus monogyna o Crataegus laevigata); roble (Quercus robur); acebo (Ilex aquifolium) o posiblemente
encina (Quercus ilex); avellano (Corylus avellana); manzano europeo (Malus sylvestris); vid (Vitis vinifera); hiedra
común (Hedera helix); caña común (Phragmites australis); endrino o espino negro (Prunus spinosa); saúco (Sambucus
nigra); abeto blanco (Abies alba); tojo o aulaga (Ulex europaeus); brezo (Calluna vulgaris); álamo temblón (Populus
tremula); y tejo (Taxus baccata). La hipótesis presentada por Graves respecto al orden de los árboles es que se basa en
un orden de manifestaciones botánicas en una zona geográfica determinada (por ejemplo cuando brotan las hojas en
primavera o cuando florecen).
Las letras del viejo alfabeto irlandés eran simples líneas horizontales u oblicuas, similares a las runas. Eran fáciles de
inscribir y originalmente se tallaban en madera. De hecho, las palabras irlandesas para «madera» y «ciencia» suenan casi
igual (Clark, 1995, 2001). Tablillas de haya (Fagus spp.) eran el primer soporte de la escritura (en ellas se tallaban las
rectilíneas letras rúnicas), y cortezas en láminas muy delgadas se utilizaron para hacer libros primitivos (Rocray, 1997).
En efecto, la palabra inglesa book (libro) podría relacionarse etimológicamente con beech (haya), en inglés y en algunas
otras lenguas indoeuropeas.
CONCLUSIÓN
Bibliografía
Clark, C. 1995. Natural history of the trees of the Celtic Ogham. Circle Network News,
17(2): 12-13.
Graves, R. 1966. The white goddess. 2ª ed. Nueva York, Estados Unidos, Farrar, Straus
and Giroux.
Hall, M.P. 1999. The secret teachings of all ages: an encyclopedic outline of masonic,
hermetic, qabbalistic and rosicrucian symbolical philosophy. Londres, Reino Unido,
Philosophical Research Society.
Harrison, R.P. 1992. Forests: the shadow of civilization. Chicago, Illinois, Estados
Unidos, University of Chicago Press.
Warnayaka Art Centre. 2001. Dream trackers – Yapa art and knowledge of the
Australian desert. París, Francia, Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Wehner, K. 2002. Sakaki: sacred tree of Shinto. Mildred E. Mathias Botanical Garden
Newsletter, 5(2). Documento en
Internet: www.botgard.ucla.edu/html/MEMBGNewsletter