La Iglesia católica jugó un papel importante en la educación en América del Sur colonial, estableciendo las primeras escuelas y universidades. Los jesuitas en particular fundaron muchas instituciones educativas tempranas y tuvieron una gran influencia cultural a través de la educación y la predicación durante el siglo XVII.
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La Iglesia católica jugó un papel importante en la educación en América del Sur colonial, estableciendo las primeras escuelas y universidades. Los jesuitas en particular fundaron muchas instituciones educativas tempranas y tuvieron una gran influencia cultural a través de la educación y la predicación durante el siglo XVII.
La Iglesia católica jugó un papel importante en la educación en América del Sur colonial, estableciendo las primeras escuelas y universidades. Los jesuitas en particular fundaron muchas instituciones educativas tempranas y tuvieron una gran influencia cultural a través de la educación y la predicación durante el siglo XVII.
La Iglesia católica jugó un papel importante en la educación en América del Sur colonial, estableciendo las primeras escuelas y universidades. Los jesuitas en particular fundaron muchas instituciones educativas tempranas y tuvieron una gran influencia cultural a través de la educación y la predicación durante el siglo XVII.
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LA IGLESIA Y LA EDUCACIÓN 1500-1800
LA CONQUISTA
El cristianismo llegó a América con
la colonización española. La organización formal del cristianismo presente en España, la Iglesia católica, aportó su clero y su organización. Los inmigrantes se mantuvieron, sin excepción, dentro de la Iglesia católica, e impusieron el cristianismo a la población indígena, tanto por la fuerza como por medio de la predicación y conversión voluntarias. Si bien algunas de las etnias americanas tenían una cosmovisión bastante desarrollada, especialmente en las zonas marginales –en comparación con México y el Perú, el territorio de la actual Argentina (la Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay) era un territorio marginal del Imperio español en América– no estaba ni remotamente tan desarrollada y estabilizada como la compleja teología católica. La población de todo el territorio incorporado al dominio español pasó, en un lapso de no más de dos generaciones, a ser enteramente cristiana y católica. Aunque se mantuvieron algunas costumbres y creencias ancestrales, estas se superponían con el cristianismo sin reemplazarlo. Todas las expediciones fundacionales, y también algunas de las de exploración, contaban con uno o más religiosos en sus filas. Su función era celebrar el culto para los expedicionarios y crear una estructura religiosa para las ciudades que se fundaran. Cada repartición de solares, acto que formaba parte de la fundación de una ciudad, tenía en cuenta un lugar principal, junto a la plaza, para edificar una iglesia y, en ocasiones, también para monasterio de una o más órdenes; usualmente, en la misma acta fundacional se designaba el párroco de la iglesia matriz. En 1565 se creó la primera escuela en un convento de San Miguel de Tucumán, ocho años antes de que se estableciera la primera escuela pública en Santa Fe; la primacía continuó en manos de la Iglesia durante casi toda la época colonial: los jesuitas fundaron la primera escuela de Santiago del Estero en 1586, y desde 1612 comenzó la educación de niñas en el convento de las monjas catalinas en Córdoba. A lo largo del siglo XVII se generalizó el modelo del curato rural, en el que los curas párrocos ejercían como casi única autoridad en los pueblos de campaña. Una de sus funciones más importante –aunque por detrás de la administración de los sacramentos y la celebración de la misa– era enseñar a los niños a leer y escribir, a rezar y hacer cuentas básicas. El sistema educativo se basaba en la repetición oral de lo que se les enseñaba, bajo la mirada de los curas-maestros. De todos modos, la enorme mayoría de la población rural permaneció analfabeta. En las ciudades, en cambio, las oportunidades para la educación básica eran mayores, y se concentraban generalmente en los conventos; tanto los jesuitas como los dominicos consideraron que su principal tarea era educar a los niños y adolescentes, que en parte compartían esa educación con sus propios novicios. No obstante, los indígenas, los esclavos, la gran mayoría de las mujeres y una proporción importante de los criollos o blancos tampoco lograron aprender siquiera a leer y escribir. Desde su llegada, los jesuitas erigieron a Córdoba como el centro de la Provincia Jesuítica del Paraguay, en el Virreinato del Perú. Para ello necesitaban un lugar donde asentarse y así iniciar la enseñanza superior. Fue así que 1599, y luego de manifestarle dicha necesidad al cabildo, se les entregaron las tierras que hoy se conocen como la Manzana Jesuítica. En 1613, a iniciativa del obispo Hernando de Trejo y Sanabria, los jesuitas fundaron el Colegio Máximo de Córdoba, que en 1621 obtuvo autorización para emitir títulos universitarios, con lo cual inició su camino a convertirse en la Universidad de Córdoba, la más antigua del país y una de las primeras de América. Ese año también se creó la Librería Grande –hoy Biblioteca Mayor– que llegaría a contar con más de cinco mil volúmenes. La Universidad de Córdoba solamente expediría, hasta la segunda mitad del siglo XVIII, títulos doctorales en teología, filosofía y derecho canónico; había sido creada principalmente para formar el clero de la región, aunque también preparó funcionarios públicos.32 Los estudiantes que desearan estudiar derecho debían hacerlo en la Universidad de Chuquisaca, fundada –también por los jesuitas– en 1624. Durante el gobierno de Hernandarias, en 1608, los primeros jesuitas llegaron a Buenos Aires, donde fundaron un primer Colegio de San Ignacio, de efímera duración. En 1654 el Cabildo de Buenos Aires encomendó a los jesuitas atender la educación juvenil, de modo que se establecieron en la después llamada Manzana de las Luces, donde en 1661 fundaron un nuevo Colegio San Ignacio, que hacia 1675 pasaría a llamarse Real Colegio de San Carlos. Tras el primer período misional, los jesuitas ejercieron una enorme influencia cultural en casi toda América española, a través de la educación y la predicación; a lo largo del siglo XVII impusieron una visión barroca de la religión, con una fuerte presencia del sentimiento de culpa y sintiendo como una amenaza constante la presencia del diablo, lo que llevaba no pocas veces a concentrarse en el sufrimiento y a excesos en la mortificación corporal. Esta situación se vería aliviada desde el segundo cuarto del siglo XVIII, reemplazada por una religión centrada en sus formas externas. Durante este tercer período se construyeron la mayor parte de los templos de la época colonial que han llegado hasta el presente, de estilo barroco tardío, con ornamentos externos más bien sobrios y concentrados en la abundante decoración de los altares.