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El problema Gnoseológico

Autoras: Costa Ivana y Divenosa Marisa

¿Qué es lo que se conoce? ¿Qué garantiza nuestro conocimiento?

La rama de la filosofía que se ocupa de la reflexión sobre el conocimiento se llama


gnoseología- gnoseo es en griego “conocimiento”, y lógos, “estudio” – y reflexiona sobre el
acto de conocer, es decir, sobre el proceso por el cual se conoce en términos generales, más
allá del tipo de proposiciones que resulten del proceso. El filósofo alemán Nicolai
Hartmann (1882-1950) realizó una descripción del proceso de conocimiento, es decir, de lo
que tiene que haber para que podamos hablar de conocimiento. Dijo que se trata de un
estado mental y que para que se produzca debe haber un sujeto cognoscible – el ser humano
que conoce – y un objeto cognoscible – que puede ser conocido – y que entre ellos debe
establecerse una relación. El sujeto sale de sí, se dirige hacia el objeto, penetra en su esfera
para aprehender sus determinaciones y finalmente, vuelve a sí. Es decir, cuando conocemos
algo, nos descentramos y por un momento nos centramos en las cualidades que tiene el
objeto. En esa salida simbólica obtenemos una imagen del objeto, una idea o un concepto
que reproduce esas determinaciones que aprehendimos.

El conocimiento como creencia verdadera y justificada

En el habla cotidiana, sin embargo, la palabra conocimiento se utiliza con una variedad
muy grande de aplicaciones. No es lo mismo que algui8en conozca a sus vecinos, que
conocer bien un idioma ni saber cómo llegar a una lugar o conocer el teorema de Tales. En
algunos casos, el conocer implica memorización de datos; en otro, realizar procesos de
inferencia: en otros, incluso, tener habilidades para realizar algo. En el caso de quien
conoce a sus vecinos, o conoce el camino para llegar a un lugar, estamos frente a un tipo de
conocimiento directo o experimental: no es posible sin que se hayan puesto en contacto
directo el sujeto que conoce con los vecinos o con el lugar a visitar.

En el caso de saber hablar un idioma, se involucran otras variables: se trata de una


habilidad, es decir que hubo necesidad de repetición y de práctica para que el conocimiento
se diera: son capacidades adquiridas a través de una práctica. En tercer lugar, el
conocimiento referido al teorema, es el que constituye, desde el sentido común y más
frecuente, la base de todo el conocimiento humano; se trata del conocimiento proposicional,
ya que está constituido por proposiciones, y respecto de estas proposiciones se predica
verdad o falsedad.

Las proposiciones son declaraciones, en general descriptivas de un estado de cosas o de un


hecho, que pueden ser calificadas de verdaderas o falsas, de acuerdo con su concordancia o
no con el estado de cosas o el hecho que describen. Efectivamente, desde Aristóteles (384
a.C. -322 a.C.), la verdad está definida como la correspondencia del discurso – o del
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pensamiento- con la cosa, con aquello a lo que refiere. Entonces, los tres tipos de
conocimiento son diversos pero, sin embargo, nadie dudaría de que son efectivamente
conocimiento. Y esto porque todas estas formas tienen un núcleo de referencia común: que
el sujeto cognoscente incorporó al objeto cognoscible a su esfera, de modo que después de
un proceso y como resultado de su desarrollo, obtuvo una imagen o un concepto.

Según la descripción tradicional del proceso de conocimiento, el sujeto es modificado por


el objeto- puesto que, una vez que captó el objeto, ha obtenido un conocimiento que
previamente no tenía-, mientras que el objeto no padece modificación alguna. Hartman dice
también que esta relación es en realidad una correlación, ya que no hay sujeto sin objeto, ni
al revés, y que ambos son independientes el uno del otro. Cualquiera sea la clase de
conocimiento que se conciba, estos son los elementos que siempre formarán parte del
proceso.

A lo dicho, debe agregarse que no cualquier vínculo de captación de un objeto por parte de
un sujeto produce como resultado un conocimiento, ya que hay al menos dos condiciones
adicionales que tienen que darse, además de la existencia y la relación entre sujeto y objeto.
En primer lugar, para que haya conocimiento, tiene que haber creencia. En líneas generales,
la creencia es la suposición de que un determinado contenido de conciencia es verdadero.
Y, al determinar diferentes tipos de creencias, pueden sostenerse: creencias en el sentido de
conjeturas (creer que esta materia va a ser fácil de aprobar), en el sentido de sospechas
(creer que el profesor le tiene simpatía a algún estudiante), en el sentido de probabilidades
(creer que un equipo va a salir campeón), o en el sentido de cosas de las que estamos
absolutamente seguros (creer en Dios)-.

Pero aunque la convicción de alguien en una determinada creencia sea muy fuerte, eso solo
no alcanza para afirmar que poseer un conocimiento. La razón de esto es que creencia es un
estado psicológico y, como tal, puede depender en buena medida de la opinión personal o
del estado de ánimo de quien cree – cualquiera puede sostener firmemente la creencia de
que le irá bien en el examen y el profesor puede tener la creencia contraria-, pero el
conocimiento tiene la pretensión de ser general y válido para todos, más allá de las
condiciones particulares en las que se dé. En otras palabras, la segunda condición que se le
exige a un conocimiento es que debe ser verdadero. Es aquí donde aparece una diferencia
sustancial entre una creencia cualquiera, una opinión cualquiera, y el conocimiento. A
diferencia de la mera creencia, que no precisa una justificación objetiva, el conocimiento
exige la garantía de una fundamentación que no dependa de criterios tan poco seguros
como la opinión personal, el parecer o el estado de ánimo de uno o de varios. El
conocimiento debe expresar una verdad que se corresponda con la verdad del hecho o del
estado de cosas que describe.

Como quedó establecido anteriormente, en el sentido más general del término, hablar de
conocimiento verdadero es pensar en un conocimiento que puede expresarse a través de una

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proposición descriptiva que afirma algo verdadero. Y expresa algo verdadero cuando su
descripción de lo que pasa coincide con lo que realmente pasa. En términos de Aristóteles:
decir la verdad es decir de lo que es, que es, y de lo que no es, que no es. En esta definición
la verdad es la correspondencia o coincidencia entre lo que se dice y el hecho o estado de
cosas descripto en el discurso. Es por esto que el epistemólogo polaco Alfred Tarski (1903-
1983) llamó a esta definición la concepción semántica de la verdad.

Ahora bien, en el marco de las matemáticas y de las ciencias exactas esta definición – o
mejor, la crítica a esta definición- dio lugar a la concepción de verdad como verificabilidad.
En la medida en que la verdad depende de la realidad, es lógicamente anterior o
independiente del conocimiento, puesto que puede ser verdadero mucho antes que alguien
compruebe efectivamente que lo es. Las comprobaciones científicas son verificaciones que,
traducidas a una proposición, permitirá hablar de proposiciones verificadas: según este
criterio, establecer la verdad de una proposición consiste en verificarla, es decir, comprobar
que coincide con lo que la cosa es.

Esta definición de verdad no es la única que han propuesto los filósofos en la historia de las
ideas. Otra de ellas es la que caracteriza la verdad como coherencia, es decir que
considerará algo como verdadero en la medida en que se inserte en la realidad como en un
sistema se suma a las demás proposiciones que ya lo componen, y contribuye a volver más
sólido el sistema en su conjunto. Esta es en general la definición que rige en el seno de las
diferentes ciencias particulares: una nueva afirmación sobre el movimiento de los planetas
o sobre la existencia de una galaxia será aceptada si no contradice lo que a lo largo de la
historia de la astronomía, se constituyó como parte de un sistema astronómico coherente.
Muchas veces, la ciencia ha desechado descubrimientos porque parecían a primera vista
incoherentes, pero después de ciertos avances científicos y tecnológicos se ha visto
obligada a aceptarlos. Esto sucede porque, al ampliarse el sistema, puede mostrar nuevos
elementos a través de los cuales las proposiciones – en un principio incoherentes- se
revelaron coherentes.

Otro concepto de verdad también muy utilizado por algunas ciencias es el de verdad como
utilidad o concepto pragmático de verdad, que se acepta algo como verdadero solo si tiene
efectos prácticos para quien lo sostiene. Esta perspectiva fue desarrollada, por filósofos
como John Dewey (1859-1952) y Richard Rorty (1931-2007). Por otra parte, es necesario
considerar el pensamiento de Friedrich Netzsche (1844- 1900) para el cual, en la medida en
que todo hombre está sumido en una realidad constantemente cambiante y en perspectiva,
no hay posibilidad de concebir verdades absolutas ni objetivas. De este modo, para
Nietzsche, en una posición relativista, la verdad es aquello que una determinada cultura,
sociedad o ciencia considera como tal, mientras le resulta útil para resolver algún problema.

Gnoseología y epistemología: A diferencia de la gnoseología, la epistemología se ocupa de las proposiciones


que constituyen ese tipo de conocimiento, de la forma que ellas se adquieren y del método para adquirir más
y mejores proposiciones que nos den conocimiento. La palabra epistemología deriva también del griego y

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significa estudio (lógos) del conocimiento científico (epistéme). Para los griegos la epistéme no era cualquier
conocimiento sino el Conocimiento con mayúsculas, diferente de las opiniones o de cualquier afirmación que
no estuviera apoyada sobre bases sólidas. Hoy, nosotros identificaríamos la epistéme de la que hablaban los
griegos con el conocimiento científico; de hecho, la epistemología es la disciplina que estudia las
condiciones de producción y validación del conocimiento científico. Y se llama, en consecuencia,
epistemólogos a quienes investigan las formas en que las diferentes ciencias avanzan, investigan, sus
métodos y supuestos, etc. Los epistemólogos no son científicos propiamente dichos, sino filósofos en los
problemas de las ciencias.

El conocimiento y su fundamentación

Sin duda, para que haya conocimiento tiene que haber criterios sólidos en los cuales se
apoye. A esta tarea de sostener un conocimiento, y no en base a otra cosa la llamamos
fundamentar el conocimiento, y no toda fundamentación exige o pretende lo mismo.
Algunos ejemplos van a aclarar inmediatamente en qué sentido se haba de diferentes tipos
de fundamentación. Si alguien dice que este año las mandarinas son más dulces que el año
anterior, o que en un determinado restaurante sirven una salsa más rica que en otro, la
manera de fundamentar sus afirmaciones será directamente señalar las experiencias
sensibles que dieron lugar a estos juicios. Si bien en ciertos casos los sentidos proporcionan
un conocimiento empírico directo que es muy útil, en otras ocasiones, especialmente frente
a otro tipo de hechos conocidos, al tratarse de una experiencia personal e intransferible, no
puede derivar en conocimientos más generales.

El recuerdo permite sistematizar, es decir, clasificar, comparar, reunir información de


experiencias pasadas. Y si al ejercitar la memoria es posible construir razonamientos
correctos, estos permitirán pasar de unas verdades a otras, y el razonamiento dará así frutos
valiosos. Por ejemplo, dicen los especialistas que, cuando el invierno fue muy frío, las
plantaciones de mandarinas del año siguiente son más dulces. A este procedimiento de
fundamentación se lo llama conocimiento empírico indirecto: no tiene la inmediatez de la
experiencia sensible directa, pero utiliza como base experiencia y las sistematiza mediante
procedimientos metódicos.

En un tiempo de fundamentación bien diferente, pues deja de lado la experiencia sensible,


está el razonamiento formal. Se trata de un razonamiento de base no empírica, del tipo que
constituyen los juicios aritméticos: “un triángulo es una figura de tres lados”, por ejemplo,
y “la suma de sus ángulos internos es igual a 180 grados”. Este conocimiento n se
fundamenta en la experiencia de haber visto muchos triángulos, sino que se demuestra
mediante cálculo y es verdadero dentro de un sistema ene l cual las verdades se prueban por
procedimientos formales.

Otro es el fundamento que apela al llamado criterio de autoridad. En general, cuando habla
un especialista en un tema, la gente tiende a fundar la verdad de su conocimiento en la
palabra de esta persona autorizada. Si bien hoy en día no podemos aislar nuestro
conocimiento del de otras personas, se corre el peligro de confiar excesivamente en la
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autoridad de otro sin tener en cuenta si esa persona es realmente confiable. El gran riesgo
de confiar en un criterio de autoridad aparece cuando falta sentido crítico frente a lo que el
especialista dice.

Se puede también fundamentar la verdad a partir de una intuición, es decir de una


certidumbre de carácter subjetivo, como una “chispa” que ilumina determinado problema o
cuestión. Suele ser un interesante motor de la investigación y sobre todo de la creación
artística, pero se considera un criterio poco confiable para fundamentar conocimientos,
sobre todo los de la ciencia. Como veremos más adelante, los conocimientos científicos
pretenden ser válidos para todos y no solo para el portador de la intuición.

Por último, queda la posibilidad de fundamentar determinadas afirmaciones – como “Creo


en que Jesús es el hijo de Dios”- en la fe. La fe consiste en creer determinada afirmación o
conjunto de afirmaciones por propia fuerza de convicción, sin necesidad de apoyar ese
conocimiento en métodos de prueba empírica. El mejor ejemplo es el de las verdades de la
religión. Ellas están fundadas en la fe y el mérito del fiel es precisamente sostenerlas con la
mayor firmeza, sin sentir la necesidad de probarlas por otros medios racionales. Como en el
caso anterior, no es un modo de fundamentación que la ciencia considere confiable para sus
fines.

¿En qué medida conocemos?

Llegar a un conocimiento cierto, o al menos que se crea evidente, no es una experiencia que
los seres humanos logren la mayoría de las veces. Muchas veces, uno cree ver a un vecino
que se acerca caminando y pronto descubre que es otra persona. Otro ejemplo: alguien
piensa que está viendo un tractor en el campo, y cuando se acerca, percibe que son
animales; incluso alguien piensa que había terminado de hacer una tarea pendiente y,
cuando va a ver, todavía le falta resolver una parte. Evidencias como estas, e incluso toda
una serie de cuestiones ópticas que la física y la medicina tienen bien estudiadas, llevaron a
los filósofos a cuestionarse acerca de la relación que existe entre nuestro conocimiento y la
realidad, y en qué medida no hay interferencias de la imaginación en los asuntos que
conocemos. Es decir que los filósofos se preguntaron si realmente es posible conocer y
hasta qué punto el contenido de nuestra conciencia es reflejo de una realidad exterior. La
pregunta podría sintetizarse así: ¿Cuál es la posibilidad de conocer y cuál es el límite del
conocimiento humano?

Como es de esperar, las respuestas que se le dieron a lo largo de la historia de las ideas a
esta inquietud fueron muchas y variadas. Dependieron de los supuestos y perspectivas del
filósofo, ya sea por su época o por las influencias del pensamiento de toros pensadores que
lo precedieron. Las posiciones que siguen resumen las principales:

El escepticismo. Los escépticos han tomado una posición extrema, pues argumentan que no
es posible conocer, que no es posible para el sujeto salir de su esfera para aprehender al

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objeto. El nombre que ha recibido esta corriente proviene de un término griego (sképsis,
skopéo) que significa “investigar cuidadosamente”. Hay que observar que la manera e
intensidad de adhesión al escepticismo fue diferentes en distintos pensadores; es decir, no
todos los escépticos han sostenido que no es posible conocer en absoluto. Algunos piensan
que no existen entidades metafísicas como Dios o el alma, por ejemplo: a estos se los
denomina escépticos metafísicos. Quienes argumenten que los valores morales no existen,
serán escépticos éticos. Pero esto no significa que consideren que ningún conocimiento es
posible. Existe otra forma de escepticismo que el filósofo moderno René Descartes (1596-
1650) ha hecho célebre: el escepticismo metodológico. Este consiste en utilizar la duda
como un método, una herramienta para llegar a una evidencia; vale decir que propuso
descreer de todo aquello de lo que no pudiera estar completamente seguro; pero su duda es
metódica precisamente porque, a partir del momento en que encontró una verdad evidente,
como la que buscaba, abandonó el escepticismo.

El relativismo. Es la posición que afirma que nuestro conocimiento es relativo. ¿Relativo a


qué? a una circunstancia histórica, social o cultural, a los principios particulares de un
momento histórico o de una sociedad particular. En consecuencia, todo relativista se opone
a la convicción de que es posible el conocimiento absoluto. Para él, el conocimiento es
posible, pero con restricciones. Una posición que suele confundirse con esta es la
subjetivista, que también sostiene que el conocimiento es relativo, pero en este caso, que es
relativo a un sujeto particular e individual. En vedad, el subjetivismo extrema el relativismo
a la esfera particular de un sujeto. Esto tiene sus riesgos, porque si lo que cada uno conoce
depende de uno y es verdadero para cada uno, ¿Cómo podremos tener un criterio real de
verdad? Todo aquello que yo tenga por evidente será una verdad para mí, subjetiva.

El agnosticismo. Un agnóstico, como su nombre lo indica (a, prefijo de negación; gnosis, es


decir, “conocimiento”) considera que no es posible llegar a un conocimiento absoluto.
Íntimamente relacionado con el escepticismo, la diferencia entre ellos es que el agnóstico
argumenta que, como nuestro conocimiento es siempre conocimiento de lo particular y
cercano, nuestras limitaciones humanas nunca nos permitirán tener conocimiento de los
infinitos hechos del mundo. Muchas veces reciben el nombre de agnósticos quienes niegan
la posibilidad de conocer a Dios – que, en este caso, sería lo Absoluto- o cualquier instancia
trascendente al hombre. A diferencia de un ateo, para quien Dios no existe, el agnóstico no
llega tan lejos y solo afirma que los hombres no pueden conocerlo; por lo tanto, no pueden
decir si existe o no.

El dogmatismo. En el extremo opuesto del escepticismo, los dogmáticos ni siquiera


cuestionan la posibilidad de conocer o no, o las limitaciones que tenemos los hombres en el
conocimiento. Un dogmático (dogma, es decir doctrina, pensamiento dado y fijo) muestra
una posición acrítica, es decir, considera que no es necesario analizar la cuestión. Todos los
hombres son un poco dogmáticos, y la vida práctica asó lo demanda; si no pensara que es
posible conocer cierta regularidad en los movimientos del sol y de la tierra, por ejemplo,

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todas las noches lo atemorizaría la oscuridad, ante la posibilidad de no volver a encontrar la
jornada luminosa. Acríticamente confía en que esa regularidad existe y que puede
conocerla, y sabe que mañana amanecerá nuevamente.

El criticismo. Sin llegar a adoptar una posición escéptica, los críticos o criticistas piden una
actitud analítica y cautelosa frente a los fenómenos. Ni descreer de la verdad ni ser
totalmente ingenuos frente a lo que se les presenta como contenido del conocimiento. El
conocimiento verdadero es posible si está atento y toma una actitud crítica frente a lo que la
realidad le ofrece.

El conocimiento como copia y el sujeto moderno

Como quedó dicho, la manera de concebir la verdad como adecuación del discurso a la
realidad corresponde a la definición tradicional de la verdad. De esta definición se
desprende que el conocimiento es concebido como una copia de lo que es. Ahora bien, si
para Aristóteles esta definición no cuestiona la función del sujeto en el conocimiento, y
todo hombre puede aprehender a su manera humana la realidad, en la modernidad, incluso
cuando tenemos la misma definición de verdad, ella se inserta en un concepto de sujeto
diferente, y marcado por un rasgo epocal.

La época moderna se caracteriza como aquella en que se pasa de un teocentrismo a un


antropocentrismo: ahora es el hombre el centro de las consideraciones y las especulaciones
se desarrollan en torno a sus capacidades. Entre ellas, aparece la razón como lo más
fundante de su naturaleza, pero ahora – a diferencia de lo que sucedía con Aristóteles- la
razón es el motor que llevará al hombre a la libertad creciente, símbolo de progreso. Los
desarrollos tecnológicos y los descubrimientos científicos hicieron confiar al hombre en
que, mediante el uso de su propia razón, podría llegar a un estadio libre de enfermedades,
de pobreza, de sojuzgamiento del hombre por el hombre. En pleno auge de estas ideas y
con la razón al mando de la vida humana, el problema del conocimiento y el rol que la
razón tiene en él se volvieron problemas filosóficos fundamentales.

Es entonces que aparece la idea de una racionalidad como única garantía del conocimiento;
solo gracias a la razón es posible el conocimiento que tenemos. Y este concepto descansa
en la convicción de que, por un lado, la realidad tiene estructura racional y que, por otro, la
mente puede aprenhenderla de manera directa, cuyo resultado es una copia de la realidad en
una idea o concepto. Esta posición, en la cual no hay conflicto entre la relación realidad-
idea, se llama realismo. Se conocen las cosas, y la realidad en general, sin problemas,
porque nuestra capacidad así lo permite. Los pensadores realistas mantienen un cierto
dogmatismo en este sentido, porque no cuestionan la relación que se establece entre el
objeto cognoscible y el sujeto cognoscente. El objeto es, en consecuencia, completamente
pasible de ser conocido y el sujeto, completamente capaz de aprehenderlo tal cual es.

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Para otros filósofos, en cambio, no es posible afirmar nada sobre la realidad, sino solo sobre
la manera en que los hombres la perciben. Dicho de otro modo, lo único que puede contarse
como algo cierto es nuestro contenido de conciencia. Para esta posición, que se llama
idealista nada puede decirse sobre lo que existe fuera de nosotros, ni siquiera que exista
algo. Se produce así una limitación de lo que hay al ámbito de las ideas – o en el de las
disposiciones subjetivas – que posee el ser humano; las ideas no tienen entidad
independiente ni sustento en algo diferente que el propio ser humano; son autoexistentes.
Las versiones más extremas del idealismo niegan toda posibilidad de comunicación de la
mente humana con el exterior, con algo diferente del hombre mismo. Pero también ha
habido versiones más moderadas del idealismo. Lo que estas niegan es la posibilidad de
fundamentar una correspondencia entre las ideas y la realidad, pero asumen que hay
elementos externos al hombre en la percepción, a partir de los cuales se producen los
conceptos. Para decirlo en otros términos, lo que el idealismo moderado pone en duda es la
relación de correspondencia, de copia de la idea respecto de la cosa, pero no duda de la
existencia de una relación entre estas dos instancias.

De Descartes a Kant

En la perspectiva de posiciones realistas e idealistas, que se expiden sobre la esencia del


conocimiento, aparece la cuestión sobre el origen del conocimiento que ha sido, en la época
moderna, una de las principales preocupaciones de los filósofos. La pregunta clave fue ¿de
dónde proviene el conocimiento en que el hombre confía y por qué medios lo obtuvo?

Hacia el siglo XVII aparecen algunas respuestas modernas a la pregunta por el


conocimiento. De hecho, suele tomarse a la filosofía del francés René Descartes como
paradigmática en este tema. A Descartes se lo presenta como el padre del racionalismo, la
posición filosófica que afirma que la razón humana o el entendimiento es el fundamento
último de todo nuestro conocimiento. Además de filósofo, Descartes fue matemático – los
famosos ejes cartesianos llevan su nombre-, y una de sus preocupaciones fue encontrar un
método seguro para llegar a conocimiento verdadero y no confundirlo con lo falso. En su
obra Meditaciones Metafísicas describe paso a paso todo el camino que recorrió buscando
deshacerse del conocimiento falso en el que hasta el momento había confiado, y cómo llegó
a otro que resulta claro – esclarecido en sí mismo – y distinto – fácilmente diferenciable de
lo demás, del conocimiento falso, etc.-. Uno de los principios que guiaron su búsqueda fue
no tomar como verdadero nada que no le resultara evidente; pero Descartes era consciente
de que entre las cosas que había aprendido a través de los sentidos, había muchas que a
veces lo engañaban. Decidió entonces dudar de todo conocimiento proveniente de los
sentidos; si la sensibilidad falla y los sentidos engañan a veces – pensó Descartes - ¿por qué
pensar que no van a hacerlo siempre? Además, muchas veces, estando dormidos, creemos

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estar despiertos; por lo tanto, ¿Cómo llegar a un conocimiento evidente, absolutamente
verdadero?

Cuando Descartes se hizo estas preguntas se dio cuenta de que las verdades matemáticas
son las únicas seguras y confiables. Aunque los sentidos engañen, y alguien esté dormido o
despierto – se dijo- 2+2=4 es una verdad que no puede cambiar. Como se ve, Descartes
aparece como un escéptico; pone en práctica lo que se llama duda metódica, ya que duda y
descree del conocimiento que posee, pero lo hace solo con un fin: encontrar al menos una
verdad a partir de la cual pueda construir un conocimiento verdadero. De ahí lo de
metódica: porque, como todo método, es solo un camino para llegar a otra cosa.

En esta instancia Descartes se preguntó si no era posible poner en crisis también este tipo
de conocimiento, el racional, y pensó una posibilidad extrema, que lo hacía dudar incluso
de las verdades matemáticas: ¿no podría pasar – dijo- que existiera un genio maligno y muy
poderoso que estuviera engañándolo todo el tiempo, incluso en las verdades matemática, y
que él no pudiera darse cuenta del engaño? Es decir, Descartes se cuestiona acerca de la
posibilidad de que algo tan evidente, como que la suma de dos más dos es cuatro, sea falso
y de cinco. Y esto se deba a que el genio maligno esté engañándolo siempre, y por lo tanto,
no sea capaz de darse cuenta del error. Esta hipótesis desbarata absolutamente todas las
posibilidades de encontrar una verdad. Pero precisamente en este punto el filósofo se da
cuenta de que mientras duda, piensa, y si piensa, él mismo es algo. Esto queda expresado en
su famosa frase de su Discurso del método, que se ha popularizado en latín: cogito, ergo
sum (“pienso luego existo”). A partir de esto, ha encontrado una primera verdad
evidentísima, de la que no puede dudar. Aunque el genio sea muy malo y muy poderoso,
nadie puede quitarle la certeza de que él mismo es algo; necesariamente es algo, si el genio
puede engañarlo. Aunque no sepa qué es, sabe que es una cosa que existe. En este punto
Descartes deja de ser escéptico y pasa a ser un solipsista: solo confía en que es una mente y
que ella tiene un contenido. Si quedara en esta situación, su realidad quedaría encerrada y
limitada en sí mismo, pero Descartes pretende avanzar y, desde este primer punto de
certeza y en su perspectiva, ver si puede validad algo del resto del conocimiento que tenía
cuando comenzó su reflexión. Observando los tipos de ideas que hay en su mente, ve que
son de diferentes tipos: algunas son ideas innatas, es decir, que posee en su mente desde el
nacimiento; otras ideas son adventicias, es decir que provienen del exterior; y encuentra un
tercer grupo que llama facticia, y que derivan de la actividad de la imaginación. Entre las
ideas innatas encuentra la idea de Dios que es bueno por naturaleza y que, como tal, no va a
querer engañarlo siempre; así que, aunque con cautela y sosteniendo que lo más fácil de
conocer es el alma, vuelve a confiar en lo que los sentidos le brindan.

En el siglo XVIII, salió al encuentro d este planteo Cartesiano un filósofo inglés llamado
David Hume (1711-1776). Este pensador perteneció a una corriente llamada empirismo,
cuyo nombre alude a la experiencia- en griego, empeiría o “experiencia”-. En ella donde el
empirismo coloca el fundamento de todo conocimiento que se precie. Par Hume, todo

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hombre tienen percepciones de dos tipos: las que son directas y captamos con fuerza (la
denomina “impresiones”), y otras más débiles y menos vivaces, que dependen de las
primeras (las llama “ideas”). Ejemplos de impresiones son colores, olores, sonidos, es
decir, cosas que provienen del exterior, del medio en el que nos encontramos; son las
impresiones de la sensación. Otras de ellas corresponden a sentimiento de alegría, tristeza,
etc., es decir, provienen de nuestro mundo interno y las designa “impresiones de la
reflexión”. Las ideas son representaciones mentales derivada de las impresiones; esto
quiere decir que, después de haber tenido experiencia del color verde, tendré una idea del
color verde, y después de haber experimentado un sentimiento de alegría, podré tener una
idea de la alegría. Las ideas dependen, como se ve, de nuestra memoria o de nuestra
fantasía. Por eso es que en este caso, como derivan de las impresiones, también tendremos
de los tipos: ideas de sensación e ideas de reflexión.

A su vez, Hume explica que existen tanto impresiones como ideas simples y complejas. Las
impresiones simples son aquellas que no pueden dividirse ni descomponerse en partes
constitutivas, si pudiera verse un color, y solo un color, haciendo abstracción de forma o
dimensión de un objeto en el que se dé, tendremos una impresión pura de la sensación. Por
otra parte, las impresiones complejas son aquellas que efectivamente pueden disolverse o
descomponerse en partes; si se piensa en una manzana, por ejemplo, percibimos el color,
peo este es fácilmente distinguible de su tamaño, de su forma y de su aroma. Es decir que
pueden diferenciarse partes constitutivas de la manzana. Lo mismo rige para las idea. Las
ideas simples son indisolubles, en tanto de las complejas podemos señalar partes
constitutivas. Ahora bien, estas ideas complejas introducen un elemento importante para
cualquier planteo empirista que se precie.

Consideremos el caso del centauro, o un cerdo que vuela. Nadie tiene impresiones que los
hayan generado, porque nunca nos encontramos con centauros ni con cerdos voladores,
pero sí tenemos ideas de ellos. Alguien podría decir que tenemos esas ideas, porque vimos
dibujos de estos personajes; pero – desde el punto de un empirista- esta justificación no
tendría sentido porque debería mostrar por qué, si ellos no existen y por lo tanto nadie pudo
tener impresiones de centauros o cerdos voladores, alguna vez alguien pudo imaginar estas
formas que hoy vemos reproducirse en dibujos.

La explicación empirista dice que es nuestra mente la que, a partir de ideas simples
derivadas de impresiones complejas – de las que indudablemente debemos tener
experiencia sensible – produce impresiones complejas. Hume observa que si alguien habla
de una montaña de oro, seguramente otros hombres, que nunca vieron una verdadera
montaña de oro van a comprenderlo. ¿Qué sucedió? El hombre que tiene una idea de
montaña- y que conoce el oro- porque también tuvo impresión sensible de él – compuso
una nueva idea, combinando la montaña con el oro. La mente compone ideas, dice Hume, a
partir de material proveniente de las impresiones, tanto externas como internas.

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Lo que nuestra mente puede hacer entonces es guardad recuerdos o componer ideas en base
al material que recibe da las impresiones; nada puede inventar sin ellas. Y, como para
Hume la mente no compone de manera aleatoria, sino siguiendo ciertos principios, formula
tres Leyes de asociación de ideas:

- Ley de Asociación por semejanza: está presente cuando alguien ve una cosa que ya
ha visto y de la que ha guardado una idea, y la nueva percepción lo remite
inmediatamente a la idea de guardada. si ve la foto de alguien que conoce, la asocia
inmediatamente con la persona representada.
- Ley de Asociación por contigüidad espacial y temporal: cuando hay dos objetos que
aparecen y se perciben generalmente juntos en el espacio o seguidos en el tiempo, y
aparece uno solo de ellos, la mente lo asocia a la idea del otro elemento con el que
generalmente aparece.
- Ley de Asociación por causa y efecto: si hay siempre dos hechos que se donde
manera consecutiva, uno después del otro, la mente suele asociarlos no solamente
en su contigüidad temporal, sino como portadores de una relación necesaria de
dependencia. El que sucede primero genera de manera inevitable el segundo. Para la
mente, el fósforo que toca un papel produce necesariamente un fuego que lo
destruye. Alguien objetará que es evidente e innegable que el fósforo es la causa del
efecto destructivo del papel. Sin embargo, Hume respondería a esta crítica diciendo
que, si bien podemos tener impresiones del primer y del segundo hecho, y de la
prioridad temporal de uno sobre el otro, no hay ninguna impresión – es decir que no
hay ninguna experiencia directa- de la relación necesaria entre el primer hecho y el
segundo. La causalidad responde entonces simplemente a una manera de operar de
la mente humana.

Esta crítica a la idea de causalidad no es la única que Hume realiza a conceptos que los
filósofos en su mayoría utilizan acríticamente. La idea de Dios, un ser perfecto, sumamente
bueno y mayor que en el cual nada puede existir, es para Hume otra de esas ideas facticias
del hombre. En este sentido, el planteo empirista se aleja sustancialmente del racionalismo
cartesiano.

Como es de esperar, el pensamiento empirista generó nuevas críticas y promovió


reflexiones alternativas sobre el origen del conocimiento. Entre ellas, uno de los planteos
revolucionarios desarrollados en la historia de las iedas, sin salir del periodo moderno, fue
Inmanuel Kant (1724-1804).

Kant fue un filósofo alemán, que en el siglo XVIII, esclareció muchas de las ideas de la
Ilustración o del Iluminismo.

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Kant, percibe la razón humana en el centro absoluto de la autonomía del hombre y de su
capacidad de relacionarse con el universo. Para analizar esta capacidad de conocer, toma
los aportes tanto del racionalismo de Descartes, como del empirismo de Hume.

En una especie de síntesis superadora de estas dos posiciones, formula un pensamiento


idealista moderado: Kant dice que hay una instancia existente fuera de nosotros e incluso
con independencia de todo sujeto. A esto lo llama noúmeno o “cosa en sí”. Pero de esto no
es posible decir sino que el hombre tiene una cierta percepción de su existencia y que, en
cierta forma, lo afecta. Contrariamente, sobre lo que sí está autorizado a hablar el sujeto, es
sobre los fenómenos, es decir, “lo que aparece”, “lo que se muestra”-. En el proceso del
conocimiento tal como lo concibe Kant, hay algo que proviene de los sentidos, de las
impresiones que el sujeto tiene; pero hay otra parte que el sujeto mismo pone: son
estructuras o “moldes” de acuerdo con los cuales se organiza todo lo que proviene de esas
impresiones.

Es decir que las impresiones, por sí solas, son caóticas y desordenadas. Constituyen solo la
materia del conocimiento, que debe ser organizada por nuestras formas.De modo que con
Kant aparece un gran cambio respecto de las posiciones gnoseológicas anteriores: mientras
que las fundamentaciones desarrolladas hasta el momento son realistas, la de Kant – lo
dijimos – es idealista, y en este sentido ya no se piensa que el objeto determina al sujeto,
sino que e objeto es una construcción que resulta de la aplicación de estructuras propias del
sujeto a un cúmulo de impresiones caóticas: una “rapsodia de impresiones”, como escribe
el filósofo. De modo que, si bien todo conocimiento comienza por los sentidos, lejos de
agotarse en ellos, su contenido perceptivo debe ser organizado por estructuras del sujeto.
De este modo Kant sintetiza la importancia de la experiencia – aporte hecho por Hume que
“lo despertó de sueño dogmático” – y la fundamental presencia de la razón – que le debe a
Descartes – en todo el proceso de conocimiento.

Kant describe entonces el proceso de conocimiento como constituido por dos momentos. El
primero consiste en la organización de las impresiones de la sensación en las estructuras a
priori de la sensibilidad, que son el espacio y el tiempo. La información desordenada que
proveen los sentidos recibe un ordenamiento y se vuelve espacial y temporal. Esto significa
que todo lo percibido va a quedar referido a un antes/durante/después y a un delante
/en/detrás/ etc. Estará ubicado en coordenadas espaciales y temporales o solo temporales,
ya que algunas percepciones son referidas al sentido externo, es decir el espacio, pero otras
solo tienen existencia en el sentido interno, y es este el que participa necesariamente de un
antes/durante/ después. Un sentimiento, por ejemplo, no está ubicado en un espacio, pero
no puede prescindir de ser inserto en una red de relaciones temporales. Y estas estructuras
son a priori porque para que se den y se desarrollen no dependen de la experiencia que el
hombre ha tenido: son constitutivas de todo ser humano.

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A modo de ejemplo, puede pensarse en la copa de Rubin: los sentidos nos dan colores y
formas, pero nuestro entendimiento organiza dichos colores y formas, y vemos una copa o
dos perfiles. Con esta imagen es fácil ver hasta qué punto es nuestra mente la que da forma
a lo que los sentidos nos proveen como materia de percepción. Al final de la aplicación de
las categorías de la sensibilidad al material de las impresiones se obtiene un fenómeno. Y,
si bien este es un momento importante del proceso de conocimiento, todavía para Kant no
conocemos, en sentido propio del término.

El proceso se termina en una segunda fase, donde el fenómeno es aquello sobre lo cual van
a operar nuevas estructuras: son categorías o estructuras del entendimiento, que nos
permiten clasificar los fenómenos y formular juicios, es decir proposiciones que afirman o
niegan del mundo. De modo que los fenómenos se insertan en relaciones de necesidad,
contingencia o probabilidad, o de universalidad, particularidad o singularidad, de causa y
efecto, etc. Al finalizar esta segunda fase del proceso de conocimiento, y solo entonces, es
posible hablar de objeto propiamente dicho. Es decir que el objeto es una construcción del
sujeto. Y Kant utiliza el concepto de subjetividad considerando, no la individualidad de
cada uno sino la universalidad implicada en lo que llama sujeto trascendental. En este
concepto está implicado que, si bien todo sujeto construye el objeto, su manera de hacerlo
es igual para todos, porque todos los seres humanos, por el hecho de serlo, están
constituidos por las mismas estructuras y elaboran su experiencia de la misma manera. De
modo que hablar de subjetividad en Kant, supone este sujeto que saca al hombre de su
particularidad, y lo coloca en la perspectiva de lo universalmente humano.

Dice Kant, para explicar materia y forma de conocer. “En el fenómeno, llamo materia a lo
que corresponde a la sensación; pero lo que hace que lo múltiple del fenómeno pueda ser
ordenado en ciertas relaciones, lo llamo la forma del fenómeno. Como aquello en donde
las sensaciones pueden ordenarse y ponerse en una cierta forma, no puede, a su vez, ser
ello mismo sensación, resulta que si bien la materia de todos los fenómenos no nos puede
se dada más que a posteriori [en la experiencia], la forma de los mismos, en cambio,
tienen que estar toda ella ya a priori en el espíritu, y por tanto tiene que poder ser
considerada aparte de toda sensación.” (I. Kant, Crítica de la razón pura.)

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