Un Duque para Una Solterona

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UN DUQUE PARA UNA
SOLTERONA
© Un Duque para una solterona.
© Olympia Russell 2021
© Fotografía de la portada: Kathy Servian:
www.servianstockimages.com
Todos los derechos reservados.
Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro
de cualquier forma o por cualquier medio sin permiso escrito de la
propietaria del copyright.
Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia.
Capítulo 1

Daniel Wilson, Duque de Castleton, entró por la puerta principal con


evidente desgana. El lugar no era desagradable, pero le había costado un
triunfo decidirse a ir.
De hecho, llevaba más de dos semanas dándole vueltas, decidiendo que
iría al día siguiente y retrasándolo después. Pero la noche anterior se había
hablado a sí mismo con dureza, algo que no hacía casi nunca, por no decir
nunca: “Daniel —se había dicho mientras miraba su agraciado rostro en el
espejo de cuerpo entero de su alcoba —quedan poco más de nueve meses
para que cumplas treinta y seis, no puedes retrasarlo más”.
El argumento era incontestable, tenía una espada de Damocles sobre su
cabeza desde que había cumplido veintisiete años, pero ya no podía
ignorarla más: o tomaba una determinación (“esa” determinación), o su
vida, tal y como había transcurrido hasta entonces, desaparecería para dar
paso a algo… muchísimo peor.
Porque él, por supuesto, no habría cambiado nada de lo que tenía y lo
que hacía, pero, por desgracia, otros habían hecho planes diferentes para él.
Daniel era el hijo único del anterior Duque de Castleton, uno de los
títulos más importantes de Gran Bretaña que, además, iba acompañado de
una enorme fortuna. En sus treinta y cinco años de vida sólo había sufrido
una desgracia: la muerte de su madre. Pero esta había ocurrido durante su
nacimiento, ya que la Duquesa había muerto durante el parto, así que,
aunque siempre había notado la ausencia de la figura materna, no había
sufrido por su pérdida, ya que no la había tenido nunca.
Pero quitando esa ausencia, que, por otra parte, era muy llevadera, ya
que no había conocido otra situación y, por tanto, no tenía con qué
compararla, el resto de su vida había sido perfecta.
Su padre, el anterior Duque, se había volcado en él desde su nacimiento,
haciendo cosas que ningún hombre de su posición haría (bueno, en realidad,
ningún hombre), como cambiarle los pañales o darle el biberón.
Por supuesto, en el palacio en el que vivían, un edificio magnífico en el
centro de Londres, con un gran jardín privado —un lugar con el que sólo
rivalizaba el propio palacio de Buckingham —había decenas de criados que
se podían ocupar del niño, pero el Duque, destrozado por la muerte de su
esposa, a la que había adorado, había volcado todo su amor en el pequeño
heredero, evitando, además, volver a casarse, ya que le parecía imposible
volver a compartir su vida con una mujer que no fuera la madre de Daniel.
Así que el niño se convirtió en el pilar de su vida. Daniel, además, había
sido desde niño una personita adorable. Siempre sonriente, tenía un carácter
afable que hacía las delicias de todos los que le rodeaban. Y por si esto
fuera poco, había sido bendecido con un físico muy agraciado. Tenía un
pelo rubio natural que contrastaba con la piel suavemente bronceada que
lucía durante todo el año, ya que era un gran aficionado a la actividad al
aire libre, y unos ojos de color azul zafiro que el Duque, su padre, siempre
comparaba con las aguas del mar Egeo, el lugar por el que había viajado
con su esposa durante su luna de miel.
Todos estos dones hacían que todas las personas que le habían rodeado
durante su vida lo adoraran.
Sí, para Daniel todo había fluido y todo había sido fácil, hasta que su
padre había fallecido cuando él contaba veintisiete años y había heredado el
título y todas las obligaciones asociadas a él.
Bueno, para ser sinceros, todo había comenzado a torcerse un poco
antes, concretamente a partir de que cumplió veinte años:
—Hijo, sabes que te quiero más que a nada en mi vida, pero hoy tengo
que ponerme serio contigo —le dijo su padre una mañana de abril preciosa
en la que Daniel había decidido salir a cabalgar con sus mejores amigos, el
Conde de Kinsale y el marqués de Riverdale.
Se quedó parado asombrado, mirando de hito en hito a su padre, ya que
jamás le había hablado en esos términos.
—¿Qué pasa papá? —le contestó un poco alarmado… y también
impaciente, porque sus amigos le estaban esperando fuera de palacio y tenía
prisa por acabar lo antes posible.
—Aquí no, ven a mi despacho.
Aquello era más insólito aún, así que Daniel olvidó sus prisas y siguió a
su padre un poco aprehensivo. Solo esperaba que no le ocurriera nada a la
salud de su padre, porque el amor que se profesaban era mutuo.
Y no, la salud del padre en aquel momento continuaba perfecta, pero lo
que le dijo no le hizo ninguna gracia…, aunque no podía decir que fuera
inesperado porque desde muy pequeño era algo que había sabido.
—Daniel, sabes que te quiero con toda mi alma —repitió el Duque su
declaración de amor paternal —pero creo que te he mimado demasiado y no
eres consciente de quién eres.
—No entiendo papá…
—Hijo, sabes que cuando yo fallezca vas a heredar el título, las
posesiones y todas las obligaciones.
—Claro, papá, lo sé, no te preocupes.
—Me preocupo, hijo, porque entre esas obligaciones hay una que no veo
que estés tomando muy en serio, y es la más importante —Daniel arqueó
las cejas como única respuesta, porque no entendía a dónde quería ir a parar
su padre —me refiero al matrimonio, hijo —terminó el Duque, un poco
apesadumbrado al ver que su hijo no le terminaba de entender.
—¡Ahhhh!, sí, claro, lo sé, papá, lo sé, no te preocupes —contestó
Daniel, aliviado, porque el tema no era nuevo, lo conocía desde que tenía
uso de razón.
—Sí, hijo, sé que lo sabes, yo mismo te lo he recordado a menudo, pero
el problema es que veo que no te lo estás tomando en serio. Y ya tienes
veinte años. Muchos, a tu edad, ya están comprometidos.
—Pero papá —contestó inmediatamente Daniel, un poco amoscado —
otros muchos no se casan hasta muy tarde. Tú mismo me has dicho
repetidas veces que esperaste hasta los treinta y seis porque querías
asegurarte de hacer la elección correcta, y que en cuanto viste a mamá
supiste que era ella. O sea, tenías treinta y seis. No sé a qué vienen estas
prisas conmigo.
Al Duque no había nada que le gustara menos que discutir con su hijo —
esa era la causa del problema ante el que se enfrentaba en ese momento:
que siempre le había consentido todo —pero esta vez tragó saliva y le
explicó mejor sus temores:
—Si hijo, eso es cierto, pero también que yo era un muchacho mucho
más serio y responsable de lo que tú eres ahora. A tu edad, ya era Duque,
porque mi padre falleció cuando yo tenía diecisiete años, y si no me casé
antes no fue porque lo evitara, como haces tú, sino porque no encontraba la
mujer adecuada.
Daniel se quedó un momento pensativo. Era cierto que aquella
conversación era insólita, pero también que su padre seguía siendo el
mismo de siempre, ya que, a pesar de que se quería mostrar duro con él,
seguía teniendo ese brillo de amor infinito que tenía cuando le miraba. Así
que decidió reaccionar como siempre hacía. Se levantó y, zalamero, le dio
un beso en la mejilla rasposa (aquel día el Duque no se había afeitado,
preocupado por la conversación que tenía que tener con su hijo).
—Papá, no te preocupes, a los treinta y seis años estaré casado. Y con
una buena mujer como mamá.Te lo prometo.
El Duque miró a su hijo con adoración, como hacía siempre, y se dejó
engañar conscientemente. Porque el amor no le cegaba para ver lo evidente:
que Daniel no estaba haciendo más que retrasar algo que ni le interesaba ni
se había tomado en serio en ningún momento.
Pero en ese momento no le dijo nada y tomó una determinación. Sabía
que iba a ser incapaz de apretar más a su hijo mientras viviera, pero estaba
seguro de que moriría antes de que Daniel llegara a la fecha límite marcada
por él mismo: los treinta y seis años, y entonces, cuando él ya no lo viera, sí
podría ser algo más duro en la exigencia a su hijo.
Tenía, además, un arma infalible para conseguirlo.
Con la decisión tomada, se relajó totalmente, sonrió a su hijo y lo besó
también, en este caso en una mejilla perfectamente rasurada, porque Daniel
cuidaba mucho su aspecto, y lo dejó marchar a divertirse con sus amigos.
Capítulo 2

Quince años después de esa conversación, un desganado Daniel se


plantó ante la puerta principal del edificio en el que se encontraban las
oficinas de la empresa a la que le iba a contratar servicios.
Le había hablado de ella su buen amigo Robert McIntyre, marqués de
Riverdale. Él había barajado recurrir a sus servicios un tiempo atrás, pero
finalmente no lo había necesitado: había conocido a Kira O´Donahue, hija
del Barón de Landwater, y su vida había cambiado por completo.
Daniel se detuvo un momento en la entrada del edificio, una entrada
agradable, pero lejos de la suntuosidad de los edificios de los barrios más
distinguidos de la ciudad. En un lateral al lado de la puerta, a la altura de
sus ojos, una placa de latón dorado, bien reluciente, anunciaba el nombre de
la empresa que se situaba en el segundo piso:
“Matrimonios Felices”
L. Roberts. 2º Derecha.
Colocó sus dedos sobre las letras grabadas y respiró hondo. Todo le
parecía absurdo, empezando por aquel ridículo nombre y la existencia
misma de una empresa así. ¿A quién se le podría haber ocurrido ganarse la
vida de aquella manera? Aunque también tenía que reconocer que el tal
Roberts había tenido buen ojo como negociante, porque le constaba que el
negocio marchaba viento en popa. Y también que a él le hacía falta
contratar sus servicios, por muy poca gracia que le hiciera.
Así que controló las ganas que tenía de darse la vuelta, cogió aire
profundamente y se dirigió al interior del edificio y a la segunda planta.
Cuando llegó ante la puerta del segundo derecha se concedió otro
minuto de tregua. Sobre la puerta de roble macizo pintada de azul prusia
oscuro, había otra placa de
latón, similar a la de la entrada, pero con un mensaje diferente. Aparecía, de
nuevo, el nombre de la empresa: “Matrimonios Felices”, pero debajo había
una frase cuando menos extraña: “Límpiese los pies y pase sin llamar”.
Daniel se miró instintivamente los pies. Llevaba unas botas de montar de
cuero negro de primera calidad, hechas por el zapatero más reputado de
todo Londres. Unas botas hechas a medida con mimo y cuidado, un artículo
de lujo por el que había pagado un dineral, al igual que por los pantalones
de gamuza y la chaqueta a juego que se había puesto esa mañana. Unas
prendas especiales para montar, ya que a Daniel le gustaba desplazarse a
caballo siempre que podía.
Las botas, por supuesto, estaban relucientes. Su ayuda de cámara, Hugh,
las lustraba varias veces al día. De todas formas, Daniel, las investigó más a
fondo: el cartel había hecho en él el efecto de una madre imperativa
revisando la limpieza de sus hijos ( o eso imaginaba, porque experiencia no
tenía, claro). Primero levantó el pie derecho, para revisar la suela, y luego el
izquierdo. Lo cierto es que tenían algo de suciedad, lo normal después de
haber montado más de dos millas y de haber pisado las calles de Londres,
así que, obediente, se limpió los pies en el felpudo que había en el suelo.
Pero nada más hacerlo se sintió ridículo y hasta un poco enfadado.
Nadie hacía eso y, mucho menos, él, que estaba acostumbrado a entrar en su
hogar con las botas manchadas de barro y suciedad sin preocuparse. Para
eso estaban los criados entre otras cosas, para limpiar, si no ¿qué trabajo
iban a hacer?
Estaba claro que fuera quien fuera quién estaba al frente de aquella
empresa, se trataba de un individuo extraño y extravagante.
Pero él ya no podía alargar más el momento, así que hizo lo que la placa
le conminaba a hacer: entrar sin llamar.
Y con el impulso de la energía que había utilizado para limpiarse los
pies, abrió la puerta con cierta brusquedad.
En cualquier caso, lo que vio nada más abrir la puerta, le hizo detenerse
de golpe en el umbral: un redondo y precioso culo apuntaba hacia él.
Capítulo 3

No se trataba de un culo desnudo, por supuesto, si hubiera encontrado


algo así, se habría dado la vuelta en vez de quedarse parado —y admirado
—como había hecho.
El culo en cuestión era femenino, sin duda por sus proporciones, pero
también porque estaba envuelto por la tela de un vestido de color gris
neutro y bastante soso, pero vestido femenino al fín y al cabo.
Daniel decidió no moverse durante un momento para no llamar la
atención de la joven y poder admirar sus posaderas sin cortapisas.
Enseguida se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Frente a la puerta
que acababa de abrir había una gran mesa y, tras ella, una ventana abierta.
Sobre la mesa había un montón de papeles desperdigados y desordenados y
bajo ella, otros tantos, todos esparcidos por el suelo. La dueña de las
posaderas, arrodillada sobre ese mismo suelo, dándole la espalda a él, se
afanaba por recoger los papeles.
Estaba claro que una corriente de aire había movido los papeles que
seguramente habían estado apilados ordenadamente sobre la mesa, y la
joven en cuestión estaba intentando recogerlos. El problema es que la
ventana continuaba abierta y el aire seguía removiendo los papeles. De
hecho, la joven estaba colocando los papeles que iba recogiendo en un
montoncito en el suelo, a su derecha, pero cada poco se volvían a
desordenar. Como ella estaba concentrada en recoger los más
desperdigados, no se estaba dando cuenta de que el trabajo que estaba
haciendo se deshacía inmediatamente.
Daniel se estaba divirtiendo. Sorprendentemente. De repente, una
situación que le desagradaba se había convertido en un momento de
diversión.
Por un lado, era divertido ver cómo la joven se afanaba por recoger los
papeles mientras el viento lo desordenaba todo. Pero lo mejor de todo eran
las maravillosas vistas a su perfecto trasero. Era, desde luego, un culo
perfecto que, además, adivinaba duro y alto. Además, la joven iba
avanzando por el suelo, de rodillas, para acercarse a los papeles maś
alejados de ella, y con ese movimiento las posaderas se iban moviendo,
mostrándole a Daniel otro tipo de vistas, todas inmejorables.
Pasó así más de un minuto. Al parecer, la joven estaba tan concentrada
en su trabajo que no le había oído abrir la puerta. Ayudaba, por supuesto,
que la ventana estuviera abierta y el ruido de la calle se colara a través de
ella.
Una ventana abierta que iba a hacer interminable el trabajo de la joven...
Daniel, con cierta pena, decidió que debía terminar aquel espectáculo.
Por mucho que le gustara, no había ido allí a disfrutar de las vistas de un
trasero perfecto, además, tenía curiosidad por ver la cara de la joven. Si la
tenía tan bonita como sus posaderas, el rato que iba a pasar allí iba a ser
mucho más agradable de lo que había imaginado.
Decidió acabar con el espectáculo con un golpe de efecto teatral, para
sorprender a la joven y seguir divirtiéndose un rato:
—Debería cerrar la ventana.
La joven, tal y como había supuesto, se dio la vuelta sobresaltada. Su
voz grave y varonil había actuado como si de una sirena se tratara. Había
roto la sensación de estar sola que había tenido hasta ese momento, de
golpe.
Daniel había contado además con un efecto añadido a aquel de sorpresa,
un efecto que producía en todas las mujeres que le veían por primera vez: el
de admiración.
Porque era, de eso no tenía ni una duda, uno de los hombres más guapos
de todo Londres. De todo Gran Bretaña.
Pero sin negar la cara de sorpresa de ella, hay que decir que el realmente
sorprendido fue él, porque la turgencia y perfección de las posaderas le
había hecho juzgar mal a su dueña. Había dado por hecho que se trataba de
una joven, pero quien le estaba mirando de frente, de rodillas aún, pero con
la cabeza girada hacia él , era una mujer mayor.
Dueña, eso sí, de los ojos verdes más increíbles que había visto en su
vida.
Capítulo 4

Lily Roberts se había levantado con el pie izquierdo dos días antes y así
continuaba. El último negocio que había cerrado, un mes atrás, se había ido
al garete en el último momento por la negativa final de la joven. Aquello
pasaba raras veces, pero no era algo insólito, al fín y al cabo, un matrimonio
de conveniencia, por muy beneficioso que fuera sobre el papel, daba mucho
vértigo en la realidad.
En aquella ocasión, Lily había conseguido apalabrar el matrimonio entre
un Lord maduro, pero con unas finanzas más que saneada , y una joven de
la nobleza rural,con un título de poco relumbre y menor dote, pero con un
físico angelical rayano en la perfección. Lo habitual en su trabajo, vamos.
Pero esta vez la joven se había echado para atrás tres días antes de la
boda. Lily había acudido a su hogar, en la campiña inglesa, tras un viaje
infernal de seis horas, por caminos embarrados y retorcidos, a petición de la
desesperada madre de la joven. Y también decidida a salvar aquel negocio.
Pero no había tenido nada que hacer. La joven había tomado una
decisión y ni los lloros maternos ni las amenazas paternas de desheredarla
ni la persuasión racional y tranquila de Lily consiguieron hacerle cambiar
de opinión:
—No es un hombre maduro, es un anciano. ¡¡Y tiene más barriga que mi
padre!!
Evidentemente, todo aquello era incontestable, porque era cierto (bueno,
menos llamar anciano a un hombre de cuarenta años, pero Lily se lo pasó
por alto porque la joven en cuestión tenía dieciocho). Además, ella le
entendía perfectamente, había tomado la misma decisión que la joven
muchos años atrás: no quería saber nada de hombres en su vida privada,
sobre todo teniendo en cuenta que, dado su estatus social y nula dote, los
hombres a los que ella podría haber tenido acceso eran del nivel de aquel
Lord, o peores. Pero el negocio era otra cosa. Ahí no se andaba con
miramientos y emociones: todo era pura racionalidad, contabilidad de
costes y beneficios. Y en el caso de aquella joven, la boda con aquel Lord
era todo beneficios, para ella y para su familia.
Eso fue lo que le contó, con calma y sin presiones, pero al final la joven
se salió con la suya.
Después de pasar la noche en el lugar, gracias a la hospitalidad de los
atribulados padres de la joven, ya en el camino de vuelta a Londres, entre
bote y bote por los baches, Lily llegó a la conclusión de que la joven había
perdido su última, y única, posibilidad de casarse. Se quedaría soltera y
acabaría viviendo hasta su muerte en aquella casita campestre, tan
encantadora como aburrida, en la que había nacido.
Lo cierto es que a ella le habría pasado lo mismo si no hubiera sido
porque no había estado rodeada de tanto encanto y amor como aquella
joven. Lily había tenido que salir de la casa paterna y había tenido que
ganarse la vida por sí misma, algo que en su momento había levantado la
compasión de las poquísimas personas que la habían apreciado, pero que
con el tiempo se había vuelto una bendición. Sí, se había quedado soltera,
como le iba a ocurrir a aquella joven, pero a cambio había conseguido ser
dueña de un negocio que le permitía no depender de nadie. Y, sobre todo,
no depender de ningún hombre, algo que para ella era más una necesidad
que una elección.
En cualquier caso, no quiso detener mucho tiempo sus pensamientos en
su pasado. Este era horrible y ella no era una mujer a la que le gustara
lamentarse ni regodearse en desgracias pasadas, así que cuando ya estaba
entrando en Londres, decidió que esa tarde trabajaría un rato: aquel era el
mejor antídoto para los contratiempos de la vida.
Se dirigió a su casa, que también era su oficina, ligera y con energía.
Había comprado aquel apartamento en una zona de Londres emergente. Se
trataba de una zona en la que empezaban a aparecer pequeños comercios y
oficinas y donde vivía la pequeña burguesía. No estaba muy alejada del
centro y de los barrios más ricos, así que era el lugar perfecto para
emprender un negocio como el suyo.
Llevaba ya doce años al frente de él y si bien los comienzos habían sido
duros, no en vano una agencia para arreglar matrimonios concertados al
principio se había visto como un negocio insólito y extravagante, hacía ya
más de seis años que se ganaba la vida con mucha holgura con él. Había
empezado concertando matrimonios entre miembros de la burguesía, pero
ahora su mayor cartera de clientes estaba entre la aristocracia.
Era un negocio por el que no tenía que hacer propaganda, para empezar
porque era contraproducente, ya que nadie quería admitir que había
recurrido a sus servicios, pero no le hacía falta, gracias al boca oreja, los
clientes no le faltaban nunca.
Eran ya las cuatro de la tarde cuando entró por la puerta de su oficina-
apartamento. Después de tomar un té, decidió que ocuparía la tarde en
arreglar papeles. Se sentó tras el escritorio de trabajo y se dispuso a hacerlo,
pero en ese momento, un golpe de viento fuerte abrió de golpe la ventana
que llevaba varias semanas ajustando mal, y la mitad de los papeles volaron
por la estancia.
Concentrada recogiendo los papeles no oyó que la puerta se abría, así
que cuando la voz varonil le hizo girarse de golpe, lo primero que vio fue
los ojos azules más increíbles que había visto en su vida.
Capítulo 5

No se alteró nada de todas formas.


Eran bonitos, sí, extraordinarios de hecho, de un azul intenso
maravilloso. Desde su posición de rodillas observó también que iban
acompañados de un rostro terriblemente atractivo y un cuerpo musculado y
perfecto. Era , desde luego, el hombre más guapo que había entrado en
aquella oficina nunca, y eso que había habido unos cuantos.
Pero a ella los hombres guapos no le afectaban en absoluto. Y los feos
tampoco. Eran negocio y nada más.
De todas formas, sí le ocurrió algo extraño: el hombre le resultó
desagradable desde el primer momento. Se veía que era un arrogante
pagado de sí mismo. El típico noble de gran fortuna, no había duda de esa
condición a la vista de cómo iba vestido, y de cómo la estaba mirando: con
la típica condescendencia de los privilegiados cuando se tienen que dirigir a
alguien a quien consideran inferior.
Aunque en la mirada de aquel caballero había algo más que quizá, pensó
Lily mientras se ponía de pie con parsimonia y calma, era la causa del
desagrado que estaba sintiendo: la estaba mirando con indisimulado interés
sensual.
¿Cuánto tiempo llevaría en el despacho en silencio, observando sus
posaderas? Porque ella sabía perfectamente lo que había provocado aquella
mirada…
Sí, se dijo a sí misma, mientras fijaba sus ojos verdes, de la manera más
fría y
neutra posible, en los azules de él, eso debía ser lo que la estaba molestando
tanto, aunque seguía siendo extraño, ya que no era la primera vez que le
ocurría con uno de sus clientes y siempre había sabido distinguir muy bien
la vida privada del negocio y no le solían afectar las muestras descorteses o
inadecuadas cuando estaba trabajando.
—¿Sí?
Le salió seco y frío, más de lo adecuado para dirigirse a un futuro
cliente, pero no había podido evitarlo. Estaba claro que aquel caballero la
estaba afectando más de lo normal.
Él amplió la sonrisa condescendiente y con su perfecta dicción y su
preciosa voz grave dijo algo que a Lily no le sonó extrañó en absoluto:
—Querría hablar con el señor Roberts.
De hecho, estaba acostumbrada a oírlo. Pero aquella vez, la respuesta
que tenía automatizada le salió más seca de lo habitual también, ya que
normalmente solía acompañarla de una sonrisa que suavizaba el momento,
pero ahora no hubo ni un atisbo de ella y, en vez de sonreír, se lo quedó
mirando fijamente más tiempo de lo educado antes de contestar, seria y fría:
—Lo tiene usted delante.
Como estaba claro que aquel negocio empezaba torcido desde el primer
instante, el caballero se salió también del guión, que normalmente solía
continuar con unas risas nerviosas, pero inmediata comprensión. Esta vez
no fue así:
—Disculpe, creo que no me ha entendido, le he dicho que quiero hablar
con el señor Roberts —dijo, sin quitar la sonrisa condescendiente, pero muy
despacio y más alto, como si ella fuera sorda. O tonta.
—Póngale usted delante lo que quiera: señor, señora…—continuó Lily,
ya con la voz acerada como una daga y endureciendo aún más la mirada.
Aquel engreído no le podía caer peor.
—No entiendo… —contestó, por primera vez desconcertado, el
caballero
—Roberts soy yo, soy la dueña.
Capítulo 6

O sea que el tal “L. Roberts”, que él había imaginado “Lewis” o


“Leonard” o “Liam”, era en realidad una mujer
Había acudido a aquel lugar casi como un reo a escuchar su sentencia,
pero todo había sido sorprendente desde que había entrado por la puerta
principal, y con aquella última revelación el desconcierto le dejó sin
palabras.
Pero a Daniel no le afectaba mucho el desconcierto, lo que no soportaba
en la vida era la gente aburrida y el mismo aburrimiento, y estaba claro que
con la señorita Roberts no se daban ni una de las dos circunstancias, ni ella
ni lo que le rodeaba se podía definir como aburrido.
Así que decidió divertirse.
Además, en un primer momento, cuando se había dado la vuelta, le
había parecido una mujer mayor, y seguía pensando lo mismo, ya que
apostaría que tendría fácil los mismos años que él, pero ahora no podía
dejar de notar que, aunque se escapaba del tipo de mujeres que le habían
atraído hasta ese momento, la mayor de las cuales tenía, al menos, diez años
menos que él, era también una mujer atractiva.
Mayor, pero atractiva.
Mucho.
No tenía quizá una belleza evidente, ya que sus ojos estaban más
separados de lo adecuado y su nariz era demasiado respingona para sus
gustos, pero tenía una cara agradable, con unos labios en forma de corazón
y, sobre todo, aquellos ojos gatunos que en ese momento echaban chispas…
no precisamente de admiración.
Sí, se iba a divertir…
—Bien, señorita Roberts, no le niego que esto no me lo esperaba, pero
supongo que da igual, por cierto, he dicho señorita, ¿es así, verdad? —le
dijo sacando su tono y su mirada más seductora, aunque sin disimular un
punto de ironía.
Ella, sin embargo, se mantuvo seria y fría, sin caer ante sus encantos, y
le contestó, más seca aún que las anteriores veces, si es que esto era posible:
—Señorita, sí, por supuesto —y marcó el “por supuesto” como si
estuviera levantando un muro de hierro entre ella y él.
—Sí, yo también lo había dado por supuesto, pero he querido ser
cortés… No se me ocurre que ninguna mujer que tenga cerca un hombre
que la aprecie pueda ser la dueña de un negocio. Y menos de uno como
este.
Aquello era una declaración de guerra, pero no había podido evitarlo.
Desde el primer momento había percibido la animadversión de ella hacia él.
La forma en la que había respondido a su pregunta, sin verse afectada por
su indudable encanto, le había mostrado que era un hueso duro de roer. Pero
a él le encantaba la esgrima —con florete y con las palabras —así que
estaba disfrutando.
—¿Un negocio que ha venido usted a contratar?
Por primera vez ella le sonrió, pero una sonrisa maliciosa, que sacó un
brillo increíble a sus ojos.
Daniel se sorprendió un poco de lo rápida que era ella buscando la
respuesta adecuada para continuar en la batalla, pero al mismo tiempo
estaba encantado. Tanto, que no pudo evitar soltar una carcajada.
Y, curiosamente, la señorita Roberts, esta vez, le siguió.
Estaba claro que los dos sabían perfectamente a lo que habían estado
jugando. Y que les gustaba.
Se quedaron un momento, mirándose fijamente. Él, con curiosidad
extrema y un ligero punto de admiración, ella, más relajada, aunque sin
bajar la guardia.
Y entonces ella decidió dejar de jugar y ocuparse de su negocio como
debía. Aquel momento, primero de tensión y luego de diversión, le había
servido para centrarse y dejar de lado los extraños sentimientos que aquel
caballero le producía. Así que sacó su tono más profesional y esta vez, sí,
amable, y le dijo:
—Bien, si le parece, podemos dejar de jugar y empezar con los temas
serios. Doy por hecho que ha venido usted en busca de los servicios de mi
empresa, para usted o para alguien cercano. Podría empezar presentándose
y contándome qué es lo que necesita.
Capítulo 7

Aquel cambio repentino de la guerra verbal a lo más estrictamente


profesional, también le descolocó un poco a Daniel. Estaba claro que la
señorita Roberts era cualquier cosa menos una damisela fácil de
impresionar o manipular. De hecho, sus reacciones estaban más cerca de las
de los hombres de negocios con los que Daniel solía tener tratos, que de las
de cualquier mujer que él hubiera conocido antes.
L. Roberts era todo un “hombre” de negocios, pensó, irónicamente. Uno
con unos ojos preciosos y un trasero magnífico, terminó de pensar, sin
poder evitar que una chispa licenciosa hiciera brillar sus ojos de nuevo.
La señorita Roberts frunció el ceño pero no dijo nada y él decidió
mantener a raya sus ganas de seducir permanentes: había ido a aquel lugar
como última oportunidad para salvar el desastre que se le avecinaba y tenía
que tenerla de su lado.
—Tiene usted razón señorita Roberts —contestó finalmente, intentando
ponerse serio, aunque sin poder evitar que el “señorita” sonara un poco
irónico—he venido en busca de sus servicios, y son para mi. Me llamo
Daniel Wilson, Duque de Castleton — y le tendió la mano, ya formal, como
si con otro caballero estuviera negociando,
“¡¡¡El Duque de Castleton!!!”
Lily abrió los ojos como platos y se lo quedó mirando, casi asustada.
Fue apenas un segundo, enseguida se repuso y tomó el control de sí misma
y le estrechó la mano al Duque, de manera tan firme como él. ¡Pero ahora
entendía qué le había ocurrido con él! De alguna manera, había sabido leer
en el fondo de sus ojos, en su postura arrogante, quién era. Porque ella no
había coincidido nunca con él, pero había oído hablar de él muchas veces.
Siempre entre lloros.
El Duque de Castleton era el responsable de que no una ni dos, sino tres
jóvenes angelicales y maravillosas hubieran tenido que recurrir a los
servicios de “Matrimonios felices”. El Duque se había comportado con ellas
de manera inadecuada y aquello había provocado que la reputación de las
jóvenes se hubiera visto manchada.
Era cierto que se trataba de un lamento habitual entre las jóvenes que
requerían sus servicios. La mitad de ellas solía tratarse de jóvenes de la alta
burguesía o de la baja nobleza rural que no tenían acceso a la nobleza más
distinguida o la dote suficiente para hacer un buen matrimonio.
“Matrimonios felices” les permitía acceder a partidos que , en principio,
estaban vedados para ellas. Pero el otro cincuenta por ciento de las jóvenes
que pedían sus servicios eran como las tres que habían venido empujadas
por las malas acciones del Duque de Castleton.
Se solía tratar de jóvenes de la nobleza distinguida que habían caído
antes los encantos de caballeros, normalmente nobles también, demasiado
pronto. Es decir, antes de casarse.
Lo cierto es que aquellas tres jóvenes en concreto no habían sido
totalmente mancilladas, como sí había ocurrido con otras. El Duque de
Castleton se había limitado a juguetear seductoramente con ellas en público
demasiado tiempo y no comprometerse con ellas. Solo una de ellas había
sido sorprendida en un lugar poco adecuado, los jardines del palacio de los
condes de Mont Royal una noche de baile, pero no había sido nada
excesivamente escandaloso, ya que los habían encontrado tan solo sentados
solitarios en el balancín bajo la pérgola, pero sin tocarse ni la ropa.
Pero entre los de su clase, bastaba algo así para manchar la reputación de
una joven y dificultar un posterior matrimonio ventajoso acorde a su
posición.
En los tres casos, Lily había conseguido encontrarles a las jóvenes
excelentes partidos: dos Duques y un Marqués, y las jóvenes habían
acabado encantadas con sus servicios, pero había habido algo que a Lily le
había enfadado bastante: las tres jóvenes se habían casado contentas por
solucionar su futuro, pero melancólicas recordando que no habían podido
pescar al Duque de Castleton , “su verdadero gran amor” (sí, las tres lo
habían llamado así).
Lily, que ni lo conocía ni quería conocerlo, le había cogido una manía
terrible y cada vez que oía su nombre murmuraba pestes contra él. Daba por
hecho que aquel Duque, del que todos hablaban maravillas sobre su fortuna
y su atractivo ,pero que no hacía más que despreciar jóvenes maravillosas,
tenía que ser un petulante insoportable, un juerguista y un canalla.
Y hete aquí que en cuanto lo había visto en su despacho eso era lo que
había pensado sobre él. Sin saber quién era.
Ahora todo estaba aclarado, Castleton era tal y como ella lo había
imaginado.
En cualquier caso, además de insufrible e indeseable era también su
nuevo cliente. Y ella no se podía permitir hacerle ascos a ninguno: vivía de
ellos. Así que sujetó su disgusto y su desagrado y, controlando el
desconcierto que le había producido saber quién era, le contestó, lo más
tranquila y pausada que pudo:
—Bien, señor Wilson, usted dirá qué es exactamente lo que quiere —
utilizó el apellido tan solo, obviando el título, adrede, era una forma de
rebajarlo. Una chiquillada, porque lo nombrara o no, seguía siendo Duque,
pero que le produjo un íntimo placer. Además, nada más decírselo, se
dirigió hacia su mesa de trabajo y se sentó tras él, cogiendo una pluma y un
papel, de forma profesional y dejándolo a él plantado en medio, de pie.
Pero el Duque no se dio por aludido ante la sutil descortesía, porque no
se le notó nada incómodo. Al contrario, aunque ella no le había invitado a
hacerlo, él cogió una silla que estaba en una esquina de la estancia, la
acercó al otro lado de la mesa y se sentó. Poniéndose frente a ella.
Pero no acabó ahí su iniciativa. El Duque era muy alto y tenía por tanto
las piernas largas. Mucho más de lo adecuado para estar cómodo en aquella
silla, así que, ni corto ni perezoso, se puso cómodo, y lo hizo subiendo los
pies a la mesa. Es cierto que los puso en un lateral de ella, donde no había
papeles y no molestaba a Lily, y también que la mesa era lo suficientemente
grande como para que no quedara excesivamente maleducado, pero lo era.
Lily, sin embargo, ya era totalmente dueña de sí misma. Había vivido
muchas situaciones comprometidas en aquel despacho y había aprendido a
mantener la calma y la sangre fría sin alterarse, y con aquel Duque
insoportable también lo iba a hacer. Así que hizo como que no se daba
cuenta y puso cara de atención esperando la respuesta de él.
El Duque, una vez se sintió cómodo, le contestó:
—Verá, señorita Robinson, necesito una mujer joven, menor de
veinticinco años, de buena familia y probada reputación. No necesito que
sea noble ni que tenga una buena dote, esa parte la aporto yo de sobra,
aunque si lo tiene tampoco le haría ascos. Lo más importante es que sea
joven y virtuosa, insisto. Ah, y se me olvidaba, también que sea bella, por
supuesto.
Lily enarcó las cejas pero no alteró su expresión calmada. Lo cierto es
que aquel tipo de peticiones eran habituales entre los hombres de la nobleza
con riqueza. No le gustaba, por supuesto, pero se había acostumbrado a que
las jóvenes fueran tratadas como mera mercancía. En cualquier caso,
aquello se compensaba cuando era una joven quien pedía sus servicios. En
esos casos, ellas solían pedir justo lo que el Duque había valorado menos:
títulos y riqueza.
Lo de “Matrimonios felices” era en realidad un eufemismo, debería
haberse llamado “negocios felices” o “acuerdos fructíferos” , pero bueno,
era su negocio , vivía muy bien gracias a él y había decidido no juzgarlo,
eso sí, le servía de recordatorio de que había hecho muy bien en no casarse
y en huír de los hombres. De todos ellos, pero más de los del tipo del
ejemplar que tenía enfrente en ese momento:
—¿Y qué quiere exactamente, una esposa o una dama de compañía?
Había hecho la pregunta sinceramente, sin malicia, pero el Duque la
miró desconcertado.
—¿Dama de compañía? ¿Es eso posible?
Lily se dio cuenta del posible equívoco inmediatamente y lo cortó por lo
sano.
—Cuando digo “dama de compañía” me refiero exactamente a eso,
señor Wilson. Espero que no me haya malinterpretado. En este negocio
buscamos preferentemente esposas, pero algunas veces se nos solicitan otro
tipo de servicios que también prestamos. Quienes los solicitan suelen ser
personas como usted: solteros o viudos pertenecientes a la alta nobleza. Por
diferentes razones, no buscan esposa en ese momento, pero si necesitan una
acompañante femenina para un acto concreto: una recepción, una comida
especial… Se trata tan solo de eso: acompañar, y nada más —subrayó Lily
mirándolo fijamente —no tiene nada que ver con otro tipo de servicios y
compañías que suelen frecuentar los hombres de su posición.
—¿Y qué tipo de jóvenes se prestan a realizar ese servicio?
—Se trata de jóvenes de reputación exquisita, no dude usted de ello,
pero que no tienen pensado casarse. Suelen ser institutrices o damas de
compañía que viven de su trabajo y que realizan esporádicamente este otro
trabajo para aumentar sus exiguos ingresos.
—Entiendo —dijo Daniel interesado —lo cierto es que si llego a saber
antes que esto era posible, habría accedido a ese tipo de servicio antes.
Muchas veces lo he necesitado…, pero ahora no, ahora vengo en busca de
esposa, por desgracia.
Capítulo 8

Era propio de lo que había imaginado de él y de lo que había visto en los


pocos minutos que llevaba en su despacho: hablar con tanto desprecio de su
futuro matrimonio sólo se le podía ocurrir a un petulante engreído con el
Duque de Castleton.
Lily no era una ingenua y sabía que la mayoría de los hombres que
pedían sus servicios tenían el mismo pensamiento que Castleton acababa de
soltar sin sonrojarse. Casarse era, en realidad, una desgracia o algo
indeseable para ellos, en vez de lo más bello que les iba a ocurrir en sus
vidas, como anunciaban las novelitas rosas que leían la mayoría de sus
futuras esposas.
Tampoco se engañaba sobre estas últimas, ya que por mucho que
creyeran en el romanticismo en sus sueños despiertas y en sus lecturas, lo
que les empujaba a pedir sus servicios era un cálculo de beneficios
económicos y sociales, y no la búsqueda del amor verdadero.
Pero la diferencia de Castleton con todos ellos era que él lo soltaba
abiertamente. Y que seguramente lo haría en presencia de su futura esposa.
Era, desde luego, un hombre sin sutilezas. Un hombre que era mejor tener
alejado de ella todo lo posible…, excepto para llenarle los bolsillos, claro.
—Bien, señor Wilson —le contestó entonces, profesional, Lily, aunque
sin poder evitar usar de nuevo sólo el apellido y seguir despojándose de su
título nobiliario —,¿y qué características especiales quiere usted que tenga
la joven futura señora Wilson?, aparte de esas tan generales que me ha
señalado un momento antes.
El Duque de Castleton sonrió burlón, al ver que la señorita Robinson
retomaban la sutil esgrima verbal, pero declinó corregirle respecto a su
título, en su lugar, estiró un poco más las piernas sobre la mesa y se colocó
las manos sobre la cabeza, en un gesto de distensión total al que solo le
faltó un bostezo relajante:
—Confío en su profesionalidad y buen hacer, Ludovica. Me basta con
que cumpla las características generales que le he mencionado hace un
momento: menor de veinticinco, virtuosa y bella.
Lily no movió un músculo cuando él utilizó el nombre equivocado para
nombrarla, el más horrible que se le había ocurrido seguramente. Era ella
quién había empezado con el jueguecito de los nombres, así que no le iba a
ganar por ahí. En su lugar, se puso de pie y empezó a rodear la mesa. Lo
hizo con calma y parsimonia y mirando alternativamente al Duque y al
frente, era como si se hubiera levantado a coger algo de la estantería que
estaba tras el Duque. Mientras se movía lentamente, fue hablando.
—De acuerdo, Wilson —dijo , apeándole también del “señor” y mirando
al frente, hacia la librería —. Debe saber que mis servicios no son baratos.
—No sé por qué lo suponía —contestó él con sorna, con la cabeza
girada hacia atrás, hacia ella, pero sin alterar la postura de extrema
comodidad, con pies sobre la mesa y las manos sobre la cabeza —¿y cuánto
me va a costar mi encadenamiento de por vida, Lucinda?
—Cincuenta guineas la cita para conocer a la muchacha, con total
discreción y sin que salga de la familia, ya que para las jóvenes puede ser
un descrédito. Lo normal suele ser necesitar dos citas, tres a lo sumo. Nadie
que ha recabado mis servicios ha necesitado conocer más de tres muchachas
para encontrar la adecuada. Y ninguna de las muchachas se ha quedado sin
marido después de una tercera cita como mucho.
—No es barato, Louella, pero supongo que el servicio lo vale.
—Aún no he terminado —contestó rápida Lily, poniendo una mirada
maliciosa, mientras cogía una agenda de la biblioteca y volvía hacia la
mesa. Castleton se limitó a arquear las cejas, interrogativo, así que ella
continuó —. Ese es el dinero a cambio de las citas, pero si el acuerdo se
cierra, algo que ocurre siempre, son quinientas guineas.
Terminó de decir aquello cuando pasaba al lado de él, rodeando la mesa
para sentarse de nuevo al otro lado. Esta vez lo hizo por el lado en el que
estaban colocados los pies de él, y en un gesto sutil, casi delicado, pero que
le sorprendió a Daniel por la fuerza que tenía, le apartó los pies de un
manotazo de la mesa, haciendo que cayeran al suelo de golpe.
Luego sólo se oyó la voz de ella diciendo:
—Lily, es Lily.
Capítulo 9

—¡Se acabó, no pienso concertarle ni una cita más!


La voz de Lily sonaba firme y en tono más alto de lo habitual, pero sin
llegar a gritar. Aunque le estaba costando no hacerlo. Así como no darle un
par de bofetadas a aquel impresentable. En todos sus años de profesión no
se había encontrado con nadie ni parecido. Había habido hombres
exigentes, sobre todo nobles de muy alta alcurnia, como él, pero a todos
había acabado contentando. No en vano, las chicas que formaban parte de
su cartera de aspirantes a esposa estaban también escogidas entre las
mejores de la sociedad, si no por sus riquezas, si por su belleza y
reputación.
Pero aquel Castleton era insufrible e insaciable. Habían pasado seis
meses desde que había contratado sus servicios y llevaba ya diez citas y no
le había gustado ni una. ¡¡¡Diez!!!, todas magníficas, todas cumpliendo a
rajatabla las características que él había pedido, alguna, incluso, con buena
dote. Y todas deseando convertirse en la nueva Duquesa de Castleton.
Pero nada, el “señorito” se había comportado como un malcriado
desdeñando a todas: que si una era demasiado alta, otra demasiado baja,
aquella reía de manera infantil y la otra no reía nunca… A todas les había
sacado pegas y las había desechado.
Y eso que Lily le había ido subiendo el precio a partir de la cuarta, y por
la última cita él había tenido que pagar 200 guineas…, pero ni por esas.
Y a Lily se le había acabado la paciencia. Wilson no estaba
acostumbrado a que nadie le dijera que no, pero ella iba a ser la primera en
hacerlo:
—A ver, Robinson, no se enfade, además, está ganando un dineral
conmigo.
—Wilson, no quiero su dinero para nada, me está espantando a todas las
chicas. Esto tarde o temprano me va a traer la ruina, porque ni una joven
decente va a querer contratar mis servicios.
Hacía ya dos meses que habían empezado a llamarse por sus apellidos,
como si de sus nombres de pila se tratara.
Daniel había estado jugueteando una temporada llamándole por todos
los nombres femeninos que empezaban por L, buscando siempre los más
horribles, pero sin utilizar el suyo. Al final había decidido que aquella
guerra la ganaba ella, que desde el principio había utilizado con él el
apellido en vez del título, algo mucho más formal y correcto. Pero fue una
derrota pírrica, porque decidió utilizar él también el apellido de ella. Así
que estaban a la par.
En cualquier caso, aquel día se estaba dirimiendo otra batalla mucho
más encarnizada y Daniel fue consciente de ello. Estaba claro que había
agotado la paciencia de ella, pero en este caso había que decir que no lo
había hecho por fastidiarla: de verdad, se había visto incapaz de elegir a ni
una de las muchachas que ella le había presentado.
Era cierto que todas ellas encajaban perfectamente en lo que le había
pedido, pero es que el problema de fondo era que seguía sin querer casarse.
Aunque debía hacerlo.
Durante treinta y cinco años había toreado tan bien la obligación que le
había impuesto su padre que, aunque su razón le decía que ya no había
escapatoria, su cuerpo seguía huyendo.
Estaba siguiendo la estrategia del avestruz, eso también lo sabía, porque
el día que cumpliera treinta y seis años, si no estaba casado, perdería toda
su fortuna y hasta el título. Le quedaría tan solo una asignación y un
apartamento en el centro de Londres. Algo deseable para cualquier burgués,
pero la ruina y el quedar fuera de la vida que había llevado hasta entonces
para un noble como él.
Al final, todo había quedado atado y bien atado por su padre. En vida no
se había atrevido a obligarle, pero le había dejado un testamento en el que sí
había movido bien los hilos.
“Hijo —le dejó escrito en una carta privada que recibió junto con el
testamento —siento hacerte esto, en vida no he sido capaz, pero lo hago
porque sé que es lo mejor para ti”
Y aquello que había dejado bien atado su padre no era más que disponer
que si a los treinta y seis años no estaba casado, tanto el título como las
posesiones y riquezas asociadas a él, pasarían al Barón de Yardley, es decir,
su tío, el hermano menor de su padre.
El Barón de Yardley era un hombre excéntrico que nunca había querido
tener mucho que ver con la familia, excepto con su hermano mayor, al que
adoraba.
Vivía apartado en un palacio en las Highlands escocesas, junto con su
fiel secretario, Leonard. Un hombre que le había acompañado desde muy
joven (así como las murmuraciones sobre su relación, que eran,
seguramente, las que les habían empujado a vivir lejos de los círculos
londinenses).
El padre de Daniel y anterior Duque de Castleton quería profundamente
a su hermano independientemente del tipo de relación que mantuviera con
Leonard. Por eso le había encargado la misión más difícil de su vida: que
consiguiera que Daniel se casara antes de los treinta y seis, tal y como él
mismo había prometido y, si no lo cumplía, que le despojara del título y las
posesiones.
El Barón había refunfuñado un poco al principio, bastante había sentido
él la presión de los demás para que hiciera “lo correcto” como para
infligirle un mal trato igual a su sobrino. Pero no había sido capaz de
negarle nada a su adorado hermano y única persona que lo quería tal cual
era, así que al final había aceptado la encomienda.
Daniel, que mantenía con su tío un trato mucho más lejano que su padre,
aunque lo apreciaba también, no había terminado de creerse que aquello iba
a acabar ocurriendo.
Pero el día que había cumplido treinta y cinco años, había recibido una
misiva fechada en Escocia. De su tío.
“Adorado sobrino,
he tenido la esperanza, desde que murió tu padre y amado hermano mío,
de que esto no iba a ser necesario e ibas a cumplir con tu deber sin que yo
tuviera que recordártelo. Pero veo que te resistes (no te juzgo, yo habría
hecho lo mismo, pero espero que tú tampoco me juzgues a mí: se lo prometí
y se lo debo a mi hermano querido). Daniel, tienes que casarte. Es tu
máximo deber, en realidad, el único.
A partir de ahora te voy a enviar una misiva mensual hasta
que me escribas con la buena nueva. Espero que no haga falta ni una
más, pero te aviso por si acaso, para que lo sepas.
Si dentro de seis meses no estás casado, te mandaré una
misiva semanal, que pasará a ser diaria cuando falten tres meses para
tu cumpleaños.
Y si dentro de un año, Dios no lo quiera, no estás casado,
perderás el título y todos los privilegios asociados. Si antes hay
buenas noticias espero también que me invites a la boda, sin rencor.
Abrazos
Tío Steve (Leonard te manda recuerdos también)”

Aquella misiva fue para Daniel como un jarro de agua fría, pero tuvo
que esperar a recibir la tercera para empezar a moverse.
Y entonces se dio cuenta de que no tenía ni ganas ni sabía muy bien
dónde buscar. Y entonces su gran amigo Robert McIntyre, Marqués de
Riverdale, le habló de los servicios de “Matrimonios felices”, unos
servicios que él al final no había necesitado, porque estaba felizmente
casado con Kira O’Donahu, pero de los que había recibido muy buenas
referencias. Los hombres como ellos, que ya no tenían padres vivos que les
acordaran matrimonios beneficiosos, se encontraban un poco perdidos en
esos temas, aquella empresa les solucionaba la papeleta.
Pero Daniel llevaba seis meses haciendo uso de sus servicios y no había
conseguido más que desilusionar a diez jovencitas, excelentes por cierto, y
enfadar a la dueña de la empresa.
Que en ese momento seguía mirándolo con aquellos ojos verdes
maravillosos.
Y enfadados, muy enfadados.
—Tiene usted razón, Robinson y le pido disculpas por las molestias y el
perjuicio para su negocio. Aunque tendrá que reconocerme que ha sacado
buenos beneficios, a mí, al menos, no me ha salido barato —le contestó
finalmente, guiñandole un ojo, sin poder evitar llevar la conversación al
tono medio burlón, medio de reto, al que acababan llegando siempre.
—Le acabo de decir que ese dinero no compensa las pérdidas futuras,
porque ya empiezo a tener problemas para conseguir buenas chicas. Se está
corriendo la voz de que un Duque está utilizando la empresa para divertirse
y no para comprometerse —le cortó ella en seco, combativa y sin ni una
intención de tomárselo a broma.
—De acuerdo, Robinson, sí, lo entiendo, por eso quiero proponerle un
último negocio, este sí, definitivo.
—Ya le he dicho que no le voy a citar con ninguna chica casadera más
—le cortó de nuevo ella, tajante y decidida. Había tomado una decisión y
no se iba a echar para atrás.
—No quiero más citas con chicas casaderas.
Lo cierto es que él había tomado la decisión el día anterior. Quedaban,
tan solo tres meses para que el plazo expirara y debía casarse, sí o sí . Por
un lado, su tío había comenzado a mandar una misiva de recuerdo diaria, tal
y como le había amenazado un año antes y, por otro lado, de perder el título
y los privilegios añadidos no quería ni oír hablar.
—Verá Robinson, no tengo ni una queja de su trabajo, sus elecciones
han sido todas muy adecuadas.
—¡Por supuesto!
Daniel decidió ignorar el reto de ella y continuó.
—El problema soy yo.
—¡Por supuesto! —insistió ella, combativa.
Y esta vez Daniel se la quedó mirando, con esa mezcla de diversión y
pique que ella conseguía sacarle siempre, pero no cayó en su provocación,
al contrario, le dio la razón a ella:
—Sí, el problema soy yo, lo sé, no quiero casarme, me rebelo ante ello,
pero debo hacerlo, tengo de plazo tres meses, si no lo hago, perderé mi
título. Así que he decidido lo siguiente: voy a agotar el plazo justo hasta
antes de que expire y me casaré el día antes de cumplir treinta y seis años.
Pero como no quiero tener a mi tío detrás de mí todo el rato —él es el
encargado de que yo cumpla con mi obligación de casarme —voy a
engañarle diciéndole que estoy conociendo a alguien…., aunque no me
casaré con ella.
A Lily la primera parte de lo que le acababa de contar Castleton no le
sonó extraña. De hecho, prácticamente la totalidad de sus clientes varones
venían por una presión similar a la que tenía él encima. Algunos la tenían
solo porque sabían que ese era su deber de noble: casarse para continuar la
estirpe, pero otros, como al parecer le ocurría a él, lo hacían empujados por
contratos y testamentos paternos.
Pero el resto de lo que le había contado era incomprensible para ella. No
se anduvo con rodeos y así se lo dijo, seria y gélida:
—No he entendido nada.
Castleton sonrió, como si estuviera previendo lo que iba a ocurrir a
continuación y esto fuera a ser divertido:
—He pensado divertirme los tres meses que me quedan de soltería y, al
mismo tiempo, tener a mi tío, y sus prisas, controladas, así que quiero
utilizar dos de sus servicios y no solo uno —Lily ya iba a contestarle, pero
él le paró un momento con la mirada, pidiéndole que le dejara terminar
antes de mostrar su desacuerdo —Por un lado, quiero que me encuentre una
esposa, pero esta vez sin citas. Escoja usted, entre todas las chicas que
buscan marido en su empresa, la que considere más conveniente, puede ser,
incluso, una de las que ya se ha citado anteriormente conmigo. Escójala ,
pero no me diga quién es hasta el último momento. No me interesa. Me da
igual. Sabe usted de sobra cuáles son mis posesiones y lo que le ofrezco a
mi futura esposa, ocúpese de acordar la boda, y de que la joven en cuestión
esté al pie del altar la víspera de mi cumpleaños: el 23 de abril. Y cobrará
usted las quinientas guineas. O el doble, si cree que eso es lo que cuesta este
servicio especial.
Lily se quedó mirándolo con la boca abierta. Estaba acostumbrada a la
frialdad de los acuerdos matrimoniales que acordaba en su empresa, lo de
“Matrimonios felices” en realidad era una ironía. Ella sabía que detrás de
aquellos acuerdos sólo había dinero e intereses económicos y de estatus,
que la mayoría de los caballeros iban a ser infieles a los cinco minutos de la
boda, y que muchas de las mujeres también o, simplemente, iban a
despreciar a sus maridos durante toda su vida. Pero aquello era el colmo.
Castleton sólo quería cumplir un trámite, estaba tratando a su futura esposa,
ya de antemano, como un simple objeto, un instrumento.
En cualquier caso, aquel comportamiento no le terminaba de sorprender:
casaba perfectamente con la idea negativa que ella tenía de los hombres y,
además, vivía de ello. Así que, viendo que por fin Castleton se iba a casar
con una de sus chicas, decidió olvidar el desastre de los seis meses
anteriores y continuar con los tratos comerciales con él. Eso sí, pensaba
cobrarle tres veces más de lo habitual. Por lo que la había mareado
anteriormente.
Pero antes de decirle que sí, recordó que él le había dicho que quería dos
tipos de servicio de ella, ¿a que se había referido?
—Eso por un lado, de acuerdo, puedo aceptarlo, pero ¿por el otro? —le
dijo, manteniendo la compostura y un poco reticente, porque seguía sin
fiarse un pelo de él.
Él, amplió más la sonrisa y, burlón, le dijo:
—Quiero divertirme los tres meses que me quedan de soltería sin
ofender a mi tío, que espera que siente la cabeza ya, así que he pensado
recurrir a los servicios de una chica de compañía. Siempre la misma, para
que mi tío crea que ya he sentado cabeza y estoy a punto de casarme y deje
de darme la tabarra. Quiero disfrutar de estos tres meses sin cortapisas.
Luego me casaré con la joven que usted escoja.
Lily se dispuso a decirle que no. Ya le había dicho que no quería que le
vieran más en público con ninguna de sus chicas si no pensaba casarse con
ella. Era cierto que las chicas de compañía formaban parte de otro grupo de
chicas, que no buscaban matrimonio, sino dinero. Pero siempre se había
tratado de encuentros discretos y normalmente solo uno, de forma que no se
hacían conocidas y nadie sospechaba en su entorno que lo habían hecho por
dinero. Sin embargo,Castleton era demasiado conocido. Amén de que lo
que le estaba pidiendo era una joven para pasearla a menudo durante tres
meses: algo como para acabar con la reputación de cualquiera para siempre.
Ninguna de sus chicas de compañía iba a aceptar algo así, ni ella quería que
lo aceptaran.
Pero Daniel se dio cuenta de que ella se iba a negar y se adelantó.
—Robinson, no le estoy pidiendo que me de a escoger entre sus chicas
de compañía, no quiero que ninguna de ellas me acompañe. La quiero a
usted.
Capítulo 10

—Mil guineas cada vez. Van a ser cuatro eventos diferentes, sólo tendrá
que acompañarme en esos cuatro nada más. Y cuatro mil guineas en su
bolsillo al final. Más las
que gane con el acuerdo de matrimonio.
Había sido rápido, antes de que ella se negara, que era lo que iba a hacer
inmediatamente, ofendida.
Pero ella tenía un negocio, vivía de él, y cuando le escuchó, la parte
comercial tomó el mando de su mente.
Cuatro mil guineas, más las mil quinientas que le iba a sacar por el
acuerdo de matrimonio, era el doble de lo que sacaba en un buen año:
muchísimo dinero para percibirlo en un lapso de tres meses. Con ese dinero
podría iniciar la obra de un pequeño palacete semiderruido que había
comprado con los ahorros de doce años, en una de las mejores zonas de
Londres. Allí podría ampliar su negocio, contratar una secretaria, ganar más
y vivir mejor…
Su mente cogió velocidad y, como en el cuento de la lechera, se vio
viviendo en su palacete reformado, siendo dueña de su vida para siempre
gracias a la pequeña fortuna que iba a conseguir con su trabajo.
Y le dijo que sí.
No era una mujer impulsiva y el historial anterior que tenía con él era
como para mandarle de su despacho con cajas destempladas, pero algo
dentro de ella tomó el mando en dirección contraria a lo que hubiera sido
lógico.
El mismo Duque se sorprendió de su rápida respuesta. Cuando había
trazado el plan, la noche anterior, se había preparado para una lucha
dialéctica encarnizada antes de conseguir su “si”, e, incluso, para no
conseguirlo.
Pero el plan le había parecido fantástico y había decidido arriesgarse. Si
ella aceptaba, no sólo callaría definitivamente a su tío los tres meses que le
quedaban de soltería, sino que se iba a divertir con ella al lado en los cuatro
eventos a los que tendría que acudir sí o sí. Además, como su compañía no
era más que un acuerdo comercial, podría seguir el resto del tiempo con su
vida relajada y disoluta.
Le sonrió, por tanto, sinceramente a la señorita Robinson cuando le oyó
el “sí”, y le extendió la mano, como cuando cerraba un trato entre
caballeros: Ella se la estrechó con la misma firmeza que ya había
demostrado en una ocasión anterior, pero inmediatamente se sentó tras la
mesa escritorio y se pudo totalmente profesional:
—Como estamos ante un contrato diferente al que firmamos hace seis
meses, quiero dejar por escrito las nuevas condiciones.
—¿No se fía de mí, Robinson? —dijo él rápido, volviendo a recuperar
su tono irónico habitual cuando hablaba con ella.
—No —le contestó seca, y, si hacer caso a la carcajada que él soltó,
continuó
—Dígame en qué consisten esos cuatro eventos y cuáles van a ser mis
servicios exactamente. No quiero sorpresas desagradables de última hora.
Daniel cogió la silla que estaba al lado de la puerta de entrada y se sentó
al otro lado de la mesa, como hacía cada vez que se ponían a hablar de
negocios en esa oficina, pero desde la primera vez que ella había apartado
sus pies, ya lo hacía formalmente, sin posturas exageradamente cómodas e
informales:
—Robinson, sabe usted que soy un hombre decente y no le voy a pedir
nada que no sea estrictamente acompañarme a esos eventos.
—Por eso mismo quiero saber de qué tipo de eventos se trata.
—El primero es una recepción oficial y será la semana que viene, y los
otros tres son bailes: el de debutantes de este año y el baile anual de los
Marqueses de Righton y el de la Duquesa de Inverness. En todos ellos usted
sólo va a tener que ser mi acompañante, preocuparse de ponerse bonita,
algo que no le va a costar, sonreír mucho y bailar conmigo, nada más.
Le salió la galantería sin pensar, pero no se arrepintió, porque, aunque le
había parecido demasiado mayor cuando la había conocido —luego había
confirmado que tenía exactamente su misma edad —hacía tiempo que veía
una mujer bella cuando la miraba.
Lily aceptó lo que él le decía, pero no se conformó con su palabra y le
hizo firmar un nuevo contrato. En él puso claramente que él aceptaría
casarse el veintitrés de abril, la víspera de su treinta y seis cumpleaños, con
la joven que ella propusiera, y luego especificó los cuatro eventos en los
que ella le acompañaría. Al final puso el monto total: cinco mil quinientas
guineas, y le hizo firmar.
Capítulo 11

Después de que el Duque firmara el contrato que ella había escrito y se


marchara, la realidad de lo que había aceptado se le plantó delante: iba a
tener que pasar cuatro veladas enteras con el hombre que le había alterado
la vida los últimos seis meses. El mismo hombre al que había maldecido
internamente cada vez que había despreciado una de sus chicas y que había
lamentado conocer.
Lo había hecho por dinero, sí, pero había algo más, no se podía engañar
a sí misma: él la sacaba de quicio en la misma medida que le gustaba.
Físicamente.
A ver, el Duque era uno de los hombres más atractivos que había visto
en su vida, el más atractivo en realidad, ese era un hecho objetivo que
cualquier mujer entre los doce y los noventa corroboraría. Lo extraño no era
ser consciente de ello, sino que le afectara.
Porque hasta entonces ningún hombre, por muy guapo que fuera, le
había atraído lo más mínimo.
Pero aquel Duque insolente y burlón hacía ya un tiempo que conseguía
que las piernas le temblaran cuando lo veía. Y que el estómago se le llenara
de mariposas aleteando alegremente.
Como no era tonta, sabía que aquello significaba que había caído en lo
que desde niña se había prometido no caer jamás.
Lily había nacido en una familia de la nobleza rural, su padre, un barón
bastante adinerado, había sido el mejor partido de la zona en kilómetros a la
redonda.
Eso Lily lo había sabido porque se lo había contado su madre antes de
morir.
Cuando Lily tenía diecisiete años.
A manos de su padre.
Bueno, lo cierto es que no la había matado expresamente, para ser
sincera consigo misma, Lily tenía que reconocer que su madre había muerto
por una caída por las escaleras sin que su padre, ni nadie, hubiera tomado
parte. Un tropezón, un mal paso, y se había roto el cuello en la caída.
Eso era lo que le habían contado a todo el mundo. Y también la verdad.
Pero lo que no le habían contado a nadie era que la mujer recibía palizas
diarias del alcohólico de su marido. Y que aquella noche fatídica se había
levantado a beber un vaso de agua y había tropezado, sí, pero porque tenía
el cuerpo totalmente magullado, un par de costillas rotas y los dos ojos
hinchados por sendos puñetazos recibidos el día anterior.
Así que visto así, no se había tratado de una caída accidental sino de
la consecuencia casi inevitable de una vida siendo víctima del maltrato.
Lily no tenía un solo recuerdo bueno de su infancia. En su memoria se
confundía el sonido de los gritos de dolor de su madre con los gritos de ira
de su padre y el sonido de los golpes. Pero casi tanto como aquello, odiaba
recordar los momentos aparentemente felices, cuando tenían vida social y
estaban rodeados de otras personas.
Porque su padre era violento y alcohólico, pero sabía disimular como
nadie.
Y Lily había odiado verlo sonreír y sacar aquella voz pausada y bien
modulada en los bailes y recepciones a los que acudían. Había odiado ver lo
bien que trataba su padre a su madre cuando había alguien delante. Había
odiado la mentira de su vida.
Antes de morir, Lily le había preguntado a su madre por qué no lo
abandonaba, por qué no se escapaban las dos, huían de él.
Y la respuesta había marcado su vida:
—¿A dónde vamos a ir hija? No tenemos un chelín, todo es de él.
Además, lo único que me importa a mi es que tu estés bien, y a ti no te toca.
No te preocupes, hija, yo aguantaré.
Cuando murió la madre, Lily pasó unos meses con miedo, pero el padre
no se atrevía a tocarle un pelo. Por alguna razón que a ella se le escapaba, el
hombre parecía tenerle algo de miedo.
Aunque el resto del trato que le daba se podía considerar maltrato
también, ya que la tenía siempre pendiente de él, tratándola como si fuera
una criada y gritándole a menudo.
El padre sobrevivió ocho años a la madre. Ocho años oscuros y terribles,
pero en los que Lily no perdió el tiempo. Viendo que su padre se estaba
bebiendo el dinero que tenía, Lily, que se ocupaba de las compras, fue
separando dinero poco a poco, chelín a chelín, para que el padre no se diera
cuenta. Cuando al final murió, Lily comprobó que , efectivamente, apenas
quedaba dinero en el banco. Pero ella había ahorrado lo suficiente para
emprender el negocio que se le había ocurrido.
Porque su padre sí le había dejado una buena herencia, todo había que
decirlo, y era una buena red de contactos en aquella zona rural.
Gracias a esos contactos empezó a poner en contacto a los jóvenes de la
zona que querían casarse. Con el dinero que había conseguido ahorrar,
sobrevivió hasta que consiguió sacar el negocio a flote. Empezó a ganar
dinero y al final decidió trasladar el negocio a Londres, donde fue
aumentando su influencia y facturación.
A Lily no le gustaba echar la vista atrás, pero cuando lo hacía siempre
reconocía que su triste infancia y juventud sí le había dejado dos
enseñanzas valiosas: que era fundamental ganarse la vida por sí misma y no
depender de nadie, y que los hombres, cuanto más lejos, mejor.
Por eso Daniel Wilson, Duque de Castleton, le alteraba tanto, porque
estaba haciendo tambalear esa última convicción.
Capítulo 12

Lily había pasado nerviosa toda la semana. Como hija de un noble rural,
había ido muchas veces a recepciones y bailes, pero intuía que los eventos a
los que iba a ir con el Duque eran de otro nivel.
Decidió no trabajar en toda la semana y concentrarse en los preparativos
del primer evento:la recepción. Para tranquilizar a su estricto espíritu
trabajador, se dijo que aquellos preparativos también eran trabajo: no en
vano, le iba a sacar a Daniel Wilson quinientas guineas por aquel evento.
Lo que tenía que hacer, fundamentalmente , era decidir qué vestido y
qué peinado y joyas iba a llevar. Él le había pedido que fuera magnífica y le
había dado un extra de doscientas guineas para que se comprara lo mejor.
Lily no había gastado tanto dinero en sí misma de golpe jamás. De
hecho, ni en un año gastaba esa cantidad en ropas y adornos. Pero no estaba
en su mano negarse a ello, formaba parte del trato. El Duque le había dicho
también a dónde debía dirigirse para encargar su vestido: la modista de
moda de la corte.
Lily se acercó al lugar un poco encogida, algo que no era habitual en
ella, acostumbrada a buscarse la vida en entornos mucho más difíciles. De
hecho, hacía ya años que estaba acostumbrada a tratar con personas de la
alta nobleza en su negocio, pero precisamente ahí estaba la diferencia. En
su oficina era ella quien tenía las riendas, quien mandaba, quien marcaba la
dinámica de la relación, lo que iba a hacer aquel día, contratar los servicios
de la mejor modista del reino, salía totalmente de su zona de confort y de
cualquier zona que controlara mínimamente.
Pero nada más llegar sus temores desaparecieron. Le recibió una joven
tan guapa como simpática, primorosamente vestida con una ropa que se
veía que era un uniforme, pero el más bonito y delicado que había visto en
su vida. Se presentó como Miss Lauren, ayudante de Lady McArthur.
Al principio Lily no entendió nada, pero tampoco se preocupó, porque la
joven, que le acercó una copa con un refresco delicioso, le estaba haciendo
muy fácil la entrada en el lugar. Nada más dar un sorbo a la copa, apareció
una mujer mayor que ella, rondaba la cuarentena larga, también
encantadora:
—Es usted la señorita Robinson ¿verdad? Encantada de conocerla y más
aún de vestirla. Daniel no ha mentido cuando me ha dicho que es usted una
belleza.
Lily casi se atraganta con el líquido cuando la escuchó. Daniel, era, por
supuesto, el Duque de Castleton, que no se había limitado a aconsejarle a
ella que acudiera a aquella modista, sino que le había hablado de ella a la
dueña. ¿Sería verdad que la había definido como la modista acababa de
decir? ¿Había dicho que era una “belleza”?
Tenía que ser una exageración de la modista, se dijo finalmente a sí
misma. Para empezar, porque ella no se tenía por una belleza, aquello eran
palabras mayores que solo iban dedicadas a las más jóvenes y ni siquiera en
su juventud se había sentido así (ni nadie se lo había hecho sentir).
Sabía que tenía buena figura, y también unos ojos especiales,
llamativos...y bonitos, sí, pero nada más. El resto de su persona siempre
había pasado bastante desapercibido.
En cualquier caso, dentro de aquello que le estaba ocurriendo de tener
sensaciones y pensamientos nuevos no solo no le molestó imaginar que el
Duque hubiera podido decir algo así de ella, sino que las mariposas que
últimamente tenía en el estómago cuando pensaba en él, se multiplicaron.
Enseguida volvió su parte juiciosa y se convenció de que todo era una
estrategia comercial de la modista: seguro que le decía algo parecido a
todas las mujeres que contrataban sus servicios.
En cualquier caso, aquella entrada le alegró el humor, y así continuó el
resto de la velada.
Pasó en el lugar más de cuatro horas. Anteriormente, algo así le habría
parecido casi una pesadilla, pero las dos mujeres, la ayudante Lauren y la
dueña lady McArthur, eran unas expertas en hacer sentir cómodas a las
clientas. Y también únicas.
Lily, que nunca había perdido mucho tiempo escogiendo vestidos, se
dejó aconsejar por ellas todo el rato. Pero es que lo hizo sabiendo que ellas
iban a escoger lo mejor para ella.
De hecho, al final acabó escogiendo una tela roja, brillante,
terriblemente llamativa, que no habría escogido por ella misma jamás. Pero
lo cierto era que, tras hacerles caso a las dos mujeres y ponerla sobre su
piel, se dio cuenta de que aquel color sobre ella se volvía terriblemente
elegante. Y también que le sacaba a su piel, bastante pálida, y a su pelo, de
un castaño bastante insulso, una luz especial, haciendo que pareciera una
mujer terriblemente distinguida y también, por qué no decirlo, bella.
Otro tanto ocurrió con la forma del vestido. Para cuando llegaron a ese
tema, ella ya había dejado en manos de las dos mujeres la elección del
patrón y, aunque le pareció que el escote que le proponían era demasiado
pronunciado, aceptó todo lo que le decían.
Cuatro días después, justo la víspera del evento, cuando se probó el
vestido ya terminado, comprobó de nuevo que las mujeres habían sido sus
mejores aliadas, jamás en la vida había estado tan bella.
Y finalmente llegó el día de la recepción. El Duque le había enviado una
doncella de su palacio para que la peinara, y también con un paquete en el
que había el collar y los pendientes de rubíes más maravillosos que había
visto Lily jamás.
“Eran de mi difunta madre, le ruego se los ponga para esta noche, va a
estar magnífica”, decía la nota con la que iban acompañados.
Estaba claro que el Duque había hablado con la modista, porque había
acertado plenamente con el tipo de piedra preciosa que mejor iba con el
vestido.
Cuando una hora antes de que llegara el carruaje con Castleton dentro
para recogerla, se miró en el espejo de su tocador, se quedó casi sin
respiración: desde luego, iba a ser la digna acompañante de un Duque: del
Duque de Castleton.
Capítulo 13

—Robinson, tenemos que tutearnos.


Aquel hombre no dejaba de desconcertarla. Cuando tenía todos los
sentidos puestos en una tema, en aquel caso presentarse ante él vestida
como estaba y enfrentarse a una velada con él a su lado todo el rato, él
sacaba otro tema que la alteraba aún más.
—¿Y eso por qué? —le soltó Lily, a la defensiva.
—Tienes razón —dijo él después de quedársela mirando un momento
demasiado largo y pasando directamente al tuteo antes de que ella le diera
permiso para hacerlo —he sido muy descortés empezando por el final:
tengo que decirte que estás absolutamente maravillosa y que no se debe
solo al magnífico trabajo de Lady McArthur : ella no ha hecho más que
sacar la piedra preciosa que eres.
Lily se puso como la grana, algo que no le ocurría desde que tenía diez
años y un niño de su pueblo le había tirado del moño… y en aquella ocasión
había sido de rabia, además.
Pero Daniel Wilson era un experto seductor y continuó como si no
estuviera viendo lo evidente: que la había alterado completamente. Sabía
hasta dónde llevar su comportamiento seductor para alterar a las mujeres,
pero sin violentarlas del todo
—Te he pedido que nos tuteemos, para que el negocio para el que te he
contratado salga bien. Si quienes nos rodean ven que vamos juntos pero nos
hablamos de usted, van a sospechar: no tiene mucho sentido que vayamos
juntos a todas esos eventos y sigamos manteniendo la relación distante de
dos desconocidos. Después, cuando acabemos, volveremos a hablarnos de
usted. Esto no es más que parte del negocio.
Y le guiñó el ojo, seductor y burlón, haciendo que el autocontrol que ella
estaba recuperando se tambaleara de nuevo:
—Sí, vale, de acuerdo, lo entiendo —le contestó ella demasiado rápido,
y metiéndose en el coche.
Una vez en el coche él decidió darle una tregua y fue sacando temas
menos delicados. Le habló de lo que iba a encontrarse en el lugar al que se
dirigían y de los pasos que tendrían que dar a lo largo de toda la velada.
Se trataba de una recepción en la embajada de los Estados Unidos. Se
hacía anualmente y era uno de los eventos más importantes de la
temporada, ya que el embajador no solía escatimar en gastos. Tras la
recepción, a la que iban a acudir los reyes mismos, iba a haber un baile. No
muy largo, apenas una hora, pero lo suficiente para que se tuvieran que lucir
ante todos.
—En realidad es el mejor tipo de evento con el que podíamos empezar.
Habrá un besamanos, un aperitivo, en el que todo el mundo aprovechará
para cerrar tratos comerciales y, finalmente, el baile que, como te he dicho,
será de corta duración. Mi tío no va a venir, pero sé que le van a mantener
debidamente informado. Tu presencia a mi lado se va a comentar y se
difundirá a la velocidad del rayo. Tengo pensado escribirle a mi tío
diciéndole que estoy conociendo una dama como posible esposa, pero sé
que sabrá de ti antes de que llegue mi carta.
—Si eso es lo que quieres… yo ya sabes que estoy a tu lado porque me
has contratado y para lo que me has contratado exclusivamente:
acompañarte a cuatro eventos —le contestó ella, intentando mantener una
actitud distante y profesional.
—Por supuesto, Robinson —le dijo él, manteniendo el tono jovial del
principio y haciendo como que no había notado la frialdad de ella —esto es
tan solo un trato profesional, pero cuando nos presentemos ante los demás
no se tiene que notar.
—Sí, sí, claro, por supuesto, no te preocupes, sé cómo me tengo que
comportar —le tranquilizó ella, porque una cosa era que se sintiera alterada
a su lado y necesitara marcar distancias y otra que era una profesional y
sabía para qué la habían contratado e iba a cumplir perfectamente su parte
del trato.
Finalmente llegaron al lugar de la recepción.
La embajada se encontraba en un edificio fastuoso en el centro de
Londres. Aquel día, además, estaba totalmente iluminado y parecía el
centro del universo.
El Duque de Castleton era un libertino con cero ganas de
comprometerse, pero también era un hombre educado con unas modales
exquisitas, así que se apeó del coche de caballos, le abrió la puerta a Lily y
la ayudó a descender.
Aunque ella estaba intentando tomarse todo aquello como un trabajo,
internamente no pudo evitar sentirse la mujer más privilegiada del mundo.
Empezaron, por tanto, a subir las escalinatas de entrada como si de una
pareja perfecta se tratara. Pero hubo un pequeño incidente.
Lily no estaba acostumbrada a andar con vestidos tan recargados y
amplios, siempre iba mucho más cómoda, así que cuando iba por la mitad
de las escaleras, la tela del bajo del vestido se le enredó un poco y le
trastocó los pies.
Perdió el equilibrio y se habría caído de bruces si no fuera porque el
Duque se dio inmediatamente cuenta y la sujetó por el codo con firmeza,
pero, al mismo tiempo, disimulo. Ella recuperó la postura sin que nadie se
diera cuenta del traspiés.
Y todo habría quedado en un susto sin importancia y olvidable para ella,
si no fuera porque en ese momento el Duque le dijo una frase, con aquella
sonrisa maravillosa, que fue para Lily como un terremoto:
—Tranquila , Robinson, yo soy tu caballero protector.
Capítulo 14

“Caballero” y “protector” en la misma frase era algo que Lily jamás


hubiera pensado que se pudiera pronunciar. Y mucho menos referido a un
acompañante de ella.
Terminó de subir la escalinata sin más sustos y aparentemente tranquila,
pero por dentro su corazón iba a mil. Castleton no sabía el impacto que
había tenido su frase en ella. Y no debería saberlo nunca, se dijo a sí
misma, firmemente, mientras entraban del brazo en el gran salón de la
embajada.
Por suerte, a partir de ese momento todo se desarrolló vertiginosamente
y ella pudo apartar aquellos pensamientos turbadores.
Cuando ellos llegaron ya había bastantes personas en el salón. Justo a la
entrada, el embajador y su esposa daban la bienvenida a todo el que llegaba.
Con ellos fueron especialmente afectuosos. Lily se dio cuenta enseguida
de que el Duque era tenido en gran estima por parte del matrimonio. Bueno,
y por parte de todos a los que fueron saludando durante el aperitivo.
Estaba claro que el punto de vista que había tenido ella sobre él estaba
sesgado. Ella sólo había visto su lado seductor y poco serio, su resistencia a
casarse y su indiferencia hacia las jóvenes que le había ido presentando,
pero el Duque de Castleton era mucho más que eso. Y estaba claro que en
otros aspectos de su vida era un hombre respetado y estimado.
Y no solo eso, sino que sabía hacer que una mujer se sintiera cómoda a
su lado.
Con cada persona con la que fueron hablando él se preocupó porque ella
se sintiera acogida. La presentó como Lady Lily Robinson (y fueron las
primeras veces que ella oyó su nombre de pila de labios de él, y lo cierto es
que le sonó a música celestial), una dama amiga. Todos la aceptaron
inmediatamente y la trataron muy bien.
Lo cierto es que las cosas no podían estar saliendo mejor y a Lily le
estaba resultando muy fácil aquel trabajo.
Aunque sabía que cuando la recepción acabara, su ánimo se iba a ver un
poco más revuelto. Se quedaría sola y tendría que procesar todo lo que
había vivido junto a él, las emociones intensas, su voz diciéndole que era su
“caballero protector”, su amabilidad y cuidado…, pero eso sería por la
noche o, con un poco de suerte, al día siguiente, ya que llegaría agotada a
casa.
“Lily, disfruta de la velada y deja para mañana tus objeciones” , se dijo
finalmente, cuando Castleton le dijo que quedaban quince minutos para el
inicio del baile.
Aprovechó ese momento también para ir al tocador.
—Está subiendo las escaleras, la primera puerta a la izquierda —le dijo
él cuando ella le dijo sus intenciones —yo también tengo que hacer algo,
además, nos vemos en un rato de nuevo aquí, antes de que empiece el baile.
Lily agradeció el margen amplio de tiempo. Podría retocarse el
maquillaje y el peinado y separarse un rato de él, antes de que empezara el
baile, cuando tendría que bailar todas las piezas con él.
Por un lado, estaba deseando hacerlo, pero, por otro, sabía que estar
entre sus brazos no iba más que a exacerbar lo que llevaba unos días
sintiendo y no quería sentir.
Aquel margen de un cuarto de hora le iba a venir muy bien para
prepararse.
Pero cuando llegó a lo alto de las escaleras cometió una equivocación.
En vez de abrir la primera puerta a la izquierda, como le había dicho él,
abrió la de la derecha.
En cuanto entró se dio cuenta de que había accedido a la biblioteca de la
embajada.
Era una estancia increíble y magnífica. Varias cristaleras que casi iban
del techo al suelo adornaban una de las paredes de la estancia. A través de
ellas entraba la luz que servía para que las otras tres paredes se vieran más
magníficas aún: estaban llenas de estanterías y de libros.
Era una de las bibliotecas más espectaculares que ella había visto
nunca.
La estancia, que era enorme, también tenía varias mesas y sillones y
sofás repartidos por toda ella. Era un lugar pensado para que se reuniera
gente para leer con tranquilidad y comodidad. Aunque en aquel momento
estaba completamente vacío.
Lily pensó que, como tenía un cuarto de hora antes de juntarse de nuevo
con Castleton, podía tomarse con calma lo de su acicalamiento, y decidió
darle un vistazo a la biblioteca antes de ir al tocador.
Pero justo cuando se acercó a la zona más alejada de la puerta de
entrada, oyó una voces ahogadas y unas risas.
Lo cierto es que si lo hubiera pensado un poco, jamás habría hecho lo
que hizo: esconderse tras uno de los sofás.
Aquella reacción era absurda. Ella no estaba haciendo nada malo allí,
solo se había equivocado de puerta, pero era una biblioteca y estaba sola.
Que la encontraran dentro tenía una explicación lógica y nada escandalosa,
no tenía que esconderse. Pero la reacción fue instintiva.
Seguramente influyó en su reacción absurda que una de las voces y risas
era femenina pero la otra, sin ninguna duda, era la de Daniel Wilson, Duque
de Castellón.
Capítulo 15

Agachada detrás del sofá, Lily oyó cómo la puerta se abría, entraban los
dueños de las voces y se cerraba de nuevo con ellos dentro de la estancia.
El hombre era Daniel Wilson sin duda:
—Elisabeth, querida, ella es sólo un negocio. Un señuelo para que mi tío
me deje en paz —fue lo primero que dijo él.
—Es demasiado guapa para ser un negocio —le contestó ella con un
tono irritado en la voz.
—Y demasiado mayor para mi, ya sabes—añadió él, en tono burlón.
—En eso tienes razón —dijo ella, ahora ya con un tono zalamero.
E inmediatamente, las voces callaron y otros sonidos se hicieron dueños
de la habitación.
¡¡¡Besos¡¡¡, !!!eran claramente besos!!!
Lily aguantó la respiración. Aunque era el último lugar en el que quería
estar, no podía escapar y tampoco podían enterarse de que ella estaba ahí.
Tenía que tener muchísimo cuidado para que no la descubrieran.
Enseguida, los besos pararon y la mujer empezó de nuevo a hablar:
—No me gusta que estés con ella, Daniel, no me gusta nada —volvió a
insistir la mujer, con tono enfadado y utilizando el nombre de pila de él.
Aquello confirmaba la identidad de él. La respuesta de él, le ayudó a Lily a
terminar de completar el puzle.
—Tampoco me gusta a mí que estés casada con el Duque de Liverpool,
Elisabeth.
A él no se le notaba enfadado, sino seductor. El sonido de los besos a
continuación le confirmó a Lily que estaba siendo testigo de una
conversación de amantes.
—¡Déjame! —insistió ella, arisca —los dos sabemos que mi matrimonio
nunca te ha importado, como tampoco me importa a mi el tuyo. Puedes
casarte con la insulsa que quieras que ya sé que eso no me va a afectar. Pero
ella no me gusta, y no entiendo por qué tienes que aparecer de su brazo. Es
verdad que es vieja y mucho más fea que yo, pero no me gusta verte con
ella. ¡Cásate con cualquiera, pero déjate de jueguecitos con “esa”!
Lily continuaba aguantando la respiración. Por nada del mundo debían
descubrirla. Ya sabía demasiado. La amante de Castleton era la Duquesa de
Liverpool, la mujer más bella del reino…, y también la esposa del hombre
más poderoso después del Rey. Aquella información, que deseaba no haber
conocido nunca, era incluso peligrosa para ella.
Y, por otro lado y aunque no fuera peligroso, estaba claro que la
Duquesa estaba descontenta con la aparición de Daniel de su brazo. ¡¡Era a
ella a quién estaba criticando, llamándola vieja y fea!!
Lily se concentró de nuevo en la conversación de ellos. En ese
momento, Daniel estaba intentando hacer cambiar el humor de la Duquesa.
—Elisabeth, no me gusta nada. Como te he dicho, tiene demasiados años
para mi y también una nariz extraña. Y un genio endemoniado — y de
nuevo sonaron besos, aunque lo que había dicho Castleton no debía de ser
suficiente, porque enseguida continuó intentando explicarse —ya te he
dicho que todo es para que mi tío me deje en paz los tres meses de soltería
que me quedan. Cuando me case, tú y yo vamos a tener que pasar unos
cuantos meses sin vernos, hasta que mi matrimonio se asiente.
—Si, con eso ya contábamos. Y también con la posibilidad de que me
busque otro amante mientras tanto —ella lo soltó junto con una risita
maliciosa, pero a él no le afectó mucho, porque soltó una carcajada y le
dijo:
—Eso es lo que me gusta de ti, lo descarada que eres —y los besos
sonaron más fuertes y se le añadieron suspiros y gemidos.
Y Lily solo quería desaparecer.
Pero no podía, tenía que aguantar allí, sin moverse, los sonidos que
hacían los dos después de haber dicho aquellas cosas horribles de ella.
Además, por desgracia para ella, el tema empeoró:
—¿Uno rapidito? —dijo la Duquesa de Liverpool con voz melosa y sin
gota de enfado ya. Y él contestó tan solo:
—Ummmm.
Y los sonidos de besos, ropas moviéndose y, lo peor, gemidos de placer,
llenaron toda la habitación.
Jamás había protagonizado un acto de amor, pero supo descifrar
perfectamente lo que estaba ocurriendo: a un par de metros de ella una
pareja estaba realizando el acto sexual. Y él, en concreto, era el hombre con
el que había acudido al baile. Que sí, que vale, que todo era un negocio,
pero había algo tremendamente humillante en lo que estaba ocurriendo.
Amén de terriblemente incómodo.
Lily quería tapar sus oídos con las manos, pero no se atrevía a hacerlo ya
que temía que cualquier movimiento sonara y la descubrieran.
Y si eso ocurría, la humillación y el embarazo serían siderales.
Así que tuvo que escuchar sin censuras cómo los susurros fueron
aumentando en intensidad y los gemidos se hicieron más guturales, roncos
y…¿sexuales?... Sí, eso tenía que ser, pensó Lily.
La estancia se llenó de una especie de electricidad densa y excitante.
Además, las pocas palabras que pronunciaban los amantes, despertaron la
imaginación de Lily, y su mente se llenó de imágenes perturbadoras: “sí,
así, sí” decía él. Y ella: “dame más”, “ahí, ahí”, “por favor, dame”.
Fueron los cinco minutos más largos y perturbadores de su vida, pero
acabaron. Y lo hicieron como en una exhibición de fuegos artificiales: con
la traca apoteósica al final.
El acto que Lily sólo oía, pero imaginaba perturbadoramente, acabó con
sendos gritos ahogados de indiscutible e intenso placer. El de él, grave, el
de ella, agudo.
Y después de aquello, varios segundos de respiracioens agitadas, más
sonidos de besos y ropas ajustándose y ella diciendo:
—El baile está a punto de comenzar, tengo que salir ya.
Y él:
—Sí, sal, yo esperaré un minuto y saldré.
Un nuevo beso y el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Lily, a cuatro patas detrás del sofá que le tapaba de ser vista por el
Duque, solo se decía: “no te muevas, no te muevas, no te muevas”. Aquel
era el momento más delicado, ya que él se había quedado solo en la
estancia. Si se movía por ella, podía descubrirla y entonces…, no quería ni
pensarlo, así que vovió a aguantar la respiración y a hacer esfuerzos por no
mover ni un músculo.
Oía los pasos del Duque, pero parecían lejanos, así que, con un poco de
suerte, aquel episodio terrible estaba a punto de terminar con la única
consecuencia de lo desagradable que había sido vivirlo.
Y Lily empezó a contar: uno, dos, tres..., los segundos que faltaban para
que llegara el minuto que él había dicho que iba a esperar.
Pero cuando iba por el número cincuenta y siete y estaba a punto de
cantar victoria, la voz grave de él le hizo levantar la cabeza:
—¿¿Robinson??
Era un inetrrogante con mezcla de asombro, porque estaba claro que no
se creía lo que estaba viendo. Al parecer, tal y como ella se había temido, él
había estado deambulando por la habitación y, como era muy alto, al
acercarse un poco, el parapeto del sofá no había sido suficiente para
ocultarla.
Y ahí lo tenía, plantado a menos de medio metro de ella, mirándola con
los ojos como platos.
Y ella a cuatro patas, como la primera vez que él la había visto, solo que
esta vez de frente. Casi peor, porque así él podía ver que tenía la cara roja,
por el esfuerzo que estaba haciendo para respirar despacio, pero también
producto del bochorno que había vivido al escuchar el acto sexual.
Ridícula y turbada, ¿podía haberle ocurrido algo peor?
Capítulo 16

Por suerte, a pesar de que su edad fuera motivo de censura para


Castellón y su amante, en aquel momento vino a salvarla. Había pasado lo
suficiente en su vida y tenía suficiente experiencia como para ser capaz de
reaccionar ante un momento de turbación.
Sin contestarle en un primer momento, se puso de pie, con toda la
dignidad que fue capaz de reunir, y se plantó frente a él. Y, a pesar de la
cara roja, fue capaz también de contestarle con voz firme y serena:
—Sí, soy Robinson. La vieja. La de la nariz rara. ”Esa”.
Aún así, nada más soltarlo, se arrepintió. Por un lado, era bueno que
hubiera sido capaz de reponerse y de mostrarse digna ante él, pero, por otro,
lo que acababa de soltar podía sonar a reproche. Peor aún, a reproche de
mujer despechada.
O sea, lo último que quería parecer ante él, ya que ella era tan solo una
profesional cumpliendo su trabajo y lo que dijeran de ella, y lo que él
hiciera en su vida privada, no tenía que afectarle.
Sin embargo, lo más sorprendente de todo es que él no aprovechó aquel
desliz de ella, sino que respondió también de manera inusual.
Se turbó.
Enormemente.
Y empezó a disculparse, como si ella fuera algo más de lo que era:
—Lo siento, Robinson. Lo siento en el alma. Además, no pienso nada de
lo que he dicho.
— No pasa nada, esto es un negocio, Wilson. Vamos afuera, el baile está
a punto de comenzar.
Lily casi soltó un suspiro de alivio. Gracias a la extraña reacción de él,
había podido arreglar lo que había estado a punto de estropear para siempre.
La reacción turbada y arrepentida de él, le había permitido a ella
comportarse como una profesional. De la única manera que tenía que
mostrarse ante él.
El Duque entendió y se limitó a asentir, la cogió del brazo y salió con
ella, alto, imponente, andando con el aplomo de siempre, pero sin poder
evitar echarle una mirada de reojo a ella y poniendo una expresión
ligeramente turbada. Estaba claro que exteriorizaba más que ella la
turbación por lo ocurrido.
Cuando llegaron al salón principal, el baile acababa de empezar, pero la
pista central ya estaba ocupada por decenas de parejas.
En ese momento Castleton sacó su saber hacer de toda una vida. Acercó
a Lily a una esquina de la pista central, le hizo una reverencia formal, y
encantadora, y la sacó a bailar.
Estaban tocando una polka alegre que muy poco tenía que ver con el
estado de ánimo de los dos, pero, aún así, sirvió para destensar el momento
que acababan de vivir. Cuando acabó la música, justo unos segundos antes
de empezar la siguiente pieza, Castleton volvió a insistir:
—De verdad que lo siento, Robinson…
—Ya te he dicho, Wilson, que no me ha afectado nada, estoy trabajando
y, por tanto, preparada para responder profesionalmente pase lo que pase.
Castleton se la quedó mirando con una expresión extraña, pero no le
contestó nada. La música, además, empezó de nuevo.
Esta vez se trató de un vals mucho más pausado y tranquilo.
Aparentemente más incómodo para Lily en aquel momento, pero lo cierto
es que, como pareja de baile, el Duque no le molestaba nada. Al contrario,
dejarse llevar por la música y por el ritmo y la forma de bailar excelentes
del Duque estaba siendo casi una liberación. No tenía que pensar, solo flotar
con él alrededor de la pista.
Pero la pieza acabó y él, de nuevo, volvió a tratar el tema:
—Robinson, entiendo que dentro de tu profesionalidad entrará también
la discreción.
O sea que era eso. Estaba tan insistente, no porque estuviera preocupado
por haberla herido, sino porque necesitaba cerciorarse de que ella no iba a
decir nada sobre su relación con la Duquesa de Liverpool.
Claro, pensó Lily, sin contestar y alargando la incertidumbre de él, que
la estaba mirando sin poder disimular del todo su ansiedad por saber su
respuesta, eso era lo único que le importaba a él: su amante.
Pero ya había decidido que no se iba a mostrar vulnerable y dolida
delante de él, así que controló sus emociones y no se alteró lo más
mínimo...y, eso sí, con cierto espíritu de venganza, alargó más de lo
correcto su silencio.
Pero al final le contestó:
—Por supuesto, de mis labios no va a salir ni una palabra sobre este
tema, ya te he dicho que soy una profesional.
Pero en vez de zanjar ahí el asunto, en vez de quedarse contento con
aquella respuesta, Daniel continuó:
—Robinson, la Duquesa no es nada importante para mí, al igual que yo
no lo soy para ella. Lo que ha dicho de buscarse otro amante iba en serio.
No tenemos otro compromiso que divertirnos juntos cuando podemos, pero
ambos podríamos prescindir del otro sin problema.
En aquel momento estaban bailando otro vals, pero ella no pudo evitar
pararse de golpe. Por suerte, estaban en una esquina de la pista de baile,
alejados de las miradas de todos, así que el gesto pasó desapercibido.
No así para él, claro, y menos la mirada gélida que ella le echó antes de
contestarle:
—¿Y eso a mí qué me importa?
Luego empezó a bailar de nuevo. Y así terminaron la noche, sin apenas
dirigirse la palabra excepto lo estrictamente necesario.
Capítulo 17

Los quince días que transcurrieron entre la recepción en la embajada y el


siguiente evento en el que tenían que aparecer juntos: el baile de debutantes,
les vinieron muy bien a los dos, aunque cada uno los aprovechó a su
manera.
Lily los utilizó para aclararse consigo misma y para buscar una
estrategia para los tres eventos que faltaban. No quería que el Duque se
diera cuenta, bajo ningún concepto, del efecto que producía en ella.
Por suerte, había sido capaz de evitar el desastre cuando había
reaccionado fría y distante después de la primera metedura de pata en la que
se había mostrado afectada y enfadada.
Pero una cosa era cómo se mostraba ante él y otra, cómo lo estaba
viviendo realmente.
Y ya tenía claro que Daniel Wilson, Duque de Castleton, le afectaba
mucho.
Demasiado.
Era la primera vez en su vida que un hombre apuesto le llamaba la
atención por serlo. Estaba claro que a su lado sentía cosas que hasta
entonces no había sentido nunca. Esas mariposas aleteando en su estómago
y, sobre todo, ese cosquilleo que notaba en todo su cuerpo cuando él le
hacía dar vueltas mientras bailaban, tenían un componente inequívocamente
sexual.
En cualquier caso, una atracción de ese tipo Lily podría haber llegado a
entenderla y asumirla, al fín y al cabo, era una mujer y, por muy claras que
tuviera las ideas, el cuerpo, a veces, tenía ideas propias.
Pero aquello no era lo único: había algo más.
Durante aquellos quince días de espera, la imagen de Daniel (sí, aquello
también era grave, ya que había empezado a llamarlo para ella por su
nombre de pila) le había aparecido todas las noches antes de dormir y nada
más despertarse. Durante el día había intentado estar entretenida y lo había
esquivado, pero en esos momentos de tranquilidad no había habido manera.
Y era ahí cuando la atracción sexual se exacerbaba. Le veían, para
terminar de ponérselo difícil, los sonidos que había hecho él con la Duquesa
de Liverpool y su cuerpo reaccionaba como si ella hubiera sido la mujer que
había estado en los brazos de él.
Y cuando intentaba apartar aquellas imágenes perturbadoras (porque no
había visto nada, pero imaginación tenía un rato), otro Daniel se presentaba
ante ella, más conocido, pero no por ello menos peligroso.
Aparecía el Duque que llevaba más de seis meses alterándola.
Desbaratando su negocio y, al mismo tiempo, haciéndola rica. El hombre
petulante, golfo, imposible…, pero también inteligente, divertido, seductor.
Era, desde luego, el hombre más interesante y atractivo que había
conocido en su vida y, aunque tenía claro que debía perderlo de vista, en su
fuero interno no quería hacerlo. Quería continuar peleando con él toda su
vida...y bailando entre sus brazos también.
Cuando llegaba a estos pensamientos, Lily se desesperaba consigo
misma: “recuerda que no hay un solo hombre de fiar”, “recuerda que solo
producen dolor”, se decía machaconamente, intentando convencerse de
nuevo sobre lo que siempre había pensado de los hombres .
Pero le resultaba difícil creer aquello de Daniel, porque él se había
portado como un golfo, pero malo, ella no podía decir que lo fuera.
De hecho, la relación ilícita que ella había sorprendido no se podía
considerar un acto de crueldad por parte de él. Estaba claro que ambos —
Duque de Castleton y Duquesa de Liverpool—eran tal para cual. Lily creía,
de hecho, lo que él le había dicho: que no significaban nada el uno para la
otra. La reacción de la Duquesa de “celos” hacia ella, se podía considerar
más una rabieta de niña consentida que ve en peligro su juguete, que un
verdadero afecto por el Duque.
Así que Daniel no tenía nada que ver con su padre ni con ningún hombre
malvado que ella hubiera conocido.
Y aquello era un problema añadido, porque Lily no se quería fiar de los
hombres y no quería apreciar a ninguno de ellos.
Por suerte, durante esos quince días decidió dedicarse a algo que le iba a
ayudar a superar aquella adicción mental y emocional que había surgido en
ella: el trabajo. Y no cualquiera, sino el definitivo para conseguir que el
Duque de Castleton desapareciera definitivamente de su vida.
Había empezado a buscar a la futura esposa de Daniel, tal y como él le
había pedido, sin consultarle a él y decidiendo ella. Y la había encontrado.
Bueno, lo cierto es que buscar no era la palabra exacta. Lo que había
hecho había sido repasar el historial de las diez jóvenes que ella misma le
había presentado. Y al final se había decidido por una: la que más le
gustaba a ella.
Se trataba de Lady Violet O'Hara, una joven encantadora (bueno, no tan
joven, porque ya tenía veinticinco años, el límite que él había marcado para
su futura esposa y que era el que marcaba normalmente la sociedad). A Lily
le caía especialmente bien. Había acudido a pedir sus servicios acompañada
de su madre viuda. Ambas pertenecían a la alta burguesía irlandesa, pero al
morir el padre, que era un conocido Baronet de Dublín, habían decidido
trasladarse a Londres, ciudad natal de la madre y donde tenían un pequeño
palacio en las afueras.
La falta de contactos influyentes había hecho que Violet se fuera
quedando relegada en el mercado de matrimonios. Viendo que Violet ya
había cumplido la edad límite para casarse, habían decidido recurrir a los
servicios de “Matrimonios felices”.
Violet había sido la última chica que le había presentado a Daniel y,
como a las demás, la había despreciado. Pero ahora Lily decidió que sería la
elegida.
Durante aquellos quince días tuvo varias reuniones con madre e hija. Se
mostraron de acuerdo con el trato: era lo que habían ido buscando y lo
habían conseguido. Aunque la madre estaba más feliz que la hija.
Esta última, Violet, le demostró una vez más lo juiciosa y especial que
era diciéndole:
—El Duque es un hombre tremendamente atractivo, además de tener un
título magnífico. Debería estar contenta…, y lo estaré, pero no estoy
enamorada de él, por eso no puedo mostrarme todo lo entusiasmada que
debiera.
Lily le dijo que la entendía, pero la animó, asegurándole que era un buen
partido y que parecía buena persona.
No mintió en ninguna de las dos cosas, porque sinceramente lo pensaba.
Sí se calló que era un libertino que le sería infiel al día siguiente de la boda,
pero estaba segura de que Violet, además de juiciosa, era muy inteligente y
lo sabía. Y no le importaba.
Organizar todo, en cualquier caso, le ayudó a no pensar demasiado en lo
que había ocurrido en la recepción, en sus sentimientos alborotados y, sobre
todo, en los tres eventos que aún le faltaban para completar el contrato que
había firmado con él

☙☙☙☙☙☙☙☙

Pero Lily no era la persona que había quedado más afectada con lo
ocurrido en la recepción, sino Daniel.
Desde que la había conocido, su vida había cambiado. Para mejor.
Durante aquellos seis meses, cada vez que había acudido a la empresa
“Matrimonios felices” en busca de una nueva cita, había ido encantado,
porque Lily (sí, él también había empezado a llamarla así para sí mismo) le
divertía y estimulaba como nadie.
Le encantaba su carácter fuerte. La forma en que se ganaba la vida, sin
depender de nadie. Y su madurez, pero en el buen sentido.
Él siempre se había relacionado con mujeres muy jóvenes, que tenían un
físico envidiable, fresco, perfecto, pero eran inmaduras. Y siempre había
pensado que ese rasgo, la inmadurez, no tenía nada que ver con la edad,
sino que era propio de las mujeres de cualquier edad.
Pero esto había sido así porque nunca se había tomado la molestia de
conocer en más profundidad a mujeres de más edad: cuando se había
topado con Lily, todos sus prejuicios se habían venido abajo.
En muchos sentidos, ella era igual a él: preparada, inteligente, rápida y
luchadora en sus discusiones verbales, por encima del qué dirán. Con ella
había tenido las discusiones más estimulantes de su vida.
De hecho, cada vez que se acercaba a “Matrimonios felices” en busca de
una nueva cita, lo hacía con una sonrisa pícara en la cara: sabía que ella se
iba a enfadar y revolver y también que intentaría a pesar de todo mantener
el tipo y no mandarlo con caja destempladas, porque se trataba de un
negocio. De su negocio.
Le encantaba ver la tensión que esto le suponía a Lily y lo bien que lo
gestionaba: dándole a él contestaciones irónicas y cortantes, pero sin
pasarse de la raya y manteniendo el respeto.
Se acercaba siempre a su oficina como cuando iba a entrenar esgrima
con sus amigos: preparado para una velada de lucha sin cuartel, pero siendo
en realidad un divertimento.
Y eso que algunas veces ganaba él, pero la mayoría de las veces lo hacía
ella. Sin embargo, él se iba del lugar derrotado, pero con la sonrisa intacta
por haber pasado un rato estupendo.
Así había ocurrido durante aquellos seis meses de citas en las que no
recordaba apenas a las jóvenes con las que se había citado, porque la única
mujer que le había interesado había sido la dueña del negocio.
Y también le había ocurrido algo perturbador con el tema de la edad.
Porque Lily era bastante mayor que aquellas jóvenes, pero no les
desmerecía en belleza.
Era cierto que no tenía una belleza explícita y llamativa, pero cuando la
conocías, no podías dejar de apreciar el fuego de su mirada, que le daba una
luz intensa a toda ella, y la sonrisa, que a él no le enseñaba muchas veces,
pero cuando lo hacía, iluminaba el lugar donde estuviera como si de un día
de julio se tratara.
Sí, Lily también le atraía físicamente. Mucho. Muchísimo más que
cualquiera de las jóvenes con las que se había citado.
¿Y más que su última amante, la Duquesa de Liverpool?
Esta pregunta se la había hecho Daniel justo el día que Lily decidió no
aceptar más negocios con él. No se dio una respuesta, solo se planteó la
pregunta, pero el solo hecho de hacerlo era llamativo. Luego, los
acontecimientos hicieron que aparcara el tema, lo olvidara.
Pero al día siguiente de la recepción se la volvió a formular y esta vez sí
se contestó:
“Sí, Lily me gusta más que la Duquesa. Me gusta más de lo que me ha
gustado nunca una mujer”
Capítulo 18

Pasaron los quince días cada uno envuelto en sus propios pensamientos
y preocupaciones y llegó el día del segundo evento al que debían acudir
juntos: el baile de debutantes.
No habían mantenido ningún tipo de contacto durante aquellos días,
pero Daniel al final rompió el silencio. Tenía que quedar con ella de alguna
manera y ella no parecía que iba a dar ningún paso, así que le envió una
nota la víspera.

“Estimada Robinson, espero que recuerdes que mañana vamos a pasar


juntos la velada del baile de debutantes. Iré a buscarte como la vez anterior:
en mi coche de caballos, y a las ocho en punto estaré en tu calle a la altura
de tu portal. Esta vez, Robinson, me portaré bien y estaré pendiente de ti
toda la velada, tal y como te mereces”
Tu empleador
Daniel”

Había reescrito la nota más de diez veces y al final la había mandado de


aquella manera, sin estar del todo convencido. Por un lado, quería
mostrarse, de nuevo, arrepentido por lo ocurrido, y no era una pose, porque
realmente lo estaba. Pero, por otro lado, no quería que Lily lo leyera como
algo personal, algo en lo que ella había insistido mucho, por eso había
firmado como “tu empleador”.
Al final le había quedado algo ambiguo entre la galantería y la broma,
que tampoco le convencía, pero la envió y confió en que sirviera para
ablandarla un poco sin molestarla. Luego, cuando al día siguiente estuviera
con ella en persona, sacaría sus dotes de seductor y conseguiría que ella se
sintiera cómoda y, sobre todo, que le perdonara lo que le había hecho.
Porque por mucho que ella se empeñara en mostrarse profesional y ajena a
lo que había oído, él sabía que tenía que estar molesta con él. Con razón.
¿Por qué era tan importante para él aquello? Fue la pregunta que se hizo
durante toda la mañana del día del baile. Y enseguida encontró la respuesta:
le gustaba Lily, mucho, eso ya lo reconocía, pero también la apreciaba.
Era, después de sus amigos, la persona que más apreciaba, se dijo al fín
satisfecho cuando supo etiquetar lo que sentía por ella. Sí, podía decir que
la consideraba una amiga, alguien importante para él.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Lily no habría estado en absoluto de acuerdo con aquello. Para ella,


Daniel era la persona, el hombre, que había roto su equilibrio interior para
siempre.
Cuando recibió la nota, manuscrita con una caligrafía elegante y
perfecta, tal y como era él, las mariposas volvieron a su estómago para no
dejarla ya en todo el día.
La releyó tantas veces como él la había escrito y pasó del enfado a la
turbación cada una de las veces.
Estaba claro que él estaba intentando hacerse perdonar por lo que le
había hecho pasar en la biblioteca. Se mostraba excesivamente galante, más
de lo que se había mostrado nunca con ella. Y también intentaba añadir una
nota de ironía en su firma, para desdramatizar y que ella se sintiera cómoda
en su actitud “profesional”
Pero lo cierto es que la nota le afectó muchísimo, porque se dio cuenta
de que le encantaría que fuera verdad lo que él había escrito en ella, pero
estaba convencida de que no era sincera. Seguramente la había escrito como
una treta para mantenerla contenta los tres eventos que le faltaban para
cumplir con el contrato. Aparecer del brazo de una mujer seria y ceñuda
podía echar por tierra su prestigio como hombre encantador y seductor,
además de que podía llegar a oídos de su tío y desmontar el plan que había
montado para tenerlo tranquilo allá en Escocia sin meter las narices en su
vida.
Y lo que más la estaba afectando era precisamente que le estaba
afectando.
Ella era una profesional y no iba a fastidiarle a Daniel el montaje. Él le
estaba pagando un dineral para que se comportara de manera encantadora, y
lo iba a hacer. Así que se podía haber ahorrado la nota. No, el problema no
era ese para Lily, sino que le habría gustado que la nota fuera sincera… Y,
darse cuenta de eso, le ponía de muy mal humor y le alteraba mucho.
Pero llegaron las ocho de la tarde y Lily salió radiante como si no
hubiera pasado nada, como si no estuviera sintiendo lo que estaba sintiendo.
La mirada que le echó Daniel cuando la ayudó a subir al coche, una vez
se encontraron en la acera a los ocho en punto, le confirmó que había
acertado con el vestido que había elegido ese día: sí, estaba, una vez más,
preciosa.
Hicieron el viaje de manera menos incómoda que la última vez que
habían viajado juntos, a la vuelta de la recepción en la embajada. No en
vano, los quince días pasados habían suavizado la incomodidad. Pero
Daniel a punto estuvo de estropearlo, porque decidió sacar el tema de
nuevo:
—Quiero disculparme de nuevo por lo ocurrido en la recepción del
embajador. Nada de lo que dije...
—Wilson, ya te dije que no tenía importancia —le cortó ella de nuevo,
pero con una sonrisa encantadora que llevaba quince días ensayando —no
va a afectar en absoluto a mi trabajo, así que puedes estar tranquilo.
—No es solo por el trabajo, me preocupa que pienses que lo que dije
sobre ti es cierto, porque no lo es. Y sí, tenemos un contrato, pero yo te
aprecio, así que necesito que perdones mi torpeza.
Lily se lo quedó mirando asombrada, con la boca abierta ¿había dicho
que la apreciaba?, ¿que necesitaba que lo perdonara?
Tuvo que hacer esfuerzos para no soltar un suspiro de desesperación:
aquello no podía ir peor, ahora resultaba que él también estaba sintiendo
algo por ella… Que eso no quería decir que no fuera más que simple
simpatía, pero le hacía más difícil mantener eso que tanto le estaba
costando: la frialdad de sentimientos hacia él.
Para zanjar el asunto y no volver a hablar de ello, decidió transigir esta
vez:
—Sí, sí, te perdono, no te preocupes.
Daniel no pareció muy convencido con su rápida respuesta y se dispuso
a contestarle algo, pero justo en ese momento el coche se paró: habían
llegado a las puertas del club donde iba a tener lugar el baile.
Daniel se bajó entonces para abrirle a ella la portezuela y ayudarla a
descender. Lo hicieron en silencio, y se encaminaron hacia la entrada, pero
justo en ese momento ocurrió algo.
Un par de golfillos, de los que se solían arremolinar curiosos cuando
había aquel tipo de eventos, se acercaron corriendo hacia ellos. Era evidente
que estaban jugando a perseguirse y también que no se estaban fijando en la
gente que había en la acera.
Justo en un momento en que Lily se había soltado del brazo de Daniel y
estaba con la mirada baja intentando colocarse bien el vestido, el golfillo
que iba por delante se puso a su altura y giró la cabeza para mirar a su
perseguidor, esto hizo que desviara un poco su trayectoria y chocara con la
cadera de Lily.
El chico se desestabilizó un poco, pero consiguió no caer y siguió
corriendo, pero ella perdió pie del todo y empezó a caer.
Esta vez Daniel no fue tan rápido como la vez anterior y no le bastó con
sujetarla un poco más fuerte, sino que tuvo que coger a Lily entre sus
brazos para evitar que se golpeara contra el suelo.
Se quedaron así, unos segundos en silencio los dos, mirándose, pegados.
Ella recuperándose del susto y también totalmente turbada al notar los
brazos fuertes y protectores de Daniel rodeándola.
Él volvió en sí enseguida y, con una expresión feliz, le dijo:
—Lily, vas a tener que reconocer que me necesitas. De todas formas , no
sabes cuánto me gusta ser tu caballero protector.
Capítulo 19

Y el estómago de Lily se volvió a llenar de mariposas aleteando.


Era su “caballero protector” y le gustaba serlo.
No solo era posible que un hombre no maltratara a una mujer, sino que
algunos podían protegerla.
Ella no había necesitado esa protección nunca y, de hecho, tampoco la
necesitaba ahora, pero acababa de descubrir lo maravilloso que era tener a
alguien al lado que se preocupaba por ti, y que evitara que te hicieras daño.
Y darse cuenta de esto fue la gota que colmó el vaso.
Estaba claro que Daniel había roto definitivamente su planteamiento
vital. Ya no podría decir nunca más que ni un solo hombre había ganado su
corazón. Había conseguido mantener a raya ese tipo de sentimientos
durante treinta y cinco años, pero aquel Duque los había sacado a la luz
definitivamente.
Siempre había creído que lo vivido con su padre había hecho que ella
jamás se enamorara de un hombre, pero había fallado en su predicción: sí,
estaba enamorada de Daniel Wilson, Duque de Castleton.
Pero eso no quería decir que su vida fuera a cambiar. No, no podía
hacerlo, no podía fiarse. Sólo tenía que disimularlo durante los tres eventos
que quedaban.
Tenía que tomarse aquello como si de una enfermedad se tratara. Una
enfermedad fuerte e intensa, pero pasajera.
Aguantaría los tres eventos que le quedaban manteniendo el tipo. Sobre
todo, él no tenía que darse cuenta del efecto que había producido en ella.
Luego, su contrato acabaría y no volvería a verlo nunca más.
Volvería a centrarse solo en su trabajo, se construiría su nueva casa y el
Duque de Castleton, en unas semanas, pasaría a ser un recuerdo borroso.
Pero aunque aquello en su cabeza sonaba de maravilla, aún debía pasar
aquel evento y los dos siguientes.
Y la primera prueba no le resultó nada fácil.
Para empezar, Daniel cumplió todo lo que le había prometido en la nota:
no se separó de ella en toda la noche. Bueno, sí la dejó varias veces, pero
todas ellas duraron menos de dos minutos y fueron, o para acudir al servicio
o para acercarle un ponche a ella.
El resto del tiempo estuvo junto a ella. Bailaron muchas piezas y, aunque
desde el principio la coordinación entre ellos había sido magnífica, al
finalizar el baile ya se habían convertido en la mejor pareja de bailarines. y
no precisamente porque su técnica fuera mejor que la de los demás, sino
porque la compenetración entre ellos era tan grande que daba gusto
mirarlos.
Pero en los momentos que no bailaron todo siguió fluyendo igual de
bien. Lily conoció a amigos y conocidos de Daniel, ya que él se los fue
presentando. Todos fueron encantadores con ella, aunque uno de ellos en
concreto le cayó especialmente bien. Se trataba de Lean Saint James, Conde
de Kinsale, uno de los dos mejores amigos del Duque, como se lo presentó,
y “el único que va a quedar soltero”, añadió Daniel en una broma que debía
ser habitual entre los dos.
Lily apreció sobre todo la discreción del Conde de Kinsale. Estaba
segura de que sabría de sobra el acuerdo que tenía su amigo con ella y que
todo era falso, una tapadera para evitar el casamiento con otra hasta el
último momento, pero, aún así, la trató con absoluto respeto y delicadeza.
Como si realmente fuera la prometida del Duque Castleton.
Aunque ese trato tuvo un efecto de rebote en Lily después, cuando se
separaron de él para bailar una nueva pieza:
Haberse sentido la futura Duquesa de Castleton con el mejor amigo de
Daniel le había gustado, mucho más de lo que debería.
Durante el baile hubo además otros dos momentos que se lo pusieron
difícil a Lily.
El primero ocurrió poco después de iniciado el baile y fue cuando vio a
la Duquesa de Liverpool.
Había ido preparada para verla, pero, aún así, le afectó.
La mujer se estaba divirtiendo con un joven muy apuesto que,
claramente, no era su marido. Al parecer, Daniel le había dicho la verdad y,
a pesar de lo que ella había oído, no había nada serio entre los dos. De
hecho, daba la sensación de que ella ya le había sustituido a él, y Daniel,
por otro lado, no le echó ni una mirada a su amante de quince días atrás.
Y aquello desestabilizó un poco más a Lily. Porque, aunque no debería,
se puso contenta.
Entonces volvió a agarrarse a su teoría de la enfermedad que pasaría, y
se prometió a sí misma que no volvería a mirar hacia donde estuviera la
Duquesa ni una sola vez más. Y lo consiguió.
Y, finalmente, también le afectó ver sentada en una silla el baile a otra
mujer: Lady Violet O’Hara.
La joven había acudido obligada por su madre, que quería que su hija
estuviera en el mercado del matrimonio hasta el último momento. La mujer
no se fiaba de nada ni de nadie, así que, aunque habían firmado el contrato
para la próxima boda con el Duque de Castleton, hasta no ver casada a su
hija, no iba a desperdiciar ni una ocasión.
Como llevaba ya un par de años sucediendo, Violet había pasado a ser
invisible. A los tres años de su presentación en sociedad ya nadie la veía
como una joven casadera apetecible, y pasaba las veladas de bailes sentada
sin que nadie la sacará a bailar.
Eso es lo que ocurrió esta vez, para gran desolación de Lily, que la veía
de reojo.
La joven le caía muy bien, de hecho, la había elegido a ella como futura
Duquesa de Castleton precisamente por eso, pero tampoco podía evitar
cierta culpa, ya que semejante matrimonio de conveniencia no tenía visos
de ir a salir bien.
Daniel, de hecho, que por decisión de él no sabía que ella iba a ser su
futura esposa en un par de meses, no le echó ni una mirada.
En uno de los momentos que él la dejó sola por un par de minutos, Lily
se acercó a la joven para darle un poco de conversación. Ambas ya habían
hablado del contrato que Lily tenía con el Duque, así que no era una
sorpresa para la joven Violet lo que estaba viendo.
—Estoy bien, Lily —le dijo cuando ella se acercó —. Deseando que
pasen las horas para ir a mi casa de una vez, pero estoy bien.
Hablaron un poco más sobre los preparativos de la boda y cuando Lily
se despidió de ella, porque Daniel ya volvía, la joven Violet le dijo:
—Hacéis muy buena pareja.
No se lo dijo con ningún tipo de resquemor o enfado, tampoco con
admiración. Puso en palabras, simplemente, lo que era evidente para todos.
Y Lily volvió a notar tambalearse su falsa indiferencia.
Estaba claro que ella estaba bien al lado de Daniel, lo veían todos, pero
también que él estaba a gusto al lado de ella. Era algo que se transmitía al
exterior.
“¡Qué largos se me van a hacer los dos meses que quedan!,¡pero
pasarán!”, se dijo a sí misma, como una manera de darse ánimos, y se
acercó hacia él.
Finalmente, cuando el baile terminó, hicieron el viaje de vuelta juntos
hasta el apartamento de ella en una charla mucho más animada y distendida
que la vez anterior. Pero cuando Daniel se despidió al dejarla, Lily se volvió
a decir: “¡pasará, pasará!”
Capítulo 20

Pero en el tercer baile ocurrió el desastre.


Habían pasado más de treinta días desde el evento anterior, pero durante
aquel tiempo Lily no había conseguido que su obsesión por Daniel bajara ni
un ápice. Al contrario, cada día se levantaba más ansiosa y con más ganas
de volverlo a ver.
Para darse ánimos, se decía que aquello le ocurría porque aún le
quedaban dos eventos más a los que acudir junto a él. Que, seguramente, su
“enfermedad” iría empeorando, precisamente porque le iban quedando
menos días para estar con él y su alma enamorada en contra de su voluntad
sufría adelantando su pérdida. Pero que esta llegaría, y, tras unas semanas
de duelo y convalecencia, volvería a ser la misma de siempre y Daniel
pasaría a ser una anécdota en su vida.
Pero claro, aquello en su cabeza sonaba de maravilla, pero en el día a día
era duro de llevar.
Le costaba un triunfo concentrarse y había tenido que reducir al mínimo
los contratos que cerraba, porque cometía muchos errores y tenía muchos
olvidos, algo que profesionalmente le podía traer problemas.
Y la semana anterior a aquel tercer baile los nervios y las ganas de
volver a verlo se multiplicaron por mil.
Finalmente llegaron las ocho de la tarde del día del evento y ella se
presentó, de nuevo bellísima con un vestido de tafetán rosa, a la puerta de
su apartamento.
Allí estaba Daniel esperándola, más guapo de lo que lo había visto
nunca.
Y desde el primer momento quedó claro que aquel día todo iba a ser
diferente.
Él estaba igual de encantador y agradable con ella que la vez anterior,
pero le notó también algo nervioso. Era casi imperceptible, pero a Lily le
dio la sensación de que a él le estaba ocurriendo lo mismo que a ella. “Es
imposible”, se dijo a sí misma, “él tiene mucha más experiencia que yo en
las artes del amor y la seducción, es imposible que esté enamorado de mí”,
se dijo machaconamente para intentar convencerse, pero no pudo evitar que
la idea, aunque fuera absurda, penetrara poco a poco en su mente.
Y a partir de ahí, bajó todas sus reservas y empezó a comportarse como
una jovencita enamorada intentando seducir a un futuro esposo. Y él
pareció responder a su actuación, encantado de lo que ella hacía y dando
sensación de que caía en sus redes.
Es decir, un absoluto desastre.
Pero un desastre imparable, porque Lily se dejó llevar y se olvidó de lo
que había decidido y de lo que tenía que hacer.
Rió con las bromas de él más alto de lo adecuado, lo miró arrobada con
cada palabra que soltaba, por muy banal que fuera, bailó más apretada de lo
conveniente y, cuando el baile encaraba ya su última hora y Daniel le dijo si
lo acompañaba a dar un breve paseo por los jardines del magnífico palacio
donde estaba transcurriendo el baile, ella le dijo un “sí” alto y claro ,a pesar
de saber lo que eso significaba y lo que iba a significar.
Capítulo 21

Hacía una noche perfecta para estar al aire libre. El aire templado
invitaba, además, a pasear con calma, sin prisa, dejándose mecer por la
suave brisa.
Hacía luna nueva, pero el cielo estaba tan despejado, que se veían
cientos, miles, de estrellas titilando.
Lily y Daniel salieron en silencio, uno al lado del otro, pero sin tocarse.
Lily había respondido un “sí” entusiasmado a la invitación de él,
aparcando todas sus objeciones de años. Lo había hecho empujada un poco
por el ponche que había bebido y otro poco por dejarse llevar por las
sensaciones que había tenido esa noche al lado de él, pero no se engañaba,
aún mantenía intacta la capacidad de negarse a hacer lo que iba a hacer. No
había perdido la voluntad, lo que había hecho era cambiarla.
Ahora quería que sucediera lo que iba a ocurrir.
Al día siguiente quizá se arrepintiera, pero esa noche iba a dejarse llevar.
Daniel,a su lado, mantenía un silencio igual al de ella. Estaba también
perdido en sus pensamientos y, quizá, en sus propios conflictos. Aunque
Lily dio por supuesto que para él iba a ser más fácil: estaba acostumbrado a
seducir y tenía una larga experiencia. Para ella, sin embargo, iba a ser la
primera vez.
Llegaron envueltos en ese silencio un poco cómplice, porque ambos
sabían qué iba a ocurrir, hasta un lugar apartado del jardín, y entonces
Daniel pronunció las primeras palabras desde que habían salido al exterior:
—¿Qué te parece que nos sentemos ahí?
Y le señaló un lugar escondido tras unos setos.
Cuando se acercaron un poco más, después de que ella asintiera (en ese
momento iba a decir que sí a cualquier cosa que él le propusiera), se fijó en
que tras los setos había un banco de madera.
Por un segundo pensó que Daniel conocía aquel lugar apartado y
discretísimo porque había estado antes allí, haciendo lo que iba a hacer con
ella…, pero apartó esos pensamientos inmediatamente: esa noche no iba a
permitir que nada ensombreciera lo que estaba ocurriendo.
Llegaron al banco y se sentaron, muy pegados, pero manteniendo aún la
falta de contacto físico.
Y Daniel volvió a hablar.
—Mira, es Júpiter —Y le señaló lo que ella habría tomado por una
estrella más grande y brillante que las demás.
Se quedó mirando hacia arriba, arrullada por el eco de la voz de él
señalando el planeta. Una voz que había sonado más ronca de lo habitual, y
que le había acariciado las entrañas.
El aire pareció volverse más denso, pero con una densidad cargada de
energía maravillosa.
Lily no se atrevía a mirar a Daniel, porque sabía que una vez lo hiciera,
todo cambiaría, para siempre. En vez de hacerlo, cogió fuerzas e intentó
continuar la conversación.
—Es precioso…, me gustaría ver Venus también.
Lo dijo sin pensar, pero en cuanto lo soltó, se dio cuenta de que Venus
llevaba el nombre de la diosa del amor. Algo dentro de ella había tomado el
control y ya no intentaba ni disimular. Además, su voz también había
sonado más ronca de lo habitual y cargada con la misma energía densa y
electrizante de él.
Lo único que podía hacer era no mirarle, pero notó que esta vez él sí lo
estaba haciendo. Había bajado la mirada del cielo, había girado la cabeza y,
a escasos centímetros de ella, la miraba intensamente. Lo notaba.
—Para ver a Venus, deberíamos permanecer aquí hasta el amanecer.
Y la nueva Lily respondió:
—No me importaría…
Pero sin bajar la mirada del cielo, notando la intensa energía de la
mirada de él sobre ella.
Y entonces Daniel solo dijo:
—Lily…
Y ella entendió que todo debía empezar.
Giró la cabeza y se encontró con los maravillosos ojos azul zafiro de él.
Y todo fue muy lento y muy placentero.
Maravilloso.
Él acercó sus dos manos a la cara de ella, y la cogió entre ellas. Con una
delicadeza y un cuidado exquisitos.
Después, acercó su cabeza a la de ella y, finalmente, la besó.
A Lily nadie la había besado en los labios en sus treinta y cinco años de
vida, y nunca lo había necesitado o echado de menos, pero, en cuanto notó
la suave caricia de los labios de él, se dió cuenta de que, sin eso, se habría
perdido uno de los tesoros de la vida.
Los labios de él sobre los de ella le provocaron la sensación más
maravillosa que había sentido en su vida. Era como si esas mariposas que
llevaban unas semanas aleteando en su estómago, hubieran salido y le
acariciaran con sus alas juguetonas.
Además, no estaba solo el tacto, también era la calidez de los labios de
Daniel, un calor que parecía derretir su cuerpo entero, pero no como cuando
en verano se sofocaba: era una sensación diferente y plena. Más parecida a
la que sentía al entrar en casa y ponerse frente a la chimenea un desapacible
día de invierno o la que se sentía también esos días al arrebujarse bajo las
mantas y sábanas en la cama.
Era una calidez que le daba la sensación de estar en su lugar natural en
el mundo.
—Lily...
Volvió a decir Daniel, con la voz aún más ronca y con una nota que, a
pesar de oír por primera vez, Lily descifró perfectamente: deseo.
Y ella le respondió igual:
—Daniel...
Y volvieron a fundir sus labios, pero esta vez con más avidez.
Daniel pasó los brazos alrededor de su cintura y la estrechó contra él.
Fue un abrazo delicado y cuidadoso. Y la sensación de energía y calidez se
multiplicó por mil. Notó los músculos de él, mullidos y duros al mismo
tiempo,y , sobre todo, sintió algo que jamás había sentido: seguridad
absoluta.
Sí, entre los brazos de Daniel sintió que nunca jamás le iba a ocurrir
nada, que estaba en su refugio, en su lugar seguro.
Fue apenas un momento, pero esa sensación de seguridad y sentirse
protegida dio paso a otras sensaciones, igual de fuertes e intensas: quería
conocer a ese hombre mucho más, en profundidad.
Y entonces ella misma apretó el abrazo, e hizo otro movimiento
instintivo: abrió ligeramente la boca.
Daniel, al notar ambos gestos, hizo también movimientos nuevos. Lo
que más sorprendió a Lily fue notar su lengua dentro de su boca.
Sí, Daniel, al notar que ella abría sus labios, introdujo la lengua
lentamente en su interior y acarició la de ella suavemente.
En cuanto Lily se repuso de la sorpresa, entendió la dinámica del beso y
comenzó a mover su lengua también, saboreando la dulzura de la de él.
Se fundieron en un beso profundo e intenso que no hizo más que
acrecentar el deseo que estaba naciendo en Lily, un deseo que aún
controlaba, pero que estaba a punto de descontrolarse.
Y ella, que siempre había mantenido el control de su vida, decidió que
no importaba, que aquella noche se dejaría llevar totalmente, sin censura.
Por eso mismo, fue la primera de los dos en despojar de su ropa al otro.
Daniel ya se había quitado la chaqueta al sentarse en el banco,
quedándose solo con una camisa blanca de seda a través de la cual se
adivinaban sus poderosos músculos. Pero Lily necesitaba más de él, mucho
más, así que por un momento dejó el beso goloso e intenso que se estaban
dando y empezó a quitarle la camisa a Daniel.
Intentó quitarle los botones superiores, pero se lió un poco, así que al
final decidió sacarle la camisa de dentro del pantalón.
Lo hizo todo con avidez y urgencia, pero es que eso era lo que sentía:
necesitaba tocar la piel y el cuerpo desnudo de Daniel tanto como un
naufrago en medio del mar necesita agua dulce.
Daniel entendió su urgencia, se rió un momento, risas que ella imitó, y
luego se quitó él mismo los botones superiores y le ayudó a quitarle la
camisa, pasándola por encima de su cabeza.
Lily se quedó un momento mirando el torso desnudo de Daniel: era
magnífico, un cuerpo perfecto que ella solo quería acariciar y besar.
Y es lo que hizo.
Daniel se dejó hacer, emitiendo suaves gemidos guturales cuando ella le
besaba con aquella suavidad e ingenuidad, pero también con una energía
sensual maravillosa.
Y al oír sus sonidos, Lily sintió una necesidad nueva: quería que él la
acariciara a ella de la misma manera.
Daniel seguía abrazándola y acariciándola por encima de la ropa, pero
ella necesitaba sentir sus manos sobre su piel desnuda, y esta vez lo que
hizo fue pedírselo.
—Quiero que me toques igual que yo a ti.
Se quedaron mirando en silencio un momento, cargando el aire de
energía sexual.
Dabiel quería hacerlo, por supuesto, pero se mantenía algo más frío que
ella: sabía que si daban aquel paso podía no haber marcha atrás.
Ella pareció entender sus reticencias y se las quitó por la vía de los
hechos consumados: empezó a bajarse los tirantes del vestido.
Y entonces Daniel aparcó sus reticencias y decidió que lo haría, sí, pero
a su manera: con la delicadeza, cuidado y cariño que Lily merecía.
Así que apartó suavemente las manos a ella y continuó él bajando los
tirantes, pero lo hizo mucho más suavemente que ella, y dándole infinidad
de besos en las zonas de piel que iba descubriendo.
Los suspiros de Lily se hicieron más seguidos y más altos. Lo que
Daniel le estaba haciendo le estaba provocando un placer nuevo e intenso.
Sentía que se estaba derritiendo por dentro y, al mismo tiempo, la
necesidad de él aumentaba.
En un momento dado, los pechos de Lily quedaron liberados de la ropa.
El aire era cálido, pero, aún así, el contraste con cómo habían estado
protegidos por la tela hizo que sus pezones se pusieran en punta.
Tenía unos pechos pequños, pero con una forma perfecta, y los pezones,
pequeños y de color muy claro, apuntando al frente, eran la coronación de
su perfección.
Daniel se los quedó mirando, extasiado. Le parecieron preciosos, como
toda ella. Y dudó un momento antes de tocarlos. Sabía que aquel paso
podría ser definitivo, quería hacerlo, pero, al mismo tiempo, algo dentro de
él le decía que no estaba bien.
Lily pareció entender sus reticencias y actuó ella entonces:
Le cogió la mano derecha con la suya y la posó sobre su pecho
izquierdo.
Y los dos soltaron un suspiro largo de placer.
la piel del pecho de Lily era suave y cálida y chocaba con la dureza del
pezón que cosquilleaba la palma de la mano de Daniel.
Pero para Lily el placer era aún mayor. Una energía de deseo la recorrió
enera, desde la punta de ese pezón hasta el entro de su sexo, que ya llevaba
unos minutos humedeciéndose lentamente, pero ahora la humedad cálida
aumentó.
Y ella necesitó apretar su cuerpo más contra el de Daniel, y él necesitó
besar aquellos pezones que le llamaban como si se trataran la fruta más
deliciosa.
Así se enredaron los dos en un baile de deseo y caricias infinito. Se
recorrieron enteros; de la cintura hacia arriba no hubo un hueco que no
exploraran, un centímetro de piel que no acariciaran o besaran.
Estuvieron así varios minutos, intentando saciarse del otro, pero como
Daniel sabía y Lily descubrió, aquello, en vez de saciedad lo que producía
era más deseo.
No se estaban atreviendo a bajar más allá de las cinturas, pero ahí estaba
la parte de su cuerpo que les llamaba más, que más necesitaba mimos y
caricias.
Y Lily, la nueva Lily, en un gesto instintivo, hizo lo que su cuerpo le
pedía: primero se subió las faldas hasta el nacimiebnto de las caderas y
luego, cogió de nuevo la mano derecha de Daniel y la posó sobre sus
enaguas, pero justo en al zona donde estaba su sexo.
Instintivamente Daniel apartó la mano, como asustado, pero ella se la
volvió a coger y la volvió a poner en el lugar. Luego, mirándole con
intensidad, le dijo:
—Soy una mujer adulta y libre, sé lo que estoy haciendo y quiero
hacerlo.
Y Daniel supo que tenía razón. No solo eso, sino que era la mujer más
bella que había tenido entre sus brazos jamás, y que parte de su belleza
venía precisamente de su madurez y su independencia.
Así que afirmó también, y se dispuso a acariciarle a Lily como ella le
pedía, como ella merecía.
Sólo que ocurrió algo que le hizo parar en seco:
Ella también posó su mano sobre su miembro viril. Y no la apartó,
aunque hay que decir que a punto estuvo, ya que le impresionó su dureza.
Daniel respiró hondo un par de veces. Era un hombre muy
experimentado, pero el gesto de Lily le había pillado desprevenido y se
había encendido más de la cuenta.
Era evidente que Lily era inexperta, no había más que ver sus ojos
abiertos de par en par por la sorpresa de tener un pene masculino enhiesto
entre sus manos, pero, aún así, se estaba dejando llevar por el instinto y le
estaba dando un placer enorme.
Pero él quería que gozara ella y, sobre todo, que llegara al clímax antes
que él, así que tuvo que ir ajustando los gestos de ella, pidiéndole que
parara cuando le daba demasiado placer y, mientras, afanándose por dárselo
él a ella.
Y lo consiguió, por supuesto. Lily era una maravilla, porque se había
dejado en sus manos completamente y con sus suspiros y gemidos le
ayudaba a acariciarla de la mejor manera posible.
Empezó conociendo su sexo muy poco a poco, por encima de la tela de
las enaguas, pero pronto introdujo sus dedos a tarvés de la abertura y
empezó a acariciarla con los dedos.
Ella se acopló a las caricias, moviéndose, para conseguir más placer y el
no tuvo más que encontrar los gestos y lugares que más lo provocaban.
Al final, guiándose por sus movimientos y gemidos, ambos alcanzaron
el clímax a la vez, y consiguieron un orgasmo largo y profundo que los dejó
satisfechos y agotados, pero, sobre todo, felices uno en los brazos del otro.
Capítulo 22

“Querida Lily:
Creo que no hace falta que te diga que ayer viví contigo una experiencia
difícil de olvidar. Fue maravilloso y guardaré el recuerdo de ella toda mi
vida.
Como ya puedes suponer por el tono en el que te estoy escribiendo, a
pesar de haber sido maravilloso, no se puede volver a repetir.
Estoy seguro de que piensas lo mismo que yo. Eres una mujer adulta y
profesional que nunca has necesitado un hombre a tu lado, me lo has dicho
y lo he percibido en ti muchas veces, pero no me parecía bien dejar las
cosas así, quería aclararlas, para que el último evento en el que debemos
aparecer juntos, dentro de un mes, justo quince días antes de mi boda, no
estemos incómodos.
Te propongo que en esa ocasión volvamos a nuestro trato amigable de
las veces anteriores, que charlemos, bailemos…, pero nada más.
Y después nos despidamos para siempre. llevando en nuestra memoria el
recuerdo de una noche inolvidable.
Un abrazo afectuoso
Daniel”
Capítulo 23

“Querido Daniel, te has adelantado por minutos, ya que estaba


escribiéndote una misiva en el mismo tono de la que acabo de recibir tuya.
Has entendido perfectamente mis sentimientos, algo que no es extraño,
ya que tú también eres un hombre adulto y profesional.
Disfruté mucho del mutuo placer que nos proporcionamos, que guardaré
como un buen recuerdo, por supuesto, pero ahí acabó todo.
Estoy de acuerdo en que nuestra próxima y última velada juntos debe
volver a la dinámica de las anteriores, sin paseos por el jardín. Y luego nos
despediremos para siempre. Ambos, por cierto con una buena ganancia
fruto de nuestro contrato: tú, una magnífica esposa y yo, con mis arcas más
que saneadas.
Hasta pronto
Lily.”
Capítulo 24

Si no reescribió la misiva diez veces no lo hizo ni una.


Había pasado toda la noche sin pegar ojo y no precisamente porque
estuviera nervioso o preocupado.
No, había padecido el insomnio de los felices.
La experiencia que había tenido con Lily la noche anterior le había
dejado totalmente impactado.
No era, por supuesto y tal y como ella había adivinado, la primera vez
que había llevado a una mujer a aquel rincón apartado, y las caricias
sexuales que habían intercambiado, siendo maravillosas, se podían englobar
entre las más ingenuas y sencillas dentro de su basta experiencia sexual.
Pero sencillas e ingenuas no quería decir banales u olvidables. Al contrario,
había sido la experiencia sexual más maravillosa de su vida.
Después de acariciarse mutuamente y llegar al orgasmo al mismo tiempo
por primera vez, habían continuado besándose, abrazándose y acariciándose
y habían llegado al clímax tres veces más.
Habían alargado la estancia en el jardín todo lo que habían podido hasta
que las luces del salón de baile habían empezado a apagarse. En ese
momento se habían recompuesto la ropa, entre risas y prisas, y habían
vuelto justo para despedirse de los anfitriones, que los miraron con simpatía
y sin sospechar lo que había ocurrido entre los dos.
Cuando estuvieron fuera, donde ya solo quedaba el coche del Duque
esperando para llevar a los invitados de vuelta a sus casas, Daniel le
propuso a Lily hacer esa vuelta andando, aprovechando que hacía una
noche maravillosa.
Lily aceptó encantada, era una manera de alargar la noche y pasar más
tiempo juntos.
Fueron parando por las esquinas, besándose y también hablando con una
intimidad y cercanía mayor que nunca, aunque sin olvidar las pullas que se
soltaban a veces, que ya formaban parte de su manera de relacionarse y que
les hacían reír más que otra cosa.
Finalmente, llegaron a la altura del portal de Lily, se despidieron con un
beso largo , luego él le hizo una reverencia y se marchó con una sonrisa
enorme en los labios y dejándola a ella con una igual.
Y había llegado tan excitado a casa, tan contento, de una manera tan
extraña y nueva, que apenas había pegado ojo.
Finalmente había caído agotado hacia las cinco de la mañana, pero tres
horas después, cuando la luz de la mañana le despertó, se sentó de golpe
sobre la cama y el Daniel de siempre estaba ahí.
“¿Qué he hecho?”, fue lo primero que se dijo a sí mismo, cuando
empezó a recordar lo que había pasado la noche anterior, ya sin atisbo de
sonrisa.
Y cuando recordó todo, se pasó varias veces la mano por la cara y se
dijo “hay que arreglarlo como sea”
Esa había sido la semilla de la carta, pero la había tenido que reescribir
muchas veces, para que por fín saliera lo que debía y no lo que se le
escapaba todo el rato.
Lo que debía era lo que al final había conseguido escribir, lo que se le
escapaba era que quería repetir lo que habían hecho en el jardín en el
próximo baile. Y no sólo en esa ocasión. Quería repetirlo esa mañana
misma, ir a buscarla, volver a pasear, esta vez a la luz del día, buscar
rincones apartados para acariciarse y besarse…
Pero no, se cortaba a sí mismo los pensamientos cuando llegaba a este
punto, aquello era una locura. Una locura que llevaba varios meses
gestándose.
Porque después de lo ocurrido no se podía engañar más. Había
organizado todo con la excusa de alargar su soltería hasta que ya no le
quedara más remedio que casarse con la joven que Lily escogiera. Eso es lo
que le había dicho a Lily, a sus amigos y a él mismo, pero lo cierto es que la
había alargado para disfrutar con ella de los eventos que le quedaban como
soltero.
Con ella y con nadie más, porque ni siquiera le había afectado que la
Duquesa de Liverpool buscara otro amante que no fuera él, al contrario, le
había producido un gran alivio, porque así podría dedicarse a disfrutar de
Lily exclusivamente.
Cuando finalmente llegó a esta conclusión, volvió a pasarse la mano por
la cara, negó con la cabeza y se dijo a sí mismo: “Olvídate, Daniel, ella no
puede ser la futura Duquesa de Castleton, no cumple ni uno de los
requisitos: es demasiado mayor y, sobre todo, es una mujer libre que hará
siempre lo que considere conveniente para ella”.
Así que finalmente escribió la misiva adecuada, la repasó varias veces y
la envió: aliviado y deprimido al mismo tiempo. Porque en un mundo ideal,
o en otro mundo con otras reglas, Lily habría sido la escogida para ser la
nueva Duquesa y, lo más importante, su compañera de vida.
Pero no era el mundo en el que él vivía.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Para Lily la misiva de Daniel no fue una sorpresa. Había tenido claro
desde el principio que lo que había ocurrido entre los dos la noche anterior,
no iba a cambiar nada. Ni por parte de él, ni por parte de ella.
De hecho, esa claridad era la que le había permitido ser acariciada por él.
Tener una intimidad casi total, que no había llegado a la consumación
definitiva exclusivamente porque estaban en un lugar público al aire libre.
Pero el que lo tuviera claro, que ambos se habían dado una tregua de una
noche en sus planteamientos vitales, no significaba que no le doliera.
Mucho.
Porque, a pesar de ser contra su voluntad, sabía que se había enamorado
de él. Y, sin embargo, la misiva de Daniel demostraba que él de ella no. Que
sólo había sido un divertimento.
No podía enfadarse con él ni acusarle de nada, ella misma había forzado
la relación física, pero le dolía, mucho, no ser correspondida.
De todas formas, después de leer la misiva varias veces, se dijo a sí
misma que aquello, en realidad era una bendición: saber que él no le
correspondía le iba a hacer mucho más fácil olvidarlo.
Solo le quedaba contestar a aquella misiva, algo que hizo utilizando el
mismo tono que Daniel (por nada del mundo su orgullo le iba a permitir
quedar como una tonta enamorada ante él) y aguantar el último baile sin
que se le notara lo que estaba padeciendo.
Era fuerte, era inteligente y era lo correcto, así que lo haría seguro, se
dijo una vez mandó la carta.
Capítulo 25

Pero una cosa es planear las cosas de antemano y otra que salgan como
lo has planeado.
El día del último baile llegó. Lily se puso el vestido más discreto de los
cuatro que había usado, aunque no dejaba de mostrar su belleza. También se
maquilló menos y se puso las joyas menos llamativas, todo, en un intento de
prepararse para resistir. Pero cuando finalmente vio a Daniel, se le cayó el
mundo a los pies y tuvo que hacer esfuerzos para no echarse a sus brazos. O
para no correr de vuelta a su apartamento escaleras arriba.
Estaba guapísimo. Grande, fuerte, tranquilo y… mirándola con un brillo
de cariño en el fondo de sus ojos que la desarmó totalmente:
—Hola Lily, veo que cada vez estás más bonita. La sencillez te hace más
bella porque resalta lo que eres.
Daniel había ido convencido de lo que había logrado escribir en la
misiva, pero no pudo evitar soltar aquella galantería.
En realidad, no pudo evitarlo porque era verdad y era lo que sentía: Lily
estaba preciosa. Era preciosa. Y él sólo quería estrecharla de nuevo entre
sus brazos.
Pero no debía hacerlo. así que una vez soltado aquello, decidió continuar
con el plan que se había trazado aquella mañana: intentaría ser amable, pero
no pasar ninguna frontera más.
Para conseguir esto último, se le había ocurrido que una buena estrategia
era escoger bien los temas de conversación dentro del coche mientras se
dirigían al baile. Y no había un tema que enfriara más lo que sentía por ella
y lo que ella pudiera sentir por él, que su próxima boda.
Con otra.
—Bueno, Lily —le dijo una vez se acomodaron dentro del coche —,
hoy es nuestro último evento y en quince días estaré casado con quien tú
hayas elegido —Terminó, sonriendo para intentar que aquello quedara
irónico y divertido, como había sido el tono de su relación al principio, pero
sin conseguirlo, ya que le había salido más amargo de lo que hubiera
querido.
—Efectivamente, Daniel, nuestro contrato acaba hoy y comienza el de la
boda. Tu prometida ya tiene todo organizado —le dijo ella, recuperando el
tono profesional que había utilizado con él durante mucho tiempo —. Por
cierto —continuó —, ya va siendo hora de que sepas quién es, ¿no te
parece?. Porque me parece excesivo dejar la sorpresa hasta el momento del
altar. Tanto ella como tú sabéis que es un matrimonio acordado, pero quizá
ella se merece un poco de respeto, es decir, un mínimo interés por tu parte.
Es una buena chica.
Lily había soltado esto último de seguido. Era un tema doloroso para
ella, muy doloroso, pero, al mismo tiempo, recordar su boda en quince días
era el mejor antídoto para no hacer tonterías esa noche. Y para mantener el
tipo ante él.
Daniel, sin embargo, se descolocó un poco al escucharla. Él había
sacado el tema, sí, pero en realidad no quería hablar demasiado de ello y,
sobre todo, no quería saber qué mujer iba a ocupar el asiento que en ese
momento ocupaba Lily.
En cualquier caso, se dio cuenta de que no podía escabullirse y le
contestó lo único que podía contestar:
—Sí, Lily, tienes razón, ¿quién es?
—Violet O'Hara, la décima chica con la que te concerté una cita.
Daniel se quedó pensativo un momento, suspiró un par de veces y, al
final, le dijo:
—La verdad es que no recuerdo cuál de ellas es. No les hice mucho
caso. A ninguna. ¿Es la pelirroja?
—No, tiene el pelo castaño —dijo Lily, empezando a enfadarse, porque,
aunque estaba enamorada de él, le seguía sacando de quicio la indiferencia
que había mostrado hacia las chicas que ella le había presentado.
—¡Ah, sí! —dijo en ese momento Daniel, recordando quién era y
salvando el momento —, fue la que mejor me cayó de todas. Aunque me
pareció demasiado dócil, con demasiadas ganas de agradar.
—Será una buena Duquesa de Castleton, dijo Lily para zanjar la
conversación. Le había venido bien, para poner los pies en la tierra, pero le
dolía.
Y justo en ese momento, para alivio de los dos, llegaron al lugar del
baile.
Se trataba de otro palacio magnífico, totalmente iluminado y con un
enorme jardín que, se dijeron ambos a sí mismos, no pisarían.
A partir de ahí se sucedieron todos los momentos que habían vivido en
las ocasiones anteriores: charlaron con conocidos, bailaron y se
mantuvieron amables uno con el otro, pero esta vez, en el fondo de todo
ello había un punto de distancia y tristeza.
Hasta que una voz potente y grave —y también en un volumen más alto
de lo normal —les llamó la atención a ambos (y también a casi todos los
presentes).
—¡Querido sobrino!, he venido a cerciorarme de que no me estabas
mintiendo y veo, encantado, que todo era verdad.
El dueño de aquella voz era un hombre enorme, a lo alto y a lo ancho,
acompañado de otro hombre más bajito. El primero soltó una risa fuerte y
luego le dio una palmada en la espalda a Daniel.
—Hola tío Steve—dijo tan solo Daniel, con mirada alarmada.
Luego vinieron las presentaciones y Lily se enteró de que aquel hombre
era el famoso tío de Daniel que había provocado el contrato al que ella
estaba sujeta y, sobre todo, la boda que se iba a llevar a cabo en quince días.
Con otra.
Enseguida quedó claro que el hombre cayó en una confusión, como no
podía ser de otra manera: pensó que Lily era la mujer con la que Daniel se
iba a casar en quince días.
En la última misiva semanal que le había enviado, Daniel ya le había
dicho que estaba prometido, aunque sin decirle el nombre de la joven novia
aún, así que el tío no dudó ni un momento que se encontraba ante ella:
—Y esta preciosidad es tu prometida —dijo, mientras le hacía una
reverencia formal a Lily y luego le besaba la mano con tanta calidez como
la estaba mirando.
Lily se quedó muda, no iba a decir nada, porque dijera lo que dijera
podía montarse un escándalo mayúsculo, así que le dejó a Daniel la labor de
desengañar a su tío… y luego de arreglar lo que viniera a continuación,
porque no tenía fácil explicación que estuviera en un baile acompañado por
otra quince días antes de la boda..
Por suerte, pensó Lily, a aquel baile no había acudido Violet O’Hara, la
tercera implicada en aquel montaje de Daniel.
Sin embargo, Daniel no decía nada, se había quedado sin habla también.
Fueron apenas unos segundos, pero se hicieron eternos.
Al final se recuperó y cogió el dominio de sí mismo.
—Querido tío, ¡qué sorpresa! Te esperaba para dentro de quince días, el
día de la boda, no antes.
—Al final he decidido no venir a la boda —le contestó el tío sin perder
la sonrisa. Y luego, mirando alternativamente a su sobrino y al hombre que
le acompañaba silencioso a su lado, añadió —ya sabes que a Leonard y a mi
no nos gustan nada los eventos sociales. De hecho, ahora que ya te he visto,
vamos a volver a Escocia enseguida. He venido solo a comprobar que no
me estabas mintiendo y a conocer a esta maravillosa dama a quien, por
cierto, aún no me has presentado.
Danel cogió el guante, por supuesto y le dijo a su tío:
—Ah, sí, disculpa mi descortesía. Lily, te presento a mi tío Steve, tío, te
presento a mi prometida Lily.
Capítulo 26

Lily abrió los ojos como platos, pero consiguió no decir nada que
convirtiera aquel encuentro en un escándalo delante de todos. Así que le
siguió la corriente a Daniel, al tío y a su acompañante, el único en aquella
conversación que todavía no había abierto la boca, pero que la miraba con
muchísimo cariño también.
Finalmente, después de media hora de conversación, mayoritaria entre
tío y sobrino, en la que repasaron anécdotas familiares, los dos hombres
volvieron a Escocia.
—Espero, Lily, que vengáis a visitarnos a nuestro palacio en un tiempo.
Nosotros no nos solemos mover de allí, lo de hoy ha sido excepcional. Y
esperamos también que vengáis con uno o dos pequeños. Nos encantan los
niños.
Lily sonrió intentando disimular su estupor y turbación y se despidió de
los dos hombres aliviada, pero cuando se quedaron solos en aquel salón de
baile, miró por fín de frente a Daniel y le soltó:
—Pero, ¿por qué has dicho eso?
“Eso” era por supuesto el haberla presentado como su prometida.
—Vamos a buscar un sitio más tranquilo para hablar —fue lo que le
contestó él, cogiéndola de la mano y sacándola del gran salón.
Lily se dejó llevar hasta una terraza exterior donde había varios bancos y
ni una persona. Era un lugar lo suficientemente íntimo como para tener una
conversación sin que nadie les escuchara, pero no tanto como para que se
dejaran llevar por sus instintos, como la ocasión anterior.
—Lily —empezó Daniel en cuanto se sentaron —no podía hacer otra
cosa, ¿qué le iba a decir, que te había contratado para seguir llevando vida
de soltero hasta el último día antes de la boda?, ¿y que esta iba a ser con
una joven con la que he estado apenas una vez en mi vida y apenas recuerdo
su nombre y su cara?
—Le habrías dicho la verdad, lo cual no estaría mal, para variar —le
contestó ella, dura, no dispuesta a darle la mínima tregua. Pero también con
un punto de amargura en la voz que levantó las alarmas de Daniel.
—Lily, yo no te he mentido jamás —le contestó, mirándola fijamente.
—No estaba hablando de mí —le dijo ella después de una pausa.
—¿Segura?
Habían llegado a un punto de la conversación que no era a donde
querían llegar ninguno de los dos. Pero lo cierto era que el encuentro con el
tío había sido como la gota que había colmado el vaso, o como si hubiera
abierto una puerta que ninguno de los dos quería abrir, pero ya era
imposible cerrar.
En la dureza de Lily y en las respuestas de Daniel se estaba reflejando
algo diferente a lo que estaban diciendo. En realidad, estaban hablando de
ellos y de lo que sentían.
Daniel fue el primero en darse cuenta y en desenmascarar todo, aún así,
cuando lo soltó, él mismo se asustó al oírse, pero ya no había marcha atrás:
—Lily ¿qué te pasa? ¿No te habrás enamorado de mí?
En realidad, había puedo en palabras una duda que le rondaba desde
hacía tiempo, pero no solo en relación a ella, también en relación a él: ¿se
había enamorado de Lily?
Era incapaz de dar una respuesta, porque en realidad era algo que no le
había ocurrido nunca. No sabía qué era estar enamorado. Sí se había
encaprichado de mujeres, hasta el punto de obsesionarse, pero se había
tratado, siempre y exclusivamente, de algo sexual. Y pasajero.
Lo que le ocurría con Lily era diferente. Se divertía junto a ella como no
le había ocurrido junto a ninguna mujer. Ella le estimulaba en todos los
ámbitos de su vida, le atraía como ser humano y le atraía físicamente como
ninguna le había atraído antes.
Pero de la misma manera que veía claro que Lily era una mujer
excepcional en su vida, también tenía claro que todo iba a acabar esa noche.
Ver la reacción de Lily, no solo ese día, sino también los anteriores, le
había hecho pensar que a ella le estaba ocurriendo lo mismo que a él. Y
necesitaba parar aquello. Y la única forma de hacerlo era poniendo las
cartas sobre la mesa.
Lily, sin embargo, seguía sin contestar. Ante su pregunta, había abierto
los ojos como platos, pero no había abierto la boca aún.
Y Daniel se tomó su silencio como una afirmación:
—Lily, lo nuestro no tiene ningún futuro. Acaba hoy, junto con el
contrato. He disfrutado a tu lado como nunca, pero debo casarme. Y tú, ni
quieres ni encajas en lo que necesito para ser la futura Duquesa de
Castleton.
Aquella última frase fue como una bofetada para Lily. Había intentado
contestar fríamente a Daniel, mentirle y decirle que por supuesto que no
estaba enamorada de él, pero no había sido capaz de emitir un solo sonido.
Era como si ya no pudiera ocultar lo que era evidente: sí, estaba enamorada
de él. Y él se había dado cuenta. Y no estaba enamorado de ella.
Pero todo eso había quedado claro con su reacción tras despedirse de su
tío, no hacía falta terminar la última frase como lo había hecho: “no encajas
en lo que necesito para ser la futura Duquesa de Castleton”.
Era insultante.
Humillante.
Y decidió que no tenía por qué aguantar más. Efectivamente, el baile
estaba a punto de acabar, su contrato había terminado, no tenía por qué
permanecer un solo minuto más junto a él.
Así que se levantó y, sin decirle nada y ni siquiera mirarlo, salió
corriendo rumbo a la salida.
Capítulo 27

Por suerte, apenas quedaba nadie en el gran salón del baile, así que nadie
vio su carrera hacia la calle.
Ni a Daniel corriendo tras ella.
De todas formas, aunque las zancadas de él eran más largas que las de
ella, no llegó a tiempo para evitar el desastre:
Lily bajaba a toda velocidad las escaleras de entrada al palacio y cuando
estaba a punto de llegar a la calle, se trastabilló y cayó al suelo.
Por suerte, le ocurrió cuando quedaban apenas dos escalones para llegar
al final, eso evitó que se hiciera mucho daño, pero no que se hiciera daño:
—Lily, ¿estás bien? —le dijo Daniel cuando llegó hasta ella y se agachó
a su altura unos segundos después.
—¡Déjame en paz! ¡Nuestro contrato ha terminado, no quiero volver a
verte jamás!
—Lily, sé razonable, te has hecho daño, déjame que te examine —le
contestó él, haciendo caso omiso a lo que ella le estaba diciendo y con un
tono de preocupación en la voz.
Lily discutió, no se lo puso fácil, pero cuando intentó ponerse de pie,
volvió a caer al suelo : le dolía terriblemente el tobillo.
Al final, ante la insistencia de Daniel y la imposibilidad de andar sola,
tuvo que dejarse examinar por él:
—Te has hecho un esguince, no puedes andar, debes hacer reposo —
sentenció él después de mirarle el tobillo.
Y ella tuvo que dejarse hacer y, lo peor de todo, dejarse coger en brazos
por él hasta el coche.
Fue un momento doloroso y emocionante a la vez. Daniel volvía a ser su
hombre protector, volvía a sentirse a salvo entre sus brazos, pero, al mismo
tiempo, no quería volver a verlo.
Cuando estuvo sentada en el coche y después de que él le diera
instrucciones al cochero para que la ayudara a subir a su apartamento y de
que ella le prometiera que llamaría a un médico, se despidieron finalmente.
—Prométeme que no volveremos a vernos —le dijo ella finalmente,
necesitaba dejar de verlo para siempre para recuperarse y olvidarlo.
—No puedo prometerte lo que no está en mi mano, Lily, la vida puede
volver a ponernos frente a frente aunque no lo busquemos.
Ella torció el gesto.
—Dame tu palabra, Daniel, de que no me buscarás, con eso será
suficiente.
Y lo último que oyó Lily antes de que él cerrara la portezuela del coche
para no volver a verlo jamás, fue:
—Te doy mi palabra, Lily.
Capítulo 28

Lily tenía, efectivamente, un esguince. Se lo confirmó al médico que la


atendió y que también le dijo que debía permanecer dos semanas sin apenas
moverse.
Por primera vez tuvo que contratar a una doncella, ya que no se valía por
sí misma.
Pero la joven Irene, que así se llamaba la doncella, era tan discreta y
eficiente que le hizo la vida más fácil (y Lily decidió que permanecería con
ella cuando se curara).
También, a pesar de permanecer sentada con el pie estirado sobre una
banqueta, pudo ponerse a trabajar.
Concretó, con gran dolor, todo lo relacionado con los preparativos de
boda de Daniel hasta el último detalle, sin contar con él , por supuesto, sino
sólo con la joven Lady Violet O’Hara, y cuando acabó con eso, comenzó
con nuevas citas con jóvenes aspirantes a casarse bien.
La vida continuaba igual que antes de conocer a Daniel. Pero ella no
estaba igual, claro.
Ella, de hecho, estaba más triste y mustia de lo que había estado nunca.
Aquello ya lo había previsto, pero no se había preparado para que fuera
tan intenso.
De hecho, hasta le costaba levantarse por las mañanas. Al final lo hacía,
y se ponía en marcha y trabajaba, pero le costaba como subir a una montaña
infinita.
“Se te pasará, Lily”, se decía todos los días, “antes de que te des cuenta,
volverás a ser la misma de siempre, de antes de conocerlo”. Y entonces le
venía la cara de él. La esgrima verbal que habían mantenido mucho tiempo,
sus retos y peleas sin sangre, su acercamiento, sus besos y abrazos, lo que lo
echaba de menos…
Y volvía a hundirse en la tristeza.
Finalmente llegó a un acuerdo consigo misma y se dijo que seguramente
lo que más la estaba torturando era que el día de la boda de Daniel se iba
acercando. “Cuando la fecha pase, aceptaré que es un hombre casado, que
no es mío ni lo será nunca, y empezaré a remontar”, se dijo finalmente,
convencida de que iba a ser así.
Pero aquellas dos semanas se le estaban haciendo eternas y a medida que
se acercaba el día de la boda, estaba cada vez peor.
La última vez que había hablado con la novia y su madre había sido una
semana antes de la ceremonia, habían dejado todo cerrado, ella había
cobrado y se habían despedido amigablemente, pero también para siempre.
Ella no tenía nada en contra de Violet O’Hara, al contrario, le caía
especialmente bien, pero iba a casarse con el único hombre que había
amado en su vida, así que esperaba no volver a encontrarse jamás con ella.
Y llegó finalmente el día de la boda, un día con un sol radiante,
contrastando totalmente con cómo tenía ella el corazón.
Se volvió a decir que al día siguiente empezaría a mejorar, que
empezaría de nuevo a ser la misma de antes de conocer a Daniel, pero no
podía estar peor.
Nada le consolaba ni le entretenía, ni siquiera el ruido del timbre de
entrada, que sonó a las once de la mañana, algo extraño aquel día, ya que no
esperaba ni una visita ni cita laboral.
Dejó que acudiera Irene abrir y se olvidó inmediatamente, pero al cabo
de menos de un minuto la doncella se presentó ante ella. Venía un poco
turbada, como si lo que le tenía que decir fuera delicado o extraño para ella.
—Señora, un caballero me ha pedido que le entregue esta nota y,
después, que le diga que se asome al balcón.
Lily frunció el ceño, sí que era extraño aquello. Desde luego, no pensaba
asomarse a ningún sitio ni hacer nada que le mandara un desconocido… En
cualquier caso, extendió la mano para coger la nota, la leería para intentar
desentrañar el misterio.
Y justo cuando la estaba abriendo, se dio cuenta de que no había
misterio alguno, que todo aquello sólo podía venir de una persona.
Con el corazón golpeando desbocado en su pecho, al ver la caligrafía
comprobó que tenía razón:
“Por esta vez, no pienso cumplir mi palabra”
Capítulo 29

Salió al balcón y ahí estaba, Daniel. Alto, guapo, con una sonrisa
maravillosa y mirándola con un amor intenso e infinito.
Era el hombre menos romántico de todos los que ella había conocido en
su vida, pero estaba de pie, vestido de gala, rodeado de velas encendidas y
pétalos de flores esparcidas por el suelo, con un cartel entre sus manos en el
que se podía leer: “Lily, mi amor ¿quieres casarte conmigo?”
Y ella, la mujer menos interesada en casarse del mundo, con las lágrimas
de amor y emoción resbalando por sus mejillas le dijo sí, no una vez , sino
dos y tres y cuatro…

FIN
Querida lectora, deseo que te haya gustado la

historia de Lily y Daniel.


Ya hay una novela de esta saga “Solteronas”

publicada: “Un marqués para una solterona” y está en

preventa la tercera: “Un conde para una solterona” .

Anteriormente publiqué otra saga de novelas

románticas de época: “Los Cornwall”: “No necesito


un vizconde“ , “Mi fiera favorita”, “Matrimonio

impuesto”, “Mi Duque odiado” y “El Duque

canalla”.

También tengo en marcha una nueva saga

“Las Arlington”, cuyos primeros dos libros ya están


publicados “Duelo de seducción” y “Una dama muy
curiosa”. Y en preventa : “Un marqués y muchos

fantasmas” y “La hija del Duque”.

Si te gustan las historias contemporáneas,

puedes leer también otras novelas mías: “¡No te


soporto, vecino!” y “Un conde del siglo XXI”

(primera de una bilogía).

El resto de mis novedades irán saliendo

publicadas en mi página personal de Amazon.

Olympia ❦

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