Un Duque para Una Solterona
Un Duque para Una Solterona
Un Duque para Una Solterona
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UN DUQUE PARA UNA
SOLTERONA
© Un Duque para una solterona.
© Olympia Russell 2021
© Fotografía de la portada: Kathy Servian:
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Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro
de cualquier forma o por cualquier medio sin permiso escrito de la
propietaria del copyright.
Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia.
Capítulo 1
Lily Roberts se había levantado con el pie izquierdo dos días antes y así
continuaba. El último negocio que había cerrado, un mes atrás, se había ido
al garete en el último momento por la negativa final de la joven. Aquello
pasaba raras veces, pero no era algo insólito, al fín y al cabo, un matrimonio
de conveniencia, por muy beneficioso que fuera sobre el papel, daba mucho
vértigo en la realidad.
En aquella ocasión, Lily había conseguido apalabrar el matrimonio entre
un Lord maduro, pero con unas finanzas más que saneada , y una joven de
la nobleza rural,con un título de poco relumbre y menor dote, pero con un
físico angelical rayano en la perfección. Lo habitual en su trabajo, vamos.
Pero esta vez la joven se había echado para atrás tres días antes de la
boda. Lily había acudido a su hogar, en la campiña inglesa, tras un viaje
infernal de seis horas, por caminos embarrados y retorcidos, a petición de la
desesperada madre de la joven. Y también decidida a salvar aquel negocio.
Pero no había tenido nada que hacer. La joven había tomado una
decisión y ni los lloros maternos ni las amenazas paternas de desheredarla
ni la persuasión racional y tranquila de Lily consiguieron hacerle cambiar
de opinión:
—No es un hombre maduro, es un anciano. ¡¡Y tiene más barriga que mi
padre!!
Evidentemente, todo aquello era incontestable, porque era cierto (bueno,
menos llamar anciano a un hombre de cuarenta años, pero Lily se lo pasó
por alto porque la joven en cuestión tenía dieciocho). Además, ella le
entendía perfectamente, había tomado la misma decisión que la joven
muchos años atrás: no quería saber nada de hombres en su vida privada,
sobre todo teniendo en cuenta que, dado su estatus social y nula dote, los
hombres a los que ella podría haber tenido acceso eran del nivel de aquel
Lord, o peores. Pero el negocio era otra cosa. Ahí no se andaba con
miramientos y emociones: todo era pura racionalidad, contabilidad de
costes y beneficios. Y en el caso de aquella joven, la boda con aquel Lord
era todo beneficios, para ella y para su familia.
Eso fue lo que le contó, con calma y sin presiones, pero al final la joven
se salió con la suya.
Después de pasar la noche en el lugar, gracias a la hospitalidad de los
atribulados padres de la joven, ya en el camino de vuelta a Londres, entre
bote y bote por los baches, Lily llegó a la conclusión de que la joven había
perdido su última, y única, posibilidad de casarse. Se quedaría soltera y
acabaría viviendo hasta su muerte en aquella casita campestre, tan
encantadora como aburrida, en la que había nacido.
Lo cierto es que a ella le habría pasado lo mismo si no hubiera sido
porque no había estado rodeada de tanto encanto y amor como aquella
joven. Lily había tenido que salir de la casa paterna y había tenido que
ganarse la vida por sí misma, algo que en su momento había levantado la
compasión de las poquísimas personas que la habían apreciado, pero que
con el tiempo se había vuelto una bendición. Sí, se había quedado soltera,
como le iba a ocurrir a aquella joven, pero a cambio había conseguido ser
dueña de un negocio que le permitía no depender de nadie. Y, sobre todo,
no depender de ningún hombre, algo que para ella era más una necesidad
que una elección.
En cualquier caso, no quiso detener mucho tiempo sus pensamientos en
su pasado. Este era horrible y ella no era una mujer a la que le gustara
lamentarse ni regodearse en desgracias pasadas, así que cuando ya estaba
entrando en Londres, decidió que esa tarde trabajaría un rato: aquel era el
mejor antídoto para los contratiempos de la vida.
Se dirigió a su casa, que también era su oficina, ligera y con energía.
Había comprado aquel apartamento en una zona de Londres emergente. Se
trataba de una zona en la que empezaban a aparecer pequeños comercios y
oficinas y donde vivía la pequeña burguesía. No estaba muy alejada del
centro y de los barrios más ricos, así que era el lugar perfecto para
emprender un negocio como el suyo.
Llevaba ya doce años al frente de él y si bien los comienzos habían sido
duros, no en vano una agencia para arreglar matrimonios concertados al
principio se había visto como un negocio insólito y extravagante, hacía ya
más de seis años que se ganaba la vida con mucha holgura con él. Había
empezado concertando matrimonios entre miembros de la burguesía, pero
ahora su mayor cartera de clientes estaba entre la aristocracia.
Era un negocio por el que no tenía que hacer propaganda, para empezar
porque era contraproducente, ya que nadie quería admitir que había
recurrido a sus servicios, pero no le hacía falta, gracias al boca oreja, los
clientes no le faltaban nunca.
Eran ya las cuatro de la tarde cuando entró por la puerta de su oficina-
apartamento. Después de tomar un té, decidió que ocuparía la tarde en
arreglar papeles. Se sentó tras el escritorio de trabajo y se dispuso a hacerlo,
pero en ese momento, un golpe de viento fuerte abrió de golpe la ventana
que llevaba varias semanas ajustando mal, y la mitad de los papeles volaron
por la estancia.
Concentrada recogiendo los papeles no oyó que la puerta se abría, así
que cuando la voz varonil le hizo girarse de golpe, lo primero que vio fue
los ojos azules más increíbles que había visto en su vida.
Capítulo 5
Aquella misiva fue para Daniel como un jarro de agua fría, pero tuvo
que esperar a recibir la tercera para empezar a moverse.
Y entonces se dio cuenta de que no tenía ni ganas ni sabía muy bien
dónde buscar. Y entonces su gran amigo Robert McIntyre, Marqués de
Riverdale, le habló de los servicios de “Matrimonios felices”, unos
servicios que él al final no había necesitado, porque estaba felizmente
casado con Kira O’Donahu, pero de los que había recibido muy buenas
referencias. Los hombres como ellos, que ya no tenían padres vivos que les
acordaran matrimonios beneficiosos, se encontraban un poco perdidos en
esos temas, aquella empresa les solucionaba la papeleta.
Pero Daniel llevaba seis meses haciendo uso de sus servicios y no había
conseguido más que desilusionar a diez jovencitas, excelentes por cierto, y
enfadar a la dueña de la empresa.
Que en ese momento seguía mirándolo con aquellos ojos verdes
maravillosos.
Y enfadados, muy enfadados.
—Tiene usted razón, Robinson y le pido disculpas por las molestias y el
perjuicio para su negocio. Aunque tendrá que reconocerme que ha sacado
buenos beneficios, a mí, al menos, no me ha salido barato —le contestó
finalmente, guiñandole un ojo, sin poder evitar llevar la conversación al
tono medio burlón, medio de reto, al que acababan llegando siempre.
—Le acabo de decir que ese dinero no compensa las pérdidas futuras,
porque ya empiezo a tener problemas para conseguir buenas chicas. Se está
corriendo la voz de que un Duque está utilizando la empresa para divertirse
y no para comprometerse —le cortó ella en seco, combativa y sin ni una
intención de tomárselo a broma.
—De acuerdo, Robinson, sí, lo entiendo, por eso quiero proponerle un
último negocio, este sí, definitivo.
—Ya le he dicho que no le voy a citar con ninguna chica casadera más
—le cortó de nuevo ella, tajante y decidida. Había tomado una decisión y
no se iba a echar para atrás.
—No quiero más citas con chicas casaderas.
Lo cierto es que él había tomado la decisión el día anterior. Quedaban,
tan solo tres meses para que el plazo expirara y debía casarse, sí o sí . Por
un lado, su tío había comenzado a mandar una misiva de recuerdo diaria, tal
y como le había amenazado un año antes y, por otro lado, de perder el título
y los privilegios añadidos no quería ni oír hablar.
—Verá Robinson, no tengo ni una queja de su trabajo, sus elecciones
han sido todas muy adecuadas.
—¡Por supuesto!
Daniel decidió ignorar el reto de ella y continuó.
—El problema soy yo.
—¡Por supuesto! —insistió ella, combativa.
Y esta vez Daniel se la quedó mirando, con esa mezcla de diversión y
pique que ella conseguía sacarle siempre, pero no cayó en su provocación,
al contrario, le dio la razón a ella:
—Sí, el problema soy yo, lo sé, no quiero casarme, me rebelo ante ello,
pero debo hacerlo, tengo de plazo tres meses, si no lo hago, perderé mi
título. Así que he decidido lo siguiente: voy a agotar el plazo justo hasta
antes de que expire y me casaré el día antes de cumplir treinta y seis años.
Pero como no quiero tener a mi tío detrás de mí todo el rato —él es el
encargado de que yo cumpla con mi obligación de casarme —voy a
engañarle diciéndole que estoy conociendo a alguien…., aunque no me
casaré con ella.
A Lily la primera parte de lo que le acababa de contar Castleton no le
sonó extraña. De hecho, prácticamente la totalidad de sus clientes varones
venían por una presión similar a la que tenía él encima. Algunos la tenían
solo porque sabían que ese era su deber de noble: casarse para continuar la
estirpe, pero otros, como al parecer le ocurría a él, lo hacían empujados por
contratos y testamentos paternos.
Pero el resto de lo que le había contado era incomprensible para ella. No
se anduvo con rodeos y así se lo dijo, seria y gélida:
—No he entendido nada.
Castleton sonrió, como si estuviera previendo lo que iba a ocurrir a
continuación y esto fuera a ser divertido:
—He pensado divertirme los tres meses que me quedan de soltería y, al
mismo tiempo, tener a mi tío, y sus prisas, controladas, así que quiero
utilizar dos de sus servicios y no solo uno —Lily ya iba a contestarle, pero
él le paró un momento con la mirada, pidiéndole que le dejara terminar
antes de mostrar su desacuerdo —Por un lado, quiero que me encuentre una
esposa, pero esta vez sin citas. Escoja usted, entre todas las chicas que
buscan marido en su empresa, la que considere más conveniente, puede ser,
incluso, una de las que ya se ha citado anteriormente conmigo. Escójala ,
pero no me diga quién es hasta el último momento. No me interesa. Me da
igual. Sabe usted de sobra cuáles son mis posesiones y lo que le ofrezco a
mi futura esposa, ocúpese de acordar la boda, y de que la joven en cuestión
esté al pie del altar la víspera de mi cumpleaños: el 23 de abril. Y cobrará
usted las quinientas guineas. O el doble, si cree que eso es lo que cuesta este
servicio especial.
Lily se quedó mirándolo con la boca abierta. Estaba acostumbrada a la
frialdad de los acuerdos matrimoniales que acordaba en su empresa, lo de
“Matrimonios felices” en realidad era una ironía. Ella sabía que detrás de
aquellos acuerdos sólo había dinero e intereses económicos y de estatus,
que la mayoría de los caballeros iban a ser infieles a los cinco minutos de la
boda, y que muchas de las mujeres también o, simplemente, iban a
despreciar a sus maridos durante toda su vida. Pero aquello era el colmo.
Castleton sólo quería cumplir un trámite, estaba tratando a su futura esposa,
ya de antemano, como un simple objeto, un instrumento.
En cualquier caso, aquel comportamiento no le terminaba de sorprender:
casaba perfectamente con la idea negativa que ella tenía de los hombres y,
además, vivía de ello. Así que, viendo que por fin Castleton se iba a casar
con una de sus chicas, decidió olvidar el desastre de los seis meses
anteriores y continuar con los tratos comerciales con él. Eso sí, pensaba
cobrarle tres veces más de lo habitual. Por lo que la había mareado
anteriormente.
Pero antes de decirle que sí, recordó que él le había dicho que quería dos
tipos de servicio de ella, ¿a que se había referido?
—Eso por un lado, de acuerdo, puedo aceptarlo, pero ¿por el otro? —le
dijo, manteniendo la compostura y un poco reticente, porque seguía sin
fiarse un pelo de él.
Él, amplió más la sonrisa y, burlón, le dijo:
—Quiero divertirme los tres meses que me quedan de soltería sin
ofender a mi tío, que espera que siente la cabeza ya, así que he pensado
recurrir a los servicios de una chica de compañía. Siempre la misma, para
que mi tío crea que ya he sentado cabeza y estoy a punto de casarme y deje
de darme la tabarra. Quiero disfrutar de estos tres meses sin cortapisas.
Luego me casaré con la joven que usted escoja.
Lily se dispuso a decirle que no. Ya le había dicho que no quería que le
vieran más en público con ninguna de sus chicas si no pensaba casarse con
ella. Era cierto que las chicas de compañía formaban parte de otro grupo de
chicas, que no buscaban matrimonio, sino dinero. Pero siempre se había
tratado de encuentros discretos y normalmente solo uno, de forma que no se
hacían conocidas y nadie sospechaba en su entorno que lo habían hecho por
dinero. Sin embargo,Castleton era demasiado conocido. Amén de que lo
que le estaba pidiendo era una joven para pasearla a menudo durante tres
meses: algo como para acabar con la reputación de cualquiera para siempre.
Ninguna de sus chicas de compañía iba a aceptar algo así, ni ella quería que
lo aceptaran.
Pero Daniel se dio cuenta de que ella se iba a negar y se adelantó.
—Robinson, no le estoy pidiendo que me de a escoger entre sus chicas
de compañía, no quiero que ninguna de ellas me acompañe. La quiero a
usted.
Capítulo 10
—Mil guineas cada vez. Van a ser cuatro eventos diferentes, sólo tendrá
que acompañarme en esos cuatro nada más. Y cuatro mil guineas en su
bolsillo al final. Más las
que gane con el acuerdo de matrimonio.
Había sido rápido, antes de que ella se negara, que era lo que iba a hacer
inmediatamente, ofendida.
Pero ella tenía un negocio, vivía de él, y cuando le escuchó, la parte
comercial tomó el mando de su mente.
Cuatro mil guineas, más las mil quinientas que le iba a sacar por el
acuerdo de matrimonio, era el doble de lo que sacaba en un buen año:
muchísimo dinero para percibirlo en un lapso de tres meses. Con ese dinero
podría iniciar la obra de un pequeño palacete semiderruido que había
comprado con los ahorros de doce años, en una de las mejores zonas de
Londres. Allí podría ampliar su negocio, contratar una secretaria, ganar más
y vivir mejor…
Su mente cogió velocidad y, como en el cuento de la lechera, se vio
viviendo en su palacete reformado, siendo dueña de su vida para siempre
gracias a la pequeña fortuna que iba a conseguir con su trabajo.
Y le dijo que sí.
No era una mujer impulsiva y el historial anterior que tenía con él era
como para mandarle de su despacho con cajas destempladas, pero algo
dentro de ella tomó el mando en dirección contraria a lo que hubiera sido
lógico.
El mismo Duque se sorprendió de su rápida respuesta. Cuando había
trazado el plan, la noche anterior, se había preparado para una lucha
dialéctica encarnizada antes de conseguir su “si”, e, incluso, para no
conseguirlo.
Pero el plan le había parecido fantástico y había decidido arriesgarse. Si
ella aceptaba, no sólo callaría definitivamente a su tío los tres meses que le
quedaban de soltería, sino que se iba a divertir con ella al lado en los cuatro
eventos a los que tendría que acudir sí o sí. Además, como su compañía no
era más que un acuerdo comercial, podría seguir el resto del tiempo con su
vida relajada y disoluta.
Le sonrió, por tanto, sinceramente a la señorita Robinson cuando le oyó
el “sí”, y le extendió la mano, como cuando cerraba un trato entre
caballeros: Ella se la estrechó con la misma firmeza que ya había
demostrado en una ocasión anterior, pero inmediatamente se sentó tras la
mesa escritorio y se pudo totalmente profesional:
—Como estamos ante un contrato diferente al que firmamos hace seis
meses, quiero dejar por escrito las nuevas condiciones.
—¿No se fía de mí, Robinson? —dijo él rápido, volviendo a recuperar
su tono irónico habitual cuando hablaba con ella.
—No —le contestó seca, y, si hacer caso a la carcajada que él soltó,
continuó
—Dígame en qué consisten esos cuatro eventos y cuáles van a ser mis
servicios exactamente. No quiero sorpresas desagradables de última hora.
Daniel cogió la silla que estaba al lado de la puerta de entrada y se sentó
al otro lado de la mesa, como hacía cada vez que se ponían a hablar de
negocios en esa oficina, pero desde la primera vez que ella había apartado
sus pies, ya lo hacía formalmente, sin posturas exageradamente cómodas e
informales:
—Robinson, sabe usted que soy un hombre decente y no le voy a pedir
nada que no sea estrictamente acompañarme a esos eventos.
—Por eso mismo quiero saber de qué tipo de eventos se trata.
—El primero es una recepción oficial y será la semana que viene, y los
otros tres son bailes: el de debutantes de este año y el baile anual de los
Marqueses de Righton y el de la Duquesa de Inverness. En todos ellos usted
sólo va a tener que ser mi acompañante, preocuparse de ponerse bonita,
algo que no le va a costar, sonreír mucho y bailar conmigo, nada más.
Le salió la galantería sin pensar, pero no se arrepintió, porque, aunque le
había parecido demasiado mayor cuando la había conocido —luego había
confirmado que tenía exactamente su misma edad —hacía tiempo que veía
una mujer bella cuando la miraba.
Lily aceptó lo que él le decía, pero no se conformó con su palabra y le
hizo firmar un nuevo contrato. En él puso claramente que él aceptaría
casarse el veintitrés de abril, la víspera de su treinta y seis cumpleaños, con
la joven que ella propusiera, y luego especificó los cuatro eventos en los
que ella le acompañaría. Al final puso el monto total: cinco mil quinientas
guineas, y le hizo firmar.
Capítulo 11
Lily había pasado nerviosa toda la semana. Como hija de un noble rural,
había ido muchas veces a recepciones y bailes, pero intuía que los eventos a
los que iba a ir con el Duque eran de otro nivel.
Decidió no trabajar en toda la semana y concentrarse en los preparativos
del primer evento:la recepción. Para tranquilizar a su estricto espíritu
trabajador, se dijo que aquellos preparativos también eran trabajo: no en
vano, le iba a sacar a Daniel Wilson quinientas guineas por aquel evento.
Lo que tenía que hacer, fundamentalmente , era decidir qué vestido y
qué peinado y joyas iba a llevar. Él le había pedido que fuera magnífica y le
había dado un extra de doscientas guineas para que se comprara lo mejor.
Lily no había gastado tanto dinero en sí misma de golpe jamás. De
hecho, ni en un año gastaba esa cantidad en ropas y adornos. Pero no estaba
en su mano negarse a ello, formaba parte del trato. El Duque le había dicho
también a dónde debía dirigirse para encargar su vestido: la modista de
moda de la corte.
Lily se acercó al lugar un poco encogida, algo que no era habitual en
ella, acostumbrada a buscarse la vida en entornos mucho más difíciles. De
hecho, hacía ya años que estaba acostumbrada a tratar con personas de la
alta nobleza en su negocio, pero precisamente ahí estaba la diferencia. En
su oficina era ella quien tenía las riendas, quien mandaba, quien marcaba la
dinámica de la relación, lo que iba a hacer aquel día, contratar los servicios
de la mejor modista del reino, salía totalmente de su zona de confort y de
cualquier zona que controlara mínimamente.
Pero nada más llegar sus temores desaparecieron. Le recibió una joven
tan guapa como simpática, primorosamente vestida con una ropa que se
veía que era un uniforme, pero el más bonito y delicado que había visto en
su vida. Se presentó como Miss Lauren, ayudante de Lady McArthur.
Al principio Lily no entendió nada, pero tampoco se preocupó, porque la
joven, que le acercó una copa con un refresco delicioso, le estaba haciendo
muy fácil la entrada en el lugar. Nada más dar un sorbo a la copa, apareció
una mujer mayor que ella, rondaba la cuarentena larga, también
encantadora:
—Es usted la señorita Robinson ¿verdad? Encantada de conocerla y más
aún de vestirla. Daniel no ha mentido cuando me ha dicho que es usted una
belleza.
Lily casi se atraganta con el líquido cuando la escuchó. Daniel, era, por
supuesto, el Duque de Castleton, que no se había limitado a aconsejarle a
ella que acudiera a aquella modista, sino que le había hablado de ella a la
dueña. ¿Sería verdad que la había definido como la modista acababa de
decir? ¿Había dicho que era una “belleza”?
Tenía que ser una exageración de la modista, se dijo finalmente a sí
misma. Para empezar, porque ella no se tenía por una belleza, aquello eran
palabras mayores que solo iban dedicadas a las más jóvenes y ni siquiera en
su juventud se había sentido así (ni nadie se lo había hecho sentir).
Sabía que tenía buena figura, y también unos ojos especiales,
llamativos...y bonitos, sí, pero nada más. El resto de su persona siempre
había pasado bastante desapercibido.
En cualquier caso, dentro de aquello que le estaba ocurriendo de tener
sensaciones y pensamientos nuevos no solo no le molestó imaginar que el
Duque hubiera podido decir algo así de ella, sino que las mariposas que
últimamente tenía en el estómago cuando pensaba en él, se multiplicaron.
Enseguida volvió su parte juiciosa y se convenció de que todo era una
estrategia comercial de la modista: seguro que le decía algo parecido a
todas las mujeres que contrataban sus servicios.
En cualquier caso, aquella entrada le alegró el humor, y así continuó el
resto de la velada.
Pasó en el lugar más de cuatro horas. Anteriormente, algo así le habría
parecido casi una pesadilla, pero las dos mujeres, la ayudante Lauren y la
dueña lady McArthur, eran unas expertas en hacer sentir cómodas a las
clientas. Y también únicas.
Lily, que nunca había perdido mucho tiempo escogiendo vestidos, se
dejó aconsejar por ellas todo el rato. Pero es que lo hizo sabiendo que ellas
iban a escoger lo mejor para ella.
De hecho, al final acabó escogiendo una tela roja, brillante,
terriblemente llamativa, que no habría escogido por ella misma jamás. Pero
lo cierto era que, tras hacerles caso a las dos mujeres y ponerla sobre su
piel, se dio cuenta de que aquel color sobre ella se volvía terriblemente
elegante. Y también que le sacaba a su piel, bastante pálida, y a su pelo, de
un castaño bastante insulso, una luz especial, haciendo que pareciera una
mujer terriblemente distinguida y también, por qué no decirlo, bella.
Otro tanto ocurrió con la forma del vestido. Para cuando llegaron a ese
tema, ella ya había dejado en manos de las dos mujeres la elección del
patrón y, aunque le pareció que el escote que le proponían era demasiado
pronunciado, aceptó todo lo que le decían.
Cuatro días después, justo la víspera del evento, cuando se probó el
vestido ya terminado, comprobó de nuevo que las mujeres habían sido sus
mejores aliadas, jamás en la vida había estado tan bella.
Y finalmente llegó el día de la recepción. El Duque le había enviado una
doncella de su palacio para que la peinara, y también con un paquete en el
que había el collar y los pendientes de rubíes más maravillosos que había
visto Lily jamás.
“Eran de mi difunta madre, le ruego se los ponga para esta noche, va a
estar magnífica”, decía la nota con la que iban acompañados.
Estaba claro que el Duque había hablado con la modista, porque había
acertado plenamente con el tipo de piedra preciosa que mejor iba con el
vestido.
Cuando una hora antes de que llegara el carruaje con Castleton dentro
para recogerla, se miró en el espejo de su tocador, se quedó casi sin
respiración: desde luego, iba a ser la digna acompañante de un Duque: del
Duque de Castleton.
Capítulo 13
Agachada detrás del sofá, Lily oyó cómo la puerta se abría, entraban los
dueños de las voces y se cerraba de nuevo con ellos dentro de la estancia.
El hombre era Daniel Wilson sin duda:
—Elisabeth, querida, ella es sólo un negocio. Un señuelo para que mi tío
me deje en paz —fue lo primero que dijo él.
—Es demasiado guapa para ser un negocio —le contestó ella con un
tono irritado en la voz.
—Y demasiado mayor para mi, ya sabes—añadió él, en tono burlón.
—En eso tienes razón —dijo ella, ahora ya con un tono zalamero.
E inmediatamente, las voces callaron y otros sonidos se hicieron dueños
de la habitación.
¡¡¡Besos¡¡¡, !!!eran claramente besos!!!
Lily aguantó la respiración. Aunque era el último lugar en el que quería
estar, no podía escapar y tampoco podían enterarse de que ella estaba ahí.
Tenía que tener muchísimo cuidado para que no la descubrieran.
Enseguida, los besos pararon y la mujer empezó de nuevo a hablar:
—No me gusta que estés con ella, Daniel, no me gusta nada —volvió a
insistir la mujer, con tono enfadado y utilizando el nombre de pila de él.
Aquello confirmaba la identidad de él. La respuesta de él, le ayudó a Lily a
terminar de completar el puzle.
—Tampoco me gusta a mí que estés casada con el Duque de Liverpool,
Elisabeth.
A él no se le notaba enfadado, sino seductor. El sonido de los besos a
continuación le confirmó a Lily que estaba siendo testigo de una
conversación de amantes.
—¡Déjame! —insistió ella, arisca —los dos sabemos que mi matrimonio
nunca te ha importado, como tampoco me importa a mi el tuyo. Puedes
casarte con la insulsa que quieras que ya sé que eso no me va a afectar. Pero
ella no me gusta, y no entiendo por qué tienes que aparecer de su brazo. Es
verdad que es vieja y mucho más fea que yo, pero no me gusta verte con
ella. ¡Cásate con cualquiera, pero déjate de jueguecitos con “esa”!
Lily continuaba aguantando la respiración. Por nada del mundo debían
descubrirla. Ya sabía demasiado. La amante de Castleton era la Duquesa de
Liverpool, la mujer más bella del reino…, y también la esposa del hombre
más poderoso después del Rey. Aquella información, que deseaba no haber
conocido nunca, era incluso peligrosa para ella.
Y, por otro lado y aunque no fuera peligroso, estaba claro que la
Duquesa estaba descontenta con la aparición de Daniel de su brazo. ¡¡Era a
ella a quién estaba criticando, llamándola vieja y fea!!
Lily se concentró de nuevo en la conversación de ellos. En ese
momento, Daniel estaba intentando hacer cambiar el humor de la Duquesa.
—Elisabeth, no me gusta nada. Como te he dicho, tiene demasiados años
para mi y también una nariz extraña. Y un genio endemoniado — y de
nuevo sonaron besos, aunque lo que había dicho Castleton no debía de ser
suficiente, porque enseguida continuó intentando explicarse —ya te he
dicho que todo es para que mi tío me deje en paz los tres meses de soltería
que me quedan. Cuando me case, tú y yo vamos a tener que pasar unos
cuantos meses sin vernos, hasta que mi matrimonio se asiente.
—Si, con eso ya contábamos. Y también con la posibilidad de que me
busque otro amante mientras tanto —ella lo soltó junto con una risita
maliciosa, pero a él no le afectó mucho, porque soltó una carcajada y le
dijo:
—Eso es lo que me gusta de ti, lo descarada que eres —y los besos
sonaron más fuertes y se le añadieron suspiros y gemidos.
Y Lily solo quería desaparecer.
Pero no podía, tenía que aguantar allí, sin moverse, los sonidos que
hacían los dos después de haber dicho aquellas cosas horribles de ella.
Además, por desgracia para ella, el tema empeoró:
—¿Uno rapidito? —dijo la Duquesa de Liverpool con voz melosa y sin
gota de enfado ya. Y él contestó tan solo:
—Ummmm.
Y los sonidos de besos, ropas moviéndose y, lo peor, gemidos de placer,
llenaron toda la habitación.
Jamás había protagonizado un acto de amor, pero supo descifrar
perfectamente lo que estaba ocurriendo: a un par de metros de ella una
pareja estaba realizando el acto sexual. Y él, en concreto, era el hombre con
el que había acudido al baile. Que sí, que vale, que todo era un negocio,
pero había algo tremendamente humillante en lo que estaba ocurriendo.
Amén de terriblemente incómodo.
Lily quería tapar sus oídos con las manos, pero no se atrevía a hacerlo ya
que temía que cualquier movimiento sonara y la descubrieran.
Y si eso ocurría, la humillación y el embarazo serían siderales.
Así que tuvo que escuchar sin censuras cómo los susurros fueron
aumentando en intensidad y los gemidos se hicieron más guturales, roncos
y…¿sexuales?... Sí, eso tenía que ser, pensó Lily.
La estancia se llenó de una especie de electricidad densa y excitante.
Además, las pocas palabras que pronunciaban los amantes, despertaron la
imaginación de Lily, y su mente se llenó de imágenes perturbadoras: “sí,
así, sí” decía él. Y ella: “dame más”, “ahí, ahí”, “por favor, dame”.
Fueron los cinco minutos más largos y perturbadores de su vida, pero
acabaron. Y lo hicieron como en una exhibición de fuegos artificiales: con
la traca apoteósica al final.
El acto que Lily sólo oía, pero imaginaba perturbadoramente, acabó con
sendos gritos ahogados de indiscutible e intenso placer. El de él, grave, el
de ella, agudo.
Y después de aquello, varios segundos de respiracioens agitadas, más
sonidos de besos y ropas ajustándose y ella diciendo:
—El baile está a punto de comenzar, tengo que salir ya.
Y él:
—Sí, sal, yo esperaré un minuto y saldré.
Un nuevo beso y el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse.
☙☙☙☙☙☙☙☙
Lily, a cuatro patas detrás del sofá que le tapaba de ser vista por el
Duque, solo se decía: “no te muevas, no te muevas, no te muevas”. Aquel
era el momento más delicado, ya que él se había quedado solo en la
estancia. Si se movía por ella, podía descubrirla y entonces…, no quería ni
pensarlo, así que vovió a aguantar la respiración y a hacer esfuerzos por no
mover ni un músculo.
Oía los pasos del Duque, pero parecían lejanos, así que, con un poco de
suerte, aquel episodio terrible estaba a punto de terminar con la única
consecuencia de lo desagradable que había sido vivirlo.
Y Lily empezó a contar: uno, dos, tres..., los segundos que faltaban para
que llegara el minuto que él había dicho que iba a esperar.
Pero cuando iba por el número cincuenta y siete y estaba a punto de
cantar victoria, la voz grave de él le hizo levantar la cabeza:
—¿¿Robinson??
Era un inetrrogante con mezcla de asombro, porque estaba claro que no
se creía lo que estaba viendo. Al parecer, tal y como ella se había temido, él
había estado deambulando por la habitación y, como era muy alto, al
acercarse un poco, el parapeto del sofá no había sido suficiente para
ocultarla.
Y ahí lo tenía, plantado a menos de medio metro de ella, mirándola con
los ojos como platos.
Y ella a cuatro patas, como la primera vez que él la había visto, solo que
esta vez de frente. Casi peor, porque así él podía ver que tenía la cara roja,
por el esfuerzo que estaba haciendo para respirar despacio, pero también
producto del bochorno que había vivido al escuchar el acto sexual.
Ridícula y turbada, ¿podía haberle ocurrido algo peor?
Capítulo 16
☙☙☙☙☙☙☙☙
Pero Lily no era la persona que había quedado más afectada con lo
ocurrido en la recepción, sino Daniel.
Desde que la había conocido, su vida había cambiado. Para mejor.
Durante aquellos seis meses, cada vez que había acudido a la empresa
“Matrimonios felices” en busca de una nueva cita, había ido encantado,
porque Lily (sí, él también había empezado a llamarla así para sí mismo) le
divertía y estimulaba como nadie.
Le encantaba su carácter fuerte. La forma en que se ganaba la vida, sin
depender de nadie. Y su madurez, pero en el buen sentido.
Él siempre se había relacionado con mujeres muy jóvenes, que tenían un
físico envidiable, fresco, perfecto, pero eran inmaduras. Y siempre había
pensado que ese rasgo, la inmadurez, no tenía nada que ver con la edad,
sino que era propio de las mujeres de cualquier edad.
Pero esto había sido así porque nunca se había tomado la molestia de
conocer en más profundidad a mujeres de más edad: cuando se había
topado con Lily, todos sus prejuicios se habían venido abajo.
En muchos sentidos, ella era igual a él: preparada, inteligente, rápida y
luchadora en sus discusiones verbales, por encima del qué dirán. Con ella
había tenido las discusiones más estimulantes de su vida.
De hecho, cada vez que se acercaba a “Matrimonios felices” en busca de
una nueva cita, lo hacía con una sonrisa pícara en la cara: sabía que ella se
iba a enfadar y revolver y también que intentaría a pesar de todo mantener
el tipo y no mandarlo con caja destempladas, porque se trataba de un
negocio. De su negocio.
Le encantaba ver la tensión que esto le suponía a Lily y lo bien que lo
gestionaba: dándole a él contestaciones irónicas y cortantes, pero sin
pasarse de la raya y manteniendo el respeto.
Se acercaba siempre a su oficina como cuando iba a entrenar esgrima
con sus amigos: preparado para una velada de lucha sin cuartel, pero siendo
en realidad un divertimento.
Y eso que algunas veces ganaba él, pero la mayoría de las veces lo hacía
ella. Sin embargo, él se iba del lugar derrotado, pero con la sonrisa intacta
por haber pasado un rato estupendo.
Así había ocurrido durante aquellos seis meses de citas en las que no
recordaba apenas a las jóvenes con las que se había citado, porque la única
mujer que le había interesado había sido la dueña del negocio.
Y también le había ocurrido algo perturbador con el tema de la edad.
Porque Lily era bastante mayor que aquellas jóvenes, pero no les
desmerecía en belleza.
Era cierto que no tenía una belleza explícita y llamativa, pero cuando la
conocías, no podías dejar de apreciar el fuego de su mirada, que le daba una
luz intensa a toda ella, y la sonrisa, que a él no le enseñaba muchas veces,
pero cuando lo hacía, iluminaba el lugar donde estuviera como si de un día
de julio se tratara.
Sí, Lily también le atraía físicamente. Mucho. Muchísimo más que
cualquiera de las jóvenes con las que se había citado.
¿Y más que su última amante, la Duquesa de Liverpool?
Esta pregunta se la había hecho Daniel justo el día que Lily decidió no
aceptar más negocios con él. No se dio una respuesta, solo se planteó la
pregunta, pero el solo hecho de hacerlo era llamativo. Luego, los
acontecimientos hicieron que aparcara el tema, lo olvidara.
Pero al día siguiente de la recepción se la volvió a formular y esta vez sí
se contestó:
“Sí, Lily me gusta más que la Duquesa. Me gusta más de lo que me ha
gustado nunca una mujer”
Capítulo 18
Pasaron los quince días cada uno envuelto en sus propios pensamientos
y preocupaciones y llegó el día del segundo evento al que debían acudir
juntos: el baile de debutantes.
No habían mantenido ningún tipo de contacto durante aquellos días,
pero Daniel al final rompió el silencio. Tenía que quedar con ella de alguna
manera y ella no parecía que iba a dar ningún paso, así que le envió una
nota la víspera.
☙☙☙☙☙☙☙☙
Hacía una noche perfecta para estar al aire libre. El aire templado
invitaba, además, a pasear con calma, sin prisa, dejándose mecer por la
suave brisa.
Hacía luna nueva, pero el cielo estaba tan despejado, que se veían
cientos, miles, de estrellas titilando.
Lily y Daniel salieron en silencio, uno al lado del otro, pero sin tocarse.
Lily había respondido un “sí” entusiasmado a la invitación de él,
aparcando todas sus objeciones de años. Lo había hecho empujada un poco
por el ponche que había bebido y otro poco por dejarse llevar por las
sensaciones que había tenido esa noche al lado de él, pero no se engañaba,
aún mantenía intacta la capacidad de negarse a hacer lo que iba a hacer. No
había perdido la voluntad, lo que había hecho era cambiarla.
Ahora quería que sucediera lo que iba a ocurrir.
Al día siguiente quizá se arrepintiera, pero esa noche iba a dejarse llevar.
Daniel,a su lado, mantenía un silencio igual al de ella. Estaba también
perdido en sus pensamientos y, quizá, en sus propios conflictos. Aunque
Lily dio por supuesto que para él iba a ser más fácil: estaba acostumbrado a
seducir y tenía una larga experiencia. Para ella, sin embargo, iba a ser la
primera vez.
Llegaron envueltos en ese silencio un poco cómplice, porque ambos
sabían qué iba a ocurrir, hasta un lugar apartado del jardín, y entonces
Daniel pronunció las primeras palabras desde que habían salido al exterior:
—¿Qué te parece que nos sentemos ahí?
Y le señaló un lugar escondido tras unos setos.
Cuando se acercaron un poco más, después de que ella asintiera (en ese
momento iba a decir que sí a cualquier cosa que él le propusiera), se fijó en
que tras los setos había un banco de madera.
Por un segundo pensó que Daniel conocía aquel lugar apartado y
discretísimo porque había estado antes allí, haciendo lo que iba a hacer con
ella…, pero apartó esos pensamientos inmediatamente: esa noche no iba a
permitir que nada ensombreciera lo que estaba ocurriendo.
Llegaron al banco y se sentaron, muy pegados, pero manteniendo aún la
falta de contacto físico.
Y Daniel volvió a hablar.
—Mira, es Júpiter —Y le señaló lo que ella habría tomado por una
estrella más grande y brillante que las demás.
Se quedó mirando hacia arriba, arrullada por el eco de la voz de él
señalando el planeta. Una voz que había sonado más ronca de lo habitual, y
que le había acariciado las entrañas.
El aire pareció volverse más denso, pero con una densidad cargada de
energía maravillosa.
Lily no se atrevía a mirar a Daniel, porque sabía que una vez lo hiciera,
todo cambiaría, para siempre. En vez de hacerlo, cogió fuerzas e intentó
continuar la conversación.
—Es precioso…, me gustaría ver Venus también.
Lo dijo sin pensar, pero en cuanto lo soltó, se dio cuenta de que Venus
llevaba el nombre de la diosa del amor. Algo dentro de ella había tomado el
control y ya no intentaba ni disimular. Además, su voz también había
sonado más ronca de lo habitual y cargada con la misma energía densa y
electrizante de él.
Lo único que podía hacer era no mirarle, pero notó que esta vez él sí lo
estaba haciendo. Había bajado la mirada del cielo, había girado la cabeza y,
a escasos centímetros de ella, la miraba intensamente. Lo notaba.
—Para ver a Venus, deberíamos permanecer aquí hasta el amanecer.
Y la nueva Lily respondió:
—No me importaría…
Pero sin bajar la mirada del cielo, notando la intensa energía de la
mirada de él sobre ella.
Y entonces Daniel solo dijo:
—Lily…
Y ella entendió que todo debía empezar.
Giró la cabeza y se encontró con los maravillosos ojos azul zafiro de él.
Y todo fue muy lento y muy placentero.
Maravilloso.
Él acercó sus dos manos a la cara de ella, y la cogió entre ellas. Con una
delicadeza y un cuidado exquisitos.
Después, acercó su cabeza a la de ella y, finalmente, la besó.
A Lily nadie la había besado en los labios en sus treinta y cinco años de
vida, y nunca lo había necesitado o echado de menos, pero, en cuanto notó
la suave caricia de los labios de él, se dió cuenta de que, sin eso, se habría
perdido uno de los tesoros de la vida.
Los labios de él sobre los de ella le provocaron la sensación más
maravillosa que había sentido en su vida. Era como si esas mariposas que
llevaban unas semanas aleteando en su estómago, hubieran salido y le
acariciaran con sus alas juguetonas.
Además, no estaba solo el tacto, también era la calidez de los labios de
Daniel, un calor que parecía derretir su cuerpo entero, pero no como cuando
en verano se sofocaba: era una sensación diferente y plena. Más parecida a
la que sentía al entrar en casa y ponerse frente a la chimenea un desapacible
día de invierno o la que se sentía también esos días al arrebujarse bajo las
mantas y sábanas en la cama.
Era una calidez que le daba la sensación de estar en su lugar natural en
el mundo.
—Lily...
Volvió a decir Daniel, con la voz aún más ronca y con una nota que, a
pesar de oír por primera vez, Lily descifró perfectamente: deseo.
Y ella le respondió igual:
—Daniel...
Y volvieron a fundir sus labios, pero esta vez con más avidez.
Daniel pasó los brazos alrededor de su cintura y la estrechó contra él.
Fue un abrazo delicado y cuidadoso. Y la sensación de energía y calidez se
multiplicó por mil. Notó los músculos de él, mullidos y duros al mismo
tiempo,y , sobre todo, sintió algo que jamás había sentido: seguridad
absoluta.
Sí, entre los brazos de Daniel sintió que nunca jamás le iba a ocurrir
nada, que estaba en su refugio, en su lugar seguro.
Fue apenas un momento, pero esa sensación de seguridad y sentirse
protegida dio paso a otras sensaciones, igual de fuertes e intensas: quería
conocer a ese hombre mucho más, en profundidad.
Y entonces ella misma apretó el abrazo, e hizo otro movimiento
instintivo: abrió ligeramente la boca.
Daniel, al notar ambos gestos, hizo también movimientos nuevos. Lo
que más sorprendió a Lily fue notar su lengua dentro de su boca.
Sí, Daniel, al notar que ella abría sus labios, introdujo la lengua
lentamente en su interior y acarició la de ella suavemente.
En cuanto Lily se repuso de la sorpresa, entendió la dinámica del beso y
comenzó a mover su lengua también, saboreando la dulzura de la de él.
Se fundieron en un beso profundo e intenso que no hizo más que
acrecentar el deseo que estaba naciendo en Lily, un deseo que aún
controlaba, pero que estaba a punto de descontrolarse.
Y ella, que siempre había mantenido el control de su vida, decidió que
no importaba, que aquella noche se dejaría llevar totalmente, sin censura.
Por eso mismo, fue la primera de los dos en despojar de su ropa al otro.
Daniel ya se había quitado la chaqueta al sentarse en el banco,
quedándose solo con una camisa blanca de seda a través de la cual se
adivinaban sus poderosos músculos. Pero Lily necesitaba más de él, mucho
más, así que por un momento dejó el beso goloso e intenso que se estaban
dando y empezó a quitarle la camisa a Daniel.
Intentó quitarle los botones superiores, pero se lió un poco, así que al
final decidió sacarle la camisa de dentro del pantalón.
Lo hizo todo con avidez y urgencia, pero es que eso era lo que sentía:
necesitaba tocar la piel y el cuerpo desnudo de Daniel tanto como un
naufrago en medio del mar necesita agua dulce.
Daniel entendió su urgencia, se rió un momento, risas que ella imitó, y
luego se quitó él mismo los botones superiores y le ayudó a quitarle la
camisa, pasándola por encima de su cabeza.
Lily se quedó un momento mirando el torso desnudo de Daniel: era
magnífico, un cuerpo perfecto que ella solo quería acariciar y besar.
Y es lo que hizo.
Daniel se dejó hacer, emitiendo suaves gemidos guturales cuando ella le
besaba con aquella suavidad e ingenuidad, pero también con una energía
sensual maravillosa.
Y al oír sus sonidos, Lily sintió una necesidad nueva: quería que él la
acariciara a ella de la misma manera.
Daniel seguía abrazándola y acariciándola por encima de la ropa, pero
ella necesitaba sentir sus manos sobre su piel desnuda, y esta vez lo que
hizo fue pedírselo.
—Quiero que me toques igual que yo a ti.
Se quedaron mirando en silencio un momento, cargando el aire de
energía sexual.
Dabiel quería hacerlo, por supuesto, pero se mantenía algo más frío que
ella: sabía que si daban aquel paso podía no haber marcha atrás.
Ella pareció entender sus reticencias y se las quitó por la vía de los
hechos consumados: empezó a bajarse los tirantes del vestido.
Y entonces Daniel aparcó sus reticencias y decidió que lo haría, sí, pero
a su manera: con la delicadeza, cuidado y cariño que Lily merecía.
Así que apartó suavemente las manos a ella y continuó él bajando los
tirantes, pero lo hizo mucho más suavemente que ella, y dándole infinidad
de besos en las zonas de piel que iba descubriendo.
Los suspiros de Lily se hicieron más seguidos y más altos. Lo que
Daniel le estaba haciendo le estaba provocando un placer nuevo e intenso.
Sentía que se estaba derritiendo por dentro y, al mismo tiempo, la
necesidad de él aumentaba.
En un momento dado, los pechos de Lily quedaron liberados de la ropa.
El aire era cálido, pero, aún así, el contraste con cómo habían estado
protegidos por la tela hizo que sus pezones se pusieran en punta.
Tenía unos pechos pequños, pero con una forma perfecta, y los pezones,
pequeños y de color muy claro, apuntando al frente, eran la coronación de
su perfección.
Daniel se los quedó mirando, extasiado. Le parecieron preciosos, como
toda ella. Y dudó un momento antes de tocarlos. Sabía que aquel paso
podría ser definitivo, quería hacerlo, pero, al mismo tiempo, algo dentro de
él le decía que no estaba bien.
Lily pareció entender sus reticencias y actuó ella entonces:
Le cogió la mano derecha con la suya y la posó sobre su pecho
izquierdo.
Y los dos soltaron un suspiro largo de placer.
la piel del pecho de Lily era suave y cálida y chocaba con la dureza del
pezón que cosquilleaba la palma de la mano de Daniel.
Pero para Lily el placer era aún mayor. Una energía de deseo la recorrió
enera, desde la punta de ese pezón hasta el entro de su sexo, que ya llevaba
unos minutos humedeciéndose lentamente, pero ahora la humedad cálida
aumentó.
Y ella necesitó apretar su cuerpo más contra el de Daniel, y él necesitó
besar aquellos pezones que le llamaban como si se trataran la fruta más
deliciosa.
Así se enredaron los dos en un baile de deseo y caricias infinito. Se
recorrieron enteros; de la cintura hacia arriba no hubo un hueco que no
exploraran, un centímetro de piel que no acariciaran o besaran.
Estuvieron así varios minutos, intentando saciarse del otro, pero como
Daniel sabía y Lily descubrió, aquello, en vez de saciedad lo que producía
era más deseo.
No se estaban atreviendo a bajar más allá de las cinturas, pero ahí estaba
la parte de su cuerpo que les llamaba más, que más necesitaba mimos y
caricias.
Y Lily, la nueva Lily, en un gesto instintivo, hizo lo que su cuerpo le
pedía: primero se subió las faldas hasta el nacimiebnto de las caderas y
luego, cogió de nuevo la mano derecha de Daniel y la posó sobre sus
enaguas, pero justo en al zona donde estaba su sexo.
Instintivamente Daniel apartó la mano, como asustado, pero ella se la
volvió a coger y la volvió a poner en el lugar. Luego, mirándole con
intensidad, le dijo:
—Soy una mujer adulta y libre, sé lo que estoy haciendo y quiero
hacerlo.
Y Daniel supo que tenía razón. No solo eso, sino que era la mujer más
bella que había tenido entre sus brazos jamás, y que parte de su belleza
venía precisamente de su madurez y su independencia.
Así que afirmó también, y se dispuso a acariciarle a Lily como ella le
pedía, como ella merecía.
Sólo que ocurrió algo que le hizo parar en seco:
Ella también posó su mano sobre su miembro viril. Y no la apartó,
aunque hay que decir que a punto estuvo, ya que le impresionó su dureza.
Daniel respiró hondo un par de veces. Era un hombre muy
experimentado, pero el gesto de Lily le había pillado desprevenido y se
había encendido más de la cuenta.
Era evidente que Lily era inexperta, no había más que ver sus ojos
abiertos de par en par por la sorpresa de tener un pene masculino enhiesto
entre sus manos, pero, aún así, se estaba dejando llevar por el instinto y le
estaba dando un placer enorme.
Pero él quería que gozara ella y, sobre todo, que llegara al clímax antes
que él, así que tuvo que ir ajustando los gestos de ella, pidiéndole que
parara cuando le daba demasiado placer y, mientras, afanándose por dárselo
él a ella.
Y lo consiguió, por supuesto. Lily era una maravilla, porque se había
dejado en sus manos completamente y con sus suspiros y gemidos le
ayudaba a acariciarla de la mejor manera posible.
Empezó conociendo su sexo muy poco a poco, por encima de la tela de
las enaguas, pero pronto introdujo sus dedos a tarvés de la abertura y
empezó a acariciarla con los dedos.
Ella se acopló a las caricias, moviéndose, para conseguir más placer y el
no tuvo más que encontrar los gestos y lugares que más lo provocaban.
Al final, guiándose por sus movimientos y gemidos, ambos alcanzaron
el clímax a la vez, y consiguieron un orgasmo largo y profundo que los dejó
satisfechos y agotados, pero, sobre todo, felices uno en los brazos del otro.
Capítulo 22
“Querida Lily:
Creo que no hace falta que te diga que ayer viví contigo una experiencia
difícil de olvidar. Fue maravilloso y guardaré el recuerdo de ella toda mi
vida.
Como ya puedes suponer por el tono en el que te estoy escribiendo, a
pesar de haber sido maravilloso, no se puede volver a repetir.
Estoy seguro de que piensas lo mismo que yo. Eres una mujer adulta y
profesional que nunca has necesitado un hombre a tu lado, me lo has dicho
y lo he percibido en ti muchas veces, pero no me parecía bien dejar las
cosas así, quería aclararlas, para que el último evento en el que debemos
aparecer juntos, dentro de un mes, justo quince días antes de mi boda, no
estemos incómodos.
Te propongo que en esa ocasión volvamos a nuestro trato amigable de
las veces anteriores, que charlemos, bailemos…, pero nada más.
Y después nos despidamos para siempre. llevando en nuestra memoria el
recuerdo de una noche inolvidable.
Un abrazo afectuoso
Daniel”
Capítulo 23
☙☙☙☙☙☙☙☙
Para Lily la misiva de Daniel no fue una sorpresa. Había tenido claro
desde el principio que lo que había ocurrido entre los dos la noche anterior,
no iba a cambiar nada. Ni por parte de él, ni por parte de ella.
De hecho, esa claridad era la que le había permitido ser acariciada por él.
Tener una intimidad casi total, que no había llegado a la consumación
definitiva exclusivamente porque estaban en un lugar público al aire libre.
Pero el que lo tuviera claro, que ambos se habían dado una tregua de una
noche en sus planteamientos vitales, no significaba que no le doliera.
Mucho.
Porque, a pesar de ser contra su voluntad, sabía que se había enamorado
de él. Y, sin embargo, la misiva de Daniel demostraba que él de ella no. Que
sólo había sido un divertimento.
No podía enfadarse con él ni acusarle de nada, ella misma había forzado
la relación física, pero le dolía, mucho, no ser correspondida.
De todas formas, después de leer la misiva varias veces, se dijo a sí
misma que aquello, en realidad era una bendición: saber que él no le
correspondía le iba a hacer mucho más fácil olvidarlo.
Solo le quedaba contestar a aquella misiva, algo que hizo utilizando el
mismo tono que Daniel (por nada del mundo su orgullo le iba a permitir
quedar como una tonta enamorada ante él) y aguantar el último baile sin
que se le notara lo que estaba padeciendo.
Era fuerte, era inteligente y era lo correcto, así que lo haría seguro, se
dijo una vez mandó la carta.
Capítulo 25
Pero una cosa es planear las cosas de antemano y otra que salgan como
lo has planeado.
El día del último baile llegó. Lily se puso el vestido más discreto de los
cuatro que había usado, aunque no dejaba de mostrar su belleza. También se
maquilló menos y se puso las joyas menos llamativas, todo, en un intento de
prepararse para resistir. Pero cuando finalmente vio a Daniel, se le cayó el
mundo a los pies y tuvo que hacer esfuerzos para no echarse a sus brazos. O
para no correr de vuelta a su apartamento escaleras arriba.
Estaba guapísimo. Grande, fuerte, tranquilo y… mirándola con un brillo
de cariño en el fondo de sus ojos que la desarmó totalmente:
—Hola Lily, veo que cada vez estás más bonita. La sencillez te hace más
bella porque resalta lo que eres.
Daniel había ido convencido de lo que había logrado escribir en la
misiva, pero no pudo evitar soltar aquella galantería.
En realidad, no pudo evitarlo porque era verdad y era lo que sentía: Lily
estaba preciosa. Era preciosa. Y él sólo quería estrecharla de nuevo entre
sus brazos.
Pero no debía hacerlo. así que una vez soltado aquello, decidió continuar
con el plan que se había trazado aquella mañana: intentaría ser amable, pero
no pasar ninguna frontera más.
Para conseguir esto último, se le había ocurrido que una buena estrategia
era escoger bien los temas de conversación dentro del coche mientras se
dirigían al baile. Y no había un tema que enfriara más lo que sentía por ella
y lo que ella pudiera sentir por él, que su próxima boda.
Con otra.
—Bueno, Lily —le dijo una vez se acomodaron dentro del coche —,
hoy es nuestro último evento y en quince días estaré casado con quien tú
hayas elegido —Terminó, sonriendo para intentar que aquello quedara
irónico y divertido, como había sido el tono de su relación al principio, pero
sin conseguirlo, ya que le había salido más amargo de lo que hubiera
querido.
—Efectivamente, Daniel, nuestro contrato acaba hoy y comienza el de la
boda. Tu prometida ya tiene todo organizado —le dijo ella, recuperando el
tono profesional que había utilizado con él durante mucho tiempo —. Por
cierto —continuó —, ya va siendo hora de que sepas quién es, ¿no te
parece?. Porque me parece excesivo dejar la sorpresa hasta el momento del
altar. Tanto ella como tú sabéis que es un matrimonio acordado, pero quizá
ella se merece un poco de respeto, es decir, un mínimo interés por tu parte.
Es una buena chica.
Lily había soltado esto último de seguido. Era un tema doloroso para
ella, muy doloroso, pero, al mismo tiempo, recordar su boda en quince días
era el mejor antídoto para no hacer tonterías esa noche. Y para mantener el
tipo ante él.
Daniel, sin embargo, se descolocó un poco al escucharla. Él había
sacado el tema, sí, pero en realidad no quería hablar demasiado de ello y,
sobre todo, no quería saber qué mujer iba a ocupar el asiento que en ese
momento ocupaba Lily.
En cualquier caso, se dio cuenta de que no podía escabullirse y le
contestó lo único que podía contestar:
—Sí, Lily, tienes razón, ¿quién es?
—Violet O'Hara, la décima chica con la que te concerté una cita.
Daniel se quedó pensativo un momento, suspiró un par de veces y, al
final, le dijo:
—La verdad es que no recuerdo cuál de ellas es. No les hice mucho
caso. A ninguna. ¿Es la pelirroja?
—No, tiene el pelo castaño —dijo Lily, empezando a enfadarse, porque,
aunque estaba enamorada de él, le seguía sacando de quicio la indiferencia
que había mostrado hacia las chicas que ella le había presentado.
—¡Ah, sí! —dijo en ese momento Daniel, recordando quién era y
salvando el momento —, fue la que mejor me cayó de todas. Aunque me
pareció demasiado dócil, con demasiadas ganas de agradar.
—Será una buena Duquesa de Castleton, dijo Lily para zanjar la
conversación. Le había venido bien, para poner los pies en la tierra, pero le
dolía.
Y justo en ese momento, para alivio de los dos, llegaron al lugar del
baile.
Se trataba de otro palacio magnífico, totalmente iluminado y con un
enorme jardín que, se dijeron ambos a sí mismos, no pisarían.
A partir de ahí se sucedieron todos los momentos que habían vivido en
las ocasiones anteriores: charlaron con conocidos, bailaron y se
mantuvieron amables uno con el otro, pero esta vez, en el fondo de todo
ello había un punto de distancia y tristeza.
Hasta que una voz potente y grave —y también en un volumen más alto
de lo normal —les llamó la atención a ambos (y también a casi todos los
presentes).
—¡Querido sobrino!, he venido a cerciorarme de que no me estabas
mintiendo y veo, encantado, que todo era verdad.
El dueño de aquella voz era un hombre enorme, a lo alto y a lo ancho,
acompañado de otro hombre más bajito. El primero soltó una risa fuerte y
luego le dio una palmada en la espalda a Daniel.
—Hola tío Steve—dijo tan solo Daniel, con mirada alarmada.
Luego vinieron las presentaciones y Lily se enteró de que aquel hombre
era el famoso tío de Daniel que había provocado el contrato al que ella
estaba sujeta y, sobre todo, la boda que se iba a llevar a cabo en quince días.
Con otra.
Enseguida quedó claro que el hombre cayó en una confusión, como no
podía ser de otra manera: pensó que Lily era la mujer con la que Daniel se
iba a casar en quince días.
En la última misiva semanal que le había enviado, Daniel ya le había
dicho que estaba prometido, aunque sin decirle el nombre de la joven novia
aún, así que el tío no dudó ni un momento que se encontraba ante ella:
—Y esta preciosidad es tu prometida —dijo, mientras le hacía una
reverencia formal a Lily y luego le besaba la mano con tanta calidez como
la estaba mirando.
Lily se quedó muda, no iba a decir nada, porque dijera lo que dijera
podía montarse un escándalo mayúsculo, así que le dejó a Daniel la labor de
desengañar a su tío… y luego de arreglar lo que viniera a continuación,
porque no tenía fácil explicación que estuviera en un baile acompañado por
otra quince días antes de la boda..
Por suerte, pensó Lily, a aquel baile no había acudido Violet O’Hara, la
tercera implicada en aquel montaje de Daniel.
Sin embargo, Daniel no decía nada, se había quedado sin habla también.
Fueron apenas unos segundos, pero se hicieron eternos.
Al final se recuperó y cogió el dominio de sí mismo.
—Querido tío, ¡qué sorpresa! Te esperaba para dentro de quince días, el
día de la boda, no antes.
—Al final he decidido no venir a la boda —le contestó el tío sin perder
la sonrisa. Y luego, mirando alternativamente a su sobrino y al hombre que
le acompañaba silencioso a su lado, añadió —ya sabes que a Leonard y a mi
no nos gustan nada los eventos sociales. De hecho, ahora que ya te he visto,
vamos a volver a Escocia enseguida. He venido solo a comprobar que no
me estabas mintiendo y a conocer a esta maravillosa dama a quien, por
cierto, aún no me has presentado.
Danel cogió el guante, por supuesto y le dijo a su tío:
—Ah, sí, disculpa mi descortesía. Lily, te presento a mi tío Steve, tío, te
presento a mi prometida Lily.
Capítulo 26
Lily abrió los ojos como platos, pero consiguió no decir nada que
convirtiera aquel encuentro en un escándalo delante de todos. Así que le
siguió la corriente a Daniel, al tío y a su acompañante, el único en aquella
conversación que todavía no había abierto la boca, pero que la miraba con
muchísimo cariño también.
Finalmente, después de media hora de conversación, mayoritaria entre
tío y sobrino, en la que repasaron anécdotas familiares, los dos hombres
volvieron a Escocia.
—Espero, Lily, que vengáis a visitarnos a nuestro palacio en un tiempo.
Nosotros no nos solemos mover de allí, lo de hoy ha sido excepcional. Y
esperamos también que vengáis con uno o dos pequeños. Nos encantan los
niños.
Lily sonrió intentando disimular su estupor y turbación y se despidió de
los dos hombres aliviada, pero cuando se quedaron solos en aquel salón de
baile, miró por fín de frente a Daniel y le soltó:
—Pero, ¿por qué has dicho eso?
“Eso” era por supuesto el haberla presentado como su prometida.
—Vamos a buscar un sitio más tranquilo para hablar —fue lo que le
contestó él, cogiéndola de la mano y sacándola del gran salón.
Lily se dejó llevar hasta una terraza exterior donde había varios bancos y
ni una persona. Era un lugar lo suficientemente íntimo como para tener una
conversación sin que nadie les escuchara, pero no tanto como para que se
dejaran llevar por sus instintos, como la ocasión anterior.
—Lily —empezó Daniel en cuanto se sentaron —no podía hacer otra
cosa, ¿qué le iba a decir, que te había contratado para seguir llevando vida
de soltero hasta el último día antes de la boda?, ¿y que esta iba a ser con
una joven con la que he estado apenas una vez en mi vida y apenas recuerdo
su nombre y su cara?
—Le habrías dicho la verdad, lo cual no estaría mal, para variar —le
contestó ella, dura, no dispuesta a darle la mínima tregua. Pero también con
un punto de amargura en la voz que levantó las alarmas de Daniel.
—Lily, yo no te he mentido jamás —le contestó, mirándola fijamente.
—No estaba hablando de mí —le dijo ella después de una pausa.
—¿Segura?
Habían llegado a un punto de la conversación que no era a donde
querían llegar ninguno de los dos. Pero lo cierto era que el encuentro con el
tío había sido como la gota que había colmado el vaso, o como si hubiera
abierto una puerta que ninguno de los dos quería abrir, pero ya era
imposible cerrar.
En la dureza de Lily y en las respuestas de Daniel se estaba reflejando
algo diferente a lo que estaban diciendo. En realidad, estaban hablando de
ellos y de lo que sentían.
Daniel fue el primero en darse cuenta y en desenmascarar todo, aún así,
cuando lo soltó, él mismo se asustó al oírse, pero ya no había marcha atrás:
—Lily ¿qué te pasa? ¿No te habrás enamorado de mí?
En realidad, había puedo en palabras una duda que le rondaba desde
hacía tiempo, pero no solo en relación a ella, también en relación a él: ¿se
había enamorado de Lily?
Era incapaz de dar una respuesta, porque en realidad era algo que no le
había ocurrido nunca. No sabía qué era estar enamorado. Sí se había
encaprichado de mujeres, hasta el punto de obsesionarse, pero se había
tratado, siempre y exclusivamente, de algo sexual. Y pasajero.
Lo que le ocurría con Lily era diferente. Se divertía junto a ella como no
le había ocurrido junto a ninguna mujer. Ella le estimulaba en todos los
ámbitos de su vida, le atraía como ser humano y le atraía físicamente como
ninguna le había atraído antes.
Pero de la misma manera que veía claro que Lily era una mujer
excepcional en su vida, también tenía claro que todo iba a acabar esa noche.
Ver la reacción de Lily, no solo ese día, sino también los anteriores, le
había hecho pensar que a ella le estaba ocurriendo lo mismo que a él. Y
necesitaba parar aquello. Y la única forma de hacerlo era poniendo las
cartas sobre la mesa.
Lily, sin embargo, seguía sin contestar. Ante su pregunta, había abierto
los ojos como platos, pero no había abierto la boca aún.
Y Daniel se tomó su silencio como una afirmación:
—Lily, lo nuestro no tiene ningún futuro. Acaba hoy, junto con el
contrato. He disfrutado a tu lado como nunca, pero debo casarme. Y tú, ni
quieres ni encajas en lo que necesito para ser la futura Duquesa de
Castleton.
Aquella última frase fue como una bofetada para Lily. Había intentado
contestar fríamente a Daniel, mentirle y decirle que por supuesto que no
estaba enamorada de él, pero no había sido capaz de emitir un solo sonido.
Era como si ya no pudiera ocultar lo que era evidente: sí, estaba enamorada
de él. Y él se había dado cuenta. Y no estaba enamorado de ella.
Pero todo eso había quedado claro con su reacción tras despedirse de su
tío, no hacía falta terminar la última frase como lo había hecho: “no encajas
en lo que necesito para ser la futura Duquesa de Castleton”.
Era insultante.
Humillante.
Y decidió que no tenía por qué aguantar más. Efectivamente, el baile
estaba a punto de acabar, su contrato había terminado, no tenía por qué
permanecer un solo minuto más junto a él.
Así que se levantó y, sin decirle nada y ni siquiera mirarlo, salió
corriendo rumbo a la salida.
Capítulo 27
Por suerte, apenas quedaba nadie en el gran salón del baile, así que nadie
vio su carrera hacia la calle.
Ni a Daniel corriendo tras ella.
De todas formas, aunque las zancadas de él eran más largas que las de
ella, no llegó a tiempo para evitar el desastre:
Lily bajaba a toda velocidad las escaleras de entrada al palacio y cuando
estaba a punto de llegar a la calle, se trastabilló y cayó al suelo.
Por suerte, le ocurrió cuando quedaban apenas dos escalones para llegar
al final, eso evitó que se hiciera mucho daño, pero no que se hiciera daño:
—Lily, ¿estás bien? —le dijo Daniel cuando llegó hasta ella y se agachó
a su altura unos segundos después.
—¡Déjame en paz! ¡Nuestro contrato ha terminado, no quiero volver a
verte jamás!
—Lily, sé razonable, te has hecho daño, déjame que te examine —le
contestó él, haciendo caso omiso a lo que ella le estaba diciendo y con un
tono de preocupación en la voz.
Lily discutió, no se lo puso fácil, pero cuando intentó ponerse de pie,
volvió a caer al suelo : le dolía terriblemente el tobillo.
Al final, ante la insistencia de Daniel y la imposibilidad de andar sola,
tuvo que dejarse examinar por él:
—Te has hecho un esguince, no puedes andar, debes hacer reposo —
sentenció él después de mirarle el tobillo.
Y ella tuvo que dejarse hacer y, lo peor de todo, dejarse coger en brazos
por él hasta el coche.
Fue un momento doloroso y emocionante a la vez. Daniel volvía a ser su
hombre protector, volvía a sentirse a salvo entre sus brazos, pero, al mismo
tiempo, no quería volver a verlo.
Cuando estuvo sentada en el coche y después de que él le diera
instrucciones al cochero para que la ayudara a subir a su apartamento y de
que ella le prometiera que llamaría a un médico, se despidieron finalmente.
—Prométeme que no volveremos a vernos —le dijo ella finalmente,
necesitaba dejar de verlo para siempre para recuperarse y olvidarlo.
—No puedo prometerte lo que no está en mi mano, Lily, la vida puede
volver a ponernos frente a frente aunque no lo busquemos.
Ella torció el gesto.
—Dame tu palabra, Daniel, de que no me buscarás, con eso será
suficiente.
Y lo último que oyó Lily antes de que él cerrara la portezuela del coche
para no volver a verlo jamás, fue:
—Te doy mi palabra, Lily.
Capítulo 28
Salió al balcón y ahí estaba, Daniel. Alto, guapo, con una sonrisa
maravillosa y mirándola con un amor intenso e infinito.
Era el hombre menos romántico de todos los que ella había conocido en
su vida, pero estaba de pie, vestido de gala, rodeado de velas encendidas y
pétalos de flores esparcidas por el suelo, con un cartel entre sus manos en el
que se podía leer: “Lily, mi amor ¿quieres casarte conmigo?”
Y ella, la mujer menos interesada en casarse del mundo, con las lágrimas
de amor y emoción resbalando por sus mejillas le dijo sí, no una vez , sino
dos y tres y cuatro…
FIN
Querida lectora, deseo que te haya gustado la
canalla”.
Olympia ❦