Multimillonario, Soltero y Sexy - Ella Valentine

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Multimillonario, soltero y

sexy

ELLA VALENTINE
Sinopsis
Él es multimillonario, soltero y sexy. Él es Tyler Miller.
Y esta es su historia.

Tyler Miller es exjugador de fútbol profesional. Tiene fama,


dinero y una legión de mujeres dispuestas a satisfacerle en

la cama. En apariencia tiene todo lo que un hombre podría

desear, excepto una cosa: un lugar al que llamar hogar.

Brooke Davies tiene la vida que siempre imaginó. Tiene un

trabajo perfecto, un novio perfecto y una vida, en

apariencia, perfecta. La llegada de Tyler Miller a Blue Wings,

el apacible pueblecito de Colorado en el que vive y en el

que ambos crecieron, hace saltar por los aires esa aparente

perfección para poner su mundo del revés.

Tyler y Brooke fueron vecinos, amigos y... algo más.

Una promesa incumplida separó sus caminos.

Ahora que el destino los vuelve a unir, todo parece posible.


Índice
1 (Tyler)

2 (Brooke)

3 (Tyler)

4 (Brooke)

5 (Tyler)

6 (Brooke)

7 (Tyler)

8 (Brooke)

9 (Tyler)

10 (Brooke)

11 (Brooke)

12 (Tyler)

13 (Brooke)

14 (Tyler)

15 (Brooke)

16 (Tyler)
17 (Brooke)

18 (Tyler)

19 (Brooke)

20 (Tyler)

21 (Brooke)

22 (Tyler)

23 (Brooke)

24 (Brooke)

25 (Tyler)

26 (Tyler)

27 (Brooke)

28 (Brooke)

29 (Tyler)

30 (Brooke)

31 (Tyler)

32 (Brooke)

33 (Brooke)

34 (Tyler)

35 (Brooke)
36 (Brooke)

Epílogo (Tyler)

Otras novelas

¿No quieres perderte ninguna de mis novelas?


Tyler

Abro el armario, cojo un albornoz


perfectamente planchado de una de las
perchas y lo tiro sobre la cama. La chica
que duerme en ella abre los ojos y se
despereza como si fuera un gato. Luego,
fija su mirada adormilada en mí.

—¿Qué hora es?

—La hora de despertarse —digo


ofreciéndole la carta de desayunos del
hotel donde vivo.

Sí, vivo en una habitación de hotel; un


dúplex de lujo en uno de los hoteles de
más renombre de San Francisco.
La chica se apoya sobre los codos con
los ojos entrecerrados y mira a través de
la ventana cuya cortina he corrido al
despertarme.

—Aún es de noche.

—Me gusta empezar el día temprano.


—No miento. Duermo pocas horas. Con 4
horas de sueño tengo suficiente.

Ella se muerde el labio y me observa.


Ya no hay rastro de sueño en sus ojos.
Ahora están oscurecidos y me repasan de
arriba a abajo. Llevo unos vaqueros
ceñidos y una camiseta blanca ajustada, y
por la forma en la que me mira diría que le
gusta lo que ve.
—Me lo pasé muy bien anoche. —Se
destapa y deja a la vista sus pechos
desnudos—. Quizás podríamos repetir.

Me paso una mano por el pelo y


esbozo una sonrisa distante. Estoy
acostumbrado a que las mujeres quieran
repetir a la mañana siguiente. Pero el
tiempo me ha enseñado que hacerlo es un
error. Suelen haber malentendidos o
expectativas que no se cumplen. Da igual
que, antes de meterlas en mi cama, les
explique que solo busco sexo sin
compromiso. Todas ellas esperan más.
Supongo que cazar a Tyler Miller, uno de
los jugadores de fútbol profesional más
influyentes del país, es un gran aliciente.

—Lo siento, cielo, pero tengo cosas


que hacer. Puedes ducharte y desayunar
algo antes de irte.

Llamo cielo a todas las chicas con las


que me acuesto. Eso es más fácil que
acordarme de sus nombres. Por ejemplo,
no recuerdo cómo se llama la morena de
ojos azules que me mira apenada desde la
cama.

Le guiño un ojo, salgo de la habitación,


bajo las escaleras hasta el piso inferior y
entro en el despacho. Un despacho
decorado con madera oscura y tonos
neutros. Es desde aquí desde donde
trabajo. Aunque llamar trabajo a lo que
hago es disfrazar un poco la realidad.

Desde que me retiré como jugador de


fútbol hace ya un año, me limito a
gestionar entrevistas y responder correos
de fans y medios digitales, cosa que
ocupa diez minutos diarios de mi tiempo.
El resto del día lo dedico a navegar por
internet, ver películas de western que son
mi debilidad o visionar antiguos partidos
para analizarlos y anotar errores y
mejoras en una libretita.

La verdad es que, un año después,


sigo sin saber muy bien que quiero hacer
con mi vida. Y eso que he recibido ofertas
de distintas índoles, pero ninguna de ellas
me ha llamado la atención lo suficiente
como para valorarla.

Además, tengo una considerable


fortuna en la cuenta corriente de mis años
como quarterback y de las distintas
marcas de ropa y accesorios con las que
he colaborado en anuncios y patrocinios,
por lo que no me urge encontrar un
trabajo.

Enciendo el ordenador y pongo en


marcha el teléfono móvil. Tengo como
rutina apagar el aparato durante la noche
y no volver a encenderlo hasta la mañana
siguiente.

Enseguida me salta el buzón de voz.


Enciendo la cafetera eléctrica que tengo
sobre una mesa auxiliar mientras lo
escucho. La taza que cojo del interior del
mueble está a punto de resbalar de entre
mis manos al reconocer la voz de su
interlocutora.

—Hola, soy Brooke. Brooke Davies.


Supongo que te acordarás de mí, fuimos
vecinos durante muchos años. Esto... Te
llamo porque tu padre está muy enfermo.
Es un cabezón y se niega a llamarte él
mismo, ya sabes cómo es, en eso sois
iguales. En fin... No quiero robarte mucho
tiempo, pero creía que debías saberlo. A lo
mejor encuentras un hueco en tu
ajetreada vida para venir a verlo. Eso si
recuerdas dónde está Blue Wings. Siempre
puedes usar Google Maps para que te guíe
hasta aquí. —Suspira—. Pues eso, nada
más. Adiós, Tyler.

No me pasa desapercibido el tono


pasivo agresivo que ha usado durante la
llamada. Ni el daño intencionado que ha
pretendido hacerme al sugerir que tal vez
no me acuerde de ella. Como si se
pudieran borrar los recuerdos. Como si
ella no fuera una de las personas que más
vacío dejó en mi vida cuando desapareció
de ella.

Dejo la taza sobre la mesa, cojo el


móvil y miro el contacto de la llamada.
Reconozco el número. Es el de mi casa.
Bueno, el de mi antigua casa. Porque a día
de hoy no hay ningún lugar al que pueda
llamar con esa palabra.

Me paso una mano por la cara, resoplo


y vuelvo a reproducir el mensaje. Su voz
me traslada en el tiempo y, al cerrar los
ojos, me parece verla, con su pelo color
miel peinado en una trenza ladeada y sus
ojos castaños, afables, mirándome
contrariados. ¿Aun llevará esos vestidos al
estilo de los años cincuenta y esas medias
de colores?

Su imagen no tarda en desaparecer y


me centro en la idea principal de lo que ha
dicho: papá está enfermo. Y mucho si
tenemos en cuenta que Brooke ha
decidido llamarme después de más de una
década de silencio. No lo hubiera hecho
de no tratarse de algo importante.

El aroma del café se esparce por el


aire y yo pienso en papá. En la forma en la
que nuestra relación se rompió cuando me
largué de casa y me gritó que nunca
volviera, que para él era como si hubiera
muerto.
Escucho el sonido de la puerta
principal cerrarse, supongo que es la chica
de anoche. Seguro que cuando suba a mi
habitación encuentro su número apuntado
en un papel. Nunca falla.

Me desordeno el pelo con la mano y,


con la agitación trepando por mi tripa,
miro la ciudad a través del enorme
ventanal de mi despacho.

Papá está enfermo, Brooke me ha


pedido que vaya y yo no sé qué hacer.
Han pasado catorce años desde que me
marché de Blue Wings dispuesto a
convertirme en jugador de fútbol
profesional.
Hace catorce años que renuncié a esa
vida a cambio de otra.

Y ahora, esa antigua vida parece


reclamarme.
Brooke

—Brooke, ¿me estás escuchando? —Levanto la mirada del


plato y la fijo en Ivy, desconcertada. Sé que me estaba

explicando algo sobre unos alumnos de tercero, pero para


ser sincera, he desconectado en la tercera frase—. Vale,

¿me vas a decir que te pasa o lo voy a tener que adivinar?

—No me pasa nada —miento mientras desvío la mirada

a mi alrededor.

Estamos sentadas en la zona reservada para el

profesorado en el comedor del instituto y el ruido de platos,

risas y conversaciones nos rodea.

—¿A quién intentas engañar? Llevas toda la mañana con

cara de acelga.

Ivy entrecierra sus ojos azules como si quisiera leer con

ellos mi interior.

—Vale, es posible que haya hecho algo y que las

consecuencias de mi acción me preocupen.

—¿Y qué has hecho?


Me muerdo el labio, inquieta.

—¿Conoces a Luke Miller? Es el dueño del taller del


pueblo y vive en la casa contigua a la de mis padres.

—Ah, sí. Estaba enfermo, ¿no? ¿Cómo se encuentra?

—Su diagnóstico no es bueno. El médico le da unos

meses de vida. —Siento una punzada de tristeza en mi

interior cuando recuerdo las palabras del médico.

Hace unas semanas, Luke se desplomó en el trabajo y lo

llevaron al hospital más cercano. Yo fui a visitarle en el


momento en el que el médico le dio el diagnóstico. Y, desde

que había vuelto a casa, mamá y yo nos turnábamos para

hacerle compañía pese a ser un viejo huraño.

—Ostras, ¡qué me dices! Lo siento mucho, Brooke. —

Alarga su brazo sobre la mesa y su mano aprieta la mía en

un gesto cariñoso.

—El caso es que Luke es muy testarudo y no quería

llamar a su hijo para explicárselo. Llevan años sin verse, se

enfadaron en su día y ninguno de los dos ha dado su brazo

a torcer desde entonces... Así que lo hice yo.

—Entiendo.
—No he hablado directamente con él, le he dejado un

mensaje en el contestador y ahora me arrepiento.

—Yo creo que has hecho bien, Brooke. No hay nada más

triste que morir solo por orgullo

—Lo sé, lo sé… No me arrepiento por eso.

—¿Entonces?

Pincho una lechuga con el tenedor y me la meto en la

boca alargando este momento. Porque los recuerdos de

aquella época llevan toda la mañana persiguiéndome.

Porque necesito poner mis pensamientos en orden.

—Digamos que ese chico y yo éramos muy amigos. Era

un año mayor que yo e iba a otro curso, pero éramos

vecinos y pasaba mucho tiempo en casa.

La verdad es que Tyler no tuvo una vida fácil. Su madre

era de temperamento depresivo y solía pasar largas

temporadas sin salir de la cama y su padre trabajaba de sol

a sol en el taller, así que mamá se ofrecía a cuidarle a

menudo. De hecho, fue por eso que acabamos haciéndonos

amigos
—Ajá. —Ivy se mete una patata frita en la boca y me

mira con curiosidad—. ¿Y qué pasó para que dejarais de ser

amigos?

Trago saliva recordando la decepción de aquel día en la

que decidí odiarlo para siempre. No quiero pensar en ello,

no cuando me he esforzado tanto para olvidarlo.

—Él rompió una promesa y yo decidí no perdonarle. Fin

de la historia.

Las cejas de Ivy se alzan, pero no insiste con una nueva

pregunta, ha cazado al vuelo que no quiero hablar de ello.

—Y ahora vas a tener que volver a verle —deduce ella.

—Han pasado muchos años. Más de una década. No

debería seguir afectándome, pero lo hace.

—Pero… ¿era solo un amigo o algo más?

La eterna pregunta. Nosotros siempre jugamos sobre la

línea que separaba la amistad del amor. Siempre. A día de

hoy sigo sin saber muy bien en qué punto estábamos.

—No lo sé... Es complicado.

—Bueno, cariño, yo no le daría más vueltas. Has hecho

lo correcto para Luke, incluso si con eso tú tienes que pasar


un mal rato.

Sé que tiene razón, y eso me digo, pero no puedo


ignorar la ansiedad que me recorre el cuerpo ante la simple

idea de volver a verle. Porque no se trata de una persona

cualquiera. Se trata de Tyler Miller, el exjugador profesional

de fútbol más influyente de los últimos años. El que llevó a

su equipo a la final durante cinco temporadas seguidas.

Cualquier otra persona sabría que hablo de él porque

este pueblo es pequeño y saben que Tyler es el hijo de Luke,

pero Ivy llegó el curso pasado desde Los Ángeles y aún le

quedan muchos chismorreos de Blue Wings por descubrir.

—¿Cómo está mi chica? —La voz de Noah me llega

desde detrás y va acompañada del sonido que hace la

bandeja al posarse sobre la mesa a mi lado.

Sus ojos marrones me escrutan con curiosidad tras

saludar a Ivy con una sonrisa.

—Hola, amor. —Lanzo una mirada de advertencia a Ivy

para darle a entender que no quiero que mencione nada

sobre lo que hemos estado hablando delante de Noah y ella

asiente captando mi mensaje.


Noah es profesor de educación física en el instituto y

somos novios desde hace dos años. Es… guapísimo. Es alto,

tiene un cuerpo fuerte y atlético y un rostro de facciones

suaves pero masculinas. Su pelo color cobrizo es tan sedoso

que dan ganas de pasar los dedos a través de él y sus labios

son tan suaves como la piel de un melocotón.

Según Ivy soy muy afortunada por haberle cazado

porque es perfecto. Y lo es, porque además de guapísimo es

atento, dulce y cariñoso. Pero hay veces en las que

preferiría que fuera menos organizado y más imprevisible.

Tiene una agenda donde lo apunta absolutamente todo sin


dar rienda suelta a la espontaneidad. No me extrañaría que

anotase las veces que va al baño o los días que practicamos

sexo.

Pero no me quejo. La verdad es que, para una chica del

montón como yo, conseguir a alguien como Noah es una

suerte. Los chicos como él suelen elegir a chicas perfectas,

más del estilo de Ivy que del mío. Porque Ivy es preciosa:

alta, delgada, pelo rubio y ondulado y unos ojos azules que

son como dos ventanas al cielo. Además, tiene muy buen

gusto vistiendo. Es informal pero elegante. Hoy lleva una


blusa blanca combinada con una americana y unos

vaqueros ceñidos que le quedan de fábula. Yo tengo mi

estilo propio y me encanta. Adoro mis vestidos de los años

50 y las medias de colores, pero tengo que admitir que a

veces la envidio un poco.

La razón por la que no quiero seguir hablando de Tyler

delante de Noah es porque fueron le conoce del instituto y

no guarda buenos recuerdos de él. Noah practicaba

atletismo, Tyler fútbol, y la animadversión entre ambos


grupos era conocida por todos. Durante aquella época Noah
y yo no llegamos a intercambiar ni una sola frase. Fue al

reencontrarnos años después como profesores en el


instituto cuando empezamos a hablar y los sentimientos

surgieron.

Noah e Ivy y hablan del inicio del curso que empezó


hace poco, pero yo apenas intervengo en la conversación.

Mi mente divaga pensando en Tyler, en el mensaje que le


dejé en el buzón de voz y en todos nuestros recuerdos

guardados en un cajón recóndito de mi memoria.


Tyler

Aparco el coche y me quedo unos segundos dentro, con el


motor apagado, observando la casa que me vio crecer. En

un primer vistazo nada parece haber cambiado, pero tras un


escrutinio mucho más exhaustivo puedo ver la huella que el

tiempo ha dejado a su paso. El color verde oliva de la

madera de la fachada está desgastada en prácticamente


todos los tablones, la hojarasca inunda el porche como si de
una alfombra natural se tratase y las malas hierbas

irrumpen en el camino que va de la valla a la casa pidiendo

a gritos ser arrancadas.

Agarro con fuerza el volante y suelto un suspiro. Es

inevitable acordarme de la última vez que estuve aquí. Papá


y yo discutimos porque había aceptado ir a la universidad

de Yale con una beca de deportes en vez de quedarme en

Blue Wings para ayudarle con el taller.

Para él, el fútbol era un pasatiempo, no un trabajo

remunerado con el que ganarse la vida. Da igual que el

ojeador de la Universidad hablara con él y le prometiera


conseguirme un puesto en un equipo profesional. Papá

quería que aceptara mi responsabilidad y me quedara allí,

llevando con él el negocio. Desobedecer su voluntad había

traído consecuencias desagradables, como verme obligado

a abandonar Blue Wings antes de la fiesta de graduación y


quedarme sin padre.

Me paso una mano por el pelo y salgo del coche con


decisión. Inevitablemente me fijo en el resto de casas de la

avenida que conduce hasta el centro del pueblo.

Blue Wings es un pueblecito rural ubicado en el estado


de Colorado, cerca de las Montañas Rocosas, y está

franqueado por cordilleras y bosques densos. Dos alas


azules es su símbolo distintivo y suele encontrarse en todos

los carteles oficiales y en la mayoría de marquesinas de

comercios. Es uno de esos lugares con paisajes que parecen

sacados de un cuento.

Vuelvo a fijar los ojos en la casa, cruzo el camino de

tierra, subo los peldaños del porche y llamo a la puerta con

los nudillos. Nadie responde. Intento abrirla tirando del

tirador, pero está cerrada. Como última opción, me pongo

de puntillas y palpo con los dedos el saliente que hay sobre


el marco de madera. Cuando vivía aquí papá guardaba una

copia de la llave en este sitio. No tardo en comprobar que

ha mantenido la costumbre cuando la encuentro. Está

bastante oxidada, como si hiciera años desde la última vez

que fue usada.

Abro la puerta y el olor a hogar inunda mis fosas

nasales. Es curioso como cada casa tiene un olor propio,

como si se tratara de parte de su esencia. El olor de esta

casa me trae recuerdos de mi infancia, de mamá


preparándome bocadillos de crema de cacahuetes y papá

haciéndome girar sobre su cabeza como si fuera un avión.

Aunque también me trae recuerdos amargos. De hecho, los

recuerdos amargos superan por mucho los recuerdos

felices.

El estómago se me encoge a medida que avanzo por el

pasillo. El mismo papel decorativo de los ochenta viste las

paredes con su horrible estampado de flores, y los tablones

de madera del suelo chirrían en cada paso.

Del fondo me llega el murmullo del televisor y me

acerco con la garganta seca. Cuando paso el umbral de la

puerta que da al salón, el estómago ya ha llegado al tamaño


de un cacahuete, pero enseguida regresa a su tamaño

original, porque el hombre que permanece dormido sobre el

sillón que hay frente al televisor ha perdido el aspecto


temible de antaño. Está muy delgado, unas arrugas

profundas surcan su rostro y su pelo es completamente

blanco. Las manos huesudas sobresalen de la manta de

cuadros produciéndome una punzada de compasión.

Me acerco a él lentamente y, como si supiera que soy yo

el que estoy a su lado, sus ojos se abren de par en par y me

miran inexpresivos, aunque enseguida veo la ira centellear

en ellos.

—¿Qué haces tú aquí?

Ni un hola. Ni un atisbo de alegría al verme.

—Que recibimiento tan caluroso. Yo también me alegro

de verte, papá.

—No me has respondido. ¿Qué demonios haces en mi

casa?

El primer dardo envenenado: decir «mi casa» en lugar

de «nuestra casa».

—Brooke me llamó para explicarme que estás enfermo.


Gruñe. Levanta una mano y da un golpe en el aire

visiblemente cabreado.

—Maldita entrometida, le dije que no te dijera nada.

—No creo que llamarme estuviera en la lista de cosas

que le apeteciera hacer. Supongo que no quería que


estuvieras solo dadas las circunstancias.

—Eso debería decidirlo yo.

—Papá, te estás muriendo, ¿verdad?

—Yo no me muero, Tyler. A mí me matan. Me mata esta

maldita enfermedad que me pudre por dentro. Es como si

fuera madera y tuviera termitas comiéndome las entrañas.

Su comparación me produce náuseas. Quizás por la

crudeza con la que habla. Quizás porque acaba confirmando

lo que ya me suponía: se muere.

—¿Y tanto me odias que no querías verme una última

vez antes de abandonar este mundo?

—Fuiste tú el que te largaste, el que elegiste una vida de

lujos en solitario a una vida humilde junto a mí.

—Eso es injusto, papá. Me pediste renunciar a mi sueño

por tu necesidad.
—Los hijos deben obedecer a sus padres.

—No, papá. Porque los hijos no pertenecen a sus padres,

se pertenecen a sí mismos.

Sus ojos grises, que yo he heredado, me traspasan

como cuchillos.

—No quiero seguir hablando. Estoy agotado y quiero

descansar. Así que lárgate. Vuelve a tu vida de excesos y


fama. Yo no te necesito.

Cierro los ojos, herido. Da igual que tenga treintaidós

años y que ya no sea un adolescente en busca constante de

aprobación. Sus palabras siguen doliendo.

—Está bien, me voy de esta casa, pero me quedaré en

el pueblo. Me hospedaré en el hotel Dragonfly. Volveré

mañana.

Mis palabras producen una extraña reacción en él. Sus

ojos brillan con algo parecido al alivio.

—Haz lo que quieras. Al fin y al cabo, siempre lo has

hecho.

Salgo de casa con el pulso martilleándome en las sienes.

Me dirijo hacia el coche cuando oigo una voz tras de mí.


—¿Tyler?

Me giro y los ojos dulces de la señora Davies me hacen

sentir en casa por primera vez desde que he llegado a aquí.

Aunque es evidente que ha pasado más de una década

desde la última vez que la vi, está igual: pelo color miel,

ojos azules y rostro de facciones suaves. Enseguida pienso

en Brooke; su madre se parece tanto a ella que siento un

aguijón en el pecho.

—Señora Davies, está usted estupenda —digo

acercándome.

—Llámame Alice, que no somos dos desconocidos.

Sus brazos me rodean con la misma firmeza que antaño.

Y sigue oliendo igual: a manzana y canela.

—Hijo, cuánto me alegro de verte. Estás aquí por tu

padre, ¿verdad?

—Sí, aunque él no se alegra de verme tanto como tú —


murmuro.

—Claro que lo hace. Los padres queremos a nuestros

hijos a pesar de los disgustos que nos dan.


—Supongo… —no añado nada más, me limito a mirar la
casa contigua a la mía, al otro lado de la valla que las

separa. Conozco muy bien esa casa, cuando mamá pasaba


por uno de sus bajones, cosa que ocurría a menudo, Alice se

encargaba de mí. Crecí a caballo de su casa y la mía—.


¿Cómo estáis vosotros?

—Estamos bien. John se jubiló el año pasado y desde


entonces viajamos mucho. El mes pasado nos fuimos una

semana a Irlanda y el mes que viene nos marchamos otra a


Toronto. —Sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

—Me alegro, se lo merece. Ambos os lo merecéis.

Abro la boca dispuesto a preguntarle por Brooke, pero

las palabras mueren en mis labios antes de ser


pronunciadas. No sé cuánto sabe Alice sobre lo que ocurrió

entre nosotros hace catorce años, pero parece darse cuenta


de mis intenciones porque me sonríe benevolente y añade:

—Brooke también está bien. Es profesora en vuestro


antiguo instituto y vive por su cuenta desde hará ya un par

de años.
La información que me da no me sorprende. Brooke
siempre había querido ser profesora y es el tipo de persona

constante y persistente que lucha por lo que quiere hasta


conseguirlo.

Le explico que me voy a quedar en el pueblo una

temporada y Alice me hace prometerle que cenaré con ella


y John alguna noche. Luego, me subo al coche y me dirijo

hacia las afueras, donde está ubicado el pequeño hotel que


regenta Sally con su marido y donde pienso hospedarme.

Mientras conduzco pienso en Brooke. Seguro que es la

fantasía erótica de muchos de sus alumnos.

A medio camino, una idea ocupa mi mente y va

creciendo sin parar. Es martes por la mañana, hora lectiva, y


seguro que Brooke estará dando clases.

Necesito verla.

Y, con la idea de resolver esa necesidad, doy media


vuelta dirección a mi antiguo instituto.
Brooke

La sirena que anuncia el cambio entre clases suena y yo me


apresuro a colocar los veintiún libros de Harry Potter y la

piedra filosofal dentro de la caja. El año pasado, ante la


desgana que presentaban mis alumnos a la hora de leer los

libros obligatorios según el plan curricular, decidí incorporar

esta lectura con la intención de inculcarles el amor por la


lectura. Sorprendentemente, los alumnos respondieron muy
bien a Harry y sus peripecias confirmándome así lo que ya

suponía: no hay gente a la que no le guste leer, hay gente

que no ha encontrado el libro adecuado.

Salgo del despacho y me dirijo hacia clase cargando la

pesada caja conmigo. Por el pasillo noto el ambiente


alterado. Los alumnos cuchichean entre sí, oigo risas

ahogadas y exclamaciones excitadas. Me pregunto qué

chisme es la causa de semejante expectación. Entro en el

aula, cierro la puerta con el pie y dejo la caja sobre mi


escritorio.
—Buenos días, chicos. Hoy os traigo el libro que vamos a

leer este semestre. Os daré una pista: el protagonista es

aprendiz de mago, tiene una cicatriz en la frente en forma

de rayo y debe enfrentarse a las artes oscuras. ¿Alguien

sabe a qué libro me refiero?

Hablo sin fijar la mirada mientras me quito la chaquetilla

de punto para dejarla sobre el respaldo de la silla y saco la


botella de agua que siempre llevo dentro del bolso para

darle un trago. Por eso, cuando miro a mis alumnos en

busca de manos levantadas que me ofrezcan una respuesta,

estoy a punto de atragantarme. Sentado toscamente en un

pupitre de la última fila, con la mano en alto, mirándome


intensamente a través de sus ojos grises y una sonrisa

torcida dibujada en los labios, está Tyler Miller. El mismo

Tyler Miller al que llamé hace unos días y al que hace

catorce años que no veo.

El corazón me late con fuerza y el pulso se me acelera.

¡Demonios! Es tan atractivo que da un poco de rabia. Lleva

el pelo castaño oscuro un poco largo y se le riza en las

puntas, su cuerpo de espaldas anchas parece más en forma

que nunca, el rostro de mandíbula marcada está


ensombrecido por una barba de días y el hoyuelo de su

barbilla sigue siendo tan sexy como siempre. Va vestido con

unos vaqueros ceñidos y un jersey azul marino que, incluso

en la distancia, parece de tacto suave.

Empiezo a toser mientras el agua se queda atorada en

algún punto de mi garganta.

—¿Harry Potter? —responde él bajando la mano sin dejar

de sonreír mientras yo intento recuperarme del ataque de

tos.

El aula se llena de risas y miradas de admiración y a mí

me entran ganas de asesinarlo.

Con la voz estrangulada aún, pregunto:

—¿Se puede saber qué haces tú aquí?

Su sonrisa se ensancha.

—Sentía nostalgia por mi época de estudiante y he

decidido revivir viejos tiempos.

—Curioso teniendo en cuenta que por aquel entonces

eras el rey de los novillos.

—Ouch, cuanta hostilidad, profe —dice fingiendo

ofenderse, negando con la cabeza y cruzándose de brazos.


—No deberías estar aquí, no sé quién te ha dejado pasar

en horario escolar, pero deberías marcharte porque

molestas.

—¿Alguien más cree que molesto? —pregunta Tyler

socarrón dirigiéndose a la clase.

Un coro de «noes» se escampa por el aula.

—Señorita Davies, deje que se quede —dice uno.

—Es Tyler Miller, profe, no siempre tenemos con

nosotros a alguien famoso —dice otra.

—Si le deja quedarse nos portaremos bien el resto del

semestre —dice uno más.

—Eso deberíais hacerlo independientemente de él —

digo con un resoplido. Tyler sonríe pagado de sí mismo y yo

le lanzo una mirada asesina—. Está bien, se queda. Pero

antes él y yo vamos a tener una conversación fuera. Tú. —


Señalo uno de mis alumnos al azar—. Reparte los libros.

Empezad a leer en silencio. Si escucho un solo grito, Tyler se

va.

El grupo al completo promete portarse bien. Miro a Tyler

y le señalo la puerta del aula:


—Andando.

—Creo que me la he cargado —susurra ganándose las


carcajadas de todos.

Salimos fuera, me cruzo de brazos y le miro con el ceño

fruncido.

—Te crees muy gracioso viniendo hasta aquí y

revolucionándome la clase, ¿verdad?

—Hombre, no soy Groucho March, pero tienes que

admitir que ha tenido su gracia. Tenías que ver la cara que

has puesto al verme. Parecía que hubieras visto un


fantasma. Solo por eso ha valido la pena.

—Ty, esto no es un juego, esto es mi trabajo —le

recuerdo.

Sus cejas se alzan un poco al reconocer el diminutivo

que he usado sin querer y por el que solía llamarle hace

unos años. Me muestro incómoda por el lapsus que he

tenido y que me hace rememorar en un segundo toda

nuestra historia. Él lo nota.

—Lo siento. Me he encontrado a tu madre al salir de

casa de mi padre, me ha explicado que trabajabas aquí y he


tenido curiosidad por ver cómo te desenvolvías, eso es todo.

—Siempre fuiste una debilidad para mamá —refunfuño

en un hilillo de voz bajo su atenta mirada, porque mamá

sabe de sobras que Tyler y yo no acabamos bien—. En fin,

da lo mismo. —Le miro dubitativa—. Entonces, ¿has visto a

tu padre?

—Sí, no ha hecho una fiesta al verme aparecer, pero

bueno, supongo que podía haber sido peor. Podía haber

sacado del armario su viejo rifle y apuntarme con él y no lo

ha hecho. —Se rasca la barbilla.

—¿Está muy enfadado conmigo?

—Digamos que ahora mismo no le caes demasiado bien.

—Ya…

—Pero tampoco es que le caigan bien muchas personas,


así que yo de ti no me preocuparía por eso.

Afirmo con la cabeza y le doy la razón porque Luke Miller

siempre será un viejo gruñón.

—¿Y qué planes tienes ahora? ¿Regresarás a la gran


ciudad? —pregunto esperanzada. La idea de tenerle por

aquí mucho tiempo no me entusiasma. No cuando consigue


que se me aflojen las rodillas cuando me mira como lo hace

ahora, con esa cara de niño travieso que tanto me ha

gustado siempre.

—He pensado quedarme hasta el final. Es mi

responsabilidad. —La tristeza que reflejan sus ojos y que le

hacen parecer vulnerable me ablanda un poco.

—Bueno, supongo que es lo correcto.

—Supongo que sí.

Nos quedamos mirando unos segundos en silencio. Sus


ojos se enredan con los míos y yo trago saliva porque

mirarlo duele un poco. Duele por todo lo que pudo ser y se


quedó en nada.

—Bueno, será mejor que entremos —digo girándome y


agarrando el tirador de la puerta.

Tyler me detiene cogiéndome por el codo.

—Brooke… —Mi nombre pronunciado con su voz me

hace cosquillas en el vientre. Me giro para mirarle


indiferente, aunque hay un destello de emoción en mi

mirada—. ¿Sigues odiándome?


Su pregunta me pilla desprevenida y mis ojos se
agrandan con suavidad. Abro la boca, pero no digo nada.

Decirle que sí sería aceptar que sigue importándome,


porque solo se odia aquello que de algún modo te importa.

Decirle que no sería regalarle un perdón que aún no estoy


dispuesta a darle.

—No tengo tiempo para esto, Tyler. Vamos.

Abro la puerta y entramos en el aula. Del murmullo


generalizado pasamos un silencio sepulcral. Han repartido

los libros, pero estoy convencida de que estaban demasiado


ocupados chismorreando sobre Tyler como para empezar a

leer.

A pesar de que tener a Tyler conmigo no me apetece


nada, lo pongo de pie frente al aula y dejo que lo acribillen a

preguntas.

Los alumnos le preguntan de todo: por su futuro

profesional, por su vida sentimental, por el tiempo que va a


quedarse en el pueblo… Tyler resuelve todas las dudas con

una sonrisa, porque otra cosa no, pero sabe perfectamente


cómo desenvolverse en público. Tiene ese carisma y esa

seguridad en sí mismo que desprenden los líderes natos


como él. De todas ellas, una intervención resalta sobre el
resto:

—Si piensas quedarte aquí unas semanas y no tienes

nada que hacer, podrías entrenarnos. Nuestro entrenador


nos ha abandonado nada más empezar la temporada y

estamos huérfanos —dice Logan Cooper, uno de los


jugadores del equipo.

—¿No se ha ofrecido a entrenaros el señor Coleman? —

recuerdo yo intentando que no sea demasiado evidente las


pocas ganas que tengo de tener a Tyler por aquí a diario.

—El señor Coleman sabe de fútbol lo que yo sobre


astrofísica —dice Wyatt Barnes, otro de los jugadores.

Segundos después, la clase se convierte en un hervidero

de voces ininteligible expresando su opinión sobre el tema.

—Silencio, por favor —pido moviendo enérgicamente los

brazos hasta recobrar la calma. Él a mi lado les sonríe—.


Tyler es una persona ocupada, no podemos pretender que…

—Acepto —dice él guiñándoles un ojo.

Una jauría de gritos de alegría llena el aula.


La sirena suena anunciando el final de la clase y la hora

del almuerzo, y los chicos se levantan para pedirle fotos y


autógrafos.

La puerta de clase se abre al salir un primer grupo. Ivy


no tarda en asomar su cabeza por ella. Sus ojos se abren

desmesurados al ver a Tyler hablando con los chicos en


medio del aula.

Me acerco a ella mientras gesticula exageradamente

con la boca.

—Entonces los rumores eran ciertos. He oído a los de


décimo grado decir que Tyler Miller estaba aquí. Pero ¿qué

hace en tu clase? —dice en un susurro con la vista clavada


en Tyler.

—¿Recuerdas que te hablé de Luke Miller? —susurro


también.

—¿Tyler Miller es el chico del que me hablaste? —Sus

ojos se fijan en los míos alucinada—. Es mi amor platónico.


Tengo un póster a doble página de él sin camiseta guardado
en el primer cajón de mi cómoda para admirarlo cuando

estoy triste.
—Eso es un poco patético.

—¿Por qué no me dijiste que era él?

—Porque la gente pierde la perspectiva de lo que digo

cuando menciono su nombre.

Los últimos chicos que hablaban con él salen del aula y,

una vez liberado de sus fans, Tyler sale por la puerta


dedicándonos una sonrisa torcida.

—Señoritas… —dice cuando pasa por nuestro lado,

levantando la mano a modo de despedida.

Ivy suelta un suspiro y yo corro tras él.

—¿No pensarás en serio entrenar al equipo de fútbol?

Él se encoge de hombros.

—¿Por qué no? No tengo nada mejor que hacer durante

el tiempo que me quede.

—No es un trabajo remunerado.

—No creo que eso sea un problema. —Me mira burlón.

—¿Pero no estarás demasiado liado con lo de tu padre?

—Prometo no asaltar ninguna clase tuya más, doña


refunfuñona. Sé que es eso lo que te preocupa. —Alza la
barbilla a modo de despedida y se va dejándome con una
sensación amarga recorriéndome por dentro.

A medida que avanza por el pasillo, las miradas,


susurros y cuchicheos proliferan a su alrededor.

—Brooke, creo que me debes una explicación —dice Ivy

con la mirada fija en el trasero perfecto que le hacen esos


vaqueros.

Yo no respondo, me quedo en silencio observándole

desaparecer pasillo abajo pensando en lo jodido que va a


ser esto como tenga que encontrarme a Tyler todos los días

por aquí.
Tyler

Salgo del edificio del instituto y me dirijo hacia el coche con


una extraña sensación recorriéndome el cuerpo. No sé lo

que pretendía viniendo hasta aquí para ver a Brooke.


Supongo que una mezcla de curiosidad y expectación por

conocer su nueva vida ha sido la culpable. No es que me

arrepienta de haberlo hecho, pero tampoco esperaba que


me afectara tanto su presencia.

Me meto en el coche y me muerdo el labio.

Han pasado catorce años desde la última vez que la vi y

sigue estando igual que entonces. Sigue vistiendo con


vestidos de los años cincuenta y medias de colores. Hoy

llevaba un vestido verde botella, unas medias mostaza y

botines con cordones. También sigue llevando el pelo color

miel peinado con una trenza ladeada. Y sus ojos siguen


pareciéndome del color de la crema de cacahuetes, entre

castaños y amarillos.

Me dirijo hacia el hotel Dragonfly mientras me recreo en

nuestro reencuentro. Sé que no le ha gustado nada verme.


Sé que hubiera preferido no cruzarse conmigo nunca más

después de lo que pasó, pero ha sido ella con su mensaje de

voz la que me ha traído de vuelta.

Aparco el coche en el parking del hotel, entro y me dirijo

hacia el mostrador. Espero hasta que Sally aparece tras una

puerta lateral. Al verme, sus ojos se iluminan.

—¡Pero bueno! ¡El hijo pródigo de Blue Wings ha vuelto!

¿Qué te trae por aquí, querido?

Sally es una mujer regordeta con el pelo color calabaza,

los ojos azules y aspecto maternal.

—El deber, supongo.

Me mira comprensiva.

—He oído lo de tu padre, lo siento mucho, cariño.

—Ya. —Me encojo de hombros y meto las manos dentro


de los bolsillos—. La verdad es que he venido con la

esperanza de que tengas una habitación para mí.

—Luke sigue sin haberte perdonado por marcharte,


¿verdad?

En un pueblo tan pequeño como Blue Wings no hay


secretos. La vida de todos sus habitantes es de dominio
público.

—Que esté aquí pidiéndote una habitación creo que

responde esa pregunta.

Sally teclea algo en su viejo ordenador y hace una

mueca con la boca.

—Lo siento, Tyler, tenemos el cupo completo. Pero

mañana quedará libre una de las habitaciones si te interesa.

—¿Y ahora qué? No me apetece nada pasearme por los

hoteles de la zona en busca de hospedaje... —Me paso una

mano por el cuello.

—Tampoco creo que encuentres nada, cielo. Hay una

convención en Sun River y está todo lleno.

Chasqueo la lengua, le pido que me guarde la habitación

para mañana y salgo planteándome opciones. Estoy a más

de tres horas de distancia de la gran ciudad, donde seguro

que encuentro un hotel para pasar la noche, pero no me

apetece nada conducir después del tute que me he pegado

para llegar de San Francisco hasta aquí. La mejor opción es

pasar el rato en el bar del pueblo y dormir en el coche hasta


mañana, cuando la habitación en el Dragonfly esté

disponible.

Subo nuevamente en el coche y conduzco hasta la plaza

central que es donde están ubicados la gran parte de

servicios y comercios. Se trata de una plaza grande,

ajardinada y llena de árboles decorados con motivos

otoñales.

A su alrededor hay una cafetería, un pequeño

supermercado, un estanco, una librería, la sucursal de un

banco y el bar del pueblo.

Aparco frente al bar y entro. El revuelo que se arma al

verme aparecer es generalizado. Estoy acostumbrado a

causar sensación, es lo que tiene ser alguien conocido.

Aunque en este caso no es mi popularidad lo que llama la

atención. O no solo ella. La mayoría de la gente que hay

aquí me conoce.

Arnie, el dueño del bar, voltea la barra para abrazarme.

Y no es el único.

Una maraña de brazos me agarra y zarandea junto a

una nube de voces que soy incapaz de discernir. Al final,


Arnie tiene que rescatarme. Me aparta de la marabunta con

sus regordetes brazos, me sienta en uno de los taburetes de

la barra y, tras amenazar a la clientela con echarles fuera

de una patada en el culo si no me dejan tranquilo, me sirve

una cerveza y me da conversación.

Tras dos cervezas y una hamburguesa con patatas, la

puerta se abre y desvío la mirada hacia la persona que

entra. Es un chico joven, de mi edad, alto, moreno, de tez

tostada, de aspecto atlético y rasgos duros. Lleva unos

vaqueros desgastados, una camisa de cuadros y unas botas.

Parece tener un letrero en la frente que diga: «hola, soy un

cowboy». Una sonrisa se abre paso en su boca cuando sus

ojos marrones se encuentran con los míos.

—Pero ¿qué ven mis ojos? ¡Tyler Miller, la estrella de

fútbol nacional, en Blue Wings! Esto sí que no me lo

esperaba.

—Lo que yo no me esperaba es ver a Cameron Lewis


disfrazado de cantante Country.

—Ouch, eso ha dolido, tío. —Su sonrisa se ensancha, se

acerca y me abraza dándome palmadas en la espalda—.

¡Cuánto me alegro de verte, Ty! ¡Cuánto tiempo!


—Yo también me alegro, Cam. Se te ve bien.

—No tanto como a ti, pero supongo que sí, que la

madurez no me ha sentado mal del todo.

Se sienta al taburete que hay a mi lado, pide una

cerveza y yo lo observo con una sonrisa entre dientes.

Cameron Lewis fue uno de mis mejores amigos cuando vivía

aquí. Jugaba de receptor en el equipo del instituto y siempre

íbamos juntos a todas partes.

Durante un tiempo, él y Brooke fueron mis personas

favoritas en el mundo.

Pero luego me fui de Blue Wings y todo se estropeó.

En el caso de Brooke por lo que pasó entre nosotros. En

el caso de Cam estuvimos en contacto durante un tiempo

tras mi marcha mediante mensajes, pero la distancia hizo

que esos mensajes se espaciaran hasta que uno de los dos

dejó de responder. No recuerdo si fue él o fui yo.

—Así que al final te quedaste en Blue Wings.

—Sí, tío. Digamos que no tuve mucha suerte en el

mundo de la música. Envié unos cuantos singles a varias

discográficas y todas me respondieron con una carta de


rechazo. Así que capté la indirecta, colgué la guitarra y me

puse a trabajar en el rancho familiar. —Se encoge de

hombros—. No tengo la vida de un cantante de rock famoso,

pero no me va mal.

Asiento. En el instituto, Cameron siempre iba con su

guitarra colgada del hombro. Cantaba bien, tenía gancho y

gustaba a las chicas, pero supongo que para triunfar en la

música se necesita algo más que una cara bonita y una

bonita voz.

—La fama no es tan maravillosa como la pintan, así que


tampoco te pierdes nada. Habla la voz de la experiencia.

—Hombre, no te digo yo que no me hubiera gustado


saborear las mieles del éxito con todos sus excesos, pero no

pudo ser y a pesar de todo soy feliz.

Afirmo con la cabeza.

—Y aparte de trabajar en el rancho, ¿qué es de ti?

¿Estás casado? ¿Tienes hijos?

Arnie, que está sirviendo una cerveza frente a nosotros,


suelta una carcajada.
—Aún no existe mujer que haga sentar la cabeza a este
sinvergüenza —dice negando con la cabeza.

—Lo mío no son las relaciones estables. En eso no he


cambiado. Ni tú tampoco por lo que he leído por ahí, ¿no? —

Me guiña un ojo y yo sonrío.

Ambos fuimos un poco canallas en ese aspecto durante


el instituto. Excepto el año y medio que estuve saliendo con

Tiffany en octavo grado. Y ni siquiera entonces le fui fiel del


todo, porque lo que teníamos Tiffany y yo era una especie

de relación por conveniencia. Yo era el capitán del equipo de


fútbol, ella lo era de las animadoras; nuestra relación era

prácticamente una obligación por nuestro estatus.

Y a pesar de todo, la única persona por la que llegué a


sentir algo de verdad, fue otra con la que no llegué a tener

nada.

—Me he pasado por nuestro antiguo instituto. Todo está

igual.

Cam da un trago a su jarra de cerveza y me mira con las


cejas alzadas y una sonrisa suspicaz en la boca.
—Me pregunto qué habrá en nuestro antiguo instituto
que te cause tanto interés como para ir hasta allí —dice con

ironía—. O más bien, quién.

—No sé qué quieres decir.

—Brooke y tú. Tú y Brooke. El cuento de nunca acabar.


¿La has visto?

Es curioso cómo hay gente que, a pesar del tiempo y la


distancia, siga leyéndote tan bien.

—La he visto, sí.

—¿Y cómo reaccionó?

—Como si fuera el anticristo.

Cam se ríe y niega con la cabeza.

—Supongo que es lógico después de lo que ocurrió entre


vosotros. No sé cómo la pudiste cagar tanto con ella, tío.

Me encojo de hombros, pero no respondo. Esa misma


pregunta me estuve haciendo yo durante años. Cometí un

error imperdonable, lo sé, pero no estaba pasando por mi


mejor momento y, aunque esto no es excusa para lo que

hice, aprendí a vivir con ello.

Fijo la mirada en mis manos y, dubitativo, pregunto:


—¿Qué sabes de ella?

—¿Qué quieres saber? —parece divertido ante mi


patético intento para sonsacarle información. Le miro con

las cejas alzadas y él pone los ojos en blanco—. Está bien, a


ver, ¿qué puedo contarte? Fue a la Universidad de Stanford

tal como siempre quiso, se graduó con todos los honores y


regresó aquí para ejercer de profesora en nuestro antiguo

instituto, aunque esto último ya lo sabes. —Se rasca la


barbilla como si pensara—. Y bueno, actualmente está

saliendo con Noah Brown, que es profesor también, de


gimnasia nada más y nada menos, pero vaya, supongo que

esa información no te interesa —dice con retintín.

—¿Noah Brown? ¿De qué me suena ese nombre? —


pregunto ignorando la punzada que siento al escuchar que

tiene novio.

—Era del grupo de atletismo.

Entonces caigo y arrugo la nariz.

En nuestro instituto las extraescolares deportivas se


dividían en dos: fútbol y atletismo. Los de atletismo eran

niños pijos que sacaban buenas notas y veían el fútbol como


un juego de bárbaros. Noah era el hijo del director y el líder

del equipo de atletismo; entre los dos siempre había habido


cierta rivalidad. Ellos representaban los chicos buenos y

nosotros los chicos malos. Además, Noah siempre me había


parecido un capullo prepotente.

—¿Está con ese? ¿En serio? —refunfuño—. ¿Sigue siendo

tan estirado?

—Como si llevara un palo de escoba metido por el culo.

—¿No tenía nadie peor con quién juntarse?

—Yo tampoco lo entiendo. Y mira que está buena y

podría salir con quién quisiera, pero la chica nunca ha


tenido buen gusto. Solo hay que mirarte. —Dardo al

corazón. Suelto un gruñido y aparto la mirada sin entrar en


su juego—. Pero parece feliz, así que ¿quién soy yo para

juzgarla? Además, necesito su simpatía, porque tiene una


amiga preciosa a la que llevo más de un año intentando
conquistar.

Enseguida pienso en la chica rubia que estaba con ella

esta mañana. Algo me dice que es esa chica a la que se


refiere.
Cam intenta cambiar de tema. Me pregunta por mi
padre y yo le explico todo lo que sé, que no es mucho.

Luego es él quien me cuenta que lleva el rancho junto a su


hermano pequeño y su padre. En algún punto, pierdo el hilo
de lo que dice y pienso en Brooke. En ella, en mí, en la

promesa incumplida que separó nuestros caminos y la


arrojó en brazos de Noah.

Horas más tardes ya ha anochecido, Cam se va a su

casa y Arnie cierra el bar. Es martes, la gente madruga y


toca cerrar temprano. Yo la verdad es que estoy hecho polvo

después de haber conocido toda la noche anterior, así que


entro en la parte trasera del coche y me tumbo deseando

que, al cerrar los ojos, ya sea mañana.


Brooke

Noah empuja una última vez dentro de mí y se corre


jadeando mi nombre en el oído. Yo, como viene siendo

habitual, finjo el orgasmo. Gimo, me retuerzo y, al terminar,


fuerzo una sonrisa satisfecha.

—Me encanta que estemos tan compenetrados —dice

saliendo de mi interior y rodando a un lado.

—Si, es increíble —murmuro tapándome con el edredón.

Sé que fingir un orgasmo con tu pareja no está bien. Sé


que la base de una relación debe ser la sinceridad por

encima de todo, pero empecé un día a hacerlo y no pude


parar. Después de ver su rostro frustrado tras los tres

primeros polvos sin conseguir llevarme al orgasmo, decidí


que no me costaba nada fingirlo una vez. Al fin y al cabo,

era una mentirijilla pequeñita. No quería que pensara que

era una frígida. Y lo que iba a ser solo una vez se convirtió

en la normalidad hasta el día de hoy.

Él se coloca de lado y me mira sonriente.

Yo le imito, poniéndome de lado también.


—Eres preciosa. En cuanto pierdas ese par de kilos que

te sobran serás perfecta.

Me palmea el trasero y yo me muerdo la lengua para

decirle que odio que haga ese tipo de comentarios. Sé que

no tengo el cuerpo tonificado que tienen las chicas con las

que solía salir antes, todas ellas adictas al deporte como él,

pero es que a mí sudar solo me apetece hacerlo cuando voy


a la gran ciudad a comprar ropa. Además, estoy dentro de

mi peso ideal. No me sobra ni me falta nada.

—No aspiro a ser perfecta —digo con una sonrisa.

—Nunca está de más aspirar a la perfección, pequeña.

No digo nada, me limito a encogerme de hombros

porque sé que en eso nunca estaremos de acuerdo. Yo

acepto mis imperfecciones como parte de mi condición

humana. Él, en cambio, se esfuerza cada día por alcanzar

esa perfección irreal de la que habla.

Al ver que no digo nada, cambia de tema.

—Por cierto, ¿es cierto que Tyler Miller ha estado en tu

clase?

Hago una mueca con la boca y afirmo con la cabeza.


—Apareció sin avisar.

—Típico de él. —Niega con un movimiento de cabeza

con reprobación—. Fuisteis amigos, ¿no? Lo recuerdo porque

no solía ser muy común que el capitán de fútbol se llevara

tan bien con la presidenta del Club de Lectura.

—Sí, bueno, éramos vecinos, prácticamente crecimos

juntos —digo sin explicarle todas las vicisitudes que rigen

nuestra relación.

Llevamos dos años juntos y nunca hemos hablado del

tema. Él alguna vez ha sacado a colación su nombre, pero

solo para decirme lo mal que se llevaban durante aquella

época. Sospecho que siente un poco de envidia de él porque

Tyler alcanzó la fama siendo jugador de fútbol profesional y

él, en cambio, no consiguió ningún puesto en el atletismo


de élite tal y como esperaba. Supongo que ser profesor de

instituto en un pueblo pequeño es demasiado poco para sus

aspiraciones.

—A mí siempre me pareció un imbécil —dice con una

mueca de asco—. ¿Y qué quería?


—Molestar, supongo. —Me encojo de hombros, aunque

una parte de mí revive su imagen en el aula, mirándome

divertido a través de sus magnéticos ojos grises y me


estremezco.

—No deberían dejarle entrar en horario lectivo. Seguro

que la culpa ha sido de Susan, de secretaría, siempre se ha

dejado engatusar por ese idiota. Una sonrisa suya era

suficiente para que a Susan se le cayera la baba y

sucumbiera a sus deseos.

Que se refiera a Tyler como imbécil o idiota no me gusta,

pero evito la tentación de replicarle. Además, un poco

imbécil e idiota sí que es, las cosas como son.

—Bueno, es probable que empiece a entrenar a los

chicos de fútbol, así que...

—¿Cómo? —Su rostro se ensombrece.

—Sí, ha aceptado entrenar al equipo el tiempo que se

quede por aquí. Probablemente coincidáis en el campo

mientras tú entrenas a los de atletismo.

Y es que Noah es el entrenador del equipo de atletismo

además de profesor de educación física.


—¿Y qué pasa con Coleman?

—Pasa que no ha jugado en la liga profesional y Tyler sí.

Refunfuña en voz baja. Se levanta de la cama, se pone

los calzoncillos que ha dejado perfectamente doblados

sobre una silla y me mira taciturno.

—A ver si el viejo Miller se muere de una vez y Tyler nos

deja tranquilos.

Su comentario me duele y se lo hago saber con la

expresión de enfado brillando en mis ojos.

—Eso que has dicho es horrible, Noah. ¿Cómo puedes

desear la muerte de alguien con tanta ligereza?

—Pero si ya está medio muerto. —Al ver mi cara de

horror, levanta las manos a modo de disculpa y vuelve a

tumbarse a mi lado en la cama—. Lo siento, sé que le tienes

cariño. Es que Tyler siempre consigue sacar lo peor de mí.

—Ya…

—En fin, pequeña, no quiero darte prisa, pero se está

haciendo tarde y mañana tengo que madrugar.

Miro la hora en el reloj digital que está en su mesita de

noche. Son las doce y media. Estoy acostumbrada a que no


quiera que durmamos juntos, según él no descansa bien

compartiendo cama con otra persona y madruga para correr

antes de ir al instituto.

Salgo de la cama, me visto, le doy un beso en los labios,

recojo la chaqueta y el bolso del salón y salgo del piso.

Es una noche fría de finales de septiembre. Así que me

cierro bien el abrigo y escondo las manos dentro de los

bolsillos. Por suerte, vivo muy cerca. Hay cinco minutos

exactos entre la puerta de su casa y la mía. Ambos vivimos

en el centro, yo en la calle principal que va hasta la plaza

central. Justo en mi calle, frente al bar de Arnie, veo un

coche deportivo rojo que no tengo controlado. En un pueblo

como Blue Wings todos conocemos los coches de todos, y

este no está en mi radar. Me acerco admirando su brillante


carrocería cuando algo llama mi atención. La farola que hay

justo enfrente me deja ver el bulto que se mueve en su

interior, en la parte trasera.

—¿Tyler? —pregunto en voz alta. Es obvio que él no me

escucha, así que llamo con los nudillos a la ventanilla hasta

que sus ojos se abren y me miran entornados.


Con un gesto, le pido que la baje. Él aprieta un botón

obedeciendo mi petición y me observa con los ojos

entrecerrados.

—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —pregunto.

—Hasta hace cinco segundos dormir plácidamente.

—¿Por qué no estás en casa de tu padre?

—Porque no quiere ni verme.

—¿Y el Dragonfly?

—No tenían habitaciones libres. Ni en el Dragonfly ni en


el resto de hoteles de las cercanías.

—¿Y piensas dormir toda la noche ahí dentro con el frío


que hace?

—¿Se te ocurre un plan mejor? —Me mira a los ojos con

las cejas alzadas y, al ver que no digo nada, se encoge de


hombros—. Lo suponía. —Hace ademán de cerrar la

ventanilla y yo lo detengo colocando la mano en el filo.

—Espera. —Sus ojos me estudian con intensidad—. Es

posible que me arrepienta de lo que voy a decirte, pero no


puedo dejarte dormir a la intemperie: ¿Quieres dormir en mi

casa?
—No estoy a la intemperie, estoy dentro de un coche —
me corrige.

—¿Quieres o no? —pregunto perdiendo la paciencia.

—No creo que sea buena idea.

—Tú mismo —respondo dando media vuelta y


prosiguiendo mi camino.

Tyler sale del coche y corre tras de mí.

—Eh, espera. He dicho que no creía que fuera buena


idea, no que no aceptara. —Lo miro con el ceño fruncido—.

Dame dos minutos—. Coge una mochila deportiva del


maletero, cierra el coche y vuelve a mi lado—. Te sigo.

Echamos a andar el uno al lado del otro. La mirada de

reojo de Tyler junto a una sonrisa torcida y sarcástica me


pone tan nerviosa que no puedo evitar preguntar:

—A ver, ¿qué pasa? ¿Por qué me miras así?

—Nada, me preguntaba de donde vendrías a estas


horas. Dado que llevas el pelo suelto y no trenzado, que

tienes los labios hinchados y el lápiz de ojos corrido… Algo


me dice que has estado haciendo travesuras.
Mis mejillas se arrebolan ante su suspicacia. Me detengo
frente al edificio donde se encuentra mi piso y le miro

cuadrando los hombros.

—No tengo que darte explicaciones, Tyler.

—Cierto. —Se queda en silencio los segundos que tardo


en sacar las llaves del bolso y abrir la puerta—: Aunque

déjame decirte una cosa.

—A ver…

—¿Noah Brown? ¿En serio? —Su pregunta me pilla

desprevenida en el mismo instante que la puerta del portal


cede ante mi empujón.

—¿Cómo sabes tú eso?

Entramos en el edificio y subimos el tramo de escalera


que lleva hasta el primer rellano, que es donde vivo.

—Me he encontrado a Cam en el bar de Arnie.

—Cam, por supuesto.

—Aunque eso no importa, no me has respondido. ¿De


todos los tíos del pueblo tenías que salir con ese pardillo?

—No es un pardillo. Y aunque me repita: No tengo que

darte explicaciones.
Abro la puerta de casa y le dejo pasar primero. Puedo

ver como sus ojos escrutan cada rincón de mi hogar. Cierro


la puerta tras de mí y dejo que inspeccione el lugar sin decir

nada. Confieso que estoy orgullosa con lo que he hecho


aquí. Los muebles del salón son de estilo shabby chic,

pintados de blanco y con molduras y el suelo de parqué.


Hay un sofá de terciopelo verde empotrado a una pared de
ladrillo pintada de blanco mirando hacia la tele, un baúl

viejo que hace funciones de mesa de centro y una mesa


redonda a un rincón junto a unas sillas viejas pintadas de

azul celeste. El salón comunica a la cocina por una barra


americana.

—Este lugar es… tan tú.

—¿Y eso es bueno o malo?

—No es ni bueno ni malo. Simplemente es un hecho


objetivo.

Alzo una ceja hacia su dirección, pero no digo nada. Me

quito el abrigo y el bolso y lo dejo todo dentro del armario


que tengo en el recibidor. Luego voy hacia mi dormitorio y

me pongo de puntillas para sacar de la balda más alta una


enorme caja donde guardo sábanas y mantas extras.
—¿Te ayudo? —pregunta tras de mí cogiendo la caja por

encima de mi cabeza. Su pecho toca mi espalda y este


simple roce aumenta mi ritmo cardíaco.

No respondo, la coge y la deja sobre la cama. No le digo

que es de mala educación entrar en una habitación ajena


sin pedir permiso, pero ganas no me faltan, porque para mí,

mi dormitorio es un refugio, mi lugar más íntimo. Puede que


él hubiera entrado mil veces en mi antigua habitación
cuando éramos dos niños, pero eso era antes, cuando su

vida y la mía estaban unidas por un hilo invisible y en


apariencia irrompible.

—Veo que sigues siendo muy fan de Harry Potter —

observa tras echar un vistazo sobre la cómoda, donde


descansan varios Funkos de la saga de libros de fantasía.

—Siempre.

—Me ha parecido una idea muy buena que les hicieras


leer el primer libro a tus alumnos. No es que Matar a un

ruiseñor o El guardián entre el centeno no sean obras


literarias que haya que leer, pero para enganchar a los críos

a la lectura es necesario algo más que un buen clásico.


Le miro con la manta entre las manos. Un amago de
sonrisa se esboza en mis labios.

—Pienso lo mismo. —Le doy la manta, cojo uno de los


cojines libre de mi cama y también se lo ofrezco—. Con esto

tendrías que tener más que suficiente para dormir en


condiciones. Hay calefacción central, así que no creo que

pases frío.

Él echa un vistazo a mi cama y sonríe:

—Sino siempre podemos compartir cama, para estar


más calentitos…

—Cómo te vea a menos de medio metro de la puerta de


mi dormitorio, te echaré fuera de mi casa a patadas.

—Entendido. —Pone una mano en su frente como si

estuviera haciendo un saludo militar.

—Y ni se te ocurra cotillear entre mis cosas.

—Pues no lo había pensado, pero ahora que lo dices… —

Le lanzo una mirada asesina y se ríe—. Nada de mirar


dentro de tus armarios, lo pillo.

—Pues ale, fuera de aquí —le digo acompañándole hasta

la puerta.
—Una cosa, ¿y Noah qué pensará de que me dejes
dormir en tu casa? —pregunta él divertido.

Me muerdo el labio. Mierda, no había pensado en Noah.

Si se entera de esto no creo que se lo tome muy bien, sobre


todo después de la charla que hemos tenido antes de

marcharme de su casa.

—No tiene por qué enterarse, ¿verdad?

—¿Escondiéndole cosas a tu novio? Chica mala…

—Buenas noches, Tyler —digo empujándole hacia

afuera.

Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en la madera

dejando escapar un suspiro.

Tyler lleva menos de veinticuatro horas en Blue Wings y


ya ha puesto mi vida patas arriba.

Me froto los ojos, me pongo el pijama y me meto dentro


de la cama preguntándome de lo que será capaz el resto de

tiempo que permanezca en el pueblo.

Maldito Tyler Miller.


Tyler

No puedo dormir.

Resoplo una última vez y me siento sobre el sofá

haciendo a un lado la manta que Brooke me ha dado antes


de encerrarse en su habitación. Miro hacia la puerta y hago

una mueca. Resisto la tentación de acercarme de puntillas y

echar una miradita dentro. El simple hecho de que me haya


prohibido hacerlo es motivo suficiente para que quiera
hacerlo. Nunca he llevado bien seguir las normas. Que se lo

digan a mis entrenadores, que han tenido que sufrir de

forma constante mi rebeldía en el campo.

Quién me hubiera dicho esta mañana que acabaría

durmiendo en el sofá de Brooke. Supongo que es típico de

ella recoger de la calle a gente desamparada. Siempre ha

tenido un sentido de la responsabilidad demasiado acusado.


Y no creo que lo haya hecho con gusto teniendo en cuenta

que no le caigo demasiado bien.

Me levanto del sofá y decido inspeccionar el salón.


Tal como me ha parecido en un primer instante, la

decoración de este sitio es muy ella. Todo muy mono y

bonito como si fuera sacado de un catálogo de Ikea, en

tonos neutros y pastel.

Me acerco al mueble del televisor y echo un vistazo a las

fotos que se ven dentro de la vitrina. La mayoría son de su

familia o de su época universitaria. Solo hay una del


instituto, y sus amigas de entonces. Ni siquiera recuerdo sus

nombres. También hay alguna foto actual. Arrugo la nariz

cuando diviso una en la que aparece Noah. La cojo para

observarla con atención. Él le pasa una mano por los

hombros mientras ambos sonríen a la cámara.

Noah es el típico chico perfecto de anuncio de perfume.

Sus facciones son suaves, su dentadura es perfecta, su

nariz recta y su pelo parece tan suave como la cola de una

mofeta. Tiene una de esas bellezas anodinas que suelen

gustar a las chicas. Yo, en cambio, soy la otra cara de la

moneda. Mi atractivo reside en mis facciones duras, mi nariz

torcida por un golpe que recibí en el campo de juego y el

pelo que suelo llevar despeinado.


Devuelvo la foto a la vitrina y sigo mirando las cosas

que tiene repartidas por ahí y por allá. Sé que le he dicho

que no cotillearía, pero como ya he dicho, basta que me

prohíban algo para que quiera hacerlo con más ganas. Así

que abro armarios y miro en cajones muerto de curiosidad.

Hasta que algo llama mi atención dentro de uno de ellos:


Una caja con una etiqueta que lleva mi nombre.

Alzo una ceja, la cojo entre las manos y me siento con

ella en el sofá. Es del tamaño de una caja de zapatos. No es


muy grande, pero pesa. Abro la tapa y lo primero que veo es

un puñado de fotos nuestras de hace años. Las hay de

muchos tipos, aunque la que más llama mi atención es la de

aquel Halloween que su madre le hizo un disfraz de Piolín y

en vez de un dulce pajarito parecía un pollo mutante que

iba soltando plumas a su paso.

Sonrío, nostálgico, pasando las fotos una a una hasta la

última que consigue pincharme el corazón. En ella abrazo a

Brooke por detrás y ella me mira sonriente. Yo debía estar

en último curso, y por aquel entonces mis sentimientos

hacia Brooke eran tan evidentes que no entendía cómo

nadie se daba cuenta.


Supongo que siempre se me dio bien esconder lo que

guardaba dentro del pecho. Es fácil hacer ver que eres como

el hombre de hojalata y que en vez de un corazón tienes


una patata.

Sigo mirando en la caja y veo que, además de las fotos,

dentro hay un montón de cosas triviales como entradas de

cine o conciertos, notas que nos pasábamos entre clases, el

libro de El principito ilustrado que le regalé un cumpleaños,

el DVD de La vida es bella, película que vimos justo antes de

nuestro primer y único beso y, al final de todo, una carta

dirigida a mí sin abrir.

Frunzo el ceño, lleno de curiosidad.

Cojo la carta y la pongo a contraluz, pero no veo nada.

Estoy tentado de abrirla, pero una parte de mí, una parte un

poco moralista y tocacojones, me dice que no lo haga, que

está mal. En medio de esta dicotomía y con miedo de ser

descubierto, cojo la carta, la doblo y la meto dentro de la

cartera que saco del bolsillo del pantalón. Luego, lo guardo

todo de nuevo en la caja y, en el último momento, antes de

dejarla, cojo la foto que he estado mirando antes, la de


último curso en la que salgo abrazándola, y la dejo junto a

la carta.

Cuando me vuelvo a tumbar en el sofá lo hago con una

sensación extraña en el estómago. Remover los recuerdos

de aquella época nunca me ha gustado, porque recordar

todo lo que tuve es recordar también todo lo que perdí.

Me tapo con la manta, cierro los ojos e intento dormir.

Pero mi mente tiene otros planes: revivir cada uno de

los instantes importante de mi historia con Brooke hasta el

día en el que lo nuestro se rompió.

Y eso duele.

¡Vaya si duele!

###

No sé qué hora es cuando abro los ojos. Solo sé que la

luz se cuela entre las rendijas de las persianas y que el olor

de café llena el aire. Un dolor sordo de cabeza me da los

buenos días. Busco el móvil en el bolsillo de la mochila de

deporte que tengo a mis pies y miro la hora. Son las diez de
la mañana. ¡¡Las diez!! Hacía años que no me despertaba

tan tarde. Me pongo en pie y me dirijo hacia la zona de la

cocina. Hay una nota sobre la encimera.

Hay café hecho. Tienes masa de tortitas en la nevera,


pan de molde al lado de la tostadora y cereales dentro
del armario. Prepárate lo que quieras y vete. Y no se te
ocurra chafardear entre mis cosas.

Demasiado tarde, pienso, mientras me sirvo una taza de

café y abro el armario para coger la caja de cereales. Sonrío

al reconocer la marca de cereales que es su favorita desde

niña, Froot Loops, que son aros de colores. Cojo un bol de

una balda superior y vierto los cereales en ella. Me los como

a cucharadas, sin leche ni nada. Siempre me han gustado

así.

Cuando termino, le doy la vuelta al papelito con la nota,

cojo un boli que ha dejado por ahí y escribo:


Gracias por dejarme dormir aquí. No he chafardeado
entre tus cosas, pesada.

P.d. Las braguitas negras de encaje son muy monas.

No he mirado en su ropa interior para comprobar que

tenga unas braguitas de estas características ni pienso


hacerlo, pero todas las mujeres tienen unas así y es

estadísticamente probable que ella también. Pensar en su


rostro enfurecido al leer la nota me hace sonreír.

Luego, recojo mis cosas y me voy del piso. Me hubiera

gustado darme una ducha rápida, pero es tarde y quiero ver


a mi padre antes de acercarme al Dragonfly para ver si ya

tienen mi habitación disponible.

Me subo en el coche y enciendo el motor. Nada más

aparcar frente la casa, resoplo y me preparo mentalmente


para un segundo asalto con él.

Subo las escaleras del porche, me pongo de puntillas

para coger la llave del saliente y descubro, no sin sorpresa,


que la llave para emergencias no está en su sitio. Maldigo

en voz baja. ¿Papá la habrá quitado de allí para que no


vuelva a entrar sin su permiso? Llamo al timbre un par de
veces y luego con los nudillos, pero no hay respuesta.

Maldigo de nuevo, me dirijo hacia la parte trasera y, tras


comprobar que la puerta que da a la cocina también está

cerrada, fuerzo una de las ventanas. La madera no tarda en


ceder. De un salto, entro. La cocina me recibe con su

aspecto envejecido y rancio. Definitivamente esta casa


necesita una demolición urgente.

El sonido de unas voces me llega desde el salón. Alzo

una ceja, papá no está solo. Me dirijo hacia allí con paso
vacilante hasta que la figura de Joshua Robinson, el médico

del pueblo, aparece en mi punto de visión, justo al lado de


papá que está sentado.

—Luke, por favor, deja de comportarte como un crío.

Solo quiero tomarte la tensión. —El señor Robinson intenta


meterle el brazalete del tensiómetro por el brazo, pero papá
hace brazadas para evitarlo.

—Me encuentro bien, Joshua. Así que déjame en paz.

—No tienes buena cara…


—¡Me estoy muriendo! ¿Cómo quieres que tenga buena
cara?

—Solo será un minuto, anda, deja que te coloque esto.

—Aleja ese trasto de mí inmediatamente.

—¿Te tomas la medicación?

—Ya te he dicho que sí mil veces, ¿por qué no dejas de


preguntármelo?

—Por qué estoy viendo desde aquí las cajas de las

pastillas sin abrir.

Papá suelta un gruñido y Joshua consigue meterle el


tensiómetro por el brazo a la fuerza.

—Lo que imaginaba. La tienes muy baja.

—Bueno, eso es mejor que tenerla alta, ¿no?

—En tu estado es igual de peligroso por si te mareas, te

caes y te golpeas en la cabeza.

—Bueno, así quizás me muera antes.

—¡Luke! No hables así —le regaña Joshua como si


hablara con un niño pequeño.

Ha llegado el momento de intervenir, así que me aclaro


la garganta llamando su atención. Ambos giran la cabeza
para mirarme. Joshua Robinson con una sonrisa. Papá con el

ceño fruncido.

—No has cerrado la puerta tal y como te he pedido,

¿verdad? Si lo he hecho es para evitar la entrada de


indeseables.

—Buenos días para ti también —digo ignorando su

comentario hiriente—. Joshua no ha olvidado nada, no he


entrado por la puerta.

—¿Allanamiento de morada? Joshua, pásame el teléfono

que llamaré a la policía.

—No seas ridículo —le dice él poniendo los ojos en

blanco—. Tyler, hijo, ¿cómo estás?

Me ofrece una mano que estrecho con fuerza. Respondo


a su pregunta con una sonrisa y lo observo. Aunque tiene el

pelo algo más cano y la curva de la barriga más


pronunciada, Joshua sigue siendo el mismo hombre de

aspecto regio y bigote espeso que recuerdo. Viste unos


vaqueros, una camisa perfectamente planchada y el maletín
de médico descansa a sus pies.
Joshua, además de ser médico, es amigo de papá desde

su juventud. Fue Joshua el que diagnosticó a mamá con


trastorno depresivo pese a que la psiquiatría no era su

especialidad. También fue él quien aconsejó internarla


cuando intentó suicidarse la vida la primera vez. Y el que

intentó salvarla cuando al volver de clase la encontré


inconsciente en el suelo del cuarto de baño. Lástima que no

lo consiguiera y que, desde entonces, el recuerdo de sus


ojos abiertos y opacos siga siendo lo primero que veo

cuando pienso en ella.

—¿Te parece si vamos a la cocina y hablamos un rato?

—pregunta Joshua señalándome la puerta.

—Sí, claro.

—¿Y tiene que ser en mi cocina? ¿No os podéis ir a otra


parte?

—¿Te traemos algo? —pregunta Joshua con una sonrisa


burlona en los labios.

—Vuestro adiós, eso es lo que tendríais que traerme.

Joshua zarandea el brazo como si apartara un mosquito

y nos dirigimos a la cocina ignorando sus gruñidos. Abre la


nevera, saca dos cervezas, quita las chapas y me ofrece
una.

—¿Cómo está? —pregunto dando un sorbo a la cerveza

—¿Cuánto sabes?

—Sé que está muy enfermo y que se está muriendo,


poco más.

Joshua afirma con la cabeza y se sienta en una de las


sillas que rodean la mesa. Yo me siento en otra.

—Hacía meses que no se encontraba bien, pero por

mucho que yo insistía en que fuera a hacerse unas pruebas


en el hospital del condado, no hubo manera de convencerle.

Ya conoces a tu padre, no hay nada que odie más que un


hospital. Al final, una mañana se desplomó en el trabajo y

tras unos días ingresado descubrieron que lo que tenía era


un tumor. Un tumor en el páncreas que ya se había

diseminado por el resto del cuerpo y contra el que poco se


podía hacer.

Afirmo con la cabeza notando un nudo en la garganta.

—¿Él… sufre?
—Le estamos suministrando calmantes para derribar a
un elefante, el problema es que no hay forma de que se los

tome.

—¿Cómo puede ser tan cabezota?

Joshua se encoge de hombros.

—Supongo que en el momento que empiece a doler de

verdad, lo hará.

Doy un nuevo trago a la cerveza sin decir nada. Joshua


me observa en silencio, bebiéndose también la suya.

Cuando termina, se levanta y me da una palmada en el


hombro.

—Has hecho bien de venir, Tyler. Aunque se niegue a


aceptarlo, está contento de tenerte aquí.

—Pues lo disimula muy bien.

—Sigue dolido porque te marcharas, pero él te quiere.


Nunca ha dejado de quererte.

—Déjame que lo dude…

—Seguramente me mate si se entera de que te lo he


contado, pero en alguna parte de esta casa guarda un

álbum con recortes de periódicos que hablan sobre tu


carrera deportiva. Yo lo he visto. A pesar de todo, está
orgulloso de ti.

Tras decir esto, se da media vuelta y regresa al salón,


junto a mi padre.

Yo decido que ya he tenido suficientes emociones

fuertes por hoy, así que me despido de él recibiendo un


gruñido como respuesta y salgo de la casa.

Fuera el sol brilla con fuerza y las ramas de los árboles


se mueven al compás del aire que corre.

Me subo en el coche dirección al hotel donde ya deben


tener mi habitación preparada mientras pienso en lo duro
que va a ser quedarme en Blue Wings las próximas

semanas.

Duro pero necesario.


Brooke

—¿Que Tyler ha dormido en tu casa? —Ivy abre mucho los


ojos y yo le hago un gesto de silencio con el dedo índice

seguido de varios aspavientos.

—Pon un anuncio en la tele ya que estás —me quejo.

—Pero si nadie nos escucha, la cafetería está vacía.

—Estás en la cafetería más concurrida de Blue Wings, las

paredes tienen orejas.

Los miércoles, Ivy y yo comemos en la cafetería de la

plaza central del pueblo para poder hablar a gusto sin que

nadie del instituto nos escuche. Es pronto y, por tanto,


estamos solas comiéndonos unas deliciosas hamburguesas

con patatas.

Ivy baja la voz:

—Espero que al menos le hayas hecho una foto mientras


dormía. —Niego con la cabeza mientras pongo los ojos en

blanco y ella se muestra incrédula—. Una no puede tener a

Tyler Miller a menos de cinco metros de su cama y no

hacerle una foto como prueba para demostrarlo.


—Tú estás loca.

—No, perdona, quién ha invitado a pasar la noche a un tío


que no es su novio, no soy yo, eres tú. Eso habla más de tu

falta de cordura que de la mía.

Me meto una patata en la boca y hago una mueca. Pero


tiene razón. Si Noah se entera de que Tyler ha dormido en

mi casa se enfadará conmigo. ¿Por qué tuve que pasar por

delante de su coche y fijarme en él? ¿Por qué?

—Noah va a matarme —gimoteo enterrando la cara entre

mis manos.

—Tranquila, él no lo sabrá. Tú no se lo vas a decir y Tyler,

después de lo que has hecho por él, tampoco se lo dirá.

Esbozo una sonrisa sarcástica, porque ella no conoce a

Tyler, pero yo sí. Si puede usar eso como arma arrojadiza

contra Noah, lo hará.

—En fin, no quiero darle más vueltas, lo hecho, hecho

está.

—¿Por qué no me cuentas vuestra historia? Pero la

versión extendida, no el resumen del otro día. Eso me daría

una visión global de la situación.


Arrugo los labios y medito unos segundos hasta qué

punto puedo confiar en Ivy. Es cierto que solo hace un año

que nos conocemos, pero Ivy enseguida llenó un hueco que

hacía tiempo que tenía en mi vida. Había perdido el

contacto con la mayoría de mis amigas del instituto, y la

única con la que seguía hablando ni siquiera vivía allí por lo


que me sentía muy sola. Desde su llegada a Blue Wings, Ivy

ha sido una buena confidente.

Suelto un suspiro antes de hablar.

—Vale, te lo cuento todo, pero me tienes que prometer

que no se lo vas a contar a nadie.

—¿Y a quién quieres que se lo cuente si eres mi única

amiga en este pueblo? —pregunta frunciendo el ceño.

Vale, tiene razón. Afirmo con la cabeza, cojo aire y

empiezo:

—Tyler y yo éramos vecinos de siempre y mi madre y la

suya eran amigas. La madre de Tyler era una mujer…

especial. Sensible, dulce, pero con temperamento


depresivo. Podía pasarse en cama largas temporadas y

durante ese tiempo mamá acogía a Tyler en nuestra casa


como uno más de la familia. Jugábamos juntos, se quedaba

a cenar…

—¿Y su padre?

—Luke llegaba muy tarde de su trabajo. Siempre he

pensado que trabajaba tanto para no tener que estar en

casa porque la enfermedad de su mujer era demasiado para

él.

—Pobre…

—Sí, el caso es que Tyler y yo éramos muy amigos.

Crecimos juntos. Es cierto que al ser un año mayor en el

colegio primero y en el instituto después prácticamente no

interactuábamos. Cada uno tenía su grupo de amigos y su

rol. Él enseguida despuntó en el fútbol y se convirtió en uno

de los chicos más populares del instituto. Yo me hice del

Club de Lectura y pasé a ser del grupo de los invisibles. Pero

eso nunca impidió que pasáramos tardes enteras tumbados

en mi cama escuchando música o hablando de nuestras

cosas

—Uy, que de novios suena eso. —Me dice alzando las

cejas.
—Sí, lo nuestro siempre fue… indefinido. Yo estaba

colgada por él, las cosas como son. Cuando dejé atrás la

niñez y entré en la adolescencia las hormonas hicieron de

las suyas y me enamoré de él como una tonta. Pero él no

parecía sentir lo mismo por mí. Salía con muchas chicas y

nunca intentó nada conmigo.

—Fue un amor no correspondido, entonces.

—Supongo… —Me muerdo el labio—. Aunque a veces

cuando me miraba yo notaba algo, ¿sabes? Que me miraba

de una forma diferente a cómo miraba a las demás chicas.

Que buscaba cualquier excusa para tocarme. Que me

hablaba demasiado cerca. Y luego hubo esa iniciativa por su

parte para romper el orden preestablecido en el instituto.

—¿Para romper qué? —pregunta ella sin entender.

—El orden preestablecido —repito—. Ya sabes: populares

con populares, pringados con pringados... Un día le dije en

broma que se avergonzaba de mí porque nunca hablaba

conmigo en el instituto y, al día siguiente, él y un amigo

suyo, Cameron, al que ya conoces, se sentaron en la mesa

que yo compartía con mis compañeros del Club de Lectura

para demostrarme que estaba equivocada. Y desde


entonces cada vez que me veía por el pasillo me revolvía el

pelo o me guiñaba un ojo sin importarle los rumores que

circularan sobre nosotros.

—Ajá, ¿y nunca paso nada entre vosotros?

Pienso en nuestro beso, en ese beso que nos dimos

después de ver La vida es bella, ese beso que fue un antes

y un después en nuestra relación, que abrió en mí yo

adolescente una ventana de esperanza. Dudo si contárselo

o no, pero antes de que pueda tomar una decisión al

respecto, la puerta se abre y Cameron entra por ella.

—Espera un momento. —Me levanto de un salto y me

dirijo hacia él que se ha sentado en un taburete en la barra

—. Eh, tú —le digo tocándole el hombro con un dedo.

Cam se gira con una ceja alzada en mi dirección.

—Ey, no os había visto —dice lanzando una mirada por

encima de mi hombro para mirar a Ivy. Sé de sobra que es

su debilidad, aunque ella pasa de él. Y eso que Cam es un

tío atractivo, pero algo me dice que Ivy arrastra un pasado

complicado del que aún no está preparada para hablarme—.

¿A qué viene esa cara de asesina en serie?


—¿Quién te manda a ti a explicarle nada de mi vida

privada a Tyler?

Cameron frunce el ceño.

—No sabía que tu relación con Noah fuera algo que


mantuvieras en secreto.

—No lo mantengo en secreto, pero tampoco lo grito a


voces. Y menos a alguien del que no sé nada desde hace

más de catorce años.

Escucho el sonido de la puerta tras de mí, pero no me


giro a mirar quién ha entrado. Estoy concentrada en mi

discusión con Cam.

—Él me preguntó, qué querías ¿qué le mintiera? —Una

sonrisa divertida se forma en sus labios.

—Omitir información no es mentir. No quiero que le digas


nada más sobre mí al egocéntrico y metomentodo de Tyler,

¿entendido?

—Entendido —dice una voz que no es la de Cam. Una voz


inesperada a mis espaldas que me hacen enrojecer de

inmediato.

Ouch.
Tyler

—Omitir información no es mentir. No quiero que le digas


nada más sobre mí al egocéntrico y metomentodo de Tyler,

¿entendido? —oigo decir a Brooke nada más entrar en la


cafetería.

Me acerco a ella y a Cam y digo, dibujando una sonrisa


burlona en los labios: —Entendido.

Brooke se gira y me mira a través de sus enormes ojos


abiertos de par en par. Parece asustada, como si verme aquí

fuera lo último que hubiera esperado. Tiene las mejillas

encendidas.

—Catorce años sin saber de ti y de un día para el otro te

encuentro en todas partes.

—En un pueblo tan pequeño las coincidencias están

aseguradas —le recuerdo sin dejar de sonreír.

—Maldito el día en el que hice esa llamada…

—No te preocupes, me ha quedado claro que no quieres


que pregunte más sobre ti. —Sus ojos se entrecierran
observando mi expresión sarcástica—. Aunque si yo fuera

Noah me preocuparía por tu insistencia en esconder nuestra

relación a los demás.

—Si tu fueras Noah no habría nada que esconder porque

preferiría cortarme una mano y tirarla a los tiburones que

salir contigo.

Arrugo el ceño y niego con la cabeza.

—Pues para resultarte tan repulsivo no has tenido

reparos en invitarme a dormir en tu casa esta noche.

Su rostro se deforma del enfado al pánico. A nuestro

lado Cameron nos mira sorprendido.

—Ha dormido en el sofá —corre a explicar Brooke a Cam


lanzándome una mirada asesina—. El muy idiota estaba

durmiendo en su coche y me dio pena. La próxima vez

dejaré que muera por congelación. Y tú. —Me señala con el

dedo—. Eres un bocazas, te pedí que no dijeras nada sobre

lo de esta noche.

Se da la vuelta enfurruñada y yo aprovecho para mirar

la forma en la que se mueve su falda al caminar.


—Solo un día en Blue Wings y ya la has cabreado. Y

cabrear a Brooke es como cabrear a un teletubbie...

Suelto una carcajada.

—Ya ves, tengo una extraña habilidad en esto de

cabrear a la gente. Que se lo digan a mi padre…

—¿Sigue sin querer verte?

—Sigue.

—Paciencia, tío.

Afirmo con la cabeza y fijo mi mirada en la mesa de

Brooke que está acompañada por la chica rubia de ayer.

Cuando le dije a Cam de comer juntos aquí hoy no


empezaba encontrármela.

—Por cierto, ¿qué hacías durmiendo en tu coche? Podías

haberme dicho que no tenías donde caerte muerto. Tengo


habitaciones de sobras en el rancho.

—No quería implicar a nadie, tío.

Una sonrisa sarcástica se esboza en su rostro. Supongo

que estará pensando que para no querer implicar a nadie he


acabado implicando a Brooke.

—¿Tienes dónde dormir hoy?


Afirmo con la cabeza, meto una mano en el bolsillo y le

enseño la llave de la habitación del Dragonfly. Tras salir de

casa de mi padre he ido al hotel, me han confirmado que la


habitación estaba libre y me he podido dar una ducha y

descansar un poco antes de venir hacia aquí.

Trevor, el propietario de la cafetería, un hombre bien

entrado en la cuarentena con el pelo castaño que esconde

sus pequeños ojos azules tras unas gafas de pasta que los

hace aún más pequeños, sale del almacén y dibuja una

sonrisa enorme al reconocerme. Me da la mano y, tras

decirme lo mucho que ha disfrutado de mis partidos en la

liga y la pena que le dio que me retirara, nos toma nota y se

va hacia la cocina a preparar las hamburguesas con patatas


que le hemos pedido.

—¿Dónde nos sentamos? —pregunta Cam alzando las


cejas en dirección a las chicas con una sonrisa burlona.

La cafetería está vacía, podríamos sentarnos en

cualquier sitio, pero la idea de compartir mesa con Brooke

es mucho más atractiva que la de sentarnos solos.

Guiño un ojo a Cam y nos sentamos con ellas. Yo al lado


de Brooke. Cam al lado de la chica rubia.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —pregunta

Brooke dejando caer su hamburguesa en el plato

mirándome con el ceño fruncido.

—Sentarnos. Es obvio, ¿no?

La chica rubia esconde una sonrisa ante mi comentario.

—El local está vacío, ¿por qué demonios tenéis que

sentaros en nuestra mesa?

—Porque habéis ocupado una mesa de cuatro y solo sois

dos.

—Hemos ocupado una mesa de cuatro porque… ¡¡no

hay nadie!! —exclama en un grito un poco histérico que

hace a Cam soltar una carcajada.

—Pero nunca se sabe cuándo esto se va a llenar.

Imagina que empieza a entrar gente y por vuestra culpa un

grupo de cuatro se queda fuera porque solo tienen

disponible una mesa de dos.

Sus ojos del color de la crema de cacahuetes se


entornan.

—No tiene pinta de que una estampida de gente vaya a

salir de la nada deseosa de comer una hamburguesa.


—¿Y eso cómo lo sabes? ¿Conoces los deseos

nutricionales de toda la gente que vive en este pueblo?

Brooke resopla.

—Está bien, nos trasladaremos a una mesa de dos

personas —gruñe cogiendo su plato y poniéndose en pie.

—Venga, Brooke, no pasa nada por compartir mesa —

dice la chica rubia con una sonrisa dulce—. Por cierto, me


llamo Ivy. —Alza una mano.

Brooke la mira, me mira a mí y luego vuelve a sentarse

en el banco acolchado que compartimos con una expresión

derrotada en el rostro.

Trevor nos sirve las hamburguesas y empezamos a

comer envueltos en una conversación llena de silencios.

Cam no hace más que lanzarle fichas a Ivy mientras esta las

rechaza una a una sin inmutarse. Y Brooke come en silencio,

con los ojos fijos en su móvil como si yo no existiera.

—Me he encontrado a Joshua en casa de mi padre —le

digo con intención de iniciar una conversación.

Brooke alza la mirada del móvil para fijarla en mí.


—¿Hay alguna novedad? Mamá se pasó ayer por la tarde

para llenarle la nevera de comida casera. Me dijo que lo

había visto más cansado de lo habitual.

Me encojo de hombros.

—Se niega a tomarse las medicinas, aunque supongo

que a eso no se le puede llamar novedad.

Ella asiente llevándose una patata a la boca.

—Se cree que las medicinas son para los débiles —dice

encogiéndose de hombros.

—Yo que me tomo un ibuprofeno al menor signo de


dolor…

—Bueno, digamos que tu umbral del dolor nunca ha sido

demasiado alto.

—¿Qué quieres decir con eso? —Entrecierro los ojos.

—Que aún recuerdo la forma en la que llorabas histérico

aquella mañana que te picó una abeja en el brazo en el


patio de tu casa.

—Eh, eso es un golpe bajo —me quejo—. Se me puso el


brazo del tamaño de mi cabeza.
—Nah, siempre has sido muy aprensivo. —Su risita entre
dientes me hace sonreír. Ha bajado la guardia, y se nota.

—Estás hablando con un ex quarterback retirado. Me he


abierto dos veces la cabeza. Y ¿ves esta cicatriz? —Me

señalo la cicatriz que cruza mi ceja izquierda—. Me la hizo


un contrincante en un placaje.

—Vale, vale, eres un tío duro, me ha quedado claro. —

Alza las manos a modo de disculpa.

Compartimos una sonrisa. Una sonrisa que dura poco,


porque la alarma de mi móvil suena anunciándome la hora

de partir hacia el instituto para mi primer día como


entrenador, pero una sonrisa al fin y al cabo.

Apuro la hamburguesa, dejo un billete sobre la mesa y


me despido de todos con una extraña sensación

hormigueándome por dentro.

###
El equipo de fútbol del instituto está formado por quince
jóvenes con ganas de mejorar. El señor Coleman me ha

cedido el puesto de entrenador con un suspiro aliviado. El


pobre hombre es el padre de uno de ellos y había aceptado

más por compromiso que por otra cosa.

Tras darles una charla motivacional en el vestuario,


salimos al campo, ese campo que me trae tantos recuerdos

del pasado.

Fue jugando en ese campo dónde el ojeador de la


Universidad de Yale se acercó a mí para ofrecerme una beca

deportiva. Fue en ese campo dónde el destino que parecía


estar escrito desde hacía años se desdibujó y un nuevo
horizonte fue posible. Yo que odiaba ayudar a papá en el

taller vi en esa beca la promesa de un futuro prometedor. Y


así fue.

—Venga, chicos, quiero ver como dais unas vueltas por

la pista. —Señalo la pista de atletismo que rodea el campo.

—Pero entrenador, Noah no nos deja —dice uno de los

chicos.
Fijo mi mirada en Noah y el grupo de chicos y chicas de

atletismo que estiran cerca de las gradas.

—No os preocupéis por eso, ya me encargo yo.

Los chicos no parecen muy seguros de lo que digo, pero

salen trotando sin protestar. Noah tarda cinco segundos en


gritarles.

—Eh, vosotros, fuera de ahí —les dice haciendo

aspavientos con el brazo.

Los chicos se detienen, me miran y yo les hago una

señal para que prosigan acercándome a Noah. Noah el


perfecto. Noah el novio de Brooke.

—Eh, tío, ¿qué tal? —pregunto de forma cordial.

Un par de chicas sueltan una risita coqueta al verme

aparecer.

—Pues ahora mismo un poco desconcertado. No me

gusta que corran en mi pista de atletismo.

—¿Tu pista? —pregunto irónico—. No sabía que era de tu


propiedad.

—Lo es cuando entreno. —Pone los brazos en jarras muy


serio.
—Pues me tendrás que entregar un papel que lo

certifique. Hasta entonces mis chicos correrán en la pista


todas las veces que quieran.

—Tus chicos escupen y desconcentran a mis chicas.

—Si tus chicas se desconcentran mirando correr a mis

chicos no es problema mío, sino de las hormonas de la


edad.

—Tú no lo entiendes, acabas de llegar. —Me mira


despectivo y yo le sonrío con suficiencia.

—Lo que yo entiendo es que no eres nadie para

prohibirnos usar las instalaciones del instituto a placer, así


que…

Le doy la espalda y regreso hasta el campo sintiendo su


mirada en mi cogote.

Pienso en Brooke y me arde todo por dentro.

¿Cómo puede salir con este capullo?


10
Brooke

Es viernes, han pasado cuatro días desde que Tyler aterrizó


de nuevo a mi vida y siento como esta se tambalea sin

parar desde entonces. Así es él: como un huracán que


arrasa con todo a su paso. Después de tantos años, sigue

teniendo ese magnetismo que lo hace convertirse en el

protagonista de cualquier lugar cuando aparece. Aunque


claro, ahora no es solo el quarterback del equipo del
instituto del pueblo que ganó durante tres años

consecutivos la liga regional. Ahora es uno de los

exjugadores de fútbol profesional más reconocidos del país.

Por si esto fuera poco, desde que se convirtió en

entrenador, ha tenido varios encontronazos con Noah.


Según Noah, Tyler se niega a seguir las normas. No conozco

la versión de Tyler, no he vuelto a cruzar una palabra con él

desde que el miércoles comimos juntos en la cafetería, pero

sé de buena tinta que no se lleva bien con los límites. Es


especialista en saltárselos.
Suelto un suspiro, salgo del pequeño coche que adquirí

de segunda mano hace unos años con mi primer sueldo de

profesora y me planto frente a la puerta de la casa de Luke.

Me muerdo el labio algo inquieta. Sé que Luke está

enfadado conmigo por haber llamado a Tyler. Se lo dijo a


mamá el otro día. Y, aunque sé que hice bien, no puedo

evitar ponerme nerviosa ante su reprimenda.

Luke Miller me da mucho respeto. Es una de esas

personas que rezuman autoridad por todos sus poros.

Desde la muerte de su mujer su carácter se fue agriando

hasta convertirse en un viejo gruñón. Antes no era así. O no

tanto. Yo recuerdo jugar con Tyler en el patio trasero de su


casa y él aparecer con una bandeja llena de bizcochos y

limonada y una expresión jovial en el rostro. Supongo que

nunca superó del todo perder a la mujer de su vida. Porque

sé de buena tinta que lo era, que la amaba con locura y que

sufrió una barbaridad con su muerte.

Cojo aire, lo dejo ir despacio y llamo a la puerta. Espero

paciente a que aparezca, pues sé que su movilidad es

reducida. Escucho unos pasos en el interior y puedo ver

cómo me mira a través de la mirilla, pero no abre.


—¿Vas a dejarme aquí fuera? —pregunto alzando la voz

para que me oiga a través de la puerta cerrada.

Luke no dice nada. Insisto:

—Traigo tus pasteles favoritos de la pastelería de

Rachel.

Seguidamente, la puerta cede y la cabeza de Luke se

asoma para comprobar que, efectivamente, en mis manos

tengo una caja de dicha pastelería.

—No debería dejarte entrar después de lo que hiciste.

—Pastelitos de crema, Luke —digo alzando la caja hasta

la altura de sus ojos. Son su debilidad.

Luke hace una mueca, pero coge la caja de mis manos

con un movimiento rudo, se da la vuelta y regresa al salón

dejando la puerta abierta para que pueda pasar. Cierro la

puerta tras de mí y le sigo en silencio.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto mientras observo

cómo se sienta torpemente en el sillón, abre la caja, coge

un pastelito y se lo mete en la boca con ganas.

—Como si me fuera a morir en unas semanas —dice él

masticando.
—Deberías corregir ese humor negro que no hace nada

de gracia —digo yo poniendo los brazos en jarras.

—Y tú deberías corregir esa manía molesta de meterte

donde no te llaman.

—Luke, tenía que llamar a Tyler, y no es que a mí me

hiciera especial ilusión hacerlo.

—¿Y por qué lo hiciste?

«Porque nadie se merece morir solo», pienso. En vez de

eso, digo:

—Porque por mucho que tu hijo sea un idiota, es tu hijo

y se merecía saberlo.

Refunfuña algo en voz baja pero no me contradice. Se

limita a coger otro pastelito y llevárselo de nuevo a la boca

mientras fija su mirada en el televisor, donde están dando

una reposición de la serie de Chuck Norris. Sé que por culpa


de la enfermedad apenas tiene apetito, pero los pastelitos

de crema se los come a pares.

Le dejo comiendo y viendo la tele tranquilo y aprovecho

para limpiar un poco la casa.


Cuando termino de fregar los platos y quitar el polvo de

su dormitorio, regreso al salón. Lo encuentro dormido, con

la cabeza recostada a un lado, la caja de pastelitos abierta

en su regazo y la comisura de los labios llena de migas. En

la pantalla, Chuck Norris mira desafiante a un tipo con

aspecto de malhechor.

Le quito la caja del regazo con cuidado, le pongo una

manta por encima y bajo el volumen del televisor. No lo

apago porque sé que le gusta dormir con el sonido de las

voces de fondo. Luego, salgo de la casa y me dirijo hacia la

de mis padres.

Abro la puerta y saludo desde el recibidor. Me quito el

abrigo de paño negro y la bufanda y lo dejo todo dentro del

armario de la entrada. El olor de asado viaja por el aire

hasta aquí y sonrío pensando en la cena tan rica que está

preparando mamá. Me dirijo hacia la cocina donde escucho

un murmullo de voces. Frunzo el ceño cuando me cruzo con

papá en el salón.

¿Con quién demonios está hablando si papá está aquí?

Entro en la cocina y frunzo el ceño cuando los ojos

grises de Tyler se cruzan con los míos. Está sentado en la


mesa de la cocina y va vestido con unos vaqueros oscuros y

un jersey de cuello panadero de color granate que se ciñe a

la perfección sobre su torso.

Tyler Miller, ¿qué haces aquí también?


11
Brooke

—Mamá, ¿qué hace Tyler en nuestra cocina? —pregunto sin


mirarla, con los ojos fijos en él.

—Cariño, Tyler es un invitado, no seas maleducada —me


dice ella dedicándome una mirada de advertencia.

Tengo ganas de dar media vuelta y largarme de aquí,


pero sé que mamá me regañaría como si fuera una niña en

medio de una rabieta y no quiero darle el placer a Tyler de


presenciar algo así. Me alegro de que Noah al final no haya

podido venir, porque de lo contrario esto se hubiera

convertido en un Spin-Off muy divertido de la Matanza de


Texas.

Mamá se gira para cortar una zanahoria en rodajas


sobre la tabla de madera y siento la mirada de Tyler

repasándome de arriba a abajo. Llevo un vestido de vuelo

de color violeta con cuello de Peter Pan, unas medias negras

y unos botines color camel. No hay nada provocativo en lo


que llevo, sin embargo, la forma en la que sus ojos se fijan

en mi cintura y en mi pecho me hace sentir desnuda. Me


cruzo de brazos sobre la zona como acto reflejo y me siento

en la mesa frente a él.

—Brooke, Tyler me estaba explicando lo mucho que está

disfrutando como entrenador de los chicos del instituto —

dice sin girarse.

El sonido del cuchillo contra la madera llena el aire.

—Ah, ¿sí? —pregunto mirándolo con una sonrisa forzada


—. Ya me ha contado Noah que vas a la tuya, como siempre.

Mi tono de voz pasivo agresivo no le pasa inadvertido. Él


alza las cejas y mamá deja de cortar para girarse y

preguntar a Tyler:

—¿Conoces a Noah?

—Sí, íbamos juntos al instituto.

—No sabía que fuerais amigos —dice con una sonrisa.

—No creo que a lo qué éramos se le pueda llamar

amigos.

Mamá no parece pillar el tono jocoso de Tyler, porque a

continuación pregunta:

—¿Es un buen chico para nuestra Brooke?


—¡¡Mamá!! —exclamo indignada—. Conoces a Noah

desde hace dos años, ¿en serio tienes que preguntarlo?

Además, su opinión no vale de nada.

—Ay, hija, que picajosa eres. Le pregunto porque Noah

es tan… correcto. —La definición que hace de mi novio me

hace fruncir el ceño—. Es difícil saber cómo es de verdad.

—Alice, no creo que Noah sea bueno para Brooke. —

Fulmino a Tyler con la mirada—. Pero, para serte sincero, no

creo que nunca conozca a nadie lo suficientemente bueno

para ella.

Sus palabras me hacen rebajar la tensión de mis

facciones. Mamá parece satisfecha con sus palabras, porque

afirma con la cabeza y vuelve a lo suyo. Yo cruzo una

mirada con Tyler extraña, significativa.

¿Es esta su forma de pedirme una tregua?

Poco después, mamá nos manda a poner la mesa. Yo me

encargo de los cubiertos, Tyler de los platos. Mientras

dejamos cada cosa en su sitio, en silencio, es inevitable


acordarme de todas aquellas tardes en las que Tyler cenaba

con nosotros y mamá nos pedía que hiciéramos


exactamente lo mismo. Es fácil dejarse llevar por el

recuerdo. Por la forma en la que Tyler me mira diría que está

pensando exactamente en lo mismo.

La cena al final resulta agradable. Papá y mamá no

hacen más que preguntarle cosas a Tyler que responde

siempre con una sonrisa sincera. El asado está delicioso y

yo me limito a observarles hablar mientras pienso en la

forma en la que el tiempo a cincelado las facciones de Tyler.

Ahora son más duras, con más aristas.

Me pregunto cómo debe haber sido su vida estos

últimos años desde que entró a jugar en el equipo de fútbol

profesional hasta que se retiró. Siempre de un lado al otro.

Siempre sintiendo la presión de ser mejor, de no bajar el

ritmo. Muchos jugadores se retiran después de temporadas

pésimas, de lesiones; él en cambio se retiró cuando estaba


en lo más alto de su carrera.

Tras la cena, mamá trae su famosa tarta de manzana y

yo cojo un trozo y me lo llevo conmigo, dejándolos charlar

tranquilos en el salón. Me pongo el abrigo de paño negro y

me siento en el primer escalón del porche, disfrutando de la

noche despejada.
La puerta de entrada no tarda en abrirse. Una taza de

chocolate caliente con nubecitas aparece ante mis ojos.

—Doce nubecitas —dice Tyler en un susurro sentándose

a mi lado con su trozo de tarta y otra taza de chocolate

caliente entre las manos.

La cojo reprimiendo una sonrisa nostálgica. Dejo el plato

con la tarta sobre el suelo y le doy un sorbo. Que recuerde

que tomo el chocolate así, con doce nubecitas exactas, es

tierno.

—¿Ya te has cansado de la lluvia de halagos que te

estaban haciendo mis padres?

—Tienes mucha suerte de tenerles.

—La tengo. Aunque tú también. Te adoran, lo sabes,

¿no? —pregunto tomando una nubecilla entre mis dientes.

—Al menos no me responden con gruñidos. —Mira hacia

la casa de Luke y sé lo que quiere decir.

—He estado con él antes de venir aquí.

Tyler me mira con las cejas alzadas.

—Yo también me he pasado, pero no hemos

intercambiado ni una sola palabra.


—Bueno… —Me encojo de hombros—. Yo he comprado

su perdón con pastelitos de crema, pero no es que hayamos

mantenido una conversación como tal.

—Pues sí que vende su perdón barato —dice sarcástico.

—No te creas. Me has costado cincuenta pavos, y mi

sueldo como profesora no es que sea muy boyante.

Tyler sonríe.

Durante unos segundos nos quedamos en silencio,

terminándonos la tarta y el chocolate caliente. Es él quién

vuelve a hablar:

—¿Por qué sales con Noah?

Arruga la nariz, haciendo patente su desaprobación.

—¿Por qué lo preguntas como si en vez de una persona

se tratara del mismísimo Lord Voldemort?

—Porque no lo entiendo. Sigue siendo tan prepotente

como cuando éramos adolescentes. No sé qué ves en él.

—Pues para empezar me quiere y se preocupa por mí.

Es atento, cariñoso y buena persona. Quizás no sea

perfecto, pero cuando hace una promesa la cumple.


Lo que acabo de decir cae como una bomba entre

nosotros. Como una bofetada que le hace girar la cara y

frotarse la mejilla.

—No tienes ni idea de las veces que me he castigado

por lo que pasó aquel día —dice Tyler humedeciéndose el

labio con la mirada perdida. Luego, fija su mirada en la mía

—. Hay veces que juego con el pasado, cambiando

decisiones que tomé e imaginándome cómo se hubieran

desarrollado los acontecimientos de no haberla cagado. —Lo


dice como un susurro que parece una caricia.

—¿Y qué ves? —pregunto sin ni siquiera reflexionar

sobre lo inapropiada que es esta pregunta.

Sus ojos centellan bajo la luz de las farolas de la calle

que se han iluminado al anochecer.

—Te veo a ti y a mí bailando en la cocina mientras


preparamos la cena. Nos veo compartiendo películas en el

salón y besos en la cama. Nos veo malcriando a nuestros


hijos, pero dándoles todo el cariño posible. Nos veo siendo
felices.
Siento un tirón en el pecho que baja por mi abdomen
hasta mi sexo.

Finjo una carcajada que suena amarga, como la


sensación que se me acaba de quedar atragantada en la

garganta.

—Ves una película de ciencia ficción, entendido.

Tyler me mira con intensidad. Me fijo en la forma en la


que sus iris grises se oscurecen, y en sus manos fuertes de

palma ancha y dedos callosos.

Un nuevo tirón desciende por mi vientre.

Sus ojos en mis ojos.

Su mano que se acerca lentamente a la mano que tengo

apoyada sobre el suelo.

Trago saliva observando los milímetros que separan su


dedo meñique del mío.

Abren la puerta principal tras nosotros y levanto la mano


del suelo con un gesto brusco. Tengo la respiración agitada

y siento el corazón bombear rápido en mi pecho. Nos


giramos y veo a mamá aparecer con una manta de cuadros

escoceses.
—Hace frío para que estéis ahí sentados.

Nos ofrece la manta, pero yo me levanto de un salto y


declino el ofrecimiento.

—Se ha hecho tarde, me voy ya.

Entro en casa, me despido de papá, abrazo a mamá y


hago un gesto a Tyler a modo de despedida. Luego, me subo

en el coche y lo pongo en marcha notando aún el pulso


alterado.

Tengo una maraña de pensamientos cruzándose en mi

mente, y pienso en Noah. Que Tyler siga afectándome no


tiene nada que ver con lo que siento por él, ¿verdad?

Me dirijo hacia el centro y, aunque sé que ya debe estar


durmiendo, aparco el coche frente al edificio de Noah y

llamo a la puerta. Noah abre unos segundos después, aun


adormilado. Lleva el pijama puesto y el antifaz subido sobre

la cabeza.

—¿Ha pasado algo? —pregunta extrañado de verme.

Noah se acuesta muy temprano porque se despierta de


madrugada, cuando las calles aún no están puestas.
Además, mañana ha quedado con unos amigos para hacer

senderismo por la zona y aún se va a despertarse antes.

—Te necesito… —musito lanzándome a sus brazos.

Noah me devuelve el abrazo y yo le rodeo con mis

piernas cruzando los tobillos en su cintura. Le beso


profundamente, dejando que mi lengua se interne en su

boca.

Noah me lleva cargada en brazos hasta la cama y me


tumba en ella. Me desnuda rápidamente, quitándome el

vestido por la cabeza. Le sigue el sujetador, las medias y las


braguitas. Se quita el pijama y se tumba sobre mí.

Su cuerpo desnudo empuja con fuerza. Sus ojos


marrones me miran con deseo y mi cuerpo arde con ganas

de más. A pesar de que siempre usamos la postura del


misionero a la hora de hacer el amor, le pido que salga de

encima para poder ponerme yo. Noah me mira extrañado,


pero no dice nada. Se tumba sobre el colchón y yo me

coloco en su lugar, marcando el ritmo, dejando que su


miembro salga y entre dentro de mí.
Cierro los ojos dejándome llevar por las sensaciones.

Noah se desdibuja y en su lugar aparece Tyler. Las manos


que me agarran por las caderas ya no son finas y cuidadas,

sino grandes, de dedos callosos y palma ancha. El pelo que


sujeto entre los dedos tampoco es corto, sino largo y rizado

en las puntas. El cuerpo sobre el que monto no es fino y


atlético, sino grande y fuerte. Jadeo pensando en Tyler

debajo de mí, Tyler mirándome a través de esos ojos grises


que tanto me gustan. Tyler frunciendo la boca a punto de

soltar un gemido.

Noto como el deseo se concentra entre mis piernas.

Llevo una mano hacia mi clítoris y lo froto con fuerza. El


deseo enseguida se expande al ritmo de mis caricias hasta

que el mundo desaparece y caigo en un orgasmo


demoledor.

Me dejo ir sobre su cuerpo y al abrir los ojos Noah me

mira con una sonrisa aún llena de deseo. Tyler ya no está y


algo dentro de mí se siente culpable, como si le hubiera sido

infiel.

—Ahora me toca a mí —susurra en mi oído.


Vuelvo a colocarme tumbada en el colchón y Noah me
penetra poniéndose encima. En dos embestidas, se corre él

también. Luego, me besa en el hombro y se coloca de lado,


librándome de su peso.

—Vaya, Brooke, es la primera vez que te veo tan…


desatada.

Enrojezco, subiendo el edredón hasta mi pecho. Por

alguna extraña razón me siento vulnerable, sucia.

—Lo… lo siento.

—No te equivoques, me encanta que vengas a mi casa

en busca de sexo. —Me besa con suavidad en los labios—. Y


de verdad que te pediría que te quedaras un rato más, pero

me despierto en pocas horas y quiero estar en plenas


facultades físicas.

—Sí, claro, perdona por haber venido. Solo… necesitaba

verte.

—Tranquila.

Me besa en el hombro y yo recojo la ropa, me visto y le

dejo en la cama donde ya duerme con el antifaz puesto.

Me siento extraña.
Acabo de hacer el amor con mi novio pensando que era
otro. Solo ha sido una fantasía, pero aun así… me siento

mal. Como si le hubiera engañado. Como si en vez del


cuerpo de Noah hubiera estado trotando sobre él de Tyler.

Salgo al exterior y el aire frío de finales de septiembre

me azota en las mejillas.

¿Por qué Tyler siempre consigue desestabilizarme de


esta manera?

Tengo una vida feliz. Tengo lo que siempre he querido. Y,


sin embargo, ahora que ha vuelto noto que una pieza que

llevaba años fuera de lugar vuelve a encajar en su sitio.


12
Tyler

El letrero de madera colocado sobre la enorme puerta de


acero de la entrada me da la bienvenida a «Wings

Horseshoe», el rancho de la familia de Cameron ubicado a


las afueras del pueblo. Entro con el coche y aparco en una

zona habilitada como aparcamiento junto a la pick up negra

de Cam.

El rancho está formado por un enorme espacio


vallado donde trotan unos cuantos caballos, un establo, un

cobertizo y una casa de dos plantas de madera y aspecto

rústico.

Todo está igual a como recordaba, estar aquí es como

viajar en el tiempo, a aquellas tardes en las que Cameron y

yo montábamos a caballo después de los entrenos a pesar

de las advertencias de nuestro entrenador de que no lo


hiciéramos por riesgo de lesión. Siempre fuimos unos

rebeldes. Como ya he dicho en otra ocasión, nunca se me

ha dado bien seguir las normas.


Salgo del vehículo y me dirijo hacia la valla de

madera pintada de blanco donde me encuentro a Joe, el

hermano pequeño de Cameron, que es una fotocopia suya,

aunque cinco años más joven y que, tras saludarme con una

efusiva sonrisa y un estrechón de manos, me indica que su


hermano está limpiando los establos.

Voy hacia allí y me lo encuentro dentro de una


cuadra. Al verme, una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Ey, Ty, ¿qué te trae por aquí? —Se restriega la mano

en los vaqueros y me la tiende. Se la estrecho a pesar de


que sigue estando igual de sucia que antes de limpiársela.

—He pensado que estaría bien rememorar viejos

tiempos. —Esbozo una sonrisa y Cam me invita a

acompañarle hacia el exterior. Observo el rancho unos


segundos antes de volver a hablar—: Este sitio está igual.

—Ya conoces a mi padre. —Se aclara la garganta y

pone un tono de voz solemne—: ¿Si algo funciona para qué


cambiarlo? —Se encoge de hombros.

Afirmo con la cabeza pensando en Cole Lewis, el


padre de Cameron, un hombre serio y parco en palabras
que, desde que le conozco, se ha desvivido por este rancho.

«Wings Horseshoe» es uno de los ranchos especializados en

la crianza de caballos más prestigiosos de la zona. Clavo mi

mirada en el espacio vallado y me fijo en un caballo de color

negro que trota felizmente junto al resto.

—¿Es Shadows? —pregunto recordando el antiguo

caballo de Cam.

—No, aunque es uno de sus hijos, Midnight. Shadows

murió hace cinco años. —Noto la nostalgia en su tono de

voz, y es que Shadows era un caballo muy especial. Para un

Cowboy su caballo forma parte de él mismo.

—Lo siento, tío.

—Es ley de vida.

Me hace un gesto con la mano para que le siga y

entramos en la casa, un espacio diáfano que une cocina,

salón y comedor. La madera es el material principal que

recubre suelos, paredes y techos. La cabeza de un reno

ocupa la parte superior de la chimenea.

Cameron coge dos botellines de cervezas del

frigorífico, les quita las chapas contra la encimera y me


pasa una. Decidimos sentarnos en las sillas que hay en el

porche, de cara al cercado de caballos.

—¿Me vas a decir a qué has venido de verdad o

vamos a seguir hablando de cosas triviales hasta que te

envalentones a sacar el tema? —pregunta Cam alzando una

ceja después de varios minutos de conversación banal.

Hago una mueca. Joder, sigue conociéndome muy

bien a pesar de los catorce años que hace desde que me

marché.

—¿Del 1 al 10 cuánto crees que la cagué con Brooke

hace catorce años? —pregunto sin andarme por las ramas.

Cameron dibuja una sonrisa de suficiencia en los

labios y suspira.

—No sé, pongamos que del 1 al 10 la cagaste un 20.

La dejaste tirada en su fiesta de fin de graduación, Tyler. La

privaste de un recuerdo importante en la vida de cualquier

mujer.

Siento como algo me golpea el estómago por culpa

de sus palabras. Sé que tiene razón y pensar en ello me

reconcome por dentro. Porque recuerdo aquellos días de


caos, rabia e impotencia con cierta distancia, porque sé que

lo que hice fue una respuesta al desequilibrio de mi estado

emocional. Sí, la cagué, pero la cagué porque me sentía

perdido, solo, sin rumbo. Fue una cagada acorde con la

tempestad que sentía dentro de mí.

—La quería —digo en un susurro, tras un sorbo largo

de cerveza.

Las facciones del rostro de Cam se relajan de golpe y

una sonrisa tranquilizadora ocupa ahora su cara.

—Lo sé. Siempre lo supe, incluso antes que tú mismo.

Lo que nunca entendí es porqué tardaste tanto en darte

cuenta.

Siento la amargura recorrerme por dentro.

No voy a negar que siempre fui un adolescente

complicado. Incluso cuando era evidente que mis

sentimientos por Brooke pasaban la línea de la amistad, me

negué a aceptarlo. Porque Brooke siempre me pareció

demasiado buena para mí. Porque ella se merecía lo mejor y

lo mejor no era yo. Porque me daba miedo lo que era capaz

de provocarme su sonrisa cuando me miraba a los ojos.


Hasta que nos dimos aquel beso tras ver La vida es bella y

tuve que rendirme a la evidencia.

—Nunca va a perdonarme por lo que ocurrió.

Asiente fijando su mirada en el infinito, ahí donde las

montañas se difuminan con el cielo.

—Hay ocasiones en las que es mejor dejar el pasado

donde está y enfocarse en el presente.

—Eso he hecho estos catorce años, pero regresar aquí

ha removido toda la mierda.

—Piensa que las decisiones que tomaste te llevaron a

triunfar. Has tenido una vida de éxito y fama. Y la sigues


teniendo. Eres una leyenda.

—¿A qué precio?

Desvía su mirada y la fija en mí.

—¿Qué quieres decir?

—Vivo en un hotel. Es lujoso, sí, pero los lujos no lo

son todo. Es el sitio donde vivo, duermo, como y follo los

fines de semana. Pero no es un sitio al que pueda llamar

hogar, no sé si me entiendes.
—¿Y por qué vives en un hotel y no en una casa? Me

consta que con la pasta que tienes puedes permitirte una

mansión.

Me encojo de hombros, pensativo, dando un sorbo

largo a la cerveza que pasa por mi garganta hacia abajo. No

sé qué responder a su pregunta, porque eso es algo que

llevo postergando años. Al principio decidí vivir en un hotel

por comodidad. Viajaba mucho y pasaba poco tiempo en la

ciudad. Una vez retirado, siempre dejaba para más adelante


la búsqueda del lugar perfecto. Supongo que es un poco
triste comprar una casa para uno solo.

Al ver que no respondo, Cam añade:

—Volviendo a Brooke, ¿has hablado con ella de lo que

ocurrió hace catorce años?

—Bueno, no es que esté muy predispuesta a hablar


conmigo.

—¿Y te extraña? Te colaste en una clase suya sin


pedir permiso. Después de catorce años sin verte y después

de lo que pasó entre vosotros, lo primero que haces es


irrumpir en su vida por la puerta grande como si no hubiera
pasado nada.

—Supongo que tienes razón —admito.

—Ve a verla, habla con ella y aclara lo que sea que


tengáis que aclarar. Vas a estar aquí un tiempo. Al menos

que entre vosotros haya cordialidad.

Le doy la razón de nuevo y apuro la cerveza.


Cambiamos de tema.

Mientras hablamos de fútbol, pienso en Brooke, en


mí, en nosotros.

Mañana me acercaré al instituto para verla en busca

de esa cordialidad a la que Cam, sabiamente, ha dicho que


debería aspirar.
13
Brooke

El café cae dentro de la taza llenando la sala de profesores


con su reconocible aroma. Desde que sustituimos la vieja

cafetera eléctrica por una Nespresso caen de dos a tres


cápsulas cada mañana, dependiendo cómo haya dormido o

la guerra que me den los alumnos.

Hoy es lunes, llevo todo el fin de semana sin pegar ojo y


estoy de mal humor. Ivy no tarda en darse cuenta.

—¿Te encuentras bien? —pregunta de pie a mi lado

colocando la taza bajo el surtidor cuando yo recojo la mía—.

Tienes mala cara.

—Me duele la cabeza —miento.

Estamos solas. Es segunda hora y no tenemos clases.

Todos los lunes aprovechamos este hueco en nuestra

agenda para hablar un poco.

La miro mientras recoge su taza llena de café, le pone

un poco de leche y azúcar y remueve con la cucharilla.

—Quiero preguntarte algo —digo tras habernos sentado

en la mesa que usamos para las reuniones del profesorado.


—Pues pregunta —me dice ella con una sonrisa

divertida.

—A ver, es que es un tema delicado. Verás… —Trago

saliva preguntándome cuál es la mejor manera de afrontar

este tema—. Tengo una amiga que nunca ha tenido un

orgasmo con ninguno de sus novios.

Sus ojos se abren, asiente lentamente y me estudia con

atención.

—Ajá…

—¿Crees que es un problema? A mi amiga le preocupa

mucho.

Da un trago a su taza dándose tiempo para responder


sin dejar de mirarme.

—¿Nunca… nunca? Es decir, ¿te refieres durante el acto

sexual o también en los preliminares?

—Nunca —reafirmo con contundencia.

—Ya… —Se muerde el labio golpeando la cerámica de la


taza con la punta de los dedos—. A ver, no creo que sea

nada alarmante, pero yo de ti consultaría a un sexólogo.

Digo, yo de ella —rectifica con una pequeña sonrisa.


A estas alturas ambas sabemos que estoy hablando de

mí y que lo de la amiga es una tapadera, pero me da

demasiada vergüenza como para admitirlo en voz alta.

—¿Crees que puede ser una frígida? —pregunto con las

mejillas arreboladas. No suelo hablar de estas cosas con

nadie.

—¿Ha tenido orgasmos sola? —pregunta con su mirada

atenta en mí. Yo afirmo con la cabeza y ella añade—: Lo que

yo creo es que no has tenido buenos amantes. —Al darse

cuenta de su error, rectifica—: Ha tenido, me refiero.

Ivy coge el bolso que ha dejado a un lado sobre la mesa,

saca la cartera y de ella sustrae una tarjeta de visita que me

tiende con una sonrisa.

—¿Qué es? —pregunto fijándome en las letras plateadas

ribeteadas sobre el papel.

—Es de una sexóloga a la que acudí una vez cuando

vivía en Los Ángeles.

—No puedo desplazarme hasta Los Ángeles para hablar

de esto. —Me corrijo enseguida—: Es decir, ella no puede

desplazarse hasta ahí.


—Pasa consulta por FaceTime, dile que le llame y que le

pida hora para hacer una videollamada. —Miro la tarjeta no

muy convencida—. ¡Ah! Y que le diga que llama de mi parte,


le hará una rebaja en el precio.

Asiento con la cabeza, me guardo la tarjeta en el bolsillo

del vestido azul oscuro que llevo hoy y cambio de tema. Me

siento muy incómoda hablando de esto, así que charlamos

sobre las clases, los alumnos más problemáticos y las

ansiadas Navidades que aún quedan muy lejos.

Cuando aún falta un cuarto de hora para que empiece la

siguiente clase, me despido de ella y me dirijo hacia el

despacho del departamento de Lengua y literatura. Quiero

coger unas fotocopias que hice ayer con unos ejercicios.

Entro y, al agacharme a coger la caja con las fotocopias,

la tarjeta de la sexóloga cae sobre mis pies. La cojo

mirándola con atención: «Phoebe White. Sexóloga y

consultora sexual».

Dejo la caja sobre la mesa y me muerdo el labio sin

dejar de mirar la tarjetita de diseño moderno.


Falta aún un rato para el cambio de clases, todo el

mundo está en el aula y nadie puede escucharme. Así que

decido hacer caso a Ivy y llamar a la tal Phoebe para

concretar con ella una hora de consulta.

Creo que es lo mejor. Llevo demasiado tiempo ignorando

este tema y después de lo que pasó el viernes no puedo

seguir haciéndolo. La única vez que me he corrido con Noah

ha sido pensando en Tyler y usando mis manos. Y eso no

puede ser normal.

Cojo el móvil, marco el número de teléfono y una mujer

con un tono de voz dulce me dice que me deriva la llamada.

Debe ser su secretaria. Me deja en espera con un hilo

musical alegre y, unos segundos después, Phoebe me

saluda con efusividad.

—¿En qué puedo ayudarle? —pregunta después de las

presentaciones.

—Verá, me gustaría tratar un pequeño problema con

usted.

Me dice algo, pero su voz me llega entrecortada.

Enseguida recuperamos la conexión:


—Le preguntaba por el tema a tratar para evaluar el tipo

de consulta y el tiempo que necesitaremos —repite con voz

tranquilad.

—Sí, bueno… —Me da corte hablar de esto en voz alta

dentro del despacho y aunque no hay nadie lo digo en un

susurro—: Nunca he tenido un orgasmo con ninguna de mis

parejas.

La voz de Phoebe me llega de nuevo con interferencias

y, cuando el problema se resuelve, la oigo decir:

—No te escucho bien, ¿puedes repetírmelo?

Debe ser este maldito despacho cuya cobertura deja

mucho que desear, así que me dirijo hacia la puerta

repitiendo lo que he dicho un poco más alto:

—Que no he tenido nunca un orgasmo con nadie.

Nuevos sonidos entrecortados y su voz:

—¿Perdón?

—¡¡Que nunca he tenido un orgasmo durante el acto

sexual!! Ni antes, ni durante ni después —repito alto,


exasperada, a la vez que abro la puerta del despacho con

intención de salir al pasillo.


Pero me quedo quieta como una estatua cuando al abrir

la puerta veo a Tyler al otro lado mirándome con las cejas

elevadas.

—Ah, que nunca ha tenido un orgasmo con ninguno de

sus amantes, entiendo. Pues si quiere podríamos hablar

esta tarde a eso de las… —No le dejo terminar, cuelgo la

llamada sintiendo como una gota de sudor frío cae por mi

frente.

Tierra trágame.
14
Tyler

Las mejillas de Brooke se encienden y leo en sus ojos la


vergüenza. Yo me he quedado mudo, intentando procesar

sus palabras. ¿Ha dicho que nunca ha tenido un orgasmo


con ninguna de sus parejas? ¿Es eso posible?

—¿Qué haces tú aquí? —Se cruza de brazos y veo como

sus ojos pasan rápidamente de la vergüenza a la rabia—.


Tengo la sensación de que llevo una semana haciéndote
esta pregunta por encima de mis posibilidades.

—Yo… —Trago saliva intentando obviar los comentarios

sarcásticos que cruzan por mi mente en referencia a lo que


acabo de escuchar. He venido aquí en busca de una tregua

y sé que hablar sobre su falta de orgasmos puede empeorar

la situación—. Me gustaría hablar contigo.

—¿Ahora? —pregunta echando un vistazo rápido a su

reloj de muñeca—. Tengo clase en diez minutos.

—Diez minutos son suficientes.

Me escruta con la mirada y, tras una leve inclinación de

cabeza, se aparta de la puerta y me deja pasar.


Se sienta en un escritorio que hay al lado de una mesa

de reuniones redonda y yo lo hago en la silla de enfrente.

Nos quedamos mirando a los ojos unos segundos en

silencio. Sus cejas están fruncidas y sé por la forma en la

que me observa que está contrariada por la situación.

—Tú dirás.

Coloca los brazos cruzados sobre la mesa y se tira hacia


delante lanzándome una mirada expectante.

Creía que sería fácil abordar el tema, pero eso era antes
de escuchar de su boca que nunca ha tenido un orgasmo

con un hombre. Una parte de mí, animal, puro instinto, tiene

ganas de saltar sobre la mesa, desnudarla y demostrarle

que el problema no está en ella sino en ese idiota que tiene

como novio.

—Nueve minutos —dice girando la muñeca para que vea

la hora en el reloj de pulsera—. No tengo todo el tiempo del

mundo.

—He venido en son de paz, no hace falta que seas tan

borde conmigo. —Levanto los brazos con las palmas hacia

arriba.
Ella frunce la boca, mira hacia el techo y, después de

soltar un largo suspiro, asiente:

—Está bien, lo intentaré, aunque no te prometo nada.

—Eso me vale. —Trago saliva y me paso una mano por

el pelo. No quiero pensar en ella desnuda retorciéndose

entre mis manos y mi lengua, pero lo hago. Joder, tengo que

concentrarme—. A ver, creo que deberíamos cerrar de una

vez por todas lo que ocurrió hace catorce años entre

nosotros.

Alza una ceja, sorprendida.

—¿Quieres que solucionemos en —se mira el reloj de

pulsera— ocho minutos lo que no hemos sido capaces de

solucionar en catorce años?

—No intento solucionar nada, Brooke. Soy consciente de

que cometí un error y que no vas a perdonarme por ello.

Pero vamos a tener que coincidir muchas veces más las

próximas semanas y sería más fácil para los dos si nos

diéramos una tregua.

—Una tregua. —Suspira—. Tyler, me dejaste tirada en la

fiesta de graduación. —Su voz se torna seria—. Te esperé


toda la noche emperifollada con un vestido azul marino de

volantes preguntándome qué te habría pasado para no

aparecer. Llevabas un par de días sin dar señales de vida,


pero pensaba que era porque te habías empeñado en venir

hasta aquí en coche en vez de coger un avión y de Yale

hasta Blue Wings hay más de treinta horas de conducción.

Lo pasé fatal creyendo que habrías tenido un accidente por

el camino. Llamé a hospitales. Incluso llamé a tu residencia

preguntando por ti y nadie sabía nada. Fueron las horas más

angustiosas de mi puñetera vida. Así que imagínate la cara

de tonta que se me puso cuando al día siguiente me crucé

con Melanie Williams y me dijo, con una sonrisa burlona en

la cara, que había visto una foto tuya en el Facebook de una

amiga que estudiaba también en Yale donde aparecías

montándotelo con dos gemelas en la fiesta de una

hermandad.

Sus palabras me golpean con dureza. Y me siento fatal

de repente al acordarme de todo lo que ocurrió aquella

semana. De lo mal que llevé la situación. De lo poco que

pensé en ella a pesar de ser una de las cosas más

importantes de mi vida. Y podría explicárselo todo. El


porqué de mi traición, de incumplir mi promesa de llevarla a

su fiesta de graduación, esa promesa que le hice justo antes

de subirme al coche y conducir hasta New Haven la primera

vez. Pero sé que eso no cambiará nada. No puedo

escudarme en excusas.

—Lo siento —es lo único que soy capaz de decir.

—¿Por qué no me llamaste para decirme que no ibas a

venir? —pregunta con los ojos algo brillantes—. Le dije a

todo el mundo que iba a ir contigo a esa fiesta. Se reían de

mí por ello. Pensaban que me estaba marcando un farol. Fue

humillante darles la razón cuando no apareciste.

—Fueron días complicados, Brooke —explico

sintiéndome como un completo imbécil.

—Ya, complicados. Supongo que montarte un trío tiene

su complicación.

Resoplo, me froto las sienes y me arrepiento de haber

venido hasta aquí. Porque enfrentarme a esto es más duro

de lo que había supuesto.

—Tienes todo el derecho de estar enfadada conmigo,

pero no te estoy pidiendo que me perdones. Solo quiero que


nos demos una tregua y que dejemos al pasado en el lugar

que le corresponde.

Brooke aprieta sus brazos cruzados e intensifica su

mirada hacia mí. Sé que se está debatiendo consigo misma

para darme una respuesta. Aprieta los labios hasta

convertirlos en una línea fina y, tras unos segundos de

indecisión, suspira.

—De acuerdo. Tienes razón. Démonos esa tregua. Al fin

y al cabo, cuando todo termine tú te marcharás y no

volveremos a vernos.

Otro dardo. Esta vez no lo esquivo y dejo que me hiera.

Es curioso como un tipo duro como yo sea tan vulnerable

cuando se trata de ella.

Nos observamos en silencio con las miradas conectadas.

Fuera, suena la alarma de cambio de clases y su sonido se

entremezcla con el sonido de las voces de los adolescentes

que salen sus respectivas aulas.

—Bueno, tengo una clase a la que ir —dice poniéndose

en pie.

—Tranquila, no te molesto más.


Me dirijo hacia la puerta. Antes de que alcance el pomo,

Brooke me llama.

—Una cosa —dice mordiéndose el labio—. Antes, cuando

he abierto la puerta… ¿has oído algo de lo que estaba

diciendo? —Sus mejillas se colorean.

La miro con una ceja alzada y, tras unos segundos de

silencio estudiado, esbozo una sonrisa torcida.

—Hasta la vista, Brooke.

No respondo a su pregunta y sé que no saber la


respuesta la estará atormentando. Tras de mí, Brooke gruñe.

Abro la puerta, la cierro tras de mí y me dirijo hacia la


salida con el peso del pasado cargado sobre mis hombros.
15
Brooke

Han pasado dos semanas desde que Tyler y yo hablamos y


decidimos darnos una tregua. Dos semanas en las que, las

veces que hemos coincidido, hemos mantenido una actitud


cordial.

Sigo algo confusa con lo que ocurrió la otra noche con Noah.

Hacer el amor con él mientras pensaba en Tyler está mal.

Hablé con la sexóloga en una sesión de una hora que


me costó medio riñón y parte del segundo, y no me aclaró

nada. Solo me sugirió que mi falta de orgasmos era

producto de una falta de comunicación con mi pareja y que


las fantasías con otros hombres en el acto sexual eran muy

habituales. Que no me preocupara y que tuviera una charla

con Noah sobre el tema, algo que no he hecho, porque

después de dos años de relaciones confesar a tu novio que


todos los orgasmos que has tenido con él han sido fingidos,

no es fácil. Heriría su orgullo y en vez de intentar buscar

una solución se lo tomaría como un ataque a su virilidad.


Es viernes por la noche y me encuentro en el bar del

pueblo con Ivy. La música suena con fuerza a nuestro

alrededor. A partir de las siete, los viernes y los fines de

semana, Arnie baja la intensidad de la luz, aparta unas

mesas y convierte el local en un pub improvisado.

Ivy y yo estamos sentadas en una mesa con un par

de tipos que intentan ligar con nosotras descaradamente.


No importa que los miremos con indiferencia o que no

respondamos a sus preguntas, por lo que parece las

indirectas no son lo suyo. Ivy tiene que soltarles una

bordería para que capten el cero interés que tenemos en

ellos y se larguen.

Miro la hora en el reloj de pulsera y me pregunto si

Noah ya estará durmiendo. Le he enviado un mensaje hace

un rato y no ha respondido, así que supongo que ya estará

sumido en brazos de Morfeo. Mañana tiene una carrera

importante en el pueblo de al lado, en Sun River, y le

prometí que iría a animarlo. Para él es importante, aunque a

mí la idea de madrugar para ver a un grupo de tíos

corriendo no me apetece nada.


—¿Es que tenemos un letrero en la frente que diga

«hola, buscamos compañía» o qué? No sé qué les pasa a los

hombres, ven a dos chicas solas y sienten la necesidad de

acercarse a ellas como si fueran perros frente a un trozo de

carne —dice Ivy tras ahuyentar a otros dos tipos.

Me encojo de hombros y desvío la mirada hacia Tyler

y Cam que están de pie frente a la barra bebiendo cerveza y

charlando animadamente. Al entrar hace un rato, Tyler me

ha saludado con un levantamiento de cabeza.

—Podríamos pedirles que nos hicieran compañía,

seguro que así no se nos acerca nadie más —sugiere Ivy


siguiendo mi mirada con una sonrisa pizpireta.

—No se nos acercaría nadie, pero tendríamos que

soportarlos a ellos. Y a ti no te gusta Cam.

—Que no me guste Cam de forma romántica no

significa que no disfrute de su compañía. Además, ver a


Tyler de cerca es una buena recompensa.

Levanta las cejas divertida y yo hago morritos. No me


gusta que hable de Tyler de esta manera, poniendo en

evidencia su atractivo físico.


—Algún día me tendrás que explicar por qué no te

gusta Cam —digo algo arisca—. Porque es uno de los chicos

más disputados en el pueblo.

—El rollo cowboy nunca me ha ido mucho. Además,

prefiero los amores platónicos. No estoy buscando una

relación ni nada parecido.

Asiento con la cabeza. Desde que Ivy llegó al pueblo

ha tenido muchos pretendientes, pero no se ha interesado

por ninguno. Sé que tiene algo que ver con su pasado y con

el motivo de que dejara Los Ángeles para venir hasta aquí,

pero siempre que le pregunto me responde con evasivas

—¿Entonces qué? ¿Les digo que vengan? —Insiste.

No me da tiempo a responder porque levanta la mano

y hace señas a Cam y Tyler para que se unan a nosotras. La

miro ceñuda y ella suelta una risita divertida

—¿Qué pasa rubia? —pregunta Cam sentándose al

lado de mi amiga—. ¿Cuándo vas a dejar de hacerte la dura

y aceptar salir conmigo? —Pasa el brazo sobre los hombros

de Ivy que lo aparta con una mirada de advertencia.


—Nunca, Cam. No es que me haga la dura, es que no

eres mi tipo.

—Soy el tipo de todas.

—Demasiado creído te lo tienes.

Tyler se sienta a mi lado y mira a Ivy y Cam con una

ceja levantada.

—¿Es que siempre están igual estos dos? —pregunta

en voz baja mientras ellos discuten para que no nos oigan.

Afirmo con la cabeza y Tyler baja aún más la voz—. ¿Crees

que acabarán juntos?

Pienso en todas las veces que mi amiga ha puesto de

manifiesto que no está interesada por él y niego con la

cabeza.

—Lo siento por Cam, pero creo que no tiene nada que

hacer con ella.

—Bueno, aprenderá a vivir con la decepción —dice, y

lo dice mirándome intensamente a los ojos, como si no


hablara de Cam. Al ver que no digo nada, añade—: Me

gusta mucho ese vestido.


Lo miro con una sonrisa. Llevo un vestido de color

amarillo que siempre me ha gustado mucho.

—Hay pocos vestidos amarillos. Creo que es un color

muy infravalorado en el mundo de la moda y a mí me

encanta porque el amarillo es alegre y me recuerda al sol.

—Si fueras un color serías el amarillo, entonces. —Me

mira enigmático y yo no sé cómo tomarme sus palabras—.

Lo que no entiendo es porque siendo amarillo estás con

alguien tan gris.

—Noah no es gris.

—Lo que tú digas. ¿Y cómo te va con Don Perfecto?

Odio que se refiera a Noah de esta manera, pero me

muestro indiferente ante su ataque.

—Pues bien. Nos va muy bien. Genial, de hecho.

—Ajá. Y si os va tan bien, ¿por qué no está aquí

contigo?

—No es de tu incumbencia, pero Noah tiene una

carrera mañana y está en su casa porque necesita


descansar.
A Noah no le gusta trasnochar, así que nunca vamos

a tomar algo juntos por las noches. Además, él no toma

alcohol. Lleva una dieta muy estricta en la que cuenta las

calorías de todo lo que ingiere. Más de una vez ha intentado

que yo también me sumara a un estilo de vida saludable, y

no es que no coma sano, pero soy incapaz de renunciar a

comer dulces de vez en cuando. Son mi debilidad. Pero todo

esto no se lo cuento a Tyler. No quiero darle más motivos


para burlarse de él.

—Lleváis saliendo bastante tiempo, ¿cómo es que no


vivís juntos?

Su pregunta me pilla desprevenida. Tyler da un sorbo


a su cerveza sin dejar de observarme con curiosidad
esperando una respuesta.

—Nos lo estamos tomando con calma. —Me encojo de

hombros fingiendo indiferencia.

La verdad es que siempre que saco el tema de


compartir piso, Noah dice que es pronto y que estamos bien
así. A mí me iría bien dividir los gastos del alquiler y los

suministros pero que se le va a hacer si él, después de dos


años, aún no se siente preparado para dar un paso más allá
en nuestra relación.

—Pues si yo tuviera novia querría vivir con ella para


poder arrastrarla a la cama siempre que tuviera la

oportunidad.

Su insinuación me tiñe de rojo las mejillas.

—Que yo sepa hace más de una década que no tienes


novia. Dar lecciones sobre lo que harías en el caso

hipotético de tener una es bastante hipócrita.

Nos quedamos observándonos en silencio, hasta que

una chica se acerca y le pide un autógrafo sobre la camiseta


que lleva puesta. En la zona del escote, nada más y nada

menos. Le miro sarcástica cuando ella le susurra algo al


oído y le da un papelito doblado que él se guarda en el

bolsillo del pantalón.

—¿Ya tienes plan para esta noche?

—Quizás, a no ser que tengas algo mejor que


ofrecerme... —Su tono sugerente intensifica el rojo de mis

mejillas.
Antes de que pueda replicarle a eso, Ivy se levanta de
la silla de enfrente y pregunta:

—Voy a por otra copa, ¿queréis algo?

Tyler y yo negamos con la cabeza, pero Cam le

acompaña alegando que quiere otra cerveza a pesar que le


queda la mitad. Ay, Cam, no se da nunca por vencido…

—¿Cómo vas con los chicos del equipo de fútbol?


Parecen bastante optimistas con el partido del próximo

viernes. —Cambio de tema.

—La verdad es que estoy bastante contento con los


entrenos. Tienen mucho potencial desaprovechado.

Cambiando la alineación y la estrategia creo que pueden


hacer una buena temporada.

—Eso está genial, hace años que el instituto no gana


ninguna liga. Desde que se jubiló el entrenador Graham el

equipo ha ido de mal en peor.

No le digo lo mucho que me ha sorprendido que sea


tan buen entrenador. Nunca lo tuve por una persona

paciente. Es más, de adolescente la impaciencia era uno de


sus problemas principales, mezclado con la impulsividad y
la necesidad de saltarse las normas. Pero eso parece haber

cambiado, porque le he visto alguno de sus entrenos y se


muestra calmado y sereno. Transmite mucha seguridad, que

es lo que los jugadores necesitan para darlo todo en el


campo. Además, los chicos le adoran.

Tyler habla de estrategia, de alineaciones, de


posiciones. Yo lo miro embelesada, porque cuando habla de

fútbol sus ojos brillan. Ahí está la pasión creando luces en


sus ojos. Ni siquiera advierto cuando Ivy y Cam regresan a

la mesa. Solo me saca de mi ensoñación el sonido del móvil


dentro del bolso.

Lo saco extrañada, porque es tarde y nadie suele

llamar a estas horas de la noche. Al ver el nombre de mi


madre parpadeando en la pantalla, la preocupación se

convierte en una bola en mi garganta. Desde que papá tuvo


un amago de infarto hace unos meses, el miedo de que

vuelva a ocurrir es algo constante.

—Hola mamá, ¿todo bien? —respondo bajo la atenta

mirada de todos.

—Cariño, estoy en el hospital…


—¿Papá? —pregunto sin dejarle terminar la frase.

—No, cielo, tu padre está bien. Es Luke. Fui a llevarle

una tarta de manzana que había hecho para él después de


cenar y lo encontré inconsciente sobre la alfombra del

salón. —Miro a Tyler con seriedad y este me devuelve la


mirada, inquieto—. Estoy intentando localizar a Tyler, pero

no está en el Dragonfly y no tengo su número de móvil.


¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

—Pues justo está aquí conmigo —digo con la mirada

fija en Tyler—. Ahora se lo explico y vamos para allá.

Cuelgo y Tyler me interroga con las cejas alzadas.

—¿Qué pasa?

—Tu padre está en el hospital, mamá lo ha


encontrado inconsciente.

—¿Está…?

Leo el miedo en su rostro. Me está preguntando si

está muerto. Si el fatal desenlace ya ha ocurrido. Coloco una


mano sobre la suya en un gesto espontáneo que consigue

relajarle las facciones.


—No, mamá me lo hubiera dicho. —Tyler traga saliva
con dificultad y asiente con la cabeza—. Venga, vamos. Yo

te llevo.

Nos levantamos de la mesa, nos despedimos de Ivy y

Cam y nos vamos de aquí rumbo al hospital del Condado.


16
Tyler

El hospital del condado está ubicado en Eagle Falls, un


pueblo a más de media hora de trayecto en coche. A pesar

de eso, llegamos en veinte minutos. Siempre pensé que


alguien tranquilo como Brooke conduciría de forma

calmada, obedeciendo las señales de tráfico y los límites de

velocidad, pero resulta que no es así, que sobre el volante


se transforma en la persona más temeraria que he visto en
mi vida. He ido todo el trayecto agarrado del asidero de la

puerta y el salpicadero, sobre todo cada vez que cogía una

curva a lo loco.

Cuando estaciona el coche en el aparcamiento del

hospital, salgo de él sintiendo el corazón bombear con


fuerza dentro de mi pecho.

—De haber sabido que conduces como una pirada


hubiera venido al hospital con mi coche —digo ignorando el

impulso de tirarme al suelo para besarlo feliz de seguir vivo.

—¿Qué? ¡Serás desagradecido! —exclama indignada

mientras nos dirigimos hacia la puerta de entrada—. He ido


un poquitín más rápido de lo recomendado, pero la

circunstancia lo requería.

—¿Un poco? Ibas a 120 en una carretera llena de curvas

donde el límite es de 80.

—Me conozco las curvas.

—He temido por mi vida.

—Y eso lo dice un tío que tiene un deportivo que con

solo rozar el acelerador se pone a doscientos por hora —

susurra abriendo la puerta y dejándome pasar primero.

Estoy a punto de decirle que eso es un dato sin

importancia. Yo no corro sobre el volante. Puede que sea un

imprudente en muchos aspectos de mi vida, pero no en ese.

Nada más entrar en el hospital, nos dirigimos a un

mostrador donde una chica, tras ponerse colorada al

reconocerme, nos indica que debemos subir al primer piso.

Al llegar, nos encontramos a Alice en la máquina del café.

—¿Cómo está Luke? —pregunta Brooke abrazando a su

madre.

—Se encuentra estable. Está en observación y no van a

dejar pasar a nadie hasta dentro de unas horas. —Nos


informa tras recoger la taza de cartón del surtidor—.

¿Queréis uno? —pregunta señalando el café.

—No, gracias. Ya puedes irte, Alice, me quedo yo.

—¿Seguro? —pregunta no muy convencida.

—Sí, seguro. En cuanto sepa algo te informo.

—Hijo, no me hace mucha gracia que te quedes solo. —


La preocupación es patente en su tono de voz.

—No te preocupes, mamá, yo me quedo con él —dice

Brooke mirándome de reojo.

—No hace falta que te quedes.

—Sí que hace falta —me contradice ceñuda, con la cara

de autoridad que pone a sus alumnos para que le

obedezcan—. Mamá, vete tranquila. Nos hacemos cargo de

todo.

Después de asegurarle una vez más que le llamaremos

en cuanto sepamos algo, Alice se va. Nosotros


aprovechamos para preguntar en el mostrador de

información de la planta si podemos hablar con algún

médico sobre papá, pero nadie parece saber nada.


Acabamos sentados en la sala de espera, donde me

aseguran que irán a buscarnos cuando tengan novedades.

—Tu madre ha sido muy amable al acompañar a mi

padre hasta aquí —digo a Brooke que se ha quitado la

chaqueta y juega con el dobladillo de la falda de vuelo del

vestido amarillo.

—Para nosotros Luke también es familia.

Sus palabras me sacan una sonrisa.

—No sé cómo lo aguantáis con lo gruñón que es.

—Aunque no te lo creas hay algo adorable en sus

gruñidos.

—Si mi padre te oyera usar el adjetivo «adorable» para

dirigirte a él volvería a caerse al suelo inconsciente.

Ahora es Brooke la que sonríe.

Las siguientes horas pasan despacio, demasiado

despacio. Los minutos parecen estirarse como chicle.

—Voy a cogerme un café, ¿te traigo uno? —pregunta

Brooke levantándose cuando el reloj marca las dos.

—Puedes irte a casa, es tarde —insisto yo, a pesar de

que tenerla aquí es extrañamente reconfortante.


—No importa cuantas veces me lo digas, Tyler. Me

quedo. —Lo dice solemne—. Entonces, ¿qué? ¿Te traigo

café?

—Uno solo, por favor.

Afirma con la cabeza y la veo marchar. Observo el


vaivén de su falda moverse de un lado al otro al salir de la

sala.

En su ausencia, pienso en papá. Pensaba que sería fácil

esto, verle marchar. Pero hoy, ante la llamada de Alice, he

sentido una punzada atravesarme el estómago de lado a

lado. Incluso cuando Brooke me ha dicho que no estaba

muerto, he sentido por primera vez en todos estos días que

la enfermedad de papá es de verdad. Que va a morir y que

me voy a quedar solo.

Puede que haya estado solo los últimos catorce años de

mi vida, pero sabía que en algún lugar me quedaba alguien

al que poder llamar familia. Cuando papá muera eso

desaparecerá, voy a estar solo en el mundo de verdad.

Brooke vuelve, me da un café y me dedica una sonrisa

cargada de ánimo. Sobran las palabras cuando ella me


sonríe.

Durante las siguientes horas seguimos en silencio

mirando el ir y venir de médicos y enfermeras de un lado al

otro. En algún punto, Brooke se queda dormida. Lo noto

porque apoya su cabeza sobre mi hombro y su respiración

se vuelve regular y pausada. Su respiración me ayuda a

relajarme y caigo dormido yo también.

Nos despertamos cuando una voz masculina pregunta

por papá dentro de la sala de espera. Abro los ojos y a mi

lado Brooke también se despereza.

Un hombre de mediana edad vestido con un traje de

médico verde nos observa con una ligera sonrisa.

—¿Sois familiares de Luke Miller?

—Soy su hijo —digo yo poniéndome en pie.

—Tu padre sigue estable. Deberá permanecer unos días

en el hospital para comprobar que sus constantes siguen

siendo buenas, después de eso podréis llevároslo a casa.

—Perfecto.

—Tú y tu mujer podéis entrar a verlo si queréis. Ya lo han

subido a una habitación.


Afirmo con la cabeza sin corregir al doctor porque algo

me dice que la política de solo familia la sigue a rajatabla.

Nos dice el número de habitación, cojo a Brooke de la mano

y subimos al ascensor. No le suelto la mano a pesar de que

ya hemos salido de su campo de visión hasta que no

llegamos a nuestro destino. Observo la placa del número de

habitación con el estómago encogido.

Brooke vuelve a coger mi mano y la aprieta dándome

ánimos.

Llamo con los nudillos y abro la puerta. Papá está


tumbado en una cama. Duerme, o eso nos quiere hacernos

creer.

—Papá, sé que estás despierto. —No responde y suelto

un suspiro—. La falta de ronquidos te delata.

Abre un ojo, nos mira y gruñe. A mi lado, Brooke


esconde una risita.

—¿Cómo te encuentras, Luke? —pregunta ella


colocándose a su lado.

—Hasta que me han puesto esta cosa en la mano estaba

bastante bien. —Señala la vía conectada al gotero—. Han


tardado media hora en encontrarme una vena y me han
tenido que pinchar cinco veces.

—No te quejes tanto, papá. Conociéndote, seguro que la


enfermera lo ha pasado peor que tú.

—Las enfermeras —me corrige—. He intentado huir y

me han tenido que sujetar entre dos mientras una tercera


convertía mi mano en un colador con la dichosa aguja.

Brooke se ríe y yo pongo los ojos en blanco

compareciéndome de las pobres chicas que han tenido que


sufrirlo.

—Nos han dicho que estás estable pero que quieren que
te quedes unos días.

—Lo sé, aunque no entiendo el motivo. Solo ha sido una

bajada de tensión. —Hace una mueca.

—Respecto a eso… —Cojo aire antes de decir lo que


estoy a punto decir porque sé que va a ser motivo de

discusión—. Voy a contratar a una enfermera para que vaya


unas horas a casa en cuanto regreses. No estás bien y

necesitas ayuda. Además de alguien que controle que te


tomas los medicamentos.
Tal como he previsto su rostro se distorsiona por el
enfado.

—De eso nada, es mi casa y yo decido quien entra en

ella.

—Papá, si Alice no hubiera ido a verte por casualidad es


posible que, en vez de en un hospital, nos encontrásemos

en una funeraria —digo yo intentando que entienda la


situación.

—Eso es algo que va a suceder tarde o temprano.

—Papá… —digo en tono suplicante.

—Además, no entiendo porque sigues en Blue Wings. No

te he necesitado en catorce años, no te necesito ahora.

—Sigo en Blue Wings porque al contrario que tú yo sí


que te necesito —suelto ignorando su comentario

malintencionado—. Necesito estar a tu lado el tiempo que te


queda.

El silencio nos envuelve. Brooke se ha apartado un poco

dándonos algo de privacidad, aunque no haga falta. Papá


me mira muy serio. Parece querer atravesarme por dentro

con sus ojos escrutadores.


Antes de que nos dé tiempo a retomar la conversación

escuchamos fuera el ruido de unos carros atravesar el


pasillo y en pocos segundos la puerta se abre y una amable

enfermera deja el desayuno de papá sobre la mesa.

—¿El desayuno ya? —pregunta Brooke que al igual que

yo no sabe el tiempo que llévanos aquí.

—A las ocho en punto —afirma la enfermera antes de


desaparecer.

—¿Las ocho? —Brooke me mira presa del pánico—. No,

no, no —dice poniéndose el abrigo a toda prisa.

—¿Pasa algo? —pregunto.

—Tenía que estar en Sun River a las siete y media para

ver empezar la carrera —saca el móvil y suelta un


exabrupto—. Noah me va a matar, joder. Tenía el móvil en

silencio. —Me mira contrariada y no le hago un gesto


tranquilizador.

—Vete tranquila.

—Pero yo te he traído hasta aquí.

—Cogeré un taxi.

—¿De verdad no te importa?


—Para nada, al menos así no tendré que volver a sufrir

tu terrible conducción.

Brooke me atraviesa con la mirada, pero no dice nada,


se despide de papá, de mí y sale por la puerta a toda prisa.

Papá se queda mirando la puerta con una media sonrisa.

—Siempre pensé que os casaríais y me daríais nietos —


dice con naturalidad. Le miro sorprendido y él se encoge de

hombros—. Supongo que si te hubieras quedado así hubiera


sido, pero elegiste otro camino.

—No empecemos con eso otra vez —le pido casi en una
súplica, no quiero más recriminaciones.

—Por hoy lo dejaré estar, estoy cansado y quiero dormir.

Solo una última cosa. —Lo miro expectante, esperando un


nuevo embate de comentarios dolientes—. Si vas a

quedarte en Blue Wings, puedes hacerlo en tu habitación.

Le miro sorprendido. ¿Acaba de sugerir que me quede

en casa? ¿Ha dicho mi habitación en presente? ¿Sigo


teniendo habitación?

—¿Hablas en serio?
—No hay razón para que te quedes en un hotel cuando
en casa hay sitio de sobras. —Hace un gesto con la mano

como si apartara a un mosquito.

Sonrío agradecido, pero no digo nada. Es él quien vuelve

a intervenir:

—Además, ya te tengo metido en casa la mitad del


tiempo. Solo espero que dejes de forzar la ventana de la

cocina. Encontrarás la llave de repuesto dentro de un


macetero en forma de tortuga en el porche. Cógela. —Pongo

los ojos en blanco y él bosteza—. Y ahora lárgate, que


quiero descansar.

—Está bien, iré al hotel a por mis cosas y me instalaré


en casa. Volveré por la tarde, ¿te parece?

Refunfuña que le da igual lo que haga y cierra los ojos

haciéndose el dormido de nuevo. Yo suspiro, me enfundo la


cazadora y salgo al pasillo.

Una sonrisa se dibuja en mis labios.

Volveré a casa, el único sitio al que he llamado hogar.


17
Brooke

Llego a Sun River cuando faltan diez minutos para las


nueve. Dejo el coche en el descampado que han habilitado

como aparcamiento con motivo de la carrera de hoy y me


dirijo a paso ligero hacia la línea de meta. Por el camino me

cruzo con corredores sudados que regresan a casa.

Chasqueo la lengua y aprieto el paso. Sé que he llegado al


sitio indicado porque me encuentro con un enorme arco de
llegada hinchable y un montón de hombres sudorosos que

cogen botellines de agua de la mesa que hay bajo una

carpa de color amarillo limón.

Noah está sentado sobre el bordillo de la acera, solo y

cabizbajo. Va vestido con unas mallas y una camiseta


técnica de color azul celeste y consulta el móvil con el ceño

fruncido. Le he mandado un mensaje diciéndole que estaba

de camino y no me ha respondido. Cuando levanta la

cabeza y sus ojos se encuentran con los míos, leo en ellos el


enfado. Sus pupilas centellan.
—Lo siento —musito cuando llego a su altura,

resoplando.

—¿Se puede saber dónde te habías metido?

Trago saliva consciente del tono agresivo que ha usado

para dirigirse a mí.

—He estado en el hospital. —Sus facciones se relajan

unos segundos hasta que añado—: Ayer por la noche Luke


sufrió una pérdida de consciencia, mi madre le acompañó

hasta el hospital, me llamó y como yo estaba con Tyler en

ese momento decidí acompañarlo. —Se que podía haber

maquillado un poco la historia para rebajar la tensión, pero

siempre he pensado que es mejor ir con la verdad por

delante.

—Espera un momento. —Se levanta del suelo y se

coloca frente a mí—. ¿Has dicho que estabas con Tyler?

—Coincidimos en el bar de Arnie.

—Ya… —Se rasca la barbilla, desconcertado—. Lo que no

entiendo es que, si eso sucedió ayer, porque llegas tarde

hoy.
—Luke estaba en observación y no nos lo han dejado ver

hasta esta mañana.

—¿Has pasado toda la noche con Tyler? —pregunta,

incrédulo.

—He pasado toda la noche en la sala de espera de un

hospital con Tyler, sí —corrijo ante su ceño fruncido.

—Te pasas toda la noche con el idiota ese y encima

llegas tarde para verme correr. ¡Esto es alucinante! —Se

muerde el labio dejándome claro lo enfadado que está

conmigo—. ¿Nos vamos? No quiero seguir hablando de esto

aquí delante de todo el mundo. Ya seguiremos al llegar a

casa.

Ni siquiera le pregunto en qué posición ha quedado en

la carrera. Me limito a seguirle por la calle hasta llegar al

descampado donde he aparcado. Noah ha venido con un

amigo suyo, así que regresa conmigo. Subimos al coche y


emprendemos el trayecto hasta Blue Wings sumidos en un

tenso silencio.

Cuando llegamos al pueblo, casi lamento encontrar

aparcamiento a la primera. La mandíbula apretada de Noah


es un preámbulo de lo que me espera.

Subimos a su apartamento, él me pide unos minutos

para darse una ducha y cambiarse y yo le espero en el sofá

del salón con los nervios trepando por mi tripa. Cuando

regresa lo hace vestido con ropa cómoda: pantalones

deportivos y sudadera. Se sienta a mi lado y, durante unos

segundos, permanecemos en silencio. Un silencio que grita

a voces que algo va mal. Muy mal.

—No lo entiendo —dice al final, con el cuerpo tirado

hacia delante.

—¿Qué no entiendes?

—Creo que he sido un buen novio —dice sin mirarme—.

He sido atento, cariñoso y respetuoso.

—¿Por qué hablas en pasado? —pregunto con voz

trémula, con el miedo recorriéndome las entrañas.

—Nunca te he pedido nada, excepto que vinieras a

verme a la carrera de hoy.

—E iba a hacerlo, pero las circunstancias…

—No me vengas con excusas —masculla—. ¿De verdad

era necesario que te pasaras toda la noche en el hospital?


—Su pregunta suena alta y no tiene respuesta—. Luke no es

tu padre, ni tu madre, ni nadie de tu familia. Podías haber

ido a verle después de la carrera.

Tiene razón y como la tiene no puedo rebatirle nada, así

que hago lo único que puedo hacer: disculparme de nuevo.

—Lo siento de veras, Noah. Tenía pensado ir a la carrera,

de verdad. Sabía que era importante para ti, pero perdí la

noción del tiempo.

—Con Tyler.

—Tyler no tiene nada que ver con esto.

—Me hacía ilusión ver tu cara al llegar a la meta. Al ver

que no estabas y que no respondías a mis llamadas me he

asustado. Pensaba que te había pasado algo, joder.

Su exabrupto me sobresalta pues Noah no es el tipo de

persona que usa palabras malsonantes.

—Tenía el móvil en silencio.

—Creo que necesitas reordenar tus prioridades, Brooke.

Dejar tirado a tu novio por un viejo decrépito que está a las

puertas del otro barrio…


—Ya te he pedido perdón por llegar tarde a la estúpida

carrera —digo alzando el tono de voz indignada con su

forma de hablar de Luke—. ¿Qué más quieres que haga?

¿Qué me arrodille y suplique clemencia?

—Puede que para ti sea una estúpida carrera, pero para

mí correr es lo que me motiva a levantarme por las

mañanas.

—Yo quizás tengo que reordenar mis prioridades, pero tú

deberías replantearte tus motivaciones —suelto con los ojos

aguados por la tensión del momento.

Noah me mira a los ojos y puedo ver la decepción en

ellos. El enfado creciente.

—Creo que deberíamos darnos un tiempo —suelta de

nuevo sin mirarme.

Enmudezco unos segundos. Siento un sabor amargo en

la boca.

—¿Qué significa eso?

—No sé, Brooke, no eres la persona que creía que eras.

Pensaba que nos entendíamos, pero después de lo que ha

pasado hoy...
—¿Vas a dejarme por perderme una carrera? —Ahora

soy yo la incrédula.

—Ya no se trata de la carrera, se trata de lo que se ha

dicho entre líneas. Necesito… pensar.

—¿Y cuánto tiempo necesitas para pensar en lo que sea

que tengas que pensar? —La incredulidad da paso al

enfado.

Noah niega con la cabeza

—No lo sé.

Me pican los ojos y una nuez se instala en mi garganta.

Recojo mis cosas, le echo una última mirada con los ojos
echando chispas y salgo del apartamento dando un portazo.

Las lágrimas escapan descontroladas mejillas abajo sin


comprender cómo hemos llegado a esta situación.
18
Tyler

Abro los ojos y tardo unos segundos en comprender dónde


me encuentro: en mi antigua habitación.

Ayer, cuando recogí mis cosas en el Dragonfly y me vine


hacia aquí, pensé que me encontraría mi antiguo cuarto

convertido en un trastero. Pero no fue así, al abrir la puerta

descubrí que estaba tal y como la dejé. Había ropa vieja en


el armario, mi colección de zapatillas deportivas seguía
dentro de sus cajas, los posters de jugadores de fútbol

famosos prendían de las paredes y las revistas porno aún se

encontraban entre el somier y el colchón. Saber que papá


había respetado mi espacio me produjo un sentimiento muy

fuerte de gratitud.

Hoy es domingo, me he despertado tarde ya que me

acosté tarde también y quiero hacer muchas cosas. Tengo


pensado ir al hospital por la tarde y aprovechar la mañana

para poner orden en la casa. Hay tiradores de puerta que

arreglar, grifos que gotean, polvo que quitar y el jardín


necesita horas de trabajo para dejar de parecer el escenario

de una película postapocalíptica.

Así que me paso las siguientes horas vestido con

pantalones de chándal y camiseta de tirantes intentando

convertir este lugar en un lugar habitable.

Sobre las doce del mediodía, decido darme una ducha e

ir a comer algo en la cafetería del pueblo, aunque antes

quiero hacer una parada en casa de Brooke para

agradecerle su ayuda en el hospital.

Paso por la pastelería, compro rollos de canela, sus

favoritos y me dirijo hacia el edificio de obra vista donde se

ubica su apartamento. La puerta de abajo está abierta, así

que entro sin llamar al portero automático. Subo hasta su

planta, que es la primera, llamo al timbre y espero. No


parece haber nadie.

Justo cuando me doy la vuelta con intención de

largarme, escucho el sonido que hace la puerta al abrirse y


me giro. Una Brooke despeinada, con los ojos llorosos y

vestida aún en pijama se encuentra bajo el umbral.

—¿Estás bien? —pregunto acercándome a ella.


Se muerde el labio trémula al reconocerme y afirma con

un movimiento leve de cabeza.

—Sí, sí, estoy bien. ¿Qué haces aquí? —Se limpia las

lágrimas con un pañuelo de papel que tiene en la mano y a

mí se me rompe el alma. Parece tan afligida...

—He venido a darte las gracias por lo de ayer. —Le

ofrezco la bolsa llena de rollitos de canela.

Ella la coge, mira lo que hay dentro y esboza una

pequeña sonrisa.

—Gracias, me encantan.

—Lo sé.

—No tenías que agradecerme nada. Hice lo que tenía

que hacer, lo que hubiera hecho cualquiera…

Le diría que eso no es cierto. Que no todo el mundo se


prestaría a ayudar a alguien al que odia. Pero en vez de eso

me concentro en la tristeza que transmite por todos sus

poros.

—Brooke, ¿qué te ocurre? Y no me vengas con que no te

ocurre nada porque es obvio que no es así.

—Yo… no me encuentro muy bien.


—Anda, déjame pasar y hablemos un rato.

—No creo que sea buena idea.

—Las buenas ideas están sobrevaloradas

Brooke se hace a un lado y entro en el apartamento.

Nada parece haber cambiado respecto al otro día, excepto

por los envoltorios de chocolatinas sobre la mesa de centro

entremezcladas con los kleenex arrugados que hay por

todas partes.

—Veo que llevas una dieta muy equilibrada.

Brooke me atraviesa con la mirada y se sienta en el sofá

con un rollito de canela en la boca.

—¿Me vas a explicar por qué estás así?

Brooke se suena los mocos sonoramente con un pañuelo

antes de responder.

—Noah ha roto conmigo.

Durante unos segundos me quedo de piedra. No

esperaba esta noticia. Me siento a su lado en el sofá con las

cejas alzadas y los dedos entrelazados.

—¿Qué? ¿Por qué?

—No le sentó muy bien que llegara tarde a su carrera.


—Pero ¿le has explicado que estabas en el hospital y

que...? —No acabo la frase, por la forma en la que me mira

doy por hecho que se lo ha contado y que no le ha hecho

mucha gracia—. Si ese tío ha roto contigo por llegar tarde a

una carrera teniendo justificación, es que es imbécil.

Encontrarás a alguien mejor.

—¿Y cómo lo sabes? —sus ojos me escrutan vidriosos.

—Porque eres tan especial que resaltas sobre el resto. Y

algún día encontrarás a alguien que lo vea y que no te deje

escapar.

—Ya. —Hace una mueca—. Para ti es fácil decirlo, las

mujeres hacen cola para salir contigo. Pero a mí eso no me

pasa.

—Hacen cola para salir con la idea preconcebida que

tienen de mí, no conmigo. Quieran al Tyler Miller famoso, no

al Tyler Miller que se esconde debajo de esa fama.

—Es lo mismo.

—No lo es.

—La realidad es que tuve mucha suerte con que Noah

se fijara en mí. No creo que vuelva a tener tanta suerte en


el futuro.

—La tendrás, Brooke, te lo prometo.

—No es que tus promesas tengan mucha validez, pero

te lo agradezco.

Su frase me sienta como si alguien me hubiera tirado un

cubo de agua helada sobre la cabeza. Esbozo una débil

sonrisa y hago ademán de levantarme del sofá para


marcharme, pero la mano de Brooke es más rápida y me

sujeta por el codo para retenerme.

—No te vayas, siento el comentario, ha estado fuera de

lugar.

—No lo sientas, no has dicho nada que no fuera verdad.

Brooke niega con la cabeza y vuelve a sonarse

ruidosamente.

—Tú solo intentabas ser amable y en vez de

agradecértelo te he soltado una bordería. A pesar del daño

que me hayas hecho en el pasado, esta vez no te lo

merecías.

Me mira a través de sus ojos brillantes y yo le sonrío. Le

sonrío porque incluso así, hecha un desastre, me parece la


chica más bonita del mundo. No entiendo como ella no sé

ve como la veo yo.

—Está bien, no pasa nada. —Miro los envoltorios de

chocolatinas y tengo una idea repentina—. Iba a comer algo

en la cafetería, ¿quieres que baje, compre unas

hamburguesas y nos las comamos aquí?

—No quiero molestar

—No es ninguna molestia. Además, creo que variar la


dieta te irá bien —digo señalando las chocolatinas aun sin

abrir sobre el sofá.

No la dejo rebatirme de nuevo. Salgo de su casa, voy


hasta la cafetería, pido unas hamburguesas con patatas,

café, tarta y una ensalada para compensar el resto y, en


media hora, ya estamos sentados sobre la mesa del

comedor.

Cuando terminamos de comer, Brooke propone que nos

tomemos la tarta en el sofá viendo un capítulo de Frasier,


una serie antigua que le encanta. Es el capítulo en el que

(cuidado spoiler) Daphne planta a su futuro marido en el


altar porque se da cuenta de que está enamorada de Niles,
el hermano del protagonista de la serie.

—Siempre me había gustado esta parte, pero ahora la


veo tan… cliché, tan inverosímil —dice relamiendo la

cuchara que ha usado para comerse ella sola todo el trozo


de tarta.

—Totalmente, en la vida real ella se casaría y, como

mucho, acabaría teniendo una aventura fugaz con él.

—Los finales felices no existen fuera de la televisión y


los libros —afirma con contundencia.

—Hombre, no digas eso, tú tienes un buen ejemplo de


final feliz en tus padres.

Hace una mueca, pensativa.

—Teóricamente es así. Es decir, mis padres aún se

quieren pese a que llevan más de cuarenta años juntos…


Pero no ha sido siempre fácil. Han tenido momentos duros,

de tensiones, de perderse y reencontrarse. Después del


«Fueron felices para siempre» está la vida con todos sus

momentos malos, sus complicaciones y sus dificultades.


—Y sus momentos buenos —añado yo—. Que también
los hay y compensan todo lo demás. Si no la sociedad hace

tiempo que se habría extinguido.

Mi comentario le hace sonreír.

—Tienes razón, es posible que me haya pasado de


melodramática.

—Tranquila, hoy tienes excusa para serlo.

Compartimos una sonrisa cómplice y nos miramos en


silencio. Sus ojos siguen enrojecidos. Un mechón de pelo

escapa de la coleta improvisada que se ha hecho mientras


comíamos y yo lo atrapo entre los dedos para colocarlo

detrás de su oreja. Para ello me he acercado tanto a ella


que nuestras rodillas se rozan.

—Brooke, encontrarás tu final feliz —susurro con mis


ojos clavados en los suyos.

El ambiente se espesa y el silencio se hace cada vez

más evidente. Nuestras pupilas permanecen conectadas


como si estuvieran prendidas de un hilo invisible. El mechón

rebelde vuelve a caer hacia su cara y yo me apresuro a


volver a colocárselo tras la oreja. Dejo la mano ahí. Mis
nudillos tocan su mejilla y ella cierra los ojos y mueve la

cabeza frotándose contra ellos con suavidad.

Brooke vuelve a abrir los ojos y de nuevo nuestras

miradas se entrelazan. No sé cómo, pero cada vez estamos


más cerca. Nuestras respiraciones se entremezclan. Cuando

sus labios están a pocos milímetros de los míos cierra los


ojos y espera a que sea yo quien dé el último paso. Sería

fácil hacerlo. Juntar mis labios con los suyos. Deslizar mi


lengua dentro de su boca. Quitarle la ropa y montárnoslo

sobre este sofá. Pero no lo haré, por muy apetecible que sea
la idea no es el momento. Está vulnerable por la ruptura y

no quiero aprovecharme de la situación.

—Tengo que irme —digo provocando que abra los ojos


de par en par y me mire a través de ellos, desconcertada.

—¿Ahora?

—Sí, tengo que ir al hospital a ver a papá y se ha hecho


tarde.

Cojo la cazadora y me la pongo. Brooke sigue mis


movimientos con la mirada, pero no dice nada.
—Descansa y hazme el favor de no comer más

chocolatinas. Tú yo del futuro me lo agradecerá. —Le doy un


beso en la frente—. Mañana hablamos, ¿vale?

Afirma con la cabeza, pero puedo ver por la forma en la

que arquea sus cejas que no entiende a qué vienen tantas


prisas. La razón es sencilla: estoy tan empalmado que

necesito con urgencia cinco minutos de paz mental para


serenarme. Y con ella eso es imposible.

Le digo adiós, saldo del piso y cierro la puerta tras de mí

sintiendo el corazón bombear fuerte dentro de mi pecho. Me


apoyo contra la puerta controlado el impulso de echarla
abajo para hacerla mía.

Cuando consigo recobrar la calma, bajo las escaleras y

salgo al exterior. El frío de la tarde me espabila del todo.

Llego al coche, entro y me quedo unos segundos


sentado sin hacer ningún movimiento.

Joder, ser un chico bueno cuesta más de lo que nunca


hubiera imaginado.
19
Brooke

Dejo la bandeja con la comida sobre la mesa y me siento


frente a Ivy.

—Llegas tarde —dice mirándome con una ceja elevada


—. ¿Qué te pasa? Tienes los ojos enrojecidos. ¿Y por qué

Noah no se sienta con nosotros? —Señala a Noah que acaba

de entrar en la cafetería del instituto y que se sienta en otra


mesa con otros profesores.

Ivy aún no sabe nada de lo que sucedió el sábado entre

Noah y yo así que le pongo al corriente. Su cara muta de la

curiosidad al desconcierto en cuestión de segundos. Cuando


termino de explicárselo todo, el desconcierto da lugar al

enfado.

—¿Noah y tú lo habéis dejado y no me dices nada en

todo el fin de semana hasta hoy lunes? Creía que éramos

amigas.

—Y lo somos —le aseguro haciendo una mueca—.

Simplemente estaba en fase de negación.


—Pero es que me parece muy fuerte que te haya dejado

y que tú no me hayas dicho nada. —Niega con la cabeza y

suspira—. Además, no entiendo el motivo, ¿te ha dejado

solo por haber acompañado a Tyler al hospital?

—Y por llegar tarde a su carrera —añado.

—Ni que verle sudar como un pollo corriendo en mallas

sea de vital importancia —masculla.

—Parece ser que sí lo era.

Ivy lanza una mirada reprobatoria a Noah que come


cabizbajo. Luego, vuelve a fijar sus ojos preocupados en mí.

—¿Qué te parece si me paso por tu casa esta noche y

hacemos una fiesta de pijamas? Pedimos pizza, nos


pintamos las uñas de algún color chillón y vemos

Crepúsculo para criticar la inexpresividad de los

protagonistas mientras compartimos un bote XXL de helado

de chocolate.

Sonrío de forma instantánea ante su propuesta.

—Estaría loca para no aceptar.

—Siempre podemos echarle un chorrito de ron al

helado… —Eleva una ceja de forma sugerente.


—Si no tuviéramos que venir a trabajar mañana no te

diría que no.

Compartimos una sonrisa cómplice y ella estira su brazo

hasta que su mano coge la mía por encima de la mesa.

—¿Y tú cómo lo llevas?

Tardo en responder. La verdad es que me avergüenza

explicarle que llevo desde ayer por la tarde sin pensar en

Noah porque mis pensamientos los ocupa otra persona. Una

persona con ojos grises y un hoyuelo increíblemente

atractivo en la barbilla. Una persona con la que estuve a

punto de besarme.

—Tyler —dice Ivy sacándome de mis pensamientos

Doy un respingo cuando oigo su nombre y la miro sin

entender. No me ha podido leer la mente, ¿verdad?

—¿A santo de qué lo mencionas?

—Le menciono porque está detrás tuyo.

Me giro y le veo con una bandeja avanzando hasta

nosotras. Me pongo nerviosa al instante. Noto como las

mejillas se me arrebolan y las manos me tiemblan.


—¿Puedo sentarme con vosotras? —pregunta con una

sonrisa algo torcida que hace suspirar a Ivy.

—Por mí como si te sientas en mi regazo —susurra mi

amiga lo suficientemente alto como para que la oiga.

—No eres profesor ni alumno, ¿cómo has conseguido

que te sirvan? —pregunto algo molesta.

—Por mi cara bonita. —Sonríe—. Y porque al ser

entrenador tengo ciertos privilegios.

—El entreno no empieza hasta después de las cuatro.

¿Qué haces aquí tan pronto?

—Parece ser que responder a tu interrogatorio.

Ivy frente a mí se ríe y pregunta:

—¿No vas muy elegante para entrenar a los chicos?

Hago una mueca, pero Ivy tiene razón. Está elegante.

Lleva una camiseta blanca que se ajusta perfectamente a

sus abdominales torneados y unos pantalones chinos

oscuros que se ciñen a su anatomía. Además, se ha

afeitado.

—Vengo del hospital. No me parecía bien ir en chándal.

Luego me cambiaré.
—¿Está bien tu padre? —pregunto realmente interesada.

—Bueno, todo lo bien que puede estar dadas las


circunstancias.

Afirmo con la cabeza y me centro en comerme mis

macarrones. Noto la mirada de Noah fija en nosotros y eso


hace que apenas participe en la conversación. Aunque es

imposible ignorarla.

—¿Es cierto que tienes una marca de nacimiento con la

forma de Australia en el culo? —pregunta Ivy fascinada—. Lo

leí en una revista. Eso aseguran tus amantes

Tyler suelta una carcajada echando la cabeza hacia

atrás y cuando consigue recuperar la compostura le guiña

un ojo.

—Ni confirmo ni desmiento.

—¿Tú sabes si es verdad? —Ivy me mira.

—¿Y por qué iba yo a saberlo? —pregunto con las

mejillas enrojecidas.

—Pues no sé, os conocéis desde pequeños. Quién sabe

si alguna vez habéis jugado a médicos y enfermeras...


Tyler se vuelve a reír y yo atravieso a Ivy con la mirada

por su insinuación.

La verdad es que me siento muy incómoda. No hago

más que pensar en lo de ayer y el agobio se apodera de mí.

Que Tyler actúe como si nada no ayuda en absoluto.

Me termino el plato a toda prisa y, con una sonrisa

forzada, anunció:

—Bueno, yo ya estoy. Tengo cosas que preparar para la

siguiente clase, así que si me disculpáis…

Me levanto rauda y veloz de la silla, dejo la bandeja en

el carrito y salgo de la cafetería. Una vez fuera, suspiro. Pero

no me da tiempo de ir muy lejos porque una mano me coge

de la muñeca.

—Espera, quiero hablar contigo. —Me giro y me enfrento

a los ojos grises de Tyler.

—Ya te he dicho que tengo cosas que preparar…

—No me evites —dice en un susurro. Sus ojos me

atraviesan.

—¿Qué quieres?

—Aclarar lo que sucedió ayer.


—¿Y qué sucedió? —Me hago la tonta.

—¿De verdad quieres que lo hablemos aquí en medio

del pasillo? —pregunta observando un par de chicos que

pasan por nuestro lado.

Le miro dubitativa y le pido que me siga. Acabamos en

el departamento de Lengua y Literatura, como el otro día.

Esta vez no le invito a sentarse, nos quedamos de pie uno

frente al otro.

—Tú dirás.

—Ayer por la tarde hubo un momento raro entre

nosotros.

—¿Un momento raro? No lo recuerdo —miento.

—Estuvimos a punto de besarnos.

—Creo que te equivocas. ¿Seguro que hablas de mí y no

de alguna de tus amantes?

Los ojos de Tyler me escrutan con atención.

—Sabes tan bien como yo que hablo de ti. Y sabes tan

bien como yo que tengo razón. Y si he venido es para


decirte que no tiene importancia, que sé que estás

vulnerable por lo de Noah y que no le des vueltas, porque te


conozco y estoy convencido de que has estado castigándote
por ello desde ayer.

Me reta con la mirada, parece estar diciendo: «Y si


tienes lo que hay que tener llévame la contraria».

—Pues siento decirte que te equivocas. No me estoy

castigando para nada, porque en ningún momento tuve la


sensación de que fuéramos a besarnos. Serían

imaginaciones tuyas Don todas-las-chicas-suspiran-por-mí.


—Sigo con mi mentira.

—Pues bien que te acercarse a mí con los ojos cerrados

boqueando como un pececito para que te metiera la lengua.

Enrojezco y abro mucho los ojos, indignada. Doy un paso

hacia él echando fuego por los ojos.

—Yo no hice eso.

—Lo hiciste. —Ahora es Tyler quién da un paso hacía mi


dirección. Estamos tan cerca el uno del otro que puedo ver

las motas oscuras que salpican sus ojos grises cerca de la


pupila.

—Eso es imposible, porque me clavaría alfileres en los


ojos antes que besarte —digo casi gritando.
Nos miramos a los ojos con las respiraciones aceleradas.
Nuestros cuerpos están tensos y rezuman enfado por cada

poro de nuestra piel.

No preveo lo que pasa a continuación. Tyler acorta la


distancia que nos separa, coloca su mano tras mi nuca,

junta sus labios con los míos y me empotra contra la pared


que tengo detrás. Su beso no es dulce ni delicado. Es rudo,

violento.

Sus labios atacan los míos sin compasión y, en un


primer momento, intento apartarlo de un empujón. Pero

cuando su lengua penetra en mi boca con brutalidad, la


fuerza de mis brazos se desvanece y me rindo a este beso
que me cosquillea en mis partes íntimas como nunca me

había cosquilleado ningún otro beso antes. Ni siquiera aquél


que nos dimos catorce años atrás.

Su lengua reta la mía que le responde con la misma

intensidad. Estamos tan pegados que puedo sentir el latido


de su corazón al golpear su pecho y la forma en la que se

tensa su miembro bajo el pantalón.

Para acabar con el beso, Tyler estira mi labio inferior con

sus dientes y se separa de mí poco a poco.


Nuestras respiraciones están agitadas. Sus ojos me

observan primero con desconcierto y después con descaro.

—¿Quieres que te los regalo yo o te los compras tú?

—¿El qué? —pregunto con la voz tomada y los ojos

vidriosos, sin comprender.

—Los alfileres que me has dicho que te clavarías antes


que besarme.

Una sonrisa torcida se dibuja en sus labios hinchados y,


tras decir esto, da media vuelta sobre sus talones y se va

dejándome acalorada y aturdida.


20
Tyler

—He besado a Brooke —digo a Cam que está apilando paja


en el cobertizo del rancho. Acabo de llegar a «Wings

Horseshoe» y he ido directo a su encuentro—. Por cierto,


hola.

Suelta la horca, se pasa una mano por la frente

limpiándose el sudor y se acerca a mí con los ojos


entrecerrados.

—¿Qué has hecho qué?

—He besado a Brooke.

—¿Y Noah?

—No es mi tipo, así que…

Blanquea los ojos, aunque una sonrisa fugaz se pasea

por sus labios.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Me encojo de hombros.

—Lo han dejado, pero eso no es lo importante. Lo


importante es que le he metido la lengua hasta la
campanilla, porque es terca como una mula, me saca de mis

casillas y no me puedo contener cuando se trata de ella.

Cameron eleva las cejas con suavidad y sonríe con

socarronería.

—¿Y ella que ha dicho?

Frunzo el ceño y me paso una mano por el pelo, con

nerviosismo.

—¡Nada! No me quedé para charlar con ella después de

eso. —Bueno, en realidad algo sí que hablamos. Aproveché


su confusión para soltarle un zasca. En el momento me

pareció buena idea. Ahora no me lo parece tanto. Pero eso

no se lo cuento a Cam.

—¿Y qué tal ha sido el beso?

Como si se hubiera abierto el cielo y un montón de

relámpagos hubieran empezado a caer a nuestro alrededor.

Ha sido como una jodida tormenta eléctrica en la boca. Pero

en vez de eso, digo:

—Normal, no sé. Nada reseñable.

—¿Y si no ha sido reseñable que haces aquí

contándomelo? —Su sonrisa burlona me toca los cojones,


pero no se me ocurre nada que responder—: Pase el tiempo

que pase Brooke Davies siempre será tu debilidad…

—Yo solo quería hablar con ella de buen rollo, sin

dramas, pero ha tenido que provocarme.

—Ya, claro, seguro que tú no querías besarla…

—En absoluto.

Cam se ríe entre dientes y niega a la vez que pone los

ojos en blanco.

—A todo esto, ¿has cenado? —Mira dirección hacia la


casa—. Joe está preparando estofado si te apetece quedarte

y hacernos compañía.

—La verdad es que vengo directo del entreno, así que

por mí sería un placer cenar con vosotros siempre y cuando

lo que haya cocinado Joe sea comestible.

Una carcajada brota de la garganta de Cam.

—Te juro que de los tres él es el que tiene más mano


para la cocina. Desde que mamá se marchó él es el

encargado de alimentarnos. De no ser por él viviríamos a

base de comida precocinada y cervezas. —La señora Lewis

se marchó del rancho poco después de que Cam se


graduara. No conozco toda la historia, pero creo que se fue

porque no se sentía una mujer realizada o algo así.

—Una dieta cojonuda.

—No creo que opine lo mismo Joshua. En las últimas

analíticas papá tenía el colesterol tan alto que le tuvo que

imponer una dieta súper estricta que lo puso de mal humor

durante semanas.

Me río imaginando a Joshua echando bronca a Cole


Lewis. Pobre Joshua, tener que pelearse a diario con los

vecinos de Blue Wings no tiene que ser precisamente

agradable.

Nos dirigimos hacia la casa, Cam se da una ducha

rápida mientras yo me quedo con Joe en la cocina.

Hablamos de todo un poco, aunque el fútbol se convierte en

el tema principal. Un aroma delicioso se escampa por el

aire.

A la hora de la cena aparece Cole que me saluda todo lo

efusivo que alguien parco en palabras como él es capaz de

ser y nos sentamos a comer alrededor de la mesa.


—¿Llevaste la pickup al taller? —pregunta Cole a Cam

remojando un pedazo de pan en el estofado.

—No, papá. El taller más cercano está en Sun River y no

he tenido tiempo de acercarme —dice algo fastidiado—. No

sabes lo mucho de menos que se echa el taller de tu padre.

—Cam me mira compungido.

—Por cierto, ¿cómo está Luke? —pregunta Cole—. Me ha

dicho Cam que está ingresado en el hospital.

—Así es, aunque por suerte está estable y seguramente

volverá a casa este fin de semana.

—Siento mucho lo de su enfermedad. La muerte

siempre va a por los mejores.

Afirmo con la cabeza y saco otro tema a colación. No me

apetece seguir hablando de la enfermedad de papá. Desde

que se ha hecho más real, pensar en ello me angustia.

Cuando terminamos de comer, Cam y yo cogemos unas

cervezas y ocupamos los asientos del porche. Ha

anochecido y el rancho está sumido en sombras.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con Brooke? —pregunta

Cam fijando sus ojos en mí.


—¿A qué te refieres?

—¿Vas a hablar con ella?

—¿Qué? —Una carcajada amarga sale de mi garganta—.

Ni de coña. Haré lo que tan bien se nos da hacer: Ignorarlo

cómo si no hubiera pasado. Hace catorce años esto nos fue

bien.

Rememoro aquel beso después de ver La vida es bella.


Fue un beso tierno, dulce, nada parecido al que nos hemos

dado hoy. Fue un beso de esos que se dan cuando sueñas

en empezar algo bonito con alguien. Pero no era el

momento oportuno. Entre nosotros nunca lo fue...

—Hace catorce años erais dos críos que no sabían nada

de la vida. Ahora sois personas adultas. Deberíais actuar

como tal.

—Supongo. —Me encojo de hombros—. Aunque

seguimos sin saber mucho de la vida.

Doy un sorbo a mi cerveza mientras observo el

horizonte siendo consciente de que, a pesar de que hacer

como si nada es la mejor opción, no seré capaz de ignorar

las ganas que tengo de repetir ese beso.


21
Brooke

—He besado a Tyler —digo a Ivy que se está haciendo la


manicura de los pies en este momento. Al oír lo que acabo

de soltar, el pequeño cepillo con esmalte color verde menta


sobrepasa la uña y resbala por la piel de su dedo gordo.

Estamos en mi casa, en la fiesta de pijamas que ella ha

sugerido hacer—. Bueno, técnicamente él me ha besado a


mí.

—¡¿Qué?! —pregunta Ivy abriendo mucho los ojos y la

boca—. ¿Cuándo ha pasado eso?

—Este mediodía después de la comida.

—¿Y esperas hasta ahora para decírmelo? —pregunta

indignada apuntándome con la pequeña brocha del


pintauñas—. Llevo en tu casa una hora, Brooke. ¡Una hora!

¿Por qué has tardado tanto en soltar la bomba?

Su indignación me parece adorable. Estamos sentadas

en el sofá del salón. De fondo, en el televisor, Edward Cullen

acaba de salvar a Bella Swan de una muerte segura

aplastada por una camioneta. Una enorme tarrina de helado


de chocolate semideshecho espera a ser terminada en la

mesa de centro.

—No te lo he contado porque estaba buscando la

manera de hacerlo. Porque, aunque el beso me lo haya

dado Tyler yo no he puesto excesiva resistencia, por lo que

no sé en qué lugar me deja eso.

—¿En el lugar de la mujer más afortunada del mundo?

—pregunta sin titubear.

—Hablo en serio, Ivy. Me ha metido la lengua hasta la

campanilla y yo en vez de apartarle y hacerle retroceder le

he devuelto el beso. ¿En qué demonios estaría pensando?

—Probablemente en lo bueno que está. —Me sonríe

divertida.

—Que sea un hombre multimillonario, soltero y sexy no

es excusa para dejar que me bese.

—A mí me lo parece...

—Lo dejé con Noah el sábado y he tardado menos de

cuarenta y ocho horas en besar a otro. No soy el tipo de

chica que hace estas cosas.


—Brooke… —susurra Ivy con dulzura—. No has hecho

nada malo. Noah y tú ya no estáis juntos. No le debes nada

a nadie. Y respecto a Tyler… —Me lanza una mirada

condescendiente—. No estoy muy segura de lo que pasó

entre vosotros en el pasado para que acabarais como

habéis acabado, pero lo que está claro es que vuestra


historia sigue abierta. Puedo ver por la forma en la que te

mira que sigue sintiendo algo por ti.

—Eso es absurdo —rebato negando con la cabeza—. Ha


pasado mucho tiempo desde entonces, ni siquiera somos

los mismos que éramos.

—Quizás siga sintiendo cosas por la Brooke que fuiste y

no por la Brooke que eres. Sea como sea, creo que deberíais

cerrar el ciclo.

—¿Cómo? —pregunto con la garganta seca.

—No me corresponde a mí decidir el final de vuestra


historia, eso os pertenece a vosotros.

Me regala una nueva sonrisa, coge un poco de algodón,


le pone quitaesmaltes y frota el color verdoso que ha

manchado su dedo. Yo observo el proceso, pensativa.


—¿Como sabes tanto sobre el amor? —pregunto llena de

curiosidad—. Siempre dices que no buscas nada, que no

quieres salir con nadie. ¿Quién ocupa tu corazón?

El rostro de Ivy se contrae con una mueca extraña.

—Alguien que solo es un recuerdo. No es una historia

fácil.

—Que un vampiro se enamore de una humana a la que

desea como desayuno no es una historia fácil. —Señalo la


pantalla donde la película sigue reproduciéndose—. Más

difícil que eso no puede ser.

—Te sorprenderías.

—Explícamelo.

—No sé si estoy preparada para hacerlo.

—Puedes confiar en mí.

Ella resopla y fija su mirada en sus uñas recién pintadas.

—Es una herida que aún duele, Brooke. Es una herida

mal curada.

—Quiero conocer lo que se esconde tras esa herida.

Levanta el rostro y sus ojos se posan en los míos. Están

brillantes. Sus iris claros parecen más claros que nunca. Su


vulnerabilidad me pilla por sorpresa, porque Ivy siempre se

muestra dura, fuerte.

—Yo… hay algo que no te he contado. Muchas cosas, en

realidad. —Alzo las cejas como invitación para que me las

explique todas—. Estoy casada, Brooke.

Su confesión es como una bala de hielo que me

atraviesa y me deja helada.

—¿Qué? —Es lo único que soy capaz de decir.

—Soy una mujer casada que hace más de tres años que

no ve a su marido. —Saca la cadenita que siempre lleva


puesta alrededor del cuello y que se le ha metido por dentro

del jersey y me enseña la sortija dorada que cuelga de ella

—. Este es mi alianza, soy incapaz de quitármela, aunque ya

no estemos juntos.

—Pero… —digo confusa, intentando asimilar el secreto

que acaba de desvelarme—. ¿Por qué sigues casada con

alguien al que hace tanto tiempo que no ves?

Se encoge de hombros y desvía su mirada hacia la

pared del fondo.


—Supongo que porque divorciarnos sería aceptar que ya

no existe un nosotros.

—Pero no existe, ¿no? Es decir, tres años son muchos

años. —Ella no responde—. ¿Y él tampoco ha pedido el

divorcio? —Niega con la cabeza—. ¿Aún le quieres?

—Siempre le querré —responde sin dejar lugar a la

duda.

—No lo entiendo. Si tú aún le quieres y él no ha pedido

el divorcio es posible que lo vuestro pueda tener un final

feliz.

Una sonrisa amarga se dibuja en sus labios apretados.

—No, Brooke. Lo nuestro no puede tener un final feliz.

Porque se nos rompió algo imposible de arreglar. Y a pesar

de todo lo intentamos una última vez, porque nos

queríamos, pero dolía demasiado estar juntos. Nos

rendimos, supongo.

—Pero todo tiene solución, si os querías…

—No, no todo tiene solución. Hay cosas que una vez se

rompen son imposibles de reconstituir. Y el amor a veces no

es suficiente, Brooke. —Traga saliva con dificultad y una


lágrima solitaria escapa de su ojo derecho—. Hay ocasiones

en las que el amor de tu vida decide marcharse para que os

dejéis de hacer infelices. Hay ocasiones en las que es

necesario ser valiente y volver a empezar, aunque sea a

kilómetros de distancia del que consideras tu hogar.

Unas cuantas lágrimas más acompañan a la anterior y

ella se las limpia como si fueran molestos mosquitos

picoteándole en la cara.

—Ivy…

—Yo no sé qué pasó para que Tyler y tú dejarais de


hablaros, pero estoy segura de que lo vuestro sí puede

reconstituirse. Erais dos niños, por el amor de Dios. —


Esboza una sonrisa e intenta desdibujar la tristeza que se ha

quedado grabada en sus ojos vidriosos y enrojecidos—. Deja


de ser tan rencorosa.

Sus palabras me calan muy adentro. Quizás porque

llegan en medio de una confesión como la suya. Y me digo


que tiene razón. Que quizás es el momento de dejar el
pasado en el lugar que le corresponde para encarar el

presente de la mejor forma posible.


22
Tyler

El viernes por la noche, el partido termina y las gradas


estallan en aplausos, gritos y vítores. Hemos ganado el

primer partido de la temporada y todo el mundo parece


eufórico. Los chicos se felicitan entre codazos y palmadas y

las animadoras agitan sus pompones mientras dibujan una

V de victoria en una pirámide humana.

Yo me muestro cauto. Ganar un partido puede ser


cuestión de suerte. Han jugado bien, pero también han

cometido muchos errores, errores que contra un buen

equipo podrían habernos llevado a la derrota. Y eso es lo


que intento transmitirles en la charla que le doy en los

vestuarios al terminar. No quiero que se confíen. Tenemos


mucho trabajo por delante aún.

El pueblo entero se ha volcado en el partido y, cuando


salgo al exterior no dejo de encontrarme a gente

felicitándome por el resultado. Cam es uno de ellos, y es él

quien insiste en ir al bar de Arnie a celebrarlo.


Reconozco que durante el partido he buscado a Brooke

en las gradas, pero no la he encontrado. Cuando íbamos al

instituto nunca venía a verme, aunque fuéramos amigos

porque, según ella, que fuéramos amigos no implicaba

tener que soportar partidos de fútbol que le aburrían


mortalmente. Lo suyo era leer.

Estos días no hemos vuelto a hablar. Y no es que no


hayamos coincidido, en el instituto hemos pasado más de

una vez uno al lado del otro. Pero no sé cómo gestionar las

emociones que me embargan cuando la veo.

No dejo de pensar en nuestro beso. En ese beso que le

di en medio de un arrebato y que ocupa mi mente día y


noche. Un beso que despertó todos mis instintos y me dejó

con ganas de más.

¿Estoy loco por querer besarla de nuevo?

No sé qué me pasa, pero es lo único en lo que pienso

estos días. Cada vez que hemos coincidido de forma casual


he tenido que reprimir el impulso de hacerlo.

Entramos en el bar de Arnie que al ser viernes está


atestado de gente. Nada más pasar al interior soy
ovacionado como si en vez de un simple entrenador de

equipo de pueblo fuera una estrella del rock.

—Mira, ahí están las chicas. —Cam señala a Brooke e Ivy

que están sentadas en una mesa.

Creo que mi amigo está muy pillado por la rubia y no sé

cómo decirle que no tiene ninguna posibilidad con ella.

Tiene un letrero con la palabra «inaccesible» en la frente.

Le sigo por el local hasta acabar sentados en su mesa.

Ivy nos saluda efusiva y me felicita por la victoria, pero

Brooke solo despega unos segundos su mirada del vaso que

sostiene entre las manos para fijarla en la mía. Parece

cohibida, tímida.

—Te queda bien la cazadora del equipo de fútbol —dice

Ivy mirándome embelesada.

A pesar de sus múltiples halagos sé que para ella esto

es solo un juego, que tampoco está interesada en mí.

—Ha sido un regalo de los chicos —explico con una

sonrisa en la cara, lo cierto es que cuando me la han dado

he sentido cierta opresión en el pecho a causa de la

emoción, porque en su día yo tenía una muy parecida que


acabé perdiendo en alguna mudanza. Es blanca y azul y

tiene dibujadas unas alas en la espalda en honor al nombre

del pueblo.

—Pues estás cañón. En vez del entrenador pareces un

alumno de instituto más.

Una carcajada escapa de los labios de Brooke que

estaba jugando con su trenza con aire despistado.

—Oh, venga, tampoco te pases, rubia, que hace años


que tengo pelos en los huevos —digo yo guiñándole un ojo.

—¿Sabías que yo también jugaba al fútbol en el equipo

del instituto? —pregunta Cam a Ivy de forma sugerente—.

Hubo un ojeador que se interesó por mí, pero yo preferí

intentarlo en el mundo de la música.

—¿En el mundo de la música? —Ivy alza una ceja con

cierto interés—. ¿Qué tipo de canciones tocabas?

—Rock, al estilo de Bob Dylan.

—¿Te comparas con Bob Dylan? Tú sí que tienes ego.

—Si quieres un día te acercas al rancho y te hago un

concierto privado.
—Más bien no. Además, soy chica de asfalto, los ranchos

no me interesan nada.

Mientras Cam e Ivy siguen con su estira y afloja, Brooke

y yo nos observamos de soslayo, sin hablar. Está claro que

los dos estamos pensando en lo mismo: en el elefante rosa

que está sobre la mesa entre nosotros. O lo que es lo

mismo: en el beso que nos dimos el otro día.

Al cabo de un rato, ella se levanta con la excusa de ir al

baño. Yo espero unos segundos, me acabo la cerveza y los

dejo solos alegando que quiero otra. Obviamente solo es un

pretexto para ir tras ella.

Espero en el descansillo donde están ubicados los baños

y, cuando la veo salir, la cojo del codo y la vuelvo a meter

dentro.

—¿Se puede saber de qué vas? —pregunta ella furiosa

cuando la acorralo contra una pared.

—Hablar contigo a solas.

—¿Y tiene que ser aquí?

—Este sitio es tan bueno como cualquier otro.


Su respiración está agitada y sus ojos atraviesan los

míos con la ira brillando en ellos.

—¿De qué quieres que hablemos, Tyler?

—De lo que ocurrió el lunes.

—Ah, eso. —Me reta con los ojos entrecerrados—.

Espero que te disculpes por besarme sin permiso.

—Para eso tendría que arrepentirme de haberlo hecho y

no lo hago. Además, tú tampoco parecías muy disgustada.

Se muerde el labio y hace una mueca.

—Pues lo estaba.

—No mientas. —Trago saliva y me acerco un poco más a

la piel que el cuello de su vestido verde esmeralda deja al

descubierto.—. Dime que tú no lo disfrutaste tanto como yo.

—Aparta de aquí Tyler. —Me pide apoyando la palma de

sus manos sobre el pecho, pero no llega a ejercer presión.

Sus pupilas han aumentado de tamaño y me miran con

deseo.

—Dime que no llevas días queriendo repetirlo. Mírame a

los ojos y dime que no me deseas tanto como te deseo yo y

lo dejaré estar.
Abre la boca dispuesta a hablar, pero ni una sola palabra

sale de su garganta. Sus ojos se fijan en mis labios, suben

hasta mis ojos y vuelven a bajar hasta mi boca. La energía

sexual que desprende su cuerpo hacia el mío es tan intensa

que es imposible ignorarla.

—Eres ruin.

—Lo sé, pero...

Antes de que pueda acabar mi frase, sus labios se


estampan contra los míos. El vértigo se instala en mi

estómago y todo empieza a dar vueltas como si estuviera


centrifugando. Los chasquidos que hacen nuestros labios al

chocar una vez tras otra, con hambre, es lo único que


importa. Eso y la forma en la que su lengua se enrosca en la

mía como si estuviera haciéndome una mamada. Se me


pone dura al instante.

—Quiero follarte, Brooke —digo en uno de esos

momentos en los que nuestras bocas se separan para coger


aire.

—¿Aquí? —me pregunta con los ojos vidriosos y los


labios enrojecidos—. Ni de coña.
—Déjame al menos darte un anticipo de lo que puedo
ofrecerte —susurro contra su boca.

Ella frunce el ceño sin comprender lo que quiero decir.


Yo vuelvo a besarla, la cojo de la mano y la invito a

apoyarse sobre el seno del lavabo. Me pongo de rodillas


frente a ella y suelta un gemido cuando mis manos suben

poco a poco la falda de vuelo del vestido que lleva hoy.

—¿Se puede saber que pretendes?

—Regalarte el primer orgasmo de la noche —digo con la


voz ronca mientras acabo de subir la falda y hundo mi rostro

sobre sus braguitas. Lleva unas medias azul oscuro muy


sexys hasta medio muslo.

Ella gime cuando abro la boca y muerdo sobre el pubis


encima de las bragas.

—¿Y si no me corro? Nunca nadie lo ha conseguido

antes.

—Tú calla y disfruta.

Le bajo las bragas y se las quito con delicadeza. Cojo su

pierna izquierda y la paso sobre mi hombro para tener su


sexo más accesible. Hundo mi lengua entre sus pliegues y
rozo su clítoris haciéndola gemir. Se sujeta a lado y lado
para mantener el equilibrio y echa la cabeza hacia atrás.

Desde esta posición puedo disfrutar de la forma en la

que su rostro se contrae de placer cada vez que mi lengua


saluda su parte más sensible.

Está a punto de correrse, lo noto por la forma en la que

sus gemidos son cada vez más intensos y seguidos.


Aumento la velocidad de mis caricias con la lengua y,

cuando el estallido es inminente, la penetro con dos dedos


arqueados que la llevan directamente al orgasmo.

Se arquea, se tensa, tiembla y, gime, coloca su mano


sobre mi cabeza tirando de mi pelo hacia ella. Y yo disfruto

como un loco de este momento tan morboso.

Cuando deja de temblar, devuelvo la pierna a su lugar


sobre el suelo, recojo sus braguitas que me guardo en el

bolsillo y me pongo en pie para mirarle a los ojos.

—Y esto solo lo he hecho con la boca y mis manos. No te

imaginas lo que puedo llegar a hacer con otras partes de mi


cuerpo —susurro escrutándola con intensidad.
La respiración de Brooke es irregular y sigue agarrada

del lavabo como si hubiera perdido el control de sus


extremidades inferiores y no pudiera tenderse en pie.

Durante los siguientes segundos nos observamos en


silencio. Una voz proveniente del exterior nos interrumpe.

—Brooke, ¿va todo bien? Llevas mucho rato en el baño.

—Es su amiga Ivy.

Brooke abre la boca titubeante y suelta con voz


estrangulada:

—Ahora salgo, un segundo. —Luego me mira a mí presa


del pánico—. ¿Cómo lo hago? Si nos ve a los dos va a saber

lo que hemos estado haciendo.

No puedo evitar que una risa se me escape entre


dientes. Me importa una mierda que se entere. Pero sé que

para ella guardar las formas es importante.

—Vamos a hacer una cosa —digo en un susurro—. Vas a


cerrar la luz antes de salir y yo me quedaré unos segundos

dentro agazapado en un rincón para que os dé tiempo a


volver hasta la mesa. —Elevo una ceja, sugerente.
Afirma con la cabeza, se baja la falda y mira al suelo con

el ceño fruncido.

—¿Y mis bragas?

—Las tengo yo. —Doy unos golpes sobre el bolsillo del


pantalón donde guardo las bragas, al lado de mi polla

hinchada con ganas de juerga—. Y si quieres recuperarlas


tendrás que venir a por ellas.

—¿Vas a tardar mucho? —pregunta Ivy en el exterior.

Brooke chasquea la lengua, se acerca a mí, mete la


mano en el bolsillo sacando las bragas de un tirón y se las

pone a toda prisa. Sus mejillas están arreboladas.

—Voy.

Se dirige hacia la salida, pero yo la cojo del codo antes

de que llegue muy lejos, le doy la vuelta y la beso.

—Esto no ha acabado.

—Suena a advertencia.

—Lo es.

Sonrío y ella me devuelve la sonrisa, pequeña, tímida.

Cierra la luz, abre la puerta y sale del baño.


—Perdona, es que creo que no me ha sentado bien algo
de lo que he cenado y… —su voz se pierde poco a poco

hasta desvanecerse entre el murmullo de la gente que llena


el bar.

Yo espero unos segundos, segundos que aprovecho para


rebajar la tensión que recorre una parte muy concreta de mi

anatomía, y salgo fuera con ganas de más.


23
Brooke

Aun me tiemblan las piernas cuando me siento de nuevo en


la mesa junto a Ivy. No me puedo creer lo que acaba de

pasar. Acabo de dejar que Tyler me hiciera sexo oral en el


baño del bar de Arnie y me he corrido. ¿Qué dice eso de mí?

Que soy una golfa viciosa como mínimo. Es la primera vez

que me corro acompaña y lo hago en el baño de un bar.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta Cameron


analizándome con una ceja alzada—. Pareces sofocada.

—Sí, sí, estoy bien, es solo que no me ha sentado muy

bien la cena —miento haciendo una mueca.

Tyler reaparece y se sienta frente a mí lanzándome una

mirada lobuna tan obvia que aparto los ojos azorada porque
me remite a lo que acaba de pasar entre nosotros.

—¿Y la bebida que ibas a buscar a la barra? —le


pregunta Cam.

Levanto la mirada de nuevo para observarlos. Tyler


parpadea algo titubeante, inventando una excusa sobre la

marcha.
—Tío, no te lo vas a creer, pero me he puesto a charlar

con un tipo en la barra y se me ha olvidado por completo

pedirla.

—No jodas. —Cam suelta una carcajada y le palmea la

espalda—. Anda, despistado, vayamos a por más cerveza

que yo también me he terminado la mía. ¿Vosotras queréis

algo? —Cam nos mira e Ivy y yo nos apresuramos a negar


con la cabeza.

Los chicos se van y siento la mirada de Ivy puesta en mí.

Yo intento esquivarla sacando el móvil del bolso y tocando la


pantalla táctil como si estuviera haciendo algo súper

importante. Obviamente, Ivy no cae en mi engaño. Me quita


el móvil de las manos y me obliga a mirarla. Sus cejas

rubias están arqueadas en mi dirección.

—Tú tardas media hora en salir del baño y él olvida pedir

su bebida. ¿No te parece curioso?

—Has unido dos hechos completamente independientes


en una misma frase, normal que te parezca curioso. —Me

sorprende mi capacidad de fingir indignación.

—Tú te crees que soy tonta, ¿no?


—Para nada, siempre me has parecido una chica muy

inteligente. —Sonrío con dulzura.

—Brooke, te voy a preguntar algo y espero que seas

sincera conmigo: ¿Te has liado con Tyler en el baño?

—Define liarse.

—Eres profesora de lengua y literatura, creo que no es

necesario que te busque su significado en el diccionario

para responderme con un sí o un no. —Su tono de voz es

algo agresivo por lo que automáticamente hago una mueca.

—Es posible que lo que hayamos hecho pueda

englobarse dentro de lo que la gente llame liarse. Sí.

—¿En el baño? —Sus ojos se abren tanto que parecen a

punto de salirse de la órbita.

—Sí, en el baño, Ivy. Y sí, aún estoy flipando mucho

porque créeme cuando te digo que no ha sido algo

premeditado, al menos por mi parte.

Ivy abre la boca, la cierra y la vuelve a abrir, titubeante.

—¿Y ahora qué?

—Pues no sé. —Me froto el rostro con las manos.

—Pero, ¿ha estado bien?


—¿Qué clase de pregunta es esa? —La miro con las

mejillas sonrojadas.

—Siempre he pensado que Tyler debe tener el pene del

tamaño del brazo de Hulk, ¿cumple las expectativas? —

suelta divertida, haciendo que se me suba por la nariz el

líquido que acabo de beber.

—¡¡Ivy!! —exclamo avergonzada mientras ella suelta

una carcajada—. No pienso responderte a eso.

—Anda, no seas mojigata.

—Además, no lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? Pero, ¿no os habéis liado? ¡No

me digas que no le has tocado la mazorca! —exclama con

sorpresa.

—Nos hemos liado, pero no hemos llegado a tanto. Es

decir, él a mí sí, pero yo a él nada —respondo sintiéndome


de repente muy avergonzada.

—¿Te ha hecho...? —No acaba la pregunta, se limita a

alzar una ceja sugerente. Yo afirmo con la cabeza y ella

hace una mueca de aprobación con la boca—. Un tipo


generoso. De los que te preparan un buen desayuno antes

de desayunar ellos.

¿Dónde ha ido a parar la sensibilidad de Ivy hoy? Porque

parece más bruta que unas braguitas hechas de lija.

—Preferiría no seguir hablando del tema.

Abre la boca con ademán de seguir con ello, pero no le

da tiempo de decir nada porque Tyler y Cam regresan a la

mesa junto a nosotras.

—Bueno, ¿por dónde íbamos? —pregunta Cam a mi

amiga guiñándole un ojo.

—Pues mira, ahora mismo le estaba diciendo a Brooke

que mejor se vaya a su casa, no tiene buen aspecto. Le irá

bien descansar —dice ella fingiendo preocupación.

Yo la miro sin entender nada y añade:

—Tyler, ¿te molesta acompañarla? Lo haría yo, pero me

he quedado a medias en una conversación muy interesante

con Cam y me gustaría terminarla.

Tengo ganas de matarla. Ahora mismo cogería su

preciosa melena rubia y se la afeitaría hasta dejarla calva.

—Ya me encuentro mejor —le contradigo.


—Te llevo a casa —dice Tyler a su vez.

Ivy esconde una sonrisa, me da el abrigo y el bolso que

he dejado en una silla libre a su lado y me abraza.

—De nada —susurra en mi oído sin que nadie más nos

oiga—. Cuídate, cielo —añade en un tono de voz más alto.

Poco después Tyler y yo salimos por la puerta del bar en

silencio. Él se pone la cazadora del equipo de fútbol sobre la


sudadera y yo cierro mi abrigo con fuerza.

—No hace falta que me acompañes a mi casa —espeto.

—No hace falta, pero voy a hacerlo de todos modos.

—Me encuentro perfectamente bien, Tyler. Y no quiero

que te hagas falsas esperanzas por acompañarme a casa.

No te voy a dejar pasar dentro.

—Bueno, no hay nada que no podamos hacer fuera.

Le atravieso con la mirada y él suelta una carcajada.

—Estaba de coña, Brooke. Te acompañaré hasta la

puerta de tu casa y me iré como un caballero. Sabes de

sobras que nunca haría nada que no quisieras hacer. ¿O

antes te he obligado a algo?


Le miro de soslayo y él se vuelve a reír. Echamos a

andar por la calle hasta mi edificio. Entramos, subimos por

las escaleras y llegamos hasta la puerta de mi piso.

—Pues ya estamos. Gracias por la compañía —digo

jugando con el manojo de llaves entre las manos.

—Ha sido un placer. —Sus ojos se clavan en los míos con

intensidad—. Todo.

Ese «todo» engloba tantas cosas que me da miedo


enfrentarme a ellas.

De nuevo, sus ojos atrapan los míos y soy incapaz de

deshacer el nudo que los une.

—Lo que ha pasado antes… —Me muerdo el labio

sintiendo arder mis mejillas—. Ha sido…

—Una puta pasada —termina él la frase por mí.

—Yo iba a decir raro, pero supongo que eso también.

—Mis dedos siguen oliendo a ti —dice llevándoselos a la


nariz.

—No seas cerdo —digo con la boca seca.

—Hueles a vicio. A puro vicio —añade esbozando una


media sonrisa.
—Ty…

—Hueles a la fragancia que quiero que tengan mis

sábanas todas las mañanas al despertar.

Lo dice acercándose poco a poco a mi boca hasta que


nuestros labios están separados tan solo por nuestras

respiraciones.

—No deberíamos dejarnos llevar de nuevo, no está bien.

—¿Por qué? —su aliento me roza la cara.

—Hace una semana que lo dejé con Noah, no está bien

pasar página tan rápido.

—Será mejor que me des una excusa más convincente


porque esa me parece una mierda —murmura inclinando un

poco su rostro hacia delante para que nuestras narices se


toquen.

—No me dejas pensar cuando te tengo tan cerca —digo


cerrando los ojos y tragando con fuerza, porque su olor me

envuelve y estoy perdiendo el juicio.

—Pensar está sobrevalorado.

—¿Por eso lo haces tan poco? —murmuro rozando sus


labios con los míos.
—Oh, cállate, joder.

Sus labios atacan a los míos con fuerza y sus manos


recorren mi espalda con deseo descontrolado. Suelto un

jadeo cuando las coloca en mi trasero apretándome contra


él. Siento su sexo hinchado entre los muslos pidiendo un

hueco para entrar.

—Si me dices que me vaya me iré —susurra contra mis


labios entre jadeos.

Yo tardo en responder. No puedo pensar. Solo siento


deseo. Una corriente eléctrica cargada de excitación me

recorre por dentro. Y es esa misma corriente la que habla


por mí cuando me doy la vuelta, abro la puerta de casa y le

dejo entrar.

—Solo una noche —digo mirándole a los ojos—. Solo una


noche y nada más.
24
Brooke

Entramos en el piso y nos quedamos uno enfrente del otro


mirándonos a los ojos con intensidad. Me quito el abrigo, él

la cazadora y lo dejamos dentro del armario del recibidor.


De forma repentina me siento nerviosa, muy nerviosa.

Quizás sea por la forma que tiene de mirarme como si fuera

a devorarme entera.

—Voy al baño —digo sin dejarle replicar nada.

Me encierro en el cuarto de baño y me miro en el espejo

soltando un suspiro.

—Todo va bien, Brooke. No vais a hacer nada que no


quieras —susurro para mí, con la vista clavada en mis ojos.

Inhalo aire, lo expiro despacio y vuelvo a empezar. Abro

el grifo, me mojo las manos en agua y me limpio la cara

frotando con suavidad. El lápiz de ojos y la máscara de


pestañas se corre un poco así que me limpio el rastro con

una toallita desmaquillante.

—Todo va bien. Vais a echar un polvo y luego si te he

visto no me acuerdo. La gente lo hace constantemente.


Me aliso las arrugas del vestido con las manos, exhalo

un último suspiro y salgo fuera. Tyler está de pie frente al

mueble del comedor, mirando las fotos que hay en la

vitrina. Me regaño mentalmente por no haber quitado aún la

de Noah.

—¿Es posible que te haya oído hablar sola? —me

pregunta alzando las cejas divertido.

—Es posible —admito.

—¿Algo que quieras compartir?

Niego la cabeza y él se acerca a mí lentamente.

—¿Has cambiado de idea?

Vuelvo a negar con la cabeza.

—Solo estoy nerviosa. Esta situación es nueva para mí,

no he tenido nunca líos de una noche.

—Pues empecemos por relajarnos, ¿te parece? —Sonríe

y se dirige hacia la cocina—. No he cenado, ¿te molesta si

como algo?

Niego con la cabeza y le sigo.

—¿Qué te apetece? Puedo prepararte algo rápido.


—Lo que me apetece lo tengo aquí delante —responde

atrapando su labio inferior con los dientes al mirarme.

Pongo los ojos en blanco, aunque una sonrisa escapa de

mis labios apretados.

Tyler empieza a abrir y cerrar puertas del armario hasta

encontrar algo que parece gustarle. Coge el tarro de la

crema de cacahuetes y me la enseña.

—Justo lo que me apetecía.

—¿Crema de cacahuates?

—Me encanta, además siempre me ha recordado al color

de tus ojos.

Esa referencia me hace sonreír.

—Tengo pan de molde ahí. —Señalo la encimera.

—No quiero pan de molde —murmura mirándome muy

intensamente.

—¿Te lo vas a comer a cucharadas?

—Me lo voy a comer sobre algo más apetecible…

Abre el tarro, lo deja sobre el mármol, me coge de la

cintura y me apoya contra la barra americana.


Lo coge de nuevo y hunde los dedos en él. Yo tengo la

tentación de decirle que es una guarrada, pero antes de que

pueda manifestar en voz alta este pensamiento, sus dedos


rozan mis labios y me los mancha.

Trago saliva y contengo la respiración cuando sus labios

devoran los míos limpiándome la crema de la boca. Es

sensual su forma de mover la lengua, como lo ha sido hace

un rato entre mis piernas en el baño del bar.

—Definitivamente me encanta la crema de cacahuetes…

—murmura contra mis labios.

Vuelve a hundir los dedos en el bote y esta vez baja un

poco la manga del vestido para dejar al descubierto mi

hombro y embadurnarlo de crema. Su lengua vuelve a

limpiar la zona con suavidad, haciendo remolinos sobre la

piel.

Sin dejar de mirarme, desliza la cremallera de la espalda

del vestido hacia abajo y este cae haciendo un remolino

sobre mis pies. Le doy una patada para alejarlo. Su mirada

me repasa de arriba a abajo mientras la nuez de su

garganta sube y baja de forma visible. Luego, me alza por la


cintura y me deja sentada sobre la barra americana con

suavidad.

Sus ojos se clavan en mi pecho que, gracias al sujetador

Push Up, forma un canalillo de lo más sugerente.

Mordiéndose el labio, coge una nueva porción de crema


de cacahuetes y unta el canalillo con ella. Su boca se

encarga de dejar la zona limpia a base de lametazos y

pequeños muerdos que me hacen suspirar.

Con un movimiento experto, se deshace del sujetador y

lo deja caer al suelo junto al vestido. Mis pechos quedan a

su disposición y su respiración se acelera. Vuelve a sumergir

los dedos dentro del tarro y baña con ellos mi pezón

izquierdo y parte de la areola. Su lengua es la encargada de

hacerme retorcer de placer. Se enrosca en mi pezón, sus

dientes lo muerden con suavidad y tiran de él mandando

una corriente eléctrica hacia mi sexo. Sigue el mismo

procedimiento en el otro pecho. Nuestras respiraciones


están cada vez más aceleradas y algún que otro gemido se

desliza por mi garganta.

A continuación, se pone de rodillas frente a mí y, sin

dejar de mirarme a los ojos, se deshace primero de una


media y después de la otra, coge un poco de crema de

cacahuetes y pinta con ella la zona interior del muslo

derecho, tan cerca de mi sexo que siento un pálpito

extenderse por dentro.

Cuando sus manos enganchan la costura de mis bragas

lado a lado y las hace resbalar por mis piernas hasta el

suelo, sé que lo que viene ahora me va a hacer perder la

cordura. Hace resbalar su dedo índice por la crema de

cacahuete y lo acerca al vértice de mis piernas mordiéndose

el labio inferior.

—No me vas a meter eso ahí dentro, ¿no? —pregunto

con la voz tomada.

Tyler detiene el movimiento y me mira con una ceja

arrugada.

—¿Qué? —pregunta sin entender lo que quiero decir.

—No sé, es un poco… ¿antihigiénico?

Tyler se ríe, niega con la cabeza y pone los ojos en

blanco.

—Señorita remilgada, te prometo que no tienes nada de

lo que preocuparte. Prometo que lo voy a dejar todo muy


limpio. —Y sin dejarme replicar, me abre de piernas y unta

de crema de cacahuetes mi clítoris hinchado.

Lo siguiente que siento es su lengua cumpliendo su

promesa. Sus lametones enérgicos rozan mi clítoris una vez

tras otra. Arriba, abajo, hacia un lado, hacia el otro, en

círculos. Siento como la excitación se adueña de mí. Cierro

los ojos, tiro la cabeza hacia atrás, cojo su pelo entre mis

dedos y jadeo. Cada vez estoy más cerca de un nuevo

orgasmo. Y, justo cuando creo que voy a explotar, Tyler se


detiene y se levanta del suelo.

Abro los ojos y le miro desorientada. Podría decir que

incluso un poco fastidiada. ¿por qué se detiene ahora?

—No quiero que termines tan rápido —susurra en mi

oído.

Me muerdo el labio, le miro y bajo de la barra americana


dispuesta a seguirle el juego.

—Creo que a mí también me ha entrado algo de hambre


—digo sumergiendo mi dedo derecho en lo que queda de

crema de cacahuetes.
Me acerco a Tyler y le toco con el dedo los labios para,
segundos después, comérmelos enteros. Dejo que mi

lengua baile con la suya mientras mis manos cogen el borde


de su sudadera y lo subo hacia arriba, sacándosela por la

cabeza.

Su pelo queda algo alborotado y sigo con mi misión de

desnudarlo deshaciéndome también de la camiseta blanca


de tirantes que lleva. Lo que hay debajo es un torso de

abdominales marcados que me dejan con la boca abierta.

Trago saliva, cojo de nuevo un poco de crema de


cacahuetes y deslizo mis dedos manchados por su

abdomen. Tyler jadea cuando mi lengua sustituye a mis


dedos y me encargo de dejarlo todo limpio en un

movimiento descendente hasta acabar de rodillas en el


suelo frente a él.

Le miro mientras desabrocho la hebilla del cinturón, bajo


la cremallera de los vaqueros y le quito los pantalones de un

tirón. Luego, un calcetín. Después, el otro. Y, para terminar,


le quito el bóxer y contemplo el cuerpo escultural de Tyler

en todo su esplendor. Su torso ancho de abdominales


marcadas, sus piernas fuertes y musculosas y su pene
erecto que cumple de sobras cualquier tipo de expectativas.
Sus ojos grises me traspasan cuando se encuentran con los

míos, pidiéndome que siga.

Le veo morderse el labio en el momento que decido


volver a meter el dedo en el tarro. Lo saco lleno de crema

que deslizo sobre su tronco ancho y largo. Enseguida es mi


boca la que baja por su miembro borrando su rastro y

llenándome de él.

Subo, bajo y vuelvo a subir. Succiono su glande con


ganas y le miro a los ojos mientras él gruñe. Me deshago la

trenza sin dejar de realizar los movimientos y él recibe el


gesto como una invitación para cogerme del pelo. Me marca
el ritmo con suavidad y yo sigo subiendo y bajando,

lamiendo la piel en cada nueva embestida con la boca. Tyler


jadea cada vez más fuerte y, cuando su erección parece

estar a punto de desbordarse, tira mi cabeza hacia atrás de


un tirón de pelo.

—Quiero estar dentro de ti —susurra con los ojos

oscurecidos por el deseo.

Me coge de las manos y me ayuda a levantarme. Una

vez de pie, me coge la cabeza con las dos manos y me besa


hambriento. El sabor de la crema de cacahuate se confunde

con el sabor de nuestros sexos.

Me coge en volandas, me vuelve a dejar sobre barra

americana y me sitúa en el borde. Luego, se agacha, coge el


pantalón y saca del bolsillo trasero un condón. Le quita el

envoltorio, se lo pone y una vez cubierto se acerca a mí y


vuelve a besarme.

—No me creo que esté haciendo esto —susurro cuando

se sitúa entre mis piernas.

—Ni yo, joder. Mi sueño erótico de juventud echo


realidad.

—¿Soñabas con embadurnar a mujeres con crema de


cacahuete?

—No. Soñaba con embadurnarte a ti en particular. —Su

confesión viene seguida de su embestida.

Entra dentro de mí fuerte y una mezcla de dolor y placer


me hace soltar un gemido. Tyler jadea y empieza a mover

las caderas hacia delante y hacia atrás con ritmo. Entrelazo


las piernas en los tobillos tras rodearle la cintura y clavo mis
dedos en la piel de su espalda mientras le muerdo el

hombro.

Tyler gruñe y acelera el ritmo de sus embestidas. Sus


caderas chocan contra las mías y el sonido que hacen

nuestros cuerpos al colisionar se confunde con el ruido de


nuestras respiraciones descontroladas. Estoy a punto de

explotar y Tyler parece notarlo porque aumenta la velocidad


e intensidad de sus penetraciones y me lleva directa hacia
el abismo.

Me corro de una forma tan brutal que le clavo las uñas


en la espalda y le dejo una marca de mordedura en el
hombro.

Mi orgasmo es lo que necesita Tyler para correrse

también. Suelta un gruñido, cierra las manos en puños y su


tensión aumenta hasta, poco a poco, desaparecer.

Sale de mí despacio y me observaba través de sus ojos


aún anegados de placer

—¿Soy yo o ha sido un polvo antológico?

—No eres tú, lo ha sido —susurro aún acalorada.


Se quita el condón, le hace un nudo y lo tira a la basura
tras mirarme con una sonrisa traviesa.

—¿Crees que podríamos repetirlo? —pregunta.

—¿Ahora? —Fijo mi mirada en su miembro que parece


recuperarse rápido.

—Si, ahora. Esperar, contigo, es tiempo perdido.

Sin dejarme responder, me coge en volandas y me lleva


hasta mi habitación. Antes de que me deje sobre la cama

digo en voz alta, no sé si a él o a mí misma:

—Solo esta noche. Después de hoy, nunca más.


25
Tyler

—Después de hoy nunca más —dice Brooke levantándose


de la cama de un salto—. Esta es la última vez que nos

acostamos.

Busca su ropa por el suelo y se la pone a toda prisa.

—Eso dijiste el viernes. Y el sábado. Y el domingo. Y el


lunes, martes y miércoles. Y estamos a jueves.

Aprieta la mandíbula y me mira a través de sus iris

brillantes post orgásmicos.

—Pero esta vez hablo en serio.

—Esto también lo he oído antes.

—La culpa de todo esto es tuya. Apareces en casa sin

avisar, me sonríes y me miras de esa manera tan sexy con

la que encandilas a todas las mujeres y pierdo la cordura.

Se ha vestido tan aprisa que se ha puesto el vestido del

revés. No puedo evitar soltar una risita ante este hecho y lo

que acaba de decir.

—Vaya, prometo la próxima vez mirarte y sonreírte de

una manera menos sexy para ver si así controlas tus bajos
instintos —bromeo.

—Hablo en serio, deberíamos dejar de hacerlo

—¿Por qué?

Mi pregunta le pilla desprevenida.

—Porque yo no soy así, no voy abriéndome de piernas


con cualquiera a la primera de cambio.

—Yo no soy cualquiera —argumento—. Y te pongo muy


cachonda. Además, practicar sexo es beneficioso para la

salud física y mental. Haces ejercicio y desconectas la

mente.

Frunce el ceño y me mira de pie ya vestida.

—No bromeo.

—Ni yo tampoco. —Palmeo el colchón a mi lado—. Anda,

tontita, ven aquí. Que además no sé por qué te vistes con

tantas prisas cuando estamos en tu casa y quién tiene que

irse soy yo.

—Pues en eso tienes razón —dice sentándose de nuevo

a mi lado.

—A ver, ¿te lo pasas bien conmigo? —Brooke afirma con

la cabeza—. Y, ¿hacemos daño a alguien acostándonos


juntos? —Ahora niega con un movimiento—. Entonces no

hay motivo para dejar de hacerlo.

Hace una mueca no muy convencida.

—Verás, conozco tu fama. Sé que te acuestas con una

mujer distinta cada fin de semana y que nunca has tenido

una relación seria. Conozco toda tu biografía —Se muerde el

labio antes de seguir—: Pero es que a mí no me van las

relaciones abiertas. Es decir, que no puedo acostarme

contigo el viernes sabiendo que el sábado te acostarás con

otra. Pero tampoco puedo pedirte exclusividad.

Afirmo con la cabeza, pensativo. Entiendo sus dudas,

aunque no las comparto. No cuando me acuesto y me

despierto con ganas de estar con ella, solo con ella.

Además, desde que llegué al pueblo no he estado con


nadie.

Pero eso no puedo decírselo. Además de ser cutre de


narices no quiero asustarla confesándole algo así.

—Bueno, ¿qué tal si hacemos un pacto? —le pregunto


sonriendo—. Dure lo que dure esto prometo no acostarme

con otras.
—¿Y si algún día tienes un apretón y no estoy

disponible? —Me mira muy seria.

—Pues me haré una paja como todo el mundo.

Me mira escandalizada y no puedo evitar soltar una

carcajada ante su reacción.

—No hace falta que me des tantos detalles, gracias.

—Será que tú no te tocas en privado.

—¡Pero no lo voy pregonando por ahí!

—Ni yo, pero tampoco lo escondo.

Brooke me miran con los ojos entrecerrados, como si

sospechase, y luego relaja la expresión de su rostro.

—Vale, acepto ser tu amante.

Le beso el cuello reprimiendo una nueva carcajada.

—Eres adorable. Como un cervatillo con un tutú rosa y

un lazo en la cabeza.

—No sabía que te pusieran cachondo los animales. —

Sonríe en mi dirección.

—Solo me pone cachondo un animal en concreto.


Vuelvo a besarle en el cuello y ella echa la cabeza hacia

atrás, excitada.

—Creo que es el momento de quitarte ese vestido y

repetir lo de antes, querida amante.

—¿Todo? —Sus ojos me miran con deseo.

—Todo.

Empiezo a desabrocharle el vestido y vuelvo a perderme

en su cuerpo.

###

Llego a casa de madrugada. Aparco el coche en el

césped que desde que lo corté tiene mejor pinta y entro en

casa silbando. En el salón me encuentro a papá dormido en

su sillón con la tele de fondo.

Desde que le dieron el alta en el hospital, papá está más

apagado. Se nota que la enfermedad va avanzando. Está

más débil y se queja menos, claro indicador de que se

encuentra mal.
Apago la tele y, como hago desde hace algunas noches,

lo cojo entre mis brazos y lo llevo hasta su habitación. No

pesa nada, es solo carne y huesos. Bueno, carne, huesos y

un kilo de mala leche. Solo suelta un gruñido cuando dejo

sobre la cama y lo tapo con las mantas.

Luego voy hacia mi habitación. Desde aquí puedo ver la

ventana de Brooke, desde donde muchas noches

hablábamos antes de dormir escribiéndonos mensajes en

folios que nos enseñábamos. Parece que haya pasado una

eternidad y en cierta forma así es.

También recuerdo la última vez que hablamos antes de

subirme al coche rumbo Yale tras discutir con mi padre.

Me siento en el alféizar mientras me pierdo en ese

recuerdo.

Entré por la ventana de su habitación como si fuera un

ladrón, trepando por las cañerías. Llamé a la ventana con

los nudillos y ella tardó en abrir porque dormía. Llevaba

puesto un pijama de Hello Kitty y el pelo suelto y


despeinado.
—Siento despertarte, pero tenía que despedirme. Me

voy.

—¿Como que te vas? ¿A dónde? —Sus ojos se abrieron

con sorpresa.

—A New Haven. He discutido con mi padre y me ha

dicho que si pienso aceptar la beca deportiva me vaya de su

casa.

—¿Te ha echado? —preguntó incrédula—. ¿Pero qué vas


a hacer en New Haven? La residencia de Yale no abre hasta

agosto.

—Me las apañaré.

—Puedo hablar con mamá, podrías quedarte con

nosotros un tiempo. Quizás Luke recapacite y te pida volver.

—Eso no va a pasar —dije soltando una risa amarga—.


Prefiere perder a un hijo antes que aceptar mi decisión. Y no

quiero implicar a tus padres.

—Pero la fiesta de graduación es el próximo sábado —


me dijo disgustada.

Hacía solo un par de días que me había atrevido a


pedirle que fuera a esa fiesta conmigo. Sabía la ilusión que
le hacía. Pero no había vuelta atrás.

—Lo siento Brooke. Te compensaré. Prometo

acompañarte a la tuya el año que viene.

—El año que viene te habrás olvidado de mí.

—Eso es imposible. —Le acaricié el rostro—. Tú eres mi


hogar.

Ella esbozó una sonrisa entre triste y somnolienta y yo


le besé en la frente.

No mentí al decirle que ella era mi hogar. Ella era lo más

parecido que tenía a una familia. Ella y sus padres habían


suplido con creces la falta de cariño con la que había

crecido. Fueron Alice y John quienes me compraron mi


primera equipación cuando me seleccionaron para el equipo

de fútbol. Y fueron ellos los que me felicitaron orgullosos


cuando se enteraron de que un ojeador de Yale me había

fichado.

Además, hacía unas semanas que Brooke y yo nos


habíamos besado por primera vez y yo me moría de ganas

por repetir ese beso. Quería hacerlo la noche de mi


graduación, pero tal como estaban las cosas no podía
quedarme a esa fiesta.

—Me voy. —Le guiñé un ojo y bajé por las cañerías. Ella

me dijo adiós con la mano y yo subí a la camioneta vieja y


destartalada que me había construido pieza por pieza en el

taller.

Nunca imaginé lo que vendría después. Ni lo mucho que


tardaría en regresar a Blue Wings.
26
Tyler

A la mañana siguiente, abro la puerta de casa cargando con


las bolsas de la compra y me dirijo hacia la cocina. De

camino escucho el murmullo de una conversación.


Reconozco enseguida la voz de Joshua y me asomo al salón

para saludar. Papá está sentado en su sillón y Joshua en una

silla a su lado. Localizo el maletín de médico a sus pies.

—Pero bueno, a quién tenemos aquí, al héroe del pueblo


—dice Joshua con una sonrisa—. Todos hablan maravillas de

lo bien que jugó el equipo de fútbol el viernes pasado.

—Bueno, el mérito no es mío —digo con humildad—.


Tengo una buena materia prima, los chicos tienen mucho

potencial.

—El potencial es solo eso: potencial. Para que sea algo

más es necesario que alguien lo saque a relucir, así que

buen trabajo.

La felicitación de Joshua me pinta una sonrisa en la cara,

aunque papá, sentado en su sillón, no tarda en borrármela:


—Tampoco hay que ser un lumbreras para entrenar a un

equipo de fútbol.

—Gracias, papá. Tus alabanzas siempre son bien

recibidas.

—De verdad, Luke, puedes llegar a ser muy


desagradable cuando quieres —le reprende Joshua.

—Déjalo estar, Joshua. Su desprecio no es nuevo para


mí.

Papá no responde y yo cojo las bolsas de nuevo y me


dirijo a la cocina. Dejo la compra sobre la encimera para ir

guardándola toda a su sitio. Lo hago un poco cabreado por

la falta de empatía de mi padre. Para él, el fútbol siempre ha

sido una trivialidad, nada comparado con su taller.

Abro y cierro armarios a medida que voy guardando las

cosas en él. Es entonces cuando algo llama mi atención.

Algo que está cubierto por una bolsa de basura dentro de la

despensa donde se almacenan las conservas.

Saco el paquete con curiosidad, lo desenvuelvo y alzo

una ceja al comprobar que es un álbum de tapas duras. Lo

abro y el pulso se me acelera al descubrir el contenido. Se


trata de uno de los primeros recortes de prensa que

aparecieron sobre mí cuando empecé a jugar a la liga

profesional.

Voy pasando páginas, sorprendiéndome en cada ocasión

por cada nuevo recorte de prensa. Cuando Joshua me habló

de esto, no creí que existiera de verdad. Pensaba que se lo

había inventado para hacerme sentir mejor. El último

recorte de prensa es uno en el que anunciaba mi retirada.

Cierro el álbum con una mezcla de sentimientos

encontrados recorriéndome por dentro. Todo esto me hace

replantear los desaires de mi padre. Quizás, a pesar de la


distancia y aquella última conversación en la que me

aseguró que el ya no tenía hijos, seguía importándole de

alguna manera. Quizás, después de todo, no está todo

perdido entre nosotros.

###

Llego a «Wings Horseshoe» al mediodía. He quedado

con Cam para almorzar juntos. Los caballos trotan


felizmente dentro de la cerca, Cole está limpiando los

establos y localizo a Joe sentado en una de las sillas del

porche tomándose una cerveza. Me siento a su lado tras


chocar su mano.

—¿Y tu hermano?

—Ha ido a Sun River a por el veterinario. Tenemos

enferma a una de las yeguas.

—Vaya, habíamos quedado, no me ha dicho nada —digo


comprobando el móvil.

—No creo que tarde en regresar, quédate. Puedo sacarte

una de estas. —Alza su cerveza.

—Eso sería pedir demasiado.

Palmea mi hombro, entra en la casa y vuelve a salir

pocos minutos después con un botellín de cerveza que me

tiende.

Sigue sorprendiéndome lo mucho que se parece Joe a su

hermano. Lo único que los diferencia es el carácter. Joe es

un chico serio y responsable, poco que ver con lo

descerebrado que Cam puede llegar a ser a veces.

—Oye, Joe, ¿qué sabes tú sobre mujeres?


Mi pregunta parece sorprenderle. Alza las cejas y espera

a responder tras tragar el sorbo de cerveza que tiene en la

boca.

—¿En qué sentido?

—En el sentido de que no pareces ser el típico mujeriego


que salta de flor en flor.

—O sea, ¿cómo mi hermano y tú? —Afirmo con la

cabeza y él sonríe—. Pues no sé, la verdad es que el rancho

para mí es mi prioridad. Estuve saliendo durante cinco años

con una chica de Sun River, pero rompimos cuando ella

decidió marcharse a vivir en Washington. Desde entonces

he tenido un par de relaciones sin importancia, pero no me

va eso de enrollarme con una cada fin de semana.

—¿Y qué tal es eso de tener una relación seria?

Joe me mira con el ceño fruncido.

—Lo preguntas como si nunca hubieras tenido una.

—Y no la he tenido.

—Recuerdo que en el instituto estuviste saliendo un

tiempo con Tiffany Sanders.

Chasqueo la lengua y niego con la cabeza.


—Ella era capitana de las animadoras. Yo del equipo de

fútbol. Lo nuestro era una relación casi obligada.

Joe asiente, como si entendiera. Se termina la cerveza y

se encoge de hombros.

—Reconfortante. Si tuviera que definirlo de alguna

manera lo haría con esa palabra. Echo de menos esa

sensación.

Pienso en Brooke, en lo mucho que me gusta estar con

ella. En lo distinto que es el sexo respecto al que suelo tener

con las chicas con las que me acuesto de forma esporádica.

Lo mucho que me gusta ver su rostro cuando se corre.

Reconfortante. Sí; yo también definiría así lo que siento

con ella.

Un móvil suena vibrante a nuestro alrededor. Joe saca el

suyo del bolsillo trasero del pantalón y responde.

—Es Cam —me explica lanzándome una mirada corta

antes de enfrascarse en una conversación que no consigo

descifrar. Tras colgar, se levanta de la silla—. La pickup le ha

dejado tirado a medio camino cuando ya estaba de regreso.

Voy a buscarlo.
—¿Quieres que vaya yo? —pregunto comprobando la

hora en la pantalla de mi móvil—. Tengo un par de horas

libres antes de que empiece el entreno.

—No, tranqui. Ya voy yo. Así remolcaré su camioneta con

el enganche de la mía.

Me levanto yo también de la silla y nos dirigimos hacia

la zona de aparcamiento. Entramos en nuestro

correspondiente vehículo tras despedirnos con un apretón


de manos.

—Oye —le digo bajando la ventanilla. Joe me mira—.


Dile a Cam que he venido y que nos vemos luego, ¿vale?

Joe afirma con la cabeza y yo salgo del rancho rumbo al

instituto con ganas de ver a Brooke.


27
Brooke

Estoy apilando las fotocopias que acabo de hacer para el


examen de la siguiente hora cuando alguien llama con los

nudillos a la puerta del departamento de Lengua y


Literatura. Abro y me encuentro con Noah que me mira con

cautela. Me sorprende verlo aquí. Desde nuestra ruptura no

hemos vuelto a hablar.

—¿Tienes un momento? —pregunta.

Afirmo con la cabeza y lo dejo pasar. Aún falta bastante

rato para la siguiente clase.

En vez de sentarme tras el escritorio, nos sentamos en


la mesa de reunión redonda, uno frente al otro. Parece

nervioso; no deja de retorcerse las manos sin mirarme a los


ojos.

—¿Va todo bien? —pregunto algo inquieta por su


inesperada visita.

—En realidad, no. —Niega con la cabeza—. Simplemente


me incomoda mucho esta situación. Me gustaría que, a

pesar de todo, nos lleváramos bien.


—Eres tú quien me gira la cara cuando paso por tu lado

—digo dolida, porque sí, es él el quién me ha esquivado

desde la ruptura.

—Es que verte no me resulta fácil.

—No es que para mí sea como para hacer una fiesta.

—Pero soy yo el agraviado.

—Te recuerdo que fuiste tú el que rompiste conmigo por

llegar tarde a una carrera —le recuerdo.

—¿Quién ha hablado de ruptura? —Noah frunce el ceño

y yo lo miro desconcertada—. Nos hemos dado un tiempo.

—Rompiste conmigo —repito.

—No, creo recordar que te dije que necesitaba pensar

en lo nuestro.

—Cuando le dices eso a tu pareja estás rompiendo con

ella de facto.

—Si hubiera querido romper contigo lo hubiera hecho sin

eufemismos.

Trago saliva. Ay, ay, ay… ahora mismo me siento muy

confusa.

—¿Y en qué lugar nos deja eso?


—En el lugar de dos personas que están pasando por un

bache en su relación.

—Ya… —Le miro con los brazos cruzados y una gota de

sudor frío bajando por mi frente.

—Oye, sé que el otro día fui un poco duro contigo, pero

tienes que admitir que tu actitud no fue la más adecuada.

—Ajá, así que la culpa es mía —digo con ironía.

—Me alegro de que lo admitas. El reconocimiento de la

culpa es el primer paso para la resolución del conflicto.

Me froto la cara intentando aclararme las ideas. Según

Noah no hemos roto. Yo pensaba que sí y me he estado

acostando con Tyler. Debería sentirme culpable, pero lo

cierto es que no es así.

—Mira, Noah, reconozco que en un primer momento lo

pasé mal cuando rompiste conmigo. —Al ver que va a

corregirme, añado—: O cuando creí que lo habías hecho.

Pero la verdad es que, después de pensarlo mucho, creo

que es lo mejor que podía haber pasado entre nosotros.

—¿Qué estás queriendo decirme?


—Noah, yo nunca seré esa clase de mujer que esperas.

No me gusta correr, me encanta la comida basura y, la

verdad, esperar en la meta mientras tú participas en una


carrera no es un plan que me entusiasme para un sábado

por la mañana. Creo que lo mejor que podemos hacer es

dejarlo de manera definitiva.

Decir esto me en voz alta me hace sentir aliviada.

Siempre pensé que mi relación con Noah me hacía bien,

pero visto en perspectiva, no era así. Él siempre estaba

esperando que yo fuera mejor, que cambiara, y yo siempre

me esforzaba para cumplir con sus expectativas.

Noah me mira disgustado, en silencio. Se levanta de la

silla con un gesto lento y sale de la puerta sin despedirse ni

cerrarla tras sus pasos. Me levanto para hacerlo yo cuando,

parado bajo el umbral, me encuentro con Tyler.

—¿Qué hacía ese aquí? —Su ceño fruncido muestra

recelo.

—Nada —miento encogiéndome de hombros. Paso de

explicarle que nos hemos estado liando cuando, en teoría,

seguía saliendo con Noah.


—Pues su cara de perro apaleado no parecía que fuera

por haber hablado de nada.

Me interroga con la mirada y yo me limito a hacer un

nuevo encogimiento.

—No hemos hablado de nada relevante, de verdad.

—Ya...

—¿Y a qué has venido tú?

Entra en la estancia, cierra la puerta y me mira con las

cejas alzadas.

—Yo en realidad he venido a hacerte una proposición

indecente.

—No pienso enrollarme contigo aquí —le digo

levantando un dedo y moviéndolo de forma negativa.

—¿Qué? —Se ríe y sacude la cabeza—. No tan

indecente, mujer.

—Ajá, te escucho.

—Esta noche, tú y yo y una bandeja de sushi para

compartir. Y luego, de postre, un poco de crema de

cacahuetes...
Trago saliva ante la mención de lo que precipitó nuestro

primer encuentro.

—Me encantaría, pero tu plan tiene fisuras. No me gusta

el pescado crudo y, además, esta noche ceno en casa de

mis padres.

—Oh. —Contrae su cara en un gesto de pena exagerado.

—Aunque…

—Me gusta ese aunque.

—Siempre podemos vernos después de la cena.

—Me parece perfecto. —Me da un beso en el cuello,

justo en una de mis zonas erógenas y yo ronroneo—.

¿Cuándo has dicho que no ibas a enrollarte conmigo aquí a

que te referías exactamente?

— Ty... —murmuro con tono de advertencia

apartándome de sus zarpas antes de que me encienda

demasiado y me deje llevar por su mente calenturienta.

—Echaba de menos que me llamaras así. —Una sonrisa

pasea por sus labios—. Ty.

Le devuelvo la sonrisa, me acerco a él, me pongo de

puntillas y le doy un beso en los labios.


—Bienvenido a casa, Ty, aún no te lo había dicho.

Él ensancha aún más su sonrisa y me aprieta fuerte

entre sus labios y, aunque sé que lo nuestro es pasajero y

que no va a durar, sé que es esto justo lo que quiero hacer.


28
Brooke

Llego a casa de mis padres a las seis y media. Dejo el coche


aparcado en el jardín, abro la puerta de la entrada y saludo

desde el recibidor mientras me quito el abrigo y el bolso.


Desde la cocina me llega un aroma delicioso, me relamo los

labios y me dirijo hacia allí. Lo que no espero encontrarme

es a un Tyler arremangado con delantal incluido probando la


salsa que chapotea dentro de una cazuela.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunto mirando a papá y

mamá que, sentados en la mesa de la cocina, observan al

cocinero.

—Tyler se ha ofrecido a preparar la cena y, aunque le he

dicho que no hacía falta, ha insistido.

—Es mi forma de agradeceros todo lo que habéis hecho

por papá estos meses —les dice él con un guiño de ojos.

—No tienes que agradecernos nada, cielo, lo hacemos

con gusto.

—Todo aquel capaz de soportar al gruñón de mi padre se

merece como mínimo una medalla. —Tyler hace una mueca


de disgusto.

—¿Y qué se supone que has preparado para cenar? —


pregunto llena de curiosidad, porque no sabía que Tyler

supiera siquiera encender los fogones.

—Pasta a la boloñesa —dice orgulloso.

—La verdad es que huele bien.

—Lo dices como si te sorprendiera —frunce el ceño.

—Y me sorprende.

—Pues un día de estos deja que te enseñe lo que soy

capaz de hacer con un bote de crema de cacahuates —dice


travieso.

Se me encienden las mejillas y él me dedica una sonrisa

cómplice. Que saque a relucir este tema delante de mis

padres, que observan nuestra conversación atentos sin


saber de qué va la historia, tiene tela.

—¿No ha venido Noah contigo? —pregunta mamá tras

sentarme con ellos en la mesa—. Ha faltado a las últimas


cenas.

Tyler me mira de reojo y yo decido responder a sus


preguntas con evasivas porque, sinceramente, no me
apetece hablar de mi ruptura con Noah ahora, delante del

chico con el que ando enrollándome.

—No ha podido, está muy liado. Empiezan la

competición de atletismo la semana que viene en el

instituto y entrenan hasta tarde.

Mamá acepta mi excusa sin sospechar nada, pero noto

los ojos de Tyler fijos en mi sien como si fueran dos taladros.

Al levantar la mirada, puedo ver cómo una expresión

interrogativa se expande por su rostro. Parece decir: ¿Por

qué no les cuentas la verdad? A lo que yo respondo con un

encogimiento de hombros.

—Bueno, hablando de competiciones, ¿cómo crees que

irá el partido del próximo viernes? —pregunta papá alzando

su cerveza hacia él.

El viernes que viene el equipo de Blue Wings juega

contra Sun River, su mayor rival desde siempre. Da igual no


ganar la liga si, a cambio, se gana ese partido.

—Yo creo que estamos preparados para, al menos, ser


unos dignos adversarios.
La respuesta parece satisfacer a papá que asiente con la

cabeza.

La cena pasa rápido. La pasta a la boloñesa está muy

buena y el pastel de arándanos que ha comprado remata la

velada. Mamá sugiere que veamos una película, como en

los viejos tiempos en los que Tyler cenaba con nosotros los

viernes noche después de los partidos. Aceptamos

encantados y mamá va preparando el salón mientras papá

se pelea con Netflix en el Smart TV. Tyler aprovecha para ir

al baño. Al ver que tarda mucho en volver, voy en su busca

y descubro con sorpresa que Tyler no está en el baño.

Recorro la casa y lo encuentro en mi antiguo dormitorio,

sentado sobre la cama, observando el corcho de fotos que

aún cuelga sobre el escritorio.

—No hay ni una solo foto mía —dice con pesar cuando

me ve entrar.

—Me deshice de todas después de lo que pasó.

—Mientes —su contundencia me sobresalta—. Encontré

una caja en tu casa llena de fotos nuestras y otras cosas.


Saca la cartera del bolsillo del pantalón y me enseña

una foto de nosotros dos.

—¿Cotilleaste entre mis cosas, aunque te pedí que no lo

hicieras y me robaste una foto? —pregunto analizando

nuestras expresiones de felicidad en esa instantánea. Tyler

no responde, me mira aceptando la obviedad—. Me

encantaba esta foto, era tan… nosotros.

—Ahí ya estaba colado por ti —dice sin inmutarse—.

Bueno, rectifico, ahí me di cuenta de que estaba colado por

ti, pero hacía tiempo que lo estaba. Desde siempre,

supongo.

Le miro sorprendida por esa confesión.

—Venga ya, si cuando nos hicimos la foto aun salías con

Tiffany.

—¿Y qué? Nunca sentí nada por ella.

—¿Y por mí sí? ¿Entonces por qué no me lo dijiste?

—Tú y yo siempre fuimos demasiado todo sin llegar a ser


nada. Tenía miedo de que al confesarte mis sentimientos

nuestra relación se resintiera. Estaba casi seguro de que

sentías lo mismo, pero nuestra amistad era lo más


importante de mi vida. No quería perderte. La ambigüedad

era muy cómoda. Pero entonces… nos besamos, y te juro

que durante unas semanas pensé que podríamos escribir un

final feliz.

Trago saliva. Sus palabras me atraviesan. Me atraviesan

y se convierten en un vehículo que me lleva directo hasta el

pasado, hasta aquella tarde de finales de primavera que

pusimos el DVD de La vida es bella en el televisor. Recuerdo

que al terminar la película le dije entre lágrimas: —Es lo más

triste y lo más bonito que he visto en mi vida —me referí a

la película, pero él me miró, sonrío, secó mis lágrimas con


sus pulgares y dijo: —Tú, en este momento, me pareces lo

más triste y bonito que he visto en la mía.

Sus ojos y los míos quedaron prendidos y nos besamos.


Lento, suave, dulce. Sin lengua. Solo dos labios

reconociéndose con delicadeza.

Después de aquello las cosas entre nosotros fueron

raras, intensas, aunque no volvimos a hablar de aquel beso.

Me pidió que fuera con él al baile de graduación y le dije

que sí, pero entonces él se marchó a New Haven y me

prometió acompañarme a la mía.


—¿Por qué no viniste a mi baile de graduación, Tyler?

¿Por qué no cumpliste con tu promesa? —las preguntas

salen de mi garganta antes de que pueda contenerlas y, por

primera vez desde su regreso, la necesidad de conocer las

respuestas me quema en el pecho.


29
Tyler

—¿Por qué no viniste a mi baile de graduación, Tyler? ¿Por


qué me traicionaste?

La pregunta que me hace Brooke es una bala que me


atraviesa el pecho dejando un agujero por su paso. Trago

saliva y me muerdo el labio suplicando por dentro para que

no me obligue a responder esa pregunta. Pero su mirada es


dura y sé que no se va a dar por vencida hasta tener una
respuesta.

Me recuesto sobre el colchón y ella me imita,

tumbándose de lado para observarme.

—Pocos días antes de tu fiesta de graduación llamé a mi

padre para decirle que iba a regresar. Esperaba que las


cosas entre nosotros estuvieran más calmadas. Había

pasado un año desde nuestra discusión y creí que daría su

brazo a torcer. Supongo que subestimé el orgullo de Luke

Miller. —Sonrío con amargura—. Al responder la llamada y


decirle que era Tyler, su hijo, me dijo: ¿hijo? yo no tengo

ningún hijo. Intenté razonar con él, le comenté que iba a


pasar unos días en el pueblo y que podíamos vernos, hablar

y limar asperezas. Pero a eso respondió que no, que él ya

había hablado conmigo todo lo que tenía que hablar y que

no quería saber nada de mí. Que estaba muerto para él. —

Tardo en proseguir, recordando el dolor que me produjeron


sus palabras—. Mi padre era la única familia que me

quedaba, así que no supe gestionar bien su rechazo. Un

amigo, al verme tan echo polvo me invitó a la fiesta de su

hermandad y bebí y me drogué hasta que el dolor

desapareció. No pensé en ti, ni en la fiesta de graduación, ni


en nada más que no fuera en hacer desaparecer la realidad

durante unas horas.

Contengo la respiración durante unos segundos

consciente de que acabo de explicarle uno de los episodios

más oscuros de mi vida. Me da miedo enfrentarme a su

juicio, sin embargo, una mano se posa sobre mi brazo y lo

aprieta con suavidad.

—No tenía ni idea de eso.

—No quería contártelo porque no estoy orgulloso de lo

que hice. Beber y drogarme no es lo mío.


—Nunca podré perdonarte por no cumplir tu promesa —

me dice con una sonrisa triste—. Pero quizás podamos

construir algo bonito sobre las ruinas de lo que fuimos.

Sus palabras me reconfortan. No me gusta saber que

siempre habrá esa losa entre nosotros. Pero no la culpo,

porque esa losa la arrastro desde hace tiempo conmigo y he

aprendido a vivir con ella. La he aceptado sin más.

—Me gusta la idea de construir algo juntos.

—¿Sí? —me pregunta con timidez—. No quiero

agobiarte, sé que lo nuestro no es serio y que tarde o

temprano tendrás que regresar a tu hogar.

—¿Mi hogar? —pregunto con tristeza—. No tengo un

hogar al que regresar.

—Deduzco que no has estado viviendo bajo un puente

todos estos años.

—Vivo en la habitación de un hotel y a eso no se le

puede llamar hogar.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que quizás, si te parece bien, podría quedarme en

Blue Wings y crear aquí un lugar al que poder llamar hogar.


Sus ojos se abren. Leo la ilusión en ellos, el miedo, la

expectación.

—¿Y el pueblo no se te quedaría pequeño?

—Imposible, porque tú eres grandiosa y vives en él.

Me sonríe. Le sonrío. Y, poco a poco, nuestros rostros se

acercan y nos besamos. Un beso dulce que enseguida

cambia de registro y se vuelve apasionado.

—Tengo otra propuesta indecente —susurro entre sus

labios.

Ella se ríe y abre los ojos que brillan como dos estrellas.

—Mis padres nos están esperando abajo.

—Tardarán en elegir una película, como si no los

conocieras.

—Tienes razón. —Se ríe de nuevo y a mí su risa me llena

el pecho. Y otra zona más abajo del pecho.

—Hay una cosa que, cuando veníamos aquí a charlar,

me moría de ganas de hacer.

—¿El qué?

Le lanzo una mirada lobuna, me levanto de la cama y

tiro de sus piernas hasta que su trasero queda en el borde.


Me pongo de rodillas, la abro de piernas y deslizo mis manos

por sus muslos mientras me inclino hacia delante —¿Se

puede saber qué pretendes?

—Cumplir mi fantasía de adolescente.

Sonrío cuando cojo el elástico de las bragas y se las bajo


de un tirón.

—¿Y si suben mis padres a buscarnos?

—Eso lo hace aún más excitante.

Acerco mi boca hasta su sexo y su queja desaparece en

el mismo instante en el que mi lengua se entierra entre sus

pliegues abrazando el clítoris.

—Dios, no me puedo creer que estemos haciendo esto

—dice Brooke entre gemidos a medida que mi lengua

persigue su orgasmo.

Juego con su placer, lamiendo, soplando, mordiendo. No

puedo creerme que, antes que yo, ningún otro hombre

consiguiera llevarla hasta el abismo. Cuando se corre, lo


hace como me gusta, tirándome del pelo hacia ella, como si

no quisiera que terminara nunca.

—¡Joder! —exclama acalorada.


Le subo las bragas con suavidad y me siento a su lado

en la cama mientras ella sigue tumbada.

—¿De verdad fantaseabas con esto? —pregunta tras

unos segundos.

—Entre otras cosas.

No nos da tiempo de profundizar en mis fantasías

eróticas porque justo en ese momento la puerta se abre.

—Así que estabais aquí —dice Alice con dulzura—.

Miraros, tan bien avenidos como antes.

Yo me río entre dientes pensando en lo que acabamos

de hacer y en lo poco que ha faltado para que nos pillaran y


Brooke me atraviesa con la mirada supongo que pensando

exactamente en lo mismo.

—¿Ya habéis elegido película? —pregunta ella.

—Sí, habíamos pensado que podríamos ver la de La vida

es bella. Es muy bonita. ¿Qué os parece?

Brooke y yo compartimos una mirada significativa, llena

de recuerdos.

—Genial —digo yo—. No se me ocurre una película

mejor.
30
Brooke

Ha pasado casi una semana desde que Tyler y yo cenamos


en casa de mis padres. Seis días en los que nos hemos visto

todas las noches. No puedo expresar con palabras lo que


siento cuando estoy con él… Es tan distinto a lo que sentía

estando con Noah. La espontaneidad de Tyler es


imprevisible, morbosa y excitante. Con Noah todo tenía que

ser comedido, limpio y organizado, creo que el único polvo

que echamos en un sitio que no fuera la cama fue sobre el


sofá y a la mañana siguiente me obligó a desinfectar la

tapicería a conciencia. Con Tyler creo que no queda ningún


rincón de mi casa que no haya sido bautizado. Me gusta que

aproveche cualquier excusa para meterme mano,


empotrarme contra una pared y llevarme al orgasmo.

Hoy es jueves y estoy en una de las mesas del comedor


del instituto con Ivy. El sonido de bandejas, platos y

cubertería se confunde con el murmullo de las voces de

nuestro alrededor.
—¿Doble ración de pastel de chocolate? —pregunto

señalando su bandeja donde los dos trozos de tarta se

amontonan en un plato.

—Sí, últimamente estoy muy necesitada.

—¿De un subidón de azúcar?

—De un buen polvo —dice haciendo una mueca que me

hace reír—. La culpa es tuya, que tienes un aura de mujer


bien follada tan obvia que es imposible no sentir envidia.

Le hago un gesto para que hable más flojo porque lo


último que quiero es airear mis escarceos sexuales delante

de mis alumnos.

—No me puedo quejar —susurro con un tono de voz algo


ripipi.

—¿De qué no puedes quejarte? —la voz de Tyler me

sorprende a mi derecha y me hace pegar un bote sobre la

silla.

—Jesús, María y José, ¿de dónde ha salido tú? —

pregunto tocándome el pecho donde el corazón me late

descontrolado.
—Bueno, es una pregunta un poco larga para responder

durante la escasa media hora del almuerzo, pero intentaré

sintetizar. Hace algo más de treintaidós años, mi madre y mi

padre tuvieron un encuentro sexual que prefiero no tener

que detallar, en el que me engendraron. Nueve meses

después, mi madre me dio a luz y decidió llamarme Tyler en


honor a mi abuelo paterno que había muerto unos años

atrás de un ataque al corazón. Después de eso…

—Ja ja ja —suelto irónica clavándole mis retinas como si


fueran cuchillos—. Sabes perfectamente que quería decir.

No te esperaba.

—He tenido que ir al banco a hacer unas gestiones y he

pensado que podría comer con vosotras en vez de regresar

a casa. ¿Por qué? ¿Te molesta?

—Para nada —digo, aunque la verdad es que me siento

un poco incómoda con Tyler en mi mesa mientras Noah nos

mira desde la suya.

—¿De qué estabais hablando?

—De lo reluciente que está nuestra Brooke estos últimos

días —se me adelanta Ivy antes de que pueda inventar algo


—. Se nota que últimamente duerme más descansada,

deduzco que el ejercicio físico que hace antes de acostarse

tiene mucho que ver con eso.

Le doy una patada bajo la mesa e Ivy aúlla de dolor.

Tyler suelta una carcajada mientras se lleva un triángulo de

su sándwich a la boca

—Bueno, para ser fiel a la verdad no es la única a la que

hacer ejercicio físico antes de dormir le sienta bien.

—Ya me imagino, solo hay que verte. Todo sonrisas. —

Ivy lo señala y Tyler ríe entre dientes—. Espero que

mantengas ese buen humor para el partido de mañana.

Tenemos que barrer a los de Sun River en el campo.

—Por supuesto, lo daremos todo en el campo

—afirma Tyler con contundencia.

—Más te vale, chaval, que he apostado por ti en una


porra que hemos hecho entre los profesores.

—¿Tú también lo has hecho? —pregunta alzando una

ceja en mi dirección.

—¿Yo? Que va, nunca participo en esas cosas. Ya sabes

que no me gusta el deporte en general y el fútbol en


particular.

—Pero irás a ver el partido mañana, ¿no?

—¿Yo? Pues no tenía intención de hacerlo, la verdad.

—No hay forma de convencerla para que me acompañe

—añade Ivy.

—Pero es el partido más importante de la temporada.

—La competición no ha hecho más que empezar —me

defiendo.

—Me gustaría tenerte ahí.

—Ty…

—Estoy seguro de que me traerías buena suerte

—Lo siento de veras, pero no voy a ir a ver ese partido.

Nunca me ha gustado el fútbol y no empezará a gustarme

ahora por ti.

He sonado un poco borde, pero de verdad que no me

apetece ir al dichoso partido. Ya no solo porque no me guste

el fútbol, sino porque todo el mundo sabría que he ido por

él. Después de tantos años rehusando ir al campo sería

sospechoso que de repente me presentase como si nada.


—Vale, vale, tú misma. Te quedarás sin recompensa en

caso de que ganemos.

Sus ojos buscan los míos y aunque sé que es una broma

también sé por su expresión que mi negación tan taxativa le

ha dolido.

Acabamos de comer envueltos en una conversación

forzada que Ivy se esfuerza por amenizar, pero ni siquiera

ella lo consigue. Cuando la sirena anuncia el reinicio de las

clases, nos despedimos algo cortantes.

Las clases que faltan hasta finalizar la jornada pasan

lentas, eternas. Me siento mal por Tyler, pero, a la vez, no

me arrepiento de mi decisión.

Por la noche decidido preparar una cena especial para

intentar rebajar el mal rollo entre nosotros, pero Tyler se

presenta tarde y malhumorado.

—El pollo ya está muerto, no hace falta que intentes

rematarlo —le digo tras observar la forma en la que hunde

el cuchillo en la carne.

—Muy graciosa —masculla.

—¿Estás enfadado conmigo?


—No, ¿por qué iba a estarlo?

—Ni idea, pero ese tonito pasivo agresivo que usas para

hablar conmigo te delata.

Deja los cubiertos sobre el plato, se quita la servilleta


del regazo y me atraviesa con la mirada.

—¿La verdad? No entiendo por qué te niegas a venir a


ver el partido mañana.

—Pero, ¿qué más te da? Cuando íbamos al instituto y

jugabas no te importaba que me los saltase todos.

—Claro que me importaba, pero tampoco iba a obligarte


a ir sino te apetecía.

—¿Y qué ha cambiado ahora?

—Nosotros. —Tras decir esto se levanta de la silla y se


pasa una mano por el pelo, algo nervioso—. Mira, déjalo.

Hoy no tenía que haber venido, ha sido un error.

Se dirige hacia la puerta principal y yo le detengo


cogiéndole de la camisa por detrás.

—No te vayas —le pido en un susurro—. Si tanto


significa para ti, iré.

—No quiero que lo hagas por obligación.


—No lo haré por obligación, lo haré porque a ti te hace
feliz y lo que a ti te hace feliz a mí también. Además, ahí

sirven comida, ¿no? —mi pregunta le hace sonreír.

—Perritos calientes de primera calidad.

—Vale. Pues ahí estaré, solo te pido una cosa a cambio.

—¿Un cunnilingus de matrícula de honor? —pregunta

acercándose a mí y besándome la piel del cuello.

Su comentario hace que un hormigueo se extienda por

mis muslos.

—Vale, que sean dos cosas.

—Dispara.

—Quiero llevar tu chaqueta del equipo. Siempre quise


hacerlo —le confieso con el rubor ascendiendo por mis

mejillas.

—Ajá, pero sabes lo que significaría eso, ¿no?

—¿Qué yo estaré calentita y tú pasarías frío? —bromeo

frotando la nariz contra su pecho

—Que todo el mundo sabrá que eres mi chica.

—Tu chica —repito tragando saliva al darme cuenta de

repente de la dimensión de lo que he sugerido.


—Sería hacerlo oficial.

—No había pensado en ello.

Levanta mi rostro con sus nudillos hasta que nuestros


ojos se encuentran.

—A mí me parece bien si a ti te parece bien.

—¿No es demasiado pronto?

—Al contrario. Llega catorce años tarde.

Me lanzo contra sus labios y su lengua se adentra en mi


boca. Me estrecha con fuerza contra su cuerpo. Nuestras

respiraciones se aceleran y suelto un gemido cuando me


coge el culo con fuerza y me aprieta contra él. Puedo sentir

su miembro erecto entre mis muslos.

—No hemos acabado de cenar —jadeo contra su boca.

—Tú vas a ser mi cena. —Me da un beso con lengua que

crea una corriente eléctrica directa a mi sexo, me coge en


volandas y me lleva sin dejar de besarme hasta la cama.
31
Tyler

Los chicos están calentando en el campo, el sonido de las


gradas se oye con fuerza y las animadoras agitan sus

pompones alentando al equipo. El ambiente es realmente


motivador.

—Eh, tú —la voz de Brooke me llega desde detrás. Me

giro y la veo en la zona más baja de las gradas. Está


preciosa. Lleva el pelo recogido en la trenza ladeada de
siempre y uno de sus vestidos de los años 50 de color azul

oscuro, del color del equipo, y mi cazadora por encima—.

¿Cómo lo llevas?

—Ahora mucho mejor. —Me acerco a ella y, delante de

todos los curiosos, la cojo por las solapas de la cazadora del

equipo y le doy un beso. Detrás nuestro oímos el sonido de

unos silbidos, risas y exclamaciones.

—¡Iros a un hotel! —dice uno de mis jugadores.

—Profe, no sabía que tenías tan mal gusto —dice otro.

—A ella le queda mucho mejor la cazadora que a ti —se

une un tercero.
—Seguid calentando si no queréis que os deje sin jugar

—les amenazo señalando el campo con un dedo.

Entre carcajadas, vuelven a sus ejercicios.

—Bueno, pues ya lo sabe todo el mundo —susurra ella

mirando alrededor dónde la gente nos mira y comenta entre


cuchicheos. Veo a Alice y John, los padres de Brooke, entre

el público, y no parecen decepcionados en absoluto.

—¿Te molesta?

—En absoluto. —Ahora es ella quién me mira y me besa


suavemente en los labios.

—¿Esto es por si no les había quedado claro? —pregunto

con retintín cuándo los cuchicheos aumentan.

—No queremos que haya dudas —ríe divertida.

Le froto la nariz con la mía y ronroneo en su oído.

Vuelvo a tirar de las solapas de la cazadora y la vuelvo a

besar. No es un beso comedido, porque le meto la lengua y

la dejo sin respiración. Cuando el beso termina me mira con


los ojos brillantes y su risa me hormiguea en el pecho.

—A este paso van a denunciarnos por escándalo público.


—Pues esto no es nada en comparación con lo que me

apetece hacerte.

—¡Pero bueno! ¿Hemos venido a ver jugar al fútbol o a

ver un espectáculo pornográfico? —Cam nos saluda desde

un par de filas más arriba. Ivy aparece a su lado y me guiña

un ojo.

—Vamos a sentarnos, ¿te guardamos sitio? —pregunta la

rubia.

—Sí, espera, que voy con vosotros. —Me mira a los ojos

y sonríe—. Tyler Miller, a por ellos.

Deja un beso en mi mejilla y se dirige hacia las

escaleras que suben hacia arriba.

—Brooke —la llamo. Ella me mira y detiene sus pasos—.

Gracias por venir.

Me responde con una sonrisa y, junto a Cam e Ivy, se

sienta unas filas más arriba.

Cuando el partido está a punto de empezar llamo a mis

chicos a la banda y les doy la típica charla de motivación.

Ellos me escuchan concentrados, se nota que tienen ganas

de ganar.
La charla termina, los chicos juntan sus manos y hacen

el grito de la victoria ovacionados por las animadoras y el

público. Luego, se ponen los cascos y saltan al campo.

Para mi desesperación, al terminar el segundo cuarto,

estamos empatados. Carpeta en mano no dejo de dar

instrucciones que los chicos intentan seguir a pesar de las

dificultades que les ponen el equipo rival.

Al finalizar el tercer cuarto tenemos el marcador en

contra. Los de Sun River han hecho una anotación en el

último momento.

El último cuarto lo pasamos con la tensión sobrevolando

el estadio. La gente anima desde las gradas, los chicos dan

lo mejor de sí en el campo y yo hago los cambios oportunos

para mejorar la estrategia. Por suerte, cuando la cosa

parecía complicarse, conseguimos marcar un touchdown y

ponernos por delante.

El árbitro marca el final del partido y la jauría de gritos

es ensordecedora. Banderas con los colores y las alas azules

de Blue Wings son ondeadas desde las gradas, las

animadoras hacen su pirámide y yo busco a Brooke que,


sentada en su sitio, aplaude y grita junto al resto. Y
entonces, después de mucho, mucho tiempo, me siento

feliz, pleno.

###

Cuando entro en el bar de Arnie la gente me recibe

entre vítores y aplausos. No hay nada que anime más a un

pueblo pequeño que el hecho de que su equipo haya

ganado un partido a su mayor rival.

—Toma, invita la casa —dice Arnie dejando un botellín

de cerveza en una mesa que ha despejado para nosotros

nada más llegar.

—Te has convertido en una leyenda —dice Brooke

escondiendo una sonrisa.

Se sienta a mi lado y da un sorbo a mi cerveza.

—Ha sido un partido ajustado, la verdad, creí que

perderíamos.

—Yo tengo que confesar que me lo he pasado bien. Ni

siquiera he tenido que sacar el libro que llevaba en el bolso

en caso de emergencia.
La puerta del bar se abre e Ivy entra por ella. Se acerca

a nosotros sonriente. Ha cogido su coche para venir hasta

aquí.

—Bueno, enhorabuena, crack —Choca mi mano y se

sienta frente a Brooke—. ¿Cam aún no ha llegado? Iba

detrás de mí, pero le he perdido la pista en una curva. —Se

encoge de hombros.

—Estará al caer —digo yo.

Ivy comenta el partido emocionada mientras a nuestro

alrededor el ambiente es alegre y festivo. Y entonces, de

repente, todo cambia a cámara lenta. La puerta del bar se

abre, entra Jeff, el de la tienda de informática con la cara

desencajada, se acerca a Arnie y le susurra algo en el oído.

La mueca de horror de Arnie es inmediata. Sus ojos barren

el local hasta encontrarse con los míos. Y lo que leo en ellos

da miedo. Mucho miedo. Ha pasado algo malo, lo sé.

Enseguida pienso en papá y en su estado cada vez más

débil. Está tan falto de fuerzas que aceptó que contratara a

una enfermera sin oponer resistencia.

Arnie voltea la barra y se acerca con paso vacilante. Yo

lo observo atemorizado. Cuando llega a mí y su voz se


rompe antes de hablar, no puedo evitar adelantarme:

—¿Le ha pasado algo a mi padre?

—No se trata de tu padre, Tyler. —Brooke e Ivy siguen

nuestra conversación con interés.

—¿Entonces que ocurre?

—Se trata de Cameron.

—¿Cam? —Le miro desconcertado.

—Ha perdido el control del coche en una curva, ha

invadido el carril contrario y ha chocado de frente con otro


vehículo.

A mi lado Brooke se lleva las manos a la boca


aterrorizada. Frente a ella, Ivy se abalanza sobre Arnie

sacudiéndolo de los hombros.

—Arnie, por favor, dinos cómo se encuentra.

—Ha muerto —dice con un hilillo de voz.

—¿Qué? —pregunto yo como si no entendiera el

significado de sus palabras.

—Tyler… Cameron ha muerto.


32
Brooke

Cameron Lewis ha dejado un hueco insustituible en el


corazón de todos los habitantes de Blue Wings. La noticia

del accidente de Cam corrió como la pólvora, abriendo los


titulares del periódico local el sábado por la mañana.

El hermano y el padre de Cam, a pesar de no ser

religiosos y de haber tomado la decisión de incinerar sus


restos, aceptaron el ofrecimiento del padre Baker para hacer
una pequeña ceremonia en su honor en la misa del

domingo. Fue un oficio bonito, sentido, en el que todos los

parroquianos acabamos llorando la pérdida. Todos excepto


Tyler, que desde la noche del viernes parece vivir en una

especie de estado de shock permanente. Con los ojos


apagados, huecos y sin prácticamente hablar.

El miércoles quedamos para cenar en mi casa y no


apareció. En su lugar me envió un mensaje escueto.

Tyler: No me apetece lo de hoy, lo siento.

Tampoco ha ido a los entrenos durante la semana y

siempre que he ido a verle a su casa, me ha recibido


apático, como si mi presencia le molestara.

Hoy es viernes. Justo hoy hace una semana desde la


muerte de Cam. He sugerido a Tyler que venga a casa de

mis padres a cenar para ver si así se animaba, pero ha

declinado la invitación asegurándome de que en su estado

no era una buena compañía.

No entiendo muy bien porque se cierra en banda. Puedo

empatizar con su dolor, yo también lo siento. Puede que

Cameron y yo no fuéramos amigos de toda la vida como sí

lo habían sido ellos, pero Cam era una de esas personas que
irradian alegría a su paso. Que hacen del mundo un lugar

mejor.

Como no me apetecía regresar a casa después de la

cena con mis padres, he quedado con Ivy. Estamos en su


casa, pequeña y de una sola planta un poco alejada del

centro. Ha hecho té, ha servido unos pastelitos de limón y

nos hemos sentado en su sofá de cuero marrón observando

el crepitar de la chimenea que tenemos encendida enfrente

nuestro.

—Deja de mirar el móvil, Brooke —me sugiere Ivy

colocando una de sus manos sobre la mía—. No va a


escribirte por mucho que lo mires.

—Lo sé. —Hago una mueca—. Es solo que no entiendo

porque me evita.

—No te evita a ti… Evita al mundo en general—. Toma

su taza entre las manos y le da un sorbo—. Él… solo

necesita tiempo para lidiar con su duelo.

—Yo puedo quiero ayudarle.

—A lo mejor no quiere ayuda. A lo mejor lo que quiere es

estar consigo mismo. Digerir lo que ha pasado.

Chasqueo la lengua y me meto uno de los pastelitos de

limón en la boca. Quizás Ivy tenga razón, pero se supone

que somos pareja, ¿no? ¿No se encargan las parejas de

superar juntas este tipo de situaciones dolorosas?

Nos quedamos en silencio varios minutos. Yo devoro

pastelitos, ella se termina su té. El mío se ha quedado frío

sobre la mesa de centro. El sonido del crepitar de la

chimenea es relajante, infunde calma.

—Aún no me puedo creer que Cam haya muerto —digo

absorta en las llamas que se mueven como lamiéndose las

unas a las otras—. Era tan joven, estaba tan lleno de vida.
—Supongo que la muerte no entiende de edades —

susurra Ivy con la mirada perdida.

—¿Entonces crees que debo dejar que Tyler pase su

duelo solo? Ahora estamos juntos, ¿no debería insistir un

poco más hasta conseguir que se abriera?

—Es posible que eso lo aleje más, Brooke. Lo mejor es

esperar a que sea él quien te diga que está preparado para

hablar, no le presiones. —Asiento con la cabeza no muy

convencida y ella insiste—. Te hablo desde la experiencia:

No le fuerces.

—¿Qué quieres decir con eso de que hablas desde la

experiencia? —pregunto alzando una ceja interrogante hacia

ella.

Deja su taza ahora vacía sobre la mesa de centro,

entrelaza sus dedos sobre las rodillas flexionadas y me mira

con una expresión melancólica que enseguida ancla un

nudo en mi garganta.

—Creo que estoy preparada para contarte toda mi

historia.
Enseguida entiendo la dimensión de lo que quiere decir

con ello. Su historia, la historia de un matrimonio que

terminó pese al amor que lo unía.

—Me encantará escucharla.

Respira hondo y se muerde el labio, pensativa, como si


buscara la forma de empezar.

—Nos conocimos en una cafetería a la que iba todas las

mañanas a comprar mi café antes de entrar a trabajar en un

instituto de Los Ángeles en el que conseguí plaza nada más

acabar la carrera. Él era médico residente en el Centro

Médico de UCLA. Trabajaba en Urgencias, de noche, pero iba

ahí todas las mañanas después de su turno porque, según

él, me vio entrar un día, se prendó de mí y decidió regresar

todas las veces que hicieran falta hasta ser lo suficiente

valiente como para pedirme salir. —Traga saliva, saca la

cadenita de dentro del jersey y empieza a jugar a dar

vueltas a la alianza que lleva colgada—. Se acercó a mí una


mañana de mayo de hace siete años y te juro que al verle

no comprendí como no me había fijado en él antes: era

pelirrojo, alto, fuerte, un tipo de aspecto algo rudo en plan

Highlander buenorro. Me asaltó justo cuando salía de la


cafetería y estuve a punto de tirarme el café por encima de

la impresión. Se presentó, me dijo que se llamaba Reid. Me

preguntó mi número de teléfono, se lo apunté en la taza del

café que estaba tomándose y me llamó aquella misma tarde

para pedirme una cita. Aquella fue, con diferencia, la mejor

cita de mi vida. Me enamoré de él en una sola noche en la

que cenamos, bailamos y nos besamos por primera vez. Fue

ahí donde me confesó que era escocés, que había venido a

estudiar a Estados Unidos y que le había gustado tanto

California que había decidido quedarse a vivir aquí.

Hace un breve silencio y una sonrisa nostálgica se


dibuja en sus labios. Imagino que ha viajado en el tiempo.

Que, durante unos segundos, vuelve a ser esa chica.

—Lo nuestro fue un flechazo. Nos enamoramos rápido.


Nos comprometimos enseguida. Al año ya estábamos

viviendo juntos y, al siguiente, nos casamos. Nos

entendíamos bien, a pesar de nuestro temperamento fuerte

que nos hacía chocar a veces. Entonces, un día, me quedé

embarazada… —Automáticamente se lleva la mano al

vientre como si tuviera un bebé dentro y yo la miro

sorprendida. Sus ojos se llenan de lágrimas y por primera


vez en el tiempo que hace que la conozco empiezo a

vislumbrar lo que esconde detrás de esa fachada de mujer

dura y despreocupada—. Aún me parece sentirle aquí

dentro, dando pataditas. Estar embarazada fue una de las

experiencias más especiales de mi vida, aunque nada es

superable al momento en el que Liam salió de mi vientre y

me lo pusieron sobre el pecho. Lloré, de una forma

consciente y única, porque sabía que ese momento iba a


convertirse en un recuerdo eterno, y no me equivoqué.

Las lágrimas siguen resbalando de sus mejillas y a mí se


me encoge el corazón, porque puedo imaginarme el

desenlace y es tan angustioso que me araña por dentro.

—Liam fue un bebé intenso desde el primer día. En el


hospital lo llamaban el cantante de ópera porque sus llantos

se escuchaban por toda la planta. Se pasaba horas pegado


al pecho, era lo único que le calmaba. Los primeros meses

con Liam fueron un infierno. Lloraba a todas horas, día y


noche. No dormíamos ni descansábamos. Yo pude coger la

baja, pero Reid tenía que ir a trabajar sin haber dormido


apenas. Y eso acabó pasándonos factura: discutíamos a

menudo, estábamos siempre de mal humor… No sabes


cómo puede llegar a afectarte el no dormir… Es que te
cambia el carácter y la capacidad de raciocinio. Reid al final

tuvo problemas en el trabajo. Por culpa de la falta de sueño


hizo un mal diagnóstico que estuvo a punto de tener

consecuencias fatales. Llevamos a Liam a varios


especialistas y todos nos decían lo mismo: son cólicos,

pasarán. Pero los meses se fueron sucediendo y Liam seguía


llorando sin parar. Unos amigos nos aconsejaron un
fisioterapeuta. La cosa mejoró un poco. —Se limpia las

lágrimas con los puños del jersey—. Era jueves por la tarde
y Liam llevaba días muy mal. Acababa de cumplir los cuatro

meses y seguía siendo tan vehemente como el primer día.


Regresábamos a casa del fisioterapeuta y la lluvia nos pilló

de camino. Liam dormía en la parte de atrás y yo, por


primera vez en esos meses, decidí sentarme en el asiento

del copiloto. Aún no sé porque lo hice; fue uno de esos actos


inconscientes que hacemos las personas por casualidad.

Liam se despertó y empezó a berrear. Reid y yo discutimos,


él me reprochó no ir detrás con él para poder calmarle, yo le

grité y le recordé que me pasaba el día encerrada en casa


con él… Y entonces sucedió. Un coche se saltó un semáforo
en rojo y chocó con la parte trasera de nuestro vehículo.

Su voz se quiebra y un torrente de lágrimas resbalan por

sus mejillas de forma descontrolada. Yo acorto la distancia


que nos separa y la abrazo. La abrazo sintiendo pequeños

alfileres en el pecho. Porque su dolor es abrasador, quema a


través de la piel y la puedo sentir en la mía.

—Ivy… no me puedo llegar a imaginar lo que has

pasado —digo, porque es verdad, hay veces en las que un


«lo siento» se queda corto.

—Lo mío con Reid se rompió aquel día dentro de aquel


coche. Intentamos recomponer los pedazos, pero la culpa y

el rencor habían arraigado hondo dentro de nuestros


corazones y acabó pudriéndose. Yo fui a un terapeuta y

conseguí superar el duelo, pero Reid se negaba a hablar de


ello. Era como si Liam nunca hubiera existido y aquello dolía

mucho más que su muerte. Una tarde, al llegar a casa, me


encontré un montón de bolsas de basura en la entrada y la

habitación de Liam vacía. Yo no estaba preparada aún para


despedirme de él, así que nos enzarzamos en una nueva

discusión. La discusión de nuestra vida. Nos echamos


muchas cosas en cara. Fue… horrible. Y aquella noche me

fui a dormir a casa de mi hermana porque no soportaba


estar bajo el mismo techo que él. —Me mira con los ojos

vidriosos—. A la mañana siguiente me levanté con fuerzas


renovadas y fui a nuestra casa dispuesta a solucionar las

cosas, porque, a pesar de todo, creía en nosotros. Pero


cuando llegué me di cuenta de que sus cosas no estaban y
que él se había ido. Solo encontré una nota en la que decía:

«Perdóname». Días después supe por un amigo en común


que había regresado a Edimburgo y que pensaba quedarse

a vivir ahí.

Silencio. Desvía la mirada hacia el infinito y su labio


inferior tiembla antes de que las lágrimas vuelvan a brotar

con fuerza por sus ojos. La acompaño en el sufrimiento de


su recuerdo en silencio. Quiero ser respetuosa con sus

sentimientos. Ahora que conozco su historia me siento más


unida a ella, como si de repente un hilo conectara su

corazón y el mío.

Cuando parece que ya no le quedan lágrimas por


derramar, me mira y una sonrisa algo cohibida se dibuja en
sus labios.
—Dios, siento este numerito a lo Drama Queen.

—No sientas nada, cielo. Gracias por confiar en mí y

contármelo todo.

—Pensé que a lo mejor te ayudaría a entender a Tyler. Si


algo aprendí de mi relación con Reid es que todos tenemos

nuestra forma de enfrentarnos al dolor. No podemos ni


debemos forzar a nadie a alterar ese proceso.

Asiento con la cabeza. Tiene razón. Quizás deba darle


algo de tiempo. Quizás Tyler solo necesite enfrentarse a sus

monstruos solo para compartir su lucha conmigo cuando se


sienta preparado.
33
Brooke

Vuelve a ser viernes. Ya han pasado dos semanas desde la


muerte de Cam y, poco a poco, el pueblo vuelve a la

normalidad. Blue Wings no es el mismo sin él, pero todos


nos esforzamos para acostumbrarnos a esta nueva realidad

donde Cameron solo existe en nuestro recuerdo y nuestros

corazones.

Hice caso a Ivy y no he forzado a Tyler a hablar conmigo


de sus sentimientos. No es que hayamos hablado mucho.

Sigue sin ir a los entrenos del instituto y no sale de su casa

para nada. Pasé a verle el martes, pero se limitó a poner


una peli en su portátil y a responder con monosílabos a mis

preguntas.

La verdad es que empiezo a perder la paciencia. Noto

que cada día que pasa está más distante conmigo, más
encerrado en sí mismo. Y no me gusta. Así que hoy he

decidido aprovechar que he venido a cenar a casa de mis

padres para cambiar de estrategia. Quizás Ivy se

equivocaba respecto a Tyler. Quizás él es ese tipo de


persona que necesita un pequeño empujoncito para abrir su

corazón y drenar sus emociones.

Me despido de mamá y papá tras la cena y me dirijo a

casa de Tyler. Llamo a la puerta y me abre Luke que me

mira con su habitual cara de malas pulgas.

—¿Vienes a ver al mequetrefe que tengo como hijo? A

ver si consigues sacarlo de la cama para que coma algo —

me dice intentando sonar despreocupado, pero noto en la

forma en la que arquea las cejas que es solo una pose.

Entro en la casa, subo al primer piso y llamo a la puerta.

Nadie responde, así que abro con delicadeza y me recibe la

habitación en penumbras. Un bulto en la cama me advierte

de que Tyler se encuentra bajo las mantas.

Me siento sobre el colchón y le observo dormir. Su

respiración es pausada y sus facciones transmiten paz. Le

toco el pelo con un gesto suave y sus ojos se abren de par

en par. Me mira confuso hasta que me reconoce y la


expresión de su rostro muta de la calma a la indignación.

—¿Qué haces aquí? Te he dicho que hoy prefería estar


solo.
—Lo sé, pero llevas así dos semanas y la situación

empieza a preocuparme. Me evitas, a mí y al resto del

mundo. Creo que debemos hablar al respecto.

—No me apetece.

—Te sentirás mejor.

—Te he dicho que no quiero, Brooke.

—Pero…

—¿Qué parte de no quiero hablar de ello no entiendes?

—masculla. Se levanta de la cama, enciende la luz y me


mira con los ojos entornados.

—Cerrarte en banda no es la solución.

—Ya, y eso lo sabes tú por qué se te ha muerto mucha

gente importante a lo largo de tu vida, ¿verdad? —Su tono

cruel me deja unos segundos sin palabras. Porque puede


que a mí no se me haya muerto una madre como a él, pero

sí que he sufrido pérdidas. Algunas muy duras, como la de

mi abuela materna con la que siempre tuve una relación

muy estrecha.

Cojo aire y lo dejo ir despacio intentando que su

comentario no me afecte.
—Yo solo quiero ayudar —digo conciliadora.

—Pues empieza por respetar mis decisiones.

—A Cameron no le gustaría ver tu forma de actuar.

Una risa amarga escapa de sus labios.

—Por desgracia eso es solo una suposición. Él ya no está

para decirnos qué le parece mi comportamiento.

Trago saliva intentando comprender el origen de su

rabia. Es un mecanismo para esconder el dolor, pero no

entiendo porque la usa contra mí.

—No seas cínico, Tyler.

—Si te molesta cómo te hablo, vete. Nadie te ha

invitado a venir.

Una punzada me recorre el pecho.

—Estás siendo cruel conmigo y no me lo merezco.

—Pues siento decirte que esto es lo que hay, que soy


así. Si no te gusta ya sabes lo que tienes que hacer.

Le miro incrédula.

—¿Qué significa eso?

—Que quizás lo nuestro no ha sido buena idea, Brooke.


Niego con la cabeza y siento como la sangre me

martillea en las sienes.

—¿Quieres que lo dejemos?

Se frota el puente de la nariz como si le doliera y se

encoge de hombros.

—Supongo que sería lo mejor.

—¿Vienes a Blue Wings, me desmontas la vida que ya

tenía planificada y, cuando pienso que por fin voy a tener un

final feliz, me dejas?

—¿Es que no te das cuenta? —Se acerca a mí, despacio,

con la respiración agitada—. Yo nunca podré darte el final

feliz que mereces. Lo jodí todo hace catorce años. Creer que

podría reparar el daño que hice entonces ha sido un error.

Nunca debí regresar.

Le miro a los ojos en silencio, evaluando la forma en la

que estos centellean, huecos, bajo la luz amarillenta de la

lámpara que cuelga del techo. No le reconozco. Es como si

Tyler no fuera Tyler. Es como si fuera una versión en blanco

y negro de él. Un Tyler lleno de rabia que busca atacar al

que tiene delante como si hacerlo le reportara alivio.


—Será mejor que me vaya —susurro con un nudo en la

garganta.

Tyler no me responde. Me mira con esos ojos huecos que

ocupan su rostro de facciones tensionadas. Recibo su

silencio como una afirmación, así que me dirijo hacia la

puerta y salgo al pasillo.

Al cerrar la puerta, unas lágrimas se escapan de mis

ojos y me mojan las mejillas. Intento contenerlas, porque no

quiero que Luke me haga alguna pregunta incómoda. Me

despido de él forzando una sonrisa.

Fuera, un cielo sin luna me da la bienvenida.

Me quedo unos minutos de pie frente al porche de la

casa de Tyler dejando que la memoria haga su trabajo.

Viajando en el tiempo, entre los recuerdos de aquellos dos

niños que fuimos.

Él y yo siempre, juntos, pero no revueltos.

Él y yo y nuestra ambigüedad haciendo de las suyas.

Él y yo y todo lo que pudimos ser y no fuimos.

Él y yo y ese futuro que se desdibuja entre otros futuros

posibles.
Trago saliva, me limpio las lágrimas y me subo al coche

sintiendo como catorce años después Tyler vuelve a

romperme el corazón en pedacitos.


34
Tyler

Vacío. Así es como me siento desde hace dos semanas.


Vacío. Es como si una apisonadora me hubiera pasado por

encima a nivel emocional y hubiera arrasado con todo.

Cuando Arnie me dijo que Cam había muerto no me lo

podía creer. Según el terapeuta que me trató tras el suicidio

de mi madre, estaba pasando por la primera fase del duelo:


la negación. No quería ni podía aceptar que Cameron ya no
existiera. Después de tanto tiempo dando tumbos por el

mundo, después de tanta gente entrando y saliendo de mi

vida de forma pasajera, parecía que por fin estaba


empezando a echar raíces. Regresar a Blue Wings me llenó

la vida de luz. Recuperar la amistad de Cameron fue


importante. No supe lo mucho que echaba de menos tener

un amigo de verdad hasta que apareció él con sus botas de

cowboy y sus sonrisas socarronas. Y ahora ya no está: es

solo una montaña de cenizas encerradas en un frasco.

Y todo por mi culpa.


Si hace catorce años yo no me hubiera marchado, el

taller de papá seguiría en funcionamiento, él habría llevado

su pick up a arreglar y no habría tenido ese accidente.

—Pensaba que el único cretino en esta casa era yo. —La

puerta de la habitación se abre y papá se asoma por ella.

Estoy sentado sobre la cama, con las piernas separadas,

el cuerpo inclinado hacia delante y los codos apoyados

sobre las rodillas.

—¿Qué quieres, papá?

—Que dejes de comportarte como el hombre inmaduro

que no eres.

Le miro hastiado y niego con la cabeza.

—¿Por qué no pasas de mí como llevas haciendo desde

que volví?

—Porque he visto salir por la puerta de esta casa a una

mujer maravillosa con lágrimas en los ojos por tu culpa y

eso no puedo tolerarlo. Y porque estoy en mi casa y hago lo

que me da la gana.

Le miro sorprendido.
—¿Maravillosa? Pensaba que los adjetivos positivos no

formaban parte de tu vocabulario.

Avanza unos pasos hacia el interior de la habitación,

levanta un dedo y lo agita hacia mí con gravedad.

—No te hagas el gracioso conmigo.

—No lo pretendía.

—Se que la muerte de Cameron te ha afectado. Nos ha

afectado a todos. Que un viejo decrépito como yo se muera

es esperable, pero ese chico no se lo merecía. Sin embargo,

no puedes dejar que eso te aparte de todo lo demás. No

hagas como yo.

Frunzo el ceño sin entender.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando murió tu madre yo también aparté a mucha


gente de mi lado. Me volví más solitario y taciturno de lo

que ya era. Sé que no fui un buen padre para ti, que usé el

trabajo como vía de escape para el dolor y que estropeé

nuestra relación por el camino. Pero no supe hacerlo de otra

manera.
Sus palabras me golpean con fuerza. Mi padre

admitiendo sus errores. Ver para creer.

—¿Y si yo tampoco sé hacerlo de otra manera?

—Claro que sabes.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque tú eres mejor que yo.

Yo no estoy tan seguro de eso. Recuerdo la cara de

Brooke antes de salir de la habitación. Le he hecho daño,

otra vez. Le he hecho daño y sin motivo. Pero no he podido

ignorar el agujero negro que tengo en mi estómago y que

amenaza con tragárselo todo. Un agujero negro que escupe

veneno por mi boca sin ser capaz de contenerlo.

No soy digno de ella.

Nunca lo he sido.

—Además, recuerda que hay un chico que se ha

quedado sin un hermano al que adoraba. Joe va a necesitar

mucho apoyo de la gente que le rodea para superar esto. Tú

deberías ser parte de ese apoyo. —Da media vuelta sobre sí

mismo y sale por la puerta. Se detiene unos segundos antes

de cerrarla—. Conviértete en el hombre que, dentro de


veinte años, puedas recordar con orgullo y satisfacción. No

te conviertas en un viejo gruñón solitario que espera su

muerte sentado en su sillón.

Cierra la puerta y sus palabras me dejan un regusto

amargo en la boca. Escuchar a mi padre hablar de esta

manera es sorprendente e inquietante, todo a la vez. Pero lo

peor de todo es que tiene razón. La estoy cagando pero

bien con este comportamiento de mierda.

Cojo la cartera y busco mi foto con Brooke, aquella que

robé en su casa la primera noche que dormí ahí. Al hacerlo,

veo algo que sobresale de la parte interior. Un sobre. Lo cojo

interrogativo, hasta que mi nombre escrito con la letra

redonda y grande de Brooke me recuerda que, cuando robé

la foto, también robé esta carta dirigida a mí sin abrir.

Esta vez no lo pienso, desgarro la parte superior del

sobre y saco el papel que hay dentro. Por la fecha en la que

está datada, puedo deducir que esta carta la escribió a los


catorce.

Leo lo que pone lleno de curiosidad.


Querido Tyler,

Probablemente te estés preguntando porque te escribo


una carta y no un correo electrónico o un mensaje de
móvil como hago siempre, la respuesta es sencilla: hay
cosas que uno siente la necesidad de escribir con su
puño y letra y dejar grabado en tinta. Hacerlo así es
como más íntimo, más personal.

La verdad es que no sé por dónde empezar a explicarte


esto. No es fácil y se me acelera el pulso con la sola idea
de que lo leas y las cosas entre nosotros ya no vuelvan a
ser lo mismo. Pero ya no puedo retenerlo dentro de mí
por más tiempo, porque lo que siento crece y crece sin
parar y tengo miedo de que llegue un día en el que sea
tan grande que acabe estallando y haciéndonos daño.

Ty, te quiero. Te quiero, no como una amiga quiere a un


amigo. Te quiero como se quieren los protagonistas de
esas películas románticas que yo veo y que son motivo
de burla para ti.
¿Sabes con que sueño últimamente? Con que me lleves
al baile de graduación y me desvirgues en la parte
trasera de tu camioneta. ¿No te parece absurdo? Si aún
faltan años para eso, y espero, de todo corazón, no
seguir siendo virgen para entonces.

Sé que estos sentimientos no son compartidos. Ayer te vi


flirteando con Holly, la hija de la peluquera, y hace una
semana con Tessa de las animadoras. No espero nada de
mi confesión, solo quitarme la enorme losa que me pesa
en el pecho y que no me deja respirar. Espero que a
partir de ahora no te sientas incómodo en mi presencia.
Eso me dolería más que el hecho de que no correspondas
a mis sentimientos.

Ty, tú y yo somos amigos desde pequeños, desde la


tarde en la que mamá te invitó a merendar con nosotros
y te la metiste en el bolsillo con esa labia de vendedor de
seguros que tienes de fábrica. Desde ese día te ganaste
un lugar en nuestra familia y te convertiste en una pieza
imprescindible de mi día a día. Espero que, después de
esto, siga siendo así. Creo que, a estas alturas, no sabría
vivir sin ti.
Por otro lado, dudo que nunca te mande esta carta,
porque hay que ser valiente para hacerlo y yo par
algunas cosas soy demasiado cobarde.

Tu Brooke

La carta de la Brooke de catorce años me golpea el

estómago con fuerza. Entonces yo tenía quince años y


cambiaba de novia como de chaqueta. No es que Brooke no

me gustara, pero ella no era como las demás. A ella no


podía besarla e ignorarla al día siguiente. Lo nuestro era

más y por eso tardé años en verlo.

No puedo evitar releer la carta y fijarme en concreto en

el siguiente párrafo: «¿Sabes con que sueño últimamente?


Con que me lleves al baile de graduación y me desvirgues

en la parte trasera de tu camioneta». Desde los catorce


años pensando en ello y por mi culpa se lo perdió.

Doblo la carta, la vuelvo a meter dentro del sobre y la

guardo en la cartera.

Me paso una mano por el pelo y me siento en el alféizar


de la ventana fijando mi mirada en la ventana de la antigua
habitación de Brooke.

¿Cuántas veces soñé con trepar hasta ella para hacerle


el amor?

Pienso en las palabras de mi padre y me doy cuenta de

la razón que tiene en todo lo que me ha dicho. En lo capullo


que he sido con Brooke hace un rato.

Me levanto, cojo el móvil y la llamo. Me salta el buzón


de voz. Debe estar muy enfadada conmigo después de la

forma en la que la he tratado. Y Brooke tenía razón: no se lo


merecía. He pagado la rabia acumulada desde la muerte de

Cam con ella.

Entonces, se me ocurre algo disparatado para ganarme


su perdón. Algo disparatado que, a su vez, sé que puede

ayudarme a redimir cada una de mis faltas.


35
Brooke

Abro la última chocolatina que me queda y le doy un


muerdo. En el televisor Julia Roberts interpreta a una

estrella del cine que se enamora de un hombre común en


Notting Hill. Aunque el hombre común está interpretado por

Hugh Grant, por lo que muy común no es. Saboreo el

chocolate mientras en la pantalla la química entre los


actores hace su magia. Y a mí se me encaja un nudo en la
garganta. Porque me dan envidia. Vale, sí, tener envidia de

dos personajes ficticios es muy patético, pero es que ahora

mismo hasta esos dos pajaritos que veo volar juntos a


través de la ventana me dan envidia. Porque lo mío con

Tyler terminó ayer y yo me había hecho muchas ilusiones

con lo nuestro. Ilusiones del estilo boda, niños y vacaciones

en Hawái. Cosa que, por otra parte, es aún más patético,


porque solo llevábamos dos semanas juntos.

No voy a negar que una parte de mí espera que Tyler


suba por la escalera de incendios para entregarme un ramo

de rosas, aunque ahora que lo pienso ese es el final de otra


película de Julia Roberts. Sin embargo, soy realista y sé que

ese no es su estilo. No es el tipo de chico que te lleva a

cenar a un restaurante romántico, más bien es el tipo de

chico que te empotra contra una pared y te convierte a ti en

la cena.

Suelto un suspiro y miro la montaña de envoltorios

vacíos sobre el sofá. Creo que esta tarde he batido mi


propio récord en consumo de alimentos hipercalóricos.

Como vuelvan a dejarme en las próximas semanas, voy a

necesitar una grúa para moverme de lo gorda que me voy a

poner.

Llaman al timbre y frunzo la boca. No espero visitas, así


que paso de abrir. Por no hablar de las pintas que llevo y el

olor que desprendo porque hoy no me he duchado. Vuelven

a llamar al timbre y yo vuelvo a ignorarlo. Tras el tercer

timbrazo sin respuesta, mi móvil suena. Es Ivy. Descuelgo la

llamada y, antes de que pueda decir nada, suelta:

—¿Puedes hacer el favor de abrir? Sé que estás dentro.

Hago una mueca con la boca, abro la puerta y me

encuentro con Ivy que me mira con una ceja alzada. Sus
ojos azules me observan suspicaz. Lleva entre las manos

una bolsa enorme que no me pasa desapercibida.

—¿Ahogando tus penas en azúcar?

Esta mañana le he mandado un mensaje para explicarle

lo sucedido con Tyler, tenía que suponer que vendría a

intentar animarme con alguna idea de las suyas. Me encojo

de hombros y la dejo pasar.

—Mejor que ahogarlas en alcohol.

—Sobre todo tú que te emborrachas con medio chupito.

Vuelvo a sentarme en el sofá y ella me sigue. Julia

Roberts sonríe a la pantalla y no puedo evitar pensar en lo

bonita que es.

—¿Qué traes ahí? —pregunto señalando la bolsa.

—Algo para ti —dice de forma misteriosa

—¿Y no piensas dármelo?

—No —zarandea la cabeza divertida. Alzo las cejas

interrogativa y se ríe—. Brooke, ¿confías en mí?

—En este momento no mucho —digo mirándola con

desconfianza.
—Pues necesito que lo hagas, porque te voy a pedir algo

muy raro y quiero que lo hagas sin hacer preguntas.

—Me estás empezando a dar miedo.

La estudio con la mirada. Sé que Ivy nunca haría nada

que me dañase, pero no me gustan las sorpresas. Prefiero

saber lo que va a pasar porque la incertidumbre me genera

ansiedad.

—Dame una pista, aunque sea una pequeña —añado.

—Valdrá la pena, te lo prometo. —Hago una mueca y

ella tira de mi mano y me pone en pie—. Venga, vamos al

baño que tenemos mucho trabajo por delante.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer en el baño? —

pregunto frunciendo el ceño.

—Para empezar, te vas a duchar porque hueles a

muerto. Y después te vas a poner un conjunto de ropa


interior mono y vas a dejar que te vende los ojos y te vista

yo. —Saca el pañuelo de la bolsa y me lo enseña.

—¿Pretendes vendarme los ojos y luego vestirme como

si fuera una persona de la realeza en la época victoriana? —

Cada vez esto me parece más disparatado.


—Algo así. —Me da un empujoncito dentro del cuarto de

baño, mira su reloj de muñeca y da una palmadita

sobreexcitada—. Venga, tenemos mucho por delante y poco

tiempo para llevarlo a cabo, así que dúchate rápido

mientras yo rebusco en tu cómoda algo de lencería para

ponerte.

Y sin dejarme decir nada más, cierra la puerta y me deja

con la boca abierta preguntándome qué demonios habrá

preparado esta loca para esta noche. Conociéndola será

alguna actividad para alegrarme tras mi ruptura con Tyler,

pero… ¿cuál?

###

Hora y media después salgo de casa de la mano de Ivy

con los ojos aún vendados. Me he duchado, secado el pelo y

puesto el conjunto de ropa interior que Ivy ha elegido para

mí, uno de encaje blanco con lazos rosas. También me ha

pedido que me ponga unas medias negras con ligueros.


Luego me he dejado vendar los ojos e Ivy me ha vestido con

lo que parecía un vestido de tela vaporosa.

He estado tentada más de una vez de quitarme el

vendaje en uno de sus descuidos para mirar lo que llevo

puesto, pero al final no lo he hecho. Después de lo mucho

que se ha currado, no se merece que le arruine la sorpresa.

—Vale, ahora vamos a subir a mi coche. Agacha la

cabeza. —Escucho como abre la puerta del vehículo y con

su mano protege mi cabeza cuando me agacho. Me ayuda a

entrar colocando sus manos en mi cintura.

—¿Vamos muy lejos? —pregunto con recelo.

—Mmmmm… No. Diez minutitos y llegamos.

Se sube en el asiento del conductor y arranca. Escucho

el motor y el sonido de la palanca de cambios. En menos de

diez minutos aparca y me ayuda a salir del coche, a andar

por un terreno arenoso y subir unas escaleras. Llama a un

timbre y una puerta se abre.

—Bueno, Brooke, mi trabajo acaba aquí —dice

cogiéndome de las manos.


—¿Ya puedo sacarme la venda? —pregunto empezando

a ponerme muy nerviosa.

—No, aún no. Tú… confía, ¿vale?

Otras manos me cogen y me ayudan a entrar en lo que


debe ser el recibidor de una casa. Ivy me da un beso en la

mejilla, me susurra un adiós en el oído y escucho sus pasos

al marcharse. Luego la puerta se cierra y yo me quedo

cogida de las manos desconocidas sin saber que me espera


a continuación.
36
Brooke

Las manos que sostienen las mías dejan de hacerlo y afloja


la venda de mis ojos hasta que esta cede y cae sobre mis

pies. La oscuridad es rápidamente sustituida por una ráfaga


de luz y, frente a mí, me encuentro a mi madre que me mira

con una sonrisa emocionada. Mi padre está justo a su lado,

sosteniendo entre sus manos la vieja cámara de carrete que


fue sustituida por una digital en cuanto se popularizaron.

—¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué estoy haciendo aquí? —pregunto

sorprendida.

—Retroceder en el tiempo. —Mamá me sujeta de los


hombros y me gira para que pueda ver mi imagen en el

espejo del recibidor.

Abro los ojos sorprendida. El vestido que llevo es el azul

marino con escote de barca y falda de gasa que me compré

para mi fiesta de graduación.

—¿Pero qué…?

Antes de que pueda hacer la pregunta llaman timbre.

Miro a mis padres interrogativa y ellos comparten una


sonrisa cómplice.

—Abre, cielo. Es para ti.

Trago saliva y noto como las manos me tiemblan cuando

cojo el tirador. Empiezo a imaginar lo que me encontraré al

otro lado, y cuando abro la puerta y confirmo mi sospecha,


unas lágrimas calientes empiezan a resbalar por mis

mejillas.

Tyler me mira con una sonrisa a medio lado. Se ha

afeitado y peinado y su hoyuelo en la barbilla parece más

sexy que nunca. Sus ojos grises me escrutan con atención

mientras yo intento no desfallecer al verle vestido con

smoking. Unas flores azules y blancas prenden de la solapa

de la americana.

—Estás preciosa —susurra.

—¿Que es todo esto? —pregunto desconcertada.

—Yo llevándote a tu fiesta de graduación.

—Mi fiesta de graduación fue hace catorce años.

—Bueno, la puntualidad nunca ha sido mi fuerte.

—Tyler… —musito nerviosa por toda esta situación


inesperada que no comprendo.
—Brooke… —dice mi nombre imitándome y luego mira a

papá y mamá por encima de mi hombro—. Alice, John,

¿podríais dejarnos a solas un momento, por favor?

—Por supuesto.

Mis padres salen de la habitación y yo me cruzo de

brazos intentando entender por qué Ivy se ha prestado a

seguirle el juego a Tyler. Y no solo ella, papá y mamá

también.

—No pareces muy contenta de verme.

—Tyler, ayer me trataste fatal. Rompiste conmigo, ¿qué

esperas? ¿Un aplauso?

—Lo siento, fui un capullo y lo peor de todo es que fue

mi padre quién me hizo darme cuenta de ello.

—No quiero que lo sientas, Tyler, quiero la seguridad de

que la próxima vez que algo te sobrepase no me des la

patada.

—Te lo juro, Brooke. No volverá a pasar. Iré a un

terapeuta y solucionaré mis mierdas. Además, tenías razón,

si Cameron viera cómo me comporté ayer contigo me daría


una colleja y me diría que espabilase. Quiero ser mi mejor

versión para ti.

Parece sincero. Y va vestido de frac. Si de normal ya

vendería órganos en el mercado negro tan solo por una

sonrisa suya, con smoking haría cualquier cosa que me

pidiera. Incluso perdonar su comportamiento.

—Para pedirme perdón no hacía falta que montaras todo

esto —digo señalando mi vestido—. Te hubiera valido con

venir a mi casa con un tarro de crema cacahuetes.

Mi comentario le hace ampliar la sonrisa.

—Está bien saberlo.

—Además, ¿dónde piensas llevarme vestida así? —

preguntó con una mueca, señalándole.

—A tu fiesta de graduación, ya te lo he dicho.

Entrecierro los ojos recelosa y sigo sus movimientos

cuando saca del bolsillo del pantalón una cajita

aterciopelada.

—Ábrela.

La abro y descubro un ramillete en su interior. Un

ramillete a conjunto con las flores que lleva en la solapa. Me


lo pone en la muñeca sin dejar de mirarme a los ojos.

—¿Podemos pasar y haceros unas fotos? —pregunta


mamá desde el salón.

—Por supuesto —responde Tyler.

Mis padres regresan entusiasmados y nos hacen un

montón de fotos antes de salir por la puerta para dirigirnos

a la limusina que nos espera en la entrada.

—¿Una limusina?

—Quiero que tengas la mejor fiesta de graduación de la

historia.

No sé dónde pretende llevarme y no lo descubro hasta

que reconozco el trayecto que hace la limusina. Vamos al

instituto. No sé qué espera encontrar ahí, pero insiste en

que salgamos del vehículo una vez hemos llegado a nuestro

destino.

—¿Por qué está abierta la puerta de la entrada? No

deberíamos estar aquí, Ty —digo cuando me obliga a entrar


en el edificio.

—Tú tranquila. —Se para frente a la puerta del gimnasio

y me mira. Se escucha mucho ruido en el interior entre


música a todo volumen, voces y sonidos varios—. ¿Confías

en mí?

—Esta noche me han hecho demasiadas veces esta

pregunta.

—¿Confías en mí? —vuelve a preguntar.

—En teoría…

Me coge de la mano, empuja la puerta del gimnasio y el

ruido se vuelve ensordecedor. Haces de colores iluminan la

sala abarrotada. Un cartel enorme con las palabras «Fiesta

de graduación» cuelga de lado a lado de la pista. Hay

globos en el techo, comida sobre unas mesas apartadas a

un lado, un DJ seleccionando la música que suena y un

montón de gente bailando en medio de la pista. La mayoría

de ellos son alumnos míos y gente conocida del pueblo.

Incluso Ivy está aquí, se ha debido cambiar al llegar porque

en lugar de los vaqueros y el jersey que llevaba, lleva un

vestido bonito de color morado. Al verme, me saluda, me

guiña un ojo y me sonríe.

—Bienvenida a tu fiesta de graduación.

—Pero ¿cómo has conseguido hacer esto?


—Bueno, ser un entrenador de éxito tiene muchos

beneficios. Eso y la donación que he hecho al director para

que pueda comprar material nuevo.

Niego con la cabeza y sigo a Tyler hasta el centro de la

pista. La música cambia y empieza una lenta. Todas las

canciones son de la época en la que me gradué. Tyler me

coge de la cintura y yo apoyo mi rostro en su pecho.

—Sé que no es tan perfecto como debería haber sido,


pero espero que lo disfrutes.

—Sí que es perfecto, Tyler. Gracias por una noche


mágica.

Las horas pasan entre bailes, charlas con los asistentes

y copas de ponche que alguien ha cargado con tequila. Los


del club de fotografía nos hacen una foto para la posteridad

y, cuando necesito parar un rato para descansar los pies,


me lleva fuera, dónde está el campo de fútbol iluminado por

los focos.

La noche es fría, pero, aun así, siento una calidez muy

bonita extendiéndose por mi pecho. Noto las mejillas


sonrojadas por el esfuerzo físico del baile y la excitación.
—¿Te lo estás pasando bien? —pregunta apartándome
un mechón de pelo tras la oreja.

—Sí, gracias por todo.

Se muerde el labio, inquieto. Al final saca de su bolsillo


la cartera, la abre y coge un sobre doblado de su interior.

Me lo tiende y yo lo cojo curiosa. Cuando lo desdoblo y


descubro que es, quiero morirme de la vergüenza. Es una

carta, una carta que escribí hace muchos años y que nunca
llegué a mandarle.

—¿De dónde la has sacado?

—Digamos que la primera noche que pasé en tu casa


dio mucho de sí.

—Deduzco que la has leído —digo avergonzada al ver

que el sobre está roto.

—Deduces bien.

—¡¡Tyler!! —grito enfadada—. Era algo personal, no

tenías derecho a leerlo.

—A mi favor tengo que decir que llevaba mi nombre.

—Tyler…

—Y está muy bien escrita.


—Hace muchos años de esto, ni siquiera recuerdo que
puse. Seguro que alguna estupidez.

Hago una bola con ella arrugándola entre las manos y

Tyler la recupera.

—Eh, no hagas eso, quiero quedármela.

—De eso nada. —Intento quitársela de nuevo dando

saltos, pero soy incapaz de conseguirlo porque es bastante


más alto que yo.

—Si no me dejas quedarme esta carta, yo no te dejaré

quedarte esta otra. —Saca una nueva carta de su bolsillo y


me la da con una sonrisa algo cohibida.

—¿Qué es?

—¿Por qué no la abres y lo descubres por ti misma?

Obedezco. Cojo la carta de dentro del sobre y leo lo que


pone:

Querida Brooke de catorce años,

¿Te cuento un secreto? Quizás cuando escribiste esa


carta yo aún no sabía que eras la mujer de mi vida, pero
ya lo sospechaba. Porque tú nombre siempre ha sido
sinónimo de hogar. Porque redimensionaste la palabra
familia. Porque me empujaste a perseguir mis sueños
cuando dudaba, a pesar de que eso significase alejarme
de ti.

Quizás cuando escribiste esta carta yo flirteaba con una


chica distinta cada semana. Pero eran tus labios los que
ansiaba. Besarte por primera vez fue como subir a la
cima más alta del mundo: vertiginoso y emocionante a
la vez. Desde aquel beso, besar a otras ya no fue lo
mismo. A todas les faltaba algo: No eran tú.

Quizás cuando escribiste esta carta yo no era digno de


ti. Es probable que aún no lo sea. Pero te prometo,
Brooke de catorce años, que me esforzaré para estar a
tu altura algún día.

Te quise entonces, te quiero ahora y te querré siempre.

Tu Tyler.

P.d. Desvirgarte en mi antigua camioneta no creo que


sea posible a estas alturas, pero la limusina seguro que
nos ofrece otras alternativas igual de interesantes.
Los ojos me pican por culpa de las lágrimas que quieren

desbordarse de ellos. Miro a Tyler emocionada por sus


palabras.

—Es muy bonita, Ty.

—No, bonita eres tú.

Sube mi rostro colocando su dedo pulgar en mi barbilla


y nuestros ojos se encuentran. Sonrío y él baja sus labios

hasta los míos. Nos besamos. Tras un beso dulce, nos


abrazamos. Yo apoyo la cabeza en el hueco de su cuello y él

me besa la cabeza mientras nos movemos con suavidad al


ritmo de una de las canciones que nos llega de dentro.

—Por cierto, ¿a qué ha venido eso de desvirgarme en

una camioneta?

—Lo escribiste tú en tu carta.

—Eso es imposible.

—¿Qué nos apostamos?

Me tiende mi carta de nuevo, ahora arrugada, y la leo


sintiendo como las mejillas me queman.

—Dios, no me puedo creer que escribiera algo así en

una carta.
—Eras una jovencita con la mente muy calenturienta. Y
me encanta, me pone pensar que quisieras perder la

virginidad conmigo… ¿Te tocabas mucho pensando en mí?

—Me niego a responder a esa pregunta —digo azorada.

—Yo me hacía un montón de pajas en tu honor, por si te

lo preguntabas.

—Pues no, no me lo preguntaba.

—Entonces, ¿qué me dices? ¿Vamos a la limusina,

bajamos el vidrio tintado y nos lo pasamos bien?

—Pero la fiesta aún no ha terminado…

—Tengo un bote de crema de cacahuetes dentro —alza


las cejas un par de veces y yo sonrío.

—Entonces sí, vamos. Bailar me ha hecho entrar hambre.


Mucha hambre.
Epílogo
Tyler

Tres años después…

—¿Seguro que es positivo? —Los ojos de Brooke me


observan con cautela.

Estamos encerrados en el cuarto de baño de la planta


baja de nuestra casa. Sí, nuestra casa, porque desde hace

dos años vivimos juntos en la casa que papá me dejó en

herencia.

—Tan seguro como que la Tierra tarda 365 días en dar

una vuelta al Sol.

—¿Lo estás mirando bien? —Brooke me arrebata la

prueba de embarazo de las manos y la mira entrecerrando


los ojos—. Dos líneas rosas, no puede ser…

—Pues parece que sí que puede ser.

—Te dije que no debíamos hacerlo sin protección, ¡te lo

dije! Fue una temeridad... ¿No te das cuenta de que somos,


con total probabilidad, la pareja más fértil de la historia? —
Clava el dedo índice en mi pecho y yo intento controlar la

risa nerviosa que quiere brotar de mi garganta—. Fue así

como me quedé embarazada de Camila, ¿o es que no te

acuerdas? Dijimos, por hacerlo una vez sin protección no

pasará nada. ¡Y bingo! Nueve meses después nació Cam y


nos puso la vida patas arriba.

No somos unos inconscientes con el sexo, tomamos


siempre precauciones, pero aquella noche estábamos

dentro de la piscina de la casa que alquilamos en Hawái

para nuestra luna de miel tras una boda preciosa, nos

pusimos tontorrones y… bueno, ya os podéis imaginar lo

que ocurrió a continuación.

—No creí que pudiéramos hacer diana por segunda vez.

¿Cuántas posibilidades había?

—¿Pero es que no te das cuenta de que ahí dentro —

señala mi entrepierna con su dedo acusador— no tienes

espermatozoides normales y corrientes? La naturaleza te ha

dotado con unos soldaditos infalibles capaces de repoblar la

Tierra en caso de necesidad.

—Bueno, cariño, siempre hemos dicho que queríamos

tener dos hijos. Piensa que los vamos a tener antes de lo


esperado. —Intento sacarle hierro al asunto.

—Cam apenas tiene un año, Ty. Y sigue despertándose

cada dos horas de reloj por las noches.

—Bueno, para cuando el nuevo bebé llegue ya

estaremos acostumbrados a ser unos zombis en vida y no lo

pasaremos tan mal como si ya durmiéramos la noche del

tirón.

No parece muy conforme con lo que le digo, pero no

podemos seguir hablando de ello porque justo entonces

Cam se pone a llorar en la habitación de arriba. Son las diez

de la noche. La acostamos a las ocho. Tal como dice su

madre, dos horas de reloj.

—Ya voy yo, tú descansa —le digo besando con suavidad

sus labios.

Entro en su habitación, esa habitación que decoramos

con cariño en tonos aguamarina antes de que naciera, y me

acerco a la cuna. Cam está de pie cogida a los barrotes y

me mira con los ojos llorosos y somnolientos. La cojo entre


mis brazos y la acuno mientras le canto una canción. El
sueño empieza a vencerla poco a poco, cosa que noto en su

respiración pausada y la flacidez de sus extremidades.

Sonrío mientras recuerdo su nacimiento. Era diciembre y

hacía mucho frío, pero dentro de la habitación del hospital

donde le indujeron el parto porque Camila llegaba con

retraso, sudábamos del calor que hacía. Su nombre lo

elegimos como homenaje a Cameron. Pensamos que sería

bonito llamarla Cam, como a él. A Joe le encantó la idea

cuando se lo dijimos. Y es que, desde la muerte de

Cameron, Joe y yo nos hemos hecho muy amigos. Ahora es

como de la familia y Camila le conoce como Tío Joe. Le

encanta ir al rancho y ver trotar los caballos mientras Joe le

explica cosas sobre su cuidado.

Cuando me aseguro de que Camila está profundamente

dormida, la vuelvo a dejar en su cuna con delicadeza, como


si se tratara de una bomba que a la mínima inestabilidad

pudiera estallar.

Bajo al salón y no me sorprende encontrar a Brooke al

teléfono. Mientras ella parlotea alterada con su

interlocutora, quién estoy convencido de que es Ivy, yo me


encargo de cargar el friegaplatos y poner agua hervir para

preparar una infusión.

—Era Ivy —me confirma Brooke entrando en la cocina—.

Necesitaba compartir con alguien la noticia.

—¿Y cómo se lo ha tomado?

—Primero se ha reído, luego me ha llamado inconsciente

y después me ha felicitado. Bueno, Ivy y Sean que estaba

con ella.

—Parece que las cosas les van bien a esos dos, ¿no?

Brooke asiente, aunque con reservas. Sean es el hijo

mayor de Joshua y es el jefe de policía del pueblo. Hace

unos meses que Ivy y Sean salen juntos. Aunque sé de

sobras que Ivy sigue sintiendo algo por su marido. Bueno, a

estas alturas exmarido. Ivy me contó su historia poco

después de que Brooke se quedara embarazada, supongo

que ver la tripa abultada de su mejor amiga le trajo viejos

recuerdos. Unos meses después de aquello se presentó en

nuestra casa con un fajo de papeles y nos dijo que, tras

pensarlo mucho, había decidido pedir el divorcio. Que no

podía seguir viviendo de recuerdos. Lo de Sean llegó algo


más tarde y, desde entonces, se la ve feliz. No creo que

nunca llegue a superar del todo a su ex, pero parece

dispuesta a intentarlo.

El agua hierve, reparto el contenido en dos tazas y

coloco dentro dos sobres de tila. Nos sentamos en la mesa

de la cocina con las tazas enfrente nuestro.

—¿En qué piensas? —pregunto tras observar en silencio

su rostro reflexivo.

—En las náuseas, el dolor de espalda y los gases que

voy a tener que soportar de nuevo con el embarazo.

—Piensa que será algo transitorio.

—También pienso en el parto. —Hace una mueca de

dolor al recordar lo mucho que dolieron las contracciones

inducidas hasta que le pudieron poner la epidural—. Los

bebés deberían traerlos las cigüeñas de París, no salir de ahí

abajo. —Señala sus partes con aflicción—. Además, la casa

se nos va a quedar pequeña con otro bebé. Solo tenemos

tres habitaciones y una la usamos como despacho.

—Respecto a eso… Había pensado que va siendo hora

de comprar una nueva.


—Ya… —Me mira con una sonrisa triste—. Aunque me da

pena abandonar esta. Es la casa en la que creciste, ¿no te

da pena a ti?

Si me hubieran hecho esta pregunta hace cuatro años,

antes de que recibiera aquella llamada en el buzón de voz y

regresara a Blue Wings, hubiera dicho que no, porque esta

casa no era más que un recordatorio de la familia que papá,

mamá y yo nunca fuimos. Ahora, en cambio, tras construir

recuerdos felices en ella, la perspectiva cambia.

Tras la muerte de Cameron, la relación con mi padre


mejoró ostensiblemente. Convivimos dos meses hasta que

la enfermedad lo venció. Dos meses en los que no dejó de


ser un viejo gruñón, pero donde también tuvimos
conversaciones sinceras que me guardo para el recuerdo.

Por otra parte, aquí es donde ha empezado mi historia

con Brooke y donde Camila ha dado sus primeros pasos.


Esos recuerdos son imborrables. Pero siempre supe que este

sitio sería un lugar de paso para nosotros, porque la casa es


pequeña y porque tengo una fortuna guardada en el banco

lo suficientemente grande como para comprar una casa a


nuestra medida. En Blue Wings, por supuesto. Por mucho
dinero que tengamos, Brooke sigue queriendo ejercer de
profesora y yo me he convertido en el entrenador oficial del

equipo de fútbol del instituto. Este es nuestro sitio.

—¿Y has pensado dónde te gustaría vivir? —pregunta.

Niego con la cabeza.

—Solo tengo claro con quién. —Le doy un beso y ella

sonríe—. Cualquier lugar será un hogar si estás a mi lado.

Ella sonríe y yo me inclino hacia delante sobre la mesa

para besarla. Nuestras manos se encuentran a medio


camino. Fuera empieza a nevar. Y mientras encadenamos

un beso con otro yo solo puedo pensar que la felicidad no la


da el dinero, la fama o el sexo casual. La felicidad la da esas

personas que nos rodean y que, con lazos de sangre o sin


ellos, son familia.
Otras novelas
Multimillonario & Canalla
(Multimillonario & 1)
Adam Walter ha tenido una vida de excesos: drogas,

alcohol, mujeres… Pero ahora que ha salido de la clínica de

desintoxicación y está a punto de asumir un cargo en la

multinacional que dirige su padre, necesita limpiar su

reputación con urgencia. Para ello contrata a un especialista


en la rehabilitación de personajes públicos, quién le asegura

que la mejor forma de conseguirlo es fingiendo una relación

estable con una chica normal.

Esa chica normal es Lena Murphy, quién no lo ha tenido fácil

en la vida: sus padres murieron cuando ella era

adolescente, no tiene familia y apenas puede llegar a fin de

mes. Lena acaba de perder su trabajo y necesita encontrar


otro de forma desesperada, así que cuando le proponen

hacerse pasar por la novia del heredero de una de las

fortunas más importantes de Nueva York por una generosa

cuantía de dinero, acaba aceptando por pura necesidad.

Adam y Lena tendrán que fingir ser pareja, pero ¿dónde

acaba la mentira y empieza la verdad?

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Multimillonario & Rebelde
(Multimillonario & 2)
Jake Lawler es el heredero de una de las cadenas hoteleras

más importantes del país. Su ambición en la vida es la de

acostarse con una mujer distinta cada noche y seguir el

camino que otros han trazado para él, dejando de lado sus

propios sueños y aspiraciones. Su vida es tranquila y


rutinaria, pero todo cambia la noche en la que una pelirroja

bajita con mucho carácter aparece en su puerta dispuesta a

poner su mundo del revés.

Esa chica pelirroja, bajita y con mucho carácter es Harper

Smith, quién está pasando por un mal momento: ha dejado

el trabajo, ha roto con su novio y no tiene donde vivir.

Harper necesita poner en orden su vida, pero unas copas de


más y una noche de sexo alucinante con el tipo más

detestable y egocéntrico del planeta, sirven para

desordenarla aún más.

Harper no está dispuesta a repetir lo que considera que ha

sido un error enorme.

Jake se muere de ganas de repetirlo.

¿Podrá Harper ignorar la atracción irresistible que Jake

ejerce sobre ella? ¿Conseguirá Jake que Harper vuelva a


caer en sus redes?

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Multimillonario & Libre
(Multimillonario & 3)

Evan Dankworth está a punto de casarse con Olivia

Goldman, la heredera de una de las fortunas más


importantes del país. Evan está comprometido con Olivia

desde que era un niño y, aunque no la ama, ha aceptado

casarse con ella por interés. Evan tiene el convencimiento

de que el amor es un sentimiento con fecha de caducidad.

Además, nunca se ha enamorado. Por ello, cuando descubre


a pocos meses de la boda que su nueva secretaria es la

única chica por la que ha llegado a sentir algo, su

convencimiento empieza a tambalearse.

Riley Foster compagina dos trabajos para ayudar a su

madre con el tratamiento de su hermana Lily, postrada en

una silla de ruedas desde hace años. Por ello, cuando la

llaman de Dankworth Publishing Company para ofrecerle


una vacante como secretaria de dirección, acepta sin

pensárselo. Lo que Riley no espera es que su jefe sea, nada

más y nada menos, el chico con el que se quedó atrapada

en un ascensor siete años atrás. El mismo chico que, antes

de marcharse, le robó un beso y, con él, su corazón.

Evan y Riley no buscan el amor, pero ¿y si el amor aparece

en el momento más inoportuno para poner sus vidas del

revés?

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Hola, soy Ella Valentine, la autora de esta novela. Quiero


darte las gracias por leer la historia de Tyler y Brooke.

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