Capitulo Segundo El Estado Liberal y El Derecho en Transito El Mestizaje Juridico

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Capítulo segundo
EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO:
EL MESTIZAJE JURÍDICO 1810-1910

I. Introducción

La mayoría de los Estados republicanos del mundo nacieron de las ideas


liberales de la Revolución francesa: separación de poderes, igualdad ju-
rídica, supresión de privilegios. La forma jurídica que materializa estos
principios fue la Constitución. En los Estados Unidos de América, la Cons-
titución fue el producto del movimiento independentista que contiene los
principios de organización de las relaciones entre gobernantes y gober-
nados. Liberalismo y constitucionalismo son hoy todavía dos fenómenos
clave del Estado actual.
Los países latinoamericanos independientes fueron influenciados por
el liberalismo francés y el constitucionalismo norteamericano. ¿Cómo se
llevó a cabo este proceso en México? En un primer momento analizare-
mos las características del derecho estatal mexicano, y en el segundo las
formas de resistencia del derecho consuetudinario indígena.

II. El derecho estatal mexicano

En un contexto independentista, las nuevas fuerzas dirigentes, sobre


todo, criollas, podían haber adoptado una organización política diferente
a la estatal. Sin embargo, en el comienzo del siglo XIX, los principios
liberales modificaron la noción de Estado. Éstos fundaron y proclama-
ron la República federal, representativa e igualitarista, es decir, el Estado
“moderno”.
La inestabilidad política interior que agitó todo el siglo XIX no permi-
tió la consolidación de esta estructura estatal renovada. La forma estatal
de gobierno fue aceptada por todas las fuerzas políticas. El poder estatal se
convirtió así en el poder. El acceso de los dirigentes al poder legitimaba,
en consecuencia, el ejercicio de su derecho, es decir, el derecho estatal.

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102 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

El mulato Vicente Guerrero, el indígena Benito Juárez y el mestizo Por-


firio Díaz, todos presidentes de la República, fueron seducidos por este
tipo de poder y por su derecho. No hay que olvidar que el derecho estatal
español estuvo vigente hasta la tercera parte del siglo XIX. La “mexica-
nización” del derecho estatal colonial se consolida con la promulgación
del Código Civil para el Distrito Federal de 1867 y para los Territorios
Federales de 1871.1
El Estado mexicano republicano adoptó, pues, una organización social
basada en la ley escrita. México dejó de ser el terreno de aplicación de
una ley creada en otra parte, sin embargo, imitó la estructura mental con
la cual estas leyes fueron concebidas. Las leyes mexicanas se superpu-
sieron a la estructura colonial sin cambiarla: “México soporta la pesada
herencia de la colonización, sobre todo la de la infraestructura de la so-
ciedad. La burocracia revolucionaria no llegó a crear sino una red de ins-
tituciones y de fórmulas gubernamentales que se superponen al antiguo
orden, dejándolo intacto”.2
En México, estas fórmulas de gobierno fueron inspiradas por los prin-
cipios liberales. Analizaremos las características de los principios federa-
lista y de igualdad jurídica y su relación con las etnias indígenas.

1. El principio federalista

El proceso de formación de la nación mexicana había marginalizado


a las culturas americanas de origen prehispánico y africano. La nueva
estructura federal fue proclamada para poner fin a los conflictos entre
los jefes políticos criollos de las provincias. Así, los liberales mexicanos
fueron seducidos por el modelo político creado por las trece colonias in-
glesas de América del norte, y como buenos hijos de colonos españoles
(por la sangre o mentalidad), estos liberales (criollos, mestizos e indios)
hicieron todo para romper los lazos políticos y comerciales con la metró-
poli y para construir una nueva nación exterminando (por las armas, el
engaño y/o la indiferencia) las culturas americanas de origen prehispáni-
co y africano.

1 González,María del Refugio, El derecho civil en México 1821-1871 (apuntes para


su estudio), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988, pp. 14 y ss.
2 Villoro, Luis, El proceso ideológico de la Revolución, México, UNAM, 1977, p.
241.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 103

El federalismo fue, pues, un principio político que no tomó en cuenta


las diferencias culturales: la división política federal fue superpuesta a la
colonial. El México colonial de finales del siglo XVIII estaba ya dividido
en provincias-intendencias. Los representantes de estas provincias parti-
ciparon en los debates de la Constitución de Cadiz (1812).3 Ésta recono-
ció la autonomía política de cada provincia.

El jefe político era el único funcionario ejecutivo de la jurisdicción en que


la diputación provincial tenía autoridad, y sería directamente responsable
ante las Cortes de España. El jefe político en la ciudad de México que de
hecho reemplazó al virrey, carecía de jurisdicción sobre los jefes políticos
de Guadalajara, Mérida, San Luis Potosí, Monterrey o Durango. Cada pro-
vincia gozaba de una independencia completa respecto a las demás.4

Al momento de la independencia de España y la adopción del principio


federalista, las provincias se transformaron en estados.

La división de Estados, la instalación de sus respectivas legislaturas, y la


erección de multitud de establecimientos que han nacido en el corto perío-
do de once meses, podrán decir si el Congreso ha llenado en gran parte las
esperanzas de los pueblos, sin pretender por eso atribuirse toda la gloria
de tan prósperos principios, ni menos la de la invención original de las
instituciones que ha dictado. Felizmente tuvo un pueblo dócil a la voz del
deber, y un modelo que imitar en la República floreciente de nuestros ve-
cinos del Norte.5

Para los legisladores de la Constitución de 1824, el federalismo permi-


tía el reconocimiento del pluralismo jurídico estatal: “La República fede-
rada ha sido y debió ser el fruto de sus discusiones. Solamente la tiranía
calculada de los mandarines españoles podía hacer gobernar tan inmenso

3 Ferrer Muñoz, Manuel, La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva Espa-


ña (pugna entre antiguo y nuevo régimen en el virreinato, 1810-1821), México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1993, pp. 187 y ss.
4 Lee Benson, Nettie, La diputación provincial y el federalismo mexicano, Méxi-
co, 1955, p. 20, citado por Carpizo, Jorge, La Constitución mexicana de 1917, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1979, p. 241.
5 “El Congreso general constituyente a los habitantes de la Federación” (Constitu-
ción de 1824), en Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-1979,
10a. ed., México, Porrúa, 1981, p. 163.

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104 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

territorios por unas mismas leyes, a pesar de la diferencia enorme de cli-


mas, de temperamentos y de su consiguiente influencia”.6
Reconociendo la autonomía de las ex provincias, el federalismo pre-
servó la unidad de la estructura colonial. Las culturas indígenas y afri-
canas quedaron, pues, al margen. El México independiente propuso una
nueva cara del colonialismo, pero ahora al interior de sus propias fron-
teras: la división política no tomó en cuenta los territorios de las etnias
indígenas y las de origen africano, ni el pluralismo jurídico humano, el
derecho consuetudinario de éstas.
El pensamiento liberal mexicano estuvo influenciado por el pensamien-
to occidental europeo y, en consecuencia, por su modelo de sociedad:

Los legisladores antiguos, en la promulgación de sus leyes acompañaban


este acto augusto de aparatos y ceremonias capaces de producir el respeto
y la veneración que siempre deben ser su salvaguardia. Ellos procuraban
imponer a la imaginación, ya que no podían enseñar a la razón, y los mis-
mos gobiernos democráticos tuvieron necesidad de hacer intervenir a las
deidades, para que el pueblo obedeciese las leyes que él mismo se había
dado. El siglo de luz y de filosofía ha disipado esos prestigiosos auxiliares
de la verdad y la justicia, y éstas se han presentado ante los pueblos a sufrir
su examen y su discusión. Vuestros representantes, utilizando de este len-
guaje sencillo y natural, os ponen hoy en sus manos el Código de vuestras
leyes fundamentales como el resultado de sus deliberaciones, cimentadas
en los más sanos principios sanos que hasta el día son reconocidos por base
de la felicidad social en los países civilizados.7

México preservó no sólo el principio colonial de la división territorial


y la noción de derecho estatal español, sino también su religión: “La re-
ligión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apos-
tólica y romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe
el ejercicio de cualquier otra (Constitución de 1824, artículo 3o.)”.8 La
vida religiosa indígena debió adaptarse a esta circunstancia neocolonia-
lista. Los indígenas (re)adaptaron los ritos cristianos: la práctica religiosa
preservó la fachada cristiana y la integró a la vivencia animista. La parti-
cularidad de esta práctica religiosa no reside en su carácter “sincrético”,
ya que todas las religiones lo son, sino se trata más bien de otra religión.
6 Idem.
7 Ibidem, p. 164.
8 Ibidem, p. 168.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 105

La inestabilidad política del siglo XIX impidió la consolidación de la


“nación mexicana”. Las ideas republicanas, el sistema representativo y el
principio federalista no existieron sino en los documentos y en la cabeza
de los liberales. La vida constitucional de la nueva nación pasó del fede-
ralismo (1824) al centralismo (1835). Regresó al federalismo en 1846,
para reorientarse hacia el centralismo en 1853.
Finalmente en el periodo 1856-1857, los liberales y conservadores
acordaron no debatir más el problema del federalismo. Éste fue el único
medio para preservar la paz interna. Los liberales moderados intentaron
poner en vigor la Constitución federalista de 1824.

La Constitución de 24, bandera del federalismo liberal varias veces izada


hasta entonces y otras tantas abatida en las contiendas políticas, tenía la
autoridad de los años, el prestigio de la legitimidad y el respeto debido a
la ley que había tomado en su cuna a la nacionalidad. Los moderados la
aprovechaban en 56 para enfrentarla a la reforma, que la fracción avanza-
da del partido liberal, trataba de acometer con ánimo de rescatar la inte-
gridad del Estado mexicano.9

La promulgación de una nueva Constitución, sin embargo, se impuso.


El 5 de febrero de 1857 se aprobó la Constitución Política de la República
Mexicana, sobre la indestructible base de su legítima independencia pro-
clamada el 16 de septiembre de 1810 y consumada el 27 de septiembre de
1821. Desde entonces, el principio federalista no sería puesto a discusión.

2. El principio de igualdad jurídica

El principio de igualdad jurídica fue uno de los principales frutos de


la Revolución francesa.10 A partir de entonces, la ley estatal debería ser
aplicada sin tomar en cuenta las diferencias sociales, económicas, racia-
les o religiosas. El discurso poscolonial mexicano reforzó esta tendencia
decretando la abolición de las castas y de la esclavitud. Las etnias de
origen precortesiano cesaron de estar bajo tutela jurídica. Los pueblos
dejaron de ser considerados como tales, sus miembros serían tomados en
cuenta solamente como individuos, es decir, como ciudadanos. En con-
9 Ibidem, p. 599.
10 Biscaretti di Ruffia, Paolo, Introducción al derecho constitucional comparado, trad.
de Héctor Fix-Zamudio, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 295.

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106 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

secuencia, el fuero que protegía la práctica jurídica consuetudinaria fue


suprimido.
El principio de igualdad jurídica nació en un contexto político favora-
ble a la supresión de los privilegios de los ricos. Este principio fue adop-
tado por los países latinoamericanos donde las diferencias económicas,
sociales y culturales eran todavía más acentuadas. Bajo el sistema colo-
nial español, el principio tutelar había sido más justo, en cierto modo, ya
que había tomado en cuenta las diferencias culturales.

Los liberales mexicanos en su preocupación por crear una nación “civiliza-


da”, transplantaron el pensamiento europeo: En efecto, crear un Gobierno
firme y liberal sin que sea peligroso; hacer tomar al pueblo mexicano el
rango que le correponde entre las naciones civilizadas, y ejercer la influen-
cia que deben darle su situación, su nombre y sus riquezas; hacer reinar la
igualdad ante la ley [...] arreglar la marcha legislativa, poniéndola al abrigo
de toda precipitación y extravío; armar el Poder Ejecutivo de la autoridad
y decoro bastantes a hacerle repetable en lo interior, y digno de toda con-
sideración para con los extranjeros; asegurar al Poder Judicial una inde-
pendencia tal que jamás cause inquietudes a la inocencia ni menos preste
seguridades al crimen; ved aquí, mexicanos, los sublimes objetos a que ha
aspirado vuestro Congreso General en la Constitución que os presenta. 11

El discurso estatal liberal renueva igualmente el proceso de etniza-


ción o nacionalización de la sociedad.12 Este proceso consiste en crear
el pueblo del Estado. El discurso estatal colonial produjo el pueblo de la
Corona, después el discurso estatal liberal crea el pueblo de México. Este
último, en busca de identidad, intentó la mexicanización (ver, la occiden-
talización) de las etnias de origen precortesiano y africano:

Los liberales, plenos de buena voluntad entusiasta y abstracta, rechazaban


ver la personalidad india, porque vivían en el mito racionalista del siglo
XIX: para ellos, no había otra diferencia entre criollos e indios sino los
tres siglos de separación jurídica y política de la Colonia. Tenía que bas-
tar, pensaban en su religión legalista, con modificar la ley para que ella se
conviertiera en una y la misma en su aplicación indeferenciada a todos los
mexicanos. Con ello todos serían iguales, se convertirían en hombres, en

11 “ElCongreso...”, en Tena Ramírez, Felipe, op. cit., p. 162.


12 Balibar,
Etienne, “La forme nation: histoire et idéologie”, Race, nation, classe. Les
identités ambigües, París, La Découverte, 1988, p. 123.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 107

el sentido filosófico del término, es decir, occidentales, liberales al fin, y la


nación mexicana sería fundada.13

La política indigenista liberal, bajo la influencia de esta religión lega-


lista, se ejerció en gran parte por omisión:

Los gobiernos del México independiente, instituidos en los dogmas de la


libertad y de la igualdad formales, no intervinieron sino por excepción y
de manera aislada en la formulación de una política indigenista específica.
En esta época, no se intentó, en general, establecer una legislación social,
que incluso sin la distinción de razas habría beneficiado a los indios globa-
lizándolos en los grupos más débiles.14

Los liberales creyeron que el principio de igualdad jurídica como sta-


tus “moderno” bastaría para proteger a los indígenas, pero esta protección
“tenía como enorme contrapeso, la lucha por la vida, en el seno de una
sociedad movida por un creciente apetito individualista”.15
La codificación francesa una vez adoptada reforzó este individualis-
mo: “[una] gran parte de las ideas que inspiraron la constitución de un
nuevo orden jurídico nacieron en Europa misma, antes de la independen-
cia de México, y fueron adoptadas durante el siglo XVIII por un grupo
de vasallos novohispanos”.16 En este contexto, la sustitución del antiguo
orden iba a acelerarse con la independencia. La posibilidad de legislar
sin la tutela colonial fue ampliamente ejercida a lo largo del siglo XIX.
Este proceso de mexicanización del derecho estatal se consolidó con la
promulgación del Código Civil para el Distrito Federal en 1867, y para
los Territorios Federales en 1871. Se trata de un fenómeno de recepción
jurídica, ya que estos códigos fueron adoptados bajo la influencia de la
codificación francesa. En 1909, este proceso se reafirma con la promulga-
ción de los códigos federales de procedimientos civiles y penales.

13 Meyer, Jean, “Le probleme indien au Mexique depuis l'Indépendence”, L'ethnocide


a travers les Amériques, textes et documents réunis par Robert Jaulin, París, Arthéme
Fayard, 1972, p. 65.
14 González Navarro, Moisés, “Instituciones indígenas en el México independiente”,
La política indigenista de México. Métodos y resultados, t. I, México, INI-SEP, 1981, p. 215.
15 Idem.
16 González, María del Refugio, “Derecho de transición (1821-1871), Memoria del IV
Congreso de Historia del Derecho Mexicano, t. I, México, UNAM, Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas, p. 434.

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108 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

Afirmar que se trata de un proceso de mestizaje jurídico es evidente.


No existe en la Tierra una cultura jurídica que no haya recibido la influen-
cia, en grados diversos, de otras culturas jurídicas. No existen culturas
jurídicas “puras”, todas son mestizas. El fenómeno del mestizaje jurídico
es mundial. Para analizarlo es necesario estudiar los diferentes niveles
de su puesta en marcha: la mezcla de instituciones debido a la creciente
internacionalización de las relaciones sociales (nivel estatal), y la mezcla
de prácticas de adaptación debido a las invasiones colonizadoras (nivel
consuetudinario).
En resumen, el Estado liberal mexicano del periodo 1810-1910 tuvo
por estrategia, la integración nacional, y por objetivo, la unidad nacional.
Otorgó implícitamente a los indígenas el status (individual) de naciona-
les, es decir, de ciudadanos mexicanos. No podía por ello reconocer la
existencia de sus derechos colectivos. El derecho consuetudinario indíge-
na tuvo que librar una nueva batalla para sobrevivir. El universo jurídico
consuetudinario fue obligado a adaptarse de nuevo a fin de preservar su
espacio y su razón de ser: la tierra colectiva.

III. El derecho indígena

El derecho consuetudinario azteca era ya un derecho mestizo. Él fue


el producto de la mezcla olmeca, maya, tolteca, chichimeca, cohlúa, te-
paneca. A la llegada del conquistador español, el conjunto del derecho
consuetudinario americano sufrió la influencia de una cultura jurídica ra-
dicalmente diferente. Durante tres siglos, éste último coexistió con el de-
recho estatal español, y con la Independencia, dos siglos, con el derecho
estatal mexicano. No existe encuentro sin influencias recíprocas. Las si-
tuaciones “colonial” y “nacional” hicieron coexistir, aunque no convivir,
dos formas de derecho. Éstas compartieron el mismo espacio (la Tierra)
y el mismo tiempo (el presente), en territorios diferentes y sin perder por
tanto sus raíces.

Para los liberales mexicanos del siglo XIX, “el problema indígena” era,
sobre todo, agrario. Fieles al manual del individualismo burgués, supri-
mieron la propiedad colectiva. La Corona habiendo siempre protegido, o
intentado proteger, a las comunidades contra los excesos anexionistas del
latifundio, el espíritu liberal se sintió con la obligación de exigir la supre-
sión de la propiedad colectiva e inalienable de sus tierras, los liberales

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 109

americanos querían poner fin al escándalo de los status jurídicos coloniales


para hacer pasar al dominio público o privado la inmensa reserva de tierras
de las comunidades (...) El marco jurídico liberal se definifió muy pronto:
la desamortización de los bienes comunes de los pueblos no data, como se
dice generalmente, de la Reforma, sino comienza desde 1821. Hidalgo y
Morelos fueron los primeros en atacar la propiedad común, después todos
los gobiernos liberales o conservadores lucharon encarnizadamente para
destruir una forma de propiedad tan alejada de la propiedad privada. Es
esta ofensiva, generalizada desde 1821, la que explica la serie continua de
rebeliones agrarias a partir de 1825. Para el liberal sólo la propiedad indi-
vidual tiene un valor positivo.17

La sobrevivencia del derecho consuetudinario estuvo estrechamente


ligada a la lucha por o contra la desaparición de su base de aplicación
cultural, la tierra.

1. La desamortización de tierras indígenas

El fenómeno de desamortización había comenzado antes del periodo


de Independencia. Su objetivo fue limitar el poder económico de la Igle-
sia y enriquecer el del Estado.18
El fenómeno de desamortización integró en la esfera de su competen-
cia a las tierras indígenas. Así, los estados, con la protección del pacto
federal, comenzaron a legislar sobre la privatización de tierras indígenas:
Chihuahua y Zacatecas en 1825, Veracruz en 1826, Puebla y Estado de
Occidente en 1828, Michoacán en 1829, México en 1833. Y a nivel fede-
ral, la Ley de Desamortización de 1856.19
La ley federal de desamortización bajo la influencia de las doctrinas
individualistas dominantes intentó, pues, que desapareciera el latifundio
del clero (no el laico) y la propiedad comunal de los indígenas. 20

17 Meyer, Jean, op. cit., pp. 69 y 70.


18 Miranda, José, “Épocas colonial y nacional”, Historia de México, México, Porrúa,
1977, p. 246.
19 Meyer, Jean, op. cit., p. 70. Sobre un panorama de la legislación del siglo XIX, véa-
se Instituto Indigenista Interamericano (ed.), Legislación indigenista de México, México,
ediciones especiales, núm. 38, 1958.
20 Mac-Lean y Estenos, Roberto, La Revolución de 1910 y el problema agrario de
México, México, Cultura, 1959, p. 28.

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110 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

Para Ángel Caso, esta desamortización fue a la vez verdadera y falsa.


La falsa fue la desamortización eclesiástica: la Iglesia concentraba tierras
pero no las amortizaba, ya que no podía jurídicamente venderlas. Por el
contrario, la auténtica desamortización fue la del dominio civil, en parti-
cular de las tierras colectivas indígenas, ya que éstas eran jurídicamente
inalienables.21
El fenómeno de desamortización benefició al latifundismo laico, a las
haciendas, es decir, la concentración de la tierra en beneficio de “los nue-
vos ricos”: los políticos y sus aliados, las burguesías nacional y extran-
jera. Así, en 1910 el 1% de la población era la propietaria del 97% del
territorio nacional.22
834 familias eran propietarias de 8245 haciendas, las cuales poseían el
40% del territorio nacional, es decir 88 millones de hectáreas (32 millo-
nes eran de extranjeros):23

Norteamericanos 51.7%
Españoles 19.5%
Británicos 16.6%
Franceses 4.7%
Alemanes 3.7%
Otros 3.8%

El liberalismo “modernizador” privó a los indígenas de sus tierras co-


lectivas:

En 1910, 40% de las comunidades conservaban todavía sus tierras, claro,


las más ingratas, las más alejadas de las ciudades y carreteras. En cuanto
a los miembros de las comunidades destruidas, no se convirtieron en los

21 Derecho agrario, México, Porrúa, 1950, pp. 97-99. Es necesario recordar que era el
derecho canónico el que prohibía a la Iglesia vender sus bienes.
22 Mac-Lean, Roberto, op. cit., pp. 38 y 39.
23 Tannenbaum, Frank, “La revolución agraria mexicana”, Problemas agrícolas e in-
dustriales de México, vol. 4, núm. 2, México, 1952, p. 116, citado por Aguirre Beltrán,
Gonzalo, “Instituciones indígenas en el México actual”, Política indigenista de México.
Métodos y resultados, vol. 2, México, INI, 1981, p. 72.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 111

pequeños propietarios de las clase media rural deseada, sino en peones, o


vagabundos, para emplear la expresión de Germaine Tillion.24

John Kenneth Turner denunció en 1911 la existencia de la esclavitud


en México. Ésta se basó en lo que llamó el sistema de Díaz. Reconoció
que éste era el pilar principal de la esclavitud al lado de los intereses co-
merciales, sobre todo, los de su país:

Entre estos intereses comerciales no son los menores los norteamericanos,


quienes —me sonrojo de vergüenza al decirlo— son defensores tan agresi-
vos de la fortaleza porfiriana como el mejor. En realidad [...] los intereses
norteamericanos constituyen, sin duda, la fuerza determinante para que
continúe la esclavitud en México; de este modo la esclavitud mexicana re-
cae sobre nosostros, los norteamericanos con todo lo que ella significa. Es
cierto que Díaz es el culpable de los horrores de Yucatán y Valle Nacional;
pero también lo somos nosotros; somos culpables puesto que fuerzas del
Gobierno sobre el que se nos reconoce algún control, se emplean abierta-
mente, ante nuestra vista, para apoyar un régimen del que la esclavitud y el
peonaje forman parte integral.25

Después de denunciar igualmente el despojo de las tierras indígenas,


su deportación, esclavitud, y el hecho inconcebible que en México exista
la pobreza más extrema, resumió así los apoyos del gobierno de Díaz:

Por medio del cuidadoso reparto de los puestos públicos, de los contratos
y los privilegios especiales de diversa índole, Díaz ha conquistado a los
hombres y a los intereses más poderosos, los ha atraído dentro de su esfera
y los ha hecho formar parte de su sistema. Gradualmente, el país ha caído
en manos de sus funcionarios, de sus amigos y de los extranjeros. Y por
todo esto, el pueblo ha pagado, no sólo con sus tierras, sino con su carne y
su sangre; ha pagado con el peonaje y la esclavitud; ha perdido la libertad,
la democracia y la bendición del progreso.26

En la lógica estatal que crea su propia noción de pueblo, el Estado del


siglo XIX intentó definir a su pueblo. Para ello, el término indio fue sus-

24 Meyer, Jean, op. cit., p. 72.


25 México bárbaro, 3a. ed., México, Porrúa, 1992, p. 96.
26 Ibidem, p. 109.

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112 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

tituido por el término indígena, ya que el primero estaba basado en crite-


rios raciales y el segundo se basaba más bien en las jerarquías sociales:

En la época de la Independencia, los legisladores y los administradores


sustituyeron el término indio por el término indígena. Este cambio prueba
que habían tomado conciencia que la división de los grupos rurales se efec-
tuaba sobre una base social y ya no racial. Revela igualmente una volun-
tad de combatir el desprecio hacia los individuos calificados de indios. A
finales del siglo XIX, hubo tentativas basadas en los mismos motivos para
remplazar la palabra indígena por la expresión campesino pobre.27

Este proceso de instrumentalización étnica significó un cambio en los


criterios de clasificación. De hecho, este proceso había sido iniciado des-
de finales del periodo colonial:

Antes de la independencia, los criterios de clasificación étnica eran más


abiertos para el mestizo que deseara pasar por blanco, y para los indios
que desearen pasar por mestizos. El calificativo de indio se convirtió en el
campo, en una noción de orden social, más que racial. El indio era gene-
ralmente un miembro de una comunidad que funcionaba según las normas
hispano-indianas establecidas por las leyes de Indias. Se distinguía así de
sus vecinos españoles o mestizos que vivian a su lado, pero que no com-
partían su status.28

En resumen, la etnopolítica mexicana del periodo 1810-1910 fue de-


sarrollada en el marco estratégico, sobre todo, de las teorías liberales, las
cuales tenían como objetivo la unidad nacional y otorgaban implícita-
mente el status de nacionales a los indígenas. Este proceso de formación
nacional significó para los indígenas la pérdida de más de la mitad de sus
tierras y la pérdida del reconocimiento de sus sistemas jurídicos consue-
tudinarios. No perdieron, por tanto, la fuerza de autodefensa: constantes
rebeliones indígenas por la preservación de sus tierras se organizaron en
el México del siglo XIX.

27 Mörner, Magnus, Le métissage dans l'histoire de l'Amérique latine, París, Fayard,


1971, p. 124.
28 Idem.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 113

2. La preservación del fundamento cultural del derecho indígena:


la tierra

Las culturas indígenas del continente americano tienen respecto a la


naturaleza una relación de orden divino. Para éstas la naturaleza es sa-
grada:

La Tierra, para una conciencia religiosa primitiva, es un dato inmedia-


to; su extensión, su solidez, la variedad de su relieve y de la vegetación
que soporta constituyen una unidad cósmica, viva y activa. La primera
valorización religiosa de la tierra fue indistinta; es decir que no localizaba
lo sagrado en la capa telúrica propiamente dicha, sino que confundía en
una sola unidad todas las hierofanías que se habían realizado en el medio
cósmico que la rodeaba -tierra, piedras, árboles, aguas, sombras, etc. La
intuición primaria de la tierra como forma religiosa puede ser reducida a
la fórmula cosmos-receptáculo de las fuerzas sagradas difusas. Si en las
valorizaciones religiosas, mágicas o míticas de las Aguas, se encuentran
implicadas las ideas de gérmenes, de latencias, de regeneración, la intui-
ción primordial de la Tierra nos la muestra como fundamento de todas las
manifestaciones. Todo lo que está sobre la tierra es un conjunto, y consti-
tuye una gran unidad.29

El derecho consuetudinario considera a la tierra como un ecosistema


donde la fauna, la flora y lo humano del otro son orgánicamente solida-
rios:

Hay entre la tierra y las formas orgánicas por ella engendradas un lazo má-
gico de simpatía. Todas juntas constituyen un sistema. Los hilos invisibles
que enlazan a la vegetación, el reino animal y los hombres de una cierta re-
gión, al suelo que los ha producido, soporta y alimenta, fueron tejidos por
la vida que palpita tanto en la Madre como en sus criaturas. La solidaridad
que existe entre lo telúrico de un lado, lo vegetal, lo animal, lo humano del
otro, se debe a la vida que es la misma en todas partes. Su unidad es de
orden biológico. Y cuando alguno de los modos de esta vida es manchado
o esterilizado por un crimen contra la vida, todos los otros modos son afec-
tados, en virtud de su solidaridad orgánica.30

29 Eliade, Mircea, Traité d'histoire des religions, París, Payot, 1949, pp. 210 y 211.
30 Idem.

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114 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

El derecho consuetudinario es, pues, un derecho cosmológico por el


cual la naturaleza no corresponde a nuestra concepción “moderna”. Para
el hombre de la costumbre “ningún ser ni ninguna acción significativa no
adquieren su eficacia (... sino) en la medida en que la cosa tiene un proto-
tipo celeste y donde la acción repite un gesto cosmológico primordial”. 31
El hombre del Estado desacralizó la naturaleza en complicidad con la
Iglesia. Para un cristiano lo divino no se encuentra en la Tierra, sino en el
cielo. Y según los científicos, el hombre es dueño de la naturaleza ya que
ésta puede ser explicada y modificada.
Para los indígenas de América, la tierra es sagrada y, en consecuencia,
razón de ser de su vida comunitaria. Para los indígenas de Europa, la tie-
rra es, por el contrario, una mercancía, un medio para asegurar su vida
individualista. Estas dos visiones del mundo coexisten desde hace cinco
siglos.
Después de la victoria militar de los españoles, la colonización no pre-
tendió la exterminación de las etnias indias. Ella no fue genocida, im-
puso, como lo hubiera hecho cualquier vencedor, su estructura de domi-
nación. Esto significó que las etnias dominadas debieron adaptarse a las
nuevas circunstancias. Este proceso de adaptación, o de sobrevivencia
cultural, fue desarrollado asimilando las prácticas cristianas y la organi-
zación social basada en los textos escritos. En este sentido, la coloniza-
ción española, como toda estructura de dominación, fue etnocida. Ello
porque no respetó en realidad la tierra originaria, ni la lengua, religión y
derecho consuetudinario autóctonos, es decir, las concepciones y prácti-
cas que daban sentido a la posesión de su territorio, el uso de la lengua y
hábitos socioreligiosos.
Durante el primer siglo de vida independiente (1810-1910), dominado
por el pensamiento liberal, México fue más etnocida: “El liberalismo, a
través de su brutal método, pudo destruir —durante los cien años, desde
el inicio de la independencia hasta el fin del porfiriato— un número ma-
yor de comunidades que las que la conquista y la dominación extranjera
destruyó en tres siglos de permanencia”.32 La concentración del territo-
rio: 97% del país en el 1% de la población no-india lo demuestra.
En 1910, el movimiento revolucionario desencadena un proceso de res-
titución de tierras a las poblaciones indígenas. El artículo 27 de la Consti-

31 Ibidem, p. 236.
32 Aguirre Beltrán, Gonzalo, “Instituciones indígenas...”, cit., p. 57.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 115

tución de 1917 estableció el marco de esta reforma agraria, reconociendo


tres tipos de propiedad:

a) La propiedad originaria, que corresponde a la Nación.


b) La propiedad privada, sobre la que la Nación tiene derecho a modi-
ficar por causas de interés público.
c) La propiedad colectiva, reconocida a los “nuevos centros de pobla-
ción agrícola” o ejidos.

Estos tres tipos de propiedad han coexistido desde la época precorte-


siana. En ésta, la propiedad originaria la detentaban los reyes; la propie-
dad privada los nobles, el clero y los guerreros, y la propiedad colectiva
el pueblo. En la época colonial, la propiedad originaria pertenecía a los
reyes de Castilla; la propiedad privada a los guerreros, clero, nobleza y
burguesía de origen peninsular, y la propiedad colectiva a los pueblos
indios.
Durante los periodos precortesiano, colonial y republicano, los pue-
blos, las masas, vivieron, pues, bajo un modelo de propiedad colectiva.

A. El periodo precortesiano

Las etnias de los reinos de la triple alianza estaban organizadas bajo la


forma de calpulli. Éste se originó cuando las etnias establecieron su re-
sidencia de manera separada en pequeños grupos consanguíneos, bajo la
autoridad del más viejo (el tepochtlato), apropiándose de las tierras nece-
sarias para su subsistencia. El calpulli fue uno de los barrios que dividía
la ciudad o pueblo.33
La tierras necesarias para la subsistencia de las familias eran: el alte-
petlalli, donde todos trabajaban para satisfacer las necesidades del pue-
blo entero, y el calpulalli donde cada familia trabajaba para satisfacer
sus necesidades propias. Cada jefe de familia tenía el derecho de recibir
una parcela en usufructo, ya que el único propietario era el calpulli. El
jefe de familia tenía la obligación de cultivarla durante dos años, bajo
pena de confiscación. Así, el cultivo de la tierra era el único título justi-
ficativo de su posesión.

33 Mac-Lean, Roberto, op. cit., p. 9. Para el desarrollo de esta parte seguiremos esta
obra.

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116 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

B. El periodo colonial

Los indios, en esta época, fueron reorganizados. La experiencia de la


colonización de las Antillas había ya propuesto organizarlos en reduccio-
nes o pueblos. Esta iniciativa tuvo por finalidad controlar a las poblacio-
nes indias, con lo cual se pretendía favorecer la actividad evangelizadora
y permitir la explotación de la mano de obra.
En Mesoamérica, la mayor parte de las poblaciones estaban ya organi-
zadas. Las “reducciones” o “pueblos” fueron sobrepuestos a los calpulli.
Así, los pueblos coloniales estaban integrados de la manera siguiente: el
fundo legal que correspondía a la zona de urbanización o al calpulli-ba-
rrio. Después, las tierras de cultivo, propiamente dicho: las tierras de dis-
tribución que corresponden a cada familia (ver, el calpulalli). Luego las
tierras propias donde todos trabajaban para cubrir los gastos públicos y,
por último, las tierras del exido que era de utilización y beneficio común.
El exido colonial por Cédula Real del 1o. de diciembre de 1533 se ex-
tendía a una legua de los alrededores de los pueblos y fue destinado a la
ganadería.34 Dos años después la Corona española hacía a los indios, por
“mercedes reales”, sujetos de apropiación de tierras (Cédula Real del 27
de octubre de 1535).35 Sin embargo este tipo de disposiciones no fueron
aplicadas eficazmente, ya que no hubo quién las aplicara ni quién exigie-
ra su cumplimiento: origen de una injusticia histórica.36
Existieron, pues, dos tipo de indios, los “libres” que vivían en los pue-
blos, y los “peones” o “siervos” que vivían en las encomiendas o hacien-
das. Dicho de otra manera, había el indio esclavo que trabajaba para los
colonos y el indio que, en cualquier momento, podía estar a disposición
de los colonos —incluyendo el clero cristiano—. Por ello, la coloniza-
ción española no fue genocida, pero sí fue etnocida: el despojo de tierras
y la esclavitud en las haciendas separaron al indio de su vida cultural
comunitaria.

34 Mendieta y Núñez, Lucio, Política agraria, México, 1957, citado por Mac-Lean,
Roberto, op. cit., pp. 17 y 18.
35 Ibidem, p. 11.
36 Idem.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 117

C. El periodo republicano

El primer siglo de vida republicana fue netamente etnocida. La propie-


dad colectiva de los pueblos indios fue combatida de dos maneras:

1) Buscando dividir la propiedad colectiva (las tierras propias y el exi-


do) entre los jefes de familia (Cortes de Cádiz, 1812).37
2) Buscando no solamente la privatización de las tierras del grupo,
sino también de las tierras familiares (las tierras del fundo legal y
las tierras de distribución).

En 1847, la inestabilidad política interior favoreció la invasión de los


Estados Unidos de América. Para México, el precio del fracaso y de la in-
capacidad negociadora fue la pérdida de más de la mitad de su territorio:

Como desde septiembre (de 1847) se había accedido a la cesión de Nue-


vo México y Alta California, las discusiones versaron sobre fronteras e
indemnización. Los mexicanos lograron evitar la cesión de Sonora, Chi-
huahua y Baja California, pero tuvieron que aceptar el Bravo como fron-
tera. Los mexicanos cedían más de la mitad de su territorio (dos millones
cuatrocientos mil kilómetros cuadrados de superficie), a cambio de una
indemnización de 15 millones de pesos.38

Hay que recordar que desde 1836 Texas había dejado de pertenecer al
territorio mexicano y La Mesilla a partir de 1853.39 Las etnias indígenas
de los territorios comprados sufrieron la dominación de un nuevo con-
quistador, el cual las sometió también a la esclavitud y casi los exterminó.
La Constitución de 1857 prohibió, por su parte, a las corporaciones
religiosas y civiles (incluyendo a los pueblos indígenas), la capacidad
de adquirir bienes inmuebles, salvo los destinados a su servicio (artículo
27). Con ello, las tierras de las comunidades indígenas pasaron a formar
parte de los bienes en venta.40

37 Idem.
38 Zoraida Vázquez, Josefina, “Los primeros tropiezos”, Historia general de México,
vol. 2, 3a. ed., México, El Colegio de México, 1981, p. 818.
39 Ibidem, p. 808; Díaz, Lilia, “El liberalismo militante”, Historia general de México,
vol. 2, 3a. ed., México, El Colegio de México, 1981, p. 828.
40 Mac-Lean, Roberto, op. cit., p. 28.

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118 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

De 1861 a 1867 México vivió bajo la dominación del imperio fran-


cés. Éste nombró a Maximiliano de Habsburgo para gobernar al “imperio
mexicano”. Maximiliano expidió dos leyes para la restitución y respeto
a la propiedad colectiva (leyes del 26 de junio y del 16 de septiembre de
1866). Estas leyes fueron muy tardías: la dominación buscaba más bien
preservar la paix impériale. Al año siguiente de la publicación de dichas
leyes, el emperador fue fusilado por las fuerzas liberales (el 19 de junio
de 1867), el cual exclamó frente al pelotón: “Voy a morir por una causa
justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle
las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”.41
Durante casi todo el siglo XIX, los indígenas se rebelaron contra la
pérdida de sus tierras. Las principales mobilizaciones para la reivindica-
ción territorial fueron las siguientes:42

—— 1847: guerra de castas en Yucatán y en Sierra Gorda, Querétaro.


—— 1849: levantamiento en el istmo de Tehuantepec.
—— 1850-1853: enfrentamientos en Guerrero.
—— 1853: levantamiento en Tlaxcala.
—— 1855-1856: levantamiento en Zacapoaxtla y Sierra de Puebla.
—— 1854-1902: levantamiento y Unión de Pueblos en la Sierra de Nayarit.
—— 1869: levantamientos en Michoacán, Querétaro, Veracruz, Puebla,
Oaxaca, Hidalgo, Chiapas.
—— 1870: levantamiento en Juchitán, Oaxaca.
—— 1873-1895: levantamientos en la Sierra de Nayarit.
—— 1875-1926: levantamientos en Sonora y Chihuahua.
—— 1877: rebeliones agrarias en Querétaro, Hidalgo, Guanajuato, Mi-
choacán, Guerrero, Oaxaca y el Distrito Federal.
—— 1878-1881: levantamiento en la Huaxteca.
—— 1882: guerra en Juchitán, Oaxaca.
—— 1884: levantamiento en Papantla, Veracruz.
—— 1885: guerra Yaqui, en Sonora.
—— 1891: levantamiento en Papantla, Veracruz.
—— 1893: levantamiento en Chihuahua.
—— 1894: levantamiento en Tenosachic.
—— 1896: levantamiento en Papantla y Soteapan, Veracruz.

41 Díaz, Lilia, op. cit., p. 895.


42 Véase Meyer, Jean, op. cit., pp. 76-85.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 119

—— 1900: levantamiento en Acaponeta y Compostela, Nayarit.


—— 1901: levantamiento en Papantla, Veracruz. Y campaña final contra
los cruzoobs de Yucatán.

Para las etnias de origen precortesiano y colonial (mestizas y africa-


nas), el periodo 1810-1910 representó la pérdida del 60% de sus tierras.
Ellas preservaron en consecuencia un 40% que, en realidad, correspondió
al 1.4% del territorio total. Así, estos pueblos, vestidos con el traje de la
ciudadanía (regalo de la doctrina liberal), no tuvieron sino una sola op-
ción para sobrevivir: el trabajo en las haciendas. Con ello, el individuo,
en ejercicio de su “libertad” contractual, podía formar parte de las filas
trabajadoras de los hacendados bajo estas formas:

1) Para el trabajo en las tierras más fértiles, el patrón establecía un


contrato de encasillamiento. El encasillado recibía un salario y lo
necesario para la subsistencia de su familia. Pero debido a los bajos
salarios, vivía endeudado de por vida. Y como las deudas eran here-
ditarias, las familias fueron víctimas de la esclavitud por deudas.
2) Para el trabajo en las tierras pobres o simplemente en las tierras que
el patrón no cultivaba, éste las “negociaba” de la manera siguiente:

—— Contrato de arrendamiento: el arrendatario pagaba en especie o con


un parte de la cosecha.
—— Contrato de aparcería: el aparcero tenía el derecho de recibir las se-
millas y los instrumentos de cultivo con la obligación de compartir
la cosecha con el patrón.
—— Contrato de baldío: el baldillo trabajaba algunos días en la hacienda,
con el derecho de sembrar en las montañas.43

A principios del siglo XX, sobre todo a partir de la Constitución de


1917, esta tendencia etnocida del Estado fue detenida (al menos formal-
mente), es decir, el despojo del fundamento cultural de las etnias: la tie-
rra. Las poblaciones tuvieron el derecho a la restitución, la dotación, la
extensión o la confirmación de tierras. El texto constitucional no men-
cionaba al exido o ejido, ni utiliza el término “indios” o “indígenas”. La

43 Mac-Lean, Roberto, op. cit., p. 39; véase también Kenneth Turner, John, México
bárbaro, 3a. ed., México, Porrúa, 1992.

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120 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

Constitución creó los “Centros de población agrícola” (artículo 27). Pa-


rece que la prudencia legislativa aconsejó no mencionar al ejido (institu-
ción de origen colonial que identificaba a las etnias de origen precortesia-
no), ya que existía un fuerte tendencia al mestizaje. La reforma agraria se
convirtió, así, en una de las principales banderas de legitimación política
de los gobiernos posrevolucionarios.
Los centros de población agrícola estaban integrados de la siguiente
manera:

—— Las tierras de urbanización (que recuerda al calpulli precortesiano


y al Fundo legal colonial).
—— Las tierras de cultivo (que recuerda al calpulalli precortesiano y a
las tierras de distribución de la Colonia).
—— La tierra escolar (la función educativa estuvo en manos del clero
indio en la época precortesiana y del clero cristiano durante la colo-
nización española).
—— Las tierras correspondientes a las necesidades de la población (que
recuerda el altepletalli precortesiano y las tierras propias y el exido
coloniales).44

De manera paralela a los ejidos, como realmente se conocieron, hubo


otro tipo de tierras de las comunidades indígenas: las tierras comunales.
Éstas representaron el 1.4% de tierras que pudieron preservar durante el
periodo liberal. El periodo posrevolucionario (a partir de 1917) debió
“confirmar” estas tierras, pero siempre bajo el régimen ejidal.
Para la puesta en marcha de esta reforma agraria, se publicó la Ley
de Ejidos (28 de diciembre de 1920), se creó el procurador de pueblos
(22 de noviembre de 1921), y se promulgó la Ley sobre Distribución de
Tierras y Constitución del Patrimonio Parcelario Ejidal (19 de diciembre
de 1925). De esta manera, la concentración de la propiedad rural que era
de 95.3% en 1930, bajó en 1940 a 68.9%.
Los procedimientos de creación de este patrimonio ejidal fueron apli-
cadas de la manera siguiente: por dotación 79%, por extensión 15%,

44 Para una visión global de las diferencias y semejanzas de las tierras indígenas du-
rante los tres periodos.

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EL ESTADO LIBERAL Y EL DERECHO EN TRÁNSITO 121

por restitución 6%, y 478 pueblos recibieron la confirmación de sus tie-


rras.45
En 1952, los gobiernos habían distribuido 41 842 140 hectáreas, bene-
ficiando a 1 907 515 jefes de familia. Las tierras distribuidas pertenecían,
en su mayoría, al patrimonio ejidal. El censo ejidal de 1950 constataba la
existencia de 17 559 ejidos con 38 976 503 hectáreas. Sin embargo, 5734
no fueron productivos, ya que la mayor parte tuvieron de una a cuatro
hectáreas por ejidatario (4860), otros no tuvieron tierras de cultivo (175),
y finalmente 709 no tuvieron sino una hectárea por ejidatario. 46
Es innegable que varias etnias indígenas recuperaron sus tierras. Ellas
tuvieron la certidumbre de tener un título de defensa de sus territorios, o
la posibilidad de obtenerlo solicitándolo legalmente. El artículo 27 cons-
titucional vigente establece en su fracción VII que “La ley protegerá la
integridad de las tierras de los grupos indígenas”. Establece también el
derecho del ejidatario a vender su parcela y la ley reglamentaria (Ley
Agraria, Diario Oficial del 26 de febrero de 1992) otorga la facultad a la
asamblea de ejidatarios para concluir el régimen colectivo (artículo 11).
Resulta contradictoria la declaración de proteger la integridad territorial
de los pueblos indígenas (en su mayoría tierras ejidales), y la facultad de
vender (entiéndase, desintegrar) los ejidos. En los Compromisos por la
Paz el Ejército Zapatista de Liberación Nacional señala al respecto:

El artículo 27 de la Carta Magna debe respetar el espíritu original de Emi-


liano Zapata: la tierra es para los indígenas y campesinos que la trabajan.
No para los latifundistas. Queremos que las grandes cantidades de tierras
que están en manos de finqueros y terratenientes nacionales y extranjeros
y de otras personas que ocupan muchas tierras pero no son campesinos,
pasen a manos de nuestros pueblos que carecen totalmente de tierras, así
como está establecido en nuestra ley agraria revolucionaria. La dotación de
tierras debe incluir maquinaria agrícola, fertilizantes, insecticidas, crédi-
tos, asesoría técnica, semillas mejoradas, ganado, precios justos a los pro-
ductos del campo como el café, maíz y frijol. La tierra que se reparta debe
ser de buena calidad y debe contar con carreteras, transporte y sistemas de
riego. Los campesinos que ya tienen tierras también tienen derecho a todos
los apoyos que se mencionan arriba para facilitar el trabajo en el campo y
mejorar la producción. Que se formen nuevos ejidos y comunidades. La

45 Aguirre Beltrán, Gonzalo, “Instituciones indígenas...”, cit., pp. 86 y 95.


46 Mac-Lean, Roberto, op. cit., pp. 71 y 72.

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122 EL ESTADO, LOS INDÍGENAS Y EL DERECHO

reforma salinista al 27 constitucional debe ser anulada y el derecho a la


tierra debe volver a nuestra Carta Magna.47

En el momento que inició la reforma agraria, intentar establecer las di-


ferencias entre los beneficiarios indígenas y los no-indígenas, representó
una tarea espinosa, debido a la creciente tendencia del mestizaje no sólo
biológico, sino social. Para Gonzalo Aguirre Beltrán, por ejemplo, la re-
forma agraria no benefició a los indios:

La Revolución estableció la mayor parte de sus proyectos de mejoramiento


pensando en el indio. Al momento de modelar la institución ejidal creyó
atacar a fondo la resolución del problema de asimilación de la población
aborigen; ella hizo, en realidad [...] la asimilación de la población mestin-
diana. El indio, es decir, el individuo que vive y se sentía pertenecer a una
comunidad indígena, tuvo pocas ventajas de la Reforma Agraria.48

La reforma agraria no tuvo jamás, ciertamente, por objetivo “la asi-


milación de la población aborigen”. Ella buscó simplemente dar la tierra
a aquellos que la necesitaban, sin distinción de origen. Gonzalo Aguirre
Beltrán anuncia, en todo caso, la política que el Estado seguirá respecto
de las etnias indígenas. Esta política recibió el nombre de indigenismo.
Éste intento, primero, asimilar a las etnias indígenas en la cultura, es de-
cir, la nacional (integración cultural). Y después, asimilar los derechos
consuetudinarios en el derecho, es decir, el estatal (integración jurídica).
Las culturas indígenas, por su parte, se organizaron para preservar sus
derechos consuetudinarios y el reconocimiento de su autonomía étnica.

47 Perfil de La Jornada, (suplemento de La Jornada), 3 de marzo de 1994.


48 “Instituciones indígenas...”, op. cit., p. 94.

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