Fidel, Martí y Vargas Vila
Fidel, Martí y Vargas Vila
Fidel, Martí y Vargas Vila
Juan Villoro
Fidel, Martí
y Vargas Vila
Imagen elaborada a partir de trabajo derivativo de © John Manuel - JMK (Martí) y
José María de la Concepción Apolinar Vargas Vila Bonilla (Bogotá, el 23 de julio de 1860)
fue un hombre de ideología radical, corriente que promovía el libre mercado y el
liberalismo, la educación laica, la libertad de prensa, de culto y de asociación. Muerto en
Barcelona, el 23 de mayo de 1933, dejó cerca de 90 textos y vivió rodeado de todo tipo de
escándalos, dado su carácter perturbador. Se le calificó de misógino, anticlerical,
antiimperialista, anarquista, revolucionario e incluso, para su tiempo, pornógrafo. Hubo
quien, también, afirmó que era homosexual, ejecutor de sesiones de satanismo, impotente y
hermafrodita; degenerando y lenguaraz.
Todo esos rumores, calificativos y conflictos que generó llevaron a Vargas Vila al exilio
permanente y Colombia no fue precisamente el lugar de más grata recordación; llegó a
sentir un gran rechazo por el país. En su diario, en marzo de 1918, escribió:
El editor de un diccionario Bigorrafico me pide datos bibliográficos míos para
incluirme en su libro, vacilo en dárselos; ¿por qué?
Por no decir el nombre del lugar en que nací. Esa confesión ha sido siempre
muy penosa. ¿Por qué el destino que me dio la más noble y la más santa de las
madres, me dio la más pequeña y la más ruin de las patrias?
El devenir de ese diario de Vargas Vila es toda una historia, nada sencilla y llena de
sorpresivos encuentros y aconteceres. Hallado en Cuba, en un viejo baúl, estaba
acompañado de las novelas La cosecha del sembrador, El Maestro y El Oasis; una
colección de revistas Némesis, poemas como La sonrisa del balneario, El trágico olivar,
Albas inquietas y una buena cantidad de cartas, entre ellas las que cruzó con José Martí, a
quien el escritor admiraba profundamente. Había conocido al político, ensayista y fundador
del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York, en 1892. Los presentó Eloy Alfaro,
líder político ecuatoriano, y de inmediato surgió entre ellos una especial amistad.
En una de estas cartas, Martí escribe a Vargas Vila:
Yo le amo a usted la palabra rebelde y americana, como hoja de acero con puño
hecho a cincel, con que cruza las espaldas sumisas o los labios mentirosos: yo le
amo la hermandad con que se liga usted, en este siglo de construcción y de pelea,
con los que compadecen y sirven al hombre, contra los que lo encapotan y
oprimen: yo le amo la perspicacia y ternura con que miró usted, en la fuente de
toda mi energía que es la piedad infatigable de mi corazón.
En consecuencia, Vargas Vila sentía una especial atracción por la patria de Martí, pero solo
en 1923, casi 30 años después la muerte del Apóstol, pudo llegar a la mágica, exótica y
riquísima Habana de principios de siglo; fue una corta estadía que al año siguiente repitió.
Entonces, recibió un homenaje en el Teatro Nacional, organizado por la Academia Nacional
de Artes y Letras y pudo rendir tributo a Martí, en el cementerio de Santiago de Cuba,
acompañado por Eduardo González Manet, secretario de Instrucción Pública de la época.
Sobre ese viaje, en el Diario anotó:
Y heme aquí, llegado de nuevo a las playas oro y azul de esta isla
maravillosa, donde la sombra doliente de José Martí parece extender sus
brazos para recibirme. Recobro el imperio de mí mismo. ¡Bendita sea!
De las cinco tumbas que Martí ha tenido en Cuba, esta fue la que Vargas Vila visitó ©CUBACUTE, 2024
Un nexo más con la isla, y también determinante, fue que el hijo adoptivo de Vargas Vila, el
poeta venezolano Ramón Palacio Viso, quien fuera su secretario privado y heredero
universal, estaba casado con una cubana. A la muerte de Vargas Vila, Palacio regresó a la
isla para vivir allí con su familia. Murió en 1953 y entonces su hija, en 1965, vendió el
viejo baúl a un joven cubano, Rafael Salazar, habitante de Guanabacoa. Allí estaba el Diario
que Vargas Vila comenzó a escribir en París, en marzo de 1899, a los 39 años, y suspendió
en 1932, un año antes de su muerte. Escrito de su puño y letra, aquellos papeles
condensaban la intimidad de su autor.
En la década de 1980, el olvidado y desconocido Diario cobró vida. Sobre lo ocurrido, hay
dos versiones:
Una es la de Rafael Salazar que cuenta en la publicación que lanzó del Diario (de 1899 a
1932) y la increíble historia de unas memorias codiciadas que estuvo prisionero y fue
torturado, en 1981, pues se le acusó de "ser un elemento negativo, un parásito que actúa
contra la política cultural de la Revolución al negarse a entregar a las autoridades el
manuscrito que posee de un escritor, amigo que fue del eximio apóstol José Martí". Dice
también que, en el calabozo, luego de sesiones de electrochoques a las que lo sometían,
optó por “donar” el manuscrito a cambio de obtener el permiso para salir de Cuba. Se
radicó en la Florida y el entonces director de Fragua Martiana, que fuera prisión de Martí,
anunció con gran despliegue en Prensa Latina que Salazar Pazos y familia habían "donado"
el Diario de Vargas Vila a la Revolución.
Se dice, no se sabe a ciencia cierta, que Salazar Pazos había contactado a un periodista
conocido, amigo de Gabo, para contarle lo del manuscrito y ver su posibilidad de
publicación, o donación a Colombia. Fue esa la vía por la que Fidel se enteró de la
existencia de aquel legado tan cercano a Martí.
La versión oficial indica que el Diario llegó al Museo la Fragua Martiana en 1984; lo llevó
un vecino de Guanabacoa que lo conservaba, quien, por intermedio de una alumna del
antiguo Seminario Martiano, lo entregó.
La escritora colombiana Consuelo Triviño Anzola se interesó de la manera particular por la
historia. Inició pesquisas con los funcionarios cubanos y no obtuvo respuesta. Insistente,
escribió a Fidel. Días después, subrepticiamente, recibió permiso para ver el diario. Los
documentos, le informaron, estaban confiscados para evitar la explotación comercial de los
mismos y para, en el momento adecuado, entregarlos al gobierno colombiano.
Triviño Anzola en 1989 publicó el Diario secreto de José María Vargas Vila, de cuya
selección de textos, introducción y notas se encargó. Fue la primera colombiana en tener
acceso a los misteriosos documentos.