Existe Dios 2
Existe Dios 2
Existe Dios 2
“Camino a través de un parque. Supongamos que, de repente, piso una piedra. Alguien me pregunta cómo llegó la
piedra allí. Yo podría quizá responder: por lo que sé, la piedra ha estado ahí desde siempre. Y no resultaría
demasiado fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que he encontrado un reloj sobre el
suelo y se me pide que explique cómo el reloj ha llegado allí. Difícilmente diría que, por lo que sé, el reloj pudo
haber estado ahí desde siempre. ¿Por qué esta misma respuesta no sirve para el reloj como sí servía para la
piedra? ¿Por qué no es tan admisible en el segundo caso como en el primero? Pues porque cuando
inspeccionamos el reloj percibimos (y no podíamos descubrirlo en la piedra) que sus diferentes partes tienen una
determinada forma y han sido puestas juntas con un propósito. Al observar este mecanismo, la inferencia es
inevitable: el reloj debió tener un hacedor. Debe haber existido, en algún momento y en algún lugar, uno o más
relojeros, quienes conformaron el reloj con el propósito del que hablábamos en nuestra respuesta, quienes
comprendieron su construcción y diseñaron su uso”
La metáfora del relojero de William Paley es una de las más utilizadas para ejemplificar en qué consiste, a grandes
rasgos, el argumento teleológico para la demostración de la existencia de Dios. Cuando en la primera parte
hablábamos del argumento cosmológico, podíamos definir ese argumento cosmológico como una fórmula lógica:
1) Todo lo que existe tiene una causa, 2) El universo existe, 3) Por lo tanto el universo tiene una causa. Una
formulación que, con algunas pocas modificaciones, ha pervivido durante siglos.
El argumento teleológico, en cambio, no tiene el formato de una fórmula lógica. Es más un principio general que
engloba muchísimas fórmulas y razonamientos diferentes. Pero, ¿cuál es ese principio general? Según el argumento
teleológico se pueden observar en el universo características que demostrarían la existencia de una inteligencia
creadora responsable de su diseño. ¿Qué características? Tradicionalmente se manejan dos: 1) que el universo
parezca albergar un propósito [el griego τέλος, o “télos”, significa “finalidad”, de ahí procede el término
“teleología”] y 2) que el universo resulte demasiado complejo y sus distintas partes estén demasiado bien acopladas
entre sí como para haber surgido del puro azar [entendiendo “azar” como ausencia de un diseño consciente]. Así
pues, la finalidad y la complejidad del universo, supuestamente inexplicables sin la existencia de una inteligencia
diseñadora, son los dos principales conceptos manejados por el argumento teleológico. Volviendo al ejemplo del
reloj: ¿podría un reloj haber surgido del azar? No. ¿Podemos afirmar que el reloj fue construido con un propósito
por un diseñador? Sí. Pero ¿podemos trasladar los atributos del reloj al propio universo? Esta es la gran cuestión,
discutible hoy en día, aunque durante muchos siglos se pensó que sí.
“Las consideraciones teleológicas no pueden llevar más allá de la creencia y la esperanza. No proporcionan
certeza” (Christian Lange)
Decíamos que esta teleología de la Creación empezó a perder vigencia con la aparición de los nuevos paradigmas
científicos. Al menos perdió vigencia en las corrientes filosóficas laicas, porque no la ha perdido en la filosofía
religiosa (evidentemente, renunciar al concepto de una Creación producto de una voluntad significaría renunciar a
la necesidad de la existencia de Dios… un lujo que la teología no puede permitirse sin autodestruirse como
disciplina). El argumento teleológico sigue, pues, de actualidad. Ocupa incluso un cierto espacio en los medios de
comunicación, sobre todo cuando es manejado desde las teologías mayoritarias, como por ejemplo las cristianas y
las musulmanas. El argumento teleológico está incluso más vivo que el cosmológico, ya que ha adquirido
considerable eco popular en algunas partes del mundo y de hecho ha suscitado polémicas mediáticas muy sonadas,
como las ocurridas en los Estados Unidos de América en torno al “creacionismo” y el “diseño inteligente”. Pero eso
no significa que el teleológico sea un argumento más simple que el cosmológico. No lo es. El argumento
teleológico puede relacionarse con prácticamente cualquier rama del saber que sirva para describir la realidad
natural. Su popularidad proviene precisamente de su (supuesto) ajuste a hechos científicos, mientras que el
argumento cosmológico tiene mucho más de ejercicio lógico-metafísico.
Eso sí, dominar todas las ramificaciones del argumento teleológico implicaría un conocimiento de casi todas las
disciplinas científicas que podamos imaginar, lo cual hace difícil —por no decir imposible— que un único
individuo pueda abarcarlo por completo, ya sea para defenderlo o para atacarlo. Quizá por ello, sólo se suele
abordar desde dos grandes disciplinas científicas: la física (en la antigüedad, la astronomía) y la biología.
Históricamente, el argumento teleológico ha descansado prácticamente siempre en estos dos pilares. Pero lo mejor,
como siempre, es comenzar desde el principio.
”Cuando él, sea cual fuera de los dioses, hubo puesto orden en aquella masa caótica y la hubo reducido a partes
cósmicas, empezó a moldear la Tierra como una gran esfera para que su forma fuera la misma por todos lados. Y
para que ninguna región careciera de formas propias de vida, las estrellas y las formas divinas ocuparon el
firmamento, el mar correspondió a los peces relucientes para que fuera su hogar, la tierra recibió a los animales y
el aire recibió a los pájaros” (Ovidio, “Metamorfosis”)
”En el comienzo estuvo el gran huevo cósmico. Dentro del huevo había el caos, y flotando en el caos estaba Pan
Gu, el embrión divino. Y Pan Gu rompió el huevo y salió, sosteniendo un martillo y un cincel con los cuales dio
forma al mundo” (Mitología china)
“Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra estaba vacía y en desorden, las tinieblas cubrían el abismo y
el espíritu de Dios volaba sobre las aguas. Y dijo Dios: hágase la luz, y la luz se hizo. Vio Dios que la luz era
buena, y la separó de las tinieblas. Llamó a la luz día, y a las tinieblas, noche” (Génesis bíblico)
Como vemos, la mayor parte de las mitologías sobre la Creación han considerado que el acto de la Creación
consistió en imponer orden en el caos, más que en hacer surgir “algo desde la nada”. Esas mitologías suelen ser,
pues, mitologías teleológicas más que estrictamente cosmológicas. Son mitos que suponen la existencia de
creadores porque observan que el universo está en orden, no porque creyeran que antes del universo presente
estaba la nada, como sostiene el argumento cosmológico más propio de pensadores eruditos. El orden es la clave.
Para cualquier civilización primitiva, una de las mayores fuentes de fascinación era la jerarquía sistemática que
parece imperar en muchos ámbitos de la naturaleza. Llamaba la atención, por ejemplo, el curso regular que siguen
casi todos los astros a través del firmamento. Por un lado el sol, que establece los ciclos del día y de la noche, así
como las estaciones y en general la mayor parte de los ciclos de la vida. Por otro lado la luna, que condiciona
muchos otros ciclos naturales bien conocidos desde tiempos remotos, como las mareas, y que se podía relacionar
íntimamente con procesos biológicos humanos tan importantes como la fertilidad y la menstruación. También las
estrellas y los planetas siguen un patrón de movimientos que, a primera vista, parece concienzudamente diseñado
por un planificador inteligente. De hecho, lo raro era ver cuerpos celestes que no siguieran la norma (meteoritos,
cometas) porque la práctica totalidad de la bóveda celeste se conduce según una cuidadísima coreografía. Hasta el
siglo XVII no existía una explicación satisfactoria para justificar el fenómeno de estos ciclos celestes, al menos no
una explicación que se ciñera exclusivamente a causas naturales. A muchos les resultaba imposible concebir que
detrás de ese orden celestial no hubiese un poder sobrenatural, un ordenador o artífice de naturaleza divina. Incluso
quienes se resistían a aceptar la idea de la existencia de un creador —ateos siempre los hubo, en todas las épocas, si
bien no en abundancia— lo tenían bastante difícil para justificar por qué los astros siguen unos cursos tan regulares
en el firmamento sin recurrir a una causa sobrenatural. Es más, cuanto más profundizaba un estudioso en el mundo
de la astronomía, más intrincado y delicado le parecía el baile cósmico y más necesaria, por tanto, se le antojaba la
necesidad de un Dios inteligente que lo hubiese programado todo. Esta fue probablemente la más temprana idea que
podríamos englobar en el argumento teleológico: el orden de los cielos demuestra que una inteligencia ha
establecido los patrones que rigen los movimientos de los astros. Posteriormente, se descubrieron otro tipo de
patrones en la naturaleza —como el número áureo o “proporción divina”, una supuesta “firma” de Dios en la
creación— pero fueron principalmente los cielos el «reloj» que indicaba la presencia de un relojero.
Así pues, desde tiempos muy remotos —probablemente desde los inicios de la humanidad— tenemos establecidas
las dos principales áreas en que se desarrollará el argumento teleológico: el orden astronómico y el orden biológico.
Ambos, además, íntimamente relacionados entre sí: el orden de los cielos es necesario para mantener el orden en el
reino de la vida. Así pues, la deducción lógica de que el universo tenía el propósito de preservar un orden donde
pudiese surgir y mantenerse la vida, resultaba difícilmente discutible. Considerando que el hombre parecía ser,
además, la forma más elevada de vida natural, se podía considerar el centro de la Creación. Se podía afirmar que la
finalidad última del universo era, efectivamente, que los hombres y mujeres lo habitasen.
Situándonos en la piel de un ciudadano medio de cualquiera de aquellas épocas anteriores a la revolución científica,
no nos debe extrañar que considerasen este orden natural como una justificación más que suficiente para dar por
probada la existencia de Dios. No disponían de más información, así que el sentido común dictaba esta conclusión y
muchos de los individuos más inteligentes de diferentes épocas fueron religiosos, sin cuestionarse en lo más
mínimo la validez de su creencia en lo sobrenatural. Lograron defender su respectiva fe con argumentos que, en su
momento, resultaban prácticamente inatacables. Por ejemplo, ¿cómo era posible que los astros girasen unos en
torno a otros en armonía si no era con la intervención divina? Imaginemos que alguien lanza un puñado de guijarros
al aire, ¿qué sucederá? Pues que estos guijarros vuelven a caer desordenadamente al suelo, no se quedan orbitando
unos en torno a otros armónicamente. Sin embargo, lo astros no caían; la Luna no se precipitaba sobre la Tierra sino
que seguía una órbita inexplicable por causas naturales. Parecía necesitarse la intervención de una inteligencia que
garantizase la existencia de esas órbitas regulares y «antinaturales». De lo contrario, los astros se comportarían
como guijarros, caerían todos y el universo quedaría sumido nuevamente en el caos.
Sería curiosamente uno de aquellos hombres profundamente religiosos quien puso la primera carga de dinamita en
los cimientos del argumento teleológico. Isaac Newton fue, para muchos, el mayor científico de la historia. Y lo
fue porque aportó una explicación natural a lo que entonces parecía inexplicable: el perfecto orden de los astros.
Una explicación que después se haría extensiva a otros muchos fenómenos, permitiendo desarrollar otras muchas
explicaciones subsiguientes. Newton proporcionó la llave para abrir muchas puertas en la ciencia. Puertas que,
hasta entonces, habían permanecido cerradas.
Antes de Newton, la mayor discusión en torno al movimiento de los astros radicaba en si la Tierra era el centro del
universo (geocentrismo) o si el sol era el centro (heliocentrismo). El heliocentrismo no era, ni mucho menos, una
idea nueva cuando le causó tantos problemas a Galileo Galilei. Hubo pensadores heliocentristas al menos desde la
Grecia clásica —Aristarco de Samos— y la idea había circulado entre grandes nombres de la astronomía antes de
Galileo, desde Nicolás Copérnico a Tycho Brahe, pasando por Giordano Bruno. Sin embargo, el concepto de que
la Tierra no fuese el centro del universo tenía serias implicaciones religiosas (y teleológicas), porque abría ciertos
interrogantes acerca de la finalidad última de dicho universo. Si el universo había sido creado para el hombre, ¿no
debería la Tierra estar en el centro? Aun así, el heliocentrismo —pese a los reparos de la Iglesia— podía poner en
solfa algunos dogmas religiosos pero, en esencia, no ponía en duda la existencia de Dios. La teoría heliocéntrica
despertó cierta polémica pero no fue un factor determinante en la erosión del argumento teleológico. En realidad,
Dios podría haber creado un universo en el que el Sol fuese el centro; cambiaba el orden de las órbitas, pero lo
importante es que ese orden seguía estando allí y resultaba imposible explicarlo sin Dios. El universo seguía
mostrando características que mostraban que había sido diseñado. El debate en torno al heliocentrismo se zanjaba
sin consecuencias teleológicas a largo plazo.
Sin embargo, pese a su interpretación religiosa de dicha gravitación, su explicación natural de por qué los astros se
mueven ordenadamente cuestionaba la necesidad de que existiera un creador que confiriese orden a la naturaleza.
Gracias a Newton supimos que la naturaleza puede ordenarse a sí misma sin intervención exterior, al menos en un
gran número de ámbitos. La idea de la gravitación universal abrió la puerta a muchos otras teorías que englobasen
toda la naturaleza dentro de principios universales. Principios que permitiesen explicar fenómenos de lo más dispar,
siempre recurriendo a causas naturales. Nacía un nuevo concepto de ciencia y gracias a Newton las leyes divinas
ya no eran las únicas candidatas a proporcionar una explicación del universo. De hecho, las leyes divinas
empezaban a perder rápidamente terreno frente a las leyes naturales como hipótesis favorita de los pensadores.
“Puedo decir que la imposibilidad de concebir que este gran y maravilloso universo, así como nuestras propias
consciencias, hayan surgido a través del azar, me parece el principal argumento en favor de la existencia de Dios.
Pero si este argumento tiene realmente algún valor… eso nunca he sido capaz de decidirlo” (Charles Darwin)
A mediados del siglo XIX quedaban órdenes naturales a los que la gravitación de Newton —y sus derivados—
todavía no podían dar una respuesta. Sobre todo el orden biológico, extraordinariamente rico, complejo, intrincado
y basado en equilibrios tan sutiles que para la mayor parte de la gente no existía otra explicación posible que la del
diseño divino. El creacionismo, la idea de que la vida existía tal y como había sido concebida por Dios en el
momento de la Creación, con muy pocas modificaciones posteriores (y de origen artificial casi todas ellas) era
todavía el pensamiento imperante. No es que por entonces no existiera ya una corriente de ateísmo y/o agnosticismo
filosófico propiciada por los nuevos avances científicos, o que no existiesen ya hipótesis que barajaban el que la
vida fuese producto de procesos exclusivamente naturales. Simplemente no había una respuesta satisfactoria para la
pregunta “si Dios no creó la diversidad de la vida, ¿cómo llegó la vida a ser tan diversa por sí misma?”
Lo cierto es que desde tiempo atrás hubo pensadores que intentaban describir la vida como algo más que el
producto de un mero milagro, tanto en el momento de la «generación espontánea» del primer ser vivo, como en el
momento de la concepción de nuevos individuos de una especie. Ya en el siglo XVII, William Harvey acuñó el
término “epigénesis” para defender que el feto no crecía como la mera expansión de un organismo diminuto ya
totalmente conformado (que estaría presente en el esperma según algunos y el en óvulo según otros), sino que se
desarrollaba a partir de materiales orgánicos básicos, los cuales —en sí mismos— no constituían un organismo
vivo. Es decir, la epigénesis sostenía que el feto era algo que aparecía y evolucionaba, que atravesaba una serie de
etapas y se iba haciendo más complejo en el seno materno hasta convertirse en un individuo completo de su
especie. Por paralelismo entre la evolución del feto y la de toda una especie, podía sospecharse atrevidamente que
el feto reproducía en su crecimiento una serie de etapas ya cubiertas por su especie a lo largo de dicha evolución.
Un proceso natural del que el hombre no sería ajeno, desde que Carl Linneo incluyó a la especie humana dentro de
su clasificación del reino animal: esto sugería la posibilidad de que el ser humano no hubiera sido creado en su
forma presente por Dios. Otros eminentes naturalistas, como Buffon, se preguntaron sobre las características de esa
materia orgánica básica de la que, según él, surgía un feto y que conformaba la vida en general. Pensó que dicha
materia podría componerse de partes independientes o “moléculas”. En resumen, parecía defender la idea de que, al
menos a nivel fetal, la vida evoluciona y cambia de forma. Por otro lado, como producto de las excavaciones
paleontológicas, observó que los fósiles constituían “familias” y que las sucesivas capas geológicas mostraban
distintas formas de vida que no fueron siempre las mismas en diferentes épocas pasadas. Es decir: las especies
habían evolucionado. Pero Buffon, todavía con una visión de la vieja escuela y quizá también influido por un
entorno hostil a la idea, no fue capaz de asumir la certeza que unas especies pudieran surgir a partir de otras.
Terminó rechazando el concepto de evolución de las especies y adujo motivos de peso como, por ejemplo, la
infertilidad de los híbridos.
Pero era cuestión de tiempo que alguien se atreviese a formular una teoría de la evolución de las especies en toda
regla. Desde una perspectiva meramente funcional, Jean-Baptiste Lamarck propuso una hipótesis en la que cada
especie evolucionaba gracias a la capacidad de sus individuos para sufrir mutaciones que les permitían adaptarse al
ambiente, y gracias también a que esas mutaciones funcionales podían ser heredadas por su descendencia. Aquel
era un primer paso hacia una explicación satisfactoria de la diversidad de la vida, en una disciplina que el propio
Lamarck bautizó como “biología”. Aunque su aportación fue mayoritariamente ignorada y hoy sabemos que se
basaba en mecanismos erróneos (su famoso principio de «la función crea el órgano» estaba equivocado), lo cierto
es que tuvo una importancia capital. Sentó las bases que se necesitaban para una nueva y más certera teoría de la
evolución.
Fue Charles Darwin quien dio finalmente en el clavo. Dedujo que la adaptación de los organismos al entorno no se
producía a causa de mutaciones ad hoc como había pensado Lamarck, sino mediante un proceso de selección en
que aquellos individuos con mutaciones más ventajosas , sobrevivían con mayor facilidad (fuera cual fuese el
mecanismo que producía las mutaciones, mecanismoque Darwin no describió, pero que sí empezaron a describir
autores como Mendel). Ese proceso de “selección natural” explicó por primera vez de manera convincente cómo
podía haber llegado la vida a resultar tan diversa, sin la mediación directa de un creador o diseñador. De hecho,
Darwin, que había recibido educación religiosa, terminó dudando de su fe, y admitió que el evolucionismo tenía
buena parte de culpa. La vida ya no era un milagro divino y la existencia del hombre ya no representaba el efecto de
un acto amoroso de Dios, sino el resultado de un largo proceso de selección natural. La existencia de un creador se
le antojaba, pues, innecesaria. Pese a la polémica que su teoría despertó en su momento entre sectores
conservadores —por la esencia herética de la misma y por el detalle de emparentar al hombre con los simios—, la
selección natural de Darwin terminó ajustándose a la evidencia proporcionada por muchas otras disciplinas
científicas, desde la geología y paleontología hasta la genética. Así como Newton había explicado el orden de los
cielos, Darwin explicó el orden de la vida.
Abiogénesis
“Uno ha de contemplar la magnitud de esta tarea para conceder que la generación espontánea de un organismo
vivo es imposible. Y sin embargo estamos aquí, creo yo, como resultado de la generación espontánea. Ayudaría el
detenernos un momento a preguntar a qué se refiere uno cuando dice que algo es imposible” (George Wald)
El propio Darwin resumía en este párrafo dos de las principales características de su teoría: una, que es una teoría
altamente contra-intuitiva y que resulta difícil entenderla empleando solamente el sentido común. Y dos, que su
teoría sólo explica cómo las especies pudieron evolucionar desde antepasados extraordinariamente simples, pero
que no explica de dónde vinieron esos antepasados, de dónde y cómo surgió la vida misma. La aparición de seres
vivos a partir de materia inerte (o “abiogénesis”) es una de las grandes preguntas que la ciencia aún no ha
respondido. Sabemos que la materia orgánica básica —los ladrillos para construir la vida— surge con facilidad en
el universo. Lo demostró el famoso experimento de Miller en los años cincuenta y por lo que sabemos, la materia
orgánica básica podría ser muy abundante incluso más allá de la Tierra y el sistema solar. El problema es que no se
sabe cómo esos ladrillos, que aparecen por sí solos en la naturaleza, formaron la primera «casa». No sabemos cómo
esa materia orgánica se transformó en vida. Y hemos podido fabricar ladrillos en laboratorio, pero no hemos podido
fabricar una casa desde cero.
¿Cómo se relaciona la abiogénesis con el argumento teleológico? Aquí es donde entra en juego el concepto del
“Dios de las grietas”. Es decir: allá donde el conocimiento científico muestra una grieta que aún no ha sido
explicada —y que en ciertos casos no sabemos si se llegará a explicar algún día— existen apologistas que proponen
como alternativa una explicación sobrenatural. La por ahora inexplicable abiogénesis no probaría por sí misma la
existencia de Dios, pero sería un indicio más de que el universo fue creado con un propósito, el propósito de que
exista la vida, y de que esa chispa inicial de la vida podría haber requerido una intervención divina, ya que no
hemos sido capaces ni de reproducirla ni de explicarla mediante causas naturales. Naturalmente, esto es una
desviación del cauce honesto del argumento teleológico. El problema de esta forma de proceder es el siguiente:
¿resulta lícito presentar como válida una alternativa sobrenatural para la que no existen pruebas sólo porque no
somos capaces de obtener una respuesta natural satisfactoria? Veámoslo así:
Salta a la vista lo falaz del razonamiento. Sin embargo, el argumento del “Dios de las grietas” es utilizado con
frecuencia, normalmente bajo el contexto de un discurso maniqueo (y por qué no decirlo, populista) destinado más
a sembrar la duda sobre la ciencia —para presentar la alternativa sobrenatural bajo una nueva luz— que realmente a
dilucidar la cuestión. Se asume que señalando las grietas del conocimiento científico la población creyente o
dubitativa tenderá a considerar que una respuesta natural resulta improbable y que, por lo tanto, la respuesta
probable ha de ser sobrenatural. Así, cada vez que la ciencia reconoce su ignorancia respecto a una gran pregunta
sobre el origen de la vida (o sobre cualquier otro misterio universal), los apologistas del “Dios de las grietas”
inciden en esa ignorancia porque saben que, de manera incorrecta pero automática, un buen número de creyentes se
sentirán reforzados en su fe.
A esta falacia básica se suele añadir otro razonamiento, la afirmación de que la hipótesis divina no puede ser
probada pero tampoco refutada, y que por tanto debe aceptarse como admisible. Pero esto constituye también una
falacia lógica. Se trata del argumento ad ignorantiam, que pretende demostrar la validez de una premisa sólo
porque no se puede demostrar su invalidez:
Esto es, desde luego, incorrecto. De ser correcto podríamos dar por válida prácticamente cualquier afirmación que
sea imposible de refutar, por ejemplo: las cuevas de Altamira fueron decoradas por Superman. Probablemente
nunca lleguemos a ser capaces de demostrar lo contrario, en cuyo caso —si argumentáramos ad ignorantiam—
podríamos considerar que la hipótesis de que Superman fue el autor de las célebres pinturas es una hipótesis
aceptable que debería ser tenida en cuenta en la discusión. Pero no consideramos que razonar de este modo sea
aceptable; de lo contrario, nuestro cuerpo de conocimientos sería un cúmulo de caóticas posibilidades sin distinción
entre lo veraz y lo absurdo. La conclusión de todo esto es que el misterio en torno al fenómeno de la abiogénesis no
debería ser utilizado como indicio para reforzar una visión teleológica del cosmos.
“Si el universo no hubiese sido creado con la más exacta precisión, nunca podríamos haber llegado a existir”
(John O’Keefe)
Veamos los problemas que conlleva esta idea. Uno, que partimos de la base de que, modificando la relación de
fuerzas que imperaba en el momento del Big Bang, el resultado hubiese sido un universo muy diferente. Dicho así,
parece lógico. Pero no sabemos si esa modificación fue siquiera factible en algún momento. No sabemos si esta
relación de fuerzas podría haberse producido de algún otro modo y si otro universo hubiera sido posible. Sólo
conocemos un universo posible —el nuestro— y plantearse que podría haber existido uno alternativo no va más
allá del terreno de la mera especulación. Empleando un símil musical: sabemos que el universo está afinado en una
determinada nota, pero ¿fue alguna vez siquiera posible haberlo afinado en otra nota distinta? Quizá el universo que
existe es el único que podría haber existido, y mientras contemplemos esta idea, el concepto de la “afinación
precisa” es una interpretación que hacemos a posteriori del único universo que conocemos. Dicho de otro modo: no
fue el universo el que surgió ajustado a las necesidades de nuestra futura aparición, sino que fue nuestra aparición la
que se produjo ajustándose a las condiciones preexistentes del universo. Esta explicación tiene más sentido, se
ajusta más a nuestros conocimientos y resulta más verosímil que la «afinación precisa».
Por otra parte, la noción misma de que el universo está diseñado para la vida es bastante dudosa. Ciertamente puede
surgir la vida en nuestro universo —o este artículo no estaría siendo escrito ni usted, amigo lector, lo estaría
leyendo— pero, que sepamos, la vida es un accidente raro. Por ahora y que nos conste, en todo el sistema solar sólo
ha aparecido vida sobre la Tierra. En el resto de planetas y satélites no hemos encontrado ni rastro, aunque bien es
cierto que la posibilidad de encontrar vida extraterrestre en nuestro propio vecindario solar no resulta irrazonable;
es una posibilidad que no ha sido descartada todavía. Pero ciñámonos a lo que sabemos y pensemos en el universo
como conjunto: el cosmos es un inmenso “vacío” (no está vacío, pero digámoslo así para entendernos) que no
puede albergar vida, en el que ocasionalmente flotan estrellas donde tampoco puede existir la vida (de hecho, las
estrellas son auténticos infiernos nucleares) y planetas que, en su mayor, parte tampoco podrían albergar vida. Casi
todo el cosmos es un entorno hostil a la vida. De hecho, sólo conocemos un planeta habitable —el nuestro— e
incluso en nuestro propio planeta hay entornos bastante hostiles. ¿Tiene sentido pensar que una inteligencia
creadora afinó las fuerzas del Big Bang para que existiera la vida sólo en lugares muy, muy determinados del
universo? ¿Previó Dios que bajo las condiciones físicas universales determinadas en el Big Bang, aparecería el
hombre sobre la faz de un diminuto planeta azul en torno a una pequeña estrella de los confines de la Via Láctea?
En tal caso, en vez de crear directamente nuestro Jardín del Edén, Dios decidió establecer un juego matemático que
terminara dando lugar a la existencia de dicho jardín —y de nosotros sus habitantes— como resultado de una
enorme carambola cósmica. Una vez más, es el “Dios de las grietas” que propone una alternativa rebuscada a las
explicaciones naturales.
Porque el que sobre la Tierra haya aparecido vida inteligente es realmente una carambola, algo que pudo no haber
sucedido jamás. Nuestro planeta ha conocido extinciones masivas, que quizá hicieron retroceder en millones de
años la carrera evolutiva hasta la inteligencia (de no haberse producido esas extinciones, este artículo, en vez de
estar escrito por un primate evolucionado —les cedo gratuitamente el calificativo para el firmante— pudo haber
sido escrito por un dinosaurio con corbata hace varios millones de años). De hecho podrían haberse producido otras
extinciones, si algún gran meteorito hubiese caído sobre nuestro planeta cuando el hombre estaba evolucionando
hacia lo que es hoy, en cuyo caso quizá no hubiese aparecido nunca el homo sapiens. También se considera que la
existencia de la luna ha jugado un papel importante en la aparición de vida inteligente, porque sin ella la Tierra no
hubiese sido lo bastante estable magnética y climáticamente como para que hubiesen surgido formas demasiado
complejas de vida. Podemos decir que hemos tenido suerte, porque la Tierra podría haberse convertido en un
infierno a causa del efecto invernadero, como Venus, o en un páramo frío y estéril, como Marte. No sucedió así y
no estamos seguros de por qué. La Tierra reúne una afortunada conjunción de características favorables para la
vida, eso es evidente. Quizá la Tierra es especial, pero ¿lo es porque alguien lo decidió así? ¿Realmente tiene tanta
importancia que haya podido aparecer el ser humano sobre la faz de la Tierra, o sólo le concedemos esa importancia
porque nosotros somos los protagonistas de tan afortunada casualidad? Si existen criaturas inteligentes en algún
otro planeta, probablemente se consideren también especiales. Esto incide en uno de los principales defectos del
argumento teleológico: el antropocentrismo.
Un argumento antropocéntrico
“Ya conocéis el argumento del diseño: todo en el mundo está hecho para que nosotros podamos habitarlo, y si el
mundo fuera un poco diferente, no podríamos seguir habitando en él. Eso es el argumento del diseño. A veces toma
formas más bien curiosas. Por ejemplo, se dice que los conejos tienen la cola blanca y eso hace que resulte más
fácil disparar sobre ellos. Así que no sé qué opinarán los conejos sobre este diseño” (Bertrand Russell)
Pero un argumento teleológico sobre la existencia de Dios sólo tiene sentido si se considera que la existencia de la
especie humana reviste una importancia universal en sentido absoluto. Que nuestra existencia sea lo bastante
importante como para que el universo haya sido diseñado a nuestra conveniencia. Esta es una idea difícil de
defender. Uno, por cuestiones de tamaño: el cosmos es inmenso y nosotros apenas ocupamos una fracción
infinitesimal de uno de sus innumerables rincones. Dos, por cuestiones de causa-efecto: el que existamos o no tiene,
como decíamos, un nulo efecto sobre el conjunto del universo. Tres, por cuestiones conceptuales: no hay motivo
alguno para pensar que constituimos un elemento cualitativamente diferente del resto de los elementos que
componen el cosmos. Estamos formados de la misma materia, sometidos a las mismas leyes físicas universales. Así
pues, ¿por qué nos creemos diferentes? Evidentemente, a nivel puramente individual, pensamos que nuestra
inteligencia, nuestra autoconsciencia y nuestra capacidad de asombro constituyen fenómenos notables, de los que
disfrutamos en nuestra vida. Características que nos gustan en nosotros mismos y que consideramos debemos
conservar. Hacen que nos confiramos una importancia como individuos que se expresa en nuestra filosofía: no nos
da igual el no existir. Aquí no discutimos esa idea. No debería darnos igual el no existir y parece positivo que nos
tomemos nuestra propia existencia muy en serio. Eso a nivel individual. Porque, como especie, tenemos que admitir
la idea de que al universo sí le da igual que existamos. Esto impide que el argumento teleológico se sostenga por sí
mismo, ya que se convierte en un razonamiento circular:
1) Creemos que el universo hubo de ser hecho a nuestra medida porque somos importantes.
2) Nos consideramos importantes porque vemos que el universo fue hecho a nuestra medida.
Por lo general el argumento teleológico se centra en los detalles científicos, buscando en nuestro conocimiento
sobre el cosmos los rastros de esa voluntad diseñadora que le dio origen conun propósito determinado. Pero el
argumento pocas veces hace frente a la pregunta: ¿por qué querría una voluntad creadora diseñar un universo en el
que pueda vivir el hombre? O dicho de otro modo, ¿por qué iba a molestarse un Dios en crearnos? La respuesta,
naturalmente, sólo puede residir en argumentos antropocéntricos: Dios nos creó “para amarnos”, “para que lo
amemos”, “para que le rindamos culto”, “para que le hagamos compañía”… existen quizá tantas respuestas
distintas como teologías y mitologías religiosas hay en el mundo. Pero todas podrían resumirse en un «Dios nos
creó porque somos importantes». Esto es, finalmente, la clave de todo el asunto. Hemos citado ejemplos como el de
la abiogénesis o la afinación precisa del universo como formas modernas de argumentación teleológica. Podríamos
citar muchas más, pero por grande que fuera el número de hipótesis presentadas sobre un supuesto carácter
teleológico del cosmos, seguiría sin responderse la cuestión básica: ¿de verdad resulta razonable intentar explicar el
universo en función del simple hecho de que nosotros estemos aquí y sepamos que estamos aquí? ¿De verdad el que
seamos capaces de pensar en nosotros mismos nos hace tan especiales que se requirió construir todo un inmenso
universo con el propósito final de que nosotros habitemos una minúscula porción de él? ¿Es el ser humano, sólo
porque puede concebir estas ideas, realmente tan importante?
“Todavía está por probar que la inteligencia tenga algún valor para la supervivencia” (Arthur C. Clarke)
58 Comentarios
[…] "CRITEO-300×250", 300, 250); 1 meneos ¿Existe Dios? (II) El argumento teleológico http://www.jotdown.es/2012/04/existe-dios-ii-el-
argumento-teleol… por Yoshiyuki hace […]
Responder
2. Jesús Beades
El argumento de que «no somos tan importantes» porque somos muy pequeños en relación al resto del cosmos es más bien emocional.
Un elefante no es más importante que un virus, y de hecho la «importancia» es usada aquí como algo aproximado, coloquial, para
describir la percepción que se tenía en otras épocas del lugar que ocupa la Humanidad en el cosmos (el antropocentrismo inherente a las
teologías clásicas). Pero ¿a qué nos referimos con «importante»? C. S. Lewis, en sus obras de ficción espaciales, plantea la hipótesis de
que la Tierra y los humanos no sean «el centro» de los designios de Dios, sin que esto anule la validez de la Revelación cristiana.
Simplemente, hay cosas que no sabemos, o sólo nos ha sido revelado lo que nos «atañe». Que el único lugar con vida inteligente -vida
que se pregunta por sí misa- que conocemos sea la Tierra, es significativo y, el hecho de descubrir más del Universo -más «soledad
espacial» a nuestro alrededor-, no significa que seamos menos importantes. Según la emocionalidad del argumento, más importantes -y
misteriosos- podemos sentirnos. El argumento teleológico puede quedar herido en lo que tiene de antropocentrismo, pero esto no es su
esencia. El misterio que reside en que todo tenga un orden casi perfecto -y cuanto más conocemos, más perfecto, y no menos, nos parece-
no hace sino agrandarse a los ojos del hombre, y empujarlo hacia el argumento teleológico. O a otros. Aunque ningún argumento es
definitivo, sino sólo instrumentos provisionales de nuestra razón asombrada.
Responder
o IRENE
Que el único lugar con vida inteligente que conocemos sea este planeta no es nada significativo: lo más allá que el ser humano ha llegado
a explorar este Universo es casi igual a cero. Ni siquiera nos hemos metido en el agua, a lo más estamos hinchando el flotador.
Y tampoco hay ningún misterio en que todo tenga un orden casi perfecto. Si no fuera así no te asombrarías ante semejante misterio
porque no estarías aquí, es decir, que si estás asombrado por ese orden es porque resides en un Universo en el que se dan las condiciones,
precisamente, que permiten que puedas asombrarte por ello. Y, la verdad, no veo que tenga nada de especial. Es una tautología como un
piano.
Responder
o E.J. Rodríguez
Hola Jesús:
He de decirte que lo del tamaño ha sido sólo uno de los argumentos empleados para presentar la posibildad de que nuestra importancia en
el cosmos sea poca o nula; si no me equivoco, en el texto manejo por lo menos otros dos. De todos modos, el argumento te podrá parecer
equivocado o no, pero no sé dónde ves tú lo «emocional». A mí me parece lógico dudar de que el universo haya sido creado a nuestra
conveniencia, cuando en realidad sólo podemos habitar una minúscula parte de él. Es como si tú creyeras que han construido un palacio
para ti, pero no pudieras habitar más que una única baldosa.
También me gustaría poder entender cómo se concibe que, si el ser humano no es de enorme importancia en los designios de Dios, es eso
compatible con la revelación cristiana. A mi modo de entender, la revelación cristiana implica que somos hijos de Dios y que por ese
motivo Dios hizo un sacrificio por nosotros. Es decir, Dios nos concede una importancia tal que se presenta como nuestro padre.
Por lo demás, hay varias afirmaciones más con las que no coincido, por ejemplo:
—»Sólo nos ha sido revelado lo que nos atañe». Para empezar, está por demostrar la idea de que nos sea revelado algo que no hayamos
deducido, descubierto o imaginado por nuestros propios medios.
—»Que el único lugar con vida inteligente que conocemos sea la Tierra, es significativo». ¿Por qué? Lo único que significa (por ahora)
es que apenas conocemos medianamente bien más lugares que las inmediaciones de la propia Tierra, en un cosmos inmenso. Deberíamos
conocer una buena porción del universo, o como mínimo una buena porción de la galaxia para poder intentar extraer una significación de
ello.
—»El misterio que reside en que todo tenga un orden casi perfecto y cuanto más conocemos, más perfecto, y no menos, nos parece». No
es ni más ni menos perfecto: es el único orden que conocemos, porque no tenemos constancia de un orden alternativo. Y en todo caso,
¿desde qué punto de vista es «casi perfecto» el orden que conocemos?
Un cordial saludo.
Responder
o Julio
20/04/2012 a las 0:06
La importancia del hombre en el artículo no es por su tamaño, no lo entendiste bien. Es por su muy limitada capacidad de alterar el
entorno. Por su nula capacidad de alterar el orden de un universo para el q es completamente intranscendente su existencia. No es una
cuestión de tamaño si no capacidad de decision en el devenir del futuro a nivel macroscópico. No somos capaces de alterar el universo.
La presencia o no presencia del hombre carece de importancia, o al menos, lo parece. De ahí se puede deducir la escasa importancia del
hombre como entidad.
Responder
3. Fernando
Debo decir respecto de este debate que sobra por obvio. A esta pagina pueden llegar, por error, creyentes y llevarse un disgusto. ¿que será
lo siguiente? ¿un articulo para defender que los reyes magos no existen tampoco? ¿le pondremos un link desde la pagina de Disney?
En mi opinión, hay muy poca gente tonta, solo hay gente mas y menos desesperada.
Responder
4. Lonebond
La existencia de Dios es el principal pilar de la fe. No demostrable, no científica, superior. Miles de hombres de ciencia creen en la
existencia de Dios. Se cree o no se cree. Se tiene fe, o no.
Lo que no comprendo es que tantísima gente se empeñe en convencer al resto de la no existencia de Dios. Noto en la gente atea una
inquietud nerviosa, un sin vivir, una necesidad de hacer ver a los demás que lo que ellos no pueden ver, si no pueden verlo, es porque no
existe.
Es triste.
Responder
o Teyma
Pero es que usted tampoco ve nada. Si no, no hablaría de fe, que es creer en lo que no vemos, ni sentimos ni escuchamos, es decir, un
completo absurdo.
Responder
o hikaru021
Lonebond, exactamente convencer a los demas e imponer sus dogmas es lo que los teistas hacen al resto de la sociedad en un monton de
cuestiones (sostenimiento de ciertos cultos a traves del estado, aborto, matrinomio gay, educacion laica, etc). Mi ateismo no me genera
nerviosismo, es mas, me da una tranquilidad enorme al no sentirme hijo de dios, sino hijo de la naturaleza. Y no se a que te refieres con
un «sin vivir», intento siempre vivir la vida a pleno, porque se que es la unica (obviamente sin -muchos- excesos)
Responder
o E.J. Rodríguez
Hola Lonebond:
No percibo muy bien cuál es el sentido de tu comentario; por lo que entiendo, asumes que quienes carecen de fe no están pudiendo
acceder a un conocimiento cierto al que sí pueden acceder las personas de fe. ¿Esto es así? Hay dos motivos por los que, yo al menos,
tendría necesidad de hacer ver que creo que debemos considerar la posibilidad de que ese «conocimiento» sea inválido. Dicho de otro
modo, de que podamos partir de la base de que no exista algo que no podemos «ver» («ver» en el sentido más amplio de poder probar
mediante fenómenos, por descontado) hasta que se demuestre lo contrario, son las siguientes:
—Uno, cada vez que por ejemplo un argumento moral se construye en base a la supuesta existencia de un ente no fenoménico, cuya
voluntad determinaría la naturaleza de ese argumento moral, cabe plantearse seriamente cuál es la validez de la afirmación de que dicho
ente de verdad existe. Y también cabe cuestionarse la validez de los canales por los que, supuestamente, nos ha transmitido su voluntad…
ya que se trata de un ente no fenoménico cuyas manifestaciones no son comprobables (si lo fuesen, no se requeriría el concepto mismo de
«fe»). Porque si aceptamos esa existencia como cierta sin más, terminamos nuevamente construyendo un argumento moral en base a
arbitrariedades de las que hacemos responsable a dicho ente,. Un ente con el que no podemos debatir ni al que podemos preguntar o
interpelar precisamente por su carácter no fenoménico.
—Dos, cuando el sujeto A hace una afirmación (yo sé que Dios existe) y el sujeto B hace otra contraria (no tengo motivo alguno para
creer que la existencia de Dios tenga fundamento), la carga de la prueba reside en el sujeto A. Es él quien tiene que demostrar la
existencia de Dios, de lo contrario ha de admitir como razonable el escepticismo de la otra parte. Porque si el supuesto conocimiento de
que Dios existe depende de la fe —una virtud no transmisible mediante cauces empíricos—, nos movemos nuevamente en el terreno de
lo indemostrado. Y lo indemostrado invita a que cualquier mente crítica lo contemple con ese escepticismo.
Un cordial saludo.
Responder
o Miquel Àngel
Hay…Lonebond…no es un tema de VER….el porcentaje de creyentes en un dios en EEUU es del 90%, mientras que entra la comunidad
cientifica es de un 40%. La revista Nature hizo un estudio entre los cientificos más destacados de los EEUU y el porcentaje se reduce al
15%. La conclusión es bien sencilla…a medida que más sabemos menos creemos en la existencia de un Dios…cuando hablas de las
creencias entre la comunidad científica deberías informarte antes.
Para mi creer en un dios omnipresente, está en el mismo nivel que danzar para que llueva o pinchar muñecos con alfileres…..Yo soy
Ateo, y a mi me da lo mismo en lo que tú creas, lo único que pido es no tener que estudiar en un colegio con un crucifjo en la entrada de
cada aula o que los políticos que me gobiernan juren sobre una biblia, porque las creencias personales de un político no tienen cabida en
un estado laico, que la iglesia cada años se lleve 10.000 millones de € tampoco me parece normal, si quereis donar dinero no deberiais
usar los mecanismos recaudatorios del estado. Así que no me vengas con que los ateos están o dejan de estar nerviosos.
Responder
o José
04/04/2018 a las 13:31
Lo que no comprendo es que tantísima gente se empeñe en convencer al resto de la existencia de Dios. Noto en curas y gente creyente
una inquietud nerviosa, un sin vivir, una necesidad de hacer ver a los demás que algo existe aunque no se pueda ver y para saber que
existe primero hay que creer en ello.
Es triste.
Responder
5. Mandelman
Sólo faltaría añadir que la probabilidad de que haya otros vivientes en el universo (por la mera Ley de los Grandes Números) es alta.
Otros ‘dioses’, por tanto, imaginados, por los más (¿?) evolucionados entre esos probables vivientes (objeto de controversia en
‘blogoides’, tal vez, por los respectivos ‘ateoides’). [Y dejando aparte la posibilidad (algo menos probable, tal vez) de otros ‘universos’
(Vilenkin, últimamente) con otra afinación, inasequibles para nosotros]. En suma, rige el principio de mediocridad. Gracias por su
artículo.
Responder
7. Jesús Beades
Hola Sr Rodríguez
Felicidades por su magnífico artículo una vez más.
En el artículo anterior sostuve que existen tres grandes grietas que la ciencia no puede actualmente responder: El origen de la materia, el
origen de la vida a partir de materia inanimada y el origen de la voluntad en el ser humano. Antes de analizar cada uno de estos puntos
querría hacer una consideración inicial aplicable a los tres supuestos:
Tanto este artículo como el anterior giran en torno a la siguente idea: existen esas grietas, pero de ello no puede deducirse la existencia de
Dios. De hecho, quien la afirma tiene la carga de la prueba. Y como no es posible dicha prueba, por lo tanto aplicamos la teoría de la
«Ciencia de las grietas»: todas las grietas tienen explicación científica en base a leyes naturales universales simplemente aún no las
conocemos. (Es curiosa la referencia a un Dº natural que rige el universo, mismo término que usaban los cryentes, aunque con distinto
sentido: verdades absolutas inmateriales vs verdades absolutas físicas o inmateriales),
En mi opinión, es un poco tramposa esta doble vara de medir. Los artículos sostienen que: la falta de pruebas de la existencia de Dios,
prueban su no existencia. En realidad, mientras no existan respuestas a dichas grietas creo que la única postura racional (y científica) es la
del agnostiscismo (ni afirmo, ni niego). Ni los ateos, ni los creyentes pueden probar sus respectivas posturas sin acudir al Dios de las
grietas o a un Dº natural universal de las grietas.
Antes de exponer una opinión sobre las 3 grietas, una reflexión sobre el argumento antropocéntrico. Me parece un argumento muy flojo
para sostener la existencia de Dios. En mi opinión, no es incompatible creer en Dios y creer que existe vida en otras partes del universo.
Dicho esto ¿que el ser humano (con lo insignicante y limitado que es), pueda dar una explicación racional a todo el universo y que sólo
crea que existe aquello que puede demostrar empíricamente, no es una postura algo antropocéntrica?
Responder
o E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 13:02
Hola Fer,
No creo haber defendido una «ciencia de las grietas», si lo ha parecido es que no he expresado bien la idea. Mi idea es otra: la de que ante
un hecho sin explicación me parece más racional suponer que resultará más probable una respuesta natural que una respuesta
sobrenatural. O dicho de otro modo: ante la duda, lo racional es buscar primeramente la explicación en el reino de lo natural. Más que
nada porque, hasta hoy, es de allí de donde han procedido todas las explicaciones válidas que conocemos.
Por otro lado:
«¿Que el ser humano (con lo insignicante y limitado que es), pueda dar una explicación racional a todo el universo y que sólo crea que
existe aquello que puede demostrar empíricamente, no es una postura algo antropocéntrica?»
No, no me lo parece. El empirismo no es producto de nuestra visión de nosotros mismos y nuestro papel en el cosmos, sino de las
características mismas de la realidad y nuestra interacción con la misma. De hecho, fabricar una respuesta sobrenatural, no ligada con la
realidad empírica, sí es una actitud antropocéntrica, ya que elabora explicaciones más producto de nuestras propias elaboraciones
metafísicas que de esa interacción directa con la realidad misma.
Un cordial saludo.
Responder
fer
15/04/2012 a las 13:39
El problema es el reduccionismo, utilizar las explicaciones científicas en ámbitos para los que no sirve. La ciencia explica cómo funciona
la naturaleza (leyes físicas, la vida, la evolución,…). Analiza la realidad, sus procesos, su estructura. Los presupuestos científicos siempre
parten de realidades materiales ya existentes. Pero no dan respuestas al origen de esa realidad. Por eso precisamente todas las grietas se
refieren al origen de las realidades que conocemos: la materia, la vida, la voluntad.
¿La razón del hombre abarca todas las realidades? ¿No puede ser que existan realidades que simplemente no estamos capacitados para
experimentar? Si la especie humana fuese ciega nunca podríamos tener la experiencia de ver luz, pero ello no significaría que la luz no
exista. Al final toda la discusión se reduce a si creemos que el ser humano es un ser limitado (que no puede entender ni dar explicaciones
a todo), o creemos que la razón es omnipotente y todo lo que nuestra razón no abarca no existe.
Responder
E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 13:54
Fer,
Podrían existir realidades que no podemos experimentar ni aprehender, claro. Pero precisamente por eso, carece de sentido intentar
etiquetarlas, porque ¡ni siquiera somos capaces de percibir que existen! ¿Son esas realidades un Dios? Quién sabe. En tal caso, por lo que
sabemos, podemos seguir actuando como si esas realidades inaprehensibles no estuviesen ahí. Que quizá ni siquiera lo estén. Porque si
fuesen aprehensibles, nos constaría su existencia.
Y si alguien se empeña en que sí están ahí, bueno… aquí es donde reside la carga de la prueba. No se trata de «reduccionismo», se trata
de no filosofar con las cartas marcadas. Una realidad imposible de experimentar no puede ser calificada como probable, hasta que su
naturaleza no cambie y podamos experimentarla.
Ese cambio momentáneo de naturaleza es lo que se encarnaría en las supuestas «revelaciones» religiosas, en las que lo inaprehensible se
hace aprehensible para unos pocos en determinados momentos. El problema es que los demás no podemos replicar esa
aprehensibilidad… y entonces es cuando se nos demanda que tengamos fe. ¿No te parece el concepto de «fe» un reduccionismo también?
Responder
fer
Estoy de acuerdo que las posturas que tratan de explicar todas las grietas en base a la existencia de Dios son reduccionistas. ¿Existe Dios?
No lo sé. Yo creo que sí. Pero quizá me equivoco. A mi lo que me molesta es que quienes niegan rotundamente la existencia de Dios se
crean con la verdad absoluta cuando aún existen esas grietas. No creo que deba imponerse ninguna de las 2 posturas.
Responder
fer
15/04/2012 a las 14:56
Sólo quiero aclarar que las veces que hablo de forma indeterminada «quienes niegan» (etc) no me refiero a usted.
Responder
9. fer
2º El origen de la vida a partir de materia inanimada. El artículo dice: «La aparición de seres vivos a partir de materia inerte (o
abiogénesis) es una de las grandes preguntas que la ciencia aún no ha respondido. Sabemos que la materia orgánica básica —los ladrillos
para construir la vida— surge con facilidad en el universo. El problema es que no se sabe cómo esos ladrillos, que aparecen por sí solos
en la naturaleza, formaron la primera casa.»
Antes de opinar acerca de esta cuestión, le agradecería mucho que me facilitara un enlace o donde puedo conseguir información acerca de
los experimentos de Miller.
Por lo demás, la falta de una explicación científica o «religiosa» a la formación de la «casa» lleva una vez más a la conclusión de que la
única postura válida desde el pv racional es la de Ns/nc.
Responder
o E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 13:17
http://www.solociencia.com/quimica/08111301.htm
Responder
fer
15/04/2012 a las 14:04
A la que he buscado un poco en google he encontrado artículos sobre científicos que critican la teoría de Miller y adoptan otras teorías
como la teoría de arn o la teoría de morovitz. A veces las teorías científicas sobre el origen de la vida me recuerdan a las discusiones
doctrinales en materias jurídicas. Cada una parte de la hipótesis que le conviene para demostrar lo que ellos querían demostrar. http://e-
ciencia.com/blog/divulgacion/nueva-perspectiva-sobre-el-origen-de-la-vida/
Responder
E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 22:33
Fer, no hablo de una «teoría» de Miller, sino del experimento de Miller, el cual es incontestable. Dicho experimento no explica cómo
surgió la vida, pero sus resultados no pueden ser puestos en duda ya que cualquiera (tú mismo si lo deseas) puede replicarlos en cualquier
momento. El experimento de Miller no admite discusión alguna, sería como discutir que un congelador convierte el agua líquida en hielo.
El cómo interprete cada cual ese hecho y sus implicaciones, eso ya es otra cosa. Pero yo he citado el experimento como lo que es: un
hecho cierto.
En cuanto a Morowitz, si te refieres a lo que creo que te refieres, tengo un serio problema con las aproximaciones matemáticas y
estadísticas a este tipo de asuntos. Cuando alguien se pone a calcular las «probabilidades» de que haya sucedido tal o cual cosa… está
haciendo un ejercicio vacuo de manipulación de la realidad. Si algo ha sucedido, ha sucedido y punto. Hay que preguntarse cómo y por
qué, pero es absurdo decir «matemáticamente, esto no puede haber sucedido por las buenas».
La vida surgió, eso es un hecho que no admite cálculos de probabilidades a posteriori. La probabilidad de que surgiera la vida es de un
100%, dado que es algo que ¡ya ha sucedido! El problema es que no sabemos exactamente cómo se produjo. Decir que el surgimiento
espontáneo de la vida era estadísticamente imposible, equivale a poner la estadística por encima de la realidad.
La probabilidad de un hecho no determina la posibilidad de su ocurrencia. Un hecho extraordinariamente improbable desde un punto de
vista estadístico puede ocurrir. Y desde el momento en que ocurre, deja de ser estadísticamente improbable.
Responder
fer
3º El origen de la voluntad en el ser humano. Acepto plenamente la teoría de la evolución de Darwin. Mi pregunta (no retórica) es: ¿dicha
teoría sólo sirve para demostrar los cambios biológicos y físicos que existen del mono al hombre, o tb fundamenta el hecho de que el ser
humano sea el único animal que tenga voluntad y la libertad de poder ir en contra de sus instintos?
Desde mi ignoracia en estos temas tenía entendido que la evolución demuestra los cambios existentes en la psique inferior (común a los
mamíferos: sentidos, imaginación, memoria), pero no explica la psique superior (exclusiva del ser humano: voluntad y entendimiento o
capacidad de abstracción).
Siento mucho haberme alargado tanto en las respuestas. Pero es que me parece un debate interesantísimo. Es todo un placer participar y
muy enriquecedor leerle. Muchas gracias por todo. Jotdown es el mejor producto periodístico que he leído nunca.
Responder
o E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 13:33
Fer, no te preocupes por las respuestas, extiéndete cuando quieras, para mí es muy interesante debatir todas estas cosas.
La voluntad y psique superior del ser humano me parecen fenómenos perfectamente explicados por la teoría de la evolución mediante
selección natural. Y desde luego pueden explicarse biológicamente, al menos en el mismo grado que puede explicarse cualquier
inteligencia inferior. Nuestra inteligencia no me parece cualitativamente diferente a la de otras especies, sólo es capaz de haces las cosas
más y mejor, eso es todo. Una diferencia cuantitativa.
En un momento de nuestra evolución, estos rasgos intelectuales nos proporcionaron herramientas de supervivencia y dominio del hábitat
que facilitaron la extensión y agudización de dichos rasgos en nuestra especie. Hasta ahora nos ha servido para sobrevivir.
Pero lo que una vez fue útil podría dejar de serlo, por ejemplo si —como resultado de ciertos productos de nuestra inteligencia— nos
terminamos autodestruyendo como especie (una posibilidad que no puede descartarse). Dado que la evolución no sigue ningún plan
concreto sino que es un mero producto de las circunstancias, no podemos asegurar que nuestra enorme inteligencia sea —a largo plazo—
un rasgo eternamente deseable. Fíjate en la cita de Clarke con la que cierro el artículo. Lo que una vez nos hizo reinar en el mundo
natural podría, por qué no, causar nuestra extinción. Hubiésemos sido como dinosaurios intelectuales.
De hecho, la fábula de la manzana de Adán y Eva es una bella manera de ejemplificar esa idea: el conocimiento expulsó al hombre del
paraíso, y el conocimiento podría incluso matarlo (podría ser venenoso, como ilustra el que lo proporcione una serpiente). Un mito que se
nos ha vendido para ejemplificar el «pecado» (en una interpretación que me sorprende haya sido tan fácilmente aceptada) pero que es una
perfecta metáfora de nuestra evolución como especie y de los peligros de la inteligencia. Peligros a los que no eran ajenos, según salta a
la vista, quienes escribieron el Génesis.
En cuanto a que el ser homo sapiens sea el único animal con semejante capacidad intelectual y tecnológica, bueno… si alguna vez hubo
una posible competencia, la eliminamos, simple y llanamente. Pongámonos en plan ciencia-ficción e imagina que los chimpancés
alcanzan repentinamente nuestro mismo nivel de inteligencia. Yo no sé tú, pero ¿sabes lo que han imaginado la mayor parte de los
autores que han elucubrado sobre el tema? Exacto: una guerra de exterminio.
Responder
fer
15/04/2012 a las 15:19
Un apunte respecto a Adán y Eva: hasta dondo yo sé, el Antiguo Testamento es un libro metafórico, no literal. Uno de los mayores
problemas de la Iglesia (junto a su jerarquía): comunica fatal.
Un saludo muy cordial. Hasta la próxima.
Responder
12. fer
Aunque me haya dicho lo contrario, me da un poco de apuro contestarle tantas veces, porque no quiero ocuparle demasiado tiempo.
Tampoco quiero que parezca que quiero extender el debate hasta que me dé la razón.
Discrepo (cordial y) absolutamente en que la diferencia del ser humano con otras especies es únicamente cuantitativa. Yo no hablaba de
inteligencia, sino de voluntad y capacidad de abstracción. Evolutivamente cómo explicar: la poesía, el altruismo, la esperanza, el humor,
la idea de lo espiritual, el control sobre nuestros instintos, la libertad, etc
Las orcas tienen un cerebro mayor que el nuestro, si lo usasen en toda su extensión ¿podrían llegar a crear esos conceptos o sentir cómo
nosotros?
Responder
o E.J. Rodríguez
15/04/2012 a las 22:22
Bueno, por condensar la respuesta a eso en dos puntos:
—En mi opinión, voluntad, poesía, altruismo, esperanza, humor… todo ello puede tener una explicación natural y no son (no todos ellos)
exclusivos del ser humano, sino que existen en otros animales. El humor, la voluntad o el altruismo, por ejemplo, y en diversos grados.
—En cuanto al cerebro de las orcas, no es el tamaño lo que determina la potencia de un cerebro, sino el número, complejidad y
funcionalidad de sus conexiones neuronales. El hombre no posee el cerebro más grande, pero sí el más complejo y potente.
Responder
13. fer
15/04/2012 a las 22:51
Ya sé que el tamaño de no determina la potencia del cerebro. Quizá me he expresado mal al decir «si lo usasen en toda su extensión», me
refería a si extrayesen todo su potencial proporcionalmente a su tamaño.
En cuanto a los rasgos que he enumerado ya sé que naturalmente (o químicamente) tienen explicación, pero yo lo que preguntaba es
cómo explicar su sentido evolutivo. Que función evolutiva cumplen. En cuanto a que el humor, la voluntad o el altruismo existen en
diversos grados en los animales me parece una opinión muy subjetiva o,en todo caso, una «personificación». No hay ningún animal
excepto el hombre que pueda contravenir sus instintos.
Responder
o E.J. Rodríguez
16/04/2012 a las 12:03
Fer,
Un perro, por ejemplo, puede contravenir sus instintos de supervivencia. Existen ejemplos de perros que se han dejado morir tras la
muerte de sus amos. ¿Por qué? Porque el instinto de supervivencia no es siempre el único instinto que determina la conducta, ni siempre
el más importante. Además de que en la conducta de cualquier animal medianamente complejo no influyen sólo los instintos, sino las
construcciones cognitivas. Un perro puede sufrir neurosis, ansiedad, y depresiones… fenómenos que difícilmente aparecerán en una
criatura únicamente guiada por el instinto.
A un pato se le puede enseñar a creerse un águila. Poseerá un repertorio de instintos diferentes a las de un águila, pero hay mucho más
que insintos en su cerebro. Sus construcciones mentales seran muy similares a las de un águila de verdad y su conducta se verá muy
frecuentemente afectada por ello.
Tal vez una cucaracha se guíe siempre por cuestiones de mero instinto, no lo sé, pero da esa impresión. O una hormiga. Pero un perro, o
un mono, u otras criaturas más complejas, se parecen en muchas cosas a nosotros. Los perros domésticos viven en sociedad. Por lo que
desarrollan —cada cual a su manera— conductas altruistas, de respeto, de colaboración. El altruismo tiene una función evolutiva
importantísima: no destruir a los miembros de tu propia especie (o de tu propio grupo) sin necesidad, y si resulta posible, incluso
ayudarlos a sobrevivir en determinadas situaciones. Eso beneficia al grupo, y a ti, que formas parte de él. Es un quid pro quo natural. La
conducta gregaria es muy útil, evolutivamente hablando, y ponerla en práctica contraviene a menudos ciertos instintos básicos, pero a
veces ir en contra del instinto tiene una recompensa evolutiva clara.
Un cordial saludo.
Responder
14. Viejotrueno
Hola Viejotrueno:
Mmmm, yo no me refiero exactamente al principio antrópico, que me parece un mero sofisma más bien poco interesante (es mi opinión).
Hablo de antropocentrismo como actitud. Un antropocentrismo que no es un principio claramente enunciable, sino una forma de pensar
que se manifiesta de muchísimas maneras en las distintas aproximaciones teleológicas. Es más como un contexto teológico y religioso,
un marco no meramente lógico, dentro del cual se discuten estos temas a menudo.
En cuanto a la prueba ontológica de Leibniz o en cualquier otra versión, sólo la cité de pasada en la primera parte, ya que nada tiene que
ver con la cosmología o la teleología, y básicamente porque es un argumento que prácticamente nadie utiliza. Y que, creo, casi nadie se
toma en serio. Es una idea interesante, pero no es algo que se sostenga por sí mismo: es como una música imposible de interpretar una
vez extraída de la partitura. Por el contrario, los argumentos cosmológico y teleológico (así como el argumento moral) estén presentes
allá donde haya un debate sobre religión. Pero bueno, quizá le dedique un texto propio algún día, aunque probablemente será más breve.
En lo que estoy de acuerdo, ya como postura personal, es en lo de que el agnosticismo es una respuesta débil e insuficiente al statu quo de
la discusión. Que no es otro que la ausencia de una necesidad real de incluir una idea de Dios, así como de la ausencia de una
justificación evidente. En las dos partes de este artículo (cosmológica, teleológica) la línea temporal de su evolución histórica resulta
similar: la necesidad de una respuesta divina —así como su posible justificación empírica— han sido progresiva e irremisiblemente
restringidos por los avances del conocimiento científico.
Ello explica que, pese a que ciertas religiones apelan a la fe, en la práctica recurren constantemente a juegos teóricos ligados a realidades
empíricas, como admitiendo implícitamente que la fe resulta insuficiente. Se pone de manifiesto que ha existido una necesidad histórica
de ligar la existencia de Dios a justificaciones que van más allá del mero acto de fe. Por ello nunca triunfó el argumento ontológico: no
resulta convincente, ni siquiera para los propios creyentes, porque en última instancia, su ligazón con la realidad es completamente nula.
Y los creyentes, quizá a su pesar, son también empiristas.
Esto sucede incluso en el ámbito personal: jamás he conocido a una persona creyente cuyo razonamiento no excediera el mero terreno de
la fe —al cual percibo como una última trinchera— y que no arguyera otras justificaciones (cosmológicas, teleológicas, morales) para
defender la idea de la existencia de Dios. Lo cual me parece muy bien, siempre es mejor una aproximación combinada racional/empírica
—aunque sea equivocada— que una fe ciega.
Un cordial saludo.
Responder
17. veraneante
No creo que haga falta tanto texto para algo que puede resolverse con una simple pregunta:
1) ¿Existe ….? (Ponga aqui el nombre del dios que más rabia le dé: Zeus, Thor, Yhavé, Alá)
La respuesta es, evidentemente, NO
Los dioses no son más que un concepto en la mente humana para buscar explicación a aquello que no comprendemos, y una increible
herramienta para manipular, oprimir y explotar en su nombre.
Responder
18. Viejotrueno
Iba a escribir un abigarrado tocomocho, pero prefiero hacer esta cita, que resume un poco las consecuencias de este asunto:
“Aunque los escolásticos de las generaciones posteriores se opusieron a la nueva ciencia experimental surgida después del Renacimiento,
puede decirse que fue precisamente el absoluto racionalismo de su sistema el que formó el clima intelectual en el que nació la ciencia
moderna. En cierto sentido, la ciencia fue una revolución contra ese racionalismo, una llamada de los hechos brutos, prescindiendo de
que se conformasen o no se conformasen con ciertos esquemas racionales preconcebidos. Pero en el fondo de esa misma actitud late el
presupuesto necesario de la regularidad y uniformidad de la naturaleza (…) El racionalismo filosófico de los escolásticos fue al mismo
tiempo producto y elemento integrador de un esquema de pensamiento general organizado, y suministró a la ciencia la creencia
prefabricada de que «cada episodio concreto puede conectarse con sus antecedentes de una manera perfectamente definida, como un caso
particular de los principios generales. Sin esta creencia hubieran sido desesperantes los trabajos increíbles de los científicos», A.N.
Whitehead “
“Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión”, William Cecil Dampier, pags. 117-118
Y todo eso porque el primer teólogo fue Aristóteles -pues de su Dios tomó el cristianismo, y el judaísmo, el suyo propio-, y porque la
escolástica posterior, como Santo Tomás, es aristotélica en principio -en ocasiones, platónica también-.
Con esto quiero llegar a lo siguiente: que Dios no importa. Es decir, el debate fe/razón no tiene sentido, porque sencillamente son
irreconciliables de hecho, y al final lo que triunfa es la razón, incluso aunque su fin sea demostrar una entidad no sólo que no exista sino
que además no puede existir.
Así que, y que me perdonen Santo Tomás y Averroes, ni teoría de la doble verdad, ni entendimiento agente, ni Dios que conozca eso. Sin
embargo, el método lógico por el cual llegaron a esas distinciones, a eso sí. De hecho eso es lo que queda, o por lo menos la idea de que
tiene que haber un método, o un sistema de razón
Responder
19. luis
En mi humilde opinión todo este embolado teológico procede de una fabulosa construcción teológica/filosófica/científica construída
durante muchos siglos, cuando la sociedad era una sociedad sacralizada donde la Iglesia no es que tuviera la última palabra sino que tenía
la única palabra y por tanto decia todo sobre todo (independientemente de que la gente o los distintos poderes se lo pasaran o no por el
arco del triunfo). En una sociedad postcristiana, los cristianos no requieren o necesitan respuestas racionales científicas para creer. Basta
su adhesión a la persona de Jesús (fe).
Juan de la Cruz no necesitaba explicaciones cientificas ni su Cántico Espiritual las da. Le bastó la experiencia de amor (que según él
tuvo).
Responder
20. Javier
A pesar de ser creyente y católico practicante me han gustado los dos artículos.
Me gustaría un tercer artículo que tratara este asunto desde el punto de vista de la psicología. Me gustaría que trataras el tema del Génesis
de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. ¿Por qué el hombre tiene una angustia existencial que le lleva a trascender su
propia realidad?. ¿Por qué tratamos de buscar explicaciones a todo?. ¿Por qué tenemos un sentimiento de culpa cuando actuamos
erróneamente?. Y, sobre todo, ¿por qué tratamos de dar un propósito a nuestras vidas?. ¿Se puede demostrar que todo esto es
simplemente una mezcla de nuestro proceso evolutivo y de nuestra cultura?. No sé si el hombre es importante o no pero si sé que yo soy
importante y cada uno nosotros, ateos o creyentes, sentimos lo mismo. ¿Es este sentimiento una trampa de la razón?. Desde el punto de
vista de la física somos un conjunto de partículas no muy diferentes de una roca; desde el punto de vista de la biología somos un conjunto
de células no muy diferentes de un microbio; desde el punto de vista de la astronomía somos despreciables temporal y espacialmente. Y,
sin embargo, aquí estamos, tratando de discernir si existe o no Dios. ¿No es esa la prueba más irrefutable de que la ciencia es incapaz de
dar respuesta a nuestras preguntas más importantes?.
Yo vivo mi fe no como una revelación o un hecho histórico sino como una experiencia personal. Esto me cuesta frecuentes discusiones y
acusaciones de no ser un verdadero creyente pero creo que es la forma más honesta de creer.
Responder
21. 1berto
Me encanta leer JotDown, los adulo vergonzosamente en Twitter. Pero es que de verdad me parece genial. Y una de las cosas que mas me
gustan es leer los comentarios. Educados y cultos en su mayoría. Que abren debates interesantísimos y siempre con respeto por las
opiniones contrarias. Sin dogmas ni absolutismos. Casi me hace recobrar la fe en la humanidad. Pero luego entro al Marca, el As o el
Mundo Deportivo y…
Responder
22. Montse
Me pasma que haya quien desde la ciencia intenta probar o desaprobar la existencia de Dios. Lo mismo se podían dedicar a probar o
desaprobar la existencia del amor, el mismo éxito.
¿De verdad hay quien cree que el único conocimiento es el científico? Es el más corto.
Responder
23. Miguel
La existencia del amor.. , el proceso que ocurre en el cerebro y que explica la finalidad y comportamiento de lo que conocemos como
amor se conoce, se conocen los mecanismos y hay poco del proceso que no se conozca. Que el unico tipo de conocimiento posible es el
cientifico depende de como definas conocimiento, el problema es que la gente habla de manera muy ambigua y mezcla churras con
meninas, por eso tu razonamiento no queda nada claro.
Responder
24. Viejotrueno
El amor tampoco puede reducirse a procesos bioquímicos cerebrales, y desde luego como idea desborda completamente esos procesos. Y
efectivamente, no todo conocimiento es científico, sin necesidad de recaer en alguna metafísica sustancialista
Responder
25. Jot Down Cultural Magazine | Barça 5 – Chelsea 1, oasis en una temporada aciaga
24/04/2012 a las 13:17
[…] tres y va a volver a quedar segundo (aquí tenemos la prueba definitiva y fehaciente sobre la NO existencia de Dios, un Dios justo y cabal,
quiero […]
Responder
26. Jot Down Cultural Magazine | ¿Existe Dios? (III) El argumento del mal
[…] de Dios: el argumento cosmológico (si el universo existe, debe tener una causa) y el argumento teleológico (el universo parece diseñado a
priori), ahora vamos a tratar un razonamiento también muy antiguo, […]
Responder
27. stereoman
Pues el argumento del relojero es simple e intacable, detrás de TODAS las manifestaciones de la naturaleza, hay un orden matemático, si
en el origen está el caos, una inteligencia ha ordenado el cosmos, no entiendo que alguien no vea algo tan obvio y que nos han estado
repitiendo el arte y la ciencia durante miles de años, conviene no olvidar que todos los científicos importantes creían en Dios, los que no
creen, no sólo no son importantes, ni siquiera son significativos en ningún aspecto de la ciencia o la vida humana.
Responder
28. Javier
Hay muchos científicos que saben aplicar el método en sus experimentos pero luego no se atreven a cuestionarse en los mismos términos
sus creencias religiosas. Es falta de coherencia. Por qué un dios y no 300? Por qué creernos tan especiales? Una guerra nuclear o un
meteorito y ya no estamos. Las religiones nos han llevado -aún nos llevan- a cruzadas para eliminar al que piensa de forma diferente.
Orden? Si eliminamos una especie del ecosistema no tardará en aparecer otra que aproveche los recursos que la primera consumía. La
evolución está más que probada y el ADN nos afirma como primos de los simios. Es triste saberse mortales, pero peor es que muchos
vivan sufriendo. Hagamos lo posible por eliminar el hambre y las enfermedades que nos afligen.
Responder
29. Manuel Barreiro
El Dios de los vacíos o el de las grietas ha quedado superado. De hecho cuanto más avanza la astrología, la física teórica, la Biología,
más se demuestra la complejidad de las leyes naturales… La mecánica cuántica, tan poco intuitiva, por poner un ejemplo… Leyes que
explican un Universo muy sofisticado.
Esto es para mi la prueba de la existencia de una inteligencia superior (muy superior) y de una voluntad. Las dos preguntas por que hay
algo en vez de nada, y por qué lo que hay esta ordenadísimo y no es caótico, desde mi punto de vista y cuanto más avanzamos en el
conocimiento del Universo, más, no se pueden responder sin un Creador.
Por decirlo de otra manera: cuanto más conocemos como funciona el Universo, más evidencia tenemos de la existencia de Dios.
Enhorabuena por el desarrollo, que, aunque desde mi punto de vista es matizable, sin duda es un excelente trabajo expositivo de una
posición atea.
Responder
30. Roberto
La prueba de la existencia de Dios es:JESUCRISTO. El fue Dios manifestado en carne. En èl habita corporalmente toda la plenitud de la
Deidad (Colosenses 2:9)
Responder
32. Fernando Prieto
Comentar