Escenas Realistas 2024

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ESCENAS REALISTAS

ACTUACION 1

2024
Emilia / Tolcachir
Fragmento 1

Emila: ¿En Dios? Antes si, ahora…


Walter: Caro, Leo, quiero que los veas.
Emilia: (A público) Ella está ahí, por momentos la recuerdo, por momentos no...
Walter: Perdoná que es un desastre esto. Nos estamos mudando.
Emilia: (A público) ¿Morirse? No es lo más doloroso.
Walter: ay Emilia! ¿Bajás, Carito?
Emilia: Lo más doloroso es vivir después.
Walter: por ahí se va a un patio hermoso, ya vas a ver.
Emilia: ¿Tenés parrilla en el patio?
Walter: Hay que ponerla.
Emilia: Una manguera tenés que tener, para limpiar.
Walter: Este es el baño de invitados, acá la cocina, que está bien, ¿no? Entra una mesa para comer... así
todos los días...
Emilia: Me parece bien que comas todos los días, mañoso.
Walter: ¿Por qué?
Emilia: (A público) ¿Por qué?, pregunta, mañoso.
Walter: Ay, cuántos años pasaron Emilia.
Emilia: Muchos.
Walter: Ya no soy un nene.
Emilia: (A público) ¿Yo presa? ¿Quién se imagina preso? Nadie.
Walter: Arriba está nuestro cuarto con Caro, mi mujer, el cuarto de Leo, los baños nuestros, y arriba una
terraza.
Emilia: ¿Cuántos baños tenés?
Walter: ¿Por?
Emilia: ¿Qué querés hacer con tantos baños?
Walter: Bueno, yo no hice la casa.
Emilia: Me parece una exageración.
Walter: Venía así...(llamando) Caro, ¿querés sentarte un ratito?

Walter: Tomá esta silla…Caro…


Caro: Acá estoy.
Walter: Mi amor, estas en bolas, tapate que hay visitas.
Emilia: ¿Tu mujer? A ver, a ver.
Walter: Caru, te presento a Emilia, ella es... Emilia...de toda la vida, ya te voy a contar.
Emilia: ¿Qué le vas a contar, no le contaste? Qué vergüenza.
Walter: Sí te conté, algo te conté, ¿no?
Caro: Sí.
Walter: Emilia, amor, te la tengo que haber nombrado.
Caro: Sí.
Emilia: Porquería. Ni una palabra le dijo.
Caro: Sí.
Walter: ¿Sacaste las cosas?
Caro: Estaba...
Walter: Después te ayudo.
Caro: No hace...
Walter: (A Emilia) No, Es que quiero vigilar, ya veo que no tengo lugar después en el ropero.
Caro: No...
Walter: Yo... ¡viste!, tengo tres cositas pero las quiero colgar...
Caro: Y colgalas...
Walter: Tres pavaditas...pero las quiero colgar
Caro: Colgalas...
Walter: Colgalas... Atorranta. Atendela Carucha, voy a buscar a Leo.
Emilia: Qué bárbaro, mirá vos el tartamudo. Qué linda, qué pelo. (La huele) Qué rico. ¿Quién iba a
decir?
Caro: Ahaaa.
Emilia: ¿Nunca te habló de Emilia? ¿Nunca dijo Emilia me crió?
Caro: Sí, seguro.
Emilia: el primer cine con la Emilia, el primer baile fue con la Emilia, el primer beso se lo conto a la
Emilia.
Caro: Qué bárbaro.
Emilia: Qué linda la casa, qué grande.
Caro: Sí, es... muy...grande... (No parece terminar la frase)
Emilia: ¿cómo te llamás?
Caro: Carolina.
Emilia: ¿Y el nene? Que no lo veo por dónde anda?
(Baja Leo, detrás Walter)
Leo: Hola, Amelia, por fin te conocemos.
Emilia: Qué bonito. Y qué mentiroso el muchachito.
Walter: Gracias, querido, más obvio no podías ser, Emilia!!!!
Emilia: No lo rete, pobrecito.
Leo: ¿Vio lo que es mi vida, Emilia?
Emilia: Tuteame, por favor.
Leo: Tututututututututu.( le hace cosquillas)
Caro: Leo. (Algo de ellos)
Walter: Estás excitado, Leo, bajá un poco.
Leo: ¿Qué hice?
Walter: ¡Estás excitado!
Emilia: Dejalo que juegue, está con la abuela Emilia.
Leo: Mucho gusto, abuela.
Emilia: ¡Qué rápido es! ¿De dónde saliste vos?
Leo y Walter: De un tubito de ensayo.
Emilia: Che, pero es muy lindo este chico, no se parece en nada a vos, tené cuidado con las que son
calladitas, ¡que son las peores!
Walter: Mirá lo que me dicen. Caro, defendete. (No hay reacción) ¡Caro!
Caro: ¿Eh?
(Walter y Leo se tientan de risa)
Leo: Nada, mamá, seguí en lo tuyo.
Walter: Leo.
Leo: Ya sé.
Emilia: Déjela tranquila a la chica, venga acá. (Le dice a Walter mientras le estira los brazos)
Venga para acá, dame un abrazo. Ay, qué lindo. (Se emociona)
Walter: ¡No lo puedo creer!
Emilia: ¡Estás hecho un hombre, eh!
Walter: ¿Eso será bueno? ¿Será malo?
Emilia: Malo. ¡Eso es malo siempre!
Walter: (Se ríe mirando a Caro y Leo) Qué genia. (La abraza) Te amo, te adoro, Emilia.
Emilia: Yo a vos, mi amor.
¿Un vasito de agua tendrías?
Walter: Obvio. ¿Caro?
Caro: ¿Qué?
Walter: ¡Amor!
Caro: Qué
Walter: ¿Dónde estás?
Caro: Acá.
Walter: ¿Y?
(Leo se ataca de risa)
Caro: No escuché la pregunta.
Walter: No hubo pegunta.
Caro: Bueno.
Walter: ¡Amor!
Caro: ¿Qué?
Walter: Dejá.
Caro: ¿Qué?
Leo: Emilia preguntó si podía tomar agua.

EL ZOO DE CRISTAL
Tennesse Williams

AMANDA: Ojalá lleguen antes de que empiece a llover. Le di dinero a tu hermano para que
viniera en taxi con el señor O'Connor...
LAURA: O'Connor se llama?
AMANDA: Sí.
LAURA: Y de nombre?
AMANDA: No me acuerdo. Ah,sí, me acuerdo. Jim. LAURA: No! Jim?
AMANDA: Sí, Jim. Y nunca conocí a un Jim que no fuera simpático.(AMANDA PONE FLORES EN
LOS FLOREROS)
LAURA: Estás segura de que se llama Jim O'Connor? AMANDA: Claro que estoy segura. Por que?
LAURA: En el colegio había un Jim O'Connor que Tom y yo conocíamos. Si es el mismo, vas a
tener que disculparme pero yo no voy a ir a la mesa.
AMANDA: En el colegio? Que decís? Cómo se te ocurre una cosa semejante?
LAURA: Te acordás que una vez me preguntaste si me había gustado un muchacho,? Y yo te
mostré su foto.
AMANDA: Que? El que estaba en la revista del colegio?
LAURA: Es éste.
AMANDA: Laura!Del que estabas enamorada?
LAURA: No sé, mamá. Lo único que sé es que no podría sentarme a la mesa si fuera él.
AMANDA: Qué va a ser él. Es lo menos probable del mundo. Pero se trate de él o no, vas a venir
a la mesa. No podríamos excusarte,de ningún modo.
LAURA:Vas a tener que disculparme, mamá.
AMANDA: No voy a aceptar tus tonterías, Laura. De manera que sentate y serenate hasta que
vengan.. Tom se olvidó las llaves así que vas a tener que abrirles vos la puerta.
LAURA: No,mamá, abrí vos.
AMANDA: Pero yo no puedo si todavía no termine con la mayonesa. LAURA: Por favor. No me
obligues.
AMANDA: Laura, sé razonable. Tanto escándalo por un pretendiente...nada más que un
pretendiente...

(SALE. SE ESCUCHA LLEGAR A TOM Y JIM.LAURA SE LEVANTA ATERRADA.TIMBRE. TRUENOS


AFUERA. )

AMANDA: La puerta. Laura querida, abrí


LAURA: Mamá, abrí vos, por favor.
AMANDA: Que te pasa, zonza!
LAURA: No puedo.

AMANDA: Porque no podés?


LAURA: Tengo náuseas.
AMANDA: Tengo yo náuseas? Te vas derechito a abrir esa puerta... inmediatamente!
LAURA: Está bien, mamá.
AMANDA: Hijita, tengo que infundirte valor...para la vida.
(AMANDA SALE. LAURA ABRE Y SE OCULTA. LOS MUCHACHOS ENTRAN)
TOM: Laura, te presento a Jim. Jim, mi hermana Laura.
JIM: No sabía que Shakespeare tuviera una hermana. Encantado, Laura. Que manos frías...
LAURA: Estuve tocando... el fonógrafo.
JIM: Debes haber puesto discos de música clásica. Deberías poner un poco de jazz,hot jazz para
entrar en calor.
LAURA: Perdón. (VA AL FONOGRAFO)
JIM: (A TOM) Pasó algo?
TOM: Con Laura? Ella es terriblemente tímida.

JIM: Tímida, eh? Es raro encontrar una chica tímida hoy en día. Nunca me dijiste que tenías una
hermana.

TOM: No. Ahora ya sabés. Querés una parte del diario? JIM: Bueno.
TOM: Qué parte? Las historietas?

JIM: No! Los deportes! (LEE) El equipo de Chicago anda bastante mal. TOM: Ah,sí? (PRENDE
CIGARRILLO Y SALE AL RELLANO)

JIM: Sí. Dónde vas?

TOM: Aquí. Afuera. (JIM LO SIGUE)

JIM: Shakespeare, tengo algo para venderte. TOM: Qué?


JIM: El curso que estoy siguiendo sobre el arte de hablar en público. Nosotros no nacimos para
estar en una fábrica de zapatos.

TOM: Gracias por la noticia. ¿Pero que tiene que ver eso con el arte de la oratoria? JIM: Te hace
apto para cargos ejecutivos. A mí me ayudó muchísimo.
TOM: ¿En que sentido?

JIM: En todos los sentidos. Preguntate: que diferencia hay entre nosotros y los tipos de la
oficina de enfrente? Talento? No. Habilidad? No. ¿Que, entonces? Una sola cosa.

TOM: Que cosa?

JIM: Aplomo social. La capacidad de plantarte delante de quien sea y mantener tu lugar en
cualquier nivel

AMANDA: Tom? Son ustedes?


TOM: Sí,mamá.
AMANDA: Póngase cómodo, señor O'Connor.

JIM: Gracias, señora. Tom,el señor Sandoval estuvo hablándome de vos.


TOM: Bien?
JIM: Te vas a quedar sin empleo si no te despertás.
TOM: Me estoy despertando.
JIM: No se nota!

TOM: Adentro, se nota. Estoy planeando cambios y en mi futuro no entran ni la fábrica ni el


señor Sandoval ni siquiera un curso nocturno . Estoy a punto de irme.

JIM: Irte? Cuándo?

TOM: Pronto.

JIM: A dónde?

TOM: No puedo más. La vida es corta, Jim y los zapatos no significan nada para mí...Salvo
cuando se los ponen los viajeros en los pies. Mirá (LE MUESTRA UN CARNET)

JIM: (leyendo) Sindicato de Marinos Mercantes.

TOM: Con el dinero de la cuenta de la luz, pague la cuota de ingreso. JIM: Te vas a arrepentir
cuando te corten la corriente.
TOM: Ya no voy a estar aquí. JIM: ¿Y tu madre?
TOM: Soy como mi padre: un sinvergüenza. Hijo de un sinvergüenza.
JIM: Pero ¿qué dice tu madre? (AMANDA PONE LA MESA)
TOM: Shhhh! No sabe nada.
AMANDA: Dónde están, Tom?
TOM: Aquí afuera, mamá.
AMANDA: ¿Por qué no entran?

PAPA QUERIDO
Aida Bortnik

Aparece José con una gran caja. Se detiene, sorprendido por los gritos.

JOSÉ.- ¿Qué pasa?


ELECTRA.- El hermanito médico, que se va…
JOSÉ.- ¿Cómo se va a ir?... Dentro de dos horas lo llevan a la funeraria… ya arreglé todo… Y aquí
está esto que dejó para nosotros… (Sonríe) Pesa un poco… Bueno, no tanto, pero como vine
casi corriendo… Vieran la cantidad de gente que está esperando… Es impresionante… Todo el
pueblo, prácticamente…
ELECTRA.- Yo sabía…
CARLOS.- Un demagogo… eso es lo que era…
Clara se acerca a la caja. La mira con cuidado. Se agacha y lee:
CLARA.- Para entregar a mis hijos. (Se incorpora. Los mira)
ELECTRA.- Bueno, hay que abrirlo…
CARLOS (sonriente).- ¿Sin esperar a los otros?
JOSÉ.- ¿Qué otros?
ELECTRA.- Él me dice que debe haber más…
JOSÉ (No entiende).- ¿Más qué? No… el señor dijo que esto era todo lo que había dejado…
CARLOS.- Más hermanos… más hijos de tu papito, digo… ¿por qué creés que no vamos a ser
nada más que nosotros cuatro? ¿Por qué no 20 o 65 o 100?
JOSÉ (Sonrisa sorprendida).- Bueno, cien no creo, no… Pero tiene razón… por ahí… somos más…
Y bueno, yo, como ustedes quieran… Yo, por mí, claro… espero… Si les parece, esperamos a que
llegue alguien más… (Los mira a todos) Es emocionante, ¿eh? Lástima que él no esté… ¡Cómo le
gustaría vernos juntos! (se pasea un poco) Mirá la cantidad de libros… (Advierte) No son para
nosotros los libros ¿eh? Bah, el señor dijo que si nos queríamos llevar alguno en especial… de
recuerdo… pero que dejó todo para la biblioteca… y las revistas…. Y su fichero… todo esto lo
dejó para la gente de aquí… Lo nuestro está ahí… (Se acerca a la máquina) Miren la máquina…
¡qué vejestorio!... No la quería cambiar, ¿eh? ¡Estaba encariñado con su máquina! Saltaba la R…
y las mayúsculas siempre las marcaba fuera de la línea…
CARLOS.- ¿A vos también te escribía seguido?...
JOSÉ.- Siempre… me escribió siempre… Lindas cartas escribía, ¿no? Era un viejo bastante
extraordinario… Mis hermanos me lo envidiaban un poco…
(Electra ha ido acercándose a la caja. Finalmente está arrodillada al lado)
ELECTRA.- Yo quiero abrirlo…
CLARA.- Pero a lo mejor… él tiene razón… y después alguien se ofende.
ELECTRA.- Yo quiero abrirlo… No nos vamos a quedar con nada de nadie… pero estoy segura de
que adentro debe decir cómo repartirlo, para quién es, lo que sea… ¡Abrámoslo!...
CARLOS.- Por mí, hagan lo que quieran…
(Electra comienza a desenvolverlo, ayudada por José. Adentro hay cinco voluminosas carpetas
de archivo…)
ELECTRA (Lee en la cubierta de la primera que saca).- Minerva…
CLARA.- Esa soy yo… Clara Minerva…
(José se la alcanza. Clara la mira por fuera. No se atreve a abrirla)
ELECTRA (sigue).- Ateo.
JOSÉ (Sonriente).- Yo… él me quería poner Ateo, no lo dejaron, pero siempre me llamaba así…
ELECTRA (Tendiéndosela a Carlos).- Germinal…
JOSÉ (Sonriente).- Vos sos Germinal… ¿Y te anotaron así?...
CARLOS.- Sí, me anotaron así…
ELECTRA (Se ha quedado mirando una carpeta).- Esta dice Amanecer… (Se miran. Ella lo aparta.
Saca la última). Electra… ésta es para mí…
JOSÉ.- Entonces somos cinco… con amanecer…
CLARA.- ¿Es nombre de mujer o de hombre?
(José se encoje de hombros)
ELECTRA.- Puede ser… cualquiera de los dos…
(Pausa)
JOSÉ (a Electra).- Vos tenías razón, eh? Él lo dejó todo bien organizado.
CLARA.- Me da una impresión abrirla… Pero yo creo que sé qué es…
JOSÉ (Entusiasmado).- A ver… ¿qué? Qué creen ustedes… Esperen, no lo abramos… a ver si
adivinamos qué es…
CLARA.- Él estaba escribiendo un libro… ¿Les contó? A mí en las cartas me hablaba del libro…
ELECTRA.- “Las revoluciones en la historia de las sociedades”
CLARA.- Ese…
ELECTRA.- No, no creo que sea eso…
JOSÉ.- Yo creo que son sus poesías…
CARLOS.- Lo que faltaba…
ELECTRA.- No… yo creo que deben ser sus recuerdos… La historia de la familia… El abuelo que
fabricaba plata en la cárcel… y el que contrabandeaba caballos… Yo siempre le pedía que
juntara todas esas historias en un libro… Yo creo que estaba trabajando en eso, los últimos
años…
(Carlos empieza a reírse. Todos lo miran incómodos)
CARLOS.- Grandes obras esperan del papito… todos… todos se creyeron el mito… y yo les digo
que no… ¿Saben que hay aquí? ¡Estoy tan seguro, tan seguro!
ELECTRA.- Dejá de reírte, vamos, que no divertís a nadie. ¿Qué es lo que nos dejó, según vos?
CARLOS.- ¿La herencia de nuestro papito?... Son las cartas… Las cartas que nos mandó todos
estos años--- otra copia de las mismas cartas… una por una… Esa es la gran obra del viejo: las
cartas con las que nos llenó la cabeza y nos jorobó la vida. Sus cartas llenas de grandes palabras
y grandes sentimientos… con mucha libertad y conciencia y honor y dignidad y solidaridad y
todo su maravilloso vocabulario del siglo pasado… Las cartas exaltadoras que hacían que uno se
sintiera heroico y especial solamente por recibirlas… hasta que uno empezaba a sentirse
incómodo y después acusado y después un verdadero gusano inmundo porque uno no se
merecía toda esa maravilla que era su padre…
CLARA (Desconcertada. Herida).- Yo no me sentía así…
ELECTRA.- Hablá por vos…
JOSÉ.- El viejo no era así… no sacaba copias… ¿cómo iba a sacar copias? Yo, igual, las guardaba
todas… A mí me gustaba volver a leerlas.
(Pausa)
(Carlos ha estado desatando la carpeta violenta y febrilmente. Hasta que finalmente lo logra.
Tiene una sonrisa crispada y segura que se le borra en cuanto la abre y comienza lentamente a
hojearla. Se da vuelta de espaldas a los otros dos. Se queda muy quieto. José y Electra que lo
estaban mirando se miran entre sí. Comienzan lentamente a abrir las suyas. Clara ha
comenzado al mismo tiempo que Carlos y recién lo logra)
CLARA (Sorprendida. Emocionada. Contenta).- Mis cartas… son mis cartas… Están ordenadas…
una sobre otra… sí… desde los dibujos que mandaba mamá… Están todas… guardó todas mis
cartas… Yo guardaba las de él… pero las mías eran… no eran como las suyas… y él las
guardaba… Nunca me lo hubiera imaginado…
ELECTRA.- Sí, desde la primera, están todas…
JOSÉ.- Nos dejó nuestras cartas… (A Carlos) ¿A vos también? Yo tampoco pensé que las
guardaba… ¿Él también las volvería a leer? No creo… nunca tenía tiempo para nada… Pero es,
es una idea que debe haber tenido… porque nos quería… para que viéramos que nos quería…
(A Electra) ¿No es cierto?
ELECTRA.- Sí.
CLARA.- A mí me hubiera gustado que escribiera un libro… Se lo hubiéramos hecho publicar…
pero José tiene razón… ¿No es cierto?
(Pausa. Los cuatro están enfrascados en la lectura de sus cartas. Clara tiene de pronto un
estallido de risitas y se tapa la boca)
CLARA (los mira, como disculpándose).- ¡Ay, qué tonta! ¡Una dice cada cosa cuando es chica! Le
decía que me iba a casar con él… mi nena mayor le dice eso a mi marido… pero yo no me
acordaba…
JOSÉ (La ha estado escuchando con una sonrisa).- Yo le dibujaba historietas… le contaba todo,
en historietas… (Se ríe mirando su carpeta). Dibujaba a mi hermana chiquita para que la
conociera… (Pausa). Y él me empezó a mandar libros de arte… Debían ser carísimos… (Sonríe)
Decía que los expropiaba… (Casi desafiante. De pronto. Mirándolos) Yo también fui
expropiado… un tiempo… (Electra lo mira José le sonríe) Hace mucho, ahora soy, casi casi, lo
que el viejo llamaría un chancho burgués.
(Siguen pasando las hojas. Electra no se ha detenido en las primeras cartas. Está por el medio
de su carpeta cuando la cierra de pronto y se queda mirando al techo. Como si tratara de
contener las lágrimas. Carlos respira agitadamente y cierra su carpeta bruscamente. Se da
vuelta a mirarlos. Parece haber recibido un golpe. Está herido y desconcertado. Pero sobre todo
mucho más furioso que antes)
CARLOS (resoplando y riéndose falsamente).- ¡Linda idea! ¡Preciosa idea! ¡Solamente a él se le
podía ocurrir!
(José y Clara lo miran asombrados. Electra prefiere no mirarlo)
CARLOS.- Vos sabés ¿no es cierto? Vos sabés lo que nos hizo…
(Electra se levanta. Busca su saco. Se lo pone)
CARLOS.- ¿No se dan cuenta?
JOSÉ.-Mire, yo no sé qué problema habrá tenido usted con él… pero delante nuestro… no lo
insulte…
CLARA.- Yo ya se lo dije…
ELECTRA.- Tendríamos que ir ya… tendríamos que estar allí…
CARLOS.- Vos sabés, ¿no es cierto? ¡Vos sabés por qué lo hizo?
ELECTRA.- ¿Qué vamos a hacer con la carpeta de Amanecer?
CLARA.- Podríamos mirar adentro, la dirección nada más… la última dirección… y mandársela,
¿no? A lo mejor no pudo venir por algo.
JOSÉ (A Carlos).- A mí me gustaría que me contara qué es eso que nos hizo… puede ser que
Electra lo entienda… pero yo soy más lento… Me gustaría que me contara…
CARLOS.- Decime, ¿Qué le escribías vos?... ¿Qué le contestabas a esas cartas maravillosas?...
JOSÉ.- Y… le contestaba… lo que sentía…
CARLOS.- Eso, lo que sentías… Cuando eras chico… Y cuando eras un adolescente… y cuando
eras un joven… Eso le contestábamos, lo que sentíamos cuando él nos inspiraba tanta
admiración y tanto respeto…
JOSÉ.- Yo todavía lo sigo admirando y respetando…
CARLOS.- Pero, ¿qué le prometías en esas cartas?...
ELECTRA.- Dejálo, por favor, para qué haces eso… ¿no podés dejarlos tranquilos?
JOSÉ.- Si usted me está defendiendo de algo, yo se lo agradezco… pero nuestro padre me
enseñó que era yo el que tenía que defender a las mujeres… Déjelo que hable, yo también me
quiero enterar… ¿Qué le prometía?
CARLOS.- Sí, qué le prometías a él… ¿Y qué te prometías a vos mismo? ¿Cómo apostabas por tu
futuro, qué cosas decías que ibas a defender siempre? ¿Qué cosas decías que no ibas a ser
nunca?...
CLARA.- ¿Qué tiene de malo lo que uno escribía cuando era chico?
CARLOS (sigue con José).- ¿Te acordás?... ¿Te acordás qué hombre le prometías a ese padre
maravilloso?
(José asiente)
CARLOS.- ¿Y sos, ese hombre?
(Pausa)
ELECTRA.- Nadie es ese hombre…
CARLOS.- Tratá de leer esas cartas ahora, tratá de leerlas sin sentirte como un gusano.
JOSÉ.- No tengo por qué sentirme como un gusano…
CARLOS.- ¿No? ¿Nunca dejaste de ser el hombre que creías que ibas a ser cuando tenías 17
años?
ELECTRA.- Nadie es ese hombre…
CARLOS.- ¡Ese viejo de mierda era ese hombre!
ELECTRA.- ¿Eso creías?... ¿Justamente vos?... Claro por eso lo odiás tanto… No, tampoco él…
por lo menos no del todo… seguramente tampoco él… Pero a lo mejor ésa era la idea… A lo
mejor un día se puso a pensar… en cómo se había traicionado… y quiso advertirnos…
CARLOS.- ¿Advertirnos? Se tendría que haber muerto antes… Yo tengo 45 años…
ELECTRA.- A lo mejor se le ocurrió hace muy poco… A lo mejor se le ocurrió justamente antes
de matarse…
JOSÉ (ha estado totalmente abstraído).- Es una herencia rara… ¿no? La verdad que es una
herencia rara…

PAPA QUERIDO
Aida Bortnik

CARLOS.- ¡Viejo e mierda!


Las dos se dan vuelta a mirarlo, sorprendidas. Electra ha oído perfectamente, pero Clara no está
segura. Se miran entre sí. Carlos se levanta y se pasea, con las manos en los bolsillos y comienza
un silbidito. Se encuentra con la mirada reprobatoria de Clara. Se calla.
Clara abre con enorme cuidado el ropero. Parece sorprendida. Avanza un paso y hunde la nariz
entre la ropa colgada. Se vuelve a ellos.
CLARA.- La ropa…tiene su olor…El mismo olor que cuando me llevaba en brazos…
Los otros dos la miran. Pausa.
CARLOS (Riéndose de pronto).- ¡Viejo e mierda!
CLARA.- Por favor… le pido por favor… no me gustan esas cosas…No sé qué relación tendría
usted con él… pero yo lo quería mucho…
CARLOS.- ¡Era un viejo de mierda! (Extiende los brazos como para pararla) No hablo de tu
papito, el que te llevaba en brazos… hablo del mío… ¿O.K.?
CLARA.- Pero si es lo mismo…
CARLOS.- No es lo mismo… no es lo mismo…
ELECTRA.- ¿No podrías dejar de molestarla?
CARLOS (la mira un momento. Sonríe).-Voy a tratar…
Pausa. Las dos mujeres reinician su tarea.
CARLOS.- ¿Cuántos más aparecerán?...
ELECTRA.- ¿Cuántos más?
CARLOS.- Hijos… cuántos otros hermanitos nos aparecerán, digo… ¿vos tenés idea de cuántos
somos?...
ELECTRA.- No.
CARLOS.- Algún número entre 10 y 100, seguro… (Se ríe) y debemos tener hermanitos
coloreados, también… porque el viejo viajaba. Era lo que más hacía, además de preñar minas…
CLARA.- ¡Por favor!
CARLOS.- Bueno, tenemos una hermanita puritana…
ELECTRA.- Decíme, ¿vos para qué viniste?
CARLOS (se queda quito. Sorprendido. Intenta una de sus risitas).- ¡Buena pregunta! Ves, ¡esa sí
que es una buena pregunta! Pero cierto que vos sos periodista, ¿no? Como tu papito… Te puso
bien el sello, el viejo ¿eh? Por algo te puso Electra… ¡Mirá que se necesita ser degenerado para
ponerle Electra a la hija!...
ELECTRA.- Y a vos ¿cómo te puso?
CARLOS (Se encoje de hombros. Molesto).-Carlos.
ELECTRA.- ¡Vamos!... Carlos y ¿qué más?...
CARLOS (sonrisita).- Germinal, naturalmente, ¿qué querías que me pusiera el viejo con sus
ideas?
ELECTRA.-Y firmás Carlos G…
CARLOS.- No, si querés me pongo un cartel en la frente que diga que mi papito era muy
revolucionario…
CLARA (Principista).- No es ninguna vergüenza…
CARLOS.- ¿No?
CLARA.- Yo estoy orgullosa de él…
CARLOS.- Sí, sí…Se te nota…Les tendría que haber puesto Electra a todas…
Carlos se pasea. Se enfrenta al fichero. Lo abre. Lo observa al descuido, Electra lo observa.
ELECTRA.- No había visto ese fichero… ¿Qué hay?
CARLOS (se encoje de hombros).-Supongo que estaremos nosotros…Los 100 hijos quiero
decir…Para acordarse… (Las mira. Se le ocurre de pronto) ¿A ustedes también les escribía?...
ELECTRA.- Siempre…
CLARA.- Yo guardo todas sus cartas…
CARLOS (curioso).- Una vez por semana hasta los 18 años…
¿Una vez por mes desde los 18?
CLARA (asombrada).- ¿A usted también?
CARLOS (se ríe).- ¡Qué idiota! ¡Mirá si seré idiota! Recién se me ocurre, ¡Claro!...Nos debía
escribir a todos… Esas cartas largas y llenas de moralina barata…
CLARA.-Escribía cartas preciosas…
CARLOS.- Mirálo qué organizado, el viejo… ¡miralo qué organizado!
ELECTRA.- Vos creías que eras hijo único, hasta que llegaste aquí…
CARLOS.- Mirá hermanita…
ELECTRA.- Y después quisiste creer que por lo menos, eras el único varón, por eso lo trataste
tan mal a ese pobre… Y ahora te enterás de que tampoco eras el único al que le escribía…
CARLOS.- ¡Vamos! Si hace años, ¿me entendés? ¿Me oís bien? Años… casi 10 años que no le
contestaba…
ELECTRA.- Y él te seguía escribiendo…
CARLOS (se encoge de hombros).- Si le daba lo mismo… ¿Acaso me escribía a mí? ¡Le escribía a
la posteridad, hermanita! (se ilumina) ¿Y sabés qué? ¿Sabés qué creo? Debía escribir con
carbónico… No. Qué carbónico… debía tener una fotocopiadora… Nos debía mandar la misma
carta a todos… No hay fotocopiadora por acá… Busquemos, hermanitas, busquemos… yo les
apuesto que encontramos una fotocopiadora…
CLARA.- ¿Por qué dice todo eso? A mí me escribiría sobre mis cosas… Eran cartas…
completamente personales…
CARLOS.- ¡Vamos! ¿Y no te citaba a los grandes pensadores de la humanidad? ¿No te hablaba
de la libertad del hombre… No te decía de la independencia del espíritu era el orden natural y
debía oponerse al yugo del Estado?...
CLARA.- Siempre tuvo sus ideas, pero a mí hasta me preguntaba por el perro… por Caos… a mí
me regaló un perrito…
CARLOS (riéndose).- ¿Y le puso Caos?
CLARA (temiendo preguntar).- ¿A mí me lo regaló cuando cumplí 6 años?...
ELECTRA.- A mí nunca me regaló un perro…
CARLOS (riéndose todavía).- Ah, no… no te preocupes… a mí tampoco, a mí tampoco…
Debíamos entrar en distintas clasificaciones… Por ahí hubo 10 a los que le regalaba un perro, 10
a los que le regalaba un microscopio…
ELECTRA.- A mí nunca me regaló un microscopio…
CARLOS.- No, dejáme que lo piense… A vos te regaló biografías de grandes revolucionarios…
seguro…
ELECTRA.- ¿Y qué?
CARLOS (Sorprendido a pesar suyo).- ¡Pero te das cuenta, el viejo e mierda!
ELECTRA.- ¡Acabála!
CARLOS.- No, pero oíme, oíme… Vos sos inteligente… ¿No te das cuenta? A ella un perrito… a
esta tierna ama de casa… a mí un microscopio y soy médico… Y a vos… ¿entendés? Nos
programó, ¡ese viejo de mierda! ¡Nos programó!
ELECTRA.- ¿No es lo que hacen todos los padres con sus hijos?
CARLOS.- ¿Y vos te creés que a todos le sale tan perfecto?
ELECTRA.- Todos no son tan inteligentes como para apostar a lo que realmente somos…
CARLOS.- Ah, sí, eso es cierto: ¡él era muy inteligente!... ¡Muy inteligente! ¡Mirá para lo que le
sirvió!
ELECTRA.- ¿Vos querés decir que no tenía plata?
CLARA.- A él no le importaba la plata…
CARLOS.-Vamos. Electrita… que una cosa en no tener plata… y otra terminar en este pueblucho
miserable, solo como un perro… y pegándose un tiro en la cabeza…
CLARA.- El señor que me llamó a mí… dijo que podía haber sido un accidente…
CARLOS.- ¿Y vos se lo creíste?
CLARA (le cuesta).- No… porque si dejó dicho a quiénes había que llamar… si dicen que dejó
escrito… (Pausa) pero si estaba tan enfermo… a él no le gustaba tener que depender de nadie…
Dicen que apenas podía caminar… Y a él le gustaba tanto caminar… (Pausa) Yo iba a venir…
tantas veces estuve por venir… Y siempre pasaba algo… Y él, cada tanto, decía que a lo mejor se
hacía un viaje y nos visitaba… Nunca me voy a perdonar… nunca me voy a perdonar no haber
venido…
Pausa.
ELECTRA.- Tenía muchos amigos, aquí… Jugaba al ajedrez, jugaba al truco… No debía estar muy
solo…
CLARA.- No, si él se hacía querer… El señor que me llamó a mí… lloraba… apenas podía hablar
de lo mucho que lloraba…
Pausa.
Carlos cierra de un golpe el cajón que había abierto en el fichero.
CARLOS.- Bueno, ha sido una experiencia realmente interesante… encontrarse con unas
hermanitas como ustedes… y seguramente todavía se va a poner más interesante cuando
lleguen los otros noventa y seis… pero yo me voy…
CLARA.- ¿Pero no va a esperar el velatorio, el entierro?...
CARLOS.- La policía puede entregar el cadáver recién mañana… y yo tengo mucho que hacer…
CLARA.- Pero lo tiene que esperar a José… él va a traer… ese señor dijo que le iba a dar también
algo que había dejado para los hijos…
CARLOS (risita).- La herencia… se la pueden repartir ustedes… bah… ustedes y los otros… yo no
quiero nada… pueden quedarse con mi uno por ciento… no voy a reclamar…
ELECTRA.- A lo mejor no somos más que nosotros cuatro…
CARLOS.- No te hagas ilusiones, Electrita…
ELECTRA.- Te da lo mismo, ¿no es cierto? Cuatro o cien…
No le podés perdonar no haber sido el único…
CARLOS.- Hacéme el favor… no me gusta el psicoanálisis caro, imagináte el regalado… Hace
muchos años que no me importa nada de ese viejo de mierda…
ELECTRA (grita casi).- ¿Y entonces por qué viniste?
CARLOS.- ¡Y a vos qué te importa! ¿Quién te conoce? ¡Por qué te tengo que dar explicaciones!
El zoo de Cristal
Tenesee Williams

(SE OYE EL DESPERTADOR DE AMANDA Y A ELLA GRITANDO LEVANTATE Y LUCETE)

AMANDA: Laura, decile a tu hermano que se levante y que se luzca!


TOM: Me voy a levantar pero no me voy a lucir.
AMANDA: Laura, decile a tu hermano que su café está listo.

LAURA: Tom, son casi las siete. No la pongas nerviosa. Tom, hablale a mamá ahora. Hagan las
paces. Pedile disculpas. Hablale, por favor.

TOM: Ella no va a querer hablarme.


LAURA: Si le pedís disculpas,sí.
AMANDA:(DESDE AFUERA) Laura, vas a comprar lo que te pedí o tengo que vestirme y salir yo?

LAURA: Ya voy. Manteca y qué más? (SE VA PONIENDO EL ABRIGO)


AMANDA: Manteca nada más. Y que la pongan en la cuenta.
LAURA: Mama, ponen una cara cuando les digo eso!

AMANDA: La cara que ponga Garfinkel nos tiene sin cuidado. Decile a tu hermano que el cafe se
enfría.

LAURA: Tom, vas a hacer lo que te pedí? Eh,?(NO CONTESTA)


AMANDA: Laura, vas o no vas?
LAURA:(SALIENDO) Voy, mamá.

(UN INSTANTE DESPUES SE ESCUCHA UN GRITO DE LAURA.TOM PEGA UN SALTO Y AMANDA


CORRE DESDE DENTRO)

TOM: Laura!

LAURA: No es nada. Me resbalé, pero estoy bien.(SALE)

AMANDA: Si algún día alguien se cae y se rompe una pierna en estas escaleras, la demanda
contra el propietario va a ser multimillonaria. ¿Usted quién es?
(TOM DESAPARECE.AMANDA PREPARA LA MESA PARA EL DESYUNO.TOM REGRESA.PAUSA
MUY INCOMODA.)

TOM: Mamá, quiero pedirte perdón. Lamento todo lo te dije. Fue sin pensar. Perdóname.

AMANDA:(SOLLOZANDO) Mi abnegación me ha convertido en una bruja y por eso ahora mis


hijos me aborrecen.

TOM: No. No es verdad.

AMANDA: Sí. Sí. Es verdad. He tenido que luchar muy sola todos estos años. Pero vos sos mi
sostén, mi mano derecha. No me falles ahora. No me abandones.

TOM: Lo voy a intentar, mamá.

AMANDA: Bien! Así se habla! Si lo intentás lo vas a conseguir! Si estás lleno de condiciones. Mis
dos hijos son algo...fuera de lo común. No creas que no lo sé. Prometeme una cosa, Tom.

TOM: Que?

AMANDA: Prometeme que nunca vas a ser un borracho.


TOM: Está bien,te lo prometo. Nunca voy a ser un borracho.
AMANDA: Eso era lo que me asustaba,que estuvieras bebiendo.Como el otro día.(REACCION DE
TOM). Comete un plato de cereales.

TOM: No, mamá. Café solo.

AMANDA: Una tostada con... ?

GOLPES A MI PUERTA
Juan Carlos Gene

En la casa brilla apenas, en un rincón, una pequeña lámpara de aceite. Un tiempo y vagas
luces se encienden en el interior. Ana llega por fin desde allí, echándose la bata con
premura, sobre su austera ropa de dormir. Enciende la luz que alumbra la entrada.

Ana: ¿Quién es?


Severa: Severa. Lo siento, pero...

Apenas identificada, Ana está ya abriendo la puerta: cadena y pasador.

Ana: ¿Qué pasa, Severa?


Severa: Siento sacarla de la cama con este frío. Pero Cosme se muere. Y Úrsula me dijo que
avisara a cualquier hora.
Ana: Por supuesto, Severa. Entre por favor. Es un momento mientras me visto.

Da luz al ambiente, donde sólo hay una mesa, un par de sillas y, a un costado, en un pequeño
altarcito, un sagrario con flores naturales y la lamparilla de aceite. Cuando Ana se dispone a
ir al interior, llega la soñolienta Úrsula terminando de cubrirse.

Úrsula: ¿Qué pasa?


Ana: Es Cosme, que se muere.
Úrsula (la detiene): ¿Adonde vas tú? Hola, Severa.
Severa: Hola, hermanita.
Ana: ¿Como adonde? A lo de Severa...
Úrsula (defensiva y decidida): Iré yo.
Ana: ¡Úrsula, por favor! La calle está peligrosa. Hay patrullas, ¡hubo sabotajes!
Úrsula: Tan peligrosa para ti como para mí. Enseguida estoy, Severa.
Severa: Sí, hermanita.
Úrsula (terminante, a Ana): Atiéndela.
Ana: Pero Úrsula, escucha...
Úrsula (cortante): ¡Por favor, Ana!

Y se mete dentro sin más. Descolocada, Ana se vuelve a Severa con inquietud.

Ana: ¿Mucha patrulla en la calle?


Severa: Me pararon dos. Imagínese: en cinco cuadras... Pero como tengo salvoconducto... Por
lo menos aquí, uno conoce a la autoridad. Cerone sabía que mi marido estaba tan mal, de
modo que me dio el papel, por si a cualquier hora necesitaba al médico, o a ustedes.
Ana: ¿Dos patrullas? ¿Qué es lo que les pasa? Están como nerviosos.
Severa: Y... sabotajes. Tienen miedo por la destilería. Está tan cerca...
Ana: Severa, ayúdeme a convencer a Úrsula. Ella no puede enfrentarse sola con eso. Ver las
armas... no más verlas, la aterroriza, la mata de miedo.
Severa: ¿A usted no?
Ana: ¿A mí? A mí también, claro. Pero me manejo mejor. Ella tiembla tanto cuando la para
una patrulla, tartamudea de tal manera que enseguida se hace sospechosa.
Severa: Para ellos, todos somos sospechosos.
Ana: Realmente me porto como una niña. Hablo y me río porque estoy demasiado asustada.
Severa: Entiendo, hermana, no se preocupe. Yo, en cambio, creo que ya no tengo miedo: sólo
rabia. Eso me va a ayudar a vivir. Cosme se ha dejado morir de tristeza. Y la tristeza mata.
Ana: La rabia también, Severa.
Severa: Es posible; Pero con la rabia también puede uno matarlos a ellos.
Ana (alarmada): Severa, ¿en qué está pensando?
Severa: En cualquier cosa, menos en amar a esos enemigos. ¿Usted los ama, hermana?

Ana hace un gesto vago

Severa: Por eso se muere mi marido. Porque descubrió que en este mundo, apenas ocurre algo
que a los pobres nos alegra, se salen los demonios por todos lados. ¡Esto es una invasión de
demonios!
Ana: Severa, usted sabe que a ellos no les gusta que llamen a esto "invasión". Tiene que
cuidarse...
Severa: ¿Y de qué sirve cuidarse? Usted no quiere que salga la hermana Úrsula... ¿Por qué?
Porque sabe que, a pesar del salvoconducto, apenas tropecemos con una patrulla, la van a
aterrorizar y a humillar.
Ana (angustiada por Severa): Severa, ¿qué le hicieron esas dos patrullas?
Severa: ¿Qué importan esas dos más? No son ni mejores ni peores que las de todos los días.
¡Estamos invadidos por extranjeros! Los compatriotas que vienen con ellos para disfrazar
todo esto de guerra civil, no son más que traidores.
Ana (tratando de calmarla): Severa, querida, escuche...
Severa: ¡Los odio! ¡Los odio! Y que Dios me condene, hermana, pero no puedo amar a esos
enemigos. ¡En cambio Dios parece quererlos mucho!
Ana: ¿Qué está diciendo, Severa?
Severa: Porque deja que nos masacren y nos denigren. ¿Por qué? ¿Qué mal hicimos nosotros?
(Silencio. Ana, obviamente es impotente para contestar.) Contésteme, hermana!
Ana (con serena tristeza): Esa pregunta no tiene respuesta.

Vuelve Úrsula terminando de echarse un abrigo sobre su ropa común pero austera y carente de
toda coquetería.

Ana: Úrsula, está lleno de patrullas. A Severa la pararon dos desde su casa hasta aquí.
Úrsula: Tengo salvoconducto firmado por Cerone.
Ana: ¡Es peligroso!
Úrsula: Tan peligroso para mí como para ti. Y yo asistí a Cosme junto con el padre Emilio.
Yo soy quien debe ir.

Se ha acercado al sagrario. Ana la sigue insistente.

Ana: ¡No vayas tú! Toda esa gente armada te mata de miedo.
Úrsula (enfrentándola): ¿Por qué perdemos el tiempo? ¡Un agonizante necesita comulgar!
(Baja la voz: íntima, pero fuerte.) Y es bueno sepas que esta protección tuya es realmente
cargante. Me desvalorizas, me anulas.
Ana (azorada): ¿Qué estás diciendo?
Úrsula (no puede parar, ahora): Me tratas como a una criatura. ¿No te das cuenta que eso me
humilla? ¡Apártate de ahí! (Ana ha bloqueado el acceso al sagrario.)
Ana: ¡Úrsula, querida! ¿Cómo voy a querer humillarte yo? Vete con Severa si eso es lo que
quieres. Toma, ¡vete ya! (Se dispone a abrir el tabernáculo)
Úrsula (sofocando un grito.): ¡Dije que te apartaras!
Ana se aparta, presurosa y sorprendida. Echa una mirada incómoda a Severa, que hace un
vago gesto de comprensión. Es Úrsula quien abre el sagrario. Las tres mujeres se arrodillan.
Úrsula saca un copón pequeño y una cajita metálica. Coloca en ella una de las hostias.
Úrsula: ¿Alguien más va a comulgar con él?
Severa: Yo, hermanita.
Úrsula coloca otra hostia en la cajita. La cierra, guarda el copón y cierra el tabernáculo.
Úrsula: Vamos.
Ana (va tras ella, apremiante): Úrsula, perdóname, jamás pensé...
Úrsula: Ana, no hay tiempo ahora, ¿no crees?
Ana: No, claro... luego, cuando vuelvas... Tenemos que hablarlo.
Severa: Adiós, hermanita.

Ni tiempo tiene Ana de contestar. Se han ido y cerrado la puerta.

Úrsula (desde afuera): Pon el pasador y la cadena.

Nuestro fin de semana


Carlos Gorostiza
(Toda la obra se desarrolla en el mismo escenario; el patio interior de la casa de Raúl y Beatriz, situada
en el sector alto de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires. Una medianera y la glorieta, que cubren
una parte, le dan un aspecto íntimo acogedor. A la derecha, dos escalones más arriba. la sala posterior
de la casa, usada como comedor diario o sala de estar. A foro, en el extremo del patio que limita con la
sala, una salida a la calle a través de un pasillo que corre paralelo a la casa y que no se ve. En el centro
del patio, una mesa pequeña y varias sillas. En la sala, de frente al público, una heladera eléctrica; junto
a la pared de la derecha un aparador y más al centro una mesa. Detrás del aparador, una salida que da
al comedor de la casa, a la cocina y a la calle; delante, otra que conduce a los dormitorios. Al levantarse
el telón son las cuatro de la tarde de un sábado a fines de noviembre, prematuramente cálido. En escena
se hallan Beatriz y Elvira, su hermana, quien cose unas prendas, mientras aquélla hojea una revista de
modas femeninas. Durante un prolongado momento permanecen en silencio, aparentemente lejanas
una de otra.)
ELVIRA: (Para sí, con un suspiro) Ya estamos a fin de noviembre Pronto llegarán las fiestas y se acabará
otro año. Dios mío, qué rápido se pasó! (A Beatriz) ¿No te resultó corto el año?
BEATRIZ: (Distraídamente) Como todos los demás...
ELVIRA: Este año pasó como un soplo. (Pausa) Creo que ¡lo podría recordar nada de lo que hice estos
once meses. El primero de año lo pasamos en la casa de la familia de Raúl... y la Navidad también Fueron
dos reuniones muy agradables... El papá de Raúl es tan divertido (Pausa,
luego algo patética) Dentro de un ¡nos volverá a ser Navidad... ¡Oh, es horrible que se vaya así ¡a vida!
BEATRIZ: Elvira! Estás hablando como si fueras una vieja,
ELVIRA: Es que ya soy una vieja, Beatriz.
BEATRIZ: ¡Tonterías! No me llevás más de dos años y yo me siento muy joven. (Le muestra un modelo)
¿Te gusta para mí?
ELVIRA: Sí, es lindo, un poco escotado quizá. (Beatriz prosigue hojeando la revista Y, se hace un
prolongado silencio) Beatriz... estuve pensando... voy a tener que conseguirme un trabajo. La pensión de
papá ya no me alcanza para nada.
BEATRIZ: Me parece muy bien; además te vas a distraer un poco,
ELVIRA: Sí, tendría que hacerlo, pero... ¿de qué puedo trabajar? No tengo ningún oficio... y a mi edad...
BEATRIZ: Todo el mundo trabaja; si te lo proponés algo vas a encontrar.
ELVIRA: Oh, pero yo soy una inútil! No hice nada en mi vida.
BEATRIZ: Nunca tuviste necesidad de hacer nada; ¿por qué vas a considerarte entonces una inútil? Si
realmente estás decidida a trabajar podemos hablarle a Raúl; seguramente te podrá conseguir algo.
ELVIRA: No sé... no sé... tal vez tengas razón vos. (Pausa prolongada. Luego con cierta vacilación)
También pensé en alquilar una pieza por aquí; San Isidro me gusta, es un lugar muy tranquilo... (Nueva
pausa) ¿Sabés Beatriz?, en la pensión me siento muy sola. Si viviera por aquí cerca podría visitarte más
seguido. Antes era distinto, estaba Clarita y nos pasábamos las horas charlando. Pero desde que ella se
fue no tengo con quién conversar. Así que ahora me paso todo el día sola. (Con reproche) Y teniendo
dos hermanas que fueron mis mejores amigas durante tantos años...
BEATRIZ: A casa podés venir cuando quieras...
ELVIRA: ¡Oh, ya sé que puedo venir cuando quiera! No me refería a eso, sino a todo lo demás.
BEATRIZ: ¿A todo qué?
ELVIRA: A esta situación a que hemos llegado. Vos por un lado, yo por otro... parecernos extrañas. Murió
papá y fue como si todo se derrumbara. Celia se casó con ese medicucho y está pasando lo mejor de su
vida enterrada en ese pueblo.
BEATRIZ: Tal vez es feliz allí...
ELVIRA: ¡Por favor, Beatriz! ¿Cómo puede ser feliz en un pueblo una muchacha como ella?
BEATRIZ: (Con cierto cansancio) Ya hemos discutido eso varias veces, Elvira. Celia quiere mucho a su
marido y es feliz junto a él.
ELVIRA: ¡No sé si lo quiere tanto! La pobre Celia no es ni la sombra de aquella muchacha que se fue de
aquí. Ahora tiene la mirada triste, cansada... (Se hace una pausa. Luego con una sonrisa) Los tres
mosqueteros, ¿te acordás? Siempre juntas las tres. (Nueva pausa) ¡Oh, cuando pienso en los proyectos
de papá! Hay algo que no me voy a olvidar nunca. El día que compró la casa en Belgrano me llevó con él
para que la conociera. "Aquí hay espacio para los siete -me dijo-. Yo, mis tres hijas y mis tres yernos".
¿Nunca te lo conté? Yo tenía veinte años
entonces. Después recorrimos una a una todas las habitaciones. A cada una de nosotras le había
designado su habitación matrimonial. Ese era el sueño de papá. Vernos a todas juntas. ¿Se parece en
algo a esta realidad?
BEATRIZ: Pasaron muchas cosas desde entonces.
ELVIRA: Claro que pasaron cosas! Y lo peor fue la muerte de papá. Estando él viviríamos las tres juntas,
como entonces. (Elvira vuelve a su costura y, se hace una nueva pausa prolongada) Siempre pienso que
nuestra felicidad terminó el día de aquel cumpleaños tuyo, ¿te acordás? ¡Qué noche maravillosa!
Bailamos basta las seis de la mañana y después terminamos tomando mate y comiendo bizcochos en la
cocina. ¿Te acordás. Beatriz?
BEATRIZ: (Con un gesto de cansancio, de quien ha escuchado la historia varias veces ya) Sí, me acuerdo.
ELVIRA: (¿Te acordás que vos te quedaste dormida con el mate en la mano? Todos empezarnos a
gritarte y te despertaste de golpe. Fue muy gracioso... ¡Y papá! Es tuvo levantado hasta las cuatro de la
mañana, bromeando con todos. (De pronto melancólica) ¡Pobre papá! Pensar que ya esa noche tenía
esa horrible enfermedad, y nadie lo sabía. Ni él
mismo... Pocos días después le empezaron los dolores en la espalda y... (Se interrumpe angustiada por el
recuerdo. Luego de una pausa)
BEATRIZ: Pienso que va a estar fresco esta noche para comer aquí...
ELVIRA: Nunca nos vamos a perdonar haber vendido la casa de Belgrano. Ochenta mil pesos esa
mansión... ¡Lindo negocio hicimos!
BEATRIZ: En aquellos días era ventajoso. ¿Quién podía fa imaginar lo que iba a suceder después?
ELVIRA: Debimos haberlo previsto. Era nuestra casa, lo único que teníamos.

GOLPES A MI PUERTA
Juan Carlos Gene

La sola mirada de Úrsula, la detiene. Sonríe como pidiendo disculpas por lo que ha hecho sin poder
evitarlo, siguiendo el impulso de su sobreprotección. Úrsula va hacia la puerta. Como al acaso, Ana
se coloca custodiando la entrada que da al interior. Apenas abre Úrsula, tres hombres armados,
abrigados y de civil entran brutalmente. Ellas apenas reprimen gritos de sobresalto. Pero no han
terminado los hombres de invadir el lugar, cuando Cerone, igualmente abrigado y con traje civil,
entra rápido.

Cerone: ¡Señores... señores! ¿Qué modales son esos? Se trata de señoras. ¡Y de religiosas! Un
poco de educación, ¡caramba!

Los hombres se detienen intimidados.

Cerone: Hermanas, hermanitas... mil perdones. Por fortuna alcancé a ver que entraban aquí y
me apresuré a intervenir. ¡Mil perdones! Mi gente está nerviosa, claro. Y cansada. Muchas
horas de aquí para allá, buscando y buscando y... nada.
Úrsula: Por favor, señor Cerone, ¡que no nos apunten de esa manera!

Cerone: ¡Muchachos! ¿Qué es eso? Asustando a señoras indefensas... Bajen esas armas... (De
pronto, por el sagrario.) ¡Caramba! ¡Un sagrario! Caballeros: más allá de las creencias de cada uno,
éste es un sitio de paz! ¡Y de respeto! Caramba, hermanita, ¡qué pálida está usted!
Ana: Estoy asustada, señor Cerone. ¿Puedo preguntarle a qué debemos esta visita tan...
intempestiva?
Cerone: A una formalidad, hermanita. El hombre se esfumó en esta cuadra. Lo tenían cercado
y... se esfumó. Y como nadie se esfuma, salvo en los milagros... (Se ríe.) Y como comprenderá... yo
no creo en milagros. Usted sí, por supuesto.
Ana: Por supuesto. Son inusuales, pero ocurren.
Cerone (se ríe): ¡Inusuales! ¡Qué palabra tan aguda! De todos modos, por inusual que fuese, no
podría tratarse, en este caso al menos, de un milagro. Porque los milagros ocurren por mediación
divina, ¿no es cierto? Y pensar eso sería como afirmar que Dios está con los rebeldes. Y Dios no se
ocupa de política, ¿no es cierto?
Ana: No señor. Sólo de la justicia.
Pausa. El la observa un momento con ojos astutos.
Cerone: ¿De veras? (Silencio, y cambia totalmente.) No pudo haberse esfumado.
Ana: ¿Quién?
Cerone: El hombre...
Ana: ¿Qué hombre?
Cerone: ¡De veras! Omití explicárselo. ¡Como si usted lo supiera!... Un rebelde. Lo teníamos
cercado y...
Ana: Señor Cerone. ¿Quiénes son los "rebeldes"?

Úrsula se alarma ante la pregunta que considera una imprudencia de Ana. Y más ante el
sorprendido, espectacular silencio que hace Cerone y que él mismo rompe, finalmente, con
una carcajada.

Cerone (riendo): ¡Pero qué hermanita ésta!... Entiendo que no sepa que hay un delincuente
escondido en una casa de esta cuadra. Pero que ignore que hay rebeldes cometiendo sabotajes
y tropelías...
Ana: No... eso lo sé, claro... Me confundo porque usted los llama rebeldes y ellos... son más
bien leales...

Úrsula no sabe cómo parar a Ana.

Cerone: ¿"Leales"?
Ana: Leales sí... al gobierno.
Cerone: ¡Pero qué hermanita más ocurrente! Eso es cierto. Pero se rebelaron contra
nosotros... que ahora somos el gobierno de la zona liberada.
Ana: Ah...
Cerone: Bueno, lo dicho: no pudo haberse esfumado, ¿no es cierto?

Se queda mirando fijamente a Ana, quien mira a su vez a Úrsula.


Úrsula (inocente): Está bien, señor Cerone. Entiendo que tiene que revisar la casa. Hágalo de
una vez...

Ana desfallece...

Cerone: "Tendría" que requisar, claro.


Úrsula: Pues hágalo. ¿Qué espera?
Cerone: Pero no voy a hacerlo.
Úrsula: ¿No?
Cerone: ¡Hermanita! Ya hemos tenido algunos rozamientos con el señor obispo. De veras tienen
ustedes en él a un verdadero padre... ¡Cómo cuida a su gente! Y él se ha irritado por algunos
procedimientos... en Fin... ¿Recuerdan lo del padre Ramírez? ¡Un asunto tan desgraciado! Un
accidente de veras irreparable...
Ana (no se contiene): ¿Accidente?
Cerone: Hermana, ¡por favor! Se escaparon unos tiros y... ¡Una desgracia!
Ana: ¡Y los tres tiros que se le escaparon a su gente, le dieron en la nuca!

Úrsula está de veras alarmada por el giro que toma el diálogo.

Cerone: Hermanita, ¡no fue mi gente! Fueron soldados del ejército de ocupación, cuando todavía
estaban por acá... Usted sabe bien que yo manejo sólo compatriotas. ¡Mire qué muchachos tan
sanotes! Aquel es de San Marcos de Ulloa; éste es de Fuente Alta; y el otro, su feligrés, de la Capital.
Compatriotas, hermana. Sumidos en la desgracia de una guerra civil.
Ana: Así será.
Cerone: ¿No?
Úrsula: Sí.
Cerone: ¡Claro!

Se queda mirándolas en silencio y con una risa estereotipada.

Cerone: Bien. Pero si algo no quiere este alcalde a quien cupo en suerte... o en desgracia, la
responsabilidad de regir esta zona liberada, es tener conflictos con la Iglesia. (Como despidiéndose,
con voz brillante y espectacular) Hermanitas mías, ¡ninguna requisa! Confianza y colaboración. Si
saben algo, hermanas, no dejen de informar. (Pero antes de salir vuelve a mirar a Ana) ¿De veras
hay milagros, hermana?... No diga nada, usted es una religiosa; yo no. Buenas noches y mil
perdones.

Sale. Úrsula cierra con cadena y pasador y vuelve sobre Ana, indignada.

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