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Crisis Sociopolitica Masacre y Deshumani

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Gustavo Montoya | Homero Quiroz

editores

editorial
horizonte
Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023 / Gustavo Montoya y
Homero Quiroz, editores

Primera edición: julio 2023

Copyrigth © Gustavo Montoya

Copyrigth © Homero Quiroz

De esta edición:
© Editorial Estallido SAC
Calle Las Viñas, MZ. KK-2, Lote 09. Ex-hacienda de Pro. Los Olivos, Lima-Perú
Teléf: 051 949 773 775
www.estallidodelibros.com

© Editorial Horizonte de Juan Humberto Damonte Valencia


Jr. Sucre 470, San Miguel, Lima, Perú.
Teléf: 051-1 605-6912 / cel: 051 955 637 859
E-mail: editorialhorizontesac@gmail.com

Ilustración de la carátula: “Mujeres de Andahuaylas en pie de lucha”. Acuarela de Jos-


hua, artista lampeño.

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro sin la autorización


de los editores.

ISBN: 978-612-5059-20-8

Hecho el Depósito Legal, en la Biblioteca Nacional del Perú, N°: 2023-05510

Impreso por Ediciones Horizonte SAC


Jr. Sucre 470, San Miguel, Lima, Perú.
Tiraje. 1,000 ejemplares
Julio 2023
Contenido

Prólogo 11
Gustavo Montoya y Homero Quiroz

Primera parte. Crisis estructural y lucha de clases 21

Lecciones de enero 2023 23


Héctor Béjar

Herencia colonial, capitalismo racista y estallido social 39


Tatiana Béjar

De Castillo a Boluarte: un gobierno, dos momentos 51


Juan Pablo Rojas Misari

Estallido: crisis, golpe de Estado y lucha de clases en el Perú 67


Juan Diego Motta Villegas

El estallido en los Andes en perspectiva internacional 83


José Manuel Mejía

Golpe parlamentario y estallido social 95


Jorge Sánchez Gonzáles

Segunda parte. Crisis institucional, vacancia y protesta 105

Cómo enterrar a nuestros muertos con circunspección 107


Arturo Delgado Galimberti

—7—
“Entre mutualistas y oportunistas”: vacancia presidencial
y crisis política en Perú 112
Steven Palacios Amorín

Golpe y contragolpe del 7 de diciembre de 2022 122


Ricardo Licla Meza

La protesta como derecho en el actual escenario de lucha popular 134


Víctor Alfonso Otoya Jiménez

Tercera parte. ¿Revolución democrática? Estallido e identidad 145

La revolución democrática 147


Sinesio López

Reflexiones sobre el estallido social 151


Natalia Sobrevilla Perea

Lo nuevo no termina de nacer 162


Jorge Frisancho

Insurrección y nueva utopía andina 173


Homero Quiroz y Emil Beraun

La irracionalidad política y la política de guerra 178


Carlos Reyna Izaguirre

El estallido permanente 192


Silvio Rendón

El estallido social en Cusco o el nuevo pachakuti 200


Luis Nieto Degregori

El lenguaje de los rituales en las protestas contra Dina Boluarte 209


Juan Fonseca

Cuarta parte. Terruqueo, masacre y memoria 213

Historia, terror, guerra y anarquía en el sur andino 215


Yizza Delgado Devita y Gustavo Montoya Rivas

—8—
Crisis sociopolítica, masacre y deshumanización 226
Valérie Robin Azevedo y Tania Romero

El miedo que habitamos 242


Carla Sagástegui Heredia

Terruqueo y estallido social 247


María Sosa Mendoza

Contra la memoria. Violencia, negacionismo


y fracaso de las políticas de verdad en el Perú 255
Mario Meza

Deconstrucción del discurso de violencia durante las protestas


en Perú: 2022-2023 268
Eli Malvaceda-Espinoza

Colofón 277
El deterioro profundo del Perú 279
Victor Vich

Sobre los autores 285

—9—
Crisis sociopolítica, masacre
y deshumanización1

Valérie Robin Azevedo y Tania Romero

“En los Andes, las masacres se suceden con el ritmo de las estaciones.
En el mundo hay cuatro; en los Andes cinco: primavera, verano,
otoño y masacre”
Cantar de Agapito Robles, Manuel Scorza

Foto: Armonía ©Felipe López

El intento suicida de “autogolpe de Estado” de Pedro Castillo, su destitu-


ción y reemplazo por Dina Boluarte, abrió una nueva etapa en la endé-
mica crisis política peruana. Seis presidentes en seis años, y un Congre-
so que ha hecho de la obstrucción sistemática a los últimos gobiernos su
principal agenda política han convertido al Estado en un botín en dis-

1 Publicado originalmente en francés bajo el título “Crise sociopolitique, répression meurtrière et


déshumanisation au Pérou”, en la revista Mouvements el 22 de enero del 2023.

—226—
Terruqueo, masacre y memoria 227

puta, saqueado por intereses privados. Entre escándalos de corrupción,


acusaciones de violencia sexual y de género, y vergonzosos blindajes,
el Congreso ha alcanzado la cifra histórica de 6% de aprobación. Cabe
recordar, asimismo, que casi todos los presidentes peruanos desde 1985,
han sido acusados por corrupción, crímenes contra la humanidad, pur-
gan condenas, están prófugos, o se suicidaron para evitar rendir cuentas
a la justicia.
Las manifestaciones masivas que dieron paso a un estallido social fue-
ron evolucionando con el pasar del tiempo, hasta configurar como princi-
pal demanda la renuncia de Dina Boluarte y el adelanto de elecciones, se-
guida por el cierre del Congreso, una asamblea constituyente y la liberación
del expresidente Castillo. Estas demandas, además de ser una respuesta a
la indignación originada por la represión estatal, también se vieron impul-
sadas por un elemento identitario de los sectores populares, en particular
de las provincias, vinculado al símbolo que representa Castillo. Muchos de
sus electores insisten, antes que nada, en que, por primera vez en la historia
republicana, tuvieron a un presidente “igual a ellos”, incluso a pesar de las
acusaciones por corrupción y la incapacidad para dirigir que demostró te-
ner en el curso de su breve mandato.
Tal como lo explica José Carlos Agüero2, la candidatura y posterior
victoria de Castillo reactivó la fe en que, a pesar del desprecio y el racis-
mo campantes, a la hora de votar, los peruanos podían estar en un pie
de igualdad y los excluidos podían al fin acceder a los frutos de la demo-
cracia. En este sentido, la inmediata caída de Castillo y las maniobras de
un Congreso de corte mafioso y golpista son algunos de los factores que
explican la desilusión con la que sus votantes vivieron su salida del go-
bierno. Tras el envío de los militares a las regiones declaradas en estado de
emergencia, el gobierno sobrepasó una cifra histórica, esta vez a nivel re-
gional: más de 50 muertos en menos de dos meses —incluyendo a varios
menores de edad— y más de un millar de heridos. La violencia desatada a
raíz de la represión no hizo sino amplificar la movilización.

2 Agüero, José Carlos. 2022. «Desprecio.» Revista SER. 13 de diciembre. Último acceso: 25 de
marzo de 2023. https://www.noticiasser.pe/desprecio.
228 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

La ausencia de un trabajo de investigación serio, frente a un ejercicio


sistemático de desinformación por parte de los principales medios de co-
municación, en particular aquellos pertenecientes al grupo El Comercio,
han jugado un rol clave para avalar la narrativa del gobierno sobre los
acontecimientos recientes. A tal punto que tuvo que ser la agencia inter-
nacional de noticias Reuters la que mostró a la opinión pública que, al-
gunas de las muertes, no fueron en lo absoluto “daños colaterales”, sino
asesinatos deliberados de personas desarmadas o, incluso, simples tran-
seúntes. Esta agencia de noticias difundió por primera vez, tanto a nivel
internacional como nacional, las imágenes de Edgar Prado Arango, aquel
hombre de 51 años ejecutado el 15 de diciembre del 2022 por un soldado
cuando se encontraba en la puerta de su casa socorriendo a un herido en
Ayacucho. Pocos días después, Marco Antonio Samillán Sanga, joven in-
terno en medicina, sería asesinado por la policía cuando brindaba auxilio
a los manifestantes heridos, el 9 de enero del 2023 en Juliaca. Miembros
del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF)3 han indicado que
las autopsias a las que tuvieron acceso dan indicios sobre la violación de
derechos humanos resultante del uso desproporcionado e injustificado de
la fuerza y de las armas4. Algunos de los difuntos fueron asesinados por
proyectiles de los militares o los policías, dirigidos específicamente a las
partes vitales del cuerpo: cabeza, tórax o abdomen.
Frente a esta tragedia que sigue golpeando al Perú, proponemos
brindar algunos elementos de análisis para comprender el estallido de
violencia.

3 Orihuela Quequezana, Robert. 2023. «Violación de Derechos Humanos: 20 murieron por ar-
mas de fuego durante las protestas en diciembre.» Convoca. 4 de enero. Último acceso: 25 de marzo
de 2023. https://convoca.pe/agenda-propia/violacion-de-derechos-humanos-20-murieron-por-ar-
mas-de-fuego-durante-las-protestas-de
4 Ver Luz Alarcón y Edmundo Cruz “Las armas de guerra detrás de las muertes en la convul-
sión social en Perú”, Ojo Público, 29/01/2023, https://ojo-publico.com/4248/las-armas-guerra-de-
tras-las-muertes-las-protestas-peru y César Prado y Rosa Laura “Radiografía de homicidios”, IDL
Reporteros, 12/02/2023. Último acceso: 25 de marzo de 2023. https://www.idl-reporteros.pe/radio-
grafia-de-homicidios/.
Terruqueo, masacre y memoria 229

¿Quién es Dina Boluarte?


Empecemos rastreando a la sucesora de Pedro Castillo. Nacida en
el departamento de Apurímac, donde fueron asesinadas seis personas
en la represión de diciembre del 2022, la abogada Dina Boluarte se au-
todenomina la presidenta de “los nadies” y del “Perú profundo”. A pesar
de su manejo limitado del quechua, no ha dejado de interpelar a los
manifestantes en esta lengua, pero más para increparlos e instarlos a
“voltear la página” que para proponerles un verdadero “diálogo”. Cabe
recalcar que, hablar quechua no implica necesariamente una identifica-
ción con los manifestantes y sus reivindicaciones.
El uso político del quechua ha sido clave en las dinámicas de poder
desde el periodo colonial. Desde los evangelizadores españoles en el siglo
XVI, hasta los gamonales en los siglos XIX y XX, el uso del quechua ha
sido un instrumento de dominación de la población indígena. Los atri-
butos étnico-raciales ocupan efectivamente un rol en la represión de las
fuerzas del orden, como lo abordaremos más adelante; sin embargo, es la
identidad de clase de Boluarte lo que la distingue de sus conciudadanos
movilizados y de la mayoría de las víctimas pertenecientes a las clases más
bajas y a los sectores de origen campesino quechua y aymara. Por otro
lado, al ser la primera mujer jefa del Estado, Dina Boluarte no ha dudado
en utilizar el hecho de ser mujer para calificar a la oposición de “machista”.
En un país devastado por la violencia de género5 y los feminicidios6, la hi-
pocresía de esta recuperación política del discurso feminista para desna-
turalizar los argumentos y reivindicaciones de la oposición sería cómica
si la situación no fuera tan grave.
Boluarte también ha velado por construir y transmitir una imagen de
sí misma como encarnación de “madre” de los peruanos. Pero detrás de
este discurso supuestamente maternal, se esconde un paternalismo con
rostro de mujer que infantiliza a los ciudadanos y les niega toda agencia
política con el pretexto de que estos serían manipulados, chantajeados y

5 En el 2022 se registraron 111 524 denuncias de mujeres desaparecidas de las cuales solo el 48%
fue encontrado, según los informes de la Defensoría del Pueblo.
6 Se registraron 674 feminicidios entre el 2017 y el 2022, según el Ministerio Público – Fiscalía
de la Nación.
230 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

hasta comprados. Por otro lado, la presencia militar que acompaña a la


presidenta en sus tomas de palabra públicas, algo inédito desde el final
del régimen militar de los 80, refuerza los símbolos de una masculinidad
bélica que justifica el uso despiadado de la violencia para lograr la “paci-
ficación”, una expresión castrense en uso durante el conflicto armado in-
terno. No olvidemos que Dina Boluarte es la jefa de las Fuerzas armadas,
por lo que las muertes por la represión recaen sobre su responsabilidad y
la de su gabinete.

Un helicóptero militar sobrevuela los alrededores del aeropuerto de Ayacucho, foco de la


represión militar y policial. ©Miguel Gutiérrez Chero7

El vándalo, el terrorista, el deshecho: los procesos


de deshumanización
Para comprender la represión militarizada contra los manifestantes pro-
ponemos abordarla bajo el prisma del “continuum de violencias” desarrollado
por Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois8 para calificar a las violencias
7 Gracias a Miguel Gutiérrez Chero y a Felipe López por permitirnos incluir sus fotografías y
creaciones artísticas.
8 Scheper-Hugues, Nancy, y Philippe Bourgois (eds.). 2003. Violence in war and in peace: An
anthology. Wiley-Blackwell.
Terruqueo, masacre y memoria 231

visibles e invisibles, físicas y simbólicas, estructurales y normalizadas, que in-


cluyen ataques a la dignidad y al valor de las personas.
La violencia remite a un fenómeno destructor y reproductivo, cuyo
poder y significación se apoyan en las dimensiones socioculturales de
esta violencia. Las expresiones de la violencia se encuentran, por lo tan-
to, moldeadas por las estructuras sociales, los modelos culturales y las
ideologías que las forjan; por ello, no basta con abordar la muerte de
estos más de sesenta civiles únicamente desde la violencia física. Es ne-
cesario analizar también lo que Rocío Silva Santisteban9 califica como
“basurización simbólica”, y que convierte a algunas personas en seres
despreciables y desechables, justificando así su humillación y reducción
al estatus de ciudadano de segunda clase, o trayendo consigo su exclu-
sión de la comunidad nacional, su desperuanización. Este discurso tam-
bién autoriza tácitamente el uso de la violencia física, y posteriormente
legitima su impunidad. Por lo general, la violencia se genera y reprodu-
ce primero en el lenguaje, antes de desplegarse sobre los cuerpos.
La acusación de “delincuentes”, “vándalos” e incluso “terroristas” ha
venido desde las más altas esferas del Estado, sea por miembros del go-
bierno y del Congreso, por los militares y policías a cargo del control de
las regiones, así como por parte de numerosos medios de comunicación.
Esta injusta asimilación justifica el uso de una violencia desproporcio-
nada e indiscriminada de las fuerzas del orden contra la población civil.
Tal como lo indicamos en la introducción de nuestro libro colectivo, La
violencia que no cesa. Huellas y persistencias del conflicto armado en el
Perú contemporáneo (2021), uno de los epítetos más injuriosos en Perú,
asociado al conflicto armado de fines del siglo XX y a su posteridad ac-
tual, es el neologismo terruco.
Dotado de una carga estigmatizante potente, el término terruco
fue utilizado en los años 80 y 90 para designar a los miembros reales
o supuestos de grupos subversivos. Aunque no existen dudas sobre las
acciones terroristas de estos grupos subversivos, y en particular de Sen-
dero Luminoso, cabe recalcar que las fuerzas del orden también fueron
9 Silva Santisteban, Rocío. 2008. El factor asco: basurización simbólica y discursos autoritarios en
el Perú contemporáneo. Lima: Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico.
232 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

responsables de terribles violencias contra la población civil. La poten-


cia de la acusación de “terrorista” tiende, en este sentido, a disminuir e
incluso disimular, la violencia del Estado que implicó torturas, desapa-
riciones forzadas y masacres, aunque el término “terrorismo de Estado”
sea muy poco empleado en Perú. La etiqueta de terruco designa a ese
otro políticamente despreciable, cuya reputación tendría que ser arrui-
nada, de quien habría que deshacerse. Por lo general, esta calificación ha
sido el preámbulo y el detonador de una violencia física perpetrada por
las fuerzas del Estado, en particular en las provincias y en las regiones
rurales de los Andes y la Amazonía. Durante la guerra, la represión mi-
litar terminó reforzando el desprecio por la indianidad del que el térmi-
no “terruco” viene a ser la síntesis. Tal como lo analiza Carlos Aguirre10,
el “indio sucio” pasó así a ser el “terruco indio de mierda”, revelando el
carácter racista de las interacciones sociales y las estructuras de domi-
nación que prevalecían durante el conflicto armado y prevalecen hasta
el día de hoy.
El fantasma del terrorismo ha seguido utilizándose incluso después
de la desmilitarización del país en los años 2000 y, en particular, a par-
tir del 2010, a través del terruqueo. En las manifestaciones contra las
empresas extractivistas que se multiplican en las zonas rurales del país
desde hace dos décadas, y afectan en particular a la población campe-
sina e indígena más pobre, este sector es a menudo calificado de terru-
co. Bruno Hervé Huamaní11 ha mostrado que los mecanismos jurídicos
de criminalización de los manifestantes opuestos a estos proyectos se
han apoyado en gran medida en la aplicación de una legislación “antite-
rrorista” nacida en el marco de la “lucha antisubversiva”. El terruqueo y
su reciclaje semántico del terrorismo atraviesa la vida política peruana
desde hace varios años, apoyándose en un imaginario regreso del te-

10 Aguirre, Carlos. 2011. «Terruco de m… Insulto y estigma en la guerra sucia peruana.» Histó-
rica, 103-139.
11 Hervé Huamaní, Bruno. 2021. «Las metamorfosis de la criminalización. Disuadir y castigar
la disidencia contra la minería en el Perú.» En La violencia que no cesa. Huellas y persistencias del
conflicto armado en el Perú contemporáneo, de Ricardo Bedoya Forno, Dorothée Delacroix, Valérie
Robin Azevedo y Tania Romero Barrios (coords.), 257-281. Lima: Punto Cardinal Editores.
Terruqueo, masacre y memoria 233

rrorismo de la época del conflicto armado y alimentándose del miedo


generalizado que suscita.

Toque de queda ©Felipe López

Pero el terruqueo no se limita al plano discursivo y conlleva un po-


tencial trágico. Carla Granados Moya12 señala que el envío de las fuerzas

12 Granados Moya, Carla. 2021. «De la “guerra contraterrorista” al Congreso: El activismo polí-
tico de los militares excombatientes en el Perú posconflicto.» En La violencia que no cesa. Huellas
y persistencias del conflicto armado en el Perú contemporáneo, de Ricardo Bedoya Forno, Dorothée
234 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

armadas, como método de resolución de conflictos sociopolíticos, a las


regiones donde los ciudadanos que protestan son acusados de ser terru-
cos, facilita el empleo de armas letales y el proceso de banalización o,
incluso, justificación de su muerte. El país habría pasado de un periodo
de “brutalización” característico de la lucha antiterrorista —como ideo-
logía y cultura de guerra que busca eliminar al “enemigo interno”— a
otro de brutalización de la política en un contexto de posconflicto an-
clado en la percepción de una sociedad que se concibe en estado de
guerra permanente. Y esto es lo que autoriza y legitima la eliminación
física del supuesto enemigo interior. En este contexto, Granados pre-
cisa que la ausencia de empatía respecto de la vida de estos “otros” no
solo incita a matar, sino que también anula todo sentimiento de culpa.
Además, tal como lo explica Stefano Corzo13, desde el final del conflicto
armado, no se ha realizado ninguna reforma estructural de la policía y
las fuerzas del orden para sobrepasar la lógica y la herencia de la lucha
antisubversiva. Esta sigue moldeando sus formas de acción y explica la
presencia de un lenguaje militarizado que pregona el uso de las balas
antes que el diálogo. Corzo considera que, a lo largo de estos últimos
años, se ha arraigado en las fuerzas del orden un imaginario colectivo
de la represión y del terruqueo, alimentado por un sector importante de
la clase política. Una clase política que, como lo afirma Granados Moya,
también se ha beneficiado de la militarización de la política, como lo
muestra el creciente número de militares en retiro que se convirtieron
en congresistas en los últimos 10 años.

Continuum de violencias e indiferencia ante los muertos


invisibles
Veinte años después de la entrega del Informe de la Comisión de
la Verdad y Reconciliación (2003), la condición étnica, social y geográ-
fica de las víctimas actuales muestra semejanzas alarmantes con las del
conflicto armado. El conjunto de los muertos y la mayoría de los heridos

Delacroix, Valérie Robin Azevedo y Tania Romero Barrios (coords.), 231-256. Lima: Punto Cardinal
Editores.
13 Corzo, Stefano. 2022. «Lecciones desde el “Olimpo”.» Revista Ideele, diciembre.
Terruqueo, masacre y memoria 235

pertenece a las zonas más pobres del país. Los perfiles son casi siempre
los mismos: jóvenes, estudiantes, agricultores o trabajadores informales,
de clase baja. En los testimonios compilados por los medios independien-
tes Wayka, Ojo Público y Salud con Lupa, o internacionales como The New
York Times y El País, los relatos de vida de las víctimas dan cuenta del con-
tinuum de violencias característico de sus trayectorias familiares. Estos
testimonios de supervivencia y precariedad social se inscriben en una lar-
ga y arraigada historia de exclusión que, por lo general, fue recibida con
indiferencia por varios sectores de la capital.

Las familias de las víctimas lloran a sus muertos durante el entierro


en el Cementerio general de Ayacucho. ©Miguel Gutiérrez Chero

Judith Butler14 ha señalado la importancia de comprender la preca-


riedad social como una construcción política. En el caso de Perú, esta
expone a algunos sectores de la población, a la marginalización, a la vio-
lencia, a la muerte y al duelo, de manera diferencial, puesto que son con-
siderados como subciudadanos, e incluso no ciudadanos. Las muertes

14 Butler, Judith. 2005. Vie précaire. Le pouvoir du deuil et de la violence après le 11 septembre 2001.
Paris: Éditions Amsterdam.
236 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

asociadas a las “vidas precarias” son juzgadas como menos dignas de ser
lloradas que otras. O peor aún, la sospecha de culpa termina recayendo
sobre estas personas como una condena. Los supuestos lazos con el te-
rrorismo los convierte en una amenaza que necesita ser sofocada por el
bien común, y que permitiría justificar su muerte. Por otro lado, Butler
subraya que el simple hecho de que estas personas se concentren y salgan
a manifestar, molesta. La pretensión de estos “invisibles” para ejercer su
derecho a la protesta en el espacio público, los confronta así brutalmente
al destino de volverse “desechables”.
Guillermo Salas15 relaciona la indiferencia, el desprecio y el racismo
mostrados por la capital, con la idea de “racialización de la geografía”,
fundada en una división ficticia, pero bien interiorizada, del territorio
nacional en tres “regiones naturales” asociadas a diferentes grados de
modernización. Un Perú moderno en la costa, que se cree libre de indí-
genas, y opuesto a los Andes —imaginados como un espacio de mon-
tañas impenetrables y hostiles al progreso—, habitados por indígenas
atrasados, —y la selva amazónica— que se considera inhabitada o habi-
tada solo por salvajes. La jerarquización étnico-racial que resulta de esta
división caricaturesca hace que se naturalicen las desigualdades estruc-
turales y se inscriban en el territorio. Salas subraya que las situaciones
de violencia, que se reproducen con una regularidad inquietante, están
influenciadas por la imposibilidad de empatía frente a las víctimas que
se ven reducidas a su origen geográfico y a la racialización que esta im-
plica. Añadimos que esto favorece, una vez más, a la impunidad sobre
los crímenes perpetrados.

15 Salas, Guillermo. 2020. “Violencia policial, legitimidad de la protesta y racialización de la-


geografía”: https://cisepa.pucp.edu.pe/novedades-y-eventos/novedades/violencia-policial-legitimi-
dad-de-la-protesta-y-racializacion-de-la-geografia/
Terruqueo, masacre y memoria 237

Entierro de las víctimas de la represión en Ayacucho. ©Miguel Gutiérrez Chero

Al igual que en los años 80 y 90, los habitantes de Ayacucho, epicen-


tro del conflicto armado interno, interpelan a los medios de comunicación
en quechua, recorren las plazas con sus féretros a cuestas y entierran a sus
muertos sin el menor duelo nacional. Volver a ver a Ayacucho sitiado por las
fuerzas militares y a los helicópteros lanzando bombas lacrimógenas desde
el cielo, o escuchar las balas y los gritos a lo largo de la noche, hizo resurgir
los recuerdos más sombríos y dolorosos de esta región devastada por la gue-
rra y en cuyo territorio se concentró el 40% de los muertos y desaparecidos.
En diciembre del 2022, al día siguiente del asesinato de diez personas
en Ayacucho, y mientras que el ministro del Interior aseguraba que la
“violencia había disminuido”, la plaza central de Huamanga se llenaba de
manifestantes bajo el lema “no somos terroristas”. Pero la situación es aún
más trágica. En algunos casos, las personas que perdieron a sus familiares
por la violencia política en la década del ochenta del siglo pasado, son
las mismas que tuvieron que afrontar en el 2022 la muerte de sus seres
queridos. Es el caso de Paula Aguilar Yucra, miembro de la Asociación
Nacional de Familiares de Detenidos, Secuestrados y Desaparecidos del
238 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

Perú (ANFASEP). Paula huyó de su pueblo en los años 80 con sus dos
hijos pequeños y tuvo que desplazarse varias veces hasta instalarse defini-
tivamente en Huamanga, tras el asesinato de su madre por Sendero Lumi-
noso y la desaparición forzada de su hermano por los militares. Solo uno
de sus hijos logró sobrevivir a las terribles condiciones del desplazamiento
forzado. El 15 de diciembre del 2022, su sobrino-nieto, José Luis Aguilar
Yucra, joven padre de familia de 20 años, fue asesinado por una bala en la
cabeza cuando volvía del trabajo.
Días después, una nueva masacre arremetió contra el sur del Perú,
está vez en Juliaca, zona aymara.

Paula Aguilar Yucra muestra una de las balas que fueron disparadas a los manifestantes el
15 de diciembre del 2022 en Ayacucho. ©Miguel Gutiérrez Chero
Terruqueo, masacre y memoria 239

Conclusión

“Por esta presidenta, nos estamos matando entre peruanos”.


Palabras del padre de José Luis Soncco Quispe,
policía asesinado en Puno por otro policía. Ayacucho ©Felipe López
240 Estallido popular. Protesta y masacre en Perú, 2022 - 2023

La sordera del gobierno frente a las reivindicaciones populares, su


rechazo a entablar un diálogo real y el despliegue desproporcionado de
la violencia de Estado, solo consiguieron radicalizar las protestas a la par
de la represión policial. En medio de las manifestaciones, se dio cuenta
también del primer muerto de las fuerzas del orden: Luis Soncco Quis-
pe, de 29 años, quien fue encontrado calcinado en su patrulla de policía,
probablemente asesinado por otro policía. Cabe recalcar que la mayoría
de los muertos de las fuerzas del orden, en el marco de este tipo de con-
flictos sociopolíticos, pertenece a las escalas más bajas de la jerarquía
militar y policial, así como a los sectores socioeconómicos más pobres,
al igual que los manifestantes. Más que una coincidencia, esta similitud
recuerda que la carne de cañón se diferencia, por lo general, de los su-
periores jerárquicos y de quienes dan las órdenes sin asumir ninguna
responsabilidad política ni penal.
Con el pasar de los días, la ascendente búsqueda de reconocimiento
ciudadano, tan golpeada por el desprecio, la calumnia y la represión ar-
mada, fue alimentándose y alimentando, a su vez, la espiral de violencia.
Mientras que Dina Boluarte, cuyo gobierno registró en sus primeros dos
meses más muertos en protestas sociales que días en el poder, aseguraba
no entender por qué la gente salía a manifestar, y el Congreso se esmera-
ba en proteger al Ejecutivo, una procesión de más de cien mil personas
recorrió las calles de Juliaca para rendir homenaje a sus muertos. “Paren
la matanza”, exigía una de las portadas de La República. Por su parte, los
principales organismos de derechos humanos nacionales e internacio-
nales, hicieron eco de este reclamo, solicitando soluciones alternativas a
la violencia armada para resolver la crisis.
Paralelamente, decenas de miles de peruanos partieron desde dis-
tintos puntos del país, y en particular de los Andes sureños, arropados
con banderas peruanas, rumbo a Lima para la marcha histórica del 19
de enero del 2023. Estos hombres y mujeres que reclamaban respeto de
las libertades democráticas y una participación efectiva de los sectores
más necesitados del país también nos recordaron que, a pesar de la mar-
ginalización histórica a la que se ha relegado a las regiones periféricas
y a sus habitantes, ellas y ellos también forman parte de esta “comuni-
Terruqueo, masacre y memoria 241

dad imaginada”16 llamada Perú, en la que pretenden ejercer sus derechos


como ciudadanos.
Apenas llegados “al inmenso pueblo de los señores”, la respuesta
de Boluarte no hizo sino recordar las típicas interacciones entre mistis
y campesinos indígenas, en las que, producto del gamonalismo carac-
terístico del surandino, previo a la Reforma agraria de 1969, se trataba
a estos últimos casi como a siervos. “¿Por qué no están trabajando?...
¿Quién los financia?... ¡En sus protestas no hay ninguna agenda social
que el país necesita! … Ustedes quieren generar caos y desorden y tomar
el poder de la nación. ¡Están equivocados!”17, resondró y acusó Boluar-
te a los manifestantes venidos de provincias, negando su capacidad de
raciocinio, agencia política y organización. La amonestación déspota y
ametralladora de Boluarte, en un triste guiño a la novela de José María
Arguedas Todas las sangres18, no hace sino revelarla como una verdadera
misti abusiva entre quienes dice representar. Una misti que, por su alian-
za con sus otrora más feroces rivales, es percibida como una traidora
por los votantes que pusieron a Castillo en el poder, sea por adhesión o
para evitar la victoria del fujimorismo, así como por esa comunidad an-
dina a la que dice pertenecer, y que actualmente no solo no la reconoce,
sino que la repudia.
¡Pero, ojo, el mundo de Don Bruno y Don Fermín es cosa del pa-
sado!

16 Anderson, Bennedict. 1983. Imagined communities. Londres: VERSO.


17 Pronunciamiento de Dina Boluarte del 19 de enero del 2023, brindado en el Gran Hall de
Palacio de Gobierno.
18 Arguedas, José María. 1964. Todas las sangres. Buenos Aires: Losada.

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