Asistente Del Villano 1st Edition Hannah Nicole Maehrer Full Chapter Free

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Asistente del villano 1st Edition Hannah

Nicole Maehrer
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Para mamá y papá,
por las horas que pasasteis contándome cuentos cuando era pequeña
y los años que pasasteis escuchando los míos,
que sepáis que los vuestros siempre serán mis preferidos.

Y para todos vosotros,


así es como creo que sería ser la asistente
moralmente cuestionable de un villano fantástico
PRÓLOGO

Érase una vez…

Evie conoció a El Villano un día cualquiera.


Un día más, su paso por la feria de empleo del pueblo no había
sido fructífero. Un día más, no tenía una fuente de ingresos. Un día
más, había decepcionado a su padre enfermo y a su hermana
pequeña. Por culpa de estas preocupaciones, su mente andaba
distraída mientras deambulaba en dirección a los árboles alineados
como si fueran una valla que delimita el bosque de Hickory, hasta
que acabó adentrándose en él.
Años atrás, mucha gente frecuentaba el bosque, pero ahora era
el último lugar por el que alguien con sentido común elegiría pasear.
Sobre todo si iba solo. Bueno, a menos que te llamaras Evangelina
Sage y la idea de andar por un bosque prohibido te pareciera mucho
más atractiva que la de volver a casa y admitir ante tu familia que
por fin habías encontrado un trabajo… y se lo habías cedido a otra
persona.
Evie suspiró y estiró el brazo para recorrer con los dedos la
corteza rasposa de los árboles que le quedaban cerca. Aquel bosque
era realmente precioso.
De todos los reinos encantados, el de Rennedawn era uno de los
más modestos, y evitar el bosque de Hickory, teniendo en cuenta
que ocupaba gran parte de su territorio, era todo un reto. Aun así,
sus ciudadanos se las habían arreglado bastante bien hasta
entonces.
La situación llevaba siendo así desde la aparición de un oscuro
individuo conocido como El Villano, hacía casi diez años. Corrían
demasiados rumores de que se escondía cerca de la linde del bosque
para secuestrar víctimas a las que torturar. Evie sabía poco sobre esa
malvada criatura, pero estaba casi segura de que tenía mejores
cosas que hacer que acechar entre los árboles como un duendecillo
del bosque. Aunque tampoco había llegado a ver nunca a uno de
esos; solían vivir más al norte.
—El Villano —se burló Evie mientras seguía adentrándose entre
los árboles y metía las manos en los bolsillos de su sencillo vestido
marrón—. Quizá no asesinaría tanto si no tuviera un apodo tan
ridículo.
A menos, por supuesto, que el nombre le hubiera sido otorgado al
nacer, en cuyo caso tenía que aplaudirle a su madre por ese increíble
don para prever el futuro.
Entonces tropezó con una rama rebelde y tuvo que sacarse las
manos de los bolsillos para agarrarse a un árbol cercano. Después
empezó a caminar siguiendo el murmullo de un arroyo.
Mientras andaba, repasó lo poco que sabía sobre aquel hombre.
La mayor parte lo había aprendido de los folletos de SE BUSCA, que
incluían dibujos de una calidad cuestionable. En ellos, siempre
aparecía retratado como un hombre mayor, con una barba gris
interrumpida por grandes cicatrices que le habían provocado sus
víctimas al forcejear con él, y sus dientes se dibujaban a menudo
afilados, como si fuera capaz de arrancarte el corazón de un
mordisco. O quizá solo le hacía falta ir al dentista.
Habían corrido tantos rumores por esas tierras sobre el mayor
enemigo del reino que Evie no sabía qué creer. Sabía que El Villano
había quemado uno de los pueblos pesqueros del oeste de
Rennedawn hacía años. El reino estuvo devastado por el hambre
durante meses debido a la pérdida de la pesca, hasta que finalmente
lo reconstruyeron. Y había muchas otras historias de terror. Los
pequeños hurtos también parecían ser un elemento básico en la lista
de tareas de El Villano, puesto que a menudo robaba en casas
nobles para asustar a las familias y hacerse con sus preciadas
reliquias.
Mientras se acercaba lentamente al arroyo, más ancho de lo que
pensaba, Evie quedó maravillada por la belleza del sol que se colaba
entre los huecos de los árboles y les daba un resplandor etéreo a las
flores que recorrían la orilla. Por un momento, casi se olvidó de su
situación. Las vistas eran tan impresionantes… Pero entonces todos
los recuerdos volvieron de golpe.
Su padre aún no sabía que el mes pasado había perdido el
trabajo en la herrería. Estaba tan segura de que encontraría otra
cosa antes de que su familia se diera cuenta de que la comida en la
mesa era un poco más escasa o de que hacía más frío en su
pequeña casita por la falta de leña… Pero ya no podía esperar más,
iba a tener que contárselo esa noche. Se les habían acabado las
escasas reservas de alimentos.
Con un pesado suspiro, se arrodilló junto a la orilla del arroyo y
hundió las rodillas en el esponjoso musgo. Metió las manos en el
agua cristalina y se echó un poco de ese frío líquido en la cara y el
cuello con la esperanza de calmar su corazón acelerado.
Esta vez se había metido en una buena. Y no por culpa de un
villano legendario.
No. Se lo había buscado ella solita.
Lo peor de todo era que había estado a punto de conseguir un
buen empleo. En la feria de esa mañana, le habían ofrecido el único
puesto de criada que había para una familia noble en una finca no
muy lejos de su pueblo. No era lo ideal por la distancia, pero estaba
dispuesta a aceptarlo encantada. Hasta que, cómo no, se giró y vio
a otra mujer de pie a su lado con unos ojos rodeados de arrugas y
tan llenos de esperanza que a Evie se le encogió el corazón. Más aún
cuando vio a tres niños pequeños detrás de la mujer.
Le entregó el certificado de trabajo y vio como se le iluminaba la
cara mientras la abrazaba y le daba un beso en cada mejilla.
Si he hecho lo correcto, ¿cómo es que siento este vacío en el
pecho?
Suspiró y se echó otro poco de esa agua roja en la cara mientras
empezaba a hacer una lista mental de las próximas ferias de
empleo. Quizá podía ir a una de las villas vecinas y…
Espera… ¡¿Roja?!
Evie ahogó un grito y retrocedió aplastando las flores. Sintió que
los ojos se le abrían de par en par por el horror al ver el agua, antes
de un azul clarito, ahora enturbiada con un profundo color carmesí.
Sangre.
Cerró los ojos y trató de controlar la respiración. Después de
contar hasta diez, se puso en pie. Estuvo a punto de tropezarse con
la falda de su propio vestido, pero logró incorporarse y acercarse
despacio al agua. Estaba claro que la sangre procedía de más arriba.
Dio un paso en esa dirección, poniendo una bota de cuero
delante de la otra, sin tener ni idea de lo que iba a encontrarse.
Aquello, cuanto más subía, más empezaba a parecer un río de
sangre, y el rojo opaco engullía cualquier resto de azul. Debía de
tratarse de un animal herido, uno grande, a juzgar por la cantidad
de sangre. Desde luego, no era algo que justificara esa necesidad de
investigar por parte de Evie.
Y, sin embargo, ahí estaba, siguiendo un río de sangre en el
bosque, que cada vez se iba oscureciendo más a medida que el sol
comenzaba a descender tras los árboles.
Negó con la cabeza y sintió como sus pies aplastaban las plantas
al detenerse de repente. Iba a darse la vuelta. De hecho, su cuerpo
estaba a medio girar cuando divisó una bestia de pelaje negro
encorvada y ligeramente oculta entre la hierba alta que rodeaba un
árbol gigante junto al arroyo.
Fuera la criatura que fuera, estaba viva: se escuchaban gruñidos
y quejidos ahogados desde esa dirección. Evie se agachó y se
levantó un poco las faldas para coger la navajita que guardaba para
emergencias en una funda alrededor del tobillo.
Iba a acabar con el sufrimiento de la pobre bestia. No le costaba
nada tener algo de compasión con ella. Sin embargo, cuanto más se
acercaba, menos parecía que fuera una criatura. Casi hubiera dicho
que parecía…
Una mano humana salió de debajo del pelaje negro, que en ese
momento se dio cuenta de que no era pelaje, sino una capa oscura.
La mano la agarró por una muñeca y tiró de ella hacia abajo.
—¡Ay!
Evie se dio un fuerte golpe contra el suelo. Quedó con el hombro
en contacto con la tierra mientras que un brazo la rodeaba por la
cintura y tiraba de ella contra su cuerpo. Estaba tumbada de lado,
apoyando la espalda contra algo sólido y cálido que tenía detrás, y
fue entonces cuando su sentido común se activó y empezó a
retorcerse y a gritar.
El brazo que le rodeaba la cintura la apretó más y una mano le
tapó la boca. Una voz grave le llegó al oído, provocándole escalofríos
por todo el cuerpo:
—Cállese, señorita, o hará que nos maten a los dos.
Justo entonces, Evie vio otra figura amenazante en el lado
opuesto del arroyo. Varias, de hecho. Todos hombres vestidos de
plata. Llevaban armas muy grandes, algunas de ellas brillaban. ¡Los
Guardias Valerosos del rey!
Luchó para deshacerse de la mano, pero el otro brazo del hombre
la aprisionaba contra él mientras le sujetaba los tobillos con la
pierna, dejándola inmóvil.
—¡Suóltuemue!
Al caer se le había escapado el cuchillo, así que empezó a
buscarlo entre la hierba con el brazo que tenía libre.
—Cálmese —le ordenó el hombre de nuevo.
Ya, claro. Cómo no se iba a calmar, teniendo en cuenta que un
hombre extraño, que estaba segura de que era lo que esos guardias
estaban tratando de cazar, la tenía inmovilizada en el suelo. Pero ella
se lo había buscado, ¿no? Literalmente, había seguido un río de
sangre, ¿qué pensaba que iba a pasar?
—Suerué tuontua… —Evie soltó un suspiro largo y tendido.
De repente, la mano ya no estaba sobre su boca y la voz volvía a
estar en su oído.
—¿Cómo dice?
—Esto es tan típico de mí —susurró.
—¿Que la tire al suelo un desconocido? —preguntó él con un tono
que sonó sospechosamente curioso.
—Bueno, no esta situación exacta. Pero si le contara a la gente
cómo he acabado aquí, a nadie le parecería algo fuera de lo normal.
—Entonces le dio un codazo en las costillas a su captor, a quien se le
escapó un gruñido y algún insulto—. Uy, perdón. ¿Le ha dolido? —
preguntó, y volvió a darle otro para dejar clara su postura.
—¡Basta! —susurró él antes de señalar a los hombres que lo
buscaban entre los árboles desde el otro lado del arroyo—. A esos
hombres no les importa que sea una pobre inocente que se ha
tropezado con un demonio. La matarán sin dudarlo ni un instante y
lo harán con una sonrisa en la boca.
—¿Un demonio? —Evie se rio en voz baja a la vez que intentaba
girarse para echar un vistazo a ese hombre que tenía un concepto
tan alto de sí mismo, pero sus brazos la rodearon una vez más,
manteniéndola en su sitio.
—Sabe quién soy, ¿no? —preguntó sin un ápice de arrogancia en
el tono.
Y, sin embargo, la despreocupación que mostraba ante la
reputación que sabía que lo precedía hizo que el estómago de Evie
diera un vuelco.
La habían llamado muchas cosas despectivas en su vida.
Curiosamente, todas empezaban por la letra C. Cursi, cansina,
chapucera… y, tras un extraño giro de los acontecimientos, por fin
podía añadir la última C.
Condenada.
Lo sabía. No sabía por qué lo sabía, pero lo sabía.
El Villano, rey de las Tinieblas, Acechador de Sueños, la tenía
rodeada con sus brazos. Y lo que es peor, no estaba todo lo
asustada que debería. De hecho, no estaba para nada asustada,
tanto es así que…
Madre mía. ¿Se estaba riendo?
Pues efectivamente. No podía evitarlo, y, si alzaba un poco más la
voz, esos hombres se presentarían ahí en cuestión de segundos. El
Villano también pareció darse cuenta, porque en un abrir y cerrar de
ojos volvía a tener su mano sobre la boca de ella.
—Vamos a arrastrarnos muy despacito hasta llegar a ese árbol. —
Incorporó un poco el cuerpo de Evie para que pudiera ver el gran
roble en cuestión—. Y luego vamos a correr.
—¿Cuómuo que vuamuos? —preguntó ella.
De repente estaba girada bocabajo y alguien la estaba
empujando en dirección al árbol. No había tiempo para discusiones,
así que, tal y como le habían ordenado, se agachó y gateó hasta
apoyarse detrás del tronco; a salvo. Con la respiración agitada y
asustada tras ver que tenía el dorso del brazo lleno de sangre, Evie
se volvió para ver si El Villano seguía allí.
Se había ido.
—¿Dónde diantres se ha…?
—Aquí.
Se giró en dirección a esa voz, aturdida.
—Pero cómo ha pasado por encima de… —Al verlo, se le cortó el
habla.
En su defensa, hay que decir que había mucho que asimilar.
Lo primero que pensó fue que los carteles de SE BUSCA estaban
mal. No era un hombre mayor con cicatrices y barba canosa. De
hecho, no había ni una sola cana entre su espesa melena de color
oscuro. Tenía unos pómulos altos que asomaban por encima de la
barba de tres días que le recorría toda la mandíbula,
extremadamente marcada. Supuso que no sería más de seis o siete
años mayor que ella. Si tenía que decir un número, no le echaba
más de… ¿veintiocho? ¿Veintinueve? Pero no podía ser. Seguro que
existía algún tipo de norma que obligaba a los señores del mal a
tener un mínimo de cincuenta años, sesenta si la apurabas.
Pero de ninguna manera podían ser jóvenes. Y menos aún
guapos, ¡dónde va a parar!
Sin embargo, él lo era. Su piel estaba bronceada y parecía suave,
como si, cuando se tomaba unos días libres en medio de su labor de
aterrorizar a la gente, se los pasara tumbado en la hierba, puede
que dando delicados sorbos a una taza de té y leyendo poesía con el
meñique levantado.
La idea le provocó una risita histérica. El Villano levantó una de
esas gruesas cejas que enmarcaban los ojos más oscuros que Evie
jamás había visto. Ojos que la observaban con una pizca de
confusión. Parecía que no acababa de ser consciente de que ella era
otro ser humano que también vivía y respiraba, porque la miraba
como si su mera existencia fuera un misterio.
—No debería tener este aspecto —le dijo, y se sorprendió a sí
misma al pensar que la expresión de desconcierto que tenía él en el
rostro le resultaba entrañable.
¡Es un asesino!, gritó su conciencia rebelde, pero el resto de su
persona, las partes que no estaban unidas a su sabio cerebro, lo
encontraban demasiado guapo como para que les importara.
Evie dio un paso vacilante hacia él y trató de buscar en su interior
el miedo que sabía que había por algún lado. En cualquier momento
se quedaría paralizada por el susto y empezaría a gritar y a correr en
otra dirección, pero en ese instante él estaba a un brazo de distancia
y todavía no había sentido ganas de darse la vuelta.
Hmm. No sentía miedo, pero sí una leve preocupación; un buen
indicador de que no había perdido del todo el sentido común. Hasta
que, por supuesto, esa leve preocupación se vio empañada por los
embarazosos pensamientos sobre a qué debía de oler él y qué
pasaría si se acercaba y lo olfateaba.
—¿Hay algo en mi cara… que le desagrada? ¿O es acaso el hecho
de estar sangrando por tres heridas distintas cortesía de los hombres
de su aldea? —Su voz era tranquila y por fuera parecía calmado,
pero Evie podía ver una furia silenciosa detrás de sus ojos.
¿Acaso creía que ella lo estaba juzgando?
—Emm… sí. La sangre no ayuda, pero me refería al hecho de que
parece esculpido en mármol y es que creo que, como regla general,
la gente intrínsecamente malvada debería tener un aspecto
grotesco. —La furia que antes había visto se desvaneció como si
nunca hubiera existido, y su única respuesta fue parpadear—. No
puede matar a gente y ser atractivo. Confunde al personal.
Evie empezó a quitarse la bufanda de lana que su hermana
pequeña, Lyssa, le había regalado en su último cumpleaños. Se
acercó a él mientras la sostenía en alto en señal de paz.
—Para la sangre, Su Malignidad.
La agarró de un zarpazo, se la enrolló alrededor de la cintura y la
apretó para detener la hemorragia.
—¿Cree que soy atractivo?
Por extraño que parezca, Evie tuvo la sensación de que hubiera
preferido que le llamaran grotesco, solo hacía falta verle la mueca de
desagrado en el rostro.
—La cosa no va de lo que yo piense, es un dato objetivo. Mire
qué simétricos son sus pómulos. —Acortó la distancia que los
separaba y le puso las manos a ambos lados de la cara.
Sus ojos se abrieron de par en par y los de ella también cuando
se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—Me está tocando la cara —dijo él.
—... Sí.
—¿Está conforme con esa decisión? —Volvió a levantar una de las
oscuras cejas.
Es un asesino profesional, ¿no? Quizá acabe conmigo ahora si se
lo pido muy amablemente.
—Intentaba demostrar que tengo razón. —Evie se encogió de
hombros y dejó caer las manos a los costados.
Él, mientras negaba con la cabeza y con una pequeña dosis de
asombro en los ojos, dijo:
—Es usted un caos.
—¿Le importaría incluir eso en una carta de recomendación?
Seguro que en cuestión de una semana conseguiría trabajo y lo
necesito desesperadamente.
Antes de que pudiera responder, se oyó un ruido procedente de
los arbustos que había junto a ellos y a ella se le erizó el vello de la
nuca.
Giró la cabeza en dirección al ruido y dio un paso cauteloso hacia
El Villano, que la agarró por los hombros con la rapidez de un rayo y
tiró de ella hacia él.
—¡Qué…?
Oyó la flecha antes de sentirla.
El dolor le atravesó la piel de la espalda cuando el proyectil le
rozó los hombros, haciéndola chocar contra la solidez del pecho de
El Villano.
—Eso ha dolido. —Las palabras le salieron como si nada, como si
acabara de clavarse una astilla.
Los habían localizado, pero seguía sin haber ni un ápice de pánico
en la voz de él cuando dijo:
—Solo la ha rozado. Sé que duele, pero debemos huir.
Le hizo dar la vuelta rápido, pero con suavidad, y emprendieron la
marcha. El Villano iba cojeando un poco a causa de sus heridas.
—Rodéeme con el brazo. —Hizo una mueca de dolor mientras
corrían alrededor de varios árboles. Evie iba un paso por detrás.
—¿Por qué? —preguntó entre jadeos mientras él la acercaba
hacia sí—. Va igual de lento que yo.
Un destello de diversión cruzó el rostro de El Villano como una
estrella fugaz: un segundo de resplandor y belleza para luego
desaparecer en el horizonte.
—Voy más despacio para seguirle el ritmo.
Fue entonces cuando Evie se dio cuenta. En un periodo
alarmantemente corto, su situación había pasado de ser la hija
desempleada del carnicero a la cómplice del mayor enemigo del
reino.
Caramba, quizá sí que era un caos. ¿Cuánto había pasado?
¿Media hora como mucho?
Lo cual la llevaba a hacerse una pregunta muy delicada. Una que
habría sido mejor guardarse para ella. Pero ya era demasiado tarde:
la idea llegó a sus labios antes de que pudiera pararla.
—¿Por qué se molesta en seguirme el ritmo siquiera? Le sería
más fácil dejarme tirada en el suelo y utilizar la ventaja para escapar.
Muy bien, Evangelina. Dale razones para dejarte atrás y trata de
explicarle a esa gente del pueblo por qué estabas corriendo con El
Villano. Firma tu sentencia de muerte, claro que sí.
El Villano le sostuvo la mirada durante un segundo y, sin romper
el contacto visual, se las arregló para esquivar una flecha. Eso le dio
envidia. Ella no sería capaz ni de esquivar un árbol muerto aun
mirándolo de frente.
—Qué idea tan despiadada, ¿señorita…?
Ella se alegró al notar indicios de fatiga detrás de sus palabras.
No era un corredor experto. No era perfecto, no era invencible.
Sea como fuere, le estaba preguntando su nombre.
—Evangelina Sage… pero puede llamarme Evie. —Vale, quizá la
voz de él sonaba un poco cansada, pero es que la suya sonaba como
si la hubieran pasado por un rallador de queso.
Nunca había sido muy amiga del correr, y correr rápido, creía ella,
era su peor enemigo.
—Ajá. —Fue su única respuesta, lo cual era desconcertante, ya
que no había revelado si iba a seguir el vil consejo de dejarla atrás.
Era probable que alguno de los hombres del pueblo la
reconociera, pero las posibilidades de que la dejaran vivir cuando
parecían tan sedientos de sangre eran escasas. Sobre todo teniendo
en cuenta que corría al lado de la persona a la que estaban cazando,
que probablemente estaba a punto de hacerle la zancadilla para
dársela de comer a los lobos.
Por supuesto, como el universo estaba en su contra, no
necesitaba esperar a que él hiciera nada. Había una rama oculta
bajo la zarza que sobresalía lo suficiente como para que la punta de
su bota quedara atrapada, y entonces se estampó contra el suelo.
Los gritos de esas voces masculinas estaban casi encima ellos.
Estaban jodidos.
O, mejor dicho, ella estaba jodida. El Villano probablemente se
llevaría su bufanda de lana y correría con su malvado semblante
hacia el horizonte. Le miró la nuca desde el suelo. Su cuerpo se
movía de una forma limpia y eficiente, como si el mundo estuviera
hecho para plegarse a su voluntad.
Observó cómo aquella cabeza ridículamente perfecta se giraba
hacia el lugar vacío que había quedado a su lado y luego hacia
donde estaba ella, indefensa, tirada en el suelo. La espalda le
escocía, el hombro le dolía. Con el añadido de un gran moratón que
se estaba formando tras golpearse contra el suelo por segunda vez
ese día.
Las voces se acercaban y parecían enfadadas. Evie intentó
ponerse en pie para, al menos, encontrar un escondite, pero una
mano familiar apareció frente a ella y la agarró a pesar de que el
shock había anulado su capacidad de decisión.
—Se cae a menudo. —El Villano la miró de arriba abajo mientras
lo decía. Parecía que estaba catalogando el hecho, como si aquello
fuera un descubrimiento científico—. En marcha, Sage.
Haciendo caso omiso de la formalidad con la que usaba su
apellido, ella le espetó:
—¡La primera vez que me caí fue porque usted tiró de mí! —Se
agarró al brazo que él le ofrecía para apoyarse y siguieron
alejándose de sus perseguidores tan rápido como pudieron.
—Pero se cayó muy fácilmente. Casi ni tiré.
—No me puedo creer que me esté culpando por no ser lo
bastante fuerte como para soportar que alguien me tire de la
muñeca.
Él no tuvo el detalle de dignificar su comentario con una
respuesta, simplemente la agarró con más fuerza mientras
atravesaban el bosque como un par de bandidos. Al rato, el paisaje
de árboles interminables comenzó a adquirir un tono más oscuro. No
solo por lo rápido que se iba la luz del sol, sino porque el color de los
árboles era diferente cuando te adentrabas tanto en el bosque.
Ramas y troncos largos y retorcidos sostenían hojas de un
exuberante color musgo, y el agudo canto de pájaros extraños
inundaba el aire, provocándole escalofríos profundos e inquietantes.
—¿Adónde vamos? —preguntó Evie, vacilante.
La poca luz que quedaba en el cielo pareció desvanecerse en
cuestión de segundos y la noche los cubrió como un manto
inoportuno. Inoportuno al menos para ella. El Villano miró a su
alrededor, hacia la negrura, y, por primera vez desde que se lo había
encontrado, vio un brillo realmente malvado en sus ojos.
Él formaba parte de esto, de la noche, de la oscuridad. Le
pertenecía.
Y Evie… seguía sin tener miedo.
Qué raro todo.
—A un lugar seguro. A mi casa y al lugar desde donde llevo mis
negocios.
Evie trató de tirar de su brazo y girar en la otra dirección.
—¿Seguridad en un lugar que la gente ha apodado Mansión
Masacre? Gracias, pero no. Prefiero enfrentarme a los hombres del
pueblo.
El brazo de él era un gancho de acero alrededor del suyo y no
podía moverse ni un centímetro. Poco más y se podría considerar
que estaban soldados.
—Si la quisiera muerta, la habría dejado atrás hace rato.
Ella arqueó una ceja. Avanzaban a un ritmo mucho más pausado
que antes. El murmullo de las voces a sus espaldas se había ido
desvaneciendo hasta casi desaparecer.
Les habían dado esquinazo. Por ahora. Esa sensación de
seguridad hizo que la inapropiada curiosidad de Evie se apoderara
de ella:
—Pero ¿por qué le perseguían? —preguntó. Inclinó la cabeza
hacia él y hacia la bolsa que llevaba a su lado—. ¿Ha robado algo?
¿Armas? ¿Dinero? ¿El primogénito de alguien?
El Villano se detuvo un momento y Evie chilló al ver que la bolsa
se movía. Antes de que pudiera decir nada, él metió la mano dentro
y sacó una rana de un tamaño superior a la media, de un verde tan
brillante que casi se confundía con sus ojos dorados. Se posó
tranquilamente sobre la mano de él y se quedó contemplándola. Ella
le devolvió la mirada.
—¿Lleva una corona o me lo parece a mí? —preguntó Evie tras
unos instantes de silencio.
El Villano ignoró la pregunta y levantó un poco más a la rana.
—No negaré que robar es una de mis mayores habilidades. Sin
embargo, en este caso, eran esos hombres quienes intentaban
robarme a mí.
Se estaban atando los cabos, lo único que de una forma tan
enrevesada que ni siquiera Evie lo entendía.
—¿Robarle… una rana… que lleva una corona?
El Villano se dio la vuelta y continuó caminando, y Evie le siguió
en silencio.
—No es una rana cualquiera —le explicó—. Puede… entender y
comunicarse con los humanos tan bien como si fuera uno de ellos.
—La rana croó con ganas, como para demostrar sus finas
habilidades comunicativas, pero El Villano la ignoró—. Y está bajo mi
tutela. —Esas palabras hicieron que a Evie se le erizara la piel, como
si de una advertencia se tratara—. Los animales mágicos se
subastan por bastante dinero. Los hombres de su pueblo pensaron
que sería prudente averiguar cuánto les costaría robármela durante
mi paseo diario.
Evie ahogó un grito de horror.
—Y lleva corona porque…
El Villano hizo una pausa y levantó hacia Evie la mano que
sostenía la rana, como si la razón fuera obvia.
—Se llama Reymundo.
Evie se quedó parpadeando un momento.
—¿Lo dice en serio?
—¿Le parece que estoy de broma?
Buen argumento. En realidad, Evie esperaba que no se le
ocurriera hacer nunca una broma. Tal shock podría provocarle un
jamacuco.
Levantó la bolsa y, con cuidado, volvió a meter a la rana
Reymundo dentro. Después se giró hacia ella.
—No falta mucho para llegar a la mansión.
Evie continuó siguiéndolo, pero esa vez no en silencio.
—¿Cómo sé que no me está manteniendo con vida para poder
matarme más tarde de una forma más entretenida?
—Me pregunto qué entenderá usted como una forma entretenida
de matar a alguien. —Su rostro era inescrutable, pero ella se dio
cuenta de que lo había vuelto a sorprender.
—Pues no lo sé, pero vaya, entiendo que si uno lleva a cabo una
actividad tan a menudo será porque le encuentra cierto gusto. —Alzó
un brazo para agarrarlo del hombro y estabilizarse tras pisar un
tronco caído.
El hombro de El Villano se tensó al entrar en contacto con sus
dedos (algo que a Evie no terminaba de disgustarle), pero su rostro
permaneció impasible.
—Tiene razón. Hay algunas formas más entretenidas que otras —
contestó, y se apartó hasta quedar fuera de su alcance una vez que
ella hubo sorteado el tronco sana y salva, por lo que volvió a dejar
caer el brazo a un lado—. Pero no creo que vaya a necesitar
ponerlas en práctica porque con esos dos pies izquierdos que tiene
dudo que sea necesaria mi intervención.
—Por última vez, no soy torpe. Solo me he caído una vez. Ah, y la
primera ha sido culpa suya —dijo de brazos cruzados y
pavoneándose mientras se ponía frente a él—. Tendré mis defectos,
Su Malignidad, pero caerme no es uno de…
¡Plaf!
La cabeza de Evie se echó hacia atrás de golpe. Ay.
Se quedó parpadeando, totalmente confundida por lo que
acababa de ocurrir.
El Villano soltó un fuerte suspiro detrás de ella y pasó por su lado
para poner la mano contra el atacante invisible. Pero, en cuanto sus
dedos tocaron la superficie, una barrera comenzó a disolverse
mientras desprendía un destello de luz azul. Las esquinas del paisaje
se fundieron y revelaron unos grandes muros empedrados y una
puerta de hierro negro. Detrás se alzaban unas altas torres de
piedra.
Su castillo estaba oculto por la magia, que era lo que le había
dado el golpe a Evie en la cabeza.
La puerta se abrió y El Villano le hizo un gesto para que pasara
ella delante. Como si estuviera resignada a lanzarse de cabeza a un
foso de dragones marinos hambrientos, siguió sus indicaciones. A
ver, llegados a este punto, ¿qué otra cosa podía hacer? Había
agotado todas las opciones al aceptar ayudarlo y dejar que él la
ayudara a cambio. Ya puestos, mejor llevar esto hasta su amargo y
sangriento final.
La Mansión Masacre era demasiado grande como para ser
considerada solo una mansión. Es probable que ahí dentro cupiera
todo el pueblo, más otros dos pueblos del mismo tamaño,
cómodamente. Estaba en ruinas y algunas partes se estaban
desmoronando, pero ese aspecto descuidado tenía cierto encanto.
Las piedras que componían la estructura eran de colores grises y
marrones apagados, y había musgo y enredaderas creciendo entre
los huecos y grietas. Sin embargo, el estar desaliñada la hacía
atractiva y misteriosa.
Puede que incluso un poco reconfortante.
Pasaron al lado de fuentes agrietadas cubiertas de más musgo
mientras la mirada de Evie iba de aquí para allá, admirando el jardín
circundante. Estaba sorprendentemente bien cuidado. De hecho,
estaba segura de haber visto unos cuantos narcisos y casi se le
escapa una risita.
No obstante, lo más aterrador era sin duda lo grande que era
aquel sitio. No sabía cómo, pero parecía hacerse más grande a
medida que se acercaban, como si fuera aumentando al mismo
ritmo que el inminente final de Evie.
En resumen, era enorme; y menudo lugar para morir.
Evie tragó saliva y se quedó contemplando la madera oscura del
portón. Entonces se volvió hacia El Villano y lo miró con ojos
dubitativos.
—Si la empuja un poco, la puerta se abrirá. —Había una confusa
sequedad en todo lo que decía. Como si tuviera un sentido del
humor secreto o creyera de verdad que todo el mundo era un
incompetente.
—Sé cómo funcionan las puertas —contestó ella, exasperada.
Él entornó los ojos, como si no acabara de creérselo.
—Entonces, ¿por qué no se ha abierto todavía?
Ya veo, Su Malignidad, todo el mundo es un incompetente para
usted.
—¡Permítame, señor! —Una voz grave sonó desde la ventana que
había encima de ellos.
Del susto, Evie soltó un gritó y volvió a tropezar con El Villano.
—Deprisa, Marvin. La señorita Sage parece estar sufriendo algún
tipo de ataque.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí arriba? —preguntó mientras se
apartaba de la solidez de su pecho y se alarmaba al percibir la
frescura de su aroma. ¿No debería oler a muerte en vez de a una
mezcla entre canela, whisky y clavo?
—Es uno de mis guardias. Siempre está ahí arriba.
Justo en ese momento, como si estuviera todo calculado, la
pesada puerta se abrió con un ominoso crujido.
Evie lo siguió hasta el mal iluminado vestíbulo.
—Bien, ya estoy dentro de su guarida, Su Malignidad. ¿Por qué
me ha traído aquí?
Él puso los ojos en blanco y avanzó por la enorme sala hacia unas
escaleras de piedra que se recostaban contra la pared del fondo, que
conducían a quién sabe dónde.
—Si va a trabajar para mí, Sage, no puede seguir llamándome así.
Sus zancadas eran largas y Evie se apresuró a alcanzarlo cuando
empezó a subir.
—¿Trabajar para usted? —La idea era demasiado ridícula—. No
puedo hacer eso. Usted es… es… malvado.
El Villano se quedó inmóvil al llegar al segundo piso y se apoyó en
una vidriera.
—Así es —dijo, sin intentar negarlo. Se acercó a ella, amenazante.
Evie sabía que estaba tratando de intimidarla—. Pero ha dicho que
necesitaba un trabajo.
¿Le había dicho eso? Ah, sí, lo había dicho, cuando estaba
divagando. Evie estaba acostumbrada a que la gente pasara por alto
esas cavilaciones en vez de considerarlas solicitudes de empleo.
—Sí —admitió con cansancio—, pero ¿por qué iba a ofrecerme un
trabajo? ¿Qué ha visto en mí que le haya hecho pensar que estoy
cualificada para llevar a cabo cualquiera de las labores que hace
usted?
—Tiene una forma de pensar despiadada que considero valiosa y
me ha ayudado a pesar de conocer mi reputación —contestó, y
entonces miró el pañuelo empapado de sangre que llevaba alrededor
de la cintura.
—¡Sus heridas! —Evie dio un paso atrás y se lo quedó mirando
con incredulidad—. Me había olvidado por completo. ¿Le duelen
mucho?
Hizo una mueca, pero no se quitó la bufanda de la cintura.
—Me curo rápido. ¿Qué hay de sus heridas?
En la cadera le iba a salir un cardenal muy feo y muy morado. En
cuanto al arañazo de la flecha que casi le había arrancado la piel de
la espalda, le escocía, pero lo peor ya había pasado.
—Sobreviviré. —Se encogió de hombros, sin mencionar la herida
adicional que llevaba en el hombro izquierdo. Se la había hecho su
último jefe con un cuchillo.
Esa todavía dolía muchísimo.
Él asintió, extendió la mano y dijo:
—¿Qué me dice, Sage?
Evie hizo una pausa y, a pesar de saber que lo que iba a admitir
podía costarle la vida, no se atrevía a mentir:
—¿Sigue en pie la oferta para el puesto… sea cual sea… aun
sabiendo que mi padre en su día fue un caballero del rey?
Su rostro permaneció impasible; de hecho, parecía aburrido.
—¿Sigue siéndolo?
—¡No, no! Fue mucho antes de que yo naciera. Solo fue una
forma de ahorrar dinero para abrir una carnicería. Se retiró después
de casarse con mi madre. —La siguiente parte era dolorosa, así que
la soltó rápido—. De todos modos, está demasiado enfermo como
para seguir trabajando y su única lealtad es hacia su familia.
El Villano se encogió de hombros.
—Entonces no veo por qué debería ser un problema.
Bueno, aun dejando esa cuestión de lado, estaba segura de que
no le costaría encontrar otros motivos de disputa.
—¿En qué consistiría trabajar para usted? —preguntó mirándole
la mano como si fuera a la vez un salvavidas y una sentencia de
muerte—. No tengo ningún interés en hacerle daño a la gente ni en
ayudar a que usted le haga daño a la gente. Tampoco en ser una de
sus… amiguitas.
Él dejó caer la mano a un lado y torció los labios hacia arriba, casi
como si intentara… ¿sonreír?
—No es usted el tipo de mujer que me llevaría a la cama.
A Evie se le puso la cara hecha un tomate y, en ese momento, el
escozor que sentía en el hombro no tenía ni punto de comparación
con la sensación de rechazo que sentía en el pecho. Lo cual era
ridículo porque ni siquiera quería que ese hombre la deseara, pero
eso no quitaba que tuviera un poco de orgullo.
El Villano volvió a tenderle la mano y su bello rostro se convirtió
en un muro impasible, vacío de emoción salvo por la leve suavidad
en torno a sus ojos. Entonces dijo:
—Seré franco. No voy a forzarla a tomar esa decisión, pero hay
que tener en cuenta que ahora ya sabe dónde se encuentra la
«Mansión Masacre», un nombre muy elocuente, por cierto. También
sabe que no soy inmune a la hoja de una espada y, lo peor de todo,
me ha visto la cara. —Se quedó mirando fijamente un rizo que a ella
le colgaba sobre la frente. Debía de estar hecha un cuadro después
de correr por el bosque como una criminal—. Es un cabo suelto, y
no tengo el tiempo suficiente para que Tatianna se pasee por su
mente y elimine los recuerdos de este día. Mi camisa favorita está
empapada en sangre. Necesita trabajo y estoy dispuesto a darle un
buen puesto con un salario aún mejor. —Al ver que ella no se movía,
suspiró y añadió—: Y puedo asegurarle que nunca he hecho daño a
nadie inocente.
—¿Y qué hay de mi pueblo? —soltó ella antes de poder
pensárselo mejor—. ¿Y si le tengo que ayudar a hacer daño a
alguien que conozco?
—Sería una situación realmente incómoda para usted —respondió
sin pizca de compasión.
Ella entrecerró los ojos hasta que él cedió.
—Dejaré a los aldeanos de su pueblo al margen de mis
maquinaciones asesinas. —Su tono era complaciente, pero Evie no
podía evitar tener la sensación de que sus palabras escondían más
de lo que ella lograba entender.
No podía creer que se lo estuviera planteando, pero la idea de ser
capaz de mantener a su familia hizo que el corazón se le acelerara.
Sin saber muy bien cómo, cuando se quiso dar cuenta, se estaban
dando la mano.
Esperaba que estuviera fría, pero era cálida, y la sensación de
esos dedos enroscados en los suyos la hacía sentir como bajo los
efectos de alguna droga.
—Está bien, acepto su oferta. ¿Qué cosas depravadas voy a tener
que hacer para usted, Su Malignidad?
Con las manos entrelazadas, y mientras seguían mirándose a los
ojos, El Villano dejó que una sonrisa se dibujara en sus carnosos
labios.
—Enhorabuena, Sage, a partir de hoy es usted mi nueva asistente
personal. —Le soltó la mano y se dio la vuelta para subir las
escaleras, pero apenas había dado tres pasos cuando se volvió hacia
ella, que seguía aturdida—. Y si necesita dirigirse a mí de alguna
manera, con que me llame «señor» me conformo.
CAPÍTULO 1

EVIE

Cinco meses después…

Había cabezas decapitadas colgando del techo otra vez.


Evie suspiró y saludó a Marvin con la mano mientras cerraba la
pesada puerta del castillo tras de sí y cruzaba el vestíbulo principal a
grandes zancadas; el leve tacón de sus zapatos resonando en el
suelo de piedra al compás de los latidos de su corazón.
El Villano estaba de mal humor.
Una cabeza decapitada era lo habitual. Era preocupante lo mucho
que Evie se había acostumbrado a ese hecho tras llevar un tiempo
trabajando ahí. Pero ahora colgaban tres cabezas de hombre con la
boca abierta en un grito silencioso, como si hubieran dejado atrás
esta vida aterrorizados. Y si se acercaba lo suficiente…
Puaj, a uno de ellos le faltaba un globo ocular.
Evie inspeccionó el suelo exasperada antes de dar otro paso, pues
quería evitar aplastarlo con el pie, tal y como había sucedido unas
semanas atrás, cuando se había aventurado a entrar en la cámara
de tortura del jefe para entregarle un mensaje. El grito que soltó ese
día no fue más que un leve pitido, pero si volvía a ocurrir, no estaba
segura de poder mantener la compostura. Podía soportar un dedo de
la mano cortado o incluso uno del pie, pero los globos oculares
estallaban al pisarlos y allí es donde ella ponía su límite.
Resopló mientras seguía andando. Un límite bastante razonable,
en mi opinión.
Pero no estaba por ningún lado. Los horrores con los que se
cruzaba en su día a día no la alteraban como deberían. Su necesidad
de normalidad había ido disminuyendo poco a poco desde que había
empezado a trabajar ahí, pero no le importaba. Lo «normal» era
para aquellos que no tenían la capacidad de llevar la mente más allá
de lo inalcanzable. Era algo que su madre le había repetido mucho
cuando era pequeña y, por alguna razón, era el único consejo que a
Evie le resultaba imposible ignorar.
En cualquier caso, no podía evitarlo. Al fin y al cabo, era la
ayudante personal de El Villano. Se rio entre dientes al pensar en el
título de su puesto e imaginó lo ridículo que sería verlo anunciado en
un panfleto de noticias.

SE BUSCA PERSONA MUY ORGANIZADA, QUE LE GUSTE TRABAJAR HASTA ALTAS


HORAS DE LA NOCHE Y DISFRUTE REDACTANDO DOCUMENTOS EXTENSOS.
IMPRESCINDIBLE QUE SE SIENTA CÓMODA E INCLUSO APOYE LA PIROMANÍA,
LA TORTURA Y EL ASESINATO.
ABSTÉNGANSE QUIENES NO PUEDAN EVITAR GRITAR SI DE VEZ EN CUANDO
APARECE UN CADÁVER EN SU MESA.

En defensa del jefe, tenía que decir que eso último solo había
pasado una vez desde que había empezado a trabajar ahí. Fue un
día que llegó puntual, como siempre, cruzó la oficina y enseguida vio
el cadáver de un hombre corpulento tendido sobre su mesa. Tenía
cortes por todo el cuerpo y le faltaban trozos de carne.
Lo habían torturado antes de matarlo, eso estaba claro, y al jefe
no se le había ocurrido otra cosa que dejarlo sobre el reluciente
escritorio de color blanco y perfectamente organizado que tenía
Evie, y que estaba pegado a la puerta de su muy grande y
desorganizado despacho. Nunca olvidaría la expresión de su cara
cuando la vio entrar, percatarse de la presencia del cadáver y luego
darse cuenta de que él estaba apoyado en el marco de la puerta de
su despacho. Estaba de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija
en ella.
Ah, ya, pensó Evie. Me está poniendo a prueba.
El hecho de que él no estuviera dando por hecho que iba a fallar
esa prueba ayudó bastante.
Evie ya se había acostumbrado a que los aldeanos la miraran de
esa manera y lo había catalogado en su mente como una de las
cosas que la hacían querer recurrir a la violencia.
Así que, en lugar de eso, repasó mentalmente cuáles eran las
reacciones que mejor le podían venir en ese momento (es decir,
aquellas que le permitirían conservar su trabajo) y, al final, optó por
ser ella misma.
Bueno, ella misma con un cadáver mutilado en su mesa.
Miró a su jefe y se le encogió el pecho al ver la intensidad con la
que le devolvía la mirada. Era casi como si estuviera deseando que
no fracasara, lo cual no tenía ningún sentido. Tal vez solo tenía una
indigestión; eso de torturar a alguien de buena mañana no puede
ser bueno para la salud intestinal.
—Buenos días, señor. ¿Quiere que trabaje con este caballero al
lado? ¿O es esta su manera sutil de decirme que le gustaría trasladar
el cuerpo a un lugar más apropiado? —preguntó con una sonrisa
amable.
Él se limitó a levantar una ceja, se apartó del marco y caminó
hacia el escritorio (y el cadáver). Al inclinarse sobre la mesa, sus
muslos hicieron que el cuero negro de los pantalones que llevaba se
estirara y Evie tuvo que tragarse un suspiro. Que conste que fue
porque se echó el cuerpo sin vida sobre el hombro con la misma
facilidad que si fuera un saco de patatas, no porque tuviera unos
muslos muy bonitos. No rompió el contacto visual con ella mientras
se enderezaba y llevaba al hombre hacia la ventana más cercana
para acabar arrojándolo por ella.
Evie se tragó también un grito, decidida a demostrar su valía.
Además, este trabajo seguía siendo mucho mejor que el anterior.
Tomó una gran bocanada de aire y le sostuvo la mirada a El
Villano mientras conseguía hacer caso omiso a su nuevo interés por
la ropa de cuero o, más peligroso aún, por sus muslos.
—Un método de eliminación de residuos muy creativo, señor… ¿Le
apetece que le traiga una taza del brebaje de Edwin?
El ogro que trabajaba en la cocina preparaba a diario tandas de
ese líquido marrón hecho con semillas mágicas, además de dulces
recién horneados. Nunca antes había oído hablar de esa bebida,
pero aumentaba la productividad en el trabajo y parecía poner a
todo el mundo de mejor humor a pesar de los cadáveres.
El Villano había levantado las comisuras de los labios y sus
oscuros ojos danzaban de alegría. No estaba sonriendo del todo,
aunque se había quedado lo bastante cerca como para que a Evie el
corazón le latiera con fuerza en los oídos.
—Sí, Sage, ya sabes cómo lo tomo.
Desde entonces, no había vuelto a encontrarse otro cadáver en
su mesa al ir a trabajar, pero eso no significaba que los últimos
meses no hubieran sido difíciles. Normalmente, El Villano solía
ausentarse mucho. Daba por hecho que era porque debía estar
ocupado haciéndoles cosas de villano a los habitantes de los pueblos
cercanos, cosas en las que ella no quería pensar mucho. Habían
hecho una especie de pacto por el cuál él no llevaría a cabo sus
maldades dentro del pueblo de Evie. Bueno, al menos ella tomó su
gruñido como una confirmación. Pero, aun así, algo le decía que
incluso un cadáver en su mesa iba a ser algo más divertido que el
humor que él traía ese día.
Y es que los signos de decapitación excesiva solo podían significar
una cosa: uno de sus planes había fracasado por tercera vez en los
últimos dos meses.
Soltó otro suspiro mientras se acercaba a la interminable escalera
de caracol. Se quedó mirándola un momento, preguntándose por
qué había suficiente magia en las paredes de esa casa como para
que los objetos se movieran por sí solos y se mantuviera una
temperatura agradable, pero no la suficiente como para hacer que
las escaleras fueran menos… en fin, horribles. Negó con la cabeza.
Lo añadiría al buzón de sugerencias.
Nota mental: sugerir que se ponga un buzón de sugerencias.
Al comenzar a subir, como le tocaba hacer todos los días, evitó la
puerta que quedaba a su izquierda después del primer tramo. Era la
que conducía a los aposentos personales del jefe.
Solo los dioses sabían lo que ese hombre hacía en su espacio
personal en ese gran y extremadamente sombrío edificio de piedra.
No pienses en su vida personal, Evie.
Otra buena norma que añadir a la lista que llevaba a rajatabla
desde su primer día allí.
Deja de intentar hacer reír al jefe, Evie.
No le toques el pelo al jefe, Evie.
No encuentres atractiva la tortura, Evie.
No le digas a Edwin que el brebaje es demasiado fuerte, Evie.
Empezó a faltarle el aire cuando iba por el segundo piso. Rodeó la
barandilla iluminada con velas en dirección al siguiente piso. Las
pantorrillas le empezaban a arder bajo la gruesa falda azul que le
rozaba la parte superior de los tobillos. Un grito estridente, que
procedía de las cámaras de tortura de las mazmorras, hizo que se
detuviera en seco. Se quedó parpadeando un momento, sacudió la
cabeza y luego siguió subiendo las escaleras.
A pesar de sus otras conductas obviamente nefastas, el jefe tenía
unas extrañas y confusas pautas morales que seguía con bastante
diligencia; la primera de las cuales era no dañar nunca a inocentes,
para alivio de ella. Su maldad era más bien del tipo vengativo.
También le gustaba que sus pautas morales incluyeran tratar a las
mujeres con el mismo nivel de respeto y estima que a los hombres.
Lo cual, en perspectiva, no era mucho, pero al menos las normas en
la oficina eran más coherentes que la forma en que funcionaba el
mundo exterior.
Antes de trabajar para el señor del mal, Evie se ganaba la vida
ayudando al herrero del pueblo, Otto Warsen. Le organizaba las
herramientas y le pasaba cualquier instrumento que necesitara para
que pudiera emplearse duro en la forja, sin distracciones. Era un
trabajo decente que le permitía mantener a su padre enfermo y
llegar a casa a tiempo para prepararles la cena a él y a su hermana
pequeña.
O al menos fue un puesto bastante decente hasta que dejó de
serlo.
Evie se palpó el hombro. Debajo de la camisa de lino se ocultaba
una cicatriz hinchada y dentada. Si hubiera sido una cuchilla normal,
se habría curado bien, pero la magia que había incrustada en esa
daga blanca vivía ahora bajo su piel como una maldición. Una tan
maligna que cada vez que sentía un ápice de dolor en cualquier
parte de su cuerpo, la cicatriz brillaba. Era un fastidio, ya que los
objetos inanimados parecían interponerse en su camino a un ritmo
alarmante.
Si había algo con lo que tropezar, sin duda encontraba la forma
de llegar a ella.
Se rio entre dientes a pesar de la falta de aire mientras
emprendía el último tramo de escaleras. ¿Una guarida lo bastante
grande como para albergar un pueblo y tenían que trabajar en el
último piso? Ay, maldad, tienes nombre de villano. No obstante,
continuó su marcha hacia la persona que había alterado el curso de
su vida.
Parecía poco convincente referirse a su jefe como una «persona».
En muchos sentidos, era un ser extraordinario, sin embargo, el
hecho de que ella tuviera que encargarse de todos sus deseos y
necesidades lo había humanizado. El velo de misterio que lo cubría
cuando empezó a trabajar para él se había desvanecido y en su
mente se había formado una imagen mucho más clara.
Aun así, le quedaba mucho por aprender.
Como qué clase de penurias lo acechaban para que hubiera tres
cabezas decapitadas colgando del techo.
Llegó al último escalón y se pasó una mano por la frente
sudorosa, desesperada por haber perdido el tiempo poniéndose
presentable aquella mañana. No necesitaba un espejo para saber
que tenía las mejillas sonrojadas y que los cabellos sueltos de la
trenza se le habían pegado a la frente. Al avanzar por el pasillo,
sentía las gotas de sudor deslizándose por el interior de los muslos.
Se le pasó por la mente la tentadora idea de ponerse unos
pantalones anchos.
El jefe había dejado muy claro que no había reglas en la forma de
vestir de sus empleados, lo que significaba que, por primera vez en
la vida laboral de Evie, se le permitía llevar algo que no fueran
vestidos de colores monótonos. Pero temía que llevar algo tan
escandaloso como unos pantalones llamara demasiado la atención.
¿Las mujeres? ¿Tienen piernas? ¡Alertad al pregonero!
No, ya despertaba suficientes sospechas en su pequeño pueblo
por desaparecer a diario para acudir a su «misterioso» puesto de
trabajo. Lo mejor era pasar desapercibida para que nadie se dignara
a mirarla de cerca.
Si alguien preguntaba, decía que había conseguido un puesto de
criada en una gran finca de un pueblo vecino.
No era del todo mentira. Siempre estaba limpiando desastres que
El Villano iba dejando a su paso, aunque normalmente estos incluían
sangre de por medio.
Al llegar al final del pasillo, tiró del candelabro de oro que estaba
más cerca de la vidriera y retrocedió mientras la pared de ladrillo se
abría lentamente, revelando el salón de baile oculto que servía de
lugar de trabajo. Se apresuró a entrar en la gran sala, la pared se
cerró tras ella y respiró hondo. El fresco olor a pergamino y tinta que
impregnaba el aire le resultaba reconfortante y familiar, y siempre
conseguía sacarle una sonrisa.
—Buenos días, Evangelina.
A la mierda su día.
Rebecka Erring estaba sentada a la izquierda con su grupo de
profesionales administrativos y todos habían parado un momento de
trabajar para mirar a Evie. Rebecka le sostenía la mirada desde
detrás de unas gafas grandes y redondas. Evie respondió:
—Buenos días, Becky.
Con la palma de la mano se alisó la parte delantera del vestido de
cuello alto que llevaba y que le quedaba dos tallas grande.
—Eso está por ver —contestó, y acto seguido los otros seis pares
de ojos de la sala volvieron a centrarse en sus pergaminos, ya que
todo parecía indicar que ese día no se iba a derramar sangre.
Lo cierto es que Becky era bastante guapa. Solo tenía dos años
más que Evie, pero esos dos años, en su cabeza, debían de sumar
como diez en cuanto a superioridad se refiere.
Su piel morena estaba impecable y su forma de sonreír con los
labios apretados no le restaba nada a sus llamativos rasgos. Los
pómulos y la mandíbula tenían la misma anchura, lo que atraía la
mirada hacia todas esas partes que le sobresalían del rostro. Si su
personalidad hubiera conseguido reflejar una pizca de su belleza
física, Becky quizá hubiera sido la mejor persona que Evie había
conocido nunca.
Pero, por desgracia, era odiosa.
—¿Trabajando duro esta mañana? —preguntó Evie mientras
sonreía con dulzura y se colocaba un mechón suelto detrás de la
oreja.
La otra mujer le devolvió la sonrisa, pero fue un gesto tan
exagerado que se notaba a la legua que era forzado.
—He sido la primera en llegar esta mañana, así que he ido
adelantando trabajo. —En la jerga de Becky, eso se traducía en: He
llegado antes que tú, por lo tanto, soy mejor que tú. Si quieres te
enseño mi fantástico récord de asistencia.
Evie mantuvo los ojos fijos al frente para no ponerlos en blanco y
se abrió paso entre la multitud que se agolpaba en la sala a un ritmo
vertiginoso. El jefe exigía eficiencia a todos sus empleados y todos
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collection will remain freely available for generations to come. In
2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was
created to provide a secure and permanent future for Project
Gutenberg™ and future generations. To learn more about the
Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your
efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the
Foundation information page at www.gutenberg.org.

Section 3. Information about the Project


Gutenberg Literary Archive Foundation
The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-
profit 501(c)(3) educational corporation organized under the
laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by
the Internal Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal
tax identification number is 64-6221541. Contributions to the
Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax
deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and
your state’s laws.

The Foundation’s business office is located at 809 North 1500


West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact
links and up to date contact information can be found at the
Foundation’s website and official page at
www.gutenberg.org/contact

Section 4. Information about Donations to


the Project Gutenberg Literary Archive
Foundation
Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without
widespread public support and donations to carry out its mission
of increasing the number of public domain and licensed works
that can be freely distributed in machine-readable form
accessible by the widest array of equipment including outdated
equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly
important to maintaining tax exempt status with the IRS.

The Foundation is committed to complying with the laws


regulating charities and charitable donations in all 50 states of
the United States. Compliance requirements are not uniform
and it takes a considerable effort, much paperwork and many
fees to meet and keep up with these requirements. We do not
solicit donations in locations where we have not received written
confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or
determine the status of compliance for any particular state visit
www.gutenberg.org/donate.

While we cannot and do not solicit contributions from states


where we have not met the solicitation requirements, we know
of no prohibition against accepting unsolicited donations from
donors in such states who approach us with offers to donate.

International donations are gratefully accepted, but we cannot


make any statements concerning tax treatment of donations
received from outside the United States. U.S. laws alone swamp
our small staff.

Please check the Project Gutenberg web pages for current


donation methods and addresses. Donations are accepted in a
number of other ways including checks, online payments and
credit card donations. To donate, please visit:
www.gutenberg.org/donate.

Section 5. General Information About Project


Gutenberg™ electronic works
Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could
be freely shared with anyone. For forty years, he produced and
distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose
network of volunteer support.

Project Gutenberg™ eBooks are often created from several


printed editions, all of which are confirmed as not protected by
copyright in the U.S. unless a copyright notice is included. Thus,
we do not necessarily keep eBooks in compliance with any
particular paper edition.

Most people start at our website which has the main PG search
facility: www.gutenberg.org.

This website includes information about Project Gutenberg™,


including how to make donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation, how to help produce our new
eBooks, and how to subscribe to our email newsletter to hear
about new eBooks.

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