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Dream. El sueño de las hadas
Dream. El sueño de las hadas
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Libro electrónico405 páginas5 horas

Dream. El sueño de las hadas

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Información de este libro electrónico

El maléfico Gwyn up Nudd ha atrapado a Oberón, el rey de las hadas, en un sueño. Para liberarlo, las reinas Mab y Titania solo tienen un opción: encontrar a la última hada de los sueños, una adolescente normal de diecisiete años que desconoce su verdadera naturaleza. Serena es una estudiante de bachillerato, juega a voleibol, quiere ir a la universidad, está enamorada del mismo chico desde que era una niña y quiere ir al campamento de verano organizado por su instituto, pero un problema que la aflige desde la infancia podría impedirlo, un problema relacionado con sus sueños. Pero será en los sueños donde su vida tomará un camino nuevo e inesperado...

IdiomaEspañol
EditorialFrancesca
Fecha de lanzamiento20 feb 2018
ISBN9781547515738
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    Dream. El sueño de las hadas - Francesca Angelinelli

    Dream.

    El sueño de las hadas

    ––––––––

    Francesca Angelinelli

    A mi marido,

    que cree en las hadas,

    pero se ha casado con una bruja.

    PRÓLOGO

    Junio. Macugnaga, Lago de las Hadas.

    El joven observaba el lago artificial. Las montañas y las nubes se reflejaban en las aguas cristalinas como si fueran un espejo, creando un segundo valle y un segundo cielo en la superficie del agua. Todo parecía tan calmado e irreal como en una pintura.

    Sin embargo, más allá de aquel velo se escondían su pasado y su presente, mundos lejanos que formaban a partes iguales dos mitades de él. El valle era muy diferente al de sus recuerdos de infancia, a finales de los años 40. En aquella época, el dique todavía no se había acabado de construir y en lugar del lago había un río. Aun así, la magia de aquellas aguas ya era fuerte y él la había percibido, aunque no entendido.

    Recordaba bien aquellos primeros años, con aquel joven alpinista inglés, decidido a enfrentarse a las cordilleras italianas, al que llamaba papá y a aquella mujer guapísima y sonriente que siempre sería como su madre.

    Henry había llegado al país a principios de un verano cálido, también por la guerra, y María Adelaida había caído rendida ante su actitud gentil y un poco alocada. Después, se casaron y tuvieron un hijo. Esta era una parte de su historia, pero también el inicio de una mentira, porque aquel recién nacido no era él y ahora sabía que Henry y María no eran sus padres.

    Sin embargo, los recuerdos de su infancia todavía le estrujan el corazón. Los parques a la orilla del río y los bosques eran sus favoritos. A veces tenía la impresión de oír voces en el viento y de entender a los animales, pero para sus padres, eso no eran más que juegos de un niño fantasioso. Y, es cierto, según crecía él se convenció de lo mismo.

    Si hubiera sido el niño creado de vuestro amor murmuró como si se estuviera justificando con sus almas.

    Se le dibujó una sonrisa amarga en los labios cuando un hombre anciano apareció en el sendero. Debería tener la edad de aquel hombre que ayudaba sus pasos con un bastón. No era uno de aquellos ancianos encorvados y arrugados que a veces veía en los pueblos del valle, era un hombre todavía robusto y de paso decidido, pero su pelo blanco y las arrugas del rostro revelaban el paso del tiempo.

    "Así, pensó mientras saludaba al hombre con una inclinación de cabeza, mi aspecto podría haber sido así". Sin embargo, las aguas del lago le devolvían la imagen de un joven de apenas veinte años, con pelo castaño rebelde y vivos ojos verdes. Suspiró, porque ya había comprendido y aceptado su verdadera naturaleza.

    De todas formas, no podía saber si la Reina lo habría llamado antes o después. Aun así, cuando se cayó en el lago de joven y casi se ahogó, se abrió la puerta a otro mundo. Chicas jóvenes de figura esbelta y casi transparente lo habían agarrado mientras se precipitaba en aquellas profundas aguas azules. Las ondinas lo habían envuelto en sus suaves alas como en una crisálida y, con delicadeza y en una lengua que estaba hecha de un pensamiento mágico, le habían enseñado a respirar bajo el agua. Después, lo condujeron hacia una intensa luz blanca, cálida como un día de primavera.

    Había creído que estaba muriendo, recordó todas aquellas historias que contaban los ancianos escaladores sobre aquellos que se quedaban atrapados por una tormenta en el glaciar de Belvedere. Te pasa toda la vida por delante de los ojos, decían. Y él siempre se había preguntado cómo lo sabían. Pero mientras se deslizaba por el agua hacia aquella luz maravillosa, sentía que debía haber algo de verdad en aquellas historias. Quizá mi vida ha sido demasiado breve y poco intensa, había pensado. Pero aquel calor era más que satisfactorio.

    Entonces había emergido en la orilla de otro lago, del que nacía un río que atravesaba un valle no muy diferente a aquella en la que había crecido. Solo que el sol era más cálido, los olores más intensos y la música de un arpa hacía eco al murmullo del río.

    Levántate, joven guardián, dijo la voz de una mujer.

    El Paraíso que le habían descrito en el catecismo era muy diferente del lugar en el que se encontraba y la mujer que lo miraba no se parecía en absoluto a las imágenes de María o las Santas. Era una mujer no muy alta, pero esbelta como las chicas del lago que lo habían llevado a través del portal y con la piel igual de pálida, tenía el pelo muy largo y rubio, adornado con margaritas, y sus ojos eran de un insólito color lavanda. El vestido blanco que llevaba le recordaba a los dibujos de las damas medievales de sus libros de cuentos, con la falda larga y ancha y el corpiño decorado con finos bordados florales.

    ¿Quién eres? había preguntado mientras se levantaba.

    Soy tu Reina, guardián, y te doy la bienvenida al mundo al que perteneces y del que te arrebataron hace años.

    Lo que siguió, el relato de sus verdaderos orígenes, el descubrimiento del mundo al que pertenecía y el adiestramiento que le sería necesario, había sido parecido a una pesadilla y a menudo deseaba haberse ahogado en las aguas del lago. Pero nada había sido más doloroso que regresar.

    Admirando el valle por enésima vez, el joven recordó la que debería haber sido su tumba y que en realidad solo era una lápida sobre la que imaginaba que sus padres habían llorado hasta el final de sus días. La rabia que lo inundó, igual que todas las veces que pensaba en aquellos años que habían transcurrido como un soplo de aire estival.

    ¿De quién debería vengarse? ¿De los que ahora sabía que eran su pueblo o de los que lo habían maldecido a aquella existencia a mitad de ambos mundos que no habrían debido rozarse siquiera?

    Malditos susurró sin saber a quién dirigía su rencor.

    Después se giró, atraído por el ruido de una rama rompiéndose. Alejó los recuerdos e inspiró el olor a resina que el viento llevaba consigo. El murmullo del agua a su espalda le hizo estremecerse y advirtió el familiar calor de los tatuajes que tenía en la espalda y los brazos mientras se inflamaban de magia.

    Frunció los labios en una sonrisa. Sus enemigos habían llegado.

    Se arrodilló en la orilla y, como si estuviera cogiendo algo de una bolsa escondida, sumergió la mano en el agua, extrayendo un arco y un carcaj lleno de flechas.

    Arrugó la nariz cuando el perfume de la pineda se vio reemplazado por el tufo del mal. Goblin murmuró.

    Vio los pequeños ojos negros aparecer en la sombra del sotobosque y apuntó.

    Por ese día, su venganza se dirigiría a los secuestradores de niños.

    CAPÍTULO 1

    Julio. Verbania.

    El calor del verano era intenso en el gimnasio a pesar de que todas las puertas que daban a los campos estuvieran abiertas.

    Serena traga saliva para humedecerse la garganta seca y se pasa la muñequera por la frente. No es momento de distraerse. Lanza un rápido vistazo a sus compañeras de equipo, pero, sobre todo, busca encontrar la mirada de Marta y Silvia.

    Marta, la líbero, está un poco por detrás de ella, preparada para responder a un posible ataque de los adversarios. Silvia, la alzadora, está a su lado, preparada como siempre para colocar la pelota en el aire, pero también para cubrir su campo con un muro. Marta y Silvia eran un buen equipo dentro del equipo y, aunque solo era un entrenamiento, lo darían todo por ganar el último punto. 

    Le toca golpear a Eleonora. Coge impulso. Serena no necesita girarse para saber lo que su compañera de equipo está haciendo. Tres pasos seguidos de un salto, la pelota que se levanta hasta casi rozar las luces de neón. Escucha con atención el golpe de la mano contra la pelota. Eleonora ha elegido un ataque difícil, un salto flot.

    Listas grita para preparar a sus compañeras.

    Podía ir de maravilla o ser un desastre. Ese ataque es difícil de contrarrestar, pero también de ejecutar.

    Alza la mirada para seguir la trayectoria de la pelota. Detrás de ella, el equipo se preparaba para recibir. Se gira. La pelota sale disparada hacia el centro del campo. Su segunda líbero, Giulia, se lanza con las manos juntas para llegar preparada bajo la pelota. La coge, haciendo una voltereta después.

    Miércoles, piensa Serena, podría haber sido el punto decisivo.

    Retrocede. La pelota vuelve a estar en el aire. El equipo de las reservas no tiene una verdadera alzadora, es el fallo de su formación. Solo Silvia ha demostrado tener no solo la capacidad técnica, sino, sobre todo, la capacidad táctica para dirigir un equipo entero. La chica que desempeña ese cargo en el equipo contrario duda. Cierto, recibe la pelota, pero se la pasa a su compañera más cercana sin tener en cuenta a Giorgia y Eleonora que ya están preparadas para bloquearla.

    Federica, su reserva, elige golpear con fuerza. No tiene otra opción con un alzamiento tan bajo y, además, sabe perfectamente que Giorgia no es demasiado buena bloqueando ese tipo de jugadas, después de todo, han jugado juntas desde el primer curso.

    La pelota escapa de las manos de la defensa. El equipo contrario podría haber recuperado un punto. Marta se lanza hacia la pelota y la alza en el último momento.

    Bien, grita Serena.

    Ha llegado su momento.

    Le hace un gesto de comprensión a Silvia, después todo se desarrolla rápidamente, como ya lo han hecho tantas veces. El alzamiento perfecto, la pelota por encima de las manos de Anna, la segunda rematadora, para acabar en una trayectoria perfecta para ella. El muro contrario que, distraído por el salto de Anna, vuelve a caer a tierra. Y después su salto, alto y perfecto, y su mano que golpea la pelota con un ligero toque de muñeca.

    Es un momento. El silbato de la entrenadora marca el final del partido, antes de que los pies de Serena vuelvan a tocar el suelo. A su alrededor, los gritos de alegría de sus compañeras y después el abrazo de grupo.

    ¡Hemos ganado!, dice alzando los brazos.

    Los gritos de fiesta de las chicas resuenan en el gimnasio y atraen las miradas de los chicos que se entrenan en la pista de atletismo. Serena se gira hacia el pequeño grupo de personas que se ha acercado a las vidrieras y busca una melena castaña con la mirada.

    Marta le sigue enseguida, abrazándola y acariciándole el pelo. ¿Buscas a mi hermano?

    No, ¿qué dices?

    Dice la verdad, sentencia Silvia agitando su melena negra recogida en una trenza.

    Serena enrojece y pone mala cara. Aun así, se deja arrastrar por sus amigas hacia el resto del equipo, que se arremolina alrededor de la entrenadora. Sin embargo, no consigur resistirse a la tentación de mirar por última vez al grupo de chicos del equipo de baloncesto que calentaba al aire libre y suspira. Claro que Alessandro tenía que estar ahí, es el capitán, pero con la luz del atardecer y sus amigas que la arrastraban de un lado a otro, es imposible reconocerlo entre los otros chicos que corren en la pista de atletismo.

    Uff, ¡qué tostón! piensa mientras la entrenadora les pedía silencio.

    Ahora le quedaba poquísimo tiempo. Los exámenes de selectividad ya han acabado y, dado que conocía a Alessandro desde que había coincidido con su hermana en clase en primero de primaria, estaba segura de que ha aprobado, incluso con la mejor nota. Ese es su último año en el instituto Cavalieri. Pronto, según decía Marta, se irá a la universidad en Milán y su vida cambiará: conocerá nuevas personas, no le bastará ir al pub los sábados por la noche con su hermana pequeña y sus amigas, conocerá a otras chicas, quizá más mayores, más guapas y más habladoras.

    Se muerde el labio de solo pensarlo y aprieta los puños. Tiene que aprovechar la oportunidad que le ofrece ese último verano. Es ahora o nunca, se dice mientras cree reconocer al objeto de sus deseos hablando con su entrenador.

    ¿Y tú, Serena?

    ¿Cómo?. La voz de su entrenadora la devuelve a la realidad.

    La profesora de educación física a cargo del equipo de voleibol pone los ojos en blanco. ¿Has escuchado algo de lo que he dicho?

    Claro, miente Serena, pero conoce a la profesora Marchesini lo suficiente como para saber qué se ha perdido. Tenemos que mejorar el ataque cuando le toca golpear a Silvia. La defensa tiene que estar preparada y no confiarse. Yo... Sonríe. Yo tengo que aprender a no esperar que Silvia esté siempre preparada a alzar la pelota para mí.

    La mujer baja los ojos al suelo del gimnasio. Vale, dice. Ahora, os recuerdo que en tres semanas nos vamos al campamento. Las chicas lanzan gritos de alegría, pero la entrenadora alza una mano para silenciarlas. No nos vamos solamente de vacaciones, no lo olvidéis. No estaremos solo nosotras, habrá también otros equipos de otros institutos de la región. Jugaremos algunos partidos, un pequeño torneo. Y habrá otros equipos deportivos, por lo que, subraya a sus alumnas espero que os comportéis con la máxima seriedad. Vendrán con nosotras el equipo de baloncesto, atletismo y fútbol.

    Las chicas ya no consiguen contenerse, rompen a reír y a hablar. Casi todas se han fijado en alguien de uno de los equipos.

    Serena vuelve a buscar a Alessandro en el campo exterior. Tiene que aprovechar esa oportunidad a toda costa si quiere seguir siendo parte de su vida, y no como la mejor amiga de su hermana.

    ¿Lo has oído? Marta se ha acercado a ella mientras se levantaban.

    Ella asiente y lanza una mirada a Silvia, que parece ensombrecida. Tendremos que estar atentas con Sabrina, dice.

    ¿Crees que el equipo de fútbol la dejará venir, aunque no sea parte del equipo?

    Serena se encoge de hombros. Duda que el equipo pudiera oponerse de alguna manera a Sabrina, a quien todos consideraban la matona del colegio. Quizá el profesor Ricciardi, que actúa como su entrenador, podría hacer algo, pero eso parece una nimia esperanza. Así, pone una mano en el hombro de Silvia. Eh, no te tocará las narices en el campamento, verás.

    Su amiga sonríe y comienza a responderle, pero la entrenadora se acerca a ellas. ¿Voluntarias para descolgar la red?

    Marta coge a ambas del brazo y sonríe. ¡Presentes!

    Ah, añade la mujer. Silvia y Serena, todavía no tengo vuestras autorizaciones paternas para el campamento. Por las plazas no hay problema, pero todavía sois menores de edad, vuestros padres tienen...

    Silvia agita su trenza y suspira. Mi padre está todavía en Miami por trabajo. No sé si volverá a tiempo. Serena le lanza una mirada de inquietud, pero su amiga parece no darse cuenta. Además, igual no puedo, ¿sabe? le dice a la profesora. Creo que dijo que tenía algo en Cerdeña. No sé, no lo veo desde hace meses.

    ¿No tienes un tutor en casa?

    El mayordomo.

    Exasperada, la entrenadora asiente. Vale, intenta darme una respuesta pronto, dice y se gira hacia Serena. ¿Y tú?

    La joven sonríe avergonzada. Dependerá de la visita.

    Cierto. La profesora hace un gesto con la cabeza, comprensiva. ¿Cuándo es?

    Mañana

    La profesora Marchesini le sonríe. Dime cómo ha ido, ¿vale?

    Claro. A pesar suyo, Serena se esfuerza por devolverle la sonrisa.

    No es fácil, porque lo que para algunos era un problema sin solución, para ella se ha transformado en una pesadilla. En el sentido literal de la palabra, piensa. El sonambulismo, según le habían dicho siempre los médicos, es un trastorno bastante común en los niños, que se manifestara durante toda la adolescencia era una anomalía. Pero lo más grave, sobre todo para sus padres, es que en ese estado de inconsciencia ella no se limita a realizar pequeñas acciones repetitivas, como es lo normal, sino que se levanta de la cama para dar verdaderos paseos. Algo que, en vista del campamento, pone en riesgo su asistencia.

    Claro, lo haré, le repite a la profesora antes de volverse hacia sus amigas que ya habían ido hacia la red. Silvia parece indiferente, pero no ha pasado por alto el hecho de que quizá no  irá al campamento. Por eso, se acerca a ella rápidamente y la coge del brazo. ¿Qué ha sido eso?

    Ella se pasa una mano por el pelo que, a pesar del calor y el entrenamiento, todavía le huele a camelias. Lo sabes, ¿no? Mi padre es así: hoy está en Miami, mañana en Dubai... Antes de irse me dijo que cuando volviera le gustaría pasar tiempo conmigo. Ir de vacaciones en familia.

    Serena alza una ceja. Claro. ¿Y el hecho de que Sabrina venga al campamento no tiene nada que ver?

    Silvia se gira para buscar la manivela de la red. Sabrina es problema mío, ya os lo he dicho.

    Marta se pone las manos sobre las caderas y la mira seriamente. Ya, ¿y nosotras para qué estamos? No somos amigas tuyas para ver cómo te peleas con esa armatoste y sus matones.

    Silvia agarra con más fuerza la manivela de metal y se muerde el labio. Puedo apañármelas.

    Sí, responde Serena. Como aquella vez que encontramos tu abrigo nuevo quemado en el patio.

    Silvia se vuelve para responderle, pero se contiene. Sin embargo, esboza una sonrisa maliciosa. Cuando os mande fotos mías en bikini al lado de un buenorro en Costa Esmeralda, ya hablaremos.

    Marta cruza los brazos sobre el pecho durante un segundo. Después va al otro lado de la red y gira la manivela para hacer bajar la red. ¿Y tú, Serena? ¿Qué planes tienes para el campamento?

    Serena, que ya ha empezado a recoger los balones tirados por la pista, alza la cabeza, sin conseguir evitar sonrojarse. No ir detrás de tu hermano.

    Sí, claro, comenta Silvia. Entonces, ¿qué quieres? ¿Qué te pida matrimonio bajo la luz de la luna? ¿O que te haga descubrir los placeres del sexo a la orilla del lago?

    ¡Silvia! Marta se ríe y Serena deja caer todos los balones al suelo, más sonrojada que nunca. ¿Cómo se te ocurre? Yo no... ¡por favor!

    Ella se apoya contra la barra que sostiene la red. Bah, antes o después tendrás que decidir qué quieres con Alessandro. ¿Quieres ser su lío, su novia, una aventura de una noche? Si no lo sabes tú, ¿cómo puede saberlo él?

    ¿Y tú cómo sabes que hay un lado? interviene Marta.

    Silvia no se altera. Porque ya he estado en Macugnaga, conozco bastante bien El lago de las hadas. Le guiña un ojo a Serena. Es muy romántico después la de medianoche.

    ¿Enserio? Serena se ríe y le lanza un balón. ¿Y eso lo sabes porque has estado? ¿Con quién? Corre hacia ella y empieza a hacerle cosquillas. ¡Venga, cuenta! ¿Cuándo? ¿Con quién?

    Entonces Marta también se une a Serena y enseguida todas caen al suelo del campo, riendo y llorando juntas, mientras bromean y sueñas despiertas con su prometedor verano en la montaña.

    CAPÍTULO 2

    El entrenamiento no ha sido agotador, pero, después de cenar, Serena coge una galleta de chocolate y les da las buenas noches a sus padres, dejándolos solos en la cocina.

    No tiene ganas de discutir otra vez. Hace tiempo que llegaron a un acuerdo: si la doctora Altani les da una solución que funcione, irá al campamento. No pueden romper su palabra, no deben. Es demasiado importante.

    Además, estoy cansada, se dice dejándose caer sobre la cama. Está cansada de decir siempre no. Decir que no a la fiesta de pijamas de Marta, decir que no a quedarse a dormir en casa de Silvia después de su fiesta de cumpleaños, decir que no a la discoteca, no, no, no, no... Cualquier actividad que suceda después de cierta hora o que implique la posibilidad de quedarse dormida accidentalmente, pone nerviosos a sus padres. Y Serena ya no lo aguanta más.

    Esto tiene que acabarse, piensa.

    Desde hace años, demasiados, ha habido demasiadas noches como aquella, en la que sus padres apenas respiran, como si esperaran un milagro. Desde que era una niña y empezó a ir al centro para trastornos del sueño, ha esperado que todo cambie. Ha visto demasiados niños crecer y currarse, mientras que ella parece estar inmóvil, atrapada en una pesadilla de paseos nocturnos, de lloros de su madre y gritos aterrorizados de su padre.

    No puede suceder más, susurra. Mañana, piensa, será el día de mi victoria. Hará la prueba del sueño y la doctora le dará un medicamento nuevo, uno que mantenga su cuerpo en la cama cuando se duerma. No sé, dice con un bostezo. Podría pincharme el dedo con el uso de una rueca por la noche. ¿Existirán todavía las ruecas?

    Recuerda cuando le pidió a su médica que le recetara narcóticos. Se ríe por el recuerdo de que, para su madre, esa fue la primera manifestación de una rebelión adolescente. Si de verdad hubiera sido una rebelión, habría salido a escondidas y quizá se habría quedado dormida para dar paseos sin control, quién sabe dónde. Pero la médica no le hizo caso.

    Dime, Serena, ¿tienes sueños?

    Para ella, esa pregunta era ridícula. Claro, supongo que sí.

    Supones. Y, como de normal, la médica tomó nota en una libreta. ¿Y recuerdas lo que sueñas?

    No, resopló. Pero a quién le importa, ¿no? No me interesa tener sueños. Quiero poder hacer lo que hacen las chicas de mi edad. Quiero salir, quiero ir de vacaciones con ellas, quiero...

    Los sueños son una parte importante del proceso de reelaboración de las experiencias, sentenció la médica. Tu actividad cerebral durante las fases del sonambulismo es muy elevada. Mientras tu cuerpo reacciona, tu cerebro sueña.

    Quién sabe por qué, pero cada vez que piensa en esa conversación de hace tres años, Serena se pone a cantar entre dientes esa canción de la Cenicienta soñar es desear...

    Tal vez porque no le importa soñar, al menos, no del modo que pretende la médica. Ella conoce bien sus sueños, los de verdad: Alessandro, el campamento, el voleibol, y después, acabar el último curso con buenas notas e ir a la universidad.

    Espero que lejos de casa, murmura.

    Y para este tipo de sueños no necesita quedarse dormida, sus sinapsis funcionan perfectamente también cuando está despierta. Esos son los sueños por los que quiere luchar, no por las extravagancias creadas por su subconsciente.

    Suspira. "Mañana tendré mi píldora mágica. Como en Matrix, fuera de esta trampa, en el mundo real."

    Cierra los ojos y se abandona a la caricia de la brisa que hace moverse la cortina ante la ventana abierta. El perfume del jazmín que trepa por la pared bajo su ventana llega hasta la habitación. Se estaba haciendo de noche e incluso la pesadez del calor del verano se está deshaciendo. Todo comienza a conciliar el sueño y Serena no pone resistencia.

    CAPÍTULO 3

    Cuando abre los ojos, tiene que parpadear varias veces como para enfocar el panorama que tiene ante sí. Está sobre la cima de una pequeña colina, cuyas faldas, cubiertas de flores de mil colores, descienden hacia una amplia llanura verde y frondosa. Podría ser la campiña de la Toscana, pero con los colores de una película de Bollywood. Serena está deslumbrada y, al mismo tiempo, extasiada. Más allá de la llanura, hay más colinas y bosques maravillosos, como no los ha visto jamás. Todo parecía sacado de un cuadro o de una película, ya que el cielo está en lo más alto, pero no quema. La brisa es fresca y perfumada. No hay abejas ni otros insectos que puedan molestarla, solo alguna mariposa que se acerca, curiosa.

    Es precioso, murmura antes de darse cuenta de que está sola.

    Se gira, viendo unos densos arbustos. Siento nervios en el estómago, porque tiene la impresión de que la están observando.

    ¿Hay alguien? pregunta, pero no obtiene respuesta. Un crujido le hace sentir un escalofrío y da un paso atrás. ¿Quién está ahí? pregunta otra vez, esta vez siente la garganta seca.

    Si eso es un sueño, se está convirtiendo en una pesadilla. Del interior de los arbustos aparecen incontables ojos rojos. Sonidos de animales y silbidos espeluznantes se abren paso en el silencio de ese paraíso.

    Serena retrocede, pero antes de poder decidir girarse y huir, un grupo de criaturas armadas con lanzas sale de su precario escondite. Son pequeños y rechonchos seres de colores de todas las tonalidades de gris y verde, vestidos con trapos de piel que apenas cubren sus cuerpos sus cuerpos rechonchos pero musculosos; sus narices son enormes y pronunciadas y sus orejas largas y puntiagudas, parecidas a las del maestro Yoda que vi en una película de Star Wars, aunque es evidente que no tienen su educación.

    De hecho, en un momento, acompañados de un grito seguido de ronquidos y gruñidos, la mayoría de ellos alza la lanza, mientras los demás hacen girar en el aire la honda que tenían atada a la cintura hasta ese momento. Un segundo grito comienza el ataque y Serena se cubre la cabeza como puede, mientras baja a trompicones la colina, tan rápido como puede, perseguida por esos seres que la atacan con piedras y lanzas.

    Corre, corre más rápido que en cualquier entrenamiento, pero se da cuenta de que no hay nada en esa llanura, ni un árbol, ni una casa. Las piedras comienzan a car cada vez más cerca y alguna lanza ya le ha rasgado la camiseta por la espalda. Se gira, pero las criaturas parecen decididas a capturarla. ¿Y después? Un escalofrío le recorre la espalda. ¿Qué harán con ella cuando la capturen? Duda que eso sea un extraño ritual para invitarla a cenar, a menos que ella sea el plato principal. Por eso, aumenta el paso, se esfuerza en correr todavía más deprisa, usando todo el aire que tiene en el cuerpo. Hasta que se desmorona, en una nube blanca de dientes de león, con los dedos hundidos en la tierra negra.

    Estoy acabada, se dice, pero, en el fondo, eso no es más que un sueño. Alza la cabeza y ve acercarse la manada de criaturas gritonas. Tiembla y cierra los ojos. ¡Tengo que despertarme!

    No, tienes que levantarte. Es la voz de un chico. Serena vuelve a abrir los ojos y mira a su alrededor, buscando a la persona que la está animando. Tienes que levantarte y pelear.

    Siente el silbido de una flecha y después el grito de una criatura que cae, agonizante. Desvía la mirada hacia el arquero y ve cómo una sombra se lanza contra sus atacantes. Por un momento, permanece boquiabierta, admirando la rapidez y fluidez de los movimientos de ese chico que parece haber nacido para combatir esas criaturas. Está armado con una larga espada curva, que parece sacada de una película de El señor de los anillos, pero tiene atados numerosos puñales de varias medidas y dimensiones a los pantalones. Además, lleva un arco y un carcaj colgados a la espalda y, sobre la cabeza, una capucha que le impide verle el rostro.

    Levántate, le ordena de nuevo.

    Serena sigue confusa. Si eso es un sueño, o una pesadilla, ¿por qué está imaginando que la salva ese extraño híbrido entre Legolas y Arrow? ¿Por qué no está imaginando a Alessandro? ¿Por qué no puede ser un sueño normal, en el que el chico que le gusta acude en su ayuda? Además, odia Arrow.

    Eh, dice Serena, como si pudiera detener ese encuentro.

    El joven apenas se gira, solo lo suficiente para que pueda vislumbrar un rostro decidido y unos labios carnosos. Si no quieres defenderte, al menos hazme el favor de huir.

    Serena se estremece mientras él vuelve a enfrentarse a las criaturas. Aunque no está completamente equivocado. Algunos ya han perdido el interés en el recién llegado y se dirigen hacia ella otra vez.

    ¿Y cómo tengo que defenderme? pregunta poniéndose en pie.

    Usa la magia, responde el joven, mientras golpea a su enésimo enemigo con un puñal.

    ¿La qué?

    Él detiene una lanza y aleja a otra criatura con una patada. Es tu sueño, ¿no? Puedes hacer lo que quieras. Imagina cualquier cosa que te libre de estos goblins.

    Serena duda, pero lo que le está diciendo tiene sentido. Solo tiene que soñar que puede hacer algo mágico para salvarse a sí misma y a ese misterioso personaje que su fantasía ha hecho aparecer. Pero ¿el qué? se pregunta mientras lo observa

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