011 La Comuna de París
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011 La Comuna de París
LA COMUNA DE PARÍS
Sin lugar a dudas, la derrota de los heroicos federados de la Comuna de París en mayo de
1871 marca el fin de una época y el inicio de otra, en la trágica historia de la clase obrera
mundial. Con aquella terminaba la era de las utopías decimonónicas, la era de la confianza
en la revolución inminente, de la revolución “a la vuelta de la esquina”; la era de la
esperanza adolescente en la posibilidad de un mundo sin opresores ni oprimidos.
Poco importaba que tan profunda transformación de la sociedad hubiera de obedecer
a las contradicciones inherentes a todo modo de producción clasista, mismas que
conducirían ineluctablemente al capitalismo a su crisis y transformación cualitativa, según
pregonaban Carlos Marx y Federico Engels, o a la iluminada fe voluntarista de los
anarquistas, encabezados por Pedro José Proudhon y Miguel Bakunin.
En las discusiones de la Primera Internacional, convocada por Marx en Londres el
año 1864, los representantes y delegados de todas las corrientes del socialismo discutieron
entre sí hasta el extremo de la ruptura política y la enemistad personal, la mejor vía para
acceder a la sociedad sin clases, pero jamás pusieron en tela de duda su certero
advenimiento en un futuro tan próximo que todos los participantes aspiraban a verlo con
sus ojos; la “nueva aurora” estaba a punto de vislumbrarse, es más, se vislumbraba ya en el
horizonte, y la humanidad, redimida por su influjo de su ancestral postración ante los
poderosos, la saludaba emocionada y conmovida.
La Europa de la segunda mitad del siglo XIX, concretamente a partir de 1848, es la
Europa de las reformas implementadas de manera autoritaria. Quizá con excepción de
Rusia, los países del continente transitaron de una mayor a una menor autocracia, es decir,
hacia regímenes constitucionales más o menos democráticos, pero que buscaban atajar la
participación popular para mantener el manejo de los asuntos públicos en una élite selecta e
ilustrada.
2
Los liberales desconfiaban del pueblo. De las calles y las barricadas del 48 pasaron
a las asambleas parlamentarias para finalmente, moviéndose en un gran vacío social,
transigir con las monarquías; todo ello en un clima de exaltado nacionalismo de signo
conservador, contrapuesto al cosmopolitismo de la aristocracia ilustrada del siglo XVIII.
Nacionalismo que concebía a la entelequia “pueblo” como depositaria de las
esencias o espíritus colectivos, además de seguirla considerando, al menos en el discurso
liberal, depositaria original del poder, de la soberanía, de la suprema autoridad del Estado.
A partir de 1848, cuando el nacionalismo se fue identificando más y más con la
derecha política, y por otra parte resultó claro que para las clases trabajadoras el recurso de
las elecciones como vía para acceder al poder era una vía cerrada, un cosmopolitismo
distinto se abrió camino en el terreno de las ideas: el nuevo internacionalismo proletario,
porque el pueblo de la segunda mitad del XIX no era el mismo que el de 1789. Ahora se
había convertido en el “cuarto estado” y la burguesía ya no podía representarlo
englobándolo en sus demandas.
Los trabajadores modernos iban sustituyendo a las viejas clases artesanas y la
población urbana crecía en detrimento de la población rural. No solo eso; la población
europea aumentaba de una manera nunca antes vista, y el mayor crecimiento se registraba
en los países industriales y específicamente en sus zonas industrializadas.
En tales circunstancias y al influjo de los teóricos de todos los socialismos, los
“vendedores de fuerza de trabajo”, desvinculados de la tierra y de la herramienta, fueron
cobrando conciencia de su fuerza. Eran mayoría; su número aumentaba sin cesar al ritmo
de la modernización burguesa, estaban concentrados en barrios, ciudades y centros mineros,
eran los productores de la riqueza, nada se movía sin su esfuerzo. El futuro era suyo.
Por supuesto no en todos los puntos de la geografía europea se produjo esta
mutación necesaria que consiste en dejar de ser “clase en sí” para convertirse en “clase para
sí” por parte de los “modernos esclavos del capital”. Fueron múltiples factores los que
contribuyeron a conformar los epicentros de las luchas sociales del siglo pasado, pero el
hecho es que París fue uno de ellos. París, actualmente tan aburguesado, desempeñó a lo
largo del XIX uno de los papeles principales en la historia del mundo y, sin discusión, la
ciudad y su gente representaron el papel estelar por lo que hace a las movilizaciones
populares y a la revolución social. No al alboroto, el motín o la violencia espontánea y
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fácilmente controlable, sino a la revolución estructural, profunda del sistema y del aparato
de poder. La revolución de 1806, la revolución total.
1789, 1830, 1848. La historia universal es la historia de Francia y
específicamente la historia de la antigua Lutecia de los galos, convertida en ariete y factor
primordial del cambio. Los artesanos del barrio de San Antonio y los “sin calzones”, los
descamisados, diríamos nosotros, tomando por asalto La Bastilla; las sociedades secretas y
un príncipe de la casa de Orleans metido a conspirador, con un pseudónimo que no
engañaba a nadie. Las buhardillas, los clubes, los cafés, los banquetes y las tertulias
políticas que desembocaron en aquel golpe cruento de febrero, que terminó en la matanza
de junio de 1848.
Veinte años después del triunfo de las fuerzas que apoyaron a Luis Napoleón
Bonaparte en su camino hacia el poder, el Segundo Imperio, como dijo Proudhon,
arrastraba todo el peso de las ilusiones muertas. Era una caricatura de su propio proyecto,
pero los opositores, antiguos compañeros ahora desengañados, eran incapaces de
organizarse para actuar. Vivían en el exilio o resignados a mantenerse al margen de la vida
política.
Los obreros, por su parte, aferrados durante años a la ilusión de que el sufragio
universal les permitiría llevar a los parlamentos a su propia gente, fueron abandonando las
promesas del 48, sobre todo a partir de la difusión de los debates de la Internacional, labor
que corrió a cargo de sus oficinas en París, instaladas en el pequeño taller de un grabador de
nombre Fribourg, cuyo banco de trabajo se convertía por las noches en mesa de
correspondencia, donde según su propio decir y el del delegado Tulain, “iban a debatirse
los más importantes problemas sociales de la época”.
Ya para 1869, el concepto de lucha de clases y la escisión burguesía/proletariado era
aceptada por la mayoría de los delegados, y los franceses, Varlin a la cabeza, comenzaban a
hacer labor de convencimiento y proselitismo entre los más indiferentes.
Pronto, decían, los instrumentos de producción serán puestos a disposición de los
trabajadores, quienes nada deben esperar de la burguesía y sus bellas palabras que hablan
de igualdad y de fraternidad en un mundo de guerra permanente entre opresores y
oprimidos.
En noviembre de dicho año, Varlin escribía a un compañero:
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2
“Los pobres del mundo”. Cien años de la Comuna de Paría 1871, (Citas recogidas y presentadas por
Maurice Choury), México, Editorial Extemporáneos, 1971, p. 29. (Colección “Los muros tienen la palabra”)
3
Karl Marx LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850 INTRODUCCION DE F.
ENGELS A LA EDICION DE 1895
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A partir de ese momento la agitación popular aumentó rápidamente. Por las calles
empezaron a ondear banderas rojas y los ¡viva la Comuna! se escuchaban por doquier.
Varias prisiones fueron abiertas y los presos políticos liberados. La carmagnole se cantaba
frente a los edificios públicos y la respuesta gubernamental no se hizo esperar. Los
comuneros fueron acusados de colaborar con Prusia y a partir del 18 de enero, al conocerse
la noticia de que en Versalles se había verificado la unificación de los estados alemanes
constituidos ahora en Imperio Alemán, la gendarmería atacó a matar. Treinta muertos
4
Ollivier, Albert, La Comuna, Madrid, Alianza Editorial, 1967, pp. XXX
5
Ibidem, p. 139.
8
El 1° de marzo los soldados invasores desfilaron por calles desiertas ante casas y
tiendas cerradas y enjutadas. París estaba aislado del resto de Francia y el día 2 fue
despojado de su carácter de capital política de la nación, varios periódicos fueron
clausurados y un grupo de acusados de los desórdenes del 31 de octubre sentenciados a
muerte.
6
Ibidem, p. 145.
9
Soldados, hijos del pueblo, unámonos para salvar la República. Los reyes y los
emperadores nos han hecho ya bastante sufrir […]. La consigna no libera de la
responsabilidad de la conciencia. Abracémonos frente a aquellos que para
conquistar un grado, obtener un puesto, traer de nuevo a un rey, quisieran que nos
degolláramos los unos a los otros.8
7
Ibidem, p. 146.
8
Ibidem, 147.
10
Pero la gente sale a la calle, increpa a los soldados, los invita a integrarse a los
grupos que defienden a la patria y a la República. El momento es dramático, el general
Lecompte interviene, lanza tres órdenes sucesivas de hacer fuego sobre los civiles, ninguna
es obedecida. En el mismo momento, fracasan igualmente en todos los barrios de la ciudad
insurrecta los intentos de movilizar al ejército contra el pueblo. Pueblo y ejército se unen
para levantar barricadas, la revolución es incontenible “de barrio a barrio, de hombre a
hombre”.10
Adolfo Thiers huyó a Versalles, los comuneros ocuparon el Hotel de Ville y al poco
rato, en lo alto del edificio ondeaba la bandera roja. Abrumados por su propio triunfo y con
el argumento de que “no habían recibido ningún mandato para gobernar”, los integrantes
del Comité Central se dirigieron de inmediato a la alcaldía con la intención de dimitir,
probablemente presas del mismo temor que invadiría 43 años después a los jefes
campesinos de la revolución mexicana ante la perspectiva del poder, porque mientras estos
“no habían nacido para disfrutar de aquellas banquetas”,11 los comuneros de París
consideraban con toda seguridad que no habían nacido para ocupar aquellos salones.
No supieron, al calor del triunfo, del entusiasmo colectivo y del apoyo de la Guardia
Nacional y de múltiples efectivos del Ejército, tomar la ofensiva, no dar tiempo a sus
enemigos para organizarse, avanzar sobre Versalles para intentar revertir los papeles y ser
ellos los perseguidores de alemanes y burgueses, ahora aliados, ante el hecho insólito de
una revolución socialista victoriosa.
En el momento del triunfo total, se hizo patente la extrema debilidad de aquellos
hombres sin miedo a la muerte, dispuestos a todos los sacrificios para cumplir su vocación
suprema de alcanzar “el ideal”. Hacer la revolución es una cosa y gobernar es otra. Quien
ejerce el poder, decían, pronto se convierte en verdugo de quienes lo encumbraron, no
importa cuáles hayan sido sus posiciones de la víspera. El poder es el gran corruptor. Ellos
9
Ibidem, p. 149.
10
Ibidem, p. 150.
11
Según lo dicho por Emiliano Zapata a Pancho Villa en Xochimilco, en su encuentro el 4 de diciembre de
1914. “El pacto de Xochimilco” en Contreras, Mario y Jesús Tamayo, Antología. México en el siglo xx, 1900-
1913. Textos y documentos, tomo 2, México, UNAM. 1975. (Lecturas Universitarias, núm. 22), p. 67.
11
Desde el 18 de marzo París no tiene más Gobierno que el Gobierno del pueblo: es el
mejor. Jamás ninguna revolución ha sido realizada en condiciones como las
nuestras; París se ha convertido en una ciudad libre […]. En esta ciudad libre cada
uno tiene derecho a hablar sin pretender influir de manera alguna en los destinos de
Francia. Y París pide: primero, la elección de la alcaldía de París; segundo, la
elección de los alcaldes, de sus adjuntos y de los consejeros municipales de los
veinte distritos de la ciudad de París; tercero, la elección de todos los jefes de la
12
Ollivier, Op. cit., p. 161.
12
En vista a las elecciones, por todas partes aparecían carteles con textos y alegatos a
favor de continuar la obra revolucionaria hasta su total consolidación. La Internacional
redactó y publicó un extenso documento del cual reproduzco algunos fragmentos:
13
Ibidem, p. 163.
14
Ibidem, p. 164.
15
Ibidem, p. 175.
13
16
Ibidem, p. 1675-176.
14
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militar era total, y también el desastre moral. Las discusiones internas inacabables, absurdas
e inútiles. Delescluze, testigo de la última derrota en el fuerte de Issy el 9 de mayo, hizo su
patético llamado a sus compañeros.
Pero era inútil, el ejército de Thiers avanzaba y otros fuertes fueron cayendo.
Diversas ciudades del interior intervinieron enviando delegados a Versalles para pedir el
reconocimiento de la República y de los fueros municipales y en otras muchas los
trabajadores manifestaron públicamente sus simpatías por la Comuna, exigiendo que
terminara aquel conflicto, pero Thiers ordenó la detención de los instigadores de aquellas
expresiones de apoyo a los sitiados y endureció las medidas represivas contra las
organizaciones provincianas de izquierda.
El 21 de mayo, setenta mil versalleses iniciaron la ocupación de París entrando por
la puerta de Saint Cloud a cargo de Dombrowski. En ese momento empezó la lucha
callejera.
Por primera vez se ejecutaron rehenes, entre ellos varios sacerdotes y un arzobispo.
El jefe del pelotón les gritó al momento de dar la orden de fuego: “No es a nosotros a
quienes debéis acusar de vuestra muerte, sino a Versalles que fusila a los nuestros”.20
Los barrios iban cayendo uno tras otro; murieron combatiendo Delescluze y
Dombrowski, Vermorel y Frankel. Había incendios por todas partes. La resistencia se hizo
18
Ollivier, Ibidem, p. 229 (segons quina sigui la anterior, será Ibidem.)
19
Ibidem, p. 240.
20
Ibidem, p. 242.
16
casa por casa pero durante la noche del sábado al domingo 28 de mayo cayó el cementerio
de Pere-Lachaise.
Louise Michel, militante y testigo de excepción, nos dice acerca de estos últimos
momentos de la resistencia.
[…] la resistencia está reducida al pequeño cuadrado que forman las calles
Faubourg-du-Temple, Trois-Bornes y Trois-Couronnes y el bulevar Belleville […].
Una pequeña falange, capitaneada por Varin, Ferré y Gambon, con una banda roja a
la cintura y el fusil en bandolera, baja por la calle Champs y desemboca en el
bulevar. Un garibaldino de gigantesca estatura lleva una inmensa bandera roja […].
A las once, los federados casi no tienen ya cañones; los tercios del ejército
los rodeann […]. El domingo 28 de mayo, al mediodía, se dispara el último
cañonazo federado […].
La última barricada de las jornadas de mayo es la de la calle Ramponneau.
Por espacio de un cuarto de hora la defiende un solo federado. Por tres veces rompe
el asta de la bandera versallesa enarbolada sobre la barricada de la calle París. Como
premio a su valor, el último soldado de la Comuna consigue escapar.22
21
Michel, Lousie, Mis recuerdos de la Comuna, México, Siglo XXI Editores, S.A., 1973, p. 300.
22
Lissagaray, P.O., Historia de La Comuna, México, Ediciones y Distribuciones Hispánicas, 1987, pp. 499-
500.
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