DESALOJO

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Cámara 7a de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Córdoba, 29 de diciembre de 2016

R., A. C. c. V., K. s/ Desalojo – Tenencia Precaria

CÁMARA 7A DE APELACIONES EN LO CIVIL Y COMERCIAL DE CÓRDOBA


29 DE DICIEMBRE DE 2016
R., A. C. C. V., K. S/ DESALOJO – TENENCIA PRECARIA

TEXTO COMPLETO

2ª Instancia.- Córdoba, diciembre 29 de 2016.


¿Procede el recurso de apelación?
El doctor Flores dijo:
En los autos: (...) venidos en apelación del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil,
Comercial, Conciliación y Familia de 1ª. nominación Sec. 3 de la ciudad de Carlos Paz,
en los que por sentencia N° 51 de fecha 13/04/2016 se resolvió: “I. Hacer lugar a la
demanda de desalojo impetrada por el Sr. A. C. R. en contra de la Sra. K. V. quien,
dentro del plazo de diez días de notificada la presente, deberá desalojar junto con las
personas y/o cosas puestas por ella o que de ella dependan, el inmueble objeto del
presente: (...) de la ciudad de Villa Carlos Paz, provincia de Córdoba. Todo ello, bajo
apercibimiento de lanzamiento. II. Imponer las costas a la parte demandada vencida.
III. (...)”. 1. La sentencia de primera instancia contiene una relación de causa que
satisface las exigencias del art. 329, CPC. Contra aquella interpone recurso de
apelación la demandada. Manifiesta que la resolución en crisis adolece de una
adecuada motivación, recordando a la vez lo establecido por el art. 326, CPC y art.
155, CN. Dice que no se ha valorado la prueba a la luz del principio de la sana crítica
racional, agregando que en autos se ha invertido la carga de la prueba. Expresa que
resulta a su entender contradictorio el razonamiento de la sentenciante, quien al
analizar la legitimación activa del actor, advierte que no aparece controvertida la
posesión de aquél, pues la demandada ha reconocido dicha posesión, restándole de
esta manera preponderancia a lo sustentado por su parte, en cuanto el hecho de
encontrarse ella ocupando el inmueble objeto del presente juicio. Por otro lado, dice
que es el mismo actor el que reconoce haberse ido por su propia voluntad de la casa.
Y por último, aduce que es el actor el que debe probar lo contrario o sea la
precariedad de la tenencia por su parte a cualquier título que sea. 2. Determinada la
forma en que ha quedado planteada la cuestión recursiva, cabe destacar que no se
advierte la falta de fundamentación denunciada en la expresión de agravios desde
que, como se ve, la a quo, luego de realizar un análisis conjunto de las constancias del
proceso, la posición asumida por las partes y la normativa aplicable al caso, señala los
fundamentos que la llevan a resolver a favor de la procedencia de la demanda de
desalojo. Es menester advertir que la de apelación es una instancia de revisión crítica,
donde lo que se ataca o defiende es el pronunciamiento del juez, en función de sus
impropiedades o desaciertos. Tiene por requisito el realizar crítica concreta y razonada
de las decisiones o proveídos que se impugnan, de modo tal que se rebatan los
fundamentos esenciales que le sirven de apoyo. En el sub examine, el escrito de
expresión de agravios resulta insuficiente para conmover la resolución en crisis,

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porque carece de argumentos superadores del proceso intelectual seguido por el


magistrado, y de crítica puntual a las conclusiones a que arriba; tampoco demuestra
su inexactitud, desde lo fáctico o jurídico, siendo insuficiente a tal fin la mera
disconformidad o desacuerdo con lo resuelto como la reiteración de argumentos
anteriores que no han sido de recibo. Además, todo lo que no ha sido objeto de
agravio concreto y haya sido motivo de decisión del a quo, en virtud de la vigencia del
principio dispositivo, gana firmeza y constituye un ámbito que no alcanza la jurisdicción
de la Cámara. 3. No obstante, y para mayor garantía del justiciable, el Tribunal de
alzada ha de circunscribirse a aquello que ha sido —incipientemente— materia de
agravios, y pronunciarse sólo con respecto a ello. En ese lineamiento, vemos que la
apelante intenta sostener en su favor la presunción de coposesión, pero, en verdad,
interpreta incorrectamente la cuestión, desde que tal presunción se entiende cuando
dicha posesión se ajusta a derecho. Lo que aquí ocurre es que el fallo entiende que la
demandada no acreditó —siquiera prima facie— tener la posesión animus domini de la
cosa, mucho menos la adquisición de aquélla. Por lo tanto, aquella doctrina que
sostiene la posibilidad del ocupante de repeler la acción de desalojo si pone de
manifiesto y prueba la seriedad de un vínculo que le otorgue derecho a la ocupación
del inmueble, no se verifica en el presente caso, pues no basta con la mera afirmación
de que se posee para enervarla; es menester, al menos, una prueba fidedigna y
concreta de la posesión “animus domini”. En este punto, la jurisprudencia se ha
encargado de observar que los actos materiales enumerados en el art. 2384 tienen
carácter equívoco en cuanto también pueden ser realizados por simples tenedores;
por lo que la mera ocupación del inmueble por sí mismo, durante todo el tiempo
transcurrido, no implica posesión animus domini. Desde esa perspectiva, el fallo no
merece reproche alguno; mucho más, si se tiene en cuenta que la sentencia examina
todos y cada uno de los diferentes elementos invocados por la demandada, sin que su
rechazo haya merecido un juicio crítico concreto en esta sede de apelación. 4. He de
añadir que en el juicio de desalojo, en principio, no resulta atendible el argumento de la
convivencia o concubinato entre las partes para neutralizar la acción, aspecto sobre el
cual se fundó la posición defensiva de la demandada; y ello, porque la disolución de la
convivencia vuelve precaria su ocupación. El concubinato no confiere ningún derecho
a quienes viven en ese estado y por consiguiente la concubina no puede invocarlo
como defensa en el juicio de desalojo por tenencia precaria que le promueve su ex
concubino, quien —además— acreditó la causa de adquisición de la posesión. P otra
parte, el abandono del inmueble por el actor no significa la pérdida de la posesión; ella
se retiene y se conserva por la sola voluntad de continuar en esa calidad, aunque el
poseedor no tenga la cosa por sí o por otro. La voluntad de conservar la posesión se
juzga que continúa mientras no se haya manifestado una voluntad contraria (conc. con
el art. 874, CC). De modo que la circunstancia de haberse retirado el actor (en el
marco de un conflicto de convivencia con su pareja) no implica que haya dejado de
poseer, ni tampoco le hace perder tal carácter ya que no basta la mera voluntad. La
condición de poseedor subsiste independientemente del cambio de domicilio, sin duda
insuficiente para demostrar un abandono o su renuncia a la posesión, la que conforme
al sistema del Cód. Civil se mantiene ánimo según arts. 2351, 2353, 2445 y ss. 5.
Conforme lo precedentemente expuesto, a la primera cuestión respondo
negativamente al interrogante sobre la procedencia del recurso.

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La doctora Molina de Caminal dijo:


1. Conforme ha quedado formulada la queja, como primera medida resulta
oportuno advertir que la de apelación es una instancia de revisión crítica, donde lo que
se ataca o defiende es el pronunciamiento de la jueza, en función de sus
impropiedades o desaciertos. Tiene por requisito el realizar crítica concreta y razonada
del fallo que se impugna, de modo tal que se rebatan los fundamentos esenciales que
le sirven de apoyo. Sin embargo, puede verse que la parte apelante no ha efectuado
un razonamiento superador preciso de las motivaciones básicas del fallo que rechaza
su posición, careciendo el libelo recursivo de crítica puntual de las conclusiones a que
arriba la magistrada y demostración de su inexactitud, desde lo fáctico o jurídico, no
siendo suficiente a tal fin la mera disconformidad o desacuerdo con lo resuelto ni la
reiteración de argumentos anteriores, que no han sido de recibo. Mal que pese a la
parte apelante, el fallo luce motivación suficiente que sostiene lo resuelto. Y no
obstante el déficit apuntado, que atenta contra la procedencia de la apelación, para
brindar mayor satisfacción a la impugnante, se procederá al tratamiento de aquella. 2.
No existe el quiebre lógico que se denuncia. En la inteligencia de la demandada, sería
suficiente aducir posesión para enervar una acción de desalojo, soslayando que ello
exige que se cuente, en realidad, con un derecho de igual o superior jerarquía que el
del actor, lo que claramente no acontece en autos. Determinada la forma en que ha
quedado planteada la cuestión recursiva, cabe destacar que no se advierte la falta de
fundamentación denunciada en la expresión de agravios desde que, como se ve, la
jueza, luego de realizar un análisis conjunto de las constancias del proceso, la posición
asumida por las partes y la normativa aplicable al caso, señala los fundamentos que la
llevan a establecer que el actor ha acreditado su calidad de adquirente por boleto
mientras que el supuesto aporte de la demandada para la compra y su pretendida
calidad de coposeedora no se tiene por probada, y analiza esta cuestión con
suficiencia. 3. La posesión, para dar derecho a mantenerse en el uso y goce del
inmueble, requiere estar apoyada en algún título o elemento de similar o superior
jerarquía que la acreditada por el accionante. La circunstancia de que, por razones de
pareja, el accionante haya decidido retirarse del inmueble no significa, en modo
alguno, que haya perdido la posesión (arts. 874 y 2445, CC, aplicables a la causa
atento la fecha de los hechos que se analizan). El boleto de compraventa existente no
queda sin efecto por el solo hecho de que el adquirente se haya retirado
temporariamente del uso del inmueble, ni tampoco ello entraña una especie de
“cesión” de la posesión a la demandada. Precisamente, porque hubo un problema que
justificó interrumpir la convivencia, obrando conforme a derecho, el actor se retiró del
inmueble y luego reclamó su restitución judicialmente mediante el ejercicio de esta
acción, en lugar de recurrir a vías de hecho. Y no se comparte que quien obra
respetando la normativa, requiriendo el auxilio de la Justicia en lugar de aplicarla
indebidamente por mano propia, pierda facultades. Porque expresiones en tal sentido
podrían llevar a que se interprete que lo que la Justicia avalaría —indirectamente—
sería el uso de la fuerza en lugar del de las instituciones. 4. Habiéndose acreditado la
legitimación del actor para reclamar el inmueble, era la demandada quien debía
acreditar una posesión que resultara excluyente del derecho de aquél, demostrando
que el inmueble le fue cedido a ella con derecho suficiente a permanecer en él sin
restituirlo, no constando en autos elemento alguno que permita inferir esa situación. Es

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una obviedad que no alcanza con negar la posesión del actor, quien acredita su
calidad de adquirente con el boleto respectivo, ni con la mera afirmación de ser la
demandada poseedora, porque pretender que con solo asumir tal actitud resulta
suficiente equivaldría a afirmar que la suerte de la acción queda atada a la palabra de
la parte demandada, lo que resulta insostenible. No habiendo sido acompañado un
instrumento de cesión en favor de la demandada, la supuesta posesión, sin derecho a
mantenerse en el inmueble, no la habilita a que proceda su pretensión defensiva. 5. El
inmueble se hubo habitado durante la convivencia, primero supuestamente en virtud
de una locación y luego porque el actor lo había adquirido por boleto. No se ha rendido
prueba eficaz en contra de ello. A todo evento cabe señalar que el reconocimiento de
la propiedad en otro es incompatible con la posesión, que es definida por el art. 2351,
CC, como la situación en que alguna persona, por sí o por otro, tiene una cosa bajo su
poder con intención de someterla al ejercicio de un derecho de propiedad. A su vez, el
art. 2352, CC, establece que: “El que tiene efectivamente una cosa, pero reconociendo
en otro la propiedad, es simple tenedor de la cosa y representante de la posesión del
propietario, aunque la ocupación de la cosa repose sobre un derecho”. De la
correlación de ambas normas y lo sostenido por la demandada, quien adujo ser
locataria de la titular registral del inmueble —en contrato que tendría fecha anterior al
boleto de compraventa, cual señala el actor, y resulta de la confrontación de los
instrumentos de fs. 6/7 y el de fs. 19— deriva que los actos de la Sra. V. resultan
insuficientes a los fines de enervar la acción de desalojo. “Según es sabido, la
posesión se integra por el “corpus” (detentación material de la cosa) y el “animus”
(ánimo de dueño). Aun cuando el art. 2384, CC, reputa como acto posesorio de los
inmuebles “su ocupación, de cualquier modo que se tenga”, ello no implica que el
ocupante de la finca pueda, con solo su condición de tal, pretender acreditada la
calidad de poseedor.” “Los actos que se enumeran enunciativamente en el art. 2384,
CC, son equívocos, ya que pueden ser realizados tanto por el poseedor como por el
detentador, y si algo definen es el “corpus”, nunca la intención de someter la cosa al
ejercicio de un derecho de propiedad a que se refiere el art. 2351 del mismo Código”
(Salas - Trigo Represas - López Mesa, “Código Civil Anotado”, Ed. Depalma 1999, t. 4-
B, pág. 12, citando jurisprudencia).” (TSJ Sala CC in re: “Procikieviez Luis Andrés c.
María Cristina Serrano - Desalojo - Recurso de Casación” (“P”-10/99). Sent. N° 38,
23/05/2000). Si bien habitar el inmueble, utilizarlo a los fines comerciales, etc., podrían
considerarse actos posesorios, ello lo es sólo si no se reconoce, al tiempo de hacerlo,
la propiedad del inmueble en otra persona. Y, en el caso, en que se reconoce su
propiedad —cuanto menos, en la titular registral— puede afirmarse la falta de
interversión del título que impide tener a la demandada por poseedora, siendo una
mera tenedora obligada a restituir el inmueble a su legítimo poseedor. Conforme a la
regla del art. 2353, CC nadie puede cambiar por sí mismo ni por el transcurso del
tiempo la causa de su posesión, salvo que se haya intervertido el título, y según art.
2458, CC, la interversión del título requiere la existencia de actos exteriores que
tiendan a privar al poseedor de disponer la cosa y lo logren, no habiendo demostrado
la demandada la existencia de aquéllos, lo que sella la suerte de su recurso. Y aun
pretendiere la Sra. V. que así fue, el escaso tiempo de supuesta posesión no resulta
útil para enervar la acción intentada (arg. srt. 4015, CC, arts. 1899 y 2565, CCCN). 6.
Es insostenible la necesidad de un proceso de mayor amplitud cuando no existe

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ninguna duda en autos con relación a que carece la demandada de derecho a


permanecer en el inmueble, y el actor obra legitimado para peticionar su desalojo. En
definitiva, más allá del esfuerzo de la apelante al expresar agravios, el recurso
impetrado omite realizar una crítica razonada del fallo, en tanto no revela más que una
discrepancia sobre la posición asumida por la jueza y la forma en que fue apreciada la
prueba, lo que ha sido resuelto con suficientes fundamentos que impiden descalificar
el pronunciamiento. Conforme lo expuesto supra, el escrito de expresión de agravios
no rebate adecuadamente los fundamentos centrales de la resolución apelada, lo que
amerita la confirmación de lo decidido. 7. Las costas se imponen a la apelante, por el
principio objetivo de la derrota (art. 130, CPC). Para la regulación de honorarios se
aplican las pautas valorativas del art. 39, CA, particularmente la eficacia y
responsabilidad comprometida en la defensa, el éxito obtenido y el valor moral del
asunto, dado el tenor de los hechos base de autos. Conforme lo precedentemente
expuesto, a la cuestión, me pronuncio por la negativa.
El doctor Remigio dijo:
Como bien dice el fallo opugnado en el punto II de los Considerandos, el thema
decidendum obliga a examinar la procedencia de la acción de desalojo dentro de un
contexto particular, donde las partes intervinientes no son extrañas entre sí sino que
aseguran revestir el rol de exconcubinos, o mejor, ex convivientes. En ese derrotero y
como primera medida, diremos que resulta contradictoria la conducta del actor, quien
primero, según confiesa en la demanda, “decidí irme a casa de mi madre en el mes de
diciembre de 2012”, es decir, abandonó unilateralmente la ocupación del inmueble,
para luego demandar por desalojo a su ex conviviente, a los fines de “recuperar” lo
que voluntariamente había “abandonado”. “Venire contra proprium factum non valet”
(No es lícito volver sobre los propios actos). Nadie puede ponerse en contradicción
con sus propios actos, ejerciendo una conducta incompatible con otra anterior,
deliberada, jurídicamente relevante y plenamente eficaz. El boleto de compraventa
celebrado por el actor como adquirente es de fecha 30/08/2011, esto es, vigente la
unión convivencial con la demandada, toda vez que aquél reconoce en su demanda:
“decidí irme a casa de mi madre en el mes de diciembre de 2012”; con lo cual es
evidente que a partir de la celebración del boleto de compraventa, ambos convivientes
pasaron a ser poseedores “animus domini” del inmueble en cuestión, atento la relación
convivencial que los unía por entonces, más allá de que la titularidad del boleto
estuviese en cabeza de uno solo de ellos; ello es así, toda vez que resulta absurdo y
contrario a la lógica, y a nuestros usos y costumbres, que sólo uno de los convivientes
sea considerado poseedor y el otro tenedor, sino que ambos revestían el primer
carácter (como bien lo destaca el fallo en crisis: “la demandada —aun con un relato
distinto— así lo reconoce en su propio memorial defensivo, “(...) Posesión ésta, que
oportunamente ejerciera en común con el actor”, habiendo abandonado dicha
ocupación el actor y quedando la demandada en posesión exclusiva del inmueble a
partir del 12/12/2012.
Sostener lo contrario sería tanto como aseverar que la comunidad de vida atañe a
los aspectos personales sin alcanzar necesariamente a los patrimoniales, lo que no
sólo se encuentran fuera de la realidad, sino que implican desconocer la verdadera
naturaleza de la relación humana existente o habida entre el demandado y la

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causante: la unión convivencial, que constituye una situación de aparente matrimonio,


que aunque basada fundamentalmente en sentimientos de amor —lo que lleva a la
convivencia—, no puede desconocerse que el enfrentamiento de una vida en común
traspasa las barreras de los sentimientos y se proyecta, a veces con intensidad, en el
ámbito económico y patrimonial. La vida en común, máxime en los tiempos que corren,
de absoluta igualdad entre el hombre y la mujer, requiere del esfuerzo y el aporte de
ambos convivientes para el sostenimiento del proyecto de vida en común (cfr. mi voto
en: Sent. N° 59, del 29/05/2012, in re: “Sucesores de A. D. c. M. H. J. - Desalojo”
(Expte. 1253329/36). De tal guisa, y como bien reconoce el fallo bajo anatema, con lo
que coincidimos: “la limitación de su ámbito de conocimiento donde se excluye del
debate lo concerniente a la posesión y al dominio” y “la alegación del demandado de
una situación posesoria corroborada —necesariamente— con elementos probatorios
que permitan demostrar “prima facie” la seriedad y verosimilitud de sus dichos,
determinará el rechazo del desalojo imponiendo la necesidad de sujetar el debate a un
marco de mayor amplitud”. Tampoco aparece acertada la conclusión del juzgador en el
sentido de que “la Sra. V. asegura que en el marco de la convivencia con el actor —no
controvertida al menos en cuanto su existencia— la compra del bien habría sido
común; fruto del aporte conjunto. Sin embargo, no obra en autos elemento alguno que
permita inferir con visos mínimos de seriedad la veracidad de dicha afirmación”, no
sólo por lo ya expuesto supra respecto a la naturaleza de la unión convivencial, sino
que el propio accionante ha reconocido, con carácter de confesión (art. 217, CPC),
que la demandada tenía “un negocio (pollería ubicada...”), lo que hace suponer
verosímilmente, al menos dos circunstancias: 1. que la demandada tenía ingresos
propios e independientes; y 2. que al menos una parte de éstos eran aplicada al
proyecto en común, según lo que acontece en el curso ordinario de las cosas. Resulta
meridianamente claro que la conviviente, que ha convivido en el inmueble de su
conviviente, obviamente con el consentimiento del mismo y que, además, ha aportado
su dinero y trabajo personal para introducir en la finca, no es un “mero tenedor”,
“simple ocupante”, “intruso”, “usurpador”, etc. Así las cosas, contra ella no puede
proceder la vía del desalojo. Todas las circunstancias mencionadas imposibilitan
acceder a la vía sumaria del desalojo, para cuya procedencia —cabe recordar— debe
aparecer en forma nítida y clara la obligación de restituir, lo que, conforme lo expuesto,
no ocurre en el caso concreto de autos, debiendo dirimirse la controversia, atento
requerirse para ello mayor debate y prueba, por la vía que corresponda. Nos
pronunciamos, pues, por la improcedencia del juicio de desalojo, cuando habiéndose
alegado la posesión del inmueble (art. 2384, CC), sin que su incidencia definitiva en la
cuestión pueda ser debatida dentro de este juicio. Que todo ello me lleva a concluir
que prima facie estaría acreditada la situación posesoria necesaria para enervar la
acción intentada, no existiendo por ello la obligación de restituir que el art. 2465, CC,
impone al simple tenedor (condición que evidentemente no reviste la demandada), sin
perjuicio de las acciones que pudieren corresponder. En efecto, se ha dicho: “La
tenencia es una relación de poder o señorío sobre la cosa, pero su característica
distintiva es que el ocupante reconoce en otro, a quien representa, el derecho de
propiedad, es decir carece del animus rem sibi habendi que singulariza la posesión”
(Pedro León Tinti, “El Juicio de Desalojo”, pág. 17). No nos basamos para así expedir
el voto en simples conjeturas e indicios, sino que lo hizo en la prueba colectada en

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autos, aunque sí echando mano de las máximas de la experiencia, partiendo de la


base de que —a tenor de lo dispuesto por el art. 750, CPC, para la procedencia del
desalojo— el demandante debe acreditar que el accionado revista la calidad de simple
tenedor del inmueble, según la enumeración que efectúa el art. 2462, CC, lo que no
logró, no pudiendo discutirse en esta clase de juicio el derecho a poseer que invoca el
actor o a recuperar la posesión, pues ello desnaturalizaría el procedimiento particular
que a esta acción fija el código ritual. Al respecto, la Dra. Zavala de González en
“Doctrina Judicial - Solución de Casos - 2 - Alveroni - 1997 - p. 205”, expresa: “Sin
embargo, a tal efecto, es evidente que el concubino demandado debe acreditar algo
más que la sola preexistencia del concubinato. No sería menester una prueba
acabada de su posesión o coposesión, pero sí, al menos, indicios objetivos al
respecto, que permitan crear una situación de duda que reenvía la cuestión a otro
litigio”. Es cierto que el TSJ ha dicho: “la prueba de su calidad de propietario será
suficiente para satisfacer la carga probatoria que sobre ella pesa y obtener el dictado
de una sentencia favorable...”, pero no lo es menos que también ha señalado en el
mismo fallo: “Producida esa prueba por la parte actora, la carga probatoria se desplaza
naturalmente sobre el demandado, quien para neutralizar la acción cuyo presupuesto
ha sido justificado, deberá demostrar que a su vez disfruta de una situación jurídica
incompatible con el derecho acreditado por el actor, bien porque aun siendo tenedor
su obligación de restituir no es exigible, o bien porque es un auténtico poseedor
animus domini de la heredad, cuyo jus possessionis no es susceptible de ventilarse en
el marco del juicio de desalojo” (Sentencia N° 31, del 10/04/2003, in re: “Oviedo Carlos
A. c. Raúl H. Giménez - Desalojo - Recurso de Casación” (“O” 3/01), publicada en
Semanario Jurídico N° 1408 de fecha 15/05/2003). Esta última es —como decíamos—
la situación corroborada en autos. Y, a los fines de la interpretación de las normas, no
podemos desentendernos de la vigencia de todas ellas; ni tampoco, como dice Cossio
—con cita de Fornieles— “no es posible que el intérprete maneje los artículos del
código en un estado de indiferencia por los resultados” (Cossio, Carlos, El derecho en
el derecho judicial. Las lagunas del derecho. La valoración judicial, Librería El Foro,
Bs. As., 2002, p. 90). Si bien, también es cierto que el juez no puede, en principio,
juzgar de la equidad de la ley, no sólo puede sino que debe juzgar con equidad en los
casos concretos sometidos a su decisión. De lo contrario, aplicar la ley se convertiría
en una tarea mecánica reñida con la naturaleza misma del derecho y conduciría, a
menudo, al absurdo, que ya previeron los romanos “Summum ius, summa iniuria”
(locución utilizada por los romanos para denotar que la aplicación estricta e inflexible
de una norma de derecho puede representar, en ocasiones, la comisión de notoria
injusticia). Aunque es de toda obviedad, traigo a colación lo siguiente, como alguna
vez se dijo en un fallo de esta Cámara: “Es evidente que la cuestión merece opiniones
encontradas, lo que es lógico en un marco de pluralismo donde se permite la
diversidad de ideas, aun en el ámbito de la interpretación jurídica. Está claro que el
juez es un ciudadano y como tal tiene un sistema de ideas, una comprensión de la
realidad, una concepción del mundo, que no tiene por qué identificarse con la de otro;
pero no es menos que tildar esta solución jurídica como contradictoria, paradójica y
extremadamente dura, aparece un tanto exagerado a la luz de las razones técnicas
que la abonan” (Sent. N° 49, del 18/05/2007, de este Tribunal de alzada, en autos
“Valdemoros, Horacio Raúl c. Aguas Cordobesas S.A. Ordinario - DyP - Otras formas

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de Respons. Extracontractual Expte. N° 292668/36”, voto del Dr. Flores). En el


presente se ha ido aún mucho más lejos. Que —en efecto— la posición jurídica
asumida en el presente en modo alguno significa que se esté avalando indirectamente,
ni de ningún otro modo, el uso de la fuerza en lugar de las instituciones, ni la justicia
por mano propia; simplemente se entiende, con fundamento suficiente, que la elegida
no es la vía adecuada —dadas las circunstancias fáctico— jurídicas ya referenciadas
ut supra para encauzar la pretensión tendiente a resguardar el eventual derecho
esgrimido por el actor, al recupero del inmueble de que se trata, por lo que deberá —a
mi juicio— acudirse a la vía pertinente, que garantice mayor amplitud de debate y
prueba, esto es, el derecho de defensa (art. 18, CN). Simplemente eso. Este
magistrado es absolutamente respetuoso de las instituciones republicanas y
democráticas, de la Constitución, los tratados y las leyes, que he jurado respetar y
aplicar y absolutamente incapaz de propiciar indirectamente y/o de cualquier otro
modo su irrespetuosidad o el uso de la fuerza, ni la violencia en ninguna de sus
formas, mucho menos la justicia por mano propia, como ligera e infundadamente se
endilga. Su mera proposición constituye —en rigor— un verdadero desatino y un
desaguisado total. Es verdaderamente una perogrullada tener que efectuar estas
aclaraciones, pero me veo en la necesidad de hacerlas, atento el agraviante e
infundado achaque y menoscabo dirigido injustamente hacia mi investidura y mi
persona por el solo hecho de pensar distinto y enrolarse en otra posición jurídica, que
no resulta del agrado de otro de los opinantes, lo que es verdaderamente grave y
preocupante, en un marco de un Tribunal colegiado donde —precisamente— la
multiplicidad de opiniones en el debate jurídico y el respeto por la opinión ajena, aun
diametralmente distinta u aun opuesta, y más aún en ese caso, constituyen la base
misma del sistema democrático en la toma de decisiones para la solución pacífica de
los conflictos humanos, por la que siempre hemos bregado. Por ello y en relación con
los conceptos así vertidos que resultan —insisto— altamente ultrajantes para el
suscripto y la investidura que represento, sólo diré, por último, homenajeando al Dr.
Carlos Fayt: “Los hechos son sagrados, el comentario es libre”, una antigua máxima
del periodismo británico expuesta por CP. Scott, editor del diario “The Guardian”. Voto
por la afirmativa.
Por el resultado de la votación que antecede y por mayoría, el Tribunal resuelve:
Rechazar el recurso de apelación interpuesto, con costas a cargo de la apelante
perdidosa (art. 130, CPC). Confirmar el decisorio impugnado en lo que ha sido motivo
de agravio. — Jorge M. Flores. — María R. Molina de Caminal. — Rubén A. Remigio.

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