Unidad Temática 1 - Introducción y Escuela Clásica

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CURSO VIRTUAL

Criminología

Módulo 1

Introducción a la Criminología y Escuela Clásica

Presentación

Hay una extraviada noción sobre la criminología, que la define como una ciencia que tiene
como objetivo el estudio del delincuente. Es esta acepción de la criminología la que
promueve su confusión con disciplinas como la criminalística y la penología. Es por esto,
que iniciaremos este módulo saldando dicha argucia. Una vez aclarado, se pretende
introducir al lector en las ideas criminológicas asociadas al derecho penal moderno. No es
posible entender tales fundamentos sin conocer las bases teóricas que le dieron origen.
Beccaria se nos presenta entonces como el autor necesario para comprender los
fundamentos de dicho origen y para entender supuestos y postulados que impregnan la
teoría y la práctica del derecho penal en nuestros días. Su libro, “De los delitos y de las
penas” obra breve, lúcida y quirúrgica, es la lectura obligada de quien quiera recorrer
cualquiera de los caminos relacionados a la justicia y al derecho penal.

Objetivos

La actividad presentada pretende que los profesionales logren:


1. Comprender las características elementales de la criminología como ciencia social.
2. Distinguir algunos fundamentos teóricos elementales del derecho penal moderno.

Escuela Judicial – Criminología. Dr. Fabián Quintero

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3. Reconocer los principios del iluminismo que impactaron en el derecho penal

Temario

Tema 1: Acerca de la Criminología. Que es y que no es la criminología. Penología,


criminalística y criminología.

Tema 2: El iluminismo y la escuela clásica. Principios básicos del derecho político en el


iluminismo. La concepción Roussoniana del contrato social.

Tema 3: Las concepciones de Beccaria sobre la eficacia de la pena y la prevención del delito.

Tema 4: Pena de muerte, suplicios y contrato social.

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Tema 1: Acerca de la Criminología. Qué es y qué no es la criminología.
Penología, criminalística y criminología

Para empezar, digamos que la criminología no es penología y no es criminalística. Muchas


veces se las confunde como una única ciencia, o se las incluye a unas dentro de otras. Sin
embargo, veremos que son disciplinas con diferente objeto y alcance. Roxin1 plantea que la
penología es la rama del derecho que tiene por objeto el estudio de los problemas de la
pena y su ejecución, abarcando cuestiones relativas a su función, su finalidad y su
adecuación al particular caso.

Es una disciplina que se restringe al Derecho Penal y, más específicamente a la ejecución


penal. Es por esto que en ocasiones se la ha confundido con una ciencia penitenciaria.
Paraschiv2 define la penología como un conjunto de conocimientos materializados en
patrones, medios técnico-científicos y procedimientos de prevención táctica,
descubrimiento, investigación de delitos e identificación de sus autores. Es considerada
como una disciplina auxiliar del Derecho. La criminalística aplica métodos y técnicas
desarrollados en diversas disciplinas científicas para el esclarecimiento de delitos,
resultando de importancia cuando se trata de delitos penales. Es una herramienta
característica del derecho moderno. Debe tenerse en cuenta que, por sus orígenes y
tradición, cualquier ciencia, arte o profesión puede brindar conocimiento técnico específico
a la criminalística.

1
Roxin, C. (1997). Derecho penal: parte general, t. I, fundamentos, la estructura de la teoría del delito. Tomo
I, Traducción de Luzón/Díaz y García Conlledo/De Vicente Remesal, Editorial Civitas, Madrid–España.
2
Paraschiv, E. (2015). The Use of Technical, Tactical and Methodological Means in the Investigation on the
Spot of the Various Methods of Committing Homicide Crime. Res. & Sci. Today, 10, 129.

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En primera instancia podemos decir que la criminología se encarga, por un lado, de explicar
y entender el delito como conducta humana y social. Pero también se encarga de
corroborar las teorías del delito a través de procesos de investigación científica. Jacques y
Wright la consideran como una disciplina que configura un campo de investigación. La
definen como una disciplina que se ocupa de conceptualizar, teorizar, investigar y descubrir
por qué, cómo, y en qué prevalencia existen conceptos, métodos, teorías y hallazgos
criminológicos, y cómo los hacen.

Es por esto que la criminología está plagada de contenido teórico. En la corta historia de la
criminología, se han establecido una serie de escuelas desagregadas en base a su
organización teórica. Es común en criminología escuchar o leer sobre conglomerados de
ideas y de investigadores asignados a escuelas criminológicas tales como, la escuela
positivista, la escuela clásica, la escuela de chicago entre otras. Cada una de estas escuelas
ha formado sus propias definiciones y explicaciones acerca del delito, el control social, la
conducta desviada, así como, el origen del delito, la prevención, la víctima y el delincuente.

Las explicaciones para cada uno de estos conceptos, debe interpretarse a partir del
contenido teórico del autor y de la escuela a la que se adscribe. No es posible entonces una
actividad criminológica sin adscripción teórica.

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Tema 2: El iluminismo y la escuela clásica. Principios básicos del derecho
político en el iluminismo. La concepción Roussoniana del contrato social

Podemos considerar lo que se denomina escuela clásica o escuela liberal en criminología, a


una serie de concepciones políticas y teorías sobre el crimen, el derecho penal y las penas,
desarrolladas en diversos países europeos en el siglo XVIII y principios del siglo XIX. Entre
estas ideas, la más importante hace referencia a la forma de organizar la cosa pública, en
contraposición a los gobiernos absolutistas y las concentraciones de poder en las
monarquías, a partir del ejercicio de la soberanía desde un ejercicio democrático.

Bajo tales concepciones resulta central la idea del “contrato” basada en la razón humana y
en el individuo - que caracteriza la forma del pensamiento liberal – ya que se instaura como
oposición a las previas ideas organicistas. Las diversas ideas de "contrato social", aparece
con mayor claridad reflejado en la obra de John Locke. quien haría hincapié en la tolerancia
y en los derechos naturales (contemporáneamente denominados derechos humanos) como
los límites que permiten regular el accionar de los gobiernos. Locke, con la idea de asegurar
los derechos que ya existen en el estado de naturaleza, sostenía la idea de un gobierno
basado en la exigencia de la libertad de los individuos y de un Estado que tiene limitados
sus poderes y sus funciones.

El modelo liberal del contrato social se compone de dos partes, siendo la primera la decisión
que se da entre los individuos de crear la autoridad superior, y la segunda es el pacto entre
los individuos con la autoridad de entregarle, fiduciariamente, el manejo de algunos
intereses para su mejor consecución, pero preservando los derechos naturales que no
dependerán de esa institución.

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Por su parte, para Jean Jacques Rousseau (1712-1778), ilustrado que inspiraría a la
Revolución Francesa y a gran parte del pensamiento político contemporáneo, es el propio
contrato el que a la vez crear el Estado de Derecho y establece los deberes y obligaciones
de los individuos de acuerdo a la "voluntad general". Por lo tanto, el contrato no significa la
entrega de los derechos naturales al Estado, sino que, por el contrario, es un acto originario
de una forma social que defiende y protege con toda la fuerza del común a cada persona.
El contrato garantiza que cada uno de los asociados, uniéndose a todos, no obedezca a
nadie sino a sí mismo y que por lo tanto sea libre siguiendo la "voluntad general" que será
idéntica a la de cada uno de los individuos contratantes.

En las ideas de Rousseau, la comunidad se convierte por primera vez y por sí misma en un
sujeto político, que está por encima de los individuos, estamentos o reyes. La personalidad
colectiva de tal comunidad se expresa mediante el legislador en la "voluntad general",
siempre recta y que tiende a la utilidad pública. El concepto de comunidad por encima de
los intereses individuales se verifica en una nueva visión del Parlamento, que ya no vela por
el interés de quien lo elige, sino que representa a ese concepto abstracto denominado
Nación.

Para este autor, ninguna persona tiene por naturaleza autoridad sobre su semejante, y
como que la fuerza no constituye derecho alguno, son entonces las convenciones la base
de toda autoridad legítima sobre las personas. Es por esto que considera que cualquiera sea
el punto de vista, el derecho de esclavitud es nulo no solamente porque es ilegítimo, sino
porque las nociones de esclavo y derecho son contradictorias y se excluyen mutuamente.
Esta noción será una base importante en la consolidación del derecho penal moderno.

Teniendo en cuenta que el castigo legítimo es una actividad estatal en la que están
comprometidas las leyes, la justificación de lo que efectivamente hacían los Estados
históricos de ese momento se basarían en las diferencias entre el Estado autoritario y

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Estado de derecho o Estado ético. El andamiaje del estado de derecho se sustentaba en el
contrato social, de donde se derivará la noción de utilidad. Para Rousseau las leyes penales
se establecerán partir de una relación entre el hombre y la ley, que es la relación que existe
entre la desobediencia y el castigo. Esta relación necesita un delicado equilibrio, ya que el
contrato social implica que el ciudadano consiente en todas las leyes, aun en aquellas
sancionadas a pesar suyo y que le castiguen cuando ose violarlas. La pena de muerte
infligida a los criminales puede ser considerada, más o menos, desde el mismo punto de
vista “para no ser víctima de un asesino es por lo que se consiente en morir si se degenera
en tal”. En el contrato social, lejos de pensarse en disponer de su propia vida, sólo se piensa
en garantizarla, y no por lo tanto no puede esperarse que ninguno de los contratantes
premedite hacerse asesinar.

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Tema 3: Las concepciones de Beccaria sobre la eficacia de la pena y la
prevención del delito

El movimiento social de la ilustración fue fuente de inspiración del cientificismo y del


humanismo, de tal manera que el progreso técnico conllevaba un progreso moral, por lo
que se ponía en discusión la dureza de los castigos del Antiguo Régimen. Las ideas derivadas
del contrato social implicaban que estos castigos desmesurados debían ser abandonados
según un nuevo proyecto penal, favorable a los individuos y sus libertades, así como a las
sociedades y su gobierno.

La reacción contra la voluntad de los soberanos descripta en el apartado anterior se puede


ver en todos los ilustrados, y de manera elocuente en su mejor y más famoso representante
en materia penal, Cesare BONESANA, conocido como el Marqués de BECCARIA (1738-1794),
sin duda el exponente de base ideológica contractualista más representativo de las diversas
doctrinas del momento.

Su obra más prominente y debemos decir brillantemente breve, denominada “de los delitos
y de las penas”, fue publicada de forma anónima en 1764. Se trata de una obra sincrética
que representa fielmente la Ilustración del empirismo inglés y el racionalismo francés en
una organización de ideas que hasta el momento resultaban irreconciliables. Desde un
análisis jurídico articula los fundamentos del derecho penal con base en la filosofía política.

Beccaria no utiliza abundantes e innecesarias citas de autoridad, y tiene un estilo claro y


decidido para influir en política. El autor argentino Anitúa, sostiene que los técnicos de la
época -como los de ahora- escondían su cobardía en un vanidoso e inútil saber técnico, por
lo que la obra de Beccaria no fue la de un universitario, ni tuvo repercusión en las casas en
las que se reproducía entonces el saber. Los juristas de las universidades y de la judicatura

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rechazaron la obra al considerarla peligrosa y revolucionaria, sujeta al pecado de
"socialismo". Sin embargo, fue en los ilustrados donde la obra de BECCARIA prendió
fecundamente convirtiéndose en el símbolo de su programa en materia penal. A esta altura
debemos advertir al lector que, quien no comprenda la obra de Beccaria, no comprende el
derecho penal moderno.

Para Beccaria el origen de las penas está en el contrato social y en la necesidad de


defenderlo de los ataques de particulares. Además, la pena no podía justificarse en la
venganza sino en la utilidad, en la prevención de otros delitos. Sostenía que todo acto de
autoridad ejercido sobre un hombre es tiránico si no está basado en la necesidad y por tanto
todo castigo que no sirve para mantener el contrato social unido es injusto. La pena y la
justicia no tienen su fundamento en la naturaleza mística o moral, sino en la utilidad. El
límite de las leyes entonces se va a encontrar en el impedimento de erigir la voluntad
general arbitrariamente, ya que la voluntad general debe de estar de acuerdo a un criterio
natural de lo que es útil para cada uno de los individuos.

Anitúa3 dirá que, de esta manera, el principio de legalidad que defendía Beccaria limita la
arbitrariedad tanto de los jueces (limitados por la ley) como del legislador (limitado por la
necesidad social) a la vez que cumple una función como poder, ya que la ley les dice algo a
los individuos. Remite a la idea de certidumbre que será la base de una legalidad, y de un
castigo, básicamente útiles para impedir la comisión de nuevos delitos.

De acuerdo a estos basamentos axiomáticos, la necesidad de suprimir el tormento y las


confesiones secretas, estaban para Beccaria basadas en razones de utilidad.

La práctica del derecho penal tiene un aspecto procedimental y Beccaria, basado en la


concepción de la mejor manera de impartir justicia, aspiraba a otro procedimiento de

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Anitua, G. I. (2005). Historias de los pensamientos criminológicos (p. 608). Buenos Aires: del Puerto.

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averiguación de la verdad al contemporáneo, en el que reinasen la oficialidad, la
imparcialidad, la prontitud y la publicidad.

Y he aquí un precepto que el derecho penal moderno parece haber olvidado, el de la


prontitud de la pena. Beccaría consideraba que la pena sería tanto más útil como más justa
cuanto más pronta, es decir, más vecina al delito cometido. En sus propias palabras: “Digo
más justa porque evita en el reo los inútiles y fieros tormentos de la incertidumbre que
crecen con el vigor de la imaginación y con el principio de la propia flaqueza: más justa
porque siendo una especie de pena la privación de la libertad no puede preceder a la
sentencia sino en cuanto la necesidad obliga. La cárcel es sólo la simple custodia de un
ciudadano hasta tanto que sea declarado reo; y esta custodia, siendo por su naturaleza
penosa, debe durar el menos tiempo posible, y debe ser la menos dura que se pueda”. Este
precepto de la prontitud se encuentra atado al de utilidad, ya que el autor consideraba que:
“… cuanto es menor la distancia del tiempo que pasa entre la pena y el delito, tanto es más
fuerte y durable en el ánimo la asociación de estas dos ideas delito y pena”.

Pero la eficacia o utilidad de la pena además tenía otra dimensión para este autor: En lo
que respecta a la ejecución de la pena, para que ni el condenado ni otros cometan otra vez
ese hecho, proponía una modernización de las penas en torno al precepto de su eficacia.
Sostenía ya en esos tiempos una concepción que no volvería a ser planteada
sustancialmente hasta la postguerra, la cuestión de los castigos crueles, que resultan
excesivos y contraproducentes ya que “vuelven insensibles a los hombres” y por ello deben
reemplazarse por otros que sean eficientes a la hora de prevenir delitos. Esto no quiere
decir que no se tenga en cuenta el acto merecido por parte del autor de un delito, sino que
dicho merecimiento constituirá la medida de la proporcionalidad entre delito y pena. He
aquí el concepto de proporcionalidad en tanto monto y en tanto forma.

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La proporcionalidad estará constituida por una analogía entre el tipo de pena aplicada y el
delito cometido, evitando el inconveniente gravamen de utilizar un mismo tipo de castigo
para todas las ocasiones. Es por esto que Becaria veía como inadecuada la privación de la
libertad para delitos como el hurto. Consideraba que los hurtos, que no tienen unida
violencia, deberían ser castigados con pena pecuniaria. Pero al provenir el delito de la
miseria, de personas de pocas pertenencias, las penas pecuniarias podrían incrementar el
número de los reos en razón de hacer crecer el de los necesitados. Esto hacia que aceptase
a regañadientes la detención por un tiempo que debía constatarse como justo.

Hay un aspecto en común por parte de los intelectuales del iluminismo que se deriva de la
reflexión sobre las causas de la delincuencia y los medios para prevenirla. Beccaria pensaba
que la causa más profunda de tantos hechos indeseables sería la de sociedades políticas
regidas por leyes que no se ajustan a la razón y por el accionar supersticioso e irracional de
las personas sin educación. Esto lo llevó a sostener la solución tanto en un cambio de los
fundamentos legales que rigen las relaciones interindividuales y las de éstos con el Estado,
como hacia la educación generalizada para que el pueblo de propia voluntad se "ilustre" y
respete esas leyes más justas y razonables. Para el autor, si se dan tanto la norma como la
educación universal, sólo habrá un grupo muy reducido de autores que vulneren el
contrato. Estas ideas son comunes a prácticamente todos los autores de la Ilustración penal
y aún perviven en nuestros tiempos.

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Tema 4: Pena de muerte, suplicios y contrato social

Beccaria, como muchos otros contractualistas, manifestaba repulsión a la pena de muerte


y a los castigos corporales. Una de las características que distinguía a los penalistas
ilustrados era la de sostener la necesidad de racionalizar el castigo, de tal manera de lograr
una intervención estatal eficaz y un límite para proteger al ciudadano contra el poder del
Estado.

Los castigos habían sido utilizados históricamente desde el privilegio del poder y debía
demostrarse que las nuevas formas democráticas del uso de poder eran racionales, con
finalidades mesuradas, y consecuencias convenientes para todos. El contrato social
constituía el fundamento y la garantía, de tal manera que, si bien el castigo era racional, se
consideraba la consecuencia natural de quienes violaban el contrato.

Si bien los contractualistas del iluminismo creían en la necesidad de racionalizar las penas,
no todos estaban dispuestos a abandonar la pena de muerte como instrumento de control
social. Autores tales como Rousseau, Montesquieu o Voltaire, titubeaban en abandonarla
o inclusive señalaban la necesidad de mantenerla en vigor. Es por esto que Beccaria ha sido
considerado como el primer promotor de la abolición de la pena de muerte.

La obra de Beccaria, “De los delitos y de las penas” se inicia con una serie de preguntas que
guiaran toda la obra. Entre tales figuran:

¿Pero cuál es el origen de las penas, y sobré qué está fundado el derecho de castigar?

¿Es la pena de muerte, verdaderamente útil, necesaria e indispensable para la


seguridad, y el buen orden de la sociedad?

¿Son justos los tormentos y las torturas?

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Beccaria, sostenía que la pena de muerte no puede ser impuesta por la sociedad en atención
al contrato social, ya que cada individuo no ha querido sacrificar una porción lo más
pequeña posible de su libertad con el objeto de garantizar el bien común y que en esta
entrega de bienes no puede hallarse el de la vida, que es el mayor de todos los bienes.

Sin embargo, en el texto “De los delitos y de las penas”, Becaria muestra una argumentación
que en la lógica del derecho actual podría ser una contradicción. Reconoce que la muerte
de un ciudadano puede ser necesaria cuando aún privado de su libertad, mantiene un poder
tal que puede turbar la tranquilidad de una nación. En algunas interpretaciones anteriores
se ha entendido que este caso es demasiado accidental, particular de la época y no tiene
nada de común con los crímenes ordinarios.

En lo que respecta a los tormentos, los autores contractualitos mostraban un consenso en


abolirlo como práctica de la justicia. A partir del Siglo XII, en la comunión que se establece
entre la inquisición y el derecho, se había instaurado la práctica del tormento como garantía
de obtener la verdad. A través de la aplicación del tormento, se obtenía la confesión del
delito que se perseguía y de otros que haya cometido o la información de quienes fueron
los cómplices. La tortura permitía a los jueces no solo la averiguación de la verdad, sino que
la confesión se constituía en la prueba del delito.

Para Beccaria, los tormentos eran una ruptura directa del contrato social. Sostenía que un
hombre no puede ser llamado reo antes de la sentencia del juez, ni la sociedad puede
quitarle la protección pública sino hasta el momento en el cual esté decidido que ha violado
los pactos bajo los que le fue concedida dicha protección. Sostenía además que el tormento
era ineficaz en todos sus preceptos. No lograba la verdad y la confesión por la fuerza no
podía lógicamente constituir prueba de delito. Esta ineficacia la ejemplificaba de la

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siguiente forma: “puestos dos hombres igualmente inocentes, o igualmente reos, el robusto
y esforzado será absuelto, y el flaco y tímido condenado en fuerza de este exacto raciocinio”

Sin embargo, hay una razón más que colocaba a los contractualistas en contra de los
tormentos, que residía en que los mismos habían sido hasta el momento una poderosa
herramienta del poder del Estado, que se manifestaba en su máxima expresión. Beccaría
formulaba a su manera que el tormento mostraba el enorme poder del soberano,
desmedido e irracional: “La ley no los ha condenado aún, y se da en la incertidumbre en que
se está de su crimen un suplicio mucho más terrible que el de la muerte, a la que no se les
condena, sino cuando se está seguro de que la merecen”

El iluminismo se constituyó en un poder político que rápidamente modificó las prácticas y


las fuerzas de poder de su época. Quizá, más inclinada por poner límites al poder del Estado
que a la racionalidad de la práctica, la tortura sería abolida en gran parte de Europa a fines
del siglo XVIII.

Para es este grupo de pensadores que iniciaron el derecho penal moderno y que
posteriormente, a la luz de nuevas y contrarias ideas, serían nominados como “clásicos”, el
delito no es un simple hecho, sino un ente jurídico. La definición de delito se constituye en
la relación contradictoria entre el hecho del hombre y la ley. En esta relación todo hombre
es igual, todo hombre obra con inteligencia y voluntad propia dotado de libre albedrio, por
lo que el hombre que viola la ley es castigado por su acto y no por su responsabilidad. Esta
noción del hombre y su libertad para decidir será la rectora del derecho penal hasta el
advenimiento de una nueva teoría que proyectaría su atención en las características del
individuo y no en sus actos: el positivismo.

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