4.5 Mafia Brute. Mila Finelli

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 77

COLABORACIÓN

NOTA
La traducción de este libro es un proyecto de Erotic By PornLove,
ni Reading Girls, No es, ni pretende ser o sustituir al original y no
tiene ninguna relación con la editorial oficial, por lo que puede
contener errores.

El presente libro llega a ti gracias al esfuerzo desinteresado de


lectores como tú, quienes han traducido este libro para que puedas
disfrutar de él, por ende, no subas capturas de pantalla a las redes
sociales. Te animamos a apoyar al autor@ comprando su libro
cuanto esté disponible en tu país si tienes la posibilidad. Recuerda
que puedes ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con discreción
para que podamos seguir trayéndoles más libros

Ningún colaborador: Traductor, Corrector, Recopilador,


Diseñador, ha recibido retribución alguna por su trabajo. Ningún
miembro de este grupo recibe compensación por estas producciones
y se prohíbe estrictamente a todo usuario el uso de dichas
producciones con fines lucrativos.
SINOPSIS
, es parte de la ¡Nueva antología!
Pride Not Prejudice (Orgullo, no prejuicio) protagonizada
por Theo y Nic de . Es corta pero
picante, y llena de la bondad mafiosa que esperas de uno
de los libros de Mila Finelli.
ÍNDICE
CAPÍTULO UNO
Theo

Tengo un miedo atroz a estar enamorado.


Mientras me relajo boca abajo, untado en crema solar e
hidratante, esbozando diseños al sol, no estoy seguro. ¿Cuánto de
esta sensación de vértigo proviene de las cálidas aguas del
Mediterráneo y de la gloriosa comida? ¿Este yate molto magnifico?
¿Y cuánto me ha deslumbrado el hombre vivo más sexy?
No tiene sentido. Solo llevo saliendo con Nikolai... cazzo, hasta
su nombre es sexy... unas semanas, por no mencionar que hace
siglos que renuncié a las relaciones. Cuando te han mentido una y
otra vez, aprendes a mantener las cosas informales. Si fuera una
etiqueta de ropa, diría: Alto calor. Quítese rápidamente.
Y aunque estuviera dispuesto a arriesgarme, está claro que Nic
no ha salido del armario como gay. Ya fui el pequeño y sucio secreto
de alguien una vez y nunca lo volveré a ser. Jamás.
Me ajusto mi diminuto bañador blanco, uno de mis propios
diseños. Me sienta de maravilla, la tela se ciñe a todos los lugares
adecuados y el color resalta mi piel aceitunada. Nic no puede
apartar las manos de mí cuando me lo pongo.
Miro el móvil y encuentro mensajes de Nic.
No puedo dejar de pensar en ti.
Quiero follarte otra vez.
Sonrío. Como hombre de negocios, entiendo la importancia de
la oferta y la demanda. Como diseñador, sé de estética, de
apariencia, de cómo hacer que la gente desee algo que en realidad
no necesita. Empleo descaradamente todas estas habilidades para
mantener desesperado a Nic.
Me subo la parte inferior del bañador para dejar ver cada nalga.
Luego me hago una selfie, asegurándome que vea mucha piel, y se
la envío a Nic. Todo lo que tengo que hacer es esperar.
Para matar el tiempo, vuelvo a dibujar. En menos de dos
semanas estaré de vuelta en París, inundado de reuniones para
planificar la próxima colección. Tengo algunas ideas, pero nada
concreto. Necesito inspiración pronto.
Durante las vacaciones nos hemos acostumbrado a trabajar
durante el día y a follar hasta altas horas de la noche. Yo suelo
dibujar al sol, atendiendo llamadas, mientras Nic esta encerrado en
su oficina.
Por eso estoy aquí, para distraerlo. Para traer un poco de este
glorioso sol a su vida. Incluso me llama solnyshko, pequeño sol, y
luchik, que significa rayo de sol. Los apodos me parecen
aterradoramente entrañables.
—Estás en problemas —dice un profundo gruñido.
Nic. Cada parte de mi piel crepita al ver aquel hombre grande y
rudo aparecer en cubierta. La camisa de lino color crema de Zegna
y los pantalones Brioni le sientan de maravilla. El hombre tiene un
armario lleno de ropa de diseño, de todas las marcas menos de la
mía. Intento no echárselo en cara.
Parece enfadado, lo que lo hace aún más atractivo. El sol brilla
en aquellos ojos helados y en las hebras plateadas de sus sienes.
De repente, mis pulmones no aspiran suficiente aire.
Esto sí que es inspiración, aunque no para una colección de
ropa.
Tratando de parecer tímido, vuelvo a mi boceto, moviendo el
lápiz sobre el papel.
—¿Necesitas algo, mon grand? —En francés significa gran
hombre, una afirmación verdadera en el mejor de los sentidos.
—Hmm. —Me besa el hombro—. Me gusta ese dibujo. Tienes
mucho talento. —Otro beso—. Creativo. —Beso—. Sexy.
Sonrío y me muerdo el labio.
—¿Qué más te gusta de mí?
Me da una palmada en el culo, fuerte.
—Te diré lo que no me gusta. Ignoras mis mensajes y luego
envías fotos para tentarme.
—Solo era una foto.
—Sabes lo mucho que amo tu culo.
Decido darle un espectáculo. Dejo el lápiz y el bloc, me pongo
lentamente boca arriba y me estiro. Le permito ver todo lo que Dios
me ha dado.
Su mirada recorre mi cuerpo, deteniéndose en mi entrepierna,
y me estremezco en respuesta. Tiene el poder de volverme al revés
con una sola mirada.
—Estás como para comerte —murmura en voz baja, con un
acento más marcado—. El hombre más hermoso que he visto
nunca. Entra.
—Antes deberíamos comer—. Me apoyo las gafas de sol en la
cabeza y me lamo los labios para darles brillo.
—No. —Inclinándose, me pone una mano a cada lado. Sus
rasgos cincelados son todo lo que puedo ver mientras dice—: Solo
quiero comerme ese culo sexy... justo antes de follármelo otra vez.
Aunque estoy a favor de esa idea, decido burlarme de él:
—¿No tienes reuniones importantes? No quisiera distraerte.
—Siempre me distraes, solnyshko. Incluso cuando estamos
separados. —Entonces sus ojos se suavizan. Inclinando la cabeza,
me acaricia la garganta, sus labios rozan la piel sensible casi con
reverencia. Como si quisiera saborearme—. Apiádate de mí. Estoy
volviendo loco a Ilya. Dice que soy débil por ti.
Se me doblan los dedos de los pies. La sensación vertiginosa y
burbujeante se acumula en mis venas, expandiéndose para
calentar cada parte de mí. No sé exactamente a qué se dedica Ilya,
pero sé que es la mano derecha de Nic. Me acerco a Nic para
acariciarle la mandíbula.
—Me gustas débil.
—No, no te gusta. —Su boca se desliza en una sonrisa de
complicidad mientras se endereza—. Te gusto fuerte. Como un toro.
Es verdad. Nic es una bestia y me encanta cuando demuestra
su fuerza en la cama. Su resistencia y su aguante son
incomparables.
Agarro mi teléfono, me levanto de la tumbona y me pongo de
pie. Yo soy de estatura media y delgado, mientras que Nic es más
alto y ancho que yo, abultado por las pesas que sé que levanta cada
mañana. Apuesto a que toda su ropa tiene que estar hecha a
medida. Ningún diseñador ha previsto unos hombros así.
Le paso los dedos por el pecho. Digo en italiano, sabiendo que
no me entenderá:
—Sono pazzo di te. Ti voglio sempre al mio fianco. —Estoy loco
por ti. Te quiero siempre a mi lado.
Sus dedos se aferran a mis caderas.
—¿Qué significa eso?
—Significa que tengo hambre y que será mejor que me des de
comer antes —miento.
—Ya khochu prazhit' s toboy vsyu svoyu zhizn' —murmura.
Me aparto, agacho la cabeza y tomo mi bata de la mesa. No
quiero que Nic vea cuánto amo oírlo hablar en su lengua materna.
Es áspero y lírico. Sucio. A menudo suelta palabrotas cuando
follamos. Casualmente, le pregunto:
—¿Qué has dicho?
—Te daré de comer más tarde.
Claramente una mentira, pero lo dejo pasar. Las casas de cristal
y todo eso.
—¿Dónde deberíamos...? —Mi teléfono zumba en mi mano.
—No contestes —gime Nic, pero ambos sabemos que el trabajo
es lo primero. Es algo que tenemos en común.
Miro la pantalla. Un número que no reconozco, pero es de
Francia. Puede tratarse de trabajo.
—Lo siento —le digo, y acepto la llamada—. ¿Oiu, allô?
Una suave voz italiana dice:
—¿Theo? Siento pedírtelo de improviso, pero necesito un favor.
Es mi amigo Giulio. Antiguo príncipe de la mafia, lleva años
huyendo, convencido que unos hombres intentan matarlo. Puedo
oír el pánico en cada sílaba apresurada que pronuncia. Cambio al
italiano.
—Por supuesto, bello. Lo que necesites.
—¿Sigues en el yate de tu novio ahora mismo?
—Ma dai, no tengo novio. Pero sí, estoy. ¿Por qué?
—Necesito un lugar donde esconderme unos días. ¿Le
importará?
Miro a Nic, que me observa con expresión hambrienta e
impaciente. Es arriesgado suponerlo, pero confío en poder suavizar
cualquiera de sus preocupaciones. No rechazaré a Giulio, no
cuando necesita ayuda.
—No, no le importará. ¿Cómo nos encontrarás?
—Pronto llegaré a Niza.
—Cuídate, amico.
—Lo haré. —Desconecta.
—¿Quién era? —pregunta Nic, inclinando la barbilla hacia el
teléfono.
En lugar de responderle directamente, tomo su mano y
comienzo a guiarlo hacia el salón. Esta conversación es mejor
tenerla mientras ambos estemos desnudos.
—Ven conmigo y te lo explicaré.
Cuando nuestros pies tocan la alfombra, tira de mí hasta
detenerme.
—Prefiero oírlo ahora, Theo.
Cierro la brecha entre nosotros y aprieto mi frente contra su
pecho. Nuestras caderas se encuentran y puedo sentirlo... grueso,
perfecto y ya semiduro... a través de la fina tela de sus pantalones.
Rodeo su cuello con mis brazos y le digo al oído:
—Un amigo mío está en apuros. Necesita un lugar seguro
durante unos días. ¿Te importaría dejar que se quede en tu yate,
mon grand?
Nic se pone rígido y sus músculos se estremecen contra mí.
Intenta retroceder, pero no lo dejo.
—Por favor. —Suspiro mientras beso su mandíbula—. Te
gustará, te lo prometo.
No se relaja.
—Esto es peligroso. No me gustan los invitados, especialmente
cuando tengo...
Muerde lo que está a punto de decir. Pero yo lo sé. Las palabras
son tan claras como la nariz torcida de su rostro.
Especialmente cuando tengo un hombre a bordo.
Sí, definitivamente en el armario. Explica por qué no habíamos
salido de su habitación de hotel en París, por qué no hemos visto a
nadie más que a la tripulación en el barco.
Nunca me escondí. Hace años, cuando me mudé a París por
primera vez, salí con un político francés en el armario y nuestra
relación permaneció en secreto durante más de un año. Al principio
era divertido andar a escondidas, pero con el tiempo llegué a odiar
cómo me hacía sentir, como si fuera tierra bajo su zapato. Indigno
y no querido.
No volveré a cometer ese error.
Ahora vivo a lo grande, sin avergonzarme de mi sexualidad.
Existo bajo los focos, con fiestas, galas y estrenos. Tengo más de
dos millones de seguidores en Instagram y mis diseños han sido
lucidos por celebridades de Hollywood y músicos famosos. Amo
cada minuto de mi vida.
Así que esto seguirá siendo una aventura corta, nada más. Si
Nic necesita permanecer en el armario, bien.
Muerdo el lóbulo de la oreja de Nic, raspando mis dientes contra
la carne sensible.
—Es muy reservado. Y gay. Cualquier secreto que necesites
guardar, él no se lo contará a nadie.
—No puedo arriesgarme.
No puedo hablarle de la familia de Giulio ni de su pasado. Es
demasiado peligroso. Agarro el rostro de Nic entre mis manos y lo
mantengo firme mientras lo miro fijamente a los ojos.
—¿Confías en mí?
—Por supuesto.
—Entonces confía en que no haré nada que te haga daño. Es un
amigo íntimo y comprende la necesidad de discreción. Así es como
ha vivido la mayor parte de su vida.
Las arrugas de su boca se hacen más profundas y frunce el
ceño. Me doy cuenta que no quiere negarse, pero le preocupan las
repercusiones.
—¿Le dijiste mi nombre? —pregunta finalmente.
—No, y no se lo diré. Solo serán unos días. Apenas sabrás que
está aquí.
—No me gusta.
A nadie se le permitiría subir a bordo sin la aprobación de Nic,
así que necesito ganármelo. Enganchando un dedo en su cintura,
empiezo a remolcarlo en dirección a nuestro camarote, a pocos
metros de distancia.
—Veamos si puedo hacerte cambiar de opinión.
CAPÍTULO DOS
Nikolai

No me engaña, sé exactamente lo que está haciendo. Pero no


puedo detenerlo. No puedo evitarlo cuando se trata de este hombre.
Esto, por supuesto, es un problema. A la Bratva no le gustan
los gays. Si alguien en Moscú descubre mis preferencias, significará
una bala en la nuca.
Pero desde el primer momento en que vi a Theo en una fiesta
privada en París, tenía que tenerlo. Es atrevido y creativo, ágil y
sexy. Su estilo es desenfadado y elegante, pero atrevido, como
algunos de los músicos que me parecían atractivos de joven... David
Bowie, Steven Tyler y Keith Richards. Admiro que Theo se atreva a
ser él mismo, una valentía inquebrantable. Aquella noche lo
perseguí sin descanso, y nuestra aventura de una noche se
convirtió en días, luego en dos semanas.
Ahora estamos en mi yate para unas vacaciones de trabajo. Y la
intimidad del mar abierto me permite relajarme y ser yo mismo con
él, sin nadie alrededor.
Así que debería rechazar a este amigo. Es lo que haría cualquier
persona cuerda en mi situación. Cuanta más gente haya aquí, más
posibilidades habrá que descubran mi secreto.
¡Blyat! Necesito decir algo.
—Theo —empiezo, mientras entramos al cuarto de baño.
En silencio, me empuja dentro y cierra la puerta. Con un
movimiento de muñeca, gira la cerradura y empieza a acercarse a
mí. Tiene una mirada intensa y decidida. El calor se desplega en mi
ingle, engrosándome.
—Relájate, mon grand. —Se acerca, adaptándose perfectamente
a mi corpulencia. Sus manos se deslizan por mi pecho hasta la
nuca. Acercándose más, sella sus labios con los míos y me hundo
en su boca.
Me encanta besarlo. Theo es un besador activo, con sus dedos
acariciando y suavizando, mientras nuestras piernas y pechos se
rozan. Siento que estamos realmente conectados, que no hay parte
de él que no me toque.
Me pierdo en él, mi cabeza nada con su sabor y su olor, la
sensación de su piel caliente y resbaladiza por la loción. Ansío más.
Su tacto me descongela por dentro, me devuelve las partes de mí
que han estado congeladas durante años de secretos y violencia.
Más que nada, deseo poder conservar esta sensación para
siempre. Embotellarlo y guardarlo para después que esto termine.
Lo inspiro, nuestras lenguas se arremolinan y él hace que
nuestras duras pollas se entrechoquen a través de la ropa,
haciéndome saltar chispas. Inclino la cabeza y lo beso
agresivamente, tomando más, exigiendo todo lo que puede darme.
Estoy hambriento de él.
Se separa de mi boca y se hunde lentamente en el suelo hasta
quedar a mis pies. Pero son sus ojos los que atraen mi atención.
Están llenos de hambre y afecto, un jugueteo burlón al que ningún
otro amante se había atrevido antes.
—Sácalo para mí —susurra—. Luego deja que te lama todo.
Me llevo la mano al cinturón antes que termine de hablar.
Mi cremallera chirría en la silenciosa habitación. Entonces mi
polla está allí, apuntando a su rostro.
Theo sube las palmas de sus manos por mis muslos.
—Me encanta que no lleves bóxer. —Antes que pueda hacer
ningún comentario, se inclina hacia mí y pone sus labios en mi
corona, besando la punta—. Qué preciosidad. Camisa, por favor.
Me quito la camisa y la arrojo sobre la encimera. La mirada de
Theo me recorre el estómago y el pecho.
—Dios, me encanta mirarte.
—Lo mismo digo, solnyshko.
Acercándose, me pasa la lengua por la ranura.
—Tan bueno. Dame más, mon grand.
Mierda. Una oleada de lujuria me recorre las bolas y tengo que
cerrar los ojos brevemente.
—Sí, eso es. —Theo sigue lamiendo como si yo fuera su golosina
favorita. Murmura algo en italiano, así que le respondo en ruso.
—Mne nravitsya, kogda ty prikasayesh'sya ko mne tam. —Me
encanta que me toques así.
Theo gime y succiona la cabeza de mi polla en el apretado calor
de su boca. Sus labios se estiran a lo largo de mi polla, llevándome
más profundo, más de lo que la mayoría son capaces de hacer.
Joder, es bueno en esto.
Y sabe lo que me gusta. Yo no soy un principiante, pero Theo
me hizo cuestionar cada técnica jamás utilizada. Debería dar clases.
Los hombres harían cola desde toda Europa.
—¿En qué estás pensando? —susurra.
—En lo bueno que eres en esto. Eres el mejor que he tenido.
Quiero colmarlo de cumplidos, dedicarle palabras dulces y
promesas mientras aún tenga la oportunidad.
Sonriendo, dice:
—Soy fantástico en casi todo. —Se inclina para acariciarme las
bolas y chuparme una mientras mete mi polla en su puño—. ¿Cómo
de rápido quieres acabar?
Sé que puede conseguirlo rápidamente. Es así de bueno. Estaba
en medio de una llamada importante cuando me envió la selfie. Por
mucho que quiera pasarme todo el día en la boca de Theo, necesito
cerrar el trato en el que he estado trabajando.
—Sé mi puta. Ansiosa por mi corrida.
Una pequeña sonrisa tuerce sus labios. Le gusta este juego.
Empieza a usar la boca y la mano a la vez, girando y chupando,
bombeando y apretando. Es un puto sueño.
—Tan bello —murmuro, acariciando su cabello. —Tan bueno
para mí.
Theo tararea, absorto en los elogios. Le gusta oír cumplidos
durante el sexo. Cuanto más hablo, más lo excito.
Estamos perfectamente adaptados, y nunca había sido así con
nadie más. Cuando me permito pensar en lo mucho que quiero
quedarme con él, me aterrorizo y me entristezco a la vez.
Dejo todo eso a un lado y observo cómo me trabaja.
—Eso es —susurro—. Sigue chupándomela. Vacía mis bolas del
semen que estoy almacenando para ti, solnyshko.
Mi polla está resbaladiza por su saliva, las venas visibles a
través de la fina piel. Sus labios tiran mientras su lengua gira. No
solo eso, usa el paladar, su mejilla. La sensación es casi demasiado.
—Déjame verte —le ordeno—. Enséñame lo duro que se te pone.
Se baja la parte delantera de su diminuto bañador, liberando su
erección. Su polla es larga y hermosa, como el resto de su cuerpo.
Cuando se dispone a acariciarse, aprieto el puño contra su cabello.
—Eso es para mí, no para ti. No la toques.
Gime alrededor de mi polla, la vibración se hunde en mi piel, y
vuelve a poner su mano libre en mi muslo. No aflojo el agarre de su
cabello, sino que utilizo los mechones para tirar bruscamente de él,
empujándolo hasta que choco con la parte posterior de su garganta.
—Sabes lo que quiero.
No vacila. Pone la cabeza en ángulo correcto e inclina la cintura
hacia adelante. La resistencia en torno a mi corona disminuye y me
introduce en su garganta. Jadeo, el apretón es tan jodidamente
bueno. Se acerca más y traga, contrayendo los músculos alrededor
de mi polla. La idea de follarle la garganta, sumada a la visión de
cómo lucha por acomodarse a mí alrededor, me parece un regalo
que no merezco.
Acaricio su mejilla.
—Tan perfecto. Hazlo por mí. Déjame entrar hasta el fondo.
Sus ojos se clavan en los míos. Están llenos de lujuria y
determinación, con el delineador negro manchado por la mamada.
Joder, es la criatura más hermosa del mundo.
—¿Necesitas un descanso? —le pregunto suavemente.
Sacude la cabeza lo mejor que puede y luego me lleva aún más
abajo en su garganta. Aprieto la mandíbula, la sensación no se
parece a nada que hubiera experimentado antes.
—Joder, cariño. Acaba conmigo.
Se retira un poco y empieza a tirar y a chupar. Para no hacerle
daño, muevo las manos hacia la encimera, aferrándome con todas
mis fuerzas mientras él marca su propio ritmo. Mis bolas se tensan
a medida que cada movimiento me lleva más arriba, y mis entrañas
se enroscan como un resorte.
—Ahora, solnyshko. Me corro ahora mismo. —El orgasmo me
desgarra. Empiezo a palpitar, con chorros de semen saliendo de mi
polla y entrando en su boca. Vuelve a gemir mientras me bebe, su
garganta trabajando mientras traga. No puedo apartar la mirada,
aunque me pesan los párpados. Mi cuerpo tiembla por la fuerza del
clímax, que no cesa.
Cuando termina, me desplomo contra la encimera.
—Ven aquí.
Se levanta del suelo e inmediatamente busco su polla. Lo rodeo
con los dedos y le acaricio la parte inferior como a él le gusta. Luego
lo abrazo y empiezo a elogiarlo suavemente al oído:
—Eres tan bueno, tan perfecto. Te gusta chupármela, ¿verdad?
Eres una puta. La mejor que he tenido nunca.
Sus dedos se clavan en mis hombros mientras sus ojos se
cierran.
—Cariño. Oh, mierda. Dios, Nic —dice, la última palabra casi en
un gemido.
Entonces cambio a ruso, aunque sé que no lo entenderá. Pero
él oirá el tono y comprenderá lo que estoy diciendo.
—Siento demasiado por ti, moya radost'. —Mi alegría—.
Desearía poder quedarme contigo, despertarme contigo cada
mañana. Guardar todas tus sonrisas y besos solo para mí. Por ti
desearía que todo fuera diferente.
Un gemido gutural sale de su boca, y cálidos chorros de semen
se disparan sobre mi estómago. El labio inferior de Theo desaparece
entre sus dientes y gruñe, aferrándose a mí mientras su hermoso
rostro se retuerce de placer. Nunca me canso de verlo llegar al
orgasmo.
Podría estar muerto a tiros, desangrándome, y aun así
necesitaría verlo una vez más.
—Lyubimyj. —Suspiro. Cariño. Lo acerco, sin importarme que
su semen se esparza entre nosotros mientras lo beso.
Cuando nos separamos, los dos respiramos como si hubiéramos
corrido una carrera. Apoya la frente en mi barbilla.
—Me vuelves loco cuando hablas en ruso, mon grand.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Sin duda parezco un
completo idiota.
—Lo eres todo para mí —le digo en mi lengua materna.
—Para. —Me muerde la mandíbula—. Tenemos cosas que
hacer, y ya estoy bastante tentado como para arrastrarte abajo.
—¿Cosas que hacer? —Arrastro mi mano por su espalda hasta
acariciarle el culo—. ¿Qué podría ser más importante que follar?
Se ríe, un ligero sonido feliz de pura alegría que me cala hasta
los huesos.
—Creí que tenías que volver al trabajo.
Así es. Probablemente Ilya está perdiendo la cabeza. Ya llevo
bastante retraso en nuestras operaciones debido a la presencia de
Theo en el yate. No puedo empeorarlo. Suspiro, abro el grifo del
agua caliente y agarro un paño de la encimera.
—Sí, claro.
En unos segundos el agua está lo bastante caliente, así que
mojo el paño y empiezo a limpiarlo. Me tomo mi tiempo, alisando la
suave tela sobre su pecho y vientre, y luego voy bajando. Tiene el
vello púbico bien recortado, la polla casi flácida y el prepucio en su
sitio. Pienso en todas las perversidades que me gustaría hacerle
hoy, y mi propia polla se crispa.
—Incluso después de esa mamada, te deseo otra vez —admito.
Sonriendo, me besa brevemente los labios y se aparta para
reajustarse el bañador. Una vez cubierto, me limpio y me subo los
pantalones.
Me aparta las manos y empieza a vestirme.
—Mi amigo necesita que nos reunamos con él en Niza. Harás
que tu capitán nos dirija en esa dirección, ¿verdad? ¿Por mí, mon
grand?
¿Cómo podría decirle que no? Incluso cuando mi instinto me
dice que estoy cometiendo un gran error, asiento.
—Sí, solnyshko. Por ti, lo haré.
CAPÍTULO TRES
Nikolai

—Esto es un puto error —murmura Ilya detrás de mí mientras


vemos la lancha acercarse al yate.
—Eso sigues diciendo.
—Pero no escuchas.
Ilya es como un hermano para mí. Crecimos juntos en la Bratva,
nuestros padres eran amigos íntimos. Ahora dirigimos un sindicato
en Munich, con Ilya como mi segundo al mando, y yo le confío mi
vida. Es uno de los tres hombres bajo mi mando que conocen mi
secreto.
—Confío en Theo.
—Ni siquiera sabes el nombre de este invitado.
Es verdad. El hombre que nos acompañará es amigo de Theo,
pero eso es todo lo que sé.
—Me han dicho que es discreto. Gay. De confianza.
—Nikolai —dice Ilya, con voz exasperada—. Estás cegado por el
sexo. Es un riesgo demasiado grande.
—Cálmate. Registraremos su maleta cuando llegue y hay una
cámara en su camarote. No permitiré que se entere de mi verdadero
nombre. Todo irá bien.
La lancha se acerca... y hay dos extraños a bordo.
—¿Qué mierda? —Ilya sisea—. Dijiste que era un solo hombre.
—Eso fue lo que me dijeron. —Theo dijo que era un amigo de
Niza. Supuse que era otro diseñador o uno de los empleados de
Theo que estaba pasando por una mala ruptura. Mierda.
Las manos de Ilya se aprietan contra la barandilla, los nudillos
se ponen blancos.
—Dile que no. Diles que no.
No haré eso, y ambos lo sabemos.
Además, la lancha está a punto de llegar. En unos instantes
estarán a bordo.
—Bajemos —le digo a Ilya.
Mi amigo maldice pero me sigue mientras bajamos. Theo está
en el salón, completamente vestido, mirando el móvil como si no le
importara nada.
Antes que pueda decir algo, dos hombres altos entran en la
habitación. Ambos son guapos, de color mediterráneo como Theo,
pero uno de ellos es claramente un modelo o un actor. Es
impresionante. ¿El otro es su guardaespaldas? Se comporta con el
porte de alguien entrenado.
—El más grande —dice Ilya en ruso detrás de mí—. Militar.
Sí, ya había llegado a esa conclusión. Theo se pone de pie y corre
hacia el modelo/actor.
—¡Bello! ¡Ahí estás! —Se besan las mejillas.
—Bonjour, Theo —dice el hombre—. Estás bronceado y relajado.
París te está tratando bien.
—Eso es lo que hace el buen sexo en un yate. —Theo se dirige
al otro hombre—. ¿Quién es este hombre tan alto y guapo?
El militar asiente.
—Hola. Soy Alessio. Gracias por dejar que nos refugiemos aquí.
—Qué educado —dice Theo—. Sorprendente para un asesino
italiano.
Ilya hace un ruido ahogado detrás de mí, haciéndose eco del
horror que siento. Me acerco para evaluar a estos hombres por mí
mismo. Cuando pongo una mano en la espalda de Theo, une
nuestros brazos.
—Giulio y Alessio, este es Nic.
Estrecho la mano de Giulio.
—Bienvenidos a mi pequeño yate.
—Gracias —dice Giulio— Estamos increíblemente agradecidos
que nos hayan permitido quedarnos.
Asiento una vez y me vuelvo hacia el militar. Alessio. Es
entonces cuando noto algo inesperado en su mirada:
reconocimiento. Sé quién eres, parece decir.
¡Blyat! Es imposible.
Todos me miran, esperando, así que le tiendo la mano.
—Bienvenido, Alessio.
Nos estrechamos, su apretón firme como si tuviera algo que
demostrarme. Aprieto más fuerte, tensando los dedos. ¿Piensa
intimidarme, a un pakhan de Bratva?
Ilya me toca ligeramente el codo y me excuso del grupo. Los dos
nos alejamos para poder hablar en privado.
—Esto es un desastre —dice Ilya—. El grande trajo un rifle a
bordo.
—Ya lo he visto. —No menciono que Alessio me mira con
reconocimiento—. Llévense el rifle y cualquier otra cosa que pueda
usarse como arma. Luego que seguridad averigüe todo lo que pueda
sobre estos dos.
Volvemos al grupo. Meto las manos en los bolsillos y trato de no
parecer amenazador.
—Debemos registrar sus bolsos y guardar cualquier arma en
nuestro armero. Seguro que lo entienden.
Alessio está claramente descontento con la noticia. Giulio toca
íntimamente la espalda del otro hombre y se inclina hacia él,
susurrándole algo. Ah, así que son amantes.
Entregan las mochilas y la funda del rifle a Ilya, que los lleva a
otra habitación para registrarlos a fondo.
—Ahora, permítanme mostrarles sus camarotes. ¿O es un
camarote, bello? —Theo empieza a tirar de Giulio hacia las
escaleras.
Pero Alessio no se mueve. Me mira fijamente y cruza los brazos
sobre el pecho.
—Enseguida voy —dice a los demás.
Nuestras miradas se cruzan y el ambiente se vuelve gélido. Oigo
la preocupación en la voz de Theo cuando dice:
—¿Mon grand?
El corazón me late con fuerza, pero me esfuerzo por mantener
la calma. Me he enfrentado a adversarios mucho más duros y he
sobrevivido. En treinta segundos podría haber matado a esos dos
italianos y arrojarlos por la borda. Le digo:
—Está bien. Acomoda a tu amigo y te veré luego en cubierta.
Entonces nos quedamos solos. Ladeo la cabeza, esperando a
que haga algo.
Su labio se curva.
—Nic.
Mis músculos se contraen. Así que me ha reconocido. ¿Cómo,
si he tomado todas las precauciones posibles para mantener mi
identidad en secreto?
Por pura fuerza de voluntad, mantengo mi expresión impasible.
—¿Nos conocemos?
En un ruso fluido, dice:
—No, pero sé quién es usted.
Su pronunciación es impresionante. Yo también cambio a mi
lengua materna. Funciona mucho mejor para amenazar a los
enemigos.
Mantengo mi respuesta vaga, sin admitir nada.
—Ya veo. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
—¿Lo sabe?
Una pregunta justa, pero nunca meto a mis amantes en mi
mundo. Mis relaciones son breves y luego desaparezco sin dejar
rastro.
—No. Es demasiado peligroso para él.
—Entonces... ¿lo matarás cuando termines de follártelo?
—No seas ridículo. —La idea me revuelve el estómago.
—Hay una razón por la que éste secreto nunca ha salido a la
luz.
—Porque soy cuidadoso. Mantengo mi vida personal anónima y
discreta. —Mi vida en general, en realidad. Los hombres de mi
posición no viven mucho, homosexuales o no. He pasado la mayor
parte de mi vida en la clandestinidad, con cuidado de nunca dejar
un rastro digital.
Alessio no parece creerme. Mientras nos evaluamos
mutuamente, pienso en todas las formas en que esto podría salir
mal. ¿Debería meterle una bala en la cabeza ahora mismo? Theo no
me lo perdonaría, y causaría un montón de otros problemas. Pero
tal vez la seguridad es más importante.
Le pregunto:
—¿Piensas decírselo?
—Mientras no le hagas daño a Giulio, entonces no. Solo necesito
unos días aquí. Giulio está siendo perseguido por asesinos
sicilianos. En cuanto sepa quiénes son, desapareceremos y no
volverás a vernos.
Sus ojos son claros, su expresión carente de malicia. Es lo único
que lo mantiene con vida en este momento.
—Bien —digo—. Mantén la boca cerrada y nos llevaremos bien.
Como no responde, muevo la cabeza en dirección a las
escaleras.
—Deberías ir a buscar a los demás abajo.
Cuando Alessio se marcha, no espero. Me apresuro para ir a mi
oficina, donde Ilya navega por su teléfono.
—El asesino sabe quién soy —gruño.
—No me sorprende. Seguridad acaba de llamar hace unos
minutos. —Ilya hace una pausa—: Es Alessandro Ricci.
—¡Joder! —Me paso las manos por el cabello. Ricci es el mejor
asesino de Europa, una figura sombría que puede eliminar a
cualquier objetivo, en cualquier momento—. Es el que se cargó al
cuñado de Alexi Zaitsev en Varsovia.
—Así debe ser como te conoce. Te reuniste con Sergei una hora
antes que lo mataran.
—Una reunión que me obligaste a hacer en persona en contra
de mi buen juicio. ¡Joder! —Doy unos pasos tratando de calmarme.
¿Está Ricci aquí para matarme?
Respiro hondo y suelto el aire.
—Este otro hombre con Ricci… Giulio. Tenemos que saberlo
todo sobre él. —Necesito influencia con Ricci y parece que Giulio es
su debilidad. Igual que Theo es la mía.
—Tengo a seguridad trabajando en eso. —Ilya cuelga el teléfono,
con expresión grave—. Pero tienes que matarlos a los dos. Han visto
tu rostro.
—No puedo matarlos con Theo a bordo.
—Estamos muertos si esto se sabe. Moscú...
—Sé lo que Moscú hará. Y yo asumiré la culpa, si se llega a eso.
—Yo soy el que será castigado. Yo soy el que se acuesta con
hombres, no Ilya—. Y no puedo matarlos fácilmente. Ricci no se irá
en silencio.
—Puedes y debes. Pueden desaparecer aquí y los tiburones se
encargarán del resto.
Un plan sólido si no fuera por Theo. No puedo asesinar a sus
amigos y esperar que se quede callado. Así que a menos que esté
dispuesto a matarlo también, estoy atascado.
Pero basándome en mi conversación con el asesino, no creo que
el asesinato sea necesario por el momento.
—La amenaza es suficiente por ahora. Saben que puedo
matarlos. Aquí están a mi merced, no al revés. Y quizá podamos
usarlo en nuestro beneficio.
Ilya me mira con escepticismo.
—¿Cómo?
—Estaría bien tener al mejor asesino de Europa en deuda con
nosotros, ¿no?
Mi amigo se sienta y se acaricia la mandíbula.
—¿Podría entrar y salir de Moscú?
—Dicen que puede entrar y salir de cualquier parte.
—¿Se puede confiar en que cumpla su palabra?
Tomo uno de mis teléfonos desechables.
—Averigüémoslo.
CAPÍTULO CUATRO
Theo

Nic está actuando de forma extraña esta noche.


Hay una nueva tensión en la firmeza de su mandíbula que no
me gusta. También es extraño que Ilya se haya unido a nuestro
grupo para cenar. Antes de esto, Nic y yo siempre cenábamos solos.
Me esfuerzo por mantener el buen humor mientras comemos los
cinco, pero no soy mago. Y es agotador. Hay algo que no entiendo.
Uno de los miembros del equipo entra y susurra a Nic, que se
levanta de la mesa y se abrocha la chaqueta. Cazzo, es guapo. La
plata de sus sienes brilla a la luz de la lámpara de araña. Un
desaliño nocturno adorna su rostro, dándole un aspecto aún más
peligroso. Se acerca a mí y quiero aproximarme, tocarlo. Meterme
en su piel y quedarme allí. No tengo suficiente.
Nic apoya su pesada palma en mi hombro mientras se dirige a
la sala.
—Por favor, discúlpenme. Estoy seguro que todos se divertirán
esta noche sin mí.
Me decepciona que no se quede, pero no le rogaré.
—Desde luego que lo intentaremos, mon grand.
La expresión de Nic se suaviza y puedo ver la satisfacción en su
mirada mientras se inclina hacia mi oído:
—No te preocupes, luchik. Luego te follaré sin piedad.
Luego desaparece y agarro mi copa de vino. ¿Está ardiendo la
habitación?
Cuando nos quedamos solos, Giulio dice:
—Veo que estás enamorado.
—¡Basta! Estoy enamorado de su polla, bello. Sabes que no me
gustan las relaciones.
Giulio se aparta de la mesa.
—Vamos a cubierta a tomar aire y a beber más vino.
Una vez afuera, me estiro en una tumbona y brindo por los dos
con mi copa de vino.
—Por los buenos amigos y el buen vino.
Giulio se sienta en la tumbona de al lado y señala mi falda
escocesa y mi camisa negra.
—¿Son tuyas estas prendas?
—Por supuesto. ¿Te gustan?
—Me gustan. Son muy tuyas.
Llevo años desarrollando un estilo propio para mi marca, así
que me alegro enormemente.
—Gracias. Entonces... —Le toco el hombro y señalo a Alessio—
. Definitivamente tienes un tipo.
Increíblemente, mi amigo se sonroja un poco.
—Para. Está aquí mismo.
—Y está escuchando —dice Alessio secamente.
Yo me rio.
—Los dos son lindos juntos. Lo cual es sorprendente, teniendo
en cuenta que lo contrataron para matarte.
—Da para una interesante historia de “cómo se conocieron” —
dice Giulio.
—Es verdad. —Sonrío a mi amigo—. Nunca haces las cosas por
las buenas, bello.
—¿Y Nic? He visto cómo lo mirabas esta noche.
Me trago un comentario displicente. Con Giulio no se puede
fingir; nos conocemos desde hace demasiado tiempo. Me aliso la
falda, ya lisa.
—Creo que podría gustarme. Eso es detestable.
—Se te permite ser feliz. Durante más de unas semanas, quiero
decir. ¿Qué sabes de él?
Sé que Nic me besa como si su vida dependiera de eso, y que le
gusta dormirse envuelto en mí. También sé que a menudo sufre
pesadillas.
Y sé que algo está pasando entre nosotros, algo que no estoy
seguro de poder manejar.
—No mucho. Nos conocimos en un evento privado en París y no
podía quitarle los ojos de encima. Hubo una chispa instantánea. Me
siguió hasta el balcón y bebimos champán mientras hablábamos de
nuestro amor por las viejas películas de Hollywood. —Nic dice que
aprendió a hablar inglés con esas películas mientras crecía en
Rusia. Para mí, esas películas fueron sobre Edith Head y sus
diseños.
Hago un gesto con la mano.
—En fin, una cosa llevó a la otra y juro que he perdido dos kilos
solo con el sudor estas últimas semanas.
Giulio se ríe entre dientes.
—Conozco la sensación. —Alessio emite un sonido ahogado en
la garganta, y Giulio le parpadea inocentemente—. Es verdad y lo
sabes, assassino.
—No es solo eso —digo rápidamente—. Nic es... dulce. Cuando
estábamos en su habitación de hotel, le dije que tenía antojo de una
auténtica fettunta y pappardelle al cinghiale. Al día siguiente me
trajo por avión toda una comida de la Toscana. Todos mis platos
favoritos y más. Casi lloré, la comida estaba buenísima. Ha sido
muy atento y generoso conmigo.
—¿Y qué pasará al final de tus vacaciones?
—Nada. —Miro a mi alrededor para asegurarme que no nos
descubran, y luego doy voz a mis temores—: No estoy seguro que
haya salido. Nos quedamos en su habitación de hotel todo el tiempo
en París. Sin más visitas que uno o dos guardias. Luego me trae
aquí, a este yate. O está en el armario o se avergüenza de mí. O está
casado. Tal vez las tres cosas.
—¿Le has preguntado?
—Ma dai. No seas ridículo. Nos conocemos desde hace menos
de un mes. Quiero disfrutar del tiempo que pasemos juntos y no
arruinarlo con conversaciones pesadas.
—Tienes miedo de la respuesta.
—Sì, certo. —He pasado suficiente tiempo entre hombres
sospechosos como para reconocer a uno. Los círculos en los que me
muevo están llenos de oligarcas, políticos y multimillonarios. Sin
mencionar a Giulio, que creció en la mafia Calabresa. Aprendí hace
mucho tiempo que es mejor no hacer preguntas.
Giulio rellena nuestras copas de vino.
—¿Estás dispuesto a volver a ser el secreto de alguien?
Recuerdo cuánto te dolió con ese político con el que salías.
—Es totalmente diferente, porque esto es temporal. Si él me
mantiene en secreto, ¿a quién le importa?
Mi amigo frunce el ceño.
—¿Te has fijado en la tripulación? ¿Las armas?
¿Cree Giulio que soy estúpido? Guapísimo y con un estilo
impecable, sí, pero estúpido no.
—Por supuesto. Nic es obviamente muy rico. Nos sorprendería
que no hubiera armas a bordo, ¿verdad?
—Tal vez —dice Giulio, intercambiando miradas con Alessio—.
Pero me preocupa tu seguridad.
Eso me irrita. Giulio lleva huyendo desde que su ex novio
explotó en un auto bomba. La mitad del tiempo no sé si está vivo o
muerto.
Me giro hacia él.
—Justo, entonces, porque me he pasado los últimos cuatro años
preocupado por tu vida.
—Perdóname. Pero sabes que no tuve elección.
No estoy seguro que sea cierto, pero lo dejo pasar.
—¿Dónde estabas antes de Niza?
—Escocia. En las Hébridas Superiores.
Frunzo el ceño.
—Eso suena muy frío y muy poco gay.
Sus labios se mueven.
—Era frío. Pero me pareció sorprendentemente gay.
—Apuesto a que sí. Eres lo bastante guapo como para despertar
la curiosidad del más hetero de los heteros. —Sorbo mi vino y
estudio a Alessio por encima del borde de la copa.
Cuando Alessio guarda silencio, Giulio dice:
—Es bisexual.
—Ah —digo asintiendo—. Puedo apreciar a un hombre que pide
a ambos lados del menú.
—¿Y Nic?
Hago una pausa.
—No lo sé. Nunca hemos hablado de si ha estado con mujeres o
no.
Una mirada extraña pasa por el rostro de mi amigo. Se inclina
más hacia mí.
—Hay algo que tienes que saber...
—Ahí estás —dice una voz grave y familiar. Nic aparece,
caminando por la cubierta hacia mí, y mi cuerpo empieza a zumbar.
Ojalá pudiera culpar al vino, pero es cien por ciento este hombre.
Intento mantener la voz ligera:
—¡Mon grand! Ven a ver las estrellas con nosotros.
Giulio y Alessio se levantan para marcharse, pero apenas me
doy cuenta. Nic acomoda su cuerpo en una silla, sin apartar los ojos
de los míos. Se me retuerce el estómago. Cuando me mira así, como
si no existiera nadie más, me hace sentir el hombre más importante
y hermoso del mundo. Como si me aceptara, sin hacer preguntas.
Se palmea los muslos.
—Ven aquí, solnyshko.
¿Cómo podría resistirme?
Les deseo a mis amigos unas buenas noches de forma distraída
mientras se retiran, dejo la copa en la mesa y me acerco a donde
me espera Nic. Se agarra a mis caderas y me sube a su regazo, luego
me envuelve en sus grandes brazos. Me apoyo en él, empapándome
de su calor.
—¿Quieres vino? —le pregunto.
—No. Solo a ti. —Me besa en la frente—. Además, creo que has
bebido suficiente vino por los dos.
—No estoy borracho —protesto, pero reconozco que ed mentira
en cuanto las palabras salen de mi boca—. Bueno, quizá un
poquito.
Se ríe entre dientes, un sonido que no escucho muy a menudo
en él. Lo aprecio mucho.
Su mano libre se desliza bajo mi falda para acariciarme las
piernas desnudas.
—Te divertiste en la cena. Con tus amigos.
Asiento contra su mejilla, acurrucándome más.
—Sí.
—Fue agradable verte con ellos.
—Parecías nervioso. ¿Te incomodan mis amigos?
No contesta. En cambio, pregunta:
—Tú y Giulio. ¿Alguna vez...?
No puedo evitarlo. Me rio.
—No. Él estaba enamorado de un amigo en común que murió
posteriormente. Nunca hemos tenido nada romántico. —¿Es por eso
que ha actuado de forma tan extraña durante la cena? Me inclino
hacia atrás para ver su rostro—. ¿Estás celoso?
La mano de Nic se mueve más arriba, más allá de mi rodilla y
hasta el interior de mi muslo. Me muevo para separar las piernas
ligeramente. Mi ingle se tensa, mi polla responde a sus caricias
como siempre. Dejo caer un rastro de besos a lo largo de su
mandíbula.
—Envidioso de tu historia —dice—. Así que sí, un poco celoso.
Te adoro.
Es lo más cerca que ha estado de revelar lo que siente por mí.
Se me oprime el pecho. No sé qué decir.
—¿Quieres...? —Hace una pausa y estudia mi rostro—.
¿Considerarías pasar otras vacaciones conmigo? Las Navidades
quizás, si puedo escaparme.
Un estallido de pura felicidad burbujea dentro de mí, y tengo
que cerrar los ojos antes de decir algo estúpido. Lo deseo con todas
mis fuerzas. Solo faltan unos meses. Podríamos navegar a algún
lugar cálido para follar, nadar y relajarnos juntos.
¿Pero después qué? Aunque esté dispuesto a romper mi regla
de no tener relaciones, está claro que él intenta esconderme.
Escondernos. Además, ya estoy atrasado con los diseños para la
colección de invierno del año siguiente. Necesito centrarme en mi
carrera.
En lugar de responder, evito el tema abriendo un poco más las
piernas. Su mano sube más y encuentra mi sorpresa.
Nic enarca las cejas cuando las puntas de sus dedos rozan mis
bolas desnudas.
—Solnyshko. Estás desnudo aquí debajo.
Muerdo su mandíbula, raspando con los dientes sus bigotes.
—Durante toda la cena no he podido esperar a que lo
descubrieras.
—Joder. —Respira y envuelve mi polla con su cálida mano.
Luego se mueve para besarme... y esa sensación de plenitud se
apodera de mí una vez más. Podría ahogarme en esta sensación.
Nic es más potente que cualquier droga o licor, y cada vez es mejor.
Nuestras lenguas giran, sus labios tiran y se burlan mientras
sus dedos hacen magia en mí. Pronto se me pone dura y la piel de
la polla se tensa. El aire cálido de la noche nos envuelve, el sonido
del yate surcando el agua apenas se oye por encima de nuestras
agitadas exhalaciones.
—¿Te gusta tu sorpresa?
La boca de Nic se desplaza para lamer y besar el lateral de mi
cuello.
—Me gusta todo de ti —murmura en mi piel—. ¿No lo has
aprendido ya?
Merda, esa es una buena respuesta.
—Dime qué es lo que más te gusta.
Detiene la mano y apoya la frente en mi mejilla. Su voz es
tranquila, pero llena de sinceridad.
—No puedo expresarlo con palabras. Eres como un hermoso
amanecer después de años de debilitante oscuridad.
Se me derrite el corazón. ¿Cómo puedo resistirme a este hombre
grande y lleno de cicatrices con su dulce interior? Me aferro a su
mandíbula y beso sus labios suavemente.
—Vamos abajo. Luego puedes decirme qué más te gusta.
Sus dedos se aprietan alrededor de la base de mi polla y aspiro
con fuerza.
—¿Y si quiero follarte aquí, bajo las estrellas, con todo el mundo
rodeándonos?
Entonces lo dejaría. No me importa quién vea en este yate.
—¿Es eso lo que quieres?
Permanece en silencio, lo que no es una gran sorpresa.
Esperanzas voyeuristas frustradas, lo beso, diciéndole sin palabras
que lo entiendo. Ya estamos entrando en terreno desconocido y
peligroso, así que no hay necesidad de empeorarlo.
Deslizando sus manos por debajo de mí, se incorpora con un
movimiento suave, estrechándome contra su pecho y llevándome
en brazos mientras seguimos besándonos. Cristo santo, su fuerza
me excita enormemente. Recorremos las opulentas habitaciones
hasta que llegamos al camarote del armador, una magnífica suite
en proa con vistas a kilómetros de Mediterráneo.
Me pongo de pie, me quita la ajustada camisa negra y me pasa
las palmas de las manos por el pecho. Rápidamente me bajo la
cremallera y me quito la falda. Luego Nic se quita la ropa mientras
me siento para quitarme las botas. Sus músculos se mueven y
saltan bajo su piel tatuada, distrayéndome, y salivo al ver su polla,
ya dura, cuando se despoja de los pantalones.
—Túmbate en la cama —ordena, inclinando la cabeza hacia el
colchón—. Ahora mismo, joder.
CAPÍTULO CINCO
Theo

Me tumbo en la cama y me acaricio lentamente la erección


mientras Nic termina de quitarse la ropa y los zapatos. Mientras lo
miro, me asaltan varias preguntas sobre su vida... los tatuajes, sus
pesadillas... pero las aparto de mi mente. No tengo derecho a
preguntar ese tipo de cosas, no cuando en pocos días me habré ido
de su vida.
Apoya una rodilla en el colchón y me pasa la palma de la mano
por el pecho y el vientre.
—Eres precioso —susurra—. Quiero tantas cosas que no sé por
dónde empezar.
—Un beso estaría bien.
El borde de su boca se curva tortuosamente. Pero en lugar de
besarme, se acomoda entre mis piernas.
—Una mamada sería mejor, ¿verdad?
Inspiro sorprendido. Desde que nos conocimos, yo soy el único
que se ha metido una polla en la boca. He asumido que a Nic no le
gusta hacer mamadas, y siempre se asegura que me corra, así que
nunca es un problema.
Pero ahora lo necesito desesperadamente de él.
Acariciando su cabello, le digo:
—Me encantaría, si te sientes cómodo haciéndolo.
—Yo... —Se lame los labios y deja que su mirada recorra mi
cuerpo desnudo. Su acento es marcado cuando murmura—: Hace
mucho que no hago esto. Pero quiero hacerlo. Contigo.
Oh, dio mio. Este hombre. Me está matando.
Con el pecho apretado por la emoción, estiro los brazos por
encima de mi cabeza.
—Soy tuyo, mon grand.
Una sonrisa malvada se dibuja en su rostro antes de bajar la
cabeza y pasar su lengua por mis bolas. Toda la sangre de mi cuerpo
corre hacia el sur. Luego pasa a bañar mi polla con largos y lentos
lametones, como si estuviera cubierto de azúcar. Está claro que
planea alargarlo y no me quejaré por eso.
Me invaden oleadas de calor y cierro los ojos, más que feliz de
dejarlo hacer lo que quiera conmigo. Pasa la punta de la lengua por
la cabeza de mi polla.
—Continúa. —Hundo los dedos en su espeso cabello—. Se
siente tan bien.
Me succiona con su boca caliente. Los músculos de mis muslos
se contraen ante la oleada de placer.
—Joder, cariño.
Se la mete hasta el fondo mientras me amasa las bolas. Luego
su mano libre sube hasta mi pecho, donde me pellizca un pezón. Mi
espalda se arquea en una sobrecarga de sensaciones.
—¡Minchia!
Se aparta de golpe y me mira bajo las pestañas entrecerradas.
—Di que nos volveremos a ver. En diciembre. —Pasa la lengua
por la sensible cabeza y me estremezco.
El aire cálido me acaricia la carne mientras me respira,
burlándose de mí.
—Acepta, solnyshko. Entonces acabaré contigo.
—Tal vez deberías follarme en su lugar.
Otra lamida.
—Estás siendo difícil. Sé que disfrutas lo que tenemos juntos.
Lo hago, pero más tiempo con él solo hará imposible dejarlo más
tarde.
—Necesito volver a mi vida, a mi carrera.
Inclina la cabeza y vuelve a chuparme, la succión apretada es
como el paraíso. Mi coronilla choca contra el fondo de su garganta.
Joder, qué bien se siente.
Sigue moviéndose arriba y abajo, cada vez más rápido. Aprieto
los dientes al ver cómo mi polla desaparece en su boca una y otra
vez, y pronto me entran ganas de correrme.
No estoy preparado para que esto acabe.
Jadeando, lo agarro del cabello.
—Para, mon grand. Me correré si sigues.
Me suelta con un chasquido.
—Ponte boca abajo.
Con impaciencia, me doy la vuelta. Agarra una almohada y la
desliza bajo mis caderas, inclinando mi culo hacia arriba.
—Qué hermoso —susurra en la piel de la parte baja de mi
espalda y empieza a besar hacia abajo—. Aceptarás más tiempo, te
lo prometo.
Escondo mi rostro entre los brazos, a la vez complacido y
horrorizado por su insistencia en volver a verme.
—¿Adónde iríamos? —Cazzo, mi boca. ¿Por qué hago una
pregunta tan estúpida?
—Algún lugar cálido. —Hunde sus dientes en mi nalga y mi
polla se sacude debajo de mí—. Donde pueda volver a verte en tu
diminuto bañador. ¿Nueva Zelanda? ¿Sudáfrica?
Lugares donde no veríamos a nadie más. Ni a nadie que
conociéramos.
—Te llevaré a donde quieras ir —continúa, mientras me abre.
Entonces pierdo la capacidad de hablar porque Nic está
presionando mi agujero con su lengua. Jadeo y siento un
hormigueo por todo el cuerpo. Canturrea y sigue haciéndolo,
mientras sus fuertes manos me sujetan. Me suda la frente y noto la
humedad de mi polla en las sábanas.
Y él no da señales de detenerse.
—¿Estás... planeando hacer esto... hasta que acepte? —Apenas
puedo hablar, mi pecho se agita mientras lucho por respirar.
—Tal vez.
Merda. Desesperado por la fricción, mis caderas empiezan a
balancearse al ritmo de su lengua. ¿Por qué estoy tan ansioso por
renunciar a esto? Unas vacaciones con él en Nueva Zelanda suenan
increíbles ahora mismo.
—Si, bien. Este diciembre. Vacaciones.
Enderezándose, Nic no pierde tiempo en ponerse el condón y
untarnos a los dos con lubricante. Luego está allí, empujando
dentro de mí lentamente y dándome tiempo para adaptarme.
Trabaja con constancia, pasándome las manos por la espalda y las
caderas, acariciándome.
—Eso es. Toma mi polla dentro de ti, solnyshko. Joder, estás
tan caliente y apretado.
Inclino las caderas para recibir más de él, y es su turno de
jadear. Se queda inmóvil.
—Para. Intento no hacerte daño. Anoche fui duro contigo.
Lo cual había amado. Y me encanta que me cuide ahora. Pero
voy a llorar si no empieza a follarme pronto.
—Por favor, mon grand. Te necesito. Me muero por eso.
Con un gruñido, sus caderas se mueven hacia adelante y, de
repente, me la mete hasta el fondo. Una maldición rusa sale de sus
labios, mientras yo gimo en el colchón. El placer es indescriptible.
Pequeñas sacudidas me recorren las extremidades y la vista me
tiembla durante un breve segundo.
Entonces empieza a empujar, a embestirme, y cada vez me da
en la próstata. Olas de calor me recorren y, combinado con la forma
en que mi polla se frota contra la almohada, no voy a tardar mucho
en correrme.
De repente, Nic se retira y yo parpadeo confundido mientras
miro por encima del hombro. Me da una palmada en la cadera.
—Date la vuelta.
—Oh, misionero —bromeo mientras me pongo boca arriba—.
Alguien se siente tradicional.
—Alguien tiene ganas de ver tu rostro cuando te corras.
Me muerdo el labio, conmovido por su lado encantador. El
hombre lleva tatuados cuchillos y calaveras en el cuerpo, pero tiene
un corazón tierno. Me encanta la contradicción, me encanta que no
encaje en una caja. Es salvajemente bello, como un viejo diseño de
Alexander McQueen. Pero menos punk y más Saville Row.
Nic levanta mis piernas y las apoya en sus enormes hombros.
Luego vuelve a metérmela, dándome aquella polla preciosa. Me
quedo con la boca abierta mientras se me cierran los párpados, y
resisto el impulso de acariciarme.
—No dejarás que nadie más tenga esto mientras estemos
separados —dice, con sus embestidas demasiado superficiales para
llegar donde necesito—. ¿Me oyes?
¿Habla en serio? ¿O solo es una charla sexy de cavernícolas
mientras follamos?
—Ma dai. ¿Esperas... que permanezca célibe... hasta que
volvamos a vernos?
—Da.
Oh, Ruso. Qué caliente. Gimo, la presión en mi entrepierna es
casi abrumadora. Esta provocación es demasiado. Creo que sacudo
la cabeza, pero ¿quién podría decirlo?
—No he estado tanto tiempo sin sexo... desde que tenía doce
años.
—Harás esto por mí.
Hombre mandón. Reanuda las caricias largas y profundas que
rozan el punto justo cada vez. Mi piel está hipersensible, como si
pudiera sentir las raíces de mi cabello. Las puntas de los dedos de
los pies y de las manos. Los pezones. Arqueo la espalda, delirando
de necesidad.
—Nos haremos la prueba los dos... —continúa, como si mi
acuerdo fuera una conclusión inevitable —... y luego te follaré sin
contemplaciones. Mi regalo de Navidad será ver mi semen
chorreando por tu agujero.
Es demasiado. En su siguiente embestida me corro por todas
partes, chorros de fluido cubriendo mi estómago y mi pecho.
Algunos incluso me llegan a la barbilla. Es un torrente, una oleada
tras otra de feliz presión. Nic sigue con su ritmo incesante y mi
orgasmo no cesa hasta que casi me desmayo.
Cuando me desplomo en la cama, me suelta las piernas. Se
inclina y me pasa la lengua por el semen acumulado en el cuello.
—Eres mío, luchik.
Me da un vuelco el corazón. Estoy cayendo con fuerza,
ahogándome en sentimientos por este hombre. Es como si viera
dentro de mi cerebro, todas mis inseguridades y defectos, y los
contrarrestara con su tenaz confianza. Me hace sentir venerado y
adorado, pero también valorado como persona. Como si quisiera
escuchar mis pensamientos y aprender todo sobre mí. Como si yo
significara para él algo más que sexo.
Hace siglos que eso no ocurre.
—Sí —susurro, incapaz de contenerme.
Su mirada azul refleja una oscura satisfacción, su sonrisa es
posesiva mientras me mira. Luego me folla con fuerza, persiguiendo
su orgasmo.
—Mira cómo me corro por ti, cariño.
Como si pudiera apartar la mirada.
Sin dejar de mirarnos, suelta un rugido. Sus músculos tiemblan
y se agitan, y puedo sentirlo latir dentro de mí a través del látex.
—¡Blyat! —grita con los dientes apretados. El tatuaje de la cruz
de su cuello ondula, al igual que la estrella de su hombro.
Es la cosa más hermosa que jamás he visto.
De repente, los símbolos de su cuerpo se agitan en mi cerebro y
me llega la inspiración. Las ideas me vienen al instante, con tanta
claridad que puedo ver cada pieza, cada diseño para mi próxima
colección. Oh, mamma mia. Sí, sí, bello e brutto. Hermoso y feo.
Jadeando, se desploma y luego se retira lentamente. El sudor le
rueda por las sienes y me entran ganas de lamer aquella bestia
preciosa de pies a cabeza. El afecto y la felicidad se mezclan en el
centro de mi pecho, tirando con fuerza. Podía amarlo.
Todavía con el condón puesto, se levanta y me tiende la mano.
—Arriba. Voy a lavarte en la ducha. Luego veremos una película
antigua y hablaremos de nuestros planes de vacaciones antes de
dormirnos.
Y soy el hombre más tonto del mundo porque no pongo ni una
sola objeción a ese plan.
CAPÍTULO SEIS
Nikolai

Al día siguiente decido que es hora de tener otra conversación


con el asesino.
Mis hombres han descubierto la identidad del amigo de Theo,
Giulio. ¿Un príncipe de la mafia? No me extraña que los asesinos
sicilianos intenten matarlo.
Pero esto lo hace todo más complicado y peligroso para mí.
Necesito respuestas.
Salgo de mi oficina y me dirijo hacia la popa. Doblo la esquina
cuando Alessio entra en el cuarto de baño. Giulio y Theo están en
cubierta, ríen y beben. Bien. Así tendré un momento a solas con el
asesino. Me siento en el sofá frente a la puerta y espero.
Cuando sale Alessio, le pregunto en ruso:
—¿Podemos hablar?
No parece sorprendido de verme. ¿Hay algo que le inquiete? En
silencio, se acerca y se sienta en el sillón frente al mío.
—He investigado un poco —le digo.
—¿En serio?
—Sí, y me sorprendió lo que descubrí. Alessandro Ricci. —
Silbo—. Nunca lo habría imaginado.
Ninguna reacción.
—¿Y?
—Y me gustaría saber qué haces en mi yate.
Levanta las palmas de las manos, como aplacándome.
—No tiene nada que ver contigo. No sabía que estabas aquí
antes de subir a bordo.
No sé si creerle o no.
—Una coincidencia. ¿Es eso?
—Yo no elegí venir a tu yate.
—¿Y Ravazzani? ¿Sabe quién soy?
—Lo sabe.
Lo supuse, pero la confirmación me enfada.
—Podría matarte, ¿sí? Ponerte una bala en la cabeza y dejar que
los tiburones te tengan.
—¿Y qué diría tu solnyshko al respecto?
Hijo de puta. Me he mostrado demasiado cerca de Theo. Está
claro que él es mi debilidad. El corazón me retumba en el pecho y
me siento acorralado, una sensación que odio. Cosas peligrosas y
asesinas ocurren cuando me siento amenazado.
Como si hubiera percibido mi estado de ánimo, Alessio habla en
medio del silencio:
—Mi único objetivo es mantener a Giulio a salvo. No me importa
tu secreto ni tu relación con Theo. En cuanto descubra quién
intentó matar a Giulio en Escocia, partiré para ir a matarlo.
Las palabras parecen sinceras. Sin embargo, hay una manera
de averiguarlo.
—Me harás un favor.
Su mandíbula se tensa, pero no puede negarse.
—Tienes mi palabra.
—¿No quieres saber de qué se trata?
—¿Para qué? ¿Me estás dando a elegir?
Hombre listo.
—No, no lo hago.
—Entonces no deberíamos seguir discutiendo. Te daré el
nombre y el número de mi asistente. Prográmalo a través de ella. —
Respira hondo. —Y tengo una petición propia.
Qué descaro. Me burlo.
—¿Pretendes negociar conmigo?
—Cuanto antes descubramos quién quiere muerto a Giulio,
antes nos iremos. ¿Tienes una laptop irrastreable que me puedas
prestar para investigar?
Estoy dispuesto a ofrecer ayuda, ya que quiero que se vayan lo
más rápido posible.
—Te ofreceré algo mejor. Pero debes aceptar otro favor.
Puedo ver la expresión de su rostro, la conclusión a la que ha
llegado. Levanto las manos.
—No es otro trabajo. No quiero... —Lanzo una mirada a la pareja
que está en cubierta y bajo la voz—: No quiero que lo sepa. Tú y
Ravazzani no pueden decírselo. Nunca.
—¿Nunca? Es un gran favor. —Me mira fijamente durante un
largo momento, dándole vueltas al asunto—. ¿Cómo sé que lo que
me ofreces a cambio vale la pena?
—Vale la pena. ¿Cómo crees que he averiguado tu identidad tan
rápido?
Aprieta los labios, pero dice:
—Bien.
—¡Mon grand! ¿Me echabas de menos?
Me giro cuando Theo se acerca, la tensión de mis hombros se
alivia al verlo. Su cuerpo en aquel diminuto bañador es algo
criminal. Líneas elegantes y músculos suaves, es todas las fantasías
que he tenido.
Ya estoy de pie cuando se acerca. No puedo resistirme a atraerlo
para besarlo, sin importarme quién lo vea.
—Siempre, solnyshko.
Theo me empuja al sofá y se desliza sobre mi regazo. Su piel es
cálida y sedosa, y me doy cuenta que hoy se ha pintado las uñas de
un violeta intenso. Tomo su mano y le beso el dorso.
Theo apoya su frente en mi sien.
—¿Te gusta mi esmalte?
—Sí, me gusta. ¿Por qué violeta?
—Primero, porque es berenjena, y segundo, porque hace juego
con el jersey que me voy a poner para cenar esta noche.
—¿Ese jersey es uno de tus diseños?
—Sí.
—Entonces sé que lo voy a amar.
Acaricia el cuello de mi camisa.
—¿Por qué no tienes nada de mi ropa? Tu armario está lleno de
todos los diseñadores menos de mí.
Sinceramente, no tengo ni idea. Nunca voy de compras, contrato
alguien para que lo haga por mí. La marca de la ropa no me importa,
pero soy lo bastante listo como para no decírselo a Theo.
—Le pediré a mi shopper personal que compre algunas.
—No te molestes. Te enviaré algunas prendas. —Me pasa las
palmas de las manos por el pecho—. Quizá diseñe algunas nuevas.
Los bordes de mi boca se curvan.
—Eso me gustaría. Me gustaría saber que piensas en mí cuando
estemos separados.
Suspira pesadamente.
—Sabes que pensaré en ti. Tengo la terrible sospecha que no
podré hacer otra cosa.
Mi pecho se dilata con la misma extraña felicidad que solo
experimento cerca de este hombre. Había rogado y suplicado por
otro viaje juntos porque no puedo soportar la idea de no volver a
verlo. La promesa de pasar las navidades juntos sería la única
forma de soportar los próximos meses sin él.
—Lo mismo digo, luchik —admito.
Inclinándose, me besa suave y dulcemente. De la forma en que
se besan los enamorados, como si necesitaran los labios del otro
para sobrevivir. Cuando nos separamos, susurra:
—¿Qué tal se te da el sexo telefónico?
Un disparo de lujuria me recorre la ingle ante la idea de ver a
Theo desnudo masturbándose en mi teléfono. Pero es demasiado
arriesgado. Imposible para un hombre como yo. Cuando vuelva a
Alemania, donde estoy destinado, casi nunca estaré solo. Rodeado
de mis hombres, trabajando a todas horas. Un error y estaré
muerto.
Cuando dudo, intenta apartarse.
—Olvídalo. No debería haber...
—Quiero hacerlo —digo rápidamente, apretando más mi agarre
sobre él—. Pero mi trabajo es exigente y con un horario inusual.
La decepción y el dolor se reflejan en su mirada mientras intenta
encogerse de hombros.
—Lo comprendo. De todas formas estaré muy ocupado.
—Theo...
Giulio y Alessio caminan hacia nosotros, con expresión dura y
enfadada. Theo se endereza sobre mi regazo.
—¿Bello? ¿Va todo bien?
Giulio inclina la barbilla hacia mí.
—Necesito un minuto a solas con Nic.
Ah, así que el asesino le ha contado a su novio nuestra
conversación. ¿Está el príncipe de la mafia bajo la ilusión que hay
otra opción para ellos? Porque yo estoy más que feliz de ponerlo en
claro.
Respondo a la mirada de Giulio con una de las mías. No me
dejaré intimidar por nadie.
La voz de Theo está llena de preocupación cuando dice:
—¿Mon grand?
Le agradezco su preocupación, pero puedo con un italiano
malcriado. Pongo a Theo de pie y le doy un beso en la cabeza.
—Está bien, solnyshko. Danos un minuto.
En lugar de discutir, asiente y se acerca a Giulio. Intercambian
unas palabras, y Giulio tranquiliza a Theo diciéndole que no hace
falta que se quede y que esto no llevará mucho tiempo. Alessio
añade una larga retahíla de rápido italiano, a lo que Theo le da una
palmada en el brazo antes de salir solo a cubierta.
No me gusta la abatida postura de sus hombros. Tiene que
saber que algo va mal, y yo no tengo ni idea de cómo se lo explicaré
más tarde.
—A mi oficina —ladro y salgo del salón.
Estos malditos italianos no me han causado más que problemas
desde que llegaron. Ilya tenía razón... debería haberlos matado de
inmediato.
Quizá sea hora de rectificar ese error.
CAPÍTULO SIETE
Theo

Algo va muy mal.


No puedo seguir fingiendo ni esperar que el problema
desaparezca. Tengo que averiguar qué saben Giulio y Alessio sobre
Nic que yo no sé. Siempre sospeché que Nic tenía un pasado oscuro
pero, teniendo en cuenta los antecedentes de Giulio, tal vez sea peor
de lo que pensaba.
Deslizándome sobre la tumbona, pienso en esto mientras miro
el mar abierto. Acaban de echarme del salón para una reunión
privada. ¿Ma che cazzo? ¿Qué tendrán que discutir esos tres?
Llevo semanas acostándome con este hombre. Me he acercado
a él. Me estoy enamorando. Tal vez es hora de admitir que quiero
algo más que una aventura.
Se acabó el esconder la cabeza, es hora de averiguar qué
demonios está pasando.
Sabías que algo iba mal y decidiste no prestar atención.
Sí, es cierto. Todas las señales estaban ahí. El ocultarse, el
secretismo. La negativa a tener sexo telefónico. Las armas, los
guardias. Hay tantas banderas rojas con este hombre que está
ahogado en escarlata.
¿Pero Giulio no me lo diría si supiera algo? No puedo imaginar
que mi amigo encubriera a Nic, alguien que acaba de conocer. No,
Giulio no me haría esto. Él sabe lo que pienso sobre mentir. No me
ocultaría secretos sobre Nic.
Nada tiene sentido. Por lo tanto, tengo que averiguar lo que está
pasando.
Excepto que cuando vuelvo adentro... se han ido. ¿Por qué no
quieren que escuche?
Otra bandera roja.
Giro uno de los anillos de mis dedos, preguntándome qué hacer.
¿Debería intentar encontrarlos y exigir respuestas a Nic? ¿O a
Giulio? ¿Serán sinceros conmigo?
A la mierda. Voy a encontrarlos. Me merezco algo mejor que ser
apartado y recibir mentiras.
La oficina de Nic. Es el único lugar al que iría, sabiendo que no
lo perseguiré.
Mis pies descalzos no hacen ruido mientras me adentro en el
yate. Recorro los estrechos pasillos y me acerco lentamente a la
puerta cerrada de nogal de la oficina de Nic.
Cuando levanto la mano para llamar, escucho las voces del
interior.
—No tengo intención de hacer negocios con Fausto Ravazzani.
—Es Nic, y me detengo.
¿Giulio está metiendo a Nic en negocios de la mafia con su
padre?
Mi amigo habla a continuación:
—Eso no es lo que ofrecí. Esto sería entre tú y yo.
—¿Y qué hay de Golubev? —pregunta Nic.
—Es viejo —responde Giulio —de otra época. Tú y yo podríamos
ganar mucho jodido dinero allí.
Se hace un largo silencio. ¿Ganar mucho dinero? ¿Juntos?
¿Cómo?
No me gusta escuchar a escondidas, pero la intimidad está
reservada a los desconocidos. No para el novio al que pensabas
regalar selfies desnudo en los próximos meses.
Nic dice:
—¿Has hecho esto antes?
—Por supuesto —responde Giulio con seguridad—. Frankfort,
Hamburgo. Zadar, Tirana. Corfú. No me he quedado mucho tiempo
en un sitio por precaución. Una vez que Alessio y yo nos ocupemos
de los sicilianos, estaré listo para echar raíces. Hacer crecer mi
negocio. ¿Por qué no Málaga?
Hablan de España, pero ¿de qué negocio? ¿En qué se había
involucrado Giulio? ¿Y por qué Nic es capaz de participar en él?
Se supone que esto debe responder a mis preguntas, no darme
más.
—Lo pensaré —dice Nic—. Lo hablaré con mi gente.
—Hazlo y avísanos —ordena Giulio—. Ahora, creo que Alessio
preguntó por una laptop para investigar un poco.
—Síganme. Los llevaré a la sala de seguridad.
¿Van a salir? Contengo la respiración y me pregunto qué hacer.
No hay ningún sitio donde esconderse en el pasillo...
La voz de Giulio me detiene en seco.
—Si creo que está en peligro, si creo que hay que decírselo, lo
haré. Merece saber con qué clase de hombre está en la cama.
Se me hace un nudo en la garganta. Creí que Giulio y yo éramos
íntimos. Había llorado en mi hombro durante una semana cuando
murió su antiguo novio. Le había ofrecido el uso del yate de Nic para
mantenerse a salvo. Habría hecho cualquier cosa por él.
¿Y cómo me ha devuelto mi lealtad y amabilidad? Ocultándome
el secreto de Nic.
Me arden los ojos, pero tengo los pies clavados en el suelo.
Contengo la respiración, esperando oír lo que Nic dirá.
Nic gruñe:
—No corre peligro, Ravazzani. No de mí.
—Bien —dice Giulio—. Encárgate que siga así.
Frunzo el ceño al ver la puerta cerrada. ¿Así que el hombre que
creía mi amigo amenaza al hombre que creí amar para mantenerme
con vida? ¿Es realmente necesario? No me cabe en la cabeza.
Entonces Nic suena enfadado:
—No soy un tonto, ni un niño. Conozco los riesgos y estoy
haciendo todo lo posible para protegerlo de mi vida. Volverá a París
la semana que viene, sin enterarse de nada.
—Pero tal vez con el corazón roto —dice Giulio.
—Pero estará vivo —replica Nic.
No puedo soportarlo más.
Salgo corriendo por el pasillo, necesito alejarme de todo el
mundo en este maldito yate. Nic es más peligroso de lo que había
imaginado, un asesino en potencia, y yo no puedo quedarme aquí.
Tengo que escapar lo antes posible.
Me apresuro hacia la parte trasera del yate, donde sé que no me
oirán. Saco mi teléfono y encuentro el contacto de un amigo
diseñador. Uno muy rico.
—Bonjour, Theo, mon ami —dice la voz—. Creí que estabas en
un yate en el Mediterráneo.
—Bonjour, André. Necesito tu helicóptero. ¿Está libre?
—Para ti, por supuesto. Pero dime, ¿va todo bien?
Aprieto los labios, inseguro de cómo responder. Somos
cercanos, pero no quiero meter a André en mi lío.
—Tengo una emergencia en el estudio y necesito llegar allí
inmediatamente. ¿El yate es demasiado lento, n'est-ce pas?
—Oui, oui —dice André con una risita—. Así son los problemas
de tu fabulosa vida, ¿eh? Mándame un mensaje con tu ubicación y
te lo enviaré.
—Merci. Eres mi salvavidas. —Tal vez literalmente, si los
temores de Giulio sobre mi seguridad son creíbles.
Y que se joda por no decírmelo él mismo.
Vuelvo a entrar y me dirijo al timón para ver al capitán. Nunca
antes había entrado, así que no me sorprenden las caras de
sorpresa que reciben mi presencia.
—Siento molestarlos, pero tengo una terrible emergencia en
París. Le he pedido a un amigo que envíe su helicóptero a buscarme.
Así que necesito nuestra ubicación exacta.
Los dos hombres a los mandos intercambiaron una mirada. Me
doy cuenta de la indecisión. ¿Les preocupa que alerte a las
autoridades de nuestra ubicación, ya que su jefe es claramente una
especie de delincuente?
Les digo una mentira:
—Nic sabe que me voy. —O pronto lo sabrá—. Pero uno de mis
almacenes se incendió y estoy desesperado por volver. ¿Pueden
decirme dónde puede encontrarme el helicóptero?
—No podemos dar esa información sin consultarlo antes con el
Señor Kuznetsov.
—Por supuesto. —Señalo el teléfono—. Llámalo. No hay tiempo
que perder.
Uno de los hombres alcanza el teléfono y se me seca la boca. Me
acerco y finjo que estoy mirando el teléfono, sin preocuparme por
nada, cuando en realidad estoy haciendo zoom en el panel de
control digital y sacando fotos para enviárselas a André.
—No contesta —dice el hombre del teléfono.
—Prueba con Ilya —sugiere el capitán.
Hago un gesto con la mano.
—No es necesario. Iré a buscar a uno de ellos para que te llame.
Gracias.
Me voy y me meto en una habitación vacía para estudiar las
fotos. Allí mismo lo encuentro. Longitud y latitud. Le envío las fotos
a André. Me responde con un emoji de pulgar hacia arriba.
UNA HORA, QUIZÁS MÁS.
Podré sobrevivir una hora. Puedo reír y fingir, sin dar la menor
pista de lo que siento por dentro. Le envío un corazón.
Semanas atrás había buscado en Internet, en París, información
sobre Nikolai Kuznetsov, sin descubrir nada. Pero ahora tengo más
información. Abro un navegador y empiezo a escribir.
Busco su nombre y el del tal Golubev, del que estuvieron
hablando. Aparecen varios sitios web rusos. No puedo leer nada,
pero las escaneo. Todos los hombres de las fotos tienen tatuajes
como el que Nic tiene en un hombro. Una estrella. ¿Simboliza algo?
Otra búsqueda. Esta vez obtengo resultados. El tatuaje de la
estrella significa un alto cargo de la Bratva.
Me desplomo contra la pared. Madre di dio. La puta mafia rusa.
Son lo peor de lo peor, con tráfico de personas, drogas y
prostitución.
Así es como Nic hace su dinero. Cómo se permite este yate y
todos estos hombres. También explica por qué Giulio este
preocupado de que Nic planease matarme al final de nuestro tiempo
juntos.
Me siento mal. Me agacho y respiro hondo varias veces para no
vomitar el desayuno. Cuando vuelvo a estar estable, me enderezo y
borro los historiales de búsqueda. Luego me acerco al baño y me
echo agua fría en el rostro. Puedo hacerlo. Una hora. Son sesenta
minutos. Tres mil seiscientos segundos.
Después volveré a París, bloquearé el número de Nic y olvidaré
que esto ha ocurrido.
Mis entrañas vibran, como si los delgados hilos que me
mantienen unido estuvieran estirados hasta el punto de ruptura.
Pero no puedo dejar que nada se note. Tengo que mantener la calma
hasta subir al helicóptero.
Primero, tengo que hacer las maletas. Tengo que hacerlo rápido
y en silencio, sin revelar que sé quién es Nic. Al fin y al cabo, no
tengo ni idea de lo que es capaz. Si quiere impedir que me vaya,
puede hacerlo fácilmente. Puede matarme y tirar mi cuerpo por la
borda. Y yo soy demasiado bonito para morir.
Así que mi partida tiene que ser creíble. Y necesito darle a Nic
una razón para no perseguirme. Nunca.
Con piernas temblorosas, me apresuro a mi camarote para
buscar mis maletas.
CAPÍTULO OCHO
Nikolai

No me gusta mentir a Theo. Deseo que las cosas sean sinceras


y abiertas entre nosotros, pero la naturaleza de mi vida no me lo
permite. Pero eso no significa que no me sienta culpable por eso.
Él se merece algo mejor. Y soy lo bastante egoísta como para
que no me importe. Lo quiero todo el tiempo que pueda.
Suena mi teléfono. Durante la mayor parte de la hora siguiente,
me distraigo con las llamadas, mientras Ilya escucha. Aunque estoy
de vacaciones, hay muchas decisiones que no pueden esperar. A
decir verdad, ser un criminal es agotador. Por no hablar de
esconderse constantemente para mantenerme a salvo.
Me quedo mirando por la ventana mientras escucho a mi
capitán enumerar sus quejas. Hoy hace un tiempo precioso, y deseo
estar en cubierta con Theo, saboreando el sol en su piel. Frotándole
aceite. Escucharlo hablar de famosos, moda y otras cosas que no
me interesan. Le guste lo que le guste, yo quiero escuchar cada uno
de sus pensamientos y opiniones al respecto.
Estoy cansado de estar solo, dedicando todo mi tiempo a la
Bratva. ¿Esto es todo lo que tendré hasta que muera?
Suena el teléfono de Ilya. Baja la mirada y luego se levanta,
alejándose para contestarlo. No le presto mucha atención. Pero
cuando Ilya se vuelve y hace un movimiento cortante con la mano,
frunce el ceño. Inclinándome hacia el teléfono, ladro:
—Trabaja en equipo o te corto las bolas, Viktor. —Luego
desconecto—. ¿Qué? —le espeto a Ilya.
—Un helicóptero viene hacia nosotros. No muy lejos a estribor.
Me levanto de la silla y salgo corriendo al pasillo, con Ilya
pisándome los talones. Estamos lo bastante lejos de la costa como
para que un helicóptero no pase volando a menos que sea
intencionadamente.
¿Quién se acerca a mi yate?
En cubierta, me agarro a la barandilla con las dos manos, con
los nudillos blancos. ¡Blyat! Un helicóptero vuela hacia nosotros.
Los miembros de mi tripulación se están reuniendo en cubierta,
cada uno de ellos armado. Ilya me da un arma.
—Trae el lanzacohetes —murmuro—. Por si acaso.
Desaparece para hacer lo que le pido. Giulio y Alessio se acercan
también a este lado del yate.
—¿Quién es? —Giulio pregunta.
—No lo sé.
—Mi rifle —ladra el asesino italiano en ruso—. Lo quiero,
Nikolai.
—Qué lástima —digo—. No lo tendrás.
Alessio y el joven Ravazzani intercambian una mirada, pero los
ignoro. No le quito los ojos al helicóptero mientras se acerca.
—Oh, bien. Ya están aquí.
Theo. Un frío pánico se desliza por mi piel. No debería estar en
cubierta. Lo necesito a salvo de lo que sea que esté a punto de pasar.
—Solnyshko. Ve abajo y quédate allí hasta que me haya ocupado
de esto.
—El helicóptero está aquí por mí.
Giro hacia él. Está completamente vestido y lleva sus maletas...
todas sus maletas.
—No lo entiendo. ¿Está aquí por ti?
No se quita las gafas de sol y me dedica una sonrisa anodina.
Tiene los hombros tensos y una postura rígida. Se parece a la vez
que encontró la camisa de moda en mi armario y me sermoneó
durante treinta minutos sobre las condiciones laborales inseguras
que utilizaba la empresa. En mi cabeza empiezan a sonar campanas
de alarma.
—Lo siento —me dice —pero hay una emergencia en París. He
conseguido que el helicóptero de mi amigo venga a buscarme. Debo
interrumpir nuestras vacaciones y volver lo antes posible.
¿Se va? La decepción me invade. Todo está sucediendo
demasiado rápido y mi cerebro aún no se ha puesto al día.
—Oh.
El helicóptero se acerca y ordeno a la tripulación que guarden
las armas. Theo se queda en la barandilla, evitando mi mirada y
manteniendo las distancias. Lo odio. Giulio se acerca y lo abraza,
pero el abrazo es rápido y sin el entusiasmo habitual de Theo. Esta
emergencia debe ser muy preocupante.
Aun así, no me importa. Necesito respuestas de él y no soy un
hombre que espera.
Acercándome, agarro a Theo por la muñeca y tiro de él hacia el
salón. Cuando nos quedamos solos, le digo:
—¿Por qué no acudiste a mí primero?
El viento se arremolina cuando el helicóptero aterriza afuera,
pero Theo y yo no nos movemos. Finalmente, se pone las gafas de
sol en la cabeza. Sus ojos no brillan con su picardía habitual.
—Estabas ocupado y no había tiempo. Perdóname.
—Te habría llevado a París.
—Lo sé. Pero esto es lo mejor.
Mi piel se calienta.
—Te veré durante las navidades, ¿sí?
—No es una buena idea, Nic. Los dos lo sabemos. Lo pasamos
bien juntos, así que dejémoslo ahí.
La sangre se me agolpa en los oídos, una oleada de pánico se
apodera de mí. ¿Lo pasamos bien? ¿Qué mierda?
—Theo. —Tengo que tocarlo. Me acerco y tomo su rostro entre
mis palmas—. Por favor, luchik. Déjame llevarte a otro lugar. Una
playa privada donde podamos nadar y follar...
—¿Eres abierto? Como gay, quiero decir.
Mi cuerpo se congela y no puedo moverme. No quiero contestar.
—Nic, no puedo hacer esto. —Da un paso atrás y mis brazos
caen a los lados—. Me niego a ser tu amante secreto. Yo no soy así.
—Solo pido un viaje más.
—Lo cual sería un error. Deberíamos terminar con esto ahora
antes que alguien salga herido.
En el fondo, lo entiendo. Pero no estoy acostumbrado a que la
otra persona termine primero. Y en el caso de Theo, no estoy listo
para despedirme de él para siempre. ¿Necesita que se lo ruegue?
—Theo, por favor, reconsidéralo. No es posible para mí ser
abiertamente gay, pero...
—No. —Aprieta los labios con fuerza y niega con la cabeza—. No
puedo. Pero gracias por esto. Me he divertido.
¿Divertido? ¿Eso es todo lo que ha sido para él? Extiendo la
mano, desesperado por aferrarme a él un poco más, pero se dirige
hacia la puerta.
—Tengo que irme. —Levanta el pulgar en dirección al
helicóptero.
Luego se aleja de mí. No tengo más remedio que seguirlo, con el
pecho entumecido. No hay nadie en cubierta, aunque sin duda Ilya
está cerca, vigilando.
Las maletas de Theo ya están a bordo del helicóptero. Los dos
permanecemos incómodos junto a la gigantesca máquina. Tengo
una excusa para estar confuso. Pero, ¿por qué está Theo tan
callado?
—Adiós, Nic. —Su voz es apresurada, como si no pudiera
esperar a irse.
Odio esto. Lo alcanzo y lo atraigo hacia mi pecho, necesitando
envolverlo con mis brazos una vez más.
—Cuídate, luchik. Si necesitas algo, llámame. —Tiene el número
de uno de mis muchos teléfonos desechables.
Durante un breve segundo, se hunde en mí y me aprieta el
rostro contra la garganta. Y juro que me respira, como si intentara
memorizar mi olor. O tal vez eso es lo que yo le estoy haciendo a él.
Sin decir nada más, me aprieta el hombro y se aparta. El pánico
me invade y el estómago se me cierra como un puño. Pero no puedo
hacer nada.
Sube al interior. Solo recibo de él una pequeña y tensa sonrisa
antes que se cierre la puerta. Luego, el helicóptero vuela y se lo lleva
lejos de mí.
No puedo moverme, con los pies pegados a la cubierta. Me
quedo mirando. Se fue. Él se ha ido. No puedo hacerme a la idea.
No me había preparado para esto.
Cuando ya no puedo ver el helicóptero, entro en el salón y me
sirvo un vaso grande de buen vodka ruso. El que guardo para
cuando necesito emborracharme.
Termino mi segundo vaso cuando Ilya entra con una tablet.
—Tienes que ver esto —me dice.
—Ahora no. Quiero beber hasta desmayarme.
—Confía en mí. Querrás verlo. —Se coloca a mi lado y
desbloquea el dispositivo. Tiene cargado el software de seguridad
del yate—. Mira.
El vídeo de una de las cámaras llena la pantalla. Es Theo.
Estaba en el pasillo de mi oficina, junto a la puerta, espiando. Me
enderezo, con el cuerpo en alerta.
—¿Cuándo fue eso?
—Cuando nos reunimos con Ravazzani y Ricci.
¡Blyat! ¿Había oído Theo nuestra conversación? Me parece que
no se menciono nada concreto. Pero mis comentarios habrían
dejado claro que soy un criminal.
—Ahora mira este —dice Ilya, pulsando algunos botones.
Se inicia otro vídeo. Theo entra en el puente y habla con la
tripulación. Uno de mis hombres levanta el teléfono y Theo empieza
a hacer fotos discretamente de la pantalla digital de navegación.
Esto explica cómo nos encontró el helicóptero. En mi dolor y
sorpresa por la marcha de Theo, no se me había ocurrido preguntar.
Cuando termina, Ilya va a empezar otro vídeo.
—¿Más? —pregunto.
—Este seguro que querrás verlo. —Pulsa el botón. Es Theo,
escribiendo un mensaje en uno de los camarotes vacíos. Sus
pulgares vuelan sobre el teclado, luego desliza el dedo sobre el
cristal. ¿Abriendo una aplicación? Frunce el ceño y unas líneas de
frustración se dibujan en su frente mientras sigue tecleando y
desplazándose por el teléfono.
Entonces da un respingo de sorpresa.
Mira más de cerca su teléfono, con los ojos redondos y muy
abiertos. Un segundo después, se desploma contra la pared. La
expresión de su rostro... esta devastado. Destrozado. Sorpresa y
confusión, seguidas de dolor y miedo. Y sé que ese es el momento.
Ese es el momento en que se enteró de quién soy, de lo que soy.
Joder.
Se me cae el estómago a los pies al ver al hombre al que amo
doblarse por la cintura, como si fuera a ponerse enfermo.
Yo lo pongo enfermo.
El nudo del pecho se me retuerce, estrangulándome. El cuerpo
de Theo se enrosca sobre sí mismo y no puedo ver su rostro, pero
no me hace falta. Prácticamente puedo sentir su dolor, su absoluta
devastación. Mis secretos son demasiado para él, y ahora sabe la
verdad.
¿Estás afuera?
Una pregunta mucho más fácil de hacer en lugar de, ¿Eres un
asesino y un criminal? No me extraña que se apresurara para
alejarse de mí.
—Basta —digo, apartando la tablet de un empujón. No puedo
seguir mirándolo. Me está rompiendo el corazón.
—¿Qué vas a hacer? —Ilya me estudia—. Esto es muy malo para
nosotros.
—No se lo dirá a nadie.
—Tú no lo sabes. Podría...
—¡No lo hará! —Me quiebro—. No es cruel ni vengativo, no como
nosotros. —Theo querrá olvidarme, volver a su vida de fiestas
ruidosas y luces brillantes, dejando atrás mis sombras y mi
oscuridad.
Y yo lo amo lo suficiente como para permitírselo. Debe estar allí,
en el centro de atención para que todos lo adoren. De todas formas,
nunca podía quedármelo. Yo no puedo abandonar la Bratva, y Theo
nunca podría unirse a ella, aunque quisiera.
Apoyo los codos en las rodillas y me miro los pies. Joder. No
esperaba que me doliera tanto.
—Lo siento, Nikolai —dice Ilya en voz baja mientras se levanta.
Sí, yo también lo siento. Pero después de una vida criminal y
brutal, sé que no hay tiempo que perder en emociones tontas.
—Echa a los italianos del yate. Volvamos a casa.
CAPÍTULO NUEVE
Nikolai

Munich, Alemania, un mes después.

Me quedo mirando el desorden del suelo.


Alguien me da una palmada en el hombro, empujándome.
—Está muerto, Pakhan.
Salgo de mi aturdimiento y le doy mi cuchillo a Ilya.
—Limpien esta basura —ladro a mis hombres. Asienten
rápidamente, sin mirarme a los ojos.
Este ha sido especialmente brutal.
Me doy la vuelta y salgo del sótano, subiendo las escaleras que
llevan a mi oficina. Allí podré lavarme la sangre.
—Cada vez estás peor —se atreve a murmurar Ilya detrás de mí.
No digo nada, simplemente continúo subiendo los escalones.
—¿Cuánto tiempo crees que podrás seguir así?
Abro de golpe la puerta de la oficina e intento cerrarla tras de
mí. Ilya se abre paso, sin importarle que yo quiera estar solo. Gruño:
—Vete a la mierda, Ilya.
—No, amigo mío. Me quedo hasta que entres en razón.
—¿Y qué razón debería tener? Que somos más rentables y
destruimos a nuestros enemigos a un ritmo más rápido, ¿no? ¿De
eso te quejas? —Resoplo y voy a lavarme las manos.
Cuando salgo, Ilya sigue allí, esperándome. Me siento detrás de
mi escritorio y lo ignoro.
—Nikolai —dice en voz baja—. Hace dos semanas estaba
preocupado. ¿La semana pasada? Preso del pánico. Hoy estoy
aterrorizado.
—No soy un peligro para ti —me burlo.
—No tengo miedo de ti. Tengo miedo por ti. —Ladea la cabeza—
. En todos nuestros años juntos, nunca había visto esto. ¿Quieres
que te maten? ¿Es esta la única solución a tu problema?
Desbloqueo mi teléfono y empiezo a revisar mis mensajes.
—Deja de preocuparte tanto.
—Eres un imprudente —espeta—. Y empezarás una guerra si
no tienes cuidado.
Mi único pensamiento es, ¿A quién le importa?
¿Qué diferencia hay? Theo se ha ido, de vuelta a París. La
semana pasada me derrumbé y lo busqué en Internet. Encontré
fotos suyas en un evento reciente, con aspecto cansado pero feliz.
Las imágenes fueron como una flecha en mi corazón.
Lo ponía enfermo.
Nunca olvidaré su reacción al saber quién soy yo. El recuerdo
me atormenta.
Todavía lo echo de menos. Es como si toda la alegría hubiera
sido absorbida de mi vida.
—Durante años te quejaste de nuestros rivales alemanes —le
digo—. Ahora me estoy ocupando de ellos y quieres que deje de
hacerlo. Decídete, Ilya.
—¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
No quiero contestar. Ambos sabemos que no duermo. Mi mente
es una niebla de agotamiento, un dolor de cabeza mi compañero
constante.
—Nikolai —dice en voz baja—. Mírame.
Respiro hondo y miro a mi amigo a los ojos. Me dice:
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Eres como un
hermano para mí. Con gusto recibiría una bala por ti. Pero no puedo
quedarme mirando cómo te destruyes.
Entrecierro la mirada.
—¿Me estás amenazando...?
De repente, el edificio tiembla y un sonido ensordecedor llena
mis oídos. No tengo oportunidad de cubrirme antes de caer al suelo
por la fuerza de la explosión.
Entonces todo se vuelve negro.
CAPÍTULO DIEZ
Theo

—¿Has vuelto a dormir aquí? —Sofía, mi ayudante, pone una


taza de café sobre mi escritorio. Las líneas de su frente se arrugan
con preocupación mientras estudia mi desarreglado sofá.
Ignorando la pregunta, frunzo el ceño mirando el calendario en
la pantalla de mi laptop.
—¿Por qué hay una prueba en mi agenda matutina? Nunca he
oído hablar de esta persona, y sabes que ya no hago pruebas para
clientes al azar.
—Insistió. Y me pagó cinco mil euros para que lo pusiera en tu
agenda.
Levanto una ceja mirándola.
—Eso no parece ético.
Se encoge de hombros.
—Le dije que tu costo era de quinientos mil, que pagó por
adelantado, además de los veinticinco trajes que ha encargado. De
nada.
—Ma dai. Debería despedirte —refunfuño, mientras abro las
notas de la cita. El nombre del hombre es Señor Schmidt, un
banquero de Munich. Sin foto.
—Pero no lo harás, porque me amas. Y soy la mejor asistente
que has tenido.
Desafortunadamente, esto es cierto.
—¿Seguridad aprobó esto?
—Sí, por supuesto.
Aliviado, le doy un sorbo a mi café. No se puede ser demasiado
prudente después de enamorarme de un mafioso ruso y
abandonarlo.
Nadie en el trabajo sabe lo que había pasado en mis vacaciones,
porque se me da muy bien ocultar un corazón roto. No había caído
en una espiral de vino, pastillas o postres. Cumplo con mis
responsabilidades y sonrío. Lo mejor de todo es que mis diseños son
un éxito absoluto y la colección está perfecta.
Nadie sospecha que me estoy muriendo por dentro.
Pero estoy vivo y pienso seguir estándolo. Al volver a París,
cambié de número y contraté a una empresa de seguridad de alto
nivel. Ahora hay cámaras en mi oficina y en mi casa. Miro por
encima del hombro en público y declino cualquier invitación que no
hubiera sido cuidadosamente examinada por mi nuevo director de
seguridad.
Además, rara vez voy a casa, donde tengo demasiado tiempo
para pensar. Ya es bastante malo que Nic atormente mis sueños.
No necesito que también arruine mis días.
El trabajo me mantiene ocupado durante las siguientes horas.
Hay llamadas con fabricantes, reuniones con diseñadores de
producción y con mi equipo de diseño. Solo faltan dos semanas para
la Semana de la Moda de París, pero nos hemos adelantado gracias
a mi ritmo incesante.
—Ya está aquí tu prueba —me dice Sofía mientras mira unas
muestras de tela—. Lo he puesto en el pequeño estudio de arriba.
—Esta es la última, Sofía —digo suspirando—. No importa lo
que paguen.
Ella levanta las manos.
—Entendido. Es muy guapo, si eso ayuda.
No, no ayuda. No me interesan los hombres en este momento.
—Te vienes conmigo a tomar notas.
Una vez que ella toma su tablet, nos dirigimos al pequeño
estudio. Empujo la puerta primero, luego me detengo en seco.
Nic.
Santa mierda. Nic está aquí, en mi estudio. Alto y ancho, con
sus conocidas facciones oscuras bañadas por la cálida luz del sol.
Su mandíbula es más afilada, sus pómulos más pronunciados. ¿Ha
adelgazado?
¿Y por qué tiene arañazos en la cara? ¿Se ha hecho daño?
La felicidad me invade antes que pueda evitarlo. Entonces
recuerdo todas las razones por las que abandoné el yate.
Girándome, bloqueo la puerta para que Sofía no pueda entrar.
—Puedes irte. Tengo esto controlado.
Ladea la cabeza pero no discute.
—Nos vemos abajo.
Cuando se va, respiro hondo y me recompongo. No dejes que lo
sepa.
—Nic.
—Hola, solnyshko.
Dio mio, esa voz áspera y profunda. Me cala hasta los huesos.
Lucho por mantener el rostro serio.
—Esto es una sorpresa.
—Tenía que verte.
—¿Por qué?
Su enorme cuerpo se levanta y suelta un pesado suspiro.
—Para disculparme.
—¿Por qué?
—No necesitas fingir. Sé que lo sabes.
Mi corazón empieza a palpitar, acelerado, como si el órgano
intentara salir por la fuerza de mi pecho.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Se mete las manos en los bolsillos del pantalón.
—Hay cámaras de vídeo por todo el yate.
Merda. ¿Por qué no me había dado cuenta? Obviamente me
había visto espiando a escondidas en la puerta de su oficina. ¿Qué
va hacer ahora? Se me revuelve el estómago.
Si está aquí para matarme, no se lo pondré fácil.
—No me mires así —dice en voz baja.
—¿Así cómo?
—Como si pudiera hacerte daño. —Cuando guardo silencio, se
pasa una mano por el rostro—. No te haré daño, Theo. No puedo.
Antes prefiero cortarme las dos manos.
A pesar de ese juramento, me apresuro a decir:
—No le contaré a nadie tu secreto.
—Lo sé.
¿Lo sabe? Pensé que estaba aquí para intimidarme. Para
asustarme y hacerme callar.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Tenía que verte. He sido miserable las últimas cinco semanas.
Yo... —Hace una mueca, como si esta conversación fuera
dolorosa—. Te echo de menos.
—No deberías haber venido. Es demasiado arriesgado para los
dos.
—Sé que te he hecho daño. Lo siento mucho, Theo. Si hubiera
existido otra forma...
—Había otra manera —le recuerdo—. Podrías haber sido sincero
conmigo.
—¡Imposible! —Su voz se hace más fuerte—. Y ya sabes por qué.
Significa la muerte para mí. Y si te lo hubiera dicho, nunca habrías
aceptado pasar una noche en mi hotel, y mucho menos dos
semanas en mi yate.
—Así que mentiste.
—No mentí. Pero nunca te dije a qué me dedicaba.
—Lo cual es una mentira por omisión.
—Nunca preguntaste —continúa—. Con las armas y el yate,
tenías que sospechar. Sin embargo, nunca lo cuestionaste.
—¿Así que yo tengo la culpa por no incluir casualmente el
asesinato y el tráfico de personas en una conversación?
—No. —Inclina la cabeza y mira a la pared—. Y no vendo carne
de ningún tipo.
Me alivia oírlo, pero al final no importa.
—Has perdido el tiempo viniendo aquí. Hemos terminado.
—No.
Me quedo boquiabierto.
—Tú no puedes decidir, Nic. No eres libre de vivir abiertamente,
y yo me niego a esconderme en habitaciones de hotel y en yates el
resto de mi vida. No voy a volver a meterme en el armario nunca
más.
—No te estoy pidiendo que hagas eso.
—¿Oh? ¿Entonces qué propones? ¿Qué renuncie a mi vida para
unirme a la Bratva? Porque eso nunca ocurrirá.
Mete la mano en la chaqueta y saca un periódico doblado. Lo
tira al suelo, a mis pies. El titular está en ruso y hay una foto
granulada de un hombre mayor.
—¿Qué es esto?
—Mi obituario. —Inclina la barbilla hacia la noticia—. Nikolai
Kuznetsov ha muerto.
CAPÍTULO ONCE
Nikolai

Veo cómo el hombre al que amo asimila la noticia. Theo mira


fijamente el periódico, como esperando a que las letras cirílicas se
reorganizaran en algo que pudiera leer.
Lleva unos jeans ajustados, botas y una camiseta, y tiene muy
buen aspecto. Lleva el cabello más largo, peinado hacia atrás sobre
la frente, y tiene ojeras profundas. Me pregunto si serán por mí.
—¿Es una broma? —pregunta.
—No es broma. —Me había costado mucho esfuerzo y
planificación crear una nueva identidad después del atentado. Los
Bratva tenían que creerme muerto para que esto funcionara.
Pero no había vuelta atrás. Cuando recobré el conocimiento tras
la explosión, algo cambió en mi interior, una toma de conciencia
sobre mi vida. Podría haber muerto en ese instante. Volado en
pedazos por un enemigo, sin volver a ver a Theo. Nunca ver su
sonrisa ni oír su risa. Nunca besarlo ni lamer el sudor de su piel,
nunca ver películas antiguas ni sus diseños.
Nunca tendría la oportunidad de decirle que lo amo.
Todo cambió en aquel ataque, tirado en el suelo de mi oficina,
con los oídos zumbándome y el humo llenándome los pulmones. Y
supe que no podía volver a mi vida anterior. Theo me había
destrozado y me había convertido en alguien nuevo.
Tengo todo el dinero que necesita una persona, escondido en
lugares que la Bratva no podía tocar. Entonces, ¿por qué me
resignaba a una vida de miseria? ¿De soledad? Había encontrado al
hombre que deseaba por encima de todos los demás y
experimentado un trozo del futuro dichoso que podríamos tener
juntos.
¿Qué estaba esperando?
Rápidamente, puse en marcha un plan, utilizando el atentado
como tapadera para mi huida. Ahora soy un banquero rico de
Munich con un ligero acento ruso. Por primera vez puedo ver un
camino a seguir. Una salida.
Y no me rendiré hasta que Theo acepte acompañarme.
Sus cejas se alzan con incredulidad.
—¿Dejaste la Bratva?
—Por así decirlo. No podía renunciar, así que utilicé este
atentado para fingir mi muerte.
—¿Por qué?
—Por ti. Fingí mi muerte por ti.
Se estremece. No es una buena señal.
El pánico se apodera de mi pecho y sigo adelante.
—Te echo de menos. Quiero estar contigo.
—¿Y crees que es así de fácil? ¿Quieres esto, así que yo también
debo quererlo?
—No, claro que no.
Se inclina para recoger el papel y se queda mirándolo.
—Esto es increíble. No te he pedido que hagas esto por mí. Tengo
mi propia vida aquí. No puedo huir contigo.
—Nadie va a huir —digo con calma—. Ilya se ha hecho cargo
como pakhan. Solo él sabe que estoy vivo. Esto seguirá siendo un
secreto.
—He visto las películas. No permiten que la gente se vaya.
Tienes que esconderte. Alguien acabará viéndote.
—No necesito esconderme. Mantuve mi identidad en secreto, en
parte porque era gay, pero también porque no quería que utilizaran
a alguien que me importaba como ventaja. No muchos envejecen en
la Bratva, y hay enemigos por todas partes. Así que seguí siendo un
misterio, una figura decorativa.
—Excepto que Giulio y Alessio te conocían. Así que no era un
completo misterio.
—Ricci estaba siguiendo a un socio en Minsk. Cometí el error
de tener un raro encuentro cara a cara con este socio y el asesino
me vio. Pero no hay muchos como Alessandro Ricci. Es el mejor,
por eso cobra millones por un golpe.
—¿Y crees que nadie cuestionará esto? —Levanta el papel.
—No. —No parece creerme, así que continúo—: Todos creerán
que se trata de Nikolai Kuznetsov.
—¿Y los hombres bajo tu mando? Conocían tu aspecto.
—Ilya está al mando y me protegerá. Los hombres leales a mí
ahora le serán leales a él. —Cuando continúa mirándome fijamente,
me pongo la mano sobre el corazón—. No vendría aquí para
arriesgar tu vida si no estuviera cien por ciento convencido que es
seguro para ti.
—¿Y la vida que dejarás atrás? —pregunta Theo—. ¿Cómo
renunciarás al poder, al dinero, a las... Dio, no puedo creer que esté
diciendo esto... ¿y las ventajas del trabajo?
—He hecho esto durante mucho tiempo. Tengo más dinero del
que jamás podría gastar. Pero lo más importante es que dejé atrás
mi vida hace años, cuando era joven y me di cuenta que nunca
podría ser quien realmente era por dentro. Esta es mi oportunidad
de recuperar mi vida. Tú me ayudaste a ver eso. Esta es mi
oportunidad de ser feliz. Contigo.
No parece convencido.
—¿Por qué no confiaste en mí lo suficiente como para decirme
quién eras?
—Intentaba protegernos a los dos. Pensé que pasaríamos unas
semanas follando y luego volverías a París.
—Sí, oí lo que le dijiste a Giulio. —Baja la voz para hacer un
terrible acento ruso—. Volverá a París la semana que viene, sin
enterarse de nada.
Se me eriza la piel. Odio que lo hubiera oído.
—Lo intenté. Pensé que dejarte era lo mejor. Pero no sabía lo
que sentiría sin ti, lo miserable que sería. Te echo de menos,
solnyshko.
Theo se muerde el labio inferior y mira a través de las ventanas,
con los ojos sospechosamente vidriosos. ¿Lo he disgustado?
No puedo soportarlo.
Acorto la distancia que nos separa y no me detengo hasta que
estamos casi frente a frente. Me quedo mirando a este hombre
magnífico, con los miembros vibrando por la necesidad de sentirlo.
De consolarlo.
—¿Puedo tocarte?
Asiente y acaricio la suave piel de su mejilla con un dedo. Se
estremece, y ese pequeño gesto me da esperanzas. Es una buena
señal que aún lo afecte fuertemente, ¿verdad?
—No entiendo esto —susurra—. Nos conocemos desde hace un
minuto caliente. Entonces, ¿por qué me duele tanto estar sin ti?
—El tiempo es irrelevante cuando encuentras a la persona con
la que estás destinado a pasar el resto de tu vida. Tú eres esa
persona para mí. —Después de tanto secreto, le debo la verdad.
Respiro hondo—: Creo que estoy enamorado de ti.
Miro brevemente su rostro desencajado antes que desaparezca
a un lado de mi garganta. Sus brazos me rodean, pero no estoy
seguro que sea suficiente. Lo abrazo con fuerza, respirándolo,
mientras el pánico empieza aumentar. ¿Qué es esto? ¿Me dirá que
lo deje en paz?
No estoy seguro qué más puedo hacer, pero esto no es el final.
—Puedo darte más tiempo —le digo—. Sé que no estás
preparado y que te he hecho daño. Pero no me rendiré. Me quedaré
en París y...
—Nic, para. No necesito más tiempo. —Se mueve para apoyar
su frente en mi mejilla—. Creo que yo también estoy enamorado de
ti. Nunca me he sentido así por nadie, como si estuviéramos
conectados. Como si me entendieras mejor que nadie. Estoy perdido
sin ti, mon grand.
La felicidad me invade y no puedo soportarlo más. Desesperado
por besarlo, junto nuestras bocas. Se pone de puntillas y abre los
labios para dejarme entrar. Mi lengua acaricia la suya, saboreando
y entrelazándose, y arrastro las manos ávidas por cada parte de él
que puedo tocar, reencontrándome con su tacto. Joder, lo había
añorado.
Me echo hacia atrás y sostengo su rostro entre mis palmas.
—Nunca volveré a esconderte. Estoy orgulloso de estar a tu lado.
Su garganta trabaja mientras traga.
—Y yo estoy orgulloso de tenerte a mi lado, Señor Schmidt de
Múnich. Aunque no estoy seguro que nadie crea que ese es
realmente tu nombre.
—Me importa una mierda lo que crean. Además, todos estarán
demasiado ocupados mirándote a ti como para fijarse en mí.
—No si me dejas diseñarte ropa —dice, pasándome las palmas
de las manos por los hombros—. Eres como un gigantesco lienzo en
blanco esperando a que le dé vida.
Sonrío mientras inclino la cabeza para besarlo de nuevo.
—Demasiado tarde. Me diste vida en cuanto nos conocimos,
solnyshko.

Fin
SOBRE LA AUTORA

Mila Finelli es el oscuro seudónimo contemporáneo de la


autora superventas del USA Today Joanna Shupe, que por fin se ha
decidido a escribir a los sucios reyes de la mafia con los que lleva
años soñando. Es adicta al café, a los viajes y a Roy Kent. Para más
información, visite milafinelli.com

También podría gustarte