B3 Clase 11 HACI (Tarea) - 1
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derían el permiso para la migración una vez que quienes lo desearan hubieran
solicitado debidamente su partida.
En el otro extremo del sistema de reclutamiento, en Europa, estaba el comi-
sario general, vicario general de la orden o procurador para las Indias. En el caso
de losfranciscanosy agustinos, los comisarios generales tenían poderes verdade-
ros, eran intermediarios entre la curia de Roma y las respectivas provincias de
América. Al mismo tiempo, actuaban como eslabones principales entre las pro-
vincias americanas de sus órdenes y los órganos centrales del estado castellano.
Los vicarios generales de los jesuítas, por el contrario, eran meros ejecutores o
agentes de las peticiones que venían de las Indias. En cualquier caso, uno u otro
funcionario eran el eslabón esencial para obtener cualquier permiso que se nece-
sitara, bien del Consejo de Indias o de la Casa de Contratación de Sevilla o
Cádiz.7
El envío de misioneros a América era en último término cuestión de política
imperial. En consecuencia, por ejemplo, dependió de la corona que las órdenes
religiosas pudieran enrolar cofrades «extranjeros», con toda la compleja varie-
dad que tal término connota. Si en principio los eclesiásticos estaban sujetos a
los mismos requisitos que los seglares, en la práctica había más variantes. Por
ejemplo, desde principios del siglo xvn en adelante, los jesuítas lograron cada
vez más permisos, con lo que podían enviar a sus sacerdotes a América desde
cualquier parte de los dominios asociados con la corona de Castilla, e incluso
desde los dominios presentes y pasados del Sacro Imperio Romano. Así, entre
los jesuítas que iban a América encontramosflamencos,napolitanos, sicilianos,
milaneses, bávaros, bohemios, austríacos y otros no españoles. A veces, sin em-
bargo, conseguían incluir a estas personas camuflando sus verdaderas identida-
des con apellidos castellanizados. En cambio, en las otras órdenes que trabaja-
ban en América, parece que el reclutamiento de extrapeninsulares fue mucho
más raro, quizá porque su estructura estaba orientada más localmente, o tal vez
porque estaban inspiradas por un nacionalismo más patente.8
Tan pronto como se ratificaba la decisión de los misioneros, éstos viajaban a
Sevilla —más tarde a Cádiz— o al Puerto de Santa María, a Jerez de la Frontera
o Sanlúcar de Barrameda, donde esperaban la autorización de la Casa de Con-
tratación para embarcar. También tenían que esperar el barco que iba a trans-
portarlos al Nuevo Mundo. Este período de espera podía durar casi un año, pero
finalmente, cuando la corona había pagado el billete de su travesía trasatlántica y
los costes de su manutención, los misioneros se hacían a la mar bajo el mando
del procurador que había viajado a Europa a reclutarlos. Una vez llegados a
puerto —y esto era algo que no se podía garantizar, pues tanto los naufragios
como la captura por parte de piratas eran riesgos muy reales—, se dividían entre
las casas religiosas de la provincia en cuestión. De esta forma se incorporaban a
la gran maquinaria político-eclesiástica de América: se habían convertido en
nuevos misioneros bajo el patronato de la corona de Castilla. El engranaje había
funcionado perfectamente.9
Desde la segunda mitad del siglo xvu encontramos una variante al menos en
lo que concierne a los franciscanos. En la península Ibérica se fundaron colegios
misioneros con la intención de formar jóvenes que desde el principio de su ca-
rrera religiosa planeaban trabajar en América o África. Un ejemplo era el céle-
bre colegio de Escomalbou, fundado en 1686 por el gran misionero de Nueva
España Antoni Llinás.
No tenemos estadísticas generales sobre el ritmo y volumen de estas expedi-
ciones para reclutar misioneros, pero sabemos que variaban según la época, se-
gún la orden, e incluso, según las diferentes provincias o divisiones dentro de
una orden. A veces, la expedición era para una sola provincia; otras veces, con-
ducida por un procurador o por varios, reclutaba personal para más de una pro-
vincia. Había provincias que enviaban una expedición de reclutamiento cada 3 o
5 años; en otros casos, la búsqueda de reclutas se hacía esporádicamente, siendo
en ocasiones innecesaria a medida que las provincias americanas de las órdenes
se iban criollizando.
La necesidad de un clero reclutado ¡ocalmente se reconoció desde fecha tem-
prana. Sin embargo, aunque los criollos se sumaban cada vez más a los peninsu-
lares, la Iglesia siguió contando con una presencia blanca abrumadora durante el
período colonial. Algunos intentos iniciales de crear un clero nativo (indio) para
Nueva España —por ejemplo, el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado
en 1536, y dirigido por los franciscanos para educar a los hijos de la aristocracia
indígena— produjeron tan magros resultados que parecían justificar cualquier
opinión derrotista al respecto. La mayoría de los frailes misioneros y de los pre-
lados diocesanos, profundamente etnocéntricos, adoptaron una posición absolu-
tamente negativa acerca de la cuestión de la aptitud de los indios para el sacer-
docio católico.
De esta forma se excluyó virtualmente a los indios de las sagradas órdenes,
aunque los cánones otorgados por los concilios provinciales y los sínodos dioce-
sanos nunca llegaron, gracias a la influencia del Concilio de Trento, a una nega-
tiva total y explícita de su ordenación. Los mestizos (mitad españoles, mitad in-
dios) estaban, de cualquier modo, en la mayoría de los casos excluidos de la
ordenación, por causa del impedimento que representaba su nacimiento ilegí-
timo. En 1576, el papa Gregorio XIII otorgó a los candidatos mestizos una dis-
pensa de este impedimento, teniendo en cuenta «la gran carencia de sacerdotes
que sepan la lengua indígena»; sin embargo, en la práctica, persistió la exclusión
y la vía que había abierto el papa siguió sin usarse. Ni la política general de la
Congregación para la Propagación de la Fe en Roma, a partir de 1622, ni la con-
dena de la continua exclusión de los indios y mestizos pronunciada por el Cole-
12. Sobre Las Casas, ver también Elliott, HALC, I, cap. 6, y II, cap. 1.
13. Fintan B. Warren, Vasco de Quiroga and his Pueblo Hospitals of Santa Fe, Washing-
LA IGLESIA CATÓLICA EN LA HISPANOAMÉRICA COLONIAL 197
CONSOLIDACIÓN DE LA IGLESIA
Hacia la primera mitad del siglo xvii, la Iglesia en todos sus aspectos (secular
y regular, clerical y laico) se había trasplantado de la península a las colonias
americanas. Después de 1620, por ejemplo, no se crearon nuevos obispados
hasta 1777. Las consignas en todos los sentidos eran estabilización y consolida-
ción. La Iglesia, en efecto, vivía entonces de las rentas procedentes del esfuerzo
que había hecho en el siglo xvi.
Sólo en un área específica se puede hablar de crecimiento: la fundación de
universidades. Si tenemos en cuenta que sólo dos universidades estatales (Ciu-
ton, D.C., 1963; M. Bataillon, «Utopia e colonizado», Revista de Historia, 100 (1974), pp.
387-398, y «Don Vasco de Quiroga, utopien», Moreana, 15 (1967), pp. 385-394.
14. Vicente Rodríguez Valencia, Santo Toribio de Mogrovejo, organizador y apóstol de
Sur-América, 2 vols., Madrid. 1956-1957.