Jessica Vidal - Saga Disfrutando de Un Millonario
Jessica Vidal - Saga Disfrutando de Un Millonario
Jessica Vidal - Saga Disfrutando de Un Millonario
Jessica Vidal
SINOPSIS
Luego de la noche apasionada que Sofía disfrutó junto con su jefe, Alex Carter, la situación
se había calmado y no habían vuelto a verse. Sofía regresó con su marido pero su mente
estaba en otro lado. A pesar de que su jefe ya no parecía estar interesado en ella, Sofía iba a
intentar volver a sentir a Alex dentro de su cuerpo.
Sometida por un Millonario
“¿Otra vez tienes que quedarte hasta tarde?”, me preguntó enojado mi marido por
teléfono.
Habían pasado solo cuatro días desde la noche en la que tuve sexo con Alex Carter,
mi jefe. Todas esas noches volví a quedarme luego del horario de oficina junto a él,
ayudándolo con informes y otras cosas. Pero en ninguna de esas noches volvió Alex a
intentarlo otra vez. En varias ocasiones vi como su mirada se desviaba por un segundo hacia
mi amplio escote, o como sus ojos se posaban sobre mis piernas expuestas. Sin embargo, a
pesar de que estuvimos solos por horas, lo único que hicimos era trabajar, tal como él me
había dicho que íbamos a hacer. Me había quedado tarde esas noches a trabajar pero yo estaba
esperando algo distinto.
Mi marido hacía bien en sospechar. Creo que si hubiese sabido quien era realmente
mi jefe, lo atractivo que era con su altura y sus músculos fuertes, entonces ahí sí mi marido
hubiera llegado a la conclusión de que estaba teniendo sexo todas las noches. Pero no fue así.
No sé exactamente como hubiera reaccionado si Alex hubiese intentado nuevamente
dominarme. El sexo que tuve con él fue el mejor de mi vida. No es que haya tenido tanta
experiencia, es verdad. A mis 26 años estuve casada con mi marido Mariano por cuatro largos
años. Lo había conocido en la universidad durante mis estudios. No era muy atractivo pero
era gracioso y me hacía sentir bien. Estábamos estudiando carreras distintas pero cada tanto
nos cruzábamos en la biblioteca o en alguna cafetería cercana. Nos casamos luego de un año
de novios. En ese momento era muy feliz, pero el tiempo hizo que nuestra relación fuera
declinando.
El sexo no era del mejor. Mariano tenía un tamaño normal de miembro pero nunca lo
pude disfrutar correctamente. Quizá era su técnica o el hecho de que nunca se preocupase por
ayudarme a alcanzar mi orgasmo. Pocas veces sus labios se posaron sobre mi entrepierna.
Con el paso de los años la frecuencia de sexo fue disminuyendo, poco a poco sin que yo lo
notara. Una vez por mes era ya demasiado para mí, que no disfrutaba ya de mi marido.
Es por eso que Alex logró conquistar mi cuerpo con tanta facilidad. Hacía tiempo que
mi cuerpo no experimentaba lo que mi jefe me permitió sentir esa noche. Quería volver a
sentirlo nuevamente dentro de mi cuerpo, quería sentir sus manos apretar mis senos y mi cola
y sus labios sobre los míos. Pero también recordaba que tenía marido y que lo que fantaseaba
con que sucediese estaba mal. Estaba poniéndome en una situación complicada, quedando
sola con un hombre que ya demostró que estaba interesado sexualmente en mí.
Alex me había pedido durante la tarde que me quedase otra noche más. Todavía
quedaba mucho trabajo por hacer, me dijo. Al avisarle por teléfono a mi marido, y escuchar
sus quejas y sospechas, comencé yo también a dudar. ¿No era peligroso lo que estaba
haciendo? Alex ya tuvo conmigo lo que quiso, me usó una vez y luego me dejó. Estaba
actuando como una estúpida, como una joven esperando que un muchacho le preste atención.
Era obvio que mi jefe no estaba interesado en tenerme nuevamente. Tuvo sus oportunidades
en varias noches y no volvió a intentarlo. Toda esta situación me estaba poniendo de mal
humor. Tenía que volver con mi marido, intentar recomponer nuestra relación. Si el sexo era
malo teníamos entonces que hablar y tratar encontrar una solución. Eso era lo que iba a hacer.
Al acercarse el fin de la jornada laboral, varios empleados comenzaron a dirigirse
hacia los ascensores para volver a sus hogares. Pensaba hacer lo mismo pero Alex ya me
había pedido que me quedase. Tenía entonces que ir y decirle que no iba a ser posible. Ya
me había quedado con él durante varias noches. Que consiga a otra persona para ayudarlo,
pensé. Alex tenía varios empleados a su disposición que podían hacer lo que quería que yo
hiciese. Quizá podría pedirle a una de esas mujeres atractivas que andaban por el edificio,
una mujer que podría usar para satisfacer sus necesidades sexuales una vez y luego ignorar
por siempre. Si, pensé. Le voy a decir eso.
Ya quedaban pocas personas en el piso cuando golpeé su puerta e ingresé a la oficina.
Estaba con mi bolso en mano, preparada para partir apenas le contase a mi jefe lo que había
decidido.
“Ven aquí Sofía,” me dijo. “Siéntate que tenemos mucho que hacer.”
“Lo siento,” le dije, mi voz titubeando, “no me voy a poder quedar esta noche.”
Se me quedó mirando y no me dijo nada.
“Creo que me no necesitas,” continúe. “Tú puedes hacer el trabajo sólo… o si no
puedes pedirle a alguien más –“
“¿Surgió acaso alguna emergencia?” me interrumpió.
“No, no es eso…” le dije.
“Entonces… si te entiendo bien, ¿estás diciendo que no vas a quedarte unas horas
extras trabajando porque no quieres hacerlo? ¿Es así de simple?”
“Creo que…” comencé a decirle pero Alex me interrumpió.
“¡Silencio!,” me gritó.
Alex se paró de un salto y se acercó a donde yo estaba. Se puso frente a mí y me miró
fijo a los ojos. Yo bajé la mirada inmediatamente. Sin duda que no me esperaba esta actitud
de su parte.
“Quizá te ha confundido mi pedido de quedarte tarde,” me dijo con una voz
controlada, tratando de contener la furia que podía sentir en su respiración agitada.
“No fue un pedido, Sofía, no,” continuó diciendo. “Fue una orden. Eres mi secretaria
y me tienes que obedecer. Es muy sencillo. Si yo te pido algo tú no puedes negarte. Creo que
fui demasiado bueno contigo. A partir de ahora ya no habrá más pedidos sino órdenes. No te
pediré si te puedes quedar tarde, sino que te ordenaré a que te quedes tarde.”
Mis ojos estaban frente a su pecho. No me animaba a levantar la mirada y enfrentarlo.
Podía ver como su amplio pecho se levantaba y hundía al ritmo de su respiración.
“¿Sabes cuantas mujeres desearían estar en tu lugar?,” volvió a decir. “¿Sabes cuantas
mujeres quisieran ser mi secretaria?”
No le contesté pero creo que no estaba buscando una respuesta. Muchas, supuse. Yo
debía sentirme afortunada. Alex Carter, millonario, atractivo, figura en ascenso en la
empresa, favorito para suceder al CEO en cuestión de tiempo. Si, sabía que no tendría que
haberme negado a su pedido, a su orden. No quería perder este puesto.
“Perdón…” comencé a decir, con algo de lagrimas en los ojos, “perdón Alex… Sr
Carter. Me voy a quedar, me voy a quedar.”
“Espero que esta situación no se repita,” me dijo y volvió a su sillón.
Mi jefe tenía razón. Estaba actuando como una ingrata. Esa era una oportunidad única
que muchas otras mujeres desearían tener. Lo que había sucedido esa noche no volvió a
repetirse. El Sr. Carter actúo con profesionalismo desde entonces. Quizá fue sólo un error,
un momento de calentura del cual mi jefe ahora se había arrepentido. Pasó una vez y no
volvería a pasar de nuevo. Tenía un matrimonio que respetar, un marido que me esperaba en
casa. Sólo tenía que pasar unas horas extras con mi jefe y luego volvería a casa y con mi
marido. Si, pensé, tenía que volver con él.
Nos acercamos a una mesa y nos sentamos frente a frente y comenzamos a trabajar
en el proyecto. Analizamos los números y preparamos informes para determinar la viabilidad
del producto. Era un trabajo aburrido pero necesario. Fue estúpido de mi parte pensar en no
ayudarlo; sin duda el Sr. Carter necesitaba mi ayuda. No era una simple secretaria, tenía
conocimientos de contabilidad y administración que me resultaron útiles durante esas horas
extras. No llegué a esta posición por mi capacidad de atender teléfonos y tomar mensajes.
No, pensaba, me lo había ganado y no lo abandonaría tan fácil.
En una ocasión durante esas horas de trabajo vi como mi jefe me miró el escote por
varios segundos. Tenía pechos grandes y no tenía pudor en mostrarlos. Por un momento vi
en sus ojos una mirada de deseo pero rápidamente el Sr. Carter bajó la mirada y volvió a
posarla sobre sus papeles. Pensé que iba a abalanzarse sobre mí para poder tocar con sus
manos mis senos, pero eso no sucedió.
Continuamos trabajando como si no hubiera pasado nada. Quizá realmente no había
pasado nada. Quizá todo fue un producto de mi mente cansada. No sabía muy bien que me
estaba pasando.
El Sr. Carter estaba usando una camisa ajustada. Tenía un cuerpo atlético, con bíceps
grandes y una espalda ancha. Podía notar todo eso estando sentada frente a él. No era
necesario recordar lo que había sucedido esa noche.
Me acerqué a mi jefe y le mostré los números de un informe. Mientras lo hacía incliné
mi cuerpo hacia delante y apoyé mis pechos sobre su hombro. Fue un accidente. Al menos
eso creo.
“¿Qué crees que estás haciendo?” me preguntó.
“Te estoy mostrando–“
“No, maldita sea,” grito interrumpiéndome.
Se levantó de un salto y tomó mis brazos con fuerza.
“¿Piensas que no me doy cuenta de lo que estás haciendo?,” me dijo con su rostro a
centímetros del mío. “¿Crees que me puedes calentar con ese escote, con esas tetas y que yo
no voy a hacer nada?” “Tienes un marido, ¿verdad?” ¡Maldito idiota! ¿Quién se cree que es
como para andar recordarme a mi marido?
“Tenía un marido cuando me penetraste, pero ahí no te molesto, ¿no?“
“Eso… fue un error. No tendría que haber pasado,” me dijo, ahora algo más calmo.
“¿Yo fui un error? ¿Me usaste una vez y ya todo tendría que volver a la normalidad?”
“Eres mi secretaria, no deberíamos haberlo hecho.”
“¿Por qué haces entonces que me quede todas estas noches?” le pregunté.
“Necesito tu ayuda…” me dijo.
“Si, claro…,” le contesté.
“¿Quieres que te pida disculpas por lo que sucedió esa noche?” me preguntó. “No lo
pienso hacer. No me arrepiento de lo que hice. Pero no lo volveré a repetir. Eres una buena
secretaria y te necesito. Tú tienes un marido y tienes que volver con él.”
Yo estaba fuera de control, enojada por la forma en que me había seducido y
dominado esa noche, por cómo me había ignorado las noches siguientes como si ya no le
interesara más. Usarme y desecharme como si fuera una prostituta barata.
“Idiota,” le dije y comencé a golpearlo en el pecho. “Hiciste que engañase a mi marido
y ahora me ignoras. No puedes tratarme de esa forma. ¿Quién te crees que eres?”
Alex me dio vuelta y me tomó con sus fuertes brazos en un abrazo del que no pude
escapar. Al sentir su bulto tocar mi cola, comencé a girarla para poder sentirlo otra vez. Su
miembro no estaba duro pero podía notar como estaba creciendo gracias al contacto con mi
cuerpo.
“¿Es esto lo que quieres?,” me preguntó al sentir como mi cola se refregaba por su
miembro.
“No,” le mentí y seguí moviéndome.
“¿Es por esto que estás tan histérica?” me preguntó.
“¡No estoy histérica, idiota!” le grité.
Alex reaccionó apretando con más fuerza sus brazos alrededor de mi cuerpo y
apoyando su miembro en mi cola.
“Eres una irrespetuosa,” me dijo. “¿Quieres que te la meta dentro de nuevo? ¿Es así
como te vas a tranquilizar?”
“No quiero eso. Tu mismo lo has dicho. Yo fui un error, algo que nunca tendría
pasado.”
“No dije que tu hayas sido un error,” me dijo con calma. “Dije que lo que hicimos fue
un error. Tendría que haber mantenido un trato profesional contigo.”
“Me sedujiste en el primer día de trabajo,” le dije. “Tendrías que haberte esforzado
más entonces y controlar tus impulsos sexuales.”
Alex agarró mi cuerpo y me empujó contra su escritorio. Pensé que lo iba a hacer,
que lo volvería a sentir dentro de mí. Que se bajaría los pantalones, sacaría a respirar a su
miembro bien duro y que me lo insertaría por detrás sin piedad, atacando mi vagina con toda
su ira. Pero eso no sucedió.
Mi jefe me levantó la falda sobre la cintura y me golpeó con su mano mi nalga
derecha. Estaba usando unas bragas de color rojo que dejaban casi toda mi cola expuesta.
“¡Ay!” grité de dolor. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Puso una mano sobre mi espalda y presionó con fuerza para que no me levantase del
escritorio.
“¡Ay!” grité otra vez. Alex me había golpeado con más fuerza nuevamente.
“Necesitas aprender a comportarte,” me dijo. “Unas buenas nalgadas te harán bien.”
Sentí como sus robustas manos volvían a tomar contacto con mi cola.
“¡No!” le dije pero me ignoró. Siguió dándome nalgadas una y otra vez, alternando
de vez en cuando la nalga, a veces la derecha, a veces la izquierda. Sentí un ardor doloroso
en mi cola. Sus golpes no tenían piedad conmigo. A Alex no le importaba que yo estuviese
gimiendo de dolor.
“Tu actitud tiene que mejorar si quieres seguir trabajando conmigo,” me dijo entre
nalgadas. “Espero que aprendas a respetarme.”
Perdí la cuenta de cuantas veces su mano se posó sobre mi cola. Más de veinte con
seguridad. El dolor era uno que nunca había sentido antes, y menos aún en mi cola. Sabía
que sus manos iban a dejar una marca que iba a durar días. Una muestra para que recuerde
quien era mi jefe cada vez que me desnudara o que me sentara y sintiese dolor.
Sus nalgadas comenzaron a acelerase y mi respiración cada vez era más agitada.
Continué gimiendo hasta que sentí una sensación en mi entrepierna que no me estaba
esperando. No podía ser, pensé. No ahora. Sentí como mi corazón se aceleraba y como el
interior de mi vagina se contraía.
“Ahhhhh….” grité al llegar al clímax. Había tenía un orgasmo, sin que me penetrasen
o que me tocasen el clítoris. Esperaba que Alex no lo hubiese notado, que pensase que estaba
sufriendo de dolor y no de placer.
Alex se detuvo por un instante con sus nalgadas y su mano comenzó a acariciar mis
nalgas. Temí por un momento que eso era solo una pausa en su castigo pero no fue así.
Continuó moviendo su mano ondulante en mis dos nalgas, trayendo algo de alivio a mi
cuerpo. Se sentía bien lo que hacía y ayudó a calmarme.
Comencé a gemir de placer con sus toques. Yo quería algo más que Alex no estaba
dispuesto a darme. Me tuve que conformar con sus manos. Alex notó mis gemidos y movió
su mano hacia mi entrepierna. Puso dos dedos sobre mis bragas y pudo notar que estaba
mojada. Yo ya lo sospechaba.
“Estoy algo sorprendido…” me dijo. “¿Disfrutaste de mi castigo?”
“No,” le dije. Era verdad. O al menos eso creía. Sus nalgadas todavía me seguían
doliendo. El dolor que sentí no quería volver a sentirlo nunca más. Pero sin embargo estaba
mojada y podía sentir algo de placer en mi entrepierna. Estaba algo confundida. No podía ser
posible que haya disfrutado de sus nalgadas.
“Y sin embargo tu cuerpo dice lo contrario,” me dijo. “Mmm… interesante.”
No le contesté. No sabía que decirle. También yo pensé que era interesante lo que me
había pasado. El dolor que me generó placer. No tenía sentido, y sin embargo, era lo que
había sucedido.
Alex me dejó de tomar con la mano y pude levantarme del escritorio. Me puse frente
a él, mirándolo a los ojos. Todavía seguía caliente por lo que había sucedido. Las nalgadas
me vinieron bien, ahora me sentía mejor. Mi ira por su maltrato estas últimas noches había
desaparecido.
Me arrodillé frente a él y puse mis manos sobre su cintura. No quería que diese media
vuelta y se alejase de mí. Sabía que lo que iba a hacer estaba mal. Yo tenía un marido y Alex
quería mantener nuestra relación profesional. Muchas carreras y familias fueron destruidas
por affaires en la oficina. Era estúpido lo que estaba haciendo pero mi jefe no me detuvo. El
también estaba caliente, si acaso el bulto en sus pantalones indicaba algo. Su miembro estaba
tratando de salir de ahí dentro y yo pensaba ayudarlo.
Volví mi mirada hacia arriba y lo miré a los ojos. El también me estaba mirando,
aunque no a los ojos sino a mi escote. Tenía una buena vista desde ahí arriba de mis pechos.
Puse una mano en su cinturón y lo desabroché. Luego desabotoné su pantalón y bajé la
cremallera. Lo hice rápido todo esto, sin darle tiempo de pensar y detenerme.
Ya faltaba poco para poder reencontrarme con su miembro. Tomé sus calzoncillos
del elástico y se los bajé. Creo que se formó una leve sonrisa en mi rostro. Estaba contenta.
Volví a ver a un viejo amigo. Estaba tan grande como lo recordaba. Le di un beso en la cabeza
como una especie de saludo. Alex gimió y supe que le había gustado.
Aquella noche con Alex yo no lo había probado. Alex me la había metido en la vagina
sin darme la oportunidad de saborearlo. Hoy yo tenía el control de la situación. Puse una
mano sobre la base de su miembro. Pude sentir el aroma de su masculinidad y eso me calentó
aún más. Comencé lentamente a mover mi mano arriba abajo sobre su miembro, aunque sin
llegar a la punta. No, pensé, la punta es para mi boca.
Abrí la boca y lo tragué dentro. No sólo era largo sino también ancho. Ya lo sabía
cuando lo había sentido dentro mío y ahora lo pude confirmar en mi boca. Con mi lengua le
di unas lamidas a su cabeza y sentí sus gemidos nuevamente. Solté mi mano de su miembro
y puse ambas en su cadera. Iba a intentar tragarlo todo. Sabía que no era fácil pero lo iba a
intentar. Se lo merecía por tenerla tan grande.
Comencé ingresando unos pocos centímetros, tal vez la mitad, cuando Alex puso su
mano detrás de mi cabeza y empujó con fuerza su miembro. Había perdido la paciencia y
decidió tomar control de la situación. Los últimos centímetros iban a ser los más difíciles,
por lo que hacía bien mi jefe en ayudarme. Su respiración y sus gemidos comenzaban a tomar
velocidad con cada centímetro que ingresaba dentro de mi boca. Podía sentir el calor de su
miembro y estaba segura que él podía sentir mi humedad en su erección.
Sentí como, luego de mucho esfuerzo de mi parte y de la suya, Alex tocó fondo. Había
llegado a mi garganta y yo ya no podía dar mucho más de mí. Era momento de comenzar con
la diversión. Manteniendo su mano en mi cabeza, Alex comenzó a retirar su erección de mi
boca pero no por completo. Mi lengua continuaba lamiendo su cabeza y su miembro cada
vez que podía. Alex volvió a meter su miembro hasta el fondo y volvió a retirarlo, una y otra
vez. Mis manos se apoyaban en su cadera para ayudarlo en la penetración de mi boca.
Alex comenzó a gruñir y sabía que faltaba poco. Lo iba a probar por primera vez.
Alex no me preguntó si quería que acabase dentro de mi boca porque creo que sabía cuál era
la respuesta. O quizá no le importaba mi opinión. Era mejor que acabar en mi cara o en mis
pechos. Tenía aún que volver con mi marido y no podía ensuciarme. No se me cruzó por la
mente que Alex acabase en el suelo. Eso era ridículo; su semen no podía desperdiciarse de
esa forma.
Alex lanzó un grito animal y sentí varios chorros de semen salir de su miembro. El
primero tocó mi garganta y fue directo a mi estómago. Los siguientes tuvieron menos
potencia por lo que pude saborearlos dentro de mi boca. Su semen era salado pero me gustó.
Alex pasó su mano por mi cabello antes de soltarme.
Mientras Alex se vestía yo me levanté en silencio. Estaba satisfecha. Logré lo que
una parte de mí había estado esperando por varias noches. Pero nuevamente mi cerebro tomó
control y recordé a mi marido, un marido al quien había prometido fidelidad y con quien
pocas horas antes me había prometido volver a intentarlo para recuperar nuestra relación. Era
increíble como la presencia de Alex logró que engañara otra vez a mi marido. La primera vez
pude justificarme y pensar en que había sido mi jefe quien me sedujo y usó mi cuerpo. Pero
hoy la situación era distinta. Yo me arrodille frente a él sin que me lo pidiese ni ordenase.
Yo, por mi propia voluntad, me postré frente a su cuerpo para admirar su miembro.
Alex me había dicho que no quiso que lo que pasó esa noche se volviese a repetir.
Sabía que había tenido un momento de calentura. Todos en la empresa sabían la debilidad
que tenía mi jefe por los grandes pechos. Cuando comencé a trabajar con Alex me había
vestido prestando especial atención a mi escote. Quería causarle una buena primera
impresión. No me pude llegar a imaginar que lo iba a calentar tanto que no tuvo otro remedio
que tomarme en sus brazos, empujarme sobre el escritorio y penetrarme desde atrás.
“Es demasiado arriesgado que sigamos viendo en la oficina después de horas,” me
dijo. “La gente habla y los rumores son peligrosos.”
Sabía que tenía razón. No quería arruinar su carrera ni tampoco yo quería causar
problemas con la mía. Estos últimos días había notado ciertas miradas y murmullos por parte
de las otras mujeres que trabajan conmigo que me dejaron algo perpleja. Había pensado que
tal vez me estaban observando porque era nueva en el piso pero ahora me di cuenta que podía
ser otra cosa. Seguramente estaban hablando de lo sospechoso que era que me quedase tarde
junto con Alex cuando todos los demás empleados regresaban a sus hogares. ¿Qué podía
estar haciendo una mujer como yo durante la noche junto con un hombre atractivo como
Alex?
Alex me pasó una lapicera y un trozo de papel. “Anota tu numero de móvil” me dijo.
¿Fue un pedido o una orden? ¿Acaso eso importaba?
Anoté mi número tal como me pidió y le devolví el papel. Lo tomó y lo guardo en el
bolsillo de su pantalón.
“Ya es suficiente por esta noche,” dijo y se marchó hacia el ascensor sin esperar por
mí.
Me quedé unos segundos esperando, haciendo tiempo acomodando objetos dentro de
mi bolso. Cuando escuché llegar el ascensor y luego como se cerraban las puertas sabía que
era momento de volver con mi marido. Se habían acabado por fin las noches en la oficina.
Ya no nos íbamos a volver a ver nuevamente después de horas. La duda que tenía ahora era
si Alex pensaba hacer algo con mi número. No era la primera vez que un hombre conseguía
mi número para después nunca llamarme. Quizá lo hizo para quitarme de encima, para que
no me pusiese “histérica” como él me había dicho. Quizá era lo mejor así. O quizá Alex me
llame un día de estos cuando yo esté en mi casa con mi marido y ahí tendré que decidir si
quedarme en mi hogar o ir a encontrarme nuevamente con Alex.
Agradecimientos
Gracias por haber leído Sometida por un Millonario, la continuación del relato
Dominada por un Millonario. Espero que lo hayan disfrutado.
Si todavía no han leído otros de mis libros, les recomiendo que lo hagan. A
continuación podrán leer algunos extractos de mis otros relatos. Si les interesa, podrán
adquirirlos a través de los enlaces en la tienda de Amazon.com o Amazon.es o sino a través
de la tienda Kindle en su lector digital.
Seduciendo a mi ex, por Jessica Vidal
Estaba en el gimnasio haciendo mi rutina de ejercicios cuando, a través de uno de los
tantos espejos, observé a Lucas, mi ex novio: alto, atractivo, con una espalda ancha y
músculos definidos. No sabía que él también venía a este gimnasio. Nunca antes desde
nuestra separación nos habíamos visto de nuevo. Hacía ya casi un año que nos habíamos
separado pero yo no lo olvidaba, a pesar de lo que pasó esa maldita tarde de verano.
Ese día había salido temprano de mi trabajo y, al no saber qué hacer con el resto de
la tarde, decidí visitarlo y sorprenderlo. Fui hasta su casa, abrí la puerta con la copia de la
llave que él me había dado unos pocos meses atrás y entré. Lo primero que pude ver fueron
unos jeans tirados en el suelo en el medio de la sala. No me sorprendió demasiado. Lucas no
era muy prolijo por lo que ver algún objeto por el suelo o en un lugar donde no correspondiese
era perfectamente normal.
Sin embargo, eso no era lo único que me llamó la atención. Escuché unos gruñidos y
gemidos, algo tenues, que prevenían de su habitación. Lo primero que pensé fue que estaba
mirando una porno. Se había quitado los jeans en la sala y luego habría ido a su habitación
para jugar con su miembro. Nunca antes lo había descubierto haciéndolo pero sabía que, a
pesar de su constante negativa, Lucas miraba porno. No tenía problemas con ello. Yo no era
una mujer celosa. Estaba segura de mi misma. Lucas podía mirar todo el porno que quisiera,
siempre y cuando me prestase la suficiente atención sexual a mí.
Comencé a caminar a través del pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación. Lo
hice en silencio. Ya me imaginaba la cara de sorpresa y vergüenza que tendría Lucas al
verme. Yo, sin embargo, le diría con una sonrisa seductora algo así como que para que esta
mirando una porno cuando me puede tener a mí. Luego comenzaría a quitarme la ropa y
Lucas dejaría de mirar la pantalla para prestar su total atención a mi cuerpo. Lucas me tomaría
con sus fuertes abrazos, me empujaría sobre la cama y me usaría para satisfacer sus deseos
sexuales. Esa era mi idea.
Al acercarme a la habitación los gemidos de placer eran cada vez más fuertes. Vacilé
por un instante. No parecían provenir del televisor. Abrí con cuidado la puerta y mi corazón
se partió en un instante. Ahí podía ver a Lucas, mi novio por dos años, acostado sobre la
cama. Sobre él, montándolo, estaba Vicky, mi amiga de la infancia. Podía reconocer su largo
cabello pelirrojo y su pequeño tatuaje en la cintura. Vicky estaba gimiendo de placer, saltando
arriba y abajo con el miembro de mi novio dentro de ella. Sus manos estaban apoyadas sobre
el pecho de Lucas, quien estaba con los ojos cerrados, tomando a mi amiga de la cintura.
Seducida por el Amigo de mi Novio, por Jessica Vidal
En cualquier otra ocasión estaría gritando de placer, pero con Alex me tenía que
cuidarse. Mi novio estaba ahí cerca. Dormido. Cualquier ruido podría levantarlo. Si me
escuchase gritar seguramente vendría corriendo pensando que estoy en peligro. Sin embargo,
hubiera visto como su amigo estaba usando a su novia y como su propia novia estaba
disfrutando a su amigo.
Alex seguía tocándome los pezones cuando sentí su aliento en mi cuello y noté que
comenzó a besarme. Estaba cada vez más caliente. Alex estaba tocando todos los botones
necesarios para que pierda el control. Era increíble, pensé, que un hombre que apenas me
conocía por unas pocas horas sepa más de mi cuerpo que mi novio de hace tres años. Mi
novio querido que nunca le dio demasiada importancia a mis pezones, pensando quizá que
solo servían para amamantar.
Mi respiración estaba cada vez más agitada. El placer que sentía con sus pellizcos,
sus besos y su miembro erecto apoyando mi cola era indescriptible.
“Ahhh…” gemí, más fuerte que lo hubiera querido.
Alex dejó de tocarme mis pechos y de besar mi cuello. Sabía que era el momento en
que esto había terminado. Alex seguramente tenía miedo de que su amigo lo descubriese.
Quizá por un momento su cerebro tomó control de su cuerpo y se dio cuenta de que hacer lo
que estaba haciendo conmigo estaba mal. Tendría que haber tenido más cuidado con mis
gemidos, pensé. Sin embargo, Alex tenía otra idea en mente.
Tentada por mis Amigos, por Jessica Vidal
Diego tomó mi cuello con su mano y orientó mi cabeza hacia la suya. Sus labios se
acercaron a los míos y nos besamos. Su lengua trató de entrar dentro de mi boca pero dude
en dejarlo. Quizá ya es demasiado tarde para resistirme. Abrí un poco los labios y Diego
entró dentro, con ansias, sin esperar permiso. Nuestras lenguas se encontraron por primera
vez desde que lo conocí a Diego cuando éramos pequeños. Nunca pensé que llegaría a este
momento de mi vida, besando a uno de mis mejores amigos.
Mientras Diego me besaba, Marcos no se quedó quieto sino que siguió tocándome la
pierna con su mano. Trataba de meter su mano en mi entrepierna pero no lo dejé. Estaba
yendo muy rápido. Marcos se dio cuenta de mi resistencia y, en cambio, subió su mano y me
tocó el abdomen. Levantó la camiseta que estaba usando y tocó mi piel con sus fuertes manos.
Sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo. Me gustaba como se sentía su mano sobre mí y lo dejé
seguir con su manoseo.
Diego, por su parte, dejó de besarme la boca por un instante y volvió su atención
nuevamente sobre mi cuello. Mi respiración se aceleraba con cada uno de sus avances sobre
mi cuerpo. Mi cuello era uno de mis puntos débiles. Me volvía loca cuando me besaban ahí.
No tuve que decírselo a Diego; él ya lo sabía al escuchar los gemidos de placer cada vez que
me besaba en el cuello.
Marcos, con una mano en mi abdomen, movió su otra mano a mis pechos. Tenía un
escote amplio que le permitía a mi viejo amigo observar mis senos. Sin embargo, Marcos no
estaba interesado en mirar, sino que quería sentirme con sus manos. Puso su mano sobre mis
pechos por sobre la camiseta y comenzó a masajearlos con fuerza con sus robustas manos.