Ministerio de Reconciliación

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Ministerio de reconciliación

3 Una invitación V Los corintios debían defender el apostolado de Pablo.V.14,15 Una


invitación a Morir.V.16 Nuestra percepción no es según criterios humanos.

4 Ministerio de reconciliación 5:11-6:13


¿Qué es reconciliación?Paz con Dios.5:16, 17,18,19 Para vivir reconciliado, Dios demanda
una nueva vida.V.18 ¿Es el hombre quien reconcilia con Dios?V.19 Dios estaba en Cristo
reconciliando

5 La reconciliaciónLa reconciliación incluyó la decisión de no tomar en cuenta a los


hombres sus pecados (v. 19).La reconciliación incluyó la decisión de enviar a Cristo a
tomar nuestro lugar (v.21)La reconciliación incluyó la decisión de encargar a personas la
oferta de reconciliación (v. 19).La reconciliación incluyó la decisión de invitar a las
personas a la reconciliación (v. 20). (somo embajadores de Cristo)La reconciliación debe ir
mas allá de un concepto teológico

6 Al que no conoció pecado, lo hizo pecado v.21


21. Porque a él que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él. (Reina Valera 1865)(1) que Cristo fue tratado
como pecador en su propia persona (1 Jn. 3:5; 1 Ped. 2:22; Heb. 4:15; 7:26)(2) que Cristo
se identificó con el pecado en su encarnación (Rom 8:3)(3) que Cristo llegó a ser sacrificio
por el pecado. Isaías 53:10Hechos Justicia de Dios en él

7 3 imagenesLos cap. 5 y 6 es una serie de exhortaciones que involucran 3 imágenes:1-


Embajadores 5.202- Colaboradores 6.13- Ministros 6.4 – 7:1

8 La llegada de Tito 2:-1-11; 2:14-7:4;


Buenas noticias! Los corintios han entendido la carta y los ha movido a un arrepentimiento
genuino.La tristeza de Dios que produce arrepentimiento. (8-11)Pablo se siente orgulloso
de los corintios (13-16)

9 Corinto cap.8 Macedonia como ejemplo


El año pasado ustedes fueron los primerosTito un ministro de confianza (16-24)Voluntario
(Accedió ir voluntariamente v.17)Escogido por las iglesias para llevar la ofrenda
(19)Procuraban hacer lo correcto en la administración de la ofrenda (20,21)

10 Acaya Cap. 9Fueron ejemplo para macedonia (son mi orgullo, se lo he mencionado a


los macedonios (1,2)Les envío a estos hermanos (8:16,17La matemática de Dios

11 Defensa del apostolado

12 Cap. 10 Los enemigos de Pablo:


Tímido en persona, pero atrevido a la distancia 1-6Juzgan según las apariencias (v.7)Por
cartas es duro, en persona es débil y un mal orador.Se alababan a si mismo

13 Los super apóstoles y las credenciales de Pablo Cap.11


No es espiritual (10:2-3)No tiene el estatus y la “presencia de un apóstol”(10:7)Su
presencia es débil (10:10)No recibe dinero de la iglesia de Corinto, antes bien es un obrero
artesanal de la plaza de mercado(11:7-8)Dicen ellos que no ha tenido experiencias
espirituales (12:3y 12)Es tosco en el hablar (11:6)No cumple su palabra (1:17)
14 Cap. 13ExposiciónCierre de la carta

15 Muchas gracias por soportar al maestro

La responsabilidad de la predicación puede expresarse de varias maneras. Es la tarea de


alimentar al rebaño, de edificar a los santos, de esclarecer y defender la fe, de difundir y
extender el reino de Dios en la tierra o una entre varias otras funciones sumamente
vitales y significativas. Eclipsando y aun abarcando todas estas razones para la
predicación está, no obstante, la filosofía contenida en la declaración de Pablo en 2
Corintios 5:19, donde sucintamente clasifica sus labores como ministro de la
reconciliación. Reconciliar es volver a poner en armonía, reajustar, restaurar la amistad.
Así pues, Pablo ve el ministerio como un gran intento hecho mediante hombres,
especialmente escogidos para la tarea de llevar al hombre a la armonía, compañerismo y
aceptación de la voluntad y el favor de Dios. La versión Ecuménica, en su traducción
del versículo 19 dice: “Puso en nosotros el mensaje de la reconciliación”. Y la Valera
revisada: “Nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. Ambas sustentan la
idea de un embajador que busca lograr el entendimiento y la paz entre el gobierno que
representa y el pueblo al que ha sido enviado. Utilizando este punto de vista como
filosofía del acto de la predicación, vamos a hacer notar los tres llamamientos
necesarios a la razón que deben ser constantemente proclamados por el agente o
predicador si desea que sus labores sean oportunas y efectivas.

La necesidad

El primer llamamiento es el de la necesidad de reconciliación del hombre. El pecado, a


semejanza de una ola gigantesca, no sólo ha separado al hombre de su Dios, dejándolo
libre de las amarras del amor divino, sino que lo ha arrojado lejos de la seguridad de la
costa; y cuanto más lejos está el hombre de Dios tanto más abatido y corrompido se
vuelve, y tanto más intensas son las tinieblas. Completando el cuadro está la
incapacidad del hombre para hallar el camino de regreso a Dios. No se puede corregir a
sí mismo. Se da cuenta del aprieto en que se encuentra. Contempla su paraíso perdido.
Siente su impotencia mientras busca ocultarse de las violentas fuerzas de una naturaleza
enardecida, mientras trata febrilmente de fortificar el muelle de su sociedad que se
derrumba, mientras combate frenéticamente para mantenerse con vida y sin embargo se
siente siempre empujado hacia el hueco del sepulcro insaciable. Todo plan de factura
humana ha fracasado en su intento de invertir la dirección. La humanidad, metida en el
pantano, no puede levantarse ni salir de allí por sus propios medios. El pedido de rescate
es evidente que requiere un poder infinitamente superior al que posee el hombre mortal,
víctima del pecado.

El instrumento

Tal es la situación apremiante del hombre. Tal es su necesidad profunda y permanente.


Y en el contexto de esta necesidad es donde debemos introducir el segundo paso de
nuestro llamamiento en la predicación —familiarizar al hombre con el instrumento de
Dios para la reconciliación. Pablo dice en el ver sículo 18 de 2 Corintios 5 que Dios
“nos reconcilió consigo mismo por Cristo”. Juan presenta así este instrumento de
restauración:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en
el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha
sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. “Y
aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1, 14).

Notemos que estos versículos nos presentan diversos aspectos iluminadores de Cristo.
En primer lugar, Juan lo llama el Verbo, o el “logos”, de Dios. El término “logos”
indica una completa integración de identidad, como las palabras de uno son parte o
representación de uno mismo. Y para construir una imagen más detallada, Juan declara
la eternidad de Cristo —“en el principio”; su asociación —“era con Dios”; y su
naturaleza divina —era Dios. Y es aquí, en el asunto de la naturaleza de Cristo, donde
nos enfrentamos con el enigma real del misterio de la piedad. Porque el Dios divino,
preexistente, eterno, fue hecho “carne, y habitó entre nosotros”. Jesús había de ser tanto
pleno logos como plena carne a fin de cumplir su misión. Había de ser tan humano
como Adán o no podría haber constituido un ejemplo para la raza humana en materia de
obediencia y sufrimiento. Había de ser logos, porque sólo alguien que estuviese
íntimamente relacionado con el Padre podía vindicar su carácter, revelar su amor y
satisfacer las exigencias de la ley. El Legislador debía morir por el transgresor. Sólo
entonces entenderían los ángeles y los mundos no caídos. Sólo entonces quedarían
totalmente desenmascarados Satanás y sus huestes. Sólo entonces Dios estaría
justificado para perdonar al hombre y concederle una segunda oportunidad.

Los resultados

Habiendo considerado la necesidad de reconciliación y el instrumento para eso, lo


haremos ahora con otro importante elemento del cumplimiento de esa responsabilidad.
Es la revelación consecuente de los resultados de la reconciliación. La versión
Ecuménica dice: “El estaba en el mundo y el mundo fue hecho por medio de él; pero el
mundo no lo conoció. El vino a los suyos [a su dominio, creación, cosas, mundo], y los
suyos no le recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, a aquellos que creen en su
nombre, les dio potestad [poder, privilegio, derecho], de llegar a ser hijos de Dios”
(Juan 1:10-12).

La gloriosa obra de la reconciliación consiste en que todos los fieles y obedientes


seguidores de Cristo se convierten en miembros adoptivos de la familia celestial y por lo
tanto herederos y recipientes de los beneficios que naturalmente se les otorgan a todos
los hijos de Dios. Esos beneficios son concedidos en dos niveles: la paz mental y la
seguridad en la vida presente, y los gozos de la vida eterna en el regreso del Señor. La
reconciliación transforma la confusión en orden, las tinieblas en luz, la frustración en
paz y lo que es más, hace de la muerte un sueño del cual los justos despertarán a las
bellezas del paraíso restaurado. Esto es lo que el hombre necesita conocer.

Cada cultura y cada época ha construido su propio bote filosófico en el cual el hombre
espera sobrevivir a la correntada de la muerte. Naciones y generaciones han surgido y
desaparecido, dejando tras sí un laberinto de mito y folklore como intento de
desentrañar el futuro. Hubo sistemas muy elaborados concebidos por brillantes
pensadores. Estallaron cruzadas y revoluciones y las masas fueron inspiradas por
hombres que pronunciaron luminosas promesas de una vida futura. Pero el cristianismo
y sólo el cristianismo puede mostrar una tumba abierta y afirmar con resolución un
criterio consecuente, lógico y fundamentado del más allá; consecuente porque ha
sobrevivido a los estragos de los siglos; lógico porque armoniza con el relato completo
que la Biblia presenta de la creación, la caída y la redención; y fundamentado por el
ciclo de vida-muerte-vida de la naturaleza en sus estaciones, sus mareas, su vegetación
y sobre todo por la muerte y resurrección de Cristo para el cumplimiento de las
profecías de la Palabra.

Un relato de reconciliación

Todo predicador debiera disponer de un arsenal de casos mediante los cuales pueda
ilustrar el proceso de la reconciliación. Uno de mis favoritos es aquel de los jóvenes que
se casaron durante la década de 1920 pero que tuvieron que separarse poco después
debido a un descuido legal por parte del joven esposo. Él era nativo de una de las islas
británicas del Caribe y se le había permitido estar en los Estados Unidos dentro de los
términos (muy estrictos) de una visa de estudiante, que él violó. Cuando se hizo
necesario trabajar para atender a su esposa y a su hijito que había nacido durante el
primer año de matrimonio, la pareja fue separada por ley, habiendo hecho vida familiar
menos de dos años. El hombre fue obligado a volver a su islita natal y comenzar otra
vez los trámites de reingreso en los Estados Unidos.

Lo que se pensaba que sería una ausencia temporaria se transformó, sin embargo, en una
real pesadilla de frustración y angustia cuando una maniobra legal tras otra resultaron en
una estrafalaria secuencia de circunstancias políticas y diplomáticas. Los meses se
prolongaron en años y después de casi una década, el tráfico de cartas que al principio
habían intercambiado se redujo y finalmente cesó. Ambas partes buscaron la felicidad
en matrimonios subsiguientes, los que, al fracasar, parecían indicar la absolución final y
completa de la unión de ambos. No obstante, la esperanza de la reconciliación nunca
murió del todo en el corazón de la esposa y madre, y con la ayuda de familiares de los
Estados Unidos pudo establecer nuevamente correspondencia con el hombre al que
hacía más de 30 años que no veía. Habiendo reanudado el contacto, ella hizo entonces
con sacrificio un viaje de miles de kilómetros para visitar a su ex marido en la isla
donde vivía. Allí, en las playas arenosas de aquella isla, esas dos personas avivaron la
chispa del amor que una vez habían conocido, y cuando ella volvió a su hogar, lo hizo
con la promesa de una reunión y reconciliación.

Después de varios meses de arreglo de cuestiones legales y personales el esposo regresó


a los Estados Unidos y se hizo efectiva la restauración de esta unión. Es un caso
verídico en el que, luego de un largo período de frustración, esas dos personas pudieron
reanudar su relación y reconstruir su felicidad, su paraíso perdido. Conozco bien el caso
porque esas dos personas son mis padres, y en su insólita experiencia he visto una clara
representación de la reconciliación de la humanidad perdida con su Creador.

La felicidad del hombre y de Dios fue trastornada en el Edén por la desobediencia a la


ley y la humanidad quedó aislada, alejada, restringida de la compañía de Dios. La caída
fue seguida por siglo tras siglo de frustración y pena y separación para las que no había
recurso legal. No obstante Dios en su corazón de amor suspiraba por nuestra
recuperación y luego de 4.000 años de pecado envió a su Hijo —su agente de
reconciliación— para efectuar nuestra restauración. “Dios es quien en Cristo estaba
reconciliando consigo el mundo” (2 Cor. 5: 19, VE).
“La Deidad plena —dice Wuest— obraba en el Hijo. Cuando él vino a nuestras playas
descubrió apenas un pálido reflejo de la imagen de las criaturas que había hecho 4.000
años antes, pero nos llenó de amor, y a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser
restaurados o transformados en hijos de Dios. Ahora ha regresado a su hogar para
completar sus trámites legales, pero pronto se han de realizar las bodas del Cordero, la
restauración final”.

¿Qué sucederá?

¿Qué sucederá cuando la predicación esté unida al repaso o repetición de estos aspectos
primarios del ministerio de la reconciliación?

1. Estaremos siempre a salvo de la trampa de predicar opiniones en lugar de noticias. El


Evangelio es la buena noticia, pero podemos predicarlo como tal sólo cuando estamos
dominados por el concepto de la esperanza y el propósito de la restauración-
reconciliación. Los criterios teológicos, las opiniones religiosas, aun los puntos de vista
denominacionales no conmueven ni sacuden a los hombres con la realidad de sus
pecados, pero el Evangelio lo hará.

2. Veremos nueva vida en nuestra predicación, no una mera animación nacida de


expresar algo vital. Esto también se acrecentará, pero más que eso, veremos un poder
vivificante renovado —el poder vinculador, impulsor de Dios. Otra vez, valiéndonos de
la versión Ecuménica leemos en Juan 1:4, 5: “En él estaba la vida, y esta vida era la luz
de los hombres; y esta luz resplandece en las tinieblas”.

Los griegos y judíos helenistas de antaño llamaron kerigma a las maravillas de la vida
de Cristo, y cuando predicaban el kerigma afirmaban predicar los poderosos hechos de
Dios en Cristo. Así perpetuaron ellos esos hechos en sus efectos, y así, mediante los
agentes divinos de la reconciliación todavía hoy esas obras continúan. Sí, mediante
nosotros la luz sigue brillando.

Este pensamiento, de que la predicación pretende reeditar las mismas obras de Jesús, es
lo que Gene Bartlet llama acertadamente “la audacia de la predicación”. Pero el énfasis
no se pone aquí sobre un poder o avivamiento que nos dará más miembros en la iglesia,
sino sobre uno que nos dará mejores miembros. Tenemos suficiente cantidad de
miembros legalistas, con justicia propia, autosuficientes, con opiniones muy propias,
literalistas, pero faltos del Espíritu; gente que arranca y mordisquea las hojas de la
justicia, muy segura de su asiento en el reino, pero que nunca ha visto o realmente
aceptado la semejanza de Cristo y los elementos de disposición y condición del corazón
como la suprema esencia de la religión; gente que no usaría plumas porque el
arrancárselas dañaría al ave, pero se comerá el ave; gente cuyos vestidos son largos pero
cuya paciencia es corta; gente que censura el uso del anillo como malo pero que
fomenta las camarillas o círculos (anillos) políticos y sociales en nuestras iglesias.

La ridícula inconsecuencia del presumido legalismo constituye tal vez el mayor desafío
actual para el ministro del Evangelio y nuestra única esperanza de reavivar al rebaño
con una piedad verdaderamente lógica, amante y abnegada radica en la predicación de
lo que a menudo hemos fallado en predicar y que sin embargo debiera haber sido el
motivo supremo de todos nuestros esfuerzos: El ministerio evangélico de la
reconciliación.

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