Ministerio de Reconciliación
Ministerio de Reconciliación
Ministerio de Reconciliación
La necesidad
El instrumento
Notemos que estos versículos nos presentan diversos aspectos iluminadores de Cristo.
En primer lugar, Juan lo llama el Verbo, o el “logos”, de Dios. El término “logos”
indica una completa integración de identidad, como las palabras de uno son parte o
representación de uno mismo. Y para construir una imagen más detallada, Juan declara
la eternidad de Cristo —“en el principio”; su asociación —“era con Dios”; y su
naturaleza divina —era Dios. Y es aquí, en el asunto de la naturaleza de Cristo, donde
nos enfrentamos con el enigma real del misterio de la piedad. Porque el Dios divino,
preexistente, eterno, fue hecho “carne, y habitó entre nosotros”. Jesús había de ser tanto
pleno logos como plena carne a fin de cumplir su misión. Había de ser tan humano
como Adán o no podría haber constituido un ejemplo para la raza humana en materia de
obediencia y sufrimiento. Había de ser logos, porque sólo alguien que estuviese
íntimamente relacionado con el Padre podía vindicar su carácter, revelar su amor y
satisfacer las exigencias de la ley. El Legislador debía morir por el transgresor. Sólo
entonces entenderían los ángeles y los mundos no caídos. Sólo entonces quedarían
totalmente desenmascarados Satanás y sus huestes. Sólo entonces Dios estaría
justificado para perdonar al hombre y concederle una segunda oportunidad.
Los resultados
Cada cultura y cada época ha construido su propio bote filosófico en el cual el hombre
espera sobrevivir a la correntada de la muerte. Naciones y generaciones han surgido y
desaparecido, dejando tras sí un laberinto de mito y folklore como intento de
desentrañar el futuro. Hubo sistemas muy elaborados concebidos por brillantes
pensadores. Estallaron cruzadas y revoluciones y las masas fueron inspiradas por
hombres que pronunciaron luminosas promesas de una vida futura. Pero el cristianismo
y sólo el cristianismo puede mostrar una tumba abierta y afirmar con resolución un
criterio consecuente, lógico y fundamentado del más allá; consecuente porque ha
sobrevivido a los estragos de los siglos; lógico porque armoniza con el relato completo
que la Biblia presenta de la creación, la caída y la redención; y fundamentado por el
ciclo de vida-muerte-vida de la naturaleza en sus estaciones, sus mareas, su vegetación
y sobre todo por la muerte y resurrección de Cristo para el cumplimiento de las
profecías de la Palabra.
Un relato de reconciliación
Todo predicador debiera disponer de un arsenal de casos mediante los cuales pueda
ilustrar el proceso de la reconciliación. Uno de mis favoritos es aquel de los jóvenes que
se casaron durante la década de 1920 pero que tuvieron que separarse poco después
debido a un descuido legal por parte del joven esposo. Él era nativo de una de las islas
británicas del Caribe y se le había permitido estar en los Estados Unidos dentro de los
términos (muy estrictos) de una visa de estudiante, que él violó. Cuando se hizo
necesario trabajar para atender a su esposa y a su hijito que había nacido durante el
primer año de matrimonio, la pareja fue separada por ley, habiendo hecho vida familiar
menos de dos años. El hombre fue obligado a volver a su islita natal y comenzar otra
vez los trámites de reingreso en los Estados Unidos.
Lo que se pensaba que sería una ausencia temporaria se transformó, sin embargo, en una
real pesadilla de frustración y angustia cuando una maniobra legal tras otra resultaron en
una estrafalaria secuencia de circunstancias políticas y diplomáticas. Los meses se
prolongaron en años y después de casi una década, el tráfico de cartas que al principio
habían intercambiado se redujo y finalmente cesó. Ambas partes buscaron la felicidad
en matrimonios subsiguientes, los que, al fracasar, parecían indicar la absolución final y
completa de la unión de ambos. No obstante, la esperanza de la reconciliación nunca
murió del todo en el corazón de la esposa y madre, y con la ayuda de familiares de los
Estados Unidos pudo establecer nuevamente correspondencia con el hombre al que
hacía más de 30 años que no veía. Habiendo reanudado el contacto, ella hizo entonces
con sacrificio un viaje de miles de kilómetros para visitar a su ex marido en la isla
donde vivía. Allí, en las playas arenosas de aquella isla, esas dos personas avivaron la
chispa del amor que una vez habían conocido, y cuando ella volvió a su hogar, lo hizo
con la promesa de una reunión y reconciliación.
¿Qué sucederá?
¿Qué sucederá cuando la predicación esté unida al repaso o repetición de estos aspectos
primarios del ministerio de la reconciliación?
Los griegos y judíos helenistas de antaño llamaron kerigma a las maravillas de la vida
de Cristo, y cuando predicaban el kerigma afirmaban predicar los poderosos hechos de
Dios en Cristo. Así perpetuaron ellos esos hechos en sus efectos, y así, mediante los
agentes divinos de la reconciliación todavía hoy esas obras continúan. Sí, mediante
nosotros la luz sigue brillando.
Este pensamiento, de que la predicación pretende reeditar las mismas obras de Jesús, es
lo que Gene Bartlet llama acertadamente “la audacia de la predicación”. Pero el énfasis
no se pone aquí sobre un poder o avivamiento que nos dará más miembros en la iglesia,
sino sobre uno que nos dará mejores miembros. Tenemos suficiente cantidad de
miembros legalistas, con justicia propia, autosuficientes, con opiniones muy propias,
literalistas, pero faltos del Espíritu; gente que arranca y mordisquea las hojas de la
justicia, muy segura de su asiento en el reino, pero que nunca ha visto o realmente
aceptado la semejanza de Cristo y los elementos de disposición y condición del corazón
como la suprema esencia de la religión; gente que no usaría plumas porque el
arrancárselas dañaría al ave, pero se comerá el ave; gente cuyos vestidos son largos pero
cuya paciencia es corta; gente que censura el uso del anillo como malo pero que
fomenta las camarillas o círculos (anillos) políticos y sociales en nuestras iglesias.
La ridícula inconsecuencia del presumido legalismo constituye tal vez el mayor desafío
actual para el ministro del Evangelio y nuestra única esperanza de reavivar al rebaño
con una piedad verdaderamente lógica, amante y abnegada radica en la predicación de
lo que a menudo hemos fallado en predicar y que sin embargo debiera haber sido el
motivo supremo de todos nuestros esfuerzos: El ministerio evangélico de la
reconciliación.