Capítulo V - EL ESTADO PROVINCIAL
Capítulo V - EL ESTADO PROVINCIAL
Capítulo V - EL ESTADO PROVINCIAL
I. ELEMENTOS CONSTITUTIVOS
1. Población
En general, no hay en nuestro país rasgos peculiares de relevancia que puedan
individualizar al pueblo de una provincia respecto de otra.
Si existen comunidades indígenas dentro de los territorios provinciales, con sus
peculiaridades, costumbres, cultura y, en determinados casos, con su propia lengua.
La reforma constitucional nacional del año 1994 ha tratado de preservar la identidad de
los pueblos indígenas y los señalados aspectos culturales. Asimismo, se ha previsto el
reconocimiento de la personería jurídica y la posesión y propiedad comunitaria de las
tierras que tradicionalmente ocupan. También se prevé la entrega de otras tierras aptas y
suficientes para el desarrollo humano, pero se impide su enajenación, transferencia y
gravámenes.
Se asegura, asimismo, la participación de los pueblos indígenas en la participación en la
gestión de sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten.
El reconocimiento de la identidad y derecho a una educación bilingüe e intercultural,
juntamente con los demás derechos precedentemente señalados, han sido impuestos por
el art. 75, inc. 17, CN, como atribución del Congreso Nacional, pero en el último párrafo se
indica que las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones.
La propiedad comunitaria se instituye entre la propiedad pública atribuida a la titularidad
del Estado provincial y la propiedad privada de los particulares. De esta forma, los
denominados pueblos indígenas con asentamientos particulares plantean nuevos
problemas jurídicos a los Estados provinciales, que sustituyen a los que originariamente se
había concebido como cuestiones relativas a las estructuras del Estado.
El estudio poblacional hacía referencia a las cuestiones relacionadas con la voluntad y
capacidad política del pueblo y su personalidad. Desde esta perspectiva, los Estados
provinciales no tienen una singularidad que pueda destacarse, por lo que su estudio es
materia del derecho político y constitucional.
Desde otro lugar puede destacarse que el elemento poblacional también hace
referencia a los habitantes, que son quienes, con cierto carácter de permanencia, viven en
el territorio provincial.
Estos pueden ser ciudadanos, expresión que comprende a los nacionales por
nacimiento, por opción o por naturalización, y extranjeros.
Los nacionales y los extranjeros gozan de los mismos derechos civiles. La Constitución
Nacional, en su art. 20, otorga a estos todos los derechos civiles del ciudadano, y el art. 8°
establece que los ciudadanos de cada provincia gozan de todos los derechos, privilegios e
inmunidades inherentes a dicho título en los demás Estados.
La regulación de los derechos civiles de los habitantes y el dictado de las leyes
generales sobre naturalización y ciudadanía es competencia del gobierno federal.
Las provincias, en cambio, se han reservado atribuciones para legislar sobre el ejercicio
de los derechos políticos, y es así como han requerido determinado número de años de
ciudadanía o de residencia para ejercer determinadas funciones. En el orden municipal
han otorgado derechos políticos a los extranjeros que satisfagan ciertas condiciones.
Sin embargo, el art. 20, CN, confiere derecho a obtener la nacionalización, por residir
dos años continuos en la Nación, y aun les da la posibilidad de obtenerla antes de ese
término al acreditar servicios a la República. De esta manera, el extranjero puede
fácilmente convertirse en ciudadano, salvando cualquier impedimento que las provincias
hayan establecido para el ejercicio de los derechos políticos.
De todas maneras, creemos que los problemas que plantea la población en su relación
con el Estado comprenden aspectos más complejos que el que pueda darse entre
ciudadanos y extranjeros.
Este aspecto está en la creencia de que por tener nuestra población un estilo de vida
europeo, debe seguir los designios de aquellos países, en la convicción de que lo europeo
representa el progreso y la cultura, y que lo nacional y americano solo podrá tener valor en
la medida en que se aproxime imitativamente a aquello.
No se trata de negar las realizaciones y aportes provenientes de Europa, sino tratar de
alcanzar tal vez parecidos objetivos, pero buscándolos en las diferencias.
Solo mediante un esfuerzo creativo la población podrá dejar de ser un simple
conglomerado, para constituir una comunidad solidaria, con aptitud sensible para el
tratamiento de las cuestiones que plantea la problemática estatal.
Entre ellas, tal vez la más acuciante, es la comprensión y aplicación del sistema
republicano, impuesto por el art. 5°, CN.
La periodicidad de las funciones, que dé paso a la renovación de los gobiernos, la
publicidad de todos los actos en su exacta determinación, el control entre los poderes, sin
que puedan admitirse argumentos contrarios basados en la zona de reserva de la
administración o del Poder Legislativo, o las cuestiones políticas no justiciables, para
impedir el control.
La responsabilidad de todos los miembros que integran el gobierno es otro de los
aspectos que debe cumplirse plenamente, pero más que en busca de castigo, en causar
ejemplaridad en el conjunto social, y en mostrar que el acatamiento a la ley se cumple
desde arriba hacia abajo.
2. Territorio
El espacio territorial de las provincias tiene su significación en cuanto forma parte de
una organización federal.
Si bien este elemento puede también favorecer u obstaculizar la actividad política de la
población, no tiene, sin embargo, la envergadura como para producir efectos
determinantes.
Por ello es que el auge y desarrollo de la geopolítica, en cuanto estrategia para el
autoabastecimiento y la defensa, queda limitada por las relaciones que pueden generar los
Estados miembros de un mismo Estado federal.
Las interrelaciones que en esta materia pueden producir mayor tensión están referidas
a la garantía integral del territorio, que puede ser afectada por cuestiones de límites o por
la cesión de parte del territorio, todo lo cual se tratará más adelante.
3. Poder
Herman Heller(390) señala que "dos cosas son necesarias para la clara comprensión del
poder del Estado como unidad de acción engendrada por varios factores: no debe ser
concebida como un ente fantástico que existe independientemente de quienes la producen
y fuera de ella, y sin embargo ha de ser diferenciada claramente de todas las actividades
particulares que la crean".
El término "poder" ha sido impropiamente utilizado en la Constitución Nacional y en
todas las constituciones provinciales que la siguen —Poder Legislativo, Poder Judicial,
Poder Ejecutivo—, porque en realidad se trata de mencionar a órganos que tienen
diversos cometidos y que para cumplirlos ponen en ejecución el poder del Estado.
El poder, enseña Bidart Campos(391), "no es un sustantivo sino un verbo sustantivado,
que encierra, por lo tanto, no una idea completa, sino una idea de medio y relación".
Se ha dicho, y se repite como slogan, que el poder es uno, que no se divide, sino que lo
que se divide son las funciones.
Para tan contundente afirmación no se da sin embargo argumento alguno, y pareciera
que ella surge en forma indubitable de la percepción de la totalidad de un objeto
denominado poder.
Pero no hay nada en el mundo que dé datos o elementos para individualizar el poder. El
poder no es un objeto percibido, sino un objeto construido, construido por el lenguaje.
Siendo ello así, habría que pedir una cierta coherencia en la elaboración de los
conceptos y las propiedades que se le asignan. Se admite que las funciones y la
competencia se dividen, y que genéricamente son distintas las que se le otorga a uno u
otro órgano del Estado. Las funciones y la competencia pertenecen al mismo orden que el
concepto poder, por lo que corresponde ponderar esta circunstancia en su cabal
significación. Siendo así, y teniendo en cuenta que se trata de objetos construidos, el
poder, como la función y la competencia, tienen la misma naturaleza formal, por lo que del
mismo modo en que se divide la función y la competencia, también se divide el poder.
El poder es el imperium, fuerza o coacción del Estado que se hace efectivo en
cualquiera de los órganos donde este desenvuelve su actividad.
El poder del Estado se realiza por medio de una organización establecida por el
derecho.
Es la Constitución provincial la que le atribuye al órgano legislativo, al ejecutivo y al
judicial, un poder distinto y diferenciado, como son diferenciadas las funciones que se le
asignan a cada uno de esos órganos.
La estructura orgánico-institucional se actualiza por medio del órgano individuo, que
ejerce el poder en forma individual o colegiada y con las modalidades e intensidad
coercitiva, que se corresponda con la función que le haya sido atribuida.
Es conveniente detenernos en un aspecto esencial que es la limitación del poder. El
estado provincial, según se ha afirmado, ha sido organizado por la Constitución Nacional y
las Constituciones provinciales, bajo la forma representativa, republicana y federal, con las
observaciones que se hicieran respecto de la diferencia entre estado y gobierno.
Todo el sistema, a su vez, debe estar de acuerdo con los principios, declaraciones y
garantías de la Constitución Nacional.
La forma republicana es también reiterada por el art. 5°, pero lo hace de manera más
imperativa y bajo condiciones, ya que de su cumplimiento depende que se les garantice a
las provincias el goce de sus instituciones.
Más aún, resulta de tanta gravedad el sistema republicano, que su desconocimiento
autoriza al gobierno federal a intervenir en los territorios de las provincias para garantizar
la forma republicana (art. 6°).
La enunciación empleada, forma republicana de gobierno, es muy escueta y de escasa
significación conceptual, pero ha sido la doctrina y la jurisprudencia las que han
desarrollado su contenido.
Así, se ha indicado que el régimen republicano comprende: la división de poderes, la
elección popular de los gobernantes, temporalidad del ejercicio o renovación periódica,
publicidad de los actos de gobierno, responsabilidad de los gobernantes y la igualdad ante
la ley.
De todos esos enunciados, solo se tratarán la división de poderes y la temporalidad o
renovación periódica, por ser estos los aspectos más críticos y menos cumplidos a pesar
de la gran importancia que tienen en el orden institucional.
Tanto uno como el otro, que están destinados al control de los actos de los gobernantes
y a limitar el tiempo del ejercicio de sus mandatos, tienen un sustrato común, puesto que
en definitiva su finalidad es la limitación del poder.
Para la limitación del poder es esencial la teoría de la división de poderes, además de
prohibición de las reelecciones indefinidas.
Fue Charles de Secondat, más conocido como Montesquieu, quien, al estudiar el
funcionamiento del sistema inglés elaboró su conocida doctrina, que realizó su estudio
sobre los denominados poderes del Estado, con base en el funcionamiento de la
monarquía inglesa, donde todos los atributos del Estado estaban concentrados en el rey.
Por ello es que en muchas oportunidades el poder, el órgano y la función se empleaban
como términos intercambiables.
La teoría de Montesquieu se impone por sí misma y aporta criterios esenciales. Ayudará
a comprender esta doctrina, los fundamentos que en su momento daba el citado autor,
quien había advertido que todo hombre que tiene poder tiende a abusar de él y avanza y
llega hasta donde encuentra límites.
Por ello proponía, como cuestión sustantiva, la necesidad de controlar al poder, para lo
cual y como aspecto adjetivo, sostenía que era necesario la división de los poderes, pero
como condición para que el poder pueda controlar al poder
En relación con el elemento orgánico del poder, se considera para el caso la estructura
del Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
El Ejecutivo es un órgano unipersonal, según así lo afirma la mayoría de la doctrina,
constituido por una sola persona que se elige por elección popular. Tiene una estructura
piramidal, en la que los órganos subordinados actúan en los actos que son preparatorios
de la voluntad de quien tiene la potestad decisoria, el presidente de la Nación, el
gobernador, salvo las delegaciones que estos pudieran hacer.
El Legislativo es un órgano colegiado y a veces complejo, esto es cuando está
compuesto por dos Cámaras. Sus miembros también son elegidos por elección popular, en
forma directa y por distritos seccionales o en forma conjunta.
La decisión no la tiene ninguno de sus miembros en particular, sino la Cámara
respectiva que debe decidir de acuerdo con las mayorías que establece la Constitución, la
ley y el reglamento.
Esto es importante destacarlo por las prácticas legislativas, porque, en general, cada
uno de los miembros vota de acuerdo con el bloque al que pertenece, aunque como se
verá en la mayoría de los casos, sus decisiones ya han sido resueltas por fuera del mismo
órgano y luego convalidadas por este.
Pero como quedó expresado, lo que cuenta institucionalmente son los votos, con
independencia de las pertenencias partidarias de quienes lo emitieran.
Téngase en cuenta el gran poder que tiene el órgano legislativo considerado en su
unidad, puesto que no habrá posibilidad alguna que se sancione una norma, o que esta se
mantenga en el tiempo o que se modifique, sin que dicho órgano preste su conformidad.
Con respecto al órgano jurisdiccional, generalmente en el ámbito federal y provincial,
tiene como principio de su organización y funcionamiento la independencia, que tanto es
independencia interna, esto es entre los niveles que lo integran, como independencia hacia
fuera, respecto de los otros poderes.
De todas maneras, para una mejor concentración, el tema se circunscribe a la relación
órgano legislativo-ejecutivo.
Sobre esos órganos, hay que destacar muy especialmente lo que había expresado
Montesquieu, quien afirmaba que la función legislativa no puede recaer sobre las mismas
personas del Ejecutivo y viceversa.
Se consideraba, entonces, que, si se mantenía esta separación orgánica a través de la
integración con miembros distintos, el control se encontraba asegurado.
Esa modalidad, sin embargo, solo se cumple aparentemente como más adelante se
pondrá de manifiesto, ya que las prácticas legislativas indican otra cosa.
Las funciones son las actividades o competencia asignada a cada uno de los órganos
que integran el Estado.
Se consideraba que mediante la equilibrada adjudicación de funciones entre el Ejecutivo
y Legislativo, se mantenía la independencia entre ellos. A esta independencia se le
otorgaba un valor por sí mismo.
Esta clasificación y adjudicación de funciones se trató de realizar mediante distintas
alternativas. Una de ellas fue tener en cuenta los procedimientos que cada órgano debía
seguir para emitir su decisión.
El Ejecutivo lo hace mediante un acto que tiene fundamentos —una cierta derivación
razonada del derecho— y parte dispositiva, todo resuelto por una sola voluntad, el titular
del órgano ejecutivo, sin perjuicio del refrendo por el ministro del ramo.
El Legislativo, en cambio, lo realiza a través de la deliberación del cuerpo que es
colegiado, y el acto legislativo tiene también una parte dispositiva y los fundamentos de la
norma, que son los que surgen de la discusión parlamentaria que se encuentran
consignados en las actas que se labran en cada sesión, como asimismo quedan
registrados en los Diarios de Sesiones.
En no pocos casos, el reparto de competencias ha sido asignado con la pretensión de
mantener el equilibrio de los poderes, o, en asuntos de mayor gravedad, se los ha dejado
a cargo del cuerpo legislativo a donde, se dice, está la más amplia representación de la
voluntad popular.
Como puede advertirse, ha sido bastante complejo diferenciar las funciones ejecutivas
de las legislativas, puesto que debía consolidarse la división y el equilibrio de las funciones
y en un segundo plano se consideraba el control entre ellos.
El Legislativo y Ejecutivo desarrollan sus actividades dentro del ámbito que cada uno
tiene asignado, y lo hacen desde un aspecto puramente formal ya que en el aspecto
sustancial se soslaya una cuestión trascendente. Esto es que cada órgano y todos a la
vez, deben interactuar entre sí mediante relaciones de colaboración y de control recíproco,
según los casos.
Tan desconocida es esta actividad de control, que en doctrina y numerosas
resoluciones judiciales han quedado impresas como axiomas que se difunden sin ninguna
consideración ulterior, las siguientes expresiones: cada uno de los órganos que integran
los poderes del Estado no pueden interferir en los otros sin violentar el principio de división
de poderes; cada órgano, en el ejercicio de sus funciones, es soberano a la hora de
interpretar la Constitución; la zona de reserva de la administración o de la legislación no
puede ser revisada por ningún otro órgano; las cuestiones políticas son materias que no
pueden ser revisadas por el Poder Judicial, etcétera.
De estas expresiones surge claramente que la interpretación que se le daba a la
división entre los órganos no estaba orientada al control de un órgano sobre otro, sino solo
a la independencia de los poderes.
Ninguna de estas determinaciones encuentra sustento en el denominado principio de
división y equilibrio de poderes, en su correcta versión y mejor interpretación. En cualquier
discusión que se siga al respecto, solo podrá admitirse aquella que se relacione con el
control del poder
Para nosotros, el núcleo central de la teoría de Montesquieu es la que en forma expresa
y contundente afirma que es necesario que, por la disposición de las cosas, el poder
detenga al poder, esto es que el poder controle al poder.
Cuando se le da prioridad a la división y equilibrio de los poderes por sobre el control,
se invierte el orden jerárquico de los conceptos y la doctrina de Montesquieu queda
totalmente desvirtuada.
Cuando el Poder Legislativo está unido al Poder Ejecutivo en la misma persona o en el
mismo cuerpo de personas, no hay libertad, decía el gran autor.
Sin embargo, actualmente se advierte que la praxis política actúa con otras finalidades,
y que las lealtades se dan con los funcionarios y dirigentes que están en condiciones de
promover, mantener o hacer designaciones en los cargos políticos.
Los órganos legislativos han sido anulados en su facultad decisoria, ya que la
designación de las autoridades de la Cámara de Diputados es realizada desde fuera de su
propia organización, lo mismo ocurrió con las presidencias de los bloques políticos, con la
integración y presidencia de las Comisiones, aunque lógicamente, posteriormente fueron
votados por las Cámaras respectivas.
En no pocas oportunidades el Poder Ejecutivo hizo de la centralización, del
pensamiento único y personalista, una práctica insoslayable, ya que, mediante directivas
imperativas, determinaba los asuntos a tratar, los que serían aprobados o rechazados. Se
hizo tabula rasa de la división de poderes, que impedía a su vez todo control sobre el
Ejecutivo
Para el tratamiento de las leyes de responsabilidad fiscal, entre otras, fue más allá aún,
y trató con los gobernadores de provincia, para que estos, a su vez, influyeran en forma
determinante en los legisladores nacionales para que aprobaran los proyectos del
Ejecutivo nacional.
Estos últimos cumplieron una actividad que para ellos era habitual y naturalizada.
Desde hace tiempo se escuchaba decir a gobernadores: he puesto a mis legisladores a
disposición del Ejecutivo nacional; ya les he impartido las instrucciones para que obren en
consecuencia; mis legisladores van a dar quórum, comprometo el voto positivo de mis
diputados, etc. Todas esas expresiones aberrantes y producto de un pensamiento
abstruso, curiosamente, no fueron cuestionadas ni siquiera por los propios legisladores,
que deberían defender su atribución-deber, esto es, resolver por sí mismos.
De lo expresado, surge claramente que la división de poderes se cumple solo en la
formalidad, pero se conoce que sustancialmente no se practica.
En cuanto a la periodicidad de las funciones, es un principio derivado de la forma
republicana, arts. 1° y 5° de la Constitución Nacional que también deben respetar las
provincias. Con ello se tiende a evitar la perpetuidad en el cargo público electivo.
Pero en nuestra realidad se advierte en algunas provincias una reelección indefinida de
los gobernadores, que ha sido muy poco debatida y menos cuestionada. En algún atisbo
de defensa a la reelección en los cargos electivos, se ha traído a consideración el mandato
de la soberanía popular, como una preeminencia jerárquica por sobre cualquier otro
estatuto constitucional.
Ya se ha señalado que la limitación del poder tiene un rango superior, pero, además, no
se llega a la renovación del mandato por el solo triunfo electoral, sino que para que este se
alcance se recurre al empleo ilegal e inconstitucional de los instrumentos del Estado, que
se utilizan con desviación de poder.
Desde que es candidato a gobernador, es este quien decide los que serán los
candidatos a legisladores nacionales, provinciales, órganos de control y todo otro cargo
provincial. El mismo candidato es quien decidirá también la permanencia, destitución o la
renovación de los demás funcionarios.
La perpetuación en el cargo de los mandatarios de las provincias, ya sea en aquellas
que pueden tener una reelección indefinida, por dos períodos o con un intervalo
intermedio, es una constante en el ámbito provincial. En no pocos casos, el periodo
intermedio es cubierto por la esposa, por un hermano o por un socio, y es por ello que
permanecen en actividad la mayoría de los mismos funcionarios.
El ejemplo extremo lo tiene la provincia de Formosa, con un gobernador que desde el
año 1995 está en funciones y permanecerá en el cargo hasta el año 2025.
De esa forma, todo el mecanismo de control se hace imposible y, por tanto, como se
expresó anteriormente, la responsabilidad de los funcionarios por los hechos cometidos
durante el ejercicio de su mandato queda vaciado de contenido.
En consecuencia, los arts. 1° y 5° de la Constitución Nacional, que aluden al control del
poder y a la responsabilidad de los funcionarios, no se cumple.
La doctrina de los poderes del Estado no puede ser limitada a la sola enunciación
académica y quedar circunscripta a la teorización de la respectiva problemática, sino que
debe atender también a la praxis política y especialmente a las sistemáticas violaciones de
los principios, derechos y valores que hacen a la esencia de un gobierno democrático y
esencialmente republicano.
II. AUTONOMÍA
Como hemos dejado establecido, las provincias son Estados que tienen los mismos
elementos que el Estado federal, solo que en algunos de ellos se advierten modalidades
específicas.
Por ser el nuestro un Estado federativo, debe distinguirse la soberanía atribuida al
Estado federal de la autonomía reservada a las provincias.
Ha sostenido Carre de Malberg, citado por Rossetti(392), que por soberanía "hay que
entender que en la esfera en que su autoridad es llamada a ejercerse, posee una potestad
que no depende de ningún otro poder y que no puede ser igualada por ningún otro poder".
Siguiendo parecido concepto y basándose en la Constitución suiza de 1874,
Zavalia(393) sostenía que las provincias también eran Estados soberanos. Decía el art. 3° de
la mencionada Constitución: "Los cantones suizos son soberanos en todo aquello que su
soberanía no se halle limitada por la Constitución federal". Sin embargo, el mismo autor
recuerda que Matienzo atribuía a Mitre haber expresado: "He sido defensor de la
soberanía de las provincias y que ahora se llama autonomía. Yo mismo introduje la
palabra "autonomía" para reemplazarla a aquella, a fin de que no se equivocaran las
provincias sobre el alcance de su jurisdicción".
Comienza así una diferenciación en el alcance de los términos y en su propia
significación.
La soberanía alude a la organización general, con prescindencia de las divisiones
orgánicas internas.
En el orden internacional es donde manifiesta en plenitud la unidad del Estado y en
donde encontraba justificación el poder soberano, pero en el ámbito interno este mismo
Estado federal —gobierno federal— ya no puede ejercer esta potestad suprema en su
relación con las provincias.
Sin embargo, la soberanía ya no tiene el mismo contenido. La interrelación permanente
entre los Estados, los innumerables acuerdos, declaraciones, pactos y tratados, han
modificado sustancialmente la soberanía a tal punto que no pocos tratadistas han
anunciado su desaparición.
Tampoco el art. 31 le otorga mayor jerarquía al Estado federal que a los Estados
provinciales. Dicho artículo establece un orden de prelación de las normas, pero no
adjudica preeminencia al primero sobre los segundos.
La jerarquía superior es de la Constitución de la Nación, por lo que tienen igual rango
las disposiciones de los arts. 31 y 50, como las previsiones contenidas en los arts. 121,
122, 123 y 124, que imponen la autonomía institucional de las provincias.
La supremacía de la Constitución significa que todas las normas que ella contiene
constituyen el fundamento y la base de todo el orden jurídico-político del Estado. A ella
deben conformarse no solo las autoridades de las provincias, sino también las del gobierno
federal.
La autonomía es un concepto político comprensivo de la más amplia descentralización
del Estado.
Uno de los autores que con más amplia significación se ha referido a ella es González
Calderón(394). Ha sostenido que "la autonomía es el poder efectivo de organizar el gobierno
local en las condiciones de la Constitución de la República, dándose las instituciones
adecuadas al efecto, rigiéndose por ellas, exclusivas de elegir sus autoridades públicas,
independientemente del gobierno federal, de regular el desempeño de sus funciones, en la
capacidad, finalmente, de desarrollar dentro de su territorio el imperio jurisdiccional por
leyes y otros estatutos, con relación a todo asunto no comprendido entre los que la
Constitución ha acordado al gobierno nacional y en los de facultad concurrente que les
incumbe".
Las normas de la Constitución que dan fundamento a los conceptos anteriormente
señalados, establecen que las provincias conservan todo el poder no delegado por la
Constitución al gobierno federal (art. 121); se dan sus propias instituciones locales y se
rigen por ellas, eligen a sus gobernadores, a sus legisladores y a los demás funcionarios,
sin intervención del gobierno federal (art. 122), y se dictan su propia Constitución,
aseguran la autonomía institucional y reglan su contenido y alcance en el orden
institucional, político, administrativo, económico y financiero (art. 123).
En nuestro sistema federal, la autonomía es la potestad de las provincias para darse
sus propias normas constitutivas y regirse por ellas, con independencia del gobierno
federal, pero reconociendo las condiciones impuestas por la Constitución de la Nación, la
cual ha limitado, en ese aspecto, el poder constituyente originario de las provincias.
III. EL TERRITORIO PROVINCIAL
1. Crítica
Creemos necesario destacar que no se ha puesto suficiente énfasis en la búsqueda de
una interpretación que tienda a limitar las distorsiones producidas en la materia o, en su
caso, señalar los aspectos de la norma que han posibilitado la alteración del sistema.
En la necesidad de responder adecuadamente a las cuestiones planteadas,
analizaremos los antecedentes y las causales de la intervención federal.
5. Cuestiones políticas
Los tribunales se han referido a las cuestiones políticas como causas no justiciables.
La exclusión del control jurisdiccional de las cuestiones políticas vulnera la garantía de
la defensa en juicio (art. 18), y el art. 116, que otorga a la Corte Suprema de Justicia de la
Nación y demás tribunales inferiores el conocimiento y decisión de las controversias sobre
los puntos regidos por la Constitución.
Además, cabe advertir que en general los fallos sobre tales asuntos no rechazan
liminarmente estas causas sino después de darle tramite a fin de verificar si las normas o
actos impugnados son o no constitucionales.
Agustín Gordillo(396) al comentar los fallos aludidos, y en especial al hacer referencia a la
sentencia recaída con motivo de la declaración del estado de sitio, sostiene que para la
Corte Suprema las medidas dictadas en virtud del estado de sitio "son privativas del Poder
Ejecutivo y, en principio, no se hallan sujetas a revisión judicial, ya que el modo como el
Poder Ejecutivo ejercita facultades privativas, no está sujeto al contralor del Poder
Judicial...", salvo las francas transgresiones a los límites que la Constitución le fija y en
cuanto estas puedan exigir el restablecimiento de derechos y garantías confiados a su
función.
Es decir que las cuestiones de esta naturaleza solo excepcionalmente son controladas
por el Poder Judicial. Pero como ya hemos dicho, no hay un rechazo sin el previo análisis,
por lo que la invalidación de las normas y actos se producirá cuando "mediare transgresión
franca y ostensible a los límites trazados por la Ley Fundamental".
No obstante ello, la negativa reiterada de la Corte para intervenir en esta materia ha
dejado desprotegidas a las provincias y sometidas a las decisiones políticas del Congreso
y del Poder Ejecutivo, según los casos, sin posibilidad de ejercer control alguno sobre sus
determinaciones.
Ello ha incidido para que algunas provincias hayan previsto, en sus constituciones,
distintas disposiciones tendientes a limitar los efectos de la intervención, resguardando sus
instituciones y autoridades legítimamente constituidas.
Catamarca, en su art. 183, establece: los actos administrativos que realicen en la
provincia los interventores federales serán válidos solamente y en cuanto se ajusten a los
preceptos de esta Constitución y a las leyes que en su consecuencia se sancionen o en
virtud de disposiciones distintas, fundadas en la Constitución Nacional y en las leyes
provinciales. Los nombramientos que ellos hicieren serán considerados en comisión o
provisorios y caducarán al terminar sus funciones.
La 2ª parte de la disposición establece que, si se hubiere remplazado a funcionarios o
magistrados inamovibles, estos deberán ser reintegrados a sus funciones.
Las provincias del Chubut y del Chaco contienen disposiciones similares. Esta última
señala que, en caso de intervención del gobierno federal, los actos que su representante
ejecutare en el desempeño de sus funciones serán válidos para la provincia si hubieren
sido realizados con arreglo a esta Constitución y a las leyes provinciales.
Estas disposiciones no tienen el vigor suficiente como para restablecer las distorsiones
producidas por la aplicación de la norma del art. 6°.
Creemos que el régimen republicano en el Estado de Derecho debe ser garantizado por
la intervención de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, como único medio de
resguardar, además del principio que se trata de proteger, otros de igual jerarquía, y entre
ellos la autonomía de las provincias.
Independientemente de esta posición doctrinal, sería deseable que cuando el conflicto
que genera la intervención sea superable, mediante negociación de un tercero, por
ejemplo, se retorne a las intervenciones suspensivas y no revocatorias del mandato
popular, como lo aconseja la experiencia comparada y lo ha investigado Juan Vicente Sola
en nuestro siglo XIX.
V. SERVICIOS PROVINCIALES
4. Caracteres
Se han mencionado como caracteres del servicio público la continuidad, regularidad,
uniformidad o igualdad y generalidad.
La continuidad es un aspecto relativo a la eficiencia del servicio. Tal carácter, que tiene
directa relación con la índole de la necesidad a satisfacer, impide la interrupción del
servicio.
Ya hemos dicho que las necesidades colectivas o el interés general, al tener cierta
intensidad, deben ser satisfechas en la misma medida en que son exigidas. La continuidad
requiere que el servicio se preste en forma permanente o periódica, según las necesidades
de la colectividad.
a) Regularidad. Cuando la doctrina menciona a la regularidad como uno de los
caracteres del instituto que analizamos, está significando que el servicio debe ser prestado
conforme a las reglas jurídicas establecidas.
Sin embargo, más propio seria hacer alusión al régimen jurídico especial, que hemos
destacado como uno de los elementos esenciales de la noción del servicio público.
b) Uniformidad. La uniformidad o igualdad exige que el servicio prestado a los usuarios
se efectué bajo iguales condiciones. Ello impide discriminaciones arbitrarias.
Sin embargo, es admisible distinguir entre grupos o sectores que tienen distintas
condiciones, las que precisamente tienden a igualar las posibilidades y poner el servicio al
alcance de todos.
c) Generalidad. Sea que el servicio lo preste en forma directa la Administración o
indirectamente por intermedio de concesionarios, las normas que rigen su funcionamiento
son de derecho público. Por ello, no se puede buscar libremente en el mercado a los
usuarios, sino que ellos serán quienes lo requieran dentro de las condiciones
reglamentarias establecidas.