Peiró - Aspectos de La Historiografía Universitaria..., Pps. 7-28
Peiró - Aspectos de La Historiografía Universitaria..., Pps. 7-28
Peiró - Aspectos de La Historiografía Universitaria..., Pps. 7-28
POR
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
1
Texto ampliado de la conferencia inaugural del Coloquio «15 Historiadores de la España Medieval y Moderna»,
pronunciada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza el 19 de noviembre de 1997.
2
Claudio S ÁNCHEZ ALBORNOZ, «Una lanza por la Historia», Ensayos de historiología, Madrid, Ediciones Júcar,
1974, pp. 27-28.
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3
Por tratarse de una introducción a una serie de conferencias monográficas he intentando reducir al mínimo las
referencias bio-bibliográficas de los quince autores aquí tratados. Las fuentes que he utilizado están recogidas en las dife-
rentes voces de Gonzalo PASAMAR e Ignacio PEIRÓ, Diccionario de historiadores españoles contemporáneos, Madrid,
Akal, 1999.
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4
Julio C ARO BAROJA, «Una vida en tres actos», Triunfo, 11 (septiembre de 1981), pp. 36-44 (Recogido en el
Homenaje a Julio Caro Baroja que le dedicó la revista Príncipe de Viana, 206 (septiembre-diciembre 1995), pp. 577-
589).
5
De la abundante bibliografía que trata la secular atracción que ejercía Madrid sobre los intelectuales y, cómo ésta
se reduplicó en la primeras décadas del siglo XX, vid., junto a las páginas de Santos Juliá «Madrid, capital del Estado
(1833-1993)», en Santos JULIÁ, David RINGROSE y Cristina SEGURA, Madrid. Historia de una capital, Madrid, Alianza
Editorial - Fundación Caja de Madrid, 1994, pp. 344-371, losartículos de Paul Aubert, «Madrid, polo de atracción de la
intelectualidad a principios de siglo», en A. BAHAMONDE y L.E. OTERO (eds.), La sociedad madrileña durante la
Restauración (1876-1931), Madrid, Alfoz, 1989, II, pp. 102-137 y el de Luis Enrique OTERO CARVAJAL , «Ciencia y cul-
tura en Madrid, siglo XX. Edad de plata, tiempo de silencio y mercado cultural», en A. F ERNÁNDEZ GARCÍA (dir.), Historia
de Madrid, Madrid, Editorial Complutense, 1993, pp. 697-737.
6
Por tratarse de un ejemplo cercano, recordaremos la emigración que, a partir de 1905, sufrió la Facultad de Letras
de Zaragoza, al trasladarse a la Central personajes tan importantes de la historiografía aragonesa como Eduardo Ibarra,
Julián Ribera o Miguel Asín. Directores de una de las primeras revistas de la historia profesional, la Revista de Aragón
(1900-1905), ésta pasaría a publicarse en Madrid con el nombre de Cultura Española (1906-1909).
7
La organización y desarrollo de la Central en el siglo XIX, así como la centralización de los estudios de docto-
rado, en Elena HERNÁNDEZ SANDOICA y José Luis PESET, Universidad, poder académico y cambio social (Alcalá de
Henares 1508-Madrid 1874), Madrid, Consejo de Universidades, 1990, pp. 139 ss.
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8
Ignacio P EIRÓ MARTÍN, El mundo erudito de Gabriel Llabrés y Quintana, Palma de Mallorca, Ayuntament de
Palma-Servei d´Arxius i Biblioteques, 1992, p. 11-12.
9
Para las diferencias con la historiografía decimonónica, vid. Ignacio PEIRÓ MARTÍN, Los guardianes de la Historia.
La historiografía académica de la Restauración, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995, pp. 173-202.
Compartiendo intereses metodológicos y objetivos profesionales, por estas mismas fechas, se pusieron las bases institucio-
nales para el desarrollo de la historiografía catalanista en directa competencia con la madrileña, mediante la fundación, en
1907, de los Estudis Universitaris Catalans, el Institut de Estudis Catalans (en cuyo seno se fundará, en 1915, el Servei
d´Investigacions Arqueològiques, dirigido por Pere Bosch Gimpera) y la Junta de Museos de Barcelona (ibidem, p. 88 y 197).
10
El dato en Raimundo C UESTA FERNÁNDEZ, Sociogénesis de una disciplina escolar: la Historia, Barcelona,
Ediciones Pomares-Corredor, 1997, p. 216. Es necesario precisar que la cifra de 73 cátedras, incluye las de las secciones
de historia en las Facultades de Filosofía y Letras más las cátedras de historia en otras Facultades como por ejemplo
Derecho. Según los datos de mi tesis doctoral, centrada exclusivamente en las nuevas cátedras de las Facultades de Letras,
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Nuevos catedráticos
35 31 32
30
25
20
19 18
20 16
15
10 6 5 4 5 5
5
0
1849-501860-691870-791880-891890-99
1900-9 1910-191920-291930-391940-491950-591960-69
nuevos catedráticos, entre 1900 y 1936, de 59, mientras que, desde 1849 a
1899, sólo habían accedido a la cátedra 39 (gráfico 1). Pero no sólo eso. Lo
más importante fue que, por primera vez en la historia de la cultura española,
gracias a la política de becas programada desde la Junta para la Ampliación
de Estudios, un número considerable de estas cátedras y sus ayudantías corres-
pondientes fueron ocupadas por historiadores que habían sido pensionados
para ampliar estudios en el extranjero. Basta leer alguna de las páginas de la
Galería de Amigos o los «Recuerdos de la Alemania guillermina» de Ramón
Carande para comprender lo fundamental que resultó para él, como para
Claudio Sánchez Albornoz o José María Lacarra sus estancias en diversos
paises europeos 11. Y no sólo para visitar archivos y bibliotecas, leer libros o
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12
Ramón CARANDE , «Recuerdos de la Alemania guillermina», Cuadernos Hispanoamericanos, 465 (marzo 1989),
p. 23.
13
Ponía las clases a las dos y media de la tarde y luego comentaba a sus amigos cómo todavía asistía un alumno,
vid. Pedro SAINZ RODRÍGUEZ, Semblanzas, Barcelona, Planeta, 1988, pp. 69-72.
14
Como un elemento característico de la profesionalización de los historiadores españoles, su participación, desde
la década de los veinte, en los congresos internacionales en Karl Dietrich ERDMANN, Die Ökumene der Historiker.
Geschichte der Internationalen Historikerkongresse und des Comité International des Sciences Historiques, Göttingen,
Vandehoeck & Ruprechtin, 1987, pp. 449-473.
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Por otra parte, no se puede omitir aquí la importancia que esta incorpora-
ción a la comunidad internacional de historiadores iba a adquirir en los
momentos del desastre y el exilio. En efecto, movilizadas las universidades e
instituciones europeas y americanas en auxilio de los científicos alemanes e
italianos perseguidos por el nazismo y el fascismo15, el éxodo masivo de nues-
tros profesores e intelectuales republicanos significó una vuelta de tuerca más
en la internacionalización de los mecanismos de solidaridad profesionales. En
este punto, junto a las actuaciones de alcance colectivo16, merece la pena
recordar los apoyos individuales recibidos por parte de prestigiosos colegas
extranjeros, sensibles ante el problema de los transterrados españoles que
intentaban reanudar sus actividades docentes e investigadoras. Así parecen
demostrarlo las cartas de Marc Bloch, la encabezada por la firma de Louis
Halphen o la de Ferdinand Lot, informando favorablemente la solicitud de
Sánchez Albornoz de una subvención a la Fundación Rockefeller, pues:
Sería horrible que, por falta de la seguridad material necesaria, investigaciones
comenzadas hace mucho tiempo con tanto celo e inteligencia fueran condenadas a per-
manecer inconclusas. En cuanto a las circunstancias que obligan a este meritorio sabio
a recurrir a vuestra benevolencia, insistir sobre ellas sería tanto inútil como doloroso.
Los amigos del señor Sánchez-Albornoz rinden homenaje unánimemente a la perfecta
dignidad con que sobrelleva las durezas del destino17.
15
Para una primera aproximación al tema vid. las ponencias de Juan José Carreras Ares, «Los fascismos y la
Universidad» y de Albertina Vittoria, «L´Università italiana durante il regime fascista: controllo governativo e attività
antifascista», en Juan José C ARRERAS A RES y Miguel Ángel R UIZ CARNICER (eds.), La Universidad española bajo el régi -
men de Franco. Actas del Congreso celebrado en Zaragoza entre el 8 y 11 de noviembre de 1989, dirigido por Juan José
Carreras Ares y coordinado por Miguel Ángel Ruiz Carnicer, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1991, pp. 13-
27 y 29-61. Por lo demás, de la abundante bibliografía internacional, mencionaremos, por su carácter autobiográfico, el
libro de Karl L ÖWITH, Mi vida en Alemania antes y después de 1933. Un testimonio, Madrid, Visor, 1993, las referencias
continuas que aparecen en la biografía realizada por H. OTT, Martin Heidegger. A politicial life, London, Harper Collins,
1993 y en los trabajos generales de James P. W ILKINSON , La resistencia intelectual en Europa, México, Fondo de Cultura
Económica, 1989, G. J. G ILES, Students and National Socialism in Germany, Princeton, Princeton University Press, 1985
y los diferentes capítulos del libro editado por Hartmunt LEHMANN y James J. SHEEBAN, An Interrupted Past. German-
speaking refugee historians in the United States after 1933, Cambridge, German Historical Institute, Cambridge
University Prees, 1991.
16
Recordaremos que la Casa de España fue creada en México por decreto del presidente Lázaro Cárdenas el 1 de
julio de 1938 para acoger a universitarios e intelectuales españoles exiliados. Sobre el tema, junto a los clásicos trabajos
de José Luis Abellán y Javier Rubio, una reciente investigación centrada en los refugiados españoles en México, la de
Inmaculada C ORDERO OLIVERO, Los transterrados y España. Un exilio sin fin, Huelva, Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Huelva, 1997.
17
Carta de Marc Bloch (París, 16 de diciembre de 1938), cfr. Nicolás SÁNCHEZ-ALBORNOZ,«La fundación
Rockefeller y los exiliados españoles», Historia 16 , 216 (1994), pp. 116-120.
18
La trayectoria política de este historiador en Sonsoles CABEZA Sánchez-Albornoz, Semblanza histórico-política
de Claudio Sánchez-Albornoz, Madrid, Fundación Universitaria Española - Diputación Provincial de León, 1992.
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María Aguilar o Adolfo Salazar, alguno de los más grandes maestros y discí-
pulos aventajados de la historiografía profesional, seguirían el mismo
camino19. Y aunque, en sus aspectos externos, tal vez nada ilustra mejor que
esta huida forzosa la ruptura de la tradición liberal y la crisis de identidad que
experimentó la historiografía española en las siguientes dos décadas; también,
podemos decir que con el trabajo de los «historiadores del exilio» dos nuevas
historias se abren en la historia de nuestra historiografía: En primer lugar, la
que nace de sus experiencias del destierro y se proyecta en sus libros sobre
España, la de sus discípulos imposibles (los antiguos españoles) y la de los
nuevos alumnos, historiadores hispanistas en países lejanos. Y una segunda,
dividida entre el conflictivo y sentimental reencuentro de los viejos «maes-
tros» con el país abandonado y el desembarco intelectual de la generación de
jóvenes que, en contacto con la historiografía europea y anglosajona, se hicie-
ron historiadores en el exilio y cuyas obras «clandestinas», sólo comenzaron
a influir en los años de crisis del franquismo. Dos historias que son diferen-
tes del resto y todavía están por hacer20.
19
Vid. Javier M ALAGÓN, «Los historiadores y la historia en el exilio», en José Luis ABELLÁN (dir), El exilio espa -
ñol de 1939, t. V. Arte y Ciencia, Madrid, Taurus, 1976, pp. 247-353.
20
La historiografía española del exilio está reclamando a gritos un estudio sintético. De hecho, además del capítulo
citado en la nota anterior, apenas contamos con unos pocos trabajos como los de Julián AMO y Charmion SHELBY, La obra
impresa de los intelectuales españoles en América (1936-1945), Madrid, ANABAD, 1994 (facsímil de la edición origi-
nal, publicada por la Stanfohrd University Press, 1950) y unos cuantos más del estilo del de Mariano PESET, “Tres histo-
riadores en el exilio: Rafael Altamira, José María Ots Capdequí y Claudio Sánchez-Albornoz”, J. L. GARCÍA DELGADO
(ed.), El primer franquismo. España durante la Segunda Guerra Mundial, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 211-243 o los
artículos sueltos de Clara E. LIDA, Reyna PASTOR o Luis GONZÁLEZ en el libro colectivo compilado por Nicolás SÁNCHEZ-
A LBORNOZ, El destierro español en América. Un trasvase cultural, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario - Instituto
de Cooperación Iberoamericana, 1991. Respecto a la segunda generación de historiadores en el exilio mencionaremos,
entre los más importantes, a Nicolás Sánchez Albornoz, Clara Lida, Iris M. Zavala, Rafael Pérez de la Dehesa o Manuel
Tuñón de Lara. La historia de su formación e influencia, también está falta de una investigación monográfica, encontrán-
dose dispersa entre artículos de muy diverso valor y unos pocos homenajes, v.gr. José Luis DELA GRANJA y Alberto REIG
TAPIA (eds.), Manuel Tuñón de Lara, el compromiso con la Historia. Su vida y su obra, Bilbao, Universidad del País
Vasco, 1993.
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«científicas» acerca del pasado, diremos que, en general, los historiadores for-
mados en la época de la profesionalización creyeron en las bondades de la
metodología histórica basada en la transcripción de documentos, su crítica y
su confrontación con fuentes paralelas. Esta confianza y profunda fe en el
método, consolidado por Claudio Sánchez Albornoz y transmitido por sus
discípulos medievalistas reunidos en el entorno del Anuario de Historia del
Derecho Español, fue cobrando cada vez más importancia hasta llegar a ser
uno de los criterios definidores de la formación y la deontología profesional
del historiador universitario.
Convertido en un elemento que traspasará las trincheras de la guerra,
durante los años cuarenta, la idea del método será un motivo de constante pre-
ocupación y diferencia. Al método se acudía por «convicción» y por «reac-
ción», para contraponerse a «la marea de ideologismo y retórica que inunda-
ban los libros de historia en la España de la posguerra». Trabajando con los
maestros de época anterior, en Zaragoza, Antonio Ubieto aprendió de Lacarra
la clara distinción que existía «entre la historia profesional («científica») y la
historia «ideológica» (acientífica), cuya divisoria venía marcada por la cons-
tatación documental de las afirmaciones»21; y, en Barcelona, Joan Mercader
recibiría las advertencias de Vicens acerca de los peligros de la historia ideo-
lógica que rendía «culto al imperio» y sus recomendaciones sobre el recto
camino que debía seguir como historiador:
vostè no va equivocat; ni tampoc en Mata Carriazo, ni en Lacarra, ni en Ferrari, ni jo.
Ara bé, hem de suplir aquest defecte que ens han llegat els nostres predecessors traba-
llant eruditament, per una banda, i enfocant els assumptes amb perspectiva universal,
per altra22.
21
Las dos citas en Jesús LONGARES A LONSO, Carlos E. Corona Baratech en la Universidad y en la Historiografía
de su tiempo, Zaragoza, Facultad de Filosofía y Letras y Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la
Universidad de Zaragoza, 1987, p. XIX .
22
Carta de Jaume Vicens Vives a Joan Mercader (Barcelona, 27 de noviembre de 1949), en Josep C LARA, Pere
CORNELLÁ, Francesc M ARINA i Antoni S IMON, Epistolari de Jaume Vicens, Girona, Cercle d’Estudis Històrics i socials,
1994, p. 170 y Josep M. MUÑOZ i LLORET, Jaume Vicens i Vives. Una biografía intel.lectual, Barcelona, Edicions 62, 1997,
p. 178. Este último autor, nos recordará cómo el joven Vicens, utilizará el método para polemizar con Rovira i Virgili o
Ferrán Soldevila (pp. 59-68). Para una primera aproximación a la historiografía catalana y los autores con los que pole-
miza, vid. A. BLADÉ i DESUMVILA, Antoni Rovira i Virgili i el seu temps, Barcelona, Fundació Salvador Vives Casajuana,
1984 e Isidre MOLAS, «Antoni Rovira i Virgili: nacionalisme català i federalisme», en Albert BALCELLS (ed.), El pensa -
ment polític català (del segle XVIII a mitjan segle XX), Barcelona, Edicions 62, 1988, pp. 283-295, Enric PUJOL, Ferran
Soldevila. Els fonaments de la historiografia catalana contemporània, Catarroja-Barcelona, Editorial Afers, 1995 y como
ejemplo de una reciente biografía de un historiador catalán, cuya trayectoria intelectual cubre el período tratado en esta
ponencia, el libro de Francesc VILANOVA, Ramon d’Abadal: entre la historia i la política , Lleida, Pagés Editors, 1997.
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23
Cartas de Jaume Vicens Vives a Josep Fontana (Barcelona, 5 febrer 1957 y 24 de febrer 1957), en Josep CLARA
et alii, o.c., pp. 106-109.
24
Publicado originalmente en el Boletín de la Real Academia de la Historia, CLVI(1965), los autores lo inclui-
rían, junto a otros dos importantes artículos, en el libro Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelona, Ariel,
1974. La crítica de Claudio Sánchez Albornoz, «Observaciones a unas páginas sobre el inicio de la Reconquista»,
Cuadernos de Historia de España, XLVII-XLVIII (1968), pp. 341-352. Años más tarde, el talante polémico de Sánchez
Albornoz, le llevaría a críticar por erróneo el libro de estos autores, La formación del feudalismo en la península ibérica ,
en su artículo «Otra vez a la defensiva. Frente a Vigil y Barbero», recogido en su libro Estudios polémicos , Madrid,
Espasa-Calpe, 1979, pp. 322-328. En esta obra, además de Barbero y Vigil, polemizará, entre otros, con Antonio Ubieto,
Pérez de Urbel, Lévi-Provençal o Menéndez Pidal.
25
Gabriel TORTELLA, «El método del historiador: reflexiones autobiográficas», en José Luis GARCÍA DELGADO, La
II República española. Bienio rectificador y Frente Popular, 1934-1936. IV Coloquio de Segovia sobre Historia
Contemporánea, dirigido por Manuel Tuñón de Lara , Madrid, Siglo XXI, 1988, p. 244.
26
J. VICENS VIVES «Presentación y propósito», Estudios de Historia Moderna, 1 (1951) pp. XI-XII.
27
Carta de Jaume Vicens a Domínguez ORTIZ (Barcelona, 23 de mayo de 1956), en Josep C LARA et alii,o.c., p. 53
y Jaime C ONTRERAS, «Domínguez Ortiz y la historiografía sobre judeoconversos», Manuscrits, 14 (1996), p. 59.
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28
Carta de José Antonio Maravall a Roser Rahola (Madrid, 6 de mayo de 1985), reproducida en L’Ávenc, 83 (junio
1985), p. 49.
29
Para el caso francés la situación ha sido estudiada por Christophe CHARLE, La Republique des universitaires,
1870-1940, Paris, Éditions du Seuil, 1994, pp. 291-394 y Gérard NOIRIEL, Sobre la crisis de la historia, València, Frónesis-
Cátedra-Universitat de València, 1997, pp. 15-50. Por coincidir con el proceso desarrollado en España y explicar perfec-
tamente la primera etapa de la profesionalización, lo que aquí se dice y buena parte de lo que sigue está basado parcial-
mente en las ideas expuestas por el último autor citado en las pp. 20-22.
30
La relación de tesis en ADES, Catálogo de tesis doctorales sobre Geografía e Historia que se conservan en el
Archivo de la Universidad Complutense de Madrid, 1900-1987, Madrid, ADES, 1988. Los diferentes elementos del pro-
ceso que otorgaron homogeneidad a la profesión de historiador en Charles Olivier DUMOULIN, «La professionalisation de
l’histoire en France (1919-1939)», Historiens et sociologues aujourd’hui. Journées d’Études annuelles de la Societé
Française de Sociologie. Université de Lille I, 14-15 juin 1984, Paris, Editions du Centre National de la Recherche
Scientifique, 1986, pp. 49-59.
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31
Carta de Rafael Altamira a Gabriel Llabrés (Madrid, 7 de enero de 1897), Cfr. Ignacio P EIRÓ, El mundo erudito
de Gabriel Llabrés y Quintana, o.c. , p. 36.
32
Josep M. M UÑOZ, o.c., pp. 157-160 y Josep C LARA et alii, o.c., p. 237.
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33
Reproducido en la entrevista de Asunción Doménech, «Antonio Domínguez Ortiz», Historia 16, 69 (enero de
1982), pp. 99. Como sabemos desde 1940 en que ganó la oposición de catedrático de Instituto de Geografía e Historia,
sirvió hasta su jubilación en las enseñanzas medias.
34
Julio CARO BAROJA, «Una vida en tres actos”, Triunfo, 11 (septiembre de 1981), pp. 36-44 (Recogido en
Homenaje a Julio Caro Baroja, en la revista Príncipe de Viana, 206 (sept-diciembre 1995), p. 585. De igual modo, pare-
cen demostrarlo los repetidos fracasos de Felipe Ruiz en sus oposiciones a cátedras de Historia Moderna hasta que, pre-
sidido el tribunal por García de Valdeavellano, en 1961, consiguió la de Historia Económica en la Facultad de Ciencias
Económicas de Bilbao o los retrasos y las afrentas sufridas por Abilio Barbero antes de ser nombrado catedrático en 1983.
Como sabemos, Barbero estuvo contratado como profesor ayudante, desde los 29 años, en la cátedra de Historia Universal
de Madrid cuyo titular era el sevillano Ángel Ferrari Núñez, los retrasos en su promoción lo podríamos situar entre los
casos de «crueldad» del sistema. Probablemente su conocida militancia en el PCE resultó determinante para que fuera pos-
tergado. En última instancia, mencionaremos la paciente espera de Joan Reglá que siendo ayudante de clases prácticas
desde 1951, alcanzó la cátedra de Historia de España de las Edades Moderna y Contemporánea en 1959 y su carrera
docente «encontró -como la de tantos otros- muchas dificultades en su desarrollo, como hoy lo siguen encontrando los
valiosos discípulos más jóvenes de Vicens -los Josep Fontana, Miguel Izard...-, víctimas tardías de rencillas claustrales y
cacicadas de triste abolengo en nuestras contingencias académicas, reos de delitos de extranjerismo, de catalanidad y de
fidelidad a las líneas -por otro lado, tan magistralmente abiertas- de su maestro» (J [osé]. C[arlos]. M[ainer]., «En la
muerte de Joan Reglá», Andalán, 34 (1 de febero de 1974), p. 14).
35
Alejandro NIETO, La tribu universitaria. Fenomenología de los catedráticos de la Universidad española, Madrid,
Tecnos, 1984, p. 61.
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Sea como fuere, lo cierto es que fue durante los treinta primeros años del
XX cuando se organizó el jerarquizado mundo universitario y se establecieron
36
Alberto O LIART, Contra el olvido, Barcelona, Tusquets Editores, 1998, p. 315. Las referencias a Luis García de
Valdeavellano, recordado como el mejor profesor la «excepción» que «manteniéndose fuera de la capitulación y de la
mediocridad generalizadas en aquellos años de posguerra, fue para mí y para todos los que con él trabajaron, el maestro
ejemplar y, además, el testimonio, por la seriedad, rigor y profundidad de sus clases, de lo que hubiera debido ser la ense-
ñanza universitaria», en pp. 204-208; 210-212 y 314-315.
37
J [osé]. C[arlos]. M[ainer]., «En la muerte de Joan Reglá», o.c.
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los criterios profesionales por los que debía regirse el colectivo de historia-
dores universitarios. Una Universidad y una comunidad que, como he seña-
lado anteriormente, serían profundamente conservadoras. De hecho, al mar-
gen de las opciones políticas personales, las transformaciones introducidas
por la profesionalización y el marco académico que la sustentaba determina-
ron la creación de un sistema ideológico-cultural (no necesariamente la ideo-
logía tiene que ser política) donde el «apoliticismo» se convirtió en la repre-
sentación profesional del conservadurismo universitario. Por eso, incluso en
el mezquino mundo de intrigas político-culturales de la Universidad de los
años cuarenta, la eficacia del modelo resultó patente al superar su primera
«crisis de reclutamiento» producida por la guerra y el triunfo del franquismo.
Renovadas más de la mitad de las cátedras de Historia de las Facultades de
Letras en la inmediata posguerra (gráfico 2), la neutralidad del medio favore-
ció, más que la conversión política de todo el profesorado, la coincidencia
entre los restos de la vieja jerarquía de catedráticos y los jóvenes que, con dis-
tintas militancias y apoyos muy diferentes, promocionaron rápidamente desde
los puestos más bajos del escalafón38.
Con una legislación que «había entregado la Universidad al cuerpo de
Catedráticos para que la gobernasen»39, en este universo vivieron y trabajaron
las tres generaciones de historiadores que nos ocupan: las dos primeras por
edad y formación, y la tercera (compuesta por los profesores Abilio Barbero,
Manuel Fernández, Ángel Juan Martín Duque, Luis Suárez Fernández y
Antonio Ubieto), por ser discípulos o haber estado cercanos a los maestros
que les precedieron. Durante el franquismo, los diferentes ministros de
Educación no hicieron más que reforzar el poder de aquellos que habían lle-
gado a la cima, consolidando la figura de los catedráticos y las cátedras como
base de la organización universitaria:
Una Facultad era una federación de cátedras presidida por un Decano con altos
poderes respecto a la federación pero con ninguna respecto a cada cátedra. Había tan-
tas Cátedras como asignaturas, porque una Cátedra era sólo una unidad docente. Una
Cátedra la componían el catedrático y las personas que le auxiliaban en la explicación
de las lecciones, si es que la materia necesitaba tal auxilio. En consecuencia, profesor
universitario en puridad sólo había uno, el Catedrático, y los demás eran sus «adjun-
tos» y «ayudantes». Esto no es un modo de decir, sino lo que ocurría en la práctica:
tener auxiliares era tener subordinados.
Rápidamente se establecieron dos tipos de «adjuntos»: aquellos que siempre serían
adjuntos y los que enseguida serían catedráticos. La decisión no la tomaba únicamente
38
Algo parecido a lo señalado por Juan José Carreras con el mandarinado de la Universidad alemana y sus jóve-
nes ayudantes («Los fascismos y la Universidad», o.c., pp. 20-22).
39
Alejandro NIETO, o.c., p.20.
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Nuevos catedráticos
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6 5 5
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4 3 3
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2 1
0
1
0
1940 1941 1942 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949 1950
Gráfico 2. Evolución de los accesos a cátedras de Historia (1940-1950).
el interesado, también el catedrático realizaba una divisoria entre quienes eran «discí-
pulos suyos» y quienes «estaban en su Cátedra». Al maestro competía ocuparse del
futuro administrativo de sus discípulos 40.
40
Jesús LONGARES ALONSO, o.c., pp. XIV-XV. Por lo demás, sobre la Universidad franquista, junto a estudios gene-
rales como el de Ricardo MONTORO ROMERO, La Universidad en la España de Franco (1939-1970), Madrid, Centro de
Investigaciones Sociológicas, 1981, las ponencias de Alicia Alted, Mariano Peset o M.ª Encarna NICOLÁS, recogidas en el
volumen editado por Juan José CARRERAS y Miguel Ángel R UIZ CARNICER, La Universidad española bajo el régimen de
Franco, o.c.
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Nuevos catedráticos 93
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1948 1950 1952 1955 1958 1961 1964
ñoles iban a quedar rotas por la guerra civil y la dureza de la inmediata pos-
guerra. En Los Baroja, Julio Caro recordaba así el período:
Y es que si mi experiencia de estudiante de 1931 a 1936 no fue muy agradable, la
que padecí del 39 al 41 no puedo expresarlo. Era la época de los exámenes patrióticos,
de los alféceres y tenientes y capitanes que iban a clase con sus estrellitas, cuando no
con el uniforme de Falange. Al entrar en la clase se alzaba la mano, se cantaba el Cara
al sol, se decían palabras rituales. Eso un día y otro. Entre los profesores los había que
estaban asustados y corridos. Otros se hallaban en pleno frenesí, mezclando el más
ardiente fervor gubernamental con un espíritu de odio profesional bastante vergonzoso
(...). La indecencia individual se notaba en los más pequeños detalles41.
Para todos ellos, para los que eran catedráticos, ayudantes o jóvenes
estudiantes, la guerra y la suciedad política consiguiente fue una experiencia
abrumadora. Una tragedia que a nosotros -nietos directos e indirectos de
implicados- que investigamos su historia, pero quizás entendemos la historia
de sus sensaciones y sentimientos de una manera diferente, si no opuesta y
equivocada, nos es difícil comprender la ruptura que significó para sus vidas
y para la historiografía española. Después de todo, sin negar la existencia de
groseras continuidades externas, el hundimiento del entorno institucional y
humano fue tan evidente que no sólo se produjo un estancamiento, sino una
verdadera ruptura en el proceso de formación histórica de nuestra historio-
41
Julio CARO BAROJA, Los Baroja (Memorias familiares), Madrid, 1972, p. 343 (Cfr. Antonio Morales Moya,
«Deudores y acreedores de don Ramón», Cuadernos Hispanoamericanos, 465 (marzo 1989), p. 77.
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grafía. En este sentido, en 1952, Jaime Vicens Vives, dejó muy clara su opi-
nión al considerar la guerra y la «victoria de las fuerzas nacionales acaudilla-
das por el general Franco» como un paréntesis, la línea divisoria que marcaba
un antes y un después de la ciencia histórica y el inicio de la «larga travesía
del desierto» de una historiografía que sólo comenzará a recuperarse en las
décadas de los cincuenta y sesenta. Según él, su impacto sobre la historiogra-
fía profesional, era una premisa que
no puede ser obviada ni relegada a segundo término, pues pesa doblemente sobre el
futuro de la producción histórica nacional: en primer lugar, cercenando la línea de con-
tinuidad en tales estudios; luego, provocando un crítico período de reajuste, durante el
cual se han echado de menos muchos de los antiguos colaboradores en las tareas his-
toriográficas nacionales. Nadie puede predecir hasta qué grado de desarrollo habría
remontado la escuela histórica española teniendo en cuenta los innegables arrestos que
la habían distinguido durantes las décadas de 1915 a 1935.
Es evidente que en 1936 la investigación histórica española se hallaba en una situa-
ción pujante; no tan considerable como la alcanzaba por otros países europeos con más
larga tradición científica, pero en trance de equipararse rápidamente con ellos42.
42
Jaime VICENS VIVES, «Desarrollo de la historiografía española entre 1939 y 1949», artículo publicado en alemán
en 1952 que permaneció inédito en castellano hasta que fue incluido y traducido en la edición preparada por Miquel
BATLLORI y Emili GIRALT de su Obra dispersa. I. España, América, Europa, Barcelona, Editorial Vicens Vives, 1967, pp.
15-35 (la cita en p. 15).
43
Algunos como Ignacio Olávarri se esfuerzan en estudiar las continuidades para demostrar que nada cambió («La
recepción en España de la revolución historiográfica del siglo XX», en La historiografía en Occidente desde 1945,
Pamplona, EUNSA, 1985, pp. 87-109) y otros como Javier Tusell, intentan relativizar la cuestión, mediante verdaderos
saltos mortales en el tiempo y absurdas comparaciones con otras historiografías como la soviética, llegando a afirmar que:
«Contrairement à ce qu’on pourrait penser, l’impact de la guerre sur l’historiographie scientifique espagnole fut moindre»
(«L’interminable guerre civile, l’échec de la réconciliation dans l’Espagne franquiste», Enquetês & Documents, 21 (1995),
p. 161).
44
Gonzalo P ASAMAR ALZURIA, Historiografía e ideología en la postguerra española: La ruptura de la tradición
liberal, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1991, pp. 201-220. Junto a este libro, entre los artículos y conferencias que el
autor ha dedicado al tema, mencionaremos «Oligarquías y clientelas en el mundo de la investigación científica: el Consejo
Superior en la Universidad», en Juan José CARRERAS y Miguel Ángel RUIZ CARNICER (eds.), La Universidad española bajo
el régimen de Franco, o.c., pp. 305-339, «La historiografía franquista y los tópicos del nacionalismo historiográfico espa-
ñol», Stvdivm.Geografía. Historia. Arte. Filosofía, 5 (1993), pp. 7-31, y el más reciente, «Maestros y discípulos: algunas
claves de la renovación de la historiografía española en los últimos cincuenta años», en Ignacio PEIRÓ y Pedro RÚJULA
(eds.), La Historia Local Contemporánea en España. Estudios y reflexiones desde Aragón, Barcelona, Ed. L’Avenç, 1998,
pp. 67-85. En esta misma línea, como continuación y complemento de las investigaciones del profesor Pasamar, la tesis
de próxima lectura de Miquel Marín Gelabert, o.c.
45
Cambios que se iniciaron con la guerra y que, no debemos olvidar, por parte del bando republicano también con-
llevó sanciones y depuraciones del profesorado, así como exilios momentáneos. Para un primera aproximación al tema,
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vid. Marc B ALDÓ i L ACOMBA, «Cambios de profesores en la Universidad de Valencia. Sanciones y depuraciones (1936-
1939)», en Josep FONTANA et alii, La II República una esperanza frustrada. Actas del congreso Valencia capital de la
República (abril 1986), Valencia, Edicions Alfons el Magànim - Institució Valenciana d´estudis i investigacions, 1987, pp.
269-291. También proporcionan pistas sobre los exilios temporales de historiadores como Ferrán Valls i Taberner o
Raimon D’Abadal, las páginas de Francesc VILANOVA, o.c., pp. 291-338 o el artículo de Patricia ZAMBRANA MORAL,
Concepción SERRANO ALCAIDE y Jean-Louis H AGUE ROMA, «Solidarité, financement et espionnage dans la communauté
bourgeoise catalane exiliée en France méditerranéenne (Roussillon, Languedoc, Provence) pendant la guerre civile espag-
nole», Provence historique, 187 (1997), pp. 163-175. Para otros medios académicos y circunstancias históricas resulta
interesante el libro de Claude SINGER, L’Université libérée. L’Université épuree (1943-1947), París, Les Belles Lettres,
1997.
46
Es conocido el hecho de que, pese a sus continuas demandas de reingreso, el ministro Ibáñez Martín no se digno
a cursar su petición y sólo sería repuesto en su cátedra en 1945, tiempo que, como el mismo Carande recordaba en el pró-
logo al primer volumen de Carlos V y sus banqueros, «la excedencia le ha permitido intensificar el trabajo y acelerar la
aparicións de este libro» (La vida económica de España en una fase de su hegemonía, 1516-1556, Madrid, Revista de
Occidente, 1943, p. XVIII). Los siguientes volúmenes serían La Hacienda Real de Castilla (Madrid, Sociedad de Estudios
y Publicaciones, 1949) y Los caminos del oro y de la plata (Deuda exterior y tesoros ultramarinos (Madrid, Sociedad de
Estudios y Publicaciones, 1968).
47
José Manuel P ÉREZ-PRENDES, «Estudio Preliminar» a Luis GARCÍADE VALDEAVELLANO, Orígenes de la burgue -
sía en la España medieval , Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 32.
48
Antonio ELORZA, “El historiador y la libertad”, El País (sábado 14 de diciembre de 1996), p. 24.
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49
La construcción del imaginario de historiador en mi artículo, «Los académicos de la Historia o la imagen ideal
del historiador decimonónico», Stvdivm. Geografía. Historia. Arte. Filosofía, 4 (1992), pp. 83-104.
50
Catedráticos en la Academia, Académicos en la Universidad es el título del libro presentado por Eloy Benito
Ruano, donde distintos numerarios contemporáneos homenajean a sus predecesores en el cargo (Madrid, Fundación
Central Hispano - Consejo Social. Universidad Complutense de Madrid, 1996). De los historiadores que nos ocupan hay
capítulos dedicados a Claudio Sánchez Albornoz, Luis García de Valdeavellano y José Antonio Maravall.
51
Vid. Gonzalo ANES, «Don Ramón Carande y la Academia», Cuadernos Hispanoamericanos, 465 (marzo 1989),
pp. 97-108.
52
Julio CARO BAROJA, Los judíos en la España Moderna y Contemporánea, Madrid, Ediciones Arion, 1962, 3 vols.
53
Antonio D OMÍNGUEZ ORTIZ , La sociedad española del siglo XVII. I. El estamento nobiliario, Madrid, C.S.I.C.,
1963.
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ligible, vivo, de realidades aparentemente tan distantes como eran, por una parte, las
fatigas que padecen los pegujaleros y modestos pastores de una aldea perdida de
Castilla por ganarse la parca pitanza de cada día y, por otro, los afanes de los áulicos
de la corte de los Austrias que ingeniaban sofisticados arbitrios financieros para salvar
a la monarquía de la ruina54.
Por su parte, mientras José María Lacarra daba a la imprenta alguno de sus
trabajos de madurez55 y José Antonio Maravall abría la etapa más fértil de su
carrera56, Joan Reglá, desde su cátedra universitaria de Valencia, esbozaba un
auténtico programa de investigación para un nuevo tipo de historiadores
cuando publicó su Aproximació a la Història del País Valencià57. Podríamos
seguir y, sin embargo, basta esta pequeña relación para comprender cómo, des-
pués de estas obras, la historiografía española no fue la misma. Hoy podemos
decir que ellas abrieron caminos reales precisamente por haber establecido la
conciencia de la necesidad para el historiador de escribir en libertad, de no
darse jamás por vencido y estar atento a los temas más novedosos y las nue-
vas formas de hacer la historia. No en vano, las investigaciones de estos auto-
res, además de extender las fronteras temporales de la historia desde la Edad
Media hasta la Contemporánea, de eliminar confusiones al zanjar la vieja polé-
mica sobre el «carácter nacional de los españoles», de mostrar las posibilida-
des de la economía, lo social, las mentalidades o las ideas políticas para el estu-
dio de la sociedad y el poder, otorgaron los primeros esquemas para el paso de
la investigación de la historia general española al de la historia regional.
Considero que todas estas son razones suficientes para que en las sesiones
que se van a celebrar en los próximos días, a ninguno de los aquí reunidos nos
deje indiferente escuchar la lectura individual que sobre los 15 historiadores
de la España Medieval y Moderna realizarán distintos especialistas, conoce-
dores de sus vidas y sus obras. Somos historiadores y el serlo nos obliga nece-
sariamente a anclarnos con los hombres y nuestra profesión mediante el cono-
54
Felipe R UIZ MARTÍN, Lettres marchantes échanges entre Florence et Medina del Campo, París, École Pratique
des Hautes Études, 1965. La cita de Ángel García Sanz cfr. por Josep Fontana en la «Nota editorial» a Felipe Ruiz Martín,
Pequeño capitalismo, gran capitalismo. Simón Ruiz y sus negocios en Florencia, Barcelona, Crítica, 1990, p. 8. Como
ejemplo de los estudios de Manuel Fernández Alvárez sobre el siglo XVI, citaremos Política mundial de Carlos Vy Felipe
II, Madrid, Escuela de Historia Moderna, 1966.
55
Mencionaremos de José María LACARRA su Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su
incorporación a Castilla, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1972-1973, 3 vols.
56
A título de ejemplo, podemos citar, los libros Antiguos y modernos. La idea de progreso en el desarrollo de una
sociedad, Madrid, Moneda y Crédito, 1966 y Estado moderno y mentalidad social. Siglos XVa XVII, Madrid, Revista de
Occidente, 1972.
57
Joan REGLÀ, Aproximació a la Història del País Valencià,València, Eliseu Climent, 1968. La importancia de esta
obra enPedro R UIZ TORRES, «Consideraciones críticas sobre la nueva historiografía valenciana de los años 60 y 70», en
J. AZAGRA, E. MATEU y J. VIDAL (editores), De la Sociedad tradicional a la Economía moderna. Estudios de Historia
Valenciana Contemporánea, Alicante, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert» - Diputación Provincial de Alicante, 1996,
pp. 17-21.
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Después de esta cita, quizás sea conveniente concluir con una advertencia
final: soy consciente de la ligereza con que me he visto obligado a tratar, en
esta conferencia, un tema tan ambicioso como es la reconstrucción del medio
historiográfico español en los primeros cincuenta años del siglo XX. En todo
caso, me daría por satisfecho si hubiera acertado a traer por unos minutos, a
esta aula magna de la Facultad de Derecho, la evocación y la presencia viva
de un grupo de los mayores historiadores españoles de todos los tiempos.
58
Francisco C ODERA, «Contestación» a Javier Ribera y Tarragó, «Huellas que aparecen en los primitivos historia-
dores musulmanaes de la Península, de una poesía épica romanceada que debió florecer en Andalucía en los siglos IX y
X», Discursos leídos ante la R.A.H. en la recepción pública del Sr. D. —-, el día 6 de junio de 1915, Madrid, Imp. Ibérica-
Estanislao Maestre, 1915, pp. 71-72.
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