Los movimientos sociales y la acción juvenil

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Los movimientos sociales y la acción juvenil: apuntes para un debate Sociedade e Estado, Brasília, v.

21, n. 1, p. 67-83, jan./abr. 2006

Optimismo y la confianza en el futuro y ha permitido tejer redes de comunicación entre esa diversidad de
actores que gradualmente toman conciencia de que no están solos. El propio lema del Foro Social Mundial de
que “Otro mundo es posible” así lo atestigua, a la vez que pensadores de la talla de Samir Amín y François
Houtart han dicho “...el futuro será el producto de la interacción entre los movimientos sociales...” (Amín y
Houtart, 2003, p. 9).

Pero, ¿de qué tipo de movimientos hablamos?


Se trata de articular movimientos sociales que se definan como antisistema, portadores de utopías,
caracterizados por la búsqueda de alternativas, capaces de conquistar espacios públicos y articularse con lo
político y de buscar las convergencias estratégicas en medio de tanta multiplicidad y atomización (Houtart,
2003, p. 296-297).
Ya se habla de nuevos movimientos sociales de proyección global o movimientos sociales globales que se
definen como “ ́ un actor colectivo constituido por individuos que entienden tener intereses comunes y, por lo
menos en lo que se refiere a una significativa parte de su existencia social, una identidad común ́ (Scott, 1990,
p. 6, citado por Serbín, 2005,p. 28) que, para promover estos intereses, tienen capacidad de movilización
masiva o utilizan esta capacidad como un elemento de presión y que se distinguen de otros actores colectivos
tales como partidos políticos, grupos de presión o asociaciones voluntarias” (Serbín, 2005, p. 28).
Se señala que estos movimientos sociales globales “con frecuencia trascienden las nociones tradicionales de
política y de ciudadanía, en función de articular planteamientos culturales vinculados a valores y estilos de
vida específicos y, eventualmente, conllevan planteamientos de ruptura radical con las diferentes dimensiones
del proceso de globalización” (Serbín, 2005, p. 28).
De manera que en la actualidad se plantean interrogantes acerca de qué significa la nueva configuración que
parecen presentar las protestas y los movimientos populares en la región latinoamericana, en términos de
sujetos, formas de organización y de lucha, referencias programáticas y horizontes emancipatorios (Seoane,
2003, p. 18).
El significado de este renacimiento de los movimientos sociales con el inicio del nuevo siglo, es
incuestionablemente positivo, pero una valoración objetiva y crítica de sus efectos (Amín y Houtart,
2003; Serbín 2005) permite identificar que:
• Se han concentrado en la deslegitimación del sistema imperante pero aun se ha avanzado poco en la
definición de objetivos estratégicos y en la propuesta de nuevas alternativas. Hay que entender que ese vacío
programático de los movimientos sociales, los trasciende. Asistimos a una
época en que luego del derrumbe de las experiencias de sociedades alternativas al capitalismo, el pensamiento
social no ha logrado articular nuevas propuestas que, sin que ello implique la construcción de “ el modelo”
con carácter único, se puedan definir objetivos estratégicos comunes y líneas de acción concertadas. Sin
dudas, la reconstrucción de un nuevo paradigma lleva tiempo y será el resultado de la labor conjunta de
intelectuales comprometidos (con particular peso de los cientistas sociales) y activistas de los movimientos, a
través de sus mutuas experiencias de pensamiento y de acción. Aunque este proceso ha comenzado, aún no ha
solidificado suficientemente.
• Junto a la multiplicación y ampliación de las resistencias, aun es fuerte su fragmentación, no solo por las
reales separaciones geográficas y sociales y la falta de medios para enfrentarlas, sino por la todavía débil
convergencia de intereses.
• Esa falta de convergencia es claramente visible entre actores del Norte y el Sur, lo que habla de dificultades
para articular los intereses globales con los regionales y locales.
• La falta de objetivos claros lleva en ocasiones a que las movilizaciones se concentren en la forma y pierdan
de vista los contenidos, por lo que a veces son solo expresiones folclóricas o culturales, desvirtuadas y
ridiculizadas por los instrumentos del sistema, en particular los medios de comunicación.
• En la misma dirección anterior, en ocasiones las acciones se reducen a expresiones de violencia criminal o
callejera que también los deslegitima. Aunque estos son rasgos de los movimientos sociales globales en
general, algunos de ellos, sobre todo los dos últimos se dan con más frecuencia entre la juventud. Resulta
interesante constatar que la juventud en esta etapa no ha constituido de manera significativa movimientos
sociales con marcado carácter generacional como ocurre con los movimientos feministas o de indígenas, por
ejemplo. Sin embargo, constituyen una relevante masa crítica dentro de movimientos sociales de diferente
carácter y han tenido particular protagonismo en los movimientos antiglobalización, en las manifestaciones
por el “NO” a la Guerra en Irak por solo citar algunos.

¿Por qué ocurre así?


Entender los movimientos juveniles en la actualidad requiere – quizás más que nunca antes – analizarlos en
sus contextos y comprender la compleja trama de relaciones entre lo global – regional – nacional – local, que
los marca como generación. Cuestiones que van desde las de orden demográfico y que conforman sustantivas
diferencias en cuanto a la magnitud numérica del sector joven en la sociedad ya se trate de sociedades
envejecidas como las europeas u otras aun jóvenes como las latinoamericanas; hasta posibilidades reales de
integración social a través de oportunidades sociales de acceso a la educación y al empleo o no; o la ubicación
familiar por encima o por debajo de la línea de pobreza dentro de un mismo país, para mencionar algunos
elementos, condicionan una creciente heterogeneidad juvenil que es la base de su también fuerte
heterogeneidad de intereses y demandas.
Pero, a la vez – también como nunca antes – como resultado de la globalización económica y cultural y de la
expansión de las comunicaciones y sus nuevas formas como Internet, es posible establecer vínculos globales
que dan lugar a representaciones simbólicas transnacionales, que contribuyen a conformar una identidad
juvenil con muchos rasgos compartidos.
Es en esa dinámica entre lo común y lo diverso que se mueven las generaciones jóvenes hoy: a veces más
parecidos a jóvenes de otros confines que a sus propios padres; a veces, por el contrario, viviendo situaciones
similares a las de generaciones anteriores y percibiendo que su mundo no tiene nada que ver con el de otras
juventudes. Por ejemplo, estudios realizados en Cuba entre miembros de los grupos de edades considerados
en el país como jóvenes, demostraron que el segmento de 25 a 30 años habla de “la juventud” refiriéndose a
los de menor edad y no se incluyen, a la vez que fundamentan sustantivas diferencias en relación con ellos
tanto en los contextos de socialización como en la definición de rasgos estructurales y subjetivos (Domínguez,
2002). En este caso no pueden obviarse los efectos de la situación internacional sobre la sociedad cubana en la
década de los años 90s con el derrumbe del socialismo en Europa Oriental y el recrudecimiento de las
acciones de hostilidad de Estados Unidos, que han impactado la realidad nacional y han provocado cambios
en la situación del grupo juvenil. Todo ello nos permitiría formular la hipótesis de que quizás el acelerado
ritmo de los cambios que están teniendo lugar en nuestra época, imprimen un mayor dinamismo al contexto
en que se configuran las generaciones y limitan las posibilidades de conformarse como tal, con una identidad
colectiva definida, frente a otros criterios estructurantes de mayor estabilidad como el género o la etnia o
frente a conflictos sociales más visibles y generales como la defensa de los derechos humanos o del medio
ambiente.
La complejidad del momento actual implica una ruptura de la lógica lineal entre presente y futuro y de la
dicotomía entre inclusión y exclusión, procesos que se entrelazan o superponen, lo que cambia la tradicional
dialéctica entre ruptura y continuidad en la sucesión generacional y cuestiona la manera simplificada de
concebir la etapa juvenil como preparación para la vida adulta. Ello hace que cada vez más la juventud
perciba con escepticismo la posibilidad de generarse proyectos de vida inclusivos y confiar en las perspectivas
de futuro, de ahí que nuevamente sus intereses se estén orientando a la construcción de utopías y la búsqueda
de alternativas para la (re)construcción de una sociabilidad diferente. Pero aun este es un proceso que está
resurgiendo, que se enfrenta con la fuerza que tienen los amplios sectores juveniles que se dejan someter por
los sentidos impuestos de aspirar a incluirse en la lógica del consumo.
De ahí que sea poco probable esperar una mayor presencia de movimientos juveniles con marcado carácter
generacional y resulte más común encontrar a la juventud formando parte de movimientos más amplios.
El contexto latinoamericano es importante expresión de esa complejidad global. El hecho de constituir la
región más desigual del planeta, unido a sus fuertes tradiciones reivindicativas, en medio del desencanto por
el fracaso social de las llamadas transiciones democráticas, y ante las interrogantes que abre la llegada al
poder de nuevos gobiernos elegidos en representación de intereses populares, la convierten en escenario
propicio para la emergencia de nuevos movimientos sociales y que se interpele acerca del lugar y el papel en
ellos de la juventud.
Procesos dados en esta región, algunos con más historia como la Revolución Cubana, otros más recientes
como la Revolución Bolivariana o el Foro Social Mundial, constituyen importantes experiencias a tomar en
consideración en el camino de la búsqueda de nuevas alternativas.
Comentaba el Maestro Pablo González Casanova que “La alternativa de una democracia universal que
construya mallas de poder en expansión podrá darse desde algunos estados – nación como
Cuba...” (González Casanova, 1998, p. 24).
Asimismo, sobre el Foro de Porto Alegre se ha dicho “... éramos muchos los que creíamos que allí se estaban
sentando las bases de este futuro nuevo, que se estaba creando un nuevo sujeto, posible protagonista del
cambio” (Botey, 2002, p. 39).
Sin dudas, en la combinación de experiencias de resistencia – pasadas y presentes – al capitalismo globalizado
y sus múltiples formas de expresión sobre grupos sociales diversos y sobre contextos regionales, nacionales y
locales también diversos y en la convergencia de propósitos que permitan delinear una plataforma
programática común, está la posibilidad de plantearnos una verdadera alternativa de cambio. En ese proceso
los movimientos sociales constituyen cada vez más una de las principales fuerzas y, dentro de ellos, el
componente juvenil resulta vital pues representan la perspectiva de futuro.
Pero también en ese proceso está nuestro incuestionable rol como científicos sociales pues, concordando con
Melucci “El conocimiento social ya no sirve para alimentar el sueño de certezas finales... Los científicos
sociales no pueden eludir su responsabilidad de definir un posible futuro” (Melucci, 1998, p. 381).

A manera de síntesis:
El análisis de la participación juvenil en el panorama social y político de los últimos años permite constatar
que la juventud en esta etapa no ha constituido de manera significativa movimientos sociales con marcado
carácter generacional como ha ocurrido con otros grupos sociales como los movimientos feministas o
indigenistas, por ejemplo, pero ello no significa que no haya tenido una relevante presencia dentro de
movimientos sociales de diferente carácter y un particular protagonismo en algunos de ellos.
Ese comportamiento permite formular la hipótesis de que el acelerado ritmo de los actuales cambios apócales,
modifican más significativamente los contextos en que se configuran y socializan las generaciones, hacen
menos estables sus procesos de conformación y más difusas sus identidades como tales, frente a otros
criterios estructurantes de mayor estabilidad como el género o la etnia o frente a conflictos sociales más
visibles y generales como la defensa de los derechos humanos o del medio ambiente.
Por ello, es la combinación de perspectivas pasadas y presentes, en que lo generacional juega un papel
fundamental para aprovechar las experiencias acumuladas y sumarle las energías renovadoras de la juventud,
que es posible delinear una plataforma programática común y plantearse verdaderas alternativas de cambio
social. En ese proceso, los movimientos sociales constituyen cada vez más una de las principales fuerzas y,
dentro de ellos, el componente juvenil resulta vital pues representa la perspectiva de futuro.

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