En Burgos

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LEOrOLT'O rKDFiEIRA TAIBO

EN BURGOS
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VÍCTOR BALAGUER o
MI

DE LAS HEALES ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA


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EN BUf\GOS
RECUERDOS DE ESTA CIUDAD INSIGNE

Glorias y ruinas.
La casa del Cordón.
El castillo de Burgos.
El cuento del Cid.
La cuesta de la Reina.

MADRID
EL PROGRESO EDITORIAL
1895
LIBRARY
725522
UMIVERSITY OF TORONTO

EL FBOQBESO. — Lnp. á cargo de B. Asglée, Fomento, 3.


Los estudios históricos y literarios que forman este
libro, se escribieron todos durante los veranos de 1893

y 1894 que pasé en Burgos, ya en la ciudad, ya en


Fres del Val, ya recorriendo la comarca.
Y por esto, como todos tratan de recuerdos burga-

leses, esta obrilla los reúne y colecciona, poniéndoles


por lema y título En Burgos, es decir, escritos en
Burgos.
Algunos de estos estudios son inéditos; otros vieron
ya la luz pública. El titulado Glorias y ruinas, cartas
dirigidas ala Sra. Marquesa de Villanueva - Geltrú,
hoy propietaria de las ruinas de Fres del Val, formó
parte de mi libro Añoranzas, cuya primera edición se

agotó rápidamente ; La casa del Cordón apareció pri-


mero en las columnas del periódico El Globo, y des-
pués se publicó en las páginas de la revista Pro Pa-
tria, habiendo merecido también el honor de que
reprodujeran este artículo varios periódicos burgale-
ses ; El castillo de Burgos figura en los apéndices del
tomo I de mi obra Los Reyes Católicos.
GLORIAS Y RUINAS
CARTAS Á UNA DAMA

(tercera edición)
CARTA PRIMERA

Introducción.— Impresiones.— El país de las ruinas.—


Fres del Val.— La vuelta de los frailes.— Tristezas
del alma.— Filosofías y comentarios.— Pequeneces.—
Grandezas.— El axitor de Pequeneces .—Comentario)^
acerca de este libro.— Un consejo á mis correligio-
narios.
1.^

6 de Octubre de 1893.

Tengo por gran fortuna, amiga y se-


ñora mía, que las ruinas de Fres del Val
hayan ido á su poder.
Deseo sinceramente ayudar á usted en
su obra de restauración y de conserva-
ción, no en verdad con mi consejo, como
bondadosamente me pide, que poco ha
de valer el mío cuando mejores los tiene

y más autorizados; pero sí con mi traba-


jo, aun cuando hubiese de confundirme

en la cuadrilla del peonaje, que por muy


contento me diera de ayudar con mis
esfuerzos á reconstituir ó reparar este
monumento.
Eíí BURGOS

Mientras que usted, para gloria del


arte y timbre de nuestra historia patria,
se apresura á recoger unas ruinas, en tan
criminal descuido abandonadas, yo, por
la mía, ayudando á su obra generosa, re-

cogeré cuantos recuerdos de Fres del


Val existan y á mi noticia lleguen, for-
mando memorial que pueda ser de aviso
y enseñanza para unos, aquellos que ig-

noran lo que fué estemonumento, y de


vergüenza y remordimiento para otros,
aquellos que miserablemente le dejaron
caer y desmoronarse, ó que, todavía más,
ayudaron á su destrucción para lucrarse
con la piedra.

Esto suponiendo que tengan rubor y


también remordimiento, que no los ten-
drán. Porque á esos demoledores de
obras monumentales y artísticas les su-
cede lo que á los críticos que ofician de
pontifical sin pertenecer al cabildo, y lo
GLORIAS Y RUINAS

que á los oradores que ejercen de Cato-


nes, siéndolo sólo de cartón: viven de lo

que matan.
La desgracia es que la cosa está en la
atmósfera.
Este es el país de las ruinas.
¿Recuerda usted, amiga mía, la excur-

sión que á comienzos del mes pasado hici-


mos por esta noble Castilla, que tan altos
y tan merecidos títulos de gloria tiene al
reconocimiento de nuestra patria espa-
ñola, bien quisiera yo decir nuestra pa-
tria ibérica? ¡Cuánta ruina vimos y cuán-
to estrago!
Ruinas en Burgos, en Arlanza, en Co-
varrubias, en Clunia, en Valladolid, en
Medina del Campo, en Arévalo, en Ávi-
la, por dondequiera que pisamos y pa-
samos: ruinas, y miserias, y desgracia,
y duelo en todas partes. En Burgos, un
Museo, que más tiene de Necrópolis, con
10 EN BURGOS

restos despiezados de grandes fábricas,


sepulcros incompletos, urnas rotas, frag-
mentos de columnas, pedazos de escu-
dos, recogido todo en la comarca; des-
trozado Fres del Val, la institución de
losManrique y los Padilla; y abandona-
do San Pedro de Cárdena, el santuario
del Cid y de los Héroes. En Valladolid,
tardías é imcompletas restauraciones de
monumentos, desaparición absoluta de
otros, que habían ya dejado de ser glo-
para serlo española, y
ria valisoletana

también un Museo, en un edificio que


se hunde, con los restos maltratados de
todo cuanto allí ha derribado y des-
se
truido. En Medina del Campo, el alcázar
y los castillos de los Reyes Católicos en-
tregados al pillaje y merodeo de quienes
necesitaron piedras y sillares para fabri-
car sus moradas. En Avila, el silencio,

la soledad, la tristeza, junto á palacios


GLORIAS Y RUINAS 11

abandonados y junto á soberanas y glo-


riosas murallas, que, aun siendo monu-
mento nacional, de la protección de Dios
viven, que no de la del Estado.
Y así está todo, todo como vimos Cas-
tilla, todo. En Cataluña cae Poblet, el

Escorial catalán, el panteón de los reyes

condes ; en Aragón se hunde San Juan


de la Peña, cuna de las libertades y de
la monarquía aragonesas, y en Navarra
se destruye el que fué palacio de Olite,
masión y hogar de sus monarcas. De la
tierra extremeña van desapareciendo los

alcázares y palacios que albergaron á


Don Fernando y á Doña Isabel, cuando
allí fueron, príncipes augustos, á solidar

la independencia de la patria y el tro-

no, y con el trono la vida y la gloria de


Castilla. En Andalucía se desmoronan
monumentos como la Cartuja de Je-
rez, y apenas, apenas si hay recursos
12 EN BURGOS

para sostener la maravillosa Alhambra.


Todo cae y se abisma. Y no cierta-
mente por empuje del tiempo, sino por
mano del hombre. Hasta tenemos que
permitir, y debemos alegrarnos, que ven-
gan las órdenes religiosas, y algunas de
ellas compuestas de extranjeros, á salvar
esos monumentos de que les echamos los
liberales,y que hoy les restituímos en
ruinas para que vengan á restaurarlos.
¡Triste destino el nuestro, triste ver-

daderamente, por lo que atañe á este


punto concreto!
Echamos á los frailes... que convenía
echar, pero no de la manera como se hizo.
Derribamos los conventos, que no debía-
mos derribar, aun cuando, por lo visto, la
misma suerte hubieran tenido que aque-
llos que por acaso nos plugo conservar.
¿Y con qué hemos sustituido aquello
que despedimos con tanto calor, y tanto
GLOKIAS Y RUINAS 13

fervor, y también, ¿por qué no decirlo?,

con tanto patriotismo?


La horrible, la azoradora duda, se apo-

deró de nuestras conciencias. El caballo


de Atila está en nuestro campo.
¿Será verdad, ¿lo será? que la filosofía

es tan sólo la duda? ¿Lo será que la elo-

cuencia es la ficción y el engaño? ¿Lo


será que la política, es decir, el arte su-

premo de gobierno, es sólo un juego mi-


serable de codicias y de inñuencias? ¿Lo
será que la justicia no es de quien la tie-

ne, sino de quien la alcanza? ¿Será ver-


dad que poesía sólo es fiebre, y que el
la

arte es sólo artificio? ¿Lo será que la be-


lleza no existe más que en la ilusión de
la vanidad y de la fantasía, y que todo
cuanto hemos idealizado, encumbrado,

y glorificado, con el calor de la fe, de la

pasión y del arte, tiene que venir abajo


á impulsos de ese brutal naturalismo que
U EN BURGOS

está demoda, y que invade todos los


campos, y toma todas las formas, y em-
plea todas las maneras, y turba todas
las conciencias, llamándose en literatura
realismo, en arte impresión, en historia
criticismo, en ciencia exégesis y en polí-

tica anarquía, empujado todo por cierta

riffeña cohorte de sabios, que á fin de si-

glo se nos aparece, subdividida en taifas


de delicuecentistas, y decadentistas, y
simbolistas, y sensacionalistas, y no sé si
más istas todavía?
Si esto fuese verdad, ¿por qué, enton-

ces, como dice quien yo me sé,

¿por qué, entonces, ¿por qué? los liberales


destruímos el convento, si en su celda

hallaba alma paz, y luz la vida,


el

y hogar sereno y libre la conciencia?

Pero, en fin, nada tiene esto que ver


con lo que iba diciendo. De otra cosa se
trata. Hablábamos de nuestra excursión
GLORIAS Y RUINAS 15

por esa Castilla tan castigada y tan dig-


na, sin embargo, de merecimientos, don-
de no dimos un solo paso sin encontrar
la ruina de un monumento, de una obra

artística, de algo glorioso é insigne, que


desaparece sin que acudamos á salvarlo.
Y todavía... Ya irá usted viendo... To
davía el mal, ó mucho me engaño, ha de
agravarse, vistos los caminos que se si-

guen y los derroteros que se toman. No


parece sino que Dios nos ciega para per-
dernos. Libros, enseñanza, instrucción,
arte, literatura, ciencia, todo esto es po-

sibleque sea pronto otro desastre.


No es de esperar que suceda lo que
ha pocos días ha escrito en La Vanguar-
dia de Barcelona un republicano de esos
á macha martillo, muy entendido en los
distintos ramos de las letras, quien de-

sea la vuelta de los conservadores


para

que remedien los males que á las cien-


IG EN BURGOS

cias históricas están causando los libe-

rales (1). No; no es de esperar que esto


suceda, Dios no lo permita, aun cuando
yo con lealtad he de decir que más de-
ben las letras á los conservadores que
á los míos, especialmente á su ilustre
jefe D. A. Cánovas del Castillo, gran
amador de todo progreso artístico y lite-
rario, y, más aún que á los conservado-

res, al que es gloria de nuestra tribuna


española D. Emilio Castelar. Á éste, sí,

deben gratitud, y honor, y recordanza


eterna las letras y artes patrias, por lo
que hizo en su favor durante el breve
tiempo que estuvo al frente de la nación,

y en su más alta cumbre.


De toda suerte, y esto va para unos y
para otros, amigos y adversarios, es tris-

te que se haya de acudir á los echados

(1) El Sr. Sampere y Miquel.


GLORIAS Y EUINAS 17 ^'a

para alivio de males que no supimos


impedir, y luego no hemos hallado oca-
sión de reparar. A mí no me pesa que se
echara á los frailes, aunque sí de la mane-
ra como se hizo pero tampoco me opon-
;

go á que vuelvan, todo lo contrario; hasta


lo deseo y lo aplaudo, si vienen con buen
fin , si vienen para lo divino y no para lo

humano, si vienen á llenar los altos pro-


pósitos de su misión y los saludables pre-
ceptos de su orden, si llegan como hom-
bres de paz, y no como mensajeros de,
odios, si se ocupan sólo de las grande-
zas, y no de las jjequeñeces de la tierra.

Y he aquí una palabra que bien á des •

hora, aunque bien espontáneamente, se

escapó á mi pluma, lo cual demuestra


que aquel inmoral y asendereado libro
de Pequeneces, debió herir hondo y cau-
sar profunda impresión. En mí la pro-
dujo, bien lo sabe usted, pues muchas
18 EN BURGOS

veces me oyó debatir acerca de él. Y


más todavía que impresión, alarma.

Aun ahora mismo, después de tanto
tiempo, no puedo resistir al deseo de
escribir algo para desembarazar mi con-
ciencia obsesionada, no en verdad por-
que anden espíritus malignos á mi alre-

dedor, sino por antiguos resabios de


lucha y pecaminosos escozores deabsen-
teísmo ó ausentismo, que aun no sé cóiiio
se escribe, ni lo sabré, hasta que la Aca-
demia acepte el vocablo, y lo fije.

Los frailes vuelven... ¡Así volvieran

sólo los monjes, que del monje al fraile

hay trecho!... Los frailes vuelven, y vuel-


ven aleccionados por la experiencia, ins-

truidos por sus desventuras : vuelven


restaurados, acomodándose á las cos-
tumbres del tiempo, y, si no dentro del
espíritu moderno, dentro de sus corrien-
tes al menos. Vienen también preparados-
GLORIAS Y RUIÍíAS 19

para el combate, y á él dispuestos; aun-


que esta vez, dirigidos por hombres de
talento, siguen caminos menos arrisca-
dos, y cruzan por sendas más seguras y
firmes, siquier sean tortuosas. Los hagió-

grafos del porvenir no tendrán ya que


hablar del trabuco tradicional colgado
de una escarpia en un rincón de la celda,

pero sí de la pluma acerada del agusti-

no ó del jesuíta, con la cual también se


hiere... y más á mansalva.
Yo confieso y declaro que el P. Colo-
ma, autor de Pequerieces, es lo que se
debe S'ir en estos tiempos, si se quiere

ser algo: un artista... y un gran artista


con el gusto, la gracia, el encanto y los
perfiles del ingenio, y, al par, con todas
las sutilezas, todas las superioridades y

todas las excelencias del maestro. Es


más todavía: es un gladiador circense,

que desciende á la arena, gallardo, atlé-


20 KN BUKÜ08

tico, é invulnerable como Aquiles, pero


que, como Aquiles, tiene su punto débil.

Hay que herirle en él, ó no se le hiere.

Por esto se me ocurre pensar que,


para Pequeneces y para su autor ilustre,
había una contestación algo más contun-
dente y propia que cuantas se intenta-
ron contra su obra. En mi opinión, no
dieron en el blanco; no encontraron el
punto vulnerable. Y esto, que muchos
de aquellos folletos fueron escritos por
hombres de mérito y de talento, siendo

alguno superior, y concluyente, dentro


de su tesis. Pero á una obra de la inten-

ción y de los vuelos de Pequeneces, hija de


odios profundos y reconcentrados, y ele-
gida para venir á ejercer una misión de
venganza, no se la impugna ni se la con-
testa sólo con folletos y con críticas.
Qué importa que su lenguaje sea más
ó menos castizo, que el libro sea más ó
GLORIAS Y RUINAS 21

menos defectuoso, que sus personajes


sean más ó menos retratos, que la intri-
ga y la fábula tengan mayor ó menor
desarrollo, que la más ó menos
trama,
verosímil, sea más ó menos verdad! ;Qué
importa todo esto, que sólo es pequenez
y minucia ante la intención y ante el^r¿
que el autor persigue con valor, voluntad
y propósitos, dignos ciertamente, ya que
no de mejor suerte, sí de mejor causa!
A Pequerieces todo lo que no fuese
contestar con Grandezas, era pequenez.
Y Grandezas, con su título y todo, era
un libro que aparecía hecho con sólo re-

ferir sencillamente (sin la menor alusión


á Pequeneces, por supuesto) aquella his-
toria verdadera, positiva, humana, cuyos
personajes todavía viven y todos cono-
cemos, que acaeció precisamente, por
singular y providencial coincidencia, en
los mismos momentos en que tanto ruido,
22 EX BURGOS

y tanta controversia, y también tanto


escándalo, movía el libro del P. Coloma.
Cuando alguien, ad majorem domi suw
gloriam, es decir, para mayor
y gloria

grandeza de su casa, se decide á contar


loque de ruin y mezquino puede ocurrir
en la ajena, parece que da algún dere-
cho ¿verdad? á que se cuente, en cambio,
lo que ocurre en la suya.

Yo no sé si alguien pensó hacerlo, ni


sé tampoco por qué no lo hizo, si es que
se le ocurriera. Lo que sé es que, siendo
el partido liberal el de la luz, de la liber-

tad y del progreso; siendo ya hoy, como


es, partido proteccionista, cosa que tanto
rechazó, y escuela por él un día tan du-
ramente combatida en doctrina y en per-
sonas, debiera no cerrar caminos á la
luz, al progreso, á la libertad del arte y
de las ciencias, protegiendo lo que de
protección es digno, amparando lo que
GLORIAS Y RUINAS 23

pide y merece amparo, y, sobre todo,


guardando y haciendo guardar conside-
ración y respeto á lo que importa consi-
derar y respetar. Esto deben hacer los
liberales, mis correligionarios y amigos,
si quieren que esto mate aquello, que es
á lo que han de aspirar en España, cum-
plida aquí, como está, su misión política.

Y así lo harán, no me cabe duda (1).

Pero, en fin, ahora ya no se trata de


esto. La ocasión pasó, y ni el trigo' va á

(1) Y así lo han hecho- Se escribieron estas líneas


en Octubre de 1893. Un año después, hoy, cuando es-
cribo esta nota, Octubre de 1894, el ministro de Fo-
mento, Sr. D. Alejandro Groizard, ha emprendido sus
reformas de la segunda enseñanza con grandes alien-
tos,y apoyado resueltamente por el ilustre Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros, Sr. D. Práxedes Ma-
teo Sagasta. El partido liberal por fin cumple con
, ,

sus compromisos, y merece bien de la patria.


Todo se resolvería en bien de la instrucción públi-
ca, de las letras y de las artes, si este partido se re-
.solviera de una vez á crear el Ministerio de Instrución
pública y Bellas Artes.
24 EN BURGOS

la troje, ni el fruto madura cuando se


está fuera de ocasión, motivo por el cual
usted podrá decir, señora mía, que todo
lo que vengo escribiendo se encuentra
asimismos fuera de ella.

Estoy seguro que, allá en sus aden-


tros, debe, ó debiera usted decirlo así,

porque, la verdad sea dicha, nos hemos


alejado mucho de las ruinas de Fres del
Val, que fué el punto de partida.
Diré sólo para sincerarme, no precisa-
mente para convencer á usted, sino para
descargo de mi conciencia, que, aun no
pareciéndolo, hay secreta conexión entre
unas cosas y otras. Existe en el fondo de
todo cuanto vengo diciendo una especie
de corriente misteriosa, un rastro, un
fluido, algo que une el desastre de los
monumentos históricos con la vuelta de
los frailes y los monjes, algo psicológico
que enlaza la reaparición de éstos con la
GLORIAS Y KUIXAS 25

publicidad de libros como Pequeneces,


algo que...
Pero no, no he de seguir por este ca-

mino, con lo cual no liaría más que re-

machar el clavo, si es, en fecto, realidad


lo que sospecho que usted piensa.
Lo que debo hacer es arrepentirme de
haber escogido tan malaventurada oca-
sión para hablar de estas cosas, y mu-
cho más malaventurada por dirigirme á
usted, á usted que es ángel de paz, de
V amor, de bondad y de concordia, á usted
que, lejos de participar de mis ideas, me
reprende por tenerlas, siempre que en-
cuentra motivo, y es frecuente, para ha-
cerlo.Por fortuna es usted tan noble, tan
discreta y tan buena, que, tomándome á
mí como soy y las cosas como son, per-

donará mis extravíos por mis propósitos


de enmienda.
CARTA SEGUNDA

Llegada d Burgos.— Mi catalanismo. — Cuál dele ser


la idea de patria. — Que' debe entenderse por re-
gionalismo.— El hogar y la patria .— Primeras
impresiones. — Versos de Zorrilla. — Burgos es Es-

paña. El castillo.— El palacio de los Condesta-
bles.— El arco levantado á Fernán González.—
Los recuerdos del Cid.— Los labradores de Castilla.
— Los Concejos castellanos.— El trofeo de las Na-
vas.— La catedral de Burgos.— La moza de la po-
sada.
2/

11 de Octubre de 189S.

Todavía, mi amiga y señora, todavía


me ha de permitir que comience, y aca-
so concluya, esta carta, sin hablar aún
de Fres del Val.
No puedo olvidar mi paso por Burgos,
y menos he de olvidarlo todavía cuando
tuve el honor de ir acompañando á usted,
y la inesperada fortuna de que fuese mi
guía bondadoso para enseñarme las ex-
celencias y maravillas que Burgos tan
gallardamente ostenta. Nunca tuvo na-
die mejor cicerone.
Yo soy, bien lo sabe usted, un catalán
empedernido y recalcitrante. Cada día
30 EN BURGOS

amo más á mi país, y más lo venero. Yo


paseé de villa en villa por el mundo el

amor de mi tierra catalana: yo me añoro


lejos de ella, como el amante lejos de su

amada: no sé si es mejor, si es más no-


ble, si es más bella que otras que he vis-

to, y que aun quizá estoy destinado á


ver... No lo sé, ni saberlo quiero. No
comparo. Sé que es mi tierra... y la amo.
Y no vale decir todo eso que ahora se
estila de patina chica y patria grande,
que nunca entendí, y que
clasificación

jamás entró en mi pobre magín. ¿Qué


quiere decir esto de patria chica, ó pa-
tria mediana, ó patria grande? La patria
es única: es una sola, y ésta siempre es
grande.
;Mi patria! Para mí es la mayor de
todas. ¡Mi patria! Yo no conozco más
que una. La otra, grande ó chica, será
patria de los demás: nunca la mía.
GLORIAS Y RUINAS 31

Lo que hay es, que una cosa es la pa-

tria, y otra es el hogar; como una cosa


es la sociedad, y otra la familia.

¿Soy yo, por ventura, regionalista, co-


mo ahora se dice? No lo sé. Creo que
sí; pero en el sentido y con el alcance
que yo doy á la voz regionalismo, que
todavía no ha definido ni fijado la Aca-
demia.
Soy, sí, regionalista, pero no de estos
hoy al uso. No lo soy hasta el punto de
faltar á mi patria española por mi hogar
catalán, que la patria está por encima
de todo; lo soy, sí, hasta el punto de que
por el amor á mi patria, no he de olvi-

dar el amor á mi hogar.

Y siendo esto así, ¿cómo yo, que quie-


ro esto en mí, no lo he de querer en los
demás? Partiendo, pues, de este punto,
tan catalán considero yo á cualquier cas-
tellano hijo de Burgos, como castellano
32 EN BURGOS

se me ha de considerar á mí. Tenemos


la misma patria. Lo que no tenemos es

el mismo hogar. Cada uno, desde el nues-

tro, desde el seno de nuestra familia,


acudimos á orar en el templo que nos es
común, y allí, al pie del mismo altar,
comulgamos juntos en nuestro amor á
España.
Siempre me oyó usted hablar de esta
manera, ¿no es verdad?
;
Así Dios me conserve mi patria, y en
ella siempre, siempre, mi hogarl
Y hablemos ya de Burgos.
Cuando recibí la cariñosa invitación

de usted, dispensándome el honor de


acompañarla á Burgos y á Fres del
Val confieso que tuve un momento
,

de gozo. Jamás se me había presenta-


do ocasión de ir á Burgos. No conocía
de esta ciudad ni siquiera la estación,

pues siempre hube de pasar de noche;


^/
o
GLORIAS Y EUINAS 33

ni otra cosa de ella, que el Burgos cinco


minutos con que el voceador del tren
anuncia á los viajeros su llegada á la

ciudad de las grandes glorias caste-


llanas.

Digo mal, al decir que no conocía á


Burgos. La conocía, sí; la conocía mu-
cho, por lo contrario, y tanto la conocía,
que nada me sorprendió en ella, teniendo
tanto que sorprende. Es la Burgos en
que estuve, en cuyos templos me intro-

duje, y por cuyas calles transité, cuando


pasaba noches enteras leyendo y estu-
diando las crónicas de Castilla; la mis-
ma Burgos, majestuosa, soberbia, po-
tente, gloriosa, dominadora, castellana,

que desde niño aprendí á conocer en el

periódico, en el grabado, en el teatro, en


la novela, en la leyenda: la misma, mis-
mísima Burgos, aquella que un día vi

levantarse aérea, hermosa, peregrina y


34 EN BURGOS

mágica, á través de los versos inmortales


de José Zorrilla,

reina cuya cabellera


da al viento en lugar de rizos
dos trenzas de hebra de roca
de sutileza prodigios,
dos cinceladas agujas,
primores del arte ojivo,
asombro de las naciones,
mofa del viento y los siglos,
de su blasón larabrequines
y de su gloria obeliscos.

Hermosa es Burgos, en efecto, y bella

con todos los embelesos de sus monu-


mentos, y con todos los centelleos de su
historia.

Burgos, según dicen los lemas de su


escudo, y certifican los instrumentos de
su historia, es cabeza de Castilla, corte
y cámara regia, la primera en el voto y la
primera en la fe. (Caput Castellce , ca-

mera regia prima


^
voce etjide); pero es

más, algo más que todo esto. Burgos


GLORIAS Y EUINAS 35

es Castilla, Burgos es España, Burgos


es la patria.
Que es Castilla, lo dicen los restos de
aquella su fortaleza, que en las guerras
civiles de la Edad Media todos pugna-
ban por tomar, pues que con tenerlas se
tenía á Castilla; de tal manera, que Don
Fernando y Doña Isabel no pudieron con-
siderarse reyes hasta poseerla: alcázar
poderoso y tan fuerte, que el hermano
del Rey Católico, para expugnarlo, hubo
de inventar, ó importar al menos, los ra-

badoquines, máquinas de guerra hasta


entonces en el país desconocidas castillo
:

formidable, del cual se decía que más


era ser en él alcaide que rey en Castilla;

mansión real y vivienda de proceres pro- ;

pugnáculo de la nación castellana, pa-


lenque de proezas y escuela de héroes
durante cuatro siglos, en cuyo patio de
armas se corrieron cañas, y hubo torneos
36 EN BURGOS

y zambras, en cuyo templo de la Blanca


se celebraron Cortes, y en cuyos salones

se festejó con músicas y danzas á la prin-


cesa mora, hija del rey de Toledo, que
más tarde debía ser la Santa Casilda de
nuestras leyendas religiosas, venerada
hoy en los altares.

Y dice también que es Castilla, lo que


aun existe del palacio de los Condesta-
bles, cedido un día en miserable venta,
casa vulgarmente llamada del Cordón,
que, sobre ser joyero primoroso de arte
y de riqueza, es memorial de fastos y
sucesos de Castilla, y fué morada sun-
tuosa, en la que sus dueños hospedaban
á embajadores, á príncipes y á reyes con
todo aquel lujo, y regalo, y liberalidad, y
fausto, que eran virtud y carácter en los
proceres y magnates castellanos.
Y lo dice, por fin, el arco del siglo xvi
que la ciudad levantó á Fernán González,
GLORIAS Y RUINAS 37

considerado como libertador de Castilla


y restaurador de su independencia, aquel
que encauzó los destinos de la patria, po-
lítico experto y capitán famoso.
Y quQ es España, lo dicen los recuer-
dos del Cid, que allí subsisten y flotan en
todas partes en las calles, en los paseos,
:

en los templos, en las casas, en los pa-


lacios, en los institutos, en la tierra y en
los aires, en los percudidos muros del
castillo donde riñó sus primeras armas,
en el vivar donde corrió su infancia, en
donde tuvo su casa y hoy se alza
el solar

un monumento á su memoria, y en la
iglesia de Santa Gadea, donde, con hon-
rada altivez española exigió por tres ve- ,

ces á D. Alfonso el juramento de no ha-


ber contribuido á la muerte del rey su
hermano. Lo dicen las calles tortuosas y
las revueltas encrucijadas que hay al re-

dedor de las seculares iglesias de Santa


38 EN BURGOS

Águeda y San Esteban, donde aun vi-


ven la Edad Media y la España caba-
lleresca, aventurera y cristiana, punto de
cita, un día de tapadas y embozados, pa-
seo de rondadores galanes por junto á
rejas de labrados hierros y verdosos vi-

drios emplomados, y teatro de cuchilla-

das y de duelos al pie de la tenue luz


que alumbraba la santa imagen en su
hornacina enflorada. Lo dicen las ceni-
zas del Cid, el héroe legendario de la
Edad Media, y las del Empecinado, el

héroe moderno de y de la in-


la libertad

dependencia, conservadas entrambas con


amor, veneración y respeto, por la ciu-

dad insigne. Y lo dicen, también, á voz


en grito, las memorias de Isabel la Ca-
tólica, que allí brotan en todas partes,
y la estatua de Carlos III, que, con
armadura de la Edad Media, se levanta

en la Plaza Mayor, los dos reyes que


GLORIAS Y RUINAS 39

más amaron y más pruebas dieron de


amor al pueblo hispano.
Y que es, últimamente, la patria, lo
dicen, y proclaman, y testifican estos hi-
dalgos hijos de la gleba, honrados labra-
dores de franco y noble porte y de lealtad
acrisolada, que cuidan de los graneros

de y también de España. Lo di-


Castilla,

cen aquellos sensatos y virtuosos Con-


cejos, cónsules y jurados, guardadores

fieles de y patrias usanzas,


las libertades

firmes mantenedores del derecho proco-


munal ante las demasías de los reyes y
magnates, custodios celosos de la paz y
del amor del pueblo. Lo dicen aquellos

nobles burgaleses, amantes de sus reyes


y defensores de su patria, que jamás sa-
caban su espada sin razón ni la envaina-
ban sin honra. Lo dice este arco de Santa

María, que miramos con deleite, levan-


tado para inmortalizar los nombres de
40 EN BURGOS

los integérrimos jueces de Castilla y las

glorias del emperador Carlos V, que no


fué ya rey de Castilla, sino de España. Lo
dice aquel trofeo de las Navas, sea es-
tandarte, dosel ó tapiz, que se custodia
en Huelgas, y que recuerda la batalla
las

en que se unieron castellanos y arago-


neses, leoneses y catalanes, cada hueste
con su rey al frente, para acabar con el

poder de la morisma.
Y lo dice, lo dice, sobre todo, esa por-
tentosa catedral, que es asombro y ma-
ravilla del arte, que se nos aparece entre
nimbos de luz y aureolas y resplandores
de oro y de púrpura, con sus piedras la-
bradas, que son prodigios del cincel; con
sus atalayadoras flechas, que parecen
formar bosques de agujas cristalizadas;
con sus rosetones de colores, que son
encanto de los ojos; con sus ventanas
ojivales y sus cresterías caireladas; con
GLORIAS Y RUIXAS 41

SUS artísticos ajimeces y sus balconcillos


calados; con sus vidrieras decorativas,
que es cada una un cuadro; con sus ele-

gantes chapiteles, que es cada uno un


bordado; con sus imágenes bajo umbelas
flordelisadas en hornacinas y casalicios

esculturados; con sus mármoles y sus


jaspes, y sus oros y sus bronces, y sus
maderas taraceadas y sus relieves esto-
fados; y, al pie de todo esto, esplendoro-
sas sepulturas, donde prelados y magna-
tes, proceres del reino y príncipes de la
ciencia, descansan en su sueño de muer-

te, bajo de arcos ojivales, cubiertas sus


urnas cinerarias con rozagantes paños
mortuorios, que ostentan, en áureos em-
blemas ó en cifras entrelazadas, los bla-

sones ó los nombres del difunto catedral


:

soberana, fábrica prodigiosa, de quien


,un monarca prepotente decía que «más
parecía obra de ángeles que de hombres»;
42 EN BURGOS

que se ve de todas partes y que i)or to-


das asoma; que se impone á todos y á
todo; que todo lo domina; que atrae
toda mirada y cautiva toda atención, y
parece amparar á Burgos con el artístico
manto de su grandeza y majestad; cuyas
torres filigranadas se elevan hasta las
regiones del cielo para desde allí despe-
dir la voz de sus campanas, que llaman
al recogimiento ó á la fiesta, á la oración
ó al trabajo, á la vida ó á la muerte,
solicitando y reclamando de todos, y á
todos recordando, altos y bajos, pode-
rosos y humildes, que allí está, con sus
puertas abiertas el diuturno templo, que
es la casa de todos; que allí está el
altar,donde todos son iguales y donde
todos comulgan; y que allí está, con la
paz y la fraternidad, con el amor y sin

odios, la religión de nuestros mayores;


allí, con el arte, con la fe, con la tradi-
GLORIAS Y EUIXAS 43

ción, con el trabajo y con los sepulcros,


la historia de nuestro país y las glorias

de nuestras tierras españolas, y allí, allí,

allí, la patria, la patria bendita, que es

de todos, en cuyo suelo están las tum-


bas de nuestros padres, y en cuyo cielo
arde el sol que alumbró nuestras vic-

torias.

Esta es Burgos, amiga y señora mía,


ésta es, sentada á orillas del Arlanzón,
que llega, murmurándole glorias y amo-
res, desde les montes apellidados con el

nombre catalán de Pineda ; ésta es Bur-

gos, que tiene extensas llanuras siempre


soleadas, y sombrosas alamedas siempre
floridas, por entre las cuales levantan sus
cúpulas y sus torres el monasterio de
Las Huelgas, tranquilo hogar de monjas
cistercienses, mitad religiosas y mitad

damas, con pompa de mundo y religión


de claustro la cartuja de Miraflores, que
;
44 EN BURGOS

parece un gran féretro colocado en lo

alto de la colina, asemejando blandones


funerarios las agujas filigranadas que
hay en torno del edificio; San Pedro
de Cárdena, donde seaplegan las pere-

grinas consejas del Cid y de su Jimena;

y el monasterio de Fres del Val con todo


el duelo y todo el amargor de sus cuitas.

Esta es Burgos, y todavía fué más


para mí el día que á ella llegué por vez
primera.
Me dirigí, habiendo ya cerrado del
todo la noche, al que hoy con asombro
se apellida Hotel de París, siendo así que
antes se envanecía con el nombre más
característico, y más húrgales y castella-

no, deFonda ó posada de la Rafaela. Ha-


bíame retirado á mi cuarto, y allí, escri-
biendo mis notas de viaje, esperaba la

hora de la cena, y con ella la del reposo,

cuando se abrió la puerta, y entrando


GLORIAS Y RUINAS 45

una doncella de la posada, que acudía


al reparo de mi habitación, gentil bur-
galesa de gallarda presencia y más ga-
llardos andares, me preguntó con discre-

to desenfado:
— Señor...
No me dijo ya señorito, según es cos-
tumbre en Madrid y en otros puntos de
Castilla, aun al dirigirse á ancianos más

viejos que Matusalén, no: me dijo sen-

cillamente, y como quien no decía nada:


— Señor, ¿se puede ya vestir la cama?
Y al oir á aquella muchacha, que así,

con tal garbo y soltura, y con tanto pri-

mor de lengua castellana, me dirigía se-

mejante frase, que nunca oí decir de


igual manera, académico y todo, estuve
tentado á levantarme y á saludarla con
como hubiera podido hacer con
respeto,
una dama de la Reina Católica.
Y nada más por hoy, amiga mía. Creo
46 EN BURGOS

que ya basta. En mi próxima carta yo


aseguro á usted que, sin más digresiones,
entraremos en las ruinas de Fres del
Val, y penetraremos en los campos de
su historia.
CARTA TERCERA

Ruinas de Fres del Val. — Cómo encuentra este mo-


— Cómo
nasterio su actual propietaria. lo encontró
Francisco Jover al comprarlo. — Jover como ar-

tista. — —
Su^ obras. Su desprendimiento. Sus mé-
ritos á la gratitud del país. —
Sus sacrificios para

restaurar Fres del Val. Quiénes fueron los ami-
gos y artistas que le ayudaron. —
Restauración de
la capilla.— Generoso rasgo de un americano. —

El claustro procesional. El claustro de Padilla.
— —
El escudo de España. Las arañas españolas.
3.'

15 de Octubre de 1893.

jCómo estaban estas ruinas de Fres

del Val cuando las vi por vez primera!


]Cómo estaban cuando llegaron á poder
de usted! ;Qué dolor y qué tristeza, qué
desconsuelo y qué lástima!
Y esto que ya, afortunadamente, ha-
bían pasado por mano de Francisco Jo-
ver, quien, en sus entusiasmos de artista,
las adquirió para emprender su restau-
ración y conservarlas.
;Pobre Jover! Le conocí cuando la
época de su esplendor. Venia todas las

noches á mi casa, donde se reunían al-

gunos amigos en grata tertulia, v acos-


50 EN BURGOS

tumbraba á ir yo frecuentemente á su
estudio para conversar con él mientras
pintaba. Me atraía su talento, y me en-
cantaba, sobre todo, su laboriosidad, cosa
de que estaba yo entonces muy falto,

pues fueron tiempos aquellos en que an-


duve reñido con el trabajo por malaven-
turada afición, que siempre tuve, á mez-
clarme en andanzas y bandosidades po-
líticas. El ejemplo de Jover me avergon-
zó, y esto era precisamente lo que yo
necesitaba.
Era un artista de mérito, y, sobre todo,
lo era de conciencia y de estudio. No ha-
bía nacido, como otros, para desordena-
dos atrevimientos y para navegar entre
los temporales de las pasiones humanas,

que no iba él por el camino de los des-

boques y de los despeños; pero tenía


intuiciones videntes, iniciativas prove-
chosas, y vivía en las magnas serenida-
GLORIAS Y RUINAS 51

des del alma. Era maestro en todo lo


concerniente al arte. Alcanzó en los cer-
támenes los primeros premios, y subió á
las alturas, donde llegan pocos. Tiene
cuadros que perpetuarán su gloria: La
Conquista de Oran, que está en el pala-
cio del Senado; Colón ante los Reyes Ca-
tólicos, que ya recordará usted haber visto
en el Museo de Valladolid, y que tuvo
medalla de primera clase en la Exposi-
ción de 1876; Los líltimos momentos de Fe-
lipe IL, que el Gobierno adquirió para el

Museo Nacional; Za Coi'te pontificia, que


obtuvo en Roma medalla de oro, y fué
comprado por un particular; Campesinas

besando la mano á un cardenal en la igle-


sia de Santa María del Popólo, adquirido

por el rey Amadeo; y muchos otros, como


Los Jugadores, El Trovador, Unapompe-
yana, El Tratado de Cambray, é infinitos
que están en los salones de los poten-
52 EN BURGOS

tados de la América del Sur, donde eran


muy solicitadas sus obras.
En las bóvedas de San Francisco el

Grande se admiran sus grupos de Santas


y Santos españoles, y en los salones de la
casa Santa Teresa, en Villanueva y Gel-
trú, existen dos originales suyos, que son
dos joyas. El uno es La Muerte de Nerón,
trazado bajo la impresión que hubo de
causarle mi pobre tragedia de este título,
y el otro una cabeza, tan admirablemente
pintada, quemuchos inteligentes la to-
maron por obra de un maestro de pasa-
dos siglos.

Jover compró las ruinas de Fres del


Val, salvándolas de su destrucción, de la
postración y del olvido. Y quien á esto
le empujó, principalmente, fué su her-
mano político Enrique Serrano Fatigati,
á quien todos conocemos y estimamos
por sus estudios y sus escritos, tan exce-
GLORIAS Y RUINAS

como excelentes son sus prendas,


lentes
hombre de fe y de amor al arte, excur-
sionista infatigable y estudioso, caste-
llano por origen, y, más que castellano,
español por sentimiento y conciencia,
positivista por su profesión, su ciencia y
su cátedra, pero artista por los vuelos
de su inteligencia y los entusiasmos de
su alma.
En una de sus excursiones por la vieja
Castilla, supo la desgraciada suerte que
corría Fres del Val. Pudo ver y contem-
plar la desventura de aquel monumento,
y á su regreso, con todo el calor y todos

los arranques de la indignación, hubo de


contar lo que sus ojos habían visto y su
alma llorado. Excitáronse en Jover, al

oirle, los sentimientos del artista, y en


uno de esos arrebatos de corazón que
sólo tienen los elegidos, él, que no era ni
magnate, ni capitalista, sólo un obrero
64 EN BURGOS

que vivía modestamente de su trabajo,


tomó la resolución de adquirir aquel
montón de escombros, que no era enton-
ces otra cosa, y pudo salvar lo que aun
quedaba en pie.

Es preciso que usted sepa, amiga mía,


que Fres del Val se había vendido, ó con-
tratado como cantera, ¡gran vergüenza y
gran deshonra! El que hubo de comprar-
lo, sólo vio en él un gran acopio de ma-
teriales de construcción, y trató de apro-
vecharlos en seguida, comenzando el

derribo de la iglesia y del convento. Rápi-


damente destejados fueron los techados

del cenobio, levantadas las baldosas de


los claustros, derribados los altares, ro-

tas las bóvedas, profanadas las sepul-


turas. La demoledora piqueta iba ciega,
destruyéndolo todo con brutal actividad.
Mucha parte de piedra fué machacada y
vendida para grava de carretera ; los si-
GLORIAS Y RUINAS 55

templo y del monasterio se lle-


llares del

varon á Burgos, y sirvieron para cons-


truir los paredones por entre los cuales

pasa el hoy encauzado Arlanzón ; las es-

tatuas y las esculturas, allí iban tiradas


por los suelos; el magnífico sepulcro de
Juan de Padilla, con su estatua orante,
que hoy admiran los viajeros en el Mu-
seo de Burgos, y aparece descrito y gra-
bado en todas las obras de arte, suntuosa
ofrenda mortuoria consagrada por una
madre amante recuerdo de su hijo, y
al

por la Reina Católica al bizarro capitán


muerto en combate al pie de los muros
de Granada, yacía á trozos por los rin-

cones de aquel devastado santuario, es-

perando á que viniera cualquier cantero


ó mercader á comprar algún trozo de la

obra inmortal de Gil de Siloe.

La intervención de Jover llegó á tiem-


po de salvar el claustro procesional, y
56 . EX BURGOS

algunos otros restos que aun quedaban.


Jover, con sus amores y entusiasmos de
poeta y con los del alma que vive en
regiones superiores, se enamoró de aquel
claustro, de aquella claustra, como en
rigor se llamaba, con sus rasgadas fenes-
tras ojivales y sus calados rosetones,
que tiene reminiscencias de Poblet, y
es una joya del arte. Gracias al artista,

que no al magnate, ni al potentado, ni


al Gobierno; gracias sólo al artista,

aquel claustro se salvó.


Iba Jover allí todos los veranos, y allí

reunía en fraternal agrupación á varios


amigos, artistas como él la mayor parte,

para alojamiento de los cuales recons-


truyó algunas celdas entre aquellas rui-
nas. Se pasaba los inviernos en Madrid
trabajando, y todo cuanto ganaba duran-
te la estación cruda, y todos cuantos

ahorros conseguía reunir, á costa cierta-


GLORIAS Y RUINAS 57

mente de penosos sacrificios, todo, al

llegar el buen tiempo, golondrina aman-


te, iba á emplearlo en su nido de Fres
del Val, acudiendo solícito á la recons-
titución de aquel monumento, con el

apoyo y el consejo de aquellos sus bue-


nos amigos que le acompañaban, ayu-
dándole en su verdadera campaña res-
tauradora.
Desapareció el enorme montón de es-

combros coronados de maleza que inva-


día el claustro, en el cual las filtraciones
habían dejado ruinosos varios arcos, y
aparecieron, de nuevo, á la luz y á la vida,
los elegantes ajimeces del gótico florido

y las airosas ojivas treboladas. Brigadas


de obreros, dirigidas por el ilustre pa-

tricio, limpiaron de escombros el monas-


terio, juntaron las paredes reforzadas,
fortalecieron los sitios ruinosos, y repu-
sieron todas las techumbres, cerrando el
58 EN EUEGOS

paso á las aguas y á las nieves. Desde


aquel momento, Fres del Val fué objeto
predilecto de las ilusiones de aquel su
entusiasta amador, quien resolvió em-
bellecerlo, pintando con sus amigos la

escalera, las paredes del claustro y la


capilla. Para ello destinó el monasterio
á escancia veraniega de los huéspedes por
él invitados, y, al efecto, llev^ó á cabo cos-
tosos dispendios, embaldosando el claus-
tro, preparando sus paredes para pintar-
las al fresco, rehaciendo y amueblando
las celdas, cocina y refectorio de la casa
conventual, la que se dejó habitable en
una buena parte.

Y estando enzarzados en estos traba-


jos, más de una vez les ocurrió á aquellos
jóvenes y campantes compañeros, acos-
tumbrados al perezoso conforte de los
salones madrileños, abandonar presuro-
samente el pincel, el buril, el cincel ó el
GLORIAS Y RUINAS 59

lápiz con que divertían sus ocios, para


confundirse con los peones trabajadores,
y con ellos levantar un andamiaje, com-
poner un techo, remover pedruscos,
transitar por peligrosas galerías ó res-
baladizas pendientes, siendo todo útil,

provechoso y bueno para aquella selecta


mesnada; y así soltaba uno la paleta del
pintor para coger la del albañil ó la es-
cobilla del enjalbegador, como otro el

cincel para empuñar el martillo del car-

pintero que todo era para


;
mayor gloria
del arte y para contribuir á su obra santa.
No quiero, ni debo, dejar aquí en ol-
vido los nombres de los camaradas de
Jover en aquella su meritoria tarea.

C.'onsidero conveniente que usted los co-

nozca, y le citaré los de aquellos que


han llegado á mi noticia.

Allá estaban con él y le ayudaban,


Enrique Serrano, que había sido el San
60 EN BURGOS

Juan Bautista precursor de aquella res-

tauración: Manuel Crespo, el discípulo


querido y el amigo cariñoso de Jover, de
quien ya conoce usted varias notables
obras, y, singularmente, su bellísimo cua-
dro de estudio, que representa una escena
del poema dramático Los Pirineos: Isidro
Gil, cuyos primores de lápiz son tan jus-
tamente celebrados, autor del hermoso
cuadro Fernán González y la indepen-

dencia de Castilla, que existe en el Con-


sistorio de Burgos; y Evaristo Barrio su
camarada, pintor de mérito y autor del
otro notable lienzo, que se admira, tam-
bién, en el mismo Consistorio, represen-
tando un legendario pasaje de las moce-
dades del Cid: Eugenio Álvarez Dumont
y su hermano César, que supieron con-
quistarse un nombre y formarse una re-
putación tan envidiable como merecida:
Antonio Alsina, escultor de genio y de
CLOIUvS Y nUlNAS 61

original y robusta inspiración: Rodriguez


Carracido, el ateneísta, el orador simpá-
ticoy afluente, cuyas oraciones son un
encanto y sus libros un modelo: Ángel
Stor, publicista y pensador profundo;
y otros, y otros, entre los cuales sería
injusto olvidar al grabador insigne Don
Joaquín Pi y Margall, hermano del cé-

lebre repúblico, y á José Cebrián, Enri-


que Recio, Vicente Poleró, Manuel Ra-
mírez, y Joaquín Pujol, todos entusias-
tas, de renombre y fama.
Casi todos ellos dejaron un recuerdo
en Fres del Val.
En la bóveda de la escalera, al pie de
la cual existe hoy, oculta y poco menos

que enterrada, la puerta plateresca que


comunicaba con el claustro llamado de
Padilla, Francisco Jover pintó al óleo

un cuadro con la alegoría de la Paz, Al-


Yarez Dumont el de la alegoría de la
62 EN BURGOS

Guerra, y Manuel Crespo los lienzos en


que figuran la Victoria y la Gloria.

El escultor Alsina labró y esculpió


varias gárgolas preciosas. Una represen-
ta á Mejistófeles, y otra á Margarita.
Otra figura un fraile, á cuyo rostro se ha
colgado un gato que en él clava sus
uñas, obligándole á abrir desmesurada-
mente la boca en ademán de dar voces.
Otras dos son un grifo y un guerrero.
Por cierto que al colocar esta última, se

encerró debajo de ella una caja de plo-


mo que contenía un acta, en que consta-
ba la obra emprendida, acta redactada
por Serrano Fatigati y subscrita por to-

dos los que estaban presentes aquel día.

Esta colonia de artistas detuvo la obra


destruyente y comenzó la restauradora.
Ella por sí sola, colmena laboriosa, hu-
biera acabado por restablecer aquel mo-
numento y poblar aquellas ruinas. Aque-
GLORIAS y RUINAS 63

lia agrupación de jóvenes ilustres, diri-

gida por Jover, venidos de todas partes


de España, de Aragón, de Castilla, de
Cataluña, de Valencia, de las provincias
vascas, de Andalucía, hubiera hecho en
pocos años que sólo en muchos, y con
lo

muchos recursos, tienen el poder de rea-


lizar los magnates j los príncipes.

Para el verano de 1890 estaban cita-

dos, y comprometidos á pintar los claus-

tros, Villegas y Joaquín Sorolla, y ha-


bían ofrecido su concurso, Amérigo, Lu-
na y Novicio, Gessa, Borras, y Martínez
del Kincón, todos de reputación y nom-
bradía.
Por desgracia, Jover murió y...

Pero olvidaba un detalle, que no sólo


es pertinente, sino que hubiera sido in-

justicia y grave yerro olvidar.

¿Kecuerda usted ¿cómo no? aquella ca-


pilla, única que resta del antiguo templo.
(54 EN BURGOS

á izquierda de su portal, en medio de


tanto estrago de escombros, bajo aque-
llos dos cimbreantes arcos que da espan-
to mirar al ver cómo se lanzan por los
aires, atrevidos, solos, desnudos, despo-
jados de toda bóveda y todo amparo,
sostenidos, únicamente, por sus puntos
de arranque, y amenazando desplomarse
sobre los que penetran en aquel recinto?
Ya usted recuerda, y ha visto, que Jo-
ver comenzó á pintar al fresco los muros
de esta capilla, para lo cual tenía prepa-
rados cuatro bellísimos bocetos, inten-
tando reproducir en todos sus detalles,
y
con primores alegóricos, la muerte de
San Juan Bautista. ¡Gran dolor que
aquella obra de arte quedase interrum-
pida, pues que y valentía
la inspiración

de sus comienzos dan clara idea del mé-


rito y alteza que hubiera tenido en su
conclusión!
-V'
aV.
GLORIAS Y RUIXAS 65

mal no recuerdo, usted me dijo que


Si
pensaba restaurar esta capilla, respetan-
do la obra comenzada. Alegrárame mu-
cho de que esta fuese su intención, y que
su proyecto se realizase, pudiendo con-
tar con el aplauso y los plácemes de to-
dos. Y
no solamente por ser noble y pa-
triótica la idea de usted, sino, también,

porque, concluyéndola, habrá usted rea-


lizado por intuición, y sin saberlo ni pen-
sarlo, secretos votos del malogrado artis-
ta y sus pensamientos íntimos, dando así
paz á sus manes y honor á su memoria.
Jover reconstruía y restauraba la ca-
pilla en recuerdo y tributo de un ilustre
americano.
Y diré á usted por qué.
Acababa Jover de comprar lo que fué
monasterio de Fres del Val, y andaba
precisamente en los apuros de la restau-
ración, muy atareado, y, también, muy
66 EX BURGOS

preocupado, con los comienzos y arreglos


de obra tan magna. En esta ocasión, se
le presentó, para darle el encargo de un
cuadro, un personaje americano, quien
pudo enterarse de aquella calaverada
artística, y se prendó de aquel hombre

que, sin más recursos que los de su tra-

bajo, se había lanzado á la aventura de


comprar unas ruinas y al empeño de res-

taurar tan monumental fábrica»

Plúgole aquel arranque, y, como era


hombre opulento, hubo de hacer alguna
generosa oferta, que el profietario agra-
deció, pero no aceptó, deseoso de empren-
der y continuar la obra con sus propios
recursos y no con los ajenos. Orgullo de
artista, que suele no ser el de los demás.
Despidióse el americano, y marchó á
su patria. Llegado á ella, escribió al pin-

tor diciéndole que como su nombre esta-

ba allí en boíra v en olor de santidad artís-


GLORIAS Y RUINAS 67

tica, le encomendaba que fuese mandan-


do cuadros, los cuales él se encargaría de
colocar y vender. Y acaeció que cuantos
cuadros se remitían, eran en el acto ven-
didos, no por la cantidad que fijaba su
autor, sino por sumas muy superiores,
evidente y delicada manera de ayudar á
la obra tan patrióticamente emprendida.
Fué entonces que Jo ver, en honor de
D. Juan Bautista Peña, que este es el
nombre de tan hidalgo americano, co-
menzó la capilla bajo la advocación de
San Juan Bautista, decidiendo emplear
en la obra las sumas de aumento que re-

cibía por sus cuadros.

Esta es la historia.

Iba á decir antes que Jover murió, por


malaventura, á lo mejor de su empresa.
Todo quedó entonces interrumpido y pa-
ralizado, y acaso iba todo á desaparecer

y á quedar de nuevo en mayor desoía-


68 EN BURGOS

ción y ruina, cuando se presentó usted á


adquirirlo, comprando aquellos restos.

Fres del Val está salvado.


;Ah! ;Si así como adquirió usted el

claustro procesional, hubiese adquirido


las ruinas del llamado claustro de Padi-
lla! Ya sé que no es suya la culpa; pero es
de esperar, al menos, que pues sus veci-
nos no quisieron traspasarle ó vender
estas pobres ruinas, su ejemplo de usted,
ya que no el de Jover, les sirva para que,
por su parte, restauren y conserven lo
que dejan en olvido y... perdónenme que
cariñosamente se lo diga, en criminal
abandono. Hace unos años, cuando estu-
ve allí por vez primera, todavía el claus-

tro de Padilla estaba entero, con sus


cuatro galerías. Hoy, ya dos de ellas vi-

niéronse abajo, amenazando desplomar-


se muy pronto las otras; y allá ruedan
por los suelos sus columnas á trozos,
GLORIAS Y RUINAS 69

SUS arcos rotos, las esculturas mutiladas,


los balaustres, capiteles, blasones y es-

cudos de nobilísimas familias hechos pe-


dazos, todo allí revuelto en confusión y
amontonado, junto al que fué zaguán
del convento, actualmente convertido en
miserable establo de vacas, establo por
cierto y muladar que tiene la gloria sin

igual de verse presidido por un grandio-


so, escultural y magnífico escudo dé Es-
paña, con el Toisón y las columnas de

Hércules, que allí está desde que hubo,


sin duda, de colocarse en aquel sitio, con
objeto de indicar que aquella era la casa
escogida por Carlos V para su retiro.
Cuando estuve allí un día, al arrimar
la escalera y enarbolar unos candiles
para ver aquella preciosa esculturada
obra de arte, sumergida en tinieblas
desde que se tapió la puerta del conven-
to, observé que el escudó desaparecía
70 EN BURGOS

casi bajo un tupido velo de colgantes te-

las allí tendidas, y tejidas, por solitarias


arañas en su laborío de continuados
años. Un mozo diligente, de esos para
quienes no rige el j)oint de zele, acudió
presuroso á desembarazar de estorbos el

escudo y á limpiarlo con un paño, á fin


de que pudiese examinarse con entera
libertad. Pesóme de ello.

Y me pesó, porque aquellas arañas in-

teligentes y laboriosas, que bien pudie-


ran llamarse arañas españolas y patri-
cias, hicieron algo de lo que el hombre

debía haber hecho, y cubrieron con un


velo aquel menospreciado blasón, como
en señal de luto, según era antigua cos-
tumbre en regiones castellanas, donde
las casas en duelo enlutaban el escudo
de sus fachadas.
Y no podía estar más en duelo ni más
de luto aquel hermoso monumento de
GLORIAS Y EUIXAS 71

Fres del Val, viendo sus alhajas derra-


madas por los suelos y el grandioso es-
cudo de Carlos Y abandonado en aquel
muladar, para presidir tanto estrago y
tanta desventura.
Sigan sus vecinos de usted los Sres. de
Puente, que sí la seguirán, la senda por
usted trazada, si quieren merecer bien
de sus conciudadanos y de la patria; y
sirva de ejemplo el noble alarde de una
dama forastera, que teniendo sus intere-
ses, sus haciendas y su morada en tierras
de Cataluña, se viene á Castilla, donde
no tiene intereses ni familia, y donde
no posee un solo palmo de tierra, sólo por
restaurar y conservar el monumento bur-
galés que Carlos Y había elegido para
su retiro, antes que prescripciones médi-
cas, ó razones de otra índole, le aconse-

jaran el de Yuste.
.

CARTA CUARTA

Proyecto de trasladar á Cataluña el claustro de Fres


del Val.— Restauración que piensa llevar á cabo
su actual propietaria. —Excursiones que pueden
hacerse desde Fres del Val. — La ciudad de Burgos.
—La cartuja de Miraflores — El monasterio de las
Huelgas. — San Pedro de Cárdena.— La leyenda del

Cid muerto. Covarrubias y recuerdos de Fernán
González.— El torreón de doña Urraca. San Pe- —
dro de Árlanza y la tumba de Mudarra. Las rui-—

nas de Clunia. Santo Domingo de Silos. La —
cueva de Atapuerca. — La cantera de Ontoria. —
Aranda y Peñaranda de Duero.— Los castillos de
la comarca. — Briviesca. —
San Salvador de Oña. —

La varona castellana. El vivar del Cid. El hos-—
pital del Rey. — Castrojeriz. — Idea general.
4*

19 de Octubre delS9S.

Al adquirir usted el magnífico claus-


tro de Fres del Val, me permití indicarle
la idea de que, acaso, pudiera trasladarse
aquel monumento á Cataluña, situándolo
en la cumbre del monte Tibi dabo, don-
de tiene usted una de sus posesiones. Pa-
recíame que este proyecto era perfecta-
mente y que habría grandeza
realizable,

para usted sólo en intentarlo.


Allí, coronando el Tibi dabo, que es el

monte de las leyendas; dominando el

Mediterráneo, que es el mar de los la-

tinos; apareciendo ante toda Barcelona,


que es la ciudad de los grandes recuerdos,
y asomando por encima de aquel llano,
EX BURGOS

que es vivar donde la industria y el tra-

bajo alzaron y custodian sus laboriosos


renuevos, ¡qué hermoso, qué grande hu-
biera sido, ver aparecer y levantarse el
claustro burgalés, tan rico por sus be-
llezas artísticas y tanto por los arreboles
de su historia!
No hubo de arredrarse ciertamente,
bien lo sé, ante la cuantiosa suma que
requería semejante traslado, parvedad
para usted y minucia solamente. Paróse,
sí, ante la idea de no arrancar á Burgos
una de sus joyas. En tierra burgalesa se

había levantado. Justo era que siguiese


en tierras castellanas lo que varones cas-

tellanos labraron para honor y timbre


de su patria.

Obró usted así con más discreción de


la que hubo en mi consejo. Tengo la se-

guridad de que la noble Burgos se lo ha


de agradecer.
GLOKIAS Y EUIXAS 77

Es patriótico, señora mía, y es español,

dejar este monumento en Castilla, que


todo lo que es de una comarca, á ella

pertenece; es de alma selecta acudir á su


reparo; y es de dama principal y gene-
rosa levantar, ya por el pronto, en estas
ruinas, cómodas y espaciosas celdas para
albergue de todos aquellos, amigos, lite-

ratos, artistas, personajes, á quienes


quiera brindar hidalga hospitalidad du-
rante los abrasadores días del verano,
que tan gratos son y deliciosos en comar-

cas burgalesas.
Y en verdad que no puede ofrecerse
mansión más agradable, ni hospitalidad

más atrayente, ni sitio más encantador,


ni centro más propio para regocijos de

soledad y para deleites de excursión.


Quien sea excursionista, estará allí en
su elemento. Son infinitas, y todas privi-
legiadas, las expediciones que desde
EN BURGOS

Fres del Val pueden y deben hacerse.


Acaso no existe sitio parecido, que en
más reducido campo, ofrezca tanto que
ver y que admirar; ni mayor golpe de
monumentos artísticos más agrupados
y cercanos, ni mejor aglomeración de
recuerdos históricos más vivos, ni serie
igual de interesantes excursiones que
realizarse puedan con más facilidad y

agrado.
El expedicionario tiene allí á mano
cuanto pueda ser apetito y también sa-

tisfacción de su deseo.
No hablemos ya de Burgos, que está
á un paso, ciudad y cabeza, historia viva
de Castilla, alcázar de honor y gloria,
donde tienen mucho que admirar, que
estudiar y que aprender, el artista en
sus monumentos, el historiador en sus
crónicas y anales, el novelista en sus tra-

diciones y leyendas, el literato en sus có-


GLORIAS Y ruinas' 79

dices, el legislador en sus autos de Cor-


tes, y el político en
sabio instituto y
el

honrada administración de sus muni-


cipios.

Tocando á Fres del Val está la cartuja

de Miraflores, aquella que por su confi-


guración, según creo haber ya dicho an-
teriormente y por la hilera de agujas que
,

circunda el edificio, parece un gran se-


pulcro rodeado de blandones funerarios,
cosa que su constructor Juan de Colonia
debió tener seguramente en cuenta, sa-
biendo que, al labrar aquella fábrica, la-

braba el mausoleo de los que allí iban á


retirarse del mundo, sujetos á la prácti-
ca del severo instituto de San Bruno.
Se levanta en un cerro y en
la cartuja

medio de ancho parque, que se extiende


en sombrosas y soberbias alamedas por
las orillas del Arlanzón. Comenzó á cons-
truirla Juan II, pero la obra hubo de
80 EX BURGOS

quedar interrumpida hasta que ordenó


continuarla doña Isabel la Católica, á
quien, realmente, puede llamarse su fun-
dadora, con el piadoso objeto de erigir
en ella el sepulcro de su padre.
Hay en este monasterio mucho en que
embelesarse y de que asombrarse, figu-
rando entre ello las sillerías de los dos
coros de monjes y de legos; la silla del

preste ó del prior, como la llaman, que


encanta por su gallardía, elevación y es-

beltez; el retablo del altar mayor; el arco


sepulcral que guarda las cenizas del in-
fante D. Alfonso, hermano de doña Isa-
bel, aquel que fué rey de los rebeldes
cuando Enrique IV; la sorprendente efi-

gie de San Bruno, obra maestra del es-


cultor Pereira; y el luminoso sepulcro
de alabastro mandado erigir por la reina

Católica, obra admirable de Gil de Síloe,


en donde descansan el rey D. Juan II,
^a

•<:>
o
GLORIAS Y RUINAS 81

y su esposa doña Isabel de Portugal,


con sus estatuas yacentes, monumento
primoroso y tan bello, de labor tan ex-
quisita y de tanto lujo y bordado de pie-
dra, con tan galanos y resplandecientes
adornos, que más parece tálamo nupcial
que túmulo de muerte.
A cortísima distancia de la cartuja de
Miraflores, inmediato á Burgos, se eleva
el real monasterio de las Huelgas, Santa
María la Real de las Huelgas, según se
titula en añejas escrituras. En otros tiem-
pos la abadesa de este monasterio, de la

orden del Cister, era señora de más de


sesenta pueblos, tenía jurisdicción canó-
nica y civil, todas las facultades de los
obispos, todas las potestades de la justi-
cia, y, después del rey, no había en Cas-
tilla quien contara más vasallos. Reinas,
princesas, damas de la primera nobleza,
fueron sus monjas, que allí vivían con
82 EN BURGOS

fausto y con holgura, cada una indepen-


diente en su apartamento, con freirás y
doncellas á su servicio, de modo que bien
pudiera decirse que gozaban, aun tiempo,
de la vida del claustro y de la del mundo.
En sus claustros, en sus capillas, en
sus galerías, bajo sus arcos y sus naves,
hay riquezas de gran valía, obras de arte
superiores, recuerdos históricos de pre-
cio y objetos de valor, y, dentro ya de
la clausura, bajo la custodia de aquellas
damas, los sepulcros esculturados de
cuatro reyes, de cinco reinas y muchos
de príncipes y de infantas.
Á no gran distancia de Fres del Val
está el monasterio de San Pedro de Cár-
dena, hasta hace muy poco tiempo soli-

tario, desierto, abandonado, perdido allá^

en un triste rincón de Castilla. Fué glo-

rioso en nuestras crónicas, nombrado en


nuestras leyendas, célebre en nuestros
GLORIAS Y EUrXAS 63-

romances, famoso en nuestras memorias,


sobre todo por las que del Cid conserva.
Allí vi un día el desierto y anchuroso
patio de ingreso lleno de hierbas, naci-
das en la soledad del abandono; allí la

torre, sirviendo de palomar al cura pá-


rroco del vecino pueblo; allí el templo
ojival de tres naves, de muros desnudos,
de capillas viudas, de retablos despren-
didos, de altos ventanales abiertos á la
luz, al aire y á la lluvia. Allí está el altar
en que el Cid oyó de hinojos, con las pri-

meras luces del alba, su postrera misa


en los dominios de Castilla, de donde
salía arrojado; allí la capilla de los Má?'-
tires, en recuerdo de los cenobitas que
fueron degollados por los moros en un
asalto del convento; allí la capilla de
los Héroes, donde estuvieron, y todavía
están, los sepulcros del Cid y de su Ji-
mena, aunque sin sus cenizas, traslada-
84 EN BURGOS

das á Burgos, y los de los Díaz y los


Láinez, y los de reyes, príncipes, jueces
de magnates y damas
Castilla, prelados,

que se agrupaban en corte de muertos


alrededor del héroe legendario; y allí,
por fin, la robusta figura en piedra del
Campeador, armado de todas armas, con
su poblada y luenga barba tradicional, y
con la diestra sobre la cruz de su famo-
sa tizona, como recuerdo de aquel día,

narrado por la leyenda y la fiibula, en


que, estando el cadáver del Cid sentado
en un escaño junto al altar, no parecien-
do muerto sino vivo, se adelantó un ju-
dío á tirarle de la barba, y, antes que tal
hiciera, el Campeador empuñó su tizo-

na y sacó de la vaina el acero, con lo


cual el judío cayó aterrado de hinojos,

y se convirtió, haciéndose monje, con


nombre de Diego Gil, en aquella santa
casa.
GLORIAS Y RUINAS 85

Y otras excursiones pueden hacerse


desde Fres del Val.
La histórica Covarrubias espera al via-

jero para enseñarle su rica colegiata con


su magnífico claustro ojival, y familiari-
zarle con las gestas del conde Fernán
González, otro de nuestros héroes legen-
darios. Llena está de sus memorias Co-
varrubias. Conserva los vestigios del que
fué palacio j alcázar del libertador de
Castilla, con el llamado Torreón de doña
Urraca, en que supone la leyenda que
por pecado de amores murió empareda-
da de aquel nombre, y guarda
la reina

en gran veneración las cenizas del conde


y de su esposa doña Sancha en opulen-
tos sarcófagos, que no falta quien los

crea sepulcros romanos, procedentes de


las ruinas de la vieja Clunia, otra excur-
sión que merece hacerse para visitar los
restos de aquella ciudad arévaca, célebre
86 EX BURlíOS

por sus templos y teatros, morada de


Servio Sulpicio Galba cuando recibió la
noticia de haber sido elegido emperador
á muerte de Nerón, y que todavía era
la

ciudad importante al ser devastada por


Abd-er-Raliman III, en una de sus co-
rrerías por Castilla.
Próximamente á legua y media de Co-
varrubias, y á orillas del río que le da
nombre, están las ruinas de San Pedro
de Arlanza, otro de los monumentos de
resonante memoria, enlazada con la del

héroe castellano Fernán González, y otro


también de nuestros padrones de igno-
minia, destruido por el abandono inicuo

en que se le tuvo. La desolación y el

estrago se aposentaron en este famoso


monasterio de noble historia, del cual
todavía se ven preciosos restos sobre
los cuales flotan peregrinas leyendas, á

que dieron realce las fábulas y consejas


GLORIAS Y RUINAS 87

agrupándose, principalmente, en torno


de la tumba que se supone ser la de Mu-
darra, el de los siete infantes de Lara.
Hay que apresurarse á visitar San Pe-
dro de Arlanza, que está próximo á des-
aparecer, aun cuando sea, que no re-
cuerdo si lo es, declarado monumento
nacional, como tantos otros que lo son

y que, no obstante serlo, y, precisamente


por serlo, van poco á poco cayendo, des-
moronándose y desvaneciéndose como
un sueño.
Hay que hacer asimismo la expedi-
ción á Santo Domingo de Silos y á las

citadas ruinas de Clunia, donde un alma


selecta, varón de levantado espíritu, y

paisano nuestro, piensa hacer excavacio-


nes, que serán sin duda de provechoso
resultado para las ciencias históricas.
Del cenobio de Silos fué abad el santo
que le dejó su nombre, y en su claustro
88 EN BURGOS

está, descansando sobre las rendidas ca-


bezas de tres leones, la losa-cenotafio
con la estatua yacente, (¿ue cerraba un
día su sepulcro. Ya en este renombrado
cenobio, por fortuna, los ojos del excur-
sionista no pasearán por escombros y
despojos, sino que, por lo contrario, po-
drán recrearse en maravillosas obras de
arte, al cruzar su bellísimo claustro ro-
mánico de dobles capiteles, y su templo,
joya de aquellas comarcas burgalesas,
custodiada hoy y conservada por una co-
munidad religiosa, procedente de Fran-
cia, á quien el gobierno cedió el edificio.

El excursionista que sea amante de


las maravillas de la naturaleza, tiene
también sus sitios que recorrer.
Allí está esperándole la cantera de On-
taria, donde se halla esa piedra tan pro-

pia para la labor y tan codiciada por los


escultores, de la cual salieron los borda-
GLORIAS Y RUINAS 89

dos y filigranas de la catedral de Burgos;

y allí se encontrará, convidando y atra-


yendo al amador de bellezas naturales, la

cueva de Atapuerca, de la cual se cuentan


maravillas. Hay que llevar hachas y ben-
galas para iluminar su interior, y dicen
que asombra por lo portentosa. Es la

nave de una gran catedral, con descen-


dentes estalactitas y ascendentes esta-
lagmitas que se buscan, en la obscuridad
de aquella noche eterna, para unirse en
amante beso y en cópula nupcial, y for-
mar luego en el espacio columnas y pila-
res con que sostener bóvedas y creste-

rías, caladas cornisas y lujosos capiteles,


todo labrado por la naturaleza, allí, en las
entrañas de la tierra, para desesperación
y envidia del mejor artífice.

Pero no tardará el expedicionario en


volver á sus excursiones anteriores soli-

citado por el imán de la historia, por


90 EX BURGOS

la atracción del arte, por el amor de las

ruinas, que también tienen éstas sus amo-


resy sus encantos, ávido de esos goces y
de esas impresiones que sólo se reciben
al visitar los grandes monumentos de la

crónica, de la gloria, de la tradición y de


la leyenda.

Y entonces, allí tiene donde escoger, á


más de lo mucho y selecto que haya ya
visto; que en aquel pedazo de tierra cas-

tellana parece haberse reunido, por cir-


cunstancias especiales y acuerdo provi-
dencial, mucho de lo que tiene de más
culminante la patria en aparatos y mani-
festaciones de arte, de religión y de his-
toria.

Allí aguardan al expedicionario, para


desplegar ante él sus pompas y riquezas.
Peñaranda de Duero, arrebozada en el

manto de sus alcázares y palacios de


magnates; Aranda presentando su tem-
GLORIAS Y RUINAS 91

pío y las memorias de la abanderizadora


familia de los Lara, eclipsadas por las de
los Keyes Cotólicos, que tantas veces es-

tuvieron en aquella villa, no sin dejar


imborrables huellas de su paso Lerma, ;

envanecida con los restos palatinos del


turbulento Gómez Sandoval y con la es-
tatua orante, en bronce, del cardenal du-
que de Lerma, obra de Pompeyo Leoni;
los castillos de Olmillos y Coruña del
Conde, y otros cien castillos de añora-
das historias, que por encima de los ris-
cos asoman su descarnado esqueleto, sa-
liendo de entre sus escombros; Briviesca
la linajuda, orguUosa por haber servido
de modelo y planta para la villa de San-
ta Fe frente á Granada, y abatida al

ver el palacio de sus Cortes convertido


hoy en granero; y sobre todo, y muy es-
pecialmente, el monasterio de San Salva-
dor de Oña, panteón de soberanos y de
92 EN BURGOS

príncipes, que allí yacen en torno del rey


D. Sancho Abarca, con su templo res-

plandeciente de joyas artísticas, en el que,


por acaso providencial, aparecen juntos
los escudos de Castilla y de León unidos
á los de Aragón y Navarra, y con su
hermosísimo claustro, donde está la tum-
ba de la mut/ ilustre y valerosa capitana
María Pérez de Villanañe, conquistadora
de reinos y jyrovincias, llamada la Varona
castellana, dama ilustre que en los pri-

meros tiempos de Castilla llevó á cabo

singulares empresas, entre ellas la muy


gloriosa del asalto y toma del castillo de
Dueñas, y la no menos hazañosa de su
combate, brazo á brazo y cuerpo á cuer-
po, con el monarca aragonés D. Alfonso I,
apellidado el Batallador por las historias.
Todo esto, y mucho más que no digo,
puede visitarse teniendo á Fres del Val
como centro y punto de partida y de re-
GLORIAS Y RUINAS 93

greso. ¿Qué mejor hospitalidad, ni más


apetecida, puede ofrecer una dama ilus-
tre á sus huéspedes amigos, que la de
darles por casa el monumento de Fres
del Val, y la de ponerles en el camino
j al alcance de visitar tanta grandeza,
abriéndoles de par en par la puerta de
los recuerdos y los espacios anchurosos
del arte y de la historia?
Así pone á su disposición lo que con
más amor deseaba el gran poeta: un libro
y un amigo. Así les ofrece el restaurado
hogar de los Manrique y los Padilla, y
en él la amistad cariñosa que les invita

y brinda con hmpia y abastada mesa y


con modesta pero histórica vivienda. Y
así les entrega abierto el libro de las pa-

trias recordanzas, libro en que han de


hallar, para consolador deporte de su

espíritu, las enseñanzas de la historia,

los merecimientos del honor, las proezas


94 EN BURGOS

del patriotismo, las maravillas del arte,


los prodigios del trabajo, las celistias de
la religión, los milagros de la fe, los he-

roísmos de la virtud, los nimbos de la

gloria y las majestades de la patria, todo


lo que levanta y glorifica al hombre,
todo lo que eleva y dignifica el alma.
Todo esto podrá enseñar á sus hués-
pedes, con el libro abierto ante sus ojos.
Y páginas son de este libro, la ciudad
de Burgos con todas sus magnitudes; el

Vivar del Cid, que dormita soñoliento en


una soleada llanura, á corta distancia
del erguido castillo de Sota Palacios,
próximo á Fres del Val: el Hospital del
Rey, fábrica soberbia, fundación de mo-
narcas, bajo cuyo arco bizantino, que da
sombra á la puerta escultural de la igle-

sia, se agruparon un día los romeros de


todas las naciones, que iban en peregri-
nación al sepulcro de Santiago: las Huel-
GLORIAS Y RUINAS 95

gas, á manera de heraldo que se destaca

y avanza para pregonar las gestas de


tantos soberanos y tantos potentados
como allí duermen su sueño eterno: Mi-
raflor es, al rededor de cuyas agujas de-
ben discurrir entre las nieblas nocturnas
las vagueantes sombras de Juan II, de
Enrique IV y de Isabel la Católica, que
si fué reina gloriosa en los anales histó-
ricos, reina santa debe ser en los fastos
religiosos : San Pedro de Cárdena, man-
sión solitaria, ensoñorada con las memo-
rias del héroe tradicional: Covarrubiasj
Arlanza, paramentadas con las vetustas
dalmáticas y enmohecidas armaduras del
tiempo de Fernán González: Castrojeriz^
la ciudad fundada por el godo Sigerico
para placer y orgullo de su dama: Ar an-
da y Peñaranda de Duero, míseras viu-
das, que con el relato de glorias pasadas
divierten tristezas presentes; Clunia Sul-
96 EN BURGOS

2)icia, que, devastada por los árabes, re-


divive en sus mismos lares solariegos por

amores y apetitos de escudriñantes ar-


queólogos; Sasamón, la Segisamum de los
romanos, que vive en su sepulcro, ciudad
yacente sobre sus ruinas soterradas; Bri-
TÍesca, á quien sus reyes hicieron prepo-
tente,y sus Cortes noble, y Casilda la
mora, santa; la abadía de San QuÍ7xe,
monumento románico del siglo décimo,
al que acuden en romería codiciosos an-
San Saltador de Oña, con sus
ticuarios;
túmulos reales y su Varona castellana;
los castillos de Sota Palacios, de Olmi-
Uos, de Aranda, de Peñaranda, de Olmos
albos, de Coruña del Conde, de Medina
de Pomar, archivo y memorial de cosas
que pasaron; y tantos y tantos otros,

todo con los alardes de sus grandezas,


las excelsitudes de sus fábricas ó las tris-

tezas de sus ruinas, que todo esto es la


^o.
o.
Ao
GLORIAS Y EUINAS
\A
tierr¿i burgalesa, todo esto lo que pudie-
ra llamarse la zona histórica de Burgos,
y, aun mejor, el sagrario de Castilla, y
es, también, todo esto, lo que no supi-
mos conservar y lo que hoy dejamos pe-
recer, y caer, y hundirse, para oprobio
<le nuestro nombre, con ultraje de la his-
toria y con mengua de la patria.
CARTA QUINTA

Observaciones de actualidad.— La villa de


Gamonal.
—De qué proviene el nombre de Fres del Val.—
Los antiguos escribían Frex.—Qué signifíca
Frex
en catalán.— Vocablos catalanes en
Castilla.—
Banda y Pineda.— Por qué se encuentra en Casti-
lla tanta voz catalana.— Los cantos lemosines.—
Notable cita de Solís.— Ardores que han hablado
de Fres del Val.— La antigua ermita.—
Juan el
labrador.— Ftmdacion del monasterio por D.
Gó-
mez Manrique.— Los monjes de Guadalupe.—
La
familia de Padilla.— El sejmlcro de los Manri-
que.— El de Juan de Padilla.— Deseos que Carlos V
tuvo de retirarse á este monasterio,
y por qué no
lo efectuó.— Los franceses en
Fres del Vai.—La
Biblioteca.— Algo más sobre el castillo de Burgos
y la casa del Cordón.— Versos de José Velarde.—
Conclusión.
5/

28 de Octubre de 1S93.

Por fin en esta mi carta de hoy, ami-


gi y señora, entraremos en la historia
antigua de Fres del Val. Ya era hora de
que llegásemos.
Debiéramos haber comenzado por ella,
ya lo sé, como sé también que así, de
seguro, lo pensará usted, aun cuando no
se atreva á decírmelo; pero tales son las
cosas del día, y tales van las corrientes
que nos arrastran. Hoy dejamos siem-
pre para lo último lo que debiera ser lo
primero. Ahí está sino lo de Melilla, con
(]ue tanto nos abruma la prensa perió-
dica en estos momentos. Ha treinta
102 EX JJL'RtiOS

años que podríamos tener construida la

fortaleza, que hoy sólo levantaremos á


costa de nuestra sangre. Vamos á con-
cluir por donde debíamos haber co-
menzado, sin reparar que por el cami-
no de después sólo se llega al pueblo de
7iunca.

En cuanto á la historia de Fres del


Val, que es lo que á usted importa, voy
á contársela. Es breve, y es sencilla.

No tiene la resonancia de la de otros


institutos de su índole y clase, y su ori-

gen no se envuelve, como otros, en las

atrayentes nebulosidades de leyendas,


tradiciones y consejas, que tanto realce

y color les comunican. La casa religiosa


de que nos ocupamos, tuvo origen cono-
cido, vivió vida sana, modesta y apa-
cible. Parecía haberse ido á refugiar en
aquel rincón de Castilla para ser más
cenobio, para estar más recogida y reco-
GLORIAS Y RUINAS 103

íeta, para encontrarse más sola, para vi-


vir más olvidada.
Se halla á seis kilómetros de Burgos,
y á muy corta distancia del pueblo de
Villatoro, en la comarca ó región bur-
galesa llamada Gamonal, que toma nom-
bre del pueblo así apellidado. Qué in-
;

feliz pueblo el de Gamonal, ó, mejor


<licho, qué infeliz suerte la suyal

En antigüedad remota debió alcanzar


poder y nombradía, hasta el punto de
querer rivalizar con Burgos, pues cons-
ta en documentos fehacientes que, allá
por el siglo xr, se pensó situar en él la

sede episcopal, para lo que las infantas


<ie Castilla doña Urraca y doña Elvira,
hijas de Fernando I el Magno, cedieron
sus palacios y una iglesia, á sus expen-
sas construida y en nuestros tiempos,
;

íi principios de este siglo, hubo de pa-


sar por la tristeza de ver cómo en sus
lOi EN CURCOS

campos era derrotado por el francés el


ejército español, allí enviado para resis-

tir á los invasores de la patria.

Según la opinión más común, Fres del


Val quiere decir fresno del valle. Y hay
que advertir, por lo que luego indicaré
á usted, que en documentos antiguos,
cercanos á la fundación de este cenobio,
S8 escribía Frex del Val. Hoy la -r se ha
sustituido por la u^. También algunos re-

ducen sus tres palabras á una sola, y la


llaman Fvesdeli'al. Hay quien cree que
puede provenir áe/reires del val, es de-

cir, hermanos, frailes del valle, y no fal-

ta quien supone que su nombre proce-


de de fresno del valle.

La primera opinión es indudablemen-


te la que acierta, sin que valga decir,

como aseveran algunos ,


que no hay
ningún fresno por aquellas cercanías.
Pudieron existir, si hoy no existen.
GLORIAS Y RUINAS 105

Pero no, los hay, y allí, lozanos y fron-


dosos, puede verlos el que visite ias
ruinas.

Y á más, voy á decir algo que no sé


que haya dicho nadie.
Frex, escrito con x, es el nombre que
se da á Fres del Val en antiguos docu-
mentos. Pues bien, Frex, con x, qs fres-

no en catalán, como usted sabe.


Al llegar á este punto, si alguien, á
más de usted recoge estas líneas, ya sé yo
que exclamará en seguida :
— «• Ah! Ya te-
nemos aquí al catalán. Mire usted que es
empresa de ese santo varón la de querer
encontrar nombres catalanes nada me-
nos que en el mismo riñon de Castilla.»
Y á esto, yo podré contestar muy
campechanamente: —«Claro que sí, los
busco en el riñon, y en el corazón de
Castilla. Los busco, y, lo que es más,
los encuentro.»
10f5 E.V BURGOS

Frex del Val, así escrito, es Fresuo

del Valle en catalán.


Pero, ¿cómo puede ser eso? me dirán.

¿Cómo y por dónde pudo venir aquí esa


voz catalana?
¿Cómo? Como vinieron otras. Las de
banda y áe pineda, por ejemplo. Y cito
estas dos, en medio de centenares de
vocablos catalanes que usan los clásicos
castellanos, porque estas dos las oí re-

petir muchas veces durante los breves


días que estuve en Burgos. Banda en el

sentido de lado, es decir de la banda de


acá del río, de la banda de allá del mon-
te, que es como se usa en Cataluña; y
jñneda, es decir, la sierra de Pineda,
donde nace Arlanzón y hay extensos
el

pinares, pinedas, según decimos en ca-


talán,y según me regocijé de oir que se
decía en Burgos.
Así es cómo vinieron á Burgos estas
GLORIAS Y RUIXAS 107

y otras voces catalanas : viniendo. Pero


¿por dónde vinieron?
¿Por dónde? Pues por la puerta del
Pirineo, que es por la que entraron los

trovadores y poetas lemosines que ve-


nían aquí á ser consejeros y ministros
de los reyes de Castilla, como el trova-
dor Bonifacio Calvo lo fué de Alfonso X
el Sabio. Los romeros que iban en pere-
grinación á Santiago, llegaban cantando
himnos lemosines, y muchos cantares en
esta dulce lengua debió oir y repercutir
el arco bizantino que da sombra á la
iglesia del Hospital del Rey. Los poetas,
y no fueron pocos ciertamente, á quienes
hospedó la corte de Castilla, en lemosín
dirigían sus trovas y serrentesios á da-
mas, reyes y magnates, los cuales en-
tonces entendían todos el lemosín, preci-
samente al revés de lo que ahora sucede.
Bien pudo ser que dejasen en Castilla
-

108 KN' BL'KGOS

muchas palabras lemosinas con que ayu-


dar á formar el castellano, algo inculto
entonces todavía, y una de ellas fuese la
de Freoc^ ó fresno, que ha dado motivo á
esta ligera disquisición.
Y no quiero discurrir más sobre este
tema, aun cuando yo sé que usted gusta
de ello, como de todo lo que hace pensar
y aguza el entendimiento.
Xo estudié yo á fondo el asunto, ni
pensé mucho en él tampoco; pero es po-
sible que haya algo de intuición en mis
observaciones, aun cuando también pu-
diera ser que hubiese oído campanas sin
saber dónde. De toda suerte, brindóse
me la ocasión, y aprovéchela, aun á ries-

go de ser, como decía Solís, uno de tan-


tos, «uno de aquellos que, al referir los

sucesos, tuercen un poco sus circunstan-


cias hacia la inclinación que gobierna su
pluma, tanto, que son raras las historias
GLORIAS Y EUIXaS 109

en que no se conozca por lo escrito la

patria ó el afecto del escritor».


¿Seré yo de ellos? ¿Pertenezco al nú-
mero?...

En cuanto á Fres del Val, que es de


lo que ahora se trata, diré á usted cuáles
son las noticias por mí recogidas. Son po-
cos los historiadores que tuvo este mo-
nasterio, pero debo citárselos á usted,
aunque sólo sea por conservar sus nom-
bres, V también por obligarme á ello de-
beres ineludibles de conciencia. A más,
deben ser estos los primeros autores que
vayan á ocupar un puesto en la bibliote-

ca, que supongo comenzará usted á re-

unir en Fres del Val. Excelente la tuvo en


sus buenos tiempos, y formaba parte de
ella una verdadera riqueza de manuscri-
tos, que eran, en gran número, obra de
D. Lorenzo Padilla, historiador insigne
de Carlos V; pero en nuestra guerra de
lio EN Bunr.o.s

la Independencia, al invadir el cenobio


las tropas fran3esas,todos los libros y
papeles fueron recogidos por emisarios
de Napoleón, y llevados á Francia, de
donde, naturalmente, no han vuelto.
Los escritores en quienes he ido á
buscar las noticias, aparte de los docu-
mentos que pude procurarme en los ar-

chivos, y los datos que me facilitaron

Isidro Gil, y otros, son los siguientes:


Fray José" de Sigüenza, historiador de
la Orden de San Jerónimo; — D. Kafael
Monje, autor laboriosísimo y muy enten-
dido, que con el título de El Monasterio
de Fres-del-Val, imprimió unos artículos
en el Semanario Pintoresco Español, co-

rrespondiente al año 1843, siendo tam-


bién suyo, según creo, el artículo corres-

pondiente á este monasterio, que aparece


en el Diccionario geográ^co de D. Pas-
cual ^ladoz; — D. Manuel de Assas, au-
GLORIAS Y KUINAS 1 1 I

tor de la monografía titulada Monasterio


de Fres del Val, que publicó el editor
Dorregaray en los Monumentos arquitec-
tónicos de España; — el ilustre C>arderera,

que escribió, en la misma obra que acabo


de citar, otra monografía exclusivamen-
te dedicada á la descripción del sepulcro

de Juan de Padilla, depositado hoy en el

museo de Burgos; — D. Augusto Llaca-


yo, que, en su obra titulada Burgos, con-

sagra bellísimas páginas á Fres del Val;


—y D. Rodrigo Amador de los Ríos, au-
tor de una muy notable y erudita histo-
ria de Burgos, en la que se ocupa de
Fres del Val con mucho talento y no
poca copia de datos. Estos son los únicos

autores que tuve ocasión de consultar.


Según parece, fué siempre tradición
constante y corriente en Burgos y en su
comarca, la de haber existido, desde
tiempos remotos, una imagen de la Ma-
112 EX nUKGOS

tire del Redentor, muy reverenciada con


el nombre de Nuestra Señora de Fres
del Val, en el sitio donde luego estuvo
el monasterio. Las historias dicen que
la primera noticia de esta santa imagen
data de la época de Recaredo, lo cual es
una respetable antigüedad, á ser cierto.
Afirman que Nuestra Señora de Fres
del Val tenía un suntuoso templo, el

cual, respetado por los árabes después


de la rota del Guadalete, subsistió hasta
la época de Alfonso el onceno. El decur-
so de los tiempos y la maleza de ellos, hi-
cieron que cayera en olvido y abandono,

y había comenzado ya á desmoronarse


y á deshacerse en ruinas, cuando un la-
brador de Modubar de la Cuesta, llama-
do Juan, ferviente devoto de la Virgen,
tomó á su cargo la empresa de reedificar

el maltratado santuario.
Para conseguirlo, iba de pueblo en puc-
>x
^.
o

GLORIAS Y RUIXAS 113

blo y de casa en casa pidiendo limosna, y


destinando á la obra de la reedificación

cuanto recogía. Exhortaba á unos y á


otros, solicitaba de todos, y refería cómo
la Virgen se le había aparecido para la-

mentarse de que sus devotos dejaran


perecer tan tristemente el templo fun-
dado en su loor y gloria. Con su predi-
cación y porfía, Juan el labrador consi-
guió reunir algunos fondos, que si bien
íio fueron suficientes para levantar otra
vez la iglesia con la suntuosidad que an-
tes tenía, bastaron para edificar una er-
mita de cierta capacidad, que comenzó
^n seguida á ser muy visitada, creciendo
cada día el amor y el culto á Nuestra
Señora.
Uno de sus devotos fué D. Pedro
Manrique el Viejo, señor del Val, y ade-
lantado mayor de Castilla en los reina-
dos de Enrique II y Juan I; y con su
114 EN BURGOS

apoyo y el de su poderosa familia, se


fundó una cofradía, acrecentándose el
culto á la Virgen de Fres del Val, y co-
menzando la época de su esplendor.
Murió D. Pedro Manrique sin suce-

sión legítima, heredándole en el adelan-


tamiento su hermano D. Diego, y en su&
bienes de fortuna un hijo bastardo, lla-

mado D. Gómez, que había sido educado


en la corte del sultán de Granada. Ab-
juró este joven el islamismo, que por
algún tiempo había profesado, y viniendo
á Castilla, entró en posesión de la heren-
cia de su padre por mediación de su
protector el rey D. Juan, quien le casó
con doña Sancha de Rojas, hija del me-
rinomayor de Guipúzcoa Euy Díaz de
Rojas, y luego le nombró adelantado
de Castilla, á la muerte de su tío don
Diego.
D. Gómez Manrique heredó de su pa-
(íLORIAS y ruixas 115

dre la devoción á Nuestra Señora de


Fres del Val, y hubieron todavía de au-
mentar en él esta devoción, dos sucesos
que confesaba y proclamaba deber á la

soberana intervención de la Virgen: la


salud de su hija María, que por estar
muy enferma fué llevada á la ermita,

donde se recobró por completo, y el

haberse salvado él de inminente peligro


de muerte en un combate con los moros
de Antequera, gracias á la mediación
de la Virgen, á quien hubo de invocar
en su peligro.
Esto hizo que el adelantado D. Gó-
mez, y su mujer doña Sancha, decidieran
construirsa un palacio junto á la ermita
donde era venerada la imagen, lo cual

realizaron en 1400, pasando á vivir en él


la mayor parte del año, hasta que al lle-

gar el de 1404, por tomar mayores vue-


los la devoción de D. Gómez, invitó éste
116 EN BURGOS

á la comunidad de Jerónimos del mo-


nasterio de Guadalupe á encargarse del
culto y custodia de la santa imagen.
Aceptada su invitación, fueron monjes
de Guadalupe, y comenzóse la obra del
monasterio.
A expensas de D. Gómez, que no es-

caseó medios ni recursos, se levantó la


fábrica. En 1409 el edificio estaba ya ca-
si concluido, con el claustro procesional,
las habitaciones de la parte superior, el

refectorio, la capilla de San Jerónimo,


destinada después á sala capitular, y la

en 1411 se trasladó, y
iglesia, á la cual

sepultó con toda honra, el cadáver del


fundador D. Gómez Manrique, fallecido
en Córdoba, después de legar al monas-
terio cuantiosas sumas y pingües rentas.

La familia y los hijos de D. Gómez


siguieron el ejemplo y la tradición, y el

monasterio fué creciendo en importan-


GLORIAS Y r.UIXAS 117

cia, al par que en celebridad, siendo ca-


da día más venerada la imagen de Nues-
tra Señora de Fres del Val, y mayores
los donativos, legados y rentas que iba
acumulando el monasterio. Los Padilla,
que enlazaron con los Manrique, conti-
nuaron la obra de éstos, acudiendo con
largueza al monasterio, en el cual hicie-
ron obras de mayor engrandecimiento y
belleza, mandando levantar otro claus-
tro que tomó su nombre.
No es de extrañar, por lo mismo, que
en Fres del Val abunden tanto los escu-
dos de los Manrique y los Padilla. Fue-
ron las dos familias poderosas que se
distinguieron por su extrema veneración

y cariño á la fundación de D. Gómez,


cuya importancia creció á tal punto, que
cuando el emperador Carlos V abdicó
la corona, dio las órdenes oportunas pa-
ra que se le labrase una habitación en
118 EN BURGOS

€ste monasterio, con ánimo de retirarse

á él, cosa que no llegó á efectuar por


haberle aconsejado sus médicos el de
Yuste.
En la iglesia de Fres del Val, de que
hoy sólo quedan los muros, derribada,
según antes dije, para vender y utilizar
su piedra en diversas construcciones,
existían dos magníficos monumentos fu-

nerarios.
Formaban el uno los dos lechos sepul-
crales con estatuas yacentes, de caballe-
ro el uno y de señora el otro, siendo
aquélla la del fundador del monasterio
D. Gómez ]Manrique, y ésta la de su es-
posa doña Sancha de Rojas. Era nota-
ble por su riqueza de labor, por sus
agujas decoradas con efigies bajo sus
respectivos doseletes, tracerías, franjas y
otros exornos, y por las dos estatuas re-
2)Osando sobre el lecho, primorosamente
GLORIAS Y EUIXAS 119

vestida con rozagante traje de corte y lu-


josos arrequives la de doña Sancha, y la

de D. Gómez con la ropa, collar y tocado,


á manera de turbante, de la Orden de
caballería apellidada del Grifo, ó de las
Azucenas, y también de las Jarras de
Santa María, restablecida por D. Fer-
nando de Antequera.
El otro monumento era la joya de la
iglesia. Yacía en él representado por su
magnífica estatua orante, el joven don
Juan de Padilla, hijo primogénito de los
condes de Santa Gadea D. Pedro López
de Padilla y doña Isabel Pacheco. Mu-
rió escaramuzando con los moros en la

Vega de Granada el 16 de ]Mayo de 1491.


Era joven apuesto y decidido. Hijo de
f¿imilia prócera, su niñez rodó en cuna

de oro y de marfil, y no sólo tuvo cuna de


noble, sino también su vocación, que al-
go más vale que la cuna. Era arriscado
120 EN BURGOS

en emprendedor y valiente^
las batallas,

dadivoso y galán, y muy favorecido de


la reina doña Isabel, que le llamaba et

mi loco por sus entusiasmos y arrojos^


por sus empresas aventureras, y por las-
temeridades y disparatorios de su ga-
llarda vida.
Murió dejando al monasterio de Fres
del Val por heredero suyo, y allí le hizo
trasladar, con todo honor y toda pompa,,

la reina doña Isabel, que hubo de la-

mentar muy amargamente su muerte,,


pues con él perdía, al par que uno de su&
más bravos capitanes, uno de sus parti-
darios más decididos y adictos.
Su sepulcro, que se supone ser obra^
de Gil de Síloe, y si no lo es, debiera
serlo por lo bello, mandóle labrar su
amorosa madre doña Isabel Pacheco,,
bija bastarda del célebre D.Juan Pa-
checo, marqués de Villena, y viuda de
GLORIAS Y RÜIXAS 121

D. Pedro López de Padilla. De esta


dama quedó piadosa memoria en Fres
del Val, pues quiso terminar sus días

junto á la tumba de su hijo y de su es-

poso, que estaba enterrado en la capilla


de San Juan, yendo á vivir en los pala-
cios que allí habían erigido los fundado-
res, donde pasó vida devota y recogida
durante veinte años, hasta el 13 de Agos-
to de 1537, en que murió, y fué sepulta-
da junto á su marido.
Porque Fres del Val era el panteón
de los Manrique y los Padilla. Los prin-
cipales miembros de estas casas, tenían
allí su sepultura.
En cuanto al monumento de Juan de
Padilla, ahí está reproducido por la fo-
tografía y el grabado en cien libros de
arte y de historia, y allí está hoy en el
museo provincial de Burgos, milagrosa
y patrióticamente salvado por nobles
122 EN BURGOS

patricios, que se apresuraron á recogerlo


cuando anclaba miserablemente por los

suelos, esperando quien se presentase á


comprarlo en conjunto ó en detalle.

Poco diré de él. Usted lo conoce por


haberlo visto en el museo burgalés. Die-
ron de él acabada noticia Carderera,
Assas, Amador de los Ríos y otros. Es
obra primorosa por la perfección de los
detalles y la riqueza del conjunto. La es-

tatua, de rodillas ante el reclinatorio, en


actitud de orar, con su valentía de di-
bujo, su nobleza de expresión, la natu-
ralidad de su actitud, la gallardía de su
labor, su graciosa toca, su cabello en
guedeja, sus ropas y vestiduras, todo,
constituye un portento de estudio, de
trabajo, de genio y de cincel. No en vano
se ha dicho que esta obra, por sí sola,

bastaría á honrar la escultura del siglo


á que corresponde.
GLORIAS Y RUINAS 123

Rodeada de gran prestigio llegó esta

insic^ne casa de Fres del Val hasta núes-


tra centuria. Formaba entonces armónico
y pintoresco conjunto, reuniendo en un
todo común sus varias dependencias: la

granja, la huerta, el convento, la iglesia,


los claustros, los palacios de los funda-
dores, las murallas que rodeaban el cir-
cuito.

Á más de la puerta de la iglesia, que


era independiente, y estaba, según exis-
te aún, bajo la hoyy viuda espa-
triste

daña del convento, había otra puerta de


entrada al monasterio, á que se llegaba
dando vuelta al edificio. Hoy esta tapia-
da. Érala puerta del atrio, convertido

ahora en establo, ó cosa así, donde cam-


peaba el gran escudo de Carlos Y ,
ya
citado, aquel que tan poco respeto me-
reció del hombre y tanto de las arañas.

Por allí se entraba en el claustro ó


124 EX BURGOS

patio llamado de Padilla, hoy teatro de


ruina y desolación, donde una puerta de
dos arcos pla'terescos, que debió ser
muy elegante, abría paso á la escalera
de veintitrés peldaños, por la cual se su-
bía á la claustra, es decir al bellísimo
claustro procesional gótico-florido de ga-
llardos arcos, pintorreados más tarde
por mano profana. En la que fué puerta
plateresca, impracticable hoy y sepulta-
da entre escombros, está el límite de su
posesión de usted. La escalera, propie-

dad ya de usted, es la que pintaron Jover


y sus compañeros artistas.
El claustro comunicaba con todas las
dependencias de la casa. En uno de sus
ángulos, por unas cuantas gradas se su-
bía á la biblioteca, y á pocos pasos, por
unas cuantas más, se bajaba al refecto-

rio, lo cual estaba perfectamente en ca-


rácter: ascender para la vida espiritual
GLORIAS Y RU1XA3 125

del alma, descender para la vida mate-


rial del cuerpo.
Una hermosa puerta, que todavía
subsiste, y que boy es entrada del claus-

tro, abría paso á la iglesia, donde exis-

tían preciosidades, según cuentan. Des-


aparecieron éstas, como desapareció la

misma iglesia. Sólo quedan las paredes,


y aquellos dos tremolantes arcos que se
lanzan por los aires.
A comienzos de este siglo, las tropas

de Napoleón, después de la batalla de


Gamonal, penetraron en el monasterio,
donde hubieron de causar mucho daño,
llevándose cantidad de objetos precio-
sos y todos los libros de la biblioteca,
entre los cuales había códices raros,
ediciones princeps, incunables de valía,
j manuscritos que eran tesoro de erudi-
ción y de estudio.
Vino después el año 1835, en que, á
126 EN IJURCOS

empuje de irresistible avalancha de opi-


nión pública, fueron incendiados muchos
conventos y arrojados de ellos los frai-

les, según referí á usted en aquella exten-


sa carta, con honores de memoria, que
hace algunos años le escribí desde las
ruinas de Poblet.
Lo que luego pasó se lo acabo de
contar en estas mis cartas: la venta del
monasterio, su mutación en cantera, su
abandono en ruinas, la llegada á tiempo
de nobles patricios de Burgos para sal-

var algunos sepulcros, la intervención


salvadora del artista Jover, y finalmente
la adquisición de usted.
Y ya con esto concluí mi tarea.
Esto es todo cuanto se me ocurre de-
cir acerca de Fres del Val, cumpliendo
con encargo que se dignó hacerme y
el

que acepté gustoso. También deseaba us-


ted que le escribiese algo sobre el casti-
GLORIAS Y- líUIXAS 127

lio de Burgos y el palacio de los condes-


tables, ó sea la llamada Casa del CordóUy
que tantos recuerdos encierran, y de que
hay mucho que contar. Recogeré mis no-
tas y las utilizaré otro día en servicio de
usted. Nada para mí más grato.
En cuanto al castillo de Burgos, ha
publicado una excelente monografía el

Sr. D. Eduardo de Oliver Copons, capi-


tán de artillería. Es un trabajo comple-
to,de profundo estudio, y por muchos
conceptos interesante. Le recomiendo k
usted su lectura, persuadido de que ha
de encontrar gran placer en ella.

Kespecto á la Casa del Cordón, tengo


recogidos muchos datos, é intentaré su
monografía; y por cierto que al hablar
de esta casa, tropezaremos con una pai-
sana nuestra, catalana ilustre, muy poco
conocida, aun cuando debiera serlo mu-
cho, en la historia de las letras y tam-
]-28 EX BURGOS

bien en los anales de la política española.


Ya nada más tengo que decir á usted
sino que me separé de Fres del Val, bajo
la impresión de cuyos recuerdos escri-
bo, murmurando unos versos de José
Velarde que, si no estoy desmemoriado,
escribió á estas mismas ruinas, objeto de

mis cartas:

Yo estático miraba con asombro,


pues hallo en cuanto miro algún misterio,
una f¿ibrica alzar con el escombro
de un viejo y derruido monasterio.
Cada golpe brutal de la piqueta,
que del musgoso y grietado muro
desmoronaba el lienzo mal seguro,
en mi alma de poeta
hallaba un eco como el golpe duro.

Supongo que recordará estos versos.


Usted conoció al autor. Era hombre de
alma noble, á quien sus contemporáneos
no han dado el puesto que en justicia le

corresponde como poeta. Ya se lo dará


^^
a-A

GLORIAS Y RUIXAS 129

la posteridad, que espero haga justicia


á muchos, á quienes hoy no se hace.
Porque así debe ser, y lo que debe
ser, es. Muchos son hoy los llamados,

pero pocos serán después los escogidos,

y ¡cuántos, cuántos que hoy nos move-


mos, y agitamos, y subimos, empujados
por la gárrula parlería de estos tiem-
pos, cuántos descenderemos mañana al

nivel de esos escombros, como tantos he-


mos visto en nuestra excursión, amon-
tonados por los claustros ó perdidos por
las orillas de toscas atarjeas! Y si alguna
personalidad quedase todavía, quedará
como hoy la espadaña de Fres del Val,
solitaria, viuda, vacilante y tremolosa,
alzándose de entre sus mismas ruinas,

y próxima á desplomarse para confun-


dirse en ellas.
Y ya nada más, señora y amiga, nada
más que desear á estas mis pobres epís-
130 EX BUHÓOS

tolas la dicha que me está vedada, y les


envidio, de cruzar el espacio para ir á
rendir á sus pies tributos de gratitud y
homenajes de amistad. Lleguen ellas con
ventura á presencia de usted, y acogidas
sean con esa su connatural bondad, sin
que á más aldehala aspire ni á mayor
premio quien es, señora, entre sus ami-
gos más fieles, el más fiel de sus devotos.

FIX DE ('GLORIAS Y RUINASE


LA CASA DEL CORDÓN

El palacio de los Condestables de Castilla.—


Divisa
de esta casa.— Un verso italiano de origen español.—
La familia de los Yelasco.— La capilla del Condesta-
ble en la catedral de Burgos.— Historia de la casa lla-
mada del Cordón.— ^w descripción.— Palabras de doña
Mencía, esposa del Condestable.— La primera duque-
sa de Frías.— Xa muchacha de media noche. Amores —
de D. Fernando el Católico con una dama de Tárrega.
—La duquesa de
Frías, protectora de Cristóbal Colón.
—Sus reuniones literarias en la casa del Cordón.— Su
intimidad con su hermana la reina Doña Juana la

Loca. La casa del Cordón morada de reyes. —
Los Pie-
yes Católicos reciben en ella á Cristóbal Colón, á la
vuelta de su segundo viaje.— Honores que se tributan
al almirante.— Jaime Ferrer el de Planes.— Sus
re-
cuerdos en Burgos.—Su amistad con Cristóbal Colón.
—Fué traductor del Dante.— Incorporación del reino
de ISTavarra á la corona de Castilla por Fernando el
Católico, cuyo acto tuvo lugar en la casa del Cordón.
—Muerte de Felipe el Hermoso en este palacio.—
Conducción de su cadáver á Granada.— Recuerdos
que de Carlos V se conservan en esta casa. Quiénes

fueron los otros monarcas que en esta casa se aposen-
taron. —
Abandono y ruina de este palacio.— Reflexio-
nes acerca del olvido en que se deja á los grandes mo-
numentos históricos que recuerdan sucesos de gloria
para la patria.
LA CASA DEL CORDÚN

Yo no sé, ni averiguar me importa en


este momento, á qué poeta italiano per-
tenece un verso que se halla en boca de
muchos, que todos han oído, que se re-

pite con frecuencia en libros, periódicos

y discursos, hasta en conversaciones fa-

miliares, y que dice así:

Un bel morir tutta la vida onora.

Lo que sé, y lo que me importa decir,

es que este mismo verso, visiblemente


anterior al que tanto suena, con idénti-
cas palabras y, naturalmente, con la mis-
ma idea, lo tenemos en castellano y en ,

el perfecto castellano de nuestros tiem-


134 EN BURGOS

pos literarios. Se encuentra grabado co-


mo mote en el blasón de una antiquísima
casa española, y esculpido como timbre
en la fachada del palacio que los Con-
destables de Castilla levantaron en Bur-
gos, á últimos del siglo xv, diciendo de
esta manera:

Un bel morir toda la vida honra.

Y no extrañe á nadie el bel, que es fá-

cil tomar de primera intención por voca-


blo italiano. No ciertamente. Es voz cas-
tellana pura, española mejor dicho. Hoy
no está en uso, y nuestro Léxico la da
por anticuada; pero usáronla como co-
rriente y vulgar los prosistas del siglo xv
( dígalo sino el historiador Hernando
del Pulgar), repitiéronla nuestros vates
del siglo de Oro, y Baralt en su Dic-
cionario de Galicismos se lamenta de
que nuestros modernos poetas no vuel-
LA CASA DEL CORDÚX 135

van á ponerla en vigor, en ley y en uso.


Aquellos que, embelesados por la eu-

fonía del verso y la belleza del concep-


to, ó movidos por alardes de erudición,
repiten á cada paso un bel morir tutta la
vida onora, olvidaron de seguro la pro-
cedencia de esta bellísima frase y de.esta
sublime idea que yo restauro, apresu-
rándome á reivindicarla para nuestra
tierra española en honor y prez de la fa-

milia castellana de los Velasco, que así

y de esta manera la usó en la Edad Me-


dia, aun cuando en tiempos posteriores
se quiso modernizar, desnaturalizándo-
la, para decir: un huen morir dura toda
la vida.

;
Qué hermosa casa la que tiene este
mote en su fachada, y que es en Burgos
conocida vulgarmente con el nombre de
Casa del Cordón por lo que se dirá lue-
go! ;Qué hermosa casa, qué de nobles
136 EN BURGOS

recuerdos en y qué triste suerte la


ella,

suya en este nuestro siglo, al verse in-


dignamente maltrecha, ajada en sus glo-

rias, percudida en sus muros, descom-


puesta en su fama y arrojada un día
desde lo alto de sus grandezas al merca-
do público, para cimbel ó premio de in-

honesta venta!
La noble familia de Velasco, que alzó
esta mansión para su palacio de Condes-
tables de Castilla, y también para alcá-
zar de sus reyes, á quienes dio en ella
opulenta hospitalidad, era casa de ilus-

tre abolengo, una de las más poderosas


y prepotentes de la vieja Castilla, la que
mayores rentas disfrutaba y más vasallos
tenía, al decir de las crónicas del tiempo.
Burgos conservará, mientras exista,

perenne recuerdo de esa familia de pro-


ceres que allí levantó su palacio y su
tumba; su palacio es esa Casa del Cor-
LA CASA DEL CORDOX 137

dan, para recuerdo de la cual escribo


estas líneas; su tumba en la catedral y
en la Cajyilla del Condestable, que es un
portento de suntuosidad y una maravilla
de arte. Y
portento es preciso que sea y
maravilla para alcanzar á serlo dentro de
aquella catedral tan grandiosa y super-
ba, donde los ojos se deleitan, y la fan-
tasía se pierde, y el corazón se levanta,
y el espíritu se eleva, y el alma reza.

Hay que verla esa capilla del Condes-


table, hay que verla para estimarla en lo

que vale. Leí de ella importantes descrip-


ciones debidas á escritores y artistas de
alto vuelo. Todas, siendo muy notables,

hubieron de parecerme pálidas cuando


vi la capilla con todos los prodigios de
su esplendor y todos los centelleos de su
magnificencia.
Allí el arte domina en toda su gloria,

y en toda su inspiración el artista. Hay


138 EK BURGOS

tal aglomeración de joyas, tal abundan-


cia de exornos, tanto derroche de fanta-
sía, que el ánimo queda suspenso ante
aquel fausto unido á tanto gusto, ante
aquella grandiosidad unida á tanto ar-
te, y también, aunque parezca extraño,
ante tanta multiplicidad y complicación
unidas á tanta sencillez y sobriedad
tanta.
Allí está todo: cresterías caladas, ar-

cos apuntados, doseletes filigranados, ha-


ces de columnas aristadas, pilares atre-
vidos, estatuas yacentes; escudos con
pajes y con heraldos por tenantes; reyes
de armas con dalmáticas empuñando el

estandarte de los fundadores; ángeles


que levantan la cruz potenzada; matro-
nas que presentan el sol flameante con
el monograma de Jesús; vírgenes con sus
ojos fijos en el cielo; santos leyendo en
el libro de sus meditaciones ó abrazados
LV CASA DEL COKDÜX 139

al instrumento de su martirio; cabezas


de querubines, legiones de arcángeles,
guirnaldas de flores, grifos, gerifaltes j
leones, arabescos j emblemas, cascos,
cimeras, armas, frutos y follaje, todo en
confusión sin confundirse, unido lo sa-
grado á lo profano, la realidad al ideal,
lo cristiano á lo árabe, y todo con un
conjunto de armonía inexplicable y con
un sello característico
y singular, especie
de intuición ó de revelación del arte que
asomaba ya entonces, y aparecía, próxi-
mo á imponerse, con el nombre de estilo
plateresco.

Todo lograban reproducirlo en piedra


aquellos artistas admirables, acertando
á darle toda clase de forma. Y no sólo
sabían trabajarla en corte, en labra, en
relieve y en talla, sino queabrían y
la

perforaban, la rendían, plegaban ó alca-


chofaban, según era su voluntad y según
140 .
EN BURGOS

mejor como si fuese en sus


les convenía,

manos materia dúctil ó masa de blanda


condición para ser acomodada á todo.
Por esto, al penetrar en aquella cate-
dral maravillosa y en aquella Capilla del
Condestable, al encontrarse frente á tan-
to derroche, tanta prodigalidad y tanta
opulencia de inspiración y de arte, el

ánimo se turba y la mente se arrebata.


Todo aquello que se ve es piedra, todo
aquello es bronce, es hierro, alabastro ó
mármol; y sin embargo, todos aquellos
objetos y figuras tienen vida; los ropajes
de aquellas imágenes tienen pliegues; los
almohadones en que descansan sus cabe-
zas ó apoyan sus rodillas son de tercio-
pelo y seda ; las ropas que visten están
bordadas; el bronce es oro, el hierro ta-
racea, el mármol encaje, el alabastro
blonda; las flores tienen perfume, los
frutos color, ondulación las guirnaldas,
LA CASA DEL COlíDÓX 141

los leones fiereza, los pajes gallardía, los

heraldos soberbia, los ángeles se dispo-


nen á emprender su vuelo, los santos

viven en éxtasis, las estatuas yacentes


duermen, y las orantes oran.
Pero no es, no, de la capilla de lo que
hoy me propongo hablar, sino de la casa.

Dejemos el panteón y hablemos del pa-


lacio, que hay de él mucho que contar,
ya que esta casa, si debía ser sagrada
por su antigüedad, por su arquitectura,
por su grandiosidad de estilo ojival, y
por sus bellezas de forma, no debería
serlo menos ciertamente por sus grandes
recuerdos.
Hay que ver esta casa, no como está
ahora y se presenta al viajero profanada
y deslucida, sino como estaba á últimos
del siglo XV, que es cuando se terminó,
y como puede verse en un dibujo perte-
neciente al 1654, del que podemos gozar,
141 E\ CUl;oo^

por fortuna, gracias al digno escritor


biirgalés Sr. Cantón Salazar, (|ue lo re-

produjo en su monografía.
Mandáronla edificar, según consta en
la leyenda de la fachada, D. Pedro Fer-
nández de Velasco y doña Mencía Men-
doza de la Vega, su mujer, hija que fué
de aquel varón insigne tan versado en
letras como en armas, caudillo esfor-
zado y poeta ilustre, á quien la his-
toria llama marqués de Santillana,
y
cuyo nombre, en los momentos en que
estas líneas se escriben, acaba de gra-
bar la Keal Academia Española en már-
moles y en oro, rodeado de palmas y
lauros.

Labróse esta casa, que tiene tanto de


alcázar como de palacio, bajo la direc-
ción del maestro arquitecto, mudejar
alarife, Mohamat de Segovia, y trabaja-
ron en ella los mismos que con Juan de
LA CASA DEL CORDOX 143

Colonia habían creado los portentos de


la Cartuja de Mira/fores j de la Capilla

del Condestable.
Presidió á sus obras la esposa del
Condestable, doña Mencía, que fué tam-
bién la que estuvo al cuidado de la capi-
llay de otra morada que fué quinta, par-
que y hacienda, llamada Casa de la Vega,
en el Gamonal, la cual, según dicen, era
una suntuosidad como casa de recreo y
de campo. Las tres obras se edificaron
casi á un tiempo mismo, mientras que
el Condestable estaba ausente siguiendo
á los Reyes Católicos en aquellas sus
homéricas jornadas de las guerras de
Granada. Todo lo dirigió, ordenó y dis-

puso aquella dama, y es tradición de


Burgos que cuando el Condestable re-
gresó de sus campañas, su mujer le dijo,

al salir á su encuentro:
— «Ya tienes palacio en que morar,
144 EX BURGOS

quinta en que cazar y capilla en que te


enterrar.»
Es la Casa del Cordón un edificio de
vastas proporciones, que ocupa todo el
frente de la Flaza de la Libertad, anti-
guamente llamada de la Comparanda ó
Comparada. Álzase con singular gallar-
día, compuesta de planta baja y un solo
piso sobre y aparece flanqueada ó
ella,

defendida por dos características torres


cuadradas, y en ellas, artísticamente co-
locados en su corte, dos escudos timbra-
dos de colosales yelmos, y cimados, el
uno, que está á la derecha y es de la casa
Velasco, por un león, y por un hipogrifo
el de los Mendoza de la Vega, que está
á la izquierda.

Una hermosa crestería florenzada dis-


curre de torre á torre, erizándose por
todo lo largo de la cornisa. Interpoladas
con las agujas y demás exornos góticos,
-í^

o
^^.
LA CAf5A DEL COEDÓN 145 '-^^

liay las aspas de San Andrés y la esta-


tua de este santo apóstol, como en re-
<juerdo de haber sido un Velasco quien
tomó la ciudad de Baeza el día de San
Andrés. Las torres, en su piso superior,
tienen ventanas gemelas, y ostenta su
•crestería heráldicos leones interpolados

€on las agujas. Preciosas gárgolas, de-


formadas ya algunas, ayudan á la be-
lleza del edificio, al cual comunican ca-

rácter y majestad los colosales lienzos


de piedra, que más semejan de muro
que de y que en su época primi-
casa,

tiva aparecían con hermosos ventanales


góticos, convertidos hoy, por imperdo-
nable pecado de profanación, en ridícu-
los balcones y mezquinos miradores.
Sobre la puerta de entrada, que no
•está en el centro, sino algo arrimada á
un ángulo, como para dar más significa-

ción y singularidad al edificio, aparece


10
146 EN BÜUGOS

en lo alto el blasón real, cuartelado de'


castillos y leones. Más abajo se ven, uno
junto á otro, los escudos de las casas de
Velasco y de Mendoza, el primero con
la leyenda ó mote de que se habla aí
comienzo de este artículo, levantándose

por entre los dos el sol flameante y ra-


diante, con el monograma de Jesús, y
apareciendo cobijados sol y escudo por
un nudoso cordón de proporciones ex-
traordinarias, que se extiende en línea
horizontal, para cruzarse luego en án-
gulo y caer pendiente á los extremos de
la portada. Este colosal cordón, que
debe, sin duda recordar el respeto pres-
tado en aquella época á la Orden reli-

giosa fundada por el apóstol de la xiii


centuria, San Francisco de Asís, y la
veneración que le tributaba la familia de
Velasco, es lo que dio á esta morada el

nombre de Casa del Cordón. Y no es por'


LA CASA DEL CORDÓN 147

cierto de extrañar que este nombre le

adjudicara el vulgo, pues es lo que más


domina y sobresale en la fachada, dando
al edificio un aspecto especial y carac-
terístico que á ningún otro se parece.
Ya fuese por disposición del fundador,
ya por capricho del arquitecto, ó bien
por alguna causa desconocida no llega-

da hasta nosotros, lo cierto es que la

singularidad del cordón imprime sello j


comunica color y carácter á esta morada.
La puerta principal tiene dos hojas,
guarnecidas de pesado herraje, y el din-

tel aparece como soportado por dos le-

breles, signo de fidelidad, que se apoyan


en las jambas de los ángulos. Apenas se
entra en el anchuroso vestíbulo, la vista

se en una segunda y graciosa puerta


fija

de gusto delicado, la cual da acceso á un


bellísimo patio de dobles y sobrepuestas
galerías con airosos arcos, labrados an-
148 EN BüKGOS

tepeclios y peregrinos entablamentos, á


más de una bordada y primorosa corni-
sa, con heráldicos blasones que se desta-
can sobre cada pretil de intercolumnio,
exornado todo con aquellos elementos
decorativos que con tan acertado gusto
sabía combinar y agrupar el estilo ojival

en sus postrimerías.
Pero ya no hay que pasar de este patio,
ya no hay que penetrar en el interior del
edificio, entregado hoy al brazo militar
y convertido en habitaciones y oficinas
de la capitanía general. Algo queda toda-
vía de antiguos esplendores, algún resto
de artesonado, alguna huella y ciertos
detalles que revelan la suntuosidad del
que fué palacio de primados y alcázar de
reyes; pero allí entró ya la mano sacrilega

del reformador inculto, y así como en el

muro exterior los vulgares balcones su-


cedieron á las elegantes fenestras del si-
LA CASA DEL CORDÓN 149

glo XV, así en el interior se deformó todo,

y nada queda apenas de aquellas esplen-


dorosas estancias donde se congregaron
un día tantos soberanos y príncipes, don-
de tan ilustres huéspedes fueron aposen-
tados, donde se replegaron tantas gran-
dezas de la tierra, donde Fernando el

Católico y el César Carlos V recibían en


corte, y donde una egregia dama catala-
na, dueña y señora un día de aquel pa-
lacio, recibía también en corte literaria

á los poetas, á los eruditos y á los sabios


que acudían á rendir homenaje á la que
era vivacísimo y peregrino ingenio, así
en las letras latinas como en las ciencias
morales, y tan hábil y discreta poetisa
como perfecta y elocuente oradora.
Porque la Ca$a del Cordón tiene noble
historia de memorables recuerdos.
Yo he de evocarlos, que para ello tomé
esta vez la pluma con objeto de escribir
.150 EN BURGOS

estas pocas páginas, y así lo haré; pero


antes es preciso que cumpla con el deber
de prestar homenaje y tributo á la me-
moria de aquella ilustre dama, primera
duquesa de Frías, de quien nadie habla,
á quien nadie conoce, á quien no men-
ciona ninguna crónica de Burgos, que
haya llegado al menos á mi noticia y á

mis manos, y que, sin embargo, llenó un


día los ámbitos de la ilustre ciudad, ca-
beza de Castilla, con la resonancia de su
nombre, la opulencia de sus méritos y la
esplendidez de su fausto.
Fué su madre una dama catalana que
vivía en un pueblo inmediato á Lérida,

y de la que, por su gallardía y belleza,


seprendó D. Fernando, siendo príncipe
de Aragón y mozo, cuando andaba por
aquellas tierras al mando de las huestes,
que á duras penas podía levantar su pa-
dre D. Juan II, para oponer alas legiones
LA CASA DEL CORDÓN 151

catalanas que combatían valerosamente


/contra el rey en favor de las patrias li-

bertades.
Es todo un drama el de esos amores
de D. Fernando con la hermosa doncella
-de Tárrega, á quien, según tradición que
pude recoger, llamaban en el país la mu-
chacha de media noche (la minyona de
mitja nit), porque esta era la hora de sus
citas con el príncipe, y esta también la

hora en que un día se fugó con él para


acompañarle vestida de escudero, á gui-
sa de varona, en sus arriesgadas aventu-
ras militares y en sus empresas de guerra
contra el legendario conde de Pallars,que
mandaba las huestes catalanas. Es todo
«n drama, repito, un drama de altos vue-
los y anchos horizontes el de esos amores
•del príncipe aragonés con la muchacha de
media noche, drama que acaso escriba en
su día algún poeta del porvenir, cuando
152 EN BURGOS

tornen, que sí tornarán, los buenos tiem-


pos de la literatura, y cuando se vayan,
que sí se irán, esas taifas de impresio-
nistas y delincuecentistas que encuentran

humanos todos los desvarios que presen-


ta en escena el pudridero del teatro li-

bre, y que turban todas las conciencias

con sus raptos ipsenistas y sus neuróti-


cos éxtasis maeterlinckeros ó maeter-
linckistas.

Fruto fué de estos amores y de esta


aventurera dama la hermosa doncella ca-
talana que, hija natural de Fernando el
Católico, llegó á enlazar con D. Bernar-
dino Fernández de Velasco, conde de
Haro, primer duque de Frías y Condes-
table de Castilla, y que, al entrar á ser
la dueña de esta Casa Cordón y de
del
aquella otra de la Vega, dos residencias
regias, como mejores no las tuvieron ja-

más los reyes de Castilla, allí llevó con


LA CASA DEL COEBÓX 153

ella todos los amores, gentilezas, entu-


siasmos y virtudes de los antiguos tro-
vadores lemosines, cuya ciencia le ense-
ñó su amante madre allá en sus soleda-
des de Tárrega y Cervera, educando así
su corazón y adiestrando su inteligencia
para todo lo bueno, todo lo noble, todo
lo bello y todo lo santo.

No; las historias no hablan de ella, ni

de ella tampoco las crónicas literarias.

Su nombre, sólo de paso se menciona en


alguna disquisición curiosa ó en algún es-

colio de erudito, como el libro del Rdo. Pa -

dre D. Pedro Fernández de Villegas,


que le dedicó su Traducción del Dante
de la lengua toscana en verso castellano,
impresa en Burgos el año 1515. Acaso
haya algunas noticias, que debiera ha-
berlas, en los archivos de la casa de
Frías, que es casa ilustre; algo encontré
yo de ella, y algo más pienso hallar, si
154 EN BURGOS

Dios me da salud y vida, ya muy difícil

á mis años, en archivos públicos y par-


ticulares de la ciudad de Burgos.

Por notas que ya tengo, por algo que


llegó á mis manos, y por intuiciones que
minea me engañaron, presiento que en
esa dama insigne y poco conocida se ha-
llará una admiradora entusiasta de Cris-

tóbal Colón, el gran revelador, y protec-


tora de sus hijos, así como también una
amiga y discípula de Jaime Ferrer de
Blanes ó el Blandense, lapidario de Bur-
gos, cosmógrafo insigne, viajero arrisca-
do y también comentador y traductor
del Dante. Pero esto vendrá á su tiem-
po, si no me falta, y en otro trabajo.
Lo que sí puedo asegurar en éste,y
paréceme que he de ser el primero en
decirlo, es que doña Juana de Aragón,
duquesa de Frías, fué protectora de poe-
tas, de sabios, de filósofos y artistas, y
LA CASA DEL CORDÓN 155

con y debatía sobre pun-


ellos departía

tos de ciencias y de letras, en corte lite-

raria y en certámenes y asambleas que


se celebraban en su Casa del Cordón ^ á
usanza de las que tuvo en Ñapóles su
tío el monarca aras^onés D. Alfonso V
el Sabio y el Magnánimo.
Fué amiga tierna y compañera
ella la

inseparable de su hermana la infeliz rei-


na doña Juana llamada la Loca, y ella

quien levantó y sostuvo el ánimo de


ésta en sus desventuras conyugales por
los duelos y devaneos y extravíos á que
tan inclinado se mostraba el rey su es-
poso; ella la que un día se vio arrojada
de su propia casa, en un rapto de ira,

por Felipe el Hermoso, sin atender éste

que ella era la dueña y él su huésped,


sólo porque le echó en cara sus amores
con indignas cortesanas y su conducta
con la reina su mujer.
156 KX BURGOS

Ella la que voló á los brazos de doña


Juana para darle ánimo y consuelo el

día que ocurrió en la Casa del Cordón la


gran catástrofe de la muerte de Felipe;
ella la que no se apartó jamás de su her-
mana, la reina, en las soledades y triste-
zas de la casa de la Vega; ella, por fin,

la que fué acompañándola en aquella ro-


mántica expedición nocturna, con el ca-

dáver de Felipe, de que nos hablan las


historias, y que Pradilla ha populariza-
do, inmortalizándose, con su famoso cua-
dro de Doña Juana La Loca, que sé ha-
lla en el Museo.
Y dejando ya este punto por ahora,
volvamos á la Casa del Cordón, de la que
el lector puede ver que no hube de apar-
tarme mucho, lo suficiente tan sólo para
no caer en pecado de poco galán y des-
cortés con la dueña ilustre de esta casa,
en la que tan despachadamente me in-
LA CASA DEL CORDÓX 15"

troduje con mis lectores para registrar


y escudriñarlo todo.
Hablemos algo de los monarcas que se
aposentaron en esta morada,- pues que
ello nos facilitará ocasión para recordar
ciertos sucesos de nuestra historia que
merecen citación especial y forman épo-
ca, algunos de los cuales aparecen con-
fusos y poco luminosos, por olvido ó des-
cuido de quienes tuvieron á su cargo el

relatarlos.

Desde que se fundó la Casa del Cor-


dón, los Keyes de Castilla abandonaron
su antigua residencia del castillo de Bur-
gos, aceptando la hospitalidad con que
en ella les brindaron sus fundadores los
condes de Haro, y prosiguieron después
ofreciéndoles sus legítimos herederos los
duques de Frías. Llegó á ser, no ya cos-

tumbre, sino tradición, en los monarcas


castellanos la de aposentarse en esta his-
158 EX BURGOS

tórica casa siempre que iban á Burgos.


Y esto hicieron todos, excepción hecha
de Felipe II el Tétrico, quien, una vez
que hubo de pasar por Burgos, yendo,
según creo, á celebrar Cortes á Tarazona,
no se alojó, como era costumbre regia, en
esta casa y palacios del Condestable, sino
en el monasterio de San Agustín, como
lugar para él más santo y más acomo-
dado á sus ascéticas costumbres y prác-
ticas religiosas.

Hecha esta excepción, los demás mo-


narcas castellanos residieron siempre en
la casa de que estamos hablando, acep-
tando el hospedaje de los Condestables.
Allí estuvieron y se aposentaron, en pri-
mer lugar, los Eeyes Católicos D. Fer-
nando y doña Isabel, durante cuyo reina-

do se edificó este palacio, en su honor


erigido; y allí recibieron embajadas so-
lemnes, y en ella celebraron los despo-
LA CASA DEL COEDÓX 15i>

sorios de su hijo el príncipe D. Juan con


la princesa Margarita de Austria, hija
delemperador Maximiliano I.
De esta época de los Reyes Católicos
conserva la Casa del Cordón memorias
que no pueden ni deben olvidarse. Xo
hablemos ya de los desposorios mencio-
nados del príncipe D. Juan, en quien se
fundaban entonces tantas y tan grandes
esperanzas, que no debían tardar en ver-
se malogradas por su prematura muer-
te, ocasionando ésta la pérdida de la des-

cendencia varonil en el trono y siendo

causa de que se mudaran los destinos


de España, que otros hubieran sido sin
duda. No hablemos tampoco de las em-
bajadas del Papa, del rey de Francia,
del rey moro de Tremecen y de otras
que allí recibieron con solemne pompa
los monarcas á quien deparó Dios la
suerte de ser los primeros en titularse
160 EN BURGOS

reyes de España. Hablemos sólo de dos


grandiosos recuerdos que harán para
siempre imperecedera y gloriosa la me-
moria de este palacio.
Sea el primero, como de más univer-
sal resonancia, el que se refíere al gran
nauta que nos abrió las puertas de un
nuevo mundo.
Al regresar Cristóbal Colón de su se-
gundo viaje á las tierras que por él nos
fueron reveladas, se hallaban los Reyes
en Burgos, y allí fué á encontrarlos, co-
mo á la vuelta de su primer viaje había
ido á encontrarlos á Barcelona, donde
entonces estaban, teniendo esto de co-
mún, entre otras muchas cosas que les

son comunes, las dos ciudades que fue-


ron cabeza de Castilla y cabeza de Cata-
luña: el haber sido las dos que recibie-

ron á Colón triunfante, viéndole honrado


por el pueblo y por los Reyes, lo cual ya
o.

LA CASA DEL CORDÓJT 161

no había de suceder al regreso de sus


últimos viajes, que del uno llegó con los
grillos en los pies y del otro con los gri-

llos en el alma.
Dicen las crónicas burgalesas, más ex-

plícitas en esto de lo que las catalanas

lo fueron, que el almirante fué recibido


por los Eeyes en la Casa del Cordón,
adonde llegó acompañado por entusias-

ta multitud y por ella aclamado. El es-


trépito de los vítores y aplausos' entró
antes que él en la sala donde le espe-

raban los Reyes, ante quienes apareció


rodeado de indios y con abundantes
muestras de maravillosos objetos y por-:
tentos que se crian en aquel suelo en-
cantador, virgen entonces todavía, y
donde boy el hombre siembra simien-
tes de odio, de egoísmo, de corrup-
ción, de ingratitud y de envidia, mientras
que la tierra y el sol, generadora aqué-
11
lt)2 EN BURGOS

lia de la vida y éste de la luz, convierten


en amor, en riqueza, en abundancia y
gloria lo que el hombre le da en críme-
nes y malezas.
Las flores, los frutos, las plantas, los

pájaros y las joyas fueron repartidos en-


tre las damas y magnates de la corte; el

oro fué destinado por la Reina doña Isa-


bel, como para rendir á Dios las primi-
cias del mundo hasta entonces descono-

cido, á dorar el altar mayor de aquella


perla ojival que se llama la Cartuja de
Miraflores,y que á la sazón estaban
labrando Diego de la Cruz y Gil de Sí-
loe; y el almirante fué colmado de ho-
nores y agasajos, renovándole sus cargos
y oficios y dándole nuewxs y mayores
pruebas de estimación y afecto.
Residía entonces en Burgos, donde era
querido de todos y respetado, un catalán
á cuva memoria son debidos todos los
LA CASA DEL CORDÓX IC'^

respetos. Era Jaime Ferrer, del que an-


tes se ha hablado, á quien llaman unos
el Blandense por ser natural de Blanes,
y otros el lapidario de Burgos, por ser
muy perito en estas artes. Era excelen-
te cosmógrafo, muy hábil e\i astronomía^
navegó durante muchos años por los ma-
res de Levante, fué muy favorecido de
Alfonso V de Aragón el conquistador de
Ñapóles y el Sabio, ocupó algún tiempo
la plaza de joyelero de los Reyes Católi-
cos, y hubo de dar lecciones de astrono-
mía á doña Juana de Aragón, hija natu-

ral de D. Fernando, la que fué luego


condestablesa de Castilla, condesa de
Haro y duquesa de Frías. Dicen los cro-

nistas burgaleses que era comerciante-


joyero, con tienda abierta en la ciudad,
á la cual se ignora cómo fué á parar, y
añaden que era libre pensador en toda
la acepción de la palabra, habiendo con
161 KN BURGOS

él contraído estrechas y muy íntimas


amistades Cristóbal Colón á su llegada
á Burq;os.
Cristóbal Colón y Jaime Ferrer debie-
ron conocerse ya en tiempos anteriores, y
no hubo de ser en Burgos donde comen-
zaron sus relaciones, como se dice. Hay
noticia de una carta que Ferrer escribió

al almirante desde Burgos, en 5 de Agos-


to de 1495, y un año antes, por consi-

guiente, de que Colón llegara á la capi-


tal de Castilla, en cuya carta le felicitaba

por sus viajes y descubrimientos. Jaime


Ferrer fué enviada á buscar por el car-
denal D. Pedro González de Mendoza,
cuando llegó el almirante á Barcelona
en 1403, de vuelta de su primer viaje,
y
en la capital de Cataluña debieron verse
y entenderse aquellos dos varones ilus-

tres, siendo ya sabido y demostrado que


fué el Blandense lapidario de Burgos
LA CASA DEL CORDÓX 1C5

quien facilitó á los Reyes Católicos un


Mapamundi pintado, que luego apareció
en el inventario de papeles de doña Isa-
bel la Católica, según Clemencín, y tam-
bién quien dio por escrito y de palabra
su parecer acerca del concierto que hi-
cieron los Reyes de España y el de Por-
tugal sobre división del Océano.
Según parece, y consta en las memo-
rias de la Casa del Cordón, el almirante
y Jaime Ferrer tuvieron varias conferen-
cias en Burgos con los monarcas, y ante
éstos informaron y debatieron con ente-
ra libertad acerca de los viajes y propó-
sitos del primero, apareciendo siempre
el Blandense como partidario decidido
de Cristóbal Colón, de quien era admi-
rador y entusiasta. Xo parece sino que
la Providencia reunió en Burgos y en
aquella casa á estos dos hombres, naci-
dos para comprenderse y estimarse.
IGG EN BURGOS

Y por cierto que sería empresa perti-


nente y de honra para algún disquisidor
curioso la de averiguar el grado de rela-

ciones y de intereses morales que pudo


existir entre Cristóbal Colón y Jaime
Ferrer, y lo sería también la de inquirir
cómo y por qué fué á parar á la ciudad
cabeza de Castilla, tan apartada de sus
viajesy estudios, aquel hombre sencillo
y nada palatino, que era, no obstante, el
amigo de monarcas tan poderosos como
Alfonso V de Aragón y su hijo bastardo
el rey de Chipre y su sobrino Fernando
el Católico; que era tan gran cosmógrafo
y tan arriscado marino y viajante; que
era consultado por los Keyes Católicos
para sus tratados y conciertos con el

monarca portugués que poseía


;
la amis-
tad y confianza de varones tan insignes
como el almirante Cristóbal Colón y el

gran cardenal de España Pedro Gonzá-


LA. CASA. DEL COKDÓX 167

lez de Mendoza, y que, sin embargo, se


limitaba á tener una modesta tienda de
comerciante joyero en Burgos, donde
ocupaba sus ocios en comentar y tradu-
cir al catalán la obra famosa de quien

él llama en la portada el Divino Dante.


(Sentencias católicas del divi jjoera Bant
compiladas per lo prudentissim Mossen
Jacme Ferrer, de Blanes. Obra postuma,
publicada por diligencia de los parien-
tes de Ferrer el año 1545 en Barcelona,
en la imprenta de Carlos Amorós, pro-
venzal, y dedicada á la condesa de Pa-
lamós.)
Y vamos ahora, terminado el episodio
relativo al gran almirante de las Indias,
íil otro recuerdo de que se hizo men-
ción, y que bastaría por sí solo á hacer
¡Dará siempre imperecedera y sagrada la
memoria de esta Casa del Cordón. Refié-
rome al acto de la incorporación definí-
168 E!í I5URGOS

tiva del reino de Navarra á la corona


de Castilla, con la cual se completó,
después de tantos siglos, la unidad na-
cional; de la que sólo quedó y queda aún
apartado el reino de Portugal, á quien
ya llegará su turno, Dios mediante y
andando el tiempo.
El 11 del mes de Junio de 1515, es-
tando reunidos en una sala baja de la
Casa del Cordón los presidentes, procu-

radores y representantes de las Cortes


convocadas en Burgos, con muchos naag-
nates, prelados, caballeros y nobles, don
Fernando el Católico, que era á la sazón
regente gobernador de estos reinos de
y León, declaró que para des-
Castilla
pues de sus días quedaba el reino de
Navarra incorporado á la corona real, y,,

por consecuencia, bajo el dominio de su


hija la reina doña Juana, y después del
príncipe D. Carlos.
LA CASA DEL COEUÓX 1 C&

Levantaron acta los escribanos y se-

cretarios de las Cortes, Bartolomé Ruiz


de Castañeda, Pedro de Quintana, Pe-
dro de Cuazola y Luis Delgadillo, y una
copia autorizada de este documento se
conserva en el archivo de Burgos.
Referido queda asimismo cómo en
este palacio de que estamos hablando
murió Felipe el Hermoso , el joven y
apuesto príncipe de Austria que vino á
casarse con doña Juana, y del que ésta
se hallaba tan perdidamente enamorada
que con su muerte llegó á trastornarse,

perturbándose su razón, ya por otra par-


te lesionada con los duelos y angustias
que le procuraba su esposo, de condi-
ción fácil, muy inclinado á devaneos y
deportes pretendidos fuera de casa, le-

jos de su esposa, y muy contrario de su

suegro el rey D. Fernando que, junto


con el cardenal Jiménez de Cisneros y
170 EX BURGOS

otros prudentes varones, veía con dolor


cómo aquel mancebo temerario, rodea-
do de extranjeros mercenarios y de cor-
tesanos aduladores, llevaba por torcidas
sendas los negocios del reino.
En la Casa del Cordón hay memoria
de que, por orden de la reina, se expu-
so el cadáver en una gran sala y en sun-

tuoso lecho.
Para conservar incorrupto su cuerpo^
doña Juana lo mandó embalsamar al

uso de Flandes, extrayéndole las entra-

ñas que, guardadas en un jarrón de pla-


ta cubierto con un velo blanco, se lle-

varon á la Cartuja de Miraflores, donde


se le dio enterramiento á poca distan-
cia del altar mayor, del lado del Evan-
gelio. Vistieron luego el cadáver con rico
traje de brocado forrado en armiños,
calzáronle lujosos borceguíes y zapatos
á la flamenca, ciñeron su cabeza con una
LA CASA DEL CORDÓN 171

gorra en que brillaba un rico joyel, pu-


siéronle en el pecho una cruz de piedras
preciosas, y así quedó expuesto dicho
cadáver, bajo guardia de reyes de armas
con sus cotas y mazas y el estoque real.
Después de esto, fué conducido con so-
lemne aparato, rodeado de numerosa
guardia armada, según expreso manda-
to de la reina, por lo que se dirá luego,
á la Cartuja de Miraflores, y allí en su
sacristía quedó en depósito, dentro de
una caja de metal mirrado cubierta con
ricas telas de brocado pardo, hasta que

doña Juana dispuso llevárselo fuera de


Burgos con el gran aparato de aquella
insólita procesión fúnebre, compuesta
de y sus damas, los obispos de
la reina

Jaén, Mondoñedo y Málaga, el marqués


de Villena, el Condestable de Castilla,
y guar-
eclesiásticos, nobles, caballeros

dia de jinetes y de infantes, haciendo


172 EN BURGOS

las jornadas de noche, con hachas en-


cendidas y en lo más riguroso del in-
vierno, todo lo cual veían pasar los pue-
blos asombrados; como si fuera concer-
tada hueste y misteriosa cabalgata de
duendes y fantasmas.
Pero lo más curioso del caso, y lo que
la historia se calla, es que aquel suceso

que pareció tener algo de éxtasis y dé-


lirio por parte de doña Juana, tuvo, más

que de éxtasis y delirio, mucho de pre-


meditación y de rapto. Parece que la
reina quiso asegurar el cadáver de su
marido, arrebatándolo á la codicia de
una dama principal en la corte, enamo-
rada locamente, como la misma doña
Juana, de aquel príncipe tan voltario en
costumbres como afortunado en amores,
la cual había jurado apoderarse del ca-
dáver, ansiosa de poseer en muerte al
que poseyera en vida. Pero ya que en
LA (ASA DEL COr.DÓX 173

vida no pudo hurtar á aquella dama el

amor y posesión de su esposo, húrtese-


losdoña Juana en muerte, y á esto dicen
memorias de aquel tiempo que se debió
la fuga de la reina con el ataúd, la nu-
merosa guardia armada de que ordenó
rodearle y la romancesca procesión é in-

sólita pompa del acompañamiento.


Nada de esto dice la historia, repito.
Y es que la historia se calla á veces muy
buenas cosas, y no siempre todo lo que
dice es cierto, sucediendo en ocasiones
que por no querer dar realce y valor á
determinados sucesos, hijos de causas
naturales, se atribuye á móviles supe-
riores y á grandezas de alma, cuando no
á intuiciones maravillosas, lo que en su
origen pudo ser producido por algo in-
significante tal vez y menguado, aunque
perfectamente natural y propio dentro
de la condición humana.
174 EN BUKUOS

Señaladas memorias guarda también


la casa que estamos historiando, del Cé-
sar Carlos I de España y V de Alema-
nia. Dos veces estuvo en ella.
Fué la primera, acompañado de su es-
posa la emperatriz Isabel, por los años
de 1527, cuando todo le sonreía, cuando
el porvenir se le presentaba coloreado
de oro y de púrpura, cuando su ánimo
se disponía y levantaba á grandes em-
presas y todo lo creía fácil, pareciéndo-
le domada la fortuna y sujeto el
tener
mundo. Fué la segunda en 1555, el año
funesto de los tres cincos, cuando ya todo
se le aparecía de color negro, cuando las

desilusiones y las inquietudes laceraban

y mordían su alma, cuando ya el mundo


todo se le venía encima.
Acababa Carlos V de abdicar la coro-
na en favor de su hijo Felipe II, y llegó á.

Burgos solo, enfermo, caviloso, retraído,


LA CASA DEL COnDÓX 17r>

fustigado en su cuerpo y en su espíritu,


encerrándose en el palacio del Cordón^
testigo un día de sus glorias y grandezas,
y teatro entonces de sus soledades y due-
los, dispuesto á retirarse del mundo y de

sus pompas y á refugiarse en el monas-


terio de Fres del Val, que fué el primer
lugar escogido para su retiro, aun cuan-
do luego mudó de propósito, recogién-
dose en el de Yuste, donde acabó en paz
y sosiego aquella aborrascada vida, que
tanto hubo de turbar y desasosegar al
mundo.
Allí, en esta morada palatina, estuvie-
ron también y se aposentaron otros prín-
cipes y monarcas: en 1526, Francisco I el
de Francia, el prisionero de Pavía, cuan-
do, firmado el convenio de Madrid, re-
gresaba libre á sus estados; en 1570, la

princesa doña Ana de Austria, que venía


á España para casar con Felipe II, siendo
176 EV BURGOS

recibida en Burjíos y en su Casa del Cor-


dón con caudaloso estruendo de fiestas,

danzas, luminarias, mascaradas y espec-


táculos; en 1615, Felipe III, que fué
acompañando á su hija, llamada también
Ana, para celebrar en Burgos sus bodas
con el rey de Francia; en 1660, Feli-
pe IV, que fué con igual propósito de

acompañar á su hija María Teresa para


casarla también con otro rey de Francia,
Luis XIV; Carlos II, en 1673, el último

y menguado monarca de aquella dinas-


tía austríaca, y por fin, en 1701, Felipe V,

el primero de nuestros Borbones, que


venía á sentarse en el trono de España,
llegando con él el anuncio de aquella te-

rrible y desastrosa guerra llamada de.Su-


cesión, crónica de tristes recuerdos.
Todos estos monarcas, lo propio que
muchas reinas, princesas é infantas, de
quienes llega á perderse la cuenta, fue-
LA r ASA DEL CORDfJX 17-r
\
ron sucesivamente hospedándose en es-

ta Casa del Cordón, donde con todo


lujo, esplendidez y prodigalidad eran
recibidos y alojados por los Condesta-
bles de Castilla, quienes, al sucederse y
recoger por derecho de legitimidad y de
herencia los estados de la casa de Frías
y con ellos el título y oficio de Condes-
table de Castilla, parecían heredar tam-
bién el cargo de hidalgos aposentadores
de los monarcas españoles , los cuales

siempre, á su paso por Burgos, fijaban su


morada en la Casa del Cordón, siendo
festejados y hospedados á luz de toda
esplendidez y todo gasto, como nunca
quizá lo fueron en sus propios palacios.
Y ya con esto queda referido algo de
lo que decir me proponía acerca de la

Casa del Cordón, que tuve afortunada


ocasión de visitar y conocer en una de
mis excursiones por Castilla. Xo dije
la
178 EN BURGOS

todo lo que pensaba, porque el trabajo


resulta largo, como fruto de ociosidad
laboriosa, que así llama al arte'de escri-.

birun personaje de Goethe. Ya diré al-


gún día en otro estudio, si éste no pare-
ce mal, lo que me queda en el magín
tocante á cosas que me contaron re-

lacionadas con esa casa histórica, que


también tiene su leyenda. Pero quede
esto para otra vegada, si hay de ello

ocasión, que por ésta aquí termino, re-


comendando á pais bondadosos lectores
que visiten, antes que desaparezcan, esa
mansión de tantos recuerdos, y otras, y
otras, que no los tienen menores, y que

esparcidas están por ciudades, por villas

y comarcas.
Nuestras regiones españolas se ven
pobladas de palacios, de edificios, de
monumentos, de castillos, más ó menos
conservados, que por "ser obras de arte
LA CASA DEL CORDOX 179

unos, y tradición otros y recuerdo de


sucesos históricos, hablan á la imagina-
ción y al alma, y enseñan muchas cosas
que no se aprenden en los libros. De
ellos, unos están en ruina por falta de

reparo; otros, abandonados por crimen


de absenteísmo, que es hoy lo que aca-
ba con la vida de los pueblos, y todos ó
casi todos en punible olvido, porque
nuestra sociedad aristocrática, en vez de
ir á veranear por tierras españolas, don-
de hay recuerdos que confortan el espí-

ritu, levantan el alma y enseñan lo pa-

sado, se marcha al extranjero á recorrer


comarcas que encuentra deleitables y á
visitar monumentos que juzga maravi-

llosos, sin advertir que también tenemos


en España regiones encantadoras y tam-
bién monumentos que asombran por los
esplendores del arte, por la grandeza de
la tradición y por las glorias del recuerdo.
180 EX BURGOS

Es de esperar, y así sea, que esas aso-


ciaciones de excursionistas, creadas hoy
tan á buena hora y con fines tan patrió-
ticos, contribuyan á remediar y extirpar
esa peste de absenteísmo que invade
malaventuradamente nuestros pueblos y
regiones.
Y volviendo ahora á lo que antes in-

dicaba, la verdad es que, bien conside-


rado todo, esos grandiosos monumentos
que tanta savia tienen de gloria y guar-
dan tan estimables recuerdos históricos,
más que á sus dueños, pertenecen á
España, y es crimen de lesa majestad de
patria dejarles perecer, arruinar y per-
derse.
La patria debiera encargarse de ellos
cuando sus dueños los abandonan ó en-
tregan á malos usos y miserable venta;
pero también entonces fuera necesario
que hubiese gobiernos algo más celosos
LA CASA DEL CORDÓX 181

y previsores. Cierto que algunos de es-


tos monumentos fueron ya declarados
nacionales ;
pero no parece sino que,
más que para conservarlos, se hizo para
blasfemarlos y escarnecerlos, ya que por
malaventura nuestra, y por falta de un
ministerio de Artes y de Instrucción pú-
blica, cosa que tienen todas las naciones
cultas, y aun alguna que no lo es, sucede
que lo mismo es darles sello de monu-
mento nacional que expedirles el del

olvido, confiándose su custodia á un po-


bre guarda, más ó menos celoso, quien,

por falta de recursos, que muchas veces


no tiene ni para el propio sustento, deja
que se mantengan por sí solos, sin cui-

dar de su reparo, hasta que acaban en


santa paz y gracia de Dios por derrum-
barse y hundirse, cumplida su misión
sobre la tierra.

No creo pecar de indiscreto ni de exa-


18¿ EN BURtiOS

gerado tampoco, si me atrevo á decir que


los monumentos son declarados nacio-
nales únicamente para que tengan el
consuelo y la gloria de concluir más
pronto su vida en brazos del gobierno,
á lio ser «[ue se le ocurra á éste llamar

á los y devolvérselos con objeto


frailes,

de que guarden, conserven y reparen


aquellos de que con tanto estrépito les
echamos, y adonde ahora les restituímos,

por no haberlos sabido nosotros guardar,


ni conservar, ni reparar.

Porque me parece, supongo, que ya


no debe quedar duda á nadie: los monu-
mentos se van... y los frailes vuelven.

7 de Enero de 1894.

EL CASTILLO DE BURGOS

Su antigüedad. — La tierra de los castillos. — El Cas-


tillode las Flores. — El Castillo de la Blanca.
El conde Porcelos. — Fernán González. — Fernan-
do I. —Fiestas en el castillo en honor de la hija del
rey moro de Toledo.— Fiestas por las bodas de Al-
fonso Vll.con Berenguela de Barcelona. — Restau-
ración del castillo por Alfonso VIII. — Cortes con-
vocadas por la reina regente Doña Berenguela.
Fernando III. — El castillo en tiempo de Alfonso el

Sabio. — Personajes que se ho.spedan en — Los él.

trovadores. — El trovador Bonifacio Calvo.— Sancho


el Bravo y Doña María de Molina. — Minoría de
Alfonso XI. — Pedro d Cruel. — Recuerdos de este
monarca. — Su muerte en Montiel. — Don Enrique
el Dadivoso. — Su estancia en castillo. — Juan
el I.

El «astillo en tiempo de Juan II. Alvaro de Luna.—


— El castillo en la época de Enrique IV. El duque —
de Arévalo. —
Alzamiento de los nobles contra En-
rique IV. — El castillo proclama á Doña Juana la
Beltraneja. — La ciudad de Burgos proclama á los
Reyes Católicos. — Fernando Católico i)one
el sitio
al —El duque de Villahermosa. — Combates
castillo.

y asalto del — Isabel la Católica. — Guerra


castillo.
de Sucesión. — Sigue el cerco del castillo. — El alcalde
de Burgos Alfonso Díaz de Cuevas. Isabel la Cató- —
lica se apodera del castillo. —
Triunfo de los Reyes
Católicos,
EL CASTILLO DE BURGOS

Famoso fué y célebre el castillo de


Burgos eutre los que más lo fueron. Apa-
rece siempre con gloria en todas nues-
tras grandes épocas, y Castilla comienza
con él su historia.
Tuvo importancia verdadera en todos
tiempos, y la tuvo excepcional en el de
los Reyes Católicos, quienes, en la terri-

ble guerra de Sucesión que hubieron de


sostener para afirmar su tronoy sólo al
ser dueños de este alcázar pudieron con-
siderarse reyes de Castilla.
Los árabes, que llamaban á este país
18G i:x Bur.Gos

la tierra de los castillos, por los muclios,

y muy grandiosos y fuertes, que en ella


se alzaban, decían que el de Burgos des-
collaba entre todos como descuella la
ñor entre las hojas. Á esta frase se debió
tal vez el que fuese apellidado castillo de
las ^/fores e\\ sus primitivos tiempos, se-

gún cuenta la tradición, aun cuando no


tardó en perder este nombre para tomar
el de castillo de la Blanca, por ser el de
una iglesia levantada casi á sus mismas
puertas, á corta distancia de él, en una
loma del monte que como de avanzada
le servía. Este templo de Santa María la

Blanca, según luego se dirá, fué teatro


de sangrientas escenas y de empeñada
lucha en época de los Beyes Católicos.
Eduardo de Oliver Copóns, que es el
cronista de este castillo, y que, con la pu-
blicación de su interesante monografía,
ha prestado especial servicio á las cien-
EL CASTILLO DE BURGOS 187

cias históricas, se remonta al siglo no-


veno para buscar el origen de su funda-
ción, y lo encuentra en 884, en tiempos
del llamado conde Porcelos, nombre de
batalla ó apodo que tomó, ó aceptó,
aquel campeón aguerrido de quien van
llenas las crónicas en los comienzos de
Castilla. Y así fué. Diego Rodríguez, ape-
llidado el conde Porcelos, que figura co-
mo el segundo en la genealogía de los con -

des de Castilla, hubo de ser el fundador.


Baluarte este castillo j alcázar de la

independencia castellana, fué escuela de


bravos capitanes, también, paladión y
y,

amparo de la ciudad que á sus pies ya-


cía, ó que de él formaba parte, pues ten-
go para mí que, en aquellos antiguos
tiempos, ciudad y castillo no eran más
que un solo cuerpo, viviendo al amparo
de una muralla común que les circuía y
abrazaba.
IS!S KN IM'Rcns

Dióse éii este alcázar el primer grito


de independencia, cuando Castilla se de-
claró soberana é independiente de los
reyes de León, hábil y bizarramente go-
bernada por quien fué uno de sus más
renombrados condes, Fernán González^
que comparte con el Cid las glorias le-

gendarias. Desde entonces, seguramen-


te, conserva Burgos el mote de Caput
Castellw que se lee en su escudo, como
su otro mote de Camera regia debe
provenir de haber elegido este alcázar
los Reyes de Castilla por mansión se-

ñorial y centro de sus guerreantes em-


presas.
Ricos son en sucesos, en historias, en
tradiciones y leyendas, sus anales.
Resistió varias veces el empuje de las

huestes agarenas, y una de sus páginas


de mayor gloria es la heroica defensa

con que rechazó un terrible asalto de


EL CASTILLO DE BURGOS 189

los moros andaluces en una de sus co-

rrerías por Castilla.

Fué esto precisamente en tiempos de


Fernando I. Uno ó dos años antes, poco
más ó menos, el de 1050, así como en-
tonces en voces de guerra j en gritos de
venganza y de exterminio, ardieron los
salones del castillo en luminarias y en
músicas y fiestas. Fernando I recibía en

ellos á una joven y bellísima princesa


mora, hija de Almedón, rey de Toledo.
Había éste pedido treguas al rey de
Castilla en la lucha que sostenían, y, al

mismo tiempo, guiaje y salvoconducto


para que su hija Kassilda, enferma de
grave dolencia, pudiese trasladarse á los
dominios castellanos, donde esperaba
recobrar la salud con el beneficio de
ciertas aguas maravillosas que existían
en Briviesca.
Apresuróse Fernando de Castilla á
190 KN BUKliOS

contestar al rey moro, accediendo á sus


demandas. Estipulóse la tregua, trocá-

ronse en cañas las lanzas y la hermosa


princesa mora fué recibida en Burgos
con toda cortesía y hospedada en su
castillo con todo esplendor y fausto.

Fernando I se convirtió en galán caba-

llero para con la princesa toledana, y


durante los días que ella permaneció en
el castillo de Burgos, de paso para Bri-
viescá, fué hidalgamente obsequiada con
músicas y danzas, justas y torneos, lu-

minarias y fiestas.

Era esta princesa mora aquella que


más tarde, abandonando su religión para

hacerse cristiana, se distinguió por sus


virtudes y prácticas religiosas, siendo
hoy la Santa Casilda venerada en nues-
tros altares.
En 1128 hubo fiestas también en el

castillo por los desposorios de Alfon-


EL CASTILLO DE BURGOS ' 191

SO VII con Berenguela, hija del conde


de Barcelona, comenzando los reyes con
este motivo á establecer su corte en este
alcázar que, de entonces más, á cada
momento, aparece en la historia de Cas-
tilla, sombrío á veces y misterioso por
ser teatro de crímenes ignorados ó de
suplicios de dudosa justicia; esplendoro-
so otras, y atrayente, por serlo de re-
cepciones y saraos, de juras y torneos
en regias festividades; temeroso y enso-
berbecido, algunas, cuando en él se en-
cerraban los monarcas para desde allí^

al amparo de sus sayones y sus muros,,


fulminar los rayos de sus iras; encendi-
do y amenazador, no pocas, siempre que
era cebo de pasiones ó codicia de tumul-
tuantes magnates, durante las aborras-
cadas bandosidades en que hubo de ar-
der Castilla tantas veces.
Lo hizo un día restaurar y embellecer
192 •
KN MI K» JOS

el valeroso Alfonso VIII. Cuando hubo


reparado sus muros, percudidos y mal-
trechos por pasadas luchas, y fortalecido
y ensanchado sus robustas torres; cuan-
do tuvo exornados sus salones con oros y
con mármoles, con pórfidos y jaspes, con
suntuosos muebles taraceados y ricos
artesones de cedro y de alerce; cuando
ya, finalmente, hubo allí reunido las
obras más primorosas de los mejores ar-
tífices cristianos y mudejares, se lo dio

entonces por arras, en sus desposorios,

y por mansión y nido de amores, á su


bella esposa Leonor de Inglaterra, la
misma que años más tarde, y en aque-
llos mismos salones por el amor embe-
llecidos, arrastraba luengas ropas de luto
y fallecía de duelo y de pesadumbre á
los veinte días de muerto el rey su es-
poso.
En este castillo fué donde, el afio 1215,
'A,

o
EL CASTILLO DE BURGOS 193

convocaba Cortes la princesa doña Be-


renguela, regente del reino durante la
menor edad de Enrique I, aquella que,
por su varonil entereza, aseguró el trono
•de su sobrino, minado en sus cimientos
por las revueltas que provocaba con sus
destemples la abanderizadora familia de
los Lara.

En él tuvo luego por largos años su


casa y corte aquel otro soberano llama-
do Fernando III, sucesor de su píímo
Enrique, hijo de Berenguela y nieto de
una condesa de Barcelona, quien, como
hijo de madre tan varonil y entera, supo
ilustrar su trono con altas virtudes, con-
siguiendo que sus rebeldes magnates,
por él domados, le acataran como su se-
ñor; que sus pueblos, por él tan atendi-
dos, le proclamasen su padre; que los
moros, por él subyugados, le llamaran
el invencible,
y que, luego, la Iglesia lo
13
194 EN BURGOS

encumbrase á sus altares apellidándole


el Santo, mientras la historia abría sus
páginas para alzarle á las cimas de la
inmortalidad y de la gloria.
Vino después á ser huésped y dueño
de este alcázar, Alfonso X el de las can-
tigas, el que las crónicas lemosinas lla-

man el Trovador y nosotros el Sabio. Du-


rante su reinado, ol castillo de Burgos
ofrece ancho campo á la disquisición de
las crónicas, de las leyendas y de la his-

toria. Mansión fué de fiestas y de esplen-


dores, centro de animación y de vida, y
hogar tambiéa de conspiraciones, de in-

trigas y de crímenes.
Por sus galerías discurrieron en tropel
los trovadores proscritos y fugitivos de
Pro venza, que á divertir venían con sus

cantos y sus trovas la corte de Alfonso


el Sabio, pagando así la generosa hospi-
talidad que les ofrecía el monarca caste-
EL CASTILLO DE BUKGOS 195

Hano. Y, por cierto, que no' hay temeri-


dad en pensar que alguno de aquellos
sus huéspedes pudiera ayudarle en sus
loor es Y cantigas, como es razón creer que
su paso por este país hubo de dejar hue-
lla y memoria en el habla y en la poesía
castellanas, por ellos enriquecidas con

muchas primorosas voces, que lograron


introducir en el lenguaje, y en él perma-
necen, según puede comprobar quien
dedicarse quiera con algún cuidado cá

lexicológicos estudios y á investigaciones


folk-lóricas.

En sus regias cámaras tuvieron estan-


za y hospedaje príncipes y soberanos,
damas ilustres por su alcurnia, embaja-
dores y magnates, personajes extranje-
ros, célebres en la historia de sus tiem-
pos. Unas veces el que allí se aposentaba
era el príncipe Eduardo de Inglaterra,
que venía en representación de su país
193 EN BURGOS

para asistir á unas bodas reales, y otras


era un simple poeta, trovador errante,
Guillermo de Montagnagout, que llegaba
como mensajero conde de Tolosa, y
del
que antes de abandonar el alcázar de
Burgos, cumplida su misión cerca de
D. Alfonso, le decía á éste en una ende-
reza de sus trovas lemosinas: «Dios hon-
re y galardone al monarca castellano que
mejora la prez, que es joven en edad y
viejo enjuicio,y que siente más placer
en conceder mercedes que en recibirlas.»
Allí se hospedó, un día, Marta, la

emperatriz de Constantinopla, que acu-


dió á reclamar el apoyo del rey Sabio, y
allí, también, en su opulento tinelo, fue-
ron festejados los embajadores franceses
cuando llegaron para concertar las bodas
de la princesa hija del rey de Francia,
con el j)ríncipe castellano hijo de D. Al-
fonso. Y por cierto que, al celebrarse los
EL CASTILLO DE BURGOS 197

desposorios en el año siguiente, el de


1269, el alcázar burgalés se vistió de gala,
desplegando todos los aparatos de su lujo
y de su fausto, no sólo para obsequio de
los jóvenes príncipes, á quienes unía el

santo nudo del matrimonio, si que para


honrar á los ilustres y egregios persona-
jes que vinieron con este motivo á ser
huéspedes del castillo. Las crónicas nos
dicen que allí se vieron entonces reuni-
dos, efectivamente, con muchos ricos ho-
mes y caballeros del reino de Castilla y
de León, y con muchos condes y duques
y magnates de Francia, el sultán ó rey
moro de Granada los infantes de Casti-
;

lla; el marqués deMonferrat, que tenía


corte de amor y de trovadores en su tie-
rra, casado con una hija de D. Alfonso;
el príncipe de Inglaterra ; el gran monar-
ca aragonés que con su nombre llenaba
,

la tierra toda entonces conocida, D. Jai-


198 EN BURÓ os

me I el Conquistador, padre de doña Vio-


lante, reina de Castilla, y su hijo el pri-

mogénito y heredero de la corona de Ara-


gón, aquel D. Pedro á quien, más tarde,
vengador de Pro venza y de sus trovado-
res, la historia debía llamar el Grande y
la leyendaÉjñco, por sus hechos y por
el

su jornada famosa de los Pirineos.


Testigo fué asimismo este alcázar de
las suntuosas bodas que enlazaron á dos
infantes, hijos del rey, con dos damas de
la casa de Lara, familia poderosa de Cas-
tilla, que era tan fuerte, y más, que la

de mismos monarcas, y tan alterosa


los

y soberbia, que parecía tener un pie en


la primera grada del trono para asegu-
rarlo ó derribarlo según
, mejor pluguiera
á su ambición ó á sus intereses.
Refieren también las historias que en
un torreón de este castillo vivió por es-
pacio de muchos años el trovador pro-
EL CASTILLO DE BUflGOS 199

venzal Bonifacio Calvo, amigo, favorito


y consejero de D. Alfonso, aquel Boni-
facio Calvo de quien se cuenta que tuvo
amores con una princesa castellana, á la

cual ensalza en sus trovas, diciendo que


«si Dios quisiera escoger dama en este
mundo, sólo á ella elegiría». Y recordar-
se debe también que si durante aquel
reinado hubo en los salones del alcázar
estruendos de gala y de y en sus fiesta,

cámaras recepciones de príncipes y de


reyes, y si sus puertas se abrieron á to-
das las aristocracias de la tierra,
y si
desde lo alto de la torre del trovador se
fulminaron aquellos atrevidos servente-
sios con que Bonifacio llamaba á D. Al-
fonso al imperio, á la lucha y á la guerra,
también, en el fondo de sus negros sub-
terráneos, las bóvedas se estremecían
con los lamentos del infortunado infante
D. Fadrique, que allí moría bárbaramen-
200 EN BURGOS

te degollado por órdenes de su propio


hermano el rey D. Alfonso, que pudiera
ser llamado por esta causa el vengativo,
si por tantas otras el Sabio.

El castillo guarda recuerdos de San-


cho el Bravo, y los guarda también de
su mujer doña María de Molina, una
de las más puras y legítimas
glorias

de esta tierra castellana, dama ilustre,,


heroína de un drama célebre del mar-
qués de Molins, la cual con inquebran-
table fortaleza salvó la cuna de su hijo
Fernando IV.
En aquellas épocas de turbulencia y
de bandosidades para Castilla, el alcázar

de Burgos, estando el rey ausente, se


alzó con D. Diego López de Haro, se-

ñor de Campos, que pretendía ocupar su


tenencia; y aun cuando aquella vez se
dominó el conflicto, más tarde volvió á

presentarse en la minoridad de Alfon-


EL CASTILLO DL BURGOS 201

SO XI. Posesionado del castillo D. Juan


llamado el Tuerto, quiso imponerse á los
burgaleses, que lealmente se habían de-
clarado por el joven D. Alfonso; pero la
ciudad se levantó en armas contra la for-

taleza. Fué cercado el castillo y comba-


tido, y su guarnición hubo de acabar por
rendirse, no ciertamente por el combate,
aunque sí por el hambre. En brazos de
sus leales ciudadanos de Burgos entró
el joven Alfonso XI á ocupar el hogar de
sus mayores, y fué entonces cuando las
crónicas hablan de vistosos torneos ce-
lebrados al pie de sus muros, torneos en
que tomó parte el mismo monarca, con-
siguiendo fama de buen justador y de
campeón intrépido.
Tristes y sombrías memorias conserva
del sucesor de Alfonso XI, de aquel
D. Pedro I tan popular en las historias

y leyendas castellanas, y que en nuestra


202 KN BURGOS

época ha contribuido á popularizar mu-


cho más todavía el ínclito poeta Zorrilla
con su obra dramática El Zapatero y el

Rey. Unos le han llamado el Cruel y otros


el Justiciero, pero aun los que con más
empeño intentaron hacer prevalecer este
nombre, no pueden menos de confesar
que hasta sus más reconocidos actos de
justicia tenían todas las apariencias de

actos de crueldad.
El castillo de Burgos guarda de él dos
sangrientos recuerdos.
Un día apareció colgado de sus mu-
ros, á la vista de todos, un ataúd en que
se encerraron atropelladamente los res-
tos mutilados del que fué Adelantado
mayor de Castilla, Garcilaso de la Vega.
El rey I). Pedro, hallándose en Burgos,
donde se le obsequiaba, ordenó matar al
Adelantado sin forma de juicio, según
dice la crónica. Sucumbió Garcilaso en
EL CASTILLO DE BURGOS 203

la misma cámara del rey bajo los golpes


de maza que le dieron Juan Fernández
Chamorro y el ballestero Juan Ruiz de
Osia, y en seguida mandó el rey arrojar
el cadáver á los toros que en su obsequio
se corrían en la plaza, asomándose don
Pedro al balcón para ver cómo jugaban
las reses con aquellos sangrientos despo-
jos. Guardados en seguida en un ataúd,
fué éste colgado del muro del castillo

que miraba hacia la plaza Comparada,


para que todo el mundo supiese, enten-

diese y pudiese recordar las justicias del


rey.

Más terrible fué aún, si cabe, lo que


hizo otro día el cruel monarca. Ocurrió

el suceso en 1355, según los anales del


castillo.

Llegaba el rey de visitar varias pobla-


ciones y comarcas de sus reinos. Duran-
te su excursión había ordenado decapi-
204 EN BURGOS

tar á varios nobles y señores, con más ó


menos justicia, y todas las cabezas de
los ajusticiados mandó llevarlas al cas-

tillo de Burgos, donde residía, y adornó


con ellas una estancia que ya, de enton-

ces más tomó


, el nombre de Sala de las

Cabezas. Entre éstas se hallaban las de


D. Lope Sánchez de Bendaña, comenda-
dor mayor de Castilla, D. Gonzalo Me-
léndez, Pero Cabrera de Córdoba, Al-
fonso Jofre Tenorio, y otros no menos
ilustres.

Sabido es cómo murió D. Pedro. Fué


en Montiel, á manos de D. Enrique el

Bastardo, apellidado por la historia el

Dadivoso ó el de las Mercedes, y también,


con más razón, el Fratricida.
Durante la recia contienda que hubo
entre ambos hermanos, y que fué una de
las más crueles guerras civiles de Casti-
lla, D. Enrique, á quien visiblemente fa-
EL CASTILLO DE BURGOS 205

vorecía la ciudad de Burgos, donde tenía


muy decididos partidarios, llegó á apo-
derarse del castillo y también del tesoro
que en él guardaba D. Pedro. Ocurrió
esto en 1366. Apoyaban á D. Enrique,
Beltrán Du Guesclin, el tan renombrado
caballero francés, y sus compañías blan-
cas, mientras que, á su vez, D. Pedro era
apoyado por el hijo de Eduardo III de
Inglaterra, Ricardo de Gales, llamado el
2)ríncipe negro, que vino con gran fuerza
de gente en auxilio del monarca caste-
llano.

Derrotado D. Enrique en la batalla


de Nájera (1367), las puertas del castillo
de Burgos se abrieron nuevamente á
D. Pedro, quien penetró en el castillo
ejerciendo sangrientas venganzas, y apo-
sentándose en él con su aliado elprínci-
pe negro.
No tardó D. Enrique en reponerse de
200 EN BURííOS

SU derrota. Contando con la ciudad de


Burgos que, en efecto, le franqueó sus
puertas, cayó sobre el castillo que don
Pedro había dejado, con fuerte guar-
nición, encomendado al rey de Ñapóles
y al alcaide Alonso Ferrández. Ya en-
tonces se decía, y era proverbio entre
el vulgo, que sólo era rey de Castilla
quien fuese dueño del alcázar. Por esto
D. Enrique, desplegando sus banderas,
agrupando á cuantos nobles seguían su
causa, reuniendo todas sus fuerzas enri-
queñas, puso cerco al castillo, decidido á
tomarlo á toda costa. La lucha fué por-
fiada y sangrienta. El cronista Pedro de
Ayala, en su historia de Enrique el de
las Mercedes, y Oliver Copóns en la suya
del castillo, dicen que en dos sucesivos
asaltos los cercados rechazaron y des-
truyeron á los sitiadores con sus grana-
das y piedras, sus truenos y saetas, y que
EL CASTILLO DE BURGOS 207

entonces D. Enrique acudió al recurso


de las minas y las cavas, poniendo en
tanto aprieto la plaza, que Alfonso Fe-
rrández hubo al fin de entregarla, entre-
gando también al rey de Ñapóles.
Ya entonces el alcázar quedó, para
siempre más, en poder de D. Enrique,
que se coronó rey de Castilla en el mo-
nasterio de las Huelgas. Pero no por
esto cesó la lucha entre los dos herma-
nos. Siguió todavía más viva y más en-

carnizada que nunca, aun cuando fué ya


de corta duración.
D. Pedro acabó en Montiel, según
más arriba se dijo, y con él su dinastía.
Murió á manos de D. Enrique, que su-
bió al trono, manchado con la sangre de
su hermano. Nuestro gran poeta nacio-
nal José Zorrilla popularizó esta escena
en su segunda parte de El Zapatero y el

Rey.
208 I \ I'.ITRGOS

D. Enrique ocupó el trono, ya sin ri-

val, y el castillo de Burgos fué su estan-


cia. En tuvieron lugar ceremonias y
él

fiestas, y en su capilla, años más tarde,

celebró el rey fratricida con ruidosa pom-


pa las bodas de su hijo el infante don
Alfonso con doña Isabel de Portugal, y
las de su hija bastarda doña Juana con

un hijo del marqués de Yillena. Era esta


doña Juana fruto de romancescos amo-
res del rey con una hermosa doncella del
Barrio de la Vega, á quien llamaba el

vulgo la reina sm corona, y acerca de la


cual existe una poética leyenda.
El sucesor de D. Enrique fué don
Juan I, su hijo, que con su esposa doña
Leonor se aposentó en el castillo de
Burgos, tomándole como centro y cor-
te, siguiendo luego los agitadísimos y
turbulentos reinados de Enrique III,
Juan II y Enrique IV, cuyos monarcas
'V>
'A
a
O
EL CASTILLO DE. BURGOS 209

parecieron destinados á no tener un


momento de paz y de reposo durante su
vida, mezclados constantemente en in-
trigas y en miserias, en luchas y comba-
tes, juguete unas veces de ambiciosos
validos, víctima otras de arrebatadas
pasiones, y siempre condenados á dejar
huellas de sangre y sementera de catás-
trofes á sus pueblos, como si la dinastía
encumbrada al trono por D. Enrique
llevase consigo la mancha de Caín y la

eterna maldición del fratricidio.


Siguieron estos monarcas habitando
principalmente el castillo de Burgos, aun
cuando ya en época de los últimos co-

menzó á imponerse la predilección por


Valladolid y por Segovia.
Los anales del alcázar húrgales cuen-
tan que en él ocurrió la escena, histórica
ó novelesca, de Enrique III, cuando,
harto ya de ver que sus nobles vivían en
14
210 EN BURGOS

la opulencia mientras él tenía que em-


peñar su gabán para procurarse el sus-
tento, invitóles á una fiesta en el casti-

llo, donde, en lugar de la mesa dispuesta


para el banquete, encontraron el tajo y
la cuchilla del verdugo, de que sólo pu-
dieron librarse mediante la devolución
de sus despojos y rapiñas.
Testigos los salones de este alcázar
del gran poder y privanza de D. Alvaro
de Luna, en época de Juan II, lo fueron
también de su desgracia y su derrumbe.
Fué en Burgos donde quedó preso, por
orden del rey, aquel omnipotente valido
que, trasladado más tarde á Valladolid,
acabó desastradamente su vida en el ca-

dalso, no obstante ser, según dice su


cronista, «el hombre más excelso que
vieron los siglos y el mejor caballero que
en todas las Españas ovo».
Los mayores y más crueles enemigos
EL CASTILLO DE BURGOS 211

que tuvo D. Alvaro, fueron los nobles

acaudillados por D. Pedro de Estúñiga


y Leiva, casa y familia poderosas enton-
ces entre las que más lo fueron. Este
D. Pedro de Zúñiga ó de Estúñiga, como
más comunmente se le llama en las cró-

nicas de Castilla, era hijo del favorito de


Enrique III, de quien heredó la alcaidía

del castillo de Burgos, y el justiciazgo


mayor de Castilla, que le otorgó el rey
D. Enrique. Era señor de vastos esta-
dos, de Béjar, de Curiel, de Frías y otros
muchos, y fué conde de Ledesma, de
Trujillo, luego de Plasencia, y más tar-
de su heredero fué duque de este mismo
título y también de Arévalo, según se
verá en el curso de esta narración.
Influido Juan II por esta poderosísi-
ma casa de Estúñiga, que servía enton-
ces los intereses y los odios de la reina
doña Isabel, terció en una miserable in-
212 EN Bur!<;(>s

y partió de Valladolid
triga cortesana,

para Burgos llevándose consigo á don


Alvaro, cuya pérdida estaba de antema-
no decretada, habiéndose decidido aca-
bar con él en Burgos, donde el rey podía
contar con las fuerzas del castillo, que
estaban á devoción de D. Iñigo de Estú-
ñiga, teniente á la sazón del alcázar en
nombre de su hermano D. Pedro, conde
de Plasencia.
Y así fué como llevaron á D. Alvaro
al degolladero. Preso en Burgos, ya no
salió del poder de sus enemigos los Es-

túñiga, á quienes cupo la triste misión de


llevarlo custodiado á Valladolid para
ver allí rodar su cabeza por las tablas
del patíbulo, á los cuatro días de su lle-

gada, el 2 de Junio de 1453. Sólo un año


le sobrevivió el rey D. Juan, de quien se
dice que murió presa de remordimien-
tos, hondamente obsesionado por el re-
EL CASTILLO DE BURGOS 2Vi

cuerdo y hasta por la visión de aquella


ensangrentada cabeza de su privado, ex-
puesta de su orden en ignominiosa é in-

fame picota.

Tal es, contada muy en resumen, y al

volar de la pluma, la historia del castillo


de Burgos, desde su fundación hasta la

época de los Keyes Católicos. Se escri-

bió teniendo á la vista las crónicas de


Castilla y la monografía ya otras veces
citada del capitán D. Eduardo de Oliver
Copóns, que es trabajo de estudio dete-
nido y con gran conciencia realizado.
Importa ahora contar con todo el de-

tenimiento posible, en atención al objeto


que el autor se propone, lo que ocurrió
con esta fortaleza en tiempo de los Ke-
yes Católicos; y ya para esto hay que
acudir á otras fuentes, principalmente á
la de Hernando del Pulgar y á la del

aragonés Zurita, gran historiador de la


214 EN BURGOS

Corona de Aragón, en cuya fe y veraci-


dad puede fiarse plenamente, pues po-
cos autores llevaron la pluma con tan
imparcial criterio, con espíritu tan le-

vantado y con tanto amor á la verdad y


á la justicia.
Pero antes de penetrar en la parte de
historia que enlaza con la de los Reyes
Católicos, referirse debe la que tomó este
castillo en los sucesos ocurridos duran-
te el reinado de Enrique IV; y esto es
lo que el lector podrá ver al comienzo
del capitulo que sigue.

II

El castillo de Burgos fué en el reinado


de Enrique IV, que sucedió á su padre
Juan II, foco de conspiración y centro
de rebeldía. Pudo entonces verse, y me.-
EL CASTILLO DE BURGOS 215

jor se vio aún más tarde, cuando los Re-


yes Católicos, el error en que cayeron
los monarcas desprendiéndose de la te-

nencia de este fuerte para cederla á


subditos poderosos capaces de faltarles
,

algún día.

Ya en tiempos de Juan II ocurrió un


hecho que demostró toda la gravedad
del yerro.
La tenencia de la fortaleza de Burgos

fué otorgada por el rey Enrique III á


su favorito D. Diego López de Zúñiga,
Estúñiga ó Stúñiga, que de estas distin-
tas maneras se escribe el nombre por los
historiadores, aun cuando parece que la
propiedad está en el de Estúñiga, por
ser éste el del pueblo ó villa de donde
tomaron su apellido. Heredó á D. Die-
go en sus estados y títulos, y también en
la tenencia del alcázar y en el justiciaz-

go mayor de Castilla, su hijo D. Pedro


216 EN' BURGOS

de Estúñiga y Leiva, que fué conde de


Ledesma y de Plasencia, y sucedió á
éste, heredándole en todos sus inmensos

bienes y poderosos empleos, D. Alvaro


de Estúñiga, que fué duque de Arévalo.
Durante el reinado de Juan II tuvo la

tenencia y fué alcaide del castillo, el don


Pedro de Estúñiga ya citado, que era se-

ñor del Curiel, de Frías, de Estúñiga y


Burguillos, conde de Ledesma y de Pla-
sencia. Era la casa de Estúñiga, segim
ya se ha dicho, enemiga declarada del
privado del rey, D. Alvaro de Luna; pero
éste, que contaba entonces con el deci-

dido favor del monarca, resistió todos


los empujes de aquella familia poderosí-
sima y de los demás nobles con ella coa-

ligados. Sólo pudieron vencer los Estú-


ñiga el día que consiguieron apoderarse
de la voluntad del rey, y entonces, como
ya se ha visto, D. Alvaro subió al cadalso.
EL CASTILLO DE BURGOS i'l7

Pero cuando ocurrió el suceso de refe-


rencia, D. Alvaro estaba en toda la ple-

nitud de su favor, y nada podían contra


él los de Estúñiga, que se aliaron con el

que fué después Juan II de Aragón pa- ,

dre de Fernando el Católico; con los her-

manos y deudos de éste, los infantes de


Aragón, aquellos que, más que por sus
hechos, pasaron á la posteridad por las
coplas de Jorge Manrique; con el almi-
rante de Castilla D. Fadrique Enríquez;
con el Adelantado D. Pedro Manrique,
y con otros muchos, formando una liga
que tenía su principal centro de conspi-
ración en Burgos por estar posesionados
los Estviñiga del castillo, en el cual te-
nían entonces de alcaide al capitán Pe-
dro de Barahona, que les era muy adicto.
Hubo un momento en que D. Juan II,

entregado por completo entonces á su


valido, decidió pasar en persona á Bur-
218 EN BURGOS

gos, foco de la sedición, y allí fué desde


Valladolid, presentándose ante las puer-
tas del castillo, que encontró cerradas
para él. Ordenó que se le abriesen ;
pero
el centinela, sin hacer caso de que era el

mismo rey quien daba la orden, se limi-


tó á pasar al alcaide aviso de lo que
ocurría. Apareció Pedro de Barahona en
lo alto del adarve de la puerta, y pre-
guntó si era efectivamente el rey quien
allí estaba. Contestóle D. Juan II man-
dando que se le abriesen luego las puer-
tas, porque quería entrar en su castillo

y aposentarse en él. En lugar de obede-


cer, contestó el alcaide diciendo que no
estaba acomodado el hospedaje para su
alteza,y que en otra posada podría es-
tar mejor y de manera más conveniente
á su rango; insistió rey de nuevo, y
el

entonces el alcaide manifestó rotunda-


mente que sin orden expresa del conde
EL CASTILLO DE BÜKGOS 219

de Plasencia, su señor, que estaba á la

sazón en Curiel, no podía dar entrada


al monarca. Después de mucho parla-
mentar y de muchas porfías y amenazas
por parte del rey, detenido largo tiempo
á la puerta como si fuera un oscuro ad-
venedizo, acabó por ceder el alcaide,

aunque no sin viva protesta.


Más graves aún y de más trascenden-
tales consecuencias fueron los sucesos
ocurridos en el castillo durante el rei-

nado de Enrique IV. La actitud de pro-


vocación y rebeldía que tomó entonces
la fortaleza de Burgos, ya no debía aban-
donarla sino con su vencimiento en
tiempo de los Reyes Católicos. Por espa-
cio de quince años, poco más ó menos,
se mantuvo rebelde el castillo.

En él se juntaron, corriendo el año


de 1464, los nobles que, acaudillados por
el marqués de Villena, el arzobispo de
220 EN BURGOS

Toledo y el duque de Arévalo D. Alvaro


de Estúfiiga, levantaron pendones con-
tra Enrique IV. De allí brotó aquella
poderosa que en tantos apuros y
liga

en tantos descréditos hubo de poner á


Enrique el Impotente. Aquellos nobles
ambiciosos y turbulentos, de quienes
era muy principal cabeza D. Alvaro de
Estúfiiga, duque de Arévalo, que tenía
el castillo de Burgos y era Justicia ma-
yor del reino, así apoyaban á D. Enri-
que como le combatían, según lo juzga-
ban más conveniente á sus menguados
intereses de ambición ó de codicia. Unas
veces eran partidarios de D. Enrique, y
reconocían como heredera del trono á
su hija doña Juana; otras, proclamaban
rey al hermano del monarca D. Alfonso
y deshonraban á doña Juana aplicán-
dole el infamante renombre de la Bel-

traneja^ que le conservó la historia; y


EL CASTILLO DE EUR(;OS 221

así juraban luego por heredera del reino


á la princesa doña Isabel, como se des-
juraban más tarde á la muerte de En-
rique lY, para de nuevo admitir á doña
Juana, á quien proclamaban reina de
Castilla, casándola con el rey de Portu-
gal, y abandonando á doña Isabel, enla-
zada ya entonces con D. Fernando.
Centro fué de todas estas intrigas y
foco de perenne conjura el castillo de

Burgos, presidiado con fuerzas del du-


que de Arévalo, el cual nombró por al-

caide á su hijo Juan de Estúñiga.


Sabido es lo que ocurrió en aquella
memorable guerra de sucesión, que en-
sangrentó los campos de Castilla al co-

menzar reinado de D. Fernando y


el

doña Isabel. El rey de Portugal vino á


Castilla, llamado por el marqués de Vi-
llena, el duque de Arévalo, el arzobispo
de Toledo, el obispo de Burgos y otros
222 EN BURGOS

muchos nobles y prelados. Tan pronto


como llegó tuvo lugar la ceremonia de
su casamiento con su sobrina la princesa
doña Juana, y, proclamándose Reyes de
Castilla, comenzó la guerra contra doña
Isabel y D. Fernando.
Mientras acaecían en distintas par-
tes del reino los sucesos que descritos
quedan en la historia de los Reyes Ca-
tólicos, el castillo de Burgos alzó pen-
dones por doña Juana y por D. Alfonso
como reyes de Castilla, y la ciudad, aun-
que fué por breve tiempo, siguió el ejem-
Juan de Estúñiga, al-
plo de su alcázar.
caide de la fortaleza á nombre de su
padre el duque de Arévalo, teniendo
por capitanes á Iñigo López de Mendo-
za y á Pedro de Cartagena, se hizo fuer-
te en el castillo y en la vecina iglesia de
Santa María la Blanca, apoyado por
D. Luis de Acuña, obispo de Burgos,
EL CASTILLO DE BURGOS 22:í

que hubo de retirarse al castillo de


Eabé cuando la ciudad en masa, suble-
vándose contra la tiranía del obispo y

de los Estúñiga, se levantó en favor de


doña Isabel de Castilla y de su esposo
D. Fernando de Aragón. Gran valor el
de aquellos patriotas ciudadanos, pues
que se exponían, como así fué, á las iras
de sus dos fortalezas vecinas, el alcázar

y el castillo de Rabé.
Al ver D. Juan de Estúñiga que la

ciudad se apartaba de su bandera ne-


gándose á reconocer por rey al de Por-
tugal, comenzó á hostilizarla, apremián-
dola y haciéndole cruda guerra, lo cual,
por su parte, hacía también el obispo
desde el fuerte de Rabé. En apurado
trance se vieron los de la ciudad, que
apenas tenían gente para resistir y nin-
gún capitán de nombradía á su cabeza.
Hubieron de soportar los daños que con
224 KN.' luncos

los trabucos les causaban desde el cas-

tillo y sufrieron la quema y despojo de


trescientas casas que constituían una
calle principal, llamada de las Armas,
inmediata á la fortaleza.

En esta situación, decidieron enviar


embajada á los Eeyes D. Fernando y
doña Isabel, que se hallaban en Valla-
dolid. Llegaron los mensajeros ante
aquellos monarcas, y al ofrecerles la
ciudad de Burgos, por ellos declarada,

pidieron favor para mantener en su obe-


diencia la que era cabeza de Castilla y
cámara de reyes, librándola de los reba-

tos á que, constantemente, de día y de


noche, estaban sujetos por la vecindad
y enojos de Juan de Estúfiiga y del obis-
po Luis de Acuña, que era un prelado
fiero y batallador, como todos acostum-
braban á serlo entonces. Comprendieron
los Reyes toda la importancia del caso
vi.

EL CASTILLO DE BUEGOS 225

y lo trascendente que podía ser para su


causa el asegurar la ciudad de Burgos,
que era como tener en su mano la llave
de Castilla.
Don Fernando decidió pasar inmedia-
tamente á dar favor á los de Bureaos con
su presencia, así como los del castillo
decían que el rey de Portugal iba por
su persona en su socorro; y entretanto
que se aderezaba la gente de armas que
había de ir con él, envió con fuerzas á
D. Alonso de Arellano, conde de iV^ui-
lar, á D. Pedro Manrique y á D. San-

cho Rojas, señor de Cavia, haciendo


partir después á Esteban de Villacreces
con ciento y cincuenta de á caballo.
Fueron estos caballeros á Burgos y
pusieron sus estanzas, por la parte de
la ciudad, contra el castillo y contra la
iglesia Santa María la Blanca, que esta-
ba muy fortificada. Contuvieron con esto
15
226 EN BURGOS

el arrojo de los del castillo, impidiendo


sus salidas y rebatos á la ciudad; pero
poco daño les hacían, ya que por la

puerta llamada de la coracha ó coraxa


entraban los socorros y pertrechos en-
viados por el obispo Acuna, y salían á
diversas expediciones, sin obstáculos,
las fuerzas que destacaba D. Juan de
Estúfiiga.

En esto, hacía muy grande instancia


el duque de Arévalo para que el rey de
Portugal fuese á socorrer el castillo,

afirmando que en la posesión de aquel


alcázar consistía la victoria de su em-
presa; perocomo ya entonces andaba el
portugués más recatado y sospechoso,
viendo cuan vanas salían las promesas
en lo de la gente que se le había ofreci-
do y las facilidades que se le habían
dado, decidió dejar para más tarde el

socorro de Burgos, y creyó que era me-


EL CASTILLO DE BURGOS 227

jor por el pronto apoderarse de la ciu-

dad de Toro, que por traición de Juan


de Ulloa se le ofrecía.
Salió bien en su empresa de Toro el rey
de Portugal. No así D. Fernando, el de
Castilla, que acudió para arrebatar su
presa al portugués y hubo de retirarse;
pero decidió buscar mejor fortuna aco-
metiendo la empresa del castillo de Bur-
gos, que creyó más decisiva, porque
aquella fuerza, siendo tan principal y en
aquella ciudad cabeza de Castilla, daba
grande autoridad á su enemigo, y sólo
podía considerarse señor del reino quien
la tuviera.

Partió D. Fernando para Burgos,


acompañado de su hermano bastardo
D. Alfonso, duque de Yillahermosa, que
le prestó señalados servicios en aquella
guerra, como gran capitán que era, sien-
do este D. Alfonso el que introdujo en
228 EN BURGOS

Castilla las máquinas de guerra llama-


das rabadoquines, antes desconocidas.
Acompañáronle también otros caballe-

ros, y entre ellos, como muy principal,

el condestable de Castilla, de quien se


murmuraba que pretendía la tenencia
de aquel castillo en competencia con el

conde de Treviño, su personal enemigo,


que la quería para sí. Sucedía con estas
competencias, ambiciones y rivalidades,
que los del castillo tenían también ami-
gos en la corte, y á veces hasta fueron
secretamente favorecidos.
Llegado D. Fernando á Burgos, á me-
diados de Junio de 1475, fué muy bien
recibido por el pueblo, y también por el
clero, que se apresuró á rendirle home-
naje como en protesta de la conducta
que seguía su prelado el obispo Acuña.
Inmediatamente dio el Rey vigoroso im-
pulso á las operaciones, que quiso llevar
EL CASTILLO DE BURGOS 229

con toda actividad, pues de una parte


temía que viniese el portugués á soco-
rrer á los sitiados, y de otra recelaba
que pudiera acudir Luis de Francia por
Fuenterrabía á dar favor al rey de Por-
tugal.

Por orden de D. Fernando, y dirigien-

do él en persona los trabajos, se pusie-

ron estanzas por de dentro de la ciudad

y por de fuera contra el castillo y contra


la iglesia de Santa María la Blanca, que

era como una segunda fortaleza. Abrié-

ronse en seguida grandes cavas en cir-

cuito de todo el castillo, de manera que


ninguno pudiese entrar ni salir. Tam-
bién las estanzas, que estaban por de
fuera la ciudad, quedaron fortificadas
de cavas y baluartes, y colocáronse ba-
terías de ataque con ingenios, lombar-

das, pedreros y otros tiros de pólvora,


con los cuales se combatía reciamente.
230 EN BURGOS

Ya todo en esta disposición y orden,


creyó el lley que debía atacarse lo pri-
mero de todo la iglesia de Santa María
la Blanca, convertida por los rebeldes en
una verdadera fortaleza, con presidio

de 400 hombres de armas, al mando de


nn valeroso capitán, que se llamaba
Juan Sarmiento y era hermano ó deudo
del obispo de Burgos. Tomado este fuer-

te, parecía ya más fácil la batería y com-

bate del castillo.

Señalóse día para el asalto, y, llegados

los pertrechos, comenzó bravamente la

lucha por seis partes á un tiempo. La


empresa fué ruda. Duró la pelea todo el

día, y aun cuando los sitiados recibieron

gran daño, siendo excesivo el número


de sus muertos y heridos, mayor hubie-
ron de recibirle los asaltantes, entre
quienes fué extraordinario el desastre
por tener la gente más expuesta á los
EL CASTILLO DE BURDOS 231

tiros de la artillería. Al ver tan brava


defensa por parte de los cercados y tan-
ta mortandad entre los suyos, D. Fer-
nando mandó cesar el combate, retirán-
dose á su campo, y afligido por su
triste

poca fortuna, pero más aún por la muer-


te de dos caballeros muy valientes, y de
él muy favorecidos, Galcerán de Santa
Pan y Pedro Boil, de linaje catalán, que
en aquella jornada murieron noble y
honradamente.
Cuenta Hernando del Pulgar que al

día siguiente, al ver lo muy enflaquecida

que hubo de quedar su gente de armas


por el poco fruto que de su trabajo se
había conseguido, reunióla el Key y tra-
tó de esforzarla, hablándole de esta ma-
nera:
—«No penséis, caballeros, que habéis
hecho poca fazaña en el combate que
ayer fecisteis, aunque no o vimos fruto
232 EN BUKGOS

de nuestro trabajo. Porque como quiera


que aquellos mis rebeldes no fueron to-

mados, pero muchos dellos son feridos,

é los que quedan sanos están ya tan can-


sados de vuestras manos, que no espera-
rán segundo combate. Xi menos se crea
que vuestra flaqueza é su valentía los

ha defendido mas defendiólos


; la dispo-

sición del lugar é su desesperación que


los face pensar ser muertos la hora que
fueren tomados. Por ende, si á ellos
conviene ser constantes en su trabajo
por escapar, á nosotros es necesario per-
severar en nuestro esfuerzo por vencer;
é no perdamos la voluntad que teníamos
al tiempo que fecimos el primer comba-
te; é con los pertrechos más y mejores
que he mandado traer, tornemos á la fa-

cienda, é yo espero en Dios que los ha-


bremos á las manos.»
Y así fué, efectivamente. Las espe-
EL CASTILLO DE BUBGOR 233

ranzas del Eey no tardaron en cumplir-


se. Sus nobles palabras y su caballeres-
ca actitud levantaron el ánimo de los

suyos, preparándole á nuevo combate y


á mayor y más segura empresa; pero no
fué necesario. Los que estaban en la

iglesia quedaron maltrechos por el ri-

gor de jornada, y muchos muertos y


la

heridos. Y como se convencieron de que


el Eey se disponía para tornar al asalto,

y no tenían gente sana para resistirlo,


como tampoco lo necesario para los he-
ridos, que eran muchos y de los princi-

pales, decidiéronse á demandar pleitesía


al Rey, ofreciéndose á entregarle el fuer-

te de la iglesia, si les aseguraba las vi-

das. Accedió á ello D. Fernando, pues


aun cuando había ya mandado aparejar
todas las cosas necesarias para el segun-
do combate, creyó, como prudente capi-
tán, que conseguiría mayor victoria al-
234 EN BURGOS

canzándola sin dar causa á más muertes


y desastres.
Asi fué como quedó en poder del Rey
la iglesia de Santa María la Blanca, don-
de se apresuró á poner numerosa fuerza
y por capitán mayor de ella á D. Juan de
Gamboa, comenzando entonces á verse
más apretados y más reciamente comba-
tidos los del castillo, cuyos alientos prin-
piaron á menguar en tanto cuanto iban
recreciendo los de la gente de D. Fer-
nando, alborozada ya con el triunfo de
Santa María la Blanca.

Cada día era, en efecto, más premiosa


la situación para los defensores de la

plaza. Habida la iglesia, é informado el

Rey de que podía por minas tomar el


agua del pozo del castillo, mandó luego
minar por seis partes. Al sentir las mi-
nas los de dentro, hicieron en el acto sus
contraminas con cuantos aparejos pudie-
EL CASTILLO DE UURGOS 235

ron, para no recibir daño de ellas; pero


viéndose muy trabajados, así de los re-
paros que hacían para las minas como
de los tiros de los ingenios, que no ce-

saban de día ni de noche, j de las lom-


bardas que maltrataban sus muros, acor-
daron enviar mensajeros al duque de
Arévalo á requerirle que les socorrie-

se, porque cada día se veían más apre-


tados y con mayores necesidades de
auxilio.

Recibido el mensaje por el duque de


Arévalo, que tenía gran naturaleza en
aquella ciudad, por haber poseído su
padre y su abuelo la tenencia de aquel
castillo, se apresuró, á su vez, á despa-
char un mensajero al rey de Portugal,
que estaba en Toro. Fué el enviado, se-
gún parece, aquel mismo caballero Juan
Sarmiento á cuyo cargo estuviera la de-

fensa de Santa María la Blanca, que se


236 EN BURGOS

había visto forzado á rendir, entregándo-


la al rey D. Fernando.
En este mensaje, dirigido al monarca
portugués, decía el duque de Arévalo:
«Que su casa era una de las mayores de
Castilla, y que la mejor cosa de toda ella
era la tenencia del castillo de Burgos, la
cual habían tenido su padre y abuelo, y
con ella fueron siempre honrados, y sos-
tuvieron, y él sostenía, el estado y pa-
trimonio que sus padres y abuelos le de-
jaron: Que le hacía saber que los Reyes
de Castilla, teniendo aquella fortaleza,
tenían título al reino, y se podían con
buena confianza llamar reyes de él, por
ser cabeza de Castilla: Que había cuatro
meses que el rey D. Fernando de Sicilia
la tenía cercada y la combatía continua-
mente de noche y de día con ingenios y
lombardas, y con minas debajo de tierra,

en los cuales combates eran muertos y


EL CASTILLO DE BURfiOS 237

de cada día murían muchos de sus cria-

dos y parientes, y los que quedaban, con


suprema angustia llamaban á grandes
voces desde el muro á D. Alfonso, rey
de Castilla y de Portugal, que les soco-
rriese en el aprieto y peligro en que es-

taban: Que, dado que tuviesen manteni-


mientos en abundancia, no podrían sufrir
muchos días la pesadumbre que les fa-

tigaba, peleando de día para defenderse,

y de noche trabajando para reparar lo que


destruíanlos ingenios y lombardas: Que
un grande lienzo del muro estaba para
caer en el suelo, y que si aquél caía, jun-
tamente con él caería todo el estado del
duque, y aun el suyo recibiría grave men-
gua, y le quedaría muy poca parte en
Castilla, porque los ojos de todos no mi-
raban otro fin en aquella demanda sino
el ñn que tuviese el cerco puesto sobre
el castillo de Burgos.»
238 EN BURGOS

El mensaje del duque de Arévalo ter-

minaba suplicando al rey de Portugal:


«Que socorriese á los que estaban en el
castillo porque no pereciesen, y ayudase
al duque porque no lo perdiese, y pro-
veyese á él mismo que proseguía esta
demanda, porque no recibiese el daño
que habría, si el castillo viniese á manos
del rey su adversario.»
Recibido este mensaje, decidió el rey
de Portugal partir en socorro del casti-

llo de Burgos, comprendiendo de cuánta


importancia y trascendencia era la em-
presa para su causa. No pudo hacerlo,
sin embargo, con toda la diligencia y to-

das las fuerzas que el caso demandaba.


Con gran trabajo reunió 3.000 infantes

y 1.500 caballos, que le procuraron prin-


cipalmente el mismo duque de Arévalo,
el arzobispo de Toledo y el marqués de
Villena, y emprendió la marcha hacia
EL CASTILLO DE BUEGOS 239

Arévalo y Peñafiel, donde se detuvo más


tiempo del que era conveniente, pues
andaba muy recatado y sospechoso de
todos, y con recelos y faltas que cada
día le recrecían.
Cuando se supo que el monarca por-
tugués pasaba á socorrer el castillo de
Burgos, la Reina doña Isabel, que esta-

ba muy al cuidado de las cosas de aque-


lla guerra, mandó apercibir cuanta gen-
te pudo de la comarca de Valladolid, y,
poniéndose varonilmente á su cabeza,
fué á situarse en Falencia. El punto era
estratégico y muy oportunamente esco-
gido, porque desde allí tenía muy segu-
ra la entrada para juntarse con el rey
su marido por Torquemada, Palenzuela
y Pampliega, y por la fortaleza de Cavia,
que estaba debajo de Muñón, sin recibir
daño de los enemigos.

D. Juan de Silva, conde de Cifuentes,


240 EN BURGOS

á quien la reina de Castilla había puesto


en Olmedo, por capitán, contra la gente
del rey de Portugal, que estaba en Aré-
valo, tuvo un encuentro, del que no sa-

lió bien parado, por desgracia. Peor in-


fortunio le cupo en suerte á D. Rodrigo
Pimentel, conde de Bena vente. Mayor
fué y más terrible el trance en que se
halló éste.
Por ser caballero en quien la Reina
doña Isabel depositaba gran confianza,
diósele el mando de
vanguardia, y ga-
la

noso de corresponder con superior alien-


to y ánimo esforzado, olvidando que mu-
chas veces daña la confianza, mientras
que el temor provee, fué á situarse en
el pueblo de Batanas, muy cerca de Pe-
ñafiel, donde había puesto su real el mo-
narca portugués. En vano fué decirle que
no era pueblo aquel, ni punto para sos-
tenerse en caso de ser atacado, pues Ba-
^/,
ay
1

EL CASTILLO DE BURGOS 241

tanas era un lugar llano y abierto, de


flaca cerca, en muchas partes aportilla-

da y sin aderezo alguno de defensa.


Vanamente se le advirtió que en las

empresas de guerra el capitán debía so-


meter las cosas á la razón, más que á la

fortuna, y antes que del valor amparar-


se de la prudencia. El conde de Bena-
vente desdeñaba aquellos consejos por
parecerle hijos de flaqueza y desánimo,

y no sólo se obstinó en mantenerse allí,


con más confianza en su gran aliento que
en la poca defensa del lugar, sino que
caía en continuos rebatos sobre los de
Peñafiel,. á quienes parecía retar para
que saliesen al campo.
Ocurrió lo que no podía menos de su-
ceder y lo que el de Benavente parecía
solicitar con empeño. Una mañana, al

rayar el alba, el alarma de los centine-

las advirtió al conde que estaba oprcado


16
242 EN BURGOS

el lugar de Batanas, Favorecidos por las


sombras de la noche, acudieron á rodear
el pueblo con numerosas fuerzas el rey
de Portugal en persona, el arzobispo de
Toledo y el marqués de Villena, y el
combate comenzó por ocho partes don-
de estaba más flaca la cerca. Púsose el

conde de Benavente en defensa con toda


su gente, que era brava ya que poca; y
por dos veces, con heroico esfuerzo, re-
chazó á los portugueses y castellanos
unidos que asaltaron el lugar. Duró el

combate desde el alba hasta la hora de


vísperas, y por fin los enemigos se hicie-

ron dueños de Batanas, matando á mu-


cha gente del conde, hiriendo á éste y
llevándosele preso con todos los caba-
lleros de su casa que con estaban yél

todos los despojos y hacienda que en el


lugar hallaron.
Mucho pesó de este lance á la Reina
EL CASTILLO DE BUROOS 245

de Castilla, así porque su gente se dis-

minuía, como también por el afecto que


profesaba conde, y por creer que el
al

rey de Portugal tomaría mayor orgullo


para ir á socorrer el castillo de Burgos;
y así mandó que toda la gente que esta-
ba puesta en guarniciones alrededor de
Peñafiel, se recogiese y fuera para Pa-
lefncia, donde ella estaba, con objeto de
ir tras del rey de Portugal y á sus es-

paldas, si movía para Burgos.


No hubo necesidad de esto. Ocurrió
lo que menos podía esperarse. Ya fuera
que el monarca portugués se diese por
satisfecho con esta jornada, de que hubo
gran contentamiento; ya por tener noti-
cia de que la Reina quería ir con todas
sus fuerzas en su seguimiento, encerran-
do á la hueste portuguesa entre las gen-
tes de D. Fernando que se disponían á
recibirlo y las de doña Isabel que se
244 EN BURGOS

preparaban á combatirlo por retaguar-


dia; ya fuese, por fin, como dice algún
cronista, que el portugués tuviera noti-
cia secreta de que la ciudad de Zamora
ardía en deseos de reconocer á los Reyes
de Castilla, y quisiera él impedirlo, pre-
firiendo al socorro de Burgos la guarda
de Zamora, por creer esta ciudad el me-
jor fundamento que tenía para su de-
manda, como plaza fuerte y populosa y
cercana á su reino de Portugal; lo cier-

to es que, de repente, conseguida la vic-


toria de Batanas, en vez de avanzar
para Burgos, que era su objetivo, retro-
cedió para Arévalo y Toro, donde acor-
dó tener su campo durante aquel invier-

no, á la vista de Zamora, y en previsión


de lo que en ella pudiera ocurrir, como
ocurrió efectivamente.
De esta retirada, cuando ya estaba en
camino para socorrer el castillo de Bur-
EL CASTILLO DE BURGOS 245

gos, hubo gran enojo la casa de Estúñi-


ga. Jamás le perdonó el duque de Aré-
valo al rey de Portugal, y de esto vino
que la familia de Estúñiga, toda, resen-
tida al ver la pérdida del alcázar de
Burgos por no habérsele socorrido á
tiempo, se apartase de la causa que con
tanto empeño había hasta entonces de-
fendido y reconociese á Fernando y
I).

á doña Isabel como monarcas de Cas-


tilla.

D. Fernando, al tener noticia de la

retirada de su adversario, á quien se


disponía á recibir con todas las más fuer-
zas acumuladas y los mayores prepara-
tivos hechos, volvió todos sus esfuerzos

contra el castillo, y, mientras, la Reina


doña Isabel se partió otra vez para Va-
Uadolid, desde Falencia, con el Carde-
nal deEspaña y los demás caballeros y
gente que con ella salieron para opo-
246 EN BURGOS

nerse al intento del monarca portugués.


El cerco de la fortaleza de Burgos
prosiguió entonces con mayor empeño
que nunca. Cuentan las crónicas que el

Rey mandó poner gran diligencia en las


minas que iban por debajo de tierra

ahondando para llegar al pozo del cas-


tillo, pues pensaba que éste sería toma-
do en cuanto se tomase el agua. Los tra-
bucos y las lombardas gruesas no cesa-
ban de disparar contra el fuerte, de no-
che y de día. Algunas veces salían los
¿sitiados á pelear con los sitiadores, ca-
yendo sobre su campo, y otras veces, á
un mismo tiempo, iban los de dentro
por debajo de tierra, valiéndose de sus
contraminas, en acometida contra los
que minaban; de manera que muchos
días acaeció pelear, á la vez, por debajo
de tierra por dos sitios, y encima de tie-

rra por tres ó cuatro. Seguíase de estos


EL CASTILLO DE BUKGOS 247

combates mucho daño por una y otra


parte; pero no menguaba el valor ni en
unos ni en otros, alentados bizarramen-
te aquéllos por su alcaide y capitán el

de Estúñiga, y los sitiadores por el Eey


D. Fernando, el duque de Villahermó-
sa su hermano bastardo, almirante y
el

el condestable, que trabajaban con em-

peño, mees peleando por sus personas,


veces proveyendo ó favoreciendo de gentes
do era necesario.

Según deducirse parece de lo que


cuenta Zurita, el conde de Benavente,
caído prisionero en Batanas, poco tardó
en recobrar por empeño de
la libertad

la duquesa de Arévalo, que era prima


suya y estaba entonces en la corte del
rey de Portugal; pero debió esta liber-
tad, muy principalmente, al compromiso
que hubo de contraer para procurar con
el rey de Castilla que se dejase de com-
248 EN BURGOS

batir el castillo de Burgos. Negóse re-

sueltamente á ello D. Fernando. Enten-


día éste que todo el buen suceso de la

guerra estaba en cobrar aquella fortale-


za, porque su adversario con ninguna
cosa se autorizaba tanto como en tener
de su mano el castillo de Burgos por ser
cabeza de Castilla. Jamás quiso que le

hablaran de abandonar el sitio, y cuando


á la postre hubo de partir de Burgos,

llamado secretamente para acudir á Za-


mora, donde sólo se esperaba su presen-
cia para proclamarle, dejó órdenes ter-

minantes á su hermano el bastardo de


Aragón y al condestable D. Pedro Fer-
nández de Velasco para que el castillo

fuese combatido sin tregua y á todo


trance.
Ausente el Rey, siguió la empresa con
igual empeño, hasta llegar el instante

en que los sitiados, por haber ya recibí-


EL CASTILLO DE BUKGOS 249

do mucho daño y viendo cómo la gente


se les disminuía, recreciendo en número
sus muertos y heridos, acordaron guar-
dar la fortaleza y no salir á más escara-
muzas, según antes solían. Fueron en-
tonces los sitiadores avanzando sus es-
tanzas contra la fortaleza, hasta ponerlas
tan cerca de las torres que era fácil al-

canzarse de una y otra parte con piedras


tiradas ámano, y aconteció que muchas
veces llegaron á hablarse unos y otros
amonestándose y reprendiéndose mu-
tuamente. Los cercados decían á los de
las están zas que confiaban en que el rey
de Portugal iría á socorrerles, porque
así se lo enviaba á decir, como tenían
también esperanza de ver llegar al rey

de Francia con gran poder de gente,


por todo lo cual estaban cada vez más
rebeldes y no querían aceptar parla-
mento ni partido alguno, llamando des-
250 EX BURGOS

de el muro á grandes voces: ¡Alfonso,


Alfonso, Portugal, Portugal! á lo que
contestaban los otros apellidando: Cas-
tilla, Isabel y Fernando. También ocu-
rrió alguna vez que los de dentro ense-
ñaban á los de fuera pan, perdices, na-
ranjas y otras cosas para demostrarles
que tenían abundancia de todo y no es-
taban en trance de rendirse por falta de
víveres.
Un alcalde de Burgos, qu» se llamaba

Alfonso Díaz de Cuevas, y que con gen-


te de la ciudad guardaba una estanza

de las más cercanas al muro, tuvo un


día ocasión de hablar con algunos de los
que eran principales entre la gente del
castillo,amigos suyos, y trató de per-
suadirles para que abandonasen su re-
sistencia y empeño.
«En vano desde las almenas de Bur-
gos, cabeza de Castilla, les dijo, llamáis
EL CASTILLO DE BÜRGCS 251

á Portugal para que os socorra. Muy


engañados vivís, y mal pensamiento es el

vuestro si esperáis socorro de aquellos


á quienes vuestros padres y abuelos tu-
vieron por enemigos. Gemir debieran
esas almenas, gemir debieran los veci-
nos de este lugar, y aun toda la lealtad

castellana, ya que jamás pudieron pen-


sar las gentes, ni creer los hijos de Bur-
gos, que aquellos encargados de guar-
dar su castillo llamasen á los portugue-
ses por ayudadores. Mientras que los
de Zamora, cercanos á Portugal, guar-
dan su lealtad como buenos castellanos
echando de su ciudad al portugués, los
del castillo de Burgos le llaman por su
rey y por él perecen y se sacrifican,
como si de su ley fuera y de su sangre.
Vivís miserablemente engañados. Aquel
á quien invocáis por rey os abandona y
olvida, pues estando aquí tan cerca, tor-
252 EX BURGOS

ció SU camino y se retiró, temeroso de


ser vencido en la batalla á que le brin-
daban nuestros legítimos Reyes de Cas-
tilla, D. Fernando y doña Isabel. Estos
son los monarcas á quienes debierais
acatar, y á quienes obligados estáis por
ley ineludible de honor, de fidelidad y
de deber. Reconoced vuestro yerro, y
no ensangrentéis por más tiempo la tie-
rra patria fomentando intrigas y discor-
dias. Fomentar la discordia en tierras
de que todos somos hijos, es una mal-
dad; proclamar al extranjero en lucha
con el rey legítimo, es un crimen, y cri-

men es también batiros contra vuestros


hermanos. Xo derraméis tan mísera-
mente vuestra sangre por aquellos que
os son ingratos. Guardad vuestro valor
y vuestro ánimo, con vuestra sangre y
vida, para servicio de vuestro Rey y
Reina, como sois á ello obligados, que
EL CASTILLO DE BURGOS 253

los Reyes de Castilla, bondadosos y no-


bles, os admitirán como hijos y, perdo-
nando vuestros yerros, os harán repa-
ro en vida y en personas. Habed ya, por
Dios, compasión de vuestra naturaleza
y de vuestras moradas que veis arder,

y tened piedad de vosotros mismos y de


vuestra fama, ó siquiera de vuestras
mujeres é hijos que, viviendo vosotros,

andan como viudas ó huérfanos, arras-

trando dolorosa vida sin esperanza y sin


consuelo.»
Con estos y otros razonamientos tra-
taba buen alcalde de quebrantar el
el

ánimo de los sitiados, y no le fué difícil


conseguirlo, ó, por lo menos, los puso en
gran confusión y lucha, alzándose entre
ellos dos partidos poderosos, unos cla-

mando por ceder y por resistir los otros.

Vino en esto á decidir la contienda, ter-


minando así los debates, una profunda
254 EN BURGOS

brecha abierta por las lombardas en el

muro, que hubo de derrumbarse en gran


parte, introduciendo en la fortaleza el te-
rror y el desánimo.
Consideróse llegado el momento de
capitular, perdida ya toda esperanza en
el rey de Portugal y en el de Francia,
pues ninguno de los dos acudía al socorro
y al reparo del castillo. Pidió el alcaide
parlamento duque de Villahermosa, y
al

entendióse con él y con el condestable,


ofreciendo entregar la plaza, si antes, en
el término de sesenta días, no fuese so-
corrida, mientras se asegurase á todos la
vida, se les perdonase y se les restitu-

yeran sus bienes y haciendas.


El duque de Villahermosa, tal vez por
no considerarse con facultades bastantes,
envió mensaje de lo que ocurría á la
Reina doña Isabel, que se hallaba en
Yalladolid, y en seguida acudió ésta á-
EL CASTILLO DE BX'EGOS 255

Burgos, celebrando varias conferencias


con el alcaide del castillo y conviniendo
en concederle cuanto pedía para él y para
los suyos, pero con la expresa condición
de que ellos habían de hacer segíiro de
estar siempre al servicio del Rey é de la
Reina. De esta cláusula no hablan Her-
nando del Pulgar ni Zurita al dar cuenta
de la rendición del castillo, pero se en-
cuentra consignada en el auto de capi-
tulación que se conserva en el municipio
de Burgos.
Así terminó aquel porfiado sitio, y así
entraron á ser dueños del alcázar los
Reyes Católicos, quienes, ya desde aquel
instante, vieron abierta ante sus pasos
la senda del triunfo y de la gloria.
\ %.
-v.

EL CUENTO DEL CID


(TRADICIÓN DE FKES DEL VAL

17

EL CUENTO DEL CID

Á seis kilómetros de Burgos próxima-


mente, pasado pueblo de Villatoro, y
el

á la derecha de la carretera, se ve aso-


mar por entre un grupo de chopos lom-
bardos, álamos, olmos y nogales, lo que
existe en pie del que fué un día famoso
Monasterio de Fres del Val: su triste,
viuda y solitaria espadaña; los robustos
muros de la que fué su grandiosa igle-
sia; las viejas paredes que resguardan
su claustro gótico-florido, resto admira-
ble de su antigua majestad.
Se levanta el monasterio en la falda
260 EN BURGOS

de un monte que se parte en dos, como


para darle abrigo y grato asiento. Pare-
ce abrirse en dos brazos, que extiende
por uno y otro lado cual si quisiera pro-
tegerle y estrecharle en ellos, ó mejor,
como si los abriera prolongándolos á
uno y otro lado por el valle, para que
desde las ventanas del edificio se pudie-
ra gozar del soberbio panorama que
ante él se despliega.
Fres del Val es hoy una verdadera
ruina que, por fortuna, parece haber en-
contrado quien se ocupe en ella para
restaurarla.

Muy cerca de Fres del Val está el Vi-


var del Cid, que recuerda las mocedades
de aquel héroe legendario; y 'á muy cor-
tas distancias tiene también otros sitios
de honradas y memorables tradiciones
en los anales de la vieja Castilla.
Junto á la puerta de la que fué igle-
EL CUENTO DEL CID 261

sia, á la derecha, hay el monte, al que


se sube por una cuesta que se llama de
laReina, y acerca del cual existe una
dramática leyenda que contaré otro día.
A su izquierda se halla el otro monte,
á cuya cima conduce otra cuesta, que se
llama de los Grillos. La meseta de este
monte tiene una vasta extensión, llana,
fácil, cómoda, especie de paseo enyerba-
do que se prolonga tres ó cuatro kiló-
metros al menos, sin que el menor acci-

dente ni la menor ondulación del terre-


no pueda interrumpir ni alterar el paso
tranquilo del caminante ó el soberbio ga-
lope del caballo.
Por un lado extiende este monte su
llanada hasta llegar á un cabezo, desde
donde se puede ver, en lo hondo, como
á los pies, todo el territorio que rodea á
Burgos: el cerrete en cuya cima se alza
la Cartuja con sus líneas de ataúd y los
262 KN BURGOS

pináculos en forma de fúnebres blando-


nes que la rodean; las Huelgas famosas
y tan renombradas, cuyas monjas eran
damas palatinas y sus abadesas reinas
soberanas; las ruinas del castillo burga-
lés, que tan ruda resistencia opuso á los

Reyes Católicos, y los grandes paseos de


sombrosos árboles, que hoy ciñen con
rico cinturón de follaje á la ciudad que
fué sede de primates, cámara de reyes y
cabeza de Castilla.

Por el otro lado es por donde la me-


seta se extiende y prolonga, siempre sem-
brada de menuda y olorosa hierba que
es alfombra tendida á los pies del cami-

nante, el cual puede deleitar su vista


con la de peregrinos paisajes, viendo
tenderse en el fondo del valle, y entre
florestas, los pueblos de Quintanilla, Vi-
var del Cid, Soto Palacios, Cercedilla,
Villaverde y otros muchos*,
EL CUENTO DEL CID 263

Esta es la meseta de la leyenda, la


del cuento del Cid.
Y esta leyenda hela aquí, desnuda,
sencilla, escueta, con toda su nebulosi-
dad, todo su misterio y todo su roman-
como hube yo de
ticismo; hela aquí, tal
recogerla de labios de un octogenario,
que fué en sus buenos tiempos mozo de
espuela al servicio y mandato de los
monjes de Fres del Val.
Todos los años, el día de Difuntos,
que es, según parece, aquel en que se da
huelga á los muertos, promediada ya la
noche, un caballero, vistiendo mallas, ci-

ñendo yelmo y embrazando escudo, ji-


nete en su caballo encubertado, va su-
biendo lentamente, solapado por las som-
bras, la cuesta que conduce á la meseta.
Una vez en ella, el misterioso jinete se
dirige al cabezo y, á guisa de atalayador
vigía, pasea su vista por las cercanías de
264 EN BURGOS

Burgos, abrazando y acariciando con su


mirada toda la vasta extensión de dor-
mida tierra que se distingue desde el ca-

bezo, como si pretendiera desvelarla con


el rayo de sus ojos. En seguida, virando
su caballo y aplicándole la espuela, se

lanza á una carrera desesperada todo lo


largo de la meseta, que recorre unas ve-
ces al trote y otras á escape, como si

fuese aquel sitio arena de palenque dis-


puesto para militares ejercicios de tor-
neo, hasta llegar el momento en que,
fatigados ya cabalgante y cabalgadura,
se asoma de nuevo al cabezo, se detie-

ne unos instantes, arroja su postrer mi-


rada, que encamina á Burgos, y pau-
sadamente, indolente ó tardo, deshace
su camino, baja la cuesta, y en uno de
sus recodos desaparecen de repente cor-
cel y caballero, como tragados por la

tierra.
:

EL CUENTO DEL CID 265

Esto sucede todos los años en la no-

che de Difuntos. Siempre el mismo pala-


dín con su mismo caballo, el mismo pa-

misma detención ante Burgos, que


seo, la

asoma á lo lejos, la misma desenfrenada


carrera por el enyerbado llano de la cum-
bre, y el mismo repentino desapareci-
miento.
— Pero esto, ¿quién lo ha visto? —pre-
gunté al cuentista que candorosamente
me relataba el suceso.
—Yo — me contestó como la cosa más
;

natural del mundo.


Le miré con asombro. Hubo de ad-
vertirlo en el acto, y como si quisiera

darme la clave del misterio por me-


dio déuna razón concluyente y de un
argumento sin réplica, se apresuró á
añadir
—Este caballero es el Cid. Cada año,
al llegar la noche de Difuntos, sale de
:

2G6 EN UURGOS

SU sepulcro, monta en su caballo y sube


á esta cumbre para ver su Vivar, su Bur-
gos, sus tierras de Castilla, y cuando lo

ha visto, cuando está ya seguro de que


su Castilla vive y se conserva, se vuelve
tranquilamente á su fosa.
El buen hombre hubo de notar en mí
señales de incredulidad, y, antes de que
yo pudiese tomar la palabra, prosiguió
diciendo
—Yo le vi, ¡Cuando digo que yo le vi

con estos ojos que se ha de comer la tie-

rra!... Hace muchos años, antes del 35,


estando aún los monjes en su claustra,
siendo yo muy joven, contáronme el su-

ceso. Al llegar el primer día de Difuntos,


por la noche, que era por cierto niuy ne-
gra y tempestuosa, salí para verlo, me
agazapé bajo una mata, cerca de la cues-

una y dos de la
ta de los Grillos, y entre

madrugada, poco más ó menos, vi pasar


EL CUENTO DEL CID 267

á lo lejos, como una sombra, el caballe-


ro y el caballo subiendo la cuesta. Lle-
vaba él una lanza en la mano. Yo lo vi.

Apoderóse un temblor de todo mi cuer-


po, mis dientes daban unos con otros
como castañuelas de gitana, y me fui to-

do lo más de prisa que pude, andando á


gatas, y por lo hondo, sin ni siquiera
volver la cabeza.
—Pero se le ocurriría volver al año
siguiente, ¿verdad? — le dije.

—No, jamás. Dios me libre. Me con-


fesé con el P. Cristóbal, que era un san-
to varón, y me dijo que, pues Dios me
había concedido verlo una vez, no me
ocurriera en jamás intentar verlo por se-
gunda, pues podría cegar de repente. Y
no volví.

—Pero, hombre de Dios; — le dije.

¿Quién le asegura que aquella sombra


que vio en medio de su terror, aquel ji-
263 EN Bunoos

nete con lanza, no fuese un viajante, ma-


drugador ó retardado, que iba su cami-
no, ó tal vez un colono que con su agui-
jada en ristre se dirigía á su boyera?

No crea usted en brujas. No crea usted


esto.

— Es que quiero creerlo; — me contes-


tó irguiéndose como si fuese héroe de
tragedia. — Yo creo firmemente , i
así

Dios me salve!, que es el Cid, que viene

todos los años á ver su Castilla; así como


creo que si ésta se perdiese un día, el Cid
volvería para libertarla.
Parecióme inhumano contradecir al

buen viejo, y bajé la cabeza en señal afir-

mativa, cual si me arre[)intiera de haber


tenido un momento de duda.
Hay que admirar el patriotismo don-
de quiera que brote y en la forma que se
presente.
Y nada más.
EL CUENTO DEL CID 269

Este es el cuento. Ah! Si no fuese es-

pañol, si fuese del Norte, en una pala-


bra, si fuese de Ibsen, ¡qué de lecciones
de patriotismo, qué de maravillosas co-
sas y qué de aturdidores simbolismos se
encontrarían en él!
LA CUESTA DE LA REINA
RECUERDOS DE FRES DEL VAL
y^.
Q
<i.
O

LA CUESTA DE LA REINA

Era un día de Septiembre, nebuloso


y triste, aquel en que llegamos á Fres
del Val con objeto de visitar sus ruinas.

Ofrecióse á nuestra vista, lo primero


de todo, la que fué entrada de la iglesia.

Sobre la puerta, en primer término, la


Virgen de Fres del Val con el Niño Je-
sús en brazos; á la derecha, un San Mi-
guel, y á la izquierda, un San Roque,
con todas las apariencias de sentirse mo-
llinos en sus hornacinas. A los pies de
cada uno de ellos, una cabeza de león,

que sostiene con los dientes un lazo del


que cuelga el escudo de los Rojas, cono-
13
274 EX BURGOS

cido por sus estrelléis, sus calderos y su


banda. En lo más alto de la fachada, co-

ronándola como remate, dos estatuas,


la de un santo, de quien desapareció la
cabeza, y otra que figura ser la de la
Virgen.
Contigua á la fachada, y á su izquier-
da, se yergue la solitaria espadaña,
huérfana de campanas, con sólo una es-

quila colgada en su pequeño hueco del


centro. En lo alto de la espadaña apare-
ce una veleta pintada con nuestros colo-
res nacionales.
Airosamente, en pie sobre esta vele-
ta, vimos posada, como en espera, una
paloma blanca, que tendió sus alas al
llegar nuestra comitiva, y, alzando el

vuelo hacia allá donde deben de vivir


las almas, se lanzó al encuentro de una
numerosa bandada de palomas que re-

voloteal)an por allí cerca, como mensa-


LA CUESTA DE LA EEIXA 275

jera anunciaílora del arribo de huéspe-


des extraños.
El monasterio extiende por la izquier-

da, hacia el Este, su ancho y robusto


muro, hendido por ventanas que fueron
de sus celdas, y ribeteado por una airo-
sa línea de capri diosas gárgolas que se
arrojan al espacio.
La iglesia, es decir, la que fué iglesia,

está llena de escombros, sin bóveda, sin


techumbre, con sus altos muros que se
levantan escuetos y tristes, apareciendo
por su desnudez más altos. Quedan aún
los trazos de las capillas antiguas y allá,

por los aires, solitarios y desnudos, dos


arcos que resisten valientes, dibuján-
dose en elegante curva y amenazando
desplomarse sobre el atrevido que osa
interrumpir los silencios de aquella ma-
jestad caída.
Á la derecha del presbiterio hay una
276 F.N BURGOS

capilla, que comenzó á restaurar el ar-

tista Jover en el corto período de tiempo


que poseyó aquel edificio; á la izquier-
da, el sitio donde estuvo la sacristía, y

junto á ésta, la que fué sala capitular,

en una de cuyas paredes se ve una airo-


sa ojiva y en la otra.un bellísimo rosetón
que debió de ser rosetón de gloria en sus
buenos tiempos, con sus calados, sus flo-

rones, sus luces y sus vidrios de colores.


Por encima del altísimo muro en que
se apoyaba el altar mayor, asoman hoy
su ondeante cabellera dos gigantes ála-
mos del vecino prado, que sin duda se

empinaron á tal altura sólo con objeto de


inclinarse para ver y curiosear el recinto
contiguo.
En el muro de la derecha se ve toda-
vía la traza del sitio que ocupó, bajo su
arco de primorosa crestería, el opulento
panteón de Juan de Padilla, con su es-
LA CUESTA DE LA REI^A 277

tatúa orante, obra magna de Gil de


Síloe ,
que está boy en ei Museo de
Buro-os.

Asimismo, á uno y otro lado del pres-


biterio, se abren los huecos donde estu-

vieron los sepulcros de los fundadores


del convento, D. Gómez Manrique y
doña Sancha de Rojas, con sus estatuas
yacentes, que también se hallan hoy de-
positadas en el Museo de Burgos.
Al principio, estos sepulcros de los
fundadores formaban un solo lecho mor-
tuorio, delante del altar mayor, en el

centro de la iglesia, á usanza del que os-


tenta la Cartuja de Miraflores, donde
descansan los padres de Isabel la Cató-
lica; pero más adelante debió de pare-
cerles á los monjes de Fres del Val
que aquel espléndido túmulo turbaba el

paso, y partieron en dos el monumento,


divorciando en muerte al matrimonio
278 KN BL'IíGOS

tan unido durante su vida, y colocaron


el sepulcro del varón, D. Gómez ^Manri-
que, en la cavidad que abrieron á la de-
recha, del lado del Evangelio, y el de la
dama, en el hueco de la izquierda. Fué
profanación artística, sin hablar de otra
más alta.

Una hermosa puerta, que tiene cierto


carácter bizantino, abre paso al claustro
procesional del siglo xv.
Yo no he de olvidar nunca, así vivie-

ra mil años, la impresión que me produ-


jo este claustro cuando lo vi por vez
primera, ni tampoco la sorpresa que
hubo de causarme aquel día, al bajar las

gradas que á él conducen, una argenti-


na y fresca voz de mujer, que, interrum-
piendo el silencio de las soledades y des-
pertando los dormidos ecos de la claus-

tra, según decían en lo antiguo, cantaba


la siguiente estrofa:
LA CUESTA DE LA EEIXA 279

—¿Hay quién nos escucha? — No.


—¿Quieres que te diga? — Di.
— ¿Tienes un amante? — No.
— ¿Quieres que lo sea? — Sí.
Yo no recuerdo dónde he oído ó leído
estos versos, que no me fueron cierta-
mente desconocidos, ni qué ocasión de
mi vida podían traerme á la memoria;
pero me place consignar la turbación
que en mí despertaron, sobre todo cuan-
do hube visto á la cantora, que era una
muchacha alta, esbelta, delgada, con esa
belleza singular y petulante que no sé

quiéu ha llamado la belleza del diablo,

y con ese vistoso arreo de ampulosas


faldas amarillas franjeadas de encarna-
do, que así es como la campesina burga-
lesa lleva en su traje los colores de nues-

tra España.
Pero dejando este episodio, que real-
mente no viene á cuento ni había para
qué referir, vamos á la joya artística que
280 EN BDEGOS

afortunadamente permanece en pie y da


carácter y color á las vastas ruinas y á
los montones de escombros que rodean
el claustro, salvado milagrosamente de
aquel general desastre.
Comenzó su restauración, según cuen-
to y explico en otro punto, el artista
Jover, arrebatándolo victoriosamente á
la destructora mano del tiempo y del
abandono, y quiso completarla, por lo
cual merece plácemes, la noble dama
que es hoy su propietaria. Se han lim-
piado las paredes, torpemente encala-
das; desapareció el color rojo con que
los frailes en su último tiempo de mal
gusto embadurnaron las cokimnas; los
medallones que adornan las paredes han
perdido, gracias ala restauradora mano,
la chillona capa de azul con que los cu-

brieron; las pilastras, las ojivas, las vír-


genes vuelven á ser de piedra como an-
LA CUESTA DE LA EEIXA 281

tes eran; los arcos ostentan sus robustos

nervios, y las ménsulas, por fin, apare-


cen límpidas y gallardas en su blanca
piedra de Ontoria y con sus adornos y
caprichos en que se ven hojas, flores,
ratones, ciervos, conejos, leones, perros,
grifos, animales fabulosos, dulces caras
de vírgenes, rostros ceñudos de frailes.

Nada más hermoso que este claustro,

cuyo centro se ha convertido en cultiva-


do jardín donde abundan la rosa, el cla-

vel y el pensamiento, las tres flores clá-

sicas que son embeleso de los ojos, como


el dátil, la miel y la leche lo son del ape-
tito; hermoso jardín, en efecto, con sus
emparradoras malvas reales y trasmi-
nantes yedras que escalan el muro y se

enroscan por las ojivas, con sus enctim-


bradas gárgolas de vestiglos y frailes, de
bufones y endriagos, de damas y demo-
nios, caprichos raros del artista, abrien-
2R2 EN' BURGOS

do desmesuradamente la boca, quizá


más que para despedir el agua pluvial,

para demostrar su asombro al verse


abandonadas en aquellas tristes sole-

dades.
En un ángulo del claustro, el más
bello por cierto, allí, en el fondo y en lo

más fuliginoso, recogida en la sombra


bajo un arco calado, aparece el ara don-
de se celebraba el sacrificio de la misa
sobre el enterramiento de doña Isabel
Pacheco de Padilla, la hija de aquel
turbulento magnate que tanta guerra
dio en la primera época de los Keyes
Católicos, abanderizador caudillo para
quien no existían vallas que pusieran
obstáculo á sus apetitos ni apetitos que
tuvieran por valla ningún respeto.
En el arco calado del ara se ve un
bajo relieve representando el descendi-
miento de la cruz. Allí aparecen entre
LA CTESTA DE LA EEI^A 2S3

peñas, en una de las cuales se ve graba-


da una calavera, las tres Marías, al pie

del leño, con el santo cuerpo de Cristo


tendido sobre la falda de la Virgen.
El que fué sepulcro de doña Isabel
se halla hoy abierto. Estaba cerrado un
día con el escudo de los Padilla y los
Manrique, cuyos pedazos se han podido
recoger y figuran entre las piedras labra-
das que forman colección y se extien-
den hoy por todo lo largo de las gale-

rías.

Porque, en efecto, la actual propieta-

ria ha tenido el buen acierto de conver-


tir aquel recinto en un museo, mandan-
do recoger y ordenar cuantas piedras y
restos se encontraron abandonados: tro-
zos de piedra esculpida, fragmentos de
mármol tallado, claves que pertenecie-
ron á las bóvedas del templo, blasones
y escudos de familias principales, esta-
284 EN BURGOS

tuas mutiladas, gárgolas, capiteles, mén-


sulas, columnas, lápidas sepulcrales, es
decir, una verdadera necrópolis de ob-
jetos artísticos.
Hay que vor este claustro en pleno
día, cuando el sol dibuja sus ojivas so-
bre las anchas losas del pavimento,
cuando todo se inunda en luz, y brilla
en color, y estalla en armonías, y arde
en vida, y aparece con todos sus encan-
tos y bellezas.
Hay que verlo, también, á la luz de la

luna, en esas noches melancólicas en que


perfumes y aromas, en que
el aire trae

oleadas de tenue luz ruedan por el es-


pacio y en que la luna, amante y enso-
ilorada, penetra por las ojivas y va á
iluminar, en el fondo de los arcos, las
efigies de las vírgenes que asoman á tra-

vés del follaje sobre ménsulas labradas

y que parecen destacar de entre nimbos


LA CUESTA DE LA REINA 285

dorados sus rostros dulces y blancos


como la leche.

Pero hay que verlo, hay que verlo, so-

bre todo, en una noche negra y miste-


riosa, cuando las nubes se atumultúan
en el cielo, cuando se oye mugir el vien-
to que fustiga ruidosamente las copas
de los árboles vecinos, cuando el cielo

se ilumina de pronto con los resplando-


res del zigzagueante relámpago lejano,
cuando las aves noctivagas bajan su vue-
lo y circulan atolondradas huyendo de
la tempestad que se aproxima. Entonces
es cuando hay que verlo, entonces cuan-

do hay que cruzar por él con el auxilio

del alumbrante farol que guía los in-

ciertos pasos, y acercarse al triste cala-


vernario de doña Isabel Pacheco, allí

donde están los huesos de aquella dama


revueltos con otros que las turbas saca-
ron de las vecinas y profanadas tumbas
286 EN BUKOO'^

después de aventar las cenizas de los


muertos; allí donde se perciben ruidoá

extraños y misteriosos; allí donde sue-


nan vagos rumores, y se amontonan las

sombras, y parecen oirse lamentos, vo-


ces y sollozos; allí, finalmente, donde
todo miedo tiene su alarma y toda in-

quietud su asiento.
Allí, y en una de estas borrascosas
noches, predispuesto el ánimo á lo ma-
ravilloso y sombrío, es donde oí contar
la leyenda, ó, por mejor decir, la tradi-

ción histórica que dio su nombre á la

Cuesta de la Reina, camino que exis-


te todavía y que, arrancando de la mis-

ma puerta de Fres del Val, conduce á lo


alto del monte que se eleva á la derecha

del monasteiio.
Lo que en aquella noche me contaron
ocurrió á comienzos del siglo xv, cuando
se acababa de fundar el convento v to-
LA CUESTA DE LA REINA 287

davía no estaba terminada la obra del


claustro, en la que trabajaban artistas
de distintos países y entre ellos algunos
moros esclavos ó conversos.
El fundador de Fres del Val era Don
Gómez Manrique, hijo bastardo del Ade-
lantado Mayor de Castilla D. Pedro
Manrique, llamado el Viejo. Murió éste
sin dejar hijos y sí sólo un bastardo, que
había sido entregado en rehenes, siendo
niño, á los moros de Granada, educado
en dicha ciudad y convertido á la reli-

gión musulmana.
A la muerte de su padre, el mozo vino
á Castilla, se hizo rebautizar abjurando
el islamismo y, tomando el nombre de
D, Gómez Manrique, entró en posesión
de las haciendas y señoríos de su padre
y contrajo matrimonio con doña Sanclm
Kojas, descendiente de una de las fami-
lias más poderosas del reino.
288 EN BURGOS

D. Gómez el Rebautizado, como le lla-

maban, tuvo vida aborrascada y aventu-


rera y, siguiendo á los Keyes de Casti-
lla, riñó batallas con los infieles, olvidado
de que con había vivido y profesa-
ellos

do su religión. Su guerra á los moros no


le impedía, sin embargo, hacer el amor
á las moras, pues se contaba de él que,
recristianado ya, y esposo de doña San-
cha, y caudillo famoso entre los castella-
nos, más de una vez le sucedió volver á
pisar las calles de Granada, ceñido el
turbante y rebozado en el alquicel mo-
risco, para tener amores con una prin-
cesa mora, dando con estas aventuras
mucho que decir y murmurar al vulgo.

Tal fué el D. Gómez que en los últi-

mos años de su vida, junto con su espo-

sa doña Sancha, fundó el monasterio de


Fres del Val y puso en él monjes Jeró-
nimos dotándoles con pingües rentas.
Vtv
'O,
%^
'<J

LA CUESTA DE LA REINA 289

Comenzaba ya á tener celebridad y


fama el monasterio y estaba terminán-
dose la obra de su magnífico claustro,
cuando falleció D. Gómez.
Había por aquella época un castillejo,
hoy ya desaparecido, en la cumbre del
monte que se alza á la derecha del con-

vento. Consistía este castillejo en sola


una torre, circundada de robusto muro,
especie de atalaya ó vigía. Era propie-
dad de Manrique, y como raras
la casa

veces acontecía que allí se aposentasen


hombres de armas, sólo lo habitaba un
esclavo moro, á quien se confió su con-
servación y vigilancia. Comenzó un día
á circular por el país la noticia de que
en aquella torre se albergaba una mu-
jer, la cual andaba retraída y oculta, sin
apartarse jamás del fortificado recinto.
Y de que era así no cabía duda, pues
que á veces, por la noche, se oía una voz
19
290 EX BURGOS

femenil que entonaba en lengua desco-


nocida cantares en su ritmo y estructu-
ra parecidos á los que muchas veces oían
á moros cautivos.
Más adelante se dijo también que en
ciertas y alternas noches, siempre á hora
muy avanzada, se veía pasar á una mu-
jer á caballo, envuelta en una capa blan-
ca, por el camino que del castillejo

conducía á Fres del Val y que, al llegar


cerca del monasterio, desaparecían re-
jientinamente mujer y caballo, como des-
vanecidos en el aire. Sólo sucedía esto
en noches oscuras; jamás en noches de
luna.

Xada tan fácil de exaltar como la

imaginación del vulgo, ni nadie tan pro-


penso á creer en lo sobrenatural y ex-
traordinario, sobre todo habiendo fun-
damento para ello. Y que lo había era
cierto. Al comprobarse que en la torre
LA CUESTA DE LA EEINA 291

moraba una mujer, la cual sólo salía de


ella á caballo, en noches sombrías, reca-
tada y misteriosamente, la imaginación
popular, dada siempre á lo maravillo-
so en todos tiempos y edades, tuvo so-
brados motivos para lanzarse desalada
por los espacios.

Bien pronto se extendió la voz por la


comarca, y por reticencias, suposiciones
ó conceptos indiscretamente recogidos
de los moros que trabajaban en las

obras del monasterio, comenzó á decirse,


afirmándose ya entonces en ello la opi-

nión, que la mujer del castillejo y de las


noches sin luna, era una reina mora que
aprovechaba las sombras nocturnas para
ir al convento é introducirse en él.

La nueva de lo que ocurría acabó por


llegar á oídos del P. Prior, y no fué
poca, ciertamente, la zozobra que hubo
de llevar á su ánimo. Apresuróse el Pa-
292 EN BURGOS

dre á tomar precauciones y medidas


para averiguar la certitud del hecho.
Xo tardó en adquirirla. Sus recaderos
y sus escuchas diéronle la seguridad de
que, en efecto, el castillejo era habitado
por una mujer árabe que nunca de día
abandonaba el recinto, donde era á me-
nudo visitada por uno de los esclavos

que trabajaban en las obras del claustro

y que parecía ser portador de secretos


mensajes. Por lo regular, el día en que
recibía el mensaje era aquel en que sa-

lía de la torre muy adelantada la noche,


no regresando hasta el romper del alba.

Y aun más. Como la misteriosa dama


fué espiada en sus excursiones noctur-
nas, por orden del Prior, pudo adquirir
éste la certeza de que, al llegar la ama-
zona al monasterio, se detenía junto á
una puertecita provisionalmente abierta
para facilitar los trabajos de albañilería
LA CUESTA DE LA REINA 293

que se estaban ejecutando. Á una seña


particular, ya sin duda convenida, la

puerta se abría, descabalgaba la dama,


dejando su caballo al amparo de un ve-
cino zarzo, y penetraba en el claustro.

Grandemente hubieron de alarmar al


P. Prior todas estas nuevas; pero como
era hombre de mundo, muy superior á
las preocupaciones vulgares, creyó com-
prender en seguida que de lo que se
trataba era de citas sacrilegas de aque-
lla mujer con alguien de los que allí vi-

vían en clausura. No sospechó cierta-


mente de los monjes, que eran todos de
edad provecta y todos de condiciones
que no se avenían con aventuras amo-
rosas, pero sí de algún novicio, entre los

cuales no faltaba alguno en cuyo cora-


zón ardían tal vez, más que los misticis-

mos del monje, los arrestos del caudillo.


El P. Prior conocía sin duda los secre-
294 EN BUKGOS

tos del corazón humano y sabía, segura-

mente, que muchas veces le sucede al

hombre buscar el silencio, el retiro, la

soledad, y encontrarse con el deseo que


le devora, con la duda que nace y con
las pasiones que hierven en tumulto, es
decir, con la insurrección y la rebeldía

del alma.
El resultado de sus pesquisas y ave-
riguaciones no se hizo esperar. Poco
tardó en saber que el héroe de las citas
nocturnas era en efecto un novicio, cuya
conducta irregular atraía la duda y des-
pertaba el recelo. Era este novicio pre-
cisamente el mismo en quien desde el

principio recayeron las sospechas del


Prior; joven impetuoso y gallardo, que
no se conformaba con la vida del claus-
tro, y á quien el Padre superior, por ha-
berle sido muy secretamente recomen-
dado, atendía con singular cariño, ce-
LA. CUESTA DE LA EEIXA 295

rrando los ojos á todas sus faltas, incli-


nado siem^Dre á perdonar sus travesuras.
Pero ya esta vez la cosa ni merecía
perdón ni tenía disculpa.

¡Convertir el terreno sagrado del con-


vento en teatro de citas escandalosas
y
romper la clausura para que entrara á
profanarla una mujer, y una mujer de la
raza de infieles! Jamás se había visto ni
pensado caso igual, y el Prior, olvidando
aquella vez los consejos de la prudencia,
nunca quizá como en este lance tan ne-
cesaria, decidió que el castigo fuese pú-

blico y tan inexorable como merecía el

escándalo. Tendió, pues, sus redes,


y
todo salió según sus deseos. Eecibió
cierta noche el aviso de que la mujer
árabe había penetrado en convento; y
el

en el acto mandó llamar á varios padres,


habituales consejeros suyos, arrebatán-
doles á las delicias del sueño, enteróles
29(5 EN BURGOS

rápidamente del asunto y se dispuso á


sorprender con ellos ii los culpables.

ínterin se fraguaba esta tormenta, la


amante pareja, sumergida entre las som-
bras de la noche y las del claustro, se
entregaba sin duda á íntima y sabrosa
conversación, cuando, de improviso y
como por arte mágica, abrióse ante ellos
la puerta de la iglesia, que apareció pro-
fusamente iluminada, y, en medio de la

luz esplendorosa del templo, se adelantó


el P. Prior rodeado de sus monjes y es-
coltado por numerosos servidores que
llevaban antorchas encendidas.
Los culpables no tuvieron tiempo de
huir ni acertaron tampoco, tan rápido
fué para ellos é imprevisto aquel verda-
dero cambio de escena.
Dieron las luces vida á lo que las
sombras recataban. Sentada en un poyo
del intercolumnio, con la cabeza apoya-
LA CUESTA DE LA KEIXA 297

da en la gótica pilastra, apareció una


mujer de arrogante figura, con todo el

esplendor de su belleza realzada por el

lujoso traje árabe que vestía, j reclina-


do á sus pies, con lasmanos cruzadas
sobre su falda, el joven novicio mismo
en quien recayeran las sospechas del
Padre.
El crimen, el sacrilegio, el escándalo
eran patentes.
La mujer no se movió. Guardaba su
misma actitud, rodeando con su brazo la

columna y descansando en ella la cabe-

za, serena, impasible, sin la menor alar-

ma, sin el más leve movimiento, como


una estatua del claustro. Sólo sus ojos,
chispeantes, fijándose en los recién lle-

gados, revelaban que en aquel cuerpo


había vida. El mancebo, por el contra-

rio, se levantó como movido por un re-

sorte, irguióse cuan alto era, y se colocó


29S EN BURGOS

delante de la mujer, en ademán de pro-


tegerla.

El P. Prior avanzó entonces, amena-


zador y severo, dispuesto á lanzar el

anatema y el rayo de la Iglesia sobre


los sacrilegos violadores de la clausura
y del santuario, al mismo tiempo que
avanzaban también los servidores para
apoderarse de aquéllos.
Pero antes de que el airado monje pu-
diera realizar su propósito, el mancebo,
que comprendió lo que pasaba en el áni-

mo del Prior y se hizo cargo de sus sos-


pechas, detuvo el anatema pronto á bro-
tar de sus labios, adelantándose resuel-
tamente y diciéndole:
— ¡Es mi madre I

Y así era, en efecto, y todo quedó en-


tonces explicado.
Era aquella mujer la dama árabe con
la cual tuviera amores él fundador don
LA CUESTA DE LA EEIXA 299

Gómez Manrique y en ella el hijo bas-

tardo, que hizo entrar en el noviciado y


destinaba para fraile.

A la muerte de D. Gómez, vínose la


princesa secretamente á Castilla, y en-
tendióse con el esclavo moro que era
guarda del castillejo, para hospedarse en
éste y desde allí entrar en comunicación
con el mancebo, á quien su padre, poco
antes de morir, había puesto de novicio
en el convento.
Las entrevistas del hijo y la madre se
celebraban siempre de noche, en el mis-
terio de sombras y en el claustro.
las

Arrepentido el P. Prior del aparato


de publicidad que había querido dar al

acto de sorpresa de los que creía sacrile-


gos amantes, trató entonces de que la
cosa no alcanzara proporciones'ni andu-
viera en lenguas, y procuró ocultarla re-
legándola á los secretos del monasterio.
300 • EN BURGOS

La princesa mora desapareció; el jo-

ven novicio, bastardo de D. Gómez, sa-

lió del convento para ir á buscar en otras


esferas ocupación más adecuada á sus
inclinaciones y empujes, y desde enton-
ces aquella cuesta que conducía al cas-

tillejo, tantas veces cruzada de noche á


caballo por la dama árabe, recibió del
vulgo el nombre de Cuesta de la Reina,

que conserva todavía.


Es el único recuerdo vivo que de la
escena de aquella noche nos queda.

FIN

índice

GLORIAS Y RUINAS
CARTA PRIMEEA. -Introducción— Impre-
siones. — El país de las ruinas. — Fres del
Val.— La vuelta de los frailes.— Tristezas
del alma. —
Filosofías y comentarios. Pe- —
queneces.— Grandezas.— El autor de Peque-
neces.— Comentarios acerca de este libro.
Un consejo á mis correligionarios 5

CARTA SEGUNDA. Llegada á Burgos.—
Mi catalanismo.— Cuál debe ser la idea de
patria.— Qué debe entenderse por regionalis-

mo. El hogar y la patria. —
Primeras im-
presiones.— Versos de Zorrilla. —
Burgos es
España.— El castillo.— El palacio de los Con-
destables.— El arco levantado á Fernán Gon-
zález.—Los recuerdos del Cid.— Los labrado-
res de Castilla.— Los Concejos castellanos.—
El trofeo de las Navas.— La catedral de

Burgos. La moza de la posada 29
CARTA TERCERA.— Ruinas de Fres del Val.
—Cómo encuentra este monasterio su actual
propietaria. — Cómo encontró Francisco
lo

Jover al comprarlo.—Jover como artista.—


302 ÍNDICE

Sus obras. — Su
desprendimiento.— Sus mé-
ritos á la gratitud del país. —
Sus sacrificios

para restaurar Fres del Val. Quiénes fueron
los amigos y artistas que le ayudaron.— Res-

tauración de la capilla. Generoso rasgo de

un americano. El claustro procesional. El —
claustro de Padilla. —
El escudo de España.
Las arañas españolas 49
CARTA CUARTA.— Proyecto de trasladar n
Cataluña el claustro de Fres del Val. Res- —
tauración que piensa llevar á cabo su actual
l^ropietaria. —
Excursiones que pueden lia-
cerse desde Fres del Val. —
La ciudad de Bur-
gos. — La cartuja de Miraflores. El monas- —
terio de las Huelgas. —
San Pedro de Cárdena.
— La leyenda del Cid muerto. Covarrubias —
y recuerdos de Fernán González. El torreón —

de doña Urraca. San Pedro de Arlanza y la

tumba de Mudarra. Las ruinas de Clunia.
— Santo Domingo de Silos. —
La cueva de
— —
Atapuerca. La cantera de Ontoria. Aran-
da y Peñaranda de Duero. —Los castillos de
la comarca. — Briviesca. — San Salvador de
Oña. — La varona castellana. — El vivar del
Cid. — El hospital del Rey. — Castrojeriz.
Idea general 75
CARTA QUINTA.— Observaciones de actua-
lidad.— La villa de Gamonal. —
De qué pro-
viene el —
nombre de Fres del Val. Los anti-
guos escribían Frex. — Qué significa Frex en
— —

ÍNDICE 303

PáíTS.

catalán. — Vocablos catalanes en Castilla.


Banda y Pineda. —Por
qué se encuentra en
Castilla tanta voz catalana. —
Los cantos le-
mo.sines. —
Xotable cita de Solís. Autores —
que han hablado de Fres del Val. La anti- —

gua ermita. Juan el labrador. Fundación —
del monasterio por D. Gómez Manrique.
Los monjes de Guadalupe. La familia de —
Padilla. —
El sepulcro de los Manrique. El —

de Juan de Padilla. Deseos que Carlos V
tuvo de retirarse á este monasterio y por qué

no lo efectuó. Los franceses en Fres del
Val. — —
La Biblioteca. Algo más sobre el
castillo de Burgos y la casa del Cordón.


Versos de José Velarde. Conclusión 101
LA CASA DEL CORDÓN.— El palacio de
los Condestables de Castilla. —Divisa de esta
casa.— Un verso italiano de origen español.
La familia de los Velasco. — La capilla del
Condestable en catedral de Burgos. — His-
la
toria de casa llamada del Cordón. —Su des-
la
cripción. — Palabras de doña Mencía, esposa
del Condestable. — La primera duquesa de
Frías. La muchacha de media noche. —Amo-
res de D. Fernando el Católico con una dama

de Tárrega. La duquesa de Frías, protec-
tora de Cristóbal Colón. —
Sus reuniones li-
terarias en la casa del Cordón. —
Su intimi-
dad con su hermana la reina Doña Juana la

Loca. La casa del Cordón morada de reyes.
——

304 ÍNDICE

Páírs.

—Los Reyes Católicos reciben en á Cris- ella


tóbal Colón, á vuelta de su segundo
la viaje.
— Honores que se tributan almirante. al
Jaime Ferrer de Blanes. — Sus recuerdos
el

en Burgos. — Su amistad con Cristóbal Co-


lón. —Fué traductor del Dante. — Incorpora-
ción del reino de Navarra á la corona de
Castilla por Fernando el Católico, cuyo acto
tuvo lugar en la — Muerte de
casa del Cordón.
Felipe Hermoso en este palacio. — Con-
el

ducción de su cadáver A Granada. —Recuer-


dos que de Carlos V se conservan en esta
casa. — Quiénes fueron los otros monarcas que
en esta casa se aposentaron. — Abandono y
ruina de este palacio. —Reflexiones acerca del
olvido en que se deja á los grandes monumen-
tos históricos que recuerdan sucesos de glo-
^ ria para la patria 133
^
EL CASTILLO DE BURGOS.— Su antigüe-
dad. — —
La tierra de los castillos. El Castillo
de las Flores. —
El Castillo de la Blanca.
El conde Porcelos.— Fernán González. Fer- —

nando I. Fiestas en el castillo en honor de
moro de Toledo. Fiestas por
la hija del rey —
lasbodas de Alfonso VII con Berenguela de

Barcelona. Restauración del castillo por Al-

fonso VIII. Cortes convocadas por la reina
regente Doña Berenguela. — Fernando III. —
El castillo en tiempo de Alfonso el Sabio. —
Personajes que se hospedan en él.— Los tro-

índice 305

Págs.

vadores. — El trovador Bonifacio Calvo.


Sancho el Bravo y Doña María de Molina.
— Minoría de Alfonso XI. —Pedro el Cruel.
— —
Recuerdos de este monarca. Su muerte

en Montiel. Don Enrique el Dadivoso. Su —
estancia en el castillo-— Juan I.— El castillo

en tiempo de Juan II. Alvaro de Luna. El —
castillo en la época de Enrique IV. —
El duque

de Arévalo. Alzamiento de los nobles con-
tra Enrique IV. — El castillo proclama á Do-

ña Juana la Beltr aneja. La ciudad de Bur-
gos proclama á los Reyes Católicos. —
Fer-
nando el Católico pone sitio al castillo. El —

duque de Villahermosa. Combates y asalto
del castillo. —Isabel la CaíJ/ica.— Guerra de
— —
Sucesión. Sigue el cerco del castillo. El al-
calde de Burgos Alfonso Díaz de Cuevas.
Isabel la Católica se apodera del castillo.
Triunfo de los Reyes Católicos 185
EL CUENTO DEL CID.— [Tradiciones de
Fres del Val) 257
LA CUESTA DE LA Jim'^K. — [Recuerdos
de Fres del Val) 271

20

OBRAS COMPLETAS
DE

D. VÍCTOR BALAGÜER
DE LAS REAtES ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA

El producto integro de estas obras se destina al sostén


y fo~
mentó de la Biblioteca Museo de Villanueva ij Geltrú, fun-
dación del autor.
Se hace una rebaja de 30 por 100 al que adquiera toda la co-
lección y la del 20 al que tome por lo menos dos obras ó una
de más de dos tomos.
Los que deseen adquirir estas obras, en totalidad ó en parte,
podrán hacerlo dirigiéndose al señor bibliotecario de la Bi-
blioteca-Museo de Villanueva y Geltrú, ó al propio autor.

poesías catalanas
Un tomo, que es el primero de la colección.

Precio : 6 pesetas.
Contiene todas las poesías catalanas del autor, dividi-
das en 6 libros. El libro del amor. — El libro de la fe. —El
308

/i6ro ríe In prilrln. — Kr'idnnias,


ó sean los cantos que escri-
bió cuando la guerra de la Independenca italiana. Lejo8 —
de mi tierra, poesías escritas durante su emigración. Úí- —
timas poesías. Forman parte de este volumen las composi-
ciones que el autor escribió en provenzal.

TRAGEDIAS
Un tomo, el segundo de la colección.

Precio: 8 pesetas.
Contiene las tragedias escritas en verso catalán por el

autor, con la traducción castellana en prosa, por el mis-


mo. Estas tragedias, señaladas entre las mejores obras del
autor, han sido traducidas al castellano, al italiano, al
francés, al alemán y al suecj por distinguidos poetas.

LOS TROVADORES
Cuatro tomos, que son III, I V, Vy VI de la colección.

Precio: 30 pesetas.

Preceden á este libro dos dictámenes, uno de la Real


Academia Española y otro de la Real Academia de la His-
toria, que hacen notar la bondad y bellezas de la obra,
habiendo merecido por esta causa que se publicase su
primera edición subvencionada por el Estado.
Es la historia política y literaria de los trovadores pro-
venzales, con la biografía de los más principales de entre
ellos. Está algo más concreía y reducida que la primera
edición publicada en Madrid por Dorregaray, en 5 tomos
con de Historia política y literaria de los Trovadores,
el título

. el primer tomo lo forma un Discurso prelimi-


Casi todo
nar en que el autor trata de los diversos géneros de poe-
sía entre los trovadores, de lo que e; an las Cortes y Puya
de amor, del estilo y escuelas de los trovadores, de los ju-
glares, de lo que fué la poesía provenzal en Castilla, León,
Aragón y Cataluña. Al final del tomo IV está el índiee al-
309
fabético, históricoy biográfico, de asuntos y personajes.
Es obra de amena lectura, de estudio y de consulta, en
cuya trad cción se ocuf a hace ya tiempo el insigne histo-
riador señor barón de Tourtoulón, á quien el autor ha ce-
dido la propiedad en Francia.

DISCURSOS ACADÉMICOS Y MEMORIAS


LITERARIAS
Un tomo, VII de la colección.
Precio: 7 pesetas y media.

Va precedido de un prólogo del insigne y malogrado


escritor aragonés D. Jerónimo Borao.
Contiene: Discursos en los Juegos Florales de Cataluña,
Valencia y Pontevedra, que versan principalmente sobre
las literaturas catalana y provenzal; Discursos de recep-
ción y de contestación en las Reales Academias Española
y de la Historia; Dictámenes sobre asuntos literarios é
históricos, por encargo de dichas Academias; Polémicas
literarias; Memorias históricas y literarias; Proposición de
ley á las Cortes para crear un ministerio de Instrucción
pública; Estudios sobre elpoeta Manuel Cabanyes, y so-
bre Alfonso V de Aragón y su corte de literatos; Funda-
ción de Biblioteca-Museo de Villanueva y Geltrú, etcé-
la

tera. (Edición agotada.)

EL MONASTERIO DE PIEDRA.— LAS LEYEN-


DAS DEL MONTSERRAT.— LAS CUEVAS DE
MONTSERRAT.
Un tomo, VIH de la colección.
Precio: 7 pesetas y inedia.

Precede á este libro un diclamen de la Real Academia


de la Historia elogiando con especial recomendación El
Monasterio de Piedra, que es historia y guía de aqu^l anti-
guo monumento y di aquellos encantadores sitios.
310

Las leijendas del Montserrat, las mismas que en sli ju-


ventud publicó el autor, son la crónica de aquel famoso
monasterio, libro traducido al alemán y al francés, y del
que, sólo en América, se han hecho lo ediciones.
En cuanto á Lns cuevas de Montserrat, es la crónica j re-
seña del des:ubrimiento de estas célebres cuevas, em-
prendido y icalizado por el autor en 1851 en compañía de
algunos amigos.

HISTORIA DE CATALUÑA
Once tomos, que forman del IX al XIX de ¡a
colección.

Precio: iio pesetas.

Esta H'storia es muy popular e;i Cataluña, pudiendo


asegurarse que en ella está el origen del movimiento his-
tórico y literario de dicha región, habiendo sido fuente é
inspiración para los modernos historiadores y poetas ca-
talanes, según S2 desprende de un interesante dictamen y
juicio de la Real Academia de la Historia.
En esta segunda edición, revisada, conegida y aumen-
tada sobre la primera que se publicó por lósanos de 1860,
el autor termina su obra con el siglo xviii, pe o inserta á
continuación una serie de monografías y estudios sobre
hechos y sucesos de Aragón y Cataluña, completando así
su trabajo. Estas monografías, que forman casi tres volu-
minosos tomos, desde la mitad del IX h3Sta. terminar
el XI, son: La guerra de ía Independencia en Cataluña; Ca-
taluña en los reinados de Fernando VII y de Isabel II, Pablo
Claris; La heroica Ptiigcerdá; El conceller Casanova; Del ban-
dolerismo y de los bandoleros en Cataluña; Las bodas de Fe-
lipe V; Bach de Roda; Historia de Sabadell; El asalto de Bri-
huega: Un episodio del sitio de Barcelona en 1705; Los últi-
mos días del general Alvarez; De soberanía nacional y de
la

las Cortes en Cataluña; El castillo y los caballeros de Egara;


El rey don Jaíjne y el obispo de Gerona; Las ruinas de Poblet,
311
con la crónica é historia de este monasterio: Ali Bey el

Abbassi.

LAS CALLES DE BARCELONA EN 1865


Tres tomos, XX, XXI y XXII de la colección.
Precio: 30 pesetas.
Deb2 considerarse esta obra como complemento de la

Historia de Cataluña. Va precedida de una Noticia histórica


de Barcelona; contiene noticias interesantes sobre cada ca-
lle respecto á su nombre, sucesos en ella acaecidos, per-

sonajes, casas y monumentos; explica cómo se formaron


las calles del ensanche, y termina el tercer tomo con La
primavera del último trovador, interesante episidio en que
se hallarán relatadas las principales tradiciones históricas
y legendarias de Cataluña.

EN EL MINISTERIO DE ULTRAMAR
Dos tomos, XXIII y XXIV de la colección.
Precio: 10 pesetas.
Es de lo proyectado y realizado por el autor
la historia

en la tercera época que fué ministro de Ultramar. Al frente


de cada tomo se inserta una Memoria y á continuación los
documentos justificativos, reales órdenes, decretos, pro-
yectos de ley, presupuestos, etc.
El primer tomo abraza la época de su ministerio desde
Octubre de 1886 á fin de 1887. El segundo tomo desde
I." de Enero á 14 de Junio de 1888. (Edición agotada.)

MIS RECUERDOS DE ITALIA


Un tomo, que es el XXV de la colección.
Precio: 7 pesetas y media.
Es un libro de palpitante interés, que se lee como si
fuera una novela, según ha dicho uno de los mejores crí-
ticos españoles (D. A. Sánchez Pérez).
312
Refiere cl autorsu primer viaje á Italia en 1839, cuando
la guerra deIndependencia italiana, y habla de sus im-
la

presiones en los campos de Magenta, Palestro y Solferino.


En la segunda parte refiere su expedición á Italia en 1870
cuando formaba parte de la comisión de diputados espa-
ñoles que fué á ofrecer la corona de España al duque de
Aosta, Amadeo I.

Es obra de verdadero interés político, teniendo el ca-


rácter de Memorias contemporáneas íntimas, en época de-
terminada.

NOVELAS
Dos tomos, XX VI y XXVII de ¡a colección.
Precio: 10 pesetas.

Contiene varias novelas publicadas por el autor en los


años de 1850 y 1851, cuando dominaba la escuela ro-
mántica.
Estas novelas son, en el primer tomo: La guzla del cedro
ó los almojávares en Oriente: El doncel de la reina; La espa-
da del muerto. Y en el segundo tomo: El del capuz colora-
do; La dami''ela del castillo; Un cuento de hadas; El ángel de
los Centellas; El anciano de Favencia; Historia de un pañuelo.

TRAGEDIAS
Dos tomos, XXVIII y XXIX de la colección.

Precio: 12 pesetas.

Nueva edición de esta obra, añadiendo la tragedia titula-


lada Los Pirineos, que no figura en las otras ediciones; y
así como en aquéllas se inserta el original catalán con la
traducción en prosa castellena del mismo autor, en la
presente se publican las traducciones hechas en verso
castellano por ¡lustres poetas.
El primer tomo contiene La muerte de Aníbal, con las
313

tra.lucciones en verso de D. Teodoro Llórente y de don


Pedro Barrera; ('onolano, con las de D. Francisco Pérez
y Echevarría y D. Jerónimo Roselló; La sombra de César,
con las de D. Gaspar Nunez de Arce y Dona Patrocinio
de Biedma; La fiesta de Tibulo, con la de D. Ventura Ruiz
Aguilera; La muerte de Xerón, con las de D. Francisco
Luis de Retes y de D. Enrique Sierra Valenzuela; Safo,
con las del mismo autor y D. José María de Retes; La
tragedia de Llivia, con las de D. Abelardo F. Díaz y don
Manuel de la Revilla; La última hora de Cristóbal Colón,
con la de D. Ángel R. Chaves.
El segundo tomo contiene: Los esponsales de la muerte,
con la traducción en verso de D. Juan de Dios de la Rada
Delgado; El guante del Degollado, con la del propio autor,
y Los Pirineos, con la del propio autor asimismo. Los Pi-
rineos forman una trilogía precedida de un prólogo que se
titula: Alma Mater. Los tres cuadros son El conde de Foix,
Rayo de Luna y La jornada de Panissars.

POESÍAS CATALANAS
Dos tomos, XXX y XXXI de la colección.
Precio: 12 pesetas.

Es una nueva edición (la sexta de estas poesías), cuida-


dosamente corregida y aumentada con varias composicio-
nes que el autor había conservado inéditas hasta ahora.
El primer tomo contiene: El libro del amor, que consta
de 1 14 poesías; El libro de la fe con las composiciones de
carácter religioso, y el poema La romería demi ¿iZma.
El segundo tomo contiene: El libro de la patria, con 28
poesías; el poema Eridanias, con los catorce cantos refe-
rentes á la guerra de la Independencia italiana, escritos
por el autor en Italia y en el mismo teatro de la guerras
Lejos de mi fierra, con las poesías todas que escribió el au-
tor durante su emigración política en Francia; y Últimas
314
poesías, que contiene la colección de ¡as CiCiit.is pi/r el au-
tor en estos últimos tiempos.
Todas las composiciones catalanas comprendidas en es-
tos do= to"ios llevan al pie la traducción en castellano, en
provenzal, en francés ó en italiano, según la nacionalidad
de los poetas que las han traducido, unos en prosa y otros
en verso. Las más de estas traducciones van ilustradas
con notas y datos de carácter histórico, íntimo y autobio-
gráfico.

LOS JUEGOS FLORALES EN ESPAÑA


DISCURSOS Y MEMORIAS
Un tomo, que es el XXXíf de la colección.
Precio: lo pesetas.
En la primera parte de este volumen, titulada Los Jue-
gos Florales en España, se insertan todos los discursos
pronunciados ó leídos por el autor relativos á dichos cer-
támenes, viniendo á formar en su conjunto la historia de
la restauración y progresos de estas fitstas literarias en

nuestra patria. Y estos discursos son Fraternidad lilera-


:

ria, Barcelona, i8ü8; La poesía lemosina j Saludo á Valen-

cia, Valencia, 1880; La idea latina, Granollers, 1882; Las


bodas de plata, Barcelona, 1883; í-^* felibres de Provenza.
Pontevedra, i8^'4; La Reus, i8qs; Las glo-
tierra catalana,
rias de Aragón, Zaragoza, 180)4; les precede la Memoria
histórica publicada al frente del tomo de Juegos Florales de

Madrid en 1878. La segunda parte, Memorias y Discur-
sos, contiene ios discursos de recepc ón en las Reales Aca-
demias Española y de la Historia, otros trabajos leídos en
varias sesiones de las mismas, y las Memorias Las otras de
Enrique Gil, Manuel de Cabanyes, Alfonso V de Aragón y su
corte literaria, Castilla y Aragón en el descubrimiento de
América, memoria leída en el Ateneo de Madrid, La mujer
y el arte, discurso pronunciado en el Círculo de Bellas Ar-
tes, y El Ministerio de Instrucción I'áblicA.
315

OBRAS DEL AUTOR


QUE SE VENDEN PDR SEPARADO FUERA DE ESTA COLECCIÓN

La romería de mi alma, poema escrito en catalán, con su


traducción en prosa castellana por el mismo autor. Un
volumen, i peseta. Editor, López Bernagossi, Barce-
lona.
Las ruinas de Poblet, con un prólogo del académico don
Manuel Cañete. Un tomo, de la edición de Escritores
caftleltanos, 4 pesetas. Editor, Catalina. Madrid.

Estudios HISTÓRICOS y políticos. Un tomo, 2,50 pesetas.


Editor, San Martín. Madrid.
Los Reyes Católicos. Está en venta el primer tomo. Edi-
tor, El Progreso Editorial. Madrid.
Cristóbal Colón. Un tomo encuadernado, 5 pesetas. Edi-
tor, El Progreso Editoriil.
Al la encina, historias, tradiciones y recuerdos,
pie de
con una lámina. Un tomo encuadernado, 5 pesetas.
Editor, El Progreso Editorial.
Epistolario, memofial de cosas que pasaron. Dos tomos
encuadernados, 8 pesetas. Editor, El Progreso Editorial.
Añoranzas, historia^, recuerdos, leyendas, glorias, ruinas.
Un tomo encuadernado, 5 pesetas. Editor, El Progreso
Editorial.
Safo, cuadro dramático. Un tomo, i peseta.
Los Pirineos, tril >gia. Traducción castellana, 3 pesetas.
Editor, Fe. Madrid.
I PiRiNEi, trilogía. Traduzione in verso italiano di Arnal-
do Bona^ entura, 3 pesetas. Editor,
Fe. Madrid.
En Burgos. Un tomo encuadernado, 5 pesetas. Editor,

El Progreso Editorial.
Celistl'IS, poesías. Un tomo. (No está en venta.)
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