Bird (2024)

Podría centrar esta crítica en la fortuna que podría generar la baba alucinógena de un sapo amazónico, o en la metamorfósis del hombre en pájaro, o en la resurreción de las mascotas, o en el abandono progresivo de las clases sociales bajas por parte del estado británico, o en el mejor baile de boda de la historia de las bodas. Podría centrarme en todo eso y me quedaría en algunas capas de esta película, en las capas que creo que son las superficiales.

He escrito creo, porque ni yo ni las personas que acudieron al cine tuvimos muy claro de qué va esta película. Por un lado están los suburbios donde habitan los descastados y sus problemas, por otro el paso de la infancia a la madurez, también hay un poquito de uso tóxico de redes sociales. La película es bastante lineal hasta que, tras un día de playa, una especie de realismo mágico de suburbio inunda la retina del espectador, y nada vuelve a ser igual. Creo que a nadie le va a dejar indiferente, creo que es imposible que guste a todo el mundo. Pero también creo que merece ser vista, porque ofrece una experiencia singular y muy diferente a lo que podemos ver por ahí, incluso dentro del circuito de películas festivaleras.

En cuanto a los apartados artísticos, el trabajo actoral es supremo. El tridente protagonista (Bailey, Bug y Bird) rinde a un nivel excelso, y Andrea Arnold nos marea con su cámara cuando la vida de Bailey es un infierno, pero nos regala calma cuando ella la encuentra, como si fuésemos Bailey y sus infinitas guerras y treguas. La banda sonora es potente, encabezada por The Universal de Blur, una canción magnética que suena en momentos claves de la cinta.

Sigo en spoiler, pero por si ya se han aburrido, vayan a verla; no la han visto nunca. Y pónganse tres sudaderas si se van a vivir a Escocia.

La cineasta británica Andrea Arnold ha vuelto a conseguir emocionar con esta historia dramática potente, que mantiene la esencia de su cine, y lo hace introduciendo un elemento de fantasía relacionado con el animal que da título a la película.
La película, que se presentó en la pasada edición del Festival de Cannes, está contada desde los ojos de Bailey, una niña de 12 años que vive en el entorno de una familia de clase social baja, con un padre que sobrevive haciendo trapicheos y negocios oscuros, después de haberse separado de la madre de la protagonista, en la localidad inglesa de Gravesend.

Arnold logró mantenerme interesado en esa historia hasta el final, con muchos personajes interesantes en ese tono dramático aderezado de vez en cuando con elementos de comedia. A nivel interpretativo, el reparto está bastante bien, en especial Nykiya Adams, en el que es otro descubrimiento más de Arnold de jóvenes talentos británicos (un acierto de los miembros de la dirección de casting). Esta joven actriz consigue transmitir mucho, y está excelente en cada una de sus apariciones.

Junto a ella, nos encontramos a rostros conocidos como los de Barry Keoghan, que vuelve a estar bien, en este caso interpretando a Bug, el padre de Bailey, y un Franz Rogowski que cada día se parece más físicamente y en los gestos a Joaquin Phoenix de joven. El actor alemán tiene un papel fundamental en la trama, de hecho, su personaje es el que da el título a la película.

Una propuesta deliciosa, pese a que hay momentos bastante duros por lo que retrata de la vida diaria de gente a la que no les sobra el dinero, pero la directora lo hace desde la sencillez, haciendo que sus casi dos horas se me pasaran en un suspiro, aunque igual se podía haber recortado algo de metraje en la parte final.
Me gustaría añadir destacar la elección de las canciones para cada momento, teniendo en cuenta que muchas se hacen porque añaden algo a la trama, y son parte de ese guion tan bien escrito por una cineasta que lleva muchos años haciendo muy buen cine.

LO MEJOR: el guion. El reparto.
LO PEOR: se podía haber recortado algo de metraje en la parte final.