Trailer (V.O.)
Ver 2 más- Sinopsis
- El señor Karel domina a sus familiares, amigos y empleados. Sólo está preocupado porque el tránsito de los difuntos hacia el más allá sea lo más limpio y rápido posible, todo mediante la incineración de cadáveres en el cementerio que regenta. (FILMAFFINITY)
- Género
- Drama Terror Comedia negra Años 30 Nazismo Surrealismo Drama psicológico Nueva Ola Checoslovaca Película de culto
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 1969 / Checoslovaquia
- Título original:
- Spalovac mrtvol (The Cremator)
- Duración
- 95 min.
- Guion
- Música
-
- Fotografía
(B&W)- Compañías
- Links
Premios
1972: Sitges: Mejor película, actor (Rudolf Hrusinsky), fotografía
VIVIR PARA ARDER
13 de diciembre de 2010
1) Una familia en el Zoo, de visita. Es una familia decente, una pareja con parejita, niño y niña, y los animales en jaulas.
Karel, el cabeza de la familia, es el pulcro vendedor de su producto mercantil, la incineración. En sus charlas y conferencias nada de tabaco ni alcohol, y el café como mucho clarito.
Piensa a todas horas en un Tíbet de libro, con fotos del Potala, de Lhasa; en la transmigración de las almas, en acelerar la conversión en polvo, la rápida entrada en el ciclo, la liberación: lo de 20 años, en 75 minutos.
Constante primer plano de Karel, de su rostro gordezuelo y melifluo, pestañas de cerdo. A todo el mundo manosea con desenfado: toca cuello, espalda, hombros, mejillas, también a sus ayudantes con apellidos de músico, Strauss, Dvorak. Pone la mano en la gente como para adherir su alma e irla orientando hacia el Éter.
Karel, que querría ser Karl, tiene con la incineración una obsesión monotemática, entre demente e imbécil a la hora de enfocar la cuestión judía embobado por el señuelo de las putas rubiamente arias. Obsesión que origina un pesado soliloquio transmigratorio en el que la idea de reencarnación se mezcla con los delirios de grandeza y el resentimiento del acomplejado.
2) Es una película de terror, centrada al 95 % en el protagonismo de un tibio y lerdo psicópata, cuya fijación incineradora sirve para metaforizar el nazismo como locura a gran escala, al proyectar en la ingeniería social la manía de ver lo crematorio como liberación (ajena).
3) Lo experimental y centroeuropeo no da para tanto hermetismo, tanta atmósfera intelectualmente misteriosa como era de esperar. La idea queda en argumento elemental y la omnipresencia del protagonista acaba apisonando.
El tratamiento de la imagen juega sus mayores bazas en las deformaciones del espacio con lente angular, así como en unas originales transiciones escénicas, con el monologante primer plano como pívot, cambiando de lugar y momento al ritmo del soliloquio, en una especie de oleaje de la corriente de conciencia.
Este recurso formal se utiliza con brillantez en varias ocasiones, que resaltan entre lo mejor de la película.
Karel, el cabeza de la familia, es el pulcro vendedor de su producto mercantil, la incineración. En sus charlas y conferencias nada de tabaco ni alcohol, y el café como mucho clarito.
Piensa a todas horas en un Tíbet de libro, con fotos del Potala, de Lhasa; en la transmigración de las almas, en acelerar la conversión en polvo, la rápida entrada en el ciclo, la liberación: lo de 20 años, en 75 minutos.
Constante primer plano de Karel, de su rostro gordezuelo y melifluo, pestañas de cerdo. A todo el mundo manosea con desenfado: toca cuello, espalda, hombros, mejillas, también a sus ayudantes con apellidos de músico, Strauss, Dvorak. Pone la mano en la gente como para adherir su alma e irla orientando hacia el Éter.
Karel, que querría ser Karl, tiene con la incineración una obsesión monotemática, entre demente e imbécil a la hora de enfocar la cuestión judía embobado por el señuelo de las putas rubiamente arias. Obsesión que origina un pesado soliloquio transmigratorio en el que la idea de reencarnación se mezcla con los delirios de grandeza y el resentimiento del acomplejado.
2) Es una película de terror, centrada al 95 % en el protagonismo de un tibio y lerdo psicópata, cuya fijación incineradora sirve para metaforizar el nazismo como locura a gran escala, al proyectar en la ingeniería social la manía de ver lo crematorio como liberación (ajena).
3) Lo experimental y centroeuropeo no da para tanto hermetismo, tanta atmósfera intelectualmente misteriosa como era de esperar. La idea queda en argumento elemental y la omnipresencia del protagonista acaba apisonando.
El tratamiento de la imagen juega sus mayores bazas en las deformaciones del espacio con lente angular, así como en unas originales transiciones escénicas, con el monologante primer plano como pívot, cambiando de lugar y momento al ritmo del soliloquio, en una especie de oleaje de la corriente de conciencia.
Este recurso formal se utiliza con brillantez en varias ocasiones, que resaltan entre lo mejor de la película.
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64 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juraj Herz, el incorruptible incinerador de prejuicios
16 de mayo de 2007
El director checo Juraj Herz expone en El incinerador de cadáveres la ambivalencia de las ideologías como vehículo de ascenso social, sobre todo a partir del inexorable advenimiento del dogma nazi en la antigua Checoslovaquia, supuesto instrumento purificador de costumbres, de culturas, de razas.
El señor Karel ejerce su influjo sobre quienes le rodean; su capacidad, como incinerador, para discernir entre lo físico y lo etéreo, para desligar cuerpo y espíritu, le convierte en el intermediario hacia lo irreal, hacia aquello que escapa al conocimiento. La música de Zdenek Liska compone, a este respecto, una atmósfera quimérica.
Karel vive por y para su negocio, sinónimo de representatividad en el escalafón estamental. Como predicador surrealista de valores elitistas, el protagonista halla en los preceptos hitlerianos cierta vinculación con sus pretensiones ‘filtradoras’: la distinción entre el alma, abocada a trascender en la eternidad, y lo corpóreo, totalmente prescindible, mero vehículo de la esencia del individuo.
La incorruptibilidad de la ascendencia aria es, precisamente, la noción elemental de los principios nacionalsocialistas; Karel, por su parte, propone otro tipo de criba, más humilde, menos dolorosa.
El señor Karel ejerce su influjo sobre quienes le rodean; su capacidad, como incinerador, para discernir entre lo físico y lo etéreo, para desligar cuerpo y espíritu, le convierte en el intermediario hacia lo irreal, hacia aquello que escapa al conocimiento. La música de Zdenek Liska compone, a este respecto, una atmósfera quimérica.
Karel vive por y para su negocio, sinónimo de representatividad en el escalafón estamental. Como predicador surrealista de valores elitistas, el protagonista halla en los preceptos hitlerianos cierta vinculación con sus pretensiones ‘filtradoras’: la distinción entre el alma, abocada a trascender en la eternidad, y lo corpóreo, totalmente prescindible, mero vehículo de la esencia del individuo.
La incorruptibilidad de la ascendencia aria es, precisamente, la noción elemental de los principios nacionalsocialistas; Karel, por su parte, propone otro tipo de criba, más humilde, menos dolorosa.
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