Trailer
- Sinopsis
- El rodaje de una película en la pequeña localidad kurdo-iraní de Siah Dareh provocará una pequeña revolución entre los habitantes del pueblo, convencidos de que los miembros del rodaje son en realidad buscadores de un tesoro que se halla en el cementerio local. (FILMAFFINITY)
- Género
- Drama Cine dentro del cine Vida rural
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 1999 / Irán
- Título original:
- Bad ma ra khahad bord (Le vent nous emportera)
- Duración
- 115 min.
- Guion
- Música
- Fotografía
- Compañías
- Coproducción Irán-Francia;
- Links
Premios
"Excelente"
Oti Rodríguez Marchante
[Cinemanía]
"Obra maestra, pura poesía visual, con el aroma de lo indispensable"
Ángel Fernández Santos
[Diario El País]
12
12
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
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Laberinto de aldeas.
29 de octubre de 2008
Un equipo de rodaje espera una muerte para poder grabar así una ceremonia fúnebre tradicional. Macabro, dirán ustedes. Macabra la vida pues, que en el fondo viene a ser lo mismo.
Kiarostami recurre a planos generales de carreteras sinuosas, conversaciones en off, encuadres fijos y fueras de campo... Ese estilo conlleva el rechazo de una estructura visual típica, sin planos habituales de narrativa convencional. A mí me parece que la pretensión disociativa de esta construcción de imágenes, podríamos llamar opacas, responde a las necesidades de las historias que Kiarostami aborda: no vemos al equipo de rodaje; la anciana moribunda es un comentario, tampoco la vemos; la chica de la cueva oculta el rostro... Kiarostami niega a su vez, como parte de esa desconexión con el espectador, cualquier familiaridad con los personajes y fomenta cierta antipatía hacia el forastero protagonista. Igualmente, los imposibles diálogos también son así, imprimen una sensación elusiva, deslavazada y repetitiva.
El propio Kiarostami dice que su objetivo es mostrar sin mostrar, yendo más allá de lo que físicamente se representa. No pretende contar una historia ni involucrarnos emocionalmente con personajes. En ese sentido, toda la película es un descomunal tiempo muerto, que tiene en la abstracción su objeto fundamental. Ninguna situación aporta nada al desarrollo de la historia, el metraje es una constante dilación, una infructuosa demora que no lleva a ningún sitio. Alarga las tomas, se entrega a encuadres que no explican y nos escamotea planos que, desde un punto de vista académico, son estructuralmente necesarios para la construcción normal o natural de las escenas. Todo esto tiene una finalidad, claro, y yo diré, en defensa del iraní, que así es como me llega la vida de estas gentes. Un constante divagar entre carreteras de tierra y rutinas arcaicas de una aldea del Kurdistán. Creo que es una estupenda forma de trazar el abismo que suponen esos pequeños pueblos de polvo y olivos con respecto al director y, más aún, con respecto al espectador occidental. La mejor forma de representar la diferencia entre nuestro mundo y el de esos lugareños proyectados de forma fragmentaria.
La presencia de la muerte es constante, y esa latente amenaza del paso del tiempo conlleva, creo, una sutil evolución en el personaje principal. Es un hombre austero, casi soberbio, que irá asumiendo nuestro plazo caduco a medida que se ve inmerso en la paz de esas casonas donde las cosas suceden despacio, y donde se te ofrece la posibilidad de reflexionar sobre esa fugaz existencia que pasea entre las nubes o navega sobre un fémur arrastrado por la corriente. Olvidándose del móvil, los plazos y el equipo de rodaje, una nueva forma de mirar aparece. Una mirada que reconoce el valor del viento moldeando el trigo, o del silencio que llena un plano general.
Kiarostami recurre a planos generales de carreteras sinuosas, conversaciones en off, encuadres fijos y fueras de campo... Ese estilo conlleva el rechazo de una estructura visual típica, sin planos habituales de narrativa convencional. A mí me parece que la pretensión disociativa de esta construcción de imágenes, podríamos llamar opacas, responde a las necesidades de las historias que Kiarostami aborda: no vemos al equipo de rodaje; la anciana moribunda es un comentario, tampoco la vemos; la chica de la cueva oculta el rostro... Kiarostami niega a su vez, como parte de esa desconexión con el espectador, cualquier familiaridad con los personajes y fomenta cierta antipatía hacia el forastero protagonista. Igualmente, los imposibles diálogos también son así, imprimen una sensación elusiva, deslavazada y repetitiva.
El propio Kiarostami dice que su objetivo es mostrar sin mostrar, yendo más allá de lo que físicamente se representa. No pretende contar una historia ni involucrarnos emocionalmente con personajes. En ese sentido, toda la película es un descomunal tiempo muerto, que tiene en la abstracción su objeto fundamental. Ninguna situación aporta nada al desarrollo de la historia, el metraje es una constante dilación, una infructuosa demora que no lleva a ningún sitio. Alarga las tomas, se entrega a encuadres que no explican y nos escamotea planos que, desde un punto de vista académico, son estructuralmente necesarios para la construcción normal o natural de las escenas. Todo esto tiene una finalidad, claro, y yo diré, en defensa del iraní, que así es como me llega la vida de estas gentes. Un constante divagar entre carreteras de tierra y rutinas arcaicas de una aldea del Kurdistán. Creo que es una estupenda forma de trazar el abismo que suponen esos pequeños pueblos de polvo y olivos con respecto al director y, más aún, con respecto al espectador occidental. La mejor forma de representar la diferencia entre nuestro mundo y el de esos lugareños proyectados de forma fragmentaria.
La presencia de la muerte es constante, y esa latente amenaza del paso del tiempo conlleva, creo, una sutil evolución en el personaje principal. Es un hombre austero, casi soberbio, que irá asumiendo nuestro plazo caduco a medida que se ve inmerso en la paz de esas casonas donde las cosas suceden despacio, y donde se te ofrece la posibilidad de reflexionar sobre esa fugaz existencia que pasea entre las nubes o navega sobre un fémur arrastrado por la corriente. Olvidándose del móvil, los plazos y el equipo de rodaje, una nueva forma de mirar aparece. Una mirada que reconoce el valor del viento moldeando el trigo, o del silencio que llena un plano general.
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62 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sugerente invitación a la reflexión y a la relativización de los cánones occidentales
31 de marzo de 2006
Escrita, montada, coproducida y dirigida por Abbas Kiarostami, se rodó en Siah Dareh, aldea del Kurdistán iraní, a 700 km. de Teherán. El título es el de un poema de Foraugh Farrokhzad (1935-1967). Nominada a 4 premios del Festival de Venecia, obtuvo 3: mejor película, FRIPESCI y el Gran Premio del Jurado.
La acción tiene lugar durante un mes, aproximadamente, de 1999 en Siah Dareh. Narra la historia del ingeniero Behzad Dourani, jefe de un grupo de 3 técnicos de cine, que acuden al lugar para filmar una ceremonia fúnebre. La agonía de la enferma terminal, la Sra. Maleba, postrada en cama, se prolonga, mientras los técnicos se ven inmersos en una larga espera.
La película es un canto a la vida, que traspira naturalidad y poesía. El realizador desarrolla un bonito discurso sobre el valor de la vida, inmensamente rica como fuente de gozo y satisfacción. El valor de la vida se define por contraste con la muerte, que evocan el cementerio, el fémur que encuentran al construir una zanja, la larga espera de la muerte, el proyecto de filmación de una ceremonia fúnebre, la vejez avanzada del Sr. Machi, etc. Su exaltación se construye con elementos tan vivos como la discusión entre la mujer que sirve tés y el marido indolente, la descripción de la carga de trabajo de una jornada laboral, el descanso de varios hombres ante una taza de té, la tortuga que avanza lentamente y que recupera la posición natural cuando la ponen boca arriba, la presencia del médico que lleva en la moto un botiquín lleno de remedios, el niño, la escuela, etc. La película pone en relación las costumbres antiguas y la vida modesta de los aldeanos con los símbolos opulentos de la vida moderna (cine, móvil, todoterreno). Al mismso tiempo elogia la calma de la aldea y la sabiduría popular frente a la impaciencia de los técnicos y los fallos de los instumentos occidentales modernos. Son escenas de gran belleza la de la cueva en la que una joven ordeña una vaca mientras el ingeniero recita versos de un poema, la de la tortuga, la del fémur humano arrastrado por la corriente viva de un riachelo.
La música, de aire tradicional y étnico, refuerza el clima de sosiego, austeridad y paz de la aldea. La fotografía resalta los paisajes inmensos del lugar, el dorado de las mieses, los ocres del camino, los tierras de las casas y los grises del conjunto de la aldea. El guión hace bellas elipsis en busca de una economía de medios que subraya la de la aldea y los aldeanos. Los diálogos son de gran sencillez y de sugestiva ingenuidad. El relato se mueve en una zona intermedia entre el documental y la ficción. La interpretación, a cargo de actores no profesionales, salvo la del ingeniero Behzad (Behzad Dourani), desborda naturalidad. La dirección olvida los cánones del cine occidental, a la búsqueda de una narrativa reposada, contemplativa y reflexiva, de trazos orientales.
La película destila encanto y lirismo. Invita a la reflexión y a la relativización de los cánones occidentales.
La acción tiene lugar durante un mes, aproximadamente, de 1999 en Siah Dareh. Narra la historia del ingeniero Behzad Dourani, jefe de un grupo de 3 técnicos de cine, que acuden al lugar para filmar una ceremonia fúnebre. La agonía de la enferma terminal, la Sra. Maleba, postrada en cama, se prolonga, mientras los técnicos se ven inmersos en una larga espera.
La película es un canto a la vida, que traspira naturalidad y poesía. El realizador desarrolla un bonito discurso sobre el valor de la vida, inmensamente rica como fuente de gozo y satisfacción. El valor de la vida se define por contraste con la muerte, que evocan el cementerio, el fémur que encuentran al construir una zanja, la larga espera de la muerte, el proyecto de filmación de una ceremonia fúnebre, la vejez avanzada del Sr. Machi, etc. Su exaltación se construye con elementos tan vivos como la discusión entre la mujer que sirve tés y el marido indolente, la descripción de la carga de trabajo de una jornada laboral, el descanso de varios hombres ante una taza de té, la tortuga que avanza lentamente y que recupera la posición natural cuando la ponen boca arriba, la presencia del médico que lleva en la moto un botiquín lleno de remedios, el niño, la escuela, etc. La película pone en relación las costumbres antiguas y la vida modesta de los aldeanos con los símbolos opulentos de la vida moderna (cine, móvil, todoterreno). Al mismso tiempo elogia la calma de la aldea y la sabiduría popular frente a la impaciencia de los técnicos y los fallos de los instumentos occidentales modernos. Son escenas de gran belleza la de la cueva en la que una joven ordeña una vaca mientras el ingeniero recita versos de un poema, la de la tortuga, la del fémur humano arrastrado por la corriente viva de un riachelo.
La música, de aire tradicional y étnico, refuerza el clima de sosiego, austeridad y paz de la aldea. La fotografía resalta los paisajes inmensos del lugar, el dorado de las mieses, los ocres del camino, los tierras de las casas y los grises del conjunto de la aldea. El guión hace bellas elipsis en busca de una economía de medios que subraya la de la aldea y los aldeanos. Los diálogos son de gran sencillez y de sugestiva ingenuidad. El relato se mueve en una zona intermedia entre el documental y la ficción. La interpretación, a cargo de actores no profesionales, salvo la del ingeniero Behzad (Behzad Dourani), desborda naturalidad. La dirección olvida los cánones del cine occidental, a la búsqueda de una narrativa reposada, contemplativa y reflexiva, de trazos orientales.
La película destila encanto y lirismo. Invita a la reflexión y a la relativización de los cánones occidentales.
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